La Edad de Oro de La Pirateria 01

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Enrique Ros

www.apuntesdehistoria.tk

la edad
de oro de la
piratería
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.

José de Espronceda
Canción del pirata
Índice

Agradecimiento 3
Introducción 5
Piratas y corsarios 7
Las épocas de la piratería 9
La visión romántica de los piratas 11
El Caribe a principios del siglo XVIII 12
Bucaneros, filibusteros y la isla Tortuga 16
Las auténticas causas del auge de los corsarios 19
La piratería en el Índico 23
Los primeros grandes piratas 25
Henry Every 26
El regreso de los corsarios 32
Woodes Rogers y William Dampier 33
Dampier y la historia de Robinson Crusoe 35
La explosión de la piratería 38
El poder de los piratas 41
Stede Bonnet y Barbanegra 42
El final de la república pirata 45
Los últimos de una era 52
Epílogo 53
Agradecimiento

P ermíteme, antes de empezar, dedicar unas pocas pala-


bras a darte las gracias por descargarte este ebook. Espe-
ro no defraudarte y que te guste.

Te animo a visitar mi blog Apuntes de Historia y, si te gustan los artículos,


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De nuevo, gracias

Enrique Ros
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Imagen de portada: Captura del pirata Barbanegra, de Jean Leon Gerone Ferris
Introducción

P iratas han existido siempre, desde la antigüedad hasta


nuestros días, pero cuando nos mencionan la palabra pi-
rata nuestra mente vuela hacia los siglos XVII y XVIII y el
mar Caribe.

Pero en realidad la edad dorada de la piratería es mucho más breve de lo


que pensamos, apenas diez años. Un breve momento en que los piratas
estuvieron a punto de organizar una auténtica revolución social.

De hecho, buena parte de las ideas que tenemos sobre los piratas y la
piratería provienen de mitos, películas de Hollywood o incluso reinter-
pretaciones posteriores de lo que realmente fueron los piratas.

Esto es cierto, pero no es algo tan actual como podríamos pensar. Es


más, ya en la propia época en la que los piratas realizaban sus fechorías
por el Caribe, la información que llegaba a Europa era muy diferente de
lo que de verdad estaba pasando. Sí, sus contemporáneos tenían esa
concepción romántica de los piratas que aún hoy persiste.

Siendo estrictos, la edad dorada de los piratas duró solamente, como ya


hemos dicho, diez años: de 1715 a 1725.

Sí, es cierto que piratas hubo en el Caribe durante cerca de dos siglos,
pero siendo laxos piratas ha habido desde siempre.

El Mediterráneo ha sido surcado por piratas desde que existe el comercio


marítimo. De hecho, a día de hoy sigue habiendo piratas en aguas del
Índico o de Somalia. Incluso los vikingos, sobre los que tenemos toda
una iconografía totalmente distinta, en el fondo no eran otra cosa que
piratas.

Pero cuando oímos la palabra pirata, lo que nos viene a la cabeza es un


señor europeo, generalmente holandés, francés o inglés, del siglo XVII o
XVIII y que rondaba por el Caribe asaltando barcos mercantes, y con una
determinada iconografía asociada.

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En realidad esta imagen es una especie de totum revolutum en la que
mezclamos personajes de diferentes épocas que, aunque parecidos a
nuestros ojos, son en realidad muy distintos en esencia.

Y es que no hacían las mismas cosas Henry Morgan o Barbanegra, por


poner un ejemplo con nombres bien conocidos, aunque a nosotros nos
pueda parecer que sí desde nuestra perspectiva.

Así que, antes de entrar en materia, desprendámonos de todos los tópi-


cos y sentemos las bases.

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Piratas y corsarios

U na de esas ideas de las que hablaba antes es la diferencia


entre piratas y corsarios (y aún si me apuras, bucaneros),
que eran cosas totalmente distintas pero que, gracias a las
películas de Hollywood, la gente tiende a confundir o, al
menos, a no tener muy claras las diferencias entre unos y otros.

Un pirata era un marino con un barco que reunía una tripulación para
dedicarse a asaltar otras embarcaciones (o incluso ciudades), y que no
tiene ningún tipo de afiliación con ningún país. Es, en definitiva, un ban-
dido, un delincuente, y lo que obtiene con sus fechorías es su botín y no
tiene que rendir cuentas ante nadie excepto ante su tripulación y, llega-
do el momento, ante la Justicia.

Un corsario es algo muy distinto. También posee un barco y una tripula-


ción, pero sus actos están apoyados por un estado.

Patente de corso otorgada por Felipe de Borbón. Nótese que, aunque está firmada por el rey, la fe-
cha y los nombres del capitán y el barco y otros detalles están en blanco.

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Un estado que está en guerra (declarada o no) con otro y, por supuesto
previo pago de su importe, otorga un permiso real a determinados capi-
tanes (lo que se llamó una patente de corso) que le daba derecho asaltar
barcos de otras naciones.

Si uno acude a una bitácora de un barco corsario puede ver que el pi-
llaje está registrado como si fuera una transacción comercial normal y
corriente. Se anota lo que entra en bodegas, lo que se reparte...

Los corsarios tenían que pagar impuestos a la Corona. De hecho se esti-


ma que se quedaban solamente un 10% de lo que capturaban y, aún así,
era una actividad provechosa. Incluso había armadores que tenían varios
barcos, y destinaban algunos al tráfico de esclavos, otros al comercio de
mercancías y otros al corso. Era un negocio como cualquier otro.

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Las épocas de la piratería

A unque piratas y corsarios existieron durante un lar-


go periodo y de forma continuada, tanto en el Caribe
como en el Índico sobre todo, hay tres épocas princi-
pales en las que se produjo un gran incremento de las
actividades de la piratería.

La época de los corsarios


La primera de ellas es entre 1650 y 1680, y es la época de los corsarios
principalmente. Aunque hay también presencia de piratas, la gran mayo-
ría de los barcos que hacían presa en esta época en el Caribe se dedica-
ban a practicar el corso.

Es un momento en que las potencias europeas, para atacar a España,


deciden apoyarse en la actividad corsaria y se dedican a otorgar, o más
bien vender, muchísimas patentes de corso.

Es una época meramente coyuntural, por la conveniencia de los gobier-


nos europeos, y termina cuando finalmente estos gobiernos deciden
dejar de apoyarse en los corsarios por diversas razones.

La piratería en el Índico
Posteriormente hay un segundo repunte de la piratería, aunque ya no
tiene lugar en el Caribe, sino en el Índico, y que tiene que ver con que
mucha de esta gente estaba acostumbrada a la vida corsaria y a finales
del siglo XVII, al no poder obtener patentes de corso para atacar barcos
europeos, deciden seguir comprando patentes de corso pero esta vez
para atacar a los barcos de los comerciantes indios o árabes que fre-
cuentaban este océano.

La edad de oro de la piratería


Finalmente hay un tercer repunte de las actividades piratas, de nuevo en
el Caribe, a principios del siglo XVIII, entre los años 1715 y 1725.

En esta época sí que hay auténticos piratas, gente que toma la decisión

La edad de oro de la piratería 9 www.apuntesdehistoria.tk


de saltarse la ley, convertirse en pirata y las cosas se salen de madre.

Fueron los auténticos años del reinado del terror de los piratas. Años en
los que tuvieron el control del tráfico y el comercio en el Caribe, en que
mantuvieron paralizada a la población de todas las islas y en los que in-
cluso llegaron a fundar una auténtica república pirata.

Esos años, sobre los que vamos a hablar en este ebook, fueron sin duda
la edad de oro de la piratería.

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La visión romántica de los piratas

C omo ya dije en un principio, hay muchos tópicos alrede-


dor de los piratas. Todos tenemos una visión más o menos
acertada sobre ellos, pero que sin duda ha sido fuertemen-
te influenciada por diversas fuentes, algunas fiables y otras
no tanto, como libros de historia o películas de Hollywood.

Pero eso no es una novedad y no es exclusivo de nuestra época. De he-


cho, muchas de las ideas erróneas que tenemos sobre los piratas son
contemporáneas al fenómeno, y provienen en buena parte del libro His-
toria general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas (A Ge-
neral History of the Robberies and Murders of the most notorious Pyrates
en su título original) publicado en 1724, en pleno apogeo de la piratería
en el Caribe.

La Historia general... es un libro que está muy bien documentado para


algunas cosas, pero otras son directamente inventadas o imaginadas, o
sencillamente puestas ahí porque es lo que el público demandaba.

Aunque su autor utiliza el pseudónimo de Capitán Charles Johnson, está


generalmente aceptado que el autor real de la obra es Daniel Defoe. Así
que, viendo lo que Defoe hizo con la historia de Alexander Selkirk, que
aderezó, exageró y noveló para convertir en Robinson Crusoe, te puedes
hacer una idea de cuánto de verdad puede haber en este libro.

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El Caribe a principios del siglo XVIII

N o podemos comenzar más que hablando del lugar en


el que ocurren todas estas historias, el Caribe.

El mar Caribe, como bien sabrás, es un mar situado al


este de América Central y que, aunque abierto tanto al océano Atlántico
como al golfo de México, queda bien delimitado por la propia América
Central, la costa norte de América del Sur y las Antillas (por lo que tam-
bién es conocido como mar de las Antillas).

La región conformada por el mar Caribe, las costas que lo rodean y sus
islas es conocida genéricamente como “el Caribe”. Y es en esta región
dende tendrán lugar la mayoría de los acontecimientos que contaré aquí.

Para hacernos una composición general (tienes un mapa en la siguiente


página) y aunque esto va cambiando a lo largo del tiempo, en la época
que nos ocupa prácticamente toda la tierra firme que rodea al Caribe es
española, al igual que Cuba.

Al norte de Cuba están las Bahamas, que son inglesas aunque están muy
poco pobladas y es una zona bastante marginal. Al sur de Cuba está Ja-
maica, la gran posesión inglesa de la época en el Caribe, y entre ambas
islas está el archipiélago de las Caimán, que también pertenecen a Ingla-
terra aunque son de poca entidad.

Al este de Cuba está La Española (la actual isla de Santo Domingo) dividi-
da en una parte francesa, que es su parte occidental (hoy Haití), y la parte
oriental que es española (actualmente República Dominicana).

Más al este nos encontramos con Puerto Rico, también perteneciente a


España, y después toda una serie de pequeñas islas que forman un arco
entre Puerto Rico y la costa de Venezuela, todas ellas de dominio extran-
jero: francesas, inglesas, holandesas, incluso una de ellas es de soberanía
danesa.

Todas estas islas (las del Caribe) forman una especie de territorio de
frontera ya que, así como España mantiene un férreo dominio sobre las
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tierras firmes de América, sobre el Caribe mantiene una especie de do-
minio nominal, intentando controlar todo el territorio pero siendo ma-
nifiestamente incapaz.

A principios del siglo XVIII los españoles toleran, más o menos, que exis-
tan ingleses asentados en la zona norte (lo que hoy es Belice), pero bue-
no, es un sitio con poca riqueza y nulo valor estratégico para España.

Pero en el Caribe, que es la puerta de paso a sus dominios, le fastidia


bastante que haya islas controladas por otros países y no llevaba nada
bien que ingleses y franceses mantuvieran su soberanía en ellas.

La vida en el Caribe
La idea que hoy en día tenemos del Caribe es, prácticamente, la de un
paraíso. Oír la palabra “Caribe” y pensar en lugares idílicos y sitios de en-
sueño es todo uno pero en la época de la que hablamos el Caribe no era
un sitio ni mucho menos agradable.

Los europeos habían llegado hacía relativamente poco y aún no habían


conseguido aclimatarse. Para empezar el calor es infernal y sacude toda
la zona durante muchos meses al año. Hay que tener en cuenta que
es una época anterior a las prendas de algodón y los tejidos ligeros. La
mayoría de la gente viste con lana o cuero, y Europa es un continente
eminentemente frío.

La comida también era un inconveniente, porque aunque habían pro-


ductos tropicales como los ñames y estas cosas, los europeos no aca-
baban de acostumbrarse tampoco, por lo que había siempre una de-
pendencia de los productos europeos: carne en salazón, harina de trigo,
etcétera.

Otro problema que suponía un lastre para la región es que, al contrario


que en la zona de tierra firme, la economía que se estableció fue una
economía esclavista y de plantación, y eso anima a la gente que quiere
enriquecerse rápidamente, pero no a quien quiere asentarse de una for-
ma más o menos estable en la región.

Así que lo normal es que las diversas islas estuvieran regidas por gober-

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nadores corruptos ya que la mentalidad, si te mandaban a gobernar una
isla que se encontraba en lo que entonces era considerado el culo del
mundo, era “voy a tirarme aquí unos años, en un lugar que parece un
castigo, y mis opciones son dos: o bien trabajar duro, administrar bien
esto, levantar la colonia y esperar que se reconozca mi trabajo, o ser un
corrupto, pegar el pelotazo y enriquecerme rápidamente, y volver a Eu-
ropa rico para retirarme”. Pues eso.

Así que la tónica general era esa: grandes plantaciones, esclavos traba-
jando de sol a sol y muy pocos europeos. Incluso muchos de los dueños
de las plantaciones ni siquiera vivían en el Caribe, sino que eran rentistas
que tenían su vivienda en el continente (España, Inglaterra, Francia...) y
su hacienda en el Caribe, en la que tenían gente trabajando.

De hecho durante mucho tiempo es un problema el conseguir que se


vayan europeos a vivir a estas colonias, y sobre todo que trabajen allí
para la gente que mueve el cotarro. Al fin y al cabo, alguien tenía que
dirigir las plantaciones y controlar a los esclavos.

Porque en un momento dado en que las cosas no iban demasiado bien


era fácil irse a otra isla o montarte tu propia plantación en otro lugar y
dejar al hacendado en la estacada.

Por eso durante mucho tiempo para la colonización, sobre todo en las
islas inglesas, se utiliza la fórmula llamada indentured servants o traba-
jadores no abonados, en la que un empleado trabajaba durante varios
años a cambio del pasaje al Nuevo Mundo o de deudas contraídas, hasta
el fin del periodo estipulado.

Muchos piratas y corsarios, como ya veremos, llegaban así a la región y,


tras acabar su contrato o escapar, no encontraban a qué dedicarse más
que a la piratería.

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Bucaneros, filibusteros y la isla Tortuga

T ambién era muy habitual encontrar en el Caribe gente


que vivía un poco al margen de todo esto, montaraces
(en inglés dirían rangers), gente que vivía del monte
cazando o como leñadores. Abundaban en la zona de
Belice, que vivían de cortar palo de Campeche, o en la de Venezuela.

Habían también muchos de origen francés en la isla de La Española, que


eran a los que los españoles llamaban “bucaneros”. La palabra bucanero
proviene del término “boucan”, en una mezcla del francés y del idioma
de los indios caribes y que significaba ahumar la carne en una especie
de parrillas de madera o que denotaba la propia carne ahumada, ya que
se dedicaban a cazar vacas y cerdos salvajes para luego ahumar la carne,
tal como habían aprendido a hacer de los indios caribes, y venderla a los
navíos como provisiones.

En un momento determinado, a mediados del siglo XVII, los españoles


intentaron echar a los bucaneros de La Española y acabaron convertidos
en una especie de forajidos, que se agruparon y acabaron refugiándose
en la isla Tortuga, al noroeste de La Española y muy cercana a ésta, a dos
leguas.

Muchos de ellos también acabarían dedicándose a la piratería bajo el


nombre de filibusteros.

La edad de oro de la piratería 16 www.apuntesdehistoria.tk


La población de Tortuga acabó creciendo y llamando la atención de mu-
chísima gente, que acudía a vivir de la misma manera, y que finalmente
empezaron a vivir del bandidaje de los españoles.

Estamos en esta primera época de la que hablaba antes, entre 1650 y


1680. En esta época las potencias europeas creen firmemente en los
corsarios como modo efectivo de acosar al enemigo en mares lejanos,
a los que era costoso enviar naves propias, permitiendo además obtener
impuestos de forma fácil.

Así que los corsarios van cobrando muchísima fuerza durante estos años,
y surge de aquí buena parte de la imagen mental que tenemos en la ac-
tualidad de la piratería.

Y es que aunque trabajaban bajo la legalidad (ya he dicho que se les


otorgaba un permiso real y pagaban impuestos) en la práctica el corso
se hizo tan popular que el asunto empezó a desvirtuarse.

Comenzó el intrusismo y la pillería, con corsarios que se decían tales


pero que no tenían una patente de corso en regla ni pagaban impuestos
sobre las capturas (es decir, formalmente eran piratas).

Habían también corsarios que, llevados por la vorágine y su propia co-


dicia, acababan forzando los límites y entrando de lleno en la piratería.

Sin embargo esta época es muy distinta de la que se verá medio siglo
después, en el siglo XVIII, precisamente porque estas gentes trabajaban
bajo un marco legal (salvo unas pocas excepciones).

Y esto hacía una gran diferencia, ya que contaban con el apoyo de sus
respectivas coronas, y por tanto de los gobernadores de las colonias. Y
eso también hacía que todo se mantuviera dentro de cierto orden.

Es la época de la isla Tortuga y de Henry Morgan, del Olonés, y otros


grandes corsarios, que con el tiempo pasan de atacar barcos a atacar
directamente poblaciones españolas, como Cartagena, Panamá, Guate-
mala...

Sin embargo, esta época se fue tan pronto como llegó. A partir de 1680
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los reyes europeos dejan de patrocinar las patentes de corso y este estilo
de vida acaba perdiéndose.

Aún así hay muchas películas y libros de piratas ambientados en esta


época, aunque en realidad sus protagonistas no sean piratas sino corsa-
rios, porque lo que sí es cierto es que estos corsarios entendían la vida
de la misma forma que los piratas del siglo XVIII.

Toda esta imagen de que formaban una sociedad más igualitaria, que
repartían el botín a partes iguales, de que tenían una especie de segu-
ro de salud por el cual los que perdían algún miembro o tenían heridas
graves recibían una parte del botín... todo esto es absolutamente cierto.

Incluso no me resisto a comentar que existía una institución llamada el


matelotage (del francés “matelot” que significa marinero u hombre de
mar) y que era una institución curiosamente similar al matrimonio.

El matelotage era un acuerdo por el cual dos corsarios/piratas estable-


cían una unión formal y permanente (muchas veces con contrato de por
medio) en la que luchaban juntos, se cuidaban mutuamente y compar-
tían las ganancias. Incluso, en caso de muerte de uno de ellos, su com-
pañero heredaba sus bienes.

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Las auténticas causas del auge de los corsarios

C abe preguntarse el porqué del auge de los corsarios, buca-


neros y filibusteros en esta época.

Y es que, a pesar de la visión aventurera y romántica que


puedas tener ahora mismo en la mente, la vida de un corsario era muy
dura y difícil.

Y el origen está, ni más ni menos, en la vida de los marineros de la época


y el trato que recibían. Una breve descripción de cómo era la vida de un
marinero en un barco mercante o un barco de la armada te ayudará a
comprenderlo más fácilmente.

En el artículo del blog Londres: Del Gran Incendio a las cloacas hablaba
sobre toda la miseria de la gente que era expulsada de los campos y te-
nían que ir a la ciudad, y que se dio sobre todo en Inglaterra a partir del
siglo XVI debido a los cercamientos o enclosures, el cierre de los terre-
nos comunales en favor de los terratenientes.

El mar podía haber parecido una alternativa al hambre y la miseria a las


que se vieron abocadas estas gentes, pero en realidad no lo era. El mar
no era desde luego un sitio donde ganarse la vida, sino que era la última
opción para hombres desesperados o que no habían conocido otra cosa.

Decía un refrán de la época que “los que van al mar por placer, van al
infierno por diversión”, y eso da una ligera idea de cómo eran las cosas
en el mar en el siglo XVII.

Los marineros estaban embarcados durante meses en largos viajes, los


capitanes por lo general tendían a ser personas despóticas, con una dis-
ciplina férrea, y que además tenían todo el poder a bordo.

Además hacían todo lo que estaba en su mano para quedarse con la


mayor parte de los beneficios, lo que incluía el pagar a la tripulación con
moneda colonial (muy devaluada) y retener la paga para que los mari-
neros no abandonaran el barco en ningún puerto, sin importar lo malas
que fueran las condiciones de trabajo a bordo.
La edad de oro de la piratería 19 www.apuntesdehistoria.tk
Todo eso sin olvidar los problemas de salud: la comida a bordo era insu-
ficiente y de pésima calidad, muchas veces en mal estado, el agua era un
asco, empezaba a azotar el escorbuto, del que aún no se conocía bien
la causa...

Muchos de los marineros, además, trabajaban de forma forzosa. Existían


las denominadas partidas de enganche. Imagina la escena:

Estamos en el siglo XVII y estás de paso en un pueblo portuario en el que


no conoces a nadie, o eres un vagabundo, y unos amables marineros del
pueblo te invitan a bebida en la taberna local. Al día siguiente cuando
despiertas, con una resaca del quince, has firmado el enganche para va-
rios años y estás a bordo de un barco rumbo a las colonias americanas.

Esto era algo perfectamente legal y amparado por la justicia, y había


todo un negocio formado en torno a esto.

Bajo estas condiciones, te puedes hacer una idea del tipo de disciplina
que había que mantener en un barco para que la tripulación no se amo-
tinara. Los maltratos y los golpes estaban a la orden del día (de hecho
eran legales y estaban perfectamente reglamentados). Esto contando
con que, con suerte, el capitán no estuviera un poco mal de la cabeza...

Y estamos hablando de la marina mercante. En la armada, en la Marina


Real Inglesa (la Royal Navy), las cosas eran aún peor. Las pagas eran más
bajas, la comida era de peor calidad, se incentivaba el trato despótico a
los marineros...

Claro, para la Marina Real no habían volutarios, así que se realizaban le-
vas forzosas. Precisamente esta escasez sistémica de marineros para la
armada fue una de las causas por las cuales la corona promovió la con-
cesión de patentes de corso.

Las patrullas de enganche de la Royal Navy eran las más temidas. Tenían
la facultad de enrolar forzosamente a cualquier marinero (estos no te-
nían ni que emborrachar incautos para hacerles firmar).

Las patrullas de levas iban fuertemente armadas, ya que los pobres ma-
rineros no se dejaban “convencer” por las buenas. De hecho, muchos
La edad de oro de la piratería 20 www.apuntesdehistoria.tk
de los hombres reclutados por las levas eran llevados inconscientes. Era
también costumbre que estas patrullas de leva sobornaran prostitutas
para atrapar a marinos incautos.

Es más, muchas veces estas patrullas estaban en connivencia con algu-


nos capitanes de barcos mercantes para que, tan pronto como volvieran

Patrulla de leva de la Marina Real del siglo XVII

a puerto, estuvieran esperando a los pobres marineros. La Marina obtenía


sus reclutas forzosos y el capitán se ahorraba la paga de la tripulación.

Una triste medida de los siglos XVII y XVIII obligaba a embarcar en las
naves de la Armada Real Inglesa el doble de tripulación de la necesaria,
contando con que muchos de los marineros morirían a bordo.

Con este panorama en mente te puedes hacer una idea muy clara del
auge de las embarcaciones corsarias en esta época.

Por un lado, como ya he comentado más arriba, la escasez de marine-


ros en la Armada Real hacía que las patentes de corso fueran una forma
muy eficaz (y rentable) de obtener tripulaciones que hostigaran las na-
ves enemigas.

Por otro lado, el lado de los marinos, teniendo en cuenta las alternativas,
formar parte de una tripulación corsaria era, con mucho, la mejor op-
La edad de oro de la piratería 21 www.apuntesdehistoria.tk
ción. La vida a bordo era igual de dura, pero el trato era más igualitario y
la paga, con poca suerte que hubiera, infinitamente mejor. Y eras libre de
irte cuando quisieras.

Si además te encontrabas en un barco a la fuerza o engañado, a miles


de millas de tu hogar y con la clase de vida que hemos estado viendo,
es normal que a la más mínima oportunidad desertaras y te unieras a la
primera tripulación corsaria (o incluso pirata) que pudieras.

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La piratería en el Índico

P asada la gran época de los corsarios, toda esta gente co-


menzó a buscar un nuevo sitio donde seguir ejerciendo
el único oficio que, a estas alturas, podían ejercer. Y se
fijaron en el Índico.

Al fin y al cabo, en el Índico abundan las rutas comerciales entre los


países que, de algún modo lo rodean, como en el mar Caribe aunque a
escala mucho más grande.

Sobre todo había un gran comercio debido a que la India se encontraba


bajo el dominio del Imperio mogol, de religión musulmana, con rutas
muy activas por tanto entre ésta y La Meca y Arabia.

Así que es normal que los corsarios de la época se fueran al Índico, re-
convertidos en piratas, a asaltar unos barcos que a nadie en Europa le
importaban y volvieran, con un poco de suerte, ricos al continente.

Uno de ellos es el famoso Capitán Kidd. La historia de William Kidd es


digna de mención, ya que se podría decir que fue una combinación de
jugarretas y mala fortuna.

William Kidd era un hombre acomodado que había obtenido una paten-
La edad de oro de la piratería 23 www.apuntesdehistoria.tk
te de corso y había hecho su fortuna legalmente a base de tener barcos
corsarios.

De hecho, se había convertido en una persona respetable en Nueva In-


glaterra, y los gobernadores de la zona le piden que encabece una expe-
dición contra los piratas. Kidd aceptó medio a regañadientes (como digo
ya había hecho fortuna y además se había casado con una mujer rica)
sabiendo que el negarse podía ser visto como deslealtad a la corona.

Así que le dan una patente de corso firmada por Gillermo III de Inglaterra
y le mandan al Índico a la caza y captura de piratas. Pero la expedición
se tuerce, los marineros se ponen nerviosos y, temiendo un motín, Kidd
consiente un asaltar algunos barcos, amparado por la patente de corso.

Sin embargo, a su vuelta, es arrestado por piratería y enviado a Londres


a juicio, mientras los gobernadores de Nueva Inglaterra ocultaron el he-
cho de haberle concedido la patente, temerosos de que se les acusase
de cómplices de piratería.

Así que Kidd es juzgado y condenado a muerte. Le ahorcan y cuelgan su


cuerpo sobre el río Támesis para que sirviera de advertencia a los piratas.
Su cadáver permaneció allí tres años.

Su fama se debe a que, poco antes de ser detenido, Kidd enterró su te-
soro en Isla Gardiners, una pequeña isla cerca de South Hampton, con
esperanza de usarlo como moneda de cambio. Visto está que no le sir-
vió de nada. La leyenda de la isla del tesoro del Capitán Kidd pronto se
hizo famosa.

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Los primeros grandes piratas

E s en esta época y este contexto cuando empieza a nacer la


siguiente generación de piratas, que será un fenómeno total-
mente distinto de lo visto hasta la fecha.

Porque una cosa es montar una expedición corsaria y, en medio de todo


el cachondeo, como quien no quiere la cosa, atacar un barco que no
deberías atacar, y otra muy distinta lo que empieza a suceder.

Y es que lo que surge ahora es gente que en un momento dado decide


rebelarse contra todo este sistema impuesto de maltratos, malas pagas,
etcétera, y montarse un “negocio” atacando a todo el que se ponga por
delante para repartirse el botín.

Y la diferencia más importante es que esto significa saltarse la legalidad,


traicionar a tu propio país y tener que vivir en lo sucesivo de espaldas a
cualquier sistema y al margen de la ley.

El primer auténtico pirata, en la plena acepción del término, importante


y famoso, y que además serviría de ejemplo e inspiración a todos los
piratas durante el siguiente siglo, es Henry Every (o Avery), conocido
como Ben el Largo (Long Ben) entre los piratas de la época y a quien, por
cierto, se le atribuye la primera bandera con una calavera y dos tibias.

Bandera atribuida a Henry Every

La edad de oro de la piratería 25 www.apuntesdehistoria.tk


Henry Every

E very fue el primer pirata que consiguió retirarse con su bo-


tín sin ser arrestado ni muerto en batalla, gracias a lo cual se
debe buena parte de su fama.

Every proviene de todo este mundo del que hemos estado hablando.
Trabajó muchos años en la Royal Navy, en el HMS Rupert, y había vivido
los maltratos, la disciplina férrea, la mala comida, los días interminables
en el mar...

Y estaba siempre buscando algo mejor. Él estaba casado, tenía familia


en Inglaterra y buscaba prosperar un poco. Y hacia finales del siglo XVII
consigue encontrar algo que parece prometedor.

Un comerciante, un tal James Houblon, propone una expedición cor-


saria en la que todo pintaba muy bien. La idea era obtener una patente
de corso del rey de España y luchar contra los enemigos del rey en las
colonias de América. Todo legal.

Pero es que además del botín, el tal Houblon aseguraba una paga men-
sual, incluso un adelanto y la garantía de que, en caso de fallecimiento
durante la expedición o de que no se pudiera regresar, las esposas reci-
birían la paga.

Every además conseguía un puesto de primer oficial en uno de los cua-


tro barcos que formarían parte de la expedición debido a sus años de
experiencia en la Royal Navy. Es justo lo que andaba buscando.

Las cosas deberían haber ido bien, pero la expedición comenzó a tor-
cerse desde el principio, y es que el viaje entre Inglaterra y La Coruña, el
puerto donde iban a aprovisionarse y recibir la documentación, se alar-
gó durante cinco meses, en lugar de las dos semanas previstas, aunque
no se sabe muy bien por qué.

Y aún tardando cinco meses, cuando llegaron a puerto se dieron cuenta


de que la documentación que les acreditaría como corsarios todavía no
había llegado desde Madrid, con lo cual se vieron forzados a esperar.
La edad de oro de la piratería 26 www.apuntesdehistoria.tk
Según pasaban los meses y la documentación no llegaba, los marineros
se encontraron en una posición bastante difícil. No tenían dinero y no
podían encontrar otro empleo. No tenían donde ir ni otros medios de
conseguir comida, así que eran virtualmente prisioneros en su flotilla.

Sin embargo, de algún modo, los marineros consiguieron ponerse en


contacto con sus esposas en Inglaterra, las cuales pidieron a Houblon la
paga prometida. Houblon les dio largas, y los marineros comenzaron a
temer realmente, pensando que habían sido vendidos como esclavos a
los españoles.

Así que algunos hombres, entre ellos Every, decidieron amotinarse. Se


hicieron con uno de los barcos, el Fancy, y escaparon del puerto de La
Coruña para sorpresa de todos, incluidos los españoles.

Una vez en alta mar eligieron a Every como capitán y decidieron hacerse
corsarios por su cuenta. Realmente no tenían la piratería en mente, sino
que la idea era conseguir un poco de dinero pirateando un poco por
el Índico (nadie se iba a molestar por un barco que no fuera europeo),
regresando después para comprarse la libertad con ese dinero, o luchar
contra los enemigos del rey para ganarse el favor de la justicia. En fin,
eran marineros honrados y sólo buscaban una salida airosa a la situación
en la que se habían visto envueltos.

Mientras rodeaban el continente africano se encontraron con un par de


barcos ingleses fondeados en Cabo Verde y, como necesitaban provi-
siones y aguada, los asaltaron. Sin embargo, como el plan era el men-
cionado anteriormente, Every les entregó un documento en el que pro-
clamaba no ser enemigo de los barcos ingleses, que lo había hecho por
absoluta necesidad y comprometiéndose a restituir lo robado.

Lo que Every no sabía es que todas estas noticias, desde el motín y la


salida del puerto, su singladura hacia el Índico, el asalto a los barcos,
etcétera, iban llegando a Londres, seguramente bastante adornadas y
exageradas, y causaban sensación.

No olvidemos que se trataba de hombres normales, marineros mercan-


tes en su mayoría, con un capitán que había servido en la Royal Navy y
con familia. Además, el juicio al Capitán Kidd aún era reciente.
La edad de oro de la piratería 27 www.apuntesdehistoria.tk
Tras unos cuantos meses ejerciendo el pillaje en las costas africanas,
Every llegó con su tripulación a la costa de Madagascar, asociándose y
cooperando con otros corsarios del Índico que se movían por la misma
zona, el más famoso de ellos Thomas Tew. Reunieron así una flota de
seis barcos corsarios, y Every fue nombrado almirante.

Se dedicaron a rapiñar un poco por la zona, atacar pequeñas embar-


caciones o poblaciones, esperando el que tenían previsto que fuera su
gran golpe: atacar la flota del mismísimo Gran Mogol, que realizaba un
peregrinaje anual entre India y La Meca.

El hecho de ser un peregrinaje anual hacía que las fechas de la vuelta


fueran conocidas con suficiente aproximación con sólo saber cuándo
había sido la ida así que, en agosto de 1695, la flota de Every se emboscó
en Perim, una pequeña isla volcánica a la entrada del mar Rojo, esperan-
do la salida de la flota del Gran Mogol.

La flota pasó durante la noche, con lo que no los vieron con suficien-
te antelación, aunque sí consiguieron abordar al último de los barcos,
el Fateh Muhammed. Consiguieron algunas riquezas, pero sobre todo
consiguieron la valiosa información de que uno de los barcos de la flota,
mucho más grande, se había retrasado y aún estaba por pasar.

Se trataba del Ganj-i-sawai, un imponente barco de ochenta cañones,


que llevaba una guardia de 400 hombres armados con mosquetes y
otras 600 personas a bordo. Además para cuando dieron con él tres de
los barcos de la flota de Every se habían retrasado, así que sólo disponían
de los otros tres barcos para la batalla.

Aunque el resultado era incierto decidieron intentarlo ya que, en caso de


ponerse las cosas difíciles, la mayor velocidad de sus barcos les permiti-
ría huir.

Every tuvo una suerte increíble. Uno de los cañones del Ganj-i-sawai
explotó al ser disparado, causando un gran caos en el barco. Además
uno de los disparos del Fancy (el barco de Every) fue tan afortunado que
tumbó uno de los mástiles del Ganj-i-sawai permitiendo que lo aborda-
ran con bastante éxito.

La edad de oro de la piratería 28 www.apuntesdehistoria.tk


Este golpe fue sonadísimo en Londres, y la creencia general fue que ha-
bía conseguido un gran botín y que toda la tripulación se había casado
con princesas indias de la familia del Gran Mogol.

En realidad sí que hubo un gran botín, y sí que había a bordo familia del
Gran Mogol, aunque eran más bien algunas concubinas viejas, ya que la
mayoría de mujeres a bordo se suicidaron para escapar de las violacio-
nes.

Enfrentamiento entre el Fancy y el Ganj-i-sawai

El problema es que este asalto puso en peligro las relaciones entre la


corona inglesa y el Imperio mogol, así que se puso precio a la cabeza de
Henry Every, y supuso un punto de no retorno en su aventura.

En 1696 un barco atraca en Nassau, capital de Bahamas, y de él bajan


cuatro personas vestidas a la manera hindú, con ricos ropajes de seda,
joyas, etcétera. Sin duda de una forma muy llamativa para lo que se veía
en las colonias.

Estas personas solicitan audiencia con el gobernador de la colonia, sir


Nicholas Trott, explicándoles que son comerciantes esclavistas que ha-
bían comerciado sin permiso de la Compañía de las Indias Orientales,
que por entonces tenía el monopolio, y que necesitaban descanso por
unos meses en tierra firme.
La edad de oro de la piratería 29 www.apuntesdehistoria.tk
Como compensación (el no haber respetado el monopolio de comercio
era una falta menor) su capitán, un tal Henry Bridgeman, ofrecía al go-
bernador su barco, ya que pretendían volver a Europa en mercantes, y la
suma de 860 libras a cambio de permitirles la estancia en la colonia.

A ver, que nadie se llame a engaño. Esto atufaba a millas de distancia. Lo


primero que nadie comercia, ni con esclavos ni con nada, en un barco
de guerra. Lo segundo, que por muy bonitas que fueran las palabras con
las que se dirigieran al gobernador, lo que le ofrecían era un soborno, y
todos sabían que hablaban ni más ni menos que de eso.

Por si quedaba alguna duda, el hecho de ir vestidos como lo hacían y de


declarar su intención de volver a Europa en mercantes (es decir, sin lla-
mar la atención) dejaba bastante claro quién era esa gente y cuáles eran
sus intenciones.

Simplemente Nicholas Trott vio la ocasión de enriquecerse (recuerda lo


que hablábamos al principio de que te enviasen como gobernador a una
colonia que estaba en el culo del mundo) y quiso mirar para otro lado.

Así que Trott reúne al consejo y les cuenta la situación, hablándoles de


la propuesta y convenciendo al consejo para aceptarla, ya que el barco
les vendría muy bien para la defensa de las islas. Curiosamente se olvida
de mencionar las 860 libras, que no aparecen en las actas.

Así que el consejo acepta, y un fabuloso barco de guerra, el Fancy, entra


en el puerto de Nassau. y es que el capitán Henry Bridgeman no era otro
que Henry Every. La tripulación, vestida de forma fastuosa a la manera
hindú, comienza a descender del barco, descargando cofres y cofres de
oro, sedas, joyas...

Imagina la cara de la población de Bahamas, que era un sitio miserable,


viendo semejante espectáculo. El propio Trott debería estar mirando con
cara de póker y riéndose por dentro pensando en sus 860 libras.

Más tarde Nicholas Trott sería interrogado sobre el asunto y perdería su


cargo. Trott alega que no sabía nada, que lo engañaron, que pensaba
que habían cometido una falta menor y que sólo había hecho lo que
consideraba mejor para Bahamas. Pierde el cargo y se retira, rico.
La edad de oro de la piratería 30 www.apuntesdehistoria.tk
Parte de la tripulación de Every se quedó en Bahamas, otra parte pasó a
Nueva Inglaterra, otros volvieron a Europa divididos en pequeños gru-
pos para no llamar la atención. Se sabe que Every, junto a un pequeño
grupo, regresó en un barco y desembarcó en Irlanda, donde sobornaron
al funcionario de aduanas local, y se dispersaron por las islas británicas.

De Henry Every nunca más se volvió a saber. En el imaginario popular


toda la historia de Every causó muchísima sensación. Se publicaban his-
torias con sus aventuras y se representaban obras de teatro.

Y lo que pensaba la gente eran cosas de lo más increíbles. Pensaban que


Every, una vez que había conseguido todas estas riquezas, había vuelto
de nuevo a Madagascar, donde se había convertido en un rey pirata y
que, con sus riquezas, había fundado una especie de colonia pirata jun-
to con Thomas Tew, en la que todos los hombres eran iguales, y desde
donde dirigían una gran flota pirata.

Henry Every marcó un antes y un después en la historia de la piratería, ya


que muchos vieron en él la prueba de que uno podía hacerse rico como
pirata, ganar un gran botín y después retirarse. De hecho, Every sirvió
de inspiración a los piratas posteriores, los de la gran época dorada de la
piratería.
La edad de oro de la piratería 31 www.apuntesdehistoria.tk
El regreso de los corsarios

E n 1701 comienza la Guerra de Sucesión española. Francia y


España por un lado, e Inglaterra y parte del resto de Europa
por el otro, se enfrentan por ver quién sucederá a los Austrias
en el trono español.

Este hecho tiene también repercusiones en el Caribe. La guerra en Eu-


ropa moviliza las flotas navales, quedándose el Caribe casi sin barcos de
guerra, prácticamente desprotegido, con lo que las colonias inglesas en
la región se sienten muy amenazadas por la fuerte presencia francesa y
española.

Se decide entonces que sean las propias colonias las que se armen, y la
reina Ana de Inglaterra recurre de nuevo al antiguo recurso de los cor-
sarios, pero incentivándolo aún más: en 1708 se eliminan los impuestos
a los corsarios, permitiéndoseles que se queden con el cien por cien de
lo apresado a las naves enemigas.

Esto anima enormemente a que toda la gente de América arme su pro-


pio barco corsario e intenten asaltar a los barcos españoles, preferible-
mente mercantes.

Muchas personas, entre ellos algunos que después se harían muy famo-
sos y marcarían esta época de oro de la piratería como Charles Vane o
Edward Teach (Barbanegra), venían de Inglaterra y habían emigrado al
Caribe atraídos por esta promesa de riquezas rápidas para dedicarse al
corso y conseguir una parte del botín de los barcos españoles.

Por supuesto, franceses y españoles tenían también sus propios corsa-


rios que asaltaban los barcos ingleses. Había una gran actividad en la
región de guerra casi permanente con flotas irregulares.

Una de las personas que quería unirse a la vida corsaria en esta época,
y cuya historia es digna de mención por verdaderamente increíble, es
Woodes Rogers, el hombre que acabaría terminando con la piratería en
el Caribe.

La edad de oro de la piratería 32 www.apuntesdehistoria.tk


Woodes Rogers y William Dampier

W oodes Rogers no era, al contrario que otros piratas de


la época, un hombre que se hubiera hecho a sí mismo,
sino una persona acomodada, cuyo padre era armador
en Londres y poseía varios barcos mercantes.

A la muerte de su padre, Rogers hereda la empresa de su padre y la con-


tinúa, dedicándose sobre todo al negocio esclavista. En el momento en
que la reina Ana anuncia la exención de impuestos para los corsarios vio
una oportunidad de negocio, pero no sabía muy bien cómo entrar en él.

Y fue ahí cuando conoció a William Dampier. Dampier era un marino ex-
perimentado. Había dado varias veces la vuelta al mundo en una época
en que eso era algo totalmente fuera de lo habitual, había trabajado con
la Royal Navy y era corsario. De hecho Dampier había formado parte de
la tripulación que quedó estancada en La Coruña con la flota de Every.

Y Dampier tenía un plan, aprovechando la coyuntura actual: se proponía


apresar el galeón de Manila.

Los españoles transportaban el oro de las Américas hasta Cádiz una vez
al año en una gran flota fuertemente protegida. Normalmente todo el
oro, la plata y las riquezas se juntaban en Nueva España (hoy México) y,
una vez al año como digo, se enviaban a España.

Pero había una segunda flotilla. Parte de esas riquezas se embarcaban en


Acapulto o Las Peñas (hoy Puerto Vallarta), en la costa del Pacífico, hacia
la colonia de Filipinas, para comerciar con Oriente. El galeón regresaba
cargado con las mercancías (porcelana, seda, etcétera) que se cargaban
en la flota que partiría a España.

Así como los españoles tenían mucha protección y muchas defensas en


el Caribe, no esperaban que nadie les atacara en el Pacífico. Y es lo que
precisamente quería hacer Dampier, para lo cual necesitaba dos barcos.

Así que comenzó a hablar a Woodes Rogers de su plan, hasta que éste
quedó convencido de lo provechoso de la empresa. Utilizó entonces sus
La edad de oro de la piratería 33 www.apuntesdehistoria.tk
influencias y su dinero para montar una expedición, y en 1709 partieron
desde Londres con dos barcos, el Duke y el Duchess, decididos a atacar
el galeón de Manila.

El problema es que William Dampier no había contado toda su historia a


Rogers. Dampier era un marino que estaba totalmente descreditado por
la Royal Navy ya que había hecho un desastre con el último barco que
había tenido bajo su mando.

No había sabido controlar a su tripulación y se le habían revelado en ple-


no Pacífico. El barco se le había infestado de xilófagos, con grave peligro
de naufragar, y él se había negado a volver a buscar puerto. Parte de la
tripulación se amotinó, algunos abandonaron el barco... Finalmente el
barco naufragó.

Pero no antes de que la tripulación terminara de amotinarse y dejara a


Dampier en una isla desierta. No se sabe muy bien cómo, pero William
Dampier consiguió volver a Inglaterra (sí, a todos nos viene el nombre de
Jack Sparrow a la mente), donde tuvo que afrontar un consejo de guerra.

Fue encontrado culpable de trato cruel y despiadado en abuso de su


posición de mando (esto, no lo olvidemos, en una época en que el trato
duro incluyendo castigos físicos estaba admitido y regulado) y fue ex-
pulsado de la Armada Real con deshonor, prohibiéndosele el mando de
cualquier nave de Su Majestad.

Esta era la persona al mando del segundo barco de la expedición de


Woodes Rogers.

La edad de oro de la piratería 34 www.apuntesdehistoria.tk


Dampier y la historia de Robinson Crusoe

L a expedición fue mal desde el principio. De camino al Pa-


cífico, cuando estaban pasando el Estrecho de Magallanes,
una vela se desprendió y se apartaron de la ruta tanto que
estuvieron a punto de ser las primeras personas en llegar a
la Antártida, que tuvo que esperar aún más de cien años para ser descu-
bierta.

Las provisiones, el licor y el agua escaseaban, y el escorbuto comenzó a


hacer su aparición ya que, aunque se habían llevado un barril con limas
(el escorbuto es causado por la falta de vitamina C), la fruta se había es-
tropeado.

Y claro, no podían parar en ningún puerto a hacer aguada y aprovisiona-


miento porque, si lo hacían, se correría rápidamente la voz de que dos
naves corsarias inglesas se habían visto en esa ruta, ya en el Pacífico, lo
que pondría a los españoles sobre aviso.

Así que intentaron forzar el límite y la tripulación estaba cada día más
cabreada. Para colmo, una de las naves se infestó de xilófagos así que,
siendo ya la situación desesperada, decidieron probar suerte en en algu-
na tierra poco frecuentada.

Dampier conocía de su última expedición las islas de Juan Fernández.


Juan Fernández es un archipiélago del Pacífico Sur, hoy perteneciente a
Chile. Él había repostado ya anteriormente en ellas y sabía que podrían
aprovisionarse con relativa facilidad, así que se dirigieron allí.

Lo que no se esperaba es lo que ocurrió entonces. Al acercarse a las


islas vieron una gran hoguera encendida junto a la playa y una especie
de loco, rodeado de cabras, que les hacía señas. Se trataba de Alexander
Selkirk.

Selkirk, como ya sabrás, fue la inspiración de Daniel Defoe para escribir la


novela Robinson Crusoe. Lo que a lo mejor no sabes, porque no es tan
conocido, es que Selkirk había sido oficial en el barco que había sufrido
el motín bajo el mando de Dampier.
La edad de oro de la piratería 35 www.apuntesdehistoria.tk
Cuando en la nefasta expedición de Dampier por el Pacífico descubrie-
ron que el barco estaba lleno de xilófagos, Selkirk había decidido volun-
tariamente quedarse en la isla.

Selkirk tampoco se esperaba algo así. Después de tantos años en aquella


isla y ningún barco había pasado por allí, cuando por fin ve su salvación
cerca descubre que los barcos están comandados por Dampier. De he-
cho, hubo que convencer a Selkirk de “rescatarlo”, ya que cuando se en-
teró de que Dampier estaba a bordo se negó a subir.

El caso es que repostaron en Juan Fernández, hicieron las reparaciones


oportunas y siguieron hacia el norte, asaltando algunos barcos que en-
contraron. Pero la tripulación estaba bastante cabreada porque, teniendo
en cuenta el largo viaje que habían hecho, el botín era bastante escaso.

Así que deciden atacar una ciudad aislada de la costa del Pacífico, y op-
taron por Guayaquil. El ataque a Guayaquil se convirtió en un auténtico
despropósito. El oficial al mando del ataque confundió las salvas de una
festividad local con maniobras del ejército, así que decidió fondear en
unas marismas en espera de que el ejército abandonara la ciudad.

Pasaron unos días y la población se dio cuenta de que habían allí unos
barcos ingleses fondeados. Para cuando atacaron la ciudad la mayor par-
te de la población había huído a los montes, llevando sus pertenencias
de valor.

Ante lo escaso del botín, la tripulación decide saquear el cementerio


local, con la mala suerte de que el verano anterior había habido una epi-
demia terrible de peste en la ciudad, con gran mortandad. La tripulación
de Rogers y Dampier quedó diezmada por la peste.

Siguieron rumbo al norte, pero los ánimos de la tripulación estaban cada


vez peor. Cuando ya se encontraban al borde del motín, avistaron uno
de los galeones de la flota de Manila, el Nuestra Señora de la Encarna-
ción y el Desengaño, que regresaba de su comercio con Oriente.

Tras un breve enfrentamiento consiguieron asaltarlo y hacerse con el


botín, aunque otro de los barcos, el Nuestra Señora de Begoña, se les
escapó. En la batalla, Rogers recibió un balazo que le destrozó la boca.
La edad de oro de la piratería 36 www.apuntesdehistoria.tk
Con Rogers, que era el comandante de la expedición, herido y los barcos
afectados por la batalla y la travesía del Pacífico, decidieron detenerse en
Batavia (la actual Yakarta), colonia holandesa en la que la Compañía de
las Indias Orientales tenía el monopolio del comercio.

Con la idea de volver a Inglaterra, Rogers limitó el comercio todo lo que


pudo, pero la estancia fue larga y las provisiones y las reparaciones ne-
cesarias.

Así que, a su regreso a Inglaterra, se encontró dos sorpresas: una parti-


da de enganche de la Royal Navy que enroló a toda la tripulación, y los
abogados de la Compañía de las Indias Orientales, que le presentaron
un pleito por haber comerciado en un puerto en el que ellos tenía mo-
nopolio.

Woodes Rogers se vio envuelto en un largo pleito del que le costó mu-
chísimo salir, y prácticamente no ganó nada con la expedición, aparte
claro está del balazo en la boca.

Sin embargo sí hizo mucha fama, ya que era el héroe que había conse-
guido capturar uno de los galeones del tesoro español, así que escribió
un libro contando su aventura, libro que tuvo cierto éxito, lo que le ayu-
dó a recomponer su fortuna. Por cierto, es más que probable que fuera
a través de este libro como Defoe conociera la historia de Selkirk , en la
que más tarde se basó para escribir su Robinson Crusoe.

La edad de oro de la piratería 37 www.apuntesdehistoria.tk


La explosión de la piratería

L a Guerra de Sucesión española se acercaba ya a su fin, y en


el Caribe había todo un grupo de corsarios curtidos y muy
experimentados en la navegación por esta región.

El problema es que, en 1712, llega la noticia de que la reina Ana había


proclamado el fin de las hostilidades con España. Y súbitamente, todos
estos corsarios se quedaron sin trabajo.

La economía en el Caribe británico cayó en picado. Los sueldos se redu-


jeron a la mitad. No había barcos (mercantes) para contratar a los, literal-
mente, cientos de marinos que procedían de las tripulaciones corsarias,
y en una sociedad con una economía de plantación esclavista no había
posibilidades de encontrar un empleo (para eso estaban los esclavos).

Así que la gran eclosión de la piratería en el Caribe era, como ves, inevi-
table. No quedaba más opción que las decisiones desesperadas.

Así que no tardaron en surgir los primeros corsarios que, sin más opción
que saltarse el decreto real, se pasaron al otro lado de la ley y se dedica-
ron a la piratería.

Los primeros, los piratas originales, serían Benjamin Hornigold, Edward


Teach (más conocido como Barbanegra) y Samuel Bellamy.

Bellamy pronto se fue a la zona de Nueva Inglaterra, pero Hornigold y


Barbanegra permanecieron en el Caribe, dirigiéndose a las Bahamas.

Y es que las Bahamas, que ya antes de la guerra eran el culo del mun-
do del Caribe, durante la guerra habían sido arrasadas nada menos que
cuatro veces por los españoles, que se habían llevado a los esclavos,
habían secuestrado al gobernador, y la poca población que quedaba se
había dispersado por los montes.

Se habían convertido en un nido perfecto para la piratería: sin represen-


tante de la ley, con aguas poco profundas y difíciles de navegar don-
de los grandes barcos de guerra no se arriesgaban a entrar y cerca de
La edad de oro de la piratería 38 www.apuntesdehistoria.tk
las rutas comerciales marítimas. Además, los corsarios las conocían a la
perfección.

Poco a poco Hornigold, Teach y unos pocos marinos que se unen a ellos
se hacen fuertes en New Providence (la isla principal del archipiélago),
empiezan a asaltar barcos españoles, y con el tiempo consiguen algunas
riquezas y comienzan a comerciar con otras islas.

Todo este asundo habría quedado en algo meramente anecdótico, y la


piratería no habría llegado seguramente a mucho más si no hubiera sido
por el naufragio sucedido en 1715.

Como ya hemos comentado, durante los años que duró la Guerra de


Secesión el Caribe era un nido de corsarios ingleses así que, por precau-
ción, la flota del oro no había ido llevando a España más que lo impres-
cindible, y más después del asunto de Rogers y Dampier con el galeón
de Manila.

Pero en 1715, con los ánimos ya más calmados, se decide traer todo lo
que se había acumulado en Nueva España, que no era poco, y ese año
la flota del tesoro venía cargada hasta los topes. Y hay una serie de des-
propósitos con ella.

Primero el galeón de Manila se retrasó, así que la flota lo esperó para po-
der llevar a España la mercancía que traía. Después una fragata francesa,
también cargada de riquezas, pidió unirse a la flota para ir más protegida
(recordemos que la Guerra de Sucesión la había ganado el pretendiente
francés, y el rey de España era ahora un Borbón), así que también hubo
que esperarla.

Cuando por fin la flota sale, la temporada de tormentas está ya encima.


En las proximidades de Florida, muy cerca de las Bahamas, se desata un
huracán y toda la flota del oro, once galeones cargados hasta arriba de
tesoros, naufraga.

Si ha habido alguna vez en la historia de la Humanidad una noticia que


corriera como la pólvora, esa fue la del naufragio de la flota del oro justo
frente a las Bahamas.

La edad de oro de la piratería 39 www.apuntesdehistoria.tk


Al instante toda esa montaña de marinos desempleados y excorsarios
que había por todo el Caribe se dirigieron a las costas de Florida a inten-
tar recuperar parte del tesoro.

Onza de oro española de 1712

Los españoles, por supuesto, también montaron su expedición de resca-


te con esclavos a los que obligaban a sumergirse, y recuperaron parte del
botín, centralizándolo en un fuerte construido en las costas de Florida.

Esto provocó un aumento masivo de la población de la pequeña colonia


pirata de New Providence, en Bahamas, atrayendo a los de oportunistas.

Entre estos oportunistas se encuentra el gobernador de Jamaica, que


manda a dos de los hombres encargados de la protección de la colonia,
Henry Jennings y Charles Vane, oficialmente a combatir a los piratas,
aunque su misión real era recuperar todo el oro posible.

De hecho, no sólo buscarán parte del oro naufragado, sino que incluso
llegarán a atacar el fuerte donde se llevaba el oro que los españoles con-
seguían ir recuperando. A principios de 1716 el gobernador de Jamaica
es destituido por jacobita, y a Jennings y Vane no les queda otra salida
que buscar refugio en Bahamas y convertirse en piratas a su pesar.

La tercera tripulación importante que acude es la de Samuel Bellamy,


que ya había marchado a Nueva Inglaterra. Bellamy era una especie de
Robin Hood idealista, que se posicionaba contra un sistema que permi-
tía los castigos físicos a los marineros y las levas forzosas.

Como puedes ver, el hundimiento de la flota de Indias de 1715 fue deci-


sivo y marcó el inicio de la auténtica piratería en el Caribe.
La edad de oro de la piratería 40 www.apuntesdehistoria.tk
El poder de los piratas

E l poder de los piratas de Bahamas es absolutamente incon-


testable durante estos primeros años de la piratería en el Cari-
be. Los barcos que han conseguido, gracias a audaces golpes
de mano, son tan grandes y poderosos que incluso la Royal
Navy tiene absoluto terror de ellos.

Incluso, Benjamin Hornigold y Henry Jennings, las dos figuras más im-
portantes de esta época, se dedican a fortalecer el puerto de New Provi-
dence, isla que se convierte en una auténtica república pirata.

Los piratas sabían que habían llamado mucho la atención y que en un


plazo de tiempo relativamente corto, uno o dos años como mucho, In-
glaterra mandaría refuerzos o decidirían coordinar las acciones de los
barcos de las colonias para darles caza y acabar con ellos.

Pero de momento las cosas iban bien. El segundo oficial de Hornigold


era Edward Teach, Barbanegra, que llegaría a ser uno de los piratas más
famosos de la historia por cómo sabía usar la teatralidad y, sobre todo,
por su final, que fue absolutamente glamouroso.

Pero contrariamente a la creencia popular Barbanegra no era un loco ni


un pirata sediento de sangre, sino una persona muy reflexiva, inteligente
y un gran estratega que manejaba muy bien los tiempos.

Era, como ya he dicho, el segundo oficial de Hornigold, y lo único que


necesitaba para convertirse en el gran pirata que luego fue era un barco
propio, y tenía la fijación de ir a Nueva Inglaterra y rescatar a los restos
de la tripulación de Samuel Bellamy, que habían sido capturados y esta-
ban a punto de ser juzgados.

Curiosamente no necesitó capturar el barco que necesitaba, sino que


éste apareció un día en el puerto de New Providence.

La edad de oro de la piratería 41 www.apuntesdehistoria.tk


Stede Bonnet y Barbanegra

E n 1717 apareció en el puerto de New Providence un barco


de guerra fuertemente artillado, que nadie conocía, del que
bajó un capitán ataviado de forma absolutamente exquisita,
vendado y con aspecto de estar enfermo. Se trataba de Stede
Bonnet, y merece la pena detenernos un poco en él porque es uno de
los piratas más increíbles de toda esta historia.

Stede Bonnet, “el Pirata Caballero”, era una persona absolutamente dife-
rente de toda la gente que hemos visto hasta ahora, que en su mayoría
eran antiguos corsarios reconvertidos en piratas.

Bonnet era descendiente de uno de los primeros pobladores de Barba-


dos, un rico hacendado. Su familia poseía una hacienda, esclavos y una
gran fortuna. Pero las cosas se fueron torciendo en su vida.

Se quedó huérfano en 1694, con seis años, heredando la fortuna familiar.


A los veintiuno se casó y, poco después, tuvo un hijo que murió. En 1717
Bonnet decide que no es feliz con su vida y, a pesar de su nula experien-
cia en el mar, compró un navío y decidió que quería hacerse pirata.

Esto, claro, no era nada habitual. Los piratas eran, normalmente, gente
que se lanzaba a la piratería por desesperación, porque no tenían más
remedio o buscando fortuna. Stede Bonnet era un rico hacendado que
lo hacía por capricho. Prueba de su carácter como pirata está el hecho
de que contaba en su barco con la biblioteca más grande del Caribe en
la época.

Bonnet acabó zarpando con su barco, dejó a su mujer y a sus hijas, a las
que no volvería a ver nunca, y se fue a un sitio tan extraño para un pirata
como Carolina del Sur, donde tuvo un relativo éxito, gracias a su tripu-
lación. Porque, como ya he dicho, el no tenía absolutamente ninguna
experiencia en el mar.

Tras obtener unos cuantos botines se enfrentó a un navío de guerra por


decisión personal. Esto era una locura. Los piratas tenían barcos peque-
ños y ligeros, y cuando se topaban con un barco de guerra huían.
La edad de oro de la piratería 42 www.apuntesdehistoria.tk
Pero Bonnet pensó que quería enfrentarse a este barco. Por supuesto,
tuvo todas las de perder, fue herido y decidió retirarse. Lo que hizo sin
ningún problema, demostrandose así que el enfrentamiento no era en
absoluto necesario, ya que podía haber escapado desde el primer mo-
mento.

El caso es que decide refugiarse en Nassau junto con el resto de pira-


tas. Y fue aquí cuando Barbanegra vio la oportunidad de tener su propio
barco. Así que convenció a Bonnet para capitanear su barco, el Revenge,
pasando a ser él primer oficial mientras se recuperaba de sus heridas y
adquiría la suficiente experiencia. Ni que decir tiene que Stede Bonnet
aceptó encantado.

Tiene que haber sido un auténtico espectáculo ver a estos dos pájaros
juntos. Barbanegra, con un físico imponente, muy alto para la época, y
aspecto fiero, y Stede Bonnet, que cuando salía del camarote iba vestido
con un batín y leyendo un libro.

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Así que Barbanegra decide subir hacia el norte, en principio para rescatar
a los hombres de la tripulación de Samuel Bellamy que estaban a punto
de ser ajusticiados, y desata una ola de terror en la costa este de Estados
Unidos como nunca se había visto.

Prácticamente de la noche a la mañana, Barbanegra se convierte en el


pirata más famoso del Caribe. Es entonces cuando tiene la suerte de
capturar un barco de guerra más grande que el Revenge de Steed Bon-
net, al que equipa con 60 cañones y lo rebautiza como el Queen Anne’s
Revenge (el Venganza de la Reina Ana) cuyo pecio, por cierto, parece ser
que fue localizado en 1996, aunque no está confirmado.

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El final de la república pirata

C omo has podido ver, durante estos años los piratas se ha-
cen amos y señores del Caribe.

Hay varias tripulaciones en activo que atacan barcos y


amenazan poblaciones. Son gente de una primera generación que son
auténticos expertos corsarios de la guerra con los españoles y tienen
paralizado el comercio en la región.

Y todo eso sin contar con el hecho de que tienen una colonia propia, una
pequeña ciudad que les sirve como refugio ante cualquier eventualidad.

Durante ese tiempo el Caribe se ve muy afectado por todo lo que está
ocurriendo. Los gobernadores se quejan por la falta de seguridad y, so-
bre todo, de que los esclavos están revueltos e incluso muchos se fugan
para unirse a los piratas.

Así que no era ninguna sorpresa esperar que el rey, antes o después,
acabara tomando cartas en el asunto. Se decide entonces enviar una
expedición coordinada para acabar con los piratas.

Y al mando de esta expedición se pone, nada más y nada menos que a


un viejo conocido nuestro, Woodes Rogers.

Rogers en todo este tiempo no había estado quieto. Con el dinero que
había obtenido de la publicación de su libro se había dedicado a comer-
ciar en el Índico.

Y una de sus aventuras más sonadas es que decidió acabar con la repú-
blica pirata (más fantástica que real) de Henry Every, en Madagascar.

Fue una aventura particular. Él se fue a Madagascar por su cuenta, apro-


vechando uno de sus viajes comerciales, decidido a pactar con los pira-
tas. Y cuando llegó se encontró con que aquello de la “república pirata”
era más un invento popular que una realidad.

Lo que allí había era una serie de europeos renegados que ya ni se de-
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dicaban a la piratería ni nada, y que vivían mezclados con la población
malgache, muy contentos con las virtudes que tenía la vida en Mada-
gascar como por ejemplo la poligamia, pero que en cuanto vieron que
llegaba un europeo a pactar con ellos accedieron a volver a Inglaterra
encantados.

Pero a ojos de los ingleses, Rogers había sido el tío que había consegui-
do acabar con los piratas de Henry Every, y una vez más volvía a ser un
héroe. Así que no era de extrañar que, cuando se decidió acabar con la
piratería que tanto daño estaba causando en el Caribe, lo pusieran a él
al mando.

Lo nombraron gobernador de Bahamas (recordemos que es en este ar-


chipiélago donde está New Providence, la isla en la que los piratas tenían
su base) y juntó una expedición impresionante: tres navíos de guerra y
dos barcos propios cargados de colonos y pertrechos (llevaba incluso
un cargamento de biblias) y partió del puerto Londres decidido a acabar
con la piratería.

Y para ello tenía un plan. Había convencido al rey de que, para conseguir
que los piratas se convirtieran en gente de bien, promoviera un indulto
general a todos los piratas que hubieran actuado entre el final de la Gue-
rra de Sucesión Española y ese preciso momento.

El rey otorgó pues un indulto durante un año, y para conseguirlo un pira-


ta solamente tendría que comunicarlo a la autoridad real (representada
en las colonias por los gobernadores) y abandonar por completo la vida
pirata.

Con esto Woodes Rogers pretendía causar división y que gran parte de
los piratas acabaran volviendo a la vida honrada. Y ciertamente lo con-
siguió.

La noticia del indulto acabó llegando a Bahamas, y pronto los piratas


se dividieron en dos grupos. Por un lado estaban todos aquellos que es
habían metido en esto de la piratería un poco a la fuerza o por desespe-
ración, como Jennings, Hornigold y en general los más veteranos, que
celebran la noticia del indulto al instante e izan la bandera británica en
el fuerte de Nassau.
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Por otro lado estaban todos aquellos que habían optado voluntariamen-
te por esa forma de vida, entre los que se encontraban los piratas más
crueles. Hablo de gente como Charles Vane, Edward Low, Calico Jack
Rackham, Edmund Condent...

Al frente de esta segunda facción acaba poniéndose Charles Vane. Vane


era un pirata bastante radical, cruel y desalmado. Había conseguido bas-
tantes riquezas (había sido segundo de Jennings) pero las había gastado,
así que no le parecía bien el asunto del indulto y era de la opinión de que
la fiesta tenía que continuar.

Poco después de la noticia del indulto, un barco de la Royal Navy, el HMS


Phoenix, se adelanta a la expedición de Woodes Rogers y llega a New
Providence con la intención de comenzar un registro de aquellos piratas
que querían aceptar el indulto real.

Claro, al instante la facción que no quería aceptar el indulto, capitaneada


por Charles Vane, comienzan a armar bronca para que el barco se vaya.
Los piratas que querían aceptar el indulto, por contra, intentan pactar
con el capitán del Phoenix el arresto de Vane, pero finalmente no lo con-
sigue.

Al final el asunto acaba poniéndose tan peligroso que el capitán del HMS
Phoenix decide retirarse de allí y esperar a que llegue Woodes Rogers y
solucione él mismo el problema.

Poco después se produce un gran acontecimiento y es que vuelve Bar-


banegra. Y vuelve convertido en una especie de rey pirata. Él había salido
hacia el sur desde la zona de Nueva Inglaterra y después había pasado
el invierno en la zona española de tierra firme, donde había aterrorizado
toda la región, y regresaba con una flota de cinco barcos pirata encabe-
zados por su Queen Annes’s Revenge, y con 700 personas a su cargo,
una cantidad de duplicaba la población de New Providence.

La llegada de Barbanegra causa una gran sensación en New Providen-


ce, como no podía ser menos. Charles Vane lo ve como la oportunidad
de conseguir un gran aliado contra los que defienden aceptar el indulto
real, pero Barbanegra no comulga con las tesis de Vane. Ve que el mun-
do pirata que conoce toca a su fin y decide aceptar el indulto.
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Aunque no lo creas, Barbanegra no era un loco sediento de sangre. Ya he
comentado anteriormente que, a pesar de ser muy teatral, era una per-
sona muy inteligente y reflexiva. Sabe que el momento ha pasado y que
hay que aprovechar la oportunidad de retirarse que se le presenta, sin la
necesidad de seguir huyendo durante el resto de su vida.

Y como tampoco es tonto y sabe que hay un año de plazo para aceptar
el indulto, decide coger a sus hombres y dirigirse a Nueva Inglaterra para
dar un último golpe antes de aceptarlo.

Charles Vane, viendo que su república pirata se iba al traste comienza a


lanzar expediciones de saqueo y pillaje. No es que consiga un gran bo-
tín, pero consigue bastante azúcar y ron, que mantienen a los hombres
contentos, y se convierte en el pirata más activo del momento, mientras
los otros están un poco a la espera de la llegada de Woodes Rogers.

En ese momento se planteba irse a los mares del sur, a la zona de Brasil,
donde estaban Olivier La Bouche (un antiguo corsario francés reconver-
tido en pirata) y Edmund Condent, y montar allí algo parecido a lo que
habían hecho en Bahamas. Pero antes de que pudiera hacer nada Woo-
des Rogers llegó a puerto.

La facción de Vane mantuvo una beligerancia activa contra él y los bar-


cos que permanecían anclados en el puerto aún mantenían una defensa
importante, así que Rogers se mantuvo a la espera a ver cómo se desa-
rrollaban los acontecimientos.

Una mañana, de repente, Rogers y sus hombres vieron como el barco


más grande que había anclado en el puerto de Nassau se dirigía directo
hacia ellos y, de repente, ardía en llamas por completo convirtiéndose
en una bola de fuego.

Mientras Rogers conseguía esquivarlo (lo prendieron demasiado pronto)


Vane y sus hombres escaparon de New Providence.

Mientras tanto Barbanegra asedia el puerto de Charleston, dando su últi-


mo gran golpe, y poco después se dispone a aceptar el indulto dirigién-
dose a Carolina del Norte, dispuesto a pactar con su gobernador, Charles
Eden.
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Carolina del Norte era una colonia bastante pobre, así que cuando apa-
reció Barbanegra con dinero no pusieron ninguna pega. Eden le con-
cedió el indulto y le permitió asentarse allí como ciudadano respetable,
donde se estableció durante un tiempo.

Pero pronto vuelve a cometer pequeños crímenes, sobre todo porque


el dinero que había acumulado no le permitía retirarse para el resto de
sus días. Así que empieza a hacerse a la mar y a dar pequeños golpes,
mientras que el gobernador mira para otro lado y, a veces, directamente
le ayuda acreditando que tal o cual barco atacado había naufragado an-
teriormente y que Barbanegra se había limitado a rescatar los restos del
pecio.

Sin embargo, el gobernador de Virginia, Alexander Spotswood, alarmado


viendo como la actividad crecía en la zona, decidió dar caza a Barbane-
gra.

A decir verdad, el apego a la ley no fue la única razón que le impulsó a


ello. Spotswood era un gobernador corrupto que se encontraba en una
posición difícil, debido a que el descontento que había ido generando
entre la población de Virginia ya era insostenible. Así que proclamó la
caza de Barbanegra como forma de distraer la atención y darse algo de
bombo.

Por lo que reunió una pequeña flotilla y se lanzó a la caza del expirata.
Esto, que conste, fue una acción completamente ilegal. Para empezar, un
gobernador no podía invadir otra colonia (en este caso Carolina del Nor-
te) sin permiso real. Además, conviene recordar que Barbanegra contaba
con un indulto real, cuyas condiciones había respetado hasta entonces,
al menos oficialmente.

Sin embargo Spotswood envió sus naves, bajo el mando del teniente
Robert Maynard, al encuentro de Barbanegra, que se había asentado en
Ocracoke, una pequeña población asentada sobre una isla (puedes verla
aquí en Google Maps), rodeándole con intención de obligarle a rendirse
para ser juzgado. Un juicio así, por supuesto, sería un golpe de efecto sin
precedentes.

Barbanegra, no se esperaba algo así ya que en teoría continuaba dentro


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de la legalidad. A pesar de ello, viéndose rodeado, decidió morir fiel a lo
que siempre había sido: un pirata de verdad.

Se negó a rendirse y presentó batalla. Sus palabras se dice que fueron


algo así como maldita sea mi alma si acepto rendirme o si acepto vues-
tra rendición.

Efectivamente, Edward Teach no se rindió. Cuando su cuerpo al fin cayó


sobre la tierra tenía 25 heridas, cinco de ellas de bala. Maynar cortó la ca-
beza al cadáver de Barbanegra, que fue colgada del bauprés de su nave.

Tras el final de Barbanegra y el juicio y condena que poco después tuvo


Stede Bonnet, sólo quedaba una gran tripulación pirata activa en el Cari-
be, la de Charles Vane y su segundo, Calico Jack Rackham.

Vane acabará sus días de mala manera. Tras un motín en el que Rackham
se queda con su barco y con su tripulación, consigue llegar a la costa de
Honduras donde intenta reunir una nueva tripulación, aunque es descu-
bierto y denunciado. Acaba apresado y ahorcado en Port Royal, Jamaica.

Rackham continuó pirateando durante algún tiempo, aprovechando la


confusión de nuevo en la política internacional con la nueva Guerra de
la Cuádruple Alianza, aunque sus golpes pronto se empiezan a hacer
demasiado arriesgados.

Rackham pertenece a otra generación, no tiene la experiencia que te-


nían los que habían luchado como corsarios en la época anterior, y sus
golpes son osados. Finalmente captura un botín importante, un carga-
mento de relojes de oro, y vuelve a New Providence.

Las cosas habían cambiado bastante en la antigua colonia pirata de las


Bahamas. Los piratas que aceptaron el indulto y se quedaron han ido
dispersándose, algunos volviendo al continente cuando se acabó el di-
nero, otros alistándose en los pocos corsarios que se armaron cuando
estalló la nueva guerra.

En New Providence Calico Jack conoce y traba amistad con Anne Bonny
y Mary Read, dos mujeres, una inglesa y otra irlandesa, las famosas mu-
jeres piratas. Así que Rackham reúne una nueva tripulación con Boony y
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Read como lugartenientes y se hacen de nuevo a la mar, aunque pronto
son capturados.

Calico Jack Rackham da con sus huesos en la cárcel de Port Royal, pro-
bablemente la misma en la que Charles Vane esperaba la sentencia, y
donde es de suponer que ambos tuvieran tiempo de discutir sobre sus
diferencias en el asunto del motín. También fue ahorcado.

En cuanto a Mary Read y Anne Bonny, curiosamente se salvaron porque


alegaron estar embarazadas, circunstancia que impedía que las colga-
ran. Se sabe que Mary Read murió por complicaciones en el parto, pero
Anne Bonny se pierde en la noche de los tiempos.

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Los últimos de una era

A estas alturas de la historia, en 1721, aunque aún que-


dan algunos años de la época dorada de la piratería,
las cosas empiezan a relajarse en el Caribe, y el cen-
tro de la piratería comenzaría a desplazarse más al
este, hacia la costa africana y de nuevo hacia el Índico.

Las autoridades inglesas volverían a poner un poco de orden en el Ca-


ribe, y ya no sería un mar tan apto para piratas. Lo que no quiere decir
que no siguiera habiendo piratas muy importantes y que hay que citar,
aunque se quedan un poco al margen de esta historia.

Por ejemplo Walter Kennedy, que siguió siendo un pirata de éxito duran-
te bastante tiempo e incluso consiguió volver a Londres y se estableció
como dueño de un burdel, aunque después de un tiempo fue reconoci-
do, denunciado y ajusticiado.

Otros de los que continuaron fueron Olivier La Bouche, que no llegó a


ser capturado y siguió sus andanzas en la costa de África durante bas-
tante tiempo, Edward England y Howell Davis en la costa de Brasil y,
sobre todo, Bartholomew Rogers, el que posiblemente sea uno de los
piratas más exitosos.

Bartholomew Rogers era un marino inglés que fue capturado con un


barco y se pasó a la tripulación pirata, en principio parece ser que obli-
gado, pero después se convirtió en un capitán pirata.

Alcanzó fama en la costa de Brasil y después subió a las Antillas, aterro-


rizando el Caribe, y acabaría su carrera en la costa occidental de África,
donde volvería a haber un gran incremento de la piratería.

Muchos piratas regresaron a Madagascar, donde todavía sobrevivían al-


gunos de los descendientes de los piratas de Henry Every, buscando un
lugar donde restaurar los tiempos de la colonia pirata de New Providen-
ce.

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Epílogo

W oodes Rogers, tras pasar unos años como gobernador


de Bahamas, y viendo su ineficiencia para poner orden
en una colonia formada mayoritariamente por expira-
tas, fue destituido y regresó a Inglaterra, donde vivió
sin ninguna fortuna durante un tiempo.

Algo después el autor del Historia general de los robos y asesinatos de


los más famosos piratas (ya he comentado al principio que se atribuye a
Daniel Defoe) se puso en contacto con él, y sería una de las fuentes de
primera mano para escribir el libro.

Gracias a la fama conseguida de nuevo tras la publicación de este libro,


las autoridades inglesas recapacitarían, se darían cuenta del importante
papel que jugó en eliminar a los piratas de la zona del Caribe y decidi-
rían darle un segundo mandato como gobernador de Bahamas, donde
permaneció hasta su muerte, en 1732.

Allí hay una placa en su honor que reza Expulsis Pirates Restituta Com-
mercia (“Piratas expulsados, comercio restaurado”, aunque quizá sería
más correcto traducirlo como “Expulsó a los piratas, restauró el comer-
cio”).

La calle principal de los muelles de Nassau lleva hoy el nombre de Woo-


des Rogers.

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Publicado bajo licencia Creative Commons BY-SA 3.0
Basado en el podcast de Espino Roi Cid
Apuntes de Historia
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