Politicas Sociales Años 80 y 90

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 11

NUEVO ENFOQUE DE LAS POLITICAS SOCIALES EN AMERICA LATINA

Marco Antonio Rodríguez Camacho

Culiacán, Sinaloa, México, enero de 2003

Introducción:

En la actualidad, la política social estatal experimenta una revalorización y una


reorientación. La orientación a grupos - meta y la lucha contra la pobreza por un lado y
la privatización, la desregulación y la descentralización, por otro, son las nuevas
directivas de la acción en política social. Hoy en día, tal y como han sido puestas en
práctica, difícilmente están en condiciones de eliminar las causas estructurales de la
pobreza.

Es una realidad apabullante que más del 40 % de la población latinoamericana


vive en condiciones de pobreza, muchos de ellos de pobreza extrema; esta realidad es
intolerable, por más que se quiera soslayar.

Los tiempos actuales presentan a los países de la región muchas posibilidades


para atacar frontalmente la pobreza, mediante políticas sociales, bajo un nuevo enfoque,
bajo un nuevo paradigma que incorpore nuevas teorías, leyes, categorías y conceptos.

La política social seguida en nuestro país, basada en un modelo de estado,


denominado, Estado de Bienestar Social, por sus limitaciones estrictas del gasto público
orientado a crear y fortalecer lazos de dependencia de la población para con el Estado,
significó, graves efectos en los servicios sociales y en el sistema estatal de seguridad
social.

Por un lado, la crisis social se extendió para una gran parte de la población, y por
otro, no se pudieron establecer procesos de crecimiento económico sostenido del país,
sino por el contrario, desencadenó un proceso permanente de crisis recurrentes en
nuestra economía, esto es, que en la mayoría de los casos, los gastos públicos destinados
a servicios sociales retrocedieron considerablemente en valores absolutos durante los
años 80.

También, disminuyó la participación relativa de los gastos sociales en los


presupuestos estatales. En este sentido, el sistema de seguridad social, el sistema de
salud pública y el de educación, los cuales deben ser vistos como los elementos
fundamentales para el logro del desarrollo social, se vieron seriamente afectados,
augurándose un futuro nada halagüeño para lograr la justicia social, pretendida, bajo el
modelo del estado Benefactor.

Durante este período, se redujeron drásticamente los gastos dedicados a


mantenimiento de nuevas inversiones y equipos; en algunos países estos gastos cayeron
hasta un 70 %, con lo que se deterioró considerablemente la calidad de los servicios
sociales, especialmente en el área de educación y salud pública. También se ahorró con
los servicios públicos, y especialmente con los docentes y trabajadores del área de la
salud cuyos salarios fueron drásticamente reducidos o “ahorrados” mediante
despidos.1[1]

Ante este panorama de crisis social y empobrecimiento de gran parte de la


población, le corresponde a la política social un papel clave para contrarrestar las
consecuencias negativas de los actuales programas de ajuste estructural.

Desde tiempos atrás, los organismos internacionales se han pronunciado por


ajustes estructurales más humanitarios, tal y como la UNICEF, lo planteó en su
declaración de 1987, donde se proteja a los más débiles en lugar de imponerles la carga
más pesada del ajuste.

También, hoy día, en el debate sobre “financiación del desarrollo”, se le está


adjudicando de nuevo una importancia a la llamada democracia social, como condición
básica y factor estabilizador de los regímenes democráticos, como se ha planteado en
los debates de la cumbre de la ONU, celebrada en Monterrey en marzo de 2002, y que
culminó con la salida de Fidel Castro de las conversaciones, tal vez por ser uno de los
últimos “dictadores” de América Latina

El efecto político-económico, potencialmente desestabilizador, de la


marginación social ha llevado al Banco Mundial (BM) y a los bancos de desarrollo
regionales a otorgar un mayor significado a la problemática social en ese marco del
ajuste estructural: “Para la consolidación democrática y la estabilidad política es
indispensable establecer las condiciones que profundizan y acrecientan la solidaridad y
el equilibrio social. Sólo en un clima de estabilidad social y política será posible atraer
inversiones orientadas a largo plazo. La lógica inherente de una economía de mercado
abierta sugiere que las reformas sociales en lugar de ser una magnitud adicional son una
condición indispensable para la eficacia económica y la estabilidad”.2[2]

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) anunció en su reunión anual de


1993, celebrada en Hamburgo, que para ese año pretendía adjudicar el 50 % de sus
créditos a programas sociales, en comparación con el 27 % en 1992.

Queda por resolver, sin embargo, qué tipo de política social puede ser la
adecuada para conciliar conceptualmente y en la práctica los cambios estructurales
necesarios y la estabilidad social de cada uno de los países.

Para la identificación de las estrategias debemos de diferenciar, entre dos tipos


de pobreza: la estructural y la nueva. Por pobreza estructural se entiende los sectores
marginados de la sociedad que permanecen tradicionalmente excluidos del circuito
formal de la economía a causa de una estructura de producción estructuralmente
heterogénea, y que sólo tienen un acceso limitado e insuficiente a las ofertas de empleo
y educación. La pobreza nueva abarca a los grupos sociales que fueron expulsados, a
consecuencias de la crisis económica y de la política de ajuste estructural; es decir,
trabajadores y empleados que fueron despedidos de las empresas públicas o privadas y
del servicio público, jóvenes desocupados, pensionados y personas jubiladas
prematuramente.

El BM, en su política de ajuste estructural, considera en gran parte a la pobreza


como un fenómeno transitorio que puede prevenirse con medidas de corto plazo. Sigue
apegado a su pensamiento neoliberal, el cual presupone que las fuerzas libres del
mercado conjuntamente con un crecimiento económico continuo darán lugar casi
automáticamente al bienestar social, es decir que con un ajuste estructural exitoso los
que fueron socialmente excluidos volverán a integrarse al circuito económico.

En los 90 el BM también ha reforzado el desarrollo de estrategias para la lucha


contra la pobreza (1990-1991), pero se le ha criticado el que esas estrategias sigan
subordinadas al ajuste estructural económico y que en esencia queden reducidas a
medidas sociales “amortiguadoras” y de corto plazo, que sólo pueden producir un
pasajero financiamiento compensatorio de los costos sociales del ajuste, pero no una red
de seguridad duradera, potenciándose así, las bases para las crisis recurrentes de los
países como el nuestro.

En lo que constituye una ampliación del concepto del BM, el BID,


conjuntamente con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD),
elaboró una reforma social para América Latina que se apoya con mayor fuerza, no sólo
en programas de compensación y ayuda a corto plazo y en diversos servicios públicos y
privados, sino también en la integración de la política económica y la política social y
en la creación de puestos de trabajo. Al Estado se le asigna nuevamente una importante
función reguladora.3[3] Finalmente, la escuela neoestructuralista de CEPAL abogó por
reformas sociales estructurales que se espera produzcan oportunidades de educación y
ocupaciones productivas para los desfavorecidos, y sobre todo, estén orientadas a la
eliminación de la pobreza estructural a largo plazo.4[4] El proyecto de CEPAL
presupone la necesidad de un Estado intervencionista, tanto en el área económica como
social.

La crisis financiera reciente de México( léase RESCATE BANCARIO) y las


deficiencias de los sistemas tradicionales de seguridad social ( crisis financiera del
IMSS), cada vez más criticados en los últimos tiempos, han despertado el debate sobre
si éstos, en la forma en que operan actualmente, son adecuados para contener la crisis
social. El sistema estatal de servicios sociales se ha desarrollado en forma muy diferente
en los diversos países latinoamericanos. Se puede encontrar una combinación de los
sistemas clásicos de seguridad social de previsión de enfermedades, vejez e invalidez, y
sistemas de seguridad social de orientación universalista, por ejemplo el caso de los
servicios gratuitos de salud pública.

En todos los países existen sistemas privados de previsión además de los


sistemas públicos de servicios sociales. México, Argentina, Costa Rica, Cuba, Uruguay,
Brasil, Jamaica, las Bahamas y Barbados tienen los sistemas de seguridad social más
extensamente desarrollados.. Al menos formalmente, la población de ese grupo de
países está amparada en un 70 al 100 % por ese sistema. En el extremo opuesto se
encuentran países como Honduras, Guatemala, El Salvador, República Dominicana y
Bolivia, en donde apenas un máximo del 20 % la población está protegido por sistemas
públicos de seguridad social.

La critica principal al sistema estatal de seguridad social apunta a que éste


excluya casi por completo a los más desfavorecidos de la sociedad, los marginales,
desempleados, trabajadores del sector informal, campesinos sin tierras, trabajadores
domésticos, etc., y por el contrario le favorece a los que, en comparación, son ya,
“privilegiados”, tales como la clase trabajadora urbana, los empleados públicos, la clase
media, etc.

El número de los que están excluidos del sistema público (y del privado) de
seguridad social es correlativo por lo general con el tamaño del sector informal, es decir
con los que de cualquier modo están excluidos de la sociedad. Estos tienen que
depender de las instituciones gratuitas, por ejemplo para la previsión sanitaria y de
educación implementada en nuestro país a través de PROGRESA y de IMSS-
SOLIDARIDAD. Además del desnivel social, existe también un desnivel entre la
ciudad y el campo. En Colombia, Ecuador y Perú, por ejemplo, del 64 al 84 % de los
empleados del área de la energía, del 40 al 45 % de los trabajadores de la industria
procesadora, pero sólo el 5 % de los trabajadores del campo reciben cuidados médicos a
través del sistema de seguridad social.5[5]

En lugar de contribuir a una mayor justicia en la distribución, el sistema estatal


de seguridad social reproduce la estructura social extremadamente desigual y la
heterogeneidad estructural de las sociedades latinoamericanas.

Además de esto, la aspiración universalista del sistema de servicios sociales no


ha estado a la altura de las realidades de la desigualdad social, es decir, la exclusión real
de una gran parte de la población del sistema de seguridad social. El desempleo
creciente y la informalización del trabajo, a consecuencia de la crisis económica eterna
y del ajuste estructural “propuesto” por los organismos financieros internacionales, se
han agudizado en los últimos años. De esa manera no sólo se redujo el número de los
trabajadores amparados por el sistema de seguridad social, sino también el número de
los que cotizan, lo que profundizó aún más la crisis financiera de ese sistema.

La crisis económica y la crisis presupuestal estatal, los recortes presupuestarios


con arreglo a las medidas de ajuste estructural, las elevadas tasas de inflación, las
explosiones de gastos en el sector de la salud (entre otros), la disminución de las
cotizaciones debido al aumento del desempleo y a la caída de los salarios reales, los
atrasos en el pago de cuotas e impuestos, la corrupción y una creciente incapacidad de
pago por parte del Estado debido a las elevadas exigencias del servicio de la deuda, han
colocado ya a todo el sistema estatal de servicios sociales en crecientes dificultades
financieras.
Una situación que hace aún más crítica la situación es el creciente proceso de
depauperación de las clases medias, que han hecho aumentar también la demanda de
servicios en el sistema público y gratuito de asistencia social, que no se financia con
cotizaciones, sino exclusivamente con subvenciones del estado. Los elevados costos
administrativos, una organización sumamente centralizada y la fragmentación
institucional, así como también una coordinación interinstitucional deficiente han
favorecido además un aprovechamiento infructuoso de los escasos recursos y con ello el
despilfarro de los mismos. Además la organización jerárquica y la centralización han
bloqueado una orientación más acentuada de los servicios sociales hacia las necesidades
de los afectados. Crítica que en nuestro país se le puede hacer al caso de PROGRESA,
que en la mayoría de los casos ha hecho que el “ caldo” resulte ser mas caro que las
“albóndigas”.

4.2.-Propuestas:

Las mencionadas críticas a las deficiencias de la política social tradicional,


unidas a la creciente pobreza, han desencadenado en América Latina un debate sobre
estrategias político-sociales universalistas o selectivas; es decir, dirigidas a toda la
población o a grupos meta determinados.

Los que abogan por una política social universalista, que incluya a todos los
sectores de la población, utilizan el argumento de la responsabilidad social que tiene el
Estado de garantizar el acceso a la educación, la salud, la alimentación, vivienda y
asistencia en la vejez a todos los ciudadanos. Una orientación de la política social del
Estado enfocada exclusivamente en grupos-meta determinados acarrea injusticias
sociales pues excluye a otros grupos contiguos; por ejemplo, en el caso de una
estrategia orientada a los pobres se excluiría a la clase media empobrecida.6[6] Las
arcas públicas vacías, los costos crecientes de una universalización del sistema social
existente, así como la necesidad de intervenciones de mayor alcance para luchar contra
la pobreza, han convertido hoy las estrategias orientadas a grupos-meta en la tendencia
predominante de política social estatal. Por una parte se recurre al argumento de
políticas prácticas de que la escasez de recursos financieros exige la concentración de
los medios disponibles en los sectores más necesitados de la sociedad. Por otra parte, la
concentración en agrupaciones específicas respondería también a la necesidad de una
nueva orientación que se extiende a los sectores más pobres de la sociedad, que hasta
ahora no han sido amparados por los sistemas tradicionales de seguridad social.7[7]

En México, las áreas tradicionales de la política social, como son los sistemas de
salud y educación públicas, de inspiración universalista, gratuitos para los menos
privilegiados y, al menos de acuerdo con la ley, accesibles para todos los ciudadanos,
perdieron su aspiración universalista en los últimos años debido a su “decadencia”
progresiva. Cosa que ha quedado manifiesta, en las discusiones dadas en la UNAM, en
torno a la elevación o no de las cuotas por un lado y por el otro, la aparición de las
AFORES y la posible privatización del IMSS
Un enfoque de la política social más centrado en los grupos empobrecidos de la
población como grupos-meta permite por lo menos considerar las desigualdades
sociales existentes y lograr efectos progresivos de redistribución, vía una nueva
orientación de la política asistencial que bajo la connotación autonómica genere las
condiciones necesarias para el tránsito de mejores niveles de bienestar social, vía
participación directa de estos grupos-meta en el diseño de las políticas sociales.

Sin embargo los problemas de asistencia social estatal dirigidos a los pobres
(construcción de viviendas de interés social, programas alimentarios, etc.) tampoco son
ninguna novedad en la región; en diversos países existen desde los años 60 o 70
(México, Chile, Argentina, Brasil, Costa Rica, Guatemala, etc.). Igualmente los
programas de desarrollo orientados a los pobres y el fomento de grupos de autoayuda a
través de organizaciones de asistencia social extranjeras no gubernamentales pueden ser
evaluados también como una forma de políticas sociales selectiva y enfocada en la
población pobre como grupo-meta. Sin embargo, en casi todos estos casos, lo que han
generado y perpetuado son los lazos de dependencia, mas que fortalecer la autonomía de
las comunidades en su propia responsabilidad como generadores de su propio
desarrollo.

Lo que sí es nuevo es la estrecha vinculación de las estrategias orientadas a


grupos-meta con la política económica de ajuste estructural y su supeditación funcional
a esa política. En este sentido, por lo general, las estrategias político-sociales selectivas
para la lucha contra la pobreza son evaluadas como compensaciones sociales a un ajuste
estructural considerado como necesario, es decir, combinar la asistencia social con la
seguridad social

El BM y el BID facilitan recursos adicionales para las medidas sociales de


amortiguación destinadas a aliviar la pobreza. Según el BM la política social del Estado
debe concentrarse principalmente en programas de asistencia social o “amortiguación”
dirigidos a los pobres, mientras que el sistema estatal de seguridad social, así como el
sistema educativo y el de salud pública, podrían ser privatizados en gran medida.

En los años 80 y principios de los 90 se implementaron una serie de programas


de asistencia social y fondos sociales de inversión en diversos países de América
Latina. Aquí se incluye diferentes programas financiados con dineros del presupuesto
estatal, tales como construcciones de viviendas, planes de emergencia para combatir el
desempleo, programas alimentarios, programas de patrocinio de grupos de autoayuda e
iniciativas comunales en los barrios pobres o de las microempresas del sector informal,
pero también el establecimiento de los Fondos de Inversión Social financiado por el
BM. Que en nuestro país, perecen estar de moda nuevamente, mediante convocatorias
en donde participen las ONG´S, mediante concursos previa elaboración de proyectos
sociales productivos.

Los Fondos de Inversión Social (FIS) constituyen la parte esencial de la


estrategia político-social a los pobres, recomendada por el BM como compensación de
los “costos” sociales de la política de ajuste estructural en Latinoamérica. Los fondos
sociales fueron implantados y probados por primera vez en Bolivia, en 1985, por
recomendación del BM. También han sido aplicados en Chile, Costa Rica, El Salvador,
Honduras, Guatemala, Panamá, Nicaragua, México, Perú, Uruguay y Venezuela.8[8].
Para el caso de México recuérdense las famosas COCINAS POPULARES

En cada uno de estos países, se asumieron dichos programas con


particularidades diversas, sin embargo, podemos distinguir en ellos varios puntos en
común entre los diversos FIS.

Con pocas excepciones los programas sociales de los Fondos se aplican como
medidas de corto plazo y proyectos sociales de emergencia, para amortiguar las
injusticias sociales durante la fase de estabilización y ajuste de la economía. En
conformidad con su concepto de ajuste estructural, el BM parte de que esos fondos
llegarán a ser superfluos en cuanto se inicie el crecimiento económico, como
consecuencia del éxito del ajuste, que integra de nuevo a la población empobrecida en el
ciclo de producción.

Por consiguiente, las medidas de promoción político-social de los fondos se


concentran mayoritariamente en aquellos grupos que se empobrecieron y quedaron
fuera de la política social del Estado a consecuencia de los programas de ajuste
económico. Los fondos sociales patrocinan además instituciones sociales públicas y
descentralizadas que funcionen en las comunidades o municipios.

Se ha criticado el concepto caritativo de asistencia social (de emergencia) que


subyace en los Fondos. Ese concepto no sería adecuado para erradicar la pobreza
estructural que nace de la distribución desigual de la renta y de las estructuras
predominantes de producción y poder. Los Fondos servirán más bien para compensar
una política que agudiza aún más la concentración de la renta.9[9]. Las Cocinas
Populares, sirvieron para que algunos restauranteros, ampliaran sus negocios y otros
mas se iniciaran en el, pero de forma privada.

Otro objetivo declarado de diversos Fondos es el fortalecimiento de la capacidad


de autoayuda de los grupos empobrecidos de la población y, más allá de eso, el
favorecimiento de una descentralización de la política social. Así pues, los fondos
sociales tienen también una función promotora, pues impulsan actividades locales
concebidas por las comunidades, las organizaciones no gubernamentales y los grupos de
iniciativa social, conjuntamente con una función innovadora, pues financian proyectos
alternativos y proyectos piloto de los grupos de autoayuda.10[10]

Casi todos los FIS tienen prioridades programáticas en las que predominan las
siguientes medidas de corto plazo: programas de emergencia para suministrar empleos
en la construcción o mantenimiento de infraestructuras sociales y económicas (calles,
instalaciones sanitarias, etc.), y programas de asistencia social como, por ejemplo,
programas de alimentación, programas productivos (promoción de microempresas del
sector informal, pequeños créditos, educación, ayuda a los pequeños campesinos). Pero
en la mayoría de los fondos esta última área, dirigida a reformas estructurales de largo
plazo, representa sólo una fracción de los medios disponibles otorgados. La
concentración de las inversiones en infraestructuras y trabajos de mantenimientos
significa que los recursos de los fondos se canalizan en un área de los gastos sociales
del Estado que experimentó recortes particularmente drásticos en los años 80. es decir,
sirvieron para compensar la disminución del gasto público en esas áreas, pero sin variar
su orientación.

Esos recortes se sintieron en la desigualdad y en la exclusión, en sectores como


la mujer, los niños, minorías étnicas, marginados urbanos. Por otro lado, están las
manifestaciones más violentas de la pobreza, el desempleo que se está generalizando a
nivel mundial.

Para la puesta en marcha de sus programas los fondos se apoyan frecuentemente


en organizaciones no gubernamentales (ONGs) que trabajan ya en el área social, en
empresas privadas y en las comunidades. Pero el procedimiento de solicitudes para la
adjudicación de recursos favorece a aquellos grupos y ONGs que ya tienen experiencia
en la formulación y ejecución de proyectos, y establece una estructura mediadora
(formada por ONGs) entre el Estado y los grupos-meta pobres que también se
benefician financieramente de los fondos.

El BID en los noventa marca el nuevo camino conocido como “La agenda social
del Banco”, que tiene por objetivo la reducción de la pobreza regional:

Desarrollo urbano: Donde se apoyó el mejoramiento del suministro de servicios


urbanos básicos así como programas de reforma del sector vivienda y las políticas de
descentralización fiscal y fortalecimiento municipal;

Educación: Prioriza la calidad de la educación y el aumento de la eficiencia con


el financiamiento de proyectos de mejora de la educación básica, tratando de esa manera
adecuar la oferta de servicios a la demanda de los sectores productivos;

Ciencia y tecnología: El financiamiento se orientó a apoyar a los países a


enfrentar los desafíos que trae consigo las medidas de liberalización de sus economías;

Salud: Se ha buscado apoyar a programas que mejoren tanto las condiciones de


salud -especialmente de la población de bajo ingreso- así como la eficiencia operativa
del sector. Se han reforzado las acciones de los programas preventivos de salud pública
y apoyando los procesos de descentralización de servicios y desarrollo gerencial;

Fondos sociales: orientados a grupos específicos para financiar proyectos que


alivien los costos sociales derivados de los ajustes económicos.11[11]

La crisis en América latina ha puesto en evidencia el imperativo de un desarrollo


no sólo económico, sino también social. Esto, ha hecho que los programas económicos
de ajuste estructural del BM y del Fondo Monetario Internacional (FMI), sean
acompañados ahora de programas sociales compensatorios.
En este contexto, la política social estatal no sólo experimenta una
revalorización, sino también una reorientación. La orientación a grupos-meta y la lucha
contra la pobreza por un lado, y la desregulación y la descentralización, por otro.

Sin embargo, difícilmente, esas políticas sociales están en condiciones de


eliminar las causas estructurales de la pobreza; antes bien siguen supeditadas a las
exigencias del ajuste estructural económico y sirven más bien para aliviar la pobreza a
corto plazo y amortiguar los costos sociales de los programas de ajuste. Además, la
política de descentralización y privatización, vinculada con los drásticos recortes de
gastos públicos en el área social, han acelerado el debilitamiento y decadencia de los
servicios sociales, en detrimento de los grupos más necesitados de la población que son
los que soportan en forma desproporcionada los costos del ajuste.

Se puede observar una tendencia a la desnacionalización de la política social,


que plantea el problema de una futura responsabilidad social del Estado nacional y una
nueva responsabilidad de los Estados Supranacionales. Por otra parte, las medidas de
política social puestas en práctica para superar la crisis permiten notar también la falla
de una orientación sólida en reformas estructurales sociales, por ejemplo, en la
redistribución del ingreso, o en las reformas agrarias implementadas, con el objetivo de
una mayor equidad distributiva y la creación de empleos productivos. Tales reformas
estructurales entran en contradicción con la política ortodoxa de ajuste estructural, que
ha aumentado todavía más la concentración del ingreso y la propiedad de la tierra. En
México, las reformas hechas al artículo 27 constitucional, condujeron a una mayor
concentración de la tierra y a una depauperización creciente de los ejidatarios.

Los impuestos para un desarrollo social que tenga como meta la equidad en la
distribución de los ingresos ha surgido sobre todo de las múltiples organizaciones de la
sociedad civil: los movimientos sociales, los grupos de autoayuda, las organizaciones no
gubernamentales; dichas organizaciones ha construido estructuras de solidaridad y
autoayuda mediante las cuales pueden articular intereses sociales ante el estado, pero
también llevan a la práctica sus propios programas sociales para luchar contra la
pobreza.

Las ONGs, en especial, han adquirido una importancia creciente en la ejecución


de programas sociales y están comenzando a remplazar la política social del Estado,
sobre todo a nivel de las comunidades o municipios, dándose una redefinición de las
funciones del estado, de la sociedad y de la familia.

Si las ONGs pueden aprovechar ese incremento también político de su


importancia para la ejecución de las reformas estructurales sociales, o si a causa de él
perderán su potencial para el cambio social, es algo que aún no está definido.

Es menester superar los problemas que no se lograron solucionar en la década


anterior, asumiendo una conciencia nueva, que nos permita no solo sobrevivir en el
corto plazo, sino además de ello, vivir plenamente en el largo plazo. Porque ya está
probado que la política social implementada en las décadas precedentes, en muchos
aspectos postergó y a veces empeoró la situación social.
En las últimas décadas, la sociedad y los estados han redescubierto el tema
social en sus nuevas dimensiones: agravamiento en algunos casos de la problemática
social, o nuevos problemas sociales particulares, como los nuevos pobres, o tema que,
en todo caso, es producto de los ajustes económicos que están ocurriendo.

La política social aparece, con mucha más visibilidad, con nuevas aristas,
nuevos enfoques, nuevos roles, nuevos actores. Es decir, la misma problemática, pero
con nuevas tramas y nuevos actores, así tenemos, sociedades, grupos sociales
postergados, excluidos, que comienzan a hacerse presentes, como los fenómenos de
Chiapas, la equidad de sexos, etc, marcan que hay un activismo social que no se puede
desconocer, que los estados nacionales y supranacionales no pueden desconocer.

Tal vez no sea gratuito, que el tema cumbre de la ONU, sea hoy, “ la
financiación del desarrollo”

Culiacán, Sinaloa, México, enero de 2003

Marco Antonio Rodríguez Camacho


BIBLIOGRAFIA

BID- Progreso económico y social en América Latina. Washington, D.C. 1985.

BID/PNUD- Reforma social y pobreza. Washington. Nueva York. 1993.

Bustelo, Eduardo S.- Políticas de ajuste y grupos más vulnerables en América Latina.
Hacia un enfoque alternativo. Fondo Económico de Cultura. Bogotá. 1987.

Bustelo, Eduardo S. - Isuani, E. A.- El ajuste en su laberinto, fondos sociales y políticas


sociales en América Latina. Documento de Trabajo 5. Centro Interdisciplinado para el

CEPAL- Crisis y desarrollo en América Latina y el Caribe. Santiago. 1985.

ILPES- Seminario Internacional sobre Fondos de Inversión Social. LC/IP/G/55.


Santiago. 1991.

El BID prioriza inversiones sociales. Tercera Epoca Año I. Nº 42. Enero/Febrero 1994.

Salama, Pierre- El regreso de América latina a los mercados financieros. La fragilidad


de las nuevas políticas económicas. En Quantum. Vol. 1. Montevideo. 1993.

UNICEF- Hacia un enfoque más amplio en la política de ajuste: ajuste con crecimiento
y una dimensión humana. En Seminario sobre Políticas de Ajuste y los Grupos más
Vulnerables en América Latina. 2/1986.

Plan Nacional de Desarrollo 2001-2006, Gobierno Federal de los Estados Unidos


Mexicanos

PROGRESA, Gobierno Federal de los estados Unidos Mexicanos

Rodríguez, Marco Antonio, et al; ponencia presentada en el 50 Congreso AMETS,


Guadalajara, México,2002.

También podría gustarte