02 - Lagos - Jess GR
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Jess GR
Copyright © 2024 Jess GR
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prohibida, sin autorización escrita del autor, la reproducción parcial de esta obra por cualquier medio
o procedimiento, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros, así como
la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constituida de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del
código penal).
Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier semejanza con
personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
Por esas amigas que celebran tus logros y te animan en tus fracasos.
Panda para siempre.
Prólogo
Lagos
Recojo los documentos que Luna ha dejado sobre la mesa del despacho de
Zarco y no tardo en revisarlos. Son los balances del último mes de varias
empresas fantasma que pertenecen a la organización. Mi trabajo, aparte de
asesorar a Zarco y cubrirle las espaldas, consiste en lavar todo el dinero que
nos llega de nuestros negocios ilegales.
―¿Cómo vas con lo de las criptomonedas? ―le pregunto a Luna. Como
siempre, ha decidido instalarse en el sofá con el ordenador portátil sobre sus
piernas. Parece no escucharme―. Luna, te estoy hablando.
―¿Qué? ―Sacude la cabeza de un lado a otro, como si acabara de salir
de sus propios pensamientos.
―¿Te encuentras bien? Pareces un poco distraída.
―Claro que estoy bien. ―Esboza esa sonrisa falsa que tanto le gusta
usar a modo de armadura―. ¿Qué necesitas?
Me muerdo la lengua para no decirle lo que de verdad necesito. Quiero
que hable conmigo, que me cuente lo que le preocupa, aunque, en el fondo,
ya sé cuál es la respuesta a esa pregunta. Su padre está vivo. Cuando
entramos a la finca de Urriaga, él logró escapar junto a algunos miembros
del cártel de Sonora. Ahora está ahí fuera, en algún lugar, seguramente
furioso y buscando la manera de recuperar el poder que le han arrebatado.
―Vamos a encontrarlo, Luna. Mataremos a ese hijo de puta ―murmuro.
Enseguida cambia el gesto a uno mucho más serio y se encoge de
hombros.
―¿Qué necesitas? ―repite, cortando de raíz cualquier conversación al
respecto.
―Criptos. ¿Cómo vas?
―Bien, ya casi he terminado con el último envío. Vamos a tener que
buscar alguna manera de dar salida a tanto dinero. ―Hace una mueca con
los labios y suspira―. Los rusos no dejan de hacer depósitos.
―Eso es bueno. El negocio de los diamantes está saliendo como se
esperaba. No te quejes de que nuestras arcas estén llenas.
―No lo hago, pero si seguimos así no sé cómo vamos a continuar
pasando desapercibidos.
Asiento. El sistema para el blanqueo de capitales del que Luna se encarga
es bastante complejo, aunque también efectivo. Nuestros socios hacen
depósitos de bitcoins en cuentas de intercambio y desde allí se cambian por
diversas altcoins, ocultando la cuenta de origen. Los sistemas blockchain
están diseñados para hacer indetectables las transacciones de estas
operaciones. Sin embargo, las autoridades ya comienzan a fijarse y tratan de
regular transacciones de gran calibre como las nuestras.
―Algo se nos ocurrirá. He estado barajando la idea de los clubes
nocturnos. Los rusos suelen usarlos como tapadera.
Luna me mira con una ceja arqueada y sonríe.
―Pasas la noche con una rusa y ya quieres ser como ellos. ¿Tan bien te
fue, Arturito?
―No me llames así ―gruño. Ella vuelve a reír.
―Vamos, no tienes por qué avergonzarte. Es tu esposa, ¿no? Sea lo que
sea que signifique eso ―masculla la última frase, volviendo a prestar
atención a la pantalla del ordenador.
―No voy a hablarte de mi vida sexual ―afirmo.
Me doy cuenta del error que acabo de cometer cuando la veo alzar la
cabeza y sonreír de manera maliciosa. «De todas las cosas que podría haber
dicho, justo he tenido que usar la palabra “sexual”. Soy idiota».
―Espera, ¿tú sabes lo que es el sexo?
―¿Y tú? ―contraataco―. Desde que Bailey apareció no has tenido
demasiado de eso, ¿no?
―Hijo de perra ―sisea, perdiendo la sonrisa―. Al menos yo me follaba
a Zarco. Al contrario de ti, que deseas en secreto a su mujer y jamás sabrás
lo que es tenerla.
Me enderezo de golpe y abro mucho los ojos. Lo sabe. «¿Es que todos
están enterados? ¡Maldita sea!».
―Ten cuidado con tus palabras ―le advierto.
Conozco a Luna desde que éramos unos niños y la violencia no es la
primera opción que acostumbro a elegir ante un problema, sin embargo, si
esta jodida loca decide abrir la bocaza, perderé mucho más que un puesto
de trabajo. El Clan Z es toda mi vida, mi familia, y Zarco… Joder, Zarco es
mi hermano.
―¿Acaso no es cierto? ―Recupera su sonrisa arrogante y niega con la
cabeza como quien regaña a un niño pequeño―. Estoy loca, no ciega. Se te
cae la baba cada vez que la miras.
―¿A quién? ―Ambos dirigimos nuestras miradas en dirección a la
puerta, por donde acaba de entrar Bailey.
Contengo el aliento y rezo en silencio para que Luna se controle. Es tan
perra que lo más probable es que termine soltándolo todo, y no puedo
permitirlo. La veo abrir la boca para contestar y me adelanto.
―A mi esposa ―suelto con una exhalación.
Bailey frunce el ceño y me parece escuchar como Luna ahoga una
carcajada.
―Oh… No sabía que… Apenas la conociste hace unas horas en la boda.
―¡¿Y qué?! ―exclamo con más énfasis del que pretendía.
Me pongo en pie y recojo los documentos de la mesa, evitando mirarla.
―Nada. Durante la ceremonia y después en el vuelo os vi tan tensos e
incómodos que pensé que no… ―Se calla de golpe y la escucho suspirar
mientras termino de organizar los papeles en el interior de la carpeta―.
Lagos, dime que no la has forzado a hacer algo que ella no quería.
Me giro rápido y con el ceño fruncido. Bailey no es como nosotros. Fue
instruida desde niña para servir a los demás. Se supone que iba a estar en el
bando de los buenos, salvando vidas como médico de combate. No
obstante, muy a menudo esa línea entre el bien y el mal acaba
desdibujándose, y eso fue justo lo que le ocurrió a ella. Ahora es la mujer
del jodido líder de la banda criminal más peligrosa de la Costa Oeste,
aunque sigue teniendo sus reticencias en el momento de arrebatar vidas.
Desde que ella y Zarco están juntos, el clan Z ha disminuido su cifra de
muertos. Nuestros hombres tienen órdenes estrictas de buscar otras
opciones antes de matar. Aun así, y a pesar de su instinto natural para salvar
vidas, me duele que me crea capaz de abusar de una mujer. Yo no soy así, y
ella debería saberlo.
―No la he violado, si es eso lo que me estás preguntando ―siseo con los
dientes apretados y la mandíbula tensa.
―Yo no he dicho eso.
―Que lo hayas pensado, aunque solo haya sido una idea fugaz, me
ofende.
«Y me hace sentir culpable». Respira hondo y asiente.
―Lo siento, Lagos. No era mi intención.
Exhalo despacio y niego con la cabeza.
―¿Tan extraño es que me guste mi esposa? Es muy hermosa.
―Y joven ―añade Luna, conteniendo la risa.
La muy hija de puta se lo está pasando en grande a mi costa.
―¿Puedes meterte en tus putos asuntos? ―gruño en dirección a Luna.
―Tranquilo. ―Alza ambas manos y vuelve a sonreír―. Me alegra que
hayas encontrado al amor de tu vida y todas esas mierdas. Es más, ¿por qué
no hacéis una pausa en vuestra apasionada luna de miel y cenáis con
nosotros esta noche?
Empiezo a pensar que eso de no usar la violencia como primera opción es
una mierda. Voy a matar a Luna.
―Solo si te apetece, Lagos ―añade Bailey, lanzándole una mirada de
advertencia.
Veo que Luna va a replicar, así que me adelanto una vez más.
―Me parece una gran idea.
―¡Bien! Así la conocemos un poco mejor.
―Claro, ya es parte de la familia ―añade Luna con sorna.
Contengo un bufido y esbozo una falsa sonrisa mientras me despido y
salgo del despacho. Yo mismo estoy colocándome la soga al cuello y
tirando de ella. Se supone que me he casado para alejarme de Bailey, y no
han pasado ni cuarenta y ocho horas y ya voy a tener que cenar con ella y
todos los demás. Lo peor va a ser convencerlos de que de verdad me
interesa mi esposa. Es ridículo. Ni siquiera la conozco.
Capítulo 7
Ness
Lagos
No entiendo una mierda. ¿Qué hace Ness en la sala común rodeada por
un montón de hombres? Ya estaba cabreado por culpa de Luna, ahora estoy
furioso. ¿Por qué creen que ella trabaja para nosotros?
―¿Esposa? ―inquiere Pablo, y la mira frunciendo el ceño. Sancho
enseguida retira la mano que tenía sobre su hombro y da un paso atrás. No
puedo evitar pensar que, si fuese Bailey en lugar de Ness, Sancho ya tendría
el brazo roto solo por atreverse a tocarla sin su consentimiento―. Lo siento,
Lagos, yo no sabía… ―Se gira y la encara―. ¿Por qué no me lo dijiste?
Ness se encoge de hombros y aparta la mirada. No soy capaz de
distinguir ninguna reacción genuina por su parte.
―Da igual. Nos vamos ―sentencio.
Hago un gesto con la cabeza para que Ness me siga. Ni siquiera se
despide, solo pasa junto a mí y espera en el pasillo a que la alcance.
Recorremos toda la casa en absoluto silencio. Necesito calmarme y
entender qué está pasando. ¿Por qué una mujer en su sano juicio se
adentraría en una sala repleta de delincuentes? Es posible que esté
acostumbrada a ello, al fin y al cabo, proviene de una familia de la mafia
rusa.
Al llegar a la entrada del apartamento, abro la puerta y dejo que ella pase
primero. La observo sin decir nada. Se ha vestido con un vaquero oscuro y
un jersey de cuello vuelto. No hay ni una sola porción de piel a la vista a
excepción de las manos y el rostro limpio y sin rastro de todo ese
maquillaje que llevaba en la boda. Clavo la mirada en la cicatriz del pómulo
derecho y no puedo evitar preguntarme cómo se la hizo. Ness inspira hondo
y alza la cabeza.
―Supongo que te debo una explicación.
―Me gustaría saber qué estabas haciendo en la sala común.
―Aceptaré mi castigo ―dice, y alza la barbilla.
«¿Castigo?». Empiezo a pensar que esta chica no está bien de la cabeza.
¿Por qué cree que voy a castigarla?
―Ness, creo que tenemos que dejar algunos puntos claros. ―Levanto
una mano para ajustarme las gafas sobre la nariz y ella se aparta de forma
brusca y se encoge. Frunzo el ceño―. ¿Creíste que te iba a golpear?
―inquiero sorprendido. Esa es la sensación que me ha dado. Pensó que…
¡¿Qué demonios…?! Resoplo con fuerza y retrocedo un par de pasos―.
Sentémonos en el sofá, por favor.
Puedo notar la extrañeza en su mirada. Es como si le estuviese hablando
en un idioma que no conoce. Espero a que se mueva antes de hacerlo yo.
Cuando ya está acomodada, procuro sentarme en el extremo opuesto del
sofá. Por algún motivo, esta muchacha está alerta en todo momento.
―Siento haber salido sola. Te estaba buscando y apareció ese chico,
Pablo. No sé por qué pensó que…
―Vale, para un momento ―le pido. Enseguida se detiene, como si
acabara de darle una orden a un soldado. Suspiro. Necesito entender a esta
mujer. ¿Por qué actúa de esta forma tan extraña?―. Ness, no eres una
prisionera. Puedes moverte por toda la casa. Solo esperaba que me dejaras
presentarte a los chicos porque a veces pueden ser un poco brutos con las
mujeres, aunque eso no es algo que Zarco ni yo mismo aprobemos.
―¿No estás cabreado? ―inquiere, frunciendo el ceño.
Muevo las manos despacio para no asustarla. Ajusto las gafas y niego
con la cabeza.
―Claro que no. No sé qué tipo de trato te han dado en la organización de
tu hermano. Pareces asustada, y está claro que has sido forzada a unirte a mí
en contra de tu voluntad.
―Mijaíl no tiene nada que ver con esto ―me interrumpe, aunque
enseguida parece encogerse, como si se arrepintiera de haberlo hecho.
―No voy a pedirte que me lo cuentes. Si quieres compartirlo conmigo en
algún momento, está bien, y si no… ―Exhalo con fuerza―. Te propongo
un trato. Ambos estamos atrapados en este matrimonio por distintas razones
que tampoco importan. El caso es que tenemos que llegar a un acuerdo
beneficioso para ambos.
―¿Qué acuerdo? ―pregunta con una ceja arqueada.
Tomo una bocanada profunda y me echo hacia atrás.
―Me gustaría que frente a mis compañeros actuáramos como si
realmente estuviésemos intentando ser una pareja real. Aquí, a solas, no
tienes que dirigirme una sola palabra si lo deseas, aunque preferiría que nos
lleváramos bien.
―Quieres fingir que somos una pareja ―dice despacio, como si intentara
entender el trasfondo de esa afirmación.
―Sí, solo frente a los demás. Después somos libres de hacer lo que nos
apetezca y con quien nos apetezca. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?
―Eso creo ―murmura.
―No espero que me guardes fidelidad, sin embargo, sí te agradecería que
fueras discreta.
―A ver si lo estoy entendiendo. Puedo hacer lo que yo quiera, incluso
salir con otros hombres, y a cambio solo debo fingir que somos una pareja
ante tus amigos, ¿es eso?
―Sí, creo que lo has resumido bastante bien. Además, lo de fingir es un
favor personal que te pido, no una obligación. ―Busco su mirada―. En
realidad, no estás obligada a hacer nada que no quieras. Me gustaría que te
sintieras cómoda conmigo, que ambos lo estemos. Nos ha tocado vivir esta
situación, ahora depende de nosotros convertirlo o no en un problema.
Se queda en silencio varios segundos. Es como si intentara encajar en su
mente las piezas de un rompecabezas.
―No sé qué decir ―susurra.
―No digas nada. Piénsalo y, si estás de acuerdo, esta noche cenamos con
Zarco y los demás.
―¿Dónde?
―En su ala privada ―contesto tras ponerme en pie―. Puedo mostrarte
lo que no hayas visto de la casa y presentarte al resto de los chicos.
―Eh… Vale.
―Y Ness… ―La miro directo a los ojos―. Jamás te pondré un solo
dedo encima. Esa expresión de antes… ―Niego con la cabeza―. Nunca te
lastimaría. Tienes mi palabra.
Capítulo 8
Ness
Ir a esa cena es como recibir una invitación a la mismísima boca del lobo,
sin embargo, tengo que admitir que es una boca en la que estoy deseando
adentrarme. Si hay algún lugar de esta mansión en la que pueda encontrar la
información que busco, ese es el ala privada de Zarco.
Termino de ajustar los puños de mi suéter y espero paciente a que Lagos
aparezca. Empiezo a pensar que mi primera impresión respecto a él no
estaba tan errada. Parece un buen hombre, al menos lo aparenta. También es
posible que esté poniéndome a prueba. Me encontró rodeada por un montón
de hombres, uno de ellos incluso llegó a hacer insinuaciones sexuales y,
aunque parecía furioso, en ningún momento se alteró o alzó la voz. Es muy
extraño. He conocido a cientos de criminales de distintas nacionalidades:
rusos, italianos, turcos, latinos…. Hay algo en lo que todos ellos se parecen,
y es el egocentrismo y la posesividad sobre las mujeres que les pertenecen,
no importa si es por solo unas horas, días, meses o, como en este caso, para
toda la vida.
Lagos es distinto, o al menos esa es la imagen que pretende dar. Su forma
de vestir, esas gafas, el cabello bien peinado y arreglado… Si no fuese por
los tatuajes en sus brazos, podría confundirlo con un profesor o un
bibliotecario. Tengo que admitir que resulta mono e incluso algo tierno, sin
embargo, no termino de fiarme del todo. «Un lobo con piel de oveja»,
resuena en mi mente.
―¿Estás lista? ―escucho su voz a mi espalda y me giro despacio. «Un
lobo muy guapo». Asiento, y enseguida se detiene a mi lado y me repasa
con la mirada―. No vamos a salir de la mansión.
―Lo sé.
―Lo digo por si quieres ponerte algo más cómodo. Tendrás calor con el
suéter. ―No respondo, solo me encojo de hombros. Este no es el momento
para que descubra lo que hay bajo mi ropa. Sé que es cuestión de tiempo
que lo vea y tenga que dar explicaciones, pero yo decido cuándo es el mejor
momento para ello. Es mi as en la manga. Si Lagos resulta ser la persona
que aparenta, puedo usarlo a mi favor. ¿Qué ocurrirá cuando se entere de lo
que he sido, de lo que soy? Dudo que el trato que hizo con Mijaíl contemple
esa situación―. Como quieras. ―Inspira hondo por la nariz y clava su
mirada en la mía―. ¿Has pensado en mi propuesta?
―Sí, y me parece justa.
Bueno, tampoco es que tenga demasiadas opciones. Si fingir ser la esposa
ideal me lleva a donde quiero estar, es justo el motivo por el que me apunté
a esta locura.
―Bien. ―Abre la puerta y hace un gesto con la mano para que me
adelante. Tomo una respiración profunda y salimos del apartamento―.
Tengo que advertirte que es probable que Luna te provoque. No lo tomes
como algo personal, ella es así.
―¿Alguien más por quien tenga que preocuparme? ―inquiero mientras
caminamos a la par.
Lagos suspira y desliza el dedo índice por el puente de la nariz para
subirse la montura de las gafas. He notado que hace mucho ese gesto.
―Beni. Él tuvo un accidente y… Bueno, ya lo verás por ti misma.
Últimamente apenas se relaciona con nadie, pero me temo que Zarco lo va a
obligar a asistir a la cena, ya que es la primera vez que tú nos acompañas.
Giramos a la izquierda y, tras caminar un par de metros más, cruzamos
por la parte superior de la escalera. Abajo, un par de hombres armados
custodian la puerta principal, aunque ni siquiera nos miran.
―¿Estas cenas son habituales? ―pregunto de manera casual. Necesito
más información. «No puedo jugar una partida sin saber cuántas cartas hay
en la baraja».
―Sí. En realidad, siempre desayunamos, comemos y cenamos todos
juntos en el ala privada de Zarco.
―¿Se espera de mí que os acompañe de forma asidua?
Nos detenemos frente a una enorme puerta de madera maciza y Lagos se
gira para mirarme.
―Ness, eso es algo que solo depende de ti. Mi idea inicial era pasar más
tiempo en el apartamento, sin embargo, mis planes se han visto ligeramente
afectados. ―No da más explicaciones, y yo tampoco se las pido. Si quiere
que lo acompañe, lo haré encantada. Cuanto más tiempo pase en este lugar,
antes podré revisar los archivos o lo que sea que tengan para almacenar
información―. Bien, ¿lista para empezar a interpretar tu papel?
―Exactamente, ¿qué se supone que debo hacer?
Lagos esboza una pequeña sonrisa y extiende su mano en mi dirección.
Tardo unos segundos en adivinar qué es lo que quiere. Contengo el aliento y
uno mi mano a la suya. No sé por qué me sorprende descubrir que su piel es
suave y está caliente. «No parecen las manos de un asesino». Descarto ese
pensamiento de inmediato y hundo las uñas en la palma de la mano que me
queda libre. Mi cuerpo ha sido tocado por verdaderos monstruos de
pesadilla y casi ninguno aparentaba serlo.
Lagos
Tengo que admitir que estoy un poco nervioso. Tal como esperaba, Luna
no ha dejado de provocarme durante toda la cena, también lo ha intentado
con Ness. Por suerte, Bailey ha salido en su rescate. Es increíble lo bien que
consigue dominar la situación con apenas un par de palabras. ¿Se puede ser
más perfecta? Lo dudo mucho. Bailey tiene todo lo que me gusta en una
mujer: belleza, personalidad, carácter, fuerza… Mis pensamientos se ven
interrumpidos cuando siento el codo de Oscar incrustarse en mis costillas.
Aparto la mirada de Bailey con rapidez y busco la forma de dejar de ser tan
evidente. Si continuo así, Zarco no tardará en darse cuenta de lo que me
pasa con su mujer.
Durante la siguiente hora apenas alzo la mirada de mi plato. Ness
tampoco habla demasiado, y creo que los demás ya se han dado cuenta de
su incomodidad tras varios intentos fallidos de incluirla en la conversación.
La observo en silencio desde el lado opuesto de la mesa. Aún no termino de
entenderla. Es extraña, callada, siempre alerta, como si estuviese esperando
a que alguien la ataque en cualquier momento. No obstante, también tengo
la sensación de que algo de toda esa fachada es mentira. Tal vez esté
acostumbrada a reprimir su personalidad, incluso sus propios deseos. La
forma en la que los rusos tratan a sus mujeres no es la mejor, aunque tras
conocer a Mijaíl y su esposa creí que él sería una excepción. Su advertencia
en la boda… ¿Era todo una fachada? ¿Qué esconde Ness?
―Necesito usar el baño ―dice en cuanto termina de comer.
Es Bailey la que le indica el camino y, una vez más, no puedo hacer otra
cosa más que embelesarme por la forma en la que sonríe en mi dirección
cuando Ness abandona el comedor. Zarco enseguida atrae su atención
susurrándole algo al oído, y ella suelta una carcajada y lo golpea en el
pecho, bromeando. Mi amigo rebosa felicidad y yo me siento como el peor
de los traidores por envidiarlo con tanta fuerza. Ese hombre feliz podría ser
yo. Si tan solo la hubiese visto antes… Sacudo la cabeza y me pongo en pie,
cortando de golpe el rumbo de mis propios pensamientos.
―¿Ya te vas? ―inquiere Oscar.
―Sí, estoy cansado ―farfullo.
Hace una mueca y niega con la cabeza. Entiendo su postura. Se está
quedando solo para soportar a la arpía de Luna. Beni apenas picoteó algo de
su plato y regresó a su habitación justo después. Me preocupa ese chico. Ha
cambiado demasiado. Antes disfrutaba pasando el tiempo con nosotros,
jugábamos al billar o a la consola durante horas seguidas y nos
emborrachábamos. Ahora casi no habla con nadie. Vive encerrado en su
propio mundo de autocompasión y amargura. Espero que se le pase pronto.
Me despido y salgo del comedor a toda prisa. Mañana a primera hora
debo reunirme con Zarco. Espero a Ness junto a la puerta, sin embargo, tras
varios minutos, decido ir a buscarla yo mismo. Paso primero por el baño
principal y encuentro la puerta abierta. No hay nadie en el interior. Con el
ceño fruncido, sigo avanzando, la busco en la sala de juegos, en el salón y
la cocina, pero no logro dar con ella. Decido adentrarme en el pasillo que da
a las habitaciones. No tengo que andar demasiado para ver la puerta del
despacho de Zarco entreabierta. Estoy a punto de asomarme cuando se abre
del todo y Ness sale del interior. Al verme, se detiene, pero no parece
sorprendida.
―Eh… Creo que me he perdido ―dice sin apartar la mirada. Por algún
motivo parece estar muy segura de sí misma, y eso es lo que me resulta más
extraño.
―¿Segura? ―Estrecho mi mirada sobre ella y espero su reacción. No
hay nerviosismo y tampoco se le altera la respiración. Dice la verdad o sabe
mentir muy bien―. Ese es el despacho de Zarco. No deberías haber
entrado.
―Lo siento. Pretendía regresar al comedor y no sé cómo he terminado
aquí. ―Agacha la cabeza y veo como aprieta los puños.
Sí, estoy seguro de que está fingiendo. No me trago esa falsa muestra de
sumisión. Esta chica esconde algo, y voy a descubrir qué es.
Capítulo 9
Ness
Tras cruzar unas cuantas palabras con los hombres que custodian la finca
Urriaga, le ordeno a Pablo que acompañe a Ness al interior de la casa y voy
en busca de Alex. Me sorprende ver que han avanzado mucho en las
reparaciones causadas por nuestro asalto hace ya algunos meses. Ya no hay
agujeros de bala en las paredes y, cuanto más me acerco al despacho, soy
consciente de lo nuevos que son el suelo y el techo. Me detengo frente a la
puerta de madera reluciente. La última vez que estuve aquí, mi propio padre
hizo estallar la granada que lo mató y estuvo a punto de hacer lo mismo con
Beni. No me molesto en tocar, solo tiro de la manilla y entro en la oficina.
Al menos esa es mi intención, ya que nada más dar un paso al interior del
despacho, me doy cuenta de que no ha sido mi mejor idea. Creo que Alex
piensa igual porque no tarda en fulminarme con la mirada mientras aparta a
la chica que tiene arrodillada a sus pies. Se guarda la polla en los pantalones
y me señala con el dedo de forma amenazante.
―Maldito hijo de puta, más vale que sea importante o te arrancaré las
pelotas ―sisea.
Me reiría si no supiese que eso solo lo haría cabrear aún más. No le tengo
miedo. A pesar de ser el mayor de nosotros, durante nuestra infancia
siempre le vencía en peleas cuerpo a cuerpo. También es cierto que eso fue
antes de que Alex pasara tantos años a solas con su padre y se convirtiera en
un cabronazo de cuidado. Doy un nuevo paso y espero a que la chica de
pelo corto y color violáceo pase a mi lado tras una orden de Alex. Tomo
asiento en una de las sillas que hay frente al escritorio y decido ignorar de
forma deliberada lo que acabo de ver, también su amenaza. No seré yo el
que cree un conflicto más entre Zarco y su hermano.
―Tenemos que hablar ―mascullo, y me ajusto las gafas sobre la nariz.
Alex resopla con fuerza y se enciende un cigarrillo antes de beberse el
chupito de tequila que hay sobre la mesa de un solo trago. Ni siquiera se
molesta en ponerse la camiseta.
―¿Gabriel te envía a hacerme de niñera?
―No atiendes sus llamadas, y los hombres que envió…
―Están muertos ―dice interrumpiéndome, y se ríe mientras llena otro
vaso―. ¿Quieres? ―Niego con la cabeza.
―¿Qué estás haciendo, Alex? Se supone que ibas a intentar ganarte la
confianza de Zarco y estás logrando justo lo contrario.
Deja el vaso vacío sobre la superficie de la mesa con un golpe sonoro y
clava su mirada en la mía.
―No tienes ni puta idea de lo difícil que es reconstruir una organización
que yo mismo ayudé a destrozar. Apenas he conseguido recuperar a un par
de docenas de hombres que trabajaban para el cártel. No se fían de mí.
Durante años les han enseñado a ser fiel a mi padre, y ahora yo me he unido
al enemigo. Es descabellado pedir la lealtad de alguien a favor de lo que le
han enseñado a odiar. Al menos, he logrado que la mayoría de las mujeres
regresen. Estaba harto de comer mierda.
Ignoro su comentario machista. En esta casa las cosas siempre han
funcionado así. Las mujeres se encargan de la limpieza, comida y demás
tareas a cambio de un puñado de billetes y la protección del cártel. Muchas
de ellas aspiran a casarse con los soldados, y alguna, incluso, apunta más
alto. Supongo que la que encontré arrodillada al entrar en el despacho es
una de ellas.
―Lo entiendo. ―Hay una larga pausa en la que Alex aprovecha para
beber un par de tragos más, esta vez directo de la botella―. ¿Estás de
celebración? ―Se encoge de hombros y fijo la mirada en la base de su
cuello. Lleva puesta una cadena metálica con un anillo enganchado.
―Tú eres el que debería estar de luna de miel, ¿no? ―Sonríe y le da una
nueva calada a su cigarrillo―. ¿Qué tal con tu nueva esposa? ¿Folla bien al
menos?
―¿Y la tuya? ―contraataco. Alex enseguida cambia su postura y pierde
la sonrisa―. Por cierto, ¿cómo está Angy? ¿Sabes algo de ella? ―Como ya
he supuesto, su rostro se contrae con rabia pura y me lanza una mirada
asesina. «Es ella».
―Suelta de una vez el recado de mi hermano y puedes largarte ―sisea
entre dientes.
Respiro hondo y me recuesto en la silla, estirando las piernas.
―Héctor Sandoval. Necesitamos su paradero cuanto antes.
―¿Crees que he estado tocándome las pelotas desde que volví? No hago
otra cosa que buscarlo, pero parece como si se lo hubiese tragado la tierra.
―Apaga el cigarrillo y se lleva las manos a la cara con frustración―. Tiene
el apoyo de muchos de los hombres del cártel. Va a hacer cualquier cosa
para obtener el poder que le pertenecía a mi padre, solo es cuestión de
tiempo que ataque.
―Entonces, estaremos listos para defendernos.
―¿Tú crees? ¿De cuántos efectivos disponemos? A no ser que le pidas
refuerzos a tu nueva familia rusa, será una masacre. Podemos ganar, pero
muchos de los nuestros morirán por ello.
No lo había pensado de ese modo. Es posible que Mijaíl nos envíe
refuerzos si se lo pedimos. Al fin y al cabo, para algo tiene que servir lo del
matrimonio concertado. Además, ya lo ha hecho antes, cuando capturaron a
Zarco. Sin sus hombres no hubiésemos acabado con el cártel de Sonora.
―Lo hablaré con tu hermano, aunque lo más adecuado sería buscar
nuestros propios efectivos. ¿Los socios de Urriaga no pueden aportar su
parte?
―Acabo de informarles del cambio de dirección en la organización,
dudo que quieran meterse en una jodida guerra. No se fían, y tampoco los
culpo.
Bufo y ajusto mis gafas, clavando mi mirada en la suya.
―Sigue intentándolo. Por cierto, ¿conoces a alguien que tenga
experiencia con el blanqueo de capitales?
Alex frunce el ceño extrañado.
―Creí que de eso os encargabais Luna y tú.
―Sí, bueno… ―Me ajusto de nuevo las gafas―. Necesitamos algo de
ayuda extra.
―¿De qué tipo?
Me planteo contarle lo de la apertura de los clubes, sin embargo, decido
actuar con cautela. Después de lo que pasó con Gambo, no termino de
confiar del todo en nadie.
―Da igual, me las arreglaré. ―Frunce el ceño, pero no dice nada―.
Llama a tu hermano y habla con él, ¿quieres?
―Lo haré en algún momento, cuando esté lo bastante borracho como
para escuchar sus gilipolleces sin sufrir un aneurisma o algo así.
Sonrío y sacudo la cabeza de un lado a otro. Por más que Zarco lo
intente, jamás logrará que Alex sea uno más de nosotros. Tiene madera de
líder y no se someterá ante las órdenes de su hermano menor.
―Espero que tengas bastante comida porque venimos hambrientos.
―Claro. ―Se pone en pie y espera a que yo haga lo mismo―. ¿Cuántos
sois?
―Dos hombres, mi esposa y yo. ―Se me queda mirando y esboza una
sonrisa petulante.
―¿Tu esposa? ―Asiento, y Alex coloca su mano en mi hombro mientras
caminamos hacia la salida―. Dime que al menos la chupa bien.
―Alex ―siseo a modo de advertencia.
Suelta una carcajada y abre la puerta para que pueda salir.
―Vamos, algún beneficio tendrás que haber sacado de toda esa mierda,
¿no?
Decido ignorarlo y caminamos a la par hasta el salón principal. Conozco
esta casa como la palma de mi mano. Crecí aquí, todos lo hicimos. No
puedo decir que todos mis recuerdos son malos. ¿Hay algunos que
preferiría olvidar? Por supuesto, sin embargo, en este lugar también conocí
a los que se han convertido en mi familia: Zarco, Luna, Oscar, Beni… No
los cambiaría por nada.
Avanzamos por el pasillo y desvío la mirada hacia la puerta del sótano.
No puedo evitar recordar lo que sucedía ahí abajo. Odio ese sitio con todas
mis fuerzas. Alex parece notar mi inquietud. Vuelve a poner su mano sobre
mi hombro y le da un pequeño apretón. No dice nada al respecto, y se lo
agradezco. No estoy orgulloso de lo que hice. Jamás lo estaré, pero es algo
con lo que he aprendido a lidiar. Si el infierno existe, yo ya tengo una jodida
habitación con vistas reservada para toda la eternidad.
Capítulo 13
Ness
Ness
Salgo del baño aún algo acalorada. No sé por qué mi cuerpo ha
reaccionado de esa manera al ver a Lagos sin camiseta. Vale, sí, es un
pedazo de hombre. Jamás imaginé que bajo la ropa de bibliotecario
aburrido se escondieran esos músculos cubiertos por tatuajes. ¡Ni siquiera
me gustan los tatuajes! Resoplo por dentro y ruedo los ojos, evitando su
mirada. No es habitual en mí sentir atracción por… Bueno, por nadie en
realidad. En las pocas ocasiones que de verdad deseé estar con un hombre
fue esa época en la que salí con Gavrel Karaj, el socio de mi hermano, y al
final la cosa no acabó bien.
Mientras me dirijo a la cama, le doy pequeños tirones a mi camiseta
larga, la que uso a menudo para dormir. No esperaba tener que compartir
dormitorio con mi marido, por lo que metí en la maleta ropa cómoda. El
problema es que la camiseta es de manga corta y solo me cubre hasta la
mitad de los muslos, por lo tanto, deja al descubierto demasiada piel repleta
de cicatrices.
Inspiro hondo y me dirijo a la cama. Soy muy consciente de su mirada
sobre mí, me persigue en cada movimiento que hago. Lagos está tumbado
boca arriba por encima de la ropa de cama. Yo la aparto y me acuesto de
lado, dándole la espalda.
―Buenas noches ―susurro.
No contesta. Solo escucho su respiración pesada justo detrás de mí. Tras
varios minutos de silencio, su voz llega a mis oídos en forma de susurro.
―Algún día vas a tener que contarme quién fue el hijo de puta que te
marcó de esa forma.
Abro los ojos de golpe y contengo el aliento.
―¿Qué importa quién fue? ―inquiero con un hilo de voz.
―A mí me importa. Juro que lo mataré. ―Bufa, y escucho el inequívoco
sonido que produce el roce de sus dedos contra su cabello―. Mejor aún,
dejaré que Oscar se encargue.
―Tal vez ya esté muerto, o haya sido más de un hijo de puta.
―Los cazaré a todos ―masculla, creo que para sí mismo.
―¿Por qué harías eso?
―Porque puedo y porque quiero ―responde, y escucharlo hablar con
tanta seguridad me provoca una especie de burbujeo en la boca del
estómago.
Respiro hondo por la nariz y vuelvo a cerrar los ojos.
―Buenas noches, Lagos ―repito.
―Buenas noches, Ness. ―Noto un leve roce en mi nuca, es tan fugaz
que, por un instante, creo haberlo imaginado. Escucho como Lagos se
mueve, y poco después el cansancio me vence y caigo en un sueño pesado y
satisfactorio.
Capítulo 16
Lagos
Lagos
Lagos
No pronuncio una sola palabra mientras acompaño a Ness de vuelta al
dormitorio, recogemos nuestras maletas y nos subimos al todoterreno,
tampoco durante las más de tres horas que conduzco con ella a mi lado, ni
siquiera cuando la dejo en el apartamento antes de ir al ala privada de Zarco
para informarle de lo que ha pasado en la finca. Antes de irnos le envié un
mensaje a Pablo ordenándole que, nada más despertar, cogiera uno de los
coches de Alex y regresaran a casa.
No logro librarme de la furia que me consume por dentro. Es culpa del
idiota de Alex. La tocó, acarició su pelo y… ¿Por qué demonios me molesta
tanto? ¡No lo entiendo, joder! ¿Es mi orgullo? Se supone que Ness es mi
mujer. Estamos casados y ese pedazo de escoria se atrevió a… ¡Santo
Cristo! Quise arrancarle la cabeza solo por poner su mirada sobre ella.
―Te noto inquieto ―dice Zarco.
Respiro hondo para intentar calmarme y deslizo el dedo índice por el
puente de mi nariz para subir la montura de las gafas. Es lógico que se haya
dado cuenta de mi estado alterado. No suelo comportarme de esta forma.
Algo me está pasando, y me frustra no entender qué es.
―Estoy bien ―mascullo. Aunque sé que no me cree.
Llevo más de diez minutos sentado frente a él en su despacho y soy
incapaz de concentrarme.
―¿Vas a decirme qué pasó en la finca?
―Tu hermano siendo un idiota, eso es lo que pasó. ―Resoplo con fuerza
y Zarco frunce el ceño.
―¿Qué ha hecho? ¡Maldición! No debí fiarme de él. ―Golpea la mesa
con el puño y parte de mi cabreo se disipa.
Yo soy el que siempre intenta calmarlo a él. Zarco es tan impulsivo que,
de no ser por mí, ya estaría muerto. No piensa antes de actuar, se guía por
arrebatos, y eso nunca lo lleva a buen lugar. Tomo otra bocanada profunda y
me estiro hacia delante.
―Todo está bien. Alex es un capullo arrogante, pero eso no es ninguna
novedad para nadie. Dijo que te llamaría.
No me molesto en mencionar todo lo demás, en especial, la forma en la
que Alex habló de Bailey. Estoy seguro de que, si se lo cuento a Zarco,
saldrá ya mismo en busca de su hermano y lo matará.
―¿Cómo lo has visto? ¿Crees que puede estar planeando jugárnosla?
Lo pienso un instante y niego con la cabeza. Vi a un hombre destruido,
lleno de rabia y resentimiento, sin embargo, no hay ningún indicio que me
haga creer que no es leal al Clan Z.
―Está pasando un mal momento. Bebe demasiado y parece estar al
límite de sus propias capacidades. Se le está complicando la tarea que le
encomendaste.
Zarco bufa y niega con la cabeza.
―El muy hijo de perra no se deja ayudar. Le ofrecí enviar a Oscar, pero
se negó.
―¿Oscar? ―inquiero, arqueando una ceja―. ¿De verdad creíste que
sería buena idea juntar a dos desequilibrados?
Sonríe y se encoge de hombros.
―Tal vez no lo sea después de todo. ¿Te lo imaginas? Podrían arrasar
medio país por una pataleta.
Pongo los ojos en blanco y niego con la cabeza. No sé qué es lo que le
resulta tan gracioso. Alex es una bomba a punto de explotar, y Oscar…
Bueno, sigamos rezando para que logre mantener encadenado al monstruo
que lo domina.
Tras pasar varias horas trabajando con Zarco, regreso al apartamento con
un hambre voraz. Nos marchamos de la finca muy temprano, ni siquiera
desayunamos, y también me he saltado el almuerzo. Estoy seguro de que
Ness sí habrá comido algo ya. Esa chica es un pozo sin fondo. No sé dónde
mete tanta comida en ese cuerpo tan pequeño.
Esbozo una pequeña sonrisa mientras abro la puerta y me adentro en el
apartamento. Al menos, mi cabreo se ha disipado un poco. Enseguida noto
el olor a especias en el ambiente y compruebo que hay un plato vacío sobre
la encimera. Pongo los ojos en blanco y lo llevo hasta el fregadero. No es
difícil darse cuenta de lo desordenada que es Ness. Siempre lo deja todo
tirado en cualquier parte. Somos tan distintos… Yo necesito ver cada cosa
en su sitio para estar tranquilo.
No la diviso a ella por ningún lado. Pienso que tal vez se haya acostado
un rato tras almorzar. Decido buscarla en su dormitorio. Creo que le debo
una disculpa por cómo la traté esta mañana. No es culpa suya que Alex esté
mal de la puta cabeza. Aunque tampoco olvido que volví a pillarla donde se
supone que no debía estar. Primero entró en el despacho de Zarco a
escondidas y hoy se puso a escuchar tras la puerta. Hay una conexión ahí, lo
intuyo. Sé que me oculta algo. Es tan obvio… Quizá haya llegado el
momento de poner las cosas claras. ¿De verdad está aquí para espiarnos?
¿Ese es el plan de Zakharov?
Con mil preguntas revoloteando por mi cabeza, atravieso el pasillo en
dirección a su dormitorio. Encuentro la puerta abierta y no tardo en
escuchar su voz, que viene del interior. Frunzo el ceño al pensar con quién
puede estar hablando, aunque enseguida me doy cuenta de que se trata de
una llamada.
―No, Gavrel ―susurra. «¿Gabriel? ¿Habla con Zarco?». Asomo la
cabeza y la veo sentada a los pies de la cama con gesto relajado―. Gavrel,
escucha… ―No es Zarco. El nombre se pronuncia de forma distinta―. No
puedes venir aquí. Solo dame la dirección de tu contacto y me las arreglaré
por mi cuenta. ―Se detiene a escuchar lo que el tal Gavrel le dice y se
levanta, negando con la cabeza. Intento seguir escuchando, pero comienza a
hablar en otro idioma, no estoy seguro de que sea ruso, parece distinto. Se
mueve de un lado a otro de la habitación, gesticulando, y yo la observo en
silencio. No se parece en nada a la mujer que quiere hacer creer que es. La
chica que habla por teléfono se nota muy segura de sí misma y para nada
retraída y tímida.
¡Maldita sea! A cada segundo me siento más confuso. ¿Quién es esta
mujer y qué pretende? Voy a descubrirlo, así sea lo último que haga.
Capítulo 19
Ness
Lagos
Hundo los dedos en mi pelo y sigo mirando hacia el pasillo por el que
Ness se adentró hace ya un buen rato. He metido la pata. No sé si fue el
alcohol o la rabia que llevo conteniendo desde que la escuché hablar por
teléfono esta tarde con ese tal Gavrel. En realidad, creo que estoy más
cabreado conmigo mismo que con ella. Me enfurece el no poder dejar de
pensar en ello, el sentimiento de posesión que esta mujer despierta en mí,
ese impulso que me he esforzado por reprimir desde que era un niño. No
quiero parecerme a mi padre, a Sandoval, Urriaga o cualquiera de sus
hombres. Soy distinto, necesito serlo para no convertirme en la escoria que
puedo llegar a ser si me dejo llevar por mis instintos.
Me pesan los párpados. Apenas siento el efecto del alcohol en mi
sistema. Después de lo que ha pasado con Ness… ¡Santo Cristo! Fue tan
bueno que no pude contenerme. ¡Me corrí en los pantalones como un puto
quinceañero! ¿Por eso se fue? ¿Está molesta? «Tal vez esté cabreada porque
la trataste como un puto pedazo de carne, imbécil».
―Mierda ―siseo.
Debería hablar con ella. Quiero disculparme y… ¿Repetir? ¡Dios, sí! Eso
también. Me pongo en pie y siento como mis músculos agotados se
resienten. Camino despacio hasta su dormitorio. Me detengo frente a la
puerta cerrada e inspiro hondo por la nariz antes de golpear la madera con
los nudillos. La llamo, pero no contesta. Me planteo marcharme. Es posible
que se haya quedado dormida. No obstante, algo dentro de mí me dice que
no es así. Dejándome llevar por un arrebato, tiro de la manilla y me adentro
en la habitación. El peluche viejo y macabro está sobre la cama, sin
embargo, no hay ni rastro de ella.
Salgo de la habitación y decido buscarla en el baño. La puerta está
cerrada también. Espero en el pasillo a que salga. Quiero darle su espacio y
que no crea que la estoy controlando. Pasa un minuto, dos y entonces
escucho un sonido que viene del interior del baño. Es una especie de
gemido o sollozo bajo. Frunzo el ceño y vuelvo a dejar que un impulso me
guíe.
Mis ojos se abren hasta el nacimiento del pelo al verla de pie, en el centro
de la estancia. Tiene el brazo frente a su rostro en una postura antinatural y
está… ¿Mordiéndose? «¡Qué demonios!». Su mirada encuentra la mía a
través del espejo y se sobresalta. Se gira deprisa y me fijo en su brazo. Está
sangrando.
―¿Qué haces…? ―Alzo la vista a su rostro. Tiene las mejillas húmedas
y los ojos enrojecidos. Una pequeña gota de sangre salpica su labio inferior.
―Yo no… ―Sacude la cabeza de un lado a otro con violencia y empieza
a retroceder.
―¿Por qué? ―pregunto con un hilo de voz.
Capítulo 22
Ness
Lagos
Anoche me quedé dormido en la cama de Ness. Tras curar su herida,
volví a abrazarla y me acosté a su lado. Mi intención era irme en cuanto ella
cogiera el sueño, sin embargo, el cansancio me venció y no fui consciente
de ello hasta que esta mañana desperté con su rostro sobre mi pecho y su
mano en mi abdomen. Admito que mi primer pensamiento al ser consciente
de la firmeza de sus pechos pegados a mi costado no fue nada caballeroso.
Después de ver lo que se estaba haciendo, de darme cuenta de lo
destruida que está, tomé la firme decisión de ayudarla a superar lo que sea
que le haya sucedido. No soy imbécil. He visto a muchas mujeres como
ella. Las cicatrices, esa forma de actuar, siempre a la defensiva,
escondiendo su verdadera personalidad… Tiene todos los síntomas de una
mujer que ha sido abusada y maltratada durante años.
«Y tú estuviste a punto de follarla como un jodido animal», me reprocho
a mí mismo mientras revuelvo la mezcla de masa de tortitas de manera
enérgica. Entiendo que Ness no quiera hablar sobre ello. No voy a
presionarla, pero sí pretendo ganarme su confianza. Necesito saber qué es lo
que quiere de mí o de los míos. Si algo tengo claro es que nuestro
matrimonio no fue una casualidad. Ness está aquí para algo más que ser una
esposa obediente y abnegada, y yo voy a descubrir qué es mientras intento
ayudarla a superar eso que tanto la atormenta.
Capítulo 23
Ness
Lagos
Salgo del despacho de Zarco y compruebo que mi pistola está cargada y
lista para usar antes de devolverla a su lugar, bajo mi brazo izquierdo. Alex
ha llamado a su hermano. Cree que Sandoval puede haber cruzado la
frontera. De ser así, está en nuestro territorio, y eso significa que podemos
apretarles las tuercas a unos cuantos imbéciles que tenían conexión con el
cártel de Sonora antes de que nosotros lo destruyéramos por completo.
―¿Estás bien? ―le pregunto a Oscar mientras nos dirigimos al garaje.
Los todoterrenos blindados ya están listos para llevarnos a uno de los
peores barrios de la ciudad. Sin Beni ni Gambo, nos está tocando a nosotros
dos hacernos cargo de la organización de las operaciones desde el terreno.
Bueno, así es como lo llama Bailey, ella siempre usa jerga militar y estamos
empezando a adoptarla como propia. Recibo un asentimiento por su parte y
nos subimos a la parte trasera de uno de los vehículos.
Durante gran parte del trayecto, noto a Oscar ausente. Es algo habitual en
él. No habla demasiado. Siempre está perdido en sus propios pensamientos,
sin embargo, esta vez presiento que hay algo más ahí; espero que no sea lo
que temo. Es cuestión de tiempo que sufra una de sus crisis. Ya ha pasado
mucho desde la última. Lo escucho farfullar algo en voz baja y todas mis
alarmas se encienden. De pronto, me mira como si quisiera decir algo, pero
niega con la cabeza.
―No, no pasa nada ―susurra, creo que para sí mismo―. Estoy bien.
Todos estamos bien. ¿Quién está mal? Nadie, ¿verdad?
Lo sujeto del brazo y él clava su mirada en la mía.
―Oscar, ¿quieres regresar? ―Niega con la cabeza.
―Todo está bien ―sisea, apartando mi mano con brusquedad.
―No dejas de decir eso, pero parece todo lo contrario. ―Mira por la
ventanilla con los puños apretados y me ignora el resto del viaje.
Al llegar, me planteo volver a casa. Temo que Oscar pierda el control y
acabe haciendo que nos maten a todos. Sin embargo, sé que eso solo
empeoraría la situación. Ahora mismo necesita centrarse en el trabajo. Eso
siempre le viene bien.
La más de media docena de hombres armados que nos acompañan se
encargan de ir despejando los pasillos del edificio en ruinas al que
accedemos. Subimos un tramo de escaleras tras otro, sorteando jeringuillas
usadas y también a algún que otro yonqui. Ascendemos hasta la novena
planta, y entonces, pistola en mano, irrumpimos en uno de los
apartamentos.
Como ya esperaba, varios hombres empiezan a correr para salvar sus
vidas. Yo solo me centro en uno. El que lleva la cabeza rapada. Rata, así es
como lo llaman. Sé que era uno de los perros de Sandoval en la ciudad. No
es la primera vez que le sacamos información. Corro tras él cuando se
dirige a lo que parece ser una cocina. Está tan sucia y repleta de basura que
el olor resulta nauseabundo. Consigo alcanzarlo justo cuando está a punto
de salir por la ventana. Afuera está la escalera de incendios. Lo sujeto por el
gorro de su sudadera y tiro de él con fuerza. El muy imbécil cae al suelo
sobre un montón de mierda viscosa que ni siquiera quiero saber qué es.
―¡Lagos, no he hecho nada! ―grita, cubriéndose el rostro tras recibir la
primera patada.
―Entonces, ¿por qué huías, hijo de puta? ―Lo engancho de nuevo por
el gorro y lo obligo a ponerse en pie. Lo llevo a rastras hasta la sala de estar,
o lo que sea la pocilga en la que hay un sofá destartalado, donde una mujer
medio inconsciente está tumbada. Hago un gesto con la cabeza y uno de
nuestros hombres la saca del apartamento de inmediato. Entonces empujo a
Rata sobre el sofá y lo apunto con mi pistola directo a la cabeza―. Empieza
a hablar. ¿Dónde está Sandoval?
―No lo sé. ―Sujeto el arma por la culata y le golpeo en el rostro. La
sangre enseguida empieza a salir a chorro de su nariz y suelta un alarido de
dolor―. ¡Yo solo me ocupo de mi negocio! ―gime, sujetándose el rostro.
Echo un vistazo alrededor. Hay varias bolsas esparcidas sobre una mesa
de madera podrida. Uno de los chicos abre una de ellas y prueba lo que hay
en su interior.
―Fentanilo ―informa.
―¿Fentanilo? ¿Esa es la mierda que le das a tus chicas para que no se
quejen cuando las vendes por un puñado de dólares? ―Respiro hondo para
tranquilizarme. Esa chica del sofá… Tal vez podría haber sido Ness. Aún no
sé qué es lo que tuvo que vivir. Cabe la posibilidad de que sea algo parecido
a lo de esa pobre muchacha. Personas como Rata no merecen vivir. El
mundo sería un lugar mucho mejor si no existieran―. Segunda
oportunidad, Rata. ¿Dónde está Sandoval? ¿Has hablado con él?
―¡No, joder! ―grita, e intenta levantarse, pero le doy una patada en el
estómago y vuelve a caer sobre el destartalado sofá.
Noto la presencia de Oscar a mi espalda. Da un paso al frente e inspira
hondo por la nariz.
―Yo me ocupo de él ―susurra.
―¿Estás seguro? ―Frunzo el ceño. Sé que hacer su trabajo lo ayuda a
liberar tensión. Es su forma de desfogarse, de recuperar algo de control
sobre sí mismo. Además, dudo que acepte una respuesta negativa―. Bien.
―Me guardo la pistola en la cartuchera y sonrío―. Rata, te ha tocado la
lotería. Aquí mi amigo va a hacer que cantes como un pajarito.
La escoria humana que sigue sangrando profusamente por la nariz, alza
la vista y sus ojos se abren con auténtico terror cuando ve a Oscar mover el
cuello de un lado a otro. Sé lo que viene a continuación, y él también.
―¡No, Monstruo, no! ―Me mira a mí, suplicante―. Te diré lo que
quieras, pero no dejes que se acerque a mí. Lagos, por favor.
Debería detenerlo. Es posible que lo mate antes de que pueda decirnos
nada, sin embargo, no soy capaz de sacar de mi mente la imagen de esa
chica, inconsciente, sucia y delgada. «Podría ser Ness». Me encojo de
hombros y dejo que una sonrisa engreída se extienda en mis labios.
―Veremos si aún puedes hablar cuando él acabe contigo.
Capítulo 25
Ness
Ness
Ness
Lagos
Cuando me detengo frente a la puerta del despacho de Zarco, me obligo a
serenarme. Mi corazón no deja de latir a toda velocidad y me tiemblan las
manos. Es por ella, la noto en todas partes. Su aroma está impregnado en mi
piel, puedo notar su sabor en mi lengua y el recuerdo de sus gemidos se
hacen eco en mi mente. Por primera vez en toda mi vida he estado a punto
de mandar a Zarco al diablo y quedarme con ella en esa habitación. Solo
tenía que haberlo pedido una vez más y lo habría hecho. No sé qué me pasa,
pero si algo tengo claro es que estoy cansado de fingir que no es nada.
Quiero llegar al fondo de esto, al fondo de ella, esta vez no en sentido
literal, aunque también. Lo que de verdad necesito es conocerla, saber cómo
piensa y qué es lo que hace aquí. Prometí no presionarla, sin embargo, estoy
dispuesto a averiguarlo por mi cuenta.
Toco la puerta con los nudillos y no espero a que nadie me dé permiso
antes de abrirla. Entro en el despacho y veo a Zarco sentado tras su mesa.
Luna también está aquí, en el sofá, como es habitual.
―¡¿Dónde mierda estabas?! ―brama mi amigo―. ¡Llegas jodidamente
tarde y no has contestado al teléfono!
―¿Hace falta preguntar? ―intercede Luna―. Míralo. ―Hace un gesto
con su mano en mi dirección mientras sonríe como la arpía que es―. Su
ropa, su pelo… Estaba follando.
Le lanzo una mirada poco amistosa, aunque no le afecta en absoluto.
―¿Eso es cierto? ―inquiere Zarco. Miro alrededor. No hay ni rastro de
Bailey. Supongo que ese es el motivo por el que mi amigo está tan furioso.
Cuando discute con Bailey se vuelve insoportable―. ¡Contesta, maldita
sea! ¿En serio estabas echando un polvo mientras yo te esperaba aquí como
un jodido imbécil?
Inspiro hondo por la nariz y me encojo de hombros.
―Zarco, no creo que lo que yo haga con mi esposa sea asunto tuyo
―respondo sin pensar demasiado.
No voy a dejar que me trate como su perro. Es mi amigo, mi jefe, mi
hermano, pero no mi dueño, y ya va siendo hora de que se lo deje claro.
Capítulo 28
Lagos
Lagos
Hoy es el gran día. Con un poco de suerte e ingenio, lograremos atrapar
al hijo de puta de Sandoval. Zarco y yo salimos de su ala privada y nos
dirigimos al garaje, donde Oscar y más de una treintena de hombres ya nos
esperan. Aunque nuestro jefe y líder no acostumbra a trabajar sobre el
terreno, en esta ocasión ha decidido acompañarnos. Él desea más que nadie
acabar de una vez por todas con los cabos sueltos del cártel de Sonora.
―¿Cómo está Beni? ―pregunto cuando ya nos hemos acomodado en la
parte trasera del todoterreno blindado.
Mi amigo resopla con fuerza y se encoge de hombros.
―Mal. Creí que con la prótesis sería más fácil, pero solo puede usarla un
par de horas al día hasta que se vaya acostumbrando. Lo máximo que ha
logrado hasta ahora es mover un dedo. No era lo que esperábamos.
―Aún es pronto. Solo hace una semana que la tiene.
―Sí, lo sé. Bailey no deja de repetirlo. Además, la amputación es muy
reciente. Puede pasar al menos un año hasta que consiga hacer funcionar la
prótesis, y más aún para que se adapte a ella.
Asiento y aparto la vista hacia la ventanilla. Una parte de mí se siente
culpable por lo mal que lo está pasando Beni. Era un chico alegre y
extrovertido, siempre intentando seguir los pasos de Zarco, demostrar su
valentía y coraje, y ahora… Bueno, ese chico ya no existe. La granada que
mi propio padre hizo explotar le arrebató las ganas de vivir.
―Estamos llegando ―informa Sancho desde el asiento del conductor.
Zarco y yo nos miramos y asentimos mientras empuñamos nuestras
pistolas. Los demás van armados con rifles de asalto y ametralladoras de
corto alcance. Nosotros no las necesitamos. Cuando entremos en esa casa,
el camino ya estará despejado. Solo iremos a darle el tiro de gracia a
Sandoval, y si Samu, su hijo y hermano de Luna, también está allí, correrá
su misma suerte.
Capítulo 32
Lagos
Los vehículos se detienen de forma brusca frente a una casa de dos plantas
algo apartada de la carretera principal. Antes de que tengamos tiempo de
salir, empiezan los disparos. Inspiro hondo y abro la puerta. Nuestros
hombres han acabado con la vida de todos los guardias que custodiaban la
casa y ya se están adentrando en su interior. Zarco, Oscar y yo los seguimos
a poca distancia. Pronto, un par de nuestros chicos son abatidos, pero no
nos detenemos. Es lógico que intenten defenderse.
―¡Lo tenemos! ―escucho cuando el sonido de las detonaciones cesa.
Acabamos de acceder a la segunda planta, esquivando cadáveres y
sorteando armas que hay esparcidas por el suelo. Avanzamos por un pasillo
largo, y entonces Oscar y yo nos adelantamos. Alzo la pistola por
precaución, en caso de que alguien intente atacar a Zarco. Aparte de mi
mejor amigo, también es el líder del Clan Z, y cualquiera de nosotros lo
protegería con su vida sin dudarlo ni un segundo. Cruzo el umbral de lo que
parece ser un dormitorio y lo veo a él. Está arrodillado en el suelo,
semidesnudo, con las manos atadas a la espalda y una brecha en la frente de
la que sale un hilo de sangre que cae sobre su mejilla izquierda. Bajo la
pistola y me hago a un lado para que Zarco pueda entrar en la habitación.
―Hola, grandísimo hijo de perra ―sisea entre dientes.
Sandoval alza la cabeza y esboza una sonrisa que cruza su rostro de oreja
a oreja.
―Gabriel, te veo bien, muchacho. ―Fija su atención en mí―. Y tú,
Arturo, ¿aún sigues siendo su perro de caza? ―Después desvía la mirada
hacia Oscar―. ¿Sigues vivo? A estas alturas creí que ya habrías seguido el
mismo camino que tu madre. ―Doy un paso lateral para colocarme frente a
Oscar. No quiero que pierda el control de nuevo. Sin embargo, él se
mantiene impasible y centrado. Sandoval escupe un poco de la sangre que
le llega a los labios desde la herida de la frente y chasquea la lengua con
diversión―. Ha sido el Rata, ¿verdad? Esa escoria me ha delatado.
Zarco se agacha frente a él, sonriendo.
―Esas son las consecuencias de relacionarte con gente sin honor ni
lealtad, tarde o temprano se vuelven en tu contra. ¿Dónde está Samuel?
―¿De verdad crees que voy a entregarte a mi hijo? ―Niega con la
cabeza justo antes de recibir un puñetazo por parte de Zarco. Cae hacia
atrás y soy yo quien se acerca para levantarlo de nuevo―. Ahora nos
ponemos agresivos. Qué bien. ―El muy hijo de puta, a pesar de tener un
pómulo hundido, sigue sonriendo―. Por cierto, ¿cómo está mi pequeña
Luna? Decidle de mi parte que papi la echa de menos.
Zarco alza su pistola y lo apunta a la cabeza. Su mirada es de auténtica
furia. Sé que se está conteniendo para no matarlo a golpes, y también por
qué lo hace. Quiere ser más que un salvaje sin escrúpulos por ella, para ella,
para Bailey.
―Saluda tú a mi padre de mi parte ―sisea con rabia.
―¡Espera! ―Sandoval pierde la sonrisa de inmediato―. No quieres
matarme, muchacho.
―Yo creo que sí ―digo sin poder contenerme.
―Dispara de una maldita vez ―masculla Oscar desde cerca de la puerta.
―Si lo hace, las más de setenta mujeres que Urriaga dejó escondidas no
volverán a ver la luz del sol.
―¿De qué demonios hablas? ―Zarco lo agarra del pelo canoso y alza su
rostro con violencia.
Sandoval recupera la sonrisa y niega con la cabeza.
―Están encerradas y nadie irá a por a ellas a no ser que yo lo ordene, y si
muero… Bueno, es una pena, ya que muchas de ellas ni siquiera son
mayores de edad.
―Está mintiendo ―dice Oscar.
Zarco me mira a mí y niego con la cabeza de manera casi imperceptible.
No sé si dice o no la verdad.
―¿Qué te hace pensar que eso me importa? No tengo complejo de
superhéroe. Millones de personas mueren cada día, setenta más o menos…
―Ella está allí ―dice Sandoval, interrumpiéndolo.
―¿Quién es ella? ―pregunto.
El muy hijo de puta se toma su tiempo para apartar la mano de Zarco y
acomodarse el cabello cubierto de sangre antes de contestar.
―¿No os falta un miembro en vuestro círculo de amiguitos de la
infancia? El traidor de Alexandro está en Sonora con su fiel protector
Raimundo. Vosotros hace mucho que os independizasteis con Luna y el
pequeño Benito. ¿Quién podría ser la persona que tengo en mi poder?
Zarco y yo volvemos a mirarnos y sé que ambos estamos pensando lo
mismo. «Angy».
―Como eso sea verdad, juro que te arrancaré las pelotas y haré que te las
tragues ―brama Zarco, levantándolo con un tirón contundente.
―Puede que nunca lo sepas.
Esta vez es mi amigo el que sonríe.
―Créeme, cuando él acabe contigo lo sabré. ―Señala a Oscar, y este
alza su mano y lo saluda, haciendo bailar sus dedos con lentitud mientras
mueve el cuello de un lado a otro―. Metedlo en el coche. Nos lo llevamos
a casa ―ordena.
Enseguida, un par de hombres se encargan de sacarlo del dormitorio y me
acerco a Zarco. Oscar también se une a nosotros.
―¿Crees que dice la verdad? ―inquiere Oscar.
―No lo sé, pero tampoco puedo arriesgarme ―sisea Zarco, y veo como
saca su teléfono.
―Cuando estuve en la finca, le pregunté a Alex por ella y no quiso
decirme nada ―informo.
―Pues ahora va a tener que hablar o iré a por él yo mismo ―replica, y se
lleva el teléfono a la oreja. Tras unos segundos de espera, parece que
alguien atiende la llamada. Supongo que es Alex porque Zarco hace una
mueca de disgusto―. Me importa una mierda lo que estés haciendo.
Necesito hablar contigo. Quiero saber dónde demonios está Angy. ―Se
queda callado unos instantes y su mandíbula se tensa―. Alex, no tientes tu
suerte. Tengo a Sandoval aquí y asegura que Angy está encerrada en algún
lugar junto a más de setenta mujeres. ¿Tienes algo que decir al respecto?
―Frunce el ceño y aparta el teléfono para mirar la pantalla―. El hijo de
puta me ha colgado ―murmura sorprendido.
―Prueba a llamarlo de nuevo ―sugiere Oscar justo cuando el teléfono
empieza a sonar en su mano.
Se lo lleva de nuevo al oído tras contestar de manera fugaz.
―¿A ti qué mierda te pasa, imbécil? ―Se queda callado, mira de nuevo
la pantalla y cierra los ojos antes de pinzarse el puente de la nariz con dos
dedos―. Zakharov, creí que era otra persona. Eh… Sí, está bien. ―Otro
silencio y niega con la cabeza―. No hay problema. Os esperamos.
Sin despedirse, cuelga la llamada y maldice en voz baja.
―¿Qué ocurre? ―inquiero.
―Tu familia política está de camino.
―¿A dónde? ―Frunzo el ceño, confuso.
―¿A dónde va a ser? ¡Aquí, joder! Están aterrizando. Tenemos que
volver a casa ya mismo.
―¿Qué quiere el ruso? ―pregunta Oscar.
―Hablar de negocios. No ha dado más explicaciones. ¡Maldita sea! ¿Es
que todo tiene que pasar al mismo tiempo? Vámonos. Seguiré intentando
contactar con el idiota de mi hermano de camino a casa.
Capítulo 33
Ness
Ness
La partida ha cambiado y ahora mismo no sé si voy ganando o perdiendo.
Lagos se ha comportado de manera muy extraña frente a los demás. Ya
estoy acostumbrada a sus ataques de testosterona en privado. Cuando
estamos a solas se convierte en un hombre distinto, demandante, posesivo y
apasionado, muy distinto al tipo con pinta de bibliotecario y rey de la
templanza que aparenta ser en público. No lo entiendo porque, a pesar de su
beso inesperado y esa manera de marcar territorio, podría jurar que estaba
cabreado.
En cuanto se marcha con Zarco, Mijaíl y Gavrel, Oscar y Luna toman
asiento en uno de los sofás de la sala de estar y actúan como si no
estuviesen vigilándome. Lo hacen fatal. Puedo notar como me miran de
reojo, aunque aparentan estar hablando entre ellos. Milena se pone frente a
mí y busca mi mirada. Es extraño que no haya acompañado a su marido a
esa reunión que parece tan importante. Mi hermano es un Rey Korol, cuenta
con la protección y el apoyo del mismísimo Pakhan de la Bratva y, sin
embargo, es incapaz de tomar una decisión importante sin contar con la
opinión de su mujer.
―Ness, ¿me acompañas a instalarme? ―pregunta, y, por la forma en la
que arquea su ceja, sé que lo único que pretende es que nos alejemos de los
dos espías que nos vigilan.
―Sí, claro. ―Dirijo la mirada hacia el sofá donde Oscar y Luna siguen
fingiendo hablar entre ellos.
―¿Dónde va a quedarse mi familia? ―inquiero.
Es Oscar quien me mira primero y frunce el ceño.
―Los dos primeros dormitorios del pasillo este ―responde. Asiento y
hago el amago de salir de la sala de estar, pero su voz a mi espalda me
detiene―. Y Ness… ―Me giro a medias―. Nosotros somos tu familia.
Sin saber qué contestar ante esa declaración, hago un gesto con mi
cabeza para que Milena me siga y retomo mi camino. No tardo en encontrar
los dormitorios que me ha indicado Oscar. Ambas pasamos al interior de
uno de ellos y escucho como la puerta se cierra.
―¿Tienes hambre? El vuelo es largo, y si no habéis cenado aún…
―Déjate de tonterías, Ness ―me corta mi cuñada―. No hemos venido
hasta aquí para cenar. ¿Qué está pasando?
―¿A qué te refieres? ―inquiero, arqueando una ceja.
―Gavrel nos ha contado lo del favor que le pediste. ¿Qué es lo que estás
buscando y por qué aquí, entre los miembros del Clan Z?
―Maldito bocazas ―mascullo entre dientes.
―No lo culpes. Está preocupado, al igual que Mijaíl, y yo también. Sé
que esta locura de casarte con… con…
―Lagos ―le recuerdo.
―Lo que sea. Está relacionado con la Zmeya, ¿verdad? ―Bufa y pone
los brazos en jarra. Lleva puesto un vestido negro brillante de tirantes con
una abertura lateral y, al moverse, puedo ver la cartuchera que está
enganchada a su muslo. Milena siempre va armada y se las arregla para
lucir arrebatadoramente bella―. Ness, ¿me estás escuchando?
―¿Cómo está Arya? La echo de menos.
―Bien, en casa con Niko. Ahora deja de desviar el tema. ¿Qué está
pasando?
Suspiro y asiento. Sé que esta vez no voy a lograr librarme de su
interrogatorio. Han venido hasta aquí por mí. Se preocupan por mí. Lo
menos que puedo hacer es contarles mi plan, aunque con ello solo logre
empeorar la situación.
―Está bien. Siéntate y escucha atentamente. Voy a contártelo todo, pero
tienes que prometerme que ni tú ni Mijaíl intervendréis. Esto es algo que
necesito hacer por mí misma.
―¿De qué hablas?
Tomo una respiración profunda y exhalo con lentitud. Allá vamos. El día
que tanto he temido acaba de llegar, y no sé si estoy preparada para hacer
partícipe a nadie más de esta parte de mi vida, aunque tampoco tengo otra
opción. Milena me servirá como ensayo porque hoy mismo pienso decirle a
Lagos toda la verdad.
Capítulo 35
Lagos
Nada de esto tiene sentido. Hace más de una hora que nos encerramos en el
despacho y Zakharov no deja de parlotear sobre cosas sin sentido. El
negocio de los diamantes, nuestra red de distribución… Casi parece como si
estuviese haciéndonos un examen o, peor aún, entreteniéndonos. Deslizo
mis gafas por el puente de la nariz y contengo un resoplido cuando vuelve a
sacar el tema de los diamantes.
―Zakharov, creo que ya le has dado demasiadas vueltas ―gruñe Zarco.
Él también está harto de esto y no tiene tanta paciencia como yo―. ¿Vas a
ir al grano de una jodida vez?
Coloco mi mano sobre el hombro de mi amigo y le doy un leve apretón
de manera disimulada. No es bueno que pierda los papeles ahora.
Conociéndolo, esto puede terminar muy mal.
―¿Tan extraño te parece que quiera asegurarme del buen funcionamiento
de mi negocio? ―inquiere, arqueando una ceja―. Me estoy jugando mucho
aquí y debo comprobar que todo se hace de la forma adecuada.
―Te recuerdo que nosotros también nos la estamos jugando. ―Zarco
bufa con fuerza y se frota la barba en un gesto de frustración contenida―.
A ver si lo he entendido, vienes a mi casa sin avisar y pretendes pedirme
explicaciones sobre el trabajo que mis hombres y yo llevamos a cabo.
¿Quién te crees que eres? ―El ruso va a decir algo, pero mi amigo no se lo
permite―. No te confundas, Zakharov. Agradezco tu ayuda. Me echaste
una mano cuando lo necesité y siempre estaré en deuda contigo por eso,
pero no eres mi jefe y, por supuesto, no vas a recibir un trato superior.
Somos socios con todas las consecuencias. Si quieres que sigamos en esa
línea, adelante. En caso contrario, puedes volver a España, Rusia o donde te
salga de las pelotas, pero lejos de mi territorio.
Zakharov se inclina hacia delante y veo el brillo de una pequeña navaja
curva en su mano izquierda. Me tenso y echo el brazo hacia atrás para
sujetar la empuñadura de la pistola que llevo en la parte baja de la espalda.
―Tienes agallas para hablarme en ese tono, Zarco, y solo por eso voy a
perdonarte la vida ―masculla sin inmutarse. Estira una mano y empieza a
limpiarse las uñas con la punta de la navaja.
Mi amigo se pone en pie con lentitud y sin dejar de mirarlo. Me temo lo
peor. Zarco no lleva nada bien que lo amenacen, y menos aún en su propia
casa. Una vez más, aprieto su hombro, pero él se sacude mi mano con un
gesto furioso.
―Fuera de mi casa ―sisea entre dientes.
―Zarco… ―empiezo a decir, pero soy interrumpido por el albanés.
―Tranquilicémonos todos. Aquí no solo está en juego un negocio. Ness
está casada con tu hombre, Zarco, y debemos hacer lo más conveniente por
nuestra chica.
¿Nuestra? ¡¿El muy hijo de puta ha dicho «nuestra»?!
―Mía ―gruño, atrayendo todas las miradas. Me muevo rápido, me quito
las gafas y las lanzo sobre mi hombro, rodeo la mesa y en solo un pestañeo
tengo al puto Karaj sujeto por el cuello―. Es mi chica. Mi. Maldita. Mujer.
¿Lo has entendido o tengo que grabártelo en la puta frente con el cortaúñas
de tu amigo?
―¡Lagos! ―grita Zarco, pero por primera vez en mi vida no voy a
obedecerlo.
―¡Zarco, aparta a tu hombre de mi socio! ―ordena Zakharov.
El albanés reacciona empujándome, y antes de ser consciente de lo que
estoy haciendo ya le he dado un puñetazo. El muy hijo de perra me lo
devuelve, así que regreso a la carga. Logramos lanzarnos unos cuantos
golpes más, arrasamos con gran parte de las cosas que hay sobre el
escritorio, y creo que también rompemos una estantería antes de que Zarco
y Zakharov nos separen.
―¡Estate quieto, maldita sea! ―brama mi amigo mientras me sujeta por
detrás.
Sigo mirando la cara ahora ensangrentada del imbécil, con la respiración
alterada y la rabia bullendo en mi interior. Quiero matarlo solo por haber
puesto sus ojos sobre ella.
―¡Karaj, suficiente! ―Zakharov también lo agarra.
―Está bien, déjame. ―El ruso lo suelta y sonríe, tocándose el labio
partido―. Si le haces daño…
Echo la mano de nuevo hacia atrás y agarro el arma en cuanto noto que
Zarco afloja su agarre.
―Veamos si puedes terminar esa frase ―farfullo mientras lo apunto a la
cabeza.
―Hijo de puta, baja la pistola. ―Karaj y Zakharov no se mueven, pero
tampoco retroceden ni parecen asustados―. ¡Lagos, maldita sea! ―Zarco
me rodea y se pone en la trayectoria de la bala que estaba a punto de
disparar―. Relájate, hermano.
Inspiro hondo por la nariz y noto como un hilo de sangre recorre mi
mejilla. No puedo matarlo. Si lo hago, estaré empezando una guerra con la
familia de Ness, y ella… Joder, no quiero ponerla en esa situación. Dejo
que mi brazo caiga y Zarco respira aliviado.
―Ahora que ya nos hemos tranquilizado todos, ¿qué te parece si
descansamos un rato y retomamos esta reunión por la mañana? ―Mi amigo
no parece demasiado convencido, pero asiente.
―Largaos de una vez ―sisea, y señala a Karaj―. Haz el favor de
mantenerlo alejado de mi chico, por su propio bien.
Zakharov saca al albanés del despacho casi a rastras, y en cuanto la
puerta se cierra, Zarco golpea la madera maciza con el puño cerrado.
―No voy a disculparme por defender lo que es mío ―siseo con los
dientes apretados.
―¿Tuyo? ¿Todo esto es por la rusa? ¡¿De verdad has estado a punto de
mandarnos a la guerra por un jodido coño?!
La mirada que le lanzo es de auténtica furia.
―Es mi mujer. Te recomiendo que empieces a tratarla con respeto
―replico.
Retrocede y cabecea confuso.
―Mierda, hermano. ¿Qué te está pasando? Tú no eres así.
―¡Tú tampoco lo eras hasta que Bailey apareció en tu vida! ―bramo―.
¡¿Cómo reaccionarías si un jodido idiota la devorara con la mirada frente a
tus putas narices?! ¡Peor aún! ¡¿Lo has escuchado?! ¡¿Nuestra chica?!
―Esta vez soy yo el que descarga toda la rabia golpeando la puerta―. ¡¿A
qué mierda ha venido eso?! ¡Es mi mujer, joder! ¡Me pertenece a mí, a
nadie más!
―Vale, creo que lo voy entendiendo ―murmura en tono conciliador. Se
acerca y hago un verdadero esfuerzo para no empujarlo cuando me sujeta
por la nuca y pega su frente a la mía―. Estoy contigo, hermano. Es tu
mujer y nadie va a quitártela. ―Asiento, tragando saliva con fuerza y con el
pecho subiendo y bajando de manera violenta―. Ahora ve a descansar.
Relájate y mañana resolveremos toda esta mierda.
Doy media vuelta y abro la puerta de un tirón. Antes de salir, me detengo.
―Zarco, estoy dispuesto a matar a ese hijo de puta si se atreve a
provocarme de nuevo ―digo sin girarme.
―Lo sé, y yo estaré a tu lado, como siempre. Al fin y al cabo, ya hemos
ganado una guerra, podremos con otra.
Capítulo 36
Ness
Mi corazón se detiene. ¿Suya? ¿Cree que soy suya? Frunzo el ceño y niego
con la cabeza.
―No te equivoques, Lagos. Hace mucho tiempo que dejé de ser una
propiedad. Ahora suéltame, por favor.
Se queda muy quieto durante unos segundos y después retrocede. Lo
escucho respirar con dificultad, vuelve a hundir los dedos en su pelo y niega
con la cabeza.
―No voy a permitir que te vayas con él, Ness. No puedo hacerlo.
―Yo no he dicho que quiera marcharme. Aún no he terminado aquí
―replico.
Su mirada regresa a mí. Parece confuso, aunque sigue cabreado.
―¿Y qué es lo que quieres? Habla claro. ¿Qué buscabas en el despacho
de Zarco? ¿Por qué ha venido tu hermano con ese imbécil? ¡¿Qué mierda
está pasando?!
―Sinceramente, pensaba decírtelo.
―¡Entonces hazlo, joder!
Niego con la cabeza.
―No creo que estés en condiciones de mantener esta conversación.
Además, el hombre que tengo delante de mí ahora mismo no es el mismo
que se ha ganado mi confianza. Intenta calmarte.
Gruñe de nuevo, llevándose las manos a la cabeza.
―¡Esto es una mierda! ―Me sobresalto al escuchar el estruendo que
produce la madera de la cómoda al rajarse cuando él la golpea con una
patada.
―Lagos, para ―pido una vez más.
―¡No! ¡Estoy harto de no hacer nada! ―Se acerca de nuevo y me atrae
hacia él, rodeando mi cintura con los brazos―. ¡Se lo has contado a él,
¿verdad?! ¡Ese hijo de puta lo sabe!
Lo empujo con fuerza y esta vez no se resiste.
―¡¿Se puede saber qué demonios tienes en contra de Gavrel?!
―¡Cree que eres suya! Ha tenido las pelotas de venir hasta aquí y
reclamarte en mis propias narices.
―Aunque fuese así, ¡¿qué importa?! No hay nada entre nosotros.
―Señalo el espacio vacío entre su cuerpo y el mío―. Nuestro matrimonio
no es más que una jodida transacción comercial.
―¿Eso es lo que piensas? ¿Eso es lo que sientes? ―inquiere, abriendo
mucho los ojos.
―¿Por qué pareces sorprendido? ―Sonrío incrédula, negando con la
cabeza―. ¿Quieres hacerme creer que tú no piensas lo mismo?
―¿Y qué si no lo hago? ―farfulla con la mandíbula tensa.
―¡Vamos, Lagos! Es tu ego el que está herido. No puedes evitar sacar a
ese neandertal que llevas dentro al ver que alguien mea cerca de lo que
crees que te pertenece.
―No lo creo. Tú. Eres. Mía ―dice, haciendo énfasis en cada palabra.
―¿Y dónde queda Bailey en todo esto?
―¿Bailey?
―Sí, ya sabes, la mujer de tu jefe y mejor amigo. La misma por la que
babeas cada vez que pasa frente a ti. No puedes evitar mirarla con ojitos
tiernos cuando la tienes delante. Suspiras por ella. ¡Maldita sea, la quieres!
―No. Yo no… ―Traga saliva con fuerza y niega con la cabeza―. No lo
sé, ¿vale? Bailey es la mujer de Zarco, y tú…
―No voy a ser la sustituta de nadie ―siseo con rabia. Doy un paso
adelante y me enfrento a su mirada―. No he pasado por un infierno para
convertirme en el premio de consolación de alguien que ni siquiera es
consecuente con sus propios deseos y sentimientos.
―Ness…
―Da igual ―murmuro, y retrocedo negando con la cabeza. Tomo una
respiración profunda y aparto la mirada―. Creo que ambos necesitamos un
momento para tranquilizarnos. Date una ducha, cúrate esa herida en la ceja
y después hablamos.
―¿Tú qué vas a hacer?
―Saldré al jardín a dar un paseo ―respondo de inmediato.
Siento sus dedos en mi barbilla y me obliga a mirarlo.
―¿Vas a buscarlo a él?
―No, Lagos. Esa parte de mi vida lleva cerrada mucho tiempo. Gavrel es
solo un buen amigo. Puedes creerme o no, es tu decisión.
Exhala con fuerza y asiente con la cabeza.
―No tardaré. Tenemos que seguir hablando, y esta vez, te pido por favor
que seas sincera conmigo. Te apoyaré en todo lo que pueda, pero necesito
saberlo. ―Asiento y me alejo en dirección a la salida.
No miro atrás, y tampoco digo nada mientras abandono la habitación. A
pesar de este arranque de locura, sé que Lagos sigue siendo el mismo.
Confío en él y mis planes no han cambiado. Voy a contarle toda la verdad.
Lagos
Paso más de media hora bajo el agua caliente y, aun así, no soy capaz de
calmarme del todo. Cada vez que pienso en ese hijo de puta de Karaj, la
rabia me hace apretar los dientes con fuerza. Después está lo que dijo Ness
antes de marcharse… Es cierto. No es justo que la trate como un premio de
consolación. Quiero a Bailey, estoy enamorado de ella desde el día en que
la conocí, aunque sé que jamás podré tenerla. Lo de Ness es… Bufo con
fuerza. No tengo ni idea de lo que es. Mis sentimientos no han cambiado.
«No lo han hecho, ¿verdad?».
Salgo del baño y, tras vestirme, me dirijo a la habitación de Ness. Nada
más entrar, su aroma me golpea el rostro como un jodido puñetazo. Aún no
ha vuelto. Camino hasta el borde de la cama y cojo su peluche entre mis
manos. Bruno. No puede ser más feo, pero ella lo adora. Hace un par de
semanas le propuse comprarle otro si me dejaba tirarlo, y se negó en
rotundo. Sonrío al recordar su gesto de indignación solo por haberlo
mencionado.
Escucho unos pasos acercarse y me giro sobre mí mismo. En solo unos
segundos veo aparecer la cabeza de Oscar en la entrada. Frunzo el ceño.
¿Qué demonios hace aquí?
―Llamé a la puerta, pero nadie me abrió ―dice―. ¿Dónde está Ness?
―En el jardín ―respondo exhalando.
―¿Qué hace de noche en el jardín? ―Entra en el dormitorio y se me
queda mirando con el ceño fruncido.
―No lo sé. Supongo que necesitaba un poco de espacio y estar sola.
―Hago una mueca de disgusto y me pinzo el puente de la nariz.
«Necesitaba alejarse de ti porque te comportaste como un idiota». Cierto.
Al mirar de nuevo a Oscar, compruebo que me está tendiendo mis gafas.
Las cojo y, tras ponérmelas, asiento a modo de agradecimiento.
―¿Alguien va a decirme qué fue lo que pasó en el despacho? Y ya que
estás, ¿qué mierda te has hecho en la cara?
―El puto albanés ―siseo entre dientes.
Mi amigo se cruza de brazos y arquea una ceja, interrogante.
―¿Quieres que lo mate?
Contengo una carcajada. Esperaba esa respuesta. Puede que Oscar no sea
mentalmente estable, pero nadie puede atreverse a decir que no se preocupa
por los suyos. Sé que moriría por cualquiera de nosotros.
―Yo me ocupo, pero gracias por el ofrecimiento.
Lo observo mientras se sienta en el borde del colchón y me quita el oso
de peluche de las manos. Lo mira y hace una mueca de asco.
―Qué cosa tan fea ―murmura.
Suspiro y tomo asiento a su lado.
―Lo sé, pero a Ness le encanta. Siempre duerme con él.
―Creí que lo hacía contigo. ―Esboza media sonrisa mientras me mira
de reojo―. ¿Qué está pasando con esa chica? Y puedes guardarte la mierda
de «estamos intentando que nuestro matrimonio funcione». Sé que solo
accediste a casarte con ella para alejarte de Bailey.
Aprieto los labios con fuerza y respiro hondo.
―¿Alguien más lo sabe? ―inquiero sin mirarlo.
―Todos, a excepción de Zarco y la propia Bailey, o al menos eso espero.
―No puedo evitarlo ―mascullo―. Lo he intentado, de verdad. ―Siento
su mano en mi hombro y cierro los ojos con fuerza―. Creí que al casarme
con Ness pondría una especie de barrera entre Bailey y yo.
―¿Hay una barrera más grande que el hecho de que ella sea la mujer de
tu mejor amigo?
―No lo sé ―contesto, encogiéndome de hombros.
―¿Y Ness? Porque esa posesividad con la que la besaste hoy delante de
todos… Tú no eres así, hermano.
―¿No lo soy? Ya no estoy tan seguro de ello. Llevo conteniéndome
mucho tiempo, desde que… ―Suspiro―. Ya sabes lo que pasó en el sótano
de la finca. Juré que no me convertiría en uno de esos hijos de puta que
usan a las mujeres como pedazos de carne, sin embargo, durante las últimas
semanas, con Ness es precisamente lo que he estado haciendo.
―¿Seguro? A mí no me parece solo algo físico. ¿Has pensado que tal
vez esa obsesión con Bailey solo sea un espejismo? Te gusta su forma de
ser, a mí también. Nos criamos rodeados por mujeres dóciles y sumisas a
las que despojaron por las malas de cualquier pizca de carácter. Cuando ella
apareció fue como una jodida revelación. Creo que yo también me colgué
un poco por Bailey. ―Lo miro de reojo y sonrío al ver que se rasca la nuca
con gesto avergonzado.
Lo agarro por la nuca y busco su mirada.
―Sé paciente, hermano. Tarde o temprano se dará cuenta ―digo, y sé de
inmediato que ha entendido a qué me refiero.
Chasquea la lengua y aparta la mirada.
―Mis mierdas no importan ahora. ―Se pone en pie y da una palmada
sonora―. ¿Vas a hacer algo con Ness? Me cae bien, y creo que tú estás loco
por ella, pero aún no lo sabes.
―No quiero lastimarla ―susurro.
―Pues no lo hagas. ―Vuelve a rascarse la nuca con gesto confuso―. No
sé, liga con ella o algo así.
―¿Ligar con ella? ―pregunto, arqueando una ceja.
―Sí, es tu esposa. Guíñale un beso y lánzale un ojo. ―Suelto una
carcajada y niego con la cabeza.
―Eres imbécil y no tienes ni una pizca de gracia.
―¿Cómo crees que consigo sacar información a nuestros enemigos? Los
torturo con chistes malos hasta que cantan. Por cierto, ¿empiezo con
Sandoval? Zarco me dijo que esperara, pero después se encerró en su ala
privada y no he vuelto a saber nada de él.
Bufo y me encojo de hombros.
―Espera hasta mañana. Las cosas con el ruso están tensas y prefiero que
estés atento.
―Bien. Estaré en la sala común con los chicos. Si necesitas algo, solo
dilo.
―Gracias, Oscar ―susurro mientras abandona la habitación.
Vuelvo a mirar a Bruno y resoplo con fuerza. Estoy demasiado confuso.
Ya no sé lo que pienso ni lo que siento. Solo espero poder averiguarlo antes
de que Ness regrese. No voy a dejar que vuelva a evitar mis preguntas. Esta
misma noche tendrá que contarme todo lo que lleva ocultando desde que
nos casamos, y también le debo una disculpa. La forma en la que la traté
hace un rato es inaceptable. Me dejé llevar por la ira y… ¿Celos, tal vez?
Solo espero que pueda perdonarme.
Capítulo 38
Ness
Doy varias vueltas por la zona menos iluminada del jardín. La noche es
clara, aunque bastante fría también. Empiezo a notar como mis brazos
desnudos se resienten, así que regreso al interior de la casa. Varios guardias
de los que no recuerdo el nombre me saludan al pasar. Esta no es una noche
como cualquier otra. La tensión y el nerviosismo se palpa en el ambiente.
Todas las luces de la planta baja están encendidas y se escuchan voces que
seguramente provengan de la sala común donde se reúnen los hombres del
Clan Z, los soldados y matones, todos aquellos que no pertenecen al círculo
íntimo de Zarco.
No suelo deambular por la casa, y mucho menos de noche. Sé que Zarco
tiene un despacho que apenas utiliza, supongo que es el que usó hoy para
reunirse con mi hermano y Gavrel. Las reuniones importantes de verdad,
con su gente de confianza, siempre transcurren en la pequeña oficina de su
ala privada, la misma en la que yo he entrado en un par de ocasiones a
escondidas. Biblioteca, dormitorios privados, varios baños y una enorme
cocina donde gente del servicio se encarga de preparar comida para todos
los que habitan en esta mansión, pero ningún sótano, al menos no que yo
haya visto. Supongo que el acceso estará en algún lugar cercano, pero
¿dónde? Sandoval está allí, encerrado en una celda, eso fue lo que entendí
de la conversación que escuché a escondidas entre Oscar y Luna.
Al llegar a la cocina, descubro que está desierta. Las luces están apagadas
y no se escucha ningún otro sonido más que el zumbido bajo que emite el
enorme refrigerador de tres puertas. Estoy a punto de regresar sobre mis
pasos cuando lo oigo, unas pisadas y después el sonido de una puerta al
abrirse. Corro a esconderme tras la enorme península recubierta de granito
oscuro que preside la estancia y contengo la respiración. Hay un breve
destello de luz, alguien entra en la cocina y después se aleja.
―¿Qué estás haciendo? ―reconozco la voz de Oscar.
Por un instante pienso que puedo haber sido descubierta, pero entonces
alguien más le contesta.
―Acabo de hacer la ronda por el sótano. ―Es Pablo, estoy segura.
―¿Todo en orden?
―Sí, ese hijo de puta sigue encerrado en su celda. Me ha ofrecido dos
millones de dólares a cambio de que lo libere.
Se escucha una risa baja y después una palmada.
―Su sentencia de muerte ya ha sido firmada ―replica Oscar―. En
cuanto amanezca y los rusos se marchen, disfrutaré enviándolo al mismo
infierno en el que Urriaga se encuentra.
Cruzan un par de palabras más y los escucho alejarse a ambos. Solo
cuando estoy segura de que no pueden descubrirme, me atrevo a salir de mi
escondite. «Van a matarlo por la mañana», resuena en mi mente. Debería
regresar al apartamento y contarle a Lagos toda la verdad. Tal vez él me
ayude a sacarle a Sandoval la información que necesito antes de que sea
demasiado tarde, sin embargo, corro el riesgo de que quiera avisar a Zarco
antes y… No confío en él.
Miro a un lado y a otro, intentando averiguar de dónde salió Pablo. Me
muevo por la cocina, y en un lateral encuentro una puerta. La abro en el
más absoluto silencio. Está oscuro. Tanteo la pared interior con la mano y
doy con un interruptor. Tras presionarlo, una luz tenue ilumina la estancia.
Es una especie de cuarto de la colada. Hay varias lavadoras, secadoras,
cestos con ropa, estanterías colgadas repletas de productos de limpieza y, al
fondo, otra puerta más. Me adentro en la habitación y recorro casi de
puntillas los escasos metros hasta llegar a ella, es de madera de color negro
y parece maciza y robusta. Rezo en mi mente para que esté abierta, y al tirar
de la manilla descubro que es así. Más oscuridad y un olor que solo puedo
definir como cargado y húmedo, el típico de una bodega.
Sin pensarlo demasiado, busco en la pared algún interruptor, pero no
encuentro nada. Por lo poco que logro ver, hay una escalera que desciende
hasta un nivel inferior. El sótano. Estoy segura de que he dado con él.
Espero unos segundos, me muerdo el interior de la mejilla, planteándome la
posibilidad de dar la vuelta y hacer las cosas de otra forma, sin embargo, la
ansiedad se apodera de mis actos. Ya he esperado demasiado.
Mantengo una mano pegada a la pared mientras desciendo escalón a
escalón. Casi tropiezo al llegar abajo. Entonces toco lo que parece ser un
interruptor y la luz me ciega por unos instantes.
―¿Tú quién demonios eres? ―escucho su voz, aún con los ojos
cerrados, e inspiro hondo por la nariz.
Mis párpados se separan con lentitud, y entonces lo veo, uno de los
mayores hijos de perra que he conocido nunca. Cuando Pablo mencionó la
palabra «celda», no creí que hablara de forma literal. El sótano está dividido
en dos partes, una de ellas, en la que yo me encuentro, es como una zona de
observación. Hay varias mesas repletas de instrumentos y herramientas,
desde cuchillos y machetes afilados hasta alicates y varios taladros también.
Una verdadera antesala de tortura. Al otro lado están las celdas, con sus
rejas y cadenas ancladas en la pared de ladrillo rojizo. Al menos cuatro,
pegadas unas a las otras en línea. En una de ellas se encuentra Sandoval,
atado con cuerdas gruesas a una silla metálica.
Me acerco despacio, observo su cara hinchada y con pequeños cortes,
seguramente por haber sido golpeado. Sigue teniendo esa mirada de
cabronazo retorcido a pesar de que el paso de los años es evidente en su
rostro algo arrugado y cabello blanquecino.
―¿No me recuerdas? ―mi voz sale más débil de lo que pretendía
mientras me pego a la reja de la puerta y lo miro directa a los ojos―. No
tienes buen aspecto, Sandoval.
Una de sus comisuras se estira y esboza una sonrisa macabra.
―Ryzhaya ―susurra―. Te queda bien el cabello oscuro, aunque te
prefiero al natural.
Escuchar ese apodo que tanto detesto, salir de sus labios, hace que mi
estómago se retuerza. La bilis sube por mi garganta y se me nubla la vista
mientras recuerdos del pasado invaden mi mente. «Siempre estaré aquí,
Ryzhaya». Sacudo la cabeza de un lado a otro para librarme de esos
pensamientos y aprieto los puños con fuerza. El dolor en las palmas de mis
manos me ancla al presente, al menos lo bastante como para poder
mantener el control sobre mí misma.
―¿Dónde está? ―pregunto, y esta vez logro que mi voz suene con más
contundencia.
Sandoval suelta una carcajada tenebrosa y niega con la cabeza.
―Supe que tu hermanito te rescató y acabó con la Zmeya. Es una pena.
Conservo buenos recuerdos de las fiestas. Eran… ―Cierra los ojos con
gesto de satisfacción y sonríe de oreja a oreja―. Sublimes. Toda esa carne
tan tierna e inocente…
―Hijo de puta ―siseo asqueada―. Sois unos malditos enfermos.
―Vamos, Ryzhaya, admite que tú también lo disfrutabas. No te quejaste,
no te resististe ni una sola vez.
La culpa me atenaza. Es cierto. Nunca me resistí. Conocía las
consecuencias de hacerlo. Me instruyeron desde muy joven para ser
obediente y complacer a cualquiera que deseara tenerme. Aun así, si tan
solo me hubiese rebelado una vez, quizás habría sido distinto.
―Solo quiero saber dónde está ―insisto.
―Yo lo sé. Puedo darte su ubicación exacta si a cambio…
―No voy a liberarte ―lo corto.
El muy cabrón vuelve a reír.
―Por supuesto que lo harás. El matrimonio con Lagos, unirte a esta
pandilla de perdedores mediocres… ―Chasquea la lengua y vuelve a
sonreír―. Has llegado muy lejos, Ryzhaya.
―¿Cómo sabes todo eso? ―inquiero.
―El cártel de Sonora tiene ojos y oídos en todas partes. Zarco y sus…
mascotas están bien vigilados. Ahora deja de hacer preguntas estúpidas y
sácame de aquí.
Niego con la cabeza. No puedo hacerlo. Liberar a Sandoval significa
dejar a un hijo de puta en la calle y, peor aún, traicionar a Lagos.
―Dime dónde está y le pediré a Oscar que te mate rápido.
―Entonces la información que buscas morirá conmigo. Piénsalo bien.
―Encontraré a alguien más.
―Urriaga está muerto, Lagos padre también. Solo quedo yo. Es cuestión
de tiempo que yo siga sus pasos, y entonces habrás perdido tu oportunidad.
Es tu decisión. ―«No puedo estar planteándome liberarlo. ¡No! ¡Mierda, no
puedo hacerlo!». Escuchamos como la puerta se cierra y unas pisadas en la
escalera―. Piensa rápido ―susurra Sandoval.
Tomo una respiración profunda y retrocedo hasta que mi espalda está
pegada a la pared. Dirijo la mirada al final de la escalera, estoy justo detrás
de quien sea que esté bajando. Podría esperar a que pasara frente a mí, con
suerte no me vería, y salir del sótano. Le doy vueltas a esa idea hasta que la
veo, es Luna. Camina en dirección a la celda donde está Sandoval con pasos
contundentes.
―Hola, padre ―dice con voz grave.
―Lunita, mi niña. ¿Me has echado de menos?
Solo soy consciente de lo que está a punto de ocurrir cuando la veo alzar
el brazo. Lleva una pistola en la mano.
―Primero tú y después Samuel. Es una promesa, hijo de perra ―escupe
las palabras, y el terror se dibuja en la mirada de Sandoval.
Va a matarlo, estoy segura, y entonces jamás podré encontrar lo que
busco. Sin ser apenas consciente de mi próximo movimiento, agarro un bate
de béisbol metálico que hay sobre una de las mesas de utensilios de tortura
y me acerco a Luna por detrás. Mi intención es noquearla, pero antes de que
pueda llegar a su lado, algo me delata. Se gira rápido, y entonces actúo por
puro instinto. Echo los brazos hacia atrás y la golpeo en el rostro. Su cuerpo
cae al suelo y la pistola se le escapa de las manos. Suelta un alarido de
dolor, y al incorporarse compruebo que está sangrando por la nariz.
―Lo siento ―susurro antes de correr y agacharme para coger el arma.
―¡Hija de puta, me has roto la nariz! ¡¿Qué demonios haces?!
Inspiro hondo y apunto a la cerradura metálica de la celda. Aparto un
poco el rostro y aprieto el gatillo. El sonido de la detonación se amplifica en
un lugar tan cerrado. No estoy segura del tipo de insonorización que tiene el
sótano, espero sea suficiente como para que nadie haya escuchado el
disparo. Entro en la celda y empiezo a soltar los nudos de las cuerdas que
mantiene inmovilizado a Sandoval. Al terminar, me giro y lo apunto a la
cabeza. Luna parece demasiado aturdida por el golpe como para levantarse.
―Bien jugado, Ryzhaya ―dice Sandoval, sonriendo de oreja a oreja.
Pego el cañón de la pistola a su sien y lo miro directamente a los ojos. La
decisión está tomada y no hay vuelta atrás. Al fin y al cabo, esto es por lo
que llevo esperando tantos años. Al fin podré encontrarla.
―Ahora voy a sacarte de aquí y me dirás dónde demonios está mi hija.
Capítulo 39
Lagos
Ness
Fui una ingenua al pensar que podría salir de la fortaleza en la que viven
los miembros de la banda criminal más peligrosa del Estado sin que nadie
se diese cuenta. Bueno, en realidad, creo que no estaba pensando en
absoluto. Vi una oportunidad, la única que he tenido en años para saber el
paradero de mi hija, y actué por puro instinto. Oscar me pilló antes de que
pudiera siquiera abandonar la casa, y enseguida llegaron los demás. Zarco,
Bailey, Luna, aún con la cara y la ropa ensangrentada, y él… Lagos se
mantiene un par de pasos por detrás y me mira con fijeza.
Zarco y Bailey me apuntan con sus armas, estoy segura de que Luna
también lo haría, pero su pistola la tengo yo. La muevo de Oscar a Zarco, y
después otra vez hacia el primero. No quiero hacerles daño, aunque no creo
que ellos piensen lo mismo respecto a mi propia seguridad. Sandoval
permanece detrás de mí y, por más que me gustaría lanzarlo directamente a
los leones, debo protegerlo, al menos hasta que me diga lo que quiero
escuchar. Pretendo meterle un tiro en la cabeza en cuanto lo haga.
―Lo siento ―susurro en dirección a Lagos―. Tengo que llevármelo. Lo
necesito vivo.
―Ness, no vas a salir de esta casa, y mucho menos con él ―afirma
Zarco, dando un paso adelante.
Una sombra se cierne sobre él y, al mirar sobre su hombro, respiro
aliviada al comprobar que se trata de mi hermano.
―Baja la puta pistola o te reviento la cabeza ―dice Milena, pegando el
cañón de su arma a la nuca de Zarco.
Tras unos segundos de estupor generalizado, somos rodeados por varios
hombres, todos ellos armados hasta los dientes. Gavrel también ha venido
con Milena y Mijaíl. Bailey se gira deprisa y apunta a Milena.
―Si te atreves a disparar, ninguno de vosotros durará más de un segundo
―la amenaza.
―Es una pena que tu amorcito no pueda verlo ―replica mi cuñada con
una sonrisa tensa.
Nadie se mueve ni da un paso en falso. Entonces veo como Lagos se
acerca, lleva su arma en la mano. Espero que me apunte, pero no lo hace. Se
coloca entre Oscar y yo y alza la pistola en su dirección.
―Vamos a dejar que se marchen ilesos ―gruñe.
―¡Lagos, ¿qué mierda estás haciendo?! ―exclama Zarco.
―Protejo a mi mujer. No necesito saber sus motivos. Si ella dice que
debe llevarse a Sandoval, la creo.
―Hermano, ¿te has vuelto loco? ―sisea Oscar.
Antes de que pueda contestar, escucho unas voces a mi espalda y, a
continuación, la detonación de un disparo y otro justo después. Espero a
que se desate la locura. No sé quién ha muerto ni de qué bando, pero no
puede ser bueno.
―Buenas noches, hijos de puta. ―Alex pasa a mi lado y, tras echar un
vistazo a lo que está ocurriendo y sonreír como un jodido maníaco, sacude
la cabeza de un lado a otro mientras chasquea la lengua contrariado―.
Habéis montado una fiesta y no he sido invitado. Ahora sí que me siento
ofendido.
―¿Acabas de matar a dos de mis hombres? ―inquiere Zarco con la
mandíbula tensa y sin dejar de apuntarme con la pistola.
Alex se encoge de hombros y vuelve a sonreír.
―Les pedí amablemente que me dejaran entrar y se negaron. ―Me mira
a mí y después a Sandoval, que sigue escondido a mi espalda―. ¿Qué está
pasando aquí? Creí que lo teníais en una celda.
―Esa zorra lo dejó escapar y quiere llevárselo ―informa Luna.
Alex clava su mirada en ella y frunce el ceño.
―No vuelvas a insultarla en mi presencia ―le advierte.
Antes de que pueda asimilar sus palabras, estira el brazo con rapidez y
agarra a Sandoval por el cuello. Cambio mi línea de tiro de inmediato.
―¡Suéltalo! ―ordeno.
Alex me mira mientras sigue asfixiando a Sandoval con una sola mano y
él se aferra a su muñeca con fuerza para intentar liberarse.
―Tranquila, he venido para ayudarte.
―Entonces, déjalo. Lo necesito vivo.
―No es cierto. ―Aparta a Sandoval hacia un lado sin liberar su cuello y
da un paso en mi dirección―. Él no puede decirte dónde está tu hija,
Ryzhaya, yo sí. ―La pistola tiembla en mi mano y Alex vuelve a sonreír―.
¿En serio pensaste que no te había reconocido?
―¿Dónde está? ―inquiero mientras intento contener las lágrimas que
amenazan con ahogarme desde dentro―. Solo quiero saber si está bien.
―Lo siento. No pude hacer nada por ti hace años, pero prometo que te
devolveré a tu pequeña.
―¡Alex, ¿qué mierda está pasando?! ―inquiere Zarco.
Mira a Sandoval y hace una mueca al ver que empieza a ponerse azul por
la falta de oxígeno.
―Empecemos por el principio. ―Libera a Sandoval, y este cae al suelo
de rodillas y empieza a toser con fuerza. Alex saca una pistola de la parte
delantera de su cintura y se la lanza a Luna―. Todo tuyo ―susurra, y le
guiña un ojo.
Luna se queda inmóvil un par de segundos, entonces esboza una sonrisa
de oreja a oreja y dispara a su padre en el pecho. Mientras veo a Sandoval
desangrándose en mitad del recibidor, solo puedo pensar que es posible que
acabe de perder la única oportunidad de encontrar a mi hija, y eso es algo
con lo que no podré seguir viviendo. Todo lo que he hecho para encontrarla,
todo mi esfuerzo y dedicación han sido en vano. Mi única razón para seguir
respirando acaba de esfumarse.
Capítulo 40
Lagos
Ness
Solo aparto mi rostro del pecho de Lagos cuando llegamos al baño del
apartamento. Él se aleja unos centímetros y escucho como abre el grifo del
lavamanos antes de cogerme en brazos de nuevo y dejarme sentada sobre él.
―Deja que te limpie toda esa sangre ―pide.
Me giro un poco y sorbo por la nariz. Soy incapaz de dejar de llorar.
«Alex sabe dónde está mi hija. Tal vez no esté todo perdido». Lagos
humedece una toalla y la pasa por mis brazos para borrar cualquier rastro de
sangre. Después se coloca frente a mí y agarra el borde inferior de mi
camiseta. Me mira a los ojos y, aunque no pronuncia una sola palabra, sé
que me está pidiendo permiso para quitármela. Asiento y levanto los brazos
para facilitarle la tarea. Lanza la camiseta arruinada a la papelera y empieza
a pasar la toalla mojada por mi abdomen.
―Lo siento, Lagos ―vuelvo a decir.
Lo escucho inspirar hondo por la nariz y me mira a los ojos.
―Voy a necesitar mucho más que eso, Ness, y esta vez no puedo solo
hacer otras preguntas. Acabo de traicionar la lealtad hacia mi propia
familia. Quiero la verdad.
Asiento y trago saliva con fuerza. Se lo debo.
―No sé por dónde empezar ―admito.
Lagos exhala con fuerza y su aliento caliente golpea mi rostro.
―Tu hija ―sugiere.
Tomo una bocanada profunda y vuelvo a asentir.
―Tenía doce años cuando, en una de las fiestas, apareció un hombre. No
lo había visto antes, pero esa noche él decidió que quería tenerme. ―Lo
noto tensarse, e incluso me parece escuchar el sonido de sus dientes
rechinar―. Era algo habitual, pero al terminar la noche me aseguró que iba
a quedarse conmigo.
―¿A qué te refieres? ―inquiere, con la mandíbula apretada.
―Algunos tipos decidían comprar los muñecos de la Zmeya.
―¿Muñecos?
―Así es como nos llamaban. Solo éramos sus juguetes.
―¿Ese hombre te…? ―Carraspea y niega con la cabeza―. ¿Él te
compró?
―Sí, aunque no me llevó con él. Seguí con la Zmeya, en el buque,
asistiendo a las fiestas al igual que los demás, pero no participaba en…
Bueno, en nada. Solo mi dueño podía tenerme.
Inspiro hondo y aprieto el puño, pero antes de que pueda llegar a
clavarme las uñas en la palma, Lagos me sujeta la mano y me la abre.
Después se aparta y frunzo el ceño al verlo salir del baño, aunque enseguida
regresa y trae a Bruno entre sus manos. Lo deja en mi regazo y vuelve a
colocarse frente a mí.
―Sigue, por favor.
Esbozo un amago de sonrisa mientras aprieto el peluche contra mi pecho.
―En la Zmeya tenían distintas formas para evitar los embarazos.
Anticonceptivos orales, inyecciones, incluso operaciones para resolver el
problema de manera permanente. Yo solo tenía doce años. Aún no había
tenido mi primer periodo cuando me quedé embarazada.
―Mierda, Ness. ¿Doce años? ―Bufa con fuerza, se quita las gafas y las
deja sobre el lavamanos, a mi lado―. Ni siquiera sabía que algo así fuese
posible.
―Lo es. Antes del periodo hay cambios hormonales y puede producirse
la ovulación. Son casos extraños, pero…―Exhalo con fuerza―. En fin,
tampoco es que yo supiera demasiado de ese tema en aquel momento. Solo
descubrí que estaba embarazada cuando mi vientre empezó a crecer. Ya era
demasiado tarde para abortar, al menos sin que mi propia vida corriera
peligro, y, bueno, él tampoco lo permitió.
―Ese hijo de puta… Él es el padre de tu hija, ¿verdad? ―Asiento de
inmediato.
―Nadie más me había tocado desde hacía meses. Solo podía ser él el
padre.
―¿Te robó a tu hija?
―No. ―Sacudo la cabeza de un lado a otro y trago saliva con fuerza,
apretando a Bruno con más firmeza―. Cuando nació, me preguntó si quería
quedármela, pero… ―Alzo la mirada y dejo que las lágrimas sigan
cayendo por mis mejillas―. Cualquier lugar era mejor que ese infierno. Era
tan pequeñita… Dios, Lagos, cuando la vi por primera vez fui consciente de
lo que ocurriría si no la sacaba de allí. Iban a destrozarla, igual que lo
hicieron conmigo. Su destino era ser una muñeca más de la Zmeya, y no
podía permitirlo. Le pedí a él… ―Se me corta la voz―. Le supliqué que se
la llevara.
Lagos cierra los ojos con fuerza, y cuando los vuelve a abrir están
brillantes y acuosos. Se está conteniendo para no llorar.
―Dime que ese hombre no es Sandoval, porque si lo es, juro que ahora
mismo iré a buscarlo y le arrancaré las tripas mientras su corazón aún siga
latiendo.
Esbozo una sonrisa triste y sorbo por la nariz.
―No. Sandoval nunca me puso un dedo encima. No puedo decir lo
mismo de muchas de mis compañeras, pero para él yo era terreno vedado.
―Necesito un nombre, Ness. Te lo suplico, dime a quién tengo que
matar.
―Llegas tarde. ―Aprieto su mano, que tiembla de forma violenta, y
vuelvo a respirar profundo―. ¿Por qué crees que le pedí a mi hermano que
arreglara todo lo del matrimonio? Necesitaba acercarme a vosotros para
descubrir el paradero de mi hija. En realidad, a quien quería tener cerca era
a Zarco.
―¿Zarco? No entiendo…
―Es un Urriaga. Creí que, tal vez, él tendría alguna información. ―Por
la forma en la que me mira, parece como si no terminara de entenderlo, de
modo que decido ser más clara y contundente―. Leonardo Urriaga era mi
dueño, y también el padre de mi hija.
Capítulo 41
Lagos
Sentado a los pies de la cama de Ness, sostengo el oso de peluche entre mis
manos y echo pequeños vistazos en dirección a la puerta. Hace ya un buen
rato que volvimos al apartamento. Nos costó ponernos de acuerdo. Todos
queremos viajar a Nueva York, sin embargo, solo Alex, Ness y yo lo
haremos. Hasta que Zakharov no tenga la ubicación exacta, lo único que
podemos hacer es esperar y descansar un poco. Los acontecimientos de las
últimas horas nos tienen desquiciados. Tuve que convencer a Ness para que
aceptara pegarse una ducha caliente y dormir un poco. Ya hace casi una
hora de eso, y aún no ha salido del baño.
Miro de nuevo el peluche y resoplo con fuerza. No soy capaz de
mantener en orden mis propios pensamientos. Se supone que iba a casarme
con una chica cualquiera para afianzar nuestra sociedad con los rusos y
también huir de mis sentimientos por Bailey, y ahora… Ahora ya no sé qué
es lo que siento. Ness es mucho más de lo que imaginé, más hermosa, más
auténtica, más… Ness.
―¿Puedo saber en qué piensas? ―escucho su voz, y alzo la cabeza como
un jodido resorte.
Mi mirada va a parar a su cuerpo, apenas cubierto por una minúscula
toalla que le llega a medio muslo. Se frota el pelo oscuro con otra mientras
camina hacia el centro de la habitación.
―En ti ―contesto con sinceridad. Una de sus comisuras se eleva, y solo
entonces soy consciente de la rojez en sus ojos. Ha estado llorando en la
ducha―. ¿Te encuentras más tranquila?
―Creo que sí ―masculla, y al girarse veo un cardenal en la parte interna
de su brazo. Frunzo el ceño y me pongo en pie de inmediato. Me acerco a
su lado y lo estiro―. ¿Qué haces? ―inquiere sorprendida. Observo el lugar
donde hay otras cicatrices de mordeduras antiguas, aunque esta parece
distinta―. No es lo que piensas, Lagos.
―Me lo prometiste ―siseo, buscando su mirada.
―Y lo he cumplido ―asegura.
Coloca una mano sobre mi pecho y me aparta un poco para ajustarse la
toalla sobre el escote.
―¿Y bien?
―Fuiste tú.
―¿Yo te he hecho eso? ―pregunto confuso.
―Sí. ¿Ya no recuerdas tu ataque de ira de hace solo unas horas?
«Mierda». ¿Fue hoy? Han pasado tantas cosas que parece como si
hubiese sido hace semanas. Agacho la mirada y me froto el rostro en un
gesto de frustración.
―Siento mucho haber reaccionado como lo hice. No era mi intención
lastimarte ―susurro.
―Eh, oye… ―Siento sus dedos en mi barbilla, y tira de mi cabeza hacia
arriba―. Estabas cabreado. Aún no entiendo bien los motivos, pero no soy
quién para juzgarte. No debe ser sencillo actuar siempre de la forma
correcta, mantener la calma en cualquier situación y ser el gancho a tierra
de todos los que te rodean. ―Esboza una pequeña sonrisa y vuelve a poner
su mano en mi pecho―. A veces está bien descontrolarse un poco, Lagos.
―No si eres tú la que sale lastimada ―afirmo con un hilo de voz.
El corazón me late con tanta fuerza que temo que se me salga del pecho.
Miro su boca, tan dulce y apetecible, y en lo único que soy capaz de pensar
es que la quiero pegada a la mía. Estas últimas semanas he tomado de ella
todo lo que he querido. Ni una sola vez se ha negado, sin embargo, algo ha
cambiado y vuelvo a tener el freno puesto. No quiero hacerle daño, y
tampoco que piense que soy como Urriaga o cualquiera de los tipos con los
que la obligaron a estar en su pasado.
―Estoy bien. Solo es un moretón sin importancia, y sé que no lo hiciste
con mala intención. ―Sorprendiéndome, es ella la que se acerca y pega sus
labios a los míos. Me tenso de pies a cabeza, contengo la respiración y
mantengo las manos cerradas en puños a cada lado de mi cuerpo. Ness se
aparta y frunce el ceño―. ¿Qué ocurre? ―pregunta en un susurro.
―No hagas eso ―logro decir tras exhalar con fuerza.
―¿El qué? ―Abre mucho los ojos y retrocede un paso―. ¿No quieres
que te bese? ―Asiento sin dejar de mirarla a los ojos―. ¿Es por Urriaga?
―¿Qué?
―Sí, está bien. ―Da media vuelta y, tras abrir la cómoda, empieza a
sacar ropa de su interior―. No pasa nada, Lagos, lo entiendo. ―Bufa y deja
caer la toalla para vestirse. Una vez más, me obligo a mantener todo mi
cuerpo inmóvil al verla desnuda frente a mí. Aunque, en realidad, hay una
parte de mi anatomía que soy incapaz de controlar, la misma que se aprieta
contra la tela de mis pantalones―. Es algo lógico. Ahora que sabes que
Urriaga y yo… ―Niega con la cabeza―. Ningún hombre se siente atraído
por una mujer que ha sido el juguete sexual del padre de su mejor amigo.
Sacudo la cabeza y la miro, frunciendo el ceño.
―¿Escuchas toda la mierda que sale de tu boca? ―escupo, tal vez con
más agresividad de la que pretendía. Recibo una mirada consternada y
confusa a modo de respuesta. Chasqueo la lengua, y en solo dos zancadas
estoy a su lado, apretándola contra mi cuerpo―. Mi problema es todo lo
opuesto. Te deseo tanto que apenas soy capaz de contener mis propios
impulsos. No quiero que pienses que soy como ellos, que te utilizo y…
―¡Lagos, yo nunca pensaría eso de ti! ―exclama, interrumpiéndome.
Enmarca mi rostro con sus manos y vuelve a unir su boca a la mía. Esta vez
respondo a su beso, aunque enseguida se retira―. He vuelto a besarte
―susurra sin aliento.
―Lo he notado. ―Tomo una respiración profunda y deslizo mis manos
por la parte baja de su espalda hasta llegar a su trasero. Lo amaso con
dureza y la pego aún más a mí, dejando que mi erección se clave en su bajo
vientre―. Quiero follarte como un jodido animal.
―No hay nada que te lo impida ―responde, ampliando su sonrisa.
Ness
Tengo un recuerdo vago de ayudarlo a quitarse la ropa mientras nos
besábamos como si el mundo estuviese a punto de llegar a su fin, pero no sé
bien cómo he terminado con mis piernas alrededor de sus caderas y mi
espalda contra la pared.
Lagos coloca su mano en la base de mi cuello sin apretar demasiado y me
mira a los ojos mientras va hundiéndose en mi interior centímetro a
centímetro. Un gemido ronco rasga mi garganta y tiro del cabello de su
nuca, pidiéndole con la mirada que vuelva a repetirlo. Lo hace, aunque en
esta ocasión no es tan comedido. Sus caderas se estrellan contra el interior
mi pelvis mientras me mantiene sujeta por el trasero y noto su aliento en mi
cuello.
―Me vuelves loco ―susurra, lanzando una estocada tras otra―.
Necesito mucho más de ti, pequeña. Lo quiero todo.
Intento ignorar el puñado de mariposas que revolotea en la boca de mi
estómago al escuchar su declaración. «¿Todo? ¿Qué es todo? ¿Mi cuerpo?
¿Mi alma? ¿Mi corazón?». Me centro en el placer y vuelvo a gemir, sin
embargo, no puedo evitar que una frase se dibuje en mi mente: «Ya es
tuyo».
Durante un buen rato nos convertimos en animales que se frotan y jadean
en busca de su propia liberación. Al sentir la primera oleada de placer
recorrer mi espalda, echo la cabeza hacia atrás y sujeto la mano que Lagos
sigue teniendo en la parte baja de mi cuello.
―Aprieta ―pido. Sus movimientos se ralentizan y ladea la cabeza en
busca de una confirmación. Tiene el rostro perlado en sudor y su pecho
sube y baja de manera violenta―. Hazlo, Lagos. No vas a lastimarme.
Con un gruñido gutural, su mano se cierne alrededor de mi cuello y me
aprieta con la suficiente contundencia como para impedir que el aire llegue
a mis pulmones. Cierro los ojos y lo siento moverse en mi interior, dentro y
fuera, cada vez más rápido. Somos solo él y yo. No hay malos recuerdos ni
culpa. Soy plenamente consciente de que Lagos sería incapaz de hacerme
daño. Con ese pensamiento en mi mente, dejo que el orgasmo me alcance
justo cuando él afloja su agarre en mi garganta y mis pulmones se llenan del
preciado aire que tanto ansiaban. Él se tensa, detiene sus arremetidas y
muerde mi hombro mientras se vacía en mi interior.
Pasamos varios minutos sin movernos, solo intentando recuperar el
aliento. Aprovecho para acariciar su espalda y también su pelo rubio. Me
gusta cuando está despeinado. Es menos serio y correcto, menos el Lagos
que se muestra ante los demás y más mío.
―¿Te he hecho daño? ―lo escucho preguntar, y sonrío de oreja a oreja.
Siempre preocupado por mí, siempre atento a todas mis necesidades.
¿Cómo no voy a enamorarme de él? Es el jodido hombre perfecto. Nunca
tuve otra opción, ahora soy consciente de ello.
Al no obtener respuesta, se aparta un poco para mirarme. Toco sus labios
rojos por nuestros besos, deslizo la punta de mi dedo por su mandíbula y
esbozo una sonrisa triste.
―Tal vez, si las cosas fuesen distintas, si yo hubiese tenido una infancia
normal y Bailey no se hubiera cruzado en tu camino… ―Dejo la frase en el
aire y suspiro―. Voy a echarte de menos, Arturo Lagos. Eso te lo puedo
asegurar.
Frunce el ceño y sacude la cabeza de un lado a otro.
―No entiendo. Parece como si te estuvieses despidiendo. ¿Vas a algún
lado sin mí?
Inspiro hondo y espero a que me deje de nuevo en el suelo sobre mis
propios pies antes de contestar.
―Ahora no, pero cuando regresemos de Nueva York… ―Lo miro a los
ojos―. Ya no tiene sentido que sigamos casados. Me aseguraré de que mi
hermano mantenga sus negocios con el Clan Z, pero lo más lógico es que
regrese con ellos a España y tú recuperes tu libertad.
―¿Por qué?
«Porque si me quedo me romperás el corazón», quiero decir, pero solo
trago saliva con fuerza y aparto la mirada.
―Es lo mejor para todos. Ahora mismo solo quiero pensar en encontrar a
mi hija. Ni siquiera tengo un plan después de eso.
―Pues yo creo que sí. Estás planeando largarte ―replica con tono ácido.
Lo entiendo. Hice una promesa, me casé con él y, de alguna manera,
hasta ahora he sido esa barrera que necesitaba para mantenerse alejado de la
mujer de su mejor amigo, pero no puedo seguir haciendo esto. No puedo
permanecer a su lado sabiendo que nunca será mío.
―Voy a darme otra ducha y después me acostaré un rato ―murmuro,
yendo hacia la puerta―. Avísame si hay alguna novedad de Nueva York.
No espero su respuesta. Solo salgo del dormitorio y dejo que las lágrimas
se precipiten por mi rostro mientras camino hacia el baño completamente
desnuda. «Es lo mejor, Ness», me repito a mí misma una y otra vez.
Capítulo 43
Lagos
Ness
Doy vueltas en la cama sin lograr conciliar el sueño. Ya me he cansado
de llorar. La verdad es que ni siquiera estoy segura del motivo por el que lo
hago. Estoy a punto de encontrar a mi hija, de verla de nuevo después de
tantos años. Me siento inquieta y nerviosa. Es imposible que me reconozca,
y seguramente nadie le haya hablado de mí. Se la entregué a Urriaga
cuando era apenas un bebé. Recuerdo su cabello pelirrojo y unos ojos
azules enormes que quitaban el aliento, sin embargo, estoy segura de que, si
me la cruzara por la calle, no sabría que es ella. Maya, me gusta el nombre.
Alex ha insistido en que, nada más encontrarla, nos la llevaríamos y él se
encargaría de la tal Angy. Va a matarla. La mujer que ha criado a mi hija, a
la que casi seguro quiera como a su propia madre, va a morir hoy y yo
dejaré que pase. Aún intento averiguar cómo me siento con ello.
Escucho como la puerta del dormitorio se abre y unos pasos se acercan a
la cama. Sé que es Lagos, puedo notar su presencia e incluso el aroma de su
perfume flotando en el aire. Mantengo los ojos cerrados y finjo seguir
dormida. Ahora mismo no puedo hablar con él. Si sigue preguntándome por
qué quiero irme, terminaré confesando mis verdaderos sentimientos por él,
y no quiero que se compadezca de mí. Lagos es un gran hombre y merece
tener a su lado a una mujer que sí pueda amar; está claro que no soy yo.
―Ness ―lo escucho susurrar, y enseguida siento sus dedos en mi cadera.
No respondo, y un suspiro llena el silencio de la habitación―. Sé que estás
despierta. Conozco tu respiración cuando duermes, pequeña. ―«Mierda».
A pesar de haber sido descubierta, por pura cobardía, decido seguir con el
mismo plan de porquería―. Vale, me queda claro que no quieres hablar
conmigo, y está bien. En realidad, solo necesito que me escuches. ―Lo
oigo respirar profundo y el inequívoco sonido que emite su cabello al ser
revuelto―. No voy a mentirte, estoy hecho un lío. Se supone que tú ibas a
ser una chica más, que me casaría contigo y así pondría una barrera entre la
mujer de mi mejor amigo y yo. ―Tenso la mandíbula y mi respiración se
acelera.
No quiero seguir escuchando cuánto ama a Bailey ni lo perfecta que es.
Me lastima. Duele más que cualquier corte que me hayan hecho antes, es un
corte en sí, profundo y lacerante en el centro de mi pecho. Me giro en la
cama y, a pesar de la oscuridad, logro conectar mi mirada con la suya.
―Si vas a decirme que estás loco por ella, te pido por favor que me lo
ahorres ―susurro.
―Creí que Bailey te caía bien ―replica.
―Y así es, pero también la envidio. Ella tiene algo que yo jamás logaré
alcanzar.
―¿El qué?
«A ti», quiero decir, pero no lo hago. Solo niego con la cabeza y aparto la
mirada.
―Lagos, eres un hombre perfecto, te mereces ser feliz.
―No soy tan perfecto ―asegura tras unos segundos de silencio―.
Quiero que me escuches con atención. Hay algo que debo contarte.
―Carraspea y noto como sus dedos se mueven por mi costado. Le tiembla
la mano―. Me hablaste del lugar donde Urriaga te llevaba cuando estabas
en la finca.
―Sí, la sala del pecado.
―El sótano ―aclara―. Cuando Zarco, Oscar, los demás y yo vivíamos
en la finca, éramos conscientes de lo que pasaba en el sótano. Siempre
había mujeres, las mantenía encerradas ahí abajo. La mayoría de los
hombres de Urriaga se divertían con ellas antes de que las vendieran y
trajeran otras.
―¿Nunca intentasteis liberarlas?
―No lo entiendes. Crecimos pensando que tener a mujeres encerradas en
el sótano en contra de su voluntad era algo normal. Nadie nos enseñó nunca
que eso estaba mal. Al llegar a la adolescencia, incluso nos animaban a que
bajáramos y lo pasáramos bien.
«Mierda. No quiero seguir escuchando esto». Inspiro hondo por la nariz e
intento tranquilizarme. «Lagos no, él es demasiado bueno».
―¿Lo hicisteis? ―me atrevo a preguntar con un hilo de voz.
―Creo que Rai y Alex sí. Oscar estaba demasiado jodido para
planteárselo siquiera, y Zarco… Bueno, él vio morir a su madre a manos de
los mismos cabrones que violaban y maltrataban a esas chicas, así que la
idea le resultaba repulsiva.
―¿Y tú? ―Su mano vuelve a temblar y deja de respirar.
―Tenía quince años cuando mi padre me llevó a la fuerza. En ese
entonces estaba más interesado en pasarlo bien con mis amigos que en las
chicas, y alguien difundió el rumor de que tal vez era porque no me
gustaban. Entonces él me arrastró al sótano y me hizo demostrarle que era
un hombre de verdad.
―Te obligaron ―susurro, y de alguna manera intento convencerme a mí
misma de que él fue una víctima más.
―Esa primera vez sí, pero hubo más.
Cierro los ojos con fuerza y siento como una lágrima cae sobre mi
mejilla.
―¿Cuántas?
―Acudí al sótano todos los días durante varios meses. Al principio lo
hacía por obligación, después se convirtió en un hábito. ―Exhala con
fuerza antes de seguir hablando―. No estoy orgulloso de lo que hice, Ness.
Cada día me arrepiento de haber dejado que mis jodidos instintos de mierda
me controlasen. ―Bufa y permanece en silencio varios segundos―. Zarco
se enteró de lo que estaba pasando y vino a por mí. Me dio tal paliza que
aún no sé cómo fui capaz de volver a caminar por mi cuenta. Desde ese
momento, juré que el Arturo que era se quedaría enterrado en ese sótano
para siempre.
Lagos
Durante un rato largo, Ness no dice nada, y yo tampoco me atrevo a
hacer sonido alguno. Lo he hecho, le he confesado lo que hice y solo espero
que algún día pueda perdonarme, porque si algo me ha quedado claro
después de la conversación con Zarco es que no voy a permitir que se vaya
sin presentar batalla.
―¿Me odias? ―pregunto en un susurro.
La escucho suspirar y se incorpora en la cama. La luz de la lámpara que
hay sobre la mesa de noche se enciende, iluminando toda la habitación.
Pestañeo un par de veces, y cuando logro fijar la mirada en su rostro
descubro que tiene las mejillas empapadas.
―Los odio a ellos, a tu padre, a Urriaga, a Sandoval… Solo han dejado
vidas destrozadas a su paso por este mundo, y espero que se pudran en el
infierno. ―Solloza, y mi pecho se contrae con su dolor.
―Santo Cristo, Ness, no llores ―digo, tirando de ella. La atraigo a mi
regazo y beso su pelo mientras sus lágrimas empapan mi camiseta―.
Aceptaré que me odies, pero no me pidas que te deje marchar.
―No puedo quedarme ―susurra con la voz tomada por el llanto.
La aparto un poco para mirar su rostro. Quiero que entienda que no voy a
permitir que lo haga. Es posible que esté siendo egoísta, sin embargo, sé
que puedo hacerla feliz.
―Déjame demostrarte que puedo ser un buen marido. Iremos a por Maya
y prometo tratarla como a mi propia hija.
A pesar de las lágrimas, esboza una media sonrisa que logra acelerarme
el corazón. «¿De verdad tengo alguna duda de mis sentimientos por esta
mujer?». No, ya no. Haría cualquier cosa por verla sonreír así el resto de mi
vida. ¡Voy a hacerlo, maldita sea!
―Este eres tú, Lagos. ―Acaricia mi pelo y cierro los ojos para disfrutar
de ese leve roce de sus dedos en mi cabeza―. No importa lo que hayas
hecho cuando eras un crío. Sé que te arrepientes, y tú mismo te has
castigado por ello. Yo no soy nadie para juzgarte, y mucho menos para
odiarte por ello. ―Contengo el aliento y me atrevo a abrir los ojos. Su
mirada está fija en la mía―. He conocido a verdaderos monstruos, y te
aseguro que tú no te asemejas en nada a ellos.
―Entonces, quédate ―pido.
―No puedo.
―¿Por qué?
―Porque quedarme aquí contigo y tener que compartirte con Bailey
terminaría destrozándome. ―Toma una bocanada profunda y niega con la
cabeza―. Ella tiene todo aquello que yo deseo.
―¿Y qué es eso? ―pregunto, con el corazón a punto de estallar por lo
fuerte que late.
―A ti, Arturo Lagos. ―Desliza el dedo índice por el puente de mi
nariz―. Te quiero a ti.
Sonrío de oreja a oreja y uno mi frente a la suya. Euforia, alegría,
determinación, ansiedad, terror… Miles de sentimientos me invaden de
golpe, y solo puedo pensar en una cosa: «La amo, joder. Esto sí es amor».
―Me tienes ―afirmo justo antes de estrellar mi boca contra la suya.
FIN
Epílogo
Ness
Lagos
Mientras subimos por las estrechas escaleras del edificio de apartamentos
en el que se supone que vive Angy con la hija de Ness, no puedo evitar
pensar qué será lo que está sintiendo en este momento. Todo por lo que ha
luchado durante los últimos años está a punto de hacerse realidad. Nos
detenemos en el rellano de la cuarta planta y aprovecho para colocar mi
mano en la parte baja de su espalda. Temo por su seguridad. Conozco
bastante a Angy como para saber que presentará batalla. Sin embargo, no
hubo manera de convencer a Ness de quedarse en el coche.
―Saca tu pistola ―susurro.
Lo hace enseguida, y sonrío por dentro al ser consciente de que la forma
en la que la empuña es la correcta. Las clases con Bailey están dando sus
frutos. Yo también agarro mi arma y espero a que Alex haga lo mismo.
Creo que aún sigue ebrio, pero no lo suficiente como para tener que
preocuparme por ello. Mira hacia la puerta por la que tenemos que entrar e
inspira hondo por la nariz.
―¿A qué estamos esperando? ―inquiere Ness. La ansiedad y el
nerviosismo está patente en su tono.
―Estoy a punto a matar a la única mujer que he querido nunca. Creo que
tengo derecho a tomarme unos segundos ―farfulla Alex con la mandíbula
apretada.
―Si no quieres matarla, no lo hagas.
Él mira a mi esposa con el ceño fruncido y niega con la cabeza.
―Hice una promesa, y los Urriaga podemos ser unos cabronazos, pero
siempre cumplimos nuestra palabra. ―Toma otra respiración profunda y,
tras coger impulso, revienta la puerta de una patada.
Lo sigo con el arma en alto y vigilo por el rabillo del ojo que Ness no se
aparte demasiado de mi espalda. Recorremos el pequeño apartamento hasta
llegar a lo que parece ser la cocina. Nada más poner un pie en el interior,
Alex se detiene de golpe; solo entonces veo el cañón de la pistola que tiene
pegada a la sien.
―Llevo esperándote mucho tiempo ―reconozco de inmediato la voz de
Angy.
Alex se gira rápido y la encañona también. Ness va a levantar su pistola,
pero no se lo permito. Esto es algo entre ellos dos. Se miran con fijeza sin
dejar de apuntarse. El cabello castaño de Angy brilla bajo la luz
fluorescente de la angosta habitación y tiene los brazos repletos de tatuajes
al descubierto. Hace muchos años que no la veía, y puedo asegurar que
apenas ha cambiado.
―¿Dónde está la cría? ―inquiere Alex. Su voz es como una jodida
cuchilla afilada cortando el aire.
Angy desvía la mirada en nuestra dirección solo un instante y esboza
media sonrisa.
―Hola, Arturo, me alegra verte ―saluda―. ¿Quién te acompaña?
―La madre de Maya ―responde Alex antes de que yo pueda hacerlo.
Ella parece confundida durante un segundo, y después asiente. Tengo la
sensación de que va a decir algo, pero antes de que pueda hacerlo, se
escuchan unos pasos rápidos y ligeros. Angy echa un vistazo en dirección a
una puerta que no había visto antes en el lado contrario de la cocina y
chasquea la lengua, contrariada.
―Mierda ―susurra. Baja la pistola y se gira a toda prisa para ocultar la
de Alex de quien sea que esté a punto de entrar en la estancia. No pasan ni
dos segundos cuando una niña pelirroja y de ojos azules asoma la cabeza
mientras se frota el rostro con ambas manos―. Maya, cielo, vuelve a la
cama ―susurra Angy en un tono tan dulce y cariñoso que ni siquiera parece
ella misma.
La niña pestañea un par de veces, mueve su mirada de Angy a Alex, que
asoma sobre su hombro, después a mí y por último a Ness. Siento como la
mano de mi esposa aprieta con fuerza la mía al reconocer a su propia hija, y
deja de respirar.
―¿Qué está pasando? ―pregunta, frunciendo el ceño.
―Nada. ―Angy fuerza una sonrisa, y justo cuando está a punto de
guardar la pistola en la parte baja de su espalda, Alex reacciona y se la quita
con un tirón contundente. Ella mira hacia atrás y le lanza una mirada
fulminante antes de agacharse un poco para quedar a la altura de la niña―.
¿Recuerdas lo que dijimos que pasaría cuando vinieran a por ti?
Maya parece pensarlo unos segundos y después asiente.
―¿Va a venir mi madre? ―inquiere.
Ness exhala con fuerza por la boca y la atraigo a mi costado, rodeando su
cintura con el brazo. Angy acaricia el rostro de Maya con suavidad y esboza
una sonrisa tensa.
―Ya está aquí, cariño. ―Rodea a la pequeña y, tras sujetarla por los
hombros, da un paso en nuestra dirección. Su mirada y la de Ness se cruzan
un instante, y ambas asienten―. Debes irte con ella.
Maya gira la cabeza para mirar a Angy, y hace una mueca con los labios.
―Yo quiero quedarme contigo y con…
―No puede ser ―la corta―. Ya hemos hablado de esto, Maya. Debes
regresar con tu madre.
La niña me mira a mí y después a Ness, ladea la cabeza y resopla con
fuerza.
―¿Tú también vienes?
―No, cariño. Yo me quedo.
―Vale ―murmura, haciendo un mohín.
Se gira un momento y abraza a Angy, ella besa la parte alta de su cabeza
y le da un pequeño empujón para acercarla a nosotros.
―Es una niña muy especial. Espero que te la merezcas ―farfulla en voz
baja.
Ness solo asiente, y cuando Maya llega a su lado acaricia su rostro con
suavidad.
―Hola, preciosa ―susurra, mirándola a los ojos. Su voz se quiebra y
carraspea―. Llevo buscándote mucho tiempo.
―Angy me dijo que vendrías a por mí. ¿Por qué has tardado tanto?
―Algún día te lo explicaré todo ―responde con lágrimas en los ojos.
―Salid de aquí ―ordena Alex, y todos lo miramos. Ness atrae a Maya
hacia ella y le indico con un gesto de mi cabeza que salga del apartamento.
La niña mira una vez más a Angy y ella le sonríe antes de que Ness se la
lleve. Entonces, Alex levanta su pistola y vuelve a apuntar a Angy a la
cabeza―. Te advertí que, si volvía a verte, te mataría.
―Has tardado cinco años. Esperaba más de ti ―replica ella, alzando la
barbilla de manera desafiante. Me mira a mí de reojo―. Arturo, cuando
todo acabe, recoge todas mis pertenencias del apartamento, por favor, y no
permitas que él se quede con nada. ¿Puedes hacer eso por mí?
Frunzo el ceño sin entender bien a qué se refiere.
―Alex, baja la pistola. No tienes por qué hacerlo.
Él respira hondo y tensa la mandíbula.
―Voy a cumplir una promesa. Sal de aquí, Lagos.
―Prométemelo ―pide Angy. Hay un tono de súplica en su voz.
―Sí, lo prometo.
Aprieta los puños a cada lado de su cuerpo y da un paso hacia delante,
hasta que su frente está casi pegada al cañón de la pistola.
―Que sea rápido ―susurra.
Alex asiente. Puedo notar la duda en su mirada. Tira del percutor superior
de la pistola y su dedo se mueve sobre el gatillo con suavidad. Aparto la
vista y espero a que llegue la detonación, sin embargo, lo que escucho es
algo muy distinto.
―¿Mamá? ―Giro la cabeza hacia el origen de esa voz aguda y veo a un
niño pequeño, de no más de tres o cuatro años, junto a la puerta. Lleva
puesto un pijama de cuerpo completo y su cabello oscuro asoma bajo un
sombrero de vaquero.
Angy lo mira y niega con la cabeza.
―Lucas, vuelve a tu habitación ―le ordena.
El niño parece dudar, alza la vista y sus ojos se abren mucho al ver la
pistola que Alex empuña.
―¿Qué pasa? ―pregunta con gesto asustado.
Alex se mueve despacio, ladea la cabeza, y tras unos segundos
observando al crío, masculla una maldición y baja la pistola.
―Hija de puta… ―sisea entre dientes. Agarra a Angy del brazo y la
atrae hacia él con un tirón contundente―. ¿Es mío?
Ella vuelve a hacer ese gesto con la barbilla, desafiándolo, y se encoge de
hombros.
―Supongo que esa información está a punto de morir conmigo. Ahora,
termina de una maldita vez, pero no lo hagas frente a mi hijo. Arturo,
espero que cumplas tu promesa. No permitas que nadie le ponga un dedo
encima.
¿Esas son sus pertenencias? ¡Joder, lo normal es que alguien te deje un
reloj o una reliquia familiar al morir, no un niño!
―Te crees muy lista, ¿verdad? ―Alex la sujeta por la barbilla con una
mano, apretando su rostro, y pega la pistola a su sien―. Tu ejecución acaba
de ser aplazada. ―La aparta con un empujón y señala al niño, que a cada
segundo parece estar más asustado―. Coge al mocoso. Os venís conmigo.
Epílogo extra
Ness
Link
[1] Traducción del ruso: Pelirroja.
[2] Traducción del ruso: Serpiente.
[3] Traducción del albanés: Cariño.
[4] Traducción del Albanés: Estás preciosa, cariño.
[5] Traducción del Ruso: Muñeca.
[6] Rakia: Bebida nacional de Serbia, Macedonia del Norte, Albania, Bosnia y Bulgaria. Licor