02 - Lagos - Jess GR

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Lagos

Jess GR
Copyright © 2024 Jess GR

©Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente
prohibida, sin autorización escrita del autor, la reproducción parcial de esta obra por cualquier medio
o procedimiento, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros, así como
la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constituida de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del
código penal).

Corrección: Nia Rincón


Portada: Luce G. Monzant

Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier semejanza con
personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
Por esas amigas que celebran tus logros y te animan en tus fracasos.
Panda para siempre.
Prólogo
Lagos

Sentados alrededor de la mesa del comedor, todos esperamos en silencio a


que Zarco hable. Beni no deja de resoplar. Han pasado cuatro meses desde
la explosión en la que perdió la mitad de su brazo, la misma en la que
falleció mi padre. ¡Que le jodan! No lo echaré de menos. Me duele más lo
mal que lo está pasando mi amigo, al que considero parte de mi familia.
Estuvo a punto de morir por culpa de ese hijo de puta, y ahora se está
convirtiendo en una sombra del hombre que fue.
―Hermano, no tengo todo el día. ¿Vas a decirnos ya por qué nos has
reunido aquí? ―inquiere Alex con su habitual impaciencia y bravuconería.
Puedo notar la incomodidad de Zarco. Sé que no termina de fiarse de su
hermano mayor, pero la intervención de Bailey evita que se cree un nuevo
conflicto entre ellos.
―Todo a su tiempo ―susurra, lanzándole una mirada de advertencia.
Alex rueda los ojos y repiquetea con las puntas de los dedos sobre la
superficie de madera de la mesa. El sonido es molesto, solo que no digo
nada. Oscar, a mi lado, parece estar conteniéndose también.
―Hay algo que tengo que contaros ―empieza Zarco. Mira de reojo a
Bailey y bufa con fuerza―. En realidad, es mi mujer la que va a decíroslo,
ya que ella es quien nos ha metido en este lío.
Bailey chasquea la lengua, contrariada, y alza la barbilla de manera
desafiante. Contengo una sonrisa. Me encanta cuando hace eso, es un gesto
tan suyo… Aún recuerdo la primera vez que la vi. Su belleza y valentía me
desarmaron por completo, sin embargo, con el pasar del tiempo pude llegar
a conocerla de verdad, y eso fue mi verdadera perdición. He intentado
sacarla de mi cabeza, pero no soy capaz. Sé que esto que siento por Bailey
está mal. Ella ama a Zarco. Están hechos el uno para el otro, y yo…. Yo
solo soy el idiota que no deja de fantasear con la mujer de su mejor amigo.
Es patético, y peligroso también. He jurado lealtad a nuestro líder, llevo un
tatuaje en mi pecho que lo demuestra, y si él se entera de lo que siento, si
sabe que no puedo dejar de pensar en su mujer… Me matará, y con toda la
razón.
―Bien, el asunto es el siguiente. ―Bailey carraspea y se pone en pie.
Recibo una patada por debajo de la mesa y frunzo el ceño. Busco a quien
me ha golpeado y descubro a Alex mirándome de reojo y sonriendo de
manera burlona. El miedo me invade. Lo sabe. Se ha dado cuenta de la
forma en la que estaba mirando a Bailey. Ella sigue hablando, sin embargo,
no soy capaz de prestar atención a lo que dice. ¿Qué voy a hacer ahora?
Alex se lo contará a Zarco y… ¡Mierda, estoy muerto! Peor aún, todo el
mundo sabrá que soy un traidor.
―No ―dice Alex. Sacudo la cabeza para centrarme en la
conversación―. No voy a hacerlo.
Zarco resopla de nuevo y se inclina hacia delante para mirar a su
hermano con fijeza. Creo que me he perdido algo.
―No te estoy preguntando, Alex. Alguien tiene que casarse con la
hermana de Zakharov y tú has sido el elegido.
¿Para eso es la reunión? Sé que el ruso solo accedió a ayudarnos a acabar
con el cártel de Sonora a cambio de que alguno de nosotros se casara con su
hermana. Jamás entenderé todo el tema de los matrimonios arreglados. Es
algo muy común en la mafia rusa e italiana, pero nosotros no actuamos así.
En los cárteles, la palabra es lo más importante. «Honor y respeto», esa es
nuestra carta de presentación.
―Me importa una mierda el acuerdo que hayas hecho. No voy a casarme
―replica Alex.
Zarco está a punto de ponerse en pie, sin embargo, Bailey consigue
retenerlo en su lugar y es ella la que toma el mando de la conversación.
―Alex, juraste lealtad a tu hermano. Si lo que quieres es recuperar su
confianza, deberías empezar por seguir sus órdenes.
Alex sonríe y se encoge de hombros.
―Me encantaría hacerlo, cuñadita, pero no puedo casarme con la
hermana del ruso.
―¿Por qué? ―sisea Zarco entre dientes.
―Porque yo ya estoy casado. ―Todos lo miramos, sin dar crédito a sus
palabras. ¡¿Alex está casado?! ¡¿Con quién?! No me atrevo a hacer las
preguntas en voz alta, y él tampoco parece estar dispuesto a dar más
explicaciones. Solo se pone en pie y mueve el cuello de un lado a otro―. Si
no necesitas nada más, me gustaría volver a México. Estoy intentando
recomponer lo que queda del cártel y, aunque no lo creáis, es un trabajo
agotador. Vas a tener que buscar a otro a quien endosarle el matrimonio,
Gabriel. ―Le da un pequeño golpe en el hombro y, tras despedirse con una
sonrisa, se marcha del comedor.
―Bien, ¿alguno de vosotros se presenta como candidato? ―inquiere
Zarco tras suspirar.
Oscar y yo nos miramos con los ojos muy abiertos. No lo veo casado.
Oscar es demasiado inestable. Cuando ese monstruo que tanto intenta
controlar se libera… No, definitivamente sería una muy mala idea. Otra
opción es Beni, aunque creo que es demasiado joven y ahora mismo no está
en condiciones de asumir tanta responsabilidad.
―Yo lo haré ―dice sorprendiéndome, y creo que también a todos los
demás. Se sujeta lo que le queda de brazo contra el pecho y se encoge de
hombros―. Si la chica esa es capaz de permanecer casada con un inútil…
―Beni, es suficiente ―sisea su hermano.
―¡¿Qué?! Esa es la verdad. Soy un discapacitado, llamémoslo por su
nombre.
―Quiero otra opción ―masculla Zarco, ignorándolo de forma
deliberada.
―Zarco, yo no creo que pueda… ―Oscar carraspea, y después inspira
hondo―. Apenas soy capaz de controlarme. Si esa chica me pilla en un mal
momento…
Nuestro jefe dirige su mirada hacia mí y contengo el aliento. Bailey rodea
la mesa y noto su presencia a mi espalda. Inspiro profundo y el aroma de su
perfume sube por mi nariz. Es un olor cítrico y delicioso. Me pregunto si su
piel sabe tan bien como huele.
―¿Lagos? ―Me sobresalto al escuchar la voz de Zarco. Carraspeo e
intento recomponerme―. No te obligaré a hacerlo, hermano. Es tu decisión.
Si decides negarte, buscaré la forma de cambiar el trato con Zakharov.
Respiro hondo de nuevo, y esta vez el aroma se vuelve más intenso.
Siento el roce de una mano en la parte alta de mi espalda y me contengo
para no gemir de puro gusto. Es ella. Bailey me está tocando, y se siente
demasiado bien para ser real. ¡Maldita sea! ¡¿Por qué Zarco tuvo que verla
primero?! Podría ser mía. Sé que yo la haría feliz. ¡¿Se puede ser más perro
traicionero que yo?! Lo dudo mucho.
―Está bien, lo haré ―digo con una exhalación.
―¿Estás seguro? ―pregunta Bailey a mi espalda. Vuelve a tocarme, y
me muevo para apartarme. No quiero sentir de nuevo su mano sobre mi
cuerpo sabiendo que jamás será mía―. Lagos, podemos buscar otra
solución.
―¡No! ―exclamo con más énfasis del que pretendía―. Me casaré con la
chica.
―Se llama Vanessa ―informa Zarco.
―Vanessa. ―Respiro hondo y asiento―. Vale, pues la futura señora
Lagos entonces.
―Si estás seguro, llamaré a Zakharov para que nos pongamos de acuerdo
en los detalles. Su intención es que la ceremonia se lleve a cabo cuanto
antes.
―Estoy de acuerdo. Que ponga una fecha y allí estaré.
―¿No quieres conocer antes a la que será tu esposa? ―pregunta Bailey
tras rodear de nuevo la mesa para poder mirarme de frente.
Me fijo en su rostro y trago saliva con fuerza. «Si no eres tú, me da igual
quién sea», pienso.
―No es necesario. Ocupaos vosotros de todo. Solo decidme dónde y
cuándo tengo que comparecer para decir «Sí, quiero».
Capítulo 1
Ness

Me miro en el espejo de cuerpo completo y casi no soy capaz de


reconocerme. Me queda bien el pelo negro. Debí teñirlo antes, hace ya unos
cuantos años. Supongo que hasta ahora no me importaba llamar la atención,
pero la situación ha cambiado. Voy a casarme. Hace ya dos meses que mi
hermano Mijaíl logró arreglar un matrimonio con uno de los hombres de
Gabriel Urriaga, también conocido como Zarco. Aún no conozco a mi
futuro esposo y, sinceramente, me importa una mierda si es gordo, delgado,
alto o bajo. Mientras pueda acercarme un poco más a mi objetivo me doy
por satisfecha, y si para ello tengo que abrirme de piernas ante un idiota
cualquiera, tampoco sería la primera vez.
Escucho como tocan a la puerta y me giro, exhalando con lentitud. La
cabeza de Milena asoma en la habitación y fija su mirada en mí. No sé
cómo consigue ir tan guapa y arreglada siempre, incluso después de matar y
torturar a cualquiera que se cruce en su camino.
―Bonito vestido ―comenta, y se acerca con la seguridad que la
caracteriza.
A veces me gustaría ser ella. Ambas pasamos por el mismo infierno, y sé
que debería sentirme agradecida porque me rescató de él, pero no puedo
evitar sentir envidia. Milena encontró a Mijaíl, se enamoraron y ahora son
una pareja feliz y unos padres fantásticos para mi sobrina. Yo no tengo nada
de eso, y el maldito problema es que tampoco lo deseo. Me giro de nuevo
hacia el espejo y estiro la espalda.
―¿Te envía Mijaíl? ―inquiero.
Observo su reflejo. Hace una mueca con los labios y se encoge de
hombros.
―Solo se preocupa por ti. No entiende lo que estás haciendo, Ness.
―Exagera. Los matrimonios arreglados son muy comunes en la
hermandad.
―Sabes que Mijaíl jamás te obligaría a casarte después de toda la mierda
que viviste. Tienes la oportunidad de hacer lo que quieras con tu vida.
―Esto es lo que quiero ―mascullo, y bajo la mirada para alisar la falda
de mi vestido color crema.
―¿Por qué? Nunca has mostrado interés por ningún hombre. Rechazaste
a Karaj hace unos años. Esta insistencia en casarte…
―Gavrel es un buen hombre. Se merece a alguien que sí pueda
corresponder a sus sentimientos. Lo de hoy solo es una transacción, Milena.
Debo cumplir mi deber con esta familia.
―¡Maldita sea! Nadie te lo ha pedido. ¿Por qué insistes tanto en esto? Sé
que hay algún motivo oculto.
Inspiro hondo por la nariz y asiento.
―Lo hay, pero no quiero compartirlo contigo.
Milena se queda callada unos segundos y después resopla con fuerza.
―Está bien, es tu decisión, pero quiero que tengas muy claro que, si en
algún momento necesitas ayuda, yo estaré aquí para ti. Ya te fallé una vez,
no volverá a ocurrir.
Esbozo una pequeña sonrisa y me acerco a ella, aunque no demasiado.
No me gusta el exceso de contacto. Lo soporto, sin embargo, si puedo
evitarlo, prefiero mantener las distancias.
―Deja de culparte. Hiciste lo que debías para sobrevivir. Ambas estamos
fuera de esa mierda ya. Hay que pasar página, Milena.
Antes de que pueda responderme, un torbellino rubio entra en la
habitación y se lanza contra mí. Me mira con sus dientes mellados y sonríe
de oreja a oreja.
―Tía Ness, ya va a empezar ―dice con su voz aniñada.
Acaricio su rostro y me agacho para coger a mi sobrina en brazos. Ella es
de las pocas personas a las que me gusta tocar. Me hace sentir bien, aunque
cada vez que la miro también hay una especie de aguijón afilado que se me
clava en el pecho. «La culpa».
―¿Quieres acompañarme? ―pregunto.
La pequeña asiente muy rápido y se revuelve para que la deje en el suelo.
―Estás muy guapa, aunque me gusta más tu pelo rojo. ―Milena sonríe,
negando con la cabeza.
Es increíble lo mucho que le ha cambiado la vida el nacimiento de Arya.
Hace casi cinco años, cuando descubrió que estaba embarazada, no creía
poder llegar a ser una buena madre. Por suerte, el tiempo ha demostrado
que sus preocupaciones eran infundadas.
―Cielo, ve a buscar a papá. La tía Ness y yo salimos enseguida.
Arya se marcha corriendo y, en cuanto nos quedamos a solas, Milena
cambia su gesto a uno mucho más serio.
―Última oportunidad para echarte atrás. ¿Estás segura? ―Asiento de
inmediato. Esto es lo que debo hacer, y no tiene nada que ver con la
sociedad de mi hermano con el tal Zarco. Tengo mis propios motivos para
querer entrar en esa organización, y la única forma de lograrlo es
casándome con uno de sus hombres―. Bien, entonces vamos. ―Estrecha la
mirada sobre mi rostro―. Se te nota la cicatriz de la mejilla. ¿Quieres que
te ayude a taparla?
Me giro de nuevo hacia el espejo y compruebo que tiene razón. Me he
maquillado, pero no ha sido bastante para cubrir la pequeña cicatriz que hay
en mi pómulo derecho. Ajusto los puños del vestido a mis muñecas y me
aseguro de que el escote me cubra hasta la base del cuello. Esa es la única
marca visible en mi piel, podría asegurarme de que no se viera, sin
embargo, sé que en algún momento mi futuro esposo se dará cuenta de que
ha comprado mercancía defectuosa, y qué mejor que darle una probadita de
lo que le espera el mismo día de la boda. «No muestres todas tus cartas al
inicio de la partida». La voz de Viktor hace eco en mi cabeza y aprieto los
puños con fuerza.
―No, está bien así.
Milena asiente y extiende su mano en mi dirección.
―Avísame si ese tipo no te trata como es debido, Ness. Solo dilo y juro
que no tardaré ni diez segundos en volarle la cabeza.
Esbozo una sonrisa a medias y niego con la cabeza.
―Vamos, no quiero que el novio se desespere ―digo, cogiendo su mano.
―¿Tienes lista la maleta? ―Señalo una esquina del dormitorio, donde
está mi equipaje ya preparado. No llevo demasiadas cosas, solo lo más
básico. Tampoco es que necesite demasiado.
La escucho suspirar y juntas salimos de la que hasta hoy era mi
habitación. Mijaíl ha insistido en que la ceremonia se lleve a cabo en
nuestra casa de Mallorca. Después me marcharé con mi esposo a Estados
Unidos. Tengo entendido que el clan Z, la organización a la que pertenece,
opera en el estado de Arizona, junto a la frontera con México. A partir de
hoy, nuestras familias serán una. Eso es algo que beneficia a ambos bandos,
y a mí… Bueno, a mí me da la oportunidad de estar un poco más cerca de
mi objetivo.
La boda no es más que una pequeña reunión al aire libre. Una zona de los
jardines ha sido decorada con flores para la ocasión. Como no podría ser de
otra forma, la seguridad es alta, y eso se traduce en ver hombres armados
por todos lados. La mayoría de ellos son de los nuestros, altos, grandes y
fornidos, aunque el clan Z también ha traído su propio equipo de
protección, son distinguibles por los tatuajes que cubren sus cuerpos. Jamás
entenderé por qué alguien en su sano juicio se llenaría el cuerpo de tinta,
incluso el rostro.
Al vernos, Mijaíl viene hacia nosotras acompañado por nuestro otro
hermano, Nikolay. Observo como su pelo rojizo brilla bajo la luz del sol y
casi me da pena haber teñido el mío, pero era necesario. Corro menos riesgo
de que alguien me reconozca en el lugar a donde iré después de la
ceremonia.
―Fiesta, ropa, bueno ―dice Nikolay.
Frunzo el ceño, y Milena enseguida traduce lo que acaba de decir. Solo
ella parece capaz de entenderlo.
―Niko cree que tu vestido es bonito. ―Cabeceo a modo de
agradecimiento y él sonríe de oreja a oreja. Es increíble que, a pesar de su
condición, siempre esté tan feliz.
Niko sufre afasia expresiva. Son las secuelas de haber recibido un fuerte
golpe en la cabeza que casi lo mata. Nuestros padres no tuvieron tanta
suerte, ellos no lograron sobrevivir a esa noche en el que mi propio infierno
personal vino a buscarme.
―¿Estás segura de que quieres seguir adelante con esto? ―me pregunta
Mijaíl.
―Sí, lo estoy ―respondo con resignación.
―¿Puedes al menos decirme el motivo, Ness?
―No, hermano. Solo necesito que confíes en mí. Sé dónde me estoy
metiendo. ―Bufa con fuerza y asiente.
―Una llamada, eso es todo lo que tienes que hacer, e iremos a por ti,
¿entendido? ―Afirmo con un gesto y enrosco mi brazo en el suyo.
Sé que Mijaíl sigue sintiéndose culpable por lo que me ocurrió. Él estaba
allí cuando esos hombres violaron a nuestra madre hasta la muerte, también
presenció la paliza que le dieron a Nikolay y, por último, tuvo que ver cómo
me llevaban a mí. Durante doce años no dejó de buscarme. Junto a Milena,
logró rescatarme y se ha encargado personalmente de que mi vida sea
plácida y cómoda. Soy consciente de que todo sería más sencillo si se lo
contara. Él haría cualquier cosa para ayudarme, pero no quiero que se
inmiscuya en este asunto. Es algo que yo misma debo hacer. En realidad,
creo que, si no tuviese este objetivo, mi vida carecería de todo sentido. Es
mi razón para seguir respirando cada día y no puedo permitir que me la
arrebaten.
―Nos estamos retrasando ―murmuro mientras empezamos a caminar
hacia el altar improvisado.
A cada paso que doy siento que me acerco un poco más a donde quiero
estar. Mantengo la cabeza gacha y contengo el aliento cuando la música
empieza a sonar. No será sencillo, eso lo tengo claro. Estoy a punto de
contraer matrimonio con un hombre al que ni siquiera conozco. Puede ser
un desgraciado asesino. Sabiendo de dónde procede, lo más probable es que
lo sea. Aprieto el puño y siento como mis uñas se clavan en la palma de la
mano. El dolor me reconforta, me ayuda a centrarme. Mijaíl se detiene y yo
con él. Escucho que dice algo, solo que no le presto atención. Exhalo
despacio y alzo la vista.
―Es un placer conocerte, Vanessa ―susurra el hombre que creo que va a
convertirse en mi marido. Busco a alguien más a su lado. Tal vez otro
hombre más viejo, calvo y feo, pero no hay nadie, solo él. ¿Cómo era que se
llamaba?―. Soy Lagos ―dice, como si pudiera leerme la mente.
Estira su mano y Mijaíl se hace a un lado. Carraspeo y vuelvo a repasarlo
con la mirada mientras aflojo el puño. Es mayor que yo, aunque no creo que
llegue a los treinta y cinco años. Rubio, con gafas y lleva puesto un
pantalón de traje negro y camisa blanca, con corbata gris claro y sin
chaqueta. Me fijo en sus manos, con los dorsos tatuados. Es… atractivo.
«Vale, esto no me lo esperaba».
Capítulo 2
Lagos

No puedo dejar de mirar a mi recién estrenada esposa. Me dijeron que era


joven, pero no imaginé que tanto. ¿Cuántos tendrá? ¿Veintiuno? ¿Veintidós,
tal vez? ¡Santo Cristo! ¡¿En qué me acabo de meter?! ¡Es solo una cría!
Probablemente su hermano la haya obligado a casarse para asegurarse la
lealtad de Zarco. Los jodidos rusos siempre lo resuelven todo con
matrimonios arreglados. Joder, la chiquilla estará pensando en huir de mí, y
con toda la razón. Le saco más de diez años y ni siquiera me conoce. No
obstante, no titubeó cuando el juez le preguntó si quería casarse conmigo.
Parecía tan segura de sí misma…
Yo sí dudé. Me planteé acabar con esta locura y volver a casa, sin
embargo, con solo dirigir la mirada al lugar donde estaban Zarco y Bailey,
supe que no podía hacerlo. Si no logro sacarla de mi mente y mi corazón, al
menos necesito poner una especie de barrera entre nosotros. Ellos van a
casarse, nos lo anunciaron hace unas semanas, y yo debo seguir adelante y
dejar de suspirar por la mujer de mi mejor amigo.
Vanessa parece darse cuenta de mi escrutinio porque frunce el ceño. Está
sentada junto a la esposa de su hermano. ¿Milena? Creo que así se llama, no
estoy muy seguro. Ambas retoman la conversación y aprovecho para seguir
observándola. Hay algo en ella que me llama la atención. Es bella, eso no lo
puedo negar, sin embargo, creo que sin tanto maquillaje lo estaría aún más.
¿Y a qué viene ese vestido de manga larga y cuello alto? Aparte de las
manos y el rostro, no hay ni un solo trozo de piel a la vista. Es extraño
incluso a mediados de febrero. Se supone que las mujeres aprovechan
eventos como este para ponerse guapas, ¿no? Bailey está radiante. Mi
mirada va a parar a ella de nuevo. ¿Por qué no puedo sacarla de mi mente?
La veo sonreír por algo que le dice Oscar y una de mis comisuras se eleva
de forma involuntaria. La he estado evitando desde hace meses y la echo de
menos más de lo que soy capaz de admitir.
―Lagos. ―Sacudo la cabeza y carraspeo antes de girarme hacia Mijaíl
Zakharov, el que se supone que acaba de convertirse en mi cuñado―.
¿Podemos hablar un momento en mi despacho?
Asiento y lo sigo al interior de la casa. El lugar es enorme, muy distinto a
nuestro hogar, aunque no tiene nada que envidiarle. Caminamos por varios
pasillos hasta llegar a un despacho más bien grande, decorado en tonos
oscuros y con muebles antiguos. Zakharov toma asiento tras la mesa y me
indica que haga lo mismo al otro lado.
―¿Hay algún problema? ―inquiero, y me ajusto las gafas con el dedo
índice sobre la nariz.
―Espero que no. ―Respira profundo y clava su mirada en la mía―.
Vanessa es una persona muy importante para mí. No creas ni por un
segundo que el haberla ofrecido en matrimonio para sellar el acuerdo con tu
jefe significa que pretendo desentenderme de ella. Es mi hermana, mi
sangre, y siempre podrá contar con mi apoyo. ¿Me hago entender?
―No demasiado ―respondo, estrechando la mirada.
―Bien, en ese caso, tendré que ser más claro. Ahora tú eres su marido,
pero yo sigo siendo su hermano mayor. Si la lastimas o no la tratas como es
debido, te mataré.
Alzo la barbilla en un gesto desafiante.
―Zakharov, espero que no me estés amenazando. No sé cómo funcionan
las cosas en tu organización, pero en el clan Z, si te metes con uno de sus
miembros, te metes con todos. ―Me pongo en pie con lentitud y cruzo los
brazos sobre el pecho―. Voy a hacerte el favor de no mencionar nada de
esto a Zarco.
Él también se levanta. Su mandíbula está tensa y tiene los puños
apretados.
―No busco un conflicto. Esta unión es precisamente para crear un lazo
de confianza entre ambas organizaciones, sin embargo, estoy dispuesto a
iniciar una jodida guerra si mi hermana resulta lastimada. Eso puedes
decírselo a Zarco. Es más, yo mismo le haré llegar el mensaje si lo deseas.
Suspiro y niego con la cabeza.
―No será necesario, y descuida, jamás me atrevería a ponerle una mano
encima a tu hermana ni a ninguna otra mujer.
―Hay muchas formas de lastimar a una persona, Lagos, y la mayoría de
ellas no requieren fuerza física.
―No sucederá. Quiero que este matrimonio funcione, y pienso poner de
mi parte para que así sea.
Tras unos segundos en silencio, asiente y estira su brazo hacia mí.
Estrecho su mano y recibo un buen apretón.
―Voy a darte un voto de confianza. Espero que sepas aprovecharlo.
―Me suelta y rodea la mesa―. Podéis quedaros esta noche en mi casa.
Ahora somos familia.
―Te lo agradezco, pero nuestra intención es marcharnos en cuanto el
evento termine.
―En ese caso, permíteme ofreceros mi avión privado. Es mucho más
cómodo para viajar.
Acepto, y no tardamos en salir del despacho y regresar al jardín. Ya casi
ha llegado la noche, y con ella el frío también. A pesar de las estufas a gas
repartidas bajo las carpas, todos los invitados, que no son más que hombres
de confianza de ambas organizaciones, empiezan a marcharse o refugiarse
en el interior de la casa. Zarco viene hacia mí, abrazando a Bailey por la
cintura, y contengo el aliento cuando ella me mira a los ojos y sonríe.
―Deberíamos irnos ya. ¿Estás listo? ―Asiento.
―Zakharov acaba de decirme que te ha ofrecido su avión privado ―dice
Zarco.
―Sí, nos vendrá bien para llegar a casa cuanto antes. Quiero acostarme
de una vez.
Siento una mano en mi hombro, y al girar la cabeza veo a Luna sonriendo
de manera maliciosa. A su lado se detiene Oscar. El único que no ha
querido asistir a la ceremonia ha sido Beni. Mejor así, cada día está más
insoportable.
―¿Acostarte? Antes tendrás que cumplir con tus obligaciones maritales,
¿no crees? ―Señala con la cabeza a Vanessa y pone cara de la arpía que
es―. La chica es guapa. Un poco hortera con eso del vestido en plan burka,
pero no es nada que no se pueda arreglar con una navaja afilada.
―Luna, deja de ser tan perra ―sisea Bailey.
Es increíble que hace solo unos meses ni siquiera pudieran permanecer
en la misma sala sin tirarse de los pelos y ahora sean algo así como amigas.
Luna es una provocadora nata y no se lo puso nada fácil cuando llegó a
nuestras vidas, no obstante, Bailey supo ocupar el lugar que le pertenece, y
lo demostró con creces cuando ella sola logró liberar a Zarco de todo un
jodido ejército arriesgando su propia vida. Espero que no tenga pensado
convertir a Vanessa en su nuevo objetivo porque no se lo voy a permitir. Ya
bastante tiene la pobre muchacha con estar casada en contra de su voluntad.
Intentaré ponerle las cosas fáciles, y Luna… Bueno, ella está loca. Joder.
Nunca se sabe por dónde va a salir.
―Nos vamos enseguida ―murmuro, alejándome del grupo. Tomo una
respiración profunda mientras camino en dirección a mi esposa. Al llegar a
su lado, ella alza la cabeza y clava sus ojos en los míos. Solo entonces me
doy cuenta de los bonitos que son: grandes y de un color azul claro―.
¿Estás lista para irte? ―pregunto tras carraspear. Asiente y se pone en pie.
No la he escuchado decir ni una sola palabra aparte de «Sí, quiero» justo en
el momento oportuno―. Pediré que recojan tu equipaje.
―Yo me encargo ―replica, y mira de reojo a la esposa de su hermano.
―Diez segundos ―le dice ella, frunciendo el ceño, como si estuviesen
hablando en clave.
―Nos vemos pronto. Cuida del cabezota de mi hermano por mí,
¿quieres?
―Lo tengo controlado.
Ambas sonríen de forma tensa y, tras lanzarme una mirada poco
amistosa, la mujer de Zakharov se aleja sin despedirse, ni siquiera de
Vanessa. No hay abrazos ni besos, aunque parecen llevarse bastante bien.
―Pasaré por mi dormitorio a buscar las maletas. Puedes esperarme en la
puerta si quieres. ¿Lagos? ¿Es así como debo llamarte?
―Sí, así me llaman los que me conocen, Vanessa.
―Ness ―me corrige.
Asiento y esbozo una pequeña sonrisa.
―Muy bien, Ness. Vayámonos entonces.
Capítulo 3
Ness

Ya en el aire, en cuanto el piloto nos permite desabrocharnos los


cinturones, los hombres de Zarco comienzan a moverse por el interior del
avión. Hablan a voces y se ríen a carcajadas. Es extraño cómo cambian de
idioma con extrema facilidad. Pueden empezar hablando en inglés y
mezclan palabras en español. Por suerte, entiendo ambos idiomas, además
del ruso y algún otro más. Crecí rodeada de niños y adolescentes de
distintas partes del mundo. Hasta los dieciséis, ni siquiera sabía cuál era mi
verdadera nacionalidad.
Los escucho bromear entre ellos y me resulta bastante curioso. Parecen
solo un grupo de amigos cercanos pasándolo bien, no lo que son en
realidad. Asesinos, traficantes, violadores tal vez… No me asustan. Estoy
acostumbrada a moverme en estos ambientes, y no solo por ser la hermana
de un comandante de la Bratva. Durante toda mi vida jamás me he
relacionado con alguien… Normal. Es más, ni siquiera conozco el
significado de esa palabra.
―¿Puedo? ―Me sobresalto y giro la cabeza a la velocidad de un
látigo―. Perdón, no pretendía asustarte ―dice la que estoy segura que es la
mujer del tal Zarco.
Antes de que pueda contestar, toma asiento en el sillón que hay frente al
mío y me mira, ladeando la cabeza.
―¿Necesitas algo? ―inquiero, arqueando una ceja en su dirección.
―No, solo quiero presentarme. Soy Bailey.
―La mujer de Zarco ―murmuro.
―Sí, bueno, prefiero que me llamen por mi nombre. Aunque tampoco
estaría mal que a él lo trataran como el hombre de Bailey. ―Sonríe y niega
con la cabeza―. Oh, eso sería divertido ―farfulla. Al ver que no
correspondo a su sonrisa, se endereza y frunce el ceño―. Tú eres Vanessa,
¿verdad?
―Ness ―la corrijo.
―No hablas demasiado. ―Asiento con la cabeza a pesar de ser
consciente de que no era una pregunta―. Eso está bien. Ya tenemos a
demasiados bocazas en la familia. ―Mira hacia el fondo del avión y hace
una mueca de desagrado con los labios―. Hablando de bocazas… Luna,
dime que no vienes a tocar las narices.
Giro la cabeza y compruebo que la otra chica, la de pelo corto, ropa
provocativa y tatuajes en brazos y piernas, se acerca a nosotras sonriendo
con suficiencia.
―No intentes acaparar a la nueva solo para ti, sargento ―masculla. Se
detiene a mi lado y me mira sin disimulo―. Creí que las rusas eran más
altas. Además, no te pareces en nada a tu hermano. Él es rubio.
Me planteo no responder a su comentario. Estoy segura de que solo
intenta molestarme, sin embargo, sé que, si le permito amedrentarme ahora,
lo tomará por costumbre. Eso es algo que Milena me ha enseñado estos
últimos años.
―Es mi medio hermano ―aclaro sin inmutarme.
―Entonces, ¿no eres una Zakharov? ―«Por suerte, me libré de que el
hijo de perra de Yuri Zakharov me tocara como padre», quiero decir. No
obstante, decido contestar con un encogimiento de hombros―. ¿Cuál es tu
apellido?
―Luna, es suficiente ―dice Bailey en tono de advertencia.
―¡¿Qué?! No estoy haciendo nada malo. Solo quiero conocer a la esposa
de nuestro Lagos.
―Ya tendrás tiempo para eso. Deja de atosigar a la muchacha.
―Escucho una voz grave y alzo la mirada. Luna se aparta, y tras ella asoma
la cabeza morena de Zarco. Se fija en mí apenas unos segundos antes de
centrar toda su atención en Bailey. Tengo que admitir que su aspecto
impone respeto―. Ven conmigo ―ordena.
―Hola a ti también ―replica ella―. ¿Sabes lo que es la educación?
La mirada que le lanza su marido no es amable. Tensa la mandíbula y
aprieta los labios.
―Bailey, sin tonterías. Acompáñame.
Ella sonríe de oreja a oreja y alza la barbilla de manera desafiante.
―¿Y si me niego? ―Tomándonos por sorpresa, Zarco se abalanza sobre
ella, la coge por la cintura y, sin apenas esforzarse, la lanza sobre su
hombro. Abro mucho los ojos cuando lo veo darle una palmada fuerte en el
trasero―. ¡Hijo de…! ¡Gabriel, suéltame!
Zarco sonríe y me guiña un ojo antes de girarse.
―Ahora enséñame lo que es la educación. Di «adiós».
Bailey resopla y se sujeta a su cintura con la cabeza hacia abajo.
―Voy a matarte, imbécil.
Otra palmada más y ella suelta un pequeño grito.
―Eso no ha sido educado ―masculla él.
Se aleja por el pasillo central en dirección al fondo del avión, y al pasar
junto a sus compañeros todos ríen y se burlan. La pareja se encierra en la
única habitación privada que hay en este lugar, y solo entonces soy
consciente de que Luna no parece contenta por la escena que acaba de
montar su jefe. La verdad es que ha sido un poco raro. Muy neandertal con
eso de llevársela a la fuerza, sin embargo, a pesar de las quejas de Bailey,
no se ha resistido y parecía bastante conforme con lo que estaba haciendo
su marido. Sé cómo se ve una persona obligada a hacer algo en contra de su
voluntad, y Bailey no es una de ellas, al menos, no en este momento.
―Aún no me has dicho tu apellido ―insiste Luna.
Inspiro hondo y frunzo el ceño. Esta chica es demasiado molesta y
metomentodo. ¿Cómo es que la soportan?
―Luna, ve a dar una vuelta ―dice Lagos, apareciendo a su lado.
La chica chasquea la lengua contrariada.
―¿Qué os pasa a todos hoy? ¿También vas a llevarte a tu mujercita sobre
el hombro?
―Largo ―replica, lanzándole una mirada poco amistosa.
Luna se marcha farfullando algo en voz baja y Lagos suspira. Toma
asiento en el lugar que Bailey ha dejado vacío y posa su mirada en mí.
―¿Siempre sois tan entusiastas? ―inquiero.
―Luna es una arpía. Ignora todo lo que te diga. Solo busca sacarte de tus
casillas.
―No cualquiera puede lograrlo conmigo ―respondo, encogiéndome de
hombros, y dirijo la mirada a la ventana. Ya es de noche y afuera no se ve
nada.
―Ness, cuando lleguemos a casa, vamos a tener que hablar de lo que va
a ocurrir de ahora en adelante.
Giro la cabeza hacia él y frunzo el ceño. No soy imbécil. Sé exactamente
lo que se espera de mí. Como en casi todos los matrimonios arreglados, yo
debo comportarme como la perfecta esposa florero, dejar que me folle
cuando le dé la gana y evitar llevarle la contraria.
Lagos no aparta su mirada de la mía. Tiene un aspecto extraño. Su pelo
está demasiado bien peinado. Se ha desabrochado la corbata y remangado la
camisa hasta los codos, dejando a la vista los tatuajes que decoran sus
brazos. No sé qué es, tal vez las gafas que le dan un aire de empollón o algo
así, pero su imagen es, como poco, curiosa para tratarse de un delincuente.
―Claro, tú mandas ―digo, y con mis palabras dejo claro que no voy a
convertirme en un problema para él.
Debe ser así. Necesito que confíe en mí y me dé un poco de libertad para
encontrar lo que busco, o, más bien, encontrar a quien busco. Conozco a los
hombres. Sé cómo manipularlos. Solo tienes que darles lo que desean.
Capítulo 4
Lagos

Al entrar en casa, nos separamos en varios grupos. Yo fui la mente tras la


idea de abandonar el ala privada de Zarco y mudarnos a otras habitaciones
de la mansión cuando él y Bailey… Bueno, no podía quedarme con ellos,
verlos siempre pegados el uno al otro, escuchar los sonidos que hacen
cuando… Prefiero no pensar en ello. Empezamos quedándonos en
dormitorios comunes, sin embargo, tras el arreglo de mi matrimonio, Oscar
y Luna decidieron dejarme otra de las alas para mí. No sé si debo
agradecérselo o no. Estoy seguro de que este momento no estaría siendo tan
incómodo si alguno de ellos estuviese aquí, sin embargo, no es así, y me
toca quedarme a solas con Ness.
―Adelante ―digo tras abrir la puerta que separa el que a partir de ahora
será nuestro hogar del resto de la mansión.
Espero a que pase, arrastrando una de sus maletas; el resto pediré que nos
las suban más tarde.
―Tus compañeros…
―Como habrás podido comprobar, la casa es grande ―la interrumpo―.
Aquí no entrará nadie sin permiso. Puedes estar tranquila.
Observa todo el espacio con parsimonia. Esta zona es como un pequeño
apartamento privado con sala de estar y cocina en un mismo espacio y al
fondo el pasillo que lleva a las únicas dos habitaciones y el baño.
―¿Puedo moverme con libertad por toda la casa o debo quedarme
encerrada aquí? ―inquiere.
Frunzo el ceño, confuso. ¿Por qué cree que voy a encerrarla?
―No eres una prisionera, Ness. Puedes ir a donde quieras y hacer lo que
te apetezca. Solo te pido que cuando salgas de la mansión no lo hagas sola.
Avísame y alguno de los chicos te llevará a donde gustes. No sé cómo
funcionan las cosas en la organización de tu hermano, pero aquí tenemos
enemigos y, para bien o para mal, ahora tú eres una de los nuestros.
―¿Para bien o para mal? ―pregunta, arqueando una ceja.
Inspiro hondo y me ajusto las gafas con el dedo índice antes de asentir.
―Te mostraré tu dormitorio y dejaré que te duches y te cambies antes de
que hablemos. ¿Te parece bien?
Durante unos segundos se me queda mirando en silencio. Parece
extrañada por mi pregunta. Tal vez no tenga ganas de hablar conmigo ahora.
Dormimos un rato en el avión, sin embargo, me siento agotado después de
casi veinte horas de vuelo, y lo más probable es que ella lo esté también.
Estoy a punto de plantearle el cambio de planes cuando ella asiente con la
cabeza y vuelve a sujetar el asa de su maleta.
―¿Por dónde? ―pregunta.
Exhalo despacio y le indico con la mano el camino a seguir. Me adelanto
y accedo al pasillo mientras escucho sus pasos y el sonido de las ruedas de
la maleta arrastrándose por el suelo. Me detengo frente a la puerta de una de
las habitaciones y me hago a un lado para que ella entre primero. Lo hace
enseguida.
―No es muy grande, pero el colchón es cómodo. Lo siento, no hay
baños en los dormitorios. Vamos a tener que compartir el que está al fondo
del pasillo.
Lo mira todo en silencio y suspira antes de girarse hacia mí.
―No hay problema. ―Echa un vistazo rápido a la cama y veo como
cierra los puños con tanta fuerza que sus nudillos se ponen blancos―. ¿Tú
te quedarás…?
―Justo al lado ―aclaro antes de que termine la frase. Señalo con un
gesto de mi cabeza la pared que divide mi dormitorio del suyo. Noto como
arruga el entrecejo, como si mi contestación la hubiese tomado por
sorpresa, pero no comenta nada al respecto―. Bueno, dejaré que te
acomodes. Si necesitas algo, solo llámame.
No espero a que conteste, solo salgo de la habitación y me dirijo a la
cocina. Empiezo a sentirme algo agobiado con esta situación. ¿Qué
demonios voy a hacer con esta chica? Estamos casados, sin embargo, para
mí es una completa desconocida. No sé cómo tratarla ni qué decirle. Joder,
sé que los rusos son insistentes con eso de consumar los matrimonios. ¿Se
espera de mí que me acueste con ella esta noche? ¿Eso es lo que Ness
desea? Si es así, sabe ocultarlo bastante bien porque no me lo parece.
Preparo un par de sándwiches mientras hago algo de tiempo. No quiero
que piense que le estoy metiendo prisa. Supongo que, al igual que yo,
tendrá que poner sus ideas en orden. Cerca de media hora después, cuando
ya he comido, regreso a su dormitorio con un plato en la mano. La puerta
está abierta y no hay nadie en el interior, así que paso y dejo el sándwich
sobre la mesita de noche. A los pies de la cama está la maleta abierta de
Ness. Algo en su interior llama mi atención. Me acerco y observo con
curiosidad una especie de oso de peluche sucio y desgastado. Su aspecto es
inquietante. Parece sacado de una película de terror. «¿Un peluche? ¿Qué
edad tiene la chica?». No se me ha ocurrido preguntar y empiezo a darme
cuenta de que ha sido un error.
―Oh, estás aquí. ―Escucho su voz a mi espalda y me apresuro a dejar el
oso de peluche en su lugar antes de girarme. Ness me mira desde la entrada
y se ajusta el albornoz alrededor del cuerpo. Tiene el pelo negro húmedo, y
sin maquillaje parece aún más joven que antes. Es preciosa, eso es
innegable. Me subo las gafas y coloco las manos en los bolsillos sin saber
qué hacer o decir. Ella inspira hondo por la nariz y cierra uno de los
puños―. Creí que tendría algo más de tiempo ―susurra, y camina hacia mí
con pasos lentos, pero seguros.
Se acerca más y me fijo en su rostro. Tiene una cicatriz en el pómulo
derecho, como un pequeño corte de apenas unos centímetros de largo. Lo
tenía oculto bajo el maquillaje, por eso no lo había visto antes. Se detiene a
pocos centímetros y alza la cabeza para mirarme. Tampoco me había dado
cuenta de lo bajita que es. Supongo que los zapatos de tacón fueron los
culpables de que lo pasara por alto, pero ahora, descalza y justo frente a mí,
la parte alta de su cabeza apenas me llega a la barbilla. Ness suspira una vez
más y lleva las manos a las solapas del albornoz. Frunzo el ceño. ¿No
pretenderá…?
―¿Qué haces? ―inquiero.
Se queda quieta y entorna los ojos con sorpresa.
―Lo que se espera de mí. Es nuestra noche de bodas.
Respiro hondo y niego con la cabeza.
―Ness, no voy a tocarte a no ser que tú me lo pidas.
―¿Cómo dices? ―Pestañea un par de veces y retrocede unos pasos―.
Creí que… ¿Por qué? No lo entiendo.
―No tengo por costumbre tomar algo que no se me ha ofrecido. ―Me
encojo de hombros y esbozo una pequeña sonrisa―. Justo de esto era de lo
que quería hablarte. Sé que para tu gente lo de los matrimonios arreglados
son algo común, sin embargo, nosotros somos nuevos en esto. Es más,
jamás hubiese aceptado casarme con una desconocida si no fuese porque…
―«Porque deseo con todas mis fuerzas dejar de amar a la mujer de mi
mejor amigo»―. Da igual el motivo. El caso es que no creo en esta clase de
uniones y, por supuesto, me parece muy injusto que tengas que soportar que
un tipo cualquiera se crea con derechos sobre ti solo porque alguien ha
decidido que ahora es tu esposo.
Ness sacude la cabeza de un lado a otro y me mira con incredulidad.
―¿Estás diciendo que no quieres que consumemos el matrimonio?
Tomo una bocanada profunda y me encojo de hombros.
―Dime sinceramente, ¿te apetece acostarte conmigo?
Se queda callada un rato largo y frunce el ceño.
―¿De verdad puedo ser sincera?
―Por supuesto ―afirmo contundente.
―No, lo único que quiero es dormir. Estoy agotada.
―Bien, entonces estamos de acuerdo en algo. ¿Vas a tener algún
problema con tu hermano si tú y yo no…?
―Él no está aquí para enterarse y, aunque lo hiciera, tampoco le
importaría.
―En ese caso, solo me queda darte las buenas noches y dejarte
descansar. ―Señalo el plato que he dejado sobre la mesita―. Te he
preparado algo de comer.
―Eh… Gracias ―susurra con los ojos entrecerrados.
―Duerme, y mañana, con más tranquilidad, hablaremos de lo que vamos
a hacer. Podemos llegar a algún acuerdo que sea cómodo para ambos.
―Sí, supongo que eso está bien.
―¡Genial! ―exclamo con más entusiasmo del que pretendía. Me subo
de nuevo las gafas y me alejo en dirección a la salida―. Duerme bien,
Ness. Nos vemos en unas horas.
Antes de que pueda contestar ya me he marchado. Exhalo una gran
bocanada y hundo los dedos en mi pelo con frustración. ¡¿Dónde demonios
me he metido?! ¿De verdad va a ser siempre tan incómodo con ella? ¡Joder,
esta convivencia puede convertirse en un verdadero infierno!
Capítulo 5
Ness

Siento sus manos sobre mi abdomen y ni siquiera me tenso. Estoy


acostumbrada a que cualquiera pueda tocarme cuando le apetezca. Inspiro
hondo y me muerdo el interior de la mejilla con fuerza. El sabor metálico de
la sangre estalla en mi paladar, pero logro relajarme al sentir la punzada de
dolor. Sus caricias siguen avanzando por mi torso desnudo, no son cariñosas
ni gentiles, nunca lo son. Una de sus manos rodea mi cuello y solo tengo
tiempo a coger una gran bocanada de aire antes de comience a apretar con
fuerza. Cierro los ojos y me muerdo con más saña. No me muevo, ni
siquiera intento resistirme. Los años de experiencia me han enseñado que
nunca debo hacerlo.
―Ryzhaya[1] ―susurra en mi oído, y su aliento calienta mi cuello.
Siempre me llaman así. Algunos días tengo que esforzarme para recordar
mi propio nombre. «Vanessa. Eso es, me llamo Vanessa». Todo mi cuerpo se
agita por la falta de oxígeno y su mano se afloja un poco, lo justo para que
pueda volver a tomar un poco de aire.
―Siempre estaré aquí. ―Lame mi cuello e intento concentrarme en otra
cosa que no sea ese acento que tanto detesto―. Voy a tenerte para mí todas
las veces que quiera durante el resto de mi vida. ―Su mano aprieta aún
más mi garganta, y me aferro al dolor que me está provocando como un
jodido clavo ardiendo―. Ryzhaya.
Me despierto sin aliento y con el corazón acelerado. Tardo unos minutos
en recordarme a mí misma que ya no estoy allí, en ese buque, a merced de
la Zmeya[2]. «Ahora soy libre». Entonces, ¿por qué siento que sigo atrapada
en aquel lugar, rodeada de desesperación y terror? Me levanto de un salto y
salgo del dormitorio corriendo mientras la bilis sube por mi garganta. Llego
al baño justo tiempo para echar por el retrete los restos del sándwich que
me comí anoche. Tras tirar de la cadena, me giro y me apoyo en la piedra de
granito del lavamanos mientras observo mi imagen en el espejo.
«Soy yo. Sin maquillaje, sin máscara. Solo mercancía defectuosa».
Cierro los ojos e inspiro hondo por la nariz. Intento controlar mis propias
emociones, sin embargo, soy muy consciente de que no hay nada en este
momento capaz de calmarme que no sea… Exhalo con fuerza, y tras abrir
los ojos, agarro mi antebrazo derecho, lo estiro frente a mi rostro y clavo los
dientes lo más arriba que puedo. Muerdo con todas mis fuerzas y el dolor
me lleva a ese lugar seguro para mí, a mi refugio. Cuando logro
tranquilizarme un poco, destenso la mandíbula y soy consciente de que
estoy sangrando. Enseguida cubro la herida, que no es demasiado profunda,
con una toalla y me maldigo a mí misma por haber vuelto a lastimarme. Me
he prometido cientos de veces que sería la última vez, que ahora sí
intentaría buscar otras maneras de lidiar con mi mierda, pero siempre
termino igual; ahora ya no sé si quiero dejarlo.
En cuanto la mordedura deja de sangrar, me meto en la ducha y consigo
librarme de gran parte de la carga emocional que me ha provocado la
pesadilla. Al ponerme el albornoz, no puedo más que chasquear la lengua
contrariada al ver la herida, que ya empieza a coger un tono violáceo. A su
lado, hay otra más amarillenta entre la multitud de cicatrices que la rodean.
Salgo del baño casi de puntillas para no alertar a mi recién estrenado
marido y me encierro de nuevo en mi dormitorio. No quiero pensar en lo
que me dijo anoche. Al encontrarlo en mi habitación, creí que su intención
no era otra que consumar nuestro matrimonio. Es lo más lógico, y yo estaba
dispuesta a cumplir con mi parte, por eso me sorprendió tanto su negativa.
«No tengo por costumbre tomar algo que no se me ha ofrecido». Esas
fueron sus palabras, y tengo que admitir que mi primer pensamiento tras
escucharlo fue que, tal vez, solo tal vez, tenía delante a un tipo decente.
Entonces, ¿por qué aceptó casarse con una desconocida? ¿Qué gana él con
esta farsa? ¿Solo soy una transacción más en su vida de criminal? Si es así
no me importa. Estoy acostumbrada a ser una moneda de cambio. Creo que
ni siquiera sabría vivir de otra forma.
Abro la maleta, que ayer dejé junto a la cama, y contengo el aliento al ver
a Bruno. Cojo el peluche y lo sostengo frente a mi rostro. Una pequeña
sonrisa tira de mis labios. Durante algún tiempo, Bruno fue mi lugar seguro,
lo único que me mantuvo cuerda en mitad del caos y el sufrimiento. Le
debo mi vida. Lo huelo y cierro los ojos con fuerza. A pesar de sus costuras
rotas, del pelo gastado y ennegrecido por los años, sigue manteniendo ese
aroma a paz e inocencia.
Lo dejo sobre la cama y no tardo en vestirme con la poca ropa de la que
dispongo. El resto de mi equipaje se quedó anoche en el maletero del
todoterreno que nos recogió en el aeropuerto para traernos a esta mansión,
porque eso es precisamente el lugar en el que estoy. Creí que la casa de mi
hermano Mijaíl en Mallorca era grande, pero este sitio… Incluso de noche
pude ver la grandeza y el lujo nada más acercarme a la entrada principal.
Me recordó a un oasis en mitad del desierto, con cactus a su alrededor,
cascadas artificiales y hasta una piscina en la terraza de la primera planta.
Tras salir de mi dormitorio, voy en busca de Lagos. Quiero preguntarle
qué es con exactitud lo que se espera de mí. Soy su esposa, pero no estoy
segura de qué significa eso. Tal vez solo espere que me convierta en una
sombra, alguien invisible. Eso estaría bien. No lo molesto y él sigue su vida
como si nada. Me gusta la idea, y sería muy útil para mis propósitos.
Recorro el pequeño apartamento en cuestión de segundos. No está en la
cocina, que comparte espacio con la sala de estar, y en el baño tampoco, por
lo tanto, solo queda un lugar en el que puedo encontrarlo. Me detengo
frente a la puerta de la única habitación en la que no he entrado y tomo una
respiración profunda antes de golpear con los nudillos la superficie de
madera maciza. Espero unos segundos y vuelvo a intentarlo.
―¿Lagos? ―lo llamo.
No pretendo molestarlo, y empiezo a pensar que tal vez debería
marcharme. No sé cómo puede reaccionar si lo despierto. Anoche no me
pareció agresivo, más bien todo lo contrario, sin embargo, he aprendido a
no juzgar a nadie a la ligera, y menos aún si ese alguien es un hombre que
pertenece a una organización criminal conocida por el uso de la violencia
extrema. Uno de los consejos de Mijaíl cuando le pedí que acordara mi
matrimonio con uno de los hombres de confianza de Zarco fue: «Nunca
jodas a un miembro del Clan Z. Te matará antes de que puedas siquiera
explicar tus motivos».
Retrocedo un par de pasos, dispuesta a encerrarme de nuevo en mi
dormitorio, sin embargo, en un arranque de valentía decido tirar de la
manilla y abrir la puerta. Nada. No escucho ningún sonido en el interior.
Asomo la cabeza muy despacio y echo un vistazo. La habitación es casi
idéntica a la mía, decorada en tonos oscuros, con muebles modernos y un
ventanal enorme que va del suelo al techo y cubierto de forma parcial por
dos gruesas cortinas en color gris oscuro a juego con la alfombra de lana
que preside la estancia. Respiro aliviada al darme cuenta de que no hay
nadie. Doy un paso y después otro, hasta que ya estoy dentro del
dormitorio. La cama está deshecha, pero no hay ni rastro de Lagos. Miro
hacia la salida y aprieto los puños. La pequeña punzada de dolor que
recorre mis palmas cuando las uñas se clavan en ellas me da el valor
suficiente para hacer lo que me ha traído a este lugar.
Me muevo muy rápido. Cierro la puerta casi por completo y empiezo a
revisar uno por uno los cajones de la cómoda. No sé qué es con exactitud lo
que busco. Tal vez algún documento, una dirección, una pista… Me
conformaré con cualquier cosa. Encuentro ropa perfectamente planchada y
doblada, incluso los calzoncillos tipo bóxer y calcetines. Recopilo
información. Lagos es un obseso del control y la limpieza. Todo está tan
ordenado que no puede ser casual. Tras terminar con la cómoda y el
guardarropa, donde lo que más abundan son pantalones chinos en distintos
colores, camisetas tipo polo y sudaderas formales, paso a las mesitas de
noche. Abro el primer cajón y encuentro varias monturas de gafas, un par
de relojes y… Una pistola. La cojo y noto su peso en mi mano. No es la
primera vez que disparo, me tocó luchar por mi propia vida cuando Milena
vino a rescatarme, no obstante, tampoco es un objeto que me agrade
demasiado. Vuelvo a dejarla en su lugar y, tras cerrar el cajón, abro el
siguiente. Un libro, un par de libretas que no tardo en revisar y descartar, ya
que solo tienen garabatos y anotaciones sin importancia, y también una tira
de condones.
Chasqueo la lengua y cierro el cajón de golpe. Rodeo la cama y me
agacho frente a la otra mesita. Nada, no encuentro absolutamente nada que
pueda servirme. Está claro que este apartamento es una especie de lugar de
descanso. Necesito ir al centro de operaciones, a ese sitio donde guardan
registros o algo que pueda llevarme al lugar donde deseo ir.
Tras comprobar que todo está justo como lo encontré, abandono el
dormitorio y me planteo ir en busca de Lagos. Es la excusa perfecta para
poder deambular por la casa y fisgar sin que nadie sospeche de mí. Al fin y
al cabo, soy nueva aquí y puedo perderme, ¿no? Con esa idea en mente,
cruzo el apartamento y me dirijo a la salida. Espero no meterme en líos el
primer día. Necesito sobrevivir, al menos, hasta dar con él, eso es todo lo
que pido.
Capítulo 6
Lagos

Recojo los documentos que Luna ha dejado sobre la mesa del despacho de
Zarco y no tardo en revisarlos. Son los balances del último mes de varias
empresas fantasma que pertenecen a la organización. Mi trabajo, aparte de
asesorar a Zarco y cubrirle las espaldas, consiste en lavar todo el dinero que
nos llega de nuestros negocios ilegales.
―¿Cómo vas con lo de las criptomonedas? ―le pregunto a Luna. Como
siempre, ha decidido instalarse en el sofá con el ordenador portátil sobre sus
piernas. Parece no escucharme―. Luna, te estoy hablando.
―¿Qué? ―Sacude la cabeza de un lado a otro, como si acabara de salir
de sus propios pensamientos.
―¿Te encuentras bien? Pareces un poco distraída.
―Claro que estoy bien. ―Esboza esa sonrisa falsa que tanto le gusta
usar a modo de armadura―. ¿Qué necesitas?
Me muerdo la lengua para no decirle lo que de verdad necesito. Quiero
que hable conmigo, que me cuente lo que le preocupa, aunque, en el fondo,
ya sé cuál es la respuesta a esa pregunta. Su padre está vivo. Cuando
entramos a la finca de Urriaga, él logró escapar junto a algunos miembros
del cártel de Sonora. Ahora está ahí fuera, en algún lugar, seguramente
furioso y buscando la manera de recuperar el poder que le han arrebatado.
―Vamos a encontrarlo, Luna. Mataremos a ese hijo de puta ―murmuro.
Enseguida cambia el gesto a uno mucho más serio y se encoge de
hombros.
―¿Qué necesitas? ―repite, cortando de raíz cualquier conversación al
respecto.
―Criptos. ¿Cómo vas?
―Bien, ya casi he terminado con el último envío. Vamos a tener que
buscar alguna manera de dar salida a tanto dinero. ―Hace una mueca con
los labios y suspira―. Los rusos no dejan de hacer depósitos.
―Eso es bueno. El negocio de los diamantes está saliendo como se
esperaba. No te quejes de que nuestras arcas estén llenas.
―No lo hago, pero si seguimos así no sé cómo vamos a continuar
pasando desapercibidos.
Asiento. El sistema para el blanqueo de capitales del que Luna se encarga
es bastante complejo, aunque también efectivo. Nuestros socios hacen
depósitos de bitcoins en cuentas de intercambio y desde allí se cambian por
diversas altcoins, ocultando la cuenta de origen. Los sistemas blockchain
están diseñados para hacer indetectables las transacciones de estas
operaciones. Sin embargo, las autoridades ya comienzan a fijarse y tratan de
regular transacciones de gran calibre como las nuestras.
―Algo se nos ocurrirá. He estado barajando la idea de los clubes
nocturnos. Los rusos suelen usarlos como tapadera.
Luna me mira con una ceja arqueada y sonríe.
―Pasas la noche con una rusa y ya quieres ser como ellos. ¿Tan bien te
fue, Arturito?
―No me llames así ―gruño. Ella vuelve a reír.
―Vamos, no tienes por qué avergonzarte. Es tu esposa, ¿no? Sea lo que
sea que signifique eso ―masculla la última frase, volviendo a prestar
atención a la pantalla del ordenador.
―No voy a hablarte de mi vida sexual ―afirmo.
Me doy cuenta del error que acabo de cometer cuando la veo alzar la
cabeza y sonreír de manera maliciosa. «De todas las cosas que podría haber
dicho, justo he tenido que usar la palabra “sexual”. Soy idiota».
―Espera, ¿tú sabes lo que es el sexo?
―¿Y tú? ―contraataco―. Desde que Bailey apareció no has tenido
demasiado de eso, ¿no?
―Hijo de perra ―sisea, perdiendo la sonrisa―. Al menos yo me follaba
a Zarco. Al contrario de ti, que deseas en secreto a su mujer y jamás sabrás
lo que es tenerla.
Me enderezo de golpe y abro mucho los ojos. Lo sabe. «¿Es que todos
están enterados? ¡Maldita sea!».
―Ten cuidado con tus palabras ―le advierto.
Conozco a Luna desde que éramos unos niños y la violencia no es la
primera opción que acostumbro a elegir ante un problema, sin embargo, si
esta jodida loca decide abrir la bocaza, perderé mucho más que un puesto
de trabajo. El Clan Z es toda mi vida, mi familia, y Zarco… Joder, Zarco es
mi hermano.
―¿Acaso no es cierto? ―Recupera su sonrisa arrogante y niega con la
cabeza como quien regaña a un niño pequeño―. Estoy loca, no ciega. Se te
cae la baba cada vez que la miras.
―¿A quién? ―Ambos dirigimos nuestras miradas en dirección a la
puerta, por donde acaba de entrar Bailey.
Contengo el aliento y rezo en silencio para que Luna se controle. Es tan
perra que lo más probable es que termine soltándolo todo, y no puedo
permitirlo. La veo abrir la boca para contestar y me adelanto.
―A mi esposa ―suelto con una exhalación.
Bailey frunce el ceño y me parece escuchar como Luna ahoga una
carcajada.
―Oh… No sabía que… Apenas la conociste hace unas horas en la boda.
―¡¿Y qué?! ―exclamo con más énfasis del que pretendía.
Me pongo en pie y recojo los documentos de la mesa, evitando mirarla.
―Nada. Durante la ceremonia y después en el vuelo os vi tan tensos e
incómodos que pensé que no… ―Se calla de golpe y la escucho suspirar
mientras termino de organizar los papeles en el interior de la carpeta―.
Lagos, dime que no la has forzado a hacer algo que ella no quería.
Me giro rápido y con el ceño fruncido. Bailey no es como nosotros. Fue
instruida desde niña para servir a los demás. Se supone que iba a estar en el
bando de los buenos, salvando vidas como médico de combate. No
obstante, muy a menudo esa línea entre el bien y el mal acaba
desdibujándose, y eso fue justo lo que le ocurrió a ella. Ahora es la mujer
del jodido líder de la banda criminal más peligrosa de la Costa Oeste,
aunque sigue teniendo sus reticencias en el momento de arrebatar vidas.
Desde que ella y Zarco están juntos, el clan Z ha disminuido su cifra de
muertos. Nuestros hombres tienen órdenes estrictas de buscar otras
opciones antes de matar. Aun así, y a pesar de su instinto natural para salvar
vidas, me duele que me crea capaz de abusar de una mujer. Yo no soy así, y
ella debería saberlo.
―No la he violado, si es eso lo que me estás preguntando ―siseo con los
dientes apretados y la mandíbula tensa.
―Yo no he dicho eso.
―Que lo hayas pensado, aunque solo haya sido una idea fugaz, me
ofende.
«Y me hace sentir culpable». Respira hondo y asiente.
―Lo siento, Lagos. No era mi intención.
Exhalo despacio y niego con la cabeza.
―¿Tan extraño es que me guste mi esposa? Es muy hermosa.
―Y joven ―añade Luna, conteniendo la risa.
La muy hija de puta se lo está pasando en grande a mi costa.
―¿Puedes meterte en tus putos asuntos? ―gruño en dirección a Luna.
―Tranquilo. ―Alza ambas manos y vuelve a sonreír―. Me alegra que
hayas encontrado al amor de tu vida y todas esas mierdas. Es más, ¿por qué
no hacéis una pausa en vuestra apasionada luna de miel y cenáis con
nosotros esta noche?
Empiezo a pensar que eso de no usar la violencia como primera opción es
una mierda. Voy a matar a Luna.
―Solo si te apetece, Lagos ―añade Bailey, lanzándole una mirada de
advertencia.
Veo que Luna va a replicar, así que me adelanto una vez más.
―Me parece una gran idea.
―¡Bien! Así la conocemos un poco mejor.
―Claro, ya es parte de la familia ―añade Luna con sorna.
Contengo un bufido y esbozo una falsa sonrisa mientras me despido y
salgo del despacho. Yo mismo estoy colocándome la soga al cuello y
tirando de ella. Se supone que me he casado para alejarme de Bailey, y no
han pasado ni cuarenta y ocho horas y ya voy a tener que cenar con ella y
todos los demás. Lo peor va a ser convencerlos de que de verdad me
interesa mi esposa. Es ridículo. Ni siquiera la conozco.
Capítulo 7
Ness

Ya he perdido la cuenta de cuántas habitaciones y salones he dejado atrás.


Este lugar es aún más grande de lo que imaginé. Desciendo por un último
tramo de escaleras y, al fin, reconozco la puerta por la que entramos anoche.
Creo que estoy en el recibidor de la entrada principal de la mansión.
―¿Se puede saber quién demonios eres tú?
Me giro deprisa y veo a varios hombres tatuados acercarse. Uno de ellos
se adelanta. No parece contento. Me fijo en que cojea un poco al caminar.
―Eh… Yo soy…
―La nueva limpiadora, ¿verdad? ―Estrecha su mirada sobre mí y frunce
el ceño. Su actitud no es agresiva, no obstante, prefiero mantenerme
alerta―. No deberías deambular por la casa.
―Estoy algo perdida ―digo, y no miento, aunque omito parte de la
información. No necesita saber quién soy por el momento. Espero a que él
descubra sus cartas primero antes de iniciar la apuesta.
Tres hombres me rodean, y por la forma en la que me miran… Mierda,
parezco un jodido pedazo de carne en un océano repleto de tiburones.
Respiro despacio por la nariz y planto mis pies en el suelo. No van a
amedrentarme.
―Si estabas buscando mi dormitorio, sí que estás perdida ―comenta uno
de ellos, y los demás ríen―. Yo mismo puedo escoltarte, dulzura. ―Da un
paso hacia mí y yo retrocedo.
―¡Largo! ―sisea el primero que se ha acercado. Todos se quejan―. No
volveré a repetirlo.
Tras unos segundos más de protestas se retiran, y el que parece tener un
rango superior dirige su mirada hacia mí. «Sí, es un buen espécimen con el
que experimentar».
―Ignóralos. Te aseguro que son inofensivos, pero sin en algún momento
intentan propasarse contigo, no dudes en decírmelo y me encargaré de que
lo paguen caro. ―Mueve su peso de una pierna a la otra y hace una mueca
de dolor―. Soy Pablo.
―Ness ―susurro.
―¿Exactamente a dónde quieres ir?
―Estoy buscando a Lagos ―informo.
―¿Lagos? ―Vuelve a arrugar el entrecejo―. Él no suele encargarse del
servicio. ¿No fue Oscar quien te contrató? ―¿Oscar? Creo que así se llama
uno de los compañeros de Lagos que estaba en la boda y en el avión. El que
no tiene tatuajes en el cuello. Tardo en contestar y él bufa con fuerza―. Da
igual. Yo te pondré al tanto. ―Señala la parte alta de la escalera que he
bajado―. A la derecha está el ala privada del jefe. Nadie entra allí sin su
permiso, así que ni te acerques.
Bien, ahí es justo donde debo ir, aunque no sé cómo voy a hacerlo.
―¿Y a la izquierda? ―inquiero. Es de allí de donde vine.
―Salas de estar y dormitorios de los chicos en su mayoría. En la parte
más alejada también está la zona privada de Lagos. Acompáñame ―pide, y
empieza a caminar renqueante―. Siento no poder ir más deprisa. Aún me
estoy recuperando de un disparo en la pierna.
Mantengo su ritmo lento y evito preguntar quién fue el que le disparó.
Cuanto menos hable, mejor. Pasamos por una enorme cocina donde hay
varias personas trabajando entre los fogones. Parecen estar preparando el
desayuno. Pablo me presenta como la nueva limpiadora y, una vez más, no
le llevo la contraria. Seguimos avanzando. Hay un enorme salón junto a una
puerta acristalada que parece dar al jardín.
―¿Lo que se escucha son disparos? ―inquiero.
―Sí, tenemos un campo de tiro en la finca. Muchos de nuestros hombres
están entrenando. ―Se detiene y señala una puerta cerrada―. Ahí está el
gimnasio, y el almacén al otro lado. Dentro puedes encontrar todo lo
necesario para hacer tu trabajo. Empieza por la sala común, siempre es la
más desordenada.
―¿Dónde está la sala común?
Me hace un gesto con la cabeza y seguimos caminando hasta llegar a una
especie de sala de estar. Hay varios hombres tirados en los distintos sofás y
otros jugando al billar. Todos se giran hacia nosotros cuando nos ven entrar,
entre ellos también está el que se hizo el gracioso hace un rato.
―Aquí pasamos gran parte del tiempo cuando no estamos trabajando. Si
necesitas algo, puedes acudir a cualquiera de nosotros y te ayudaremos.
―Oh, sí, yo puedo hacer todo lo que me pidas ―dice el gracioso,
repasándome con la mirada. Decido que no hay peligro. Solo es un idiota
inofensivo.
Pablo parece tener intención de reprenderlo, pero es interrumpido por
alguien que entra en la sala. Me giro y soy consciente de que es probable
que acabe de meterme en un buen lío.
―¿Qué haces aquí? ―inquiere Lagos, clavando su mirada en la mía.
―Yo… Eh… ―Intento parecer confusa.
―Le estoy indicando cuál es su trabajo ―intercede Pablo.
Lagos lo mira a él y después a mí con el ceño fruncido.
―Su trabajo… ―repite en un susurro.
El gracioso decide que es un buen momento para acercarse y se coloca a
mi lado, demasiado cerca. Mi primer instinto es apartarme, pero al otro lado
está Pablo, así que solo me quedo muy quieta y en silencio.
―Pablo no quiere compartir a la nueva con los demás ―señala el
gracioso. Sonríe de oreja a oreja y coloca su mano sobre mi hombro. Lagos
sigue con la mirada el lugar donde me está tocando y tensa la mandíbula
con fuerza―. Dime si no es una belleza.
―Por supuesto que lo es. ―Me mira a mí e inspira hondo por la nariz―.
Ahora te agradecería que apartaras tus manos de mi esposa.

Lagos
No entiendo una mierda. ¿Qué hace Ness en la sala común rodeada por
un montón de hombres? Ya estaba cabreado por culpa de Luna, ahora estoy
furioso. ¿Por qué creen que ella trabaja para nosotros?
―¿Esposa? ―inquiere Pablo, y la mira frunciendo el ceño. Sancho
enseguida retira la mano que tenía sobre su hombro y da un paso atrás. No
puedo evitar pensar que, si fuese Bailey en lugar de Ness, Sancho ya tendría
el brazo roto solo por atreverse a tocarla sin su consentimiento―. Lo siento,
Lagos, yo no sabía… ―Se gira y la encara―. ¿Por qué no me lo dijiste?
Ness se encoge de hombros y aparta la mirada. No soy capaz de
distinguir ninguna reacción genuina por su parte.
―Da igual. Nos vamos ―sentencio.
Hago un gesto con la cabeza para que Ness me siga. Ni siquiera se
despide, solo pasa junto a mí y espera en el pasillo a que la alcance.
Recorremos toda la casa en absoluto silencio. Necesito calmarme y
entender qué está pasando. ¿Por qué una mujer en su sano juicio se
adentraría en una sala repleta de delincuentes? Es posible que esté
acostumbrada a ello, al fin y al cabo, proviene de una familia de la mafia
rusa.
Al llegar a la entrada del apartamento, abro la puerta y dejo que ella pase
primero. La observo sin decir nada. Se ha vestido con un vaquero oscuro y
un jersey de cuello vuelto. No hay ni una sola porción de piel a la vista a
excepción de las manos y el rostro limpio y sin rastro de todo ese
maquillaje que llevaba en la boda. Clavo la mirada en la cicatriz del pómulo
derecho y no puedo evitar preguntarme cómo se la hizo. Ness inspira hondo
y alza la cabeza.
―Supongo que te debo una explicación.
―Me gustaría saber qué estabas haciendo en la sala común.
―Aceptaré mi castigo ―dice, y alza la barbilla.
«¿Castigo?». Empiezo a pensar que esta chica no está bien de la cabeza.
¿Por qué cree que voy a castigarla?
―Ness, creo que tenemos que dejar algunos puntos claros. ―Levanto
una mano para ajustarme las gafas sobre la nariz y ella se aparta de forma
brusca y se encoge. Frunzo el ceño―. ¿Creíste que te iba a golpear?
―inquiero sorprendido. Esa es la sensación que me ha dado. Pensó que…
¡¿Qué demonios…?! Resoplo con fuerza y retrocedo un par de pasos―.
Sentémonos en el sofá, por favor.
Puedo notar la extrañeza en su mirada. Es como si le estuviese hablando
en un idioma que no conoce. Espero a que se mueva antes de hacerlo yo.
Cuando ya está acomodada, procuro sentarme en el extremo opuesto del
sofá. Por algún motivo, esta muchacha está alerta en todo momento.
―Siento haber salido sola. Te estaba buscando y apareció ese chico,
Pablo. No sé por qué pensó que…
―Vale, para un momento ―le pido. Enseguida se detiene, como si
acabara de darle una orden a un soldado. Suspiro. Necesito entender a esta
mujer. ¿Por qué actúa de esta forma tan extraña?―. Ness, no eres una
prisionera. Puedes moverte por toda la casa. Solo esperaba que me dejaras
presentarte a los chicos porque a veces pueden ser un poco brutos con las
mujeres, aunque eso no es algo que Zarco ni yo mismo aprobemos.
―¿No estás cabreado? ―inquiere, frunciendo el ceño.
Muevo las manos despacio para no asustarla. Ajusto las gafas y niego
con la cabeza.
―Claro que no. No sé qué tipo de trato te han dado en la organización de
tu hermano. Pareces asustada, y está claro que has sido forzada a unirte a mí
en contra de tu voluntad.
―Mijaíl no tiene nada que ver con esto ―me interrumpe, aunque
enseguida parece encogerse, como si se arrepintiera de haberlo hecho.
―No voy a pedirte que me lo cuentes. Si quieres compartirlo conmigo en
algún momento, está bien, y si no… ―Exhalo con fuerza―. Te propongo
un trato. Ambos estamos atrapados en este matrimonio por distintas razones
que tampoco importan. El caso es que tenemos que llegar a un acuerdo
beneficioso para ambos.
―¿Qué acuerdo? ―pregunta con una ceja arqueada.
Tomo una bocanada profunda y me echo hacia atrás.
―Me gustaría que frente a mis compañeros actuáramos como si
realmente estuviésemos intentando ser una pareja real. Aquí, a solas, no
tienes que dirigirme una sola palabra si lo deseas, aunque preferiría que nos
lleváramos bien.
―Quieres fingir que somos una pareja ―dice despacio, como si intentara
entender el trasfondo de esa afirmación.
―Sí, solo frente a los demás. Después somos libres de hacer lo que nos
apetezca y con quien nos apetezca. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?
―Eso creo ―murmura.
―No espero que me guardes fidelidad, sin embargo, sí te agradecería que
fueras discreta.
―A ver si lo estoy entendiendo. Puedo hacer lo que yo quiera, incluso
salir con otros hombres, y a cambio solo debo fingir que somos una pareja
ante tus amigos, ¿es eso?
―Sí, creo que lo has resumido bastante bien. Además, lo de fingir es un
favor personal que te pido, no una obligación. ―Busco su mirada―. En
realidad, no estás obligada a hacer nada que no quieras. Me gustaría que te
sintieras cómoda conmigo, que ambos lo estemos. Nos ha tocado vivir esta
situación, ahora depende de nosotros convertirlo o no en un problema.
Se queda en silencio varios segundos. Es como si intentara encajar en su
mente las piezas de un rompecabezas.
―No sé qué decir ―susurra.
―No digas nada. Piénsalo y, si estás de acuerdo, esta noche cenamos con
Zarco y los demás.
―¿Dónde?
―En su ala privada ―contesto tras ponerme en pie―. Puedo mostrarte
lo que no hayas visto de la casa y presentarte al resto de los chicos.
―Eh… Vale.
―Y Ness… ―La miro directo a los ojos―. Jamás te pondré un solo
dedo encima. Esa expresión de antes… ―Niego con la cabeza―. Nunca te
lastimaría. Tienes mi palabra.
Capítulo 8
Ness

Ir a esa cena es como recibir una invitación a la mismísima boca del lobo,
sin embargo, tengo que admitir que es una boca en la que estoy deseando
adentrarme. Si hay algún lugar de esta mansión en la que pueda encontrar la
información que busco, ese es el ala privada de Zarco.
Termino de ajustar los puños de mi suéter y espero paciente a que Lagos
aparezca. Empiezo a pensar que mi primera impresión respecto a él no
estaba tan errada. Parece un buen hombre, al menos lo aparenta. También es
posible que esté poniéndome a prueba. Me encontró rodeada por un montón
de hombres, uno de ellos incluso llegó a hacer insinuaciones sexuales y,
aunque parecía furioso, en ningún momento se alteró o alzó la voz. Es muy
extraño. He conocido a cientos de criminales de distintas nacionalidades:
rusos, italianos, turcos, latinos…. Hay algo en lo que todos ellos se parecen,
y es el egocentrismo y la posesividad sobre las mujeres que les pertenecen,
no importa si es por solo unas horas, días, meses o, como en este caso, para
toda la vida.
Lagos es distinto, o al menos esa es la imagen que pretende dar. Su forma
de vestir, esas gafas, el cabello bien peinado y arreglado… Si no fuese por
los tatuajes en sus brazos, podría confundirlo con un profesor o un
bibliotecario. Tengo que admitir que resulta mono e incluso algo tierno, sin
embargo, no termino de fiarme del todo. «Un lobo con piel de oveja»,
resuena en mi mente.
―¿Estás lista? ―escucho su voz a mi espalda y me giro despacio. «Un
lobo muy guapo». Asiento, y enseguida se detiene a mi lado y me repasa
con la mirada―. No vamos a salir de la mansión.
―Lo sé.
―Lo digo por si quieres ponerte algo más cómodo. Tendrás calor con el
suéter. ―No respondo, solo me encojo de hombros. Este no es el momento
para que descubra lo que hay bajo mi ropa. Sé que es cuestión de tiempo
que lo vea y tenga que dar explicaciones, pero yo decido cuándo es el mejor
momento para ello. Es mi as en la manga. Si Lagos resulta ser la persona
que aparenta, puedo usarlo a mi favor. ¿Qué ocurrirá cuando se entere de lo
que he sido, de lo que soy? Dudo que el trato que hizo con Mijaíl contemple
esa situación―. Como quieras. ―Inspira hondo por la nariz y clava su
mirada en la mía―. ¿Has pensado en mi propuesta?
―Sí, y me parece justa.
Bueno, tampoco es que tenga demasiadas opciones. Si fingir ser la esposa
ideal me lleva a donde quiero estar, es justo el motivo por el que me apunté
a esta locura.
―Bien. ―Abre la puerta y hace un gesto con la mano para que me
adelante. Tomo una respiración profunda y salimos del apartamento―.
Tengo que advertirte que es probable que Luna te provoque. No lo tomes
como algo personal, ella es así.
―¿Alguien más por quien tenga que preocuparme? ―inquiero mientras
caminamos a la par.
Lagos suspira y desliza el dedo índice por el puente de la nariz para
subirse la montura de las gafas. He notado que hace mucho ese gesto.
―Beni. Él tuvo un accidente y… Bueno, ya lo verás por ti misma.
Últimamente apenas se relaciona con nadie, pero me temo que Zarco lo va a
obligar a asistir a la cena, ya que es la primera vez que tú nos acompañas.
Giramos a la izquierda y, tras caminar un par de metros más, cruzamos
por la parte superior de la escalera. Abajo, un par de hombres armados
custodian la puerta principal, aunque ni siquiera nos miran.
―¿Estas cenas son habituales? ―pregunto de manera casual. Necesito
más información. «No puedo jugar una partida sin saber cuántas cartas hay
en la baraja».
―Sí. En realidad, siempre desayunamos, comemos y cenamos todos
juntos en el ala privada de Zarco.
―¿Se espera de mí que os acompañe de forma asidua?
Nos detenemos frente a una enorme puerta de madera maciza y Lagos se
gira para mirarme.
―Ness, eso es algo que solo depende de ti. Mi idea inicial era pasar más
tiempo en el apartamento, sin embargo, mis planes se han visto ligeramente
afectados. ―No da más explicaciones, y yo tampoco se las pido. Si quiere
que lo acompañe, lo haré encantada. Cuanto más tiempo pase en este lugar,
antes podré revisar los archivos o lo que sea que tengan para almacenar
información―. Bien, ¿lista para empezar a interpretar tu papel?
―Exactamente, ¿qué se supone que debo hacer?
Lagos esboza una pequeña sonrisa y extiende su mano en mi dirección.
Tardo unos segundos en adivinar qué es lo que quiere. Contengo el aliento y
uno mi mano a la suya. No sé por qué me sorprende descubrir que su piel es
suave y está caliente. «No parecen las manos de un asesino». Descarto ese
pensamiento de inmediato y hundo las uñas en la palma de la mano que me
queda libre. Mi cuerpo ha sido tocado por verdaderos monstruos de
pesadilla y casi ninguno aparentaba serlo.

Lagos
Tengo que admitir que estoy un poco nervioso. Tal como esperaba, Luna
no ha dejado de provocarme durante toda la cena, también lo ha intentado
con Ness. Por suerte, Bailey ha salido en su rescate. Es increíble lo bien que
consigue dominar la situación con apenas un par de palabras. ¿Se puede ser
más perfecta? Lo dudo mucho. Bailey tiene todo lo que me gusta en una
mujer: belleza, personalidad, carácter, fuerza… Mis pensamientos se ven
interrumpidos cuando siento el codo de Oscar incrustarse en mis costillas.
Aparto la mirada de Bailey con rapidez y busco la forma de dejar de ser tan
evidente. Si continuo así, Zarco no tardará en darse cuenta de lo que me
pasa con su mujer.
Durante la siguiente hora apenas alzo la mirada de mi plato. Ness
tampoco habla demasiado, y creo que los demás ya se han dado cuenta de
su incomodidad tras varios intentos fallidos de incluirla en la conversación.
La observo en silencio desde el lado opuesto de la mesa. Aún no termino de
entenderla. Es extraña, callada, siempre alerta, como si estuviese esperando
a que alguien la ataque en cualquier momento. No obstante, también tengo
la sensación de que algo de toda esa fachada es mentira. Tal vez esté
acostumbrada a reprimir su personalidad, incluso sus propios deseos. La
forma en la que los rusos tratan a sus mujeres no es la mejor, aunque tras
conocer a Mijaíl y su esposa creí que él sería una excepción. Su advertencia
en la boda… ¿Era todo una fachada? ¿Qué esconde Ness?
―Necesito usar el baño ―dice en cuanto termina de comer.
Es Bailey la que le indica el camino y, una vez más, no puedo hacer otra
cosa más que embelesarme por la forma en la que sonríe en mi dirección
cuando Ness abandona el comedor. Zarco enseguida atrae su atención
susurrándole algo al oído, y ella suelta una carcajada y lo golpea en el
pecho, bromeando. Mi amigo rebosa felicidad y yo me siento como el peor
de los traidores por envidiarlo con tanta fuerza. Ese hombre feliz podría ser
yo. Si tan solo la hubiese visto antes… Sacudo la cabeza y me pongo en pie,
cortando de golpe el rumbo de mis propios pensamientos.
―¿Ya te vas? ―inquiere Oscar.
―Sí, estoy cansado ―farfullo.
Hace una mueca y niega con la cabeza. Entiendo su postura. Se está
quedando solo para soportar a la arpía de Luna. Beni apenas picoteó algo de
su plato y regresó a su habitación justo después. Me preocupa ese chico. Ha
cambiado demasiado. Antes disfrutaba pasando el tiempo con nosotros,
jugábamos al billar o a la consola durante horas seguidas y nos
emborrachábamos. Ahora casi no habla con nadie. Vive encerrado en su
propio mundo de autocompasión y amargura. Espero que se le pase pronto.
Me despido y salgo del comedor a toda prisa. Mañana a primera hora
debo reunirme con Zarco. Espero a Ness junto a la puerta, sin embargo, tras
varios minutos, decido ir a buscarla yo mismo. Paso primero por el baño
principal y encuentro la puerta abierta. No hay nadie en el interior. Con el
ceño fruncido, sigo avanzando, la busco en la sala de juegos, en el salón y
la cocina, pero no logro dar con ella. Decido adentrarme en el pasillo que da
a las habitaciones. No tengo que andar demasiado para ver la puerta del
despacho de Zarco entreabierta. Estoy a punto de asomarme cuando se abre
del todo y Ness sale del interior. Al verme, se detiene, pero no parece
sorprendida.
―Eh… Creo que me he perdido ―dice sin apartar la mirada. Por algún
motivo parece estar muy segura de sí misma, y eso es lo que me resulta más
extraño.
―¿Segura? ―Estrecho mi mirada sobre ella y espero su reacción. No
hay nerviosismo y tampoco se le altera la respiración. Dice la verdad o sabe
mentir muy bien―. Ese es el despacho de Zarco. No deberías haber
entrado.
―Lo siento. Pretendía regresar al comedor y no sé cómo he terminado
aquí. ―Agacha la cabeza y veo como aprieta los puños.
Sí, estoy seguro de que está fingiendo. No me trago esa falsa muestra de
sumisión. Esta chica esconde algo, y voy a descubrir qué es.
Capítulo 9
Ness

Creo que la he cagado. No debí entrar en el despacho de Zarco. Mi


intención era echar un vistazo por encima, pero la jodida puerta estaba
abierta. No pude contener el impulso y acabé rebuscando en toda la
estancia. No encontré nada de interés en los cajones, aparte de un par de
carpetas con documentos. Parecían libros de cuentas o algo así. Lo
fotografié con mi teléfono para revisarlo. Intenté entrar en el ordenador
portátil que había sobre la mesa, pero la maldita cosa está protegida por una
contraseña. Es posible que haya tenido lo que busco a apenas unos
centímetros y, sin embargo, fui incapaz de acceder a esa información.
Cuando creí que todo estaba saliendo bien y me dispuse a regresar al
comedor, me di cuenta del enorme error que había cometido. Lagos estaba
allí, esperándome en la puerta, y apenas fui capaz de inventar una mala
excusa. Intenté sonar casual, pero me tomó por sorpresa y sé que no logré
convencerlo.
Durante el camino de vuelta al apartamento noto su mirada sobre mí. No
se ha tragado mi mala explicación y sé que va a hacer preguntas al respecto.
Necesito encontrar la manera de salir de esta situación, y no me apetece
gastar mi as bajo la manga, o mangas para ser más precisa.
La puerta se cierra despacio y soy consciente de que no puedo
marcharme sin más a mi habitación. «Darle la ocasión a tu contrincante de
pensar la siguiente jugada no es la mejor estrategia». La voz de Viktor
resuena en mi cabeza y aprieto el puño con fuerza. El dolor en la palma de
mi mano me ayuda a mantener las emociones bajo control. Me giro y
agacho la mirada. Intento parecer dócil y sumisa. Esa es mi mejor
estrategia. No sé en qué punto están los límites de Lagos.
―He disfrutado de la cena ―digo sin mirarlo. «Desvía la atención de tu
contrincante hacia un lugar seguro».
―¿En serio? ―Da un paso en mi dirección y después otro. Alzo la
mirada despacio y compruebo que me está mirando con atención―.
Parecías bastante incómoda con la situación.
¡Maldición! No va a dejarlo estar. «Un farol bien tirado puede ser el
camino más directo a la victoria». Contengo un resoplido cuando la voz de
ese hijo de puta vuelve a resonar en mi cabeza. Ni siquiera sé por qué sigo
haciendo caso a sus consejos. La vida no es una maldita partida de cartas.
―No quise alimentar las provocaciones de tu compañera ―miento. He
conocido a muchas chicas como Luna, que buscan llamar la atención y
siempre estén pendientes de ellas. Me inspira lástima. Está mucho más
jodida que yo, y eso es decir mucho. Observo su reacción. No parece creer
del todo mi excusa. «Dobla la apuesta»―. Y ese chico… ¿Beni? ―Asiente
sin apartar su mirada de la mía―. No creo que sea demasiado sociable.
Apenas gruñó un saludo y… ―Inspiro hondo por la nariz y cierro los ojos.
Voy a tener que sacar a la luz mi mejor repertorio de actuaciones para sonar
convincente. Ese crío parecía más amargado y destruido que amenazante―.
Me dio un poco de miedo.
Lagos sigue observándome unos segundos más y después suspira.
―Tranquila, Beni es un buen chico. Solo está pasando una mala época.
―Su brazo…
―Tuvo un accidente con una granada de mano. Estuvo a punto de morir.
Por suerte, Bailey le salvó la vida, aunque no pudo hacer nada por su brazo.
Aún es muy reciente, así que evita cruzarte con él y todo irá bien.
―Lo haré ―murmuro, y estiro una de mis comisuras en una falsa media
sonrisa.
Lagos estrecha aún más su mirada sobre mí.
―Eso no explica qué es lo que estabas haciendo en el despacho de
Zarco.
¡Mierda! Acaba de igualar mi apuesta. He subestimado a mi oponente y
voy a perder mi ventaja por ello. Tomo una respiración profunda y
retrocedo un par de pasos.
―Hace calor ―murmuro, girándome para darle la espalda.
Exhalo y tiro de mi suéter hacia arriba. Me lo quito por el cuello y espero
su reacción. Sé que ahora mismo está viendo las cicatrices que cubren cada
porción de piel que la camiseta ceñida de tirantes deja al descubierto. Me
doy la vuelta despacio y compruebo que mi plan está dando resultado. La
expresión de Lagos es de auténtico desconcierto. Su mirada recae en la base
de mi cuello, después en mis hombros y me aseguro de tener los brazos bien
pegados al cuerpo para que no pueda ver las marcas de mordeduras. Todo lo
demás está ahí para que él pueda escudriñarlo con atención.
―Santo Cristo, Ness. ¿Quién te ha hecho eso?
Sonrío por dentro y retrocedo un par de pasos ante su avance. «Voy con
todo».
―Todos tenemos secretos, Lagos ―murmuro, y clavo mi mirada en la
suya―. Incluso tú. La forma en la que miras a Bailey… ―Su gesto cambia
de la lástima a la sorpresa. Estoy caminando en la línea floja. Si mi jugada
sale mal, habré perdido la partida en la primera mano―. No te juzgo. ¿Ella
sabe lo que sientes?
Su mandíbula se tensa y alza la barbilla sin dejar de mirarme a los ojos.
Solo he tenido que observarlo un poco durante la cena para darme cuenta de
que está loco por la mujer de su jefe.
―No sé de qué me hablas ―sisea entre dientes.
Alzo ambas manos y esta vez soy yo la que avanza hacia él, un paso y
después otro, y otro más. Me detengo a apenas unos centímetros de su
cuerpo.
―Dijiste que podía ser sincera contigo. ―Asiente con el ceño
fruncido―. No me gusta hablar de ciertos temas. ¿Puedo guardarlo para mí,
al menos por el momento?
Espero su respuesta, parece estar pensándolo. Pasan varios segundos, y
entonces empieza a recular un par de pasos mientras se sube las gafas con el
dedo índice. «Se retira de la mano. Buena decisión».
―Por supuesto. No tienes que contarme nada que no desees ―dice, y
carraspea negando con la cabeza―. Creo que me voy a acostar ya.
―Que descanses. Por cierto, estaba pensando en salir mañana a dar un
paseo por la ciudad.
―¿Has estado alguna vez en Arizona? ―Niego con la cabeza. Si no hay
puerto de mar, no he estado aquí―. Si quieres, puedo acompañarte y
mostrarte la ciudad.
¡Maldita sea, es bueno! Aún no se ha recuperado de la primera mano y ya
está de vuelta en la partida.
―Eso estaría muy bien. Gracias ―murmuro.
―Hasta mañana entonces.
En cuanto se marcha, suelto una gran bocanada y sonrío. No sé si he
tomado la mejor decisión, pero ya está hecho. Las cartas están echadas y
solo puedo intentar jugar lo mejor que sé.
Nada más llegar a mi habitación, me siento sobre la cama y empiezo a
revisar las fotografías de los documentos que encontré en el despacho. Son
números en su gran mayoría. Parecen transacciones o compras. No estoy
del todo segura. Mi educación no fue la mejor. Hace solo unos años que
aprendí a leer y escribir. Tras rescatarme, Mijaíl contrató a los mejores
profesores, sin embargo, los números se me siguen resistiendo.
Tras dos horas, en las que me canso la vista, decido dejarlo. No voy a
sacar nada de esos documentos que pueda interesarme. Por otro lado, en el
ordenador portátil puede estar lo que busco. ¿Cómo consigo esa contraseña?
Probé a poner el nombre de la mujer de Zarco, Bailey, pero no funcionó.
También con palabras obvias como: Clan Z, cártel, Zarco y algunas más.
Las posibilidades son infinitas y no se me ocurre qué más puedo hacer.
Una idea se va formando en mi mente mientras recupero el teléfono, que
he dejado sobre el colchón, y busco en la agenda el contacto del único
hombre en el que he llegado a confiar, aparte de mis hermanos. Tardo varios
minutos en tomar la decisión de apretar el botón de llamada. No quiero
meterlo en esto. No es justo para él, pero ahora mismo necesito su ayuda y
sé que me la ofrecerá sin pedir nada a cambio, ni siquiera una explicación.
El tono suena un par de veces y escucho su voz somnolienta al otro lado de
la línea.
―¿Ness? ―Aparto el móvil para mirar la hora. Son las once de la noche
y hay ocho horas de diferencia con Mallorca. Significa que allí son las seis
de la mañana―. ¿Te encuentras bien? ¿Ocurre algo?
Me apresuro a colocar de nuevo el teléfono junto a mi oreja y suspiro.
―Necesito tu ayuda, Gavrel.
Hay un silencio, y después escucho cómo se mueve.
―Dime que el hijo de puta con el que te has casado no se ha atrevido a
ponerte un dedo encima. Si te ha tocado en contra de tu voluntad…
―No es eso ―digo interrumpiéndolo. Lo escucho resoplar y sonrío. Se
siente bien hablar con alguien de confianza. Si tan solo hubiese podido
darle lo que él necesitaba…―. Estoy bien ―aclaro.
―Entonces, ¿qué ocurre? Hace solo un par de días que te fuiste. ¿Ya me
echas de menos? ―intenta bromear, pero puedo notar el nerviosismo en su
tono de voz.
Gavrel Karaj es un pésimo jugador de póker. Soy capaz de leerlo como a
un jodido libro abierto.
―Presta atención a lo que voy a decir, y solo te pido que no me
preguntes nada al respecto. ¿Crees que podrás hacerlo?
Casi puedo escuchar como los engranajes de su cerebro funcionan a toda
velocidad; después suspira.
―Sabes que soy incapaz de negarte nada, i dashur[3].
Capítulo 10
Lagos

Llevo ya media hora esperando a Zarco en su despacho cuando decide


honrarme con su presencia.
―Siento el retraso ―dice mientras se ajusta los puños de la camisa.
Tiene el pelo revuelto y los labios rojos. Rodea la mesa y se sienta en su
sillón con un suspiro―. No tienes ni idea de lo mucho que me cuesta salir
de la cama. Esta mujer me ha fundido el cerebro ―murmura, creo que para
sí mismo.
Hago una mueca con los labios y trago saliva con dificultad. «Gracias,
hermano. Justo lo que necesitaba era que pusieras en mi cabeza la imagen
de Bailey y tú en la cama». Parece darse cuenta de que ha hablado
demasiado alto porque enseguida cambia el gesto a uno mucho más serio.
―¿Por qué querías reunirte conmigo tan temprano? ―inquiero para
redirigir la conversación a un lugar mucho más seguro para mí.
Zarco resopla y apoya los codos sobre la superficie de la mesa.
―Estoy teniendo problemas con Alex. No contesta a mis llamadas y los
últimos dos hombres que envié a la finca no han vuelto. ―Contengo las
ganas de poner los ojos en blanco. Lo más probable es que ya estén
muertos.
―Le está costando aceptar su rol, ¿no es así?
―Ya lo conoces. Estoy intentando darle un voto de confianza por lo que
hizo por mi mujer y por mí, pero el maldito hijo de puta sigue poniéndome
las cosas difíciles.
―¿Tú sabías que estaba casado? ―pregunto.
Alex me sorprendió al confesarlo hace unos meses, cuando Zarco quiso
obligarlo a casarse con Ness. No obstante, no hemos vuelto a mencionar ese
tema.
―Claro que no. Es posible que mintiera para librarse del matrimonio con
la rusa. ―Asiento―. En fin… Eso da igual. Necesito que vayas
personalmente a Sonora y le des un tirón de orejas. No puede hacer lo que
le salga de las pelotas a mis espaldas. Si quiere seguir contando con nuestro
apoyo, debe reportarse cuanto antes.
―¿Y si decide no hacerlo? Alex tiene un carácter complicado.
―Lo sé. Por eso te envío a ti. Si voy yo es probable que termine
metiéndole un tiro por el culo a ese cabronazo, y Oscar… Bueno, no quiero
ni imaginarlo.
Asiento. Oscar lleva una temporada bastante tranquilo, pero es cuestión
de tiempo que esa bestia que lleva dentro decida asomar las garras y, una
vez más, tengamos que lidiar con la destrucción que deje a su paso. Todos
hemos tenido una infancia jodida, sin embargo, Luna y él se llevaron la
peor parte.
―Veré qué puedo hacer. ¿Cuándo quieres que salga para allá?
―Hoy, ahora, ayer. ―Bufa de nuevo―. Tengo que saber qué demonios
está haciendo en la finca. Me tiene a oscuras.
Una idea ilumina mis pensamientos. Se supone que Alex está
organizando lo que queda del cártel de Sonora para que esos hombres
puedan unirse a nosotros, además de ponerse en contacto con socios y
proveedores para informarles del cambio de planes y dar caza a Héctor
Sandoval, el padre de Luna. Sé que Zarco solo aceptó que él se encargara de
esos temas porque es el enlace que necesita para conseguir quedarse con la
infraestructura que manejaba Urriaga, sin embargo, si Alex decide ir por su
propia cuenta, puede convertirse en un problema que debemos atajar cuanto
antes.
―¿Crees que puede traicionarte? ―inquiero.
―No lo sé. Quiero pensar que mi hermano mayor no me haría eso, que
de verdad está en nuestro bando, pero… ―Niega con la cabeza―. Pasó
muchos años al lado de nuestro padre, se convirtió en su perro faldero. Me
cuesta confiar en él.
―¿Qué piensa Bailey?
Mi pregunta no lo sorprende. Es de idiotas ignorar que su mujer tiene
madera de líder. Cuando él cayó en manos del cártel, fue Bailey la que se
hizo cargo de la organización y también lo rescató. Sus ideas, aunque un
poco descabelladas a veces, son ingeniosas y creativas. Tiene una mente
prodigiosa. Toda ella lo es.
―Sigue pensando que solo tenemos que darle un poco más de tiempo.
No entiendo por qué confía tanto en él. Si no estuviese seguro de que es
completamente mía, Alex ya estaría muerto solo por eso.
La culpa se concentra en el centro de mi pecho. Es como una pesada losa
que me impide llenar de aire mis pulmones. Zarco no dudará en matarme a
mí también cuando sepa lo que siento por su mujer. No soy mejor que Alex.
Yo lo estoy traicionando de la peor manera posible. Carraspeo para intentar
retomar la conversación, y su mirada se clava en mí.
―Eh… Bien, puedo salir ya mismo. ―Mascullo una maldición al
recordar que anoche le dije a Ness que la llevaría a conocer la ciudad―.
¿Te importa si lo hago esta tarde? Tengo cosas que hacer.
―¿Pasa algo?
―No. Es solo… ―Me ajusto las gafas y niego con la cabeza―. He
quedado con mi esposa. No conoce la ciudad y me ofrecí a mostrársela.
―Tu esposa ―murmura, y entrelaza los dedos frente a su rostro―.
Bailey me dijo que ella y tú… Sé que solo te casaste con esa chica porque
mi mujer le dio su palabra a Zakharov, y no pretendo meterme en tu vida,
mucho menos en tu dormitorio. Si has decidido intentar tener una especie
de relación con ella me parece perfecto, solo te pido que vayas con cautela.
―¿A qué te refieres?
Zarco respira hondo y cambia su postura a una mucho más tensa.
―Aún no sabemos si los rusos solo buscan una alianza en firme o sus
intenciones con este matrimonio concertado son otras.
Asiento. Yo también le he pensado, y entiendo su desconfianza. Después
de la traición de Gambo, todas las precauciones son pocas. ¿Ness es una
espía de la Bratva? Existe esa posibilidad. En realidad, después de
encontrarla en este mismo despacho, casi estuve seguro de ello. No
obstante, tras ver todas esas cicatrices que cubrían sus brazos y base del
cuello, mi teoría perdió fuerza. Son cicatrices de cortes, algunas más
visibles y marcadas que otras. No tiene sentido. ¿Quién en su sano juicio
sería leal a las personas que le han hecho esa monstruosidad? Ni siquiera
puedo llegar a imaginar el dolor que tuvo que sentir. ¿Por qué? ¿Qué fue lo
que hizo para merecer semejante castigo?
He pasado gran parte de la noche pensando en ello. Es posible que la
hayan obligado a casarse para vigilarnos. Anoche vi en ella a alguien muy
distinto a la mujer que estuvo a mi lado en el altar. Había una chispa de
rebeldía en su mirada. No parecía dócil ni amedrentada. Más bien todo lo
contrario. «Todos tenemos secretos». Esas fueron sus palabras. Lo más
curioso es que solo le bastaron unos minutos para dejarme intrigado.
Necesito saber qué es lo que oculta y cuáles son sus intenciones.
Miro a mi amigo y me planteo contarle lo que sé.
―Tal vez ella es tan víctima de las circunstancias como yo ―digo, sin
pensar demasiado en mis palabras. Supongo que mi subconsciente ha
tomado la decisión por mí. «Otra traición más a mi lista».
Zarco parece sorprendido. Arquea una ceja en mi dirección y se encoge
de hombros.
―Es posible, pero prefiero no correr riesgos.
―¿Qué quieres que haga?
―Vigílala de cerca. No la quiero inmiscuyéndose en asuntos de negocios
ni tratos con nuestros socios.
―Si voy a viajar a Sonora, no podré…
―Llévala contigo ―ordena, interrumpiéndome―. Zakharov ya está
enterado de lo que hemos hecho con el cártel y que pretendemos quedarnos
con los contratos y socios de Urriaga. Solo asegúrate de que no se entere de
lo que Alex está haciendo, sea lo que sea.
―Bien, eso haré.
―Perfecto. ―Echa un vistazo a su reloj de pulsera y bufa con fuerza―.
Ahora debo irme. Tengo una cita con la científica esa que va a diseñar la
prótesis para Beni.
―¿La británica?
―Sí, creo que lo es, aunque la empresa de su marido tiene sede en Nueva
York. Cox Tech, creo que así se llama.
―¿Beni sabe lo que estáis tramando?
Rodea la mesa, y al llegar a mi lado, palmea mi hombro y le da un
pequeño apretón.
―Me importa un carajo si le parece bien. No permitiré que mi hermano
siga consumiéndose en su propia miseria. Voy a sacarlo de ahí, así tenga
que cargarme a medio mundo para lograrlo.
Sonrío y asiento. Sé que lo hará. Beni volverá a ser el de siempre. Solo es
cuestión de tiempo.
―Solo intenta no matar a la científica ―bromeo.
―Tranquilo. Bailey no va a dejarme hacerlo. ―Me guiña un ojo y, tras
apretar de nuevo mi hombro, se dirige a la salida―. Por cierto ―dice, y se
gira a medias―, me gusta la idea de los clubes para blanquear dinero.
Cuando vuelvas, ponte con ello.
―No va a ser sencillo. Hay que buscar gente de confianza para que los
dirija. ¿Has pensado en alguien en particular?
―Tú serías un gran candidato, pero no puedo darme el lujo de prescindir
del trabajo que haces. Después de mi mujer, eres la persona en la que más
confío.
Otra vez ese nudo en mi pecho que se desplaza con lentitud hacia mi
garganta. Solo atino a asentir con la cabeza. Tengo que buscar la forma de
sacarme a Bailey de la cabeza y volver a la normalidad. Mentirle a Zarco
me está matando.
Capítulo 11
Ness

―¿Está bueno? ―pregunta Lagos. Alzo la mirada de mi plato y asiento


antes de seguir comiendo.
Apenas hemos hablado desde que salimos de la mansión esta mañana.
Antes de venir a almorzar al centro comercial en el que estamos, recorrimos
varios museos, un parque y también el jardín botánico. Me queda claro que
mi maridito no es un hombre de demasiadas palabras. Lo que sí se le da
bien es observarlo todo con mucha atención, en especial a mí. Estoy segura
de que no he conseguido librarme de sus sospechas por haber entrado en el
despacho de su jefe. Solo me vigila como un águila y espera a que cometa
un error. No lo haré. Anoche me precipité, y no es algo que vaya a repetir.
La paciencia es una gran virtud y yo he aprendido a manejarla con maestría.
Tarde o temprano todo llega. Lo sé mejor que nadie. Estuve trece años en el
infierno y pude salir de él. Aguardar unas semanas o meses no me matará.
Trago el último bocado de mi filete y dejo los cubiertos sobre el plato.
Soy consciente de la mirada de Lagos fija en mí. Casi no ha comido.
―¿No te gusta? ―inquiero, y señalo su plato aún lleno.
Lo mira un instante y, tras suspirar, desliza el dedo índice por el puente
de la nariz para sujetarse las gafas.
―No tengo mucha hambre. ¿Has terminado? ―Asiento―. ¿Quieres
postre?
―Por supuesto. ―Arquea una ceja por mi respuesta contundente.
Adoro los postres. No supe lo que eran hasta que fui libre. Desde
entonces se han convertido en mi parte favorita a la hora de comer. No tardo
en devorar una enorme porción de tarta de manzana y nueces, para no
variar, bajo la atenta mirada de Lagos. Al terminar, me limpio las comisuras
y exhalo con fuerza. Me siento muy llena.
―¿Cómo es que estás tan delgada con tanto apetito?
Me encojo de hombros y dejo la servilleta de tela sobre la mesa. El
restaurante es pequeño y muy tranquilo. Aparte de nosotros, solo hay un par
de mesas más ocupadas. Pablo y el gracioso, que he descubierto que se
llama Sancho, están apostados junto a la puerta principal vigilando la
entrada.
―No estoy tan delgada ―replico.
Su mirada se desliza por mi rostro, después baja a mi cuello cubierto casi
en su totalidad por el suéter grueso, mis hombros y después mis brazos
hasta llegar a las manos.
―Sí lo estás. Unos cuantos kilos más no te vendrían mal.
―¿Estás sugiriendo que debo engordar para agradarte?
―¿A mí? ―Su gesto de sorpresa casi me hace sonreír. Casi―. Ness, no
voy a decirte qué es lo que tienes que hacer con tu cuerpo. ¿Qué les pasa a
los rusos? ―Bufa y vuelve a ajustarse las gafas sobre la nariz―. ¿Tu
hermano alguna vez dijo algo sobre tu aspecto o te obligó a…?
―Mijaíl nunca me ha obligado a nada ―digo interrumpiéndolo. Me
encojo de hombros y me recuesto hacia atrás en la silla―. No eres el primer
mexicano que conozco. Los cárteles, las bandas… Sé lo posesivos e
intransigentes que podéis llegar a ser.
―¿Lo sabes? ―La sonrisa que esboza me toma por sorpresa. Es
realmente bonita y parece genuina―. No voy a negar que somos algo
mandones, y sí, a la mayoría de los hombres aún les falta mucho camino
que recorrer en lo que respecta al trato a las mujeres, sin embargo, quiero
pensar que yo soy distinto.
¿Distinto? ¿Hasta qué punto? «¿A qué estás jugando, Lagos?».
―¿Tú no crees que las mujeres son una posesión más? ―lanzo la
pregunta y espero su reacción.
―En absoluto. Ya has visto la forma en la que Bailey y Luna son
tratadas. Forman parte de la familia y se les da el lugar que les pertenece.
Además, esas dos tienen el carácter necesario para acabar con cualquiera
que piense de manera distinta. ―Vuelve a sonreír y niega con la cabeza,
como si estuviese recordando algo muy gracioso.
―Compártelo conmigo ―suelto casi sin pensar.
―¿El qué? Oh… ¿Quieres saber por qué me río? ―Asiento―. La cojera
de Pablo es por un disparo. ¿Sabes quién lo provocó? ―Arqueo una ceja de
manera interrogante―. Bailey. ―Estira aún más las comisuras―. Le pegó
un jodido tiro en la pierna sin dudarlo.
―¿Qué hizo él para merecerlo?
―¿Existir? ―Se encoge de hombros―. Fue hace ya algún tiempo. Beni
resultó herido en un tiroteo, Oscar y Gambo fueron a por él.
―¿Quién es Gambo? ―inquiero.
Pierde la sonrisa de golpe y cabecea.
―Un traidor. Ahora está muerto, aunque en aquel momento era uno de
los nuestros. Ellos fueron a rescatarlo, pero tenían encima a la Policía, así
que no les quedó otra opción que secuestrar a la paramédico que lo estaba
atendiendo. Esa persona era Bailey.
―¿Cómo es que pasó de ser una rehén a la mujer de Zarco?
No sé si creer del todo lo que está diciendo. ¿Qué mujer, en su sano
juicio, acabaría enredada con su secuestrador?
―Esa es una larga historia y no tenemos tiempo. ―Toma una respiración
profunda y se pone en pie―. ¿Estás lista? Vamos a hacer un pequeño viaje.
¿Viaje? Frunzo el ceño. Entonces este era su plan. Buscaba distraerme
para que bajara la guardia. ¿A dónde demonios quiere llevarme?
―¿Ocurre algo? ―pregunto, levantándome.
―No. Solo quiero hacer una visita a un amigo en México y me gustaría
que me acompañaras. ―Lanza un puñado de billetes sobre la mesa―.
Estaremos de vuelta mañana mismo.
¡¿México?! No puede ser. ¿Es posible que tenga tanta suerte? No digo
nada al respecto, solo asiento y dejo que Lagos me guíe hacia la salida del
restaurante.
Pasamos por la mansión para recoger algo de ropa y nuestros pasaportes
y no tardamos en emprender el viaje hacia México. Pablo y el gracioso nos
acompañan también. Según me cuenta Lagos, son solo tres horas y media
de trayecto. Lo hacemos en absoluto silencio. Al menos disfruto viendo el
paisaje difuminado a través de las ventanillas. Cualquier cambio de
escenario resulta excitante cuando has pasado tantos años encerrada.
Al llegar al paso fronterizo, el sol ya empieza a esconderse. Desde el
interior del todoterreno puedo ver el muro en color óxido que separa
México de Estados Unidos. La fila en las puertas de entrada es bastante
larga, pero no tardamos en llegar a la barrera. Un agente uniformado se
acerca a la ventanilla delantera y cruza un par de palabras con Pablo,
después nos pide nuestros pasaportes y enseguida nos permite seguir
nuestro camino. Cuarenta minutos después, el vehículo se detiene frente a
unas puertas exteriores de más de dos metros de altura. Se abren y
avanzamos por un camino de tierra al menos un kilómetro más antes de
llegar a la enorme casa de piedra que preside la finca. Puedo ver más de una
veintena de hombres armados alrededor del todoterreno.
―¿No nos esperaban? ―inquiero.
Lagos empuja la montura de sus gafas por el puente de la nariz e inspira
profundo.
―Tranquila, Alex tiende a ser demasiado dramático en algunas
ocasiones.
―¿Alex? ―pregunto, atragantándome con mis propias palabras.
―Sí, es el hermano mayor de Zarco. Estamos aquí para verlo. ―Se
mueve en el asiento y abre la puerta―. Espera aquí hasta que te diga que
puedes salir. ―Afirmo con un cabeceo, y tras escuchar el sonido de la
puerta al cerrarse, aprieto los puños con fuerza y dejo que la pequeña
punzada de dolor recorra mis manos.
Alex Urriaga. ¡Maldita sea! No puedo presentarme ante él. Han pasado
muchos años y apenas lo vi en un par de ocasiones; aun así, podría
reconocerme. ¿Qué demonios hago ahora? No puedo solo pedirle a Lagos
que nos marchemos, querrá una explicación y mi plan se habrá ido a la
mierda antes de empezar a llevarlo a cabo.
Capítulo 12
Lagos

Tras cruzar unas cuantas palabras con los hombres que custodian la finca
Urriaga, le ordeno a Pablo que acompañe a Ness al interior de la casa y voy
en busca de Alex. Me sorprende ver que han avanzado mucho en las
reparaciones causadas por nuestro asalto hace ya algunos meses. Ya no hay
agujeros de bala en las paredes y, cuanto más me acerco al despacho, soy
consciente de lo nuevos que son el suelo y el techo. Me detengo frente a la
puerta de madera reluciente. La última vez que estuve aquí, mi propio padre
hizo estallar la granada que lo mató y estuvo a punto de hacer lo mismo con
Beni. No me molesto en tocar, solo tiro de la manilla y entro en la oficina.
Al menos esa es mi intención, ya que nada más dar un paso al interior del
despacho, me doy cuenta de que no ha sido mi mejor idea. Creo que Alex
piensa igual porque no tarda en fulminarme con la mirada mientras aparta a
la chica que tiene arrodillada a sus pies. Se guarda la polla en los pantalones
y me señala con el dedo de forma amenazante.
―Maldito hijo de puta, más vale que sea importante o te arrancaré las
pelotas ―sisea.
Me reiría si no supiese que eso solo lo haría cabrear aún más. No le tengo
miedo. A pesar de ser el mayor de nosotros, durante nuestra infancia
siempre le vencía en peleas cuerpo a cuerpo. También es cierto que eso fue
antes de que Alex pasara tantos años a solas con su padre y se convirtiera en
un cabronazo de cuidado. Doy un nuevo paso y espero a que la chica de
pelo corto y color violáceo pase a mi lado tras una orden de Alex. Tomo
asiento en una de las sillas que hay frente al escritorio y decido ignorar de
forma deliberada lo que acabo de ver, también su amenaza. No seré yo el
que cree un conflicto más entre Zarco y su hermano.
―Tenemos que hablar ―mascullo, y me ajusto las gafas sobre la nariz.
Alex resopla con fuerza y se enciende un cigarrillo antes de beberse el
chupito de tequila que hay sobre la mesa de un solo trago. Ni siquiera se
molesta en ponerse la camiseta.
―¿Gabriel te envía a hacerme de niñera?
―No atiendes sus llamadas, y los hombres que envió…
―Están muertos ―dice interrumpiéndome, y se ríe mientras llena otro
vaso―. ¿Quieres? ―Niego con la cabeza.
―¿Qué estás haciendo, Alex? Se supone que ibas a intentar ganarte la
confianza de Zarco y estás logrando justo lo contrario.
Deja el vaso vacío sobre la superficie de la mesa con un golpe sonoro y
clava su mirada en la mía.
―No tienes ni puta idea de lo difícil que es reconstruir una organización
que yo mismo ayudé a destrozar. Apenas he conseguido recuperar a un par
de docenas de hombres que trabajaban para el cártel. No se fían de mí.
Durante años les han enseñado a ser fiel a mi padre, y ahora yo me he unido
al enemigo. Es descabellado pedir la lealtad de alguien a favor de lo que le
han enseñado a odiar. Al menos, he logrado que la mayoría de las mujeres
regresen. Estaba harto de comer mierda.
Ignoro su comentario machista. En esta casa las cosas siempre han
funcionado así. Las mujeres se encargan de la limpieza, comida y demás
tareas a cambio de un puñado de billetes y la protección del cártel. Muchas
de ellas aspiran a casarse con los soldados, y alguna, incluso, apunta más
alto. Supongo que la que encontré arrodillada al entrar en el despacho es
una de ellas.
―Lo entiendo. ―Hay una larga pausa en la que Alex aprovecha para
beber un par de tragos más, esta vez directo de la botella―. ¿Estás de
celebración? ―Se encoge de hombros y fijo la mirada en la base de su
cuello. Lleva puesta una cadena metálica con un anillo enganchado.
―Tú eres el que debería estar de luna de miel, ¿no? ―Sonríe y le da una
nueva calada a su cigarrillo―. ¿Qué tal con tu nueva esposa? ¿Folla bien al
menos?
―¿Y la tuya? ―contraataco. Alex enseguida cambia su postura y pierde
la sonrisa―. Por cierto, ¿cómo está Angy? ¿Sabes algo de ella? ―Como ya
he supuesto, su rostro se contrae con rabia pura y me lanza una mirada
asesina. «Es ella».
―Suelta de una vez el recado de mi hermano y puedes largarte ―sisea
entre dientes.
Respiro hondo y me recuesto en la silla, estirando las piernas.
―Héctor Sandoval. Necesitamos su paradero cuanto antes.
―¿Crees que he estado tocándome las pelotas desde que volví? No hago
otra cosa que buscarlo, pero parece como si se lo hubiese tragado la tierra.
―Apaga el cigarrillo y se lleva las manos a la cara con frustración―. Tiene
el apoyo de muchos de los hombres del cártel. Va a hacer cualquier cosa
para obtener el poder que le pertenecía a mi padre, solo es cuestión de
tiempo que ataque.
―Entonces, estaremos listos para defendernos.
―¿Tú crees? ¿De cuántos efectivos disponemos? A no ser que le pidas
refuerzos a tu nueva familia rusa, será una masacre. Podemos ganar, pero
muchos de los nuestros morirán por ello.
No lo había pensado de ese modo. Es posible que Mijaíl nos envíe
refuerzos si se lo pedimos. Al fin y al cabo, para algo tiene que servir lo del
matrimonio concertado. Además, ya lo ha hecho antes, cuando capturaron a
Zarco. Sin sus hombres no hubiésemos acabado con el cártel de Sonora.
―Lo hablaré con tu hermano, aunque lo más adecuado sería buscar
nuestros propios efectivos. ¿Los socios de Urriaga no pueden aportar su
parte?
―Acabo de informarles del cambio de dirección en la organización,
dudo que quieran meterse en una jodida guerra. No se fían, y tampoco los
culpo.
Bufo y ajusto mis gafas, clavando mi mirada en la suya.
―Sigue intentándolo. Por cierto, ¿conoces a alguien que tenga
experiencia con el blanqueo de capitales?
Alex frunce el ceño extrañado.
―Creí que de eso os encargabais Luna y tú.
―Sí, bueno… ―Me ajusto de nuevo las gafas―. Necesitamos algo de
ayuda extra.
―¿De qué tipo?
Me planteo contarle lo de la apertura de los clubes, sin embargo, decido
actuar con cautela. Después de lo que pasó con Gambo, no termino de
confiar del todo en nadie.
―Da igual, me las arreglaré. ―Frunce el ceño, pero no dice nada―.
Llama a tu hermano y habla con él, ¿quieres?
―Lo haré en algún momento, cuando esté lo bastante borracho como
para escuchar sus gilipolleces sin sufrir un aneurisma o algo así.
Sonrío y sacudo la cabeza de un lado a otro. Por más que Zarco lo
intente, jamás logrará que Alex sea uno más de nosotros. Tiene madera de
líder y no se someterá ante las órdenes de su hermano menor.
―Espero que tengas bastante comida porque venimos hambrientos.
―Claro. ―Se pone en pie y espera a que yo haga lo mismo―. ¿Cuántos
sois?
―Dos hombres, mi esposa y yo. ―Se me queda mirando y esboza una
sonrisa petulante.
―¿Tu esposa? ―Asiento, y Alex coloca su mano en mi hombro mientras
caminamos hacia la salida―. Dime que al menos la chupa bien.
―Alex ―siseo a modo de advertencia.
Suelta una carcajada y abre la puerta para que pueda salir.
―Vamos, algún beneficio tendrás que haber sacado de toda esa mierda,
¿no?
Decido ignorarlo y caminamos a la par hasta el salón principal. Conozco
esta casa como la palma de mi mano. Crecí aquí, todos lo hicimos. No
puedo decir que todos mis recuerdos son malos. ¿Hay algunos que
preferiría olvidar? Por supuesto, sin embargo, en este lugar también conocí
a los que se han convertido en mi familia: Zarco, Luna, Oscar, Beni… No
los cambiaría por nada.
Avanzamos por el pasillo y desvío la mirada hacia la puerta del sótano.
No puedo evitar recordar lo que sucedía ahí abajo. Odio ese sitio con todas
mis fuerzas. Alex parece notar mi inquietud. Vuelve a poner su mano sobre
mi hombro y le da un pequeño apretón. No dice nada al respecto, y se lo
agradezco. No estoy orgulloso de lo que hice. Jamás lo estaré, pero es algo
con lo que he aprendido a lidiar. Si el infierno existe, yo ya tengo una jodida
habitación con vistas reservada para toda la eternidad.
Capítulo 13
Ness

Pablo me guía al interior de la enorme casa de planta baja. Ya he estado


aquí antes, aunque no reconozco ninguna de las estancias por las que
pasamos. «Bienvenidas a la sala del pecado, preciosas». El recuerdo de ese
lugar me produce escalofríos. Me subo el cuello del abrigo y sigo
caminando junto a Pablo. Él cojea con cada paso que da, pero no se detiene
hasta que llegamos a una enorme sala de estar con dos sofás en los que
podría sentarse todo un equipo de fútbol.
―Esperaremos aquí a Lagos ―me informa.
Asiento, y por un instante casi me siento culpable por haberle hecho creer
que era una limpiadora cuando nos conocimos. Es posible que haya tenido
problemas por mi culpa. Estoy a punto de preguntarle cuando un hombre
entra en la sala y se nos queda mirando. Respiro aliviada al darme cuenta de
que no es Alex. Sin embargo, sé que no tardaré en tener que enfrentarme a
él y descubrir si mi tapadera es sólida o no. Si me reconoce, todo habrá
acabado.
―¿Quién demonios sois vosotros? ―inquiere el recién llegado. Se
acerca más y dirige su mirada a mí antes de pasar a Pablo―. He hecho una
pregunta ―sisea, frunciendo el ceño.
―Venimos con Lagos ―responde Pablo sin inmutarse.
Parece sorprendido. Su rostro, de piel oscura, cambia a una expresión
más relajada y da un paso más en mi dirección.
―Lagos está aquí ―susurra. No es una pregunta―. ¿Ha traído un
regalo? ―Por la forma en la que me repasa con la mirada, no dudo de que
se refiere a mí.
Estira su mano para intentar tocarme. Mi intención es retroceder, pero
antes de que pueda hacerlo, Pablo se adelanta un paso, me empuja
levemente hacia atrás y me cubre con su cuerpo.
―No creo que quiera tocar a la esposa de Lagos sin su permiso
―masculla Pablo en un tono poco amigable.
Por encima de su hombro, puedo ver como el tipo, que aún no se ha
presentado, arquea una ceja con sorpresa y asiente con la cabeza.
―Lo he entendido. Tranquilo. ―Hace un gesto con la mano y Pablo da
un paso al costado. Me mira a mí y esboza una sonrisa encantadora―. Mis
disculpas. La mujer de un amigo no se toca, a no ser que ella lo pida, por
supuesto. ―Vuelve a reír, y estira su mano hacia mí―. Soy Rai.
―Ness ―respondo, aunque no hago amago de coger su mano.
Parece tener intención de decir algo más, sin embargo, la irrupción de
Lagos en la sala de estar hace que se gire de golpe. Aprieto los puños con
fuerza al reconocer al hombre que lo sigue: alto, de hombros anchos, brazos
fuertes, cabello oscuro a juego con la barba corta que le cubre la mandíbula
afilada y tatuajes por todas partes. Alex no ha cambiado nada. Sigue siendo
el mismo hijo de perra atractivo y, por la forma en la que camina, no ha
perdido ni un ápice de confianza en sí mismo.
En cuanto su mirada se posa sobre mí, contengo el aliento y dejo que mi
melena negra cubra parte de mi rostro. Achina los ojos y se detiene. Ladea
la cabeza despacio mientras me sigue observando.
―Te presento a Ness, mi esposa ―dice Lagos.
―Ness ―repite Alex sin dejar de mirarme con fijeza―. ¿Nos hemos
visto antes? Tu rostro me resulta familiar.
«Vamos, Vanessa. Este es el momento. Tienes que hacer la mejor
actuación de toda tu puta vida». «Un farol». La voz de Viktor resuena en mi
cabeza.
Alzo la barbilla, dejando mi cara al descubierto, y niego con la cabeza.
―No lo creo ―afirmo. Me adelanto un paso y estiro mi brazo a modo de
saludo―. Encantada de conocerte.
Parece titubear. Se queda muy quieto unos segundos, y entonces agarra
mi mano y le da un apretón sutil.
―Igualmente ―susurra, y sacude la cabeza de un lado a otro. Nada más
acercarme he notado el aroma a alcohol en su aliento. Sus ojos están
enrojecidos y vidriosos. Aparta su mirada de mí y le da un manotazo en el
hombro a Lagos―. Vamos a cenar.
Asiente y después saluda a Rai con un apretón de manos.
―No te vi por aquí el día del asalto ―menciona Lagos en español.
Rai chasquea la lengua y niega con la cabeza.
―Estaba fuera del país ocupándome de un asunto de Alex. ―Mira al
mencionado y este asiente―. Siento haberme perdido la fiesta.
Mi marido cabecea una vez de manera afirmativa y, tras hacer un gesto
con su mano en mi dirección, me guía por la casa hasta que llegamos a un
comedor enorme. La mesa es ovalada y de madera maciza. Lagos retira mi
silla de respaldo alto y espera a que yo tome asiento antes de hacerlo a mi
lado. No voy a decir que me sorprende el gesto. El poco tiempo que hemos
pasado juntos no ha dejado de tener ese tipo de detalles. Abre la puerta para
mí, tira de la silla… Se comporta como un verdadero caballero, aunque no
estoy del todo segura de si esa es su verdadera personalidad o solo está muy
metido en su papel de esposo perfecto.
Apenas soy capaz de probar un par de bocados de la cena. Intento
aparentar calma y tranquilidad, sin embargo, por dentro se me acumulan los
nervios y la preocupación. Alex me mira de reojo de vez en cuando
mientras habla con Lagos y Rai. Hablan en español y ni siquiera se
molestan en hacerme partícipe de la conversación. Permanezco en silencio
y trato de pasar desapercibida. No obstante, tengo la sensación de estar
siendo observada con lupa por Alex.
―¿No te gusta la carne? ―pregunta, girándose medio cuerpo hacia mí
cuando una sirvienta recoge mi plato prácticamente lleno.
―No tengo demasiado apetito ―respondo, y fuerzo una sonrisa sutil.
Alex se recuesta en su asiento en el cabecero de la mesa, se pone un
cigarrillo entre los labios, lo enciende y le da una calada sin dejar de
mirarme.
―Es curioso, si no hubiese rechazado la oferta de mi hermano, ahora
estarías casada conmigo.
Lo supuse. Yo estaba presente cuando Bailey llamó a mi hermano para
pedir ayuda. Mijaíl le ofreció su apoyo a cambio de entrar en el negocio de
los diamantes, sin embargo, mientras él cerraba el acuerdo, yo vi la
oportunidad perfecta para acercarme al entorno de Zarco, así que le pedí a
Milena que intercediera y que incluyera en el trato un matrimonio para
garantizar la lealtad del Clan Z. No entendieron mis motivos, pero tampoco
hicieron demasiadas preguntas. Supe que no lo harían. Mijaíl y Milena aún
se sienten culpables de lo que me ocurrió, y eso es algo que yo he sabido
usar a mi favor. Cuando Bailey aceptó la propuesta, supe que corría el
riesgo de acabar casada con Alex, al fin y al cabo, es el hermano mayor de
Zarco. Mi plan podría haber fracasado incluso antes de tener la oportunidad
de ponerlo en práctica; al menos, debía intentarlo.
―Por suerte, te negaste ―mascullo.
Alex estrecha su mirada sobre mí y le da una nueva calada a su cigarrillo.
―¿No crees que podría ser un buen marido para ti? ―inquiere. No se me
escapa el deje mordaz y burlón en su tono.
―Alex… ―sisea Lagos a modo de advertencia.
Tras tomar una gran bocanada de aire de manera disimulada, enderezo la
espalda y alzo la barbilla desafiante. Giro la cabeza y busco la mirada de
Lagos. Mi mano se mueve por encima de la mesa y entrelazo mis dedos con
los suyos.
―Los prefiero rubios ―susurro, estirando mi sonrisa.
Lagos parece sorprendido por mi afirmación, aunque enseguida se da
cuenta de que solo estoy cumpliendo con mi parte del trato. Lo que él no
sabe es que lo hago también para desviar la atención de Alex a un lugar más
seguro para mí. Coge mi mano, y para mi sorpresa, se la lleva a la boca y
deposita un beso fugaz en el dorso. Sus labios se sienten suaves y calientes
sobre mi piel, y noto una especie de escalofrío recorriéndome la espalda,
aunque la sensación no dura demasiado ya que Alex no tarda en llamar
nuestra atención con una carcajada profunda.
―¡¿Quién lo iba a decir?! Resulta que vais a convertiros en la jodida
pareja del año, y eso que acabáis de conoceros.
―No creo que eso sea asunto tuyo ―escupe Lagos, lanzándole una
mirada poco amistosa.
―Me alegra que no lo sea. ―Se mueve para rellenar su copa de vino
tinto y se la bebe en un par de tragos.
―Estoy agotada ―anuncio, y vuelvo a mirar a mi marido.
Se pone en pie enseguida y retira mi silla mientras me levanto. Alex no
nos pierde de vista.
―¿Ya os vais a dormir? Aún es temprano.
―Volveremos a casa a primera hora de la mañana ―informa Lagos―.
¿Dónde nos quedamos?
Alex resopla, y tras apagar su cigarrillo, suspira y niega con la cabeza.
―En tu antiguo dormitorio. ¿Te parece bien? ―Lagos asiente.
«¿Antiguo dormitorio? ¿Lagos vivió en esta casa? ¿Sabía lo que ocurría
en la sala del pecado?». Las preguntas se quedan atascadas en mi garganta.
No puedo soltarlas sin más. Necesito que confíe en mí. Tal vez esté
buscando en el lugar equivocado. Es posible que el hombre con el que me
he casado tenga todas las respuestas que necesito.
Capítulo 14
Lagos

Al entrar en la habitación de mi infancia, siento como si el tiempo no


hubiese pasado. Los recuerdos acuden a mi mente como una cascada de
agua imparable y frenética, en especial los de la última noche que pasé aquí,
justo antes de que huyéramos. Tenía diecinueve años, y no puedo decir que
fuese feliz.
―¿Estás bien? ―inquiere Ness.
Sacudo la cabeza para centrarme en el ahora, aquí, en este dormitorio con
mi esposa. Ha estado actuando de forma extraña desde que llegamos a la
finca. No la conozco demasiado, pero sé que hay algo raro en ella. No creo
estar exagerando.
―Quiero darme una ducha y dormir algunas horas antes de volver a casa
―farfullo. Me siento en el borde de la cama y empiezo a desabrocharme las
botas.
Ness sigue junto a la puerta, observándome en silencio. Pateo el calzado
y me pongo en pie mientras me quito la camiseta por la cabeza.
―Eh… ―Giro la cabeza en su dirección y la pillo mirando mi pecho con
los ojos muy abiertos. Enseguida aparta la vista y carraspea antes de seguir
hablando―. ¿Vamos a dormir juntos? ―Asiento―. Creí que… Bueno,
dijiste…
―Sé lo que dije. ―Lanzo la camiseta sobre la cama, y tras quitarme las
gafas, las dejo sobre la mesita de noche―. Solo vamos a compartir cama,
Ness.
―Supongo que tenemos que seguir fingiendo ante Alex y sus hombres
―masculla.
―No es solo eso. ―Desabrocho mi cinturón y después los botones de los
pantalones. Estoy a punto de bajarlos, pero soy consciente de que eso tal
vez la haría sentir incómoda ya que nunca uso ropa interior―. Prefiero
tenerte vigilada mientras estemos aquí.
―¿Vigilada? ―pregunta, arqueando una ceja.
―Sí. ―Abro la pequeña maleta que he traído, y tras rebuscar en el
interior, saco un pantalón de algodón y me lo cuelgo del hombro. Me giro y
coloco las manos en las caderas―. No conozco a la mayoría de los hombres
que duermen bajo este techo. Sé que Alex no se atrevería a tocarte y Rai es
un cobarde, siempre lo ha sido, sin embargo, entre todos esos tipos puede
haber violadores, asesinos o verdaderos pirados. ―Me encojo de hombros y
ella frunce el ceño.
―¿Corro peligro?
―Estarás a salvo conmigo, te lo aseguro ―me apresuro a contestar―.
¿Quieres usar el baño primero? ―Señalo la puerta y ella niega con la
cabeza―. Bien. No tardaré.
Abandono la habitación y, tras cerrar la puerta del baño, un nuevo
aluvión de recuerdos acude a mi mente. La última vez que pisé esta estancia
fue justo cuando mi vida cambió para siempre. Inspiro profundo y dejo que
las imágenes de esa noche se fundan con la realidad del presente.
Las gotas de agua caliente golpean mi rostro. Miro hacia abajo y
compruebo que el suelo de la ducha está teñido de rojo. Odio esto. Siempre
he evitado usar la violencia, pero ese maldito hijo de puta… Bufo con
fuerza y pego la frente a los azulejos helados. El cambio de temperatura me
reconforta un poco, al menos hasta que vuelvo a pensar en lo que he
presenciado hace solo unas horas. Se supone que iba a ser una noche
tranquila, pero al llegar a ese almacén Oscar volvió a tener uno de sus
episodios. No debí dejar que me acompañara. Sabía que no estaba bien, sin
embargo, mi jodido padre me obligó, y yo… Hago una mueca de dolor
cuando mis ya magullados nudillos golpean la pared de azulejos. Si no
salgo de esta mierda de sitio terminaré perdiendo la cabeza, igual que
Oscar.
Tras pasar más de una hora en la ducha, salgo del baño y me visto con
ropa cómoda. Estoy a punto de meterme en la cama cuando la puerta de mi
dormitorio se abre y entra Gabriel con gesto de preocupación.
―¡¿Qué mierda le ha pasado a Oscar?! ―exclama, aunque no levanta
la voz.
―Tuve que pararlo ―respondo, hundiendo los dedos en mi pelo―. Casi
nos mata a todos.
Resopla con fuerza y da un par de vueltas en círculos antes de detenerse
y clavar su mirada en la mía.
―Larguémonos de aquí.
―¿Qué? ―inquiero confuso―. ¿Qué quieres decir con eso?
―Ya me has escuchado. Oscar está perdiendo la poca cordura que le
queda, y Luna… ―Aprieta los dientes y niega con la cabeza.
―¿Qué le ocurre a Luna? ―pregunto, frunciendo el ceño.
―La llevaron al sótano esta tarde y aún no ha salido de allí.
Sacudo la cabeza de un lado a otro mientras trago el nudo de angustia
que se ha instalado en mi garganta. Tropiezo con mis propios pies y me
dejo caer sobre la cama. «Maldita sea, Luna no. Estar en el sótano la
destruirá».
―Vendrán a por nosotros ―mascullo tras exhalar con fuerza.
―Los estaremos esperando. Prefiero morir ahí fuera, luchando por ser
yo mismo, que convertirme en el perro faldero de mi padre. ―Gabriel me
mira con la mandíbula tensa y los dientes apretados―. Es tu decisión,
Lagos. Si quieres quedarte lo entiendo, pero…
―Voy contigo ―digo interrumpiéndolo.
Asiente y vuelve a bufar.
―¿Crees que Oscar está en condiciones de razonar?
―Hace una hora lo dejé en su habitación medio dormido. No estaba
bien, pero al menos era consciente de lo que lo rodeaba.
―Ve a por él. Yo cogeré a Luna y saldremos de este infierno ahora
mismo.
―¿Y los demás?
―Beni se viene con nosotros.
―¿Y Alex?
Suspira y se encoge de hombros.
―Le preguntaré y que él tome su decisión. Te veo en la cochera en
media hora. ―Se acerca y me sujeta por la nuca con una mano―. Se
acabó, hermano. A partir de hoy, solo nosotros seremos dueños de nuestro
destino.
Dejo que se vaya y enseguida me pongo en marcha. Recojo solo unas
pocas cosas en mi mochila y paso por el dormitorio de Oscar. Lo encuentro
sentado sobre la cama, hablando solo y con la mirada perdida. Cuando
está así, logra ponerme los pelos de punta el hijo de perra. Por suerte,
parece tranquilo, no como hace unas horas. En su rostro empiezan a
aparecer varios cardenales por los puñetazos que yo mismo le propiné. No
se resiste cuando le pido que me acompañe, aunque tampoco parece tener
intención de colaborar, de modo que solo tiro de él y lo arrastro por toda la
casa. Al llegar a la cochera, escojo el todoterreno de siete plazas que
acostumbra a usar mi padre y meto a Oscar en la parte trasera.
Me siento al volante y aguardo a que Gabriel aparezca. Lo hace antes de
lo esperado. Trae a Luna en brazos, está cubierta por una manta y parece
inconsciente. Beni ayuda a su hermano a meterla atrás a pesar de su gesto
asustado. Solo es un crío. Oscar parece recuperar la conciencia durante
unos segundos. Lleva a Luna a su regazo y empieza a murmurar algunas
palabras en voz baja mientras acaricia su rostro magullado.
«¿Qué demonios le han hecho?», quiero preguntar, sin embargo, ya
conozco la respuesta.
―¿Alex? ―inquiero en cuanto Gabriel y Beni suben al todoterreno.
Gabriel bufa con fuerza y niega con la cabeza.
―Él y Angy se quedan.
―Pero…
―Ellos lo han decidido así, Lagos ―farfulla cabreado―. Arranca de
una vez, antes de que alguien nos pille.
Respiro hondo y enciendo el motor. Tras maniobrar, me dirijo a la salida
de la cochera. Ya casi estamos fuera cuando la sombra de alguien se cruza
frente a nosotros. Freno de golpe y Oscar masculla una maldición. Apenas
tengo tiempo de echar un vistazo por el espejo retrovisor y comprobar que
su mirada asesina está clavada en el parabrisas delantero cuando noto
como Gabriel saca su arma.
―Es Gamboa ―sisea entre dientes.
Intento mantener la calma. Gambo no creció con nosotros, aunque ya
hace más tres años que se mudó a la finca junto a un grupo de hombres. Es
un buen tipo, al menos eso me parece. Tampoco es que haya tenido
demasiado contacto con él.
Le hago un gesto a mi amigo para que mantenga la calma y bajo la
ventanilla al ver que Gambo se acerca.
―¿A dónde vais? ―pregunta, echando un vistazo a la parte trasera del
vehículo por encima de mi hombro.
Antes de que pueda contestar, Gabriel lo apunta con la pistola.
―Cierra la puta boca si no quieres terminar con un agujero en la frente.
¡Maldición! ¿Por qué no puede, por una vez, dejar que yo solucione las
cosas a mi manera? Esos arrebatos van a conseguir matarnos más pronto
que tarde.
―Nos largamos ―explico con la mandíbula tensa y apretando el volante
con fuerza.
―¿A dónde? ―Gambo parece asustado, pero no retrocede―. ¿Qué
mierda le ha pasado a Luna?
―El sótano ―respondo. No necesito decir nada más. Él sabe lo que
ocurre allí.
―Joder ―susurra, y niega con la cabeza―. ¿Se pondrá bien?
―Eso espero. Ahora necesito que entres en el vehículo o te apartes,
Gambo. Vamos a salir de este lugar.
―Lo mataré ―sisea Gabriel, y tira del percutor de su pistola.
―¡Eh! No hace falta usar la violencia. ―Gambo levanta ambas manos y
resopla con fuerza―. Me voy con vosotros.
―Entonces sube de una puta vez ―masculla Gabriel entre dientes.
Lo hace de inmediato y piso el acelerador a fondo. Mientras abandono el
lugar donde nací y crecí, no echo la mirada atrás. Me da igual lo que se
queda. No hay nada que vaya a echar de menos de este infierno.
Capítulo 15
Lagos

Apenas he logrado volver a la realidad mientras me duchaba, y al salir del


baño aún siento como si estuviese atrapado en un bucle infinito. Todo
cambió después de esa noche. Llegué a pensar que jamás volvería a esta
casa, pero no fue así, regresamos casi quince años después y con un jodido
ejército de hombres armados. Matamos a Urriaga, mi padre también perdió
la vida; de alguna manera cerramos el círculo, y, sin embargo, tengo la
sensación de que aún sigo atrapado en este infierno.
―¿Has terminado? ―Me sobresalto y doy un respingo al escuchar la voz
de Ness. Estaba tan perdido en mis propios pensamientos que había
olvidado que ella estaba en el dormitorio.
―Eh… Sí, todo tuyo. ―Señalo la puerta del baño con el pulgar sobre mi
hombro.
Doy un par de pasos y piso lo que parece ser un zapato. Apenas soy
consciente de que, en realidad, son mis propias botas antes de tropezar y
caer de bruces. Por eso nunca dejo las cosas tiradas. Aún algo aturdido, me
pongo en pie a toda prisa y echo un vistazo en dirección a Ness. Sigue
sentada en el borde de la cama, me mira con los ojos muy abiertos por la
sorpresa.
―¿Estás bien? ―pregunta.
Asiento, y noto como el calor sube por mi cuello hasta mis mejillas. Ness
aprieta los labios con fuerza. Creo que está intentando no reír.
―He tropezado ―mascullo, rascándome la nuca.
―Ya lo he visto. ―Una de sus comisuras se estira, y de pronto suelta una
carcajada. La miro sorprendido. Su risa es ronca y muy poco femenina, sin
embargo, resulta encantadora. Una sensación extraña me recorre la espalda
y soy incapaz de apartar la mirada mientras ella se sujeta el estómago y
sigue riendo a todo pulmón―. Lo siento ―dice, y vuelve a reír.
Observo su rostro. Un hoyuelo asoma en su barbilla. Si seria es una
mujer preciosa, así, relajada y sonriente, resulta arrebatadoramente bella.
―¿En serio? ―A mí también se me escapa la sonrisa. Me acerco a ella,
negando con la cabeza―. Podría haberme partido la cabeza.
Ness toma aire y parece tranquilizarse un poco antes de hablar, aunque
sus ojos siguen brillantes de diversión.
―Estás bien, ¿no? ―Asiento de nuevo―. Es que ha sido demasiado
cómico.
Niego con la cabeza y me cruzo de brazos. Su sonrisa se esfuma y soy
consciente de su escrutinio. Solo tengo puesto un pantalón flojo de algodón,
aunque ella aún está vestida de pies a cabeza. No obstante, me siento como
si ambos estuviésemos completamente desnudos. Es algo extraño, como
una especie de tensión o electricidad que flota en el ambiente y me
envuelve por completo. Ness se estremece y aparta la mirada, carraspeando.
―Voy a ducharme ―susurra con voz grave, no sé si por el ataque de risa
o por algún otro motivo.
Me hago a un lado para que pueda pasar, y en cuanto la puerta del baño
se cierra suelto todo el aire que ni siquiera sabía que estaba conteniendo.
―¿Qué demonios te pasa, idiota? ―me pregunto a mí mismo.
Chasqueo la lengua y me dejo caer sobre la cama. Sé con exactitud lo que
me ocurre. Llevo demasiado tiempo sin sexo. No soy como Zarco, Oscar o
Beni, ellos aprovechan cualquier oportunidad para follar con quien se les
ponga a tiro. Mi caso es distinto. Tuve tanto de eso durante mi adolescencia
que terminé aborreciéndolo. Ahora solo me desfogo en contadas ocasiones,
cuando mis compañeros me obligan a acompañarlos a algún club nocturno.
Lo prefiero así, sin complicaciones, una hora de placer a cambio de un par
de cientos de dólares. Desde que Bailey apareció no ha habido nada de eso
para ninguno de nosotros. Zarco es un cabronazo, pero fiel. Jamás la
engañaría. Beni no está pasando por su mejor momento, y Oscar… Bueno,
hemos estado demasiado ocupados con toda la mierda que nos ha caído
encima como para pensar en divertirnos, no obstante, ya va siendo hora de
hacerlo. Necesito relajarme y dejar de pensar en Bailey o, en su defecto, en
mi propia esposa.

Ness
Salgo del baño aún algo acalorada. No sé por qué mi cuerpo ha
reaccionado de esa manera al ver a Lagos sin camiseta. Vale, sí, es un
pedazo de hombre. Jamás imaginé que bajo la ropa de bibliotecario
aburrido se escondieran esos músculos cubiertos por tatuajes. ¡Ni siquiera
me gustan los tatuajes! Resoplo por dentro y ruedo los ojos, evitando su
mirada. No es habitual en mí sentir atracción por… Bueno, por nadie en
realidad. En las pocas ocasiones que de verdad deseé estar con un hombre
fue esa época en la que salí con Gavrel Karaj, el socio de mi hermano, y al
final la cosa no acabó bien.
Mientras me dirijo a la cama, le doy pequeños tirones a mi camiseta
larga, la que uso a menudo para dormir. No esperaba tener que compartir
dormitorio con mi marido, por lo que metí en la maleta ropa cómoda. El
problema es que la camiseta es de manga corta y solo me cubre hasta la
mitad de los muslos, por lo tanto, deja al descubierto demasiada piel repleta
de cicatrices.
Inspiro hondo y me dirijo a la cama. Soy muy consciente de su mirada
sobre mí, me persigue en cada movimiento que hago. Lagos está tumbado
boca arriba por encima de la ropa de cama. Yo la aparto y me acuesto de
lado, dándole la espalda.
―Buenas noches ―susurro.
No contesta. Solo escucho su respiración pesada justo detrás de mí. Tras
varios minutos de silencio, su voz llega a mis oídos en forma de susurro.
―Algún día vas a tener que contarme quién fue el hijo de puta que te
marcó de esa forma.
Abro los ojos de golpe y contengo el aliento.
―¿Qué importa quién fue? ―inquiero con un hilo de voz.
―A mí me importa. Juro que lo mataré. ―Bufa, y escucho el inequívoco
sonido que produce el roce de sus dedos contra su cabello―. Mejor aún,
dejaré que Oscar se encargue.
―Tal vez ya esté muerto, o haya sido más de un hijo de puta.
―Los cazaré a todos ―masculla, creo que para sí mismo.
―¿Por qué harías eso?
―Porque puedo y porque quiero ―responde, y escucharlo hablar con
tanta seguridad me provoca una especie de burbujeo en la boca del
estómago.
Respiro hondo por la nariz y vuelvo a cerrar los ojos.
―Buenas noches, Lagos ―repito.
―Buenas noches, Ness. ―Noto un leve roce en mi nuca, es tan fugaz
que, por un instante, creo haberlo imaginado. Escucho como Lagos se
mueve, y poco después el cansancio me vence y caigo en un sueño pesado y
satisfactorio.
Capítulo 16
Lagos

Intento zafarme de las manos que me sujetan y me empujan escaleras abajo.


No quiero ir ahí. He visto lo que hacen Urriaga, Sandoval, mi padre y
algunos de sus hombres cuando bajan al sótano. Es horrible.
―Papá… ―empiezo a decir cuando llegamos abajo.
―¡Cállate! ―ordena. Aprieto los dientes y tenso la mandíbula, pero
obedezco. Si no lo hago, solo empeoraré las cosas―. No voy a permitir que
sigan burlándose de mi hijo. Ahora mismo vas a acallar todos los rumores.
―¿Qué rumores? ―inquiero.
La mirada amenazante que me lanza casi hace que me cague en los
pantalones. Puedo con él. Estoy casi seguro. A pesar de solo tener quince
años, soy lo bastante fuerte como para derribarlo, pero ¿quiero hacerlo?
¿Cuáles serán las consecuencias? ¿Mi propio padre será capaz de matarme
si me rebelo contra él? Lo miro durante unos instantes y me doy cuenta de
que conozco la respuesta a todas esas preguntas. No le temblará el pulso
mientras me revienta la cabeza de un disparo. Se acerca y me sujeta de la
nuca con una mano.
―Los chicos hablan, Arturo. ¿De verdad creíste que no iba a enterarme?
Nadie volverá a decir que mi hijo es un desviado. ―Me suelta y se frota la
barba rubia mientras resopla con fuerza―. No vas a salir de aquí hasta
que me demuestres que eres un hombre de verdad.
Me despierto sobresaltado y tardo unos segundos en ubicarme. Sigo
tumbado boca arriba sobre la cama de mi infancia. El sol aún no ha salido,
pero hay bastante luz en el dormitorio para que pueda ver a Ness a mi lado,
parece estar profundamente dormida. Hundo los dedos en mi pelo y resoplo
con fuerza. Es esta maldita casa la que me altera. Seré feliz si no tengo que
volver a pisarla nunca más.
Escucho un murmuro, una especie de quejido ronco, y me quedo inmóvil.
Ness se gira y sigue durmiendo, sin embargo, el movimiento brusco ha
hecho que la colcha se deslice hacia sus pies y la camiseta ancha que usa a
modo de pijama se suba casi hasta la cintura, dejando sus piernas al
descubierto. De manera inevitable, mi mirada va a parar a sus muslos
desnudos. Su piel es clara y parece muy suave, a pesar de estar cubierta por
pequeñas cicatrices. Algunas parecen cortes y otras son redondas, de menos
de un centímetro de diámetro. ¿Quemaduras de cigarrillo? ¡Santo Cristo!
¿Quién ha podido cometer semejante salvajada? ¿Qué esconde esta chica?
Y lo más importante, ¿por qué siento la necesidad de acabar con la vida de
quien sea que la haya marcado de manera tan horrenda?
Respiro profundo y me estiro para recoger la colcha. Mi intención es
cubrirla con ella y apartarme. No obstante, antes de que pueda ser
consciente de lo que estoy haciendo, mi mano ya está tocando su rodilla.
Repaso con el dedo índice las líneas de bordes irregulares de varias
cicatrices y sigo ascendiendo por la parte externa de su muslo. Contengo el
aliento cuando noto la rugosidad de lo que parecen ser un par de
quemaduras más grandes y, por algún motivo que soy incapaz de
comprender, mi polla decide que es un buen momento para tensarse.
«¡Aparta la jodida mano, Lagos! ¡Esto no está bien!».
Exhalo despacio y hago caso a la voz de mi conciencia. No soy de los
que se aprovecha de una mujer vulnerable, y mucho menos sin que ella esté
consciente. Tiro de la colcha y cubro su desnudez antes de volver a mi
posición boca arriba sobre el colchón. Intento dormir, de verdad que lo
hago, pero me siento demasiado inquieto como para conciliar el sueño. La
forma en la que mi erección se eleva, creando un enorme bulto en mi
entrepierna, tampoco ayuda demasiado a llevar a cabo mi tarea.
Me mantengo en la misma posición durante casi una hora, y entonces
Ness vuelve a murmurar algo en sueños. La miro mientras duerme. Parece
estar teniendo una pesadilla.
―Bruno ―susurra, y su rostro se contrae con una mueca de dolor.
¿Bruno? ¿Quién demonios es Bruno? ¿Un amante tal vez? ¿El hijo de
puta que le hizo esas cicatrices? Se endereza de golpe con los ojos muy
abiertos y respira de manera atropellada mientras la observo en silencio.
Tras unos segundos, deja caer de nuevo la cabeza sobre la almohada y
suspira con fuerza.
―¿Estás bien? ―pregunto en un susurro.
Da un respingo y me mira como si acabara de recordar que estoy a su
lado.
―Sí ―responde, y sacude la cabeza de un lado a otro―. Una pesadilla.
―Asiento y clavo la mirada en el techo mientras intento disimular mi
evidente erección flexionando una pierna―. ¿Por qué no duermes?
―Una pesadilla ―digo, y me atrevo a mirarla de reojo.
No hace preguntas al respecto, y yo tampoco le doy más explicaciones.
Durante varios minutos permanecemos en un silencio extrañamente
agradable y cómodo. Quiero saber más sobre ella. Necesito que me diga
qué es lo que oculta, por qué motivo insistió tanto su hermano en casarla
con uno de los nuestros, no obstante, decido no presionarla. Si es como yo
creo que es, se cerrará en banda si la presiono. No, debo ganarme su
confianza antes.
―¿Creciste aquí? ―pregunta tras varios minutos más en absoluto
silencio.
Giro la cabeza en su dirección y asiento.
―Viví en esta casa hasta que me marché con veinte años ―contesto.
Achina los ojos, como si estuviese pensando en el dato que acabo de
darle, y, de pronto, noto como sus músculos se relajan. Inspira profundo y
me mira directo a los ojos.
―No fue una infancia agradable, ¿verdad? ―Niego con la cabeza y
exhalo con fuerza mientras hundo los dedos en mi pelo.
Sus ojos siguen mi movimiento, y por un instante… Me detengo y
contengo el aliento. ¿Es deseo lo que percibo en su mirada? Dura solo un
instante. Enseguida sacude la cabeza y toma una gran bocanada.
―¿La tuya? ―me atrevo a preguntar.
―Una reverenda mierda ―responde de inmediato.
No soy capaz de contener la carcajada que sale de mi boca. Ness alza la
cabeza y hunde el codo en el colchón, sosteniendo su sien. Mi risa se corta
del golpe al darme cuenta de que está sonriendo, y no una de esas sonrisas
falsas que esboza de vez en cuando, no, esta es de verdad.
―¿A qué viene tanta diversión?
―¿Qué…? ―Trago saliva con fuerza y me obligo a dejar de mirarla
embobado. Creo que se me han fundido un par de neuronas al verla sonreír,
aunque no entiendo muy bien el motivo―. Eh… ―Carraspeo y niego con
la cabeza―. Estaba pensando que al final no vamos a ser un matrimonio tan
espantoso.
―¿No? ―inquiere, arqueando una ceja, y juro que mi polla da un jodido
respingo en respuesta a ese gesto tan espontáneo.
«Mierda, Lagos. Tienes que hacer algo con tu libido». Me cubro un poco
más para que no lo note.
―Tenemos en común una infancia de mierda. Es algo, ¿verdad?
Sus comisuras se estiran más y siento el impulso de abalanzarme sobre
ella y besarla. «¿Me he vuelto loco? Empiezo a pensar que sí». Antes de
hacer alguna estupidez, me pongo en pie de un salto y le doy la espalda.
―¿Qué ocurre? ―la escucho preguntar, pero no me giro.
Tengo que salir de este dormitorio. «Y echar un polvo». Sí, eso también,
pero no con Ness. Prometí no tocarla. Mi voz suena extraña cuando
contesto, algo ronca.
―Iré a dar un paseo para recuperar el sueño. ―Me pongo las gafas y me
enfundo una camiseta antes de empezar a andar, siempre con cuidado de
ocultar la notable erección que apunta hacia arriba entre mis piernas―.
Cierra la puerta cuando salga y no le abras a nadie. Estaré cerca.
Tropiezo de nuevo con las botas y suelto una maldición, aunque
enseguida recupero el paso y sigo avanzando hacia la salida. No pierdo el
tiempo en calzarme.
―¿Y cómo vas a entrar cuando vuelvas? ―pregunta cuando ya estoy
girando la manilla.
«No voy a volver», pienso, pero no lo verbalizo. Solo abro la puerta y
salgo del dormitorio a toda prisa.
Capítulo 17
Ness

Resoplo al ver que Lagos sale del dormitorio como si lo estuviese


persiguiendo un enjambre de abejas furiosas. Mentiría si dijese que no sé
por qué huye de mí. Noté cómo me miraba. Por un segundo, incluso creí
que iba a besarme. Lo que de verdad me intriga es no saber cómo habría
reaccionado yo si lo hubiese hecho. Por suerte, no tuve que llegar a pensarlo
siquiera, y eso solo confirma la conclusión a la que llegué tras nuestra corta
conversación. Lagos no es un mal tipo. He conocido a demasiados cabrones
retorcidos como para reconocer uno si lo tengo delante. ¿Es un criminal? Sí.
¿Un asesino? Lo más probable, pero respeta a las mujeres, me respeta a mí.
Pudo haber tomado lo que le pertenece. Soy su esposa, y los hombres como
él, que han crecido en este ambiente de violencia, patriarcado y machismo,
no conocen el significado de la palabra «no». Cualquier otro en su lugar se
hubiese aprovechado de la situación, no obstante, él no lo hizo, y solo por
eso se ha ganado un poco de mi confianza. Tampoco es que pretenda
contarle mis secretos. Tal vez debería. Nadie mejor que él para ayudarme a
encontrar lo que busco, sin embargo, sé que esa situación lo pondría en un
aprieto con Zarco, y de él sigo sin fiarme. ¿Lagos sería capaz de traicionar a
su amigo para ayudarme? Lo dudo.
Me levanto, y tras cerrar la puerta por dentro, regreso a la cama e intento
seguir durmiendo, sin embargo, soy consciente de que no voy a lograr pegar
ojo. Me siento demasiado inquieta. No sé si se debe a la pesadilla que me
despertó o a la sensación extraña que se instaló en la boca de mi estómago
cuando escuché su risa, grave y genuina. Se le veía tan relajado con el pelo
revuelto, la cabeza echada hacia atrás y los ojos brillantes de diversión que,
por un instante… Sacudo la cabeza de un lado a otro y bufo con fuerza.
«Céntrate, Ness. No has venido hasta aquí para esto», me recuerdo a mí
misma.
Necesito buscar la manera de moverme por la casa sin levantar
sospechas. No dispongo de demasiado tiempo. Pronto volveremos a Estados
Unidos y habré perdido la oportunidad de encontrar al menos una pista que
me lleve a ella. «La mano no está perdida hasta que tu oponente te obliga a
mostrar las cartas».

Lagos

Deambulo por la casa durante un buen rato. Vigilo el pasillo que da a mi


dormitorio por si a algún idiota se le ocurre intentar entrar. Dudo que nadie
se atreva a hacerlo. Además, estoy seguro de que Ness ha cerrado bien la
puerta. Estaba al otro lado cuando escuché el sonido del cerrojo.
El más absoluto silencio habita por cada estancia que paso, al menos es
así hasta que escucho un pequeño grito y después otro, pero más alto. Sigo
el sonido de lo que parece ser una discusión que se recrudece por segundos
y me detengo frente a la puerta cerrada de lo que antes era el dormitorio de
Alex. Supongo que sigue siéndolo, ya que la voz que sale de su interior es
la suya. Escucho un golpe, como de una bofetada, y un nuevo grito se hace
eco; es una mujer, y no parece estar pasándolo bien. Frunzo el ceño y, sin
pararme a pensarlo, abro la puerta de un tirón.
Abro los ojos hasta el nacimiento del pelo al ver lo que está sucediendo.
Alex tiene a la chica del despacho arrinconada contra una pared, ella está
desnuda mientras él la sujeta del cuello por detrás. En cuanto me escuchan,
Alex fija su mirada en mí y frunce el ceño. No lleva puesta la camiseta,
aunque, por suerte, conserva los pantalones.
―¡¿Qué mierda haces?! ―exclama cabreado.
Suelta a la chica y coge la botella a medio beber que hay sobre la cómoda
de madera oscura antes de venir hacia mí trastabillando. Está borracho, muy
borracho. Apenas consigue mantenerse de pie. Lo ignoro y doy un paso a
un lado para ver mejor a la mujer.
―¿Estás bien? ―le pregunto. Ella se gira sin molestarse en cubrir su
cuerpo desnudo. Puedo ver que, aparte de los tatuajes que le cubren los
brazos y el pecho, su piel está marcada en el cuello y también en la
mejilla―. ¿Qué demonios le has hecho? ―siseo entre dientes.
Alex ríe una vez y después chasquea los dedos mientras le da un trago
largo a la botella de tequila. La chica corre a su lado de inmediato, como un
perro fiel atendiendo a la llamada de su dueño. Él se pone a su espalda,
coloca la barbilla sobre uno de sus hombros y rodea su cintura con el brazo.
―No hago nada que ella no disfrute, ¿verdad? ―La chica no responde.
Alex desliza la mano por su torso y pellizca uno de sus pezones―. Habla
―ordena.
―Sí, señor.
Retrocedo un paso. Empiezo a arrepentirme de haber entrado en el
dormitorio.
―Bien, me voy ―mascullo, y me dispongo a darme la vuelta, pero antes
de que pueda hacerlo, Alex vuelve a hablar.
―¿No quieres pasar un buen rato con Sabina? ―Muerde su cuello y la
chica suelta un pequeño grito agudo, muy parecido al que escuché desde el
pasillo―. Adelante, Arturito. ―Alza la vista hacia mí mientras sus dedos
se hunden entre las piernas de la muchacha―. Es una buena chica. Hará
todo lo que le pidas.
―Paso ―respondo, negando con la cabeza.
Alex se aparta un poco y le da un nuevo trago a su botella antes de bufar
con fuerza.
―Yo también. ―Vuelve a chasquear los dedos y la tal Sabina lo mira
con fijeza―. Lárgate. Se me han quitado las ganas. ―La muchacha no
replica. Solo se dirige a la salida y se marcha, cerrando la puerta a su
espalda. Alex se deja caer sobre la cama y sigue bebiendo en silencio―. Me
estás juzgando con la mirada ―dice, con una sonrisa típica de borracho.
―¿Qué mierda te pasa? Tratas a esa chica como a un perro.
―Oh, a ella le gusta. ―Vuelve a sonreír y bebe de nuevo.
―¿Y eso de emborracharte hasta caer inconsciente? Porque ocurrirá en
cualquier momento, y dudo que sea algo de una sola vez. ¿Esto es lo que
haces aquí mientras se supone que estás trabajando?
La mirada que me lanza es de auténtica furia.
―No sabes una mierda de lo que pasa aquí, Arturito ―sisea entre
dientes.
―Sé lo que he visto. ―Hundo los dedos en mi pelo y sacudo la cabeza
de un lado a otro―. ¿Desde cuándo tratas así a las mujeres? Viste lo que
nuestros padres hacían y, aun así…
―¿Aun así disfruto doblegando a esas perras a mi antojo? ―escupe
interrumpiéndome. Se pone en pie con dificultad y lanza la botella casi
vacía sobre la cama―. Tal vez yo sea igual que él. Me gusta que me
obedezcan, que hagan todo lo que les ordeno, que supliquen que las folle. Si
eso me convierte en un monstruo, está bien. No te llevaré la contraria.
Inspiro hondo y me ajusto la montura de las gafas sobre la nariz.
―¿Dónde está Angy? ―pregunto.
Su reacción es inmediata. Se tensa de pies a cabeza y aprieta los puños
con fuerza.
―Esa zorra está donde debe estar ―sisea.
―¿La has…? ―No termino la frase, sin embargo, Alex entiende con
exactitud la pregunta.
―¿Quieres saber si me la he cargado? ―Se tambalea al dar un paso en
mi dirección―. No es tu jodido problema, Lagos. ¿Qué pasa? ¿Esperabas
que estuviese aquí para follártela? ¿No tienes suficiente con tu mujercita?
Por algún motivo que desconozco, escucharlo hablar de Ness hace que
me hierva la sangre. Tenso la mandíbula y me acerco a él en un par de
zancadas.
―Ni siquiera te atrevas a mencionarla ―escupo, señalándolo con el dedo
índice de manera amenazante―. Me importa un carajo cuáles sean tus
problemas. ¡Soluciónalo de una maldita vez o no seré yo quien vuelva aquí
a advertirte, Alex!
―¿Quieres pelea, Arturito? ―Sonríe de nuevo, aunque apenas es capaz
de mantener la verticalidad―. ¿Vas a pegarme? ¿A mí? ―Sacude la cabeza
de un lado a otro―. Sois todos unos perros desagradecidos. ¡Me sacrifiqué
por vosotros, maldita sea! ―brama, y está a punto de caer. Se endereza y
clava su mirada vidriosa en la mía―. Yo me quedé aquí, con él, para que
vosotros pudierais ser libres. Y ahora… ―Escupe en el suelo y se frota el
rostro con la mano―. Esto es lo que soy. ―No respondo, y él chasquea la
lengua, contrariado―. ¿Sabes lo más gracioso? Que a pesar de que no
tengáis ni una pizca de agradecimiento para mí, yo voy a volver a hacer
algo que no quiero por vosotros. ―Clava su mirada en la mía―. Voy a
hacerlo por ti, hijo de perra. Al menos, muestra un poco de respeto.
Bufo con fuerza, me quito las gafas y presiono mis ojos con las puntas de
los dedos. Hablar con Alex en este estado es como intentar derrumbar un
muro de hormigón a puñetazos: inútil y estúpido.
―Hazte un favor a ti mismo y duerme unas cuantas horas ―farfullo
mientras me coloco las gafas de nuevo―. Nos marchamos en un rato, y
espero que cumplas tu promesa de llamar a Zarco.
―Dile a mi hermano que, si quiere hablar conmigo, puede venir a verme
en vez de enviar a su perro. ―Decido ignorar su comentario y lo veo
sentarse al borde del colchón―. De paso, que me traiga a su mujer. Le
enseñaré de lo que es capaz un Urriaga de verdad.
Resoplo con fuerza, y ni siquiera me molesto en despedirme antes de dar
media vuelta y dirigirme a la salida. Estoy harto de hablar con un borracho
de mierda. Iré a buscar a Ness y nos largamos de aquí. Escucho que grita mi
nombre, solo que no me detengo. Abro la puerta y me paro de golpe al ver a
Ness en el pasillo.
―¿Qué haces aquí? ―inquiero, frunciendo el ceño.
Capítulo 18
Ness

Mierda. Pillada de nuevo. Está claro que mi habilidad para moverme a


hurtadillas es nula. Estaba intentando encontrar un despacho o alguna
habitación donde poder fisgar cuando escuché los gritos. Enseguida
reconocí la voz de Lagos y me acerqué para intentar escuchar tras la puerta.
No esperaba que saliese así de rápido.
―Te he hecho una pregunta, Ness. ¿Qué haces aquí? ―Su tono no es
para nada amistoso. Parece cabreado.
―Te estaba buscando ―me apresuro a explicar―. No podía dormir y
pensé que, si ya has terminado, podríamos volver a casa.
Por la manera en la que estrecha su mirada sobre mí, sé que no se lo ha
tragado. Abre la boca para hablar, pero antes de poder decir una sola
palabra, Alex aparece a su espalda, coloca una mano en su hombro y me
mira sonriendo de oreja a oreja.
―¿Me has traído a tu mujer, Arturito? Qué amable ―farfulla,
arrastrando las palabras. Está tremendamente borracho.
―Cierra la puta boca, Alex. Por tu propio bien ―sisea Lagos.
Aprieta los puños con fuerza y su mandíbula se tensa. Da un par de pasos
para alejarse de Alex y este está a punto de perder el equilibrio. Consigue
enderezarse justo a tiempo, antes de caer sobre mí.
―Hola, preciosa ―dice con una sonrisa.
Intento retroceder, pero me sujeta por el brazo y, antes de que pueda
reaccionar, está enroscando el dedo índice en un mechón de mi pelo. Lo
mira con fijeza y su sonrisa se ensancha. Parece tener la intención de decir
algo, pero es arrastrado lejos de mí desde atrás. Lagos lo empuja con fuerza
contra la pared y le lanza un puñetazo directo a la mandíbula.
―No lo repetiré de nuevo, pedazo de mierda ―escupe, temblando de
rabia.
Lo miro con los ojos muy abiertos. Es la primera vez que Lagos me deja
ver esa agresividad en él. Siempre es amable y cordial con todo el mundo.
La expresión de sorpresa de Alex seguro que se parece bastante a la mía.
―Ni siquiera la conoces, imbécil ―farfulla Alex, tocándose el mentón
con la mano.
Me da la sensación de que va a golpearlo de nuevo, sin embargo,
retrocede un paso y lo escucho respirar hondo.
―Nos vamos. Cuando dejes de ser un despojo humano, llama a tu
maldito hermano o yo mismo le aconsejaré que venga aquí y te meta un tiro
en la frente. ―Se gira de golpe y clava sus ojos furiosos en los míos―.
Delante de mí ―ordena.
Ni siquiera me planteo no obedecer. Aunque prometió no lastimarme, no
me fio de que pueda controlarse. Es como si se hubiese transformado en un
hombre distinto. Agresivo, brutal, amenazador y, aunque me avergüence
admitirlo… Sexy de cojones.

Lagos
No pronuncio una sola palabra mientras acompaño a Ness de vuelta al
dormitorio, recogemos nuestras maletas y nos subimos al todoterreno,
tampoco durante las más de tres horas que conduzco con ella a mi lado, ni
siquiera cuando la dejo en el apartamento antes de ir al ala privada de Zarco
para informarle de lo que ha pasado en la finca. Antes de irnos le envié un
mensaje a Pablo ordenándole que, nada más despertar, cogiera uno de los
coches de Alex y regresaran a casa.
No logro librarme de la furia que me consume por dentro. Es culpa del
idiota de Alex. La tocó, acarició su pelo y… ¿Por qué demonios me molesta
tanto? ¡No lo entiendo, joder! ¿Es mi orgullo? Se supone que Ness es mi
mujer. Estamos casados y ese pedazo de escoria se atrevió a… ¡Santo
Cristo! Quise arrancarle la cabeza solo por poner su mirada sobre ella.
―Te noto inquieto ―dice Zarco.
Respiro hondo para intentar calmarme y deslizo el dedo índice por el
puente de mi nariz para subir la montura de las gafas. Es lógico que se haya
dado cuenta de mi estado alterado. No suelo comportarme de esta forma.
Algo me está pasando, y me frustra no entender qué es.
―Estoy bien ―mascullo. Aunque sé que no me cree.
Llevo más de diez minutos sentado frente a él en su despacho y soy
incapaz de concentrarme.
―¿Vas a decirme qué pasó en la finca?
―Tu hermano siendo un idiota, eso es lo que pasó. ―Resoplo con fuerza
y Zarco frunce el ceño.
―¿Qué ha hecho? ¡Maldición! No debí fiarme de él. ―Golpea la mesa
con el puño y parte de mi cabreo se disipa.
Yo soy el que siempre intenta calmarlo a él. Zarco es tan impulsivo que,
de no ser por mí, ya estaría muerto. No piensa antes de actuar, se guía por
arrebatos, y eso nunca lo lleva a buen lugar. Tomo otra bocanada profunda y
me estiro hacia delante.
―Todo está bien. Alex es un capullo arrogante, pero eso no es ninguna
novedad para nadie. Dijo que te llamaría.
No me molesto en mencionar todo lo demás, en especial, la forma en la
que Alex habló de Bailey. Estoy seguro de que, si se lo cuento a Zarco,
saldrá ya mismo en busca de su hermano y lo matará.
―¿Cómo lo has visto? ¿Crees que puede estar planeando jugárnosla?
Lo pienso un instante y niego con la cabeza. Vi a un hombre destruido,
lleno de rabia y resentimiento, sin embargo, no hay ningún indicio que me
haga creer que no es leal al Clan Z.
―Está pasando un mal momento. Bebe demasiado y parece estar al
límite de sus propias capacidades. Se le está complicando la tarea que le
encomendaste.
Zarco bufa y niega con la cabeza.
―El muy hijo de perra no se deja ayudar. Le ofrecí enviar a Oscar, pero
se negó.
―¿Oscar? ―inquiero, arqueando una ceja―. ¿De verdad creíste que
sería buena idea juntar a dos desequilibrados?
Sonríe y se encoge de hombros.
―Tal vez no lo sea después de todo. ¿Te lo imaginas? Podrían arrasar
medio país por una pataleta.
Pongo los ojos en blanco y niego con la cabeza. No sé qué es lo que le
resulta tan gracioso. Alex es una bomba a punto de explotar, y Oscar…
Bueno, sigamos rezando para que logre mantener encadenado al monstruo
que lo domina.
Tras pasar varias horas trabajando con Zarco, regreso al apartamento con
un hambre voraz. Nos marchamos de la finca muy temprano, ni siquiera
desayunamos, y también me he saltado el almuerzo. Estoy seguro de que
Ness sí habrá comido algo ya. Esa chica es un pozo sin fondo. No sé dónde
mete tanta comida en ese cuerpo tan pequeño.
Esbozo una pequeña sonrisa mientras abro la puerta y me adentro en el
apartamento. Al menos, mi cabreo se ha disipado un poco. Enseguida noto
el olor a especias en el ambiente y compruebo que hay un plato vacío sobre
la encimera. Pongo los ojos en blanco y lo llevo hasta el fregadero. No es
difícil darse cuenta de lo desordenada que es Ness. Siempre lo deja todo
tirado en cualquier parte. Somos tan distintos… Yo necesito ver cada cosa
en su sitio para estar tranquilo.
No la diviso a ella por ningún lado. Pienso que tal vez se haya acostado
un rato tras almorzar. Decido buscarla en su dormitorio. Creo que le debo
una disculpa por cómo la traté esta mañana. No es culpa suya que Alex esté
mal de la puta cabeza. Aunque tampoco olvido que volví a pillarla donde se
supone que no debía estar. Primero entró en el despacho de Zarco a
escondidas y hoy se puso a escuchar tras la puerta. Hay una conexión ahí, lo
intuyo. Sé que me oculta algo. Es tan obvio… Quizá haya llegado el
momento de poner las cosas claras. ¿De verdad está aquí para espiarnos?
¿Ese es el plan de Zakharov?
Con mil preguntas revoloteando por mi cabeza, atravieso el pasillo en
dirección a su dormitorio. Encuentro la puerta abierta y no tardo en
escuchar su voz, que viene del interior. Frunzo el ceño al pensar con quién
puede estar hablando, aunque enseguida me doy cuenta de que se trata de
una llamada.
―No, Gavrel ―susurra. «¿Gabriel? ¿Habla con Zarco?». Asomo la
cabeza y la veo sentada a los pies de la cama con gesto relajado―. Gavrel,
escucha… ―No es Zarco. El nombre se pronuncia de forma distinta―. No
puedes venir aquí. Solo dame la dirección de tu contacto y me las arreglaré
por mi cuenta. ―Se detiene a escuchar lo que el tal Gavrel le dice y se
levanta, negando con la cabeza. Intento seguir escuchando, pero comienza a
hablar en otro idioma, no estoy seguro de que sea ruso, parece distinto. Se
mueve de un lado a otro de la habitación, gesticulando, y yo la observo en
silencio. No se parece en nada a la mujer que quiere hacer creer que es. La
chica que habla por teléfono se nota muy segura de sí misma y para nada
retraída y tímida.
¡Maldita sea! A cada segundo me siento más confuso. ¿Quién es esta
mujer y qué pretende? Voy a descubrirlo, así sea lo último que haga.
Capítulo 19
Ness

Lagos sigue cabreado. No ha vuelto a hablarme desde esta mañana, aunque


no parece tan furioso. Mientras lo espero en la sala de estar, busco la
manera de llevar a cabo mi plan. Necesito crear un acercamiento entre
nosotros, que confíe en mí. No es un mal hombre, y tenerlo de mi parte me
conviene.
Escucho sus pisadas y estiro la parte delantera de mi camiseta de manga
corta. He decidido dejar de esconder las cicatrices de mis brazos. Al fin y al
cabo, ya las ha visto, y los demás… Bueno, me importa una mierda lo que
piensen. Supuse que volveríamos a cenar en el ala privada de Zarco, de
modo que ni siquiera me molesté en preguntar.
Lo veo acercarse, lleva puesto un pantalón de vestir negro y una camisa
blanca remangada; como siempre, su pelo rubio claro está perfectamente
peinado. Al darse cuenta de que lo estoy esperando, arruga el entrecejo y se
sube la montura cuadrada de las gafas. Se detiene frente a mí y noto su
mirada en mis brazos desnudos.
―Cenamos con tus compañeros, ¿verdad? ―pregunto.
―Yo sí. Tú puedes hacer lo que quieras ―contesta, y aunque no es
desagradable ni maleducado, su tono es tenso, muy distinto al que
acostumbra a usar conmigo.
Podría preguntarle qué le ocurre, por qué está cabreado, pero no creo
estar preparada para afrontar su respuesta. Intento evitar hablar de que, una
vez más, me pilló en una actitud sospechosa. Me hago a un lado y dejo que
él pase primero. Sin embargo, tras abrir la puerta, Lagos se aparta y me
hace un gesto con la cabeza para que salga del apartamento. Una de mis
comisuras se eleva de forma involuntaria. «Incluso cabreado, no puede
dejar de comportarse como un caballero».
Beni no nos acompaña durante la cena, que resulta ser mucho menos
revoltosa que la primera. Zarco y Lagos pasan todo el rato hablando en
clave. Solo logro entender que buscan a una persona. Es como si no
quisieran que nadie se enterara de lo que están diciendo, y con nadie me
refiero a mi persona. No se fían de mí, eso es algo que tengo muy claro. Me
pregunto si Lagos le habrá contado a su jefe lo que ocurrió en México.
Aunque, pensándolo bien, tampoco es tan grave. Solo estaba en el pasillo
mientras él discutía con Alex. ¡Mierda, Alex! ¿Es posible que me haya
reconocido? Si se lo ha dicho Alex, eso explicaría su actitud fría y cortante
conmigo.
―Bonitas marcas. ―Pestañeo un par de veces y giro la cabeza en
dirección a Luna. Señala mi antebrazo con gesto relajado―. ¿Te las has
hecho tú? ¿Te va ese rollo de cortarte?
―Luna… ―sisea Bailey en tono de advertencia.
―¡¿Qué?! ¡Santo Cristo! Ya no puedo decir nada. ―Bufa y se mete un
pedazo de coulant de chocolate en la boca.
Lagos me observa en silencio. De su boca no sale ni una sola palabra,
pero sé que me está preguntando lo mismo que su compañera. «¿Te lo has
hecho tú misma?». Niego con la cabeza de manera casi imperceptible y él
aparta la mirada enseguida. No estoy mintiendo. Los cortes no me los
provoqué yo, aunque un poco más arriba… En fin, prefiero no pensar
demasiado en ello.
En silencio, bajo la vista a mi plato y deslizo la mano por el borde
inferior de la mesa. Encuentro una arista de madera suelta y me entretengo
dejando que se clave en la yema de mi dedo una y otra vez. No llega a
traspasar la piel, pero la pequeña punzada de dolor que me produce, de
alguna forma, logra tranquilizarme.
Al terminar, Oscar sugiere que vayamos a lo que él llama la sala de
juegos. Al principio creo que Lagos va a negarse, bueno… No lo hace.
Parece encantado con la idea de pasar un rato con sus amigos y tampoco me
pregunta a mí si quiero o no acompañarlos. Mientras camino tras él hacia la
tal sala de juegos, me viene a la mente que en realidad esa estancia sea algo
parecido a la habitación roja de Cincuenta sombras de Grey. Sonrío por
dentro ante ese pensamiento. Tras ser rescatada, pasé más de un año
devorando cada libro que pasaba por mi mano, y decir que ese en concreto
me dejó algo tocada sería quedarme corta. No puedo entender cómo una
mujer puede encontrar placentero sentir dolor. Yo lo hago como mecanismo
de defensa. Cuando siento que pierdo el control, que mis propios
pensamientos me abruman, acudo a lo único que es capaz de mantenerme
cuerda, aquello que más conozco, pero no es placentero.
La dichosa sala resulta ser solo eso, una sala de juegos. Hay un billar,
varias máquinas recreativas, dos sofás enormes frente a un televisor que
ocupa toda una pared y también una mesa de cartas rodeada por ocho sillas
de respaldo alto. Zarco se acomoda en uno de los sofás y tira de Bailey para
sentarla en su regazo. Oscar y Luna empiezan una partida en el billar
mientras Lagos sirve bebidas para todos. Lo observo desde cerca de la
puerta. Llena un vaso de chupito con lo que parece ser tequila y se lo bebe
de golpe antes de llenarlo de nuevo. Repite la misma operación cuatro
veces, y entonces alza la mirada hacia mí.
―¿Quieres algo? ―pregunta. Es la primera vez que me habla desde que
salimos del apartamento.
Me acerco a él despacio, sin romper el contacto visual. Me siento
inquieta, y también… «Vulnerable». Respiro hondo y aparto ese
pensamiento de mi cabeza. Al llegar a su lado, repaso con la mirada la
multitud de botellas que hay en el mueble bar y señalo una con el dedo
índice.
―Vodka.
―Los rusos y sus bebidas de mierda ―dice Luna mientras niega con la
cabeza.
Lagos pone los ojos en blanco y, por alguna extraña razón, siento una
especie de cosquilleo extraño en la boca del estómago cuando lo veo
esbozar una sonrisa. Sirve un par de dedos del líquido transparente en un
vaso y me lo tiende. Después apoya la espalda contra la pared y se queda
viendo como sus amigos juegan al billar mientras bebe varios chupitos más.
Yo imito su postura, pero no puedo evitar echar pequeños vistazos en su
dirección cada pocos segundos. ¿Sabe quién soy? Si es así, ¿por qué no dice
nada? ¿Se lo ha contado a Zarco? ¿Todos lo saben ya?
Inspiro hondo por la nariz, le doy un trago largo a mi bebida, cierro los
ojos y apoyo la parte posterior de la cabeza contra la pared. El líquido me
quema al pasar por la garganta. Me concentro en esa sensación para no
perder el control. No soporto la incertidumbre. Es como ver una jodida bola
de demolición que se acerca, sabes que va a arrollarte y te romperá todos
los huesos del cuerpo, pero no puedes huir. Solo te quedas ahí, esperando a
que ocurra, sufriendo, desesperada…
―¡Juguemos al póker! ―la exclamación de Bailey me saca de mis
pensamientos. Abro los ojos y me doy de frente con la mirada inquisidora
de Lagos. Me estaba observando.
Zarco refunfuña una queja en voz baja, sin embargo, no se resiste cuando
su mujer lo arrastra hacia la mesa de cartas y lo obliga a sentarse en una de
las sillas. Oscar y Luna también dejan la partida de billar a medias y se
acomodan alrededor de la mesa.
―¿Sabes jugar? ―pregunta Lagos, arqueando una ceja.
¿Miento? ¿Soy sincera? No sé qué contestar. «Si tu oponente te
subestima, será mucho más sencillo ganar la partida». La voz de Viktor se
hace eco en mi mente. Le doy un nuevo trago a mi bebida y me encojo de
hombros.
―Un poco ―respondo. Una verdad a medias.
Lagos estira su brazo para indicarme que vaya por delante, y justo en ese
instante tomo la decisión de llevar a cabo mi plan sin pensar en las
consecuencias. Voy a ganarme su confianza como sea. Camino hasta la
mesa y pretendo sentarme al lado de Oscar, pero antes de que pueda
hacerlo, Lagos tira despacio de mi brazo y me señala la silla vacía que hay
junto a Bailey. Si no ocupo yo ese sitio, le tocará hacerlo a él. Lo entiendo.
Está enamorado de la mujer de su mejor amigo y prefiere no torturarse con
su cercanía. El hecho de ser consciente de los sentimientos de Lagos por
Bailey me hace sentir culpable por lo que estoy a punto de hacer.
«Usa todas las herramientas que tengas a tu alcance para distraer a tu
oponente». Respiro hondo mientras Luna empieza a repartir las cartas.
¿Distraer a Lagos? ¿Ganarme su confianza? Sé cómo lograrlo, pero…
¡Maldición! Esta puede ser la idea más penosa que se me ha ocurrido o toda
una genialidad. Voy a seducir a mi marido.
Capítulo 20
Lagos

No soy capaz de sacarme esta sensación desagradable de la boca del


estómago cada vez que pienso en la conversación que escuché. ¿Quién
demonios es ese tal Gavrel? ¿Qué oculta Ness? Y lo más importante, ¿por
qué demonios me molesta tanto? Le di un puñetazo a Alex solo porque la
tocó, quise matarlo y… ¡Maldita sea! Yo no soy así. Siempre me ha
parecido horrible que los hombres sean tan posesivos y celosos, aunque mi
jefe y mejor amigo es un gran ejemplar de gorila alfa y neandertal cuando
alguien respira cerca de su mujer. Además, lo mío con Ness no es real.
Estamos casados, pero solo por circunstancias especiales. Debería
importarme un carajo que otros hombres la ronden. Es más, yo mismo le
dije que podría acostarse con quien quisiera mientras fuese discreta.
Respiro hondo y lento por la nariz y me bebo un nuevo chupito de tequila
antes de rellenar el vaso. Tengo que dejar de comportarme como un imbécil.
Soy un hombre tolerante que no cree en la represión del sexo femenino.
Nosotros no somos sus carceleros. Se merecen tener la libertad para…
¡¿Qué mierda hace Oscar?!
Estiro el cuello para verlo mejor. Su cabeza está muy cerca del rostro de
Ness. Ella no se da cuenta porque está centrada en las cartas que tiene entre
las manos. Contengo el aliento y mi mandíbula se tensa. Una furia
desmedida sube por mi cuello y me calienta la sangre.
―¡Oscar! ―siseo entre dientes. Enseguida se aparta y me mira,
frunciendo el ceño. ¿Intentaba ver las cartas de Ness o pretendía otra cosa?
Prefiero dar por correcta la primera suposición por el bien de mi amigo―.
¿Y si te centras en tus propias cartas?
―¡¿En serio?! ―exclama Luna―. ¡Oscar está haciendo trampas de
nuevo!
―¡No! Solo la estaba ayudando ―se explica―. Aún no ha ganado una
sola mano. ―Señala las pocas fichas que le quedan a Ness.
Es cierto que Ness no podría jugar peor ni queriendo. Espera… ¿Está
perdiendo a propósito? Estrecho mi mirada sobre ella. Nadie tiene tan mala
suerte. Antes de empezar dijo que conocía las reglas. ¿Por qué entonces
juega como si fuese así? Supongo que es otro misterio que debo resolver.
Esta mujer es todo un enigma para mí. «O tal vez es que estás demasiado
borracho», resuena en mi cabeza mientras me bebo otro chupito.
―De todas formas, esto es aburrido. ―Luna lanza las cartas sobre la
mesa y bufa con fuerza―. No se puede jugar al póker sin apostar nada.
―¿Qué sugieres? ―inquiere Bailey.
«No digas strip poker. No digas strip poker».
―Strip poker.
Pongo los ojos en blanco y me doy cuenta de que Ness me está mirando
de reojo con gesto divertido.
―Luna, ya sabemos que aprovechas cualquier oportunidad para enseñar
las tetas, pero no creo que sea el momento adecuado ―comenta Bailey en
tono sarcástico.
Por supuesto, Luna no tarda en replicar. A estas dos les encanta
enfrascarse en esas batallas verbales.
―Oh, es que mis tetas son preciosas. ¿Verdad, Zarco? ―La sonrisa
cínica de Luna es la viva imagen de pura maldad.
―Luna, ten cuidado ―le advierte Zarco.
Bailey le lanza una mirada furiosa. Estoy seguro de que está valorando
ponerse en pie y darle un puñetazo. No sería la primera vez. Dejo las cartas
sobre la mesa y me revuelvo el pelo.
―Bien, creo que se acabó el juego ―murmuro. Zarco asiente y
enseguida nos levantamos.
Mientras cruzo la casa seguido por Ness, siento como me pesan las
piernas. Estoy agotado. Anoche apenas dormí y el alcohol me ha afectado
más de lo que esperaba. Por suerte, no tardamos en llegar. Me dejo caer en
el sofá de la sala de estar y cierro los ojos, echando la cabeza hacia atrás.
Siento la presencia de Ness cerca de mí, pero no digo nada; tampoco la
miro. Lo más probable es que se vaya a dormir y, al fin, yo también pueda
descansar. Necesito poner mis ideas en orden y descubrir qué es lo que me
está pasando. Soy un buen hombre, lo sé. No me parezco a mi padre, ni a
Urriaga ni a Sandoval. He cometido errores, sí, sin embargo, intento
enmendarlos; ha sido así desde que me fui de la finca. Tomé la decisión de
no dejar que me dominaran mis instintos y ahora… Bufo con fuerza.
«Ahora me comporto como un imbécil posesivo y ególatra, al menos es así
como me siento».
―¿Estás bien? ―escucho la voz de Ness, y mi polla decide que es un
buen momento para tensarse. «No ayudas, hija de perra».
Abro los ojos con lentitud y la veo frente a mí. Me observa con
detenimiento, como si estuviese estudiando qué hacer a continuación.
―Solo estoy cansado, Ness. Ve a dormir. ―Intento no sonar agresivo.
Ella no tiene la culpa de lo que me está sucediendo. Soy yo el que tiene un
problema.
―¿Estás seguro? ―Se sienta en el borde de la mesa baja y estira su
brazo.
Siento su mano sobre mi rodilla y trago saliva con fuerza. «No es un
buen momento para tocarme». Intento mover la pierna, pero su agarre se
afianza más.
―¿Qué estás haciendo? ―pregunto en un susurro.
Se queda callada unos segundos y después se deja caer al suelo y queda
de rodillas ante mí. Abro mucho los ojos cuando su mano se desliza por mi
muslo en una caricia lenta.
―Puedo hacer que te sientas bien, Lagos. ―Sigue moviendo la mano y
contengo el aliento. Antes de que pueda alcanzar mi entrepierna, me muevo
rápido y la sujeto por la muñeca―. No me importa que pienses en ella.
―Frunzo el ceño. ¿De qué demonios habla? ¿Estoy alucinando? Eso es. Me
he dormido y esto es un puto sueño de borrachera―. Puedes imaginar que
es Bailey la que está aquí contigo.
Estrecho mi mirada sobre ella y pestañeo varias veces. ¡Esto es real,
joder! Quiero apartarla, decirle que se vaya a dormir y me deje en paz, pero
por la forma en la que mi polla se aprieta contra la tela de los pantalones,
deduzco que mi cuerpo tiene una idea muy distinta.
―No tientes tu suerte, Ness. ―Mi voz sale de mi garganta en un tono
grave y ronco que no reconozco.
Mil imágenes invaden mi mente. Ness con las piernas abiertas mientras
yo entierro mi boca en su sexo; debajo de mí; encima; desnuda; sudorosa…
¡Santo Cristo! Quiero follarme a mi mujer.
―Mi suerte no ―con un pequeño tirón, libera su muñeca y coloca su
palma contra la parte baja de mi abdomen―, te tiento a ti, Lagos.
Respiro hondo y niego con la cabeza.
―Cada maldito segundo del día lucho por ser un buen hombre
―susurro, y exhalo con fuerza―. Si te pongo las manos encima, estaré
mandando al traste el esfuerzo de toda una vida porque no voy a ser bueno
contigo.
La sorpresa brilla en su mirada, dura solo un segundo, y después desliza
la mano sobre mi entrepierna sin dejar de mirarme a los ojos. Siento como
sus dedos agarran mi polla por encima del pantalón y aprieto los dientes
para contener un gemido. Estoy malditamente duro como una roca.
―No he dicho que quiera que lo seas.
Un latido, dos, y antes del tercero ya la he arrastrado hacia mí. Casi la
levanto en peso y logro acomodarla sobre mi regazo. Coloca las piernas a
cada lado de mi cintura y la sujeto por la nuca con una mano.
―Tienes cinco segundos para arrepentirte y salir de aquí ―gruño contra
su boca.
Parece dudar. Aflojo un poco el agarre, y entonces se abalanza sobre mí.
Sus brazos rodean mi cuello mientras nuestras bocas colisionan.
Capítulo 21
Ness

Ha sido fácil. Demasiado fácil. Creí que se resistiría al menos un poquito,


pero no ha tardado ni un minuto en caer en mi trampa. «Ahora soy yo la que
tiene el control, la que puede doblegarlo, la que…». Pierdo el hilo de mis
pensamientos cuando su mano se aferra con fuerza a mi cintura y me
arrastra más cerca de su pecho. Gime en mi boca cuando su erección roza
mi sexo, aún por encima de nuestras ropas. Su lengua acaricia la mía y noto
los desbocados latidos de su corazón en la palma de mi mano. Nunca antes
me han besado así. Es… agradable.
Aturdida y confusa, apenas soy consciente de su próximo movimiento.
Lagos me gira y se coloca sobre mí, su pecho me aprisiona contra el
mullido sofá y sigue hundiendo la lengua en mi boca mientras desliza sus
manos bajo mi camiseta. Su piel está caliente y suave. Separa su boca de la
mía y siento su aliento contra mi rostro. Huele a alcohol. Debería
resultarme desagradable, incluso asqueroso, pero no es así. Por algún
motivo que no soy capaz de entender, mi cuerpo se excita y empiezo a
sentir como mi sexo se humedece más con cada una de sus caricias.
Mordisquea mi cuello y una de sus manos acaricia mis pechos con firmeza.
No está siendo gentil ni cariñoso. Al contrario. Su respiración es errática,
sus dientes me raspan la piel y mueve la cadera, clavándome contra la
tapicería del sofá como un jodido poseso.
―Quiero follarte tan fuerte… ―sisea contra mi clavícula.
«Hazlo». El pensamiento se escapa de mi mente sin que pueda frenarlo.
Cierro los ojos y me atrevo a sentir por primera vez en… Bueno, por
primera vez. ¿Por qué lo estoy disfrutando? Es ilógico. Se supone que no
debería estar pasando. Yo iba a tener el control, a seducirlo para… «Dios
santo, deja de moverte así». Un gemido involuntario sale de mi boca y
Lagos se detiene. Sus ojos azules me miran con tanta pasión y deseo
contenidos que me cuesta no suplicarle que vuelva a besarme otra vez.
―Lagos… ―susurro. No reconozco mi propia voz.
―Vuelve a hacerlo. ―Sus dientes aprisionan mi labio inferior y se
mueve de nuevo, rozando su erección contra mi centro, frotándose con
descaro―. Quiero que gimas, que grites mi puto nombre, Ness. Lo quiero
todo.
Abandona mi boca y baja la cabeza. Sus dientes se clavan en uno de mis
pechos, e incluso por encima de la ropa noto la punzada de dolor. «No voy a
ser bueno contigo». Sus palabras resuenan en mi mente como una jodida
campana y, de pronto, es como si el mundo desapareciera. Ya no siento su
peso sobre mi cuerpo, no hay pensamientos intrusivos ni malos recuerdos.
Solo estamos Lagos y yo. El dolor y el placer se funden en una mezcla
perfecta. Un grito de satisfacción rasga mi garganta y todo mi cuerpo se
sacude cuando el orgasmo más intenso que he sentido nunca me recorre de
pies a cabeza. Lagos resuella contra mi cuello y se detiene. Se tensa y clava
los dientes en mi hombro, enviando otro latigazo de placer a través de mi
cuerpo.
Pasan varios segundos en los que no puedo ni siquiera pestañear. Estoy
confusa y agitada. Mil pensamientos y emociones buscan hacerse un hueco
en mi sobreexcitado cerebro. «¿Por qué?». «¿Cómo?». «Has perdido el
control». Intento apagar todas las voces de mi cabeza mientras empujo a
Lagos por los hombros. Enseguida se aparta, aunque no lo miro para
comprobar cuál es su expresión.
―Necesito… ―empiezo a decir, pero mi voz se apaga.
―¿Estás bien? ―Su tono es ronco, y aún respira de forma acelerada. No
respondo. Solo me pongo en pie e intento acomodar mi ropa lo mejor que
puedo―. Ness…
―Tengo que ir al baño ―mascullo, y antes de que pueda replicar, me
alejo casi a la carrera.
Cruzo el apartamento en cuestión de segundos y entro en mi dormitorio.
Las voces regresan con más fuerza. Una de ellas se alza sobre las demás.
«Te gusta que te traten como la zorra que eres, Ryzhaya». Me estremezo y
se me aflojan las rodillas. Las lágrimas se acumulan bajo mis párpados y
hago verdaderos esfuerzos por no dejarlas salir. Me muevo rápido por la
habitación, busco a Bruno. Lo agarro con fuerza y hundo mi nariz en su
pelo áspero y desgastado. El aroma que sube por mi nariz logra
tranquilizarme un poco, pero no es suficiente. Necesito mucho más. Bufo
con fuerza y dejo el peluche sobre la cama antes de dirigirme al baño. Me
planto frente al espejo y tomo respiraciones profundas y calmadas, tal como
me enseñó uno de los muchos terapeutas a los que Mijaíl me obligó a acudir
tras sacarme del infierno. Fueron años de terapia. ¿Mejoré? Sí, por
supuesto. He aprendido a vivir con el peso de mi pasado. ¿Estoy curada? En
absoluto. Creo que jamás lo estaré.
«Respira, Ness. Solo respira y todo pasará». No sé cuánto tiempo tardo
en darme cuenta de que no está funcionando. Abro los ojos y maldigo en
voz baja al verme en el espejo. Tengo los labios rojos, varias marcas de
dentelladas y succión en el cuello, las mejillas sonrojadas y el pelo está
alborotado. Sin embargo, lo que más llama mi atención son mis ojos,
brillantes y rebosantes de… ¿Deseo? ¿Satisfacción?
«¿Por qué te sientes tan vulnerable?», me pregunto a mí misma sin dejar
de mirar mi reflejo. He estado con otros hombres, con muchos en realidad,
aunque solo uno de ellos por decisión propia. Gavrel siempre fue atento y
cariñoso conmigo. Sabía lo que me había tocado vivir y jamás me hizo
sentir incómoda. Con él todo eran palabras bonitas, besos dulces y caricias
amables y, aun así, nunca sentí nada parecido a lo que acabo de
experimentar con Lagos. Esa pasión y crudeza desgarradoras, la forma en la
que sus manos y su boca me exigían y posicionaban a su propia voluntad…
«Te gusta, Ryzhaya. Admítelo. Echas de menos que te destruyan». Sacudo
la cabeza y dejo que las lágrimas caigan en cascada por mi rostro. Alzo el
brazo izquierdo y subo la manga de la camiseta hasta que puedo ver las
marcas de mordeduras en la parte interna, pegada a la axila. No quiero
hacerlo, o tal vez sí. De lo que estoy segura es que no podré apagar las
jodidas voces hasta que sienta cómo se desgarra mi piel.

Lagos
Hundo los dedos en mi pelo y sigo mirando hacia el pasillo por el que
Ness se adentró hace ya un buen rato. He metido la pata. No sé si fue el
alcohol o la rabia que llevo conteniendo desde que la escuché hablar por
teléfono esta tarde con ese tal Gavrel. En realidad, creo que estoy más
cabreado conmigo mismo que con ella. Me enfurece el no poder dejar de
pensar en ello, el sentimiento de posesión que esta mujer despierta en mí,
ese impulso que me he esforzado por reprimir desde que era un niño. No
quiero parecerme a mi padre, a Sandoval, Urriaga o cualquiera de sus
hombres. Soy distinto, necesito serlo para no convertirme en la escoria que
puedo llegar a ser si me dejo llevar por mis instintos.
Me pesan los párpados. Apenas siento el efecto del alcohol en mi
sistema. Después de lo que ha pasado con Ness… ¡Santo Cristo! Fue tan
bueno que no pude contenerme. ¡Me corrí en los pantalones como un puto
quinceañero! ¿Por eso se fue? ¿Está molesta? «Tal vez esté cabreada porque
la trataste como un puto pedazo de carne, imbécil».
―Mierda ―siseo.
Debería hablar con ella. Quiero disculparme y… ¿Repetir? ¡Dios, sí! Eso
también. Me pongo en pie y siento como mis músculos agotados se
resienten. Camino despacio hasta su dormitorio. Me detengo frente a la
puerta cerrada e inspiro hondo por la nariz antes de golpear la madera con
los nudillos. La llamo, pero no contesta. Me planteo marcharme. Es posible
que se haya quedado dormida. No obstante, algo dentro de mí me dice que
no es así. Dejándome llevar por un arrebato, tiro de la manilla y me adentro
en la habitación. El peluche viejo y macabro está sobre la cama, sin
embargo, no hay ni rastro de ella.
Salgo de la habitación y decido buscarla en el baño. La puerta está
cerrada también. Espero en el pasillo a que salga. Quiero darle su espacio y
que no crea que la estoy controlando. Pasa un minuto, dos y entonces
escucho un sonido que viene del interior del baño. Es una especie de
gemido o sollozo bajo. Frunzo el ceño y vuelvo a dejar que un impulso me
guíe.
Mis ojos se abren hasta el nacimiento del pelo al verla de pie, en el centro
de la estancia. Tiene el brazo frente a su rostro en una postura antinatural y
está… ¿Mordiéndose? «¡Qué demonios!». Su mirada encuentra la mía a
través del espejo y se sobresalta. Se gira deprisa y me fijo en su brazo. Está
sangrando.
―¿Qué haces…? ―Alzo la vista a su rostro. Tiene las mejillas húmedas
y los ojos enrojecidos. Una pequeña gota de sangre salpica su labio inferior.
―Yo no… ―Sacude la cabeza de un lado a otro con violencia y empieza
a retroceder.
―¿Por qué? ―pregunto con un hilo de voz.
Capítulo 22
Ness

Lagos regresa la mirada a mi brazo, donde un hilo de sangre sale de la


herida y desciende por el interior hasta llegar a la flexura del codo. Antes de
que pueda ser consciente de su siguiente movimiento, lo veo acercarse, tira
de la toalla del lavamanos y me sujeta con fuerza para presionarla contra mi
brazo.
―No. ―Intento alejarme mientras sigo negando con la cabeza. Noto
como las lágrimas ruedan por mis mejillas sin que pueda hacer nada para
detenerlas. Se supone que él no debería estar aquí, no tendría que verme en
este estado. He logrado ocultar lo que hago, incluso a mi hermano y a
Milena. ¿Por qué tuvo que entrar en el baño sin llamar? ¿Por qué no cerré la
puerta?―. Sal de aquí. ―Mi voz suena tan desgarrada que apenas soy
capaz de reconocerla.
A pesar de mi negativa, Lagos sigue presionando el trozo de tela mullida
contra mi piel y no me deja moverme.
―¿Por qué te haces esto, Ness? ―su pregunta sale como una exhalación,
y no sé qué contestar.
«Necesito hacerlo para no perder la razón, para que los recuerdos de mi
pasado no me arrebaten la cordura, para ser yo misma». Las palabras se
quedan atascadas en mi garganta junto al nudo de angustia que casi no me
deja respirar. Vuelvo a hacer el intento de alejarme, pero me sujeta con más
fuerza y tira de mí. El brazo que tiene libre rodea mi cintura y me atrae
hacia su cuerpo con un tirón contundente.
―Tienes que irte ―consigo farfullar con el rostro enterrado en su pecho.
Hasta ahora no me había dado cuenta de lo alto que es, o soy yo la que es
demasiado baja. Mi barbilla apenas le llega al esternón.
―No voy a ningún lado, pequeña ―susurra contra mi pelo, y siento
cómo me arrastra fuera del baño.
Mis piernas casi no se mueven. Me está llevando en volandas. Cierro los
ojos y, por una vez, tengo la sensación de que alguien de verdad se
preocupa por mí. No soy imbécil, sé que es un espejismo. No estoy en mi
mejor momento y él está aquí, abrazándome, tomando el mando de la
situación y susurrando palabras cariñosas en mi oído. ¡Maldita sea! Su
actitud me hace sentir aún más culpable. Lagos es un buen hombre y yo
solo lo estoy usando para mi propio beneficio.
Se sienta en el borde de la cama y me acomoda en su regazo. Hago un
nuevo intento de huida, aunque esta vez es menos convincente. De todas
formas, me tiene bien sujeta y no logro separarme de su cuerpo ni un solo
centímetro.
Durante un buen rato, dirijo todos mis esfuerzos a recomponerme y dejar
de moquear sobre su camiseta. Lagos no dice nada. Solo acaricia mi espalda
con la palma de su mano y besa mi pelo cada pocos segundos. ¿Este
hombre es real? ¿Por qué se comporta de esta forma? Cualquier otro en su
lugar estaría exigiendo explicaciones, pero él no parece tener intención de
hacerlo.
Cuando al fin logro serenarme un poco, separo mi rostro de su pecho y su
mirada recorre mi cara con parsimonia. Sigue presionando la herida de mi
brazo, ahora con más suavidad, y con la otra mano seca mis mejillas
húmedas en silencio.
―¿Te encuentras mejor? ―inquiere. Inspiro hondo por la nariz e intento
apartar la mirada. Lagos sujeta mi barbilla con dos dedos y me obliga a
mirarlo de nuevo―. No te escondas, Ness. ¿Es por mi culpa? ¿Te has
lastimado por la manera en la que te he tratado? ―Su pregunta me toma por
sorpresa. ¿Cree que es culpa suya?―. Lo siento. Fui un bruto contigo.
Estaba borracho y… ¡Joder, no tengo justificación!
―No. ―Coloco mi mano abierta sobre su boca y niego con la cabeza―.
Esto no tiene nada que ver contigo. ―No es del todo cierto. Sí que es el
responsable de mi crisis, pero no porque haya hecho nada malo. Al
contrario. Me hizo sentir… Demasiado. Suspiro y hundo los dedos entre sus
mechones rubios. Sus ojos se cierran un instante e inspira hondo por la
nariz―. Eres un buen hombre, Arturo Lagos ―musito.
Abre los ojos y esboza una pequeña sonrisa que logra alterar los latidos
de mi corazón. No sé por qué mi cuerpo reacciona de forma tan extraña a
cualquiera de sus expresiones.
―No estoy de acuerdo contigo, pero me siento demasiado agotado como
para llevarte la contraria. ―Aparta la toalla de mi brazo y hace una mueca
con los labios cuando ve la herida reciente, que ya ha dejado de sangrar.
Lucho contra el impulso de alejar mi brazo de su escrutinio. «Ahora es
cuando me pide explicaciones». Bufa con fuerza y niega con la cabeza―.
No es la primera vez que lo haces ―masculla mientras repasa con su dedo
índice los bordes irregulares de una cicatriz reciente. No respondo, y su
mirada regresa a mi rostro―. Si no quieres contarme por qué te lastimas
así, no te obligaré, pero esta es la última vez que vas a hacerlo, Ness.
―Sujeta mi rostro entre sus manos y clava su mirada en la mía―. ¿Sientes
la necesidad de hacer daño a alguien? Bien, úsame a mí como tu saco de
boxeo.
―¿Qué? ―pregunto alucinada.
―Puedo soportar unos cuantos golpes. Sin embargo, esto… ―Señala mi
brazo y frunce el ceño―. No entiendo cómo ni por qué, pero ver esto me
enfurece más de lo que soy capaz de verbalizar. Promételo ―demanda.
Aún afectada y confusa por su declaración, solo atino a asentir con la
cabeza. Lagos estrecha su mirada sobre mí. Necesita más que eso.
―Lo prometo ―digo tras carraspear.
No sé si voy a ser capaz de mantener esa promesa, sin embargo, él no
necesita saberlo.
―Bien, ahora te curaré y dormiremos unas cuantas horas. La
conversación que quiero tener contigo requiere estar más elocuente de lo
que me siento después de beber más de media botella de tequila.
¿Conversación? ¿Qué tipo de conversación? Tal vez quiera echarme. Se
ha dado cuenta de lo rota que estoy y pretende enviarme de vuelta con mi
hermano. «Lagos no es así». El pensamiento se hace eco en mi mente y soy
consciente de que es la verdad. Él es un buen hombre, de esos que durante
gran parte de mi vida creí que no existían. No va a echarme. Lo más
probable es que intente rescatarme de mí misma. Pobre iluso. ¿Es que nadie
le ha dicho nunca que hay cosas que no tienen arreglo? Yo soy una de ellas.
Me han partido en pedazos una y otra vez. Como un jarrón de cerámica que
se rompe, unes los pedazos y vuelve a romperse, así una y otra y otra vez.
Al final ya no queda nada del jarrón inicial, solo pedazos de pegamento
correosos y feos. Así soy yo, un conjunto de trozos inservibles unidos por
una sola razón: recuperar lo que se me ha arrebatado.

Lagos
Anoche me quedé dormido en la cama de Ness. Tras curar su herida,
volví a abrazarla y me acosté a su lado. Mi intención era irme en cuanto ella
cogiera el sueño, sin embargo, el cansancio me venció y no fui consciente
de ello hasta que esta mañana desperté con su rostro sobre mi pecho y su
mano en mi abdomen. Admito que mi primer pensamiento al ser consciente
de la firmeza de sus pechos pegados a mi costado no fue nada caballeroso.
Después de ver lo que se estaba haciendo, de darme cuenta de lo
destruida que está, tomé la firme decisión de ayudarla a superar lo que sea
que le haya sucedido. No soy imbécil. He visto a muchas mujeres como
ella. Las cicatrices, esa forma de actuar, siempre a la defensiva,
escondiendo su verdadera personalidad… Tiene todos los síntomas de una
mujer que ha sido abusada y maltratada durante años.
«Y tú estuviste a punto de follarla como un jodido animal», me reprocho
a mí mismo mientras revuelvo la mezcla de masa de tortitas de manera
enérgica. Entiendo que Ness no quiera hablar sobre ello. No voy a
presionarla, pero sí pretendo ganarme su confianza. Necesito saber qué es lo
que quiere de mí o de los míos. Si algo tengo claro es que nuestro
matrimonio no fue una casualidad. Ness está aquí para algo más que ser una
esposa obediente y abnegada, y yo voy a descubrir qué es mientras intento
ayudarla a superar eso que tanto la atormenta.
Capítulo 23
Ness

Me despierto aturdida. Durante un buen rato permanezco mirando el techo


y recordando todo lo que pasó anoche. Fue inesperado, empezando por lo
que sentí cuando nos besamos, lo que provocó ese acercamiento y sus
resultados finales, conmigo en el baño, lastimándome, otra vez. Alzo el
brazo y se me escapa una sonrisa al ver el apósito que me puso Lagos tras
desinfectar la herida. Después se marchó y creí que ya no volvería, pero lo
hizo. Lo sentí acostarme a mi espalda, su olor a champú y gel de baño actuó
como un relajante natural y no tardé nada en quedarme dormida con su
respiración acompasada como sonido de fondo.
Suspiro y aprieto a Bruno con más fuerza contra mi pecho. Lo encontré a
mi lado nada más abrir los ojos. Lagos lo puso ahí, como si supiera lo que
significa para mí y cuánto lo necesito. No puedo evitar preguntarme por qué
un buen hombre como él pertenece a la banda criminal más peligrosa y
violenta del Estado. La forma tan dulce y cariñosa en la que me consoló, me
abrazó y mimó… No encaja en este lugar ni con esta gente. Entonces
recuerdo la manera cruda y violenta en la que me besó, cómo sus manos y
sus dientes se aferraban a mi cuerpo como un animal hambriento, y me
siento aún más confusa. ¿Cuál es verdadero Lagos? Y más importante aún,
¿cuál de los dos me gusta más?
Sacudo la cabeza con fuerza y decido ponerme en pie. Tengo que dejar de
pensar en tonterías. Sí, lo de anoche fue un error. El plan no salió como
esperaba. Bueno, en realidad, creo que tomé de mi propia medicina. Mi
intención era ganarme su confianza a través de un acercamiento físico, y lo
único que he conseguido es afianzar mi opinión positiva sobre él. ¿Cómo no
hacerlo? Es el hombre perfecto, al menos conmigo se comporta de esa
forma, y estoy casi segura de que no hay ni una pizca de falsedad en su
actitud. «Jamás des por perdido a tu oponente. Si te confías demasiado,
cometerás errores». Ignoro la jodida voz de Viktor y, tras coger algo de ropa
limpia, salgo del dormitorio.
Tardo menos de veinte minutos en ducharme y vestirme, y cuando estoy
a punto de salir mi teléfono empieza a sonar sobre el lavamanos. Veo el
nombre de Gavrel en la pantalla y descuelgo de inmediato la llamada.
―Hola, Ness. ―Oír su voz, con ese acento albanés tan marcado, me
resulta reconfortante. A pesar de que lo nuestro jamás estuvo destinado a
funcionar, sigue siendo una persona muy importante en mi vida. Él me
ayudó a sanar, al menos todo lo que puede hacerlo alguien tan destruido
como yo lo estoy―. ¿Me escuchas?
Carraspeo y asiento, aunque sé que no puede verme.
―Estaba esperando tu llamada. ¿Has podido conseguir lo que te pedí?
Lo escucho exhalar con fuerza al otro lado de la línea y música como
ruido de fondo. Apuesto que está en su club, sentado tras la enorme mesa de
su despacho, donde lo controla todo y a todos.
―Me gustaría saber qué demonios pretendes hacer con un programa de
desencriptado de contraseñas, Ness.
―Y a mí me gustaría no tener que darte explicaciones, Karaj ―replico
en tono mordaz.
Lo escucho bufar y sé que, más que por mi contestación, está molesto
porque lo he llamado por su apellido. Cuando salimos juntos insistió en
que, para mí, él siempre será solo Gavrel.
―I dashur…
―Si no quieres ayudarme, lo entiendo, de verdad ―digo cortándolo.
―Yo no he dicho eso. Solo… ―Resopla de nuevo, esta vez más
fuerte―. Quiero que estés a salvo.
―Lo estoy.
―¿Segura? Esos tipos con los que estás emparentada tienen fama de
salvajes, Ness. La gente habla, y el tal Urriaga era un hijo de puta de
cuidado.
―Está muerto ―digo, apretando el puño.
―Lo sé, pero ahora vives en la casa de su hijo. No los conoces, y si creen
que puedes estar traicionándolos, no dudarán en matarte.
―Puedes estar tranquilo. Además, si llegara a pasarme algo, Mijaíl
iniciaría una jodida guerra con el Clan Z y todos los cárteles del continente.
No quiero eso para mi familia.
―Más te vale porque tu hermano no sería el único en entrar en esa
hipotética guerra.
Esbozo una pequeña sonrisa. Gavrel siempre ha sido muy protector
conmigo. Tal vez esa fue una de las razones por las que lo nuestro no
funcionó. Me trataba como un preciado tesoro de cristal, siempre entre
algodones, mimada y querida. La imagen de Lagos anoche, mordiendo mi
cuello, me viene a la mente y trago saliva con fuerza. Él no me trata como
si fuese a romperme, y eso… ¡Joder, eso me encanta!
―Entonces, ¿tienes lo que te he pedido?
―Sí. Te envío la dirección y la hora por mensaje en cuanto cuelgue. Te
aconsejaría que tuvieses cuidado, pero sé que no vas a hacerme caso. No me
gusta esto, I dashur.
―¿Tu contacto es de confianza? ¿Debo ir protegida?
―No está de más que lleves algún objeto puntiagudo por si acaso,
aunque no deberías tener problemas. Solo ve al punto de encuentro. Él
sabrá quién eres.
―Tiene que ser un lugar público.
―Lo supuse. Te entregará el paquete y no volverás a saber nada de él. Ni
siquiera tendrás que saludarlo.
―Está bien. Gracias, Gavrel. Te debo una muy grande.
―No me debes nada. Tú solo… ―Exhala con fuerza―. Intenta que no
tenga que ir ahí a matarlos a todos, ¿vale?
―Cuenta con ello.
Nos despedimos y, tal como prometió, enseguida recibo un mensaje con
la dirección a la que tengo que acudir esta tarde. Busco en internet el lugar.
Es una cafetería del interior de un centro comercial. El sitio perfecto para
pasar desapercibida.
Tras guardar el teléfono en el bolsillo trasero de mis vaqueros, salgo del
baño y sigo el aroma de café recién hecho hasta la cocina. Me sorprende ver
a Lagos tras la barra de desayuno, preparando lo que parecen ser tortitas. Al
escucharme llegar, se gira y su mirada va a parar a mi antebrazo. Tras la
ducha, he decidido no tapar la herida de nuevo. Se está curando bien y
tampoco quiero darle más importancia. La manga de la camiseta la cubre de
forma parcial, aunque no por completo.
―Buenos días ―saluda, y desliza su mirada hacia mi rostro.
―Hola. ―Tomo asiento en uno de los taburetes altos y procuro no hacer
contacto visual con sus ojos. Recuerdo que anoche dijo algo sobre tener una
conversación, y no estoy segura de estar preparada para ello―. Eso huele
bien ―digo, y señalo el plato, donde hay más de una docena de tortitas
recién hechas.
―¿Café? ―Asiento―. ¿Cómo te gusta?
―Con leche y mucho azúcar.
Alcanzo a ver un atisbo de sonrisa en sus labios antes de que se gire y
empiece a preparar mi bebida. Un par de minutos después, cuando deja la
taza sobre la superficie de granito justo delante de mí, aún sigue sonriendo.
―¿Qué es tan gracioso? ―pregunto tras darle un sorbo largo. Está
delicioso.
―Tú.
―¿Yo? ―inquiero, arqueando una ceja.
―No puedes negar que tienes cierta adicción al azúcar. Te pasas el día
comiendo dulces.
―Me gusta comer, y sí, supongo que soy una chica muy dulce ―intento
bromear.
Lagos niega con la cabeza y se inclina sobre la encimera para estar más
cerca de mí.
―No es cierto ―susurra, mirándome directo a los ojos―. Eres una
mujer valiente, apasionada y poderosa, pero por alguna razón te empeñas en
usar una máscara para ocultarlo de los demás.
Contengo el aliento y trago saliva con fuerza. Lagos se queda quieto, con
su rostro a escasos centímetros del mío y sin apartar la mirada. ¡Santa
mierda! ¿Qué se supone que debo decir ahora? Carraspeo y me echo hacia
atrás para darle un nuevo trago a mi café, y sí, también para huir de su
cercanía. Me tiemblan las manos y no sé por qué.
―¿Vas a darme tortitas? ―pregunto, cambiando de tema.
No me pasa desapercibida la sonrisita engreída que esboza, pero no dice
nada más. Solo me sirve unas cuantas tortitas, las baña en chocolate sin que
tenga que pedírselo y deja el plato frente a mí. Después se sienta a mi lado y
ambos desayunamos en silencio.
―¿Has terminado? ―pregunta, y deduzco que ha estado esperando a que
comiera el último bocado para retomar la conversación. Termino de tragar y
me atrevo a mirarlo de reojo mientras asiento―. Bien, entonces podemos
empezar. ―«Mierda». Me tomo mi tiempo para limpiarme las comisuras
con una servilleta e inspiro hondo por la nariz―. Debo hacerte una
pregunta muy importante, y de tu respuesta depende lo que va a pasar a
continuación.
Lo miro de frente y alzo la barbilla de manera desafiante. Tal vez esté
enseñando mis cartas demasiado pronto, pero no puedo seguir fingiendo
que soy una frágil y dulce damisela. Al fin y al cabo, Lagos ya no se lo
traga. Ha llegado el momento de llevar las apuestas a otro nivel.
Capítulo 24
Ness

―Tú dirás ―mascullo entre dientes.


Una de sus comisuras se estira apenas un par de centímetros y asiente.
―Nada de máscaras. ¿Quieres guardar secretos? Bien, lo acepto, pero no
me mientas, Ness, y tampoco insultes mi inteligencia. Ambos sabemos que
estás aquí por una razón concreta. Lo de casarte conmigo no fue una
casualidad, ¿cierto?
―¿Esa es la pregunta importante?
―El preludio ―aclara, sonriendo de medio lado. Respiro hondo y
asiento―. ¿Eres una espía de tu hermano?
―Mijaíl no tiene nada que ver con esto ―respondo de inmediato. Lo que
menos quiero es crear un jodido conflicto entre mafias.
―¿Vas a contarme qué es?
―¿Tengo otra opción? ―rebato.
―Ness, voy a repetirlo una última vez, y espero que te quede claro:
Nunca te obligaré a hacer o decir nada que no desees.
―Pero te gustaría saberlo.
―¡Joder, claro que sí! Me encantaría que pudieras darme los nombres y
direcciones de los animales que te han hecho daño para poder matarlos con
mis propias manos. ―Por su tono de voz, tan áspero y grave, sé que no es
una amenaza vacía. Lagos de verdad haría eso por mí.
―Fueron muchos ―digo sin pensarlo demasiado. Tomo una bocanada
profunda y exhalo despacio―. Más de los que puedo recordar. Algunos ya
están muertos. Mijaíl y Milena se encargaron de ellos.
―Bien. Me alegra que hayan dejado algo para mí. ¿Sabes dónde puedo
encontrar a alguno?
Busco su mirada y contengo las palabras que están a punto de salir de mi
boca. ¿Confío lo bastante en él como para confesarle mi secreto? No, aún
no. Su lealtad está con Zarco, y si lo pongo sobre aviso es posible que
pierda mi única oportunidad de encontrar lo que busco.
Por suerte, su teléfono móvil me ahorra tener que evitar responder
cuando empieza a sonar sobre la encimera. Lagos lo coge, echa un vistazo a
la pantalla y resopla.
―¿Malas noticias? ―inquiero.
―Es Zarco. Tengo que irme. ―Se pone en pie sin dejar de mirarme―.
Podemos seguir con la charla más tarde. ¿Te apetece que cenemos solos
esta noche aquí en el apartamento? ―Antes de que pueda ser consciente de
lo que voy a contestar, ya estoy asintiendo.
Lagos se ajusta las gafas sobre la nariz mientras guarda el teléfono en el
bolsillo delantero de su pantalón.
―Voy a salir a hacer unas compras ―informo antes de que se marche―.
Si no te importa, claro ―añado.
Chasquea la lengua, contrariado, rodea la isla, y tras sacar papel y boli de
uno de los cajones, escribe algo y me lo tiende.
―Hay una caja de seguridad detrás del cuadro que hay en el cabecero de
mi cama. Coge todo el dinero que quieras de su interior. ―Miro la nota. Es
el código de apertura de la caja. Vuelve a mi lado y, aunque actúa de
manera casual, sé que este gesto es mucho más que eso. Me está ofreciendo
un voto de confianza; supongo que espera que yo haga lo mismo. Lo que no
sé es si seré capaz―. Haz el favor de gastar bastante. Desde que nos
metimos en el negocio con tu hermano, no sabemos qué hacer con tanto
dinero.
―Lo tendré en cuenta ―digo, sonriendo por la forma en la que lo ha
expresado. De verdad parece molesto por tener más dinero del que es capaz
de gastar. Lagos se me queda mirando unos segundos y sacude la cabeza de
un lado a otro―. ¿Qué pasa?
―Nada. Me gusta esto. ―Señala el espacio vacío entre nosotros―.
Estoy ansioso por conocer a la verdadera Ness.
―Tal vez nunca llegues a conocerla del todo ―susurro con un hilo de
voz y sin poder dejar de mirar su boca. ¿Es posible que desee tenerla de
nuevo sobre la mía?
Se acerca más y parece estar pensando lo mismo que yo. Va a besarme,
estoy segura. Sin embargo, antes de que nuestros labios lleguen a rozarse,
se detiene y retrocede.
―Eso no significa que vaya a dejar de intentarlo, Ness. ―Se endereza
del todo―. Le diré a Pablo que te lleve a donde quieras. ―Asiento, y se
despide con un cabeceo antes de dirigirse a la salida.

Lagos
Salgo del despacho de Zarco y compruebo que mi pistola está cargada y
lista para usar antes de devolverla a su lugar, bajo mi brazo izquierdo. Alex
ha llamado a su hermano. Cree que Sandoval puede haber cruzado la
frontera. De ser así, está en nuestro territorio, y eso significa que podemos
apretarles las tuercas a unos cuantos imbéciles que tenían conexión con el
cártel de Sonora antes de que nosotros lo destruyéramos por completo.
―¿Estás bien? ―le pregunto a Oscar mientras nos dirigimos al garaje.
Los todoterrenos blindados ya están listos para llevarnos a uno de los
peores barrios de la ciudad. Sin Beni ni Gambo, nos está tocando a nosotros
dos hacernos cargo de la organización de las operaciones desde el terreno.
Bueno, así es como lo llama Bailey, ella siempre usa jerga militar y estamos
empezando a adoptarla como propia. Recibo un asentimiento por su parte y
nos subimos a la parte trasera de uno de los vehículos.
Durante gran parte del trayecto, noto a Oscar ausente. Es algo habitual en
él. No habla demasiado. Siempre está perdido en sus propios pensamientos,
sin embargo, esta vez presiento que hay algo más ahí; espero que no sea lo
que temo. Es cuestión de tiempo que sufra una de sus crisis. Ya ha pasado
mucho desde la última. Lo escucho farfullar algo en voz baja y todas mis
alarmas se encienden. De pronto, me mira como si quisiera decir algo, pero
niega con la cabeza.
―No, no pasa nada ―susurra, creo que para sí mismo―. Estoy bien.
Todos estamos bien. ¿Quién está mal? Nadie, ¿verdad?
Lo sujeto del brazo y él clava su mirada en la mía.
―Oscar, ¿quieres regresar? ―Niega con la cabeza.
―Todo está bien ―sisea, apartando mi mano con brusquedad.
―No dejas de decir eso, pero parece todo lo contrario. ―Mira por la
ventanilla con los puños apretados y me ignora el resto del viaje.
Al llegar, me planteo volver a casa. Temo que Oscar pierda el control y
acabe haciendo que nos maten a todos. Sin embargo, sé que eso solo
empeoraría la situación. Ahora mismo necesita centrarse en el trabajo. Eso
siempre le viene bien.
La más de media docena de hombres armados que nos acompañan se
encargan de ir despejando los pasillos del edificio en ruinas al que
accedemos. Subimos un tramo de escaleras tras otro, sorteando jeringuillas
usadas y también a algún que otro yonqui. Ascendemos hasta la novena
planta, y entonces, pistola en mano, irrumpimos en uno de los
apartamentos.
Como ya esperaba, varios hombres empiezan a correr para salvar sus
vidas. Yo solo me centro en uno. El que lleva la cabeza rapada. Rata, así es
como lo llaman. Sé que era uno de los perros de Sandoval en la ciudad. No
es la primera vez que le sacamos información. Corro tras él cuando se
dirige a lo que parece ser una cocina. Está tan sucia y repleta de basura que
el olor resulta nauseabundo. Consigo alcanzarlo justo cuando está a punto
de salir por la ventana. Afuera está la escalera de incendios. Lo sujeto por el
gorro de su sudadera y tiro de él con fuerza. El muy imbécil cae al suelo
sobre un montón de mierda viscosa que ni siquiera quiero saber qué es.
―¡Lagos, no he hecho nada! ―grita, cubriéndose el rostro tras recibir la
primera patada.
―Entonces, ¿por qué huías, hijo de puta? ―Lo engancho de nuevo por
el gorro y lo obligo a ponerse en pie. Lo llevo a rastras hasta la sala de estar,
o lo que sea la pocilga en la que hay un sofá destartalado, donde una mujer
medio inconsciente está tumbada. Hago un gesto con la cabeza y uno de
nuestros hombres la saca del apartamento de inmediato. Entonces empujo a
Rata sobre el sofá y lo apunto con mi pistola directo a la cabeza―. Empieza
a hablar. ¿Dónde está Sandoval?
―No lo sé. ―Sujeto el arma por la culata y le golpeo en el rostro. La
sangre enseguida empieza a salir a chorro de su nariz y suelta un alarido de
dolor―. ¡Yo solo me ocupo de mi negocio! ―gime, sujetándose el rostro.
Echo un vistazo alrededor. Hay varias bolsas esparcidas sobre una mesa
de madera podrida. Uno de los chicos abre una de ellas y prueba lo que hay
en su interior.
―Fentanilo ―informa.
―¿Fentanilo? ¿Esa es la mierda que le das a tus chicas para que no se
quejen cuando las vendes por un puñado de dólares? ―Respiro hondo para
tranquilizarme. Esa chica del sofá… Tal vez podría haber sido Ness. Aún no
sé qué es lo que tuvo que vivir. Cabe la posibilidad de que sea algo parecido
a lo de esa pobre muchacha. Personas como Rata no merecen vivir. El
mundo sería un lugar mucho mejor si no existieran―. Segunda
oportunidad, Rata. ¿Dónde está Sandoval? ¿Has hablado con él?
―¡No, joder! ―grita, e intenta levantarse, pero le doy una patada en el
estómago y vuelve a caer sobre el destartalado sofá.
Noto la presencia de Oscar a mi espalda. Da un paso al frente e inspira
hondo por la nariz.
―Yo me ocupo de él ―susurra.
―¿Estás seguro? ―Frunzo el ceño. Sé que hacer su trabajo lo ayuda a
liberar tensión. Es su forma de desfogarse, de recuperar algo de control
sobre sí mismo. Además, dudo que acepte una respuesta negativa―. Bien.
―Me guardo la pistola en la cartuchera y sonrío―. Rata, te ha tocado la
lotería. Aquí mi amigo va a hacer que cantes como un pajarito.
La escoria humana que sigue sangrando profusamente por la nariz, alza
la vista y sus ojos se abren con auténtico terror cuando ve a Oscar mover el
cuello de un lado a otro. Sé lo que viene a continuación, y él también.
―¡No, Monstruo, no! ―Me mira a mí, suplicante―. Te diré lo que
quieras, pero no dejes que se acerque a mí. Lagos, por favor.
Debería detenerlo. Es posible que lo mate antes de que pueda decirnos
nada, sin embargo, no soy capaz de sacar de mi mente la imagen de esa
chica, inconsciente, sucia y delgada. «Podría ser Ness». Me encojo de
hombros y dejo que una sonrisa engreída se extienda en mis labios.
―Veremos si aún puedes hablar cuando él acabe contigo.
Capítulo 25
Ness

De regreso a casa, miro por la ventanilla en silencio mientras Pablo


conduce. Me ha costado darle esquinazo en el centro comercial. Pasé toda
la mañana dando vueltas por las distintas tiendas, gastando el dinero de
Lagos. No mentía, dentro de la caja de seguridad había una cantidad ingente
de fajos de billetes, también una pistola. La cogí por si acaso, aunque me
alegra no haber tenido que usarla. Después de comer en un pequeño
restaurante del centro comercial, acudí al punto de encuentro a la hora
exacta que me indicó Gavrel en el mensaje. Imaginé que su contacto no se
acercaría al verme junto a Pablo, así que tuve que improvisar. Una visita al
baño y al salir ya tenía el paquete en el bolsillo. Una vez más, Gavrel estaba
en lo cierto, el tipo con el que me encontré en el servicio de señoras ni
siquiera me saludó. Me entregó una memoria USB, dio media vuelta y se
fue.
Con mi objetivo ya cumplido, decidí regresar a la enorme mansión que
actúa como fortaleza para los miembros del Clan Z. Todo lo que nos rodea
es tierra árida y montañas rojizas. El desierto de Arizona es un gran
escondite para una banda criminal. Apartado de la ciudad e inaccesible si no
has sido invitado. Pablo aparca frente a la casa y se apresura a abrirme la
puerta. Se lo agradezco con un amago de sonrisa y empiezo a ascender los
escalones que me llevan a la enorme puerta principal de más de tres metros
de alto. Él se queda sacando las bolsas del maletero. Ya estamos en un lugar
seguro, uno donde puedo moverme sin necesidad de ser vigilada.
Nada más llegar al recibidor, escucho los gritos y varios hombres suben
la escalera corriendo y con gestos de preocupación. Frunzo el ceño,
extrañada. «¿Qué demonios estará pasando?». Mi primer pensamiento es
que alguien ajeno al clan haya podido entrar en la casa. Un ataque enemigo,
tal vez, aunque lo veo poco probable. Hay cámaras vigilando todo el
perímetro de la finca, guardias armados custodiando todas las puertas y,
además… ¿Quién sería tan estúpido como para entrar sin permiso en la casa
de unos mafiosos? Decido averiguarlo por mí misma. A cada escalón que
subo soy consciente del peso del arma que llevo a mi espalda, enganchada
en la cinturilla de los vaqueros. Si siento la necesidad de usarla, no lo
dudaré. No estoy preparada para morir aún.
Al llegar a la primera planta, tomo el pasillo de la izquierda siguiendo las
voces. No necesito recorrer demasiada distancia para darme cuenta de que
lo sea que esté ocurriendo es en una de las habitaciones más cercanas, las
que usan Luna, Oscar y, por lo que escuché en la cena de anoche, ahora
también Beni, ya que ha decidido mudarse del ala privada de Zarco.
Veo a Bailey en el pasillo. Todo su cuerpo está en tensión y tiene la
mirada fija en el interior de la habitación, donde alguien parece discutir a
viva voz. Me acerco y miro sobre su hombro para echar un vistazo al
dormitorio. Lagos está dentro. Con la ayuda de Zarco, intenta sujetar a
Oscar mientras este forcejea y los insulta.
―¡Soltadme, joder! ―grita desgañitado.
Me sorprende verlo en ese estado. Por lo poco que conozco a Oscar,
siempre ha sido amable conmigo. No habla demasiado y siempre parece
estar ausente, pero jamás pensé en él como alguien tan violento.
―¿Qué ocurre? ―decido preguntar.
Bailey no se sorprende al verme a su espalda. No sé si me ha escuchado
llegar o es que siempre está alerta. Resopla con fuerza y niega con la
cabeza.
―Oscar está teniendo una crisis ―responde, volviendo a dirigir su
mirada al interior del dormitorio―. Zarco y Lagos intentan calmarlo, pero
es una jodida bestia.
Varios hombres se acercan alertados por los gritos, y Bailey no tarda en
echarlos con tono autoritario. Ellos la obedecen sin rechistar. Supongo que
ser la mujer del jefe tiene sus ventajas, y ella sabe cómo sacarles partido.
―¡¿Alguien puede llamar a Luna?! ―exclama Zarco justo después de
recibir un codazo en la boca del estómago por parte de Oscar.
Bailey hace una mueca, como si ella misma sintiese el dolor.
―Están en ello ―responde.
―¡Mierda! ¡Ayúdame, Zarco! ―demanda Lagos.
Tiene a Oscar sujeto por detrás e intenta inmovilizarlo, pero es bastante
más bajo, y con cada movimiento de Oscar se va aflojando su agarre. Zarco
bufa con fuerza y coge una lámpara que hay sobre la mesita de noche antes
de dirigirse de nuevo hacia sus dos amigos.
―¡Apártate, voy a noquearlo! ―brama.
―¡Ni se te ocurra! ―escuchamos la voz de Luna a nuestra espalda, y
Bailey y yo nos apartamos para que pueda acceder al dormitorio. Zarco
suspira en cuanto la ve llegar.
―Ya era hora. ¿Dónde mierda estabas? ―Ella no contesta, solo se acerca
a Oscar, que sigue estando sujeto por Lagos, aunque a duras penas, y
enmarca su rostro con ambas manos.
―¡Oscar! ―grita. Él la mira con tanta rabia que estoy segura de que, si
pudiese, ya la habría estrangulado con sus propias manos.
No puedo evitar preguntarme qué es lo que le sucede. ¿Una crisis? ¿Qué
tipo de crisis hace que, una persona que habitualmente parece tranquilo y
retraído, llegue a tal extremo de agitación que es capaz de lastimar a sus
propios amigos?
―No va a funcionar ―jadea Lagos, y justo después, Oscar se revuelve y
consigue sacárselo de encima. Lagos cae de espaldas, y solo entonces puedo
ver su rostro. Tiene un corte en la ceja y el pómulo hinchado―. Oh, mierda
―susurra al ver cómo Oscar se gira y da un paso hacia él de manera
amenazante.
Lagos mira alrededor, podría jurar que está buscando algo con lo que
defenderse, pero no hay nada a su alcance. Retrocede, empujándose con los
talones ante el avance de Oscar, y durante un segundo siento que mi
corazón se detiene. Va a matarlo si nadie se lo impide. Sería un eufemismo
decir que actúo por instinto. En realidad, ni siquiera soy consciente de lo
que estoy haciendo hasta que me planto en el centro de la habitación con la
pistola en la mano y aprieto el gatillo. La bala impacta en el techo, pero el
sonido de la detonación logra atraer la atención de Oscar hacia mí. Su
mirada es la de un verdadero desquiciado. Ladea la cabeza y esboza una
sonrisa macabra que logra ponerme los pelos de punta.
―¡¿Qué demonios estás haciendo?! ―escucho el grito de Luna, pero no
aparto la mirada de Oscar.
Lo apunto con el arma mientras me muevo con pasos lentos hasta estar
entre él y Lagos.
―Atrás ―siseo entre dientes.
―¡Ness, sal de aquí! ―ordena Lagos. Enseguida lo escucho levantarse y
me empuja con un brazo para cubrirme con su cuerpo. Sigo apuntando a
Oscar por encima de su hombro―. Baja la pistola. ―Da un paso en
dirección a Oscar con las manos en alto―. Todo está bien, hermano. Vas a
estar bien.
Oscar desvía la mirada hacia su derecha, a un lugar específico junto a la
ventana, y sacude la cabeza de un lado a otro.
―¡Dile que se calle! ¡No me deja pensar! ―grita.
Luna lo rodea y vuelve a sujetarlo por el rostro.
―Eh, mírame. ―Su tono es dulce y cariñoso, como si le estuviese
hablando a un niño pequeño. Oscar intenta mirar de nuevo hacia la ventana,
pero ella no se lo permite. Lagos retrocede un paso, me quita la pistola y me
sujeta con fuerza contra su espalda―. Grandullón, mírame a mí ―susurra.
Oscar obedece, exhala con fuerza y pestañea un par de veces.
―Me grita desde dentro ―farfulla―. Quiere que… ―Sacude de nuevo
la cabeza y traga saliva con fuerza. Entonces su mirada se queda clavada en
el hombro de Luna. Estira la mano y acaricia con suavidad el dibujo de una
mariposa que tiene tatuada en la clavícula―. Vamos a cazar mariposas
―susurra, aunque no parece estar hablando con nadie en concreto.
―Eso es, cazaremos mariposas juntos.
Oscar desvía la mirada a su rostro y esboza una pequeña sonrisa.
―Tengo que prepararme.
―Sí, yo te ayudaré.
―Vamos a cazar mariposas ―repite, sonriendo con más fuerza.
―Sí, iremos en cuanto te tranquilices un poco. ¿Puedes hacer eso por mí,
grandullón? ―Asiente de inmediato. Luna echa la vista por encima de su
hombro en dirección a Zarco―. Largaos de aquí. Yo me encargo.
―¿Quieres que le dé un calmante? ―inquiere Bailey.
Luna aprieta los labios y niega con la cabeza.
―No, solo marchaos de una vez para que pueda tranquilizarse.
Lagos sujeta mi mano y tira de mí hacia la salida. Permaneciendo
siempre entre el lugar donde Oscar sigue de pie junto a Luna y yo. En
cuanto abandonamos la habitación, Zarco cierra la puerta y clava su mirada
furiosa en la mía.
―¿Qué demonios haces con una puta pistola? ―sisea, temblando de
rabia.
Retrocedo un paso y Lagos vuelve a cubrirme con su cuerpo. Zarco
parece sorprendido por su actitud. Abre mucho los ojos y resopla con
fuerza.
―Yo me ocupo ―masculla mi marido.
Bailey pone los ojos en blanco y sujeta el brazo de Zarco para atraer su
atención.
―No la pagues con Ness. Solo intentaba proteger a Lagos ―le dice.
―Podría habernos matado a cualquiera de nosotros ―replica él.
Su mujer chasquea la lengua e imita su postura, con los brazos cruzados
sobre el pecho y la barbilla en alto de manera desafiante.
―Actuó por instinto, idiota. Yo hubiese hecho lo mismo por ti. ―Exhala
con fuerza y me mira―. Aunque en algo tiene razón este zoquete, por tu
postura con el arma, apuesto a que no tienes ni idea de disparar. Eso puedo
solucionarlo. Te enseñaré a hacerlo.
―¡Bailey! ―gruñe Zarco entre dientes.
―¡¿Qué?! La chica tiene derecho a defenderse, a ella y a los que le
importan. Deja de comportarte como un imbécil y admite que os ha salvado
el culo.
Mientras ambos se enzarzan en una discusión, Lagos se gira y busca mi
mirada.
―Vámonos de aquí ―susurra, tirando de mi mano.
―¡Lagos! ―Se detiene de golpe y noto como su mano se aferra a la mía
con fuerza. Se gira a medias con la mandíbula apretada―. Te espero en mi
despacho en media hora. ―Asiente y vuelve a tirar de mí para retomar la
marcha.
Capítulo 26
Lagos

Ni siquiera al llegar al apartamento soy capaz de soltar la mano de Ness.


Cuando la vi allí, delante de Oscar mientras él estaba en plena crisis, me
temí lo peor. A duras penas fui capaz de traerlo a casa. Casi mata a Rata. En
realidad, no estoy seguro de que haya sobrevivido. Lo dejamos en el
apartamento, inconsciente, con el rostro desfigurado y bañado en su propia
sangre. Yo mismo le hubiese dado el tiro de gracia si no hubiera estado tan
ocupado intentando inmovilizar a mi amigo.
Me dejo caer en el sofá y arrastro a Ness para sentarla sobre mi regazo.
Por algún motivo que desconozco, siento la necesidad de hundir mi rostro
en su cuello. Inspiro hondo y su aroma picante y dulce a la vez sube por mi
nariz. No sé cuánto tiempo paso así, solo oliéndola, mientras intento
controlar los desbocados latidos de mi corazón. Siento sus dedos sobre mi
cabeza, entre mis mechones, en una leve caricia que poco a poco logra
tranquilizarme. Alzo la cabeza y mi mirada y la suya se unen.
―Nunca vuelvas a hacer algo así ―susurro. Intento contener mi tono, no
sonar agresivo, pero no creo estar lográndolo―. Si ves a Oscar actuar de
manera extraña, solo huye de él, ¿entendido?
―No lo pensé ―responde, frunciendo el ceño―. Iba a matarte, Lagos.
Lo vi en su mirada. Estaba desquiciado.
―Zarco, Bailey o cualquiera lo hubiesen impedido. ―Coloco mi mano
en su mejilla y la obligo a mirarme―. Tú no deberías haber estado allí.
En vez de adoptar una actitud de arrepentimiento, para mi sorpresa, alza
la barbilla de manera desafiante y arquea una ceja con chulería.
―No dejas de pedirme que sea yo misma, sin máscaras. Pues bien, esta
soy yo. Peleo si creo que debo hacerlo y no salgo corriendo cuando las
cosas se complican.
Respiro hondo por la nariz y exhalo con lentitud, sin poder apartar la
mirada de su boca. Con solo un par de frases ha logrado ponerme muy
cachondo. ¡Joder, me encanta la nueva Ness! Me desafía, me lleva la
contraria. Apuntó a Oscar con una pistola para defenderme. Mi pistola, la
que con total seguridad sacó de la caja fuerte. No hay ni rastro de la mujer
sumisa y dócil que aparentaba ser la primera vez que pisó esta casa. No
estoy seguro de qué es lo que quiero o debo hacer. Tengo ganas de gritarle
hasta quedarme sin voz por haberse puesto en peligro y también quiero
follarla como un jodido animal salvaje por haber arriesgado su vida por mí.
Quiero más de ella, mucho más. Mi erección se aprieta contra la tela de mis
pantalones de forma casi dolorosa. Acaricio su labio inferior y con el otro
brazo la atraigo más hacia mí.
―Quiero besarte ―susurro contra sus labios.
Noto como su respiración se acelera y sus dedos agarran un mechón de
pelo de mi nuca con fuerza.
―Nadie te lo impide ―responde sin aliento.
Dudo. Estoy tan cabreado y excitado que no creo poder ser gentil con
ella. No quiero ser uno más de los tipos que la usaron a su antojo, que la
lastimaron. ¿En qué me convertiría eso? Me planteo apartarla de mí y
largarme, sin embargo, antes de que pueda siquiera llegar a moverme, es
ella la que acerca su boca a la mía. Siento sus dientes sobre mi piel, tirando
de mi labio inferior, después lo lame y empuja mi cabeza hacia delante para
besarme.
Mis limitaciones y dudas desaparecen junto a parte de mi cordura con el
primer roce de su lengua contra la mía. Sujeto su cintura y profundizo más
el beso. Nuestros dientes chocan y Ness tira de mi pelo con fuerza. Intento
contenerme, dejar que sea ella la que tome de mí lo que quiera, sin
embargo, cuando empieza a mover las caderas y rozar su sexo contra mi
erección, pierdo por completo la batalla contra mi autocontrol. La sujeto por
el trasero y me pongo en pie. Sus piernas rodean mi cintura y, sin dejar de
besarla, empiezo a caminar a largas zancadas en dirección a mi dormitorio.
No voy a follarla en el sofá. No, para hacerle todo lo que quiero necesito el
espacio de una cama.
Ya en la habitación, uso toda mi fuerza de voluntad para apartar mi boca
de la suya. Aunque no soy capaz de alejarme demasiado. Beso su cuello y
su clavícula mientras amaso su trasero con más fuerza de la que debería.
Me acerco a la cama y la dejo sobre el colchón. Mis manos recorren sus
costados hasta llegar al borde de su camiseta, que no tardo en quitarle. Nos
miramos a los ojos con nuestras respiraciones aceleradas.
―¿Quieres esto? Tú decides, Ness ―susurro sin aliento. Asiente y
deslizo la mirada por su escote. Un sujetador negro sencillo esconde dos
pechos turgentes, no demasiado grandes. Perfectos. Me muero por besar
cada una de las cicatrices que cubren su piel―. Voy a intentar ir despacio
―digo, regresando la mirada a su rostro.
Frunce el ceño y niega con la cabeza.
―No quiero que lo hagas.
Mi polla se endurece aún más si es posible al escucharla. Sacudo la
cabeza de un lado a otro y aprieto los dientes con fuerza. Debo contenerme.
―Ness ―exhalo con fuerza―. No quiero tratarte como… ―Deslizo el
dorso de mi mano por encima de una cicatriz más grande y rugosa que
cruza su abdomen.
―Jamás podrías hacerlo. ―Tira de mi barbilla y busca mi mirada. Sus
ojos están brillantes de deseo contenido. Se humedece los labios y tira del
borde de mi camiseta para sacármela por la cabeza. No opongo resistencia.
Tras lanzar la prenda por los aires, sus manos se aferran a mi cinturón y lo
desabrocha con lentitud. Después los botones del pantalón. Baja un poco la
cinturilla y mi polla sale de su encierro saltando como un jodido resorte.
Ness la rodea con la mano y no puedo evitar que se me escape un gemido
mientras cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás―. Mírame, Lagos.
―Obedezco como un puto perro a su dueño―. Ellos nunca pidieron
permiso. Tú… ―Desliza su mano por toda mi extensión y vuelve a subirla
de forma lenta y tortuosa―. Tú no solo tienes mi permiso. A ti te deseo sin
limitaciones. Quiero que me demuestres que no estoy rota. ¿Harías eso por
mí?
―¡Joder, sí! ―exclamo justo antes de estrellar mi boca contra la suya.

Ness

No sé en qué momento nos hemos arrancado la ropa el uno al otro. Siento


sus manos y su boca por todas partes. Sus dientes me raspan la piel, estruja
mis pechos con ambas manos y muerde mis pezones. Solo soy capaz de
gemir y aferrarme a mechones de su pelo rubio mientras intento contener
los temblores. Ráfagas de placer recorren mi cuerpo y se concentran en mi
bajo vientre. Quiero su mano entre mis piernas, su boca, todo él. Lagos
parece escuchar mis súplicas silenciosas. Hunde los dedos en mi sexo y me
veo obligada a morderme el labio para no gritar a todo pulmón.
―No te contengas ―ordena con voz ronca mientras recorre mi vientre
con su lengua.
Se acomoda entre mis piernas abiertas y me lanza una sonrisa que logra
calentarme aún más si es posible justo antes de morder la parte superior de
mi sexo. Los dedos de mis pies se retuercen de forma involuntaria con cada
pasada de su lengua y aprieto los puños, hundiendo las uñas en las palmas
cuando una ola de placer recorre mi espalda. Lagos deposita un último beso
en la parte interna de mi muslo antes de ponerse sobre mí. Su boca regresa a
la mía. Me saboreo en su lengua y vuelvo a calentarme en cuestión de
segundos. Yo misma guío su miembro a mi hendidura. Lagos aparta su
rostro unos centímetros y siento su aliento caliente golpeando mi cara
mientras se introduce en mi interior centímetro a centímetro. Cierra los ojos
y exhala con fuerza cuando ya lo he acogido por completo, y después
empieza a retirarse, lento, muy lento, demasiado.
―Más rápido ―pido. Abre los ojos de golpe y, por su expresión, sé que
se está conteniendo. No es eso lo que quiero. Agarro su nuca y lo obligo a
mirarme―. No vas a romperme, Lagos. Quiero que me folles como sé que
estás deseando.
―No sabes lo que dices ―sisea, volviendo a hundirse en mi interior con
lentitud―. Te voy a lastimar, y prometí que no lo haría.
Sonrío y deslizo la mano por su espalda dura y tensa. Puedo notar el
relieve de la tinta que decora su piel bajo la palma de mis dedos, y, aunque
nunca he sido fan de los tatuajes, la sensación resulta muy placentera. Al
llegar a su trasero, clavo mis uñas en él y lo escucho sisear.
―Sin limitaciones ni frenos ―digo justo antes de empujar su trasero
hacia mí, haciendo que se clave en mi interior con fuerza.
Un gruñido gutural sale de su boca y sé que he logrado salirme con la
mía. Agarra mis manos y las sube para colocarlas sobre mi cabeza.
―Agárrate al cabecero ―ordena. Lo hago y se incorpora, abre más mis
piernas sin salir de mi interior y me sujeta con fuerza por la cintura con
ambas manos―. Tú lo has querido, pequeña. No quiero quejas ni reproches.
―Asiento, y sus caderas cobran vida.
Sus embestidas son tan duras y contundentes que apenas tengo tiempo
para asimilarlas. Lo siento ensanchándome, llegando al fondo de mí,
golpeando cada jodido recoveco de mi interior una y otra vez. Sus dedos se
hunden en mi piel. Es doloroso y también placentero. La misma sensación
de paz y desconexión que sentí anoche en el sofá regresa, nublando cada
mal recuerdo que hay en mi mente. Lo opaca todo.
Lagos resuella y gotas de sudor caen sobre mi vientre mientras sigue
follándome como un animal salvaje. No es cariñoso, no es gentil, no es
cuidadoso. Es simplemente… Perfecto.
En pocos minutos ambos estamos gimiendo. Su cuerpo vuelve a caer
sobre el mío. Tira de una de mis piernas y la coloca sobre su hombro sin
dejar de golpear con las caderas. Nuestras bocas se unen de nuevo y
entonces lo noto: un escalofrío me recorre la columna y el jodido mundo
explota a mi alrededor.
Capítulo 27
Lagos

Esto es el puto paraíso. Aquí, sobre Ness, aún enterrado profundamente en


su interior después de correrme como nunca antes lo he hecho, no puedo
encontrar el recuerdo en mi mente de un momento en el que me sintiese
tan… ¿Completo? No sé si es la palabra correcta para describir lo que
siento. Creo que se queda corta. La noto tan caliente y húmeda alrededor de
mi polla… Quiero volver a hacerlo. Es más, lo necesito, ¿Cómo es posible
que empiece a estar duro de nuevo?
Deposito un beso en la curvatura de su cuello y, al moverme, Ness gime
debajo de mí. Enseguida alzo la cabeza para mirar su rostro.
―¿Estás bien? ―pregunto, aún con la respiración acelerada. Asiente y
esboza una sonrisa tímida―. Te preguntaría si he sido demasiado brusco,
pero tú misma lo pediste.
―No lo has sido ―aclara, y su mano se mueve sobre mi pelo.
Inspiro hondo por la nariz y disfruto de sus caricias mientras mi erección
va creciendo a cada segundo. Ness parece notarlo porque se detiene y me
mira a los ojos con una ceja arqueada.
―Te sigo deseando ―admito.
Veo como abre la boca para decir algo, pero es interrumpida por el
estridente tono de llamada de mi teléfono, que está sonando en algún lugar
de la habitación. «¡Mierda, Zarco!». Me aparto y contengo un gemido al
salir de ella.
―¿Qué ocurre?
Me pongo en pie, y tras rebuscar en los bolsillos de mi pantalón,
encuentro el teléfono y compruebo que, en efecto, tengo un par de llamadas
perdidas de Zarco y media docena de mensajes también. Se supone que iba
a encontrarme con él en su despacho. Hago una mueca y desvío la vista
hacia la cama. Ness sigue desnuda en el centro, con el pelo negro
alborotado y las mejillas encendidas. Noto su mirada sobre mí. En mis
hombros, en mi pecho y sí, también en mi polla, que apunta hacia arriba
como un jodido misil. No parece avergonzarse por su desnudez, y eso me
encanta porque, si depende de mí, no volverá a usar ni una jodida prenda en
este apartamento.
―Tengo que irme ―anuncio mientras camino hacia la cama.
Me siento en el borde del colchón y estiro mi mano para acariciar su
vientre. A pesar de la rugosidad de las cicatrices, su piel es suave, muy clara
y está salpicada de pequeñas pecas.
―¿Tienes que irte ya mismo? ―Asiento y sigo ascendiendo por el valle
de sus pechos hasta llegar a su rostro.
Deslizo el pulgar por su labio inferior y juro que tengo que usar toda mi
fuerza de voluntad para no acercarme y mordisquearlo. Sé que, si lo hago,
no habrá nada ni nadie que logre sacarme de esta habitación.

Ness

Lo observo en silencio mientras se pone la ropa. Es una pena que tenga


que marcharse. Por un momento creí que volveríamos a hacerlo, y no voy a
negar que la idea me encantaba. Supongo que llegará el momento en el que
tenga que afrontar lo que me está pasando, lo que estoy sintiendo, sin
embargo, ahora mismo solo deseo disfrutarlo. Por primera vez en mi vida
deseo a un hombre, lo deseo de verdad, sin restricciones y sin miedos. No
me siento obligada a complacerlo. Al contrario, quiero que sea él quien me
complazca a mí, y Lagos… Bueno, Lagos ha demostrado ser muy capaz de
llevar a cabo esa tarea.
«Porque eres una jodida zorra». Su voz en mi cabeza cae sobre mí como
un jodido balde de agua fría. Debí suponer que esa mierda también
regresaría. Trago saliva con fuerza y respiro hondo. No quiero perder el
control.
―¿Estás bien? ―pregunta Lagos. No lo he visto acercarse, pero está
sentado a mi lado. Acaricia mi rostro con suavidad, y con solo su tacto noto
como las voces se apagan―. Ness, dime que no vas a hacer ninguna
tontería mientras no estoy.
Vuelvo a respirar profundo y niego con la cabeza.
―¿Puedes quedarte? ―Las palabras salen de mi boca sin que pueda
contenerlas.
Lagos hace una mueca con los labios y hunde los dedos en su pelo rubio
y despeinado.
―Lo siento, tengo que ir. Prometo regresar lo antes posible.
«¿Lo ves? Te ha follado y se larga. No es distinto a mí, Rhyzaya. Usa tu
cuerpo».
Cierro los ojos con fuerza y sacudo la cabeza de un lado a otro. Su risa
asquerosa resuena en mi cabeza como una jodida campana. Aprieto los
puños y la punzada de dolor que recorre mi mano me ayuda a despejar mi
mente al menos un poco. «Necesito a Bruno».
―Vete ―digo, poniéndome en pie de un salto―. Regresaré a mi
habitación y…
Al pasar por su lado, me sujeta del brazo y tira de mí para obligarme a
sentarme en su regazo. Aún sigo desnuda, sudada y pegajosa, sin embargo,
eso no parece molestarle.
―Dime qué está sucediendo, Ness. ―Acaricia mi rostro de nuevo y
suspiro aliviada. ¿Por qué me pasa esto? Me toca y todo es más fácil. Todo
es… mejor―. No estoy huyendo ni escondiéndome. Debo ir a atender un
asunto y después regresaré. Podemos cenar juntos como planeamos. ¿Te
parece bien?
―Claro ―susurro tras carraspear. No voy a volver a suplicarle que se
quede. Después de haberlo perdido todo, no me desprenderé del poco
orgullo que aún conservo―. Voy a ducharme y te esperaré.
―Bien, hazlo. ―Levanta mi rostro tirando de mi barbilla y me mira a los
ojos―. Recupera fuerzas porque esta noche no va a haber nada ni nadie que
me impida tomarte de todas las formas humanamente posibles, Ness.
―¿Ni siquiera Zarco? ―inquiero, y no soy capaz de ocultar el tono ácido
en mi voz.
Lagos frunce el ceño, pero no hace ningún comentario al respecto.
―Solo tú ―afirma antes de besarme.

Lagos
Cuando me detengo frente a la puerta del despacho de Zarco, me obligo a
serenarme. Mi corazón no deja de latir a toda velocidad y me tiemblan las
manos. Es por ella, la noto en todas partes. Su aroma está impregnado en mi
piel, puedo notar su sabor en mi lengua y el recuerdo de sus gemidos se
hacen eco en mi mente. Por primera vez en toda mi vida he estado a punto
de mandar a Zarco al diablo y quedarme con ella en esa habitación. Solo
tenía que haberlo pedido una vez más y lo habría hecho. No sé qué me pasa,
pero si algo tengo claro es que estoy cansado de fingir que no es nada.
Quiero llegar al fondo de esto, al fondo de ella, esta vez no en sentido
literal, aunque también. Lo que de verdad necesito es conocerla, saber cómo
piensa y qué es lo que hace aquí. Prometí no presionarla, sin embargo, estoy
dispuesto a averiguarlo por mi cuenta.
Toco la puerta con los nudillos y no espero a que nadie me dé permiso
antes de abrirla. Entro en el despacho y veo a Zarco sentado tras su mesa.
Luna también está aquí, en el sofá, como es habitual.
―¡¿Dónde mierda estabas?! ―brama mi amigo―. ¡Llegas jodidamente
tarde y no has contestado al teléfono!
―¿Hace falta preguntar? ―intercede Luna―. Míralo. ―Hace un gesto
con su mano en mi dirección mientras sonríe como la arpía que es―. Su
ropa, su pelo… Estaba follando.
Le lanzo una mirada poco amistosa, aunque no le afecta en absoluto.
―¿Eso es cierto? ―inquiere Zarco. Miro alrededor. No hay ni rastro de
Bailey. Supongo que ese es el motivo por el que mi amigo está tan furioso.
Cuando discute con Bailey se vuelve insoportable―. ¡Contesta, maldita
sea! ¿En serio estabas echando un polvo mientras yo te esperaba aquí como
un jodido imbécil?
Inspiro hondo por la nariz y me encojo de hombros.
―Zarco, no creo que lo que yo haga con mi esposa sea asunto tuyo
―respondo sin pensar demasiado.
No voy a dejar que me trate como su perro. Es mi amigo, mi jefe, mi
hermano, pero no mi dueño, y ya va siendo hora de que se lo deje claro.
Capítulo 28
Lagos

Mi respuesta parece sorprenderle. Estampa su puño contra la mesa de


madera maciza y me mira cabreado.
―¡¿A ti qué mierda te pasa?! ¡Te dije que la vigilaras y estaba armada,
joder! ¿De dónde sacó la pistola?
―De la caja fuerte de mi apartamento ―respondo entre dientes.
―Esa zorra estuvo a punto de matar a Oscar ―dice Luna.
Aprieto los puños y me giro con gesto amenazador. No voy a permitir
que nadie insulte a Ness en mi presencia. Ellos no tienen ni puta idea de
cómo es en realidad. No saben nada.
―Cuida tus putas palabras ―siseo, señalándola con el dedo.
Luna suelta una falsa carcajada y niega con la cabeza.
―Ya tiene que chuparla bien para que…
―¡No termines esa jodida frase! ―bramo enfurecido.
―¡Suficiente! ―exclama Zarco, volviendo a golpear la mesa con el
puño. Ambos lo miramos. Bufa con fuerza y se deja caer en su silla con
gesto derrotado―. Vamos a intentar calmarnos. ―Se frota la barba con la
mano y clava su mirada en mí―. ¿Qué pasó con Rata? Se supone que ibais
a interrogarlo, y lo siguiente que sé es que Oscar ha perdido el control, otra
vez.
Respiro hondo para intentar calmarme y me siento en una de las sillas
que hay frente al escritorio.
―Lo noté raro en el coche. Tal vez debimos regresar, pero no es la
primera vez que se desahoga haciendo su trabajo. Creí que después de darle
un par de puñetazos a esa escoria estaría mejor.
―Deduzco, por el estado en el que llegó, que no fue así. ―Niego con la
cabeza.
―Se volvió loco por completo. ―Me ajusto las gafas, empujándolas por
el puente de mi nariz con el dedo índice, y suspiro―. Tuvimos que
quitárselo de encima a Rata entre tres. Casi lo mata a golpes. Entonces
empezó a hablar solo y a murmurar cosas sin sentido, como siempre que
sufre una crisis. ―Giro la cabeza en dirección a Luna―. ¿Cómo está?
―pregunto.
―Durmiendo. Cuando despierte se encontrará mejor ―responde a
regañadientes.
―¿Le sacó algo a Rata? ―pregunta Zarco.
―Claro. Antes de perder la consciencia cantó como un pajarito.
Sandoval contactó con él hace un par de días para planear un encuentro en
una casa segura en Tres Ríos.
―Eso está a poco más de media hora de aquí. ¿Te dio una fecha exacta?
―Tres semanas. Es la oportunidad perfecta para atraparlo. Iremos
nosotros en lugar de Rata. ―Zarco asiente―. Y otra cosa… ―Miro de
reojo a Luna. Sé que esto no va a gustarle―. Samu está con él.
Zarco masculla una maldición.
―Hay que planearlo bien. No podemos cometer errores. Quiero a esos
dos hijos de puta muertos.
―Me pondré con la logística mañana a primera hora. ¿Puedo irme ya?
―Lagos, ten cuidado con esa mujer ―me advierte, frunciendo el ceño.
―Te recuerdo que esa mujer es mi esposa porque tú así lo decidiste
―siseo.
―No creí que te implicarías tanto. Aún no estamos seguros de que no sea
una espía de los rusos. Tú solo… No te confíes, ¿vale?
Me contengo para no decirle que voy a hacer justo lo que yo, y solo yo,
crea conveniente. «Nadie tiene derecho a decidir sobre mi mujer». La
profundidad de ese pensamiento me golpea como un puñetazo en el
estómago. «Mi mujer. Mía y de nadie más». Se supone que yo era distinto,
que no iba a tratar a ninguna mujer como una posesión jamás, pero Ness…
¡Maldita sea, ella es mía! Mataré cualquiera que diga o piense lo contrario.
Salgo del despacho de Zarco con mil pensamientos en la cabeza. Estoy
harto de ser el chico bueno. No tengo por qué sentirme culpable por ello.
Ness es mi esposa y ella misma me ha pedido que no la trate como si
pudiese romperse. Entonces, ¿qué debo hacer? Si doy rienda suelta a mis
instintos corro el riesgo de espantarla, sin embargo, no veo factible poder
seguir fingiendo.
―¡Lagos! ―la voz de Luna a mi espalda me saca de mis pensamientos.
Me detengo y espero a que ella me alcance casi a la carrera.
―¿Qué quieres ahora? ―escupo.
―Cuenta conmigo para el encuentro con Sandoval.
Frunzo el ceño y niego con la cabeza. Ese hijo de puta ya le ha hecho
demasiado daño. Además, ya no solo es su padre. Samu, su hermano,
también está metido en toda esta mierda.
―No creo que sea buena idea. Tu padre…
―No lo llames así ―sisea entre dientes.
―¿Por qué quieres ir? Pensé que deseabas no tener que volver a verlo.
―Eso es asunto mío. Solo cuenta conmigo para el encuentro.
―Lo hablaré con Zarco. La última decisión es suya. ―Chasquea la
lengua, contrariada, pero no replica. Sabe tan bien como yo que quien
manda es Zarco. Se gira con intención de marcharse, solo que antes de que
pueda hacerlo, la llamo por su nombre―. ¿Puedo pedirte un favor?
―Lo siento, tuviste tu oportunidad. Ahora soy yo la que no quiere
acostarse contigo.
Bufo y ruedo los ojos de manera teatral. Para Luna, todo se reduce a una
sola cosa: Sexo. Es incapaz de mantener las piernas cerradas. Que me
parece genial, pero conmigo nunca ha tenido nada que hacer. He detenido
cada uno de sus avances durante años.
―Es una pena ―digo con sarcasmo―. ¿Puedes hacerme un favor o no?
―Depende del favor. ¿Es algo ilegal? Porque si no lo es, olvídalo.
Muy típico de Luna. Usa el humor ácido y el sarcasmo para ocultar sus
mierdas. Sandoval, Samu… El pasado viene a por ella, y esta vez espero
que podamos interceptarlo antes de que vuelvan a destruirla.
―Necesito que busques información sobre alguien.
―¿Qué tipo de información?
―Cualquier cosa. Todo más bien. Fecha y lugar de nacimiento, dónde
estudió, sus notas, amigos… Todo lo que puedas encontrar.
―Vale. ¿De quién estamos hablando?
Tomo una respiración profunda y me planteo si es buena idea decir lo que
está a punto de salir de mi boca.
―No puedes decírselo a Zarco ―murmuro.
Luna frunce el ceño, aunque, como la chica lista que es, no tarda en atar
cabos.
―¿Quieres que investigue a tu mujercita? ―Asiento con la mandíbula
apretada―. ¿Por qué? ¿No te fías de ella?
―Tú solo… ¿Vas a hacerlo por mí o no?
―Puedo intentarlo, pero la chica es una jodida princesa de la mafia rusa.
¿De verdad piensas que no tienen más que asegurada la información sobre
ella? No voy a encontrar nada.
―Creí que eras un genio del hackeo. ¿No puedes solo saltarte toda la
seguridad o lo que sea que hagas?
―No funciona así, Lagos. La Bratva paga millones a gente muy
preparada para salvaguardar la información en lo que respecta a los
miembros de su hermandad. Solo conozco a una persona capaz de colarse
en un sistema de seguridad tan blindado.
Inspiro hondo y mascullo una maldición.
―Angy ―susurro al adivinar a quién se refiere.
―Exacto. Ella me enseñó todo lo que sé, y si hay alguna persona con
habilidad suficiente para desenterrar toda la mierda que esconde la Bratva,
los Yakuza, los capos italianos o cualquier hijo de puta que sepa empuñar
un arma, esa es Angy.
―Está bien. De todos modos, inténtalo, y no le digas nada a Zarco de
esto.
Mientras me alejo por el pasillo, barajo la posibilidad de llamar a Alex.
Él es la única persona que conozco que tal vez pueda decirme dónde está
Angy, sin embargo, sé que no podré mantenerlo en secreto. Alex no es
Luna. A ella le importa una mierda lo que suceda a su alrededor mientras no
le afecte de manera directa, pero Alex… No, lo más probable es que ese
hijo de puta llame de inmediato a Zarco solo para crear un conflicto entre
nosotros. Siempre ha sido un provocador. Disfruta jodiendo a los demás.
Capítulo 29
Ness

He logrado calmarme. Después de más de veinte minutos abrazando y


oliendo a Bruno, al fin pude controlar mi propia mente sin tener que recurrir
a ninguna otra acción más violenta, y eso me hace estar un poquito
orgullosa de mí misma. Sigo estando jodida en todos los sentidos. Los
pensamientos intrusivos, la culpa, la rabia… Todo está en su lugar, pero por
una vez he logrado mandarlos a la mierda y salir de la crisis sin nuevas
lesiones. «Punto para mí. ¡Que te jodan, Zmeya!».
Tras una ducha caliente, decido ir a la cocina y tomarme un buen trago
para celebrar mi pequeño triunfo. No encuentro vodka por ningún lado, solo
un par de botellas de tequila y algunas cervezas en el refrigerador. Me hago
con una de ellas y me acomodo en uno de los taburetes altos que hay frente
a la isla mientras doy pequeños tragos directamente de la botella. Ya casi he
bebido la mitad cuando la puerta del apartamento se abre. Lagos estrecha su
mirada sobre mí y empieza a caminar en mi dirección con rapidez. Lleva
una bolsa de papel en la mano. No soy consciente de cuáles son sus
intenciones hasta que lo tengo justo delante, haciéndose hueco entre mis
piernas y hundiendo su lengua en mi boca.
Cierro los ojos y se me escapa un gemido cuando sus dedos aprietan mi
cintura con fuerza. Se aparta de golpe, y tras dejar la bolsa sobre la
encimera, sujeta uno de mis brazos, alza la manga de la camiseta unos
centímetros e inspecciona la zona donde ya está cicatrizando la herida que
me provoqué anoche. Cuando parece estar satisfecho de su escrutinio, repite
la misma operación con el otro brazo.
―Hola a ti también ―susurro con una ceja arqueada.
Bufa, y su aliento cálido golpea mi rostro.
―Necesitaba comprobar que has cumplido tu promesa ―aclara,
mirándome a los ojos.
Contengo el aliento sin saber qué responder a eso. Aunque pueda parecer
un gesto controlador y algo posesivo, y tal vez debería sentir cierto rechazo
por su falta de confianza en mí, la verdad es que me agrada que, por una
vez, alguien esté preocupado por lo que pueda hacerme a mí misma.
―¿Qué traes ahí? ―pregunto tras carraspear.
Se aleja unos centímetros y fija su mirada en el botellín de cerveza a
medio beber que está junto a la bolsa. Enseguida lo coge y le da un trago
largo antes de devolverlo a su lugar.
―La cena ―responde, y sonríe mientras empieza a sacar del interior de
la bolsa un montón de envases de comida para llevar.
El olor me llega a la nariz y mi estómago ruge en respuesta.
―Tiene buena pinta. ¿De dónde lo has sacado? ―inquiero mientras lo
veo rodear la isla y empezar a sacar platos y vasos del mueble superior.
―Acabo de volver de la ciudad.
Frunzo el ceño mientras espero a que él se gire para dejar sobre la
encimera todo lo que ha recolectado.
―¿Has conducido más de quince minutos para ir a buscar comida?
―Casi veinte en realidad. ―Sonríe y señala los envases de comida―. Te
aseguro que lo valen. Los tacos de Rosita’s son los mejores que probarás en
tu vida.
―Eso no es difícil. Jamás los he comido ―digo, encogiéndome de
hombros.
Abre mucho los ojos, como si no esperara en absoluto mi respuesta.
―¡¿Hablas en serio?! ―Asiento―. A ver, espera. ¿Hablas de los tacos o
la comida mexicana en general? ―Ni siquiera tengo que responder a su
pregunta. Mi expresión divertida me delata―. ¡Dios santo! ―Alza las
manos al techo―. ¡Una virgen! ―Suelto una carcajada enérgica y Lagos
me mira sonriendo de oreja a oreja. Parece estar de mucho mejor humor que
cuando se marchó.
―Supongo que la reunión con Zarco fue bien ―suelto sin pensar.
Enseguida cambia el gesto a uno mucho más serio y se encoge de
hombros. Sin responder, da media vuelta y saca un par de cervezas del
refrigerador.
―¿Cenamos en la sala de estar?
Arqueo una ceja en dirección a su espalda. Ha evitado el tema de manera
muy poco sutil. No insisto, al menos por el momento. Aún tengo que
encontrar la manera de volver a colarme en el despacho de Zarco para fisgar
en su ordenador, pero es un tema en el que prefiero no pensar esta noche.
―Claro ―susurro, y me pongo en pie para ayudarlo a colocar todas las
cosas en la mesa baja que hay frente al sofá.
En cuanto nos acomodamos, Lagos abre un envase y me lo tiende.
―Pruébalo. Quiero ver cómo te corres de gusto en cuanto te lo metas en
la boca. ―Casi escupo la cerveza que estaba tragando al escucharlo. Él
parece darse cuenta de lo que acaba de decir porque ríe y niega con la
cabeza―. Ya me has entendido. Vamos, dale un bocado.
Cojo con cuidado la tortilla rellena de lo que parece ser carne
desmechada y bañada en salsa, le doy un mordisco y me tomo unos
segundos para saborearlo antes de tragar. Es un poco picante, pero admito
que está bueno.
―Está bien ―digo tras limpiar mis comisuras con una servilleta.
―¿Solo bien? ―Rueda los ojos y se quita las gafas, las deja sobre la
mesa y regresa su mirada a mi rostro―. Es una puta maravilla culinaria y
no voy a permitir que lo niegues.
―No soy fan del picante. Lo tolero, pero prefiero los sabores más dulces.
―Eso no hace falta que lo jures ―comenta divertido.
Coge un envase de la mesa y empieza a comer.
―¿Cuál es tu plato favorito? ―pregunta tras darle un trago a su cerveza.
―¿Dulce o salado? ―respondo con un encogimiento de hombros
mientras él sigue devorando un taco tras otro. Me paro a pensarlo y
enseguida lo tengo claro―. La ensaimada rellena de chocolate.
―¿La qué…?
―Es un dulce típico de Mallorca. La primera vez que la probé… ―Me
muerdo el labio inferior y alzo ambas cejas―. Eso sí fue un orgasmo
gustativo, te lo aseguro.
Al volver a mirarlo, compruebo que toda su atención está puesta en mí.
Traga con fuerza y exhala lento y pausado.
―Vuelve a hacer ese gesto y me abalanzaré sobre ti como un jodido
animal ―susurra, mirándome con intensidad.
Me remuevo incómoda por el calor y la humedad que se concentra en mi
bajo vientre. ¿Por qué me pasa esto con él? Es capaz de encender mi deseo
con solo una frase. Aparto la mirada y carraspeo antes de seguir comiendo.
Cenamos en silencio, y al terminar, Lagos se encarga de recogerlo todo y
vuelve a sentarse a mi lado en el sofá. Lanza algo sobre la mesa y frunzo el
ceño al ver que se trata de una baraja de cartas. Lo miro con una ceja
arqueada.
―¿Quieres jugar a las cartas? ―pregunto en tono divertido.
Antes de marcharse a la reunión con Zarco me prometió tomarme de
todas las formas humanamente posibles. Lo que no pensé es que sentarnos a
jugar a las cartas fuese una de ellas.
―Póker ―aclara, y empieza a barajar las cartas. Las reparte y me tiende
las mías―. Esta vez de verdad, Ness.
―¿A qué te refieres?
―Nadie juega tan mal. Anoche perdiste todas las manos a propósito.
―Hago una mueca. Creí haber sido más sutil―. Hoy jugamos solos, y
quiero que te quites la máscara.
Inspiro hondo y esbozo una pequeña sonrisa.
―Lagos, no quieres jugar contra mí.
―Eso ha sonado a amenaza. ¡Bien! ―Da una palmada y se remueve el
pelo rubio con los dedos―. Hagámoslo más interesante. Vamos a apostar.
―¿El qué? ―inquiero con curiosidad.
―Secretos.
―¿Secretos? ―Asiente―. Eres un hombre raro, Lagos. Cualquiera en tu
lugar hubiese dicho la ropa.
Vuelve a mirarme de esa forma que hace que la sangre empiece a hervir
en el interior de mis venas y esboza una sonrisa ladeada.
―No necesito ganarte a ningún juego para desearte desnuda debajo de
mí, pequeña. Solo lo estoy aplazando.
Inspiro hondo y trago saliva con fuerza. «Esos jodidos ojos azules
pueden convertirse en mi perdición», resuena en mi cabeza.
―¿Qué secretos? ―pregunto, rompiendo el contacto visual para
acomodar mis cartas.
―Tuyos, míos… Por cada mano que ganes podrás hacerme una pregunta
y yo tendré que contestar con sinceridad. Si no quiero hacerlo, solo pediré
que hagas otra, y lo mismo a la inversa si gano yo. ¿Te parece bien?
Sonrío y asiento. Este hombre no tiene ni idea de dónde se está metiendo.
Al final de la partida voy a terminar sabiendo hasta la marca de papilla que
tomó de bebé y seguiré siendo un misterio para él.
―Bien, juguemos entonces.
Capítulo 30
Lagos

Mi plan no está saliendo como esperaba. Creí que en un ambiente relajado


podría sonsacarle información a Ness. Se me ocurrió la idea del póker
porque también quise comprobar si de verdad está dispuesta a confiar en mí
y no esconderse más tras esa máscara de chica dócil y sumisa. ¿Quién
demonios podría haber imaginado que es una puta profesional jugando? En
poco más de una hora ya le he contado casi todo sobre mi infancia. Que
nunca llegué a conocer a mi madre, mi vida en la finca con Zarco, Luna,
Alex, Beni y los demás… Incluso nuestra huida y cómo nos asentamos en
Phoenix y poco a poco fuimos creando el Clan Z y haciéndolo crecer hasta
que se convirtió en lo que es hoy. No obstante, no he podido sacarle
absolutamente nada. La única mano que en realidad no llegué a ganar
porque ella misma se descartó, pregunté sobre su relación con su hermano y
solo me respondió que se llevan bien.
La miro de reojo y después las cartas que hay sobre la mesa. Tengo una
buena posibilidad de ganar la mano con un full de reyes y ases. Dudo que
pueda superarlo.
―Subo la apuesta ―digo.
Ella me mira y esboza una pequeña sonrisa.
―Tienes algo grande ―murmura, y niega con la cabeza―. No voy.
Aprieto el puño en gesto de victoria y me giro a medias para poder
hablarle de frente. Tengo que pensar muy bien mi pregunta. No creo que
tenga más oportunidades. Respiro hondo y la miro a los ojos.
―¿A qué edad empezaron a abusar de ti? ―suelto, y contengo el aliento.
Sé que es demasiado arriesgado, y lo más probable es que no quiera
responder, pero no podía desperdiciar la oportunidad.
―No decepcionas, Lagos ―masculla entre dientes. Suspira y deja sus
cartas sobre la mesa―. ¿Sabes lo que es la Zmeya?
Frunzo el ceño.
―Se supone que tienes que contestar a mi pregunta, no hacer una ―me
quejo. Ella arquea una ceja y decido seguirle el juego―. No me suena de
nada. ¿Es algo ruso?
―Sí. ―Inspira hondo y parece dudar, pero tras varios segundos de
silencio, continúa―. La Zmeya era una subdivisión de la Bratva. Una
especie de proyecto oculto en el que no solo traficaban con mujeres,
también con niños.
¿Niños? ¡Qué demonios! Ni siquiera Urriaga, el mayor hijo de puta que
he conocido, llegó a caer tan bajo. ¡Maldita sea, los niños no se tocan! Una
idea se empieza a formar en mi mente y siento como una bola de angustia
se instala en mi garganta.
―¿Qué edad tenías, Ness? ―inquiero con un hilo de voz.
―Cuatro.
Mierda. Aprieto los puños y cierro la mandíbula con tanta fuerza que
corro el riesgo de romperme un diente. ¿Qué clase de hijo de puta
perturbado abusa de una niña de cuatro años?
―Sigue ―pido. Me da igual que ya no estemos jugando. Necesito
saberlo todo―. ¿Tu hermano lo sabía?
―No exactamente. Él… ―Bufa y niega con la cabeza―. Es una larga
historia, Lagos.
―Por favor ―susurro entre dientes.
Parece pensarlo unos segundos, y al fin asiente.
―Mi madre fue la mujer de Yuri Zakharov, el padre de Mijaíl. Huyó de
él y acabó casada con mi padre y mudándose a Irlanda. Allí nacimos
Nikolay y yo.
―¿Nikolay?
―Mi otro hermano. Estaba en la boda. ―Niego con la cabeza. Había
bastante gente y nadie me lo presentó―. En fin, por hacer corta la historia,
Yuri encontró a mi madre, la mató a ella y a mi padre, estuvo a punto de
hacer lo mismo con Niko, se llevó a Mijaíl con él y a mí me entregó a la
Zmeya. ―Cierra los ojos, como si estuviese recordando esos momentos, y
niega con la cabeza antes de seguir―. Solo tenía cuatro años y apenas
puedo recordar pequeñas cosas. Nos despojaron de nuestras ropas y
encerraron en un barco. Yo era la más pequeña del grupo. Allí conocí a
Milena.
―¿Tu cuñada? ―Asiente.
―Ella logró salir de ese infierno. Yo no tuve tanta suerte. Pasé casi trece
años encerrada en distintos buques de carga, navegando por los océanos y
sin apenas ver la luz del sol. Los guardias nos maltrataban y abusaban de
nosotros cuando les daba la gana. Podían hacer lo que quisieran mientras no
dañaran la mercancía. ―Contengo un grito de pura frustración―. ¿Quieres
que me detenga?
―No ―siseo entre dientes.
Hundo los dedos en mi pelo y hago un gesto con mi cabeza para que
continúe.
―Solo abandonábamos el barco cuando nos llevaban a las fiestas. Así las
llamaban. Hombres ricos y poderosos bebían, se drogaban y follaban con
mujeres, hombres y niños que, como en mi caso, no tenían forma de
defenderse. A algunos les gustaba llegar más lejos. ―Señala una cicatriz en
la parte interna de su antebrazo―. Nos cortaban y quemaban. En algunas
ocasiones también lo grababan. Se ponían cachondos con nuestro
sufrimiento.
―¿Cómo saliste de allí? ―inquiero. No estoy seguro de poder seguir
escuchando todas esas atrocidades sin reaccionar.
―Yuri Zakharov murió y Mijaíl, que ya estaba buscándome desde hacía
años, se alió con Milena. Ella conocía el funcionamiento de la Zmeya mejor
que nadie porque creció en la misma situación que yo. Me rescataron, y
desde entonces he tenido que aprender a vivir de una manera muy distinta a
la que me enseñaron.
Bufo con fuerza, liberando todo el aire de mis pulmones, y me pongo en
pie. No soy capaz de estar quieto mientras la rabia recorre mis venas a toda
velocidad.
―Dime que tu hermano acabó con esa Zmeya o como se llame.
―Sí, él y Milena quemaron cada barco, rescataron a los chicos. Los que
tenían familia fueron devueltos a ellos y para los otros crearon una especie
de fundación en la que permanecieron hasta poder independizarse. Incluso
ahora, muchos de ellos aún siguen apoyándose en la fundación. Yo tuve
suerte al poder contar con Milena y mis hermanos. Me ayudaron a sanar.
Me siento de nuevo a su lado y entrelazo mis dedos con los suyos.
―Quiero hablar con tu hermano. Si alguno de esos hijos de puta aún
respira, me encargaré de que no sea así por mucho más tiempo. ―Ness
niega con la cabeza.
―Créeme, Mijaíl mató a todos los que pudo encontrar. Yo estoy bien.
Todo está bien ahora. No quiero seguir anclada al pasado.
―Entonces, ¿la razón que te llevó a casarte conmigo no tiene nada que
ver con tu pasado?
Se queda en silencio un buen rato, solo mirándome a los ojos antes de
responder.
―Haz otra pregunta ―dice, negando con la cabeza.
Exhalo y asiento. Supongo que ya he conseguido bastante información
por el momento, aunque pretendo seguir investigando por mi cuenta.
―Está bien. Creo que te toca. Pregunta lo que quieras.
―¿Confías en Zarco? ―inquiere de inmediato.
―Por supuesto.
―Si te pido que no le cuentes nada de lo que te he dicho, ¿lo harías por
mí?
Mierda. Le juré lealtad a Zarco. Es mi mejor amigo. Lo más parecido que
tengo a un hermano. Nunca le he ocultado nada. Bueno, aparte de lo de
Bailey, claro. Sin embargo, esto es distinto. Me pidió que vigilara a Ness,
que descubriera sus intenciones. Si no le cuento lo que sé, estaría
traicionándolo, pero si lo hago… Miro a Ness y resoplo con fuerza. Se ha
abierto a mí. Confía en mí para hablarme de su pasado. No puedo
defraudarla.
―No diré ni una palabra ―afirmo.
―En ese caso, creo que he terminado de jugar. Ahora me gustaría que
me explicaras mejor de qué trata eso de tomarme de todas las formas
humanamente posibles que mencionaste antes de irte.
Esbozo una sonrisa ladeada y mi polla se tensa en cuestión de segundos.
―Estaré encantado de hacerte una demostración práctica.
Capítulo 31
Ness
Tres semanas después

Esquivo las manos de Lagos mientras intento vestirme. Es como un pulpo.


Lo empujo despacio, pero solo logro que me sujete con más fuerza. Su boca
va a parar a mi cuello y gimo cuando clava sus dientes en mi piel. Se
supone que íbamos a comer juntos, pero, en realidad, ninguno de los dos ha
probado ni un solo bocado del almuerzo, que aún seguirá sobre la isla de la
cocina.
―Vas a llegar tarde ―susurro, hundiendo mis dedos entre sus mechones
rubios.
―No puedo ―dice, y sigue mordisqueando mi cuello hasta llegar al
lóbulo de mi oreja.
―Entonces apártate.
―No quiero ―gruñe.
Sonrío, y esta vez deja que lo empuje por los hombros. Bufa con fuerza y
sacude la cabeza mientras retrocede unos cuantos pasos.
―Voy a llegar jodidamente tarde.
―Eso es lo que llevo diciendo media hora. ―Me pongo la camiseta y
termino de abrocharme los vaqueros mientras él me observa con atención.
Lo miro, y por un segundo dejo de respirar. No sé en qué momento me he
vuelto tan dependiente de este hombre. Dormimos juntos cada noche,
comemos, jugamos a las cartas, hablamos durante horas… Y sí, también
tenemos mucho sexo.
―Zarco va a matarme como no aparezca en menos de cinco minutos.
―¿Qué es tan importante?
Se detiene a medio camino de arreglarse el pelo con las manos y me mira
de reojo.
―Haz otra pregunta ―masculla.
Asiento. Esta dinámica se ha convertido en una costumbre entre nosotros
desde la noche en la que le hablé de mi pasado. Podemos intentar averiguar
cosas el uno del otro, pero si hay algo que no queremos contestar,
simplemente no lo hacemos.
―¿Volverás pronto?
―Eso espero. ―Se acerca y deposita un beso fugaz en mis labios.
―Espera. Voy contigo. He quedado con Bailey para mis clases de tiro.
Lagos ríe y niega con la cabeza. Hace ya un par de semanas que decidí
aceptar el ofrecimiento de Bailey. No me disgusta la idea de aprender a
defenderme por mi cuenta. Además, ya que no he podido acceder aún al
despacho de Zarco, no está de más acercarme a su mujer. Al menos esa era
mi idea inicial, hasta que empecé a conocerla mejor. Me cae bien. Es una
buena persona. En realidad, creo que en esta casa la mayoría lo son. En esa
mayoría no incluyo a Luna. Sus constantes pullas y provocaciones
empiezan a colmar mi paciencia. A Beni apenas lo he visto un par de veces,
y Zarco… Él es todo un enigma. Quiero pensar que si Lagos confía tanto en
él es por algo, pero yo sigo sin tenerlo claro. Al fin y al cabo, es un Urriaga.
―Ten cuidado con Bailey. Si la dejas, te convertirá en una soldado de
élite ―comenta Lagos mientras salimos del apartamento.
Por alguna razón, ese comentario me afecta. Siempre habla de ella con
cariño, incluso con devoción. Inspiro hondo por la nariz, y cuando llegamos
a la puerta del ala privada de Zarco, suelto mi mano de la suya y paso al
interior.
―¡Oh, mierda! ―escucho la exclamación de Bailey y dirijo la mirada a
la zona de la cocina.
Me giro enseguida al comprobar que Zarco y Bailey están allí, medio
desnudos y en una actitud que podría ser catalogada no apta para menores.
Sin poder evitarlo, me fijo en la expresión de Lagos. Agacha la cabeza, y
esa sensación desagradable en la boca de mi estómago se acrecienta.
«Pobre niña idiota. Está enamorado de ella. A ti solo te usa como un
juguete más de la Zmeya. Es para lo único que has servido siempre. Eres la
distracción». Trago saliva con fuerza e intento apagar la maldita voz de mi
cabeza mientras me muerdo el interior de la mejilla con fuerza. Ya noto el
sabor a sangre en mi paladar cuando escucho las pisadas y enseguida Bailey
aparece en mi campo de visión.
―Hola ―saludo con un hilo de voz―. Siento que hayamos
interrumpido, eh… Bueno…
―Tranquila. ¿Lista para tu clase de tiro? ―Asiento, y me atrevo a echar
un vistazo en dirección a Lagos. La está mirando a ella.
Zarco se acerca y me dirige una mirada poco amistosa antes de dar un
leve apretón al hombro de Lagos.
―Los demás nos están esperando. ¿Estás preparado? ―Mi marido
asiente.
No sé qué es lo que van a hacer hoy, pero parece importante. Mientras
tanto, yo tengo que encontrar la manera de entrar al despacho de Zarco
como sea.

Lagos
Hoy es el gran día. Con un poco de suerte e ingenio, lograremos atrapar
al hijo de puta de Sandoval. Zarco y yo salimos de su ala privada y nos
dirigimos al garaje, donde Oscar y más de una treintena de hombres ya nos
esperan. Aunque nuestro jefe y líder no acostumbra a trabajar sobre el
terreno, en esta ocasión ha decidido acompañarnos. Él desea más que nadie
acabar de una vez por todas con los cabos sueltos del cártel de Sonora.
―¿Cómo está Beni? ―pregunto cuando ya nos hemos acomodado en la
parte trasera del todoterreno blindado.
Mi amigo resopla con fuerza y se encoge de hombros.
―Mal. Creí que con la prótesis sería más fácil, pero solo puede usarla un
par de horas al día hasta que se vaya acostumbrando. Lo máximo que ha
logrado hasta ahora es mover un dedo. No era lo que esperábamos.
―Aún es pronto. Solo hace una semana que la tiene.
―Sí, lo sé. Bailey no deja de repetirlo. Además, la amputación es muy
reciente. Puede pasar al menos un año hasta que consiga hacer funcionar la
prótesis, y más aún para que se adapte a ella.
Asiento y aparto la vista hacia la ventanilla. Una parte de mí se siente
culpable por lo mal que lo está pasando Beni. Era un chico alegre y
extrovertido, siempre intentando seguir los pasos de Zarco, demostrar su
valentía y coraje, y ahora… Bueno, ese chico ya no existe. La granada que
mi propio padre hizo explotar le arrebató las ganas de vivir.
―Estamos llegando ―informa Sancho desde el asiento del conductor.
Zarco y yo nos miramos y asentimos mientras empuñamos nuestras
pistolas. Los demás van armados con rifles de asalto y ametralladoras de
corto alcance. Nosotros no las necesitamos. Cuando entremos en esa casa,
el camino ya estará despejado. Solo iremos a darle el tiro de gracia a
Sandoval, y si Samu, su hijo y hermano de Luna, también está allí, correrá
su misma suerte.
Capítulo 32
Lagos

Los vehículos se detienen de forma brusca frente a una casa de dos plantas
algo apartada de la carretera principal. Antes de que tengamos tiempo de
salir, empiezan los disparos. Inspiro hondo y abro la puerta. Nuestros
hombres han acabado con la vida de todos los guardias que custodiaban la
casa y ya se están adentrando en su interior. Zarco, Oscar y yo los seguimos
a poca distancia. Pronto, un par de nuestros chicos son abatidos, pero no
nos detenemos. Es lógico que intenten defenderse.
―¡Lo tenemos! ―escucho cuando el sonido de las detonaciones cesa.
Acabamos de acceder a la segunda planta, esquivando cadáveres y
sorteando armas que hay esparcidas por el suelo. Avanzamos por un pasillo
largo, y entonces Oscar y yo nos adelantamos. Alzo la pistola por
precaución, en caso de que alguien intente atacar a Zarco. Aparte de mi
mejor amigo, también es el líder del Clan Z, y cualquiera de nosotros lo
protegería con su vida sin dudarlo ni un segundo. Cruzo el umbral de lo que
parece ser un dormitorio y lo veo a él. Está arrodillado en el suelo,
semidesnudo, con las manos atadas a la espalda y una brecha en la frente de
la que sale un hilo de sangre que cae sobre su mejilla izquierda. Bajo la
pistola y me hago a un lado para que Zarco pueda entrar en la habitación.
―Hola, grandísimo hijo de perra ―sisea entre dientes.
Sandoval alza la cabeza y esboza una sonrisa que cruza su rostro de oreja
a oreja.
―Gabriel, te veo bien, muchacho. ―Fija su atención en mí―. Y tú,
Arturo, ¿aún sigues siendo su perro de caza? ―Después desvía la mirada
hacia Oscar―. ¿Sigues vivo? A estas alturas creí que ya habrías seguido el
mismo camino que tu madre. ―Doy un paso lateral para colocarme frente a
Oscar. No quiero que pierda el control de nuevo. Sin embargo, él se
mantiene impasible y centrado. Sandoval escupe un poco de la sangre que
le llega a los labios desde la herida de la frente y chasquea la lengua con
diversión―. Ha sido el Rata, ¿verdad? Esa escoria me ha delatado.
Zarco se agacha frente a él, sonriendo.
―Esas son las consecuencias de relacionarte con gente sin honor ni
lealtad, tarde o temprano se vuelven en tu contra. ¿Dónde está Samuel?
―¿De verdad crees que voy a entregarte a mi hijo? ―Niega con la
cabeza justo antes de recibir un puñetazo por parte de Zarco. Cae hacia
atrás y soy yo quien se acerca para levantarlo de nuevo―. Ahora nos
ponemos agresivos. Qué bien. ―El muy hijo de puta, a pesar de tener un
pómulo hundido, sigue sonriendo―. Por cierto, ¿cómo está mi pequeña
Luna? Decidle de mi parte que papi la echa de menos.
Zarco alza su pistola y lo apunta a la cabeza. Su mirada es de auténtica
furia. Sé que se está conteniendo para no matarlo a golpes, y también por
qué lo hace. Quiere ser más que un salvaje sin escrúpulos por ella, para ella,
para Bailey.
―Saluda tú a mi padre de mi parte ―sisea con rabia.
―¡Espera! ―Sandoval pierde la sonrisa de inmediato―. No quieres
matarme, muchacho.
―Yo creo que sí ―digo sin poder contenerme.
―Dispara de una maldita vez ―masculla Oscar desde cerca de la puerta.
―Si lo hace, las más de setenta mujeres que Urriaga dejó escondidas no
volverán a ver la luz del sol.
―¿De qué demonios hablas? ―Zarco lo agarra del pelo canoso y alza su
rostro con violencia.
Sandoval recupera la sonrisa y niega con la cabeza.
―Están encerradas y nadie irá a por a ellas a no ser que yo lo ordene, y si
muero… Bueno, es una pena, ya que muchas de ellas ni siquiera son
mayores de edad.
―Está mintiendo ―dice Oscar.
Zarco me mira a mí y niego con la cabeza de manera casi imperceptible.
No sé si dice o no la verdad.
―¿Qué te hace pensar que eso me importa? No tengo complejo de
superhéroe. Millones de personas mueren cada día, setenta más o menos…
―Ella está allí ―dice Sandoval, interrumpiéndolo.
―¿Quién es ella? ―pregunto.
El muy hijo de puta se toma su tiempo para apartar la mano de Zarco y
acomodarse el cabello cubierto de sangre antes de contestar.
―¿No os falta un miembro en vuestro círculo de amiguitos de la
infancia? El traidor de Alexandro está en Sonora con su fiel protector
Raimundo. Vosotros hace mucho que os independizasteis con Luna y el
pequeño Benito. ¿Quién podría ser la persona que tengo en mi poder?
Zarco y yo volvemos a mirarnos y sé que ambos estamos pensando lo
mismo. «Angy».
―Como eso sea verdad, juro que te arrancaré las pelotas y haré que te las
tragues ―brama Zarco, levantándolo con un tirón contundente.
―Puede que nunca lo sepas.
Esta vez es mi amigo el que sonríe.
―Créeme, cuando él acabe contigo lo sabré. ―Señala a Oscar, y este
alza su mano y lo saluda, haciendo bailar sus dedos con lentitud mientras
mueve el cuello de un lado a otro―. Metedlo en el coche. Nos lo llevamos
a casa ―ordena.
Enseguida, un par de hombres se encargan de sacarlo del dormitorio y me
acerco a Zarco. Oscar también se une a nosotros.
―¿Crees que dice la verdad? ―inquiere Oscar.
―No lo sé, pero tampoco puedo arriesgarme ―sisea Zarco, y veo como
saca su teléfono.
―Cuando estuve en la finca, le pregunté a Alex por ella y no quiso
decirme nada ―informo.
―Pues ahora va a tener que hablar o iré a por él yo mismo ―replica, y se
lleva el teléfono a la oreja. Tras unos segundos de espera, parece que
alguien atiende la llamada. Supongo que es Alex porque Zarco hace una
mueca de disgusto―. Me importa una mierda lo que estés haciendo.
Necesito hablar contigo. Quiero saber dónde demonios está Angy. ―Se
queda callado unos instantes y su mandíbula se tensa―. Alex, no tientes tu
suerte. Tengo a Sandoval aquí y asegura que Angy está encerrada en algún
lugar junto a más de setenta mujeres. ¿Tienes algo que decir al respecto?
―Frunce el ceño y aparta el teléfono para mirar la pantalla―. El hijo de
puta me ha colgado ―murmura sorprendido.
―Prueba a llamarlo de nuevo ―sugiere Oscar justo cuando el teléfono
empieza a sonar en su mano.
Se lo lleva de nuevo al oído tras contestar de manera fugaz.
―¿A ti qué mierda te pasa, imbécil? ―Se queda callado, mira de nuevo
la pantalla y cierra los ojos antes de pinzarse el puente de la nariz con dos
dedos―. Zakharov, creí que era otra persona. Eh… Sí, está bien. ―Otro
silencio y niega con la cabeza―. No hay problema. Os esperamos.
Sin despedirse, cuelga la llamada y maldice en voz baja.
―¿Qué ocurre? ―inquiero.
―Tu familia política está de camino.
―¿A dónde? ―Frunzo el ceño, confuso.
―¿A dónde va a ser? ¡Aquí, joder! Están aterrizando. Tenemos que
volver a casa ya mismo.
―¿Qué quiere el ruso? ―pregunta Oscar.
―Hablar de negocios. No ha dado más explicaciones. ¡Maldita sea! ¿Es
que todo tiene que pasar al mismo tiempo? Vámonos. Seguiré intentando
contactar con el idiota de mi hermano de camino a casa.
Capítulo 33
Ness

Nada, en el maldito ordenador no había absolutamente nada. Después de


semanas intentando acceder a ese despacho, incluso tuve que involucrar a
Gavrel en el asunto, y resulta que no encontré ni una sola pista de su
paradero. Si Zarco sabe algo, si está al tanto de lo que ocurrió, no ha dejado
constancia de ello en ninguno de sus archivos personales.
Aprieto a Bruno con fuerza contra mi pecho y resoplo. No sé qué más
puedo hacer o dónde buscar. ¿Es posible que todo esto del matrimonio no
haya servido para nada? Al menos he encontrado a Lagos. Él… «No es
tuyo», me recuerda una voz en mi cabeza. Es cierto. Está enamorado de
Bailey, y yo necesito frenar este encaprichamiento por él antes de que sea
demasiado tarde.
Es muy difícil mantenerse impasible y no sentir nada cuando estoy
segura de que jamás encontraré un hombre tan perfecto como lo es Lagos.
A pesar de esa agresividad y salvajismo en la cama, que ni siquiera me
molesto en fingir que no me agrada, en el día a día, cuando estamos juntos,
se comporta de forma tan cariñosa… Me cuida. Siempre está pendiente de
cada una de mis necesidades. No he vuelto a lastimarme a mí misma porque
se lo prometí y, en el fondo, no quiero decepcionarlo.
La puerta de mi dormitorio se abre y Lagos no tarda en localizarme. Se
acerca con lentitud. Tiene el pelo revuelto, probablemente por haberse
pasado la mano por él en varias ocasiones. Se detiene junto a la cama y se
quita las gafas con una exhalación profunda. Es tan guapo… Cada vez que
lo miro solo tengo ganas de saltar sobre él y comérmelo a besos.
«Has caído en la trampa de tu oponente. Vas a perder la partida», me
recuerda la voz de Viktor. Tal vez sea cierto. Lagos ha logrado que me
confíe y baje la guardia. Lo que siento por él… ¡Mierda, ni siquiera puedo
pensarlo! Carraspeo y alzo la mirada a sus ojos.
―¿Problemas? ―pregunto.
Se encoge de hombros y se sienta en el borde del colchón. No da más
explicaciones, por lo tanto, deduzco que lo que sea que ha ocurrido tiene
que ver con la misión esa secreta y tan importante de la que no ha querido
hablar esta mañana.
―Fuera, Bruno ―susurra, y me quita el peluche para poder tumbarse
sobre mí y acomodar su cabeza sobre mi pecho. Se me escapa una sonrisa
cuando lo escucho suspirar mientras nuestras piernas se entrelazan.
―¿Estás bien, Lagos? ―inquiero, y hundo los dedos entre sus mechones
rubios para acariciar su cabeza.
―Sí, solo necesito unos segundos de paz antes de que todo se complique
aún más.
―¿Qué es lo que va a complicarse? ―Suspira de nuevo y le doy un
pequeño tirón de pelo para que alce la cabeza y poder mirarlo a la cara―.
¿Tiene algo que ver con lo que sea que hayas estado haciendo esta tarde?
―Haz otra pregunta ―susurra.
―No confías en mí, ¿verdad?
Frunce el ceño y se echa hacia un lado, aunque sigue muy pegado a mí.
―Y tú, ¿confías en mí?
―Más de lo que lo hago en la mayor parte de las personas que conozco.
―Entonces, que tu hermano esté a punto de llegar aquí no tiene nada que
ver con tu plan maestro, ¿no?
―¿Mijaíl? ―inquiero sorprendida. Lagos asiente―. ¿Cuándo llega? No
tenía ni idea.
Toma una bocanada profunda y me besa de forma fugaz antes de ponerse
en pie.
―Lo más probable es que ya esté en la casa. Debemos ir a recibirlo.
―¿Va a quedarse? ¿Qué es lo que hace aquí?
―Eso vas a poder preguntárselo tú misma. ―Coge a Bruno de la cama y
lo coloca en mi regazo. Es como si supiese que estrechar entre mis brazos
este peluche viejo y deshilachado calma mis nervios―. ¿Te espero o nos
alcanzas abajo?
―Eh… No, adelántate tú. Quiero cambiarme de ropa.
Lagos asiente y se dispone a salir del dormitorio, pero a medio camino,
frena y se gira a medias para mirarme.
―Me estoy jugando mucho por ti, Ness. Espero que sepas valorarlo
―escupe las palabras sobre su hombro y se marcha.
Me quedo mirando con fijeza el lugar por el que acaba de irse durante un
buen rato. No sé qué hace Mijaíl aquí, pero eso no implica que me sienta
menos culpable. Lagos está ocultando información a su jefe y mejor amigo
porque yo se lo pedí, y, a cambio, solo recibe mentiras y secretos por mi
parte. Tal vez haya llegado el momento de sincerarme. Confío en él y sé que
me ayudará.
Tras cambiarme de ropa, salgo del apartamento. Recorro todo el pasillo
pensando en la mejor manera de contarle a mi marido ese gran secreto que
tanto me he esforzado en preservar. Espero que no me juzgue, aunque
tampoco sería descabellado que lo hiciese. Algunos días, yo misma soy
incapaz de vivir con el peso mis propios actos. Estoy a punto de llegar a la
escalera cuando escucho unas voces. Por puro instinto, me detengo y
permanezco oculta tras la esquina del pasillo. Reconozco a quienes hablan.
Son Oscar y Luna, y parecen estar discutiendo en voz baja.
―Deja que vaya contigo ―pide ella.
―No ―responde Oscar en tono contundente.
―¿Por qué?
―Por la misma razón por la que Zarco no permitió que nos acompañaras
esta tarde al encuentro. Es tu padre, Luna, el hijo de puta más retorcido y
asqueroso de este jodido mundo.
¿Su padre? ¡Sandoval! Aprieto los puños con fuerza y disfruto de la
punzada de dolor que se extiende por las palmas de mis manos.
―Los hay peores ―masculla ella―. No puedes pedirme que me
mantenga al margen cuando lo tengo a solo unos metros de mí. Cinco
minutos a solas con él en el sótano, es todo lo que te pido.
El sótano. ¡Sandoval está aquí! ¿Eso es lo que estuvieron haciendo esta
tarde? La misión secreta era capturar al cabrón de Héctor Sandoval y lo han
traído aquí, a esta casa. «A tu alcance», resuena en mi cabeza.
―La respuesta sigue siendo la misma.
―¡Oscar! ―la voz de Luna suena casi infantil. Como un niño pidiéndole
a su padre permiso para salir. Aunque no puedo verla, me la imagino
enfurruñada, con los brazos cruzados y pateando el suelo―. Vamos, es
solo…
―No, y es mi última palabra. No vas a acercarte a menos de veinte
metros de este puto maníaco. Grita, patalea, salta o baila si quieres, pero mi
postura seguirá siendo la misma.
Escucho como sus voces se van apagando a medida que se alejan, y
cuando estoy segura de que ya no pueden verme, salgo de mi escondite
sonriendo de oreja a oreja. Voy a jugármela. Sandoval puede ser mi mejor
solución, aunque esta vez no actuaré por mi cuenta. En cuanto pueda hablar
con Lagos a solas, se lo contaré todo. Estoy segura de que me ayudará a
apretarle las tuercas al padre de Luna para que me dé la información que
busco.
Capítulo 34
Lagos

Zakharov no ha venido solo. Su mujer, Milena, lo acompaña, y también un


tipo que se ha presentado como su socio. Karaj, he oído hablar de él. Lidera
la mafia albanokosovar que actúa en gran parte de Europa. Si han venido
juntos, tal vez sea porque de verdad quieran hablar de negocios con Zarco y
no tenga nada que ver con Ness.
En mitad de la sala de estar principal, todos nos miramos algo inquietos.
Luna y Oscar acaban de unirse a nosotros, este último debería estar ya en el
sótano, sacándole información a Sandoval de la forma que mejor se le da,
sin embargo, la visita inesperada de los rusos lo está retrasando todo, y eso
nunca es bueno. Sandoval es un hijo de puta de cuidado. Nunca sabes
cuándo miente o dice la verdad. Sería capaz de vender a su propia madre si
le sirviese para salvar su propio pellejo. Dejándolo a solas en su celda del
sótano solo le damos tiempo para elaborar una nueva historia convincente
que vendernos a cambio de su libertad. Setenta mujeres encerradas, entre
ellas algunas menores y Angy. Solo necesito echar un vistazo rápido en
dirección a Zarco para darme cuenta de que sigue pendiente de su teléfono.
Alex no ha devuelto ninguna de sus llamadas.
Pasamos varios minutos conversando de cosas banales. El tiempo, el
viaje de nuestros invitados… Entonces aparece Ness y puedo notar la
mirada escrutadora de Zakharov sobre ella. No hace amago de acercarse a
abrazarla o saludarla de forma efusiva. Ambos cabecean y es Milena la que
da un paso al frente.
―Te veo bien, Ness ―comenta, aunque por la forma en la que la mira,
deduzco que está buscando alguna señal en su expresión o postura.
Lo entiendo, de verdad. Ness es una de ellos, o lo era hasta hace poco
más de un mes. Les importa su seguridad y quieren cerciorarse de que los
malvados miembros del Clan Z no la hayan lastimado de alguna forma. Una
parte de mí se alegra de que muestren signos de preocupación, no obstante,
mi parte posesiva e irracional solo quiere darles un puñetazo por pensar
siquiera que alguien podría ponerle un dedo encima a mi esposa sin sufrir
las consecuencias. Jamás lo permitiría. Ella es mía, y estoy harto de fingir
lo contrario.
―Gavrel, me alegro de verte ―dice Ness.
La miro a ella y después al albanés. Se sonríen, y no solo de forma
amistosa. El maldito hijo de puta se atreve a repasarla de pies a cabeza con
una expresión seductora. Inspiro hondo y mi mandíbula se tensa cuando el
aguijón de celos se clava en mi pecho. «Gavrel. Es con él con quien Ness
habla a escondidas». Un recuerdo asalta mi mente. Poco después de que nos
acostáramos por primera vez y ella me confesara lo que vivió en su
infancia, le pregunté si había tenido relaciones con otros hombres después
de ser liberada. «Solo con uno. Un socio de mi hermano. No funcionó». Esa
fue su respuesta, y ahora, aquí, viéndolos juntos, me queda claro que Karaj
es ese tipo.
―Dukesh bukur, e dashur[4].
Ness vuelve a sonreír por lo que sea que le ha dicho ese imbécil, y se
aparta el cabello del rostro negando con la cabeza. Aprieto los dientes con
tanta fuerza que los escucho rechinar. Es como si estuviese presenciando un
puto ritual de apareamiento delante de mis narices y ¡con mi jodida esposa!
Doy un paso al frente y rodeo la cintura de Ness con mi brazo para atraerla
a mi costado. Todos me miran, pero me importa una mierda.
―¿Y si hablas en un idioma que todos podamos entender? ―siseo entre
dientes.
El albanés clava su mirada en la mía y frunce el ceño. Sus piernas se
separan, adoptando una posición defensiva. ¿Cree que voy a golpearlo?
Bien, porque es posible que lo haga. Si tan solo vuelve a dirigirse a mi
mujer, estaré más que encantado de lanzarle un puñetazo a esa cara perfecta
de idiota que tiene. Un gesto, una palabra y me abalanzaré sobre él.
Zarco carraspea y giro la cabeza en su dirección sin dejar de estrechar a
Ness contra mi costado. Arquea una ceja en una pregunta silenciosa: «¿Qué
demonios haces?». La respuesta no es sencilla. ¿Qué hago? Marco
territorio, o tal vez solo haya dejado salir a esa bestia posesiva e irracional
que vive en mi interior. Estoy cansado de luchar contra ella, de querer ser
distinto a todos los que me rodean, al menos en lo que respecta a Ness. Es.
Jodidamente. Mía. Cualquiera que piense distinto puede decírmelo a la cara
y despedirse de sus seres queridos porque estará a punto de exhalar su
último aliento.
No me pasa desapercibida la sonrisita en el rostro de Bailey. Es ella la
que toma el mando de la conversación, ya que los demás parecen estar
demasiado interesados en saber cuál será mi siguiente movimiento. No es
propio de mí comportarme de esta forma. Zarco es el impulsivo y yo la voz
calma y serena que lo guía, bueno, al menos era así hasta ahora.
―Supongo que pasaréis la noche aquí ―comenta Bailey.
Milena aleja su mirada de mí un instante para contestar.
―Si no es mucha molestia…
―En absoluto. ―Zarco señala el pasillo que hay junto a la escalera que
lleva a los dormitorios de nuestros hombres―. Pediré que os preparen un
par de habitaciones.
―¿Podemos hablar en privado? ―inquiere Zakharov, y se ajusta el nudo
de la corbata.
―Claro, pasemos a mi despacho. ―El ruso da un paso al frente y el
albanés lo sigue. Su mujer no lo acompaña. No soy idiota. Pretende
quedarse a solas con Ness. Supongo que es algo lógico que quiera hablar
con ella y ponerse al día, pero también existe la posibilidad de que todo esto
sea una trampa y mi mujer esté involucrada en ella―. Lagos, ven ―ordena
Zarco. Respiro hondo y asiento. Supongo que estoy a punto de descubrirlo.
Sin pensarlo demasiado, me coloco frente a Ness y la atraigo contra mi
cuerpo. Estampo mi boca contra la suya sin importarme quién nos mire.
Como siempre, ella responde a mi beso de inmediato. Hundo mi lengua
entre sus labios y la saboreo, sintiendo como su pequeño cuerpo se adapta
al mío. Nada más soltarla, retrocedo un poco y acaricio la cicatriz de su
mejilla con suavidad.
―Vuelvo enseguida ―susurro.
Ness me mira con los ojos muy abiertos por la sorpresa. En estas
semanas, durante las cenas en el ala privada de Zarco, y algunas veces
también en la sala de juegos, jamás he tenido un gesto cariñoso con ella en
público. Lo nuestro era algo privado, que solo nosotros disfrutábamos en la
intimidad de nuestro apartamento. No sé muy bien por qué he sentido la
necesidad de marcarla así frente a los demás. Tal vez sean los celos, o mi
propia inseguridad por la presencia del albanés o simplemente que quiero
recordarle que estoy a su lado, que puede confiar en mí en el caso de que
vaya a hacer algo en contra de los míos.
―Lagos ―Zarco vuelve a llamarme, y exhalo con fuerza por la boca.
Lanzo una última mirada a mi esposa y después a Oscar. Él asiente. Me
ha entendido sin tener que pronunciar ni una sola palabra. Va a cuidarla
mientras yo no esté.

Ness
La partida ha cambiado y ahora mismo no sé si voy ganando o perdiendo.
Lagos se ha comportado de manera muy extraña frente a los demás. Ya
estoy acostumbrada a sus ataques de testosterona en privado. Cuando
estamos a solas se convierte en un hombre distinto, demandante, posesivo y
apasionado, muy distinto al tipo con pinta de bibliotecario y rey de la
templanza que aparenta ser en público. No lo entiendo porque, a pesar de su
beso inesperado y esa manera de marcar territorio, podría jurar que estaba
cabreado.
En cuanto se marcha con Zarco, Mijaíl y Gavrel, Oscar y Luna toman
asiento en uno de los sofás de la sala de estar y actúan como si no
estuviesen vigilándome. Lo hacen fatal. Puedo notar como me miran de
reojo, aunque aparentan estar hablando entre ellos. Milena se pone frente a
mí y busca mi mirada. Es extraño que no haya acompañado a su marido a
esa reunión que parece tan importante. Mi hermano es un Rey Korol, cuenta
con la protección y el apoyo del mismísimo Pakhan de la Bratva y, sin
embargo, es incapaz de tomar una decisión importante sin contar con la
opinión de su mujer.
―Ness, ¿me acompañas a instalarme? ―pregunta, y, por la forma en la
que arquea su ceja, sé que lo único que pretende es que nos alejemos de los
dos espías que nos vigilan.
―Sí, claro. ―Dirijo la mirada hacia el sofá donde Oscar y Luna siguen
fingiendo hablar entre ellos.
―¿Dónde va a quedarse mi familia? ―inquiero.
Es Oscar quien me mira primero y frunce el ceño.
―Los dos primeros dormitorios del pasillo este ―responde. Asiento y
hago el amago de salir de la sala de estar, pero su voz a mi espalda me
detiene―. Y Ness… ―Me giro a medias―. Nosotros somos tu familia.
Sin saber qué contestar ante esa declaración, hago un gesto con mi
cabeza para que Milena me siga y retomo mi camino. No tardo en encontrar
los dormitorios que me ha indicado Oscar. Ambas pasamos al interior de
uno de ellos y escucho como la puerta se cierra.
―¿Tienes hambre? El vuelo es largo, y si no habéis cenado aún…
―Déjate de tonterías, Ness ―me corta mi cuñada―. No hemos venido
hasta aquí para cenar. ¿Qué está pasando?
―¿A qué te refieres? ―inquiero, arqueando una ceja.
―Gavrel nos ha contado lo del favor que le pediste. ¿Qué es lo que estás
buscando y por qué aquí, entre los miembros del Clan Z?
―Maldito bocazas ―mascullo entre dientes.
―No lo culpes. Está preocupado, al igual que Mijaíl, y yo también. Sé
que esta locura de casarte con… con…
―Lagos ―le recuerdo.
―Lo que sea. Está relacionado con la Zmeya, ¿verdad? ―Bufa y pone
los brazos en jarra. Lleva puesto un vestido negro brillante de tirantes con
una abertura lateral y, al moverse, puedo ver la cartuchera que está
enganchada a su muslo. Milena siempre va armada y se las arregla para
lucir arrebatadoramente bella―. Ness, ¿me estás escuchando?
―¿Cómo está Arya? La echo de menos.
―Bien, en casa con Niko. Ahora deja de desviar el tema. ¿Qué está
pasando?
Suspiro y asiento. Sé que esta vez no voy a lograr librarme de su
interrogatorio. Han venido hasta aquí por mí. Se preocupan por mí. Lo
menos que puedo hacer es contarles mi plan, aunque con ello solo logre
empeorar la situación.
―Está bien. Siéntate y escucha atentamente. Voy a contártelo todo, pero
tienes que prometerme que ni tú ni Mijaíl intervendréis. Esto es algo que
necesito hacer por mí misma.
―¿De qué hablas?
Tomo una respiración profunda y exhalo con lentitud. Allá vamos. El día
que tanto he temido acaba de llegar, y no sé si estoy preparada para hacer
partícipe a nadie más de esta parte de mi vida, aunque tampoco tengo otra
opción. Milena me servirá como ensayo porque hoy mismo pienso decirle a
Lagos toda la verdad.
Capítulo 35
Lagos

Nada de esto tiene sentido. Hace más de una hora que nos encerramos en el
despacho y Zakharov no deja de parlotear sobre cosas sin sentido. El
negocio de los diamantes, nuestra red de distribución… Casi parece como si
estuviese haciéndonos un examen o, peor aún, entreteniéndonos. Deslizo
mis gafas por el puente de la nariz y contengo un resoplido cuando vuelve a
sacar el tema de los diamantes.
―Zakharov, creo que ya le has dado demasiadas vueltas ―gruñe Zarco.
Él también está harto de esto y no tiene tanta paciencia como yo―. ¿Vas a
ir al grano de una jodida vez?
Coloco mi mano sobre el hombro de mi amigo y le doy un leve apretón
de manera disimulada. No es bueno que pierda los papeles ahora.
Conociéndolo, esto puede terminar muy mal.
―¿Tan extraño te parece que quiera asegurarme del buen funcionamiento
de mi negocio? ―inquiere, arqueando una ceja―. Me estoy jugando mucho
aquí y debo comprobar que todo se hace de la forma adecuada.
―Te recuerdo que nosotros también nos la estamos jugando. ―Zarco
bufa con fuerza y se frota la barba en un gesto de frustración contenida―.
A ver si lo he entendido, vienes a mi casa sin avisar y pretendes pedirme
explicaciones sobre el trabajo que mis hombres y yo llevamos a cabo.
¿Quién te crees que eres? ―El ruso va a decir algo, pero mi amigo no se lo
permite―. No te confundas, Zakharov. Agradezco tu ayuda. Me echaste
una mano cuando lo necesité y siempre estaré en deuda contigo por eso,
pero no eres mi jefe y, por supuesto, no vas a recibir un trato superior.
Somos socios con todas las consecuencias. Si quieres que sigamos en esa
línea, adelante. En caso contrario, puedes volver a España, Rusia o donde te
salga de las pelotas, pero lejos de mi territorio.
Zakharov se inclina hacia delante y veo el brillo de una pequeña navaja
curva en su mano izquierda. Me tenso y echo el brazo hacia atrás para
sujetar la empuñadura de la pistola que llevo en la parte baja de la espalda.
―Tienes agallas para hablarme en ese tono, Zarco, y solo por eso voy a
perdonarte la vida ―masculla sin inmutarse. Estira una mano y empieza a
limpiarse las uñas con la punta de la navaja.
Mi amigo se pone en pie con lentitud y sin dejar de mirarlo. Me temo lo
peor. Zarco no lleva nada bien que lo amenacen, y menos aún en su propia
casa. Una vez más, aprieto su hombro, pero él se sacude mi mano con un
gesto furioso.
―Fuera de mi casa ―sisea entre dientes.
―Zarco… ―empiezo a decir, pero soy interrumpido por el albanés.
―Tranquilicémonos todos. Aquí no solo está en juego un negocio. Ness
está casada con tu hombre, Zarco, y debemos hacer lo más conveniente por
nuestra chica.
¿Nuestra? ¡¿El muy hijo de puta ha dicho «nuestra»?!
―Mía ―gruño, atrayendo todas las miradas. Me muevo rápido, me quito
las gafas y las lanzo sobre mi hombro, rodeo la mesa y en solo un pestañeo
tengo al puto Karaj sujeto por el cuello―. Es mi chica. Mi. Maldita. Mujer.
¿Lo has entendido o tengo que grabártelo en la puta frente con el cortaúñas
de tu amigo?
―¡Lagos! ―grita Zarco, pero por primera vez en mi vida no voy a
obedecerlo.
―¡Zarco, aparta a tu hombre de mi socio! ―ordena Zakharov.
El albanés reacciona empujándome, y antes de ser consciente de lo que
estoy haciendo ya le he dado un puñetazo. El muy hijo de perra me lo
devuelve, así que regreso a la carga. Logramos lanzarnos unos cuantos
golpes más, arrasamos con gran parte de las cosas que hay sobre el
escritorio, y creo que también rompemos una estantería antes de que Zarco
y Zakharov nos separen.
―¡Estate quieto, maldita sea! ―brama mi amigo mientras me sujeta por
detrás.
Sigo mirando la cara ahora ensangrentada del imbécil, con la respiración
alterada y la rabia bullendo en mi interior. Quiero matarlo solo por haber
puesto sus ojos sobre ella.
―¡Karaj, suficiente! ―Zakharov también lo agarra.
―Está bien, déjame. ―El ruso lo suelta y sonríe, tocándose el labio
partido―. Si le haces daño…
Echo la mano de nuevo hacia atrás y agarro el arma en cuanto noto que
Zarco afloja su agarre.
―Veamos si puedes terminar esa frase ―farfullo mientras lo apunto a la
cabeza.
―Hijo de puta, baja la pistola. ―Karaj y Zakharov no se mueven, pero
tampoco retroceden ni parecen asustados―. ¡Lagos, maldita sea! ―Zarco
me rodea y se pone en la trayectoria de la bala que estaba a punto de
disparar―. Relájate, hermano.
Inspiro hondo por la nariz y noto como un hilo de sangre recorre mi
mejilla. No puedo matarlo. Si lo hago, estaré empezando una guerra con la
familia de Ness, y ella… Joder, no quiero ponerla en esa situación. Dejo
que mi brazo caiga y Zarco respira aliviado.
―Ahora que ya nos hemos tranquilizado todos, ¿qué te parece si
descansamos un rato y retomamos esta reunión por la mañana? ―Mi amigo
no parece demasiado convencido, pero asiente.
―Largaos de una vez ―sisea, y señala a Karaj―. Haz el favor de
mantenerlo alejado de mi chico, por su propio bien.
Zakharov saca al albanés del despacho casi a rastras, y en cuanto la
puerta se cierra, Zarco golpea la madera maciza con el puño cerrado.
―No voy a disculparme por defender lo que es mío ―siseo con los
dientes apretados.
―¿Tuyo? ¿Todo esto es por la rusa? ¡¿De verdad has estado a punto de
mandarnos a la guerra por un jodido coño?!
La mirada que le lanzo es de auténtica furia.
―Es mi mujer. Te recomiendo que empieces a tratarla con respeto
―replico.
Retrocede y cabecea confuso.
―Mierda, hermano. ¿Qué te está pasando? Tú no eres así.
―¡Tú tampoco lo eras hasta que Bailey apareció en tu vida! ―bramo―.
¡¿Cómo reaccionarías si un jodido idiota la devorara con la mirada frente a
tus putas narices?! ¡Peor aún! ¡¿Lo has escuchado?! ¡¿Nuestra chica?!
―Esta vez soy yo el que descarga toda la rabia golpeando la puerta―. ¡¿A
qué mierda ha venido eso?! ¡Es mi mujer, joder! ¡Me pertenece a mí, a
nadie más!
―Vale, creo que lo voy entendiendo ―murmura en tono conciliador. Se
acerca y hago un verdadero esfuerzo para no empujarlo cuando me sujeta
por la nuca y pega su frente a la mía―. Estoy contigo, hermano. Es tu
mujer y nadie va a quitártela. ―Asiento, tragando saliva con fuerza y con el
pecho subiendo y bajando de manera violenta―. Ahora ve a descansar.
Relájate y mañana resolveremos toda esta mierda.
Doy media vuelta y abro la puerta de un tirón. Antes de salir, me detengo.
―Zarco, estoy dispuesto a matar a ese hijo de puta si se atreve a
provocarme de nuevo ―digo sin girarme.
―Lo sé, y yo estaré a tu lado, como siempre. Al fin y al cabo, ya hemos
ganado una guerra, podremos con otra.
Capítulo 36
Ness

Milena aún está intentando asimilar todo lo que le he contado cuando la


puerta de la habitación se abre con tanta fuerza que golpea la pared. Lagos
me mira desde el umbral. Tiene el pelo rubio alborotado y la camiseta tipo
polo arrugada y rasgada en la zona del cuello, aunque lo peor es su rostro.
No lleva gafas y un reguero de sangre sale de su ceja izquierda y recorre su
mejilla hasta el mentón. Está furioso, puedo notarlo en su postura tensa, en
la forma en la que aprieta los puños y esa mirada desquiciada e intensa que
me recorre de pies a cabeza.
―Ness, nos vamos. ―No es una petición. Me está dando una orden clara
y concisa.
Me levanto del lugar donde estaba sentada al borde de la cama y frunzo
el ceño, confusa.
―¿Qué te ha pasado?
―¡Nos vamos! ―repite, esta vez más alto.
―Oye, no le hables así ―intercede Milena.
Lagos camina hacia a mí con decisión, sujeta mi mano y me arrastra en
dirección a la salida. Milena se interpone en su camino y se cruza de brazos.
―Apártate o lo hago yo ―sisea entre dientes.
Ella esboza un amago de sonrisa y arquea una ceja.
―Respeta, perro ―escupe.
Un paso, eso es todo lo que llega a dar Lagos antes de que mi cuñada
saque la pistola y lo apunte a la cabeza.
―Milena, baja el arma ―pido.
Los dedos de Lagos se aferran a mi muñeca con fuerza. Me está haciendo
daño, pero no me quejo. Si lo hago, sé que Milena no dudará en dispararle.
―¿Vas a irte con este salvaje? ―Dirige su mirada a mí, aunque sigue
apuntándolo―. No tienes que hacerlo, Ness. Si quieres regresar a casa…
―Ella no se va a ningún lado ―afirma Lagos, temblando de rabia.
Mi cuñada está en lo cierto. Ahora mismo Lagos parece un animal
salvaje. No sé qué le ocurre, pero sí que este hombre no es el que yo
conozco. Tiene que haber sucedido algo muy grave, y necesito saber qué es.
―Todo está bien ―digo para intentar tranquilizarlos a ambos―.
Descansa, Milena, nos vemos por la mañana. ―La veo dudar durante unos
segundos, después suspira y baja la pistola.
En solo un pestañeo, Lagos vuelve a retomar la marcha. Pasamos por su
lado y salimos de la habitación. Va tan rápido y sus zancadas son tan largas
que tropiezo con mis propios pies y estoy a punto de caer. Se detiene,
masculla una maldición en voz baja, y antes de que pueda adivinar cuál es
su intención, el mundo se vuelve del revés cuando me coloca sobre su
hombro y sigue caminando como si nada.
―¡Ey! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Lagos, bájame! ―exclamo, sujetándome
con fuerza a su cintura.
Decir que me ignora sería el eufemismo del año. Creo que ni siquiera
llega a escucharme. Sube las escaleras con rapidez y recorre el pasillo
mientras yo sigo pidiéndole que me deje en el suelo. No lo hace, y tampoco
se detiene cuando entramos en el apartamento. Mi pelo me impide ver a
dónde nos dirigimos con exactitud. Solo cuando me lanza sobre la cama soy
consciente de que estamos en su dormitorio.
Lo miro sin aliento, y estoy a punto de preguntar una vez más qué
demonios le pasa, pero las palabras se quedan atascadas en mi garganta al
ver como se quita la camiseta por la cabeza y la lanza al suelo antes de tirar
de mi tobillo para acercarme al borde del colchón.
―Voy a follarte tan fuerte… ―Toma una respiración profunda y se
inclina sobre mí―. Me meteré tan dentro de ti que no volverás a recordar a
ningún otro.
―¿Qué…? ―consigo empezar a decir antes de que su boca cubra la mía.
Me besa con rabia, hundiendo su lengua en mi boca y tirando de mi ropa
mientras mueve mi cabeza a su antojo. Apenas soy capaz de respirar.
Quiero saber qué es lo que le pasa, pero por más que intento apartarlo de mí
no me lo permite. Al fin, aleja su boca de la mía y muerde mi cuello con
saña. Contengo un alarido de dolor y vuelvo a empujarlo. Pesa demasiado y
me tiene completamente inmovilizada. Estoy segura de que, si se tratara de
otro hombre, ya habría entrado en pánico, pero con él no porque en el fondo
sé que jamás me forzaría a hacer algo que no deseo.
―Nadie volverá a tocarte nunca más ―masculla contra mi clavícula.
―Lagos, para. ―Ejerzo más presión sobre su pecho. No me escucha y
sigue lamiendo y besando mi cuello mientras sus manos se cuelan bajo mi
camiseta. Su erección se clava en mi muslo y lo escucho resollar con
fuerza―. ¡Detente, maldita sea! ―grito. Esta vez me hace caso. Se pone en
pie de un salto y me mira, respirando de forma agitada―. ¿Qué demonios te
ha pasado? ―inquiero sin aliento.
No contesta. Bufa con fuerza y comienza a caminar de un lado a otro de
la habitación como un jodido león enjaulado. Cada poro de su piel rezuma
rabia y agresividad. «Un animal salvaje». Cierto, Milena no pudo definirlo
mejor. Me acomodo la ropa lo mejor que puedo y me siento en el borde de
la cama sin dejar de observarlo con atención.
―No vas a irte con ellos ―afirma, deteniéndose de golpe frente a mí.
Hunde los dedos en su pelo rubio y vuelve a resoplar―. No dejaré que te
lleven a ningún lado, Ness.
―¿Puedes tranquilizarte un momento y decirme qué ha ocurrido?
―Señalo su rostro, aún manchado de color carmesí, aunque gran parte de la
sangre ahora está en mi ropa también―. ¿Quién te ha golpeado, Lagos?
―El hijo de puta del albanés ―sisea con furia.
―¿Gavrel? ―Arrugo el entrecejo, confusa―. ¿Por qué te ha pegado?
―Créeme, él ha quedado peor, y si Zarco no lo hubiese impedido, ya
estaría muerto.
Me pongo en pie y sacudo la cabeza de un lado a otro. No entiendo nada.
Gavrel no es un hombre violento.
―¿Él está bien?
La mirada furiosa que me lanza me deja paralizada en el sitio.
―¿Eso es lo que te preocupa? ¿Quieres saber si tu amante no ha sufrido
daños?
―¿Amante? Gavrel es mi amigo ―aclaro.
―Claro que sí. ―Suelta una falsa carcajada y retoma su recorrido por la
habitación, hacia un lado, media vuelta y después hacia el otro―. ¿Vas a
negar que estuvisteis juntos? ¡Él es el tipo con el que estuviste, el socio de
tu hermano!
―¿Y qué pasa con eso? Gavrel y yo…
―¡Deja de decir su maldito nombre! ―gruñe entre dientes.
Tomo una respiración profunda y me cruzo de brazos.
―Salimos un tiempo hace años. No veo por qué eso tenga que afectarte.
Ahora somos amigos.
―¡Te escuche, joder! ¡Lo llamas! ¡Hablas con él a escondidas!
Ahora soy yo la que empieza a cabrearse. ¿Por qué actúa de esta forma
tan irracional? No tiene ningún sentido.
―Lagos, creo que no estoy entendiendo a dónde quieres llegar con toda
esta escena. ¿Qué es lo que te molesta realmente?
―¡¿Aún lo preguntas?! ―Se lleva las manos a la cabeza y tira de su
cabello en todas direcciones―. ¡Está aquí! ¡Tú hablas con él!
―¡¿Y qué?! ¡No entiendo a qué demonios viene esto! ¡¿Por qué te
cabrea que hable con él por teléfono?! ¡Maldita sea, tú mismo me diste
permiso para acostarme con quien me diera la gana!
Se acerca en un par de zancadas y sujeta mi rostro entre sus manos.
―¡Eso fue antes!
―¿Antes de qué? ―Intento apartarlo, pero no se mueve ni un
centímetro.
―Antes de tenerte, antes de que tú y yo… ―Exhala con fuerza y su
aliento golpea mi rostro―. Dije toda esa mierda antes de que fueras mía.
Capítulo 37
Ness

Mi corazón se detiene. ¿Suya? ¿Cree que soy suya? Frunzo el ceño y niego
con la cabeza.
―No te equivoques, Lagos. Hace mucho tiempo que dejé de ser una
propiedad. Ahora suéltame, por favor.
Se queda muy quieto durante unos segundos y después retrocede. Lo
escucho respirar con dificultad, vuelve a hundir los dedos en su pelo y niega
con la cabeza.
―No voy a permitir que te vayas con él, Ness. No puedo hacerlo.
―Yo no he dicho que quiera marcharme. Aún no he terminado aquí
―replico.
Su mirada regresa a mí. Parece confuso, aunque sigue cabreado.
―¿Y qué es lo que quieres? Habla claro. ¿Qué buscabas en el despacho
de Zarco? ¿Por qué ha venido tu hermano con ese imbécil? ¡¿Qué mierda
está pasando?!
―Sinceramente, pensaba decírtelo.
―¡Entonces hazlo, joder!
Niego con la cabeza.
―No creo que estés en condiciones de mantener esta conversación.
Además, el hombre que tengo delante de mí ahora mismo no es el mismo
que se ha ganado mi confianza. Intenta calmarte.
Gruñe de nuevo, llevándose las manos a la cabeza.
―¡Esto es una mierda! ―Me sobresalto al escuchar el estruendo que
produce la madera de la cómoda al rajarse cuando él la golpea con una
patada.
―Lagos, para ―pido una vez más.
―¡No! ¡Estoy harto de no hacer nada! ―Se acerca de nuevo y me atrae
hacia él, rodeando mi cintura con los brazos―. ¡Se lo has contado a él,
¿verdad?! ¡Ese hijo de puta lo sabe!
Lo empujo con fuerza y esta vez no se resiste.
―¡¿Se puede saber qué demonios tienes en contra de Gavrel?!
―¡Cree que eres suya! Ha tenido las pelotas de venir hasta aquí y
reclamarte en mis propias narices.
―Aunque fuese así, ¡¿qué importa?! No hay nada entre nosotros.
―Señalo el espacio vacío entre su cuerpo y el mío―. Nuestro matrimonio
no es más que una jodida transacción comercial.
―¿Eso es lo que piensas? ¿Eso es lo que sientes? ―inquiere, abriendo
mucho los ojos.
―¿Por qué pareces sorprendido? ―Sonrío incrédula, negando con la
cabeza―. ¿Quieres hacerme creer que tú no piensas lo mismo?
―¿Y qué si no lo hago? ―farfulla con la mandíbula tensa.
―¡Vamos, Lagos! Es tu ego el que está herido. No puedes evitar sacar a
ese neandertal que llevas dentro al ver que alguien mea cerca de lo que
crees que te pertenece.
―No lo creo. Tú. Eres. Mía ―dice, haciendo énfasis en cada palabra.
―¿Y dónde queda Bailey en todo esto?
―¿Bailey?
―Sí, ya sabes, la mujer de tu jefe y mejor amigo. La misma por la que
babeas cada vez que pasa frente a ti. No puedes evitar mirarla con ojitos
tiernos cuando la tienes delante. Suspiras por ella. ¡Maldita sea, la quieres!
―No. Yo no… ―Traga saliva con fuerza y niega con la cabeza―. No lo
sé, ¿vale? Bailey es la mujer de Zarco, y tú…
―No voy a ser la sustituta de nadie ―siseo con rabia. Doy un paso
adelante y me enfrento a su mirada―. No he pasado por un infierno para
convertirme en el premio de consolación de alguien que ni siquiera es
consecuente con sus propios deseos y sentimientos.
―Ness…
―Da igual ―murmuro, y retrocedo negando con la cabeza. Tomo una
respiración profunda y aparto la mirada―. Creo que ambos necesitamos un
momento para tranquilizarnos. Date una ducha, cúrate esa herida en la ceja
y después hablamos.
―¿Tú qué vas a hacer?
―Saldré al jardín a dar un paseo ―respondo de inmediato.
Siento sus dedos en mi barbilla y me obliga a mirarlo.
―¿Vas a buscarlo a él?
―No, Lagos. Esa parte de mi vida lleva cerrada mucho tiempo. Gavrel es
solo un buen amigo. Puedes creerme o no, es tu decisión.
Exhala con fuerza y asiente con la cabeza.
―No tardaré. Tenemos que seguir hablando, y esta vez, te pido por favor
que seas sincera conmigo. Te apoyaré en todo lo que pueda, pero necesito
saberlo. ―Asiento y me alejo en dirección a la salida.
No miro atrás, y tampoco digo nada mientras abandono la habitación. A
pesar de este arranque de locura, sé que Lagos sigue siendo el mismo.
Confío en él y mis planes no han cambiado. Voy a contarle toda la verdad.

Lagos
Paso más de media hora bajo el agua caliente y, aun así, no soy capaz de
calmarme del todo. Cada vez que pienso en ese hijo de puta de Karaj, la
rabia me hace apretar los dientes con fuerza. Después está lo que dijo Ness
antes de marcharse… Es cierto. No es justo que la trate como un premio de
consolación. Quiero a Bailey, estoy enamorado de ella desde el día en que
la conocí, aunque sé que jamás podré tenerla. Lo de Ness es… Bufo con
fuerza. No tengo ni idea de lo que es. Mis sentimientos no han cambiado.
«No lo han hecho, ¿verdad?».
Salgo del baño y, tras vestirme, me dirijo a la habitación de Ness. Nada
más entrar, su aroma me golpea el rostro como un jodido puñetazo. Aún no
ha vuelto. Camino hasta el borde de la cama y cojo su peluche entre mis
manos. Bruno. No puede ser más feo, pero ella lo adora. Hace un par de
semanas le propuse comprarle otro si me dejaba tirarlo, y se negó en
rotundo. Sonrío al recordar su gesto de indignación solo por haberlo
mencionado.
Escucho unos pasos acercarse y me giro sobre mí mismo. En solo unos
segundos veo aparecer la cabeza de Oscar en la entrada. Frunzo el ceño.
¿Qué demonios hace aquí?
―Llamé a la puerta, pero nadie me abrió ―dice―. ¿Dónde está Ness?
―En el jardín ―respondo exhalando.
―¿Qué hace de noche en el jardín? ―Entra en el dormitorio y se me
queda mirando con el ceño fruncido.
―No lo sé. Supongo que necesitaba un poco de espacio y estar sola.
―Hago una mueca de disgusto y me pinzo el puente de la nariz.
«Necesitaba alejarse de ti porque te comportaste como un idiota». Cierto.
Al mirar de nuevo a Oscar, compruebo que me está tendiendo mis gafas.
Las cojo y, tras ponérmelas, asiento a modo de agradecimiento.
―¿Alguien va a decirme qué fue lo que pasó en el despacho? Y ya que
estás, ¿qué mierda te has hecho en la cara?
―El puto albanés ―siseo entre dientes.
Mi amigo se cruza de brazos y arquea una ceja, interrogante.
―¿Quieres que lo mate?
Contengo una carcajada. Esperaba esa respuesta. Puede que Oscar no sea
mentalmente estable, pero nadie puede atreverse a decir que no se preocupa
por los suyos. Sé que moriría por cualquiera de nosotros.
―Yo me ocupo, pero gracias por el ofrecimiento.
Lo observo mientras se sienta en el borde del colchón y me quita el oso
de peluche de las manos. Lo mira y hace una mueca de asco.
―Qué cosa tan fea ―murmura.
Suspiro y tomo asiento a su lado.
―Lo sé, pero a Ness le encanta. Siempre duerme con él.
―Creí que lo hacía contigo. ―Esboza media sonrisa mientras me mira
de reojo―. ¿Qué está pasando con esa chica? Y puedes guardarte la mierda
de «estamos intentando que nuestro matrimonio funcione». Sé que solo
accediste a casarte con ella para alejarte de Bailey.
Aprieto los labios con fuerza y respiro hondo.
―¿Alguien más lo sabe? ―inquiero sin mirarlo.
―Todos, a excepción de Zarco y la propia Bailey, o al menos eso espero.
―No puedo evitarlo ―mascullo―. Lo he intentado, de verdad. ―Siento
su mano en mi hombro y cierro los ojos con fuerza―. Creí que al casarme
con Ness pondría una especie de barrera entre Bailey y yo.
―¿Hay una barrera más grande que el hecho de que ella sea la mujer de
tu mejor amigo?
―No lo sé ―contesto, encogiéndome de hombros.
―¿Y Ness? Porque esa posesividad con la que la besaste hoy delante de
todos… Tú no eres así, hermano.
―¿No lo soy? Ya no estoy tan seguro de ello. Llevo conteniéndome
mucho tiempo, desde que… ―Suspiro―. Ya sabes lo que pasó en el sótano
de la finca. Juré que no me convertiría en uno de esos hijos de puta que
usan a las mujeres como pedazos de carne, sin embargo, durante las últimas
semanas, con Ness es precisamente lo que he estado haciendo.
―¿Seguro? A mí no me parece solo algo físico. ¿Has pensado que tal
vez esa obsesión con Bailey solo sea un espejismo? Te gusta su forma de
ser, a mí también. Nos criamos rodeados por mujeres dóciles y sumisas a
las que despojaron por las malas de cualquier pizca de carácter. Cuando ella
apareció fue como una jodida revelación. Creo que yo también me colgué
un poco por Bailey. ―Lo miro de reojo y sonrío al ver que se rasca la nuca
con gesto avergonzado.
Lo agarro por la nuca y busco su mirada.
―Sé paciente, hermano. Tarde o temprano se dará cuenta ―digo, y sé de
inmediato que ha entendido a qué me refiero.
Chasquea la lengua y aparta la mirada.
―Mis mierdas no importan ahora. ―Se pone en pie y da una palmada
sonora―. ¿Vas a hacer algo con Ness? Me cae bien, y creo que tú estás loco
por ella, pero aún no lo sabes.
―No quiero lastimarla ―susurro.
―Pues no lo hagas. ―Vuelve a rascarse la nuca con gesto confuso―. No
sé, liga con ella o algo así.
―¿Ligar con ella? ―pregunto, arqueando una ceja.
―Sí, es tu esposa. Guíñale un beso y lánzale un ojo. ―Suelto una
carcajada y niego con la cabeza.
―Eres imbécil y no tienes ni una pizca de gracia.
―¿Cómo crees que consigo sacar información a nuestros enemigos? Los
torturo con chistes malos hasta que cantan. Por cierto, ¿empiezo con
Sandoval? Zarco me dijo que esperara, pero después se encerró en su ala
privada y no he vuelto a saber nada de él.
Bufo y me encojo de hombros.
―Espera hasta mañana. Las cosas con el ruso están tensas y prefiero que
estés atento.
―Bien. Estaré en la sala común con los chicos. Si necesitas algo, solo
dilo.
―Gracias, Oscar ―susurro mientras abandona la habitación.
Vuelvo a mirar a Bruno y resoplo con fuerza. Estoy demasiado confuso.
Ya no sé lo que pienso ni lo que siento. Solo espero poder averiguarlo antes
de que Ness regrese. No voy a dejar que vuelva a evitar mis preguntas. Esta
misma noche tendrá que contarme todo lo que lleva ocultando desde que
nos casamos, y también le debo una disculpa. La forma en la que la traté
hace un rato es inaceptable. Me dejé llevar por la ira y… ¿Celos, tal vez?
Solo espero que pueda perdonarme.
Capítulo 38
Ness

Doy varias vueltas por la zona menos iluminada del jardín. La noche es
clara, aunque bastante fría también. Empiezo a notar como mis brazos
desnudos se resienten, así que regreso al interior de la casa. Varios guardias
de los que no recuerdo el nombre me saludan al pasar. Esta no es una noche
como cualquier otra. La tensión y el nerviosismo se palpa en el ambiente.
Todas las luces de la planta baja están encendidas y se escuchan voces que
seguramente provengan de la sala común donde se reúnen los hombres del
Clan Z, los soldados y matones, todos aquellos que no pertenecen al círculo
íntimo de Zarco.
No suelo deambular por la casa, y mucho menos de noche. Sé que Zarco
tiene un despacho que apenas utiliza, supongo que es el que usó hoy para
reunirse con mi hermano y Gavrel. Las reuniones importantes de verdad,
con su gente de confianza, siempre transcurren en la pequeña oficina de su
ala privada, la misma en la que yo he entrado en un par de ocasiones a
escondidas. Biblioteca, dormitorios privados, varios baños y una enorme
cocina donde gente del servicio se encarga de preparar comida para todos
los que habitan en esta mansión, pero ningún sótano, al menos no que yo
haya visto. Supongo que el acceso estará en algún lugar cercano, pero
¿dónde? Sandoval está allí, encerrado en una celda, eso fue lo que entendí
de la conversación que escuché a escondidas entre Oscar y Luna.
Al llegar a la cocina, descubro que está desierta. Las luces están apagadas
y no se escucha ningún otro sonido más que el zumbido bajo que emite el
enorme refrigerador de tres puertas. Estoy a punto de regresar sobre mis
pasos cuando lo oigo, unas pisadas y después el sonido de una puerta al
abrirse. Corro a esconderme tras la enorme península recubierta de granito
oscuro que preside la estancia y contengo la respiración. Hay un breve
destello de luz, alguien entra en la cocina y después se aleja.
―¿Qué estás haciendo? ―reconozco la voz de Oscar.
Por un instante pienso que puedo haber sido descubierta, pero entonces
alguien más le contesta.
―Acabo de hacer la ronda por el sótano. ―Es Pablo, estoy segura.
―¿Todo en orden?
―Sí, ese hijo de puta sigue encerrado en su celda. Me ha ofrecido dos
millones de dólares a cambio de que lo libere.
Se escucha una risa baja y después una palmada.
―Su sentencia de muerte ya ha sido firmada ―replica Oscar―. En
cuanto amanezca y los rusos se marchen, disfrutaré enviándolo al mismo
infierno en el que Urriaga se encuentra.
Cruzan un par de palabras más y los escucho alejarse a ambos. Solo
cuando estoy segura de que no pueden descubrirme, me atrevo a salir de mi
escondite. «Van a matarlo por la mañana», resuena en mi mente. Debería
regresar al apartamento y contarle a Lagos toda la verdad. Tal vez él me
ayude a sacarle a Sandoval la información que necesito antes de que sea
demasiado tarde, sin embargo, corro el riesgo de que quiera avisar a Zarco
antes y… No confío en él.
Miro a un lado y a otro, intentando averiguar de dónde salió Pablo. Me
muevo por la cocina, y en un lateral encuentro una puerta. La abro en el
más absoluto silencio. Está oscuro. Tanteo la pared interior con la mano y
doy con un interruptor. Tras presionarlo, una luz tenue ilumina la estancia.
Es una especie de cuarto de la colada. Hay varias lavadoras, secadoras,
cestos con ropa, estanterías colgadas repletas de productos de limpieza y, al
fondo, otra puerta más. Me adentro en la habitación y recorro casi de
puntillas los escasos metros hasta llegar a ella, es de madera de color negro
y parece maciza y robusta. Rezo en mi mente para que esté abierta, y al tirar
de la manilla descubro que es así. Más oscuridad y un olor que solo puedo
definir como cargado y húmedo, el típico de una bodega.
Sin pensarlo demasiado, busco en la pared algún interruptor, pero no
encuentro nada. Por lo poco que logro ver, hay una escalera que desciende
hasta un nivel inferior. El sótano. Estoy segura de que he dado con él.
Espero unos segundos, me muerdo el interior de la mejilla, planteándome la
posibilidad de dar la vuelta y hacer las cosas de otra forma, sin embargo, la
ansiedad se apodera de mis actos. Ya he esperado demasiado.
Mantengo una mano pegada a la pared mientras desciendo escalón a
escalón. Casi tropiezo al llegar abajo. Entonces toco lo que parece ser un
interruptor y la luz me ciega por unos instantes.
―¿Tú quién demonios eres? ―escucho su voz, aún con los ojos
cerrados, e inspiro hondo por la nariz.
Mis párpados se separan con lentitud, y entonces lo veo, uno de los
mayores hijos de perra que he conocido nunca. Cuando Pablo mencionó la
palabra «celda», no creí que hablara de forma literal. El sótano está dividido
en dos partes, una de ellas, en la que yo me encuentro, es como una zona de
observación. Hay varias mesas repletas de instrumentos y herramientas,
desde cuchillos y machetes afilados hasta alicates y varios taladros también.
Una verdadera antesala de tortura. Al otro lado están las celdas, con sus
rejas y cadenas ancladas en la pared de ladrillo rojizo. Al menos cuatro,
pegadas unas a las otras en línea. En una de ellas se encuentra Sandoval,
atado con cuerdas gruesas a una silla metálica.
Me acerco despacio, observo su cara hinchada y con pequeños cortes,
seguramente por haber sido golpeado. Sigue teniendo esa mirada de
cabronazo retorcido a pesar de que el paso de los años es evidente en su
rostro algo arrugado y cabello blanquecino.
―¿No me recuerdas? ―mi voz sale más débil de lo que pretendía
mientras me pego a la reja de la puerta y lo miro directa a los ojos―. No
tienes buen aspecto, Sandoval.
Una de sus comisuras se estira y esboza una sonrisa macabra.
―Ryzhaya ―susurra―. Te queda bien el cabello oscuro, aunque te
prefiero al natural.
Escuchar ese apodo que tanto detesto, salir de sus labios, hace que mi
estómago se retuerza. La bilis sube por mi garganta y se me nubla la vista
mientras recuerdos del pasado invaden mi mente. «Siempre estaré aquí,
Ryzhaya». Sacudo la cabeza de un lado a otro para librarme de esos
pensamientos y aprieto los puños con fuerza. El dolor en las palmas de mis
manos me ancla al presente, al menos lo bastante como para poder
mantener el control sobre mí misma.
―¿Dónde está? ―pregunto, y esta vez logro que mi voz suene con más
contundencia.
Sandoval suelta una carcajada tenebrosa y niega con la cabeza.
―Supe que tu hermanito te rescató y acabó con la Zmeya. Es una pena.
Conservo buenos recuerdos de las fiestas. Eran… ―Cierra los ojos con
gesto de satisfacción y sonríe de oreja a oreja―. Sublimes. Toda esa carne
tan tierna e inocente…
―Hijo de puta ―siseo asqueada―. Sois unos malditos enfermos.
―Vamos, Ryzhaya, admite que tú también lo disfrutabas. No te quejaste,
no te resististe ni una sola vez.
La culpa me atenaza. Es cierto. Nunca me resistí. Conocía las
consecuencias de hacerlo. Me instruyeron desde muy joven para ser
obediente y complacer a cualquiera que deseara tenerme. Aun así, si tan
solo me hubiese rebelado una vez, quizás habría sido distinto.
―Solo quiero saber dónde está ―insisto.
―Yo lo sé. Puedo darte su ubicación exacta si a cambio…
―No voy a liberarte ―lo corto.
El muy cabrón vuelve a reír.
―Por supuesto que lo harás. El matrimonio con Lagos, unirte a esta
pandilla de perdedores mediocres… ―Chasquea la lengua y vuelve a
sonreír―. Has llegado muy lejos, Ryzhaya.
―¿Cómo sabes todo eso? ―inquiero.
―El cártel de Sonora tiene ojos y oídos en todas partes. Zarco y sus…
mascotas están bien vigilados. Ahora deja de hacer preguntas estúpidas y
sácame de aquí.
Niego con la cabeza. No puedo hacerlo. Liberar a Sandoval significa
dejar a un hijo de puta en la calle y, peor aún, traicionar a Lagos.
―Dime dónde está y le pediré a Oscar que te mate rápido.
―Entonces la información que buscas morirá conmigo. Piénsalo bien.
―Encontraré a alguien más.
―Urriaga está muerto, Lagos padre también. Solo quedo yo. Es cuestión
de tiempo que yo siga sus pasos, y entonces habrás perdido tu oportunidad.
Es tu decisión. ―«No puedo estar planteándome liberarlo. ¡No! ¡Mierda, no
puedo hacerlo!». Escuchamos como la puerta se cierra y unas pisadas en la
escalera―. Piensa rápido ―susurra Sandoval.
Tomo una respiración profunda y retrocedo hasta que mi espalda está
pegada a la pared. Dirijo la mirada al final de la escalera, estoy justo detrás
de quien sea que esté bajando. Podría esperar a que pasara frente a mí, con
suerte no me vería, y salir del sótano. Le doy vueltas a esa idea hasta que la
veo, es Luna. Camina en dirección a la celda donde está Sandoval con pasos
contundentes.
―Hola, padre ―dice con voz grave.
―Lunita, mi niña. ¿Me has echado de menos?
Solo soy consciente de lo que está a punto de ocurrir cuando la veo alzar
el brazo. Lleva una pistola en la mano.
―Primero tú y después Samuel. Es una promesa, hijo de perra ―escupe
las palabras, y el terror se dibuja en la mirada de Sandoval.
Va a matarlo, estoy segura, y entonces jamás podré encontrar lo que
busco. Sin ser apenas consciente de mi próximo movimiento, agarro un bate
de béisbol metálico que hay sobre una de las mesas de utensilios de tortura
y me acerco a Luna por detrás. Mi intención es noquearla, pero antes de que
pueda llegar a su lado, algo me delata. Se gira rápido, y entonces actúo por
puro instinto. Echo los brazos hacia atrás y la golpeo en el rostro. Su cuerpo
cae al suelo y la pistola se le escapa de las manos. Suelta un alarido de
dolor, y al incorporarse compruebo que está sangrando por la nariz.
―Lo siento ―susurro antes de correr y agacharme para coger el arma.
―¡Hija de puta, me has roto la nariz! ¡¿Qué demonios haces?!
Inspiro hondo y apunto a la cerradura metálica de la celda. Aparto un
poco el rostro y aprieto el gatillo. El sonido de la detonación se amplifica en
un lugar tan cerrado. No estoy segura del tipo de insonorización que tiene el
sótano, espero sea suficiente como para que nadie haya escuchado el
disparo. Entro en la celda y empiezo a soltar los nudos de las cuerdas que
mantiene inmovilizado a Sandoval. Al terminar, me giro y lo apunto a la
cabeza. Luna parece demasiado aturdida por el golpe como para levantarse.
―Bien jugado, Ryzhaya ―dice Sandoval, sonriendo de oreja a oreja.
Pego el cañón de la pistola a su sien y lo miro directamente a los ojos. La
decisión está tomada y no hay vuelta atrás. Al fin y al cabo, esto es por lo
que llevo esperando tantos años. Al fin podré encontrarla.
―Ahora voy a sacarte de aquí y me dirás dónde demonios está mi hija.
Capítulo 39
Lagos

Tras mucho esperar, y cuando ya me estoy planteando ir en busca de Ness,


la puerta del apartamento se abre de forma brusca y Zarco entra con gesto
serio y cabreado.
―¿Qué ocurre? ―pregunto, levantándome del sofá en el que llevo tirado
más de una hora.
―Tu jodida mujer, eso ocurre. ¡Ha soltado a Sandoval!
―¿Cómo dices? Tiene que haber un error.
―¡La acabo de ver por las putas cámaras! Está yendo hacia la puerta.
Oscar la ha interceptado, pero va armada.
―No puede…
―¡Maldita sea, Lagos! ¡Vámonos de una vez! ―grita.
Asiento, y ambos salimos corriendo del apartamento. Bailey se une a
nosotros en el pasillo y, tras bajar la escalera, nos encontramos con Luna.
Tiene la ropa cubierta por la sangre que gotea de su nariz.
―Esa zorra me ha roto la nariz ―sisea con rabia.
―Me alegra no haber sido la única ―masculla Bailey.
Escuchamos las voces que provienen del recibidor y seguimos corriendo.
Al primero que logro ver es a Oscar. Está apuntando con su pistola a
Sandoval y, tras él, con el arma en alto está Ness. Nuestras miradas
coinciden y ella niega con la cabeza.
―Dejad que me lo lleve ―pide justo cuando Sandoval la rodea para
usarla a modo de escudo.
Durante unos segundos soy incapaz de moverme. Zarco, Bailey y Luna
pasan a mi lado. Los dos primeros no tardan en sacar sus pistolas. Vuelvo a
mirar a Ness. ¿Es que nadie lo ve? Está rogando que la ayuden. Está
sufriendo.

Ness
Fui una ingenua al pensar que podría salir de la fortaleza en la que viven
los miembros de la banda criminal más peligrosa del Estado sin que nadie
se diese cuenta. Bueno, en realidad, creo que no estaba pensando en
absoluto. Vi una oportunidad, la única que he tenido en años para saber el
paradero de mi hija, y actué por puro instinto. Oscar me pilló antes de que
pudiera siquiera abandonar la casa, y enseguida llegaron los demás. Zarco,
Bailey, Luna, aún con la cara y la ropa ensangrentada, y él… Lagos se
mantiene un par de pasos por detrás y me mira con fijeza.
Zarco y Bailey me apuntan con sus armas, estoy segura de que Luna
también lo haría, pero su pistola la tengo yo. La muevo de Oscar a Zarco, y
después otra vez hacia el primero. No quiero hacerles daño, aunque no creo
que ellos piensen lo mismo respecto a mi propia seguridad. Sandoval
permanece detrás de mí y, por más que me gustaría lanzarlo directamente a
los leones, debo protegerlo, al menos hasta que me diga lo que quiero
escuchar. Pretendo meterle un tiro en la cabeza en cuanto lo haga.
―Lo siento ―susurro en dirección a Lagos―. Tengo que llevármelo. Lo
necesito vivo.
―Ness, no vas a salir de esta casa, y mucho menos con él ―afirma
Zarco, dando un paso adelante.
Una sombra se cierne sobre él y, al mirar sobre su hombro, respiro
aliviada al comprobar que se trata de mi hermano.
―Baja la puta pistola o te reviento la cabeza ―dice Milena, pegando el
cañón de su arma a la nuca de Zarco.
Tras unos segundos de estupor generalizado, somos rodeados por varios
hombres, todos ellos armados hasta los dientes. Gavrel también ha venido
con Milena y Mijaíl. Bailey se gira deprisa y apunta a Milena.
―Si te atreves a disparar, ninguno de vosotros durará más de un segundo
―la amenaza.
―Es una pena que tu amorcito no pueda verlo ―replica mi cuñada con
una sonrisa tensa.
Nadie se mueve ni da un paso en falso. Entonces veo como Lagos se
acerca, lleva su arma en la mano. Espero que me apunte, pero no lo hace. Se
coloca entre Oscar y yo y alza la pistola en su dirección.
―Vamos a dejar que se marchen ilesos ―gruñe.
―¡Lagos, ¿qué mierda estás haciendo?! ―exclama Zarco.
―Protejo a mi mujer. No necesito saber sus motivos. Si ella dice que
debe llevarse a Sandoval, la creo.
―Hermano, ¿te has vuelto loco? ―sisea Oscar.
Antes de que pueda contestar, escucho unas voces a mi espalda y, a
continuación, la detonación de un disparo y otro justo después. Espero a
que se desate la locura. No sé quién ha muerto ni de qué bando, pero no
puede ser bueno.
―Buenas noches, hijos de puta. ―Alex pasa a mi lado y, tras echar un
vistazo a lo que está ocurriendo y sonreír como un jodido maníaco, sacude
la cabeza de un lado a otro mientras chasquea la lengua contrariado―.
Habéis montado una fiesta y no he sido invitado. Ahora sí que me siento
ofendido.
―¿Acabas de matar a dos de mis hombres? ―inquiere Zarco con la
mandíbula tensa y sin dejar de apuntarme con la pistola.
Alex se encoge de hombros y vuelve a sonreír.
―Les pedí amablemente que me dejaran entrar y se negaron. ―Me mira
a mí y después a Sandoval, que sigue escondido a mi espalda―. ¿Qué está
pasando aquí? Creí que lo teníais en una celda.
―Esa zorra lo dejó escapar y quiere llevárselo ―informa Luna.
Alex clava su mirada en ella y frunce el ceño.
―No vuelvas a insultarla en mi presencia ―le advierte.
Antes de que pueda asimilar sus palabras, estira el brazo con rapidez y
agarra a Sandoval por el cuello. Cambio mi línea de tiro de inmediato.
―¡Suéltalo! ―ordeno.
Alex me mira mientras sigue asfixiando a Sandoval con una sola mano y
él se aferra a su muñeca con fuerza para intentar liberarse.
―Tranquila, he venido para ayudarte.
―Entonces, déjalo. Lo necesito vivo.
―No es cierto. ―Aparta a Sandoval hacia un lado sin liberar su cuello y
da un paso en mi dirección―. Él no puede decirte dónde está tu hija,
Ryzhaya, yo sí. ―La pistola tiembla en mi mano y Alex vuelve a sonreír―.
¿En serio pensaste que no te había reconocido?
―¿Dónde está? ―inquiero mientras intento contener las lágrimas que
amenazan con ahogarme desde dentro―. Solo quiero saber si está bien.
―Lo siento. No pude hacer nada por ti hace años, pero prometo que te
devolveré a tu pequeña.
―¡Alex, ¿qué mierda está pasando?! ―inquiere Zarco.
Mira a Sandoval y hace una mueca al ver que empieza a ponerse azul por
la falta de oxígeno.
―Empecemos por el principio. ―Libera a Sandoval, y este cae al suelo
de rodillas y empieza a toser con fuerza. Alex saca una pistola de la parte
delantera de su cintura y se la lanza a Luna―. Todo tuyo ―susurra, y le
guiña un ojo.
Luna se queda inmóvil un par de segundos, entonces esboza una sonrisa
de oreja a oreja y dispara a su padre en el pecho. Mientras veo a Sandoval
desangrándose en mitad del recibidor, solo puedo pensar que es posible que
acabe de perder la única oportunidad de encontrar a mi hija, y eso es algo
con lo que no podré seguir viviendo. Todo lo que he hecho para encontrarla,
todo mi esfuerzo y dedicación han sido en vano. Mi única razón para seguir
respirando acaba de esfumarse.
Capítulo 40
Lagos

Ness ha liberado a Sandoval, Luna lo ha matado, yo he traicionado a mi


familia y, sin embargo, lo único que me preocupa es lo que ha dicho Alex:
Ness tiene una hija y la está buscando. «¿Cómo? ¿Por qué? ¿Quién es el
padre de esa niña? ¿Dónde está?». Las preguntas se acumulan en mi mente
y apenas soy capaz de asimilarlas.
―¿Alguien va a explicarme qué demonios está pasando aquí? ―siseo
entre dientes.
Alex vuelve a sonreír justo cuando Ness se lanza al suelo de rodillas y
presiona el agujero de bala que tiene Sandoval en la parte derecha de su
pecho.
―¡Aún está vivo! ―grita.
―Eso tiene remedio ―masculla Luna, y se adelanta un par de pasos con
la pistola en alto.
―¡No! ¡Lo necesito vivo, joder! ―exclama Ness sin dejar de ejercer
presión sobre la herida.
Me interpongo en el camino de Luna y le arrebato la pistola con un
movimiento rápido y preciso.
―¿Qué estás haciendo? ¿Vas a ponerte de su parte? Es una traidora. Está
claro que solo se casó contigo para acceder a él.
―Ya lo sé ―respondo, alzando la barbilla.
Zarco, que aún sigue encañonado por Milena, fija su mirada en la mía.
―Estás traicionando a tu familia por una…
―Más te vale no terminar esa frase ―lo corta Zakharov.
Bailey echa un vistazo al lugar donde Sandoval sigue luchando por seguir
respirando y chasquea la lengua contrariada.
―Tengo que hacerlo ―susurra.
―Ni se te ocurra ―sisea Zarco, pero ella lo ignora y se arrodilla junto a
Ness―. ¡Mía! ¡Santo Cristo!
―Ninguna vida vale más que otra ―masculla―. ¡Ayudadme a
trasladarlo a la sala de juegos! Tengo que sacarle la bala.
Zarco intenta moverse, pero Milena no se lo permite.
―De eso nada. Si Ness lo necesita vivo, va a vivir, te guste a ti o no ―le
advierte.
―Qué divertido. ―Alex se pasea entre pistolas sonriendo de oreja a
oreja―. Podéis dejarlo morir. No tiene ni idea de dónde está la cría.
―¿Y las setenta mujeres que están retenidas? ―pregunta Oscar.
Alex se encoge de hombros.
―Eso no lo sé, pero a Angy no la tiene.
―¿Cómo estás tan seguro? ―inquiero.
Alex se gira hacia mí y vuelve a sonreír.
―Porque yo sé dónde está. ―Se acerca y me agarra por la nuca―. Te lo
dije, Arturito. Voy a volver a sacrificarme por vosotros. Lo supe en el
momento que te vi llegar con Ryzhaya a la finca. Ella no estaba allí por
casualidad. Buscaba a su hija.
―¡¿Qué hija?! Y ¡¿por qué la llamas así?!―exclamo, alzando la voz.
Alex señala a Ness con el dedo índice.
―Eso mejor que te lo explique tu esposa. Yo solo puedo decir que
conozco el paradero de la niña. Está con Angy.
―¿Dónde? ―Ness se pone en pie y Bailey suelta una maldición.
―¡Mierda, no te vayas! ¡Hay que presionar la herida!
Ness echa la vista hacia atrás y se encoge de hombros. Tiene las manos y
los brazos cubiertos de sangre y la parte delantera de su camiseta empapada
también.
―Si no sabe dónde está mi hija, puede pudrirse en el infierno ―sisea.
Soy consciente de las miradas que se lanzan Zakharov y Milena.
Entonces él chasquea la lengua y baja la pistola. Enseguida se arrodilla
junto a Bailey y comienza a taponar la herida de Sandoval.
―Solo quiero que viva para poder divertirme con él ―señala mientras
Bailey le da instrucciones.
Zarco vuelve a hacer el amago de moverse, pero Milena se mantiene
firme.
―Ya está bien. ¡Bajad todos las armas! ―bramo.
Nuestros chicos buscan la confirmación de Zarco. Este bufa y asiente.
―Hacedle caso. Vamos a intentar arreglar esta mierda por las buenas.
―Milena, te toca ―le digo cuando nuestros hombres empiezan a alejarse
unos pasos.
Me mira con una ceja arqueada y niega con la cabeza.
―No acepto ordenes de perros.
―Kukla[5]… ―murmura Zakharov.
―¿Quieres que confíe en que estos idiotas no nos maten a traición? ―Su
marido vuelve a asentir, y ella masculla algo en ruso antes de bajar la
pistola―. Tú mismo. Si te meten un tiro en el culo, no haré nada para
ayudarte.
El capullo de Karaj también guarda su arma, y al fin soy capaz de
girarme hacia Ness en busca de algunas respuestas.
―Lo siento ―susurra, y puedo ver como intenta contener el llanto.
Tenso la mandíbula y acaricio la cicatriz de su mejilla con suavidad―. Debí
contártelo todo, Lagos. Quise hacerlo, pero… ―Se le corta la voz y una
lágrima solitaria cae por su rostro.
―Mierda, no llores. ―Tiro de ella hacia mí y la abrazo con fuerza.
Mientras la escucho sollozar contra mi pecho, echo un vistazo a mi
alrededor. Todos nos están mirando, a excepción de Bailey, que sigue
intentando salvarle la vida a Sandoval.
―Sácala de aquí ―susurra Oscar.
Asiento y me agacho un poco para pasar mi brazo por debajo de sus
rodillas y alzarla en peso. Antes de que nadie pueda impedírmelo, salgo a
toda prisa en dirección a la escalera.
―¡Lagos, ¿dónde demonios vas?!
Escucho los gritos de Zarco, pero no me detengo. Lo que Ness y yo
tenemos que decirnos solo nos concierne a nosotros.

Ness
Solo aparto mi rostro del pecho de Lagos cuando llegamos al baño del
apartamento. Él se aleja unos centímetros y escucho como abre el grifo del
lavamanos antes de cogerme en brazos de nuevo y dejarme sentada sobre él.
―Deja que te limpie toda esa sangre ―pide.
Me giro un poco y sorbo por la nariz. Soy incapaz de dejar de llorar.
«Alex sabe dónde está mi hija. Tal vez no esté todo perdido». Lagos
humedece una toalla y la pasa por mis brazos para borrar cualquier rastro de
sangre. Después se coloca frente a mí y agarra el borde inferior de mi
camiseta. Me mira a los ojos y, aunque no pronuncia una sola palabra, sé
que me está pidiendo permiso para quitármela. Asiento y levanto los brazos
para facilitarle la tarea. Lanza la camiseta arruinada a la papelera y empieza
a pasar la toalla mojada por mi abdomen.
―Lo siento, Lagos ―vuelvo a decir.
Lo escucho inspirar hondo por la nariz y me mira a los ojos.
―Voy a necesitar mucho más que eso, Ness, y esta vez no puedo solo
hacer otras preguntas. Acabo de traicionar la lealtad hacia mi propia
familia. Quiero la verdad.
Asiento y trago saliva con fuerza. Se lo debo.
―No sé por dónde empezar ―admito.
Lagos exhala con fuerza y su aliento caliente golpea mi rostro.
―Tu hija ―sugiere.
Tomo una bocanada profunda y vuelvo a asentir.
―Tenía doce años cuando, en una de las fiestas, apareció un hombre. No
lo había visto antes, pero esa noche él decidió que quería tenerme. ―Lo
noto tensarse, e incluso me parece escuchar el sonido de sus dientes
rechinar―. Era algo habitual, pero al terminar la noche me aseguró que iba
a quedarse conmigo.
―¿A qué te refieres? ―inquiere, con la mandíbula apretada.
―Algunos tipos decidían comprar los muñecos de la Zmeya.
―¿Muñecos?
―Así es como nos llamaban. Solo éramos sus juguetes.
―¿Ese hombre te…? ―Carraspea y niega con la cabeza―. ¿Él te
compró?
―Sí, aunque no me llevó con él. Seguí con la Zmeya, en el buque,
asistiendo a las fiestas al igual que los demás, pero no participaba en…
Bueno, en nada. Solo mi dueño podía tenerme.
Inspiro hondo y aprieto el puño, pero antes de que pueda llegar a
clavarme las uñas en la palma, Lagos me sujeta la mano y me la abre.
Después se aparta y frunzo el ceño al verlo salir del baño, aunque enseguida
regresa y trae a Bruno entre sus manos. Lo deja en mi regazo y vuelve a
colocarse frente a mí.
―Sigue, por favor.
Esbozo un amago de sonrisa mientras aprieto el peluche contra mi pecho.
―En la Zmeya tenían distintas formas para evitar los embarazos.
Anticonceptivos orales, inyecciones, incluso operaciones para resolver el
problema de manera permanente. Yo solo tenía doce años. Aún no había
tenido mi primer periodo cuando me quedé embarazada.
―Mierda, Ness. ¿Doce años? ―Bufa con fuerza, se quita las gafas y las
deja sobre el lavamanos, a mi lado―. Ni siquiera sabía que algo así fuese
posible.
―Lo es. Antes del periodo hay cambios hormonales y puede producirse
la ovulación. Son casos extraños, pero…―Exhalo con fuerza―. En fin,
tampoco es que yo supiera demasiado de ese tema en aquel momento. Solo
descubrí que estaba embarazada cuando mi vientre empezó a crecer. Ya era
demasiado tarde para abortar, al menos sin que mi propia vida corriera
peligro, y, bueno, él tampoco lo permitió.
―Ese hijo de puta… Él es el padre de tu hija, ¿verdad? ―Asiento de
inmediato.
―Nadie más me había tocado desde hacía meses. Solo podía ser él el
padre.
―¿Te robó a tu hija?
―No. ―Sacudo la cabeza de un lado a otro y trago saliva con fuerza,
apretando a Bruno con más firmeza―. Cuando nació, me preguntó si quería
quedármela, pero… ―Alzo la mirada y dejo que las lágrimas sigan
cayendo por mis mejillas―. Cualquier lugar era mejor que ese infierno. Era
tan pequeñita… Dios, Lagos, cuando la vi por primera vez fui consciente de
lo que ocurriría si no la sacaba de allí. Iban a destrozarla, igual que lo
hicieron conmigo. Su destino era ser una muñeca más de la Zmeya, y no
podía permitirlo. Le pedí a él… ―Se me corta la voz―. Le supliqué que se
la llevara.
Lagos cierra los ojos con fuerza, y cuando los vuelve a abrir están
brillantes y acuosos. Se está conteniendo para no llorar.
―Dime que ese hombre no es Sandoval, porque si lo es, juro que ahora
mismo iré a buscarlo y le arrancaré las tripas mientras su corazón aún siga
latiendo.
Esbozo una sonrisa triste y sorbo por la nariz.
―No. Sandoval nunca me puso un dedo encima. No puedo decir lo
mismo de muchas de mis compañeras, pero para él yo era terreno vedado.
―Necesito un nombre, Ness. Te lo suplico, dime a quién tengo que
matar.
―Llegas tarde. ―Aprieto su mano, que tiembla de forma violenta, y
vuelvo a respirar profundo―. ¿Por qué crees que le pedí a mi hermano que
arreglara todo lo del matrimonio? Necesitaba acercarme a vosotros para
descubrir el paradero de mi hija. En realidad, a quien quería tener cerca era
a Zarco.
―¿Zarco? No entiendo…
―Es un Urriaga. Creí que, tal vez, él tendría alguna información. ―Por
la forma en la que me mira, parece como si no terminara de entenderlo, de
modo que decido ser más clara y contundente―. Leonardo Urriaga era mi
dueño, y también el padre de mi hija.
Capítulo 41
Lagos

El hijo de puta de Urriaga. Ese cabronazo era el dueño de Ness. La usó y


embarazó. Me aparto un poco de ella para poder tranquilizarme. Me
encantaría poder revivirlo para verlo morir de nuevo, de forma lenta y
dolorosa. ¿Qué clase de monstruo tiene como esclava sexual a una niña de
doce años? Doy un par de vueltas por el pequeño baño mientras Ness me
observa con atención, abrazando el peluche con fuerza.
―Cuando tu hermano y Milena te sacaron de ese barco, ¿Urriaga aún…?
―No soy capaz de terminar la frase.
―Sí, él venía a verme de vez en cuando. No volvió a llevarme a su casa
después de entregarle a mi hija. Él solo…―Aparta a Bruno unos
centímetros y clava su mirada en él―. Me regaló este oso de peluche
cuando estaba embarazada. El día que se la llevó, me aseguró que no
volvería a verla. ―Acerca el peluche a su nariz e inspira profundo―. A
veces me parece que huele a ella.
―¿Estuviste en la finca Urriaga antes de que yo te llevara? ―Asiente.
―Me llevaban con los ojos tapados. Solo podía estar en lo que llamaban
la sala del pecado.
Aparto la mirada y trago saliva con fuerza. El sótano. Ese hijo de puta la
llevaba al sótano. La culpa y el remordimiento me retuercen las entrañas.
Inspiro hondo por la nariz y clavo la vista en su vientre, repleto de cicatrices
al igual que el resto de su cuerpo.
―¿Urriaga te hizo eso en la piel? ―inquiero.
Ness baja la mirada al mismo punto que yo y suspira.
―No, estas son más antiguas. Él me golpeó alguna vez. ―Toca su
mejilla y se encoge de hombros―. Esto fue un puñetazo. Ni siquiera
recuerdo qué fue lo que hice para enfurecerlo, pero no era algo habitual. En
realidad, cuando Urriaga apareció, todo fue a mejor. Ya no tenía que
participar en las fiestas. Nadie me cortaba ni me hacía daño. Solo estaba él,
y tampoco era tan malo. Mientras obedeciera sus órdenes no me lastimaba.
―No digas eso. Ese hijo de puta te usó cuando eras solo una niña ―siseo
entre dientes.
―¿Crees que no lo sé? Lo odio, Lagos. Todos ellos me destrozaron
pedazo a pedazo, pero prefiero aferrarme al mal menor. No tienes ni idea de
lo que es ser expuesta en mitad de una sala de jodidos depravados. Te llevan
al límite, te arruinan de todas las formas posibles, y lo peor de todo es que
terminan convenciéndote de que eso es lo que deseas, lo que te gusta.
―¡Santo Cristo! ―exclamo, hundiendo los dedos en mi cabello y tirando
de él en todas direcciones.
Ness suspira y baja del lavamanos de un salto.
―Estoy dispuesta a contarte todo lo que quieras saber, cada pequeño
detalle, pero ahora mismo necesito hablar con Alex. Él sabe dónde está mi
hija. Solo quiero saber si se encuentra bien, si está teniendo una buena
infancia, si mi sacrificio sirvió para algo.
―Sí, sí, claro. ―Me obligo a tragar el nudo de rabia que se ha instalado
en mi garganta y agarro su mano―. Vamos a apretarle las tuercas a ese
cabronazo. Te ayudaré a encontrarla, Ness. Haré todo lo que pueda para que
vuelvas a ver a tu hija, lo prometo.
Una pequeña sonrisa tira de sus labios y alza su mano para acariciar mi
pelo con suavidad.
―Te he mentido y utilizado. ¿Por qué no me odias?
«Porque la culpa es un sentimiento mucho más fuerte que cualquier
otro», quiero decir, pero solo me encojo de hombros y tiro de ella para
sacarla del baño.
Ness
Tras hacer una parada en mi dormitorio para cambiarme de ropa, Lagos y
yo bajamos de nuevo a la planta principal. Ha vuelto a cogerme de la mano,
y ni siquiera me suelta cuando llegamos a la sala de estar donde se
encuentran todos los demás, al parecer, y por suerte, más calmados que
cuando nos marchamos. Yo también me siento distinta, más ligera. Es como
si al confesarle a Lagos toda la verdad me hubiese quitado un gran peso de
encima.
Zarco es el primero que reacciona al vernos. Se levanta del sofá y clava
su mirada en la mía. No necesito que lo verbalice. Por su forma de
observarme, sé que Alex ya le ha contado todo.
―Ness, yo… ―Carraspea y da un paso hacia mí―. Te pido disculpas
por lo que te hizo mi padre. Te aseguro que, si lo hubiese sabido, su muerte
habría sido mucho más lenta y dolorosa.
Agradezco su gesto con un cabeceo. Lagos ha comentado muchas veces
que Zarco rara vez se disculpa o pide perdón por sus acciones, aunque sepa
que se ha equivocado. Es el jodido líder de una organización criminal,
rebajarse a pedirme perdón y delante de no solo sus hombres, también de
mi hermano, Gavrel y Milena, no es algo que pueda ser tomado a la ligera.
―¿Sandoval? ―pregunta Lagos sin soltar mi mano.
―Bailey aún sigue con él en la sala de juegos ―responde Oscar―.
Espero que logre salvarlo. Tengo planes para él.
―Te quedarás con las sobras ―replica Zakharov.
―Ambos tendréis un pedazo de él cuando yo termine ―afirma Lagos.
No comento nada al respecto. Abro mi mano para que Lagos me libere y,
aunque a regañadientes, logro que acceda. Después me dirijo a una esquina
de la sala, donde Alex parece atento a la conversación mientras bebe tequila
directamente desde la botella.
―¿Dónde está? ―inquiero, cruzándome de brazos.
―Ryzhaya…
―Me llamo Ness ―lo corrijo―. No pretendo ser tu amiga ni que me
caigas bien, Alex. Tú estabas allí, viste como esos tipos nos destrozaban y
nunca hiciste nada.
―¿De verdad crees que hubiese hecho alguna diferencia? ―Voy a
contestar, pero él me lo impide alzando una mano―. Da igual. Tampoco me
importa. No te ayudé cuando mi padre te compró. Quise hacerlo, pero
decidí quedarme quieto, y eso es algo de lo que sí me arrepiento.
―Solo quiero saber dónde está ―repito con impaciencia.
Alex sonríe y le da un nuevo trago a la botella.
―La tiene Angy.
―¿Quién demonios es Angy?
―Mi esposa, y la persona a la que juré matar si volvía a cruzarse en mi
camino. De modo que, para ir a buscar a tu hija, voy a tener que acabar con
la vida de la mujer que la ha estado criando durante los últimos cinco años.
―Tus problemas me importan una mierda. Quiero una dirección. ¿Cómo
acabó mi hija en manos de esa mujer? Estaba con Urriaga.
―Sí, así era, hasta que Angy se fue y se llevó con ella a Maya.
―¿Maya? ―pregunto, y hago verdaderos esfuerzos para contener el
llanto―. ¿Así se llama? ―Alex asiente, y me rodea para ir hacia la zona
donde están los demás.
―He pasado las últimas semanas rastreando su paradero. ―Señala al
mismo hombre que estaba en la finca que cuando fui con Lagos. ¿Rai? Ni
siquiera lo había visto hasta ahora.
―La hemos localizado en Nueva York, pero aún no sabemos la
ubicación exacta ―informa su amigo.
―Ni lo sabréis. ―Luna resopla con fuerza. Lleva un apósito cubriendo
su nariz. La parte alta de sus pómulos están hinchados y empiezan a coger
un color azulado. Creo que le di más fuerte de lo que pretendía. No voy a
pedir perdón por ello. Se ha metido conmigo tantas veces que un puñetazo
es lo mínimo que se merece―. Angy es una sombra. Nadie podrá
encontrarla a no ser que ella quiera.
―¿Tú no puedes hacer nada? ―le pregunta Oscar.
―No. Todo lo que sé sobre informática y hackeo me lo enseñó ella. Es
una experta en borrar su propio rastro.
―Existen otras maneras ―masculla mi hermano. Lo miro con fijeza y él
suspira―. Tengo algunos contactos con los italianos. Nueva York es
territorio de ellos. ―Saca su teléfono del bolsillo interior de la americana y
se acerca hasta que está frente a mí―. Haré lo que pueda, Vanessa.
―Chasquea la lengua y niega con la cabeza―. Debiste contármelo antes.
―Mijaíl… ―sisea Milena a modo de advertencia.
―Ya, lo sé. ―Resopla de nuevo―. Voy a hacer esas llamadas. Nos
llevaremos a mi sobrina a casa, te lo prometo. Necesito algunos datos de esa
tal Angy.
―Yo me encargo ―responde Rai. Mijaíl asiente y enseguida abandonan
la sala de estar.
Zarco mira a Alex, frunciendo el ceño
―¿Cómo permitiste que Angy se la llevara? Esa niña es nuestra
hermana.
―No se lo permití, solo lo hizo. ―Bebe un nuevo trago de la botella y
sonríe de nuevo―. Además, Maya está mucho más segura con Angy de lo
que estuvo nunca en la finca. ¿Tengo que recordarte cómo eran tratadas las
mujeres allí? ―Señala a Luna con un gesto de su mano―. Lo que le
hicieron a ella debería servir como ejemplo.
―Cierra la puta boca ―ordena Oscar, mirándolo con furia.
Alex sonríe una vez más y alza la mano que tiene libre en señal de paz.
―Tranquilo, Monstruo. No quiero problemas. Solo constataba un hecho.
Zarco se adelanta y coloca su mano sobre el hombro de Oscar, supongo
que para intentar calmarlo.
―Esto podría haber sido mucho más sencillo si de vez en cuando
atendieras mis llamadas ―le reclama.
Alex entorna la mirada y sigue bebiendo como si nada.
―Y mis pelotas me dolerían menos si me comieras la polla, hermanito,
pero si yo no obtengo lo que quiero, tú tampoco.
―Hijo de… ―Zarco da un paso amenazante hacia su hermano, solo que
es interrumpido por Bailey, que entra en la sala de estar cubierta de sangre y
con gesto agotado.
―Está vivo, aunque no fuera de peligro ―informa.
Zarco la mira de arriba abajo y pestañea un par de veces, incluso me da la
impresión de que palidece. Bailey enseguida se acerca a él y le dice algo en
voz baja. Asiente y respira hondo.
―Nos ocuparemos de esa escoria en otro momento ―dice mi
hermano tras regresar, aún con el teléfono en la mano―. Al amanecer
tendré una ubicación exacta. ―Me mira a mí y sonríe de medio lado―.
Prepárate, hermanita, porque vamos a ir a por tu hija.
Capítulo 42
Lagos

Sentado a los pies de la cama de Ness, sostengo el oso de peluche entre mis
manos y echo pequeños vistazos en dirección a la puerta. Hace ya un buen
rato que volvimos al apartamento. Nos costó ponernos de acuerdo. Todos
queremos viajar a Nueva York, sin embargo, solo Alex, Ness y yo lo
haremos. Hasta que Zakharov no tenga la ubicación exacta, lo único que
podemos hacer es esperar y descansar un poco. Los acontecimientos de las
últimas horas nos tienen desquiciados. Tuve que convencer a Ness para que
aceptara pegarse una ducha caliente y dormir un poco. Ya hace casi una
hora de eso, y aún no ha salido del baño.
Miro de nuevo el peluche y resoplo con fuerza. No soy capaz de
mantener en orden mis propios pensamientos. Se supone que iba a casarme
con una chica cualquiera para afianzar nuestra sociedad con los rusos y
también huir de mis sentimientos por Bailey, y ahora… Ahora ya no sé qué
es lo que siento. Ness es mucho más de lo que imaginé, más hermosa, más
auténtica, más… Ness.
―¿Puedo saber en qué piensas? ―escucho su voz, y alzo la cabeza como
un jodido resorte.
Mi mirada va a parar a su cuerpo, apenas cubierto por una minúscula
toalla que le llega a medio muslo. Se frota el pelo oscuro con otra mientras
camina hacia el centro de la habitación.
―En ti ―contesto con sinceridad. Una de sus comisuras se eleva, y solo
entonces soy consciente de la rojez en sus ojos. Ha estado llorando en la
ducha―. ¿Te encuentras más tranquila?
―Creo que sí ―masculla, y al girarse veo un cardenal en la parte interna
de su brazo. Frunzo el ceño y me pongo en pie de inmediato. Me acerco a
su lado y lo estiro―. ¿Qué haces? ―inquiere sorprendida. Observo el lugar
donde hay otras cicatrices de mordeduras antiguas, aunque esta parece
distinta―. No es lo que piensas, Lagos.
―Me lo prometiste ―siseo, buscando su mirada.
―Y lo he cumplido ―asegura.
Coloca una mano sobre mi pecho y me aparta un poco para ajustarse la
toalla sobre el escote.
―¿Y bien?
―Fuiste tú.
―¿Yo te he hecho eso? ―pregunto confuso.
―Sí. ¿Ya no recuerdas tu ataque de ira de hace solo unas horas?
«Mierda». ¿Fue hoy? Han pasado tantas cosas que parece como si
hubiese sido hace semanas. Agacho la mirada y me froto el rostro en un
gesto de frustración.
―Siento mucho haber reaccionado como lo hice. No era mi intención
lastimarte ―susurro.
―Eh, oye… ―Siento sus dedos en mi barbilla, y tira de mi cabeza hacia
arriba―. Estabas cabreado. Aún no entiendo bien los motivos, pero no soy
quién para juzgarte. No debe ser sencillo actuar siempre de la forma
correcta, mantener la calma en cualquier situación y ser el gancho a tierra
de todos los que te rodean. ―Esboza una pequeña sonrisa y vuelve a poner
su mano en mi pecho―. A veces está bien descontrolarse un poco, Lagos.
―No si eres tú la que sale lastimada ―afirmo con un hilo de voz.
El corazón me late con tanta fuerza que temo que se me salga del pecho.
Miro su boca, tan dulce y apetecible, y en lo único que soy capaz de pensar
es que la quiero pegada a la mía. Estas últimas semanas he tomado de ella
todo lo que he querido. Ni una sola vez se ha negado, sin embargo, algo ha
cambiado y vuelvo a tener el freno puesto. No quiero hacerle daño, y
tampoco que piense que soy como Urriaga o cualquiera de los tipos con los
que la obligaron a estar en su pasado.
―Estoy bien. Solo es un moretón sin importancia, y sé que no lo hiciste
con mala intención. ―Sorprendiéndome, es ella la que se acerca y pega sus
labios a los míos. Me tenso de pies a cabeza, contengo la respiración y
mantengo las manos cerradas en puños a cada lado de mi cuerpo. Ness se
aparta y frunce el ceño―. ¿Qué ocurre? ―pregunta en un susurro.
―No hagas eso ―logro decir tras exhalar con fuerza.
―¿El qué? ―Abre mucho los ojos y retrocede un paso―. ¿No quieres
que te bese? ―Asiento sin dejar de mirarla a los ojos―. ¿Es por Urriaga?
―¿Qué?
―Sí, está bien. ―Da media vuelta y, tras abrir la cómoda, empieza a
sacar ropa de su interior―. No pasa nada, Lagos, lo entiendo. ―Bufa y deja
caer la toalla para vestirse. Una vez más, me obligo a mantener todo mi
cuerpo inmóvil al verla desnuda frente a mí. Aunque, en realidad, hay una
parte de mi anatomía que soy incapaz de controlar, la misma que se aprieta
contra la tela de mis pantalones―. Es algo lógico. Ahora que sabes que
Urriaga y yo… ―Niega con la cabeza―. Ningún hombre se siente atraído
por una mujer que ha sido el juguete sexual del padre de su mejor amigo.
Sacudo la cabeza y la miro, frunciendo el ceño.
―¿Escuchas toda la mierda que sale de tu boca? ―escupo, tal vez con
más agresividad de la que pretendía. Recibo una mirada consternada y
confusa a modo de respuesta. Chasqueo la lengua, y en solo dos zancadas
estoy a su lado, apretándola contra mi cuerpo―. Mi problema es todo lo
opuesto. Te deseo tanto que apenas soy capaz de contener mis propios
impulsos. No quiero que pienses que soy como ellos, que te utilizo y…
―¡Lagos, yo nunca pensaría eso de ti! ―exclama, interrumpiéndome.
Enmarca mi rostro con sus manos y vuelve a unir su boca a la mía. Esta vez
respondo a su beso, aunque enseguida se retira―. He vuelto a besarte
―susurra sin aliento.
―Lo he notado. ―Tomo una respiración profunda y deslizo mis manos
por la parte baja de su espalda hasta llegar a su trasero. Lo amaso con
dureza y la pego aún más a mí, dejando que mi erección se clave en su bajo
vientre―. Quiero follarte como un jodido animal.
―No hay nada que te lo impida ―responde, ampliando su sonrisa.
Ness
Tengo un recuerdo vago de ayudarlo a quitarse la ropa mientras nos
besábamos como si el mundo estuviese a punto de llegar a su fin, pero no sé
bien cómo he terminado con mis piernas alrededor de sus caderas y mi
espalda contra la pared.
Lagos coloca su mano en la base de mi cuello sin apretar demasiado y me
mira a los ojos mientras va hundiéndose en mi interior centímetro a
centímetro. Un gemido ronco rasga mi garganta y tiro del cabello de su
nuca, pidiéndole con la mirada que vuelva a repetirlo. Lo hace, aunque en
esta ocasión no es tan comedido. Sus caderas se estrellan contra el interior
mi pelvis mientras me mantiene sujeta por el trasero y noto su aliento en mi
cuello.
―Me vuelves loco ―susurra, lanzando una estocada tras otra―.
Necesito mucho más de ti, pequeña. Lo quiero todo.
Intento ignorar el puñado de mariposas que revolotea en la boca de mi
estómago al escuchar su declaración. «¿Todo? ¿Qué es todo? ¿Mi cuerpo?
¿Mi alma? ¿Mi corazón?». Me centro en el placer y vuelvo a gemir, sin
embargo, no puedo evitar que una frase se dibuje en mi mente: «Ya es
tuyo».
Durante un buen rato nos convertimos en animales que se frotan y jadean
en busca de su propia liberación. Al sentir la primera oleada de placer
recorrer mi espalda, echo la cabeza hacia atrás y sujeto la mano que Lagos
sigue teniendo en la parte baja de mi cuello.
―Aprieta ―pido. Sus movimientos se ralentizan y ladea la cabeza en
busca de una confirmación. Tiene el rostro perlado en sudor y su pecho
sube y baja de manera violenta―. Hazlo, Lagos. No vas a lastimarme.
Con un gruñido gutural, su mano se cierne alrededor de mi cuello y me
aprieta con la suficiente contundencia como para impedir que el aire llegue
a mis pulmones. Cierro los ojos y lo siento moverse en mi interior, dentro y
fuera, cada vez más rápido. Somos solo él y yo. No hay malos recuerdos ni
culpa. Soy plenamente consciente de que Lagos sería incapaz de hacerme
daño. Con ese pensamiento en mi mente, dejo que el orgasmo me alcance
justo cuando él afloja su agarre en mi garganta y mis pulmones se llenan del
preciado aire que tanto ansiaban. Él se tensa, detiene sus arremetidas y
muerde mi hombro mientras se vacía en mi interior.
Pasamos varios minutos sin movernos, solo intentando recuperar el
aliento. Aprovecho para acariciar su espalda y también su pelo rubio. Me
gusta cuando está despeinado. Es menos serio y correcto, menos el Lagos
que se muestra ante los demás y más mío.
―¿Te he hecho daño? ―lo escucho preguntar, y sonrío de oreja a oreja.
Siempre preocupado por mí, siempre atento a todas mis necesidades.
¿Cómo no voy a enamorarme de él? Es el jodido hombre perfecto. Nunca
tuve otra opción, ahora soy consciente de ello.
Al no obtener respuesta, se aparta un poco para mirarme. Toco sus labios
rojos por nuestros besos, deslizo la punta de mi dedo por su mandíbula y
esbozo una sonrisa triste.
―Tal vez, si las cosas fuesen distintas, si yo hubiese tenido una infancia
normal y Bailey no se hubiera cruzado en tu camino… ―Dejo la frase en el
aire y suspiro―. Voy a echarte de menos, Arturo Lagos. Eso te lo puedo
asegurar.
Frunce el ceño y sacude la cabeza de un lado a otro.
―No entiendo. Parece como si te estuvieses despidiendo. ¿Vas a algún
lado sin mí?
Inspiro hondo y espero a que me deje de nuevo en el suelo sobre mis
propios pies antes de contestar.
―Ahora no, pero cuando regresemos de Nueva York… ―Lo miro a los
ojos―. Ya no tiene sentido que sigamos casados. Me aseguraré de que mi
hermano mantenga sus negocios con el Clan Z, pero lo más lógico es que
regrese con ellos a España y tú recuperes tu libertad.
―¿Por qué?
«Porque si me quedo me romperás el corazón», quiero decir, pero solo
trago saliva con fuerza y aparto la mirada.
―Es lo mejor para todos. Ahora mismo solo quiero pensar en encontrar a
mi hija. Ni siquiera tengo un plan después de eso.
―Pues yo creo que sí. Estás planeando largarte ―replica con tono ácido.
Lo entiendo. Hice una promesa, me casé con él y, de alguna manera,
hasta ahora he sido esa barrera que necesitaba para mantenerse alejado de la
mujer de su mejor amigo, pero no puedo seguir haciendo esto. No puedo
permanecer a su lado sabiendo que nunca será mío.
―Voy a darme otra ducha y después me acostaré un rato ―murmuro,
yendo hacia la puerta―. Avísame si hay alguna novedad de Nueva York.
No espero su respuesta. Solo salgo del dormitorio y dejo que las lágrimas
se precipiten por mi rostro mientras camino hacia el baño completamente
desnuda. «Es lo mejor, Ness», me repito a mí misma una y otra vez.
Capítulo 43
Lagos

No quise estar en el dormitorio cuando Ness regresara, y encerrarme en el


mío tampoco me pareció buena idea. Corría el riesgo de ir a buscarla y
suplicarle que se quedara conmigo, aunque en realidad no entiendo el
motivo. Admito que lo que dijo tiene mucho sentido. Ya no hay secretos.
Ella está a punto de lograr lo que buscaba al casarse conmigo y yo…
Bueno, yo soy un jodido caos con piernas y brazos.
Doy vueltas al líquido ambarino en el vaso mientras intento por enésima
vez poner en orden mis pensamientos. «Se va. No volveré a verla. Tal vez
encuentre a algún tipo que la merezca y la haga feliz». Resoplo y me bebo
el resto del vaso de un solo trago. No puedo imaginar a Ness con otro
hombre, sin embargo, sé que yo tampoco soy digno de ella. No después de
lo que hice.
―¿Puedo acompañarte? ―Alzo la vista y frunzo el ceño al ver al imbécil
de Karaj junto al sofá en el que estoy sentado desde hace ya un buen rato.
Aún sigue teniendo el labio y el pómulo hinchados. Supongo que igual
que yo. Apenas noto el dolor, pero sé que mi ceja no está mucho mejor.
―Si vienes buscando pelea, llegas en mal momento ―farfullo, y vuelvo
a rellenar mi vaso.
―Solo quiero una copa, pero si pretendes atacarme de nuevo, ten por
seguro que me defenderé. ―Gruño al notar como se hunde el sofá cuando
toma asiento a mi lado, aunque dejando un espacio considerable. Se estira y,
tras coger la botella, bebe directo de ella―. Está bueno, aunque prefiero el
Rakia[6].
―¿Se supone que eso debería importarme? ―pregunto en voz baja.
―Yo no soy tu enemigo, Lagos.
Frunzo el ceño y me giro a medias para poder mirarlo.
―No, solo te has follado a mi mujer y quieres seguir haciéndolo.
Suelta una carcajada y niega con la cabeza.
―Si me preguntas si tengo sentimientos por ella, la respuesta es un sí
rotundo. La quiero muchísimo. ―Tenso la mandíbula, y aprieto el vaso con
tanta fuerza que temo hacerlo pedazos―. Solo deseo que sea feliz.
―¿Y crees que tú puedes hacerla feliz? ―siseo entre dientes.
―Yo tuve mi oportunidad y no funcionó. La pregunta es: ¿Y tú? ¿Te ves
capaz de hacerlas felices? Te recuerdo que tiene una hija, alguien que
siempre estará ahí porque, conociendo a Ness, sé que será una madre
increíble, aunque ahora mismo no pueda verlo. ―Abro la boca para
responder, pero me corta―. No necesito que contestes. Si tú lo tienes claro,
si la amas lo bastante como para llevar a cabo esa tarea, te juro que me
convertiré en tu jodido fan.
¿Puedo hacerlo? Dejando a un lado mis confusos sentimientos, ¿podría
ser un buen marido y padre?
―¿Qué está ocurriendo aquí? ―escuchamos la voz de Zarco y ambos
nos giramos―. Espero no tener que pegaros un tiro a cada uno para que
dejéis de comportaros como críos.
―Solo conversábamos ―responde Karaj, y tras beber un último trago,
deja la botella sobre la mesa baja y se pone en pie―. En realidad, ya estaba
a punto de irme. A primera hora regreso a Mallorca. Tengo negocios que
atender y mi presencia aquí ya no es útil.
―¿Alguna vez lo fue? ―farfullo sin mirarlo.
Lo escucho reír y después sus pasos alejándose. Solo cuando nos
quedamos a solas, Zarco se sienta en el lugar que el albanés ha dejado
vacío.
―¿Cómo está Ness? ―inquiere.
―¿Ahora te preocupas por ella? ―replico en tono ácido.
―Mis sospechas no eran infundadas. Te dije que ocultaba algo, pero tú
eso ya lo sabías. Luna me ha contado que le pediste que la investigara. Me
pregunto por qué no fuiste sincero conmigo, Lagos. Nunca antes me habías
ocultado nada.
Bebo un trago largo y hago una mueca cuando el líquido me quema la
garganta.
―Tal vez haya llegado el momento de dejar de actuar siempre a tu
sombra ―mascullo.
―¿Qué quieres decir con eso?
―No lo sé. Vivo en tu casa, como en tu mesa, cumplo todas tus
órdenes… ―«Deseo a tu mujer». Sacudo la cabeza y bufo con fuerza―. Ya
no sé quién soy.
―Estás confundido. ―No es una pregunta, pero, de todos modos,
asiento.
―Ese es el jodido eufemismo del año. ―Hundo los dedos en mi pelo y
dejo el vaso sobre la mesa antes de girarme en su dirección―. Ness quiere
irse cuando recupere a su hija. Cree que no tiene sentido que sigamos
casados.
―¿Tú no estás de acuerdo? El propósito de ese matrimonio era afianzar
la sociedad con los rusos, aunque ella tenía sus propios planes. Me temo
que, después de todo lo que ha ocurrido, vamos a tener que replantearnos
nuestra colaboración con ellos.
―Ese no es el punto. ¿Por qué quiere marcharse?
―Lagos, creo que no te estás haciendo las preguntas correctas. ¿Por qué
no quieres tú que se vaya? ¿La amas?
―No lo sé ―susurro con un hilo de voz―. Siento cosas. Me gusta su
forma de ser. Me revuelve el estómago pensar que otro pueda tocarla.
Quiero cuidarla y protegerla, pero no estoy seguro de que… ―Bufo de
nuevo―. No estoy seguro de nada, en realidad.
―Hermano, yo no puedo tomar una decisión por ti, solo intentar hacerte
entender mi punto de vista.
―¿Qué punto de vista? Ya has dejado claro que Ness no te gusta.
―No me gusta que alguien se acerque a mí y los míos por interés, que
guarde secretos en mi propia casa y libere a uno de mis prisioneros, pero
entiendo sus motivos. Esa chica ha pasado por un infierno y, en parte, el
culpable es mi propio padre. Le debo una segunda oportunidad. Además,
¿quién demonios puede juzgar a una madre que solo intenta recuperar a su
hija? ―Se pinza el puente de la nariz y sacude la cabeza―. Ella va a estar
bien. El que me preocupa eres tú. No quiero que cometas un error del que
tal vez te arrepientas el resto de tu vida. Jamás te había visto tan interesado
en una mujer. Bueno, sin contar a Bailey, claro.
Abro mucho los ojos y me echo hacia atrás, como si acabara de recibir un
puñetazo en el rostro. En realidad, no descarto que esté a punto de ocurrir
eso mismo. Abro la boca y vuelvo a cerrarla. No sé cómo empezar a
justificarme. Por la forma en la que Zarco me mira, sé que no serviría de
nada negarlo. Lo sabe.
―Yo… ―balbuceo, y tomo una respiración profunda―. Lo siento
mucho. Te juro que intenté evitarlo y…
―Lagos, no sigas ―ordena con el ceño fruncido―. Lo entiendo. Bailey
es una mujer excepcional. Yo me enamoré de ella nada más verla. Sé que a
ti te ocurrió algo parecido. Me di cuenta en el momento en el que os vi
juntos en la sala de juegos, medio borrachos. La forma en la que la
mirabas… Estabas tan fascinado por ella como yo. Cuando te lo pregunté
directamente y me mentiste, supe que era más serio de lo que creía.
―No quise mentirte. Intenté alejarme de vosotros. ¿Ella lo sabe?
―No. Te tiene mucho cariño, confía en ti, pero aún está algo oxidada con
eso de los sentimientos. ―Exhala con fuerza y clava su mirada en la mía―.
¿Sabes por qué sigues vivo?
Trago saliva y adopto una posición defensiva. Supongo que ahora es
cuando decide volarme la cabeza de un disparo. Me lo merezco, pero no por
ello voy a ponérselo fácil.
―No, no lo sé ―respondo.
―Porque confío en ti. Eres mi mejor amigo, mi hermano, no dudaría ni
un segundo en poner mi vida en tus manos. Hemos pasado por demasiada
mierda juntos y jamás he dudado de tu lealtad. Tenía razón. Lo demostraste
al rehuir a Bailey, al alejarte de ella y no dar un paso en falso. Aceptaste el
matrimonio con la rusa por el mismo motivo, y eso te honra.
―Nunca te traicionaría, Zarco ―afirmo.
―En realidad, lo has hecho. ―Frunzo el ceño, confuso, y él esboza una
pequeña sonrisa―. Hoy no solo desobedeciste mis órdenes, también creaste
un conflicto con Zakharov golpeando a su socio sin ningún motivo de peso
y te rebelaste en mi contra para defender a tu mujer. ¡Santo Cristo, estuviste
a punto de disparar a Oscar por defenderla! ―Sacude la cabeza, riendo―.
No voy a decirte lo que debes hacer, pero si me preguntas a mí, creo que
estás loco por ella, aunque sigues aferrándote a lo que crees sentir por
Bailey para no arriesgarte a ser quien eres en realidad.
―¿Y quién soy? ―inquiero, haciendo verdaderos esfuerzos para retener
las lágrimas tras mis párpados.
―Eres el mismo chico al que su padre llevó a aquel sótano.
―Un hijo de puta sin corazón, igual que nuestros padres ―susurro, y
noto como una lágrima solitaria se desliza por mi mejilla.
―No, hermano. Durante muchos años has reprimido tus instintos por lo
que ocurrió allí abajo. Eras un jodido crío, y ya es hora de que dejes de
culparte por tus errores. Todos fallamos, la diferencia entre nosotros y ellos
es que sabemos cuál es el camino correcto y tomamos la decisión de
seguirlo.
―Estoy enamorado de tu mujer. ¿Por qué no me has dado una paliza
aún? ―pregunto, arqueando una ceja.
―¿De verdad la amas? En mi opinión, aparte de quedar fascinado por
ella, porque seamos sinceros, es una mujer increíble que dos capullos como
nosotros solo pueden soñar tener, creo que de forma inconsciente solo usas
esos supuestos sentimientos a modo de escudo. Te fijaste en ella porque
sabías que ya era mía y no podrías lastimarla.
¿Es posible que tenga razón? Oscar intentó decirme lo mismo no hace
mucho, que mis sentimientos por Bailey son solo un espejismo, pero
durante tanto tiempo me han parecido tan reales que me cuesta creer que
sea cierto.
Capítulo 44
Lagos

Bufo con fuerza y vuelvo a revolver mi pelo, tirando de él en todas


direcciones.
―No sé qué es lo que siento ni lo que pienso. Estoy completamente
perdido ―confieso.
―¿Y ella? ―Alzo la vista y descubro que Zarco me está mirando con los
ojos entrecerrados―. ¿Le has preguntado a ella qué siente por ti? Porque
toda esta mierda de autoanalizarte no servirá para nada si la chica está
deseando perderte de vista.
―Nos llevamos bien. Creo que confía en mí, o al menos eso dice y,
bueno, en otros temas… Eh…
Zarco suelta una carcajada profunda.
―Sexo, puedes decirlo. No vas a ser peor persona por ello, y tampoco le
faltarás al respeto. Yo admito que los mejores putos polvos de mi vida
empecé a tenerlos tras conocer a Bailey. Eso no es malo.
―Es distinto. Ness ha sido abusada durante años. ¿Qué crees que pensará
de mí cuando sepa lo que hice?
―¿No lo sabe? ―pregunta, abriendo mucho los ojos. Resoplo de nuevo
y niego con la cabeza―. ¿Y a qué esperas para contárselo?
―No quiero que me mire a mí y vea a uno de esos tipos que la obligaron
a… ―Inspiro hondo por la nariz. Soy incapaz de terminar la frase―. No
podría soportarlo.
Zarco suspira y coloca su mano sobre mi hombro.
―Si esa chica no sabe distinguir entre un desgraciado abusador y tú, es
que ni siquiera te conoce, y tal vez tengas que plantearte dejar que se vaya y
pasar página. Sin embargo, tengo la sensación de que no será así. De
cualquier manera, no lo sabrás hasta que le eches pelotas y se lo digas de
frente.
―¿Y si ella no me quiere? ¿Y si no siente nada por mí?
―Entonces gánate su amor a la fuerza si es necesario. Eres uno de los
tipos más persistentes y cabezotas que conozco. Usa esas habilidades para
hacerla tuya, joder. ―Da una palmada y se pone en pie―. Ahora te dejo
para que sigas autoflagelándote un rato más. Yo me voy a la cama, si Bailey
me lo permite.
―¿Qué has hecho ahora? ―inquiero, esbozando una pequeña sonrisa.
―Me enfadé por su insistencia en salvarle la vida a los mayores hijos de
puta que hay en el planeta. ―Hace una mueca y chasquea la lengua,
contrariado―. Puede que me haya dejado llevar un poco y quiere
hacérmelo pagar. Está aplicando la ley fría conmigo.
―Se le pasará. Vosotros estáis hechos el uno para el otro.
Zarco sonríe y su mirada se ilumina.
―Que tengas eso tan claro solo reafirma todo lo que acabo de decirte.
Buenas noches, hermano.
Dejo que se vaya y respiro hondo, pensando en sus últimas palabras. ¿Es
posible que lo que de verdad deseo es tener lo que mismo que Bailey y
Zarco? ¿Y si durante todo este tiempo no he estado enamorado de ella, sino
de la relación de ambos?

Ness
Doy vueltas en la cama sin lograr conciliar el sueño. Ya me he cansado
de llorar. La verdad es que ni siquiera estoy segura del motivo por el que lo
hago. Estoy a punto de encontrar a mi hija, de verla de nuevo después de
tantos años. Me siento inquieta y nerviosa. Es imposible que me reconozca,
y seguramente nadie le haya hablado de mí. Se la entregué a Urriaga
cuando era apenas un bebé. Recuerdo su cabello pelirrojo y unos ojos
azules enormes que quitaban el aliento, sin embargo, estoy segura de que, si
me la cruzara por la calle, no sabría que es ella. Maya, me gusta el nombre.
Alex ha insistido en que, nada más encontrarla, nos la llevaríamos y él se
encargaría de la tal Angy. Va a matarla. La mujer que ha criado a mi hija, a
la que casi seguro quiera como a su propia madre, va a morir hoy y yo
dejaré que pase. Aún intento averiguar cómo me siento con ello.
Escucho como la puerta del dormitorio se abre y unos pasos se acercan a
la cama. Sé que es Lagos, puedo notar su presencia e incluso el aroma de su
perfume flotando en el aire. Mantengo los ojos cerrados y finjo seguir
dormida. Ahora mismo no puedo hablar con él. Si sigue preguntándome por
qué quiero irme, terminaré confesando mis verdaderos sentimientos por él,
y no quiero que se compadezca de mí. Lagos es un gran hombre y merece
tener a su lado a una mujer que sí pueda amar; está claro que no soy yo.
―Ness ―lo escucho susurrar, y enseguida siento sus dedos en mi cadera.
No respondo, y un suspiro llena el silencio de la habitación―. Sé que estás
despierta. Conozco tu respiración cuando duermes, pequeña. ―«Mierda».
A pesar de haber sido descubierta, por pura cobardía, decido seguir con el
mismo plan de porquería―. Vale, me queda claro que no quieres hablar
conmigo, y está bien. En realidad, solo necesito que me escuches. ―Lo
oigo respirar profundo y el inequívoco sonido que emite su cabello al ser
revuelto―. No voy a mentirte, estoy hecho un lío. Se supone que tú ibas a
ser una chica más, que me casaría contigo y así pondría una barrera entre la
mujer de mi mejor amigo y yo. ―Tenso la mandíbula y mi respiración se
acelera.
No quiero seguir escuchando cuánto ama a Bailey ni lo perfecta que es.
Me lastima. Duele más que cualquier corte que me hayan hecho antes, es un
corte en sí, profundo y lacerante en el centro de mi pecho. Me giro en la
cama y, a pesar de la oscuridad, logro conectar mi mirada con la suya.
―Si vas a decirme que estás loco por ella, te pido por favor que me lo
ahorres ―susurro.
―Creí que Bailey te caía bien ―replica.
―Y así es, pero también la envidio. Ella tiene algo que yo jamás logaré
alcanzar.
―¿El qué?
«A ti», quiero decir, pero no lo hago. Solo niego con la cabeza y aparto la
mirada.
―Lagos, eres un hombre perfecto, te mereces ser feliz.
―No soy tan perfecto ―asegura tras unos segundos de silencio―.
Quiero que me escuches con atención. Hay algo que debo contarte.
―Carraspea y noto como sus dedos se mueven por mi costado. Le tiembla
la mano―. Me hablaste del lugar donde Urriaga te llevaba cuando estabas
en la finca.
―Sí, la sala del pecado.
―El sótano ―aclara―. Cuando Zarco, Oscar, los demás y yo vivíamos
en la finca, éramos conscientes de lo que pasaba en el sótano. Siempre
había mujeres, las mantenía encerradas ahí abajo. La mayoría de los
hombres de Urriaga se divertían con ellas antes de que las vendieran y
trajeran otras.
―¿Nunca intentasteis liberarlas?
―No lo entiendes. Crecimos pensando que tener a mujeres encerradas en
el sótano en contra de su voluntad era algo normal. Nadie nos enseñó nunca
que eso estaba mal. Al llegar a la adolescencia, incluso nos animaban a que
bajáramos y lo pasáramos bien.
«Mierda. No quiero seguir escuchando esto». Inspiro hondo por la nariz e
intento tranquilizarme. «Lagos no, él es demasiado bueno».
―¿Lo hicisteis? ―me atrevo a preguntar con un hilo de voz.
―Creo que Rai y Alex sí. Oscar estaba demasiado jodido para
planteárselo siquiera, y Zarco… Bueno, él vio morir a su madre a manos de
los mismos cabrones que violaban y maltrataban a esas chicas, así que la
idea le resultaba repulsiva.
―¿Y tú? ―Su mano vuelve a temblar y deja de respirar.
―Tenía quince años cuando mi padre me llevó a la fuerza. En ese
entonces estaba más interesado en pasarlo bien con mis amigos que en las
chicas, y alguien difundió el rumor de que tal vez era porque no me
gustaban. Entonces él me arrastró al sótano y me hizo demostrarle que era
un hombre de verdad.
―Te obligaron ―susurro, y de alguna manera intento convencerme a mí
misma de que él fue una víctima más.
―Esa primera vez sí, pero hubo más.
Cierro los ojos con fuerza y siento como una lágrima cae sobre mi
mejilla.
―¿Cuántas?
―Acudí al sótano todos los días durante varios meses. Al principio lo
hacía por obligación, después se convirtió en un hábito. ―Exhala con
fuerza antes de seguir hablando―. No estoy orgulloso de lo que hice, Ness.
Cada día me arrepiento de haber dejado que mis jodidos instintos de mierda
me controlasen. ―Bufa y permanece en silencio varios segundos―. Zarco
se enteró de lo que estaba pasando y vino a por mí. Me dio tal paliza que
aún no sé cómo fui capaz de volver a caminar por mi cuenta. Desde ese
momento, juré que el Arturo que era se quedaría enterrado en ese sótano
para siempre.

Lagos
Durante un rato largo, Ness no dice nada, y yo tampoco me atrevo a
hacer sonido alguno. Lo he hecho, le he confesado lo que hice y solo espero
que algún día pueda perdonarme, porque si algo me ha quedado claro
después de la conversación con Zarco es que no voy a permitir que se vaya
sin presentar batalla.
―¿Me odias? ―pregunto en un susurro.
La escucho suspirar y se incorpora en la cama. La luz de la lámpara que
hay sobre la mesa de noche se enciende, iluminando toda la habitación.
Pestañeo un par de veces, y cuando logro fijar la mirada en su rostro
descubro que tiene las mejillas empapadas.
―Los odio a ellos, a tu padre, a Urriaga, a Sandoval… Solo han dejado
vidas destrozadas a su paso por este mundo, y espero que se pudran en el
infierno. ―Solloza, y mi pecho se contrae con su dolor.
―Santo Cristo, Ness, no llores ―digo, tirando de ella. La atraigo a mi
regazo y beso su pelo mientras sus lágrimas empapan mi camiseta―.
Aceptaré que me odies, pero no me pidas que te deje marchar.
―No puedo quedarme ―susurra con la voz tomada por el llanto.
La aparto un poco para mirar su rostro. Quiero que entienda que no voy a
permitir que lo haga. Es posible que esté siendo egoísta, sin embargo, sé
que puedo hacerla feliz.
―Déjame demostrarte que puedo ser un buen marido. Iremos a por Maya
y prometo tratarla como a mi propia hija.
A pesar de las lágrimas, esboza una media sonrisa que logra acelerarme
el corazón. «¿De verdad tengo alguna duda de mis sentimientos por esta
mujer?». No, ya no. Haría cualquier cosa por verla sonreír así el resto de mi
vida. ¡Voy a hacerlo, maldita sea!
―Este eres tú, Lagos. ―Acaricia mi pelo y cierro los ojos para disfrutar
de ese leve roce de sus dedos en mi cabeza―. No importa lo que hayas
hecho cuando eras un crío. Sé que te arrepientes, y tú mismo te has
castigado por ello. Yo no soy nadie para juzgarte, y mucho menos para
odiarte por ello. ―Contengo el aliento y me atrevo a abrir los ojos. Su
mirada está fija en la mía―. He conocido a verdaderos monstruos, y te
aseguro que tú no te asemejas en nada a ellos.
―Entonces, quédate ―pido.
―No puedo.
―¿Por qué?
―Porque quedarme aquí contigo y tener que compartirte con Bailey
terminaría destrozándome. ―Toma una bocanada profunda y niega con la
cabeza―. Ella tiene todo aquello que yo deseo.
―¿Y qué es eso? ―pregunto, con el corazón a punto de estallar por lo
fuerte que late.
―A ti, Arturo Lagos. ―Desliza el dedo índice por el puente de mi
nariz―. Te quiero a ti.
Sonrío de oreja a oreja y uno mi frente a la suya. Euforia, alegría,
determinación, ansiedad, terror… Miles de sentimientos me invaden de
golpe, y solo puedo pensar en una cosa: «La amo, joder. Esto sí es amor».
―Me tienes ―afirmo justo antes de estrellar mi boca contra la suya.
FIN
Epílogo
Ness

¿Cuánto puede cambiar la vida de una persona en unas pocas semanas? Yo


no tenía nada. Desde que me sacaron del mismísimo infierno, he sido un
cascarón sin vida. Mi único objetivo era encontrar a mi hija. Ahora, después
de un matrimonio concertado, muchas mentiras, problemas y encontrar en
el lugar menos esperado a esa persona especial capaz de llenarte por
completo con solo una palabra, una mirada o una caricia, voy camino de
lograr lo que tanto he ansiado.
Casi cinco horas de vuelo separan Phoenix de Nueva York, cinco horas
en las que Lagos y yo hemos aprovechado para conocernos mejor. Después
de confesarle mis sentimientos y que él me haya hablado de los suyos, de
ese espejismo que fue Bailey para él, tengo la sensación de que hemos
derribado un enorme muro y al fin somos capaces de desnudarnos por
completo, en cuerpo y alma, sin restricciones.
―¿Quién te enseñó a jugar al póker? ―pregunta mientras juguetea con
el anillo que rodea mi dedo anular, el mismo que él puso en ese lugar el día
de nuestra boda.
―Haz otra pregunta ―digo en broma. Frunce el ceño y sonríe,
mordiendo uno de mis dedos con suavidad. No más secretos, eso es lo que
nos hemos prometido. Tomo una respiración profunda antes de
responder―. Viktor. Era uno de los guardias que nos custodiaban en el
buque. No hay ni un solo recuerdo de mi infancia en el que él no esté
presente. Durante las horas de navegación, que eran muchas, solíamos pasar
el rato jugando a las cartas.
―¿Te trataba bien? ―Me encojo de hombros, y su mandíbula se tensa―.
¿Alguna vez…?
―Sí. Todos los guardias tenían permitido jugar con los muñecos de la
Zmeya, siempre y cuando no los rompieran.
―Dime que ese hijo de puta está vivo.
―Milena se lo cargó el día que me ayudó a escapar. No fue agradable de
ver.
―Tu cuñada ya me cae un poco mejor solo por eso. ―Besa el dorso de
mi mano y le sonrío.
―Santo Cristo, sois tan dulces que vais a provocarme una caries. ―Alex
se deja caer en uno de los sillones que hay frente a nosotros y no tarda en
llevarse la botella de tequila a la boca. Lleva bebiendo desde que
despegamos. Nos mira y sonríe de manera socarrona―. ¿Por qué no dejáis
de hacer manitas y usáis la habitación privada del avión?
Ruedo los ojos y Lagos bufa con fuerza.
―¿No tienes nada mejor que hacer, Alex? Tal vez te apetezca
emborracharte en otro lado, a poder ser, lejos de aquí ―replica.
―No, estoy bien. ―Se estira en el asiento y le da otro trago a la
botella―. Me gusta tocar las pelotas.
―Eso no hace falta que lo jures ―mascullo en voz baja.
El avión da un bandazo y Alex se sujeta a los reposabrazos con la
mandíbula tensa.
―Odio estos cacharros ―masculla, aunque enseguida cambia el gesto a
uno mucho más relajado―. Eres muy graciosa, Ryzhaya. ¿También cuentas
chistes?
―Me llamo Ness ―lo corrijo.
Hace un gesto con su mano, y después de que la asistente de vuelo se
acerque para pedirnos que nos abrochemos los cinturones para el aterrizaje,
él la sigue con la mirada y esboza una sonrisa canalla.
―Bonito culo. Lo quiero ―murmura, y se pone en pie de un salto―.
Enseguida nos vemos, chicos. Mi polla está pidiendo que la saque a pasear
un rato. ―Me guiña un ojo con descaro―. Hasta ahora, Ryzhaya.
―Es Ness ―siseo, aunque ya no me escucha porque está demasiado
ocupado persiguiendo a la pobre chica.
Lagos vuelve a cogerme de la mano y entrelaza sus dedos con los míos.
―¿Ryzhaya? ―pregunta.
―Odio ese maldito apodo. Así me llamaban en la Zmeya.
―¿Tiene algún significado?
―Pelirroja. ―Estrecha su mirada sobre mí con gesto confuso―. Mi pelo
está teñido de negro, pero soy pelirroja.
―No soy capaz de imaginarte así, aunque eso explica las pecas.
―¿Qué pecas?
Estira la mano que tiene libre y acaricia la parte superior de mis pómulos
con el dedo índice.
―Aquí, casi no se ven, pero ahí están. ―Besa la punta de mi nariz y
sonríe contra mis labios―. Creo que me vas a gustar aún más de pelirroja.
―Arturo Lagos, ¿de dónde has salido y por qué no te he conocido antes?
Se encoge de hombros sin perder la sonrisa.
―Siempre he estado aquí, pequeña. Culpa tuya por haber tardado tanto
en encontrarme.
Sacudo la cabeza sin poder contener la risa, y por primera vez en mi vida
siento que estoy en el camino correcto. No soy tan ingenua para pensar que
lo nuestro será un camino de rosas. Aún tenemos mucho camino que
recorrer, conocernos bien y descubrir si encajamos el uno con el otro, no
obstante, algo me dice que todo saldrá bien; al menos, estoy segura de que
ambos lucharemos para que así sea.

Lagos
Mientras subimos por las estrechas escaleras del edificio de apartamentos
en el que se supone que vive Angy con la hija de Ness, no puedo evitar
pensar qué será lo que está sintiendo en este momento. Todo por lo que ha
luchado durante los últimos años está a punto de hacerse realidad. Nos
detenemos en el rellano de la cuarta planta y aprovecho para colocar mi
mano en la parte baja de su espalda. Temo por su seguridad. Conozco
bastante a Angy como para saber que presentará batalla. Sin embargo, no
hubo manera de convencer a Ness de quedarse en el coche.
―Saca tu pistola ―susurro.
Lo hace enseguida, y sonrío por dentro al ser consciente de que la forma
en la que la empuña es la correcta. Las clases con Bailey están dando sus
frutos. Yo también agarro mi arma y espero a que Alex haga lo mismo.
Creo que aún sigue ebrio, pero no lo suficiente como para tener que
preocuparme por ello. Mira hacia la puerta por la que tenemos que entrar e
inspira hondo por la nariz.
―¿A qué estamos esperando? ―inquiere Ness. La ansiedad y el
nerviosismo está patente en su tono.
―Estoy a punto a matar a la única mujer que he querido nunca. Creo que
tengo derecho a tomarme unos segundos ―farfulla Alex con la mandíbula
apretada.
―Si no quieres matarla, no lo hagas.
Él mira a mi esposa con el ceño fruncido y niega con la cabeza.
―Hice una promesa, y los Urriaga podemos ser unos cabronazos, pero
siempre cumplimos nuestra palabra. ―Toma otra respiración profunda y,
tras coger impulso, revienta la puerta de una patada.
Lo sigo con el arma en alto y vigilo por el rabillo del ojo que Ness no se
aparte demasiado de mi espalda. Recorremos el pequeño apartamento hasta
llegar a lo que parece ser la cocina. Nada más poner un pie en el interior,
Alex se detiene de golpe; solo entonces veo el cañón de la pistola que tiene
pegada a la sien.
―Llevo esperándote mucho tiempo ―reconozco de inmediato la voz de
Angy.
Alex se gira rápido y la encañona también. Ness va a levantar su pistola,
pero no se lo permito. Esto es algo entre ellos dos. Se miran con fijeza sin
dejar de apuntarse. El cabello castaño de Angy brilla bajo la luz
fluorescente de la angosta habitación y tiene los brazos repletos de tatuajes
al descubierto. Hace muchos años que no la veía, y puedo asegurar que
apenas ha cambiado.
―¿Dónde está la cría? ―inquiere Alex. Su voz es como una jodida
cuchilla afilada cortando el aire.
Angy desvía la mirada en nuestra dirección solo un instante y esboza
media sonrisa.
―Hola, Arturo, me alegra verte ―saluda―. ¿Quién te acompaña?
―La madre de Maya ―responde Alex antes de que yo pueda hacerlo.
Ella parece confundida durante un segundo, y después asiente. Tengo la
sensación de que va a decir algo, pero antes de que pueda hacerlo, se
escuchan unos pasos rápidos y ligeros. Angy echa un vistazo en dirección a
una puerta que no había visto antes en el lado contrario de la cocina y
chasquea la lengua, contrariada.
―Mierda ―susurra. Baja la pistola y se gira a toda prisa para ocultar la
de Alex de quien sea que esté a punto de entrar en la estancia. No pasan ni
dos segundos cuando una niña pelirroja y de ojos azules asoma la cabeza
mientras se frota el rostro con ambas manos―. Maya, cielo, vuelve a la
cama ―susurra Angy en un tono tan dulce y cariñoso que ni siquiera parece
ella misma.
La niña pestañea un par de veces, mueve su mirada de Angy a Alex, que
asoma sobre su hombro, después a mí y por último a Ness. Siento como la
mano de mi esposa aprieta con fuerza la mía al reconocer a su propia hija, y
deja de respirar.
―¿Qué está pasando? ―pregunta, frunciendo el ceño.
―Nada. ―Angy fuerza una sonrisa, y justo cuando está a punto de
guardar la pistola en la parte baja de su espalda, Alex reacciona y se la quita
con un tirón contundente. Ella mira hacia atrás y le lanza una mirada
fulminante antes de agacharse un poco para quedar a la altura de la niña―.
¿Recuerdas lo que dijimos que pasaría cuando vinieran a por ti?
Maya parece pensarlo unos segundos y después asiente.
―¿Va a venir mi madre? ―inquiere.
Ness exhala con fuerza por la boca y la atraigo a mi costado, rodeando su
cintura con el brazo. Angy acaricia el rostro de Maya con suavidad y esboza
una sonrisa tensa.
―Ya está aquí, cariño. ―Rodea a la pequeña y, tras sujetarla por los
hombros, da un paso en nuestra dirección. Su mirada y la de Ness se cruzan
un instante, y ambas asienten―. Debes irte con ella.
Maya gira la cabeza para mirar a Angy, y hace una mueca con los labios.
―Yo quiero quedarme contigo y con…
―No puede ser ―la corta―. Ya hemos hablado de esto, Maya. Debes
regresar con tu madre.
La niña me mira a mí y después a Ness, ladea la cabeza y resopla con
fuerza.
―¿Tú también vienes?
―No, cariño. Yo me quedo.
―Vale ―murmura, haciendo un mohín.
Se gira un momento y abraza a Angy, ella besa la parte alta de su cabeza
y le da un pequeño empujón para acercarla a nosotros.
―Es una niña muy especial. Espero que te la merezcas ―farfulla en voz
baja.
Ness solo asiente, y cuando Maya llega a su lado acaricia su rostro con
suavidad.
―Hola, preciosa ―susurra, mirándola a los ojos. Su voz se quiebra y
carraspea―. Llevo buscándote mucho tiempo.
―Angy me dijo que vendrías a por mí. ¿Por qué has tardado tanto?
―Algún día te lo explicaré todo ―responde con lágrimas en los ojos.
―Salid de aquí ―ordena Alex, y todos lo miramos. Ness atrae a Maya
hacia ella y le indico con un gesto de mi cabeza que salga del apartamento.
La niña mira una vez más a Angy y ella le sonríe antes de que Ness se la
lleve. Entonces, Alex levanta su pistola y vuelve a apuntar a Angy a la
cabeza―. Te advertí que, si volvía a verte, te mataría.
―Has tardado cinco años. Esperaba más de ti ―replica ella, alzando la
barbilla de manera desafiante. Me mira a mí de reojo―. Arturo, cuando
todo acabe, recoge todas mis pertenencias del apartamento, por favor, y no
permitas que él se quede con nada. ¿Puedes hacer eso por mí?
Frunzo el ceño sin entender bien a qué se refiere.
―Alex, baja la pistola. No tienes por qué hacerlo.
Él respira hondo y tensa la mandíbula.
―Voy a cumplir una promesa. Sal de aquí, Lagos.
―Prométemelo ―pide Angy. Hay un tono de súplica en su voz.
―Sí, lo prometo.
Aprieta los puños a cada lado de su cuerpo y da un paso hacia delante,
hasta que su frente está casi pegada al cañón de la pistola.
―Que sea rápido ―susurra.
Alex asiente. Puedo notar la duda en su mirada. Tira del percutor superior
de la pistola y su dedo se mueve sobre el gatillo con suavidad. Aparto la
vista y espero a que llegue la detonación, sin embargo, lo que escucho es
algo muy distinto.
―¿Mamá? ―Giro la cabeza hacia el origen de esa voz aguda y veo a un
niño pequeño, de no más de tres o cuatro años, junto a la puerta. Lleva
puesto un pijama de cuerpo completo y su cabello oscuro asoma bajo un
sombrero de vaquero.
Angy lo mira y niega con la cabeza.
―Lucas, vuelve a tu habitación ―le ordena.
El niño parece dudar, alza la vista y sus ojos se abren mucho al ver la
pistola que Alex empuña.
―¿Qué pasa? ―pregunta con gesto asustado.
Alex se mueve despacio, ladea la cabeza, y tras unos segundos
observando al crío, masculla una maldición y baja la pistola.
―Hija de puta… ―sisea entre dientes. Agarra a Angy del brazo y la
atrae hacia él con un tirón contundente―. ¿Es mío?
Ella vuelve a hacer ese gesto con la barbilla, desafiándolo, y se encoge de
hombros.
―Supongo que esa información está a punto de morir conmigo. Ahora,
termina de una maldita vez, pero no lo hagas frente a mi hijo. Arturo,
espero que cumplas tu promesa. No permitas que nadie le ponga un dedo
encima.
¿Esas son sus pertenencias? ¡Joder, lo normal es que alguien te deje un
reloj o una reliquia familiar al morir, no un niño!
―Te crees muy lista, ¿verdad? ―Alex la sujeta por la barbilla con una
mano, apretando su rostro, y pega la pistola a su sien―. Tu ejecución acaba
de ser aplazada. ―La aparta con un empujón y señala al niño, que a cada
segundo parece estar más asustado―. Coge al mocoso. Os venís conmigo.
Epílogo extra
Ness

Sentada en la sala de espera del hospital, observo como Maya y Lagos


charlan en voz baja. Ella le enseña algo en su teléfono móvil y él suelta una
carcajada y rodea sus hombros con el brazo. Es increíble lo bien que se
llevan. Lagos cumplió su promesa. Siempre ha tratado a mi hija como suya.
A veces es demasiado sobreprotector con ella, pero sé que lo hace porque la
adora y teme que alguien pueda lastimarla.
No envidio la vida de mi hija. Es la hermana de tres de los hombres más
peligrosos del Estado, sobrina postiza de un jodido demente dispuesto a
matar a cualquiera que le ponga un dedo encima, además del futuro Pakhan
de la Bratva, y su mujer, una asesina entrenada. Después está Bailey, la
máquina de matar por excelencia y, por último, la hija del hombre más
inteligente y sobreprotector que he conocido nunca. Le espera un futuro
bastante interesante.
La puerta de la sala de espera se abre y un muy sonriente, aunque algo
pálido, Zarco, entra y abre los brazos en cruz. Su alegría es palpable. Su
primera hija ha llegado a este mundo de locos.
―Nadia acaba de nacer ―anuncia, y todos corren a abrazarlo.
Tras la ronda de felicitaciones, en la que, por supuesto, participo, regreso
a mi asiento y Lagos se acomoda a mi lado y entrelaza sus dedos con los
míos.
―En algún momento vamos a tener que ser los siguientes ―susurra.
Giro la cabeza en su dirección a la velocidad de un látigo y frunzo el
ceño.
―¿Hablas en serio?
Se encoge de hombros y lleva mi mano a su boca para poder besar mis
dedos uno a uno mientras me mira por encima de las gafas.
―Maya se hace mayor, y no creo estar preparado para decir adiós a la
paternidad. ¿Qué me dices, pequeña? ¿Lo hacemos?
Sonrío y me acerco para besarlo.
―Si eso es lo que quieres de mí… Lo tienes ―respondo antes de que su
boca cubra la mía.
Agradecimientos
Si has llegado hasta aquí espero haber sido capaz de hacer que te
enamores de Lagos tanto como yo lo estoy. Sé que esta segunda historia del
Clan Z es muy distinta a la primera, pero no por ello menos importante. En
la vida existen distintas formas de amar y nuestros chicos aún tienen mucho
que aprender.
Jamás seré capaz de agradecer con palabras todo el cariño y ánimo
recibido tras la publicación de Zarco. He publicado muchos libros, sin
embargo, esta serie está siendo especial para mí. Adoro a los chicos malos y
estoy disfrutando de ellos como una niña con vestido nuevo.
Poco más tengo que decir, solo quiero dar las gracias a todas esas
personas que hacen que mi trabajo y esfuerzo valga la pena, empezando por
mi gente cercana, mi familia de sangre y la escogida, esas lectoras cero:
Laura, Irene, Jenny, Ale, Yoli y Mara… Sin ellas nada de esto sería posible.
A mis pandas, hermanas de corazón y las que aguantan todas mis
majaderías: Rach, Trili, Maripuri, Choche y Mara otra vez. Os quiero
mundos, chicas.
Por último, gracias a ti por leer este libro y permitirme seguir soñando.
Próxima parada: ¿Beni? ¿Alex? ¿Oscar? ¿Luna? Lo sabremos muy
pronto ;
YA ESTÁ DISPONIBLE EN PREVENTA LA TERCERA ENTREGA
DE CLAN Z.

Link
[1] Traducción del ruso: Pelirroja.
[2] Traducción del ruso: Serpiente.
[3] Traducción del albanés: Cariño.
[4] Traducción del Albanés: Estás preciosa, cariño.
[5] Traducción del Ruso: Muñeca.
[6] Rakia: Bebida nacional de Serbia, Macedonia del Norte, Albania, Bosnia y Bulgaria. Licor

destilado a base de frutas fermentadas.

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