Adornadas (Spanish Edition) Capitulo 2

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Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.


Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor,
en la p aciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no


esclavas del vino, maestras del bien;

que en señen a las m ujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos,


para que la palabra de Dios no sea blasfemada.

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador.
TITO 2:1-5, 10

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CAPÍTULO 2

La doctrina, tú y Tito 2
El “qué” y el “ahora qué”
No te conformes con una teología débil. Es indigna de ti. Dios es demasiado grande. Cristo es
demasiado glorioso.
JOHN PIPER

MI ESPOSO SUFRE DE ACROFOBIA Y LO ADMITE. Tiene temor a las alturas. Pídele


que suba al último escalón de una escalera o que eche un vistazo desde el
balcón de un edificio alto, y te confesará que su corazón palpita y sus rodillas
se vuelven gelatina.
Robert es muy hábil con sus manos y un constructor aficionado. A lo largo
de los años, ha trabajado en algunos proyectos de construcción
impresionantes. He visto las fotos. Y algunos de esos proyectos —construir
una chimenea de nueve metros, pintar una casa de dos pisos— requirieron
que él trabajara a gran altura.
Así que, ¿cómo lucha él con su temor mientras se encuentra a una altura de
seis metros del piso? “Eso es fácil —dice él—, nunca me subo a una escalera
o un andamio hasta que estoy seguro de que he nivelado bien las patas de la
escalera o he apoyado el andamio sobre un lugar totalmente firme”.
Lo que Robert describe es una metáfora perfecta para este capítulo.
El deseo de mi corazón es ser una mujer de Tito 2. Constantemente.
Contentamente. Hermosamente. Ser adornada con el evangelio y adornar el
evangelio a los ojos de otros.
Espero que este también sea tu deseo.
Pero el punto de partida del viaje que nos llevará allí podría no ser el que
esperas.
Quizás volteaste la página de este capítulo lista para saltar inmediatamente
al corazón del noble llamado y las cualidades que Pablo delinea para las
mujeres. Así como Robert se sube a la escalera o al andamio para comenzar
su trabajo, tú también estás ansiosa por comenzar. Esperas encontrar algo
útil, algo que puedas poner en práctica en tu día a día.
En cambio, vas a darte en la frente con una de esas “palabras de iglesia”,
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que parece no tener nada que ver con tu manera de vivir.
Doctrina.
Así es. Este capítulo trata sobre la doctrina.
Es una palabra que me recuerda el tiempo que mi esposo se toma para
asegurarse de que su escalera esté nivelada o que su andamio esté apoyado
sobre tierra firme, antes de subirse a ellos.
Comprendo que estés tentada a saltarte algunas páginas para llegar a “la
parte buena”, y que quieras buscar “información que te pueda servir”:
conocimiento y herramientas prácticas que te ayuden a ser una mujer más
piadosa y fructífera. Y encontrarás mucho de eso en Tito 2 y en este libro.
Pero Pablo habla de la doctrina antes de exponer los detalles específicos de
nuestro adiestramiento, y lo hace así por una buena razón. La doctrina —lo
que creemos— es fundamental para nuestra manera de vivir. Si la pasas por
alto, nunca llegarás adonde quieres ir.

Creencia y comportamiento
Entonces, ¿cuál es tu primera reacción ante la palabra doctrina? ¿Parece
tediosa? ¿Aburrida? ¿Divisiva o antipática? Tal vez te sientes igual a un
hombre que una vez le dijo a una de mis amigas: “En nuestra iglesia no
predicamos doctrina; solo amamos a Jesús”.
Pero la verdad es que cada una de nosotras y cada situación que
encontramos en la vida están promovidas por algún tipo de doctrina. Es el
fundamento sobre el cual construimos nuestra vida.
Puede que tus hijos vayan a escuelas públicas; supuestamente, zonas libres
de religión. Pero no pienses, ni por un minuto, que no se enseña doctrina en
las escuelas primarias y secundarias y en las universidades. Toda asignatura
que se enseña en cada escuela está fundamentada sobre algún tipo de marco
doctrinal.
Los programas de entrevistas vespertinos tienen una doctrina. Los dramas y
las novelas de la noche tienen una doctrina. Los libros de la lista de éxitos de
ventas del New York Times, así como los que están en la vitrina de tu librería
cristiana local, contienen una doctrina. Aun los ateos tienen una doctrina. No
una buena doctrina, sino una doctrina que los guía a ciertas conclusiones y
ciertos valores, que determinan su manera de pensar y de vivir.
Verás, doctrina, simplemente, significa “enseñanza”. Es el contenido de lo
que creemos, la comprensión de la realidad que le da forma a nuestra fe.
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Como el suelo de un jardín, la doctrina aporta el contexto para el crecimiento
del carácter.
El suelo de la doctrina en el cual somos plantadas puede hacernos
hermosas y ayudarnos a mostrar a otros la belleza de Cristo y Su evangelio.
Pero solo si es la doctrina correcta.
Aun aquellas de nosotras, que hemos sido cristianas por mucho tiempo,
podemos ser confundidas por creencias falsas o retorcidas que hemos
escuchado en algún lugar. Si no estamos atentas al suelo donde plantamos y
regamos nuestra mente y nuestro corazón, no podemos esperar recoger una
buena cosecha al final. Mala doctrina, mal fruto. Buena doctrina, buen fruto.
Déjame darte un ejemplo: mi amiga de muchos años, Holly Elliff, es
esposa de pastor y madre de ocho hijos. Tiene un dinámico ministerio para su
familia y otras mujeres. Pero hubo un tiempo, poco antes de cumplir los
treinta años, cuando un caso de mala doctrina empañó su experiencia de una
vida cristiana abundante.
Tiempo atrás, Holly, como muchas mujeres, había adquirido de alguna
manera la creencia de que si ella daba lo mejor de sí para ser una buena mujer
cristiana, si oraba y leía la Biblia fielmente, si amaba a su esposo e hijos y
cumplía con todos los requisitos cristianos correctos, entonces Dios le
regresaría el favor y la libraría de problemas. Dada esta aseveración —esta
doctrina incorrecta acerca de Dios— te puedes imaginar cómo se sacudió el
mundo de Holly cuando los problemas comenzaron a aparecer.
Después de dar a luz a sus primeros dos hijos, tuvo un aborto espontáneo.
Su próximo hijo nació con una lesión congénita que requirió meses de
terapia. En medio de todo esto, su suegro, que había sido un ejemplo piadoso
durante muchos años, fue infiel a su esposa, lo cual derivó en el divorcio de
sus suegros después de un matrimonio de cuarenta y tres años. Luego, su
suegra contrajo la enfermedad de Alzheimer, y Holly —ahora con cuatro
hijos pequeños todavía en casa— se convirtió en su cuidadora principal.
Y, por si eso fuera poco, un grupo influyente comenzó a causar división en
su iglesia y a atacar con críticas a su esposo Bill. Algo así es difícil de
enfrentar cuando tú eres el blanco, pero aún más cuando está dirigido a
alguien que amas.
Los domingos por la mañana, una de las tareas de Holly era atender la
mesa de bienvenida. Este servicio, que siempre había disfrutado, se volvió
incómodo durante ese periodo, cuando había conversaciones contenciosas en
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los pasillos, en los salones de reunión de la iglesia, en las cenas y en llamadas
telefónicas. Y no ayudó en nada que la mujer dulce, que frecuentemente
compartía con Holly las tareas de hospitalidad, estuviera casada con uno de
los más acérrimos críticos de Bill.
Ahora, ponte en el lugar de Holly. Si hubieras estado frente a este conjunto
de circunstancias y tuvieras la perspectiva doctrinal que Holly había
adquirido de joven, que cree que Dios libra a los creyentes obedientes de los
desafíos o las dificultades angustiantes, ¿cuál hubiera sido tu respuesta?
¿Hubiera sido “reverente” en tu comportamiento, “con dominio propio” en tu
apariencia, “amable” en tus comentarios, como Tito 2 te insta a ser?
Como podrás ver, las creencias afectan el comportamiento. La doctrina
importa.
Toda esta experiencia forzó a Holly a examinar lo que realmente creía. La
desafió a construir un fundamento sólido en su vida mediante una mayor
profundización en la Palabra y un mayor conocimiento de Dios. El fruto de
esa resolución, que salió de un periodo difícil de su vida, ha sido
extraordinario y hermoso.
Así que, el punto de partida —el fundamento— para convertirse en una
mujer de Tito 2 es exactamente el primer llamado de Pablo a vivir “de
acuerdo con la sana doctrina”.

Desesperadas por la doctrina


La cultura en la Creta del primer siglo, donde Tito servía como pastor, era la
más alejada de lo bueno y lo piadoso. Citando a un filósofo contemporáneo
de ese tiempo, “los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, glotones
ociosos —Pablo simplemente añadió—, este testimonio es verdadero” (Tit.
1:12-13). Describió a los no creyentes como “abominables y rebeldes,
reprobados en cuanto a toda buena obra” (v. 16).
Invariablemente, la desenfrenada falsa doctrina iba de la mano con el estilo
de vida irreverente que prevalecía tanto en Creta:
“Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y
engañadores, mayormente los de la circuncisión, a los cuales es preciso
tapar la boca; que trastornan casas enteras, enseñando por ganancia
deshonesta lo que no conviene” (Tit. 1:10-11).

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Esta falsa enseñanza no es de poca importancia. La palabra traducida como
“trastornan” significa “derrocar, anular, destruir”.[1] Ese es el tipo de
agitación que la doctrina malsana estaba causando en familias cristianas
enteras.
Entonces, ¿qué debían hacer esos cristianos del primer siglo a la luz de una
enseñanza malsana y vida pagana tan dominantes? ¿Y qué debemos hacer en
situaciones similares hoy día? ¿Preocuparnos y desesperarnos? ¿Maldecir las
tinieblas? ¿Darnos por vencidas y esperar que Jesús regrese?
“Pero tú —dijo Pablo al pastor Tito—, habla lo que está de acuerdo con la
sana doctrina” (2:1).
¿Es eso? ¿Enseñar al pueblo de Dios cómo vivir conforme a la verdad?
Así es. Ese es el plan de Dios: que la verdad y la luz triunfen sobre la
decepción y las tinieblas.
La cultura cretense estaba en una necesidad desesperada de creyentes e
iglesias que valoraran la doctrina correcta. Nuestra cultura tiene la misma
necesidad. Porque donde se enseña, se cree y se practica tal doctrina, se
exhibe el evangelio de Cristo; se proclama con poder y se vuelve creíble. Esa
es la razón por la cual Pablo urgía a Tito a designar ancianos y obispos en
cada iglesia para que pudieran “exhortar con sana enseñanza” (v. 9) y cuyo
ejemplo respaldara la enseñanza.
La sana doctrina es
radicalmente
transformacional.
Cuando la vivimos,
cambia todo en
nuestra vida.
La palabra griega traducida “sana” (como en “sana doctrina”) es jugiaíno.
Es un término del cual obtenemos nuestra palabra en español higiene.[2] La
sana doctrina es un medio para mantenernos sanos. Es saludable. Es dadora
de vida. Ayuda a las personas espiritualmente enfermas a sanarse en todos los
aspectos relevantes para la eternidad.
Hoy escuchamos mucho acerca de fuentes de energía limpias y decisiones
para un estilo de vida saludable. Nuestra cultura activista es rápida para
luchar contra el uso excesivo de pesticidas en la industria agrícola o en

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vecindarios infestados de mosquitos. Y todos conocemos personas a quienes
les gusta tener a sus amigos cerca, pero su desinfectante en gel aún más cerca.
Pero muchos que parecen puntillosos a la hora de lavar sus frutas y
vegetales no son tan cuidadosos con el tipo de doctrina que ingieren. Los
contaminantes no parecen molestarles en cuanto a lo que ellos creen.
La doctrina sana y saludable es pura. Es higiénica. Es segura. Está libre del
error venenoso. Como resultado, produce creyentes sanos y saludables. Sus
vidas muestran la influencia que tiene la sana doctrina.
Pero, muy a menudo, muy poca de esa influencia se hace evidente en la
vida de aquellos que dicen llamarse cristianos.
No hace mucho me sorprendieron los resultados de una encuesta que leí. Se
les preguntó a incrédulos, en sus últimos años de adolescencia y adultos
jóvenes, si tenían un amigo personal o conocido que fuera cristiano. Del casi
85% que dijo que sí, solo el 15% indicó que veía algunas diferencias entre el
estilo de vida de sus amigos cristianos y no cristianos.
Y no solo lo notan los estudiantes y los adultos jóvenes. El problema existe
tanto entre las generaciones antiguas como en las nuevas.
No debería ser así. Los creyentes deberían ser notablemente diferentes. Los
creyentes verdaderos serán notablemente —hermosamente— diferentes.
Y la sana doctrina es la causante.
Cómo nos cambia la sana doctrina
La sana doctrina es radicalmente transformacional. Cuando la vivimos,
cambia todo en nuestra vida. Nos aconseja. Nos corrige. Es como un sistema
de dirección a bordo, que dirige y determina nuestro curso. Y, al final,
transforma la cultura a través de nosotras y a nuestro alrededor.
La enseñanza de la sana doctrina era tan fundamental en el pensamiento de
Pablo que, de hecho, incluyó esta frase nueve veces en las tres epístolas del
Nuevo Testamento, que conocemos como “epístolas pastorales” (1 y 2
Timoteo y Tito). Cinco de esas instancias están solamente en Tito.
Sana doctrina.
Importó entonces. Importa ahora. Es el objeto completo de la verdad,
revelada en las Escrituras, que enseña y define nuestra fe. Entre otras cosas
nos dice:
• quiénes somos
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• quién es Dios
• qué significa ser cristiano
• qué es el evangelio
• quién es Jesús
• por qué vino
• por qué murió
• por qué vive otra vez
La sana doctrina nos dice que Dios es soberano sobre todo: sobre el
tiempo, sobre la naturaleza, sobre nuestra vida, sobre cada detalle minúsculo
del universo. Eso significa que, cuando todo en el mundo parece derrapar y
derrumbarse, podemos confiar que “Él tiene todo el mundo en Sus manos”.
La sana doctrina nos dice que existimos para dar la gloria a Dios y que
cada circunstancia que viene a nuestras vidas contribuye a tal fin. Si
pudiésemos tan solo fijar esa verdad en nuestros corazones, nunca
volveríamos a ver nuestras circunstancias de la misma manera.
Esa creencia —esa doctrina— ciertamente nos cambiaría.
La sana doctrina nos dice que el pecado entró al mundo y lo infectó hasta
cada partícula de polvo y el agua subterránea. Nos dice que nuestra tendencia
natural (desde Adán y Eva) es tratar de remediar la situación por nuestros
propios medios, separados de Dios, y escondernos de Él detrás de nuestras
hojas de higuera cosidas a mano con la esperanza de evitar que nos vea y
tener que rendirle cuentas. También nos dice que los conflictos en el hogar, el
trabajo, la familia y el mundo son una evidencia de lo que el pecado nos ha
hecho a nosotras y a otros.
Al saber esto, nuestra única esperanza se encuentra en volvernos a Aquel
que, aunque ciertamente tenía el derecho de desecharnos, decidió introducir
la redención y la reconciliación en nuestro mundo. A la luz de Su verdad,
vemos nuestro pecado y el pecado del mundo como realmente es, y
reconocemos nuestra absoluta dependencia de Él, que es nuestra justicia y
nuestra vida.
Eso, también, nos cambia.
La sana doctrina nos dice que nuestras opiniones personales son
intrascendentes comparadas a las de Dios, que los derechos individuales no
superan a los absolutos eternos, que la verdad no es subjetiva ni relativa, sino
constante en todas las épocas, todos los lugares y todas las personas,
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incluidas nosotras.
Nos dice que las cosas no siempre serán así, que la meta de la vida cristiana
no es la mera supervivencia ni la coexistencia pacífica con una cultura
perdida, sino el triunfo final de Cristo sobre la cultura.
La sana doctrina nos dice que aún como creyentes podemos tener una lucha
contra el pecado que mora en nosotras, contra los apetitos carnales y contra
los deseos egoístas. Nos recuerda que si no permanecemos en Cristo y
permitimos que su Espíritu haga su obra santificadora en nosotras, podemos
hacer obras religiosas, pero no dar fruto espiritual.
Aún más, la sana doctrina nos dice que, cada vez que decimos sí a Jesús y
no a nuestra carne, y permitimos que Su amor y Su poder fluyan a través de
nosotras, nos asemejamos cada vez más al Rey, a cuyo reino celestial
representamos aquí en la tierra.
Nos dice que la cruz es el mensaje de esperanza de Dios al mundo y que las
evidencias primarias de su realidad presente son vidas en quienes Su
misericordia y Su gracia están activamente obrando.
Y todo eso, mi hermana, debería transformarnos por completo.

El regalo de la sana doctrina


Sí, la sana doctrina nos cambia.
Es el qué, que nos guía a nuestro ahora qué.
“Que también pueda exhortar con sana enseñanza”, le dice Pablo a Tito
(1:9). Coloca un fundamento bíblico sólido y un fundamento teológico en el
corazón de tu pueblo. Ese es el qué. Es el punto de partida.
Luego, “habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (2:1), es decir,
haz una aplicación personal y práctica de la verdad. Esto es el ahora qué. Es
la aplicación práctica. La sana doctrina no es solo una colección de conceptos
teológicos abstractos. Siempre está ligada al deber. Requiere, motiva y nos
permite vivir una vida que sea agradable al Señor.
Tristemente, muchos creyentes e iglesias de hoy parecen carecer de apetito
por la sana doctrina. Vivimos en una cultura consumista. Queremos que nos
entretengan. Queremos estar cómodas. No queremos tener que pensar. Y no
queremos que la gente de afuera piense que somos intolerantes, excluyentes o
aburridas. Hemos aprendido que “la doctrina liviana” muchas veces atrae
mayores multitudes que una enseñanza y predicación doctrinalmente fuertes.
Pero el impacto del evangelio en el mundo se debilita inevitablemente
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cuando nuestro enfoque en programas, producciones, mercadeo y relevancia
supera nuestro énfasis en la sana doctrina. Cuando eso ocurre, privamos a las
personas de aquello mismo que le da al mensaje cristiano su mayor
persuasión: el saleroso testimonio de vidas cambiadas que reflejan la belleza
de Cristo y Su verdad. Anhelar algo inferior a la sana enseñanza es transitar
por un terreno peligroso.
Pero esta tendencia no es exclusiva de nuestra era. Tampoco debería
sorprendernos. Pablo advirtió a su joven pastor amigo Timoteo acerca de lo
mismo:
Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que
teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus
propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a
las fábulas (2 Ti. 4:3-4).
Pablo fue rápido en indicar a Timoteo una solución atemporal:
Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo… que prediques la
palabra… redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina
(2 Ti. 4:1-2).
En esencia, este es el mismo mensaje que Pablo le dio a Tito al principio de
su carta, cuando detalló los requisitos específicos de los líderes de la iglesia.
Los pastores y los ancianos son responsables de dar dirección y protección
espiritual al rebaño de Dios. Un compromiso indefectible con la sana doctrina
es central para ese llamado:
Retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también
pueda exhortar con sana enseñanza [dirección] y convencer a los que
contradicen [protección] (Tit. 1:9).
Si los pastores o líderes de tu iglesia aman, viven y enseñan la sana
doctrina, has recibido un regalo enorme. Asegúrate de que sepan cuán
bendecida y agradecida estás. Si buscas una iglesia donde congregarte,
asegúrate de escoger una donde tú y tu familia encuentren una dieta constante
de sólida enseñanza bíblica que los anime a vivir las implicaciones de la sana
doctrina. Y si tu iglesia está en la búsqueda de un nuevo pastor, ora para que
Dios lleve a un hombre que “hable lo que está de acuerdo con la sana
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doctrina” (Tit. 2:1). No tiene que ser un orador fascinante o un administrador
espléndido. No tiene que poseer un gran carisma o la habilidad de edificar
una megaiglesia, sino ser capaz de “predicar la Palabra”, para “exhortar y
reprender con toda autoridad” (v. 15).

Doble peligro
Sin sana doctrina, no tenemos anclaje ni un punto de apoyo sólido para
nuestras vidas. Si no estamos cimentadas en la sana doctrina, seremos
fácilmente engañadas y conducidas por mal camino, susceptibles a la falsa
doctrina. No sabremos cómo discernir la verdad del error cuando escuchemos
a un predicador popular o leamos un libro de superventas, que no está
completamente en línea con las Escrituras. Sin la sana doctrina, no podemos
saber cómo vivir de la manera que agrada a Dios.
La doctrina que produce
defensores de la verdad,
que tienen justicia propia
y son críticos, contenciosos
e insensibles, no es
verdaderamente sana;
porque la sana doctrina
no es tan solo verdadera
y correcta, sino también
hermosa y buena.
Por eso, frecuentemente, vemos a creyentes profesantes caer presa de
enseñanzas erróneas y justificar decisiones no bíblicas e inmorales, porque se
han extraviado de la sana doctrina y sus implicaciones en la vida.
Ante todo lo dicho, necesitamos reconocer que es posible sostener
tenazmente la sana doctrina de una manera fría, sin vida y carente del Espíritu
(¿tal vez, farisea?). De hecho, existen dos peligros, que igualmente se deben
evitar cuando se trata de la doctrina.
Hasta ahora, en este capítulo hemos enfatizado el primer problema: el de
una vida sin sana doctrina. Por otro lado, aquellos que valoran y promueven
la sana enseñanza bíblica pueden correr el peligro de tener una doctrina sin
vida.
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Este fue el problema de Nicodemo cuando por primera vez se acercó a
Jesús. El líder espiritual judío era bien versado en las Escrituras del Antiguo
Testamento. Observaba sus preceptos meticulosamente. Había comprendido
la doctrina. Pero no tenía el Espíritu. No tenía vida. Y, cuando fue a hablar
con Jesús una noche, rápidamente quedó claro que Nicodemo carecía de los
principios básicos de la vida del Espíritu. Esto hizo que Jesús se asombrara y
dijera: “¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (Jn. 3:10).
Nicodemo es un excelente ejemplo del hecho de que es posible saber lo
correcto y hacer lo correcto, y sin embargo no estar en lo correcto.
Aún más, la doctrina que produce defensores de la verdad, que tienen
justicia propia y son críticos, contenciosos e insensibles, no está de acuerdo
con el corazón y el carácter de Dios. No es verdaderamente sana; porque la
sana doctrina no es tan solo verdadera y correcta, sino también hermosa y
buena.
¿Podrían los demás ver eso cuando observan nuestra vida? Podríamos tener
las mejores respuestas a las preguntas más difíciles, pero ¿exhibimos ternura
cuando damos esas respuestas? Podríamos ser capaces de citar con “capítulo
y versículo” nuestros distintivos doctrinales, pero ¿manifestamos genuino
amor y bondad —el fruto del Espíritu— en nuestra rectitud teológica?
Podríamos ser expertas en la Palabra de Dios, pero ¿es evidente a otros que
nuestro corazón está conmovido por la maravilla de lo que conocemos?
Como Pablo le dijo a Tito, la meta es que “en todo adornemos la doctrina
de Dios nuestro Salvador” (Tit. 2:10). Cuando vivimos Su verdad en el poder
del Espíritu Santo, nuestra vida se vuelve más hermosa. Y esa verdad se
vuelve más convincente e irresistible para quienes nos rodean.
La única diferencia
Cuando Pablo insta a Tito a enseñar lo que está de acuerdo con la sana
doctrina, da a entender que ciertas maneras de vivir no están de acuerdo con
la sana doctrina. A lo largo de todo el libro de Tito, Pablo identifica maneras
en que la vida de los cristianos debería diferir radicalmente de la de los
incrédulos.[3] Veamos algunas de estas distinciones:
• Consecuencia entre creencia y comportamiento. Los incrédulos
“profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan” (1:16),
mientras que se espera que la vida de los verdaderos creyentes sea
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consecuente con lo que dicen creer.
• Pureza. Pablo describe a los incrédulos como “abominables” y
rebeldes (1:15; 2:14), que se comportan como “malas bestias” (1:12).
En contraste, la doctrina de la santidad de Dios nos llama a ser
“irreprensibles” (1:6-7) en cada área de nuestra vida.
• Dominio propio. Los incrédulos son esclavos de “concupiscencias y
deleites diversos” (3:3) como la glotonería y la pereza (1:7, 12). Pero
los creyentes en Cristo reciben Su poder para tener dominio propio.
• Compostura. Los incrédulos son muchas veces “iracundos” y
“pendencieros” (1:7). Pero los creyentes deben ser “prudentes” y
“no… respondones” (2:5, 9), “que a nadie difamen, que no sean
pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con
todos los hombres” (3:2).
• Relaciones. Pablo describe la actitud de los incrédulos hacia otros
como estar “viviendo en malicia y envidia” (3:3), mientras que las
relaciones de los creyentes deben reflejar “la bondad de Dios nuestro
Salvador” (3:4).
• Veracidad. Pablo describe a los incrédulos como intrigantes
“mentirosos” (1:12) y “engañadores” (1:10). Sin embargo, se refirió al
creyente como aquel que tiene “un conocimiento de la verdad” (1:1) y
una devoción a Dios que “nunca miente” (1:2).

Y pudiera continuar. Pero creo que entiendes lo que quiero decir. La


distinción entre las personas cristianas y las del mundo debe ser tan clara
como el agua. No porque somos mejores personas o porque tuvimos una
mejor crianza. De hecho, inherentemente, no diferimos en nada a otras
personas. A nuestro corazón le encantaría marchar al mismo ritmo
egocéntrico que el resto del mundo.
La única diferencia —la única diferencia— es Jesús. El evangelio.
Pero qué diferencia marca. ¡Qué diferencia Él marca!
Y el medio a través del cual el Espíritu continúa aflojando nuestro aferro a
viejos patrones de comportamiento, para liberarnos de las ataduras de la
conformidad cultural y despertar nuestro corazón a la belleza de Cristo y Sus
caminos, es a través de la verdad impartida de Su Palabra.
A través de la sana doctrina.
No pienses que puedes vestirte con un mejor comportamiento o convertirte
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en la hermosa mujer que esperas ser sin fundar tu vida sobre la verdad
bíblica. Si no estás dispuesta a comenzar allí y permanecer allí, saturándote
de las Escrituras y recibiendo la sana doctrina de creyentes maduras, tu
búsqueda de una vida piadosa y fructífera siempre será un ejercicio de
frustración.
Y si tratas de vivir sin prestar mucha atención a la sana enseñanza bíblica,
no pienses que evitarás encontrarte con la doctrina. Simplemente estás
escogiendo vivir un tipo de doctrina diferente.
Porque todas nosotras vivimos (y morimos) por la doctrina.

El evangelio de la verdad
He llegado a creer que cada falla y defecto en nuestra vida fluye de alguna
clase de deficiencia doctrinal.
O no nos han enseñado y realmente no conocemos la verdad de Dios, que
nos permite obedecerlo y deleitarnos en Él.
O (peor aún) conocemos la verdad, pero no estamos caminando de acuerdo
con lo que conocemos.
Es uno o lo otro. Porque solo la sana doctrina, aplicada constantemente,
mantendrá nuestro pensamiento y comportamiento en el camino correcto.
La sana doctrina es segura. Es higiénica. Es pura. Y es absolutamente
indispensable para un corazón sano y una vida piadosa.
Nuestro más alto
propósito es engrandecer
a Dios. Hacemos eso
cuando experimentamos,
disfrutamos y reflejamos
la hermosura de Cristo,
y la mostramos a un
mundo que está carente
de verdadera belleza.
Ahora bien, conocer y aceptar la sana doctrina bíblica no “endulza” la
guerra espiritual que enfrentamos ni nos garantiza que nunca fallaremos. Pero
cuando fallamos, nos muestra a dónde ir; nos indica el camino de regreso a la
cruz, nos llama a arrepentirnos y a entregarnos otra vez a Cristo, y nos
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asegura Su misericordia.
Nuevamente, todo nos lleva de regreso al evangelio. Nuestro propósito en
buscar el carácter, las relaciones y el ministerio de Tito 2 no es solo para ser
mejores esposas, madres o líderes ministeriales, o para tener una mejor
reputación o poder dormir mejor por la noche. Nuestro más alto propósito es
engrandecer a Dios. Hacemos eso cuando experimentamos, disfrutamos y
reflejamos la hermosura de Cristo, y la mostramos a un mundo que está
carente de verdadera belleza.
Puede que estés preocupada —como todas deberíamos estarlo— por la
rápida desintegración moral que nos rodea. Nuestra respuesta reflexiva es
pensar que la solución se encuentra en leyes nuevas y mejores, estructuras y
sistemas nuevos o un reacondicionamiento de las escuelas y los gobiernos. Es
tentador pensar que un presidente distinto, legisladores y jueces diferentes, o
más y mejores programas sociales cambiarían las cosas.
Pero lo que Pablo plantea en Tito es que, primero y principal, necesitamos
discípulos que conozcan y vivan de acuerdo con la sana doctrina. Hombres y
mujeres que estén fundados en las Escrituras y que vivan lo que creen.
Creyentes que sean piadosos, sabios, buenos y amables, que tengan familias y
relaciones amorosas y sanas.
Nuestros mejores argumentos intelectuales en sí solos nunca persuadirán al
mundo entero sobre la existencia de Dios, la singularidad de Cristo, el
camino a la salvación y la justicia moral de una cosmovisión bíblica, y otras
cosas más. El mundo es mucho más propenso a dejarse persuadir cuando ve
el evangelio manifestado en nuestra vida y nuestras relaciones.
Como dijo Heinrich Heine, el filósofo alemán del siglo XIX: “Muéstrenme
su vida redimida y tal vez pueda creer en su Redentor”.[4]
Simplemente, no hay herramienta de evangelismo más poderosa ni medios
más eficaces de producir un cambio social o sistemático, sino cristianos que
creen y demuestran la doctrina y el evangelio de Cristo Jesús.
Cuando mujeres jóvenes
y ancianas aprenden y
viven juntas la Palabra
de Dios, el resultado
es asombrosamente

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bello. Sumamente
cautivante. Un reflejo
de la imagen de Cristo.
Esa proposición podría parecer ingenua y demasiado simple para muchos.
¿Qué influencia podría ejercer un puñado de seguidores de Cristo
regenerados en una isla de Creta perteneciente a ese vasto y corrupto Impero
romano? ¿Qué influencia podemos ejercer tú y yo si vivimos una vida
piadosa en nuestro mundo impío?
Tú, tu familia y tu iglesia podrían ser pequeñas islas de piedad en un vasto
mar de maldad. Pero no subestimes lo que Dios puede hacer por medio de
esos fortines de gracia y belleza para que el evangelio sea deseable para las
almas perdidas. Así se extiende el Reino de Dios.
Por lo tanto, si eres una mujer joven… ahora prepárate a aprender a buscar,
entender y atesorar la sana doctrina de la Palabra de Dios, porque sabes que
esto formará la persona que hoy eres y la que serás mañana. Asegúrate de
relacionarte con ancianas piadosas, cuyo amor por Cristo y Su Palabra
incremente tu apetito por la sana doctrina y tu entendimiento de la influencia
que tiene en cada área de tu vida.
Y para aquellas de nosotras que somos ancianas, asegúrate de nunca dejar
de lado lo esencial: la Palabra de Dios pura, sin disolución. Seamos epístolas
vivientes de la sana doctrina, tanto en el aprendizaje como en la práctica.
Suficiente hemos tenido con la atracción y la distracción del mundo. Es
tiempo de mostrarles a las generaciones siguientes la belleza de la verdad de
Dios y su suficiencia para los desafíos de nuestro tiempo. Te aseguro que,
cada vez que seas obediente a este llamado, podrás ver que Dios pinta tu vida
con colores del evangelio fuertes y vivos como jamás imaginaste.
La doctrina es el qué.
Su aplicación es el ahora qué.
Y, cuando ambos están juntos, tenemos el fundamento de la verdad firme y
nivelado sobre el cual construir nuestra vida con confianza.
Cuando mujeres jóvenes y ancianas aprenden y viven juntas la Palabra de
Dios, el resultado es asombrosamente bello. Sumamente cautivante. Un
reflejo de la imagen de Cristo.

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Reflexión personal
Ancianas
1. Si una mujer joven estuviese buscando una mentora sólidamente
fundada en la verdad bíblica y que refleje la belleza de la verdad,
¿pensaría en ti? ¿Por qué sí o por qué no?
2. ¿Qué pasos prácticos podrías tomar a fin de estar mejor preparada
para ser mentora de una mujer más joven? (¡Recuerda que no tienes
que ser perfecta para ser de ayuda!).
3. ¿Cómo podrías animar a una mujer más joven en tu vida a ser más
intencional en cuanto a “plantar y regar” su corazón en el suelo de la
buena doctrina?
Mujeres jóvenes
1. ¿De dónde has “adquirido” las “doctrinas” (enseñanzas) que más han
influido en tu vida? ¿De la televisión/películas, amigas, miembros de
tu familia, mentoras, libros, las Escrituras, la iglesia? ¿Son estas
fuentes sabias y piadosas? ¿Cuál es el fruto de estas enseñanzas en tu
vida?
2. ¿Qué cualidades de una mentora potencial te indicarían que tiene un
firme compromiso con la sana doctrina? ¿Cuáles podrían ser unas
posibles señales de alarma?
3. ¿Qué pasos podrías tomar para profundizar tu entendimiento de la
Palabra de Dios y saturar tu mente, tu corazón y tu vida con la sana
doctrina?

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Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina.

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el


amor, en la paciencia.

Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte ; no calumniadoras ,


no esclavas del vino, maestras del bien;

que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,

a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos,


para que la palabra de Dios no sea blasfemada.

…para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro


Salvador.
TITO 2:1-5, 10

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