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Ferdinand de Saussure (1857-1913) fue un lingüista suizo que reflexionó sobre el signo a
partir de sus estudios sobre el lenguaje. Sus reflexiones nos llegan a través del Curso de lingüís-
tica general, publicado en 1916.
Saussure se propuso darles a los estudios sobre el lenguaje un carácter científico. Para
ello se posicionó en una perspectiva teórica que privilegiaba la descripción de estructuras o
sistemas, es decir, de conjuntos de elementos relacionados entre sí. 1 Lo primero que debió de-
terminar el lingüista fue cuál sería su objeto de estudio, a partir de plantear un punto de vista
inmanente para construirlo: ¿la ciencia que propondría se centraría en el lenguaje como una
totalidad o debería atender a algunos de sus elementos? En la formulación de la respuesta
saussureana a tal interrogante resulta esencial la distinción entre las nociones de lenguaje, len-
gua y habla.
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que funda. A partir de esta decisión teórica y metodológica, Saussure especifica los ras-
gos de la lengua: es “la parte social del lenguaje, exterior al individuo, que por sí solo
no puede crearla ni modificarla”, “es de naturaleza homogénea”, “es un objeto que se
puede estudiar separadamente”, “es una totalidad en sí y un principio de clasifica-
ción”.
Entre las especificaciones que, progresivamente, el autor formula respecto de la
noción de lengua es central la siguiente: “la lengua es un sistema de signos”. La no-
ción de sistema puede comprenderse si consideramos, por ejemplo, algunos sistemas
no lingüísticos. El sistema de señalización del semáforo cuenta con tres unidades, tres
luces de distintos colores. Cada uno de esos colores significa en el sistema por su rela-
ción con los otros dos; es decir, cada unidad de ese sistema se define por sus relaciones
con las demás unidades que lo conforman. En el sistema de identificación de las co-
rrientes políticas, el rojo puede valer como un signo de identificación de los partidos
de izquierda, por oposición al amarillo “PRO”. En el sistema del semáforo, en cambio,
el rojo significa detención por oposición al amarillo y el verde. En los sistemas, las
unidades se diferencian y se oponen unas a otras. Son esas relaciones las que explican
su funcionamiento. Retomaremos estas nociones al detenernos en el valor del signo
lingüístico.
Definir la lengua como sistema permite superar la posición según la cual la len-
gua es una nomenclatura, un catálogo o listado de nombres para los objetos. Que la
lengua se conciba como una estructura, como un conjunto de elementos vinculados
entre sí, hace posible comprender su funcionamiento, por qué puede aprehendérsela
y por qué es el medio de comunicación más importante que posee el hombre. Saussu-
re sostiene que el hombre piensa a través de la lengua. La lengua articula los compo-
nentes heterogéneos del lenguaje: es el “molde del pensamiento y del sonido”, a tra-
vés de los signos, le da forma a la sustancia del pensamiento y del sonido; en este sen-
tido, el pensamiento, para Saussure, no es previo a la lengua, como se había sostenido
hasta entonces, ambos son amorfos sin la lengua. Saussure se detiene en el estudio de
las unidades que integran el sistema lingüístico: los signos.
El signo en Saussure
El signo lingüístico es considerado como una entidad psíquica que contiene dos caras, el
significado y el significante. El significado es el concepto y el significante, la huella acústica
del sonido. Un ejemplo de esa conformación es el que sigue:
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El signo -en este caso árbol- no une una cosa con su nombre, sino una idea, un concep-
to, con una sucesión de sonidos en una lengua dada. La unión de significado y significante es
de naturaleza psíquica.
Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino un concepto y una ima-
gen acústica. La imagen acústica no es el sonido material, cosa puramente física, sino su
huella psíquica, la representación que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos; esa
imagen es sensorial, y si llegamos a llamarla "material" es solamente en este sentido y por
oposición al otro término de la asociación, el concepto, generalmente más abstracto.
El carácter psíquico de nuestras imágenes acústicas aparece claramente cuando observamos
nuestra lengua materna. Sin mover los labios ni la lengua, podemos hablarnos a nosotros
mismos o recitarnos mentalmente un poema (p.13).
La relación entre ambas partes del signo es arbitraria, en el sentido de que no hay causa
natural o motivo para su unión. La noción de arbitrariedad es la piedra angular de la concepción
saussureana sobre el signo lingüístico. Con ella aparece un quiebre con la tradición que prove-
nía desde las Sagradas Escrituras según la cual el signo era el nombre de la cosa: se afirmaba que
había una causalidad para que determinado nombre correspondiera a una cosa. La existencia de
diferentes lenguas es una de las pruebas de la arbitrariedad del signo.
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Según Saussure, la lengua se construye por oposiciones tanto en el plano material como
en el plano conceptual, un signo es lo que lo que el resto de los signos de sistema no son. Esta
afirmación implica que la lengua se constituye a partir de las oposiciones, sin considerar los
aspectos positivos. Dichas oposiciones son propias de cada lengua, no universales. En espa-
ñol, la oposición referente a los modos verbales es Indicativo, Imperativo y Subjuntivo, pero
no es igual para todas las lenguas. En el sistema de los colores, se reconoce el violeta como un
color en el español, sin embargo, hay comunidades de pueblos originarios en cuya lengua el
violeta no está dentro del sistema, el valor del violeta se lo transmite al azul o marrón. La
oposición de las formas vos y usted para los pronombres de segunda persona no integran el
sistema de la lengua inglesa, la cual no distingue formas de mayor o menor respeto para diri-
girse al destinatario.
El valor lingüístico
La lengua como pensamiento organizado en la materia fónica
Para darse cuenta de que la lengua no puede ser otra cosa que un sistema de valores puros,
basta considerar los dos elementos que entran en juego en su funcionamiento: las ideas y
los sonidos.
Psicológicamente, hecha abstracción de su expresión por medio de palabras, nuestro pen-
samiento no es más que una masa amorfa e indistinta. Filósofos y lingüistas han estado
siempre de acuerdo en reconocer que, sin la ayuda de los signos, seríamos incapaces de dis-
tinguir dos ideas de manera clara y constante. Considerado en sí mismo, el pensamiento es
como una nebulosa donde nada está necesariamente delimitado. No hay ideas preestableci-
das, y nada es distinto antes de la aparición de la lengua (p 21) [...].
El papel característico de la lengua frente al pensamiento no es el de crear un medio fónico
material para la expresión de las ideas, sino el de servir de intermediaria entre el pensa-
miento y el sonido, en condiciones tales que su unión lleva necesariamente a deslinda-
mientos recíprocos de unidades. El pensamiento, caótico por naturaleza, se ve forzado a
precisarse al descomponerse. No hay, pues, ni materialización de los pensamientos, ni espi-
ritualización de los sonidos, sino que se trata de ese hecho en cierta manera misterioso:
que el “pensamiento-sonido” implica divisiones y que la lengua elabora sus unidades al
constituirse entre dos masas amorfas (p.22) [...].
La lengua es también comparable a una hoja de papel: el pensamiento es el anverso y el so-
nido el reverso: no se puede cortar uno sin cortar el otro; así tampoco en la lengua se po-
dría aislar el sonido del pensamiento, ni el pensamiento del sonido; a tal separación sólo se
llegaría por una abstracción y el resultado sería hacer psicología pura o fonología pura (p.
22).
La lingüística trabaja, pues, en el terreno limítrofe donde los elementos de dos órdenes se
combinan; esta combinación produce una forma, no una sustancia (p.22) [...].
Estas miras hacen comprender mejor lo que hemos dicho sobre lo arbitrario del
signo. No solamente son confusos y amorfos los dos dominios enlazados por el he-
cho lingüístico, sino que la elección que se decide por tal porción acústica para tal
idea es perfectamente arbitraria. Si no fuera éste el caso, la noción de valor perde-
ría algo de su carácter, ya que contendría un elemento impuesto desde fuera. Pero
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de hecho los valores siguen siendo enteramente relativos, y por eso el lazo entre la
idea y el sonido es radicalmente arbitrario (p. 22).
A su vez lo arbitrario del signo nos hace comprender mejor por qué el hecho social es el
único que puede crear un sistema lingüístico. La colectividad es necesaria para establecer
valores cuya única razón de ser está en el uso y en el consenso generales; el individuo por
sí solo es incapaz de fijar ninguno.
Además, la idea de valor, así determinada, nos muestra cuán ilusorio es considerar un tér-
mino sencillamente como la unión de cierto sonido con cierto concepto. Definirlo así sería
aislarlo del sistema de que forma parte; sería creer que se puede comenzar por los términos
y construir el sistema haciendo la suma, mientras que, por el contrario, hay que partir de la
totalidad solidaria para obtener por análisis los elementos que encierra (p.22).
Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más que diferencias. Todavía más:
una diferencia supone, en general, términos positivos entre los cuales se establece; pero en
la lengua sólo hay diferencias sin términos positivos. Ya se considere el significante, ya el signi-
ficado, la lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes al sistema lingüístico, sino
solamente diferencias conceptuales y diferencias fónicas resultantes de ese sistema. Lo que
de idea o de materia fónica hay en un signo importa menos que lo que hay a su alrededor
en los otros signos. La prueba está en que el valor de un término puede modificarse sin to-
car ni a su sentido ni a su sonido, con sólo el hecho de que tal otro término vecino haya
sufrido una modificación (p.27).
Bibliografía
DE SAUSSURE, Ferdinand (1916): Curso de lingüística general, publicado por Ch. Bally y A. Seche-
haye, con la colaboración de A. Riedlinger, traducción, prólogo y notas de Amado Alon-
so, Buenos Aires, Losada, 1959 (tercera edición en español).