Dos Años de Mentiras - Clara Ann Simons

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Table of Contents

Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Epílogo
Dos años de mentiras
Clara Ann Simons
Dos añ os de mentiras
Clara Ann Simons
Copyright © 2024 por Clara Ann Simons.
Todos los Derechos Reservados.
Registrado el 11/02/2024 con el nú mero 2402116898973
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medio sin la autorizació n expresa de su autora. Esto incluye, pero no se limita a reimpresiones, extractos, fotocopias,
grabació n, o cualquier otro medio de reproducció n, incluidos medios electró nicos.
Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos aparecidos en el libro son totalmente ficticios. Cualquier parecido
con personas, vivas o muertas o sucesos es pura coincidencia.
La obra describe algunas escenas de sexo explícito por lo que no es apta para menores de 18 añ os o la edad legal del país
de quien lea el libro, o bien si las leyes de tu país no lo permiten.
La imagen que aparece en la portada es una modelo. No guarda relació n ninguna con la obra, sus contenidos o la autora.
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Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Epílogo
Capítulo 1
Me llamo Erin Ramos y soy una escort.
No me juzgues. Es un trabajo como otro cualquiera.
Tampoco me llames prostituta, ni puta de lujo, porque mi trabajo va má s allá . Y tampoco las
juzgues a ellas, cada caso es diferente.
Tengo treinta y dos añ os, de los cuales, llevo doce en esta profesió n.
Sí, has leído bien, doce añ os. Es el ú nico trabajo que conozco. Empecé a los veinte para
pagarme la universidad y si crees que hay pocas chicas de esa edad o universitarias
metidas en lo mismo que yo, te equivocas.
No me quejo. Me proporciona un buen dinero y ahora trabajo con clientes habituales, pero
también tiene su lado oscuro.
Y ahora, el momento que má s temo en mi vida está a punto de llegar.
Era consciente de que tarde o temprano ocurriría, aunque no por eso deja de asustarme.
La alternativa es aú n peor.
Si este momento no llegase nunca, significaría que estoy sola, que no tendría que contar la
verdad sobre mi trabajo a la mujer que amo, a esa con la que quiero pasar el resto de mi
vida. Esa persona por la que estoy dispuesta a luchar y con la que quiero envejecer.
Han sido dos añ os de mentiras.
Ahora, se merece conocer la verdad.
Lo he repasado en mi mente miles de veces. He ensayado una y otra vez lo que quiero decir,
he elegido las palabras con cuidado. Y, aun así, no es que me cueste dar el paso, es que soy
incapaz de hacerlo.
Es hora de que Nerea sepa toda la verdad. Llevamos dos añ os juntas y nunca me había
sentido tan bien con nadie. En nuestro futuro hay planes de boda y si quiero que nuestra
relació n funcione no hay lugar para secretos ni mentiras entre nosotras.
Y estoy aterrada.
No tengo ni idea de có mo se lo va a tomar. Se lo he escondido durante demasiado tiempo.
Supongo que no es algo que puedas contar con facilidad. No encaja en una conversació n
trivial.
Porque ¿qué le podría haber dicho? “Uy, por cierto, se me olvidó comentarte que trabajo como
escort. ¡Qué cabeza la mía! Cuando te digo que voy a cenar con clientes del trabajo es
solamente cierto a veces y en parte, porque luego follamos. Pero bueno, no tiene importancia,
tranquila, que es solo trabajo”.
Soy muy consciente de que he metido la pata ocultá ndolo durante tanto tiempo, negá ndole
la verdad. Pero ¿qué podía haber hecho? Supongo que no tenía otra opció n.
Sin saber muy bien qué decir, abro el ordenador portá til. Mis manos tiemblan mientras
tecleo con torpeza la direcció n de una pá gina web.
—Nerea, por favor, ¿puedes venir un momento? —solicito con un hilo de voz casi inaudible,
mi corazó n a punto de salirse del pecho.
—¿Te pasa algo? Te has puesto pá lida —murmura sentá ndose a mi lado.
—¿Puedes ver esto? —insisto, señ alando la pantalla con el dedo índice.
—Me está s asustando. ¿Qué es esa web?
La cara de Nerea comienza a ponerse blanca, pierde el color a medida que observa las fotos
y lee el texto.
—¿Son fotos tuyas? ¿De dó nde las han sacado? Joder, ¿te han hackeado el ordenador?
Tenemos que denunciarlo a la policía ahora mismo —insiste confusa, incapaz de
comprender lo que ocurre.
Niego lentamente con la cabeza. Cierro los ojos y dejo escapar un largo suspiro antes de
continuar. Me traicionan las palabras. De pronto, no las encuentro. Las tenía preparadas,
pero se han ido.
—Es hora de que conozcas la verdad sobre lo que hago. Si queremos seguir adelante, debes
saberlo —indico casi como una disculpa, bajando la mirada mientras Nerea va leyendo en
voz alta el contenido de la web.
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Se puede emitir una factura como asesoría de posicionamiento en redes sociales.
Al terminar de leer la descripció n y observar las fotografías, Nerea me clava la mirada. Sus
preciosos ojos azules está n llenos de lá grimas, su cara refleja una tristeza infinita.
En ese momento sé que le he roto el corazó n.
—¿Esa chica… eres tú ? —pregunta entre sollozos.
—Sí, soy yo —reconozco tragando saliva.
—Así que no trabajas de asesora de redes sociales.
—No.
—Te has quitado añ os —susurra, desconcertá ndome.
—Es bueno para el negocio. Lo siento, no te lo podía ocultar por má s tiempo. Mereces saber
la verdad —le explico, encogiéndome de hombros.
—Saber la verdad —suspira—. Claro. Me lo has ocultado durante dos jodidos añ os y ahora
merezco saber la verdad ¿Antes no lo merecía? ¿Solo ahora? —se queja, dejando escapar
lentamente una gran cantidad de aire.
—Era necesario —admito bajando la voz—. ¿Hubieses empezado a salir conmigo si te lo
digo el día que nos conocimos?
—No, supongo que no —confiesa mientras sus ojos reflejan un dolor insoportable.
—Esa es la razó n. Es un tema bastante tabú . No lo sabe nadie. Ni mi familia, ni ninguna
amiga, pero no quiero que haya secretos entre nosotras —explico, acariciando su brazo con
suavidad.
—¡No me toques, joder! —grita, apartando mi mano como si fuese metal ardiendo—. Eres…
ni siquiera encuentro palabras para describirte. Eres lo peor. No te puedes ni empezar a
imaginar el dañ o que me has hecho, Erin —responde rompiendo a llorar—. No te lo puedes
ni imaginar —repite, alzando los ojos al cielo y secá ndose las lá grimas con la palma de la
mano.
Me parte el corazó n verla tan triste. Cerrando los puñ os, lloro yo también. Son lá grimas de
rabia al ver el dañ o que le estoy haciendo, al observar có mo se va rompiendo por dentro
antes de encerrarse en nuestra habitació n, dejá ndome sola.
Trato de buscar alguna palabra que pueda aliviarla. Algú n gesto. Lo que sea. Me recuerdo a
mí misma que tampoco podría haber hecho algo muy diferente. Mi profesió n no es algo que
le puedas contar a tu pareja con facilidad. Ni a tu pareja ni a nadie.
Es ló gico que esté dolida. Solo espero poder recuperarla, quiero confiar en que lo nuestro
no se acabará así, no de esta manera. Nerea es lo mejor que he tenido en mi vida y no puedo
perderla.
Los minutos se hacen eternos, el tiempo se niega a avanzar, se ha vuelto perezoso. Hago un
esfuerzo por dejarle espacio. Debe procesar la informació n.
Dejo pasar una hora, camino con sigilo para no molestarla y me asomo a través de la puerta
de nuestro dormitorio. Nerea está tirada en la cama boca abajo, todavía llorando, con la
cara escondida en la almohada.
Siento un puñ al atravesar mi corazó n. Joder, daría cualquier cosa por ella. No quiero
perderla por nada de este mundo, aunque mucho me temo que lo acabo de hacer. Creo que
todo se acabó . Mi profesió n me ha destrozado la vida.
Doy vueltas en mi cabeza, pensando en dó nde me he equivocado, valorando si se podría
haber hecho mejor, de alguna otra forma.
Siento rabia, tristeza, vergü enza. Experimento un miedo atroz. Me aterra que nuestra
relació n, la ú nica que ha merecido la pena en toda mi vida, se acabe de este modo. Nerea lo
es todo para mí, no puede acabar así, de esta manera tan absurda. Me tumbo en el sofá del
saló n no queriendo molestarla y lloro. Lloro hasta que ya no me quedan má s lá grimas,
hasta que me quedo dormida.
No sé cuá nto tiempo ha pasado cuando me despierta una cá lida mano en mi hombro. Abro
los ojos con dificultad, intentando ubicarme, es ya totalmente de noche.
—No te quedes en el sofá —indica Nerea, extendiendo la mano para ayudarme a
levantarme.
—Lo siento, de verdad —me disculpo, mordiendo con tanta fuerza mi labio inferior que
pruebo el sabor de mi sangre.
—Ahora no quiero hablar, pero no te quedes en el sofá , por favor—insiste.
Capítulo 2
A la mañ ana siguiente, me despierta un intenso olor a café y a algo haciéndose a la plancha.
Entro en la cocina, todavía vestida con una camiseta larga y en bragas, y encuentro a Nerea
preparando el desayuno.
—Huele que alimenta —exclamo, tratando de romper el hielo.
—Estoy haciendo cruasanes a la plancha, ¿quieres uno? —pregunta ante mi sorpresa.
Estaba convencida de que no querría ni siquiera hablar conmigo.
—Quieres que engorde para que lo deje, ¿no? —bromeo de manera penosa en un intento de
rebajar la tensió n, aunque Nerea solamente esboza una sonrisa forzada. Creo que no le ha
hecho mucha gracia que se lo recuerde.
—Sigo muy enfadada, así que no vengas en plan gracioso —espeta chasqueando la lengua.
—Has estado llorando —susurro, pegando mi cuerpo al suyo y acariciá ndole la mejilla con
el reverso de la mano.
—Sepá rate de mí, Erin, por favor.
—Si te sirve de algo, lo siento muchísimo. Estoy destrozada. Ya no me quedan má s
lá grimas, Nerea. Me aterra perderte. No quiero que lo nuestro se acabe —reconozco,
dejando escapar un largo suspiro.
—Eso deberías haberlo pensado antes, ¿no crees? ¿Cuá nto tiempo llevas en ese trabajo o
como quieras llamarlo? —inquiere casi con un gesto de desprecio.
—Doce añ os.
—¿Doce añ os? ¡Joder, eras casi una niñ a! —exclama llevá ndose la mano derecha a la boca.
—Casi, casi. Aunque a esa edad pensaba que me podía comer el mundo —admito,
recordando lo irresponsable que era en esa época.
—Me has estado engañ ando durante dos añ os. Joder, Erin, ¿có mo crees que me siento? Nos
íbamos a casar. ¿Có mo puedo confiar en ti a partir de ahora? —insiste, negando con la
cabeza y cerrando los ojos.
—Comprende que tenía que hacerlo. Si te lo digo el primer día no te hubieses ni sentado a
tomar una copa conmigo. Y no hables en pasado, por favor, sigo queriendo que nos
casemos, no lo podría soportar si esto se acaba —confieso, apretando su mano entre las
mías.
—Y tú comprende que no quiero salir con una prostituta, y mucho menos casarme con ella
—espeta, retirando su mano en un rá pido movimiento como si estuviese al rojo vivo.
—No soy una prostituta, Nerea. Soy una escort, no es igual —indico ofendida—. Aunque si
lo fuese, sería lo mismo, juzgas el trabajo y no la persona.
—Tú eres quien lo esconde y engañ a a la gente. Joder, no me vengas a dar lecciones de ética
porque la primera que no la has tenido eres tú .
—Lo escondo porque todo el mundo lo juzga —me defiendo abriendo las manos—. No
podría tener una vida normal si digo abiertamente a qué me dedico. A ti misma lo primero
que se te ha venido a la mente es la palabra prostituta.
—¿Cuá ntas personas lo saben? ¿Soy la ú ltima tonta en enterarse? —interrumpe con una
mueca de disgusto.
—No lo sabe nadie, salvo gente de mi negocio. Incluso uso desde hace añ os una identidad
falsa por seguridad, incluyendo DNI y carné de conducir —le aseguro en un intento de
calmarla.
—Sigo sin poder salir con nadie que se dedique a eso —añ ade seca, intentando separarse
de mí.
—Lo entiendo, Nerea, aunque nadie tiene por qué enterarse, puede seguir todo como hasta
ahora —expongo bajando la voz, sin encontrar argumentos.
—Lo sabría yo, y eso ya es bastante. Imagínate preguntarte cada noche cuando llegas a casa
qué tal la reunió n con tu cliente. Porque eso es exactamente lo que he estado haciendo
todos los días que has vuelto tarde en los ú ltimos dos añ os. Yo pensaba que estabas
trabajando mientras tú te follabas a otras personas —chilla, perdiendo los nervios y
separá ndose de mí con un empujó n.
—Estaba trabajando, Nerea, trabajando —insisto—. Para mí es trabajo y no tienes que
preguntarme nada, solamente si estoy bien y ya está .
—No, no funciona así, joder. Ahora es muy distinto. Yo no puedo saber que te está s tirando
a otras personas y que luego vienes tranquilamente a la cama conmigo. Y has estado dos
putos añ os engañ á ndome. Erin ¡dos añ os! ¿Có mo coñ o quieres que vuelva a confiar en ti? —
vocifera, pegando un fuerte manotazo sobre la mesa que hace saltar los platos.
—Lo hacía para protegerte, no quería que sufrieses —explico tratando de mantener su
mirada.
—Protegerme, ya. ¿Y se te ocurre decírmelo justo ahora que está bamos en nuestro mejor
momento? ¿Ahora que hablamos de casarnos? Vaya manera de mierda que tienes de
protegerme, guapa. ¿Ahora ya no te importa que sufra? ¿Ya puedes hacerme dañ o?
—Lo siento, de verdad, no encontraba el momento —me disculpo—. No sé qué má s puedo
decirte.
—Y yo no sé ni có mo reaccionar, Erin. Me has jodido la vida. Lo tenía todo planeado en mi
cabeza, como si fuese nuestro particular cuento de hadas. Casarnos, cumplir añ os junto a ti,
tener niñ os juntas. Y ahora, de un plumazo, acabas de joder todos mis sueñ os. Eres lo puto
peor —se queja mi novia con los ojos llenos de lá grimas.
—No tiene por qué cambiar nada —suspiro con miedo.
—¿No tiene que cambiar nada? Ahora que sé a lo que te dedicas, no puedo aceptarlo, lo
siento. Ni siquiera quiero hacerte elegir entre tu trabajo y nuestra relació n. Se acabó —
chilla.
—Nos permite un estilo de vida que no podríamos mantener de otro modo; los viajes, las
cenas, esta casa —le explico con toda la calma de la que soy capaz.
—Todo eso me importa una puta mierda, a ver si te enteras —ladra llevá ndose las manos a
la cabeza—. ¿Qué valor tiene esta casa si la pagas vendiendo tu cuerpo a otras personas? Te
odio, joder —grita agitada—. Te odio a ti y a esta casa. A todo lo que esto significa. Voy a
ducharme y a hacer las maletas, me marcho hoy mismo de aquí.
Esa ú ltima frase me destroza por dentro, porque el problema es que tiene una gran parte
de razó n. Yo llevo doce añ os dedicá ndome a esta profesió n y lo escondo de todo el mundo.
No es justo pedirle ahora que lo acepte cuando yo soy la primera que lo escondo.
Mientras se ducha, mi cabeza es una olla a presió n. Debato mil opciones, millones de
excusas, muchas palabras vacías para, al final, volver al mismo punto de partida. No quiero
perderla por nada de este mundo. Me destrozaría. Sería devastador.
Al salir de la ducha, Nerea me encuentra sentada en el taburete del bañ o, sosteniendo una
toalla seca entre mis manos que extiendo para que se seque.
—¿Cuá nto tiempo llevas ahí? —pregunta con un hilo de voz.
—Creo que desde el añ o pasado. Vaya ducha má s larga —bromeo, intentando rebajar la
tensió n.
—Siento lo que te dije antes. Sabes que no te odio.
—Lo sé. ¿Puedo abrazarte? —pregunto abriendo los brazos.
Nerea no responde, simplemente se encoge de hombros, casi con resignació n.
Cubro su cuerpo con la toalla y la abrazo con fuerza. Escondo mi cabeza en su hombro y las
dos lloramos en silencio, sus manos acariciando mi pelo con suavidad.
—Te quiero —susurro junto a su oído.
—Esto es demasiado fuerte como para procesarlo de golpe, no me puedes pedir eso. Pero
no llores, ¿vale?
—Es que no quiero perderte —reconozco entre sollozos.
—No puedo aceptarlo, Erin. Te puedo llegar a perdonar que me lo ocultases durante dos
añ os, al menos puedo intentarlo. Entiendo tus razones para hacerlo, aunque no las
comparta, porque si está s con alguien no puede haber mentiras. Pero no puedo aceptar a lo
que te dedicas, lo siento. Me parte el corazó n decírtelo, porque te quiero con toda mi alma
—confiesa bajando la mirada.
Con cada una de sus palabras, siento que me voy rompiendo por dentro. Escuchar esa frase
me destroza. Levanto la cabeza, mis ojos llenos de lá grimas, y me pierdo en su mirada. Sus
hermosos ojos azules expresan tanta tristeza que me dejan aú n peor.
—Lo dejo todo por ti. Se acabó , quiero que sigamos juntas. Tú eres infinitamente má s
importante que ese trabajo, que la casa, las vacaciones, el dinero. Ya nos arreglaremos, lo
dejo. Pero dame otra oportunidad, por favor —suplico sin poder contener mis lá grimas.
—¿Serías capaz de hacer eso por mí?
—Sin dudarlo —respondo tajante.
—Joder, eso es muy bonito —admite Nerea con un cariñ oso beso en mi mejilla—. ¿Vas a
renunciar a todo esto? Porque no podremos pagar la hipoteca de este sitio, lo sabes,
¿verdad?
—Estoy dispuesta a renunciar a todo. A vivir debajo de un puente si fuese necesario, pero
dame otra oportunidad, por favor —insisto esperanzada.
—¿Lo dejas del todo y jamá s le dirá s a nadie a lo que te dedicabas?
—Así es.
—Piénsalo bien. No te puedo prometer que las cosas vayan a ser como antes. Ni siquiera
soy capaz de expresar có mo me siento en estos instantes. Aun así, si tú está s dispuesta a
dejarlo todo, yo estoy dispuesta a darte una oportunidad —me asegura—. Es solo un
intento, porque te repito que no sé si seré capaz de seguir adelante.
—Solamente debo terminar lo que ya tengo abierto, ¿vale? Después se acabó todo —
advierto alzando las cejas.
—Espera, ¿có mo terminar lo que ya tienes abierto? ¿Es mucho? ¿Te quedan muchos
encargos, o servicios, o como los llaméis?
—Creo que son cuatro servicios. Te hablo de memoria, tendría que mirarlo en la agenda del
mó vil. En una semana ya está todo terminado, borro los perfiles y el email y se acabó . Se
acabó para siempre. Tú eres mucho má s importante —aseguro tratando de esbozar una
tímida sonrisa.
—Gracias. Significa mucho. Muchísimo. Sé que está s renunciando a tu estilo de vida. A un
montó n de caprichos que nos podemos permitir gracias a lo que haces. No sé, nunca se me
pasó por la cabeza que todo esto salga de vender tu cuerpo —agradece con un largo suspiro
—. Y, de verdad, intento no juzgarte, aunque sea muy difícil.
Ahora es Nerea la que me abraza con fuerza. Me susurra un “te quiero” junto a mi oído. Un
“te quiero” que, en estos momentos, tiene un significado mucho má s especial.
No sé cuá nto dura ese maravilloso abrazo, pero juro que siento que me transporta
directamente al paraíso.
—Siento haberte hecho elegir de algú n modo —se disculpa acariciando mi nuca.
—Lo entiendo, supongo que es normal, no te preocupes. Tarde o temprano sabía que este
momento llegaría, simplemente ha llegado antes de lo que esperaba —afirmo dejando un
pequeñ o beso sobre su cuello.
Al separarse para hablarme, se le cae la toalla y sus pechos quedan expuestos frente a mí.
—Espera, no te cubras, está s preciosa así —insisto observando su cuerpo.
—No tengo muchas ganas de sexo en estos momentos. Si te soy sincera. Ni siquiera sé
cuá ndo me volverá a apetecer —reconoce Nerea haciendo una mueca—. Mierda, lo siento,
Erin. Solo puedo pensar en cuá ntas personas han estado disfrutando de tu cuerpo,
seguramente horas antes de hacerlo yo y… No puedo, de verdad —se disculpa, secá ndose
una lá grima con la palma de la mano.
—Solo te pido que me abraces, ¿vale? Lo otro, cuando te sientas preparada. ¿Qué te parece
si pasamos el día en la cama viendo la tele? No es mucho pedir, ¿no? ¿Desnudas?
—Si estamos desnudas, sé có mo vamos a acabar, por muy confusa que esté en estos
momentos —protesta.
Llevo el dedo índice a sus labios para que no continú e hablando y ese gesto la hace sonreír.
Al menos es un comienzo. Me desprendo yo también de la ropa, dejá ndola tirada en el bañ o
a nuestros pies. Ser ordenadas no es el punto fuerte de ninguna de las dos. Nuestras amigas
nos han repetido varias veces que es una pena tener una casa tan bonita y al mismo tiempo
tan desordenada.
Me tumbo desnuda en la cama y veo có mo Nerea camina hacia mí, subiendo lentamente al
colchó n y colocá ndose sobre mi cuerpo. Sus pechos desnudos sobre los míos, nuestros
pezones rozá ndose, duros de excitació n. Besa mi cuello. Siento el calor de su piel y, en
cuanto recorre mi cuello con la punta de su lengua, tengo claro que ninguna de las dos
podremos resistirnos.
Su melena castañ a cae sobre mis mejillas. Está todavía mojada de la ducha, aú n puedo
percibir el olor de su champú . Su nariz presiona mi mandíbula mientras me besa, nuestros
muslos se rozan mientras pequeñ os gemidos se escapan de su boca.
Mierda, esos gemidos, suaves y largos, son mi debilidad.
Nerea muerde mi labio inferior. Besa mi barbilla, lame el ló bulo de mi oreja, provocando
que se me ericen los pelos de la nuca. Sabe perfectamente lo que tiene que hacer para
volverme loca.
De pronto, se levanta y se sitú a junto al cabecero de la cama. Abre las piernas, colocando
una a cada lado de mi cabeza, bajando con suavidad su sexo hasta rozar mi boca.
Busca mi mirada y sus preciosos ojos azules ya no expresan tristeza sino pasió n, un deseo
infinito.
—¡Bésame! —ordena.
—¿Qué ha pasado con los preliminares?
—Hoy no está s en posició n de quejarte —insiste, señ alando su sexo con el dedo índice.
Sonrío y acerco la boca. Después de todo lo que hemos pasado en estas ú ltimas horas,
prá cticamente devoro su sexo, lo beso como si mi vida dependiese de ello. Lamo el exterior
de sus labios, arrancando suspiros de placer. Ella tira de mi pelo, moviendo las caderas,
asegurá ndose de que no me separo a pesar de que no tengo ninguna intenció n de hacerlo.
Deslizo la lengua saboreando su excitació n, presiono la entrada de su vagina, rozo su
clítoris con suavidad. Se separa ligeramente para mirarme. Su sexo brilla de deseo y juro
que en estos momentos me parece la visió n má s perfecta que he visto jamá s.
Se coloca de nuevo sobre mí, preciosos y largos gemidos mientras se frota con mi boca. En
cuanto empiezo a estimular su clítoris, me agarra con fuerza la melena. Pocas veces la había
visto tan excitada, tan rá pido.
Sus piernas comienzan a temblar, tensa la espalda y emite un corto grito, quedá ndose
quieta sobre mi boca.
—Joder, ¿ya? —pregunto extrañ ada.
Nerea se levanta y se tumba junto a mí. Besa mis labios, todavía goteando de su excitació n,
y se deja caer sobre la cama. Relajada. Satisfecha.
—Estaba muy excitada —reconoce.
—Me gustaría que siempre fuese así, no como estas ú ltimas horas. ¿Prometido?
—Sabes que eso no te lo puedo prometer. Lo intentaré, te lo aseguro. No quiero que lo
nuestro se vaya a la mierda. No de este modo. Pero no sé si seré capaz.
—Lo entiendo —admito, peinando su melena entre mis dedos.
—Erin, tienes que jurarme que nadie se va a enterar de lo que haces. Me muero si alguna de
nuestras amigas o mi familia lo descubre —expone, incorporá ndose sobre el antebrazo
para mirarme muy seria.
Simplemente, asiento con la cabeza. Se tumba de nuevo y apoyo la cabeza en su pecho
mientras ella juega con mi melena. Y, mientras cierro los ojos y me relajo con sus suaves
caricias, tengo claro que he tomado la decisió n correcta, por muy difícil que haya sido.
Capítulo 3
Nos quedamos tumbadas juntas, en silencio, durante un buen rato. Solamente con caricias y
con besos, con mimos. Son esos momentos de intimidad con Nerea los que consiguen que
me sienta tan unida a ella. Esos instantes en los que no necesitas hablar para saber que
está s justo donde tienes que estar.
—¿Te puedo preguntar algo? —susurra de pronto.
—Sabes que sí.
—Es muy personal. Si no quieres, no me contestes, ¿vale? —insiste, incorporá ndose para
mirarme a los ojos y tengo la impresió n de que nuestro momento de mimos llega a su fin.
—Dispara antes de que me arrepienta —bromeo.
—¿Có mo fue tu primera vez como escort?
—Puf…
—Perdona, no tienes por qué hablar de ello si no quieres —se apresura a aclarar.
—No, no pasa nada. Casi prefiero soltarlo y desahogarme contigo después de tantos añ os.
—De verdad, Erin, entiendo que no quieras hablar de ello —insiste.
—Es que lo pasé muy mal. Lloré mucho. Bueno, la primera vez todas lloramos, salvo que
vayas muy puesta de algo o seas una inconsciente —le explico.
—Imagino que no puede ser fá cil.
—Yo necesitaba dinero de manera muy urgente. Supongo que para mi edad estaba bastante
avanzada sexualmente, había probado ya muchas cosas, pero nada te prepara para esa
primera vez —admito, haciendo una pausa para dejar escapar un largo suspiro.
—Supongo que no.
—Ahora me doy cuenta de que fui una irresponsable. Al principio me puse a trabajar sin
agencia ni nada, por mi cuenta. Por aquel entonces no tenía ni la experiencia ni los
contactos que hoy tengo, así que aceptaba lo que viniese. Ahora lo pienso y estoy viva de
milagro —confieso, apartando la mirada.
—Joder, no digas esas cosas.
—Mi primera vez en la profesió n fue con un señ or mayor, creo que tendría cerca de sesenta
añ os. Me dijo que le gustaban jovencitas. Si ahora parece que tengo menos añ os, imagínate
con veinte.
—Parecerías una cría —interrumpe Nerea.
—Fue bastante rá pido en realidad, aunque a mí se me hizo eterno. Supongo que en esos
momentos, sí era una prostituta. Era cita y sexo, nada má s —admito con una mueca de
dolor.
—Tuvo que haber sido muy difícil con un señ or de casi sesenta. Joder, tenías veinte.
—Me trató bastante bien. Quedamos en su hotel. Yo me quedé casi quieta, tan solo hacía lo
que él me pedía. Estaba muerta de miedo… y de vergü enza. Me besó , me fue desnudando
mientras manoseaba todo mi cuerpo. Recuerdo que en aquellos momentos estuve a punto
de marcharme, pero no me atreví. Me pidió que se la chupara un rato. Me dio mucho asco,
estaba lleno de pelo y olía mal. La empujaba muy dentro, sujetá ndome la cabeza y me
dieron arcadas. Menos mal que no duró mucho.
—¿Se corrió ? —pregunta con preocupació n, besando mi frente.
—No, supongo que sabía que tan solo tenía una oportunidad para correrse, así que me
levantó , me metió uno de sus dedos sin previo aviso, y creo que me dijo “ya está s lista” o
algo así y me mandó que me tumbase en la cama boca abajo. Después se colocó sobre mí y
me folló —confieso mordiendo mi labio inferior con fuerza por el dolor que aú n me causa
recordarlo.
—Qué horrible.
—¡Qué puta mierda! Esa vez la recuerdo como si fuese ayer. Cada jodida sensació n. Fue una
pesadilla. Me acuerdo de que le costó entrar, me dolió porque no estaba nada excitada.
Recuerdo su erecció n, mucho menos dura de lo que estaba acostumbrada, su cuerpo sobre
mí, su peso, su sudor pegá ndose a la piel de mi espalda. Al menos no tuve que mirarle a la
cara.
Nerea se da cuenta de lo que me está costando sacar las palabras de mi boca y me abraza
con fuerza.
—Lloré en silencio contra la almohada mientras me follaba. Me decía lo estrecha que era mi
vagina, que por eso le gustaba hacerlo con chicas jó venes. Yo solo apretaba la almohada y
lloraba. Por fin se corrió dentro y me pidió que se la chupase. Casi vomito, pero me sentí
aliviada al saber que todo había terminado —reconozco mientras Nerea seca mis lá grimas
con la palma de la mano.
—No tenía que haberlo preguntado —suspira.
—Ya ves, todavía lloro al recordarlo después de doce añ os. Aun así, contá rtelo a ti ha sido
mucho má s duro.
—Tuvo que haber sido espantoso.
—Al llegar a casa me pasé una hora bajo la ducha. Me sentía sucia, como si todavía tuviese
su olor pegado a mi cuerpo. Luego lloré toda la noche —recuerdo entre sollozos.
—Qué mierda, Erin. Siento habértelo preguntado, de verdad —se disculpa acariciando mi
pelo.
—Tranquila. Quiero que lo sepas todo sobre mí. No má s secretos entre nosotras. Ademá s,
pienso que me viene bien contá rtelo. Nunca se lo había contado a nadie, ni siquiera a las
otras chicas cuando trabajaba en la agencia, y eso que es un tema que se habla muchas
veces. La primera vez todas lloramos, Nerea —le aseguro, encogiéndome de hombros.
—¡Qué cerdo!
—No le guardo rencor. É l estaba pagando por un servicio y yo lo acepté voluntariamente.
Me trató bien, de eso no puedo quejarme. Aun así, recuerdo el dolor cada vez que me
llamaba “putita” o “zorrita” mientras me follaba. Eso me dolía en el alma, te lo juro.
—Joder, Erin, yo también te lo he llamado alguna vez mientras lo hacemos —se disculpa,
llevá ndose una mano a la boca.
—¡No seas idiota! Lo nuestro es un juego. Sabes que me excitan nuestras escenas de
dominació n light. En esos momentos me gusta que me lo digas, es una situació n muy
diferente —le aseguro, cogiendo su mano para besar los nudillos.
—No creo que te lo pueda volver a llamar, aunque me lo pidas.
—Abrá zame, anda, necesito mimos —solicito.
—No me puedo creer lo mimosa que eres.
—¿Sabiendo a qué me dedico?
—No…no quería decir eso.
—Shh, da igual, ven —insisto tirando de ella.
Pasar la mañ ana entre sus brazos es una sensació n fabulosa. A su lado me siento segura,
feliz, en paz. Son esos momentos los que me dejan claro que quiero luchar para seguir
juntas.
Al acercarse la hora de comer pedimos a un restaurante japonés. A Nerea le encanta el
Okonomiyaki, una especie de tortilla a la japonesa. A mí, donde esté una buena tortilla de
patatas que se quite todo eso, pero ya que está bamos pidiendo ese tipo de comida, no le
hago ascos a un Tataki de atú n rojo con una salsa bastante buena.
Durante la comida hablamos de mil cosas. De todo y de nada. De su trabajo, un poco má s
del mío. Tonteamos, nos besamos. Ambas estamos felices de que tras la crisis del día
anterior las cosas hayan vuelto, má s o menos, a la normalidad y eso se nota en lo cariñ osas
que estamos las dos.
—Dime una cosa —interrumpe tras beber un gran sorbo de vino.
—¿Otra pregunta muy personal e incó moda?
—¿Puedes dejarlo libremente? ¿Cuá ndo tú quieras? —inquiere frunciendo el ceñ o.
—Sí, ¿por? —pregunto extrañ ada.
—No sé, se me vino ahora a la cabeza. No tienes un chulo o algo así que te obligue a seguir,
¿no? Joder, Erin, no te rías —protesta al ver que casi me atraganto.
—No, lo siento. Trabajo por mi cuenta. Hace tres añ os que dejé la agencia, pero, aunque
siguiese en ella, podría dejarlo en cualquier momento, tranquila —le indico, cogiendo su
mano entre las mías y apretá ndola ligeramente.
—¿Por qué lo dejaste? ¿No es mucho má s fá cil con una agencia? ¿Al menos má s seguro? —
insiste.
—Sí, claro. Es mucho má s fá cil conseguir a los clientes y si la agencia es decente ya hacen
ellos el control previo. Tiene muchos puntos positivos, se encargan de cobrar, tienes má s
seguridad física. También conoces a otras chicas, que, aunque te parezca una tontería, es
bastante importante porque es bueno tener a alguien con quien hablarlo. Está bien,
supongo.
—¿Y por qué dejaste esa agencia? ¿No estabas bien con ellos?
—Llegó un momento en el que podía funcionar por mi cuenta y ganar mucho má s dinero.
La mayor parte de mis clientes son habituales, ahora me dedico casi exclusivamente a
mujeres y sé lo que puedo esperar de ellas. Trabajo menos y gano mucho má s. Hasta cierto
punto, pongo mis horarios y mis condiciones. Ahora sí tiene sentido estar por mi cuenta,
pero ojalá hubiese estado con una agencia cuando empecé.
—¿No es peligroso estar sola? Siento hacerte tantas preguntas, pero es que trato de
comprenderlo —se disculpa, entrelazando sus dedos con los míos.
—La clave de este negocio es la seguridad. Y la clave de la seguridad es el control previo del
cliente. Yo soy muy paranoica con ese tema. Cuando dejas de preocuparte por la seguridad
es mala señ al, ahí es cuando llega el peligro —le explico.
—¿Podrían identificarte y venir hasta aquí?
—Solo me comunico por email. Eso ayuda a filtrar a las típicas personas que solamente
está n jugando y no quieren contratar un servicio. Ademá s, utilizo una identidad falsa para
los hoteles, incluyendo un DNI falsificado.
—Joder, casi prefiero no saberlo —suspira.
—Les solicito muchos datos personales. Pierdo bastantes clientes que quieren mayor
intimidad. Hay que recordar que una gran parte de las mujeres que contratan mis servicios
está n casadas, pero mi seguridad empieza donde acaba su privacidad. Las tengo
perfectamente identificadas. DNI, lugar de trabajo, nombre real, cuenta de LinkedIn y otras
redes sociales. Tienen que saber que si me pasa algo, sus datos los va a encontrar la policía.
Tienen mucho que perder. Ademá s de que con mujeres es má s difícil que te ocurra algo
malo.
—No puede ser fá cil que te den esa informació n, ¿no?
—Me limita mucho el negocio, sí. La confidencialidad es la clave. Saben que soy de fiar.
Todas las condiciones se pactan a través del email con anterioridad. En algunos casos nos
cruzamos un montó n de correos para que todo quede claro. No quiero sorpresas. No
trabajas ahora para la policía, ¿no? —bromeo, dá ndole un pequeñ o golpe en el hombro.
—¡Qué boba eres! —exclama poniendo los ojos en blanco.
—Tengo una base de datos de cada cliente en la que apunto muchas cosas. Anécdotas, qué
tipo de cosas les gusta, datos de su familia o de su trabajo que comparten conmigo. Pienso
que es importante para las clientes que repiten. Es un servicio de escort, quieren sentirse
especiales. No es solamente sexo.
—Joder —suspira.
—De todos modos, el peligro siempre está ahí, no puedes ignorarlo, solo reducirlo. Vas
desarrollando un sexto sentido y pones má s límites. Vale má s perder a una cliente que
pasar por un momento peligroso. La mayor parte de los servicios los hago en un hotel
contratado por mí. En la habitació n tengo escondidos uno o dos esprá is de pimienta por si
fuese necesario, aunque nunca se dio el caso.
—Casi prefiero dejar la conversació n —interrumpe de pronto—. Quiero saber má s, pero
me estoy empezando a poner muy nerviosa con todo esto. Menos mal que lo dejas ya,
porque llamaría a la policía cada vez que te retrases dos minutos —admite estrechá ndome
entre sus brazos para darme un larguísimo abrazo.
Capítulo 4
Mientras dormimos la siesta desnudas, siento el tacto de una cá lida mano en mi hombro
izquierdo. Estoy agotada. Anoche, con el disgusto, apenas conseguí pegar ojo y ya no sé si
ese roce forma parte de un sueñ o o de la realidad.
Esa mano se desliza ahora por mi costado. Se detiene, se apoya en mis costillas, mientras
otra juega con delicadeza con mi melena, pero estoy tan cansada que soy incapaz de abrir
los ojos.
Suaves besos recorren mis hombros. El maravilloso tacto de unos labios cá lidos. El calor de
un cuerpo desnudo pegado al mío. Su piel ardiendo sobre mi piel desnuda. Y cuando siento
los pezones de Nerea rozando mi espalda, sé que no es un sueñ o. Al excitarse, sus pezones
se ponen duros como pequeñ as piedras, le vuelve loca frotarlos contra mi cuerpo y a mí
sentirlos en la piel.
Continú a pegada a mí, casi inmó vil. Yo me esfuerzo por no abrir los ojos, a pesar de la
excitació n que va creciendo en mi interior. Recorre con lentitud el contorno de mi pecho
izquierdo. Acaricia el lateral, se desliza por debajo, lo toca con suavidad. Dejo escapar un
ligero suspiro al rozar mi pezó n.
Nerea retira la sá bana, exponiendo mi cuerpo desnudo. Nuevos besos en mi espalda y en la
nuca. Desliza la mano izquierda desde mi hombro hasta las nalgas, haciendo pequeñ os
descansos en los senos.
Un escalofrío recorre todo mi cuerpo en el momento en que sus uñ as resbalan por mi
columna vertebral. Má s besos. Ya estoy totalmente despierta. Excitada. Pero sé que le
encanta que me haga la dormida.
Recorre mis nalgas. Siento su calor, la suavidad de su tacto. Acaricia mi vientre y se me
escapa un pequeñ o gemido al rozar mi pubis.
—Shh, sigue durmiendo —susurra junto a mi oído, consiguiendo que se me ponga la piel de
gallina.
Presiona con suavidad mi cuerpo para que me gire. Adivino su intenció n y me coloco
bocabajo sobre la cama, todavía haciéndome la dormida. Su mano recorre ahora mis nalgas
con descaro. Siento su respiració n agitada pegada a mi cuello. Pequeñ os gemidos cuando
desliza su dedo índice por mi culo hasta llegar a mi sexo.
—Umm —murmura al sentir mi excitació n.
Se incorpora ligeramente. Cubre mis nalgas de besos, deslizando la mano derecha por
debajo de mi cuerpo hasta que sus dedos alcanzan mi clítoris. Suspira al deslizarse entre
mis labios y todo intento por fingir que sigo dormida es inú til.
Extiende la mano y frota la palma sobre mi sexo.
—¡Joder, Nerea! No puedes dejarme ninguna marca —protesto, incorporá ndome y girando
la cabeza al sentir un ligero mordisco.
Una preciosa sonrisa y un pequeñ o azote en el culo es la ú nica respuesta que recibo.
—Sigue durmiendo —insiste.
Má s besos. La punta de su lengua explora cerca de mi perineo. Su dedo pulgar presiona la
entrada de mi vagina mientras intercambiamos los primeros gemidos.
Me giro y Nerea se coloca sobre mis caderas. Agarro sus nalgas con mi mano derecha, me
mira y sonríe.
Su mirada refleja una pasió n primaria. Me encanta perderme en esos ojos. Pueden reflejar
la mayor ternura o ser la viva imagen del deseo. También son capaces de mostrar una
tristeza infinita, como ayer cuando discutimos. Pero su expresividad nunca te deja
indiferente.
Me cubre con su cuerpo, piel contra piel, maravillosa suavidad. Mueve las caderas, acaricia
mis pechos con los suyos, busca el roce de su sexo contra mi muslo.
Coloca mis manos por encima de mi cabeza para sujetarme por las muñ ecas, besá ndome
con pasió n.
Es curioso. En la calle, siempre parezco yo la má s decidida y ella la chica tímida, pero en la
cama es justo lo contrario. Me vuelve loca cuando saca a la superficie ese lado salvaje,
primario, que lleva escondido.
Se frota ahora con fuerza sobre mi muslo mientras yo hago lo mismo en el suyo. Lame mi
cuello. Pequeñ os mordiscos en mi mandíbula y barbilla. Pasionales besos.
Deja la mano izquierda sobre mis muñ ecas mientras la derecha recorre mi sexo. Introduce
el dedo pulgar en mi interior, moviéndolo muy lentamente, como si quisiera comprobar mi
excitació n. Frota entre mis nalgas el resto de su mano, ejerciendo una pequeñ a presió n que
me vuelve loca de deseo.
Joder, có mo me excita que me sujete las muñ ecas contra la cama.
—Puf, ¡vaya có mo está s! —susurra, mordiendo su labio inferior.
—Necesito que me folles —siseo.
Antes de que acabe la frase, introduce dos de sus dedos en mi interior. Lanzo un fuerte
gemido al sentirlos entrar. Siento su respiració n agitada junto a mi oído. Su pelo
acariciando mi mejilla cada vez que se mueve.
Pronto, escucho el chapoteo de sus dedos, pequeñ as gotas de excitació n resbalando por mi
entrepierna. Su pie derecho acariciando mi tobillo.
Curva hacia arriba los dedos dentro de mí, presiona la zona que sabe que me vuelve loca,
mientras me frota el clítoris con la palma de su mano en cada embestida.
Con los dedos enraizados en su melena, gimo de placer. Escucho sus jadeos apagados
contra la piel de mi cuello en una sinfonía de un erotismo sublime.
Mi espalda se tensa al sentir có mo se va formando un orgasmo en mi interior. Mis piernas
tiemblan, mi abdomen se contrae. No puedo má s. Nuestros gemidos se confunden mientras
curvo los dedos de los pies y, con un pequeñ o grito, dejo escapar un intenso orgasmo que
parece no tener fin.
—Joder, me encantan esos orgasmos tan largos que tienes —jadea con sus dedos aú n en mi
interior.
Sonrío y cierro los ojos satisfecha, tratando de recuperar el aliento. Nerea se acurruca junto
a mí y esconde la cabeza en mi cuello mientras me acaricia la mejilla. En momentos así, no
hacen falta las palabras.
—Creo que te toca —suspiro alzando las cejas—. ¿Te apetece algo en especial?
—Cuá ndo te contrata una mujer, ¿te corres? —suelta de pronto.
—¡Vete a la mierda, Nerea! —chillo, levantá ndome de la cama como si el colchó n estuviese
al rojo vivo.
Salgo de nuestro dormitorio y lloro. Rara vez lo hago, pero esto es demasiado para mí. Esta
situació n me supera.
Nerea se acerca con pequeñ os pasos. Con miedo. Sabe que ha metido la pata.
—Perdó n —suspira, apoyando la mano en la parte baja de mi espalda.
—Vaya manera de mierda de acabar con el romanticismo —me quejo.
—Es que, mientras dormías, estuve todo el tiempo pensando en eso. No consigo sacarlo de
la cabeza. Necesito saber que es solo trabajo, Erin, que no disfrutas mientras follas con
otras mujeres.
—Es solo trabajo. ¿Te quedas má s contenta?
—Joder, lo siento. De verdad. Entiendo que para ti todo esto es muy complicado, Erin, pero
no supongas que para mí es fá cil. Mientras te veía dormir te imaginé follando con otras,
disfrutando. Esto es… esto es horrible, de verdad —confiesa bajando la voz.
—A ver, joder, Nerea. Es un puto trabajo. No busco tener orgasmos. Para mis clientes soy
tan solo una fantasía, alguien con quien cumplir lo que les falta o no se atreven a pedir a sus
parejas. Nada má s. No me lo pongas tú má s difícil, por favor.
—Lo siento —susurra, pegá ndose a mi cuerpo para abrazarme desde atrá s.
—Yo tan solo soy un instrumento, Nerea. Todo el mundo tiene sus pequeñ os fetiches y yo
les permito cumplir esas fantasías durante un rato a cambio de dinero. Nada má s. Ni mis
clientes sienten nada por mí, ni yo por ellos. O por ellas, porque ú ltimamente trabajo casi
en exclusiva para mujeres. Pero son solo fantasías, no hay má s. Pequeñ os fetiches, como tú
con la somnofilia.
—¿Qué? —pregunta extrañ ada, separá ndose de mí.
—Eso de que te excite hacerlo mientras estoy dormida o finjo estarlo, como ahora. Es muy
comú n y, en el fondo, es muy bueno que podamos proponer lo que nos gusta sin sentir
vergü enza —le explico.
—No sabía ni que tuviese nombre —masculla.
—Ahora le ponen nombre a todo.
—¿Sabes que a veces te miro mientras duermes desnuda? —confiesa casi con miedo.
—Lo sé. Y también te masturbas.
—Joder —suspira.
—Dormimos en la misma cama.
—¿Te molesta?
—Me excita.
—Siento mi pregunta de antes —insiste, volviendo a abrazarme desde atrá s y entrelazando
nuestros dedos sobre mi vientre.
—No es que me importe hablarlo. Se me hace muy raro, pero prefiero hacerlo. Lo que me
pareció mal fue el momento en que has sacado el tema y la manera en que lo hiciste.
Supongo que yo también estaría celosa en tu caso. Mucho. Aunque no hay motivo, de
verdad —le aseguro.
—¿Qué cosas raras te han pedido?
—¿En serio quieres saberlo? —pregunto extrañ ada.
—Sí, en serio.
—Pues en doce añ os en la profesió n me han pedido un poco de todo, aunque muchas veces
no lo acepto —le explico, girá ndome hacia ella para mirarla a los ojos.
—Pero, dime, ¿qué cosas?
—No te pienses que esto es todo super exó tico. Má s del ochenta por ciento de las veces es
sexo de lo má s normal y corriente. Totalmente vainilla. Otras veces te piden fantasías en
plan rol play, disfraces, se quedan con mis bragas usadas, pegging.
—¿Pegging?
—Sí, pero un par de veces nada má s. No es comú n y fue ya hace añ os.
—¿Te gustó hacerlo?
—Má s bien no. No tienes ningú n tipo de sensació n, te fías de que le esté gustando, pero
tenía miedo de hacerle dañ o —recuerdo.
—¿Qué má s? —inquiere.
—Una vez, un hombre me llevó a una reunió n de antiguos alumnos de su instituto como si
fuese su novia. Gané un montó n de dinero por hablar con la gente y no hubo sexo, aunque si
te lo está s preguntando, nunca me llevaron a una isla paradisiaca ni nada por el estilo —
bromeo.
—¿Haces BDSM?
—En plan light, de vez en cuando. El BDSM es un tema muy especializado, la gente que sabe
de verdad pasa añ os aprendiendo. Lo mío es solo cosas sencillas, normalmente para
clientes que quieren sacar un poco su lado dominante.
—¿Has dominado tú alguna vez?
—Pocas veces, no me sale de manera natural. A veces algunos fetiches, lencería, tacones,
bastante foot fetish en general —prosigo.
—Es que tienes unos pies y unas manos preciosos.
—Vaya, no sabía que te ponían los pies —bromeo.
—Solo he dicho que tienes unos pies muy bonitos, no me extrañ a que te lo pidan. ¿A qué
cosas dices que no o no te gustan?
—No acepto fantasías de semi-violació n a no ser que tenga una confianza absoluta con el
cliente —le explico y observo la cara de horror de Nerea.
—Joder, ¿hay gente que te pide eso? —pregunta extrañ ada mientras me acaricia la mejilla
con el reverso de la mano.
—No es muy comú n. Y es tan solo una fantasía, si fuese verdad me moriría de miedo. Si hay
mucha confianza con el cliente, puede tener su punto. Solo me lo ha pedido una mujer,
suele ser má s típico de los hombres. Sabes que va bien la cosa cuando paran para ponerse
el preservativo. De todos modos, prefiero no hacerlo. De hecho, llevo muchos añ os sin dar
ese servicio —concluyo.
—¿Alguna vez se enamoró de ti una cliente?
—Nerea, trabajamos con fantasías. Mientras mis clientes tengan claro que al acabar el
servicio volvemos a la realidad, no hay problema. Representamos un papel durante un
tiempo y luego se acaba. En ese papel, tanto mis clientes como yo somos otra persona. A
veces soy la novia que siempre quiso tener, o su sumisa, o lo que sea, el caso es que durante
ese tiempo vive una fantasía. Al terminar el servicio se regresa a la realidad.
—Pero ¿puede ocurrir? —insiste clavá ndome la mirada.
—A mí nunca me ha pasado, aunque sé de alguna chica que sí. Es muy peligroso cuando eso
pasa. Un cliente que no sabe distinguir entre fantasía y realidad representa un peligro muy
real, por eso hay que estar siempre alerta y al menor indicio detenerlo. Y por eso
ú ltimamente trabajo casi exclusivamente para mujeres, suelen tener las cosas muy claras
desde el principio.
Nerea asiente lentamente con la cabeza, esboza un intento de sonrisa y me abraza. Lo hace
como si pretendiese romperme, como si quisiese que mi cuerpo se fundiese con el suyo.
Hasta que la alarma del teléfono mó vil suena y debo empezar a prepararme para ir al
trabajo.
Capítulo 5
—Lo siento —suspiro.
—¿De verdad tienes que ir? —inquiere y su cara se viste de una tristeza infinita.
—Ya lo hemos hablado. Termino lo de esta semana y se acabó para siempre, te lo prometo.
Lo de hoy es fá cil. Luego te lo compenso.
—Si te soy sincera, no sé si podré hacerlo contigo esta noche, sabiendo que has estado con
otra persona —espeta, bajando la mirada.
—Es solo esta semana y no significa nada, Nerea.
—¿Has mirado ya lo que te queda?
—Sí, lo miré antes en la agenda del mó vil. Son solamente cuatro servicios. Ninguno de ellos
debería ser complicado —le explico.
—¿Me puedes contar en qué consisten o es confidencial?
—¿De verdad quieres saberlo? —pregunto con un leve soplido.
—Ahora somos un equipo, ¿no?
—Vale, pues el de hoy es un chollito. Tres horas de experiencia lésbica de dominació n,
mañ ana un dú plex, luego día de descanso, má s tarde un foot fetish y termino el sá bado con
una GFE y ya está . Se acabó para siempre. Es una de esas semanas en las que se trabaja
poco y se gana mucho.
—¿Experiencia lésbica de dominació n?
—Joder, Nerea, es solamente trabajo —protesto.
—¿Me puedes contar lo que vas a hacer?
—¿En serio? Tengo que prepararme.
Prefiero no darle detalles porque sé que se va a poner celosa. No tiene ningú n motivo, y
mucho menos con la clienta que tengo hoy, pero supongo que es inevitable sentir celos.
—Puedes hablar mientras te pones guapa, ¿no?
—Si te vas a quedar má s tranquila, lo de hoy es una mujer de cincuenta y cuatro añ os, alta
ejecutiva en una multinacional. Es clienta habitual desde hace casi ocho añ os. Contrata
cinco o seis servicios al añ o, siempre que está en la ciudad por alguna reunió n.
Posiblemente mi mejor cliente. Es siempre igual. Contrata tres horas y el sexo no dura má s
de unos cuarenta o cincuenta minutos. La primera la pasamos simplemente tomando una
copa y charlando.
—Cuéntame la parte del sexo, lo demá s no me importa. Espera, ¿te paga por hablar con
ella?
—Trato de explicarte que mi trabajo va mucho má s allá del sexo, creo una fantasía para mis
clientes y…
—Céntrate en el sexo —interrumpe.
—Es siempre la misma fantasía, en plan rol play. Yo hago como que estoy trabajando en su
empresa con minifalda, medias y zapatos de tacó n. Ella es la jefa, llega y me domina de
alguna manera. Me coloca sobre la mesa, me abre las piernas, rompe las medias, le como el
coñ o, aunque muy poco tiempo y termina follá ndome con un arnés. Luego hablamos un
rato má s y ya está . Tres horas, un montó n de dinero fá cil. Y la conversació n es muy buena
—añ ado alzando las cejas.
—¿Te folla con un arnés? ¿Ella sí puede follarte con un arnés? Porque a mí siempre me
dices que no te gusta, que prefieres los dedos. Pero ¿ella sí puede y yo no? —pregunta
agitada.
—Joder, Nerea, es que no me gusta particularmente hacerlo así. Es mi jodido trabajo. Tú
también haces cosas en tu trabajo que no te apetece hacer, ¿no? Claro que prefiero los
dedos, la lengua o hasta un pene y eso que no me gustan los tíos. El arnés no, nunca me
gustó , pero a ella sí y es la que paga. Tampoco me gusta llevar tres semanas sin depilarme.
—Ya, te lo iba a preguntar, es raro en ti.
—A ella no le gusta depilado. Paga bien, a mí me da igual. Ya me depilaré para el dú plex de
mañ ana —agrego, empezando a estar harta de esta conversació n.
—No sé ni lo que es un dú plex de esos y no sé si quiero saberlo —tercia Nerea entornando
los ojos.
—Ya te lo contaré, ¿vale? Ahora tengo un poco de prisa. No me va a pasar nada, son
servicios bastante fá ciles. Tres de ellos son clientes que repiten, gente tranquila. No será
una maravilla, pero tampoco nada traumá tico. Al ú nico que no conozco es al del dú plex de
mañ ana, pero es cliente de Valeria y me dijo que era bastante tranquilo —le explico
mientras me peino el pelo.
—Vale, ¿quién es Valeria y qué es un dú plex? Empieza por Valeria —me interrumpe.
—Joder, no tengo mucho tiempo, Nerea —me quejo.
—Por favor.
—Un dú plex es un trío con otra escort y un cliente. Normalmente es muy fá cil porque se
reparte el trabajo y en caso de que pase algo estamos má s protegidas al ser dos personas.
Varía mucho dependiendo de la fantasía del cliente, pero normalmente nos enrollamos las
dos chicas para calentarle, al menos una se la chupa y luego nos folla, ¿te quedas má s
tranquila?
—Joder, es que lo dices como quien hace la lista de la compra —protesta negando con la
cabeza.
—Es que para mí es trabajo, nada má s. No pongo ninguna emoció n, aunque en esos
momentos parezca que me está volviendo loca. Es solo interpretació n —insisto.
—Así que te vas a enrollar con esa Valeria para poner caliente a un tío.
—Al cliente. El que nos paga por ello. ¿Está s celosa?
—No —se apresura a responder.
—Pues no lo parece.
—Bueno, sí, un poco. ¿Has estado má s veces con ella? —pregunta, cogiéndome la barbilla
entre sus dedos para que la mire a los ojos.
—Otras tres veces. Me llama para este tipo de cosas porque sabe que no le voy a quitar los
clientes y ella va a ser la protagonista. Al fin y al cabo, es ella quien aporta el cliente y luego
compartimos el beneficio —le explico.
—¿Te corres con ella?
—Nuestro trabajo es que se corra el cliente, no corrernos nosotras —respondo con
sequedad.
—No me has contestado.
—Nerea…
—Erin, por favor, quiero saberlo. ¿Ese silencio es un sí?
—Si me preguntas si Valeria está buena, sí, lo está . Muchísimo. Si nada se tuerce por el
camino va a ser una top en Madrid. Con veinticuatro añ os se maneja como una veterana. Es
simpá tica, inteligente, hace que los clientes se sientan bien y que se crean que son
realmente especiales.
—No te he preguntado eso —suspira.
—Si me preguntas si cuando me folle me va a gustar, la respuesta también es sí, porque es
muy buena. Pero estamos allí para el cliente, no para nosotras. El cliente es el protagonista,
es él quien marca los tiempos y lo que hacemos. Ademá s, Valeria es completamente hetero.
—¿Me puedes contestar de una puta vez si te corres con la Valeria esa? —chilla, perdiendo
los nervios.
—Me corrí una vez con ella —admito con un soplido—. Pero es trabajo, nada má s, Nerea,
no es sexo. Nunca tendría nada con ella. Ni siquiera se me pasaría por la cabeza hacerlo con
ella fuera del trabajo, ¿vale? —pregunto, acercá ndome para besarla.
—¡Déjame! —ladra, apartá ndome con un manotazo.
—Nerea —suspiro.
—Vas a llegar tarde a tu cita.
—No es una cita, ¿puedes mirarme por favor? —insisto, pero mis palabras se pierden en el
aire. Se ha encerrado en nuestro dormitorio.
Se me parte el corazó n. Son demasiadas emociones en muy poco tiempo. Supongo que yo lo
tengo interiorizado, para mí es fá cil. Imagino que puede tener parte de razó n cuando me
dice que lo describo como quien va a la compra.
En doce añ os he aprendido a dejar mis sentimientos a resguardo en casa, es como si
pudiese desdoblar mi personalidad. En mi trabajo represento un papel, nada má s. Los
sentimientos, del tipo que sean, solamente pueden complicar las cosas.
Aun así, para Nerea debe ser muy difícil aceptar todo esto. Solamente tengo ganas de que
pase esta dichosa semana y volver a nuestra vida normal.
Aunque normal tampoco, porque no tendré trabajo, pero por lo menos nuestra relació n
espero que mejore. Prefería la situació n anterior donde ella no sabía nada. De haberlo
sabido, habría seguido con la mentira una semana má s, hasta acabar los servicios. No sé por
qué pensé que iba a ser fá cil. Y eso que nunca ha visto a Valeria.
Capítulo 6
Hoy me cuesta abandonar la casa para ir al trabajo.
Salgo por la puerta con el corazó n en un puñ o, sabiendo que Nerea sigue encerrada en
nuestra habitació n, sin querer hablar conmigo, llorando.
Mientras conduzco, no soy capaz de quitarme esa imagen de la cabeza. Normalmente,
prefiero quedar en un hotel elegido por mí, uno de confianza. Aun así, para el servicio de
hoy he quedado en el de mi clienta. Sé que es completamente de fiar y es lo menos que
puedo hacer después del dinero que se deja conmigo a lo largo del añ o.
Al entrar en el bar la veo sentada en una mesa algo apartada. Impecablemente vestida,
como siempre, con su habitual elegancia. Amparo es una alta ejecutiva de una empresa
multinacional, una mujer de mucho éxito en su trabajo.
Cincuenta y cuatro añ os bastante bien llevados, aunque como dice ella, no tiene ni tiempo
para ir al gimnasio. Esa falta de tiempo y los condicionamientos sociales que conlleva su
puesto son los causantes de que cada ciertos meses aproveche uno de sus continuos viajes
a Madrid para darse un capricho conmigo.
Eso ocurre desde hace unos cuantos añ os. Reserva casi siempre tres horas. Le gusta
tomarse las cosas con calma, sin prisas. No sé el dinero que se ha gastado esta mujer en mi
compañ ía, pero es un auténtico dineral.
Prefiere dedicar la primera hora simplemente a hablar, muchas veces también la ú ltima.
Siempre me dice que nos ayuda a crear un vínculo entre nosotras para que la sesió n de
sexo vaya mejor.
Disfruto enormemente de nuestras conversaciones. Es una fuente de sabiduría. A veces,
incluso, me trata casi como si fuese su hija, o una hermana pequeñ a, regalá ndome valiosos
consejos. Amparo es atenta, educada, cariñ osa, para luego transformarse en un volcá n de
pasió n en la cama. Supongo que en esos momentos, deja salir todo lo que lleva dentro
durante meses.
Es el momento de ponerme la careta. El instante en que debo dejar atrá s a Erin Ramos y
convertirme en Asia. Mucho má s extrovertida, má s segura de sí misma y al mismo tiempo,
mucho má s complaciente.
—Amparo, está s guapísima, como siempre —saludo al acercarme a ella.
—Mi niñ a, te he echado de menos —sonríe, levantá ndose para darme un abrazo.
Pasamos casi cuarenta y cinco minutos hablando de un montó n de cosas, poniéndonos un
poco al día desde la ú ltima vez. A veces, no sé si es consciente de las cosas que me cuenta de
su trabajo, informació n que podría ser muy valiosa, y eso me hace valorar má s aú n la
confianza que deposita en mí.
A la segunda copa de vino me mira con el rostro serio.
—Mi niñ a, ¿te ocurre algo? —inquiere, alzando las cejas.
—Nada, estaba un poco distraída, lo siento —disimulo.
Joder, no puedo dejar que esta situació n se apodere de mí. Los clientes está n pagando por
pasarlo bien, no para estar con una escort triste.
—¿Qué es lo que te pasa? Debe ser grave. Sabes que puedes contá rmelo —insiste, cogiendo
mi mano entre las suyas.
—Lo sé, tranquila.
—Asia, he llegado muy lejos en mi trabajo porque sé leer a la gente. De algú n modo, puedo
percibir lo que sienten. Tú está s aquí frente a mí, pero solo está ese precioso cuerpo. Tu
mente no. Esa está en otro lugar. Algo serio te preocupa —expone, acariciando mis nudillos
con el dedo pulgar.
—Lo siento. No te quería decir nada hasta el final. Lo voy a dejar —reconozco, desviando
los ojos para no encontrarme con su mirada.
—¿Y no deberías estar má s contenta?
—Se lo he contado ayer a mi novia, nos vamos a casar. Bueno, tal como está n las cosas
ahora, no sé si esos planes siguen adelante. El caso es que no quería mantenerlo en secreto
por má s tiempo, y bueno, ya te puedes imaginar el drama. Así que lo dejo esta semana. Se
acabó para siempre —agrego encogiéndome de hombros.
—Me alegro mucho por ti, mi niñ a.
—Gracias por comprenderlo. Significa mucho para mí —le aseguro.
—Así que novia. Me lo habías dicho alguna vez, pero pensé que era solo por mantener el
papel. No esperaba que te gustasen las mujeres de verdad.
—Sí, me gustan —reconozco con una sonrisa.
—¡Qué bonita te pones cuando dejas escapar esa sonrisa! Tu novia es una mujer muy
afortunada, espero que sea consciente de ello. No solamente eres preciosa, sino que eres
una mujer muy inteligente —apunta, apretando mi mano entre las suyas.
Yo solamente sonrío, sin saber muy bien qué decir.
—Amparo, quiero que sepas que esto no va a afectar para nada a mi trabajo cuando
estemos en la habitació n —le aseguro.
—¿Cuá ntas veces he estado contigo? —interrumpe.
—Muchas.
—Sé que será tan increíble como siempre. Aunque no te lo creas, saber que voy a
encontrarme contigo me ayuda en mi día a día. Me hace sentirme viva otra vez, casi como si
fuese una cita de verdad. Pero, no es eso lo que me preocupa. ¿Tienes pensado lo que hará s
cuando lo dejes? —inquiere incliná ndose hacia mí.
—No, no tengo ni idea —admito con un largo suspiro—. Dedicaré un tiempo a pensarlo.
Tengo algo de dinero ahorrado.
—Sabes que puedes contar conmigo si necesitas trabajo, ¿verdad? Eres honesta y muy
inteligente. Puedes llamarme cuando quieras —me asegura—. Por supuesto, todo sería
confidencial, nadie sabría nada de tu vida actual y no habría ningú n contacto fuera de lo
profesional entre nosotras.
—Gracias —susurro—. ¿Quieres que te recomiende a alguna otra chica?
—No, mi niñ a. Quizá sea hora de que yo también pase pá gina después de hoy.
Amparo deja escapar un largo suspiro y en sus ojos se refleja una mezcla entre tristeza y
nostalgia.
—No tengo prisa. Puedo quedarme contigo el tiempo que quieras y estaría incluido en el
precio que hemos acordado —propongo.
—Yo ya voy teniendo una edad, Asia. Necesito descansar para estar fresca mañ ana y
nuestros encuentros me dejan muy cansada. Lo que sí te pediría es poder ducharnos juntas.
Enjabonar tu cuerpo. Sé que no lo habíamos hablado y nunca lo hemos hecho, pero hoy me
apetece. No sé por qué, creo que hoy me gustaría un poco de intimidad. Añ á delo a la cuenta.
—Por favor, Amparo. Estaré encantada. Para mí será un placer. Eso y cualquier otra cosa
que te apetezca, solamente dímelo. Cumple cualquier fantasía que tengas, el precio está
cerrado —le aseguro, acariciando su brazo izquierdo con suavidad.
—Gracias por hacer que este vejestorio se sienta tan viva, mi niñ a. ¿Subimos? —indica,
señ alando con la barbilla hacia la zona de los ascensores.
Nada má s cerrar la puerta de su habitació n, la mirada de Amparo cambia por completo. Se
vuelve mucho má s agresiva, llena de pasió n.
—Ya sabes lo que tienes que hacer —sisea.
Nos dirigimos a la zona de trabajo de su mini suite y se sienta en un có modo sofá de cuero.
Me cambio de ropa delante de ella, poniéndome unas medias negras, sin bragas. Minifalda,
blusa blanca sin sujetador, dejando que los pezones se vean bien a través de la
transparencia, y zapatos de tacó n.
Me voy vistiendo lentamente, cada movimiento calculado, sensual. Es como un strip tease a
la inversa; en vez de desnudarme me visto, pero es igual de excitante, puedo verlo en su
mirada.
Al terminar de vestirme me siento frente a la mesa de trabajo y coloco unos papeles sobre
el escritorio, pretendiendo que estoy trabajando en una empresa. Lista para empezar
nuestra fantasía.
Con Amparo, siempre recreamos una escena similar. Es una fantasía femdom en la que ella
es dominante…muy dominante. A veces, me excita que se deje ir de esa manera, sentir toda
su energía. Puede ser mucho mayor que yo, pero cuando se pone así me encanta. Sé que la
voy a echar mucho de menos, aunque eso no se lo puedo decir a Nerea.
—¿Has terminado el informe que te pedí? —pregunta con voz autoritaria.
—Sí, jefa, aquí lo tiene —respondo con timidez, bajando la mirada.
Obviamente, le entrego un papel en blanco, pero las dos estamos ya metidas en nuestra
fantasía.
—¿Sabes que esto está mal hecho? —protesta, golpeando la mesa con la palma de la mano.
—Lo siento, jefa.
—Voy a tener que castigarte —asegura, deslizando la punta de los dedos por mi mandíbula.
—Lo siento, haré todo lo que me pida para compensar el error —le aseguro.
—Ponte de pie y date la vuelta —ordena.
Me levanto, apartando lentamente la silla, y me doy la vuelta con las manos apoyadas sobre
la mesa de trabajo, mis piernas parcialmente abiertas.
Amparo se acerca a mí, deslizando el reverso de su mano por el lateral de mi cuello. Emito
un suspiro de excitació n, mitad mentira y mitad verdad.
Sus dedos recorren mi espalda a cá mara lenta. En el espejo frente a nosotras puedo
observar sus ojos fijos en mis pezones endurecidos, presionando sobre la tela de la blusa.
Sube la minifalda por encima de mis caderas, baja las medias un poco y ¡zas!. Me da varios
azotes en el culo. Después de tantas veces juntas sabe darme con la presió n suficiente como
para que ambas sigamos dentro de su fantasía, pero, al mismo tiempo, no hacerme ningú n
dañ o.
—¿Te está s excitando? —inquiere, tirando de mi cola de caballo.
—Sí —suspiro.
—¡Déjame ver!
Desliza los dedos por mi sexo para sentir su humedad e introduce uno de ellos en mi
interior. Emito un gemido de placer, de nuevo, en parte falso y en parte auténtico.
—Buena chica —masculla.
Se pega a mí y lleva a mi boca el mismo dedo que hace un instante estaba en mi sexo para
que se lo chupe. Tiene unos dedos muy largos y finos, sus manos suaves y perfectamente
cuidadas. Lo chupo con lentitud, percibiendo el olor de mi sexo, el sabor de mi excitació n,
escuchando sus gemidos de placer mientras lo hago.
Amparo se sienta sobre la mesa, abre las piernas y, tirando de mi coleta, me coloca sobre la
silla. Vuelve a ser un gesto autoritario, pero en su justa medida, sin hacerme el má s mínimo
dañ o.
Con una ligera presió n sobre la nuca, pega mi cara a su sexo. No lleva bragas y con las
piernas abiertas, su intimidad brilla de excitació n.
Mientras acaricia mi pelo, deslizo lentamente la lengua entre sus labios. Los acaricio con la
boca. Lamo desde el perineo hasta su clítoris muy despacio, la punta de mi lengua haciendo
un poco má s de presió n al llegar a la entrada de su vagina.
Amparo gime, suspira, jadea con sus manos enraizadas en mi pelo. Emite un gemido mucho
má s fuerte cuando llego a su clítoris. Lo recorro con la lengua con suavidad; primero
lamiéndolo, má s tarde presionando ligeramente, haciendo pequeñ os círculos alrededor de
él, volviéndolo a lamer, succioná ndolo.
Escucho sus gemidos hacerse cada vez má s fuertes, mi nariz acariciando su pubis, sus
piernas temblando ligeramente hasta que tensa la espalda con fuerza, dejando escapar un
fuerte gemido.
—Joder ¡qué pasada, Asia! —grita, tirando de mi pelo.
Me incorporo ligeramente para mirarla a los ojos, mi boca dibujando una sonrisa contra su
sexo. Puedo ver excitació n en esa mirada, pero también ternura. Sus manos ahora ya no
tiran de mi pelo, lo acarician con suavidad.
—Desnú date y tú mbate en la cama —ordena.
Ambas caminamos hasta el lecho y nos vamos desnudando. Sé que debo mantener los
zapatos de tacó n puestos, es un fetiche que tiene. Desde la cama, observo có mo se quita la
ropa. Tiene un buen cuerpo; alta y delgada, tuvo que haber sido una mujer muy guapa
cuando era joven. Todavía lo es.
Se coloca un arnés. Mientras lo hace, abro las piernas, ofreciéndole mi sexo y me acaricio
lentamente para excitarla, aunque sé que solamente con colocarse el arnés, ya se excita
muchísimo.
Se acerca a mí con una pequeñ a bolsa de terciopelo.
—Me gustaría que te pusieses esto —propone.
Saca de la bolsa un collar de cuero rosa, de un tacto suavísimo, del que sale una correa,
también rosa, no demasiado larga.
—¿Puedo? ¿Es mucho pedir? —inquiere dudando.
Asiento con la cabeza sonriendo. Estoy algo sorprendida, nunca me había querido que me
pusiese un collar, ni siquiera lo había mencionado en ninguna de las muchas ocasiones que
hemos estado juntas. Sé muy bien que nunca me haría dañ o. La propia elecció n del collar lo
indica. Puede que sea un collar de sumisió n, pero es el má s delicado que he visto en toda mi
vida. Ha sido elegido con esmero.
Cuando lo tengo alrededor de mi cuello, Amparo coge la correa con su mano derecha. Las
pocas veces que he hecho algo de sumisió n, casi siempre me piden que me ponga a cuatro
patas sobre la cama, así que lo hago también con ella. Puedo ver la excitació n en sus ojos.
Acaricia con su mano derecha el dildo del arnés como si fuese un pene de verdad.
Tira ligerísimamente de la correa, pidiendo que me acerque. Camino por la cama a cuatro
patas hasta llegar al extremo. Lanza un suspiro de excitació n al tenerme cerca.
—¡Chú pala! —ordena.
Hago lo que me dice. Lamo la base, deslizo mi lengua por los laterales, meto el falso glande
en mi boca, rodeá ndolo con la lengua. Amparo gime de manera cada vez má s audible, como
si de verdad pudiese sentir mi lengua en su pene de silicona.
—¡Date la vuelta!
Me doy la vuelta y me quedo a cuatro patas cerca del borde de la cama. Siento có mo se
acerca a mí. Frota el dildo entre mis piernas, lo roza sobre mi clítoris. Tras un pequeñ o
azote en el culo, introduce el glande en el interior de mi sexo.
Lo hace con suavidad, con cuidado de no hacerme dañ o. Pese a ser una escena de
dominació n femenina, siempre tiene el má ximo cuidado de no lastimarme. Es lo que má s
me gusta de ella. No pierde la autoridad, mantiene su lado salvaje, pero al mismo tiempo,
muestra ternura.
Me penetra con lentitud al principio, tirando de la correa rosa que rodea mi cuello de
manera casi imperceptible. En cuanto ve que el dildo resbala fá cilmente en mi interior, lo
hace con má s fuerza. Coloca las manos en mis caderas y empuja con un ritmo constante. Sus
gemidos se mezclan con el ruido de su piel impactando en mis nalgas con cada embestida.
—¡Tú mbate bocarriba!
Obedezco y me tumbo bocarriba sobre la cama. Mi melena rubia contrastando con la tela
negra de la almohada. Abro las piernas, invitá ndola a entrar.
—Eres preciosa. Una auténtica obra de arte —susurra, acariciando mi cuerpo con la punta
de los dedos.
Sorprendida, veo que se quita el arnés, que cae a sus pies. Empiezo a preocuparme, porque
normalmente, dedica bastante tiempo a penetrarme en varias posturas y hoy apenas
habremos estado diez minutos.
—¿No te ha gustado? —pregunto confusa.
—No seas tonta. ¿Có mo no me va a gustar?
—Has parado muy rá pido.
—¿Me dejarías probar una experiencia algo má s auténtica? —inquiere con una timidez
inusual en ella.
—Te dejaría probar lo que tú quieras, Amparo. Y sabes que te lo digo de verdad —le
aseguro.
Se tumba junto a mí en la cama y, mientras me acaricia el pelo, besa mis labios. Es un beso
casi tímido, como de prueba, exploratorio.
—Es la primera vez que me besas en los labios —susurro sorprendida.
—Es la primera vez que beso a una mujer —aclara.
—¿Qué tal?
—Merece la pena repetir.
Me besa de nuevo, tímidamente, explorando mis labios con los suyos. Deslizo con suavidad
la punta de mi lengua entre ellos y escucho un pequeñ o gemido. Al volver a hacerlo,
muerde mi labio inferior, me besa ahora con má s pasió n mientras rodea mi nuca.
Colocada sobre mí, besa mi cuello, acaricia mis pechos, lame los pezones.
Sonríe.
—Siempre he querido hacer esto —admite.
La miro con ternura, es la primera vez que la veo así. Se la ve relajada, explorando,
disfrutando.
—Me encanta esta nueva versió n tuya —le aseguro.
—¿La otra no te gustaba?
—También, pero esta me parece super tierna. Ven.
Tomo su mano derecha con la mía y la acerco a mi sexo. Voy guiando sus dedos con suaves
caricias mientras siento que me empiezo a excitar mucho má s.
Amparo sonríe al sentir la punta de sus dedos resbalando entre mis labios. Presiono un
poco su mano y me penetra con dos de sus dedos, moviéndolos con algo de miedo en mi
interior.
—¿Qué hago?
—Explora con calma —siseo, besando su frente
Siento sus dedos recorrer el interior de mi sexo, muy lentamente, explorando la suave piel,
y pienso para mí que en estos momentos no necesito fingir. Me está volviendo loca.
Dejo caer la cabeza sobre la almohada y me abandono a las sensaciones que, sin esperarlo,
me está regalando.
—Un poco má s rá pido —jadeo.
—¿Así?
—Sí, perfecto.
Escucho sus gemidos mezclados con los míos, frota su sexo sobre mi muslo, dejando en él
un reguero de humedad mientras me penetra.
—Curva un poco los dedos hacia arriba —ruego entre gemidos.
—¿Así?
—Justo así, ¿notas una superficie un poco má s rugosa?
—Sí.
—Presiona ahí, fuerte, no tengas miedo.
Me penetra con fuerza, a un ritmo constante, mientras la palma de su mano frota mi clítoris
de manera natural con cada movimiento. Joder, me está volviendo loca.
—¿Me puedes meter el meñ ique en el culo?
No me contesta, pero su sonrisa y sus gemidos me indican que le ha gustado la idea. En
cuanto su dedo meñ ique empieza a estimular las terminaciones nerviosas de esa zona, es
como si una corriente eléctrica recorriese todo mi cuerpo. El triple placer que me está
regalando es maravilloso. Siento có mo se forma un orgasmo en mi interior, agarro su pelo
entre mis manos y me entrego a ella, sintiendo un placer increíblemente intenso y largo.
Amparo me observa, sorprendida, sus ojos llenos de excitació n, mientras tengo pequeñ os
espasmos de placer con sus dedos todavía en mi interior.
—¿Lo has tenido de verdad? —pregunta con los ojos abiertos como platos.
—Sí —confieso.
—Quiero decir, este no fue fingido ni nada de eso, ¿no? —insiste.
—Amparo, siempre me gusta lo que me haces —le aseguro.
—Pero ¿este fue de verdad?
—Sí, fue de verdad —suspiro.
La sonrisa que se forma en sus labios no tiene precio. Me abraza y me cubre de besos.
Apoyo la cabeza en su pecho y permanecemos un buen rato en silencio, solamente
abrazadas, con pequeñ as caricias de cariñ o.
—Mi niñ a, esto ha sido una de las cosas má s bonitas que me han pasado nunca —exclama
de pronto, su voz solamente un susurro.
—Ahora te toca a ti, Amparo. Verá s, voy a hacer que disfrutes mucho má s. No tengo
ninguna prisa.
—No, de verdad —me detiene—. Quiero despedirme de ti con este recuerdo. No quiero que
se borre nunca de mi cabeza. Ha sido precioso —confiesa y casi podría jurar que sus ojos se
han humedecido.
Mientras me abraza pienso en lo extrañ o de la situació n. En los ú ltimos cinco añ os, hemos
estado juntas en un montó n de ocasiones, quizá cinco o seis veces por añ o. En cambio,
solamente en la ú ltima se ha dejado ir. Lo curioso es que la experiencia má s sencilla es la
que má s le ha gustado.
Entre sus brazos me siento extrañ amente a gusto. Fue un orgasmo muy bueno, intenso.
Casi me siento un poco culpable. Hoy me abandoné a mi placer y ella me está pagando.
Aunque creo que está siendo sincera y le ha gustado mucho má s que las veces anteriores.
—¿Tienes tiempo para la ducha esa que me habías prometido? —pregunta de pronto.
—Claro que sí. Todo el tiempo que quieras —respondo con una sonrisa.
Pasamos un buen rato en la ducha. Enjabonando nuestros cuerpos, acariciá ndonos,
besá ndonos. Ahora ya no es ella quien lleva la iniciativa, no hay ni rastro de su actitud
dominante. Es tan solo cariñ o.
—¿Puedo lavarte la cabeza?
—No tienes ni que preguntar —le aseguro con un guiñ o de ojo.
Me enjabona el pelo con suma delicadeza. Me siento relajada, increíblemente bien. Es lo
menos parecido a trabajo que he hecho en añ os.
Después de secarnos la una a la otra con las suaves toallas del hotel, me dispongo a
vestirme.
—Deja que te vea desnuda por ú ltima vez —solicita.
—¿Quieres que me quede un poco má s?
—No, tienes una novia esperá ndote en casa. Es una mujer muy afortunada.
—Hoy ha sido muy bonito, Amparo. Te voy a echar mucho de menos —admito—. Te lo digo
de corazó n.
—Yo sí que te voy a echar de menos, mi niñ a. Para mí ha sido una experiencia ú nica.
Siempre fue maravilloso contigo, no solo el sexo, también la conversació n. Pero hoy he
hecho el amor contigo, no te he follado. Y ha sido mucho mejor. Ojalá lo hubiese sabido
mucho antes.
—Me vas a derretir —confieso.
—Venga tonta, ¡apresú rate que te esperan en casa! Tienes todos mis datos. Si quieres
trabajar en mi empresa, sé de sobra lo inteligente y honesta que eres. Tienes las puertas
abiertas y no tiene nada que ver con el sexo. Si prefieres otra empresa, te puedo
recomendar en varios sitios. Tengo muy claro que puedo confiar en ti —afirma justo antes
de que termine de vestirme.
—Eres un cielo —susurro, besando sus labios por ú ltima vez.
—Espera, me gustaría que conservases esto como recuerdo —interrumpe, estirando la
mano para entregarme el collar rosa que me había puesto hace unos minutos.
Mientras conduzco en direcció n a mi casa, tengo sentimientos encontrados. Lo de hoy ha
sido muy bonito, lo hubiese hecho sin cobrar. La voy a echar de menos de verdad, no como
cliente.
Al mismo tiempo, me siento culpable. No creo que le pueda contar a Nerea que me he
abandonado al placer, que he tenido un orgasmo maravilloso con una cliente de cincuenta y
cuatro añ os. Hay cosas que es mejor que no sepa. Por mucho que haya jurado que no habría
má s secretos entre nosotras.
Capítulo 7
Regreso a casa rozando las doce de la noche y me encuentro a Nerea esperando en el saló n.
—Has tardado. Estaba preocupada por ti —espeta incluso antes de que entre por la puerta.
—No tienes por qué preocuparte, era un servicio fá cil, ya te lo había dicho. Avisé de que era
la ú ltima vez y fue una noche muy productiva. En esas tres horas saqué má s de lo que la
mayoría de la gente gana en un mes —admito, dejá ndome caer junto a ella en el sofá .
No menciono que, ademá s de ganar mucho dinero, me lo pasé bien y hasta llegué a tener un
orgasmo. No quiero complicar las cosas, aunque tampoco puedo evitar que se me venga a la
cabeza lo que ha ocurrido con Amparo.
—Creí que no les ibas a decir a tus clientes que era la ú ltima vez, solamente desaparecerías
para siempre y punto.
—Este es un caso especial —reconozco—. Sé que no se va a obsesionar conmigo y después
de todas las veces que me ha contratado, creo que se merecía saberlo. ¿Ya está s mejor? —
inquiero, acariciando su brazo izquierdo con suavidad.
—Sí, perdona, fue un ataque de celos por lo de la Valeria esa, estaré mejor cuando acabes
con lo del dú plex, y mejor aú n, cuando se termine esta puta semana y lo dejes para siempre
—asegura con un soplido.
—Ya no queda nada —le recuerdo.
—¿Has pensado lo que vas a hacer cuando todo esto se acabe? —pregunta muy seria.
—¿Envejecer a tu lado y darte muchos mimos?
—En serio, joder, Erin. Me preocupa que de repente te encuentres sin nada que hacer y
entres en una depresió n o algo así. Llevo toda la jodida tarde pensando en eso. Siempre has
sido muy independiente y tu vida está llena de subidones de adrenalina, no sé có mo
llevarías un tiempo sin hacer nada. Me asusta. Me asusta mucho —admite, desviando la
mirada.
—No te preocupes. Todavía soy muy joven. Tendré que desempolvar mi título de
economista algú n día, ¿no te parece? —bromeo, pegá ndole un pequeñ o golpe en el hombro.
—¿Có mo explicará s el vacío de añ os en tu currículum?
—No es un vacío grande. Teó ricamente, monté una empresa de asesoramiento en redes
sociales hace cinco añ os, ¿recuerdas? Así que, ya ves, mi tapadera me puede venir bien,
después de todo. Siempre y cuando no me pregunten algo sobre asesoramiento en redes
sociales, claro.
—¿Có mo se te ocurrió lo de montar la empresa esa? —pregunta extrañ ada Nerea.
—Si lo piensas, es una tapadera bastante buena. Te permite facturar a través de un negocio
en el caso de que el cliente necesite factura, que a veces te la piden. Ademá s, el coche está a
nombre de la empresa y la tengo domiciliada en otra ciudad, así que me ayuda con lo de la
seguridad —le explico.
—Supongo que lo tienes todo bien pensado. ¿Es comú n en vuestro negocio lo de tener una
tapadera?
—Bastante comú n, incluso en el caso de las chicas que trabajan en agencia, que no
necesitan tener una empresa montada. Imagino que la mayor parte de nosotras nos vemos
en la necesidad de justificar de cara al exterior por qué pasamos tanto tiempo en casa sin
hacer nada. Hay que explicar las salidas a cenar, ya sabes, ese tipo de cosas.
—Bueno, conmigo te funcionó muy bien. Me engañ aste por completo durante dos añ os —
interrumpe con un tono de voz má s alto de la cuenta.
—Lo siento, de verdad. No pretendía engañ arte, pero era necesario —me disculpo.
—No lo sé. En el fondo quiero comprenderlo, me gustaría pensar que tienes razó n, aunque
me dolió , no te lo voy a negar. Me sigue doliendo. Mucho —admite, bajando la mirada.
—Me lo imagino. Lo de la tapadera es importante también para dar un equilibrio a tu vida.
Las que mejor funcionan son las má s sencillas, las que son fá ciles de explicar, pero al mismo
tiempo vagas. Algo que puedas llegar a interiorizar. A veces, una pequeñ a mentira es lo
mejor para todos.
—Ya decía yo que con el dinero que traías a casa debías de ser muy buena asesorando en
redes sociales. Me sorprendió que no quisieses hablar con mi jefe cuando lo necesitamos —
recuerda Nerea, poniendo los ojos en blanco de manera dramá tica.
—Joder, ¡qué pesada te pusiste con aquello! Ya no sabía có mo decirte que no.
—¡Qué horror! —suspira, llevá ndose las manos a la cabeza.
—Tampoco te pienses que esto es todo glamur. En el fondo, somos trabajadoras autó nomas
con todo lo que ello conlleva. Hay meses muy buenos, pero también otros muy malos. Si te
pones enferma no ganas dinero. Te tienes que cuidar mucho. Debes hacer descansos en los
que tampoco se gana dinero. Psicoló gicamente, es muy duro —le explico.
Me alegra ver que está mucho má s tranquila, porque me marché muy preocupada de casa.
Al verla sufrir, me doy cuenta de lo duro que tiene que ser para ella saber que su pareja
está teniendo relaciones sexuales con otras personas por dinero. Yo lo tengo asumido como
un trabajo, pero para una persona ajena a este negocio tiene que ser muy difícil de aceptar.
—¿Te apetece ver una peli en la cama? Mañ ana no madrugamos ninguna de las dos —
propone.
—¿No íbamos a ir al gimnasio juntas?
—Por un día que te saltes el gimnasio no pasa nada. A ver, que me encanta que tengas ese
tipazo que tienes, pero es solamente un día. Y me parece que mañ ana por la noche la
Valeria esa ya te va a dar una buena sesió n de cardio.
—¿Sigues con eso? —inquiero buscando su mirada.
—Es broma. Bueno, a medias. Ya lo voy asumiendo. Con el enfado no te pregunté qué má s
te queda, ademá s de lo de Valeria —se disculpa.
—Es todo fá cil. Pasado mañ ana no tengo nada, así que podemos hacer los planes que tú
quieras durante casi dos días. Podríamos tomarnos unas mini vacaciones, si te apetece. Al
día siguiente por la noche tengo un foot fetish de una hora y al siguiente una GFE de una
hora también. Los dos má s o menos temprano, así que mantendré la habitació n del hotel
esos dos días.
—Tendría su morbo hacerlo en esa habitació n —suelta de pronto.
—¿Qué? —pregunto sorprendida—. ¿En plan… jugar a que eres mi clienta?
—Sí, ¿te molestaría?
—¡Joder! ¿Me lo dices en serio? No, supongo que no me molestaría. No, vale, puede estar
bien y la habitació n está ya pagada, al fin y al cabo. Piensa en alguna fantasía que quieras
cumplir —le propongo alzando las cejas, aunque cada vez que excita má s lo que Nerea
acaba de proponer.
—Para eso tendría que inspirarme en tu maleta de juguetes sexuales.
—Es toda tuya. Hay otra maleta con ropa de todo tipo que, por razones obvias, no me
pongo por la calle.
—¿En serio?
—Sí, la roja. Toda tuya también —expongo, señ alando con la barbilla hacia el armario.
—Joder, tienes suerte de que no soy curiosa. Nunca me dio por abrir esas dos maletas del
armario —reconoce.
—Pues tú misma. Explora todo lo que quieras mañ ana —bromeo, aunque imaginar a Nerea
sacando uno a uno los juguetes sexuales de la maleta gris, me está excitando una
barbaridad.
—¿Me podrías decir un poco de lo que van esos dos servicios que te quedan? Lo de foot
fetish me imagino que es algo de los pies, y lo de GF algo, no tengo ni idea —confiesa.
—Sí, Foot fetish es un fetiche de pies. Es muy comú n, o al menos yo hago bastantes. Y
bueno, la verdad es que me gustan.
—Desde que me lo dijiste me empiezan a gustar má s tus pies, son preciosos. No sé si tendré
yo también un fetiche de esos —admite Nerea entornando los ojos y llevá ndose una mano a
la frente—. ¿De qué va?
—Hay muchos tipos. El de esta semana es muy fá cil. Es una chica de treinta y cuatro añ os.
Me lava los pies en un cuenco o en el bidé del bañ o durante un buen rato, casi con devoció n.
Me los chupa otro buen rato, me da un masaje con crema, se masturba con uno de mis pies
y se corre frotá ndose contra él para después chuparlo de nuevo. Ni siquiera estoy desnuda,
me quedo en lencería sexy.
—¿Se corre en tu pie y luego te lo chupa? —pregunta alzando las cejas con sorpresa.
—Sí, es su fantasía, le gusta.
—¿No te importa?
—Pues no, para nada. Joder, Nerea, ¿por qué me va a importar? Es muchísimo mejor que
masturbar a un tío con los pies, al principio era super complicado, luego le fui cogiendo el
ritmo y…
—No me des detalles, ¡qué asco, joder!
—Es que el tema de los fetiches de pies es muy amplio. Hay gente que quiere verte caminar
desnuda en zapatos de tacó n, o que dejes los zapatos de tacó n puestos para follar, algunas
personas quieren que camines descalza sobre ellas. No sé, puede variar bastante, pero es de
mis favoritos, es bastante excitante —reconozco.
—No sabía que fuese tan comú n.
—Lo es. Todo el mundo tiene fantasías y fetiches. La diferencia está solamente en si los
cumplimos o no. Algunas fantasías es mejor que se queden en fantasías, pero la mayor
parte se pueden cumplir. Nosotras estamos para cumplirlas en el caso de que no puedas
con tu pareja —expongo, abriendo las manos.
—Yo no voy a decir nada, que tengo unas cuantas —suspira.
—Sí.
—Joder, lo dices como si fuese una pervertida —protesta.
—No, idiota, me gusta que las tengas y que las compartas conmigo. Es un signo de que hay
mucha confianza y eso es muy bueno para la pareja.
—¿Y lo de las siglas esas, GF algo así?
—GFE, Girlfriend Experience, o trato de novia. Es un servicio en el que vamos jugando a
que soy su novia. Va poco a poco en plan romá ntico, besos, caricias, má s conversació n,
mimos. Bueno, al menos en teoría. Lo ideal sería hacerlo en tres horas para tomar algo,
hablar, ir subiendo la temperatura poco a poco y luego ir a la habitació n. En la prá ctica, rara
vez funciona así —reconozco.
—Es que tres horas sale muy caro, ¿no?
—Sí, sale muy caro. Bien llevado es una experiencia bonita y no es por nada, pero se me da
muy bien.
—Y el de esta semana, ¿cuá nto tiempo es?
—Una hora solamente. Así que nada, como mucho hablamos un poco mientras bebemos
algo en la habitació n, besos, caricias, con suerte una ducha rá pida, se lo como, me toca un
poco por ahí abajo, follamos. Se corre, yo finjo que me corro má s o menos al mismo tiempo
que ella. Le digo que me encantó y que es una má quina. Hablamos, quizá ducha, quizá
segunda ronda, aunque no es del todo comú n y se acabó . La lista de la compra como tú
dices —indico encogiéndome de hombros.
—Eso de que “le digo que me encantó ” y “finjo que me corro” me preocupa.
—Sabes que contigo es verdad —susurro.
—Date una ducha antes de venir a la cama. Por favor —solicita y su voz se quiebra al
pronunciar las palabras.
Estoy a punto de decirle que ya me he duchado en el hotel, pero tendría que explicar que
fue con Amparo. Sus ojos se tornan tristes y me duele pensar en lo que implica esa ducha
que me pide. Es como si el agua pudiese arrastrar cualquier recuerdo de mi trabajo. Como
si al salir de la ducha ya no fuese una escort y volviese a ser simplemente, Erin.
Capítulo 8
Escucho pequeñ os ruidos en la habitació n y abro los ojos con pereza. Ya es totalmente de
día. Los rayos de sol se cuelan por la ventana y, a lo lejos, se escuchan los ladridos del perro
de los vecinos.
Nerea está sentada junto a mí, tecleando en su portá til. Ahora soy yo la que la observo. Está
preciosa a pesar de que acaba de levantarse y ni siquiera se ha duchado aú n. Tan
concentrada en su ordenador. Apetece levantarse y comerla a besos.
—Buenos días, ¿te he despertado? —inquiere con una sonrisa.
—No, tranquila, ya debe ser tarde. ¿Llevas mucho tiempo levantada?
—No he dormido bien —admite.
—Lo siento. ¿Sigues preocupada? —susurro, acariciando con suavidad su brazo izquierdo.
—Un poco. No pasa nada. Te he vuelto a mirar mientras dormías —confiesa, alzando las
cejas y mordiendo su labio inferior en una sonrisa llena de picardía.
—Sabes que tienes permiso para despertarme cuando quieras y como quieras, ¿verdad?
Sobre todo si es para…ya sabes lo que estoy pensando —añ ado con un guiñ o de ojo.
Solamente asiente con la cabeza y sonríe, sin contestarme, cambiando de tema.
—¿Qué te apetece hacer hoy?
—¿Qué tal si empezamos con un desayuno en el jardín? —propongo—. Hace un día
precioso. Luego nos podemos dar una ducha y un bañ o en la piscina, o al revés, piscina y
ducha. Como quieras. Y podemos ir de compras má s tarde.
—Me parece un buen plan —accede, asintiendo con la cabeza.
Entre las dos, vamos colocando algunos platos en la mesa del jardín y rebuscando en la
nevera y la despensa alguna cosa para desayunar. Se nos ha ido pasando lo de ir a la
compra y estamos casi sin comida. Nerea es como un libro abierto, su cara es muy
expresiva y, con el tiempo, he aprendido a conocerla bastante bien. Hoy es evidente que no
se encuentra bien. Su mirada está triste.
—Te veo un poco melancó lica —susurro junto a ella—. Tendré que darte muchos mimitos.
¿En qué piensas? —pregunto, acercá ndome má s a ella para apoyar mi frente en la suya.
—Nada, es una tontería. Pensaba en lo mucho que voy a echar de menos esta casa. Cuando
dejes tu trabajo no nos la podremos permitir y le he cogido cariñ o —reconoce—. Es la
ú nica pega que le veo a que lo dejes, pero merecerá la pena igualmente, no puedo
soportarlo má s —agrega.
—Pensaba que no te importaban las cosas materiales.
—La casa me gusta. Mucho. Supongo que es diferente. Nunca imaginé que viviría en una
casa así, y menos siendo tan joven. Había hecho muchos planes, imaginando nuestra vida
juntas en ella. Quizá con algú n niñ o jugando por el jardín. Pero bueno, creo que es má s
importante que si hay niñ os crezcan con unas madres con trabajos normales —admite,
dejando escapar un largo suspiro.
—Vamos viendo có mo lo hacemos, ¿vale?
—Lo de los niñ os ya lo hemos hablado. Sabes que quiero ser madre —insiste.
—No me refiero a eso. Me refiero a la casa —aclaro—. Vamos viendo. Después de esta
semana tendremos que echar algunas cuentas. Tengo bastante dinero ahorrado para
aguantar un tiempo. Veremos qué tipo de trabajo puedo conseguir. Es difícil de decidir
ahora mismo.
A continuació n, cuando me levanto para retirar una toalla que estaba a punto de caerse a la
piscina, escucho a Nerea llamarme con insistencia.
—No pases por ahí desnuda —indica haciendo una señ a.
—¿Qué?
—Tenemos que cambiar las hamacas de sitio. No pases por ahí desnuda —insiste.
—¿Se puede saber qué te ocurre? —pregunto sin comprender nada.
—Nunca te lo había dicho, pero el señ or de la casa de enfrente me mira mientras tomo el
sol —explica Nerea bajando la voz.
—Bueno, yo también lo haría —bromeo.
—Eres imbécil, Erin. Me pone muy nerviosa que lo haga. Está siempre pegado a la ventana,
tras las cortinas —aclara.
—En cuanto se dé cuenta de que sabes que está mirando seguro que no lo hace má s.
—No lo tengo yo tan claro.
—Seguro que sí, porque tendrá miedo de que se enteren su mujer y sus hijos. Verá s, vamos
a hacer un experimento —propongo guiñ ando un ojo al observar que Nerea sigue muy
nerviosa.
Coloco la toalla en la hamaca que tiene mejores vistas desde su ventana y me tumbo
desnuda, cerrando los ojos y pretendiendo que tomo el sol.
—¿Qué haces Erin? Joder, ¿está s loca? —protesta Nerea.
—¿Está el vecino? ¡Mira tras ese arbusto y me dices! —le indico sin abrir los ojos.
—Sí, está . Habla má s bajo que te va a escuchar. Te lo está viendo todo. ¡Cierra las piernas,
idiota!
—Y má s que va a ver —respondo sin poder esconder una sonrisa.
Observo a Nerea con disimulo y puedo ver su cara de asombro cuando comienzo a jugar
con mis pezones, incluso se tapa la boca con la mano, exagerando su gesto de sorpresa.
—¿Qué coñ o haces, Erin? Eres gilipollas, joder —se queja susurrando.
—¿Sigue mirando?
—¡Pues claro que sigue mirando! Ese ya no se marcha, solo le falta ir en busca de unos
prismá ticos o grabarte con el teléfono mó vil. Es que eres imbécil —insiste enfadada.
Con los ojos cerrados, imagino la mirada de nuestro vecino clavada en mi cuerpo,
disfrutando del espectá culo. Y espectá culo va a tener. Le voy a dar uno que no olvidará ,
pero el susto que se va a llevar al final va a ser mayú sculo.
Imagino su cara de asombro al ver mi mano deslizarse por mi vientre hasta mi pubis.
Abriendo las piernas, lo acaricio lentamente con la mano derecha, mientras que la
izquierda sigue jugando con mis pezones.
Bajo un poco má s y recorro mi sexo con la yema de los dedos sintiendo que estoy algo
hú meda. Me gustaría poder ver la cara de nuestro vecino mirando. Al menos, ser capaz de
ver la de Nerea, pero debo seguir con los ojos cerrados para que la actuació n sea
convincente.
Coloco mis pies descalzos sobre la hierba, sintiendo su textura haciéndome cosquillas en la
planta. Todavía está mojada del rocío de la mañ ana. Sigo rozando mi sexo con la punta de
los dedos, recorriéndolo desde el perineo hasta el clítoris. Muevo las caderas en círculos,
fingiendo que estoy excitada e introduzco el dedo medio en mi interior.
Lo saco muy lentamente, abriendo los ojos y mirando directamente a la ventana donde está
escondido nuestro vecino. Le saludo con una sonrisa y le dedico un gesto, extendiendo bien
ese mismo dedo que ha estado dentro de mi sexo.
Pronto, las cortinas de la casa se mueven, el hombre desaparece y Nerea sacude la cabeza
muerta de risa. No creo que vuelva a espiarnos, pero, por si acaso, cambiamos las hamacas
de sitio.
—¡Está s loca, joder! —exclama, negando con la cabeza.
—Ese no te vuelve a molestar. ¿Una ducha juntas? —propongo.
—Lo necesito. No sé si ese cerdo se habrá excitado, pero yo sí —reconoce Nerea—. Creo
que soy un poco voyeur, ¡madre mía, qué subidó n! —bromea.
Capítulo 9
Una de las cosas que má s me gustan de esta casa, quizá la que má s echaré de menos si
debemos abandonarla, es la bañ era.
Tenemos una bañ era de un tamañ o enorme. Aunque parezca una tontería, fue una de las
razones por las que elegimos la vivienda. Cabemos las dos de manera bastante có moda y ni
que decir tiene que le sacamos mucho provecho a lo largo del añ o.
Mientras Nerea prepara el agua a la temperatura que nos gusta y llena la bañ era de
espuma, me coloco detrá s de ella cubriéndole de besos la espalda y los hombros. Los suaves
suspiros que se le escapan me llenan de felicidad. Nunca tuve suerte en el amor y jamá s
pensé que iba a estar tan bien con ninguna persona.
Mis anteriores relaciones fueron, en el mejor de los casos, malas. Tó xicas, mucho, en varios
de ellos. Así que encontrar a Nerea fue una auténtica bendició n para mí. Por ella estoy
dispuesta a hacer lo que haga falta y si debo sacrificarme y buscar un nuevo trabajo, lo haré.
Todo lo que haga falta con tal de no separarnos nunca.
Ya en la bañ era, Nerea se coloca detrá s de mí y enjabona con suavidad mi espalda. Me
acerco má s a ella, ofreciéndole el cuello y, cuando me besa, siento sus duros pezones
resbalar por mi espalda. Me vuelve loca. Sentirlos en cualquier parte de mi cuerpo es algo
maravilloso.
Entre besos, mimos y jabó n, hablamos de las distintas posibilidades para pasar nuestra
luna de miel cuando nos casemos el añ o siguiente. A ambas nos apetece ir a algú n sitio con
sol, pero yo soy un poco má s aventurera que Nerea. Ella prefiere algú n lugar con bastante
civilizació n, mientras que a mí me gustaría visitar algo en estado má s salvaje, casi sin
turistas.
—Si sigues enjabonando así mis tetas acepto ir donde tú quieras —confieso, dejá ndome
mimar.
—Es que dos mujeres viajando solas por algú n lugar apartado…no sé, nos puede pasar algo.
A mí me da miedo —protesta.
—No pienso llevar a nadie má s en nuestra luna de miel —bromeo, inclinando la cabeza
hacia atrá s para besar sus labios.
—No te rías, joder. Ya sabes lo que quiero decir. Y sabes que tengo razó n —insiste—.
¿Quieres que miremos esta tarde algú n viaje?
—¿No es un poco pronto?
—Es por ir mirando y haciéndonos una idea. Ademá s, cuanto antes reservemos má s barato
saldrá .
—De momento sigue con mis tetas —suspiro, echando la cabeza hacia atrá s y cerrando los
ojos.
—¿Puedo comentarte algo que me preocupa?
—Claro —admito.
—No quiero que te moleste lo que te voy a decir, pero ¿no te da miedo coger alguna
enfermedad de transmisió n sexual? Porque después me la pasarías a mí, y bueno… ya
sabes…
—Joder, eres ú nica rompiendo los momentos romá nticos —me quejo, negando con la
cabeza.
—No hace falta que te enfades. Comprende que para mí todo esto es muy nuevo, y con ese
tema estoy muy preocupada. No dormí bien esta noche. Estuve dando vueltas a la cabeza
pensando en la mierda esa de las enfermedades de transmisió n sexual. Pero, nada, como
veo que para ti no es importante, pues ya lo hablaremos —protesta, chasqueando la lengua.
—No, lo siento, Nerea. Tienes razó n, es ló gico que te preocupes y debo explicarte có mo va
esa situació n —admito.
—¿Les pides un test a todos tus clientes?
—¿Có mo voy a pedirles un test a todos mis clientes? Si les pido un test, me quedo sin
clientes. Eso no se puede hacer. Ademá s, podrían falsificarlo o no estar actualizado. Es
inviable —le explico.
—Pero, entonces no sabes en qué condiciones llegan esos clientes. Pueden tener de todo.
—Cada tres meses me hago un test completo, pero al cliente no se lo puedo pedir. Ya casi
no hago servicios con hombres, pero en esos casos es siempre con preservativo.
—Es casi todo mujeres ahora, ¿no? Pero eso no impide que puedan tener alguna
enfermedad.
—Bueno, sí. Si es una cliente nueva y no lo tengo muy claro le pido usar una de esas
sabanitas de lá tex. Pero no es la norma, en la prá ctica es un riesgo que asumimos. Aun así,
en doce añ os nunca he tenido ningú n problema —reconozco.
—Joder, Erin, pero el puto riesgo está ahí. Es que me parece una jodida locura —se queja
enfadada.
—Antes de empezar a comérselo, lo disimulamos, pero hacemos un control visual por si
tuviesen algú n tipo de lesió n cutá nea que pueda indicar una enfermedad —le explico.
—Erin, joder.
—Bueno, sí, que el riesgo está ahí, es cierto —admito.
—Eres una irresponsable —chilla, levantá ndose para salir de la bañ era.
—Ya se acaba esta semana —le recuerdo.
—Me has puesto en riesgo durante dos jodidos añ os. Es que no te das ni cuenta. Eres una
puta egoísta —añ ade con un nuevo grito mientras coge su albornoz de la percha y se
dispone a abandonar el cuarto de bañ o.
—Venga, joder, está bamos hablando de la luna de miel.
—A mí todo esto me supera, Erin —confiesa, haciendo una pausa junto a la puerta—. Ayer
casi no pude dormir. Te juro que tengo unas ganas de que se termine esta puta semana que
ni te lo imaginas, aunque tenga que irme a vivir debajo de un puente. Para mí esto es
demasiado. No puedo, de verdad.
—Venga, vuelve aquí. ¿Si te doy un masaje en los pies te lo puedo compensar un poquito?
—propongo en mi tono má s seductor.
—Ya puedes empezar por los pies y seguir por todo el cuerpo. Y eso solamente para
compensar un poco la semana de mierda que me está s dando, guapa —protesta,
volviéndose a meter de mala gana junto a mí en el agua.
Sentada frente a ella en la bañ era, me inclino para besar su frente. Entiendo que lo tiene
que estar pasando muy mal. Que tu novia te diga después de dos añ os juntas que es una
escort no puede ser muy agradable. Y que te lo diga cuando tenéis planes de boda, es aú n
peor. Todavía no sé có mo sigue aquí.
En mi cabeza, intento justificar la decisió n de ocultá rselo durante tanto tiempo. En algunos
momentos, incluso pienso si no hubiese sido mejor dejarlo y no haber dicho nada.
Pero es que ni se me había pasado por la cabeza dejar mi trabajo. Lo tengo tan interiorizado
que, por alguna estú pida razó n, pensé que Nerea lo aceptaría y seguiríamos adelante como
si no hubiese pasado nada. Joder, he sido una auténtica gilipollas con ella.
Tomando sus manos entre las mías, le acaricio los dedos. Al estirar los brazos, deja al
descubierto unos pechos preciosos. Tiene un cuerpo increíble, pero, sobre todo, es un amor
de mujer. Soy muy consciente de la suerte que he tenido.
Al acariciar el interior de su brazo izquierdo, escucho los primeros suspiros. Parece que ya
se va relajando un poco. Tomo su muñ eca entre las manos y la acaricio con suavidad, mis
dedos resbalando por el jabó n.
Vierto un poco má s de gel, enjabonando el resto del brazo. La excitació n inicial se
transforma en ligeras cosquillas al llegar a su axila.
—Dame la pierna.
Estira la pierna derecha y tomo su pie entre las manos para darle un pequeñ o masaje.
Nerea cierra los ojos y ladea la cabeza hacia atrá s, relajada, sintiendo mis dedos deslizarse
por la planta del pie.
Nuevos suspiros, en este caso míos, al sentir su otro pie jugar entre mis piernas en busca de
mi sexo. Y encontrá ndolo.
Mientras masajeo con suavidad su gemelo, Nerea clava sus ojos en los míos y, con una
sonrisa pícara, presiona la entrada de mi vagina.
Le acaricio el tobillo mientras me pierdo en sus preciosos ojos azules. Los dedos de su pie
izquierdo rozan de nuevo mi sexo, enviando corrientes eléctricas por todo mi cuerpo. No
puedo soportarlo má s y abandono momentá neamente su pierna izquierda para sujetar su
pie y guiar los dedos directamente hasta mi clítoris.
Dejo escapar un suave gemido, que Nerea recibe con una cara entre sorpresa y excitació n.
Me froto contra su pie, cerrando los ojos, mordiendo ligeramente mi labio inferior, rotando
las caderas, suspirando, gimiendo.
—Date la vuelta. Hoy te voy a cuidar yo —susurra, su voz justo por encima del chapoteo del
agua.
Me giro en la bañ era y Nerea se coloca de nuevo detrá s de mí. Besa mi cuello y siento el
calor de la punta de su lengua resbalando por él.
—Acuérdate de que te dé un masaje relajante antes de ir a trabajar.
Lo dice susurrando junto a mi oído, mordiendo con suavidad el ló bulo de mi oreja,
haciendo que se ericen los pelos de la nuca. Mientras me sigue besando, acaricio sus
piernas, me detengo en sus gemelos, en los tobillos, en los pies.
Acaricia mi vientre con una suavidad deliciosa, subiendo hasta mis pechos. Los rodea con
los dedos, como queriendo sentir su tamañ o, su forma, aunque ya han estado miles de
veces entre sus manos.
—¿Ya te he dicho que tienes unos pechos preciosos? —pregunta antes de darme un
pequeñ o mordisco en el ló bulo de la oreja.
—Creo que alguna vez, pero me gusta que lo sigas haciendo —admito.
—Si tuviese que elegir no sabría con qué parte de tu cuerpo quedarme.
—No elijas. Soy toda para ti.
—Bueno, al menos desde el pró ximo sá bado —me corta.
—Nerea, joder. Ahora no.
—Perdó n, era mucho má s fá cil cuando pensaba que te dedicabas a las redes sociales —
indica.
—Ah! ¿Y ese mordisco?
—De castigo.
—No puedes dejarme marca, por favor —le advierto—. Le está s cogiendo demasiado gusto
a lo de los mordisquitos.
—¿No te gusta?
—Sí, pero me preocupa que me dejes una marca —le recuerdo.
—Verá s a partir del sá bado —bromea, besando la zona donde antes me había mordido.
Se pega mucho má s a mí, frotando sus duros pezones contra mi espalda. Su mano izquierda
acaricia mis senos mientras que la derecha rodea mi garganta. Escucho sus pequeñ os
gemidos en mi oído, su excitació n.
—Me encanta cuando sacas tu lado dominante —admito al sentir que me aprieta
ligeramente el cuello.
—Lo desconocía hasta estar contigo.
—Eso me hace sentir especial.
—¡Levá ntate! —ordena.
Obedezco y Nerea presiona mi cuerpo contra la pared del bañ o. Apoyo las palmas en la
pared y abro las piernas, ofreciéndole mi sexo. Aprieta una de mis nalgas con fuerza antes
de deslizar sus dedos por mi culo y dejo escapar un fuerte suspiro al sentirlos.
Se pega má s a mí, suspirando de excitació n. Me vuelve loca cuando la siento tan llena de
deseo. Nuestro sexo siempre ha sido muy bueno, pero desde hace tres o cuatro meses ha
empezado a dar rienda suelta a sus deseos, sacando un lado mucho má s dominante, y eso
me excita hasta hacer que enloquezca.
Mientras acaricia mi pecho izquierdo, introduce dos de sus dedos en mi interior,
presionando con fuerza hacia abajo.
Gimo al tiempo que sus dedos exploran dentro de mí, sus jadeos en mi oído, su mano
izquierda pellizcando mis pezones, una mezcla entre dolor y placer que hace que me vuelva
loca.
—¿Te gusta así?
—Má s, má s, sigue —es todo lo que puedo responder.
Siento có mo se va formando una auténtica tormenta en mi interior y mis piernas
comienzan a temblar. Nerea me penetra con má s determinació n, su cuerpo empujá ndome
contra la pared de la ducha, mi mejilla ya casi pegada a ella y un grito de placer se escapa de
mi boca mientras me regala un orgasmo maravilloso.
Deja sus dedos dentro, sin moverlos. Le gusta sentir en ellos mis contracciones de placer
mientras me corro. La verdad es que a mí me ayuda a mantener la tensió n y que mi
orgasmo sea má s intenso.
—Ven que te lave el pelo. Tienes que estar guapa para esta noche —apunta en cuanto
observa que me relajo.
Cada vez que menciona lo de mi trabajo no sé si lo está empezando a asumir, si son ataques
de celos y se refugia en la ironía, o ambas cosas, aunque pronto me olvido de esos
pensamientos al sentir có mo enjabona mi pelo con una suavidad exquisita. Es una de las
cosas que má s me relajan y ella lo sabe.
Capítulo 10
El día va transcurriendo de manera bastante tranquila. Después de comer pasamos un buen
rato mirando posibles destinos para nuestra luna de miel. Todo ello entre besos, muchos
mimos y caricias. Pero se acerca la hora de prepararse para ir a trabajar y presiento que el
á nimo de Nerea está a punto de cambiar de nuevo.
—Se hace demasiado difícil saber a lo que vas. Y hoy tienes a tu querida amiga Valeria,
¿verdad? —suelta de pronto, haciendo un gesto de disgusto.
—¿Está s celosa? —pregunto con sorpresa.
—Sí.
—Nunca habías sido celosa.
—No sé, quizá fuese porque ignoraba que te comparto con un montó n de gente a la que ni
siquiera conozco y con los que haces de todo. Hombres, mujeres, tríos, incluida alguna
diosa del sexo como la Valeria esa —insiste, cruzando los brazos sobre su pecho de manera
desafiante.
—Es estrictamente profesional —le recuerdo con un soplido de cansancio—. No siento
nada por ninguno de mis clientes. Yo solo quiero estar contigo. Y con respecto a Valeria no
hay, ni puede haber nada. Las dos vamos hoy a ganar dinero y a que nuestro cliente se
quede satisfecho para que repita. Nada má s. Y el cliente es un hombre, así que puedes estar
tranquila que por ese no voy a sentir nada. Yo no te engañ aría nunca.
—Que yo sepa me has estado engañ ando durante dos añ os —espeta chasqueando la
lengua.
—No en ese sentido —aclaro—. Te he ocultado informació n sobre mi trabajo y lo hacía por
tu bien, o al menos eso pensaba. No te engañ aría nunca con una relació n sentimental. Si las
cosas no van bien, lo hablaría contigo para intentar solucionarlo.
—Bueno, vale, lo que tú digas. ¿Ademá s de esa Valeria hay otras con las que haces tríos?
—En los ú ltimos añ os no. Lo de los tríos no es muy normal, y mucho menos los dú plex con
dos escorts porque salen muy caros, como te puedes imaginar. Los tríos en los que te
contrata una pareja no me gustan. La mayor parte de las veces es por dar rienda suelta a
una fantasía del hombre y la chica no está a gusto con la situació n.
—Yo me muero si te tengo que compartir en un trío —admite con un largo suspiro.
—He tenido situaciones un poco violentas. Una vez él no paraba de hacer comentarios en
plan “a ver si tomas nota de có mo se hace”. Me sentí fatal, porque no podía hacer nada. Solo
miraba a su mujer, sonreía y le hacía algú n gesto para que supiese que lo sentía, aunque me
hubiese encantado partirle la cara al imbécil ese por hacer esos comentarios delante de su
pareja.
—Pero los dú plex si te gustan, ¿verdad? —insiste Nerea, incapaz de dejar la conversació n.
—¿Podemos dejarlo?
—No.
—Joder, Nerea. Son diferentes. Somos dos profesionales que para ese servicio nos
apoyamos y trabajamos en equipo. Es mucho má s llevadero y seguro. Por eso los prefiero.
No hay sentimientos de ningú n tipo, es tal solo trabajo. Por ponerte un ejemplo, si esta
noche el cliente decide follarse solamente a Valeria, yo estaré encantada de la vida. Eso que
me ahorro —le explico mientras trato de concentrarme en el maquillaje.
—No veo la hora de que esto se acabe. Lo siento. Ten cuidado.
Vuelve a encerrarse en el dormitorio y cada vez me siento peor por lo que le estoy haciendo
pasar. Tengo tantas ganas como ella de que todo se termine, pero ahora, toca transformarse
en mi alter ego “Asia” y ponerse a trabajar.
Al llegar al hotel, Valeria ya me está esperando en la habitació n. Es una profesional de los
pies a la cabeza y cuida siempre hasta el má s mínimo detalle.
—¿Lista para dar cañ a? —pregunta al verme entrar por la puerta.
—Eso siempre. ¿Qué tal es el de hoy?
—Decente. No nos dará problemas. De todos modos, he escondido tres botes de spray de
pimienta —confiesa, enseñ á ndome dó nde los ha colocado.
—¿Cuá l es el plan?
—El normal. Nos enrollamos tú y yo para calentarle y dejar que corra el tiempo. Luego le
preguntamos si quiere una ducha, con un poco de suerte dice que sí y así le tenemos
entretenido un rato má s, y luego vamos viendo lo que pide. Ya le he puesto al tanto de que
cualquier penetració n tiene que ser con preservativo, y que no puede venir con ninguna
petició n que no esté dentro de lo que pactamos en los emails.
—Eres una crack. Da gusto trabajar contigo —confieso alzando las cejas.
—No, da gusto trabajar contigo, que no me intentas robar a los clientes —bromea.
—Como si pudiera —añ ado divertida—. Por cierto, tengo que comentarte que lo dejo. Es
por mi novia, ya sabes que nos vamos a casar y eso.
—Joder, ¿por fin se lo has dicho? —inquiere alzando las cejas con sorpresa.
—Sí.
—¿Qué tal se lo ha tomado?
—Bueno, va funcionando a ratos, supongo. Pero solo a ratos. Está siendo mucho má s difícil
de lo que pensaba —reconozco bajando la voz.
—No sé por qué habías pensado que sería fá cil.
—Ya, tenías razó n cuando me lo comentaste. He sido una idiota. Supongo que tras doce
añ os en la profesió n ya lo tenía interiorizado. No sé.
—Para mí es una putada, me quedo sin compañ era para los dú plex, pero me alegro por ti.
Luego tomamos algo y me cuentas, ¿vale? —propone con un guiñ o de ojo.
Al poco tiempo, llaman a la puerta y entra un chico relativamente joven, debe tener má s o
menos mi edad. Al verle, me sorprende un comentario que hizo Valeria de que tenía
problemas de erecció n, aunque supongo que es má s algo psicoló gico que físico.
En cualquier caso, me mentalizo para una actuació n convincente porque se va a dejar un
montó n de dinero pagá ndonos a las dos, incluso si solamente es una hora. La parte má s
difícil será centrarme en el cliente y no en Valeria o en mi propio placer cuando esté con
ella. Por mucho que sea trabajo y que le diga a Nerea que no importa, es un lujo estar con
esta mujer.
Sentamos al chico en un silló n de la habitació n y ambas nos quitamos la parte de arriba.
Aunque normalmente siempre me gusta mantener conversació n y beber algo con los
clientes para que se sientan má s relajados, no tenemos demasiado tiempo, así que
decidimos empezar directamente.
No puedo evitar mirar los maravillosos pechos de Valeria, ligeramente curvados hacia
arriba, con unos pezones preciosos. Los lunares que tiene rodeando la areola son como
para estar besá ndolos varios días seguidos.
Al ser su cliente, mientras ella le va besando el cuello yo acaricio sus piernas y le
desabrocho el pantaló n. Cuando Valeria comienza a besarle, aprovecho para echar un
nuevo vistazo a sus pechos. Joder, es perfecta.
Trato de quitar ese pensamiento de la cabeza porque he venido aquí a trabajar. Ademá s, el
cliente es suyo y no puedo defraudarla, pero en momentos como este es complicado
mantener la concentració n. Creo que saber que esta semana será la ú ltima está haciendo
que me relaje un poco má s de la cuenta.
Ya me quedé bastante sorprendida con lo que ocurrió en el servicio de Amparo. Hubo
momentos en los que me abandoné a mi propio placer y eso es algo que jamá s había hecho
en los doce añ os que llevo en este trabajo.
Valeria pone una actuació n muy convincente con los besos, así que decido bajarle los
pantalones hasta las rodillas. Esperaba encontrarme un pene a media erecció n, pero lo que
me encuentro es la cosa má s blandita que he visto nunca.
Mi compañ era se da cuenta y se coloca de rodillas junto a mí, besá ndome. Las dos
mantenemos contacto visual con el cliente, es muy importante para hacerle sentirse
especial, aunque mi mente está en otro sitio, en los suaves labios de Valeria sobre los míos.
Tomo el pene entre mis manos y le empiezo a masturbar. Mira que a lo largo de doce añ os
he tenido penes en la mano, pero es el primero que tengo totalmente blando mientras le
masturbo. Menos mal que Valeria me había avisado porque, si no, ahora mismo no sabría
muy bien qué hacer.
Má s besos que Valeria alterna entre mis labios y el pubis del cliente. Me hace una señ a y se
la empiece a chupar. Es una de sus especialidades, lo que agradezco, porque a mí no me
apetece lo má s mínimo.
Debe estar casi recién duchado, todavía huele un poco a gel. Me alegro por ella. Hay veces
que hay que chupar cada cosa que dan ganas de vomitar. Cuando lo vemos un poco mal,
tratamos de convencerles para que se duchen, poniendo la excusa de una ducha eró tica.
Eso lo hago tanto con hombres como con mujeres, aunque con las mujeres suele ser poco
necesario, Mejora la intimidad, les relaja y les deja limpios, pero no siempre hay tiempo, ni
el cliente quiere.
Parece que la lengua y los labios de Valeria van surtiendo algo de efecto, porque el pene
empieza a ganar tamañ o.
Nuestro cliente sonríe satisfecho, su erecció n empieza a ser mucho má s evidente. Me
imagino qué pensaría si supiese que Valeria no siente absolutamente nada mientras le
chupa la polla.
De la mano, llevamos al cliente a la cama y desabrocho el pantaló n de mi compañ era para
quitá rselo. Cuando comienzo a bajarlo, me hace una señ a de que lo deje un poco por encima
de las rodillas. Se lo dejo ahí y hago lo mismo con el mío. Cada cliente es diferente, y
supongo que a este le gusta así, aunque claro, no es lo mismo que estar desnudas.
Colocada bocarriba sobre la cama, nuestro cliente me levanta las piernas, acariciando mi
sexo con el dedo pulgar. É l también lleva los pantalones un poco por encima de las rodillas,
así que debe ser algú n tipo de fetiche para él.
Valeria se tumba a mi lado, me acaricia los pechos y su lengua sobre mis pezones hace
auténticas maravillas. Los rodea, juega con ellos, lame el contorno de mis senos. Joder, es
buenísima y a nuestro cliente parece gustarle el numerito, porque pronto se separa de mí
para observar có mo nos entregamos a nuestro placer.
Y vaya si nos entregamos. Bueno, al menos yo, porque sé que Valeria está fingiendo. No le
gustan las mujeres, pero me está volviendo loca igualmente.
Son momentos como este los que me hacen comprender el efecto que tenemos en nuestros
clientes. La actuació n de Valeria es tan convincente que me hace sentir que está disfrutando
con nuestro sexo, aunque yo sepa perfectamente que finge.
Capítulo 11
Tumbada sobre la cama, levantando las piernas sin poder abrirlas bien por culpa del
dichoso pantaló n, y siento la lengua de Valeria recorrer mi sexo. Cierro los ojos y muerdo
mi labio inferior, dejando escapar varios gemidos que no debo fingir, porque la habilidad de
esta mujer no pertenece a este mundo.
Sería el sueñ o de cualquier lesbiana, es una pena que sea tan hetero. Su lengua ejerce la
presió n justa sobre mi sexo, lo recorre lentamente, dejando un surco de saliva entre mis
labios. Quiero quitarme los jodidos pantalones. Me gustaría poder abrir las piernas para
que su lengua acceda a mi interior sin impedimentos, pero trato de recordar que estamos
aquí para dar placer a nuestro cliente, no a mí.
Cuando su lengua se cuela entre mis nalgas dejo escapar un pequeñ o grito. Joder. Presiona
ligeramente, haciendo que aparezcan fuegos artificiales, incluso sin poder abrir las piernas.
Desde ahí, recorre con la punta de su lengua el interior de mis labios, arrancando má s
gemidos de mi boca.
Creo que en cualquier momento romperé los pantalones intentando separar má s las
piernas.
Levanto las caderas para que llegue mejor, me abandono al placer, aunque a nuestro cliente
no parece importarle demasiado a juzgar por su cara de satisfacció n. Está de rodillas en la
cama a nuestro lado, masturbá ndose, sonriendo. Feliz. Disfrutando del espectá culo.
Pero para disfrute el mío. Valeria abre mis labios con los pulgares y su lengua roza mi
clítoris. Un nuevo grito de placer, una nueva sonrisa en la cara de nuestro cliente. Su cá lida
lengua sigue presionando mi clítoris, lamiéndolo, succionando, haciendo círculos sobre él,
presionando de nuevo. Volviéndome absolutamente loca.
Juro que si pudiese abrir las piernas ya habría tenido un orgasmo. Es como si supiese lo que
necesito en cada momento, como si pudiese adivinarlo, siempre la presió n justa en el lugar
exacto. Está consiguiendo hacerme disfrutar tanto que casi me apetece no cobrar y
regalarle mi parte.
Entre gemidos, agarro con fuerza su melena con ambas manos, no quiero que se separe de
mi sexo por nada de este mundo. Muevo las caderas, gimo de placer, cierro los ojos. Joder,
quiero abrir las piernas. Quiero ofrecerle mi sexo, no puedo má s, va a conseguir que me
corra en cualquier momento. No puedo.
Y, justo entonces, nuestro cliente nos indica que lo dejemos y que nos pongamos las dos a
cuatro patas sobre la cama.
¡Me cago en su puta madre! ¡Qué mierda, joder!
Valeria me mira, casi pidiéndome disculpas por tener que detenernos. Estoy segura de que
se ha dado cuenta de todo lo que estaba disfrutando, se ha percatado de que no era fingido.
Exbozo en los labios una sonrisa forzada mientras observo a nuestro cliente y me coloco
sobre la cama, al lado de Valeria como nos indicó . Trato de convencerme de nuevo de que
he venido aquí a trabajar, pero sigo cagá ndome en la madre que parió al tipo este.
La situació n es un poco ridícula. Las dos tenemos los pantalones por las rodillas. Al menos,
él se los ha quitado del todo y está completamente desnudo. Ahí estamos las dos sobre la
cama, una al lado de la otra, a cuatro patas, sin poder casi abrir las piernas, esperando a ver
qué decide hacer.
Nuestro cliente se frota el pene en nuestras nalgas. Se va alternando, lo coloca en la entrada
de nuestras vaginas presionando un poco, penetrá ndonos nada má s que con el glande.
Menos mal que, después de lo de antes con Valeria, estoy muy mojada. Espero que ella
también lo esté, porque si este animal nos la quiere meter con las piernas casi cerradas va a
costar un poco.
Y pronto me doy cuenta de que eso es precisamente lo que pretende. La siguiente vez que
le toca a Valeria empuja má s adentro, hasta meterlo por completo. Puedo ver una ligera
mueca de dolor en su cara. Le guiñ o un ojo y la beso. Me devuelve la sonrisa. Una sonrisa
preciosa, antes de empezar a gemir, haciendo creer que le está gustando.
De nuevo, su actuació n es de lo má s convincente. Pienso que pronto me tocará a mí, me voy
preparando, pero nuestro cliente emite un fuerte gemido y empuja con fuerza dentro de
Valeria. Por su cara de alivio, puedo entender que se ha corrido dentro de ella. Eso que me
ahorro.
Efectivamente, lo saca, se quita el preservativo de golpe, enviando gotas de semen por
todos los lados, se limpia y se viste. A continuació n, tira cerca de Valeria el precio acordado,
casi sin mirarla y se despide de nosotras mientras sale por la puerta.
Capítulo 12
En cuanto el cliente abandona la habitació n, lo primero que hago es quitarme los
pantalones y las bragas para asegurarme de que no han quedado restos de semen. Valeria
no ha tenido tanta suerte, varias gotas han aterrizado en su ropa interior.
—¿Una ducha y me cuentas? —propone.
Abrimos la ducha del hotel y entramos en ella en cuanto el agua alcanza la temperatura
adecuada. A ambas nos suele gustar darnos un bañ o nada má s terminar un servicio
siempre que sea posible, sin esperar a llegar a casa.
—¿Así que ya es definitivo lo de dejarlo? —pregunta mientras vierte una buena cantidad de
gel entre sus manos.
—Sí, definitivo del todo —le aseguro.
—Ha tenido que ser un shock para tu novia cuando se lo dijiste, ¿no? Ni siquiera me lo
puedo imaginar.
—Una locura —reconozco, lavá ndome bien entre las piernas.
—¿Y ahora qué tal lo lleva?
—Regular —confieso, alzando los hombros—. Lo va asumiendo porque todo se termina
esta semana, pero cada vez que me tengo que ir a trabajar se queda llorando.
—No me extrañ a, pobre chica. Nosotras lo tenemos interiorizado, es parte de nuestra vida,
pero imagínate que te lo sueltan de golpe. Tiene que ser brutal enterarte de repente.
—Sí, lo entiendo. No sé por qué pensé que sería má s fá cil. Ahora comprendo que no podría
serlo, aunque tampoco sé có mo se podría haber hecho de otro modo. Es que si se lo digo el
primer día, se habría marchado corriendo.
—Ya —suspira pensativa—. Por cierto, se me olvidó decirte lo de la manía de este tipo con
lo de dejar los pantalones —se disculpa mientras se quita el jabó n de los pechos.
—Me sorprendió mucho.
—Le gusta que llevemos los pantalones por las rodillas para que esté má s apretado cuando
te la mete. Es un coñ azo, porque como no estés muy lubricada te abrasa al entrar, pero
bueno, también se corre mucho má s rá pido. Eso es de agradecer.
—¿Te dolió ? —pregunto mientras dejo el bote de gel en un soporte.
—No, hoy me había excitado bastante viéndote disfrutar. Casi te corres, ¿no? Quiero decir,
no estabas fingiendo esta vez —inquiere alzando las cejas con sorpresa.
—Joder, estaba a punto. Eres muy buena y ni siquiera eres consciente de ello.
—Me jodió dejarte a medias —admite encogiéndose de hombros.
—A mí má s —bromeo.
—Si quieres lo termino.
—Es mejor que no me digas esas cosas —suspiro.
—Te lo digo en serio. Me gustaría —confiesa, clavá ndome la mirada.
—Pensé que eras hetero.
—Lo soy, pero contigo me gustaría, la verdad. Tú y yo solas, sin clientes, algo íntimo. Creo
que sería un sexo increíble —propone.
—De eso estoy segura, posiblemente el mejor que he tenido nunca o que tendré jamá s.
—¿Entonces?
—Tengo novia y nos vamos a casar el añ o que viene —le recuerdo.
—Nadie se va a enterar. Sabes que conmigo estarías segura.
—Val, me apetece muchísimo, pero es mejor que no, ¿vale?
—¿Está s segura?
Al hacerme la pregunta se coloca detrá s de mí y desliza su dedo desde la nuca, siguiendo mi
columna vertebral hasta colarse entre mis nalgas.
—Valeria, te juro que hay pocas cosas que me gustarían má s en este momento, siempre
tuve una fijació n contigo, desde que te conocí. Las veces que estuvimos juntas en algú n
dú plex me volviste loca con cada caricia o cada beso. Pero debo pensar en mi novia —
reconozco, haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad.
—Nerea es muy afortunada estando contigo. Espero que sea consciente de ello. Cuando me
retire de esto quiero una pareja como tú . No sé có mo te has podido resistir —bromea con
un guiñ o de ojo.
—Yo tampoco lo sé. Hasta me tiemblan las manos, mira —admito con una sonrisa—. Pero
creo que es al revés, yo soy muy afortunada de tener a Nerea en mi vida.
—¿Puedo seguir llamá ndote para que me des algú n consejo o tomar un café?
—Eso siempre. Tienes mi contacto —le aseguro, acariciando con suavidad su brazo
izquierdo e intentando centrar la mirada en sus ojos y no en otras partes de su cuerpo.
Aú n temblando, salgo de la ducha y me visto. Todavía no sé ni có mo me he resistido. En sus
manos soy como plastilina, cada roce hace que me vuelva loca. Prefiero no imaginar có mo
sería ella y yo a solas. Las dos dá ndonos placer. Una sesió n de sexo épica, sin lugar a dudas.
Algo para no olvidar jamá s.
Opto por no seguir pensá ndolo y salgo de esa habitació n cuanto antes. Me apetece tomar
algo con Valeria a modo de despedida, pero empieza a ser tarde y sé que si me retraso,
Nerea se va a preocupar. Pensará que nos hemos estado enrollando, y con lo que me costó
decirle que no, es lo que me faltaba.
—Bueno, Val, voy tirando para casa. Cuídate mucho, ¿vale? —me despido.
—Tú también. Ya quedamos a tomar algo y me pones al día. Espero una invitació n para tu
boda. Nah, sabes que no lo digo en serio, lo ú ltimo que quiero es un ataque de celos en una
boda —bromea—. Ahora corre, que te espera tu amorcito —añ ade entre risas.
Al llegar a casa, me encuentro a Nerea en el saló n. Ha estado llorando. Tiene los ojos
hinchados y el pelo desmadejado.
—¿Ya te has follado a tu amiguita? —espeta al verme entrar.
—¿Has estado bebiendo? —pregunto al ver varias latas de cerveza vacías tiradas por el
suelo y una botella de vino vacía.
—Y tú follando.
—Nerea, por favor.
—Déjame en paz. ¿Te crees que puedes dejarme en casa mientras vas a follar con la Valeria
esa? Vete a la mierda, Erin. ¡Eres una zorra! —añ ade, rompiéndome el corazó n en mil
pedazos.
Casi sin terminar la frase, entra en nuestro dormitorio y se encierra con un fuerte portazo.
Al acercarme a la puerta, la escucho llorar y dar golpes al colchó n, pero prefiero quedarme
fuera, necesita espacio.
Sé que lo estaba pasando mal, es natural, pero esta reacció n no me la esperaba. Se me parte
el corazó n al pensar en todo lo que la estoy haciendo sufrir con todo esto. Mejor que no
sepa nunca sobre la proposició n de Valeria mientras nos duchá bamos juntas o que con dos
minutos má s, me hubiese corrido sin necesidad de fingir.
Capítulo 13
El sol de la mañ ana me despierta sobre el sofá del saló n. Apenas he pegado ojo en toda la
noche pensando en la reacció n que ayer tuvo Nerea. Me apetece anular los dos servicios
que me quedan, pero algo en mi interior me obliga a terminar lo que he empezado. Llá malo
ética de trabajo o como quieras llamarlo.
Me quedo un buen rato tirada en el silló n, intentando desperezarme, mis ojos todavía
medio cerrados. Pienso en lo que le puedo decir para hacer las paces y, en ese instante,
escucho que abre la puerta de nuestro dormitorio.
—Hola —susurro con miedo.
—Siento lo de ayer —responde en un tono tan bajo como el mío.
—No hay nada que sentir. Supongo que estos días está n siendo muy duros para ambas; las
dos estamos haciendo má s tonterías de lo habitual —reconozco.
—Estaba muy celosa.
—Joder, te bebiste una botella de vino. Del caro.
—Sí.
—Pero si tú casi no bebes.
—No lo podía aguantar, Erin, tuve un ataque de celos horrible. Siento mucho lo que te dije.
Estoy pasando unos días de mierda y no sé có mo manejar la situació n —confiesa
sentá ndose junto a mí.
—¿Qué te parece si intentamos olvidarlo como si hubiese sido un mal sueñ o? —propongo.
—Pedazo de pesadilla.
—Y tanto, pero ya no queda nada.
—Dos servicios y se acabó para siempre.
—Para siempre —repito, apretando su rodilla.
Nerea se recuesta contra mi cuerpo, apoyando la cabeza en mi hombro mientras beso su
sien y le acaricio el pelo entre mis dedos.
—Tenemos que hacer las maletas —suelta de pronto.
—¿Y eso?
—Tienes el día libre, ¿verdad?
—Sí —respondo sin entender lo que pretende.
—He reservado una noche en un hotelito rural con un jacuzzi incorporado en la habitació n,
así que espabila —indica, levantá ndose del silló n y cogiendo mis manos para alzarme.
—Escucha, no puedo hacer nada de rutas ni cosas por el estilo, tengo que cuidar los pies
para mañ ana. No me puedo estropear una uñ a —le recuerdo.
—Ya, ya, si hasta he metido en mi maleta un bote de crema hidratante para que lleves tus
pies perfectos, tranquila.
—¿Me vas a dar un masaje?
—Eso que te lo haga tu clienta, la del fetiche de pies —espeta, soltando a continuació n un
largo soplido de arrepentimiento.
Durante el trayecto, ambas permanecemos bastante calladas. Supongo que aunque
intentamos olvidar lo que ocurrió ayer, no es tan fá cil.
—Ya casi estamos llegando —anuncia.
—Pues o llegamos o tienes que parar el coche porque me estoy haciendo pis —bromeo.
Nerea sonríe, poniendo los ojos en blanco y meneando divertida la cabeza, antes de
ponerse muy seria de nuevo.
—Deberíamos hacer algunas cuentas para ver có mo queda nuestra situació n financiera
cuando lo dejes. No tengo ni idea de lo que tienes ahorrado, pero será necesario cortar
muchos gastos y bajar nuestro nivel de vida. Posiblemente de manera drá stica —admite.
—Pero no tienes pensado hacerlo hoy, ¿verdad? Creí que me traías aquí para una escapada
romá ntica, no para hacer cuentas. Esto es má s bien una emboscada —protesto.
—Solamente te lo digo —suspira, girando hacia la derecha para abandonar la carretera y
tomar un camino de tierra.
Y el hotelito ese que ha reservado debe ser rural de verdad, porque el camino nos va a
destrozar el coche con los baches y las piedras que rebotan contra la carrocería.
—¿Puedo preguntarte algo? —inquiere mientras aminora la marcha para pasar por una
zona con charcos.
—Claro.
—Si te pido hacerlo con arnés, ¿lo harías?
—Joder —mascullo.
—¿Qué pasa?
—Nada, no esperaba esa pregunta. El arnés entiendo que quieres ponértelo tú o quieres
que me lo ponga yo.
—Ambas. Pero sé que a ti no te gusta.
—Que prefiera tus dedos o tu lengua no significa que no me vaya a gustar —reconozco—.
Por mí, lo hacemos cuando quieras.
—¿Te puedo proponer alguna otra cosa?
—Nunca has tenido muchos problemas para probar cosas nuevas —le recuerdo.
—Ayer estuve buscando por Google fantasías y fetiches y hay cosas bastante interesantes
—confiesa y mis ojos se abren como platos.
—¿Me está s tomando el pelo?
—Estaba celosa y borracha —explica encogiéndose de hombros.
Me llevo una mano a la frente y sonrío. Pienso en Nerea vaciando la botella de vino
mientras buscaba fantasías sexuales por internet y no puedo retener una pequeñ a
carcajada.
El hotelito rural que ha reservado es una preciosidad. Está fuera de los circuitos turísticos
tradicionales, así que es muy tranquilo. Cosa que tampoco me extrañ a, habida cuenta de lo
complicado que es llegar hasta él. Tenemos una habitació n muy amplia, con un pequeñ o
jacuzzi que da a una ladera montañ osa. Se nota que está preparada para parejas. Ya me
gustaría a mí tener habitaciones como ésta a buen precio para mis clientes en Madrid, pero
allí lo que hay es prohibitivo.
—¿Mañ ana te puedo acompañ ar al trabajo? —expone de pronto mientras metemos la ropa
en el armario.
—No tenemos días de puertas abiertas para la familia ni nada por el estilo —bromeo.
—Qué graciosa. Lo digo en serio —insiste.
—Sí, supongo que me puedes acompañ ar —concedo—. Tengo dos noches reservadas y son
servicios cortos, de solamente una hora. Podríamos quedarnos en el hotel, y me esperas en
el bar tomando algo o cenando. O si lo prefieres vamos a casa a dormir.
—No, no, prefiero que nos quedemos en el hotel.
—¿Está s segura? ¿No te importa saber que vas a estar en la misma cama que…?
—Eso es precisamente lo que quiero. Llevamos sá banas de casa y las cambiamos —
propone como si fuese lo má s natural del mundo.
—Vaaale. ¿Quién eres y qué has hecho con Nerea?
El diminuto comedor del hotel es un remanso de paz. Apenas hay clientes y la comida está
deliciosa. Hablamos de todo y de nada, pero, sobre todo de nuestros planes para el futuro.
Me alegra volver a ver a Nerea haciendo planes sobre nuestra vida en comú n después de
estos días tan duros. Supongo que el cambio de aires ha sido una buena idea.
Tras la comida, decidimos dormir la siesta. Estamos muy cansadas de la noche anterior en
la que apenas hemos podido dormir por nuestra pequeñ a pelea.
No sé el tiempo que llevo durmiendo cuando algo me despierta. A mi lado, puedo notar que
Nerea está también despierta. Su respiració n está agitada y el colchó n se mueve muy
ligeramente bajo su cuerpo.
Me quedo completamente quieta, intentando aguzar mi oído en la absoluta oscuridad que
rodea la habitació n. Escucho el ligero roce de las sá banas. Pequeñ os suspiros casi
inaudibles.
Sé que a Nerea le gusta masturbarse. Por muy activas que seamos sexualmente, ella
necesita también sus momentos en solitario. Siempre me pareció algo muy bonito, muy
íntimo.
Pero no puedo conciliar el sueñ o. Por mucho que trate de evitarlo mi mente es incapaz de
desconectar. Mis oídos está n ahora ú nicamente concentrados en cualquier mínimo ruido
que pueda producirse a mi lado. Mi corazó n palpitando. Mis pezones duros contra la suave
tela del camisó n. Mi sexo hú medo.
Escucho su respiració n, el sonido de los dedos frotando su sexo, los pies rozando las
sá banas cada vez que se mueve ligeramente.
Se acaricia despacio, tratando de no hacer ningú n ruido, ajena a todo, sin saber que la estoy
escuchando. O quizá sí lo sabe y eso es parte del encanto. Ella misma me contó que a veces
lo hace mientras duermo. Y saberlo es tremendamente excitante.
Cuando lo confesó , pensó que para mí podría ser incó modo saberlo, pero me encantó
pensar en esa imagen.
Imagino sus dedos acariciando su clítoris, deslizá ndose entre sus labios, penetrando su
sexo con lentitud, sin apenas hacer ruido. Casi puedo sentir el placer de esos dedos
entrando en su interior.
Me acaricio el pezó n por encima de la tela del camisó n. Lo siento duro bajo mis dedos,
sensible. Ella se va excitando un poco má s. Lo noto en su respiració n má s profunda, en el
ritmo de las caricias.
Pienso en los finos dedos de Nerea hundidos hasta los nudillos, en su humedad, en la
sensació n de esos dedos resbalando en su interior.
Trato de imaginarla. Sus labios ligeramente oscuros, su sexo hú medo, brillando de
excitació n. Casi puedo percibir su aroma.
—Quítate el camisó n —ordena, girá ndose hacia mí.
Nerea coge mi camisó n y tira de él hacia arriba, dejá ndome solamente con las bragas,
todavía por debajo de mis nalgas.
—Estará s má s có moda sin ellas —susurra con un guiñ o de ojo.
Levanto las piernas y desliza mis bragas hasta que caen sobre la cama. Toma mi pie
derecho entre sus manos y besa el empeine.
—¿Esto es lo que te van a hacer mañ ana? —inquiere en voz seductora.
—Una pequeñ a parte —admito.
Se tumba sobre mí, sus pechos acariciando los míos mientras recorro su espalda con las
uñ as.
—Date la vuelta —sisea junto a mi oído.
Me coloco boca abajo y cubre mi cuerpo con el suyo, noto sus pechos acariciando mi
espalda, sus besos en mi nuca, un pequeñ o mordisco en el hombro.
Me giro con rapidez, cualquier cosa que pueda dejar marca está completamente prohibida.
No puedo jugar con ese tipo de cosas justo delante de un servicio. Suaves besos donde
antes estuvieron sus dientes, su sexo frotá ndose sin piedad en mi nalga izquierda, dejando
un reguero de humedad.
Besos a lo largo de toda mi espalda, su lengua recorriendo mi columna vertebral hasta
llegar al coxis, haciendo que tiemble de pasió n y deseo.
Escucho sus suspiros mientras me besa, separa mis piernas con la rodilla y sus dedos se
deslizan entre mis labios.
—Me encanta cuando está s así de mojada —susurra antes de lamerme detrá s del ló bulo de
la oreja, consiguiendo que se me ericen los pelos de la nuca.
Todo mi cuerpo se estremece al sentir sus dedos resbalar por mi sexo. Los lleva desde el
clítoris al perineo. De vuelta al clítoris, llevando lubricació n. Lo frota.
—Joder, lo necesito ya —suplico.
Se me escapa un suave gemido al sentir dos de sus dedos dentro de mí. Los mueve
despacio, como si estuviese explorando a pesar de que ha estado en mi interior incontables
veces. Me penetra con dulzura, besando mis nalgas al mismo tiempo, colando la otra mano
por debajo de mi cuerpo para acariciarme el clítoris.
—No te muevas —ordena, levantá ndose sú bitamente de la cama.
—¡Joder, Nerea! —protesto.
No puedo evitar girarme para seguir quejá ndome, aunque mi cara de sorpresa debe ser
épica. Nerea rebusca en el armario antes de darse la vuelta para mirarme, sus pupilas
dilatadas de excitació n. Su rostro refleja un deseo como pocas veces le había visto.
—¿Has traído un puto arnés? ¿En serio? ¿De ahí viene la pregunta de antes?
—He traído muchas cosas —reconoce, encogiéndose de hombros y con una sonrisa de niñ a
traviesa.
Apoyada sobre los antebrazos en la cama, observo có mo Nerea se va colocando el arnés. No
es algo que me vuelva particularmente loca, aunque tampoco me disgusta. En mi caso,
donde estén los dedos o la lengua… Incluso visualmente, me gusta mucho el cuerpo
femenino, aunque algunas de mis amigas me han comentado que les excita un montó n ver a
una mujer con arnés.
Colocá ndose de rodillas y sujetá ndolo con la mano derecha, presiona la punta del dildo
sobre la entrada de mi sexo, su otra mano aferrada a mi cadera.
Va dejando caer su peso poco a poco, penetrá ndome con mucha suavidad hasta que ya lo
tengo dentro y empieza a moverse má s rá pido. Aun así, entre que no me gusta demasiado y
que sus embestidas son muy flojas, siento má s bien poco.
—Má s rá pido, ¡fó llame, Nerea! —grito, tirando en parte de mis dotes interpretativas.
Su cara cambia por completo, se apoya sobre los brazos y empuja con fuerza, gimiendo
cerca de mi oído. Aprieto sus nalgas, ayudá ndola a mantener el ritmo, sus duros pezones
frotá ndose con los míos, ligeras gotas de sudor en su espalda, nuevos gemidos.
Me está excitando mucho má s verla a ella disfrutar que lo que estoy sintiendo, pero merece
la pena.
—Date la vuelta, quiero follarte desde atrá s —ordena.
Me coloco a cuatro patas sobre la cama, situando la entrada de mi vagina a la altura del
arnés. Nerea pega su cuerpo al mío y entra con decisió n, las manos en mis caderas,
volviéndome loca con el sonido de su piel contra mis nalgas cada vez que empuja dentro de
mí.
Tengo que reconocer que esta postura está funcionando mucho mejor que la de antes, pero,
aunque me está gustando, no hay manera de que pueda tener un orgasmo así. Llevamos un
buen rato y noto a Nerea bastante cansada. Nunca he fingido un orgasmo con ella, tampoco
ha hecho falta, aunque ahora la veo tan ilusionada que no quiero romperle la magia.
Empiezo a temblar ligeramente, tensando los mú sculos de la espalda y, con un fuerte
gemido, me dejo caer sobre la cama. Nerea cae sobre mí, con el dildo todavía en mi interior.
Agarro la almohada con fuerza cerrando los puñ os, fingiendo tener pequeñ os espasmos de
placer mientras ella se levanta y se tumba a mi lado.
—Joder, ha sido una pasada, Erin. Acabas de correrte, ¿no? —pregunta mientras coloca un
mechó n de pelo detrá s de mi oreja.
—Estuvo muy bien —reconozco sin responder a su pregunta.
Mientras nos quedamos las dos abrazadas sobre la cama, me entra un poco de
remordimiento por haber fingido. Tras doce añ os en la profesió n soy capaz de hacerlo de
manera muy convincente, pero con Nerea nunca lo había necesitado y no me siento bien.
Poco a poco, el sol se va poniendo tras las montañ as y la habitació n se llena de oscuridad y
sombras. Nos cubrimos de besos y mimos, hemos enlazado la siesta con la hora de la cena,
pero creo que, en estos momentos, las dos necesitamos má s dormir que cenar.
Capítulo 14
La pequeñ a escapada romá ntica nos viene muy bien a ambas. Nerea vuelve a ser la de
siempre, mucho má s relajada que estos ú ltimos días. Incluso alguna vez conseguimos
hablar de mi trabajo sin que le entre un ataque de nervios.
Nos apetecía seguir en el hotel rural, aprovechar al má ximo nuestra escapada y el jacuzzi
de la habitació n, pero hay que volver a Madrid, que esta noche se trabaja.
—¿Có mo funciona lo de los hoteles contigo? —inquiere cuando estamos llegando a la
ciudad—. ¿Te van a conocer y me voy a morir de vergü enza porque piensen que soy una
cliente o có mo va a ser?
—Como mucho me pueden reconocer como una cliente habitual del hotel, pero no saben a
lo que voy. Y si lo saben, no les importa. Voy alternando entre cinco o seis hoteles. Todos de
cuatro estrellas o alguno de tres estrellas de gama alta. La habitació n entra dentro del
precio, así que tengo que controlar los gastos, pero al mismo tiempo, debe ser un buen
hotel porque me pagan mucho por el servicio —le explico.
—¿Y có mo los eliges?
—Para mí es importante que las habitaciones sean amplias y que tengan una zona para
tomar algo separada de la cama, aunque sea una zona pequeñ a. A muchas clientes les relaja
beber una copa y charlar antes de hacerlo. También tienen que poder llegar directamente a
la habitació n sin detenerse en la recepció n. Por lo demá s, intento parecer una cliente má s.
—¿Siempre eliges tú los hoteles?
—Normalmente sí. A veces, me piden que vaya a su hotel. No es algo que me guste hacer.
Solamente accedo si es un hotel conocido y lo que no hago nunca ya es ir a casas
particulares. Antes lo hacía, pero siempre me dieron mucho má s miedo —admito,
recordando haberme llevado alguna sorpresa desagradable cuando era joven.
—Quería preguntarte una cosa, y no hace falta que me contestes si no quieres —insiste.
—Dime.
—¿Cuá nto tiempo estimas que te quedaría en tu profesió n si no lo dejases ahora? Tú parece
que tienes menos añ os, pero ¿podrías llegar a los cuarenta, por ponerte un ejemplo?
Porque me imagino que la presió n de las chicas má s jó venes es muy grande —pregunta
alzando las cejas.
—Gracias por tu confianza, preciosa —bromeo.
—No pretendo ofenderte, ahora mismo puedes competir con cualquiera y lo sabes.
—Era broma. Lo pensé muchas veces, y es algo sobre lo que solíamos hablar mucho las má s
veteranas cuando estaba en la agencia. Eres economista, así que piensa en nichos de
mercado. Yo estaría en el mercado principal en estos momentos, pero cuando ese mercado
se acabe por la edad, siempre hay un nicho má s pequeñ o para todo. Con muchos menos
clientes, pero má s especializado.
—¿De qué tipo hablas?
—De cualquier cosa que se te ocurra. En mi caso no buscaría nada raro, pero también hay
un mercado para escorts maduras. Es una fantasía de muchas chicas jó venes con dinero,
aunque no te lo creas. Y esto no pienses solamente en sexo, para acompañ ar a fiestas y
eventos a gente de una cierta edad hay mercado para escorts maduras de buen ver, que
sean elegantes y discretas.
—Así que podrías seguir trabajando mucho tiempo?
—En teoría, sí.
—Entonces es un alivio que lo dejes ya —suspira mientras aparcamos el coche.
***
Al llegar al hotel, pedimos la habitació n y Nerea sube conmigo. Se la ve con mucho interés
por verla y por ayudarme a cambiarme de ropa.
Mientras me pongo un conjunto de ropa interior negro muy provocativo, puedo ver sus
ojos devorá ndome, aunque tendrá que esperar a la noche.
—¿Te espero en el bar del hotel? —sugiere.
—Sí, es solamente una hora. Dame otra media hora para disimular y limpiarme y ya bajo al
bar a reunirme contigo. Luego cenamos juntas. Si no he bajado en dos horas llama a la
policía —bromeo con un guiñ o de ojo.
—Joder, no digas esas cosas.
—No seas tonta, es una chica muy tranquila. De verdad, ya podían ser todos mis servicios
como el de hoy —le aseguro.
Cuando Nerea abandona la habitació n, mato el tiempo viendo un programa de televisió n
hasta que llega mi cliente, y unos diez minutos má s tarde llaman a la puerta. Abro en ropa
interior y con zapatos de tacó n, como me solicitó por correo electró nico, esperando que
nadie pase por el pasillo en esos momentos.
—Hola guapísima, ¡cuá nto tiempo! —saludo mientras le indico que entre.
—Hola Asia, está s increíble, como siempre —susurra, mirá ndome de arriba abajo.
Sirvo un whisky para ella y una Coca-Cola para mí y charlamos un rato para caldear un poco

el ambiente y que, de paso, se relaje. Es quizá la cuarta o quinta vez que estoy con ella y va
soltá ndose mucho má s. Empieza a darse cuenta de que no hay nada malo por tener un
fetiche de pies mientras haya respeto mutuo.
Recuerdo la primera vez que vino, estaba hecha un flan la pobre. Temblaba y le sudaban las
manos. Estaba convencida de que era una enferma por solicitar este tipo de servicio con
una escort. Ahora ha mejorado mucho.
—¿Quieres que empecemos? —propongo con mi mejor sonrisa, deslizando la punta de los
dedos por su mandíbula.
Saco del bañ o un cuenco con agua caliente y un bote de gel con olor a lavanda junto a varias
toallas. Una vez que está todo en su lugar, me siento en el silló n de la habitació n y coloco el
cuenco frente a mis pies.
Ella se acerca a mí, desabrochando mis zapatos de tacó n casi con veneració n. Acaricia mis
pies con suavidad mientras lo hace. Una vez que me ha despojado de los zapatos, los coloca
con mucho cuidado al otro lado de la habitació n y vuelve donde estoy.
Se sienta en el suelo frente a mí y toma mi pie derecho entre sus manos, acariciá ndolo. Lo
mete dentro del cuenco de agua caliente, para má s tarde, hacer lo mismo con el pie
izquierdo. Deja mis pies un rato a remojo, acariciando mis tobillos y gemelos. Cada caricia
desde el respeto má s absoluto, casi con admiració n.
Coge mi pie derecho entre sus manos y vierte gel sobre él. Lo lava durante un buen rato,
excitá ndose cada vez que acaricia los dedos o la planta del pie. Al terminar, repite la misma
operació n con el izquierdo para después secar ambos con una de las toallas.
Al terminar de secarlos, toma un bote de crema hidratante y vierte una cantidad generosa
en una de sus manos. Puedo escucharla suspirar mientras masajea mis pies con devoció n,
su respiració n mucho má s agitada, sus ojos llenos de deseo.
—¿Te gustan?
—Son una obra de arte.
—Son para ti —susurro y una sonrisa se dibuja en sus labios.
Cuando acaba de masajear ambos pies, retira con una segunda toalla el exceso de crema y
vuelve a tomar mi pie derecho, ahora para besarlo. Mete los dedos en la boca, uno a uno,
juega con ellos con calma, con suavidad, dejando escapar pequeñ os gemidos mientras los
chupa.
—¿Quieres que me quite las bragas? —pregunto, acariciando su melena.
Solamente asiente con la cabeza. Me levanto y giro mi cuerpo levemente. Meto los pulgares
por debajo de la goma y voy bajando las bragas de manera muy lenta, consciente de que sus
ojos siguen cada uno de mis movimientos.
Mi sexo queda a la altura de sus ojos y al verlo, deja escapar un pequeñ o suspiro. Siempre
se me viene a la cabeza que por el mismo precio podría tenerlo, podría acostarse conmigo,
pero prefiere mis pies. O se conforma con ellos.
Dejo caer las bragas al suelo, sacando solamente uno de los pies. Con el derecho, levanto las
bragas, las cojo con la mano y rozo con ellas su cara. Cierra los ojos, olfateá ndolas, sintiendo
el contacto sobre su piel, para a continuació n, besar de nuevo mis pies, ahora disfrutando al
mismo tiempo de una vista directa de mi sexo.
Mientras besa el pie izquierdo me acaricio y sus ojos se encienden al verme.
—¿Quieres que te desnude? —siseo incliná ndome hacia ella.
De nuevo, asiente con la cabeza, sin mediar ni una sola palabra. Le voy quitando poco a
poco la ropa, de manera muy lenta, cada movimiento meditado. Cuando se queda
completamente desnuda, retiro el cuenco del agua del suelo, vuelvo a sentarme en el sofá ,
acariciando el interior de sus muslos con mi pie derecho.
Lo coge entre sus manos y recorre su piel con besos lentos y sensuales sobre el empeine,
besos que consiguen que apriete involuntariamente las manos sobre el reposabrazos del
sofá .
Levanta la vista, los ojos llenos de orgullo por haberme hecho suspirar y se lleva el dedo
gordo a la boca para succionarlo de manera rítmica.
Dejo escapar pequeñ os gemidos, moviendo las caderas, pellizcando mis pezones mientras
ella deja mi pie derecho en el suelo y toma el izquierdo entre sus manos para repetir la
misma rutina.
—¿Te gusta? —pregunta con una timidez encantadora.
—Me encanta —le aseguro entre suspiros.
Sonríe y desliza las manos por mis gemelos antes de darme un nuevo beso sobre el
empeine y proseguir con nuevas caricias. Al llegar a mi rodilla, gira la cabeza para besar su
interior, deslizando la punta de la lengua por la sensible piel de la zona, clavá ndome una
mirada ahora llena de deseo.
—No tienes que contenerte conmigo —le recuerdo.
Incliná ndome ligeramente hacia delante, enredo los dedos en su melena, mientras ella
cierra los ojos y emite un suave suspiro, acurrucá ndose en mis caricias como un gato.
Sus cá lidas manos suben y bajan por mis pantorrillas, rodeando mis tobillos, recorriendo
los dedos de los pies. No se lo quiero decir a Nerea, pero me encanta. El juego del poder, el
control, el placer puro y sin adulterar, sin restricciones. No se trata solo de sexo, sino de
confianza.
Nunca ha pasado de mi rodilla. Jamá s ha querido subir má s, aunque debo admitir que no
me importaría.
A continuació n, coge mi pie derecho y lo lleva directamente a su sexo. Se frota lentamente
con él, utilizá ndolo para darse placer mientras se deshace entre gemidos apagados. Lo
aprieta con fuerza, dejando un rastro de humedad en la planta de mi pie al tiempo que lo
hace. Mueve las caderas, se retuerce buscando una mayor fricció n, excitá ndose cada vez
má s, hasta que un pequeñ o grito se escapa de su garganta.
—¡Joder! Es increíble —chilla, todavía balanceá ndose sobre la planta de mi pie.
—¡Sigue! ¡Có rrete! —ordeno.
Sin soltarlo, contemplo fascinada có mo su cuerpo se tensa en pequeñ os espasmos de
placer, sus ojos cerrados y la cabeza hacia atrá s.
Contrae el abdomen, gime, suspira, sus piernas tiemblan ligeramente hasta que se queda
muy quieta, apretando mi pie contra su sexo, emitiendo unos gemidos deliciosos.
Sonríe de felicidad, relajada. Toma del suelo una tercera toalla y me limpia el pie con
delicadeza antes de hacerlo ella. La miro con curiosidad. Parece la mujer má s feliz del
mundo en estos momentos.
Cuando sale por la puerta parece otra persona. Má s segura de sí misma, con má s energía.
No puedo evitar plantearme lo complicada que es la mente humana; có mo algo
relativamente sencillo puede hacer auténticamente feliz a una persona. Otros, en cambio,
necesitan má s y má s para no llegar a ser verdaderamente felices nunca.
Ella siempre ha sido educada, atenta.
Echaré de menos a mi fetichista de pies favorita.
Capítulo 15
En cuanto llego al bar del hotel para recoger a Nerea me fijo en dos ejecutivos de unos
cuarenta añ os. Impecables, vestidos con traje y corbata. Miran hacia su mesa y sonríen
mientras comentan algo.
Creo que acabo de llegar en el momento adecuado para el rescate, porque tiene toda la
pinta de que intentará n que sea su pró xima presa.
Y no es que ella no sea perfectamente capaz de defenderse sola. Por su trabajo, está má s
que acostumbrada a este tipo de situaciones y sabe manejarlas muy bien. Por si fuera poco,
cuando quiere ser una cabrona, puede serlo, y mucho.
De todos modos, me parece mucho má s divertido fingir que no nos conocemos de nada.
Quiero ver su reacció n cuando crean estoy ligando con ella. Me encantará observar la cara
que se les queda a sus supuestos cazadores cuando una mujer se les adelante.
Así que, ni corta ni perezosa, y tratando de que no se me escape la risa, me acerco a ella por
detrá s, colocando una mano sobre su hombro. Aprovecho para poner una pose sexy y
hablar un poco má s alto de la cuenta para que me escuchen desde donde está n.
—Hola preciosa, ¿esperas a alguien? —exclamo, guiñ á ndole un ojo para que se dé cuenta de
lo que pretendo.
Nerea me mira con cara de sorpresa, pero me sigue el juego, aunque no sé si se ha dado
cuenta de lo que pretendo hacer. De hecho, se mete tanto en el papel que estoy segura de
que está resultando totalmente creíble. Parecemos dos chicas que no se conocen de nada y
está n ligando en el bar, para desesperació n de los ejecutivos que nos miran con cara de
asombro.
Sonríe, tontea conmigo, aprovecha cualquier momento para acariciarme el brazo o decirme
algo al oído. Por el rabillo del ojo veo a los dos ejecutivos con la boca abierta, sorprendidos.
Y mucho má s cuando Nerea se inclina para morder el ló bulo de mi oreja y después pasarse
la lengua por los labios.
—¿Te apetece subir a mi habitació n? —propone, levantá ndose y extendiendo la mano hacia
mí.
Sonrío al verla tan lanzada, pero está claro que la escena de ligue en el bar le está gustando
y la cara de los ejecutivos que pretendían cazarla no tiene precio. Se han quedado
boquiabiertos, derrotados.
Trato de esconder una sonrisa y pongo de nuevo mi cara má s seductora. Tomo su mano
para levantarme de la silla y salimos del bar con los dedos entrelazados. Al pasar frente a
ellos no puedo evitar soltar un ú ltimo comentario.
—En diez minutos estará s gritando mi nombre mientras te corres —susurro justo delante
de ellos, cogiendo a Nerea por la cintura.
—Joder, ¿y esa escena en plan “femme fatale” en el bar? —pregunta confusa en cuanto
salimos por la puerta.
—¿Te ha gustado?
—Me has excitado una barbaridad —reconoce con una sonrisa pícara.
—Había dos tipos con traje que estaban a punto de saltar sobre ti —le explico.
—Ah, ya. Madre mía, llevan así casi cuarenta minutos sin decidirse. De todos modos, fue un
detalle por tu parte venir a salvarme aunque no lo necesitase. Y me gustó mucho la parte de
la seducció n. Tenemos que repetirlo má s a menudo, ahora mismo estoy goteando —admite,
mordiendo su labio inferior.
—¿No quieres ir a cenar?
—No, ni loca, Erin. No necesito comida precisamente, sino otro tipo de cosas. Salvo que
estés muy cansada —agrega al darse cuenta de que yo vengo de dar un servicio.
—Yo no hice nada —susurro encogiéndome de hombros.
Nada má s cerrarse las puertas del ascensor, me empuja contra una de las paredes, coloca
las manos a ambos lados de mi cara y me besa con pasió n.
Ahora, la sorprendida soy yo. Nerea es una persona muy fogosa, pero necesita mucho
preliminar para excitarse. Creo que es la primera vez que la veo tomar la iniciativa tan
rá pido.
—Joder, vaya como te ha puesto lo del bar, ¿no? —bromeo sorprendida.
—Me excita toda la situació n en sí. Piénsalo fríamente, llegas al bar en plan “Femme fatale”,
me seduces, te llevo a mi habitació n, es como si te estuviese contratando —agrega antes de
lanzarse de nuevo a por mi boca.
Ahora ya no solamente estoy sorprendida, sino que me acabo de quedar de piedra y no sé
muy bien có mo reaccionar.
—Joder, pero no te rías, Erin, porque así no resulta creíble —protesta.
—Espera, ¿de verdad quieres jugar a que soy tu escort?
—Sí, te contrato por una noche. Sin pagar claro —aclara.
—No, ya.
—En serio. Quiero saber lo que sienten tus clientes y verte en ese papel.
—No me convence la idea —mascullo, negando con la cabeza.
—¿Te sentirías mal si lo haces? ¿Te estoy pidiendo demasiado? —inquiere con
preocupació n.
—No, por mi parte está bien. No pasa nada. Es un juego entre las dos, no me siento dolida ni
nada de eso, si es lo que te preocupa. Tan solo me parece un poco raro, pero vale, puede ser
excitante —concedo, encogiéndome de hombros.
—¿Puedo llamarte Asia?
—Joder —suspiro.
—¿Es demasiado?
—Vale, puedes llamarme Asia si quieres.
—Si te parece mal algo me lo dices, ¿vale? No quiero que te sientas mal.
—Puf, es que empiezas a darme un poco de miedo y mira que he visto cosas —admito—.
Recuerda que tengo espray de pimienta en la habitació n y no tengo miedo a usarlo —
bromeo, besando la punta de su nariz.
—Bueno, ya está ¡métete en el papel!
Esto es lo ú ltimo que me esperaba, pero debo reconocer que tiene su punto de morbo. Mi
novia contratá ndome como escort, aunque sea de mentira. Lo cierto es que puede ser muy
excitante.
Saco mi lado seductor y empiezo a observarla con deseo. Alterno la mirada entre sus ojos,
su boca y sus pechos, mientras mi mano roza la suya de manera casi inocente.
Pronto, me doy cuenta de có mo la tensió n sexual va en aumento. Es algo que hago desde
que empecé a trabajar en esto, quizá antes de manera inconsciente, y funciona siempre. De
algú n modo puedo transmitir energía sexual a la otra persona, aunque no sienta nada por
ella, y eso me ayuda muchísimo a subir el nivel de excitació n en mis clientes.
Y ver el efecto que provoca en Nerea, me excita a mí también. Respira de manera má s
agitada, puedo observar su pecho elevá ndose con cada inspiració n. Muerde ligeramente el
labio inferior, sus ojos la viva imagen del deseo. Roza su mano con la mía, sin llegar a
cogerla, buscando mi dedo meñ ique con el suyo, un roce exquisitamente sensual.
Abro el minibar de la habitació n y le sirvo una copa de vino, sentá ndome junto a ella.
Acaricia mi rodilla con suavidad, los ojos casi fijos en mis pechos y siento mis pezones
endureciéndose contra la tela del sujetador. Me acerco un poco má s, retirando un mechó n
de pelo de su frente, aprovechando para deslizar la punta de los dedos por su mejilla,
llegando hasta su barbilla.
Nerea abre la boca para besarme, le devuelvo el beso y el roce de nuestros labios es
embriagador. La punta de su lengua recorriendo mis labios me vuelve loca de deseo. Su
cá lida mano recorre la piel de mi clavícula, sus dedos temblando de la excitació n. El sabor
del vino en su boca.
—¿Quieres que vayamos a la cama? —propongo.
—Sí, mejor —suspira nerviosa.
La llevo de la mano hacia la cama, pero, antes de llegar, tira de mí y agarrá ndome por la
cintura pega su cuerpo al mío mientras me besa en el cuello excitada.
—¡Quítate la ropa! —ordena.
Obedezco mientras ella se sienta en la cama. Me observa mordiendo el labio inferior y
retorciendo nerviosa los dedos. Me deshago de manera muy lenta del vestido, quedá ndome
solamente con la ropa interior y los zapatos de tacó n.
—Está s preciosa con ese conjunto de lencería —sisea, acariciá ndose los pechos.
Llevo un conjunto de lencería muy caro y sugerente que había utilizado para mi cliente.
Una auténtica preciosidad que realza cada parte de mi cuerpo a la perfecció n. Los zapatos
de tacó n añ aden su toque, estilizando aú n má s mis piernas. Siempre he pensado que es una
pena lucir estas maravillas cuando el cliente normalmente quiere que me las quite cuanto
antes para quedarme completamente desnuda.
Normalmente, cuando no estoy trabajando, visto bastante informal, así que supongo que es
ló gico que Nerea esté disfrutando de las vistas. Giro lentamente para que me vea mejor,
moviendo mis caderas, mirá ndola a los ojos.
—¡Quítate toda la ropa!
Ya estamos. Igual que la mayoría de mis clientes. Soy muy fan de la ropa interior cara y
bonita. En muchos momentos, una mujer está mucho má s excitante con un buen conjunto
de lencería que desnuda.
Da bastante rabia molestarse en buscar lencería bonita y sugerente para que solamente la
miren unos segundos y no lleguen a disfrutar de ella. Pero, en fin, ya estoy acostumbrada a
ello y Nerea es mi “cliente” así que ella manda.
Me coloco de pie frente a ella y me quito el sujetador de manera muy lenta, clavando la
mirada en sus preciosos ojos azules. Me acaricio las caderas de arriba abajo, despacio, antes
de desprenderme de él, retirá ndolo de manera que la tela roce mis pezones.
Me quedo tan solo con la parte de abajo y los zapatos de tacó n y Nerea me mira sin creerse
lo que está ocurriendo, visiblemente excitada.
Me doy la vuelta, dejá ndole ver mi espalda y mi culo. Juego con los pulgares por dentro de
la goma de mis bragas, moviendo las caderas en modo sugerente. Las bajo un poco,
enseñ ando la parte superior de mi culo para a continuació n volverlas a subir.
Aunque esté de espaldas a ella, sé muy bien que sus ojos está n fijos en mí. Son movimientos
ensayados, los he realizado un montó n de veces con mis clientes y me ayudan a subir la
tensió n sexual.
Dejo una de las manos por dentro de las bragas, acariciando mis nalgas, subiendo la otra
lentamente por la cintura hasta llegar a los pechos. Dejo que Nerea vea có mo va subiendo,
pero sin que pueda ver có mo me acaricio al estar de espaldas a ella. Muchas veces, la
imaginació n es mucho má s efectiva que la realidad.
Juego con mis pezones. Se ponen duros bajo mi dedo pulgar, su sensibilidad a flor de piel.
Pronto recibirá n la visita de la boca de Nerea, de sus labios, de su lengua.
La miro de reojo, sentada en la cama y con cara de querer comerme. Disfruta. Sus bellos
ojos azules clavados en mi trasero. Ladea la cabeza, dejando caer su preciosa melena
castañ a sobre los hombros.
Juego de nuevo con mis bragas, bajá ndolas con los pulgares, enseñ ando casi todo el culo.
Las dejo a medio bajar mientras me acaricio por encima de la ropa interior. No sé quién
está má s excitada en estos momentos, si Nerea o yo misma.
La miro de nuevo de reojo y veo que se empieza a pellizcar los pezones. Muerde su labio
inferior, ese gesto que siempre delata su excitació n. Sus ojos azules clavados en mis nalgas.
No puedo má s y me quito las bragas por completo, sin prisas, de espaldas a ella.
Incliná ndome hacia delante, abro las piernas para ofrecerle un vistazo a mi sexo desde
atrá s, mientras aprovecho para desabrochar los zapatos de tacó n.
Nerea suspira. Es un truco que siempre funciona.
Me giro, me quedo a un metro escaso de ella. Le clavo la mirada mientras me acaricio los
pechos y el vientre. Deslizo a continuació n la mano por mi sexo, contoneando las caderas
en un lento baile.
Noto que Nerea no puede má s. Para ser sincera, yo tampoco.
Avanzo hacia ella con pasos lentos e intenta agarrar mi culo para que me siente a
horcajadas sobre sus muslos, pero me aparto, haciendo un gesto para que me deje a mí
llevar el control.
Tiro de su camiseta hacia arriba y ella sube los brazos para ayudarme. Con los brazos en
alto, sus pechos son aú n má s perfectos, si es que eso es posible.
Sus duros pezones sobresalen de unas areolas de color marró n claro, aderezadas con
algunos lunares que son mi perdició n.
Los acaricio con suavidad con el dedo pulgar, juego con ellos, dibujo lentos círculos a su
alrededor. Los rozo con los labios, a continuació n con la lengua antes de chuparlos.
—Joder, sigue —suspira cerrando los ojos.
Sonrío y bajo a continuació n por su vientre. Tensa los abdominales cuando los lamo con la
punta de la lengua, suspira al recorrer su pubis.
Tiro de ella para que se ponga de pie y sus manos vuelan a mis nalgas, clavá ndome las uñ as.
El roce de sus pechos sobre los míos es embriagador, sensual, excitante, Sus duros pezones
buscan los míos y, con cada encuentro, una corriente eléctrica recorre todo mi cuerpo.
—Me vuelves loca, Erin —susurra junto a mi oído.
Es ella la que me vuelve loca a mí cada vez que me susurra algo al oído. Con tan solo
escuchar su respiració n cerca de mí, con sentir su aliento sobre mi piel, ya consigue
excitarme.
Me agacho para despojarla de la poca ropa que le queda y la dejo totalmente desnuda
frente a mí. Todavía de rodillas, miro hacia arriba, buscando sus ojos, bendiciendo la
oportunidad de hacer el amor a una mujer como ella cada día.
—Có memelo —ordena y su voz no es má s que un suspiro.
Rodeo sus nalgas y, acercá ndola a mí, beso su sexo, percibiendo el olor de su excitació n,
separando sus labios con los pulgares para soplar sobre él.
Recorro con la lengua el interior de sus muslos, cubriendo de besos cada centímetro de su
piel. A continuació n me coloco detrá s de ella para acariciar sus nalgas, deslizando los dedos
por toda la pierna y rozá ndola con las uñ as.
Lamo la parte de atrá s de su rodilla y se le pone la piel de gallina. Sé que cualquier roce
sobre esa sensible zona le encanta. Desde atrá s, entre sus nalgas puedo observar una visió n
tremendamente excitante de su sexo, pidiendo a gritos que lo bese, que lo lama con
lentitud, que la folle con mis dedos.
Me coloco de nuevo frente a ella, arrodillada para cubrir su sexo de pequeñ os besos antes
de lamerlo con lentitud, rozando su clítoris con mi dedo pulgar.
—Joder —gime al sentir mi lengua.
Agarra mi pelo con fuerza, sujetá ndome contra ella, frotá ndose contra mi boca de manera
frenética. Le clavo las uñ as en el culo, tratando de mantener el ritmo, aunque Nerea está tan
excitada que se hace difícil.
Gime, jadea tirando de mi pelo, rozando su excitació n contra mi boca o mi barbilla, echando
la cabeza hacia atrá s, con los ojos cerrados, hasta que me aprieta con fuerza contra su sexo
para tener un intenso orgasmo.
—Oh, joder, qué increíble —jadea sin dejar que me separe de ella—. Te juro que ha sido…
ha sido una auténtica pasada, Erin—agrega.
Poco a poco, se va quedando má s relajada y aprovecho para llevarla a la cama y
acurrucarme a su lado. Apoya la cabeza sobre mis pechos para que peine su melena entre
los dedos mientras recupera la respiració n.
Esta es la parte que má s me gusta de hacer el amor con Nerea. Se queda absolutamente
relajada, necesitada de caricias y mimos durante un largo tiempo. Lo disfruto tanto como el
propio sexo.
Capítulo 16
—Me toca. Ponte boca abajo —exclama después de un buen rato de mimos.
Nerea se coloca sobre mi espalda, deslizando sus pechos por ella a modo de caricia, para
luego dirigir su mano derecha por debajo de mi cuerpo, directamente hasta mi sexo.
Gime a mi oído mientras me acaricia. Se frota con fuerza contra mis nalgas, metiendo dos
de sus dedos dentro de mí y presionando en la zona bajo mi pubis en busca de esa zona que
sabe que me provocará un orgasmo en cualquier momento.
Sus dedos me hacen enloquecer, tras dos añ os juntas me conoce muy bien. Gemidos.
Suspiros. Todo mi cuerpo se tensa. Mis rodillas tiemblan a medida que su ritmo se
incrementa. Escucho su respiració n entrecortada junto a mi oído. No puedo má s. Cierro los
ojos, agarrando con fuerza la almohada, sintiendo có mo se forma un orgasmo dentro de mí
que rompe entre fuertes gemidos.
—¡Joder! Déjame descansar un poco —suspiro, tumbá ndome en la cama para recuperar el
aliento.
—Ni hablar. Yo pago y yo decido.
Me lo dice con una cara totalmente seria, completamente metida en su papel, cogiendo un
mechó n de mi pelo y tirando ligeramente de mi melena.
Nerea se levanta, abre el cajó n del armario y me da un pequeñ o tubo de lubricante para
luego tumbarse en la cama junto a mí.
—¡Ya sabes lo que tienes que hacer!
No es una sugerencia, es una orden, y me quedo un poco desconcertada. Siempre fue má s
dominante que yo en la cama, pero hoy la veo muy decidida.
Sé bien lo que me está pidiendo; la dichosa mariposa de Venus que tanto le gusta. Vierto un
chorro de lubricante en mi mano y lo extiendo con delicadeza sobre su clítoris, entre los
labios y en su culo.
En cuanto veo que empieza a excitarse, introduzco el dedo meñ ique en su culo, dos en el
interior de su vagina y con el dedo pulgar froto con suavidad su clítoris, que se encuentra
ya con un nivel de sensibilidad por las nubes.
Voy estimulando los tres puntos al mismo tiempo mientras Nerea gime con los ojos
cerrados. El nú mero de terminaciones nerviosas que toco debe ser infinito, porque cada vez
que presiono, prá cticamente casi salta de placer.
Pronto, su cuerpo comienza a contorsionarse, tensa la espalda, la arquea y debo presionar
con mi mano izquierda sobre su pubis en un intento de que no se mueva tanto para poder
seguir.
Estira los dedos de las manos del placer. Su vientre se contrae. Reconozco que me costó
cogerle el truco, pero ahora es algo absolutamente infalible, Nerea se vuelve loca cada vez
que se lo hago.
Coloco la mano libre en la parte baja de su pubis, como queriendo sentir la formació n de su
orgasmo, escuchando los suspiros que se escapan de sus labios y que me excitan casi como
si fuese ella la que me está follando a mí.
—¡Má s fuerte, sigue! —ordena entre jadeos con la respiració n entrecortada.
La penetro con algo má s de fuerza, sigue temblando, a punto de tener un orgasmo.
Sonrío, me encanta observar su cara de satisfacció n mientras se corre y de pronto…
—¡Para! ¡Tú mbate en la cama!
De nuevo, una orden, así que aunque me sorprenda, no discuto.
—¿Está s caliente? —inquiere buscando aire.
Asiento con la cabeza.
Se acerca má s a mí y, abriendo las piernas, las coloca a ambos lados de mi cara, agarrando
con fuerza mi melena.
—¡Có melo! —suspira.
Juro que sus ojos azules se han encendido, otra vez esa mirada llena de deseo. Baja el
cuerpo para colocar su sexo sobre mi boca y empuja mi cabeza contra él.
Lo beso, coloco la lengua plana y lo lamo con largos movimientos, acercá ndome poco a
poco a su clítoris, sin llegar a rozarlo. El lubricante deja un extrañ o regusto a fresa en mi
boca, mientras Nerea se pellizca los pezones, excitadísima.
—¡Má s fuerte! —grita.
Se balancea sobre mi lengua, haciendo movimientos má s largos, hasta frotarse con mi
barbilla en busca de un mayor contacto. Trato de centrarme en su clítoris, lo presiono, lo
muerdo entre mis labios, lo chupo una y otra vez, succioná ndolo cada vez que se queda má s
quieta.
Su mano derecha abandona sus pechos para coger un mechó n de pelo y tirar de él. Mueve
las caderas con má s velocidad, frotando su sexo contra mi lengua, mis labios, mi barbilla,
cualquier parte de mi cara que pueda proporcionarle placer.
Pocas veces la había visto tan excitada y eso me está volviendo loca a mí. Juego con mi
lengua sobre su clítoris, que parece estar en un estado de excitació n indescriptible. Gime,
jadea, suspira con los ojos cerrados, tirando con fuerza de mi pelo.
—¡Có melo! ¡Joder, có memelo! —repite.
Nuestros gemidos se entremezclan, sus piernas tiemblan a ambos lados de mi cara, se frota
con tanta fuerza que me cuesta incluso respirar.
—¡Estoy a punto de correrme! ¡Sigue! Por favor —ordena.
Recibo un fuerte tiró n de pelo, pegando mi cara a su sexo mientras se abandona a un
larguísimo orgasmo contra mi boca que parece no tener fin.
—Dios, ¡ha sido una auténtica pasada, Erin! Te lo juro. Increíble —admite, mientras me
limpia la barbilla con la mano.
—Espero que haya merecido la pena, porque poco má s y me dejas calva, guapa —bromeo.
—Puf, fue demasiado intenso. Brutal. ¿A ti te gustó ?
—Me vuelve loca que saques tu lado salvaje, ya lo sabes, aunque esta vez te has venido un
poco arriba —admito con un guiñ o de ojo.
—No pensé que me excitaría tanto jugar a ser tu cliente. ¿No te molestó verdad?
—No, no me molestó . Era un juego. Me gustó mucho verte disfrutar, aunque mis clientes no
me suelen dar esos tirones de pelo, pedazo de bruta.
—Lo siento. De todos modos, no lo quiero repetir má s. Lo de ser tu cliente, quiero decir, lo
otro sí —se apresura a aclarar.
Me dedica una sonrisa preciosa y, a continuació n, se tumba a mi lado y me abraza. Me
encantan esos abrazos que me da tras hacer el amor, se queda sú per relajada. Y mientras
apoya la cabeza en mi pecho y traza círculos alrededor de uno de mis pezones con la punta
de sus dedos, nos vamos quedando dormidas y un “te quiero” susurrado flota en el aire.
Capítulo 17
A la mañ ana siguiente, nos levantamos bastante tarde. Es algo muy raro en Nerea, que suele
ser muy madrugadora, aunque decidimos tomá rnoslo con calma y tras el desayuno
aprovechamos para tomar el sol en la piscina del hotel.
Es extrañ o, pero en mi corazó n guardo sentimientos encontrados, agridulces; hoy se acaba
todo. Mi vida de los ú ltimos doce añ os llega a su fin, para dar paso a una nueva. Una vida
que no tengo ni idea de lo que me deparará .
Siempre pensé que mi ú ltimo servicio sería motivo de una alegría inmensa, pero no lo es.
Por primera vez en los ú ltimos añ os, me siento muy insegura. Hasta ahora, tenía muy claro
lo que debía hacer cada día. Ahora no sé lo que haré con mi vida, y eso me preocupa.
—Está s muy callada hoy, como melancó lica —indica Nerea, incliná ndose hacia mi hamaca
para darme un suave beso en la mejilla.
—Hoy se acaba todo —suspiro.
—No veo la hora de que eso ocurra.
—Sí, pero echaré ciertas cosas de menos —reconozco.
—No veo qué puedes echar de menos aparte del dinero —espeta Nerea, chasqueando la
lengua con desdén.
—No es solo lo má s evidente, como el dinero o el tiempo libre, también conoces a gente
increíble. Otras veces no —admito—. Otras son unas gilipollas que se creen que porque
pagan pueden tratarte como si fueses basura. Aun así, he conocido a gente que no llegaría a
conocer nunca de otro modo. Personas muy interesantes que te enseñ an mucho.
—Pues yo estoy muy contenta de que acabes con esto y empieces una nueva vida, para qué
te voy a mentir. ¿A qué hora tienes lo de hoy? —pregunta, mirá ndome por encima de las
gafas de sol.
—Temprano, de seis a siete. Está casada y no quiere que su marido sospeche. Es solamente
una hora, me puedes esperar en el bar como ayer y subes cuando pasen dos horas o algo
menos. Luego ya nos cambiamos y vamos a cenar donde tú quieras para celebrarlo. Así me
da tiempo a recoger todo y limpiar un poco la habitació n —propongo.
—Lo de hoy no es complicado, ¿no, Erin? —inquiere con cierto tono de preocupació n en la
voz.
—No, tranquila, es solamente una hora. Será intenso, eso sí, porque es una cliente muy
dominante, pero no debería dar ningú n problema. Contrató una GFE, que se queda muy
corto con una hora, pero bueno, entiendo que má s tiempo sale muy caro. Con este servicio
quedaré un poco má s cansada que con el de ayer, no creo que me apetezca hacer nada má s
tarde —reconozco, encogiéndome de hombros —pero te lo compensaré mañ ana.
***
Cuando la cliente llama a la puerta, ya lo tengo todo preparado para el que será el ú ltimo
servicio de mi vida. Una vez má s, llega el momento de desprenderme de Erin para
convertirme en Asia.
Cuando era má s joven, solía bromear en mi cabeza con que era como una superheroína. Me
ponía el traje y me convertía en Asia. Má s sexy y abierta que mi personalidad habitual.
Ahora, ni siquiera lo pienso. Es como un papel que me sale solo.
Ofrezco a mi cliente su bebida favorita, un whisky de malta con hielo, y charlamos durante
unos minutos para ir subiendo la tensió n, pero lo corta bastante pronto para ordenarme
que me desnude.
No sé para que se llama “Girlfriend Experience” porque la mayor parte de las veces se
debería llamar simplemente “follar”, sobre todo cuando se contrata por poco tiempo, como
esta mujer.
Antes de que me pueda dar cuenta, estoy desnuda junto a ella, que se coloca detrá s de mí y
se frota contra mis nalgas mientras aprieta, má s que acaricia, mis pechos.
—Tienes unas tetas preciosas, Asia —susurra junto a mi oído.
Una de sus manos abandona mi pecho para recorrerme los labios con su dedo pulgar.
—Ponte de rodillas y bá jame los pantalones y las bragas.
Pongo en la cara mi mejor sonrisa y hago lo que me dice. Es una cliente muy dominante,
pero, al mismo tiempo, muy diferente a Amparo o a otras que he tenido.
A veces, pienso que en realidad no le sale de manera natural. Creo que es una fantasía que
se monta en su cabeza y que le queda un poco forzada. Quizá está muy influida por la
industria del porno o porque se lo hacen a ella en su casa. O quizá le gustaría que se lo
hiciesen a ella, vete tú a saber. Yo hago mi trabajo y prefiero no juzgar a mis clientes. Ellas
pagan, yo hago lo que me dicen.
—Buena chica —susurra mientras me pasa una uñ a por la mejilla y por debajo de la
barbilla, levantando mi cara para que la mire a los ojos—. Ahora, vamos a ver si esa bonita
boca tuya sirve para algo má s que para hablar —agrega.
Le bajo los pantalones, mostrando unas bragas rojas de encaje y unos muslos muy pá lidos,
aunque bien tonificados. Ella misma engancha los pulgares bajo la cintura, se baja las
bragas y las aparta de una patada.
Me encuentro cara a cara con su sexo, ya reluciente de excitació n.
—¿Y bien? —indica chasqueando la lengua al tiempo que enreda los dedos en mi pelo y tira
bruscamente—. Manos a la obra.
Me inclino hacia ella y lamo su sexo, percibiendo un sabor ligeramente á cido y salado. Gime
con un sonido entrecortado mientras me sigue sujetando el pelo con fuerza.
Me lanzo a por su clítoris, rodeá ndolo con la lengua. Lo beso, lo lamo con suavidad,
mientras ella se frota contra mi cara, respirando de manera entrecortada.
—Así —sisea—. No se te ocurra parar.
No es que tenga intenció n alguna de parar, es mi trabajo. La ú ltima vez que haré esto para
otra mujer que no sea Nerea.
Y, de pronto, pensar en Nerea me pone triste. Trato de centrarme, de olvidar quién soy y en
qué me he convertido. Intento concentrarme en el ritmo de mi lengua y en su cuerpo.
—¿No prefieres dejarme a mí? —pregunto al ver que simplemente se frota contra mi boca y
apenas puedo hacer algo decente.
Se lo digo con mi mejor sonrisa, pero ni siquiera me contesta y sigue empujando mi cabeza
contra su sexo. Es algo que jamá s entenderé. Si me deja a mí podría darle la mejor comida
de coñ o que le hayan hecho en su vida. Seguro que mucho mejor que su marido y, en
cambio, se empeñ a en simplemente frotarse contra mi boca.
En esos casos no tengo ningú n control, no puedo hacer otra cosa que sacar la lengua e
intentar no hacerle dañ o con los dientes. Desperdicia una experiencia que es mi
especialidad por algo mediocre que podría hacer con cualquier persona que tenga boca.
Pero ella paga.
Intento no pensar mucho en ello mientras sigue empujando con fuerza, tirando de mi pelo.
No siento ningú n placer, má s bien todo lo contrario, y vuelve a mi cabeza la ironía de que lo
llamen “Girlfriend Experience”.
Se corre con un fuerte grito, empapá ndome la barbilla. Lamo su sexo despacio mientras
tiene pequeñ os espasmos de placer, hasta que me aparta con un nuevo tiró n de pelo, su
pecho agitado y los ojos vidriosos.
Permanecemos en silencio un largo rato, congeladas en el tiempo, con el ú nico sonido de
nuestras respiraciones entremezcladas.
Por fin se separa. Retira de mi frente un mechó n de pelo. Sonrío, aunque lo que de verdad
pienso es que acaba de tirar el dinero, porque si se hubiese tumbado en la cama y me
hubiese dejado, las cosas habrían mejorado seguro.
Su cara refleja satisfacció n, pero aú n nos queda media hora. Me levanta y coloca su mano
entre mis piernas. Introduce dos de sus dedos en mi interior sin ningú n tipo de caricia
previa, como si se pensase que lo que acabamos de hacer me ha excitado
—Ya veo que te pone caliente comer coñ os —susurra, tirá ndome del pelo para echar mi
cabeza hacia atrá s.
—Mucho.
De nuevo mi mejor sonrisa. Con el tiempo, he aprendido a representar el papel que quiere
el cliente. Puedo ser su mujer ideal casi en cualquier circunstancia que desee.
Prefiero las clientes que quieren una mujer inteligente, una mujer con la que puedan
mantener una conversació n interesante y luego me permitan sacar lo que he aprendido en
estos doce añ os para darles placer.
Pero también puedo ser la mujer objeto que quieren otras. Una especie de jarró n bonito y
sin cerebro a la que follar. Una imbécil que no piensa, solo folla.
Capítulo 18
—¿Quieres que nos demos una ducha romá ntica las dos juntas? —propongo a ver si cuela.
Sería un modo fá cil de pasar el tiempo que nos queda.
—No —responde tajante.
—¿Qué quieres que te haga? —suspiro pegada a su oído.
No sé para qué me preocupo, porque es mi ú ltima cliente. Si no queda satisfecha es
problema suyo, por no dejar que haga mi trabajo. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué no
repita? No va a repetir. Ni ella ni nadie. Pero Amparo tiene razó n, mi ética de trabajo toma
el control.
—¿Te pondrías un plug anal? —suelta de pronto.
—Sabes que los límites se pactan por escrito antes de venir y eso no me lo habías dicho —
protesto.
—Nos quedan veinte minutos.
—¿Qué tienes en mente? —pregunto curiosa.
—Me gustaría que te pusieses un plug anal con cola de zorro y azotarte un poco con una
fusta. Sería suave —agrega muy seria.
—No. Paso, lo siento, no habíamos hablado nada de esto —me quejo, negando con la
cabeza.
Me empiezo a asustar un poco. No es nada inusual que un cliente quiera hacer un poco má s
de lo que habíamos pactado previamente. Normalmente, no hay problema, pero esto se sale
bastante de una experiencia “vainilla” como la que había contratado. Ademá s, su cara no
me está haciendo nada de gracia. Hoy ha venido un poco rara, no me extrañ aría que se haya
tomado algo antes de subir. Instintivamente, la miro de arriba abajo, ponderando su
posible fuerza. Es má s baja que yo y no creo que tuviese problema a la hora de
desprenderme de ella si las cosas se ponen feas.
—De verdad, sería muy suave. Solamente caricias con la fusta. Te pagaré cuatrocientos
euros extra —propone.
—¿Sería suave?
—Sí, de verdad. Ya me conoces, nunca hemos tenido ningú n problema. Ademá s, tienes
todos mis datos, sabes que no haré nada raro —me asegura.
—Déjame ver el plug.
Me acerca una caja con un plug anal. Es de tamañ o bastante pequeñ o, que es lo que má s me
preocupaba. Llevo mucho tiempo sin hacer nada por la parte de atrá s. Todo lo que sea má s
grande que un dedo es una experiencia que no me gusta. Rara vez consigo relajarme y me
acaba doliendo.
El tamañ o del plug no me va a causar ningú n problema. Supongo que lo que de verdad
excita a mi cliente es la cola de zorro que lleva incorporada. Prefiero no imaginarme a mí
misma con una cola de zorro saliendo de mi culo.
—Vale, cuatrocientos, pero me azotas suave. Si te digo que pares, lo haces —aviso,
señ alá ndola con el dedo.
—Prometido.
—Voy a lavar el plug —anuncio, haciendo un gesto con la barbilla en direcció n al bañ o.
—Es nuevo.
—Sí, lo veo, pero voy a lavarlo igual, será un momento, no te preocupes. ¿Me lo pongo en el
bañ o o quieres ver có mo me lo pongo?
—Prefiero ponértelo yo —responde de inmediato.
Entro en el bañ o de la habitació n, todavía preguntá ndome si debo seguir adelante. Son
cuatrocientos euros extra. Entre unas cosas y otras no va a pasar de quince minutos. Es una
buena cantidad por tan poco tiempo. Lavo bien el plug por si acaso y saco un bote de
lubricante.
—Toma, ponme un poco de esto en el culo antes de meterlo —le indico, entregá ndole el
lubricante. ¿Dó nde quieres que me coloque?
Sus ojos se encienden mientras me dice que me apoye en una mesa de trabajo que hay en la
habitació n, bajo un espejo, aunque a mí no me hace ninguna gracia ver todo esto en su
reflejo. Hay cosas que preferiría no ver.
Apoyo los antebrazos en la mesa y abro las piernas. Ella extiende el lubricante con los
dedos, con suavidad, presionando ligeramente con uno de ellos en el interior de mi culo.
—Ohh —suspiro cuando me lo introduce.
—¿Te gustó zorrita?
—Mucho —miento.
No es que haya sentido demasiado al introducir el plug en mi culo, algo de molestia, pero no
dolor. Lo que no he sentido es placer, ninguno, pero es parte de la fantasía. Para eso está
pagando 400 euros extra por tan poco tiempo. Su cara lo dice todo. Sus ojos está n
encendidos, sonríe, una sonrisa de satisfacció n.
Mientras juega con la cola de zorro que sale del plug, no dejo de pensar en lo distinto que
puede ser cualquier situació n sexual dependiendo de con quien lo hagas.
Esto mismo, podría tener su punto de excitació n en una noche loca con Nerea. Nos
reiríamos un montó n y luego, seguramente, sería excitante. Con esta mujer no solo no
siento ningú n tipo de excitació n, si no que estoy algo asustada. Vaya momento que he
elegido para ponerme filosó fica.
—¡Ah! —protesto al sentir un dolor agudo en mi nalga derecha.
—¿Te gusta así?
—Sí, mucho.
Me acaba de pegar con la fusta. No ha sido fuerte, pero no me lo esperaba todavía, creí que
me avisaría antes. Espero que cumpla su promesa y todos los azotes sean como ese.
Observo el reflejo en el espejo y su cara es todo un poema de satisfacció n. Sigue
azotá ndome con la fusta, bastante suave, aunque los ú ltimos azotes han sido algo má s
fuertes. Va ganando intensidad.
Prefiero no mirar má s en el espejo. Mi mente está ahora en el reloj. ¿Cuá nto puede quedar?
¿Cinco minutos má s? Mi cliente frota su sexo en mis nalgas, excitá ndose cada vez má s entre
azote y azote.
Echo un vistazo al espejo, se masturba con la mano izquierda, aprovecha para frotarse de
vez en cuando contra mi nalga y me golpea algo má s fuerte con la fusta. Ese ú ltimo dolió .
—¿Te gusta zorra? —pregunta, empezando a ponerse má s agresiva de lo que me gustaría.
—Sí, mucho —disimulo, esperando que se corra y se acabe cuanto antes.
—Sabía que te iba a gustar.
Sigue golpeá ndome, pero ahora ya no es tan suave como antes. Está muy excitada. Empieza
a perder el control. No tenía que haberle seguido la corriente, menos mal que dedica mucho
má s tiempo a masturbarse y frotarse contra mi culo que a azotarme, pero cuando lo hace,
imprime mucha má s fuerza.
—¡Ah! —me quejo.
Vuelve a doler. Un dolor agudo. Esta vez me ha hecho dañ o de verdad. Me estoy empezando
a asustar. Me golpea de nuevo con fuerza, se frota, golpea fuerte de nuevo. No sé có mo
reaccionar. Me quedo paralizada mientras algunas lá grimas ruedan por mis mejillas. No
quiero volver a mirar al espejo.
La escucho gemir, excitarse mientras se toca, vuelve a golpear. Má s fuerte aú n.
—Para, por favor, para ya —ruego asustada.
—No te muevas, quédate así.
El tiempo parece haberse detenido, pero, al menos, ha dejado de azotarme. Solo quiero que
se acabe ya, que se corra de una jodida vez, que salga de mi habitació n. Siento un dolor
insoportable en mis nalgas, calor.
Por fin se apoya contra mi nalga izquierda, acariciando mi espalda, con un fuerte gemido.
Me quedo inmó vil, petrificada.
—Ha sido increíble, gracias. Te he dejado el dinero en la mesita —anuncia mientras se
viste.
Al cerrar la puerta, me percato de que sigo apoyada sobre la mesa con el plug anal puesto,
en la misma postura. Ni siquiera me he movido. Me miro en el espejo y me dan ganas de
seguir llorando. No entiendo por qué no le dije que no. Joder, era mi ú ltimo servicio. Se
supone que iba a ser fá cil.
Entro en el bañ o y me limpio. Estoy dolorida, pero lo peor no ha sido el dolor. Ha sido el
miedo, la humillació n. No necesitaba hacerlo. Ahora me siento sucia, derrotada. Me tumbo
en la cama boca abajo, desnuda, llorando.
Y es entonces cuando Nerea entra en la habitació n. Ni siquiera me acordaba de que tenía
que venir.
—Joder, ¿qué te ha pasado, Erin? ¿Por qué tienes así el culo, cariñ o?
Se tumba a mi lado sobre la cama y me llena de besos. Me abraza. Má s besos. Me observa en
silencio mientras sus ojos azules se llenan de lá grimas. Su barbilla temblando.
—Pero ¿qué ha pasado?
—Nada, no te preocupes. Le dejé hacer un extra y se me fue un poco de las manos. Fue
culpa mía, no tenía que haber aceptado —reconozco, secá ndome las lá grimas con la palma
de la mano—. Ya da igual, no tiene importancia.
—Tenemos que denunciarla.
—¿Y decir qué, Nerea? No pasa nada. Ya se acabó . Se acabó para siempre —le recuerdo.
Me abraza con fuerza, su mejilla pegada a la mía, lá grimas saladas que llegan hasta mis
labios. Me duele má s ver ese sufrimiento en su rostro que todo lo que ha pasado.
—¿Te dolió mucho? —suspira.
—Un poco, pero fue má s el miedo. No me lo esperaba. Fue…no sé, la humillació n. Toda la
situació n en sí —confieso—. Me sentí sucia, impotente.
—Joder.
—Ya está . A partir de ahora soy solamente para ti —le aseguro—. ¿Sabes la tontería que se
me pasó por la cabeza cuando empezó ?
—¿Qué?
—Que el plug anal con cola de zorro y la fusta podría estar bien para una noche loca
contigo, en cambio con ella fue un auténtico suplicio.
—¡Qué tonta eres! Van directos a la basura los dos. Ahora mismo, ya verá s el susto que se
llevan mañ ana cuando limpien la habitació n —bromea—. De todos modos, mis
pensamientos, mientras esperaba han sido casi peores.
—¿Y eso?
—Con el aburrimiento eché unos cá lculos rá pidos. Con tu tarifa habitual, nuestro sexo este
añ o pasaría del milló n de euros. Eso no me lo puedo permitir ni en sueñ os —ironiza,
poniendo los ojos en blanco.
No podemos evitar reírnos con la tontería que acaba de decir. Tiene la virtud de hacerme
sonreír cuando má s lo necesito, y en estos momentos lo necesito de verdad.
—A ver qué te parece el plan para esta noche—propone—. No salimos a cenar. Nos
quedamos tumbadas en la cama. Tú boca abajo —aclara—. Besos, caricias, mimos, y
muchos cuidados para que ese culo tan bonito se recupere pronto. ¿Có mo lo ves?
—Lo de besos, caricias y mimos lo apunto para el resto de nuestras vidas —le aseguro.
Esa noche, mientras me voy quedando dormida en sus brazos, sus palabras resuenan en mi
cabeza. Besos, caricias, mimos y toda una vida juntas.
Epílogo
Tres años más tarde.
Al abrir los ojos, lo primero que observo es el tranquilo rostro de Nerea, todavía sumida en
un profundo sueñ o. Su respiració n es suave y rítmica y no puedo evitar quedarme mirando
como una tonta.
Han pasado ya algo má s de tres añ os desde aquel día en que decidí sincerarme con ella y
contarle toda la verdad sobre mi trabajo. Fue el momento má s difícil de mi vida, aunque
también el má s liberador. Sabía que me arriesgaba a perderlo todo, pero la culpa y el miedo
me consumían. No podía seguir viviendo una mentira. No cuando Nerea lo significaba todo
para mí. No cuando está bamos haciendo planes de boda.
Y ese momento ha quedado grabado en mi memoria. Recuerdo como si fuese hoy mismo la
expresió n de dolor en su rostro. Un dolor infinito. Sus hermosos ojos se llenaron de
lá grimas y estuve segura de que me odiaría para siempre. Por suerte, a pesar de la enorme
estupidez que cometí ocultá ndoselo durante dos añ os, Nerea demostró ser la mujer
excepcional de la que me enamoré desde el primer día que nos conocimos.
No diré que fue fá cil. Ni para ella ni para mí, pero me dejó explicarle mis razones, mis
miedos, expresar mi arrepentimiento. Le costó procesarlo todo, no es para menos, pero me
perdonó y nunca perdió la fe en nuestro amor.
En cuanto abandoné mi trabajo como escort, me dediqué en cuerpo y alma a reconstruir
nuestra relació n. Al final, tuvimos que vender nuestra casa, adaptarnos a un estilo de vida
má s sencillo, no había dinero para todo, pero mereció la pena. Sobre eso no tengo ninguna
duda.
Nerea fue mi roca durante todo ese proceso, la persona que me apoyó de manera
incondicional. Celebramos cada pequeñ o logro como si fuese lo má s grande. Me dio fuerza
para seguir adelante.
Hoy, tres añ os má s tarde, soy una mujer má s feliz. Nos casamos rodeadas de nuestra familia
y amigos. Fue un momento má gico, repleto de risas, lá grimas de felicidad y promesas de
amor.
Ahora, cada vez que acaricio esa evidente barriguita que lleva dentro a nuestro bebé, siento
que todos mis sueñ os se han hecho realidad. Cada patadita que siento al colocar mi mano
sobre ella es un pequeñ o recordatorio de que la vida me dio una segunda oportunidad que
no puedo desaprovechar.
Solo miro hacia delante, he dejado mi pasado atrá s, enterrado para siempre, un secreto
entre Nerea y yo.
Sé que nuestra verdadera historia está comenzando, que nuestra hija nos cambiará para
siempre. Pero también sé que amaré a Nerea cada día de mi vida. Con todo mi ser.

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