Zizek - Mantener El Lugar
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Slavoj iek*
Butler: lo Real y su malestar {307} Quizs, el estatus de lo real (lacaniano) sea el objeto ltimo de desacuerdo en nuestro debate; permtaseme, pues, comenzar reiterando lo que percibo como el ncleo del problema. La crtica de Butler descansa en la oposicin entre el (objetivado, prototrascendental, prehistrico y presocial) orden simblico, es decir, el gran Otro, y la sociedad, como el campo de las luchas sociosimblicas contingentes. Todos sus argumentos principales contra Laclau o contra m pueden reducirse a esta matriz: la crtica bsica de que nosotros hipostasiamos una formacin histricamente contingente (aun si es la Falta misma), en un a priori formal presocial prototrascendental. Por ejemplo, cuando escribo acerca de la falta que inaugura y define negativamente- la realidad social humana, supuestamente postulo una estructura transcultural de la realidad social que presupone una socialidad basada en posiciones de parentesco ficticias e idealizadas, que dan por sentado que la familia heterosexual constituye el vnculo social definitorio para todos los seres humanos (JB, p.146). Si formulamos el dilema en stos trminos, entonces, por supuesto, el desacuerdo parece inevitable. Queremos afirmar que hay un gran Otro ideal, o un pequeo otro ideal, que es ms fundamental que cualesquiera de sus formulaciones sociales? O queremos preguntar si cualquier idealidad correspondiente a la diferencia sexual puede no estar constituida por normas de gnero activamente reproducidas que hacen pasar su idealidad como esencial a una diferencia sexual presocial e inefable? (JB, p.149) La lnea de razonamiento crtico slo funciona, sin embargo, si lo Real (lacaniano) es silenciosamente reducido a una norma simblica a priori prehistrica, como es evidente a partir de la siguiente formulacin: El carcter formal de esta diferencia sexual presocial, originaria, en su vaco ostensible, es alcanzado, precisamente, a travs de la reificacin por la que cierto diformismo idealizado y {308} necesario prende (JB, pp. 149 y 150, las cursivas pertenecen al original). Si, entonces, la diferencia sexual es elevada a una norma prescriptiva ideal si todas las variaciones concretas de la vida sexual estn limitadas por esta condicin normativa no tematizable (PB, p.153), la conclusin de Butler es, por supuesto, inevitable: En tanto planteo trascendental, la diferencia sexual debe ser rigurosamente objetada por todo aquel que quiera protegerse de una teora que prescribira de antemano qu tipos de acuerdos sexuales estarn permitidos o no en la cultura inteligible (JB, p.154). Butler es, naturalmente, consciente de que il ny a pas de rapport sexuel de Lacan significa, precisamente, que toda relacin sexual real est siempre manchada por el fracaso; sin embargo, ella interpreta este fracaso como el fracaso de la realidad histrica contingente de la vida sexual en realizar plenamente la norma simblica. Por consiguiente, puede afirmar que, para los lacanianos, la diferencia sexual tiene un estatus trascendental incluso cuando surgen cuerpos sexuados que no encajan perfectamente en el dimorfismo ideal de gnero. De manera que yo podra an as explicar la intersexualidad afirmando que el ideal sigue estando all, pero que los cuerpos en cuestin contingentes, formados histricamente- no se conforman al ideal (JB, p.150, las cursivas me pertenecen). Sugerira que, para aproximarnos a aquello a lo que Lacan apunta con su il ny a pas de rapport sexuel, habra que comenzar reemplazando, en la cita precedente, la expresin incluso cuando por porque: La diferencia sexual tiene un estatus trascendental porque surgen cuerpos sexuados que no encajan perfectamente en el dimorfismo ideal de gnero. Es decir: lejos de servir como una norma simblica implcita que la realidad nunca puede alcanzar, la diferencia sexual como real/imposible significa precisamente que no hay tal norma: la diferencia sexual es esa roca de la imposibilidad sobre la cual toda formalizacin de la diferencia sexual zozobra. En el sentido en que Butler habla de universalidades en competencia, podemos, por lo tanto, hablar de simbolizaciones/normativizaciones de la diferencia sexual en competencia: si puede decirse que la diferencia sexual es formal, es por cierto una forma extraa; una forma cuyo resultado principal es
precisamente minar toda forma universal que intenta capturarla. Si insistimos en hacer referencia a la oposicin entre lo universal y lo particular, entre lo trascendental y lo contingente/patolgico, entonces debemos decir que la diferencia sexual es la paradoja de lo particular que es ms universal que la universalidad misma; una diferencia contingente, un resto indivisible de la esfera patolgica (en el sentido kantiano del trmino) que siempre de algn modo hace descarrilar, desequilibra, a la idealidad normativa misma. Lejos de ser normativa, la diferencia sexual es, por consi{309}guiente, patolgica en el sentido ms radical del trmino: una mancha contingente que todas las ficciones simblicas de las posiciones de parentesco simtricas tratan en vano de obliterar. Lejos de constreir la variedad de disposiciones sexuales por anticipado, lo Real de la diferencia sexual es la causa traumtica que pone en movimiento su proliferacin contingente.1 Esta nocin de lo Real tambin me permite responder a Butler cuando critica a Lacan por hipostasiar al gran Otro en una suerte de a priori trascendental prehistrico: cuando Lacan afirma enfticamente que no hay gran Otro [il ny a pas de grand Autre], su idea es precisamente que no hay ningn esquema estructural formal a priori exento de las contingencias histricas; hay slo configuraciones inconscientes, contingentes, frgiles. (Por otra parte, lejos de aferrarse a la autoridad simblica paterna, el Nombre del Padre es, para Lacan, una impostura, una apariencia que oculta esta inconsistencia estructural.) En otras palabras, la afirmacin de que lo Real es inherente a lo Simblico es estrictamente idntica a la afirmacin de que no hay gran Otro: lo Real lacaniano es esa espina en la garganta traumtica que contamina toda idealidad de lo simblico, y lo vuelve contingente e inconsistente. Por esta razn, lejos de oponerse a la historicidad, lo Real es su fundamento ahistrico mismo, el a priori de la historicidad misma (en esto coincido totalmente con Laclau). Podemos, pues, ver que toda la topologa cambia desde la descripcin que hace Butler de lo Real y del gran Otro como el a priori prehistrico hasta su funcionamiento efectivo en el edificio de Lacan: en su retrato crtico, Butler describe a un gran Otro ideal que persiste como norma, aun cuando nunca es plenamente realizado, aun cuando las contingencias de la historia frustran su imposicin plena, mientras que el edificio de Lacan est centrado, ms bien, en la tensin entre algn absoluto particular traumtico, algn ncleo que resiste a la simbolizacin, y las universalidades en competencia (para usar el apropiado trmino de Butler) que se esfuerzan en vano por simbolizarlo/normalizarlo.2 {310} La brecha entre la forma simblica a priori y la historia/socialidad es absolutamente ajena a Lacan; es decir, la dualidad con la cual Lacan opera no es la dualidad de la forma/norma a priori, el Orden simblico, y su imperfecta realizacin histrica: para Lacan, as como para Butler, no hay nada fuera de las prcticas simblicas inconsistentes, parciales, contingentes, ningn gran Otro que garantice su consistencia ltima. Pero, en contraste con Butler y los historicistas, Lacan fundamenta la historicidad de distinta manera: no en el simple exceso emprico de la sociedad respecto de los esquemas simblicos (aqu Laclau tiene razn en su crtica a Butler: su idea de la sociedad/historia como opuesta a lo simblico es una referencia empirista directa a una ontolgicamente inexplicada riqueza positiva de la realidad), sino en el ncleo resistente dentro del proceso simblico mismo. Lo Real lacaniano no es entonces simplemente un trmino tcnico para el lmite neutral de la conceptualizacin aqu deberamos ser lo ms precisos que fuera posible con respecto a la relacin entre el trauma como real y el mbito de las prcticas histricas sociosimblicas: lo Real no es ni presocial ni un efecto social-; la cuestin es, ms bien, que lo Social mismo est constituido por la exclusin de algn Real traumtico. Lo que est fuera de lo Social no es alguna forma/norma simblica a priori positiva, sino meramente su gesto fundacional negativo mismo.3 Como resultado, cuando Butler critica mis supuestas incoherencias, queda enredada en los efectos de su propia lectura reductiva de Lacan: impone a Lacan la red de oposiciones clsicas (forma trascendental versus contenido contingente; ideal versus material); luego, cuando el objeto resiste y, naturalmente, no encaja en este esquema, ella lee esto como la inconsistencia de la teora criticada (dnde, por ejemplo, describo alternativamente [lo Real] como material e ideal [JB, p.157]?). En un sentido semejante, Butler a menudo apela al hecho obvio de la tensin codependiente entre los dos trminos, como el argumento en contra de su distincin conceptual. Por ejemplo, si bien {311} respaldo su planteo respecto de que no sera posible postular de un lado del anlisis la norma social,
y del otro la fantasa, pues el modus operandi de la norma es la fantasa, y la sintaxis misma de la fantasa no podra leerse sin una comprensin del lxico de la norma social (JB, p.160), insito, sin embargo, en que debe mantenerse la distincin formal entre estos dos niveles: la norma social (el conjunto de reglas simblicas) es sostenida por fantasas; puede operar slo a travs de este soporte fantasmtico, pero la fantasa que la sostiene tuvo que ser, no obstante, repudiada, excluida del dominio pblico. Es en este nivel, precisamente, donde encuentro problemtica la nocin de Hannah Arendt de la banalidad del Mal: para traducirlo en algo crudamente al lacans, el planteo de Arendt es que el ejecutor-sujeto nazi ideal (como Eichmann) era un puro sujeto del significante, un annimo ejecutor burocrtico privado de cualquier bestialidad apasionada; cumpla lo que se le peda o lo que se esperaba de l por una cuestin de pura rutina, sin ningn involucramiento. Mi contratesis es que, lejos de funcionar efectivamente como un puro sujeto del significante sin ninguna idionsicrsica investidura fantasmtica, el sujeto nazi ideal s se apoyaba en la bestialidad apasionada articulada en escenarios fantasmticos obscenos; estos escenarios no eran, sin embargo, subjetivamente asumidos, de modo directo, como parte de su autoexperiencia personal: estaban externalizados, materializados en el objetivo aparato ideolgico del Estado nazi y su funcionamiento.4 Quizs la mejor manera de marcar la distancia terica-poltica que me separa de Butler sea a travs de lo que considero su aporte ms potente y polticamente ms comprometido con nuestro debate: su argumentacin a propsito del reclamo de reconocimiento legal para los matrimonios homosexuales. Mientras reconoce las ventajas involucradas en tal reconocimiento (que las parejas homosexuales reciban todas las habilitaciones a las que tienen acceso las parejas casadas de heterosexuales, que sean integradas a la institucin del matrimonio y, as, reconocidas como iguales a las parejas heterosexuales, etc.), {312} ella se concentra en las trampas de apoyar esta demanda: al hacerlo, los gays quiebran su alianza (o, para decirlo en trminos de Laclau, se excluyen a s mismos de la cadena de equivalencias) con todos aquellos no incluidos en la forma legal del matrimonio (padres solteros, sujetos no mongamos, etc.,); adems, fortalecen a los aparatos del Estado al contribuir a acrecentar su derecho a regular las vidas privadas. El resultado paradjico es, pues, que la brecha entre aquellos cuyo estatus est legitimado y aquellos que viven una existencia en las sombras se ampla: los que permanecen excluidos estn ms excludos todava. La contrapropuesta de Butler es que, en vez de respaldar la forma legal del matrimonio como la condicin de las habilitaciones (a dar herencia, paternidad, etc.), habra que luchar, ms bien, por disociar estos derechos de la forma del matrimonio: hacerlos independientes de ella. Aqu, mi primer planteo general es que, con referencia al modo en que se elabora la nocin de universalidad poltica en la filosofa poltica francesa reciente (Rancire, Balibar, Badiou), yo percibo la existencia sombra de aquellos que estn condenados a llevar una vida espectral por fuera del mbito del orden global, borroneados en el fondo, inmencionables, sumergidos en la masa informe de la poblacin, sin siquiera tener un lugar particular propiamente dicho que les pertenezca, de una manera ligeramente distinta a Butler. Llegara a afirmar que esta existencia sombra es el sitio mismo de la universalidad poltica: en poltica, la universalidad se afirma cundo semejante agente sin lugar propio, fuera de quicio, se postula como la encarnacin directa de la universalidad contra todos aquellos que s tienen un lugar en el orden global. Y este gesto es a la vez el de la subjetivacin, dado que sujeto designa, por definicin, a una entidad que no es sustancia: una entidad dislocada, una entidad que carece de su propio lugar dentro del Todo. Si bien, por supuesto, apoyo totalmente los objetivos polticos de Butler, mi principal recelo tiene que ver con el hecho de que ella concibe el poder estatal a la manera foucaultiana, concibe el poder estatal como un agente de control y regularizacin, inclusin y exclusin; la resistencia al poder est entonces localizada, naturalmente, en las esferas marginales de aquellos que estn excluidos o semiexcluidos de la red del poder oficial, y llevan una sombra semiexistencia espectral, sin un lugar propio dentro del espacio social, impedidos de afirmar su identidad simblica. En consecuencia, Butler localiza la lucha emancipatoria ante todo en la resistencia de estos agentes marginales contra los mecanismos reguladores del Estado, que se desarrolla dentro de la sociedad civil. Y bien, cul es mi problema con este marco? Lo que Butler deja fuera de la consideracin es que el poder estatal mismo est dividido desde {313} adentro y se apoya en su propio lado inferior espectral obsceno: los
aparatos del Estado pblicos siempre se complementan con su doble oscuro, con una red de rituales, reglas no escritas, prcticas, etc., pblicamente repudiados. En la actualidad, no deberamos olvidar que la serie de agentes pblicamente invisibles que llevan una semiexistencia espectral incluye, entre otros, a toda la clandestinidad defensora de la supremaca blanca (los cristianos fundamentalistas que hacen supervivencia en Montana, los neo-nazis, los restos del Ku Klux Klan, etc.). De modo que el problema no est simplemente en los marginales que llevan la semiexistencia espectral de los exluidos por el rgimen simblico hegemnico; el problema es que este rgimen mismo, para sobrevivir, tiene que que apoyarse en toda un serie de mecanismos cuyo estatus es espectral, repudiado, excluido del dominio pblico. Incluso la oposicin misma entre Estado y sociedad civil resulta totalmente ambivalente en la actualidad: no es de extraarse que la Mayora Moral se presente a s misma (y en efecto est organizada) como la resistencia de la sociedad civil local contra las intervenciones reguladoras progresistas del Estado liberal. Si bien Butler est perfectamente al tanto del potencial subversivo de la nocin de universalidad concreta de Hegel, yo sugerira que su aceptacin bsica de la nocin de poder foucaultiana es lo que explica que no logre desarrollar plenamente las consecuencias de la nocin de universalidad concreta para la nocin de poder, y localizar con claridad la divisin entre la universalidad oficial y su espectral lado inferior dentro del discurso hegemnico del poder mismo, como su propio complemento obsceno. Entonces, cuando Butler seala crticamente que, en mi trabajo la diferencia sexual ocupa una posicin distintiva dentro de la cadena de significantes, posicin que ocasiona la cadena y es a la vez un eslabn en ella. Cmo debemos pensar la vacilacin entre estos dos significados?, y son ellos siempre distintos, dado que lo trascendental es el fundamento y acarrea una condicin de sustentacin para lo que se denomina lo histrico? (JB, p.148), mi respuesta es que asumo totalmente esta paradoja: es la paradoja estructural bsica de la dialctica, y el concepto que indica cmo debemos pensar la vacilacin entre estos dos significados fue propuesto hace mucho tiempo por Hegel, y luego aplicado por Marx; es el concepto de determinacin oposicional [gegenstzliche Bestimmung] que Hegel introduce en el subcaptulo sobre la identidad en su Lgica Mayor. En el transcurso del proceso dialctico, el gnero universal se encuentra a s mismo en su determinacin oposicional, {314} es decir, como una de sus propias especies (razn por la cual para Hegel, paradjicamente, cada gnero tiene en definitiva dos especies: l mismo y las Especies como tales). Marx se refiere dos veces a este concepto: primero en la Introduccin del manuscrito de los Grundrisse, cuando pone de relieve el doble rol estructural de la produccin en la totalidad articulada de produccin, distribucin, intercambio y consumo (la produccin es al mismo tiempo el elemento universal abarcador, el principio que estructura esta totalidad y uno de sus elementos particulares); luego en El capital, cuando postula que, entre las mltiples especies de capital, el gnero universal del Capital se encuentra a s mismo en el capital financiero, la encarnacin inmediata del Capital en general en tanto opuesto a los capitales particulares. Lo que Hegel hace con este concepto es pues, desde mi perspectiva, estrictamente anlogo a la nocin de Laclau de relacin antagnica: el aspecto clave en ambos casos es que la diferencia externa (constitutiva del gnero mismo) coincide con la diferencia interna (entre las especies del gnero). Otra forma de sealar lo mismo es la bien conocida insistencia de Marx nuevamente, en la Introduccin de los Grundrisse- en que: [En] todas las formas de sociedad hay un tipo especfico de produccin que predomina sobre el resto, cuyas relaciones asignan, pues, categora e influencian a los dems. Es una iluminacin general que baa todos los dems colores y modifica su particularidad. Es un ter particular que determina la gravedad especfica de cada ser que se haya materializado dentro de l.5 Esta sobredeterminacin de la universalidad por parte de su contenido, este cortocircuito entre lo universal y lo particular, es el rasgo clave de la universalidad concreta hegeliana, y coincido totalmente con Butler, quien, me parece, tambin apunta a este legado de la universalidad concreta
en su nocin central de universalidades en competencia: en su insistencia en que cada posicin particular involucra, para articularse, la asercin (implcita o explcita) de su propio modo de universalidad, Butler desarrolla una idea que tambin yo he intentado plantear reiteradamente en mi propio trabajo. Tomemos el ejemplo de las religiones: no basta decir que el gnero Religin est dividido en una multitud de especies (animismo primitivo, politesmo pagano, monotesmo, que luego se divide en Judasmo, Cristiandad, {315} Islamismo); la cuestin es, ms bien, que cada una de estas especies particulares conlleva su propia nocin universal de lo que es la religin como tal, as como su propia visin sobre (el modo en que difiere de) otras religiones. La Cristiandad no es simplemente distinta del Judasmo y del Islamismo; en su horizonte, la diferencia misma que la separa de las otras dos religiones del Libro aparece de un modo que es inaceptable para las otras. En otras palabras, cuando un cristiano debate con un musulmn, no disienten simplemente; disienten acerca de su desacuerdo mismo: acerca de lo que constituye la diferencia entre sus religiones. (Y, como he tratado de sostener reiteradas veces, mutatis mutandis lo mismo sucede con la diferencia poltica entre la izquierda y la derecha: no disienten simplemente; la oposicin poltica misma entre izquierda y derecha aparece de modo distinto segn sea percibida desde la izquierda o desde la derecha.) Esto es la universalidad concreta de Hegel: desde el momento en que cada particularidad implica su propia universalidad, su propia nocin del Todo y de su papel dentro de l, no hay una universalidad neutral que sirva como el mdium para estas posiciones particulares. As, el desarrollo dialctico hegeliano no es un despliegue de un contenido particular dentro de la universalidad, sino el proceso por el cual, en el pasaje de una particularidad a otra, la universalidad misma que abarca a ambas tambin cambia: la universalidad concreta designa precisamente esta vida interior de la universalidad misma, este proceso de pasaje en el curso del cual la misma universalidad que aspira a abarcarlo es atrapada dentro de l, sometida a transformaciones. Laclau: clase, hegemona y el universal contaminado Esto me lleva a Laclau: en mi opinin, todas sus observaciones crticas se fundan en ltima instancia en lo que he denominado su kantismo encubierto, en su rechazo del legado hegeliano de la universalidad concreta. De modo que permtaseme comenzar con el contrargumento de Laclau: la Idea reguladora kantiana implica un determinado contenido positivo que es dado de antemano, mientras que la lucha abierta por la hegemona no involucra un contenido semejante Dejando de lado el hecho de que la idea reguladora kantiana en definitiva tambin designa la nocin puramente formal de la realizacin plena de la Razn, sostendra que la principal dimensin kantiana de Laclau radica en su aceptacin de la brecha insuperable entre el entusiasmo por el Objetivo imposible que orienta a un compromiso poltico y su ms modesto contenido realizable. El propio Laclau evoca el ejemplo del colapso del socialismo en Eu{316}ropa del Este: fue experimentado por muchos de sus participantes como el momento de entusiasmo sublime, con la promesa de la panacea global, como un acontecimiento que hara realidad la libertad y la solidaridad social, mientras que los resultados son mucho ms modestos la democracia capitalista, con todos sus impasses, por no mencionar el crecimiento de las aspiraciones nacionalistas-. Mi planteo es que si aceptamos esa brecha como el horizonte ltimo del compromiso poltico, ella no nos deja acaso con una eleccin a propsito de tal compromiso: o bien debemos cegarnos al necesario fracaso ltimo de nuestro esfuerzo regresamos a la inocencia, y nos dejamos atrapar por el entusiasmo-, o debemos adoptar una postura de distancia cnica, participando en el juego mientras estamos totalmente conscientes de que el resultado ser decepcionante?6 El kantismo de Laclau surge en su forma ms pura cuando aborda la relacin entre emancipacin y poder. Respondiendo a la crtica de que sostener que el poder es inherente al proyecto emancipatorio contradira la idea de que la emancipacin plena implica la eliminacin del poder, sostiene: La contaminacin de la emancipacin por el poder no es una inevitable imperfeccin emprica a la cual debemos acomodarnos, sino que implica un ideal humano ms elevado que una universalidad que represente una esencia humana por completo reconciliada; porque una
sociedad plenamente reconciliada, una sociedad transparente, sera totalmente libre en el sentido de la autodeterminacin, pero esa total realizacin de la libertad sera equivalente a la muerte de la libertad, pues toda posibilidad de disenso se haba eliminado de ella. La divisin social, el antagonismo y su necesaria consecuencia el poder- son las verdaderas condiciones de una libertad que no elimine la particularidad (EL, p.210). El razonamiento de Laclau es el sigueinte: el objetivo ltimo de nuestro compromiso poltico, la emancipacin plena, nunca ser alcanzado; la emancipacin seguir estando por siempre contaminada por el poder. Sin embargo, esta contaminacin no slo se debe al hecho de que nuestra imperfecta realidad social no permite la emancipacin total; es decir, no estamos solamente ante la {317} brecha entre lo ideal y la realidad imperfecta. La misma realizacin plena de la sociedad enmancipada significara la muerte de la libertad, el establecimiento de un espacio social cerrado y transparente, sin ninguna apertura para una intervencin subjetiva libre (la limitacin de la libertad humana es al mismo tiempo su condicin positiva). Ahora bien, mi punto es que este razonamiento reproduce casi literalmente la argumentacin de Kant, en la Crtica de la razn prctica, sobre la necesaria limitacin de las capacidades cognitivas humanas: Dios, en su infinita sabidura, limit nuestras capacidades cognitivas para hacernos agentes responsables libres, puesto que, si tuviramos acceso directo a la esfera noumnica, ya no seramos libres, sino que nos convertiramos en autmatas ciegos. La imperfeccin humana es, pues, para Kant, la condicin positiva de la libertad. 7 La implicacin oculta aqu es el reverso del Puedes porque debes! de Kant, la lgica paradjica del No puedes porque no debes!: no puedes alcanzar la plena emancipacin, porque no debes alcanzarla, es decir, porque significara el ffn de la libertad. Encuentro un callejn sin salida similar en la respuesta de Laclau a mi crtica referida a que l no da cuenta del estatus histrico de su propia teora de la hegemona. Bsicamente, apoyo sus observaciones crticas sobre la afirmacin de Butler de la historicidad absoluta y la dependencia del contexto: Butler evita la pregunta por las condiciones de la dependencia del contexto y de la historicidad, porque si la hubiera planteado explcitamente: Se habra enfrentado a dos alternativas que [] le habran desagradado por igual: o bien habra tenido que afirmar que la historicidad como tal es una {318} construccin histrica contingente y entonces, que hay sociedades que no son histricas y, por lo tanto, son determinadas totalmente por lo trascendental []-, o bien habra tenido que suministrar alguna ontologa de la historicidad como tal, con lo cual habra reintroducido la dimensin estructural-trascendental en su anlisis (EL, p.186). Me siento tentado a afirmar que esta misma crtica se aplica al propio Laclau. Lo que sigue es su respuesta a mi crtica referente a que no explica el estatus de su teora de la hegemona (es una teora de la constelacin histrica contingente especfica de hoy, de modo que en tiempos de Marx el esencialismo de clase era apropiado mientras que hoy necesitamos la plena asercin de la contingencia, o es una teora que describe un a priori trascendental de la historicidad?): Slo en las sociedades contemporenas hay una generalizacin de la forma hegemnica de la poltica, pero por esta razn podemos interrogar el pasado y encontrar all formas incoadas de los mismos procesos que hoy son plenamente visibles, y, cuando esas formas no estn presentes, entender por qu las cosas eran diferentes (EL, p.202). Lo que me parece problemtico en esta solucin es que respalda de modo implcito el punto de vista evolucionista seudohegeliano que evoqu crticamente en mi primera intervencin en este debate; aunque la vida sociopoltica y su estructura son siempre-ya el resultado de las luchas hegemnicas, slo en la actualidad, en nuestra constelacin histrica especfica en el universo posmoderno de la contingencia globalizada-, la naturaleza radicalmante contingente-hegemnica de los procesos polticos puede al final llegar/volver a s misma, liberarse del bagaje esencialista En otras palabras, la verdadera cuestin es: cul es el estatus exacto de esta generalizacin de la forma hegemnica de la poltica en las sociedades contemporneas? Es en s misma un hecho contingente, el resultado de la lucha hegemnica, o es el resultado de alguna lgica
histrica subyacente que no est en s misma determinada por la forma hegemnica de la poltica? Mi respuesta es que la propia generalizacin de la forma hegemnica de la poltica depende de cierto proceso socioeconmico: es el capitalismo global contemporneo con su dinmica de desterritorializacin el que cre las condiciones para la defuncin de la poltica esencialista y la proliferacin de nuevas subjetividades polticas mltiples. De modo que, nuevamente, para ser claro: mi idea no es que la eco{319}noma (la lgica del capital) sea una suerte de ancla esencialista que de alguna manera limita la lucha hegemnica; al contrario, es su condicin positiva; ella crea el fondo mismo contra el cual puede desarrollarse la hegemona generalizada.8 Es siguiendo esta lnea argumentativa que me gustara abordar, tambin la relacin entre lucha de clases y poltica de la identidad. Laclau seala aqu dos cosas. Primero: El antagonismo de clase no es inherente a las relaciones de produccin capitalistas, sino que tiene lugar entre esas relaciones y la identidad del trabajador fuera de ellas (EL, pp.203 y 204); surge slo cuando los trabajadores en tanto individuos, no como la mera encarnacin de categoras econmicas, por razones culturales o de otro tipo, experimentan su situacin como injusta y se resisten. Adems, aun si y cuando los trabajadores resisten, sus demandas no son intrnsecamente anticapitalistas, sino que pueden apuntar tambin a objetivos reformistas parciales que son susceptibles de ser satisfechos dentro del sistema capitalista. Como tal, la lucha de clases es simplemente una especie de la poltica de identidad, y una que est siendo cada da menos importante en el mundo en que vivimos (EL,p.205); la posicin de los trabajadores no les da ningn privilegio a priori en la lucha antisistmica.9 {320} En cuanto al primer punto, no slo apoyo la postura antiobjetivista de Laclau; pienso, incluso, que cuando opone las relaciones de produccin objetivas, y la lucha y la resistencia subjetivas, realiza una concesin todava demasiado grande al objetivismo. No hay relaciones de produccin objetivas que pueden luego implicar o no implicar la resistencia de los individuos capturados en ellas: la ausencia misma de lucha y resistencia el hecho de que los dos lados involucrados en las relaciones las acepten sin resistencia- ya constituye el indicio de la victoria de un lado en la lucha. No deberamos olvidar que, a pesar de algunas formulaciones objetivistas ocasionales, la reduccin de los individuos a categoras econmicas encarnadas (trminos de las relaciones de produccin) no es, para Marx, un simple hecho, sino el resultado del proceso de reificacin, es decir, un aspecto de la mistificacin ideolgica inherente al capitalismo. En cuanto al segundo punto de Laclau, sobre la lucha de clases que constituye simplemente una especie de la poltica de identidad, y una que est siendo cada da menos importante en el mundo en que vivimos, deberamos confrontarlo mediante la ya mencionada paradoja de la determinacin oposicional, de la parte de la cadena que sostiene su horizonte mismo: el antagonismo de clase ciertamente aparece como uno en la serie de los antagonismos sociales, pero es simultneamente el antagonismo especfico que predomina sobre el resto, cuyas relaciones asignan, pues, categora e influencian a los dems. Es una iluminacin general que baa todos los dems colores y modifica su particularidad. Mi ejemplo aqu es, de nuevo, la proliferacin misma de nuevas subjetividades polticas: esta proliferacin, que parece relegar la lucha de clases a un rol secundario, es el resultado de la lucha de clases en el contexto del capitalismo global de hoy, del avance de la as llamada sociedad postindustrial. En trminos ms generales, mi desacuerdo con Laclau, aqu, radica en que no acepto que todos los elementos que entran en la lucha hegemnica sean en principio iguales: en la serie de luchas (econmicas, polticas, feministas, ecolgicas, tnicas, etc.) siempre hay una que, siendo parte de la cadena, secretamente sobredetermina su horizonte mismo.10 Esta contaminacin de lo universal por lo particular es ms fuerte que {321} la lucha por la hegemona (es decir, que la lucha por qu contenido particular hegemonizar la universalidad en cuestin): ella estructura de antemano el terreno mismo en el que la multitud de contenidos particulares luchan por la hegemona. En esto coincido con Butler: la cuestin no es slo qu contenido particular hegemonizar el lugar vaco de la universalidad; la cuestin es, tambin y sobre todo, qu secretos privilegios e inclusiones/exclusiones debieron ocurrir para que este lugar vaco, como tal, emergiera en primer lugar. Soyons ralistes, demandons limpossible!
Esto me lleva, finalmente, a la Gran Cuestin del capitalismo. La siguiente es la respuesta de Laclau a mi afirmacin de que los defensores de la poltica posmoderna aceptan el capitalismo como la nica opcin, y renuncian a todo intento de superar el rgimen capitalista liberal existente: El problema de aseveraciones como sa es que no significan absolutamente nada [] Deberiamos entender que [iek] quiere imponer la dictadura del proletariado? O que quiere socializar los medios de produccin y abolir los mecanismos del mercado? Y cul es su estrategia poltica para alcanzar estos objetivos un tanto peculiares? [] Sin por lo menos un comienzo de respuesta a estas preguntas, su anticapitalismo es mera chchara (EL, p. 207). Ante todo, permtaseme poner de relieve qu significan estas lneas: significan, en efecto, que hoy no podemos siquiera imaginar una alternativa viable al capitalismo global; la nica opcin para la izquierda es la introduccin de la regulacin estatal y el control democrtico de la economa, de modo tal que sean evitados los peores efectos de la globalizacin (EL, pp. 207 y 208), es decir, medidas paliativas que, al resignarse al curso de los acontecimientos, se restringen a limitar los efectos dainos de lo inevitable. Aunque ste fuera el caso, creo que uno debera al menos tomar nota del hecho de que la muy elogiada proliferacin de nuevas subjetividades polticas posmoderna, la muerte de {322} toda fijacin esencialista, la asercin de la contingencia plena se producen sobre el fondo de cierta renuncia y aceptacin silenciosas: la renuncia a la idea de un cambio global en las relaciones fundamentales de nuestra sociedad (Quin cuestiona todava seriamente al capitalismo, al Estado y la democracia poltica?) y, por consiguiente, la aceptacin del marco capitalista democrtico liberal, que sigue siendo el mismo, el fondo incuestionado, en toda la dinmica proliferacin de la multitud de nuevas subjetividades. En suma, la afirmacin de Laclau sobre mi anticapitalismo tambin vale para lo que l denomina el control democrtico de la economa, y, ms en general, para todo el proyecto de la democracia radical: o bien significa medidas paliativas para el control del dao dentro del marco capitalista global, o no significa absolutamente nada. Soy muy consciente de lo que deberamos llamar, sin ninguna irona, los grandes logros del capitalismo liberal: probablemente, nunca en la historia de la humanidad tantas personas disfrutaron semejante grado de libertad y nivel de vida material como hoy en los pases occidentales desarrollados. No obstante, lejos de aceptar el nuevo orden mundial como un proceso inexorable que permite slo medidas paliativas moderadas, sigo pensando, a la vieja usanza marxista, que el capitalismo actual, en su triunfo mismo, est alimentando nuevas contradicciones que son potencialmente aun ms explosivas que las del capitalismo industrial convencional. Una serie de irracionalidades me viene de inmediato a la mente: el resultado del pasmoso crecimiento de la productividad en las ltimas dcadas est aumentando el desempleo, con la perspectiva a largo plazo de que las sociedades desarrolladas necesiten slo el 20% de su fuerza de trabajo para reproducirse y dejen reducido al 80% restante al estatus de excedente desde un punto de vista puramente econmico; el resultado de la descolonizacin es que las multinacionales traten incluso a su propio pas de origen como otra colonia ms; el resultado de la globalizacin y del crecimiento de la aldea global es la guetificacin de estratos enteros de la poblacin; el resultado de la muy alabada desaparicin de la clase obrera es la emergencia de millones de trabajadores manuales trabajando en talleres clandestinos del Tercer Mundo, fuera de nuestra delicada vista occidental El sistema capitalista se est acercando as a su lmite inmanente y a su autosupresin: para la mayor parte de la poblacin, el sueo del capitalismo sin fricciones virtual (Bill Gates) est convirtindose en una pesadilla en la cual el destino de millones de personas es decidido en la especulacin hiperreflexiva sobre el futuro. Desde el mismo comienzo, la globalizacin capitalista el surgimiento del capitalismo como sistema mundial- implic exactamente su opuesto: la {323} divisin, dentro de los grupos tnicos particulares, entre los que estn includos en esta globalizacin y aquellos que estn excluidos. Hoy, esta divisin es ms radical que nunca. Por un lado, tenemos la as llamada clase simblica: no slo directivos y banqueros, sino tambin acadmicos, periodistas, abogados, etc., todos aquellos cuyo mbito de trabajo es el universo simblico virtual. Por el otro, estn los excluidos en todas sus
variantes (los desocupados y dems). En el medio, est la conspicua clase media, apasionadamente apegada a los modos de produccin y a la ideologa tradicionales (digamos, un trabajador manual calificado cuyo empleo se ve amenazado), que ataca a ambos extremos, a la gran empresa y los acadmicos tanto como a los excluidos, por constituir desviaciones no patriticas, desarraigadas. Como siempre sucede con los antagonismo sociales, el antagonismo de clase actual funciona como la intrincada interaccin entre estos tres agentes, con alianzas estratgicas cambiantes: las clases simblicas polticamente correctas defienden a los excluidos contra la clase media fundamentalista, y as sucesivamente. La separacin entre ellas est volvindose aun ms radical que las divisiones de clase tradicionales; uno se animara hasta a afirmar que est alcanzando casi proporciones ontolgicas, con cada grupo que desarrolla su propia visin del mundo, su propia relacin con la realidad: la clase simblica es individualista, ecolgicamente sensible y a la vez postmoderna, consciente de que la realidad misma es una formacin simblica contingente; la clase media se apega a la estable tica tradicional y a una creencia en la vida real, con la cual las clases simblicas estn perdiendo contacto; los excluidos oscilan entre el nihilismo hedonista y el fundamentalismo (religioso o tnico) radical No estamos nuevamente ante la trada lacaniana de lo Simblico, lo Imaginario y lo Real? No son los excluidos reales en el sentido del ncleo que resiste la integracin social, y la clase media imaginaria, aferrndose a la fantasa de la sociedad como un Todo armnico corrompido a travs de la decadencia moral? La cuestin principal de esta descripcin improvisada es que la globalizacin socava sus propias races: ya puede percibirse en el horizonte el conflicto con el principio mismo de democracia formal, puesto que, en determinado punto, la clase simblica ya no podr contener democrticamente la resistencia de la mayora.11 A qu salida de esta dificultad recurrir enton{324}ces? Nada debe ser exluido, ni siquiera la manipulacin gentica, para volver ms dciles a aquellos que no se ajustan a la globalizacin Cmo debemos, entonces, responder al consenso predominante actual, segn el cual, la era de las ideologas de los grandes proyectos ideolgicos como el socialismo y el liberalismo- lleg a su fin, ya que ingresamos en la era postideolgica de la negociacin y la toma de decisin racionales, basadas en la comprensin neutral de las necesidades econmicas, ecolgicas, etc.? Este consenso puede adoptar distintas formas, desde la negativa neoconservadora o socialista a aceptarlo y a consumar la prdida de los grandes proyectos ideolgicos por medio de un adecuado trabajo de duelo (diferentes intentos de resucitar proyectos ideolgicos globales) hasta la opinin neoliberal segn la cual el pasaje desde la era de las ideologas a la era postideolgica forma parte del proceso, triste pero no obstante inexorable, de maduracin de la humanidad- as como un muchacho debe aprender a aceptar la prdida de los grandes planes entusiastas de la adolescencia e ingresar en la vida adulta cotidiana de los compromisos realistas, el sujeto colectivo tiene que aprender a aceptar que languidezcan los proyectos ideolgicos utpicos globales y entrar en la era realista postutpica-. Lo primero que debe sealarse respecto de este clich neoliberal es que la referencia neutral a las necesidades de la economa de mecado, generalmente invocada para categorizar a los grandes proyectos ideolgicos como utopas poco realistas, debe, ella misma, ser insertada en la serie de los grandes proyectos utpicos modernos. Es decir como Fredric Jameson ha sealado-, lo que caracteriza a la utopa no es una creencia en la bondad esencial de la naturaleza humana, o alguna nocin ingenua similar, sino, ms bien, la creencia en algn mecanismo global que, aplicado al todo de la sociedad, automticamente traer el estado equilibrado de progreso y felicidad que anhelamos; y, en este sentido especfico, no es el mercado precisamente el nombre para dicho mecanismo que, bien aplicado, producir el estado ptimo de la sociedad? De {325} modo que, de nuevo, la primera respuesta de la izquierda a aquellos que izquierdistas ellos mismos- lamentan la prdida del mpetu utpico en nuestras sociedades debera ser que este mpetu est vivo y goza de buena salud, no slo en el populismo fundamentalista de derecha que aboga por el retorno a la democracia de base, sino sobre todo entre los propios defensores de la economia de mercado.12 La segunda respuesta debera ser una clara lnea de distincin entre utopa e ideologa: la ideologa no es slo un proyecto utpico de transformacin social sin posibilidad realista de concrecin; no menos ideolgica es la postura
antiutpica de quienes realistamente devalan todo proyecto global de transformacin social como utpico, es decir, como ensoacin no realista y/o albergue de un potencial totalitario. La forma actual predominante de cierre ideolgico adquiere la forma precisa del bloqueo mental que nos impide imaginar un cambio social fundamental, en nombre de una actitud supuestamente realista y madura. En su seminario sobre La tica del psicoanlisis,13 Lacan desarroll una oposicin entre el pcaro y el bufn como las dos actitudes intelectuales: el intelectual de derecha es un pcaro, un conformista que considera la mera existencia del orden dado como un argumento a su favor, y se burla de la izquierda por sus planes utpicos, que necesariamente llevan a la catstrofe; mientras que el intelectual de izquierda es un bufn, un bromista de corte que exhibe pblicamente la mentira del orden existente, pero que en cierto modo suspende la eficacia performativa de su discurso. En los aos inmediatamente posteriores a la cada del socialismo, el pcaro fue el defensor neoconservador del mercado libre que rechaz con crueldad todas las formas de solidaridad social como puro sentimentalismo contraproducente; mientras que el bufn fue un crtico cultural deconstructivista que, mediante sus procedimientos ldicos destinados a subvertir el orden existente, en realidad actu como su complemento. Hoy, sin embargo, la relacin entre la pareja pcaro-bufn y la oposicin poltica derecha/izquierda es cada vez ms la inversin de las figuras conven{326}cionales del pcaro derechista y el bufn izquierdista: los tericos de la Tercera Va no son en definitiva los pcaros de hoy, figuras que predican la resignacin cnica, o sea, el necesario fracaso de todo intento de cambatir realmente algo en el funcionamiento bsico del capitalismo global? Y no son los conservadores bufones aquellos conservadores cuyo modelo moderno original es Pascal, y muestran, por as decirlo, las cartas ocultas de la ideologa dominante, sacando a la luz sus mecanismos subyacentes que, para seguir siendo operativos, deben ser reprimidos- mucho ms atractivos? Hoy, ante esta picarda izquierdista, es ms importante que nunca mantener este lugar utpico de la alternativa global abierto, aunque permanezca vaco, viviendo un tiempo prestado, esperando el contenido que lo llene. Coincido plenamente con Laclau en que, luego del agotamiento tanto del imaginario del Estado de bienestar socialdemcrata como del imaginario del socialismo real, la izquierda necesita un nuevo imaginario (una nueva visin global movilizadora). Hoy, sin embargo, la obsolescencia de los imaginarios del Estado benefactor y del socialismo es un clich; el verdadero dilema es qu hacer con cmo debe relacionarse la izquierda con- el predominante imaginario liberal democrtico. Yo sostengo que la democracia radical de Laclau y Mouffe se acerca demasiado a meramente radicalizar este imaginario democrtico liberal y permanecer dentro de su horizonte. Laclau, por supuesto, dira probablemente que la cuestin es tratar al imaginario democrtico como un significante vaco y tomar parte en la lucha hegemnica con los defensores del Nuevo Orden Mundial capitalista global para definir cul va a ser su contenido. Aqu, sin embargo, creo que Butler tiene razn cuando enfatiza que tambin hay otro camino abierto: no es necesario ocupar la norma dominante para producir una subversin interna de sus trminos. A veces es importante rechazar sus trminos, dejar que el trmino mismo se marchite, quitarle su fuerza (JB, p.181). Esto significa que la izquierda tiene hoy una eleccin ante s: o acepta el horizonte democrtico liberal predominante (democracia, derechos humanos y libertades) y emprende una batalla hegemnica dentro de l, o arriesga el gesto opuesto de rechazar sus mismos trminos, de rechazar categricamente el chantaje liberal actual, de acuerdo con el cual propiciar cualquier perspectiva de cambio radical allana el camino al totalitarismo. Es mi firme conviccin, mi premisa poltico-existencial, que el viejo lema de 1968 Soyons ralistes, demandons limpossible! sigue en pie: son los defensores de los cambios y las resignificaciones dentro del horizonte democrtico liberal quienes resultan verdaderos utpicos en su creencia de que sus esfuerzos redundarn en algo ms que la ciruga esttica que nos dar un capitalismo con rostro humano. {327} En su segunda intervencin, Butler despliega magnficamente la inversin que caracteriza al proceso dialctico hegeliano: la contradiccin agravada en la que la misma estructura diferencial del significado se derrumba, puesto que cada determinacin se convierte de inmediato en su opuesto, esta danza loca, es resuelta gracias a la aparicin repentina de una nueva determinacin universal.
La mejor ilustracin es provista por el pasaje desde el mundo del Espritu autoalienado al Terror de la Revolucin Francesa en La fenomenologa del espritu: La locura [pre-Revolucionaria] del msico que salt y mezcl treinta arias, italianas, francesas, trgicas, cmicas, de todo tipo; ahora con un bajo profundo descendi al infierno, luego, contrayendo la garganta, desgarr las bvedas del cielo con un tono en falsetto, por momentos frentico y ms suave, imperativo y burln (Dideot, El sobrino de Rameau),14 de pronto se convierte en su opuesto radical: la postura revolucionaria que persigue su objetivo con una firmeza inexorable. Y mi idea es, naturalmente, que la danza loca de hoy, la proliferacin dinmica de mltiples identidades cambiantes, tambin aguarda su resolucin en una nueva forma de Terror. La nica perspectiva realista es fundar una nueva universalidad poltica optando por lo imposible, asumiendo plenamente el lugar de la excepcin, sin tabes, sin normas a priori (derechos humanos, democracia), cuyo respeto nos impedira tambin resignificar el terror, el ejercicio implacable del poder, el espritu de sacrificio si algunos liberales de gran corazn desaprueban esta eleccin radical por considerarla Linksfaschismus, que as sea!
iek, Slavoj (2011) Mantener el lugar, en Judith Butler, Ernesto Laclau, Slavoj iek: Contingencia, hegemona, universalidad. Dilogos contemporneos en la izquierda, FCE, Buenos Aires. Entre llaves, el nmero de pgina correspondiente a su versin impresa. Las referencias entre parntesis (JB) y (EL) indican los textos de Judith Butler y Ernesto Laclau, respectivamente, includos en el mismo volumen. Aqu me baso, por supuesto, en el trabajo capital de Joan Copjec The Euthanasia of Reason, en Read My Desire, Cambridge (MA), MIT Press, 1995. Es sintomtico que este ensayo, el ensayo sobre los fundamentos filosficos y las consecuencias de la nocin lacaniana de la diferencia sexual, sea pasado por alto en numerosos ataques feministas a Lacan. Aqu, nuevamente, podemos ver que la clave de la nocin lacaniana de lo Real es la superposicin de las diferencias interna y externa elaborada de manera ejemplar por Laclau: la realidad es el dominio externo delineado por el orden simblico, mientras que lo Real es un obstculo inherente a lo Simblico, que bloquea su actualizacin desde adentro. El argumento convencional de Butler contra lo Real (que la lnea misma de separacin entre lo Simblico y lo Real es un gesto simblico par excellence) no considera esta superposicin, que torna a lo Simblico intrnsecamente inconsistente y frgil. Por otra parte, como ya puse de manifiesto en mis dos intervenciones previas, Lacan tiene una respuesta precisa a la pregunta qu contenido especfico debe ser excluido para que la forma vaca misma de la diferencia sexual aparezca como un campo de batalla por la hegemona?: este contenido especfico es lo que Lacan llama das Ding, la Cosa imposible-real, o, ms especficamente, en su Seminario 11, lamella, es decir, la lbido misma como el objeto no muerto, la vida inmortal, o la vida irreprimible que es sustrada al ser vivo en virtud del hecho de que est sujeto al ciclo de la reproduccin sexuada (Jacques Lacan, The Four Fundamental Concepts of PsychoAnalysis, Nueva York, Norton, 1977, p.198 [trad. esp.: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanlisis, Buenos Aires, Paids, 1987]). El precio que paga Butler por este rechazo de las distinciones conceptuales es que simplifica excesivamente una serie de formulaciones psicoanalticas fundamentales. Por ejemplo, su afirmacin de que aunque puede ser inevitable que la individuacin requiera una forclusin que produce lo inconsciente, un resto, parece igualmente inevitable que el inconsciente no sea presocial, sino cierto modo en el cual lo social indecible persiste desdibuja la distincin entre la forclusin que genera lo Real traumtico y la represin directa de algn contenido en el inconsciente. Lo que es forcluido no persiste en el inconsciente: el inconsciente es la parte censurada del discurso del sujeto, es una cadena significante que insiste en la Otra Escena y perturba el flujo del habla del sujeto, mientras que lo Real forcluido es un ncleo xtimo dentro del inconsciente mismo. Karl Marx, Grundrisse, Harmondsworth, Penguin, 1972, p.107 [trad. esp.: Elementos fundamentales para la crtica de la economa poltica (Grundrisse). 1857-1858, Mxico, Siglo XXI, 2007]. Deberamos agregar aqu que, en la experiencia histrica, a menudo encontramos la brecha opuesta: un agente introdujo una medida modesta que apuntaba meramente a resolver algn problema particular, pero luego esta medida desencaden un proceso de desintegracin de todo el edificio social (como la perestroika de Gorbachov, cuyo objetivo era simplemente hacer que el socialismo fuera ms eficiente). En Crtica de la razn prctica, Kant se propuso responder a la pregunta relativa a qu nos pasara si llegramos a tener acceso al dominio del nomeno, a las Cosas en s mismas: En vez del conflicto, que ahora la disposicin moral debe emprender con las inclinacin, y en el cual, despus de algunas derrotas, puede ganarse gradualmente la fuerza moral de la mente, Dios y la eternidad en su horrible majestad se erguiran incesantemente ante nuestros ojos As, la mayora de las acciones ajustadas a la ley seran llevadas a cabo por miedo, pocas por esperanza, ninguna por deber. El valor moral de las acciones, nico del que depende el valor de la persona e incluso del mundo a los ojos de la sabidura suprema, no existira en absoluto. La conducta del hombre, en la medida en que su naturaleza permaneciese como es ahora, se transformara en un mero mecanismo, donde, como en un espectculo de tteres, todo gesticulara bien pero no se hallara vida alguna en las figuras. De modo que, para Kant, el acceso directo al dominio noumnico nos privara de la espontaneidad misma que forma el ncleo de la libertad trascendental: nos convertira en autmata sin vida, o para decirlo en trminos actuales- en mquinas pensantes (Immanuel Kant, Critique of Practical Reason, Nueva York, Macmillan, 1956, pp. 152 y 153 [trad. esp.: Crtica de la razn prctica,
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Buenos Aires, Losada, 1990]). Para evitar un malentendido: soy totalmente consciente de la lgica autnoma de la lucha ideolgica. Segn Richard Dawkins, la funcin til de Dios en la naturaleza viva es la reproduccin de los genes; es decir, los genes (ADN) no son un medio para la reproduccin se seres vivos, sino al revs: los seres vivos son el medio para la autorreproduccin de los genes. Deberamos hacer la misma pregunta a propsito de la ideologa: cul es la funcin til de los Aparatos Ieolgicos del Estado (AIE)? La respuesta materialista es: ni la reproduccin de la ideologa como entramado de ideas, emociones, etc., ni la reproduccin de las circunstancias sociales legitimadas por esta ideologa, sino la autorreproduccin de los AIE mismos. La misma ideologa puede ajustarse a distintos modos sociales; puede cambiar el contenido de sus ideas, etc., slo para sobrevivir como un AIE. Lo que estoy sosteniendo es que el capitalismo actual es una suerte de mquina gloobnal que permite a una multitud de ideologas, desde las religiones tradicionales hasta el hedonismo individualista, resignificar su lgica para que se ajusten a su marco (hasta a los maestros del budismo zen les gusta enfatizar que la paz interior que sobreviene alcanzando el satori nos permite funcionar ms eficientemente en el mercado). Entre parntesis, mi principal crtica a la poltica de identidad no es su particularismo per se sino, ms bien, la insistencia ubicua de sus partidarios en que la posicin particular de enunciacin que uno tiene legitima o incluso garantiza la autenticidad del propio discurso: slo los gays pueden hablar de homosexualidad; slo los adictos a los estupefacientes, de la experiencia de la droga; slo las mujeres, sobre feminismo Aqu, deberamos seguir a Deleuze, quien escribi: Las experiencias privilegiadas propias son argumentos malos y reaccionarios (Gilles Deleuze, Negotiations, Nueva York, Columbia University Press, 1995, p.11 [trad. esp.: Conversaciones, Valencia, Pre-Textos, 1995]): si bien puede desempear un limitado papel progresivo al permitir que las vctimas afirmen su subjetividad contra el discurso liberal paternalista comprensivo acerca de ellas, la autenticacin mediante la propia experiencia directa en definitiva socava los fundamentos mismos de la poltica emancipatoria. Una vez ms, un ejemplo del cine: el trauma ltimo de Arde Pars la pelcula sobre un grupo de estadounidenses negros pobres que, como parte e un espectculo pardico, se disfrazan de seoras blancas de clase alta y hacen imitaciones burlonas de sus rituales- no es ni la identidad racial ni la de gnero, sino la de clase. La idea del filme es que, en las tres divisiones que subvierte (clase, raza y gnero), la divisin de clase, pese a ser la menos natural (vale decir, la ms artificial, contingente, socialmente condicionada, en contraste con el fundamento biolgico aparente del gnero y la raza), es la ms difcil de atravesar: la unica forma que tiene el grupo de cruzar la barrera de la clase, incluso en la performance pardica, es subvertir su identidad de raza y gnero (Sobre este punto, agradezco a Elisabeth Bronfen, Universidad de Zrich.) Como modelo de un anlisis de capitalismo cercano a la idea que tengo en mente, vase Michael Hardt y Antonio Negri, Empire (Cambridge [MA], Harvard University Press, 2000 [trad. esp.: Imperio, Barcelona, Paids, 2005]), un libro que trata de reescribir El manifiesto comunista para el siglo XXI. Hardt y Negri describen la globalizacin como una desterritorializacin ambigua: el capitalismo global triunfante ha penetrado en todos los poros de la vida social, hasta las esferas ms ntimas, introduciendo una dinmica nunca vista que ya no se basa en las formas patriarcales y otras fijas formas jerrquicas de dominacin, sino que genera identidades hbridas fluidas. No obstante, esta disolucin misma de todos los vnculos sociales sustanciales tambin deja salir al genio de la lmpara: libera los potenciales centrfugos que el sistema capitalista ya no podr contener del todo. Debido a su triunfo global mismo, el sistema capitalista es hoy, por lo tanto, ms vulnerable que nunca; la vieja frmula de Marx sigue vigente: el capitalismo crea a sus propios sepultureros. La paradoja de la accin legal de la administracin estadounidense contra el monopolio de Microsoft es muy pertinente aqu: acaso esta accin no demuestra que, antes que simplemente opuestos, la regulacin estatal y el mercado son mutuamente dependientes? Librado a s mismo, el mecanismo del mercado llevara al monopolio total de Microsoft, y, as, a la autodestruccin de la competencia; es slo a travs de la intervencin directa del Estado (que, cada tanto, ordena a las empresas excesivamente grandes que se separen), que la libre competencia de mercado puede ser mantenida. Vase Jacques Lacan, The Ethics of Psychoanalysis, Londres, Routledge, 1992, pp. 182 y 183 [trad. esp.: El seminario. Libro 7. La tica del psicoanlisis, Buenos Aires, Paids, 1988].
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Georg Wilhem Friedrich Hegel, Phenomenology of Sprit, trad. de A. V. Miller, Oxford, Oxford University Press, 1977 [trad. esp.: Fenomenologa del espritu, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 2000].