Unidad 5 - Clase 10 Psa

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UNIDAD 5: LA DICTADURA DEL “PROCESO DE REORGANIZACIÓN NACIONAL” (1976-1983)

EZEQUIEL SIRLIN - “LA ÚLTIMA DICTADURA: GENOCIDIO, DESINDUSTRIALIZACIÓN Y EL RECURSO DE LA GUERRA


(1976-1983)”.

BELINI Y KOROL - CAP. 6 “CRISIS, INFLACIÓN Y ENDEUDAMIENTO. LA ECONOMÍA ARGENTINA DURANTE LA


DICTADURA Y LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA (1976-1989)”.

HECTOR PALOMINO - CAP. VII “LOS CAMBIOS EN EL MUNDO DEL TRABAJO Y LOS DILEMAS SINDICALES”. SELECCIÓN
PERÍODO 1976-1983.

GABRIELA ÁGUILA - “LA REPRESIÓN EN LA HISTORIA RECIENTE ARGENTINA: FASES, DISPOSITIVOS Y DINÁMICAS
REGIONALES”
EL GOLPE DE ESTADO

El 24 de marzo de 1976 las FA dieron el golpe y asumieron el control del Estado argentino. La Junta Militar, integrada por los
comandantes del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, destituyó formalmente a la presidenta de la Nación, Isabel Perón, y lanzó
su primera proclama por las estaciones de radio y televisión, ocupadas por un movimiento de tropas que no enfrentaron ninguna
resistencia activa a la nueva situación.

Desde su comunicado inicial los altos jefes militares argumentaron que el golpe se debía al “vacío de poder” y el fracaso del
gobierno saliente, por lo que las FA se habían visto compelidas a hacerse cargo de los mandos del Estado. Se trataba de una
“obligación histórica”, del cumplimiento de una misión que se les imponía a las Fuerzas Armadas como institución. La crisis que
atravesaba el país, sostenían los comandantes, era total y las soluciones debían tener también un carácter integral, político, social,
económico, moral y, asimismo, militar, en tanto las FA reivindicaban para sí el ejercicio de la violencia institucional para derrotar al
principal flagelo que asolaba al país, la “subversión”.

Para sus ejecutores, el golpe de Estado revestía un carácter inaugural: venía a cerrar la etapa más funesta de la historia argentina y
dar comienzo a otra, donde se eliminarían los vicios y errores que la habían caracterizado y se fundarían las bases de una “nueva
democracia” tutelada por las FA.

Crisis y derrumbe del gobierno peronista.

El llamado tercer peronismo fue un período relativamente breve en su duración, pero extraordinariamente complejo y ambiguo
en su desarrollo. Fue la expresión de un proceso de democratización que terminaba con una dictadura de varios años y sobre todo
con la larga proscripción política del peronismo, vigente desde el golpe que derrocó a Perón en 1955. El período que se extiende
entre fines de los años sesenta y mediados de los setenta se presenta, entre otros rasgos, como un momento de alta intensidad
represiva, en el que los militares intervinieron activamente en el control y la seguridad interna y la represión política y social.

La respuesta del gobierno peronista fue el incremento de la represión dirigida hacia el interior de su movimiento con la decisión
de “depurar ideológicamente” al peronismo, enunciada por el propio Perón, mientras que se implementaban un conjunto de
medidas represivas dirigidas hacia otros actores políticos (PRT-ERP), ilegalizado en septiembre de 1973 por “haber desatado
contra el gobierno y sus autoridades y diversas instituciones una campaña de amenazas, difamación y actos concretos de violencia

La expulsión de hombres y mujeres identificados con la izquierda peronista en los distintos niveles gubernamentales y partidarios,
la remoción de los gobernadores que se filiaban con la Tendencia Revolucionaria y la intervención de sus provincias, la ruptura
pública con Montoneros en la Plaza de Mayo en la última aparición del presidente el 1º de mayo de 1974, así como las acciones
criminales ejecutadas por comandos paraestatales y la Alianza Anticomunista Argentina (o Triple A) que se descargaron con saña
contra militantes de la izquierda, completaron el abanico de prácticas y estrategias llevadas adelante para concretar la purga de
los sindicados como “infiltrados” dentro del movimiento.

En cuanto al incremento de las medidas y acciones represivas implementadas por el Estado argentino, se ha hecho notar que el
breve período de gobierno camporista fue el único momento en el curso de las décadas de 1960 y 1970 donde se eliminó o limitó
la legislación represiva. La situación se modificó en los meses siguientes y, sobre todo, luego de la muerte del presidente Perón, el
1º de julio de 1974, cuando en paralelo a la agudización de los conflictos internos del peronismo y el aumento de la violencia
política, se verificó una acelerada escalada represiva.

Esa violencia que caracterizó al período previo al golpe de 1976 fue, por varias razones, diferente de la ejecutada en ese contexto
por las fuerzas represivas del Estado, porque en este caso se trataba de una violencia legal y legítima, avalada e impulsada por los
sucesivos gobiernos a cargo del Poder Ejecutivo y formalmente regulada por leyes, decretos y reglamentos elaborados en diversos
períodos, por un heterogéneo corpus de documentos oficiales y secretos que operó como el entramado legal de su ejercicio.

El conflictivo año 1975.

Para los primeros meses de 1975 el descrédito del gobierno de Isabel Perón se venía profundizando a ojos vistas, al calor de la
crisis económica, el aumento desmedido de la inflación y la consiguiente inquietud que el deterioro de los salarios acarreaba en el
ámbito laboral. A la agudización de las disputas dentro del peronismo, se sumaron las críticas de casi todo el espectro opositor al
rumbo gubernamental, desde la UCR y el PI hasta los partidos de derecha provinciales. Las distintas fuerzas políticas cuestionaban
el “poder paralelo” del ministro de Bienestar Social y hombre de confianza de la presidenta, José López Rega. En junio, la asunción
de Celestino Rodrigo como nuevo ministro de Economía y sobre todo las medidas que implementó para enfrentar la crisis,
provocaron un amplio rechazo en los medios sindicales. Entre ellas estaban la clausura de las negociaciones paritarias, un tope a
los aumentos salariales, una devaluación de “dimensiones insólitas” para la economía argentina y el aumento de precios y tarifas
de combustibles y transportes.

Las medidas económicas, que generaron un salto inflacionario, afectaron duramente a los trabajadores. La respuesta fue casi
inmediata y se manifestó en una espiral de protestas y conflictos en casi todas las ramas de la industria en el GBA y otras ciudades
del interior del país como Córdoba y Rosario, que en general se organizaron y canalizaron por fuera de las direcciones sindicales
tradicionales a través de asambleas, paros espontáneos, huelgas de brazos caídos y ocupación de algunos establecimientos. La
enorme movilización obrera despertó por fin la reacción de la CGT, que convocó a un paro de cuarenta y ocho horas para el 7 y 8
de julio. Ello aceleró las negociaciones entre el gobierno y los dirigentes, quienes levantaron la medida de fuerza a cambio de que
se homologaran los acuerdos paritarios suspendidos. El movimiento huelguístico de junio y julio de 1975 tuvo como principal
efecto la salida de los dos ministros más cuestionados del gabinete de Isabel, Rodrigo y López Rega.

Los reclamos militares contribuyeron a acelerar la crisis por la que atravesaba el gobierno de Isabel. En septiembre, la situación
desembocó en la licencia transitoria de la presidenta aduciendo razones de salud, y la asunción del presidente del Senado, el
justicialista Ítalo Luder. En noviembre el gobierno envió al Congreso para su discusión el proyecto de una nueva Ley de Defensa. El
proyecto de ley, de autoría militar, mostraba plena sintonía con las doctrinas antisubversivas que se habían difundido en el ámbito
castrense, en particular la lucha contra el “enemigo subversivo” y la participación de las FA en la represión interna. Su tratamiento
parlamentario mostró un amplio acuerdo entre los legisladores de los distintos partidos y se aprobó en tiempo récord en la
Cámara de Diputados, aunque no llegó a tratarse en el Senado.

La situación que conduciría al golpe de Estado se precipitó en los primeros meses de 1976, como efecto del agravamiento de las
variables económicas y el deterioro del poder gubernamental. A principios de febrero, el presidente del BCRA, asumió el mando
del Ministerio de Economía, para poner en marcha el que sería el último intento del gobierno justicialista para revertir la crisis. El
plan incluyó un paquete de medidas tales como una tregua social por ciento ochenta días, una devaluación del 40%, aumentos de
precios y tarifas y un reducido ajuste en los salarios, que no conformó a nadie.

Mientras tanto, en el ámbito político se debatían alternativas que iban desde promover el juicio político a la presidenta, convocar
una asamblea legislativa para inhabilitarla y propiciar que el parlamento llenara el vacío de poder o simplemente esperar que se
produjera el desenlace con la actuación de las FA. No solo se trataba de la notable deslegitimación del gobierno de Isabel, azuzada
por la debacle económica y financiera y las desavenencias dentro del justicialismo, sino también de la incapacidad de la oposición
parlamentaria para contribuir a la resolución de la crisis gubernamental. Unos pocos días antes del golpe, la presidenta anunció
que se adelantarían las elecciones para el mes de noviembre de 1976.

En ese marco de crisis terminal del gobierno peronista, el miércoles 24 de marzo se produjo el golpe de Estado, la intervención
militar era reclamada, entre otros, por sectores empresarios y políticos que mantenían contactos con los mandos de las FA desde
hacía meses. Además, había sido anunciada reiteradamente por los medios de prensa. La ausencia de alternativas, expresada en la
debilidad e impotencia de la oposición partidaria y el visible consenso político hacia la salida golpista, abrió paso a una nueva
intervención castrense, en un contexto donde la presencia de las Fuerzas Armadas se había acrecentado por su participación en la
“lucha contra la subversión”.

Las Fuerzas Armadas en el poder: El golpe de Estado.

El derrocamiento y la detención de la presidenta María Estela Martínez de Perón y la toma del poder por la Junta de Comandantes
de las Fuerzas Armadas, integrada por el comandante en jefe del Ejército, Videla, el comandante en jefe de la Armada, Massera, y
el comandante en jefe de la Fuerza Aérea, Agosti; unos días después, el general Videla fue designado presidente de la Nación.

La Junta Militar anunció la caducidad del mandato de la presidenta y los gobernadores de provincias, disolvió el Congreso,
legislaturas provinciales y concejos municipales, dispuso la remoción de los miembros de la Corte Suprema, tribunales superiores
de las provincias y del procurador general de la Nación y suspendió la actividad política y gremial. Como evidencia de la cuidadosa
planificación del golpe, en las primeras horas se emitieron más de treinta comunicados de la Junta, publicados en todos los diarios
del país, en los que se establecían controles, regulaciones y prohibiciones. Asimismo, se hicieron públicos un conjunto de
decretos, entre ellos, se suspendió la actividad política y partidaria; se declaraban intervenidas las obras sociales y el
congelamiento sus cuentas; se suspendió “transitoriamente” la actividad gremial de trabajadores, empresarios y profesionales,
considerando que “han sido afectados por el proceso de desorden, corrupción y subversión”, si bien se comprometió a “respetar y
perfeccionar las conquistas sociales”, y el que prohibió la actividad de otras entidades sindicales, como las 62 Organizaciones
peronistas.

Las restricciones, controles y prohibiciones dispuestas por las nuevas autoridades se hicieron efectivas de modo inmediato,
garantizadas por los patrullajes y desplazamientos de vehículos y efectivos militares y policiales en las calles de las grandes
ciudades del país, así como por los operativos represivos ejecutados desde el mismo 24 de marzo, que incluyeron la ocupación de
plantas fabriles, clausuras de locales sindicales y políticos, allanamientos de domicilios, detenciones o supuestos enfrentamientos,
en las grandes ciudades y zonas industriales de casi todas las provincias. En el contexto inaugurado por el golpe de Estado, las FA
dieron comienzo a la siguiente fase de la denominada “lucha contra la subversión” en todo el territorio nacional.

Ideas, objetivos, discursos.

Desde las primeras horas del golpe, los militares se ocuparon de exponer y transmitir a través de distintas vías y medios los
objetivos y razones por las que habían derrocado al gobierno peronista y asumido el control del poder. A los comunicados y
proclamas difundidos por los medios masivos se sumaron en las semanas y meses siguientes otras modalidades y estrategias de
comunicación del “pensamiento y los lineamientos” del nuevo gobierno, a cargo del presidente Videla, así como de los otros
integrantes de la Junta. Esta voluntad de comunicación de los presupuestos, las ideas y los fines del proyecto militar, presente
desde el momento del golpe de Estado, se constituyó en un mecanismo fundamental utilizado por las Fuerzas Armadas para
legitimarse y conseguir adhesión social y política.

La Junta Militar se dirigía a “toda la comunidad nacional”, convocaba a la ciudadanía a sumarse al proceso de refundación del
país y de sus instituciones, prometía continuar con el combate contra el “flagelo subversivo” y erradicar los “vicios” que
afectaban al país (la demagogia, la corrupción, el abuso de poder), apelaba a la reconstrucción nacional, a la recuperación de los
valores morales y al restablecimiento del orden y la autoridad, proclamaba el respeto a la ley y la CN y afirmaba que su fin último
era la consecución de una democracia representativa, republicana y federal, para lo que no habían definido tiempos.

La recepción del golpe de Estado y el consenso inicial.

Para mediados de marzo era notorio que el gobierno se había quedado prácticamente sin apoyos sociales o atisbos de legitimidad
política, lo que podría explicar no solo que el golpe de Estado no despertara casi sorpresas en la ciudadanía, sino que las
resistencias fueran imperceptibles. Apenas un tibio anuncio de un paro general de actividades, dispuesto por un grupo de
dirigentes sindicales de la CGT y las 62 Organizaciones que se encontraban reunidos la madrugada del golpe en el MT, ni tampoco
las organizaciones político-militares revolucionarias pudieron organizar alguna resistencia efectiva ya que perdieron una gran
parte de su capacidad militar y operativa.

Todas las evidencias disponibles muestran que el golpe fue en general bien recibido, tanto en el plano nacional como en el
internacional. El involucramiento de sectores de la derecha nacionalista católica y de grupos liberales, así como de las cúpulas
empresarias, en la gestación del golpe de Estado está consistentemente probado, y las FA recibieron amplios avales cuando
distintos sectores del campo político, social e institucional se pronunciaron públicamente a favor del gobierno militar, de sus
objetivos o de algunas de sus políticas.

A diferencia del golpe de Estado de 1966, la intervención militar de marzo de 1976 no recibió la adhesión de sectores del
sindicalismo o de los principales partidos políticos y, aunque en los momentos iniciales fueron pocos los actores políticos y sociales
dispuestos a manifestarse abiertamente a su favor, tampoco hubo expresiones evidentes de resistencia. El resto de los partidos
parlamentarios, que habían cuestionado reiteradamente al gobierno peronista, mantuvieron un expectante silencio en las
semanas posteriores al golpe, que fue roto en pocas oportunidades.

En cuanto a la Iglesia católica, se ha insistido en la larga tradición que vinculó a las FA con el catolicismo en la Argentina, expresada
en la existencia de fuertes lazos personales, ideológicos y políticos a lo largo del siglo XX y, entre otros elementos, en el apoyo
eclesiástico a los sucesivos golpes de Estado. Además del respaldo que sacerdotes y altos prelados manifestaron a la “cruzada
antisubversiva” en términos generales, el golpe de 1976 contó con una buena recepción entre los católicos, empezando por la
propia jerarquía eclesiástica. La mayoría de los obispos manifestó su apoyo a la toma del poder por parte de las FA, a través de
diversas acciones y apariciones públicas. Pero, aunque es sabido que existieron diferentes posiciones y matices dentro del campo
católico, en esos primeros tramos de la dictadura prevaleció el apoyo y la justificación del golpe militar.

Las corporaciones empresarias estuvieron entre las principales sostenedoras del golpe de Estado de 1976. En algunos casos
conspiraron activamente para favorecer el derrocamiento del gobierno peronista y por su parte, entidades empresariales del agro
y la industria, con posiciones matizadas y en distintos momentos, también manifestaron su apoyo al PRN. Se trató de un
involucramiento activo del sector, con dirigentes y miembros de algunas organizaciones patronales que participaron en la
elaboración del programa económico o se sumaron al gobierno militar como funcionarios y asesores.

Finalmente, hay un actor cuyo rol ha sido insistentemente señalado a la hora de mostrar el arco de apoyos al golpe de 1976: el de
los medios de prensa, que participaron en la elaboración y difusión de un discurso, consonante con el de los sectores golpistas,
que hacía foco en la debacle del gobierno peronista, el caos y la violencia cotidiana, transmitiendo rumores o incluso alentando la
intervención militar. Una vez producido el golpe de Estado, algunos medios de prensa adhirieron activamente a los lineamientos
del PRN y se convirtieron en portavoces del régimen, mientras que el resto asumió las restricciones y prohibiciones impuestas por
el gobierno militar e implementó diversas formas de autocensura, reduciendo al mínimo las críticas y cuestionamientos al rumbo
gubernamental.

Los apoyos al nuevo gobierno no solo se registraron en el plano interno sino también en el contexto internacional. La asunción de
la Junta Militar fue, en general, bien recibida en el concierto mundial de naciones y de inmediato fue reconocida
diplomáticamente por un conjunto de países, lo que representó sin duda un voto de confianza para el nuevo gobierno. Entre los
objetivos definidos en los documentos básicos del PRN se planteaba insertarse en el “mundo occidental y cristiano” y ello requería
el reconocimiento de los EEEU, su principal potencia. La embajada estadounidense en el país vio con buenos ojos que el
derrocamiento del gobierno peronista.

Por su parte, y en sintonía con la cobertura realizada por los medios nacionales, los diarios extranjeros mostraron al golpe de
Estado argentino como un hecho inevitable, que venía a poner fin a una crisis de honda envergadura, que se había llevado a cabo
en forma pacífica y sin derramamiento de sangre. Además, se trataba de un gobierno encabezado por el general Videla, quien fue
presentado como un militar profesional, un moderado que pretendía restablecer el orden y no parecía tener ambiciones de poder
personal.

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