Copia de Buscando A Mister I - La Estación - 240405 - 041736

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Una novela Poli

a, cial donde
la amistad vence al
bullying
Chavela Dueco

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Buscando a
| MÍSTER 1
Una novela policial donde
la amistad vence al bullying

Chavela Dueco

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Biografía del autor

Introducción
Capítulo O1: Una libreta, una lapicera y un paraguas

Capítulo 02: El premio al más raro de la escuela

Capítulo 03: ¿Dónde está Fermín Zielinsky?.................... 19

Capítulo 04: La oficina más ordenada del mundo

Capítulo 05: El principal sospechoso

Capítulo 06: El hijo de Batman

Capítulo¡07: ¿QUIEN ES/IMET?.... omar.cosas 40

Capítulo 08: Hay alguien más

Capítulo 09: Una escuela anormal

Capítulo 10: Un imán para los problemas

Capítulo 11: Legados ligados

Capítulo 12: A simple vista

Capítulo 13: El poder de los libros

Capítulo 14: Los ermitaños

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Chavela Dueco

Nace en Buenos Aires, en 1989. A los diez años, y tras la


muerte de su madre, se muda con su padre a Londres,
ciudad que despierta en ella su dormido y heredado don
de la escritura.
En su adolescencia, comienza a escribir palabras sobre
todo material que encuentra: hojas, muebles, paredes,
techos... hasta la piel de las personas. Para satisfacer su
pulsión de escritura, participa en un taller de poesía y se
vuelve fanática del haiku.
Al terminar la escuela secundaria, decide formarse de
manera autodidacta, y comienza a estudiar distintos tó-
picos que ella misma elige una vez por mes. Así es como
encuentra referentes en Frédéric Beigbeder, Bob Dylan,
Nikola Tesla, Dimitri Shostakóvich y el creador de la plas-
tilina Play-Doh.
Cuando a los veinticinco años regresa a su país natal, es-
cribe La última muerte de Heiki Q. y La última canción de
Vincent Coy.

de

ss DW

KA KK ARK
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Buscando a Míster ie 5

Introducción

arwin se mantuvo inmóvil en el centro del aula, y


no por decisión propia. Aunque hubiese querido
darse vuelta para mirarlo, no lo habría logrado:
el cuerpo no le respondía. Sin embargo, no necesita-
ba ver su cara para saber de quién se trataba, podía
reconocer su voz. El enigma estaba resuelto: había
encontrado a Míster |.
Para calmarse, intentó controlar la respiración,
luego, cerró los ojos y organizó sus pensamientos.
¿Cómo es posible que sea él”, pensó Darwin, ¿cómo
es que nunca estuvo entre los sospechosos?
Volvió a abrir los ojos, y entendió que Mr. | había
estado siempre uno o pocos pasos por delante de él.
Comprendió que no lo había encontrado a Mr. 1, sino
que fue este quien lo había encontrado. Y, con ese
pensamiento en mente, Darwin sintió la necesidad de
hacerle una sola pregunta:
—¿Por qué estoy acá?

Ss

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Buscando a Míster ¡ e 7

co Capítulo 01 0
Una libreta, una lapicera
y un paraguas

a madre continuó:
—Porque la vida se trata de eso, Darwin, de
cambios constantes. Algunos son notorios y se
presentan de manera tajante, y otros son casi imper-
ceptibles. Pero, a fin de cuentas, todos terminan te-
niendo la misma importancia.
Así respondió la madre de Darwin Xenes luego de
que su hijo le había preguntado por qué no podía em-
pezar a estudiar en la comodidad de su hogar, de ma-
nera autodidacta, sin la necesidad de tener que ir a
una escuela; sobre todo, sin tener que ir a una escuela
completamente nueva.
—Madre... —Darwin siempre la llamaba así cuan-
do quería recordarle que ya no era un niño—. No sé si
estoy preparado para caerle mal a todo un grupo nue-
vo de compañeros; además, creo que ya es hora de
que tome control de los quince años de sabiduría que
tengo y que empiece a aprender sobre la vida de ma-
nera autodidacta. ¿Qué te parece?
Treinta y cinco minutos más tarde, Darwin estaba
parado en la puerta de su nueva escuela. Se puso a
observar a los que entraban, y llegó a la conclusión de
que, al igual que en su anterior escuela, su indumen-
taria se asemejaba más a la de un profesor que a la de
un alumno.

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8 e Chavela Dueco

Llevaba puesto un pantalón negro de vestir que


le quedaba unos centímetros cortos. Se le veían las
medias, también negras, y tenía puestas unas zapati-
llas de tela del mismo color. El pantalón era sujetado
por unos tiradores marrones, que atravesaban una
chomba extremadamente blanca y, encima, lucía un
cárdigan gris con unas coderas que combinaban con
los tiradores. En una de sus manos, llevaba un para-
guas cerrado, que usaba de bastón, mientras que la
otra la había metido en uno de los bolsillos de su abrigo.
Darwin siempre llevaba consigo tres objetos: una la-
picera, una libreta —que las guardaba en el bolsillo de
atrás del pantalón— y un paraguas. Había llegado a la
conclusión de que era útil llevar un paraguas en todo
momento, los beneficios eran varios. Había escogido
un paraguas con la altura exacta para que le ayudara
a mantener un buen porte; además, creía que podía
servirle como arma en caso de que fuera necesario
defenderse ante una letal amenaza; y, por supuesto,
en los días de lluvia, podía convertirse en un campo de
defensa que lo mantendría relativamente seco.
Antes de entrar al edificio, observó una vez más
el desgastado letrero con el nombre del colegio:
“Escuela Anormal Ermita”. Tuvo que fijarse de nuevo
para descubrir que la “A” en “Anormal” era producto
de su imaginación. En realidad, la escuela se llamaba
“Escuela Normal Ermita”. Okey, Darwin, se dijo a sí mis-
mo mientras cruzaba la puerta y el pasillo principal, solo
tenés que sobrevivir durante los próximos tres años.

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Darwin sabía que necesitaba dar una buena primera


impresión, su madre se había pasado toda la noche
anterior recordándoselo. Así que lo primero que hizo
fue dirigirse a la oficina del director para presentar-
se oficialmente. Le preguntó a un grupo de alumnos
cómo llegar allí, y después de que lo examinaron en
silencio unos segundos, le indicaron el camino. Antes
de entrar a la oficina del director, Darwin se puso a leer
las palabras grabadas en ella, pero mientras termina-
ba de hacerlo, la puerta se abrió de golpe. Su reac-
ción consistió en dar un pequeño salto hacia atrás y
aferrarse con fuerza al mango de su paraguas. Tlardó
unos segundos en calmar sus pulsaciones y su respi-
ración. Cuando lo consiguió, se enfocó en ese hombre
que tenía enfrente. Primero, se perdió en su cálida y
fraternal mirada, después, notó que su pecho se mo-
vía a un ritmo fuera de lo común. El sujeto también
está agitado, pensó Darwin.
—Usted debe ser el joven Xenes —dijo el director.
—Y usted, Alain Peppermint —Darwin repitió el
nombre que había en la puerta.
—En esta institución se me conoce como director
Peppermint —aclaró, dejando ver cierta simpatía—.
¿No está muy despejado el cielo como para usar un
paraguas?
Darwin hizo todo lo posible por darle una respuesta
relativamente convincente:
—Nunca se sabe, director Peppermint. Las peores tor-
mentas son las que caen cuando menos se las espera.

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10 e Chavela Dueco

El director lo observó durante un rato y luego habló:


—Tantas catástrofes en la historia de la humanidad
se habrían evitado tan solo con un poco de precaución
—agregó tras hacerlo pasar y cerrar la puerta—. ¿Se
encuentra perdido, joven Xenes?
—Posiblemente, pero antes de entrar a mi aula quería
presentarme con usted —respondió Darwin.
—Las noticias corren demasiado rápido por es-
tos pasillos, joven Xenes. Sé más de usted de lo que
se imagina —El director le señaló el camino con la
mano—. Sígame, lo acompañaré hasta su aula.
Mientras recorrían el pasillo del segundo piso, el di-
rector Peppermint le habló de la dinámica de la escue-
la; pero Darwin no pudo prestarle mucha atención, ha-
bía algunas preguntas rebotando en su cabeza: ¿Sabe
más de mí de lo que me imagino? ¿Los rumores corren
demasiado rápido? ¿Estará enterado por qué me echa-
ron de la última escuela? ¿Lo sabrán todos?
Cuando pasaron junto a la puerta de la biblioteca, el
director la señaló con el dedo y dijo:
—Allidentro encontrará todas las respuestas, joven.
Darwin dirigió su mirada hacia la puerta. Enese mo-
mento, alguien apareció desde el final del pasillo. Al
voltearse, vio que era una mujer la que se acercaba a
ellos. Se trataba de una señora de unos sesenta años,
y cuando Darwin la miró a los ojos, notó que tenía las
pupilas blancas.
—Buenos días, director Peppermint. Buenos días,
joven —dijo ella.

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—Buenos días, Rebeca —respondió el director.


Darwin la siguió con su mirada mientras ella abría la
puerta de la biblioteca y entraba.
—Señor, ¿cómo es posible que sepa que...?
El director lo interrumpió para darle la respuesta.
—Joven Xenes, nuestra bibliotecaria podrá ser cie-
ga, pero ve este mundo con mucha más nitidez que la
mayoría de nosotros.
Siguieron su camino, hasta que el señor Pepper-
mint se detuvo frente a un aula. La puerta estaba ce-
rrada, pero Darwin podía ofr ruidos provenientes del
otro lado.
—Hasta aquí llegamos, joven Xenes, ahora nuestros
caminos se separan. Ha sido un placer,
El director le extendió la mano y Darwin se la estre-
chó con firmeza. Con ese movimiento, pudo ver que
de la manga de la camisa del director sobresalía un
gemelo con sus iniciales en letras minúsculas: “a. p.”.
—Antes de partir, joven Xenes, me gustaría expre-
sarle algo con respecto a su pasado —Darwin tuvo la
impresión de que los ojos del director se enfriaban—.
Admiro a las personas que defienden las causas justas.
Sin embargo, joven Darwin, hacer justicia por mano pro-
pia es inaceptable en esta escuela. Por eso, queremos
acompañarlo en el proceso de adaptación y creemos
que va a ser de gran ayuda que visite, al menos una vez
por semana, a nuestro consejero escolar, el señor Her-
mes. Ahora disfrute de su primer día de clases y, cuando
se sienta preparado, vaya a verlo al señor Hermes.

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12 e Chavela Dueco

El director Peppermint se alejó y Darwin se que-


dó solo frente a esa puerta que, en algún momento,
inevitablemente tendría que abrir. Antes de girar el pi-
caporte, se tomó unos segundos para analizar la últi-
ma información que había recibido. ¿Cómo es posible
que el director Peppermint sepa que lo que hice fue
para hacer justicia? No lo sabe nadie. Ni siquiera se lo
dije a mi madre, pensó Darwin. También se preguntó
qué otros secretos se esconderían detrás de la miste-
riosa mirada de Alain Peppermint.

ys

% ¿Por qué, según Alain Peppermint, en la biblioteca


Darwin “encontrará todas las respuestas”?
% ¿Qué preguntas rondarán por la cabeza del joven
Xenes en su primer día en la Escuela Normal Ermita?

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Buscando a Míster i e 13

cv Capítulo 02 oo
El premio al más raro de la escuela

na vez que entró en el aula, Darwin se quedó


junto a la puerta y echó un vistazo general. El
profesor todavía no había llegado, así que los
otros alumnos estaban hablando entre ellos, o al me-
nos eso hacían antes de notar la presencia de Darwin.
Al verlo, se produjo un silencio y hubo varias miradas
incómodas. Oyó a alguien gritar: “¡Raro!”.
La voz provenía de algún asiento del fondo y fue segui-
da por la risa de varios; después, continuaron hablando
como si nada hubiera pasado. La llegada de Darwin ha-
bía sido tan solo un hecho casi intrascendente.
Divisó dos bancos libres. Pero luego se dio cuenta
de que el que estaba más cerca tenía colgada en el
respaldo una mochila, así que fue al fondo del aula,
donde se encontraba su única opción. Se detuvo fren-
te al lugar que estaba libre, pero, antes de sentarse,
notó que alguien lo observaba sin ningún tipo de disi-
mulo. Era la mirada del compañero que estaba senta-
do junto a su futuro banco. Darwin no pudo disimular
su sorpresa ante su enorme tamaño.
—¿Por qué estás vestido como si vinieras del pasa-
do? —preguntó el gigante.
—Voy a tomar esa pregunta como un halago —res-
pondió Darwin.

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14 e Chavela Dueco

—Realmente, sos raro.


—¿Vos fuiste el que me gritó "raro"?
—No, grité “raro” al aire. Si te sentiste identificado,
será por tu propia inseguridad.
Darwin admiró la lógica de aquella frase y extendió
la mano hacia el gigante.
—Darwin Xenes.
—SÍ, sé quién sos —aclaró—. Hay circulando varios
rumores sobre vos... y se podría decir que algunas le-
yendas también.
El gigante chocó la palma de su mano contra la de
Darwin y luego la cerró en forma de puño.
—Me llamo Benjamín, pero la gente siempre me
dice Benji... y no te voy a decir mi apellido porque no
soy un caballero medieval. Ah, y estoy esperando a
que choquemos puños.
Darwin observó el tamaño de la mano de Benjamín;
sentía que iba a tener que chocar contra una roca. Ce-
rró la mano, la acercó lentamente hacia el otro, y con-
trario a sus sospechas, el golpe de puños fue tan leve
que hasta creyó que el gigante lo estaba cuidando.
—¿En qué consisten los rumores? —le pregun-
tó Darwin tras colgar su paraguas en el respaldo del
banco.
Antes de sentarse, sacó del bolsillo del pantalón la
libreta y la lapicera.
—Toda clase de rumores —respondió Benjamín—.
Algunos dicen que venís de una clínica psiquiátrica,
otros dicen que te echaron de un colegio por haber
secuestrado a alguien. Hasta llegué a escuchar que
fuiste arrestado por un equipo S. W, A. T. —Estiró las

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piernas y se recostó en su silla—. Te voy a dar un solo


consejo, Darwin Xenes: nunca subestimes el poder de
los rumores.
Darwin apoyó la libreta y la lapicera sobre el ban-
co, y se sumergió en sus pensamientos, hasta que la
puerta del aula se abrió y apareció un hombre canoso
y robusto. Lucía una frondosa barba gris y unos lentes
ovalados que lo hacían parecer un Papá Noel de civil.
Apoyó su portafolio sobre el escritorio, lo abrió y sacó
una hoja de papel. Tuvo que pedir silencio tres veces
para que los alumnos tomaran asiento y se quedaran
callados. Una vez que lo consiguió, acercó la hoja a su
rostro y fue leyendo los apellidos en orden alfabético.
Aquel día parecía haber asistencia perfecta, e inevita-
blemente llegó el momento de la letra "x”.
—¿Xenes? —preguntó el Papá Noel de civil.
Darwin levantó la mano con sutileza, para pasar
desapercibido.
—Xenes, póngase de pie —le ordenó el barbudo, y
dejó salir una risa entrecortada y repetitiva que acom-
pañaba a la perfección a su personaje—. Déjeme ver
esa cara —Darwin le hizo caso, y se paró junto a su
banco—. Muy bien, Xenes. Cuéntenos su historia, es
decir, preséntese.
—¿Cuán necesario es que lo haga? —preguntó
Darwin indiferente.
—Estamos en la clase de Historia —le aclaró el hom-
bre—. Y usted, Xenes, también es parte de la historia del
mundo, ¿cierto? Entonces, cuéntenos algo sobre usted.
Antes de responder, Darwin pudo ofr que Benjamín
hacía fuerza para contener la risa.

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16 e Chavela Dueco

—Mi nombre es Darwin y, básicamente, a partir de


hoy soy un alumno más de este lugar.
—Muy bien, Xenes —acotó el profesor—. ¿Qué más?
Por ejemplo, ¿qué le gusta del mundo?
—Me gusta el silencio... —respondió de la única ma-
nera que sabía, con sinceridad— y me gusta toda la
información que se esconde en los detalles.
Tras esa respuesta, sus deseos se cumplieron y el
aula entera se quedó en silencio. Darwin se sintió a
gusto; de esa manera, podía oír sus pensamientos con
claridad, pero la tranquilidad solo duró unos instantes.
A Benji, al contrario de Darwin, el silencio lo ponía an-
sioso, así que decidió hacer algo al respecto:
—¡Que cuente si viene de un loquero! —gritó y, en
vano, intentó esconderse detrás de un alumno que no
tenía ni la mitad de su tamaño.
—iLuna! —exclamó el profesor—. Usted siempre tie-
ne un comentario para todo, ¿no?
Benji se acomodó en su asiento, entusiasmado por
la conversación que estaba a punto de tener.
—De hecho, tengo más de uno a la vez, pero la ma-
yoría de las veces se contradicen entre sí, así que me
los guardo, profesor Claus.
—Se pronuncia Klosé. Luna, no se haga el gracioso,
no le queda bien.
—|¡Objeción, Su Señoría! —exclamó Benji, y después
señaló a un grupo de compañeros que se mostraban
risueños—. Tengo evidencias físicas que indican lo
contrario.
—No hace falta que las muestre, Luna —dijo el

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Buscando a Míster ¡ e 17

profesor Klosé—. Por favor, manténgase en silen-


cio y tranquilo. Ya hemos hablado sobre este tipo de
comportamiento.
—SÍ, ya sé, profesor —dijo Benji en un tono más sua-
ve—. Perdone, es que a veces vivo los momentos con
mucha intensidad. Así es la adolescencia, profesor
Clau... Klosé.
—Está bien, Luna. Sigamos con la clase —dijo el
profesor, un tanto confundido—. ¿En qué estábamos?
—Pensó por un momento hasta recordarlo—. Ah, cier-
to. Muy bien, Xenes, tome asiento.
Darwin le hizo caso, y todo su cuerpo agradeció que
aquel momento hubiera terminado.
—De nada —oyó un susurró a su lado.
—¿Por qué te tendría que agradecer? —le preguntó
a Benji, sin siquiera girar la cabeza.
—Por salvarte de que te siguieras autoproclamando
como el individuo más raro de toda la escuela —dijo
en un tono bajo, mientras de fondo se oía al profesor
Klosé repetir un mismo apellido una y otra vez—. Ade-
más, acá los títulos quedan para siempre. Como yo,
que hace dos años retengo el del más gracioso, o Ana
—continuó, mientras señalaba sutilmente hacia una
compañera que había en un banco lejos de ellos—, que
tiene el título de “la más estudiosa”, o Fermín que...
—Benji señaló hacia la única silla que se encontraba
vacía—. Bueno, ahora no está. Pero, ahí, en el banco
vacío que tiene una mochila colgada, se sienta Fermín.
Él hace bullying, es el maltratador más peligroso de la
escuela, y le hace hace honor a su título todos los días.

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18 e Chavela Dueco

—¿Zielinsky? —preguntó el señor Klosé una vez


más—. ¿No se encuentra Zielinsky? —Se le volvió a
escapar un risa entre navideña y nerviosa—. Bueno,
asistencia casi perfecta.
Apoyó la hoja sobre el escritorio y empezó con su
clase. Pero Darwin ya no pudo oírlo, se había quedado
en una frase dicha al pasar: ¿Asistencia casi perfecta?
Darwin dirigió su mirada hacia el asiento vacío.
—¿Esa es la mochila de Zielinsky? —le preguntó
Darwin a Benji.
—Sí —respondió su compañero.
—¿Y por qué no está en el aula?
—Debe estar escondido en la biblioteca. Nunca hay
nadie en ese lugar —respondió Benji—. Sigamos ha-
blando en otro momento, Darwin Xenes. Santa Claus
nos está mirando.
Darwin dirigió su vista hacia el frente y se encontró
con la mirada del profesor Klosé. Se acomodó en el
banco, irguió la espalda e intentó prestar atención du-
rante el resto de la clase. Sin embargo, no podía evitar
preguntarse, una y otra vez, por qué su instinto para-
noico le indicaba que algo extraño estaba a punto de
ocurrir en la Escuela Normal Ermita.

9
% ¿Qué habrá sucedido con el alumno Zielinsky?
% ¿Qué más le dictará su instinto paranoico a
Darwin después de notar la ausencia de su nuevo y
desconocido compañero?

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Buscando a Míster ¡ e 19

co Capítulo 03 oo
¿Dónde está Fermín Zielinsky?

asaron los días y Fermín Zielinsky no aparecía.


La última pista que había de él era esa mochila
que colgaba de su asiento. Sus padres habían
hecho la denuncia en la comisaría el mismo día de su
desaparición, pero solo pudieron tomarla luego de
que pasaron las primeras veinticuatro horas. Lo que
los padres de Fermín no sabían era que había un joven
que ya estaba trabajando en el caso: Darwin Xenes.
La misteriosa desaparición de su compañero de
curso era lo único que inquietaba a Darwin, especial-
mente, durante los recreos. En esos quince minutos
de descanso, intentaba alejarse del resto de sus com-
pañeros para analizar la situación.
Sin embargo, se le estaba haciendo difícil poder
encontrar momentos de soledad, sobre todo, porque
durante los recreos Benji lo seguía adonde fuera. Algo
que al comienzo le parecía muy molesto, pero que a
fin de cuentas resultó ser útil, al menos para su inte-
eridad física.
Durante uno de los recreos, se había cruzado con
un grupo de compañeros, y al pasar junto a ellos, al-
guien hizo volar el paraguas de su mano de una pata-
da. Mientras Darwin se agachaba para tomarlo, sintió
que se acercaba su atacante.
—¡El idiota trae un paraguas el día más soleado del
año! —gritó el sujeto, al tiempo que su manada se reía.

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20 e Chavela Dueco

Darwin respiró profundo para poder mantener la cal-


ma, se puso de pie y se dispuso a seguir su camino, pero
su atacante se ubicó frente a él para impedirle el paso.
—Permiso —dijo con un tono tranquilo de voz.
—é¿Y si no quiero?
El joven Xenes negó con la cabeza, pero no pudo
contener más sus pensamientos.
—No es mi culpa que estés condenado a vivir por el
resto de tu vida dentro de tu aburrida cabeza.
Al terminar de hablar, Darwin notó que la mirada de
ese maltratador se llenaba de ira. Además, le dio un
empujón que lo hizo retroceder varios metros, pero ni
bien recuperó el equilibrio, Darwin extendió su para-
guas y apunto hacia él como si tuviera una espada.
Antes de que la situación se pusiera peor, apareció
Benji y se interpuso entre los dos. Le dio la espalda a
Darwin y se dirigió solo al maltratador.
—No te voy a mentir, Elías, me encantaría ver cómo
sigue esta pelea, pero no puedo dejar que lo golpees,
porque me cae bien.
Darwin notó que el maltratador miraba a Benji con
cierto respeto, especialmente, porque este le llevaba
más de una cabeza. Y así fue que el gigante pasó aser
una especie de custodio en los recreos.
Sus conversaciones, en general, consistían en que
Benji tratara de descubrir por qué lo habían expulsado
de su anterior escuela, pero todo cambió después de
que Darwin le hizo una pregunta:
—¿Por qué querés ser mi amigo?
—Eh... no, yo no quiero ser tu amigo —aclaró Benji—.

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Buscando a Místeri e 21

Además, si quisiera ser tu amigo, me tomaría unos días


para pensarlo, no te haría una propuesta a menos de
setenta y dos horas de conocerte.
—Entonces, ¿a qué se debe que me estás hablan-
do? —quiso saber Darwin.
—¿Por qué no habría de hacerlo? Empiezo a tener
la leve sospecha de que sos una persona muy insegu-
ra, Darwin. Me genera intriga tu pasado, sobre todo, la
parte en la que te echaron de una escuela. Te salvé la
vida, estás en deuda conmigo, y algún día me lo vas a
tener que contar.
—Algún día, Benjamín, algún día —respondió solem-
nemente—. Igual, para tu información, no me salvaste
la vida, tenía la situación bajo control.
—Darwin, no sé si lo notaste, pero dentro de la ca-
dena alimenticia de la escuela, estás muy abajo, sos
presa fácil para cualquiera. Deberías agradecer que
Fermín está desaparecido.
—¿Tan peligroso es ese tal Fermín?
—Una vez le pegó a un alumno solo por haberse
comprado las mismas zapatillas que él.
—¿Hay mucha gente a la que le cae mal? —preguntó
Darwin.
—A todo el mundo le cae mal Fermín —respondió
Benji, que empezó a sospechar que su pregunta no
había sido por simple curiosidad—. ¿Por qué? ¿Pensás
que alguien de la escuela pudo haber tenido algo que
ver con su desaparición?
—No lo sé, y aunque lo pensara, es trabajo de
la policía averiguarlo —respondió. Se acordaba

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22 e Chavela Dueco

perfectamente de que en esa escuela tampoco acep-


taban la justicia por mano propia.
—Hasta donde sé, el más sospechoso hasta el mo-
mento sos vos, Darwin. Llegás a este colegio, entrás
al aula varios minutos tarde, y curiosamente el mismo
día desaparece un alumno.
Aquel comentario podría haber pasado desaperci-
bido para Darwin, sin embargo, en medio de la clase
siguiente, un preceptor interrumpió la lección de Bio-
logía para informarle a la profesora Blitz que se re-
quería la presencia del alumno Xenes en la oficina del
director.
Al entrar a la oficina, Darwin descubrió que no solo
lo esperaba el señor Peppermint, sino que también
estaba un hombre al que conocía bastante bien. No
pudo evitar recordar la frase que Benjamín le había di-
cho: él era el principal sospechoso hasta el momento.
—Joven Xenes —dijo el director Peppermint, antes
de ponerse de pie—. Por favor, tome asiento.
Darwin respondió con una sutil reverencia y se diri-
gió hasta el único asiento libre.
—El señor es el detective Díaz —comenzó a explicar
el director, aunque fue interrumpido por el otro.
—De hecho, ya nos conocemos —aclaró el hombre,
con la mirada clavada en los ojos de Darwin.
—SÍí —respondió, con un tono desafiante, Darwin—.
Si no me equivoco, la última vez que nos vimos usted
me terminó arrestando.
Antes de continuar con la conversación, el detective se
tomó un momento para poder mantener la compostura.

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Buscando a Míster i e 23

—Darwin, te estarás preguntando qué es lo que ha-


cés acá.
—Me puedo imaginar el motivo —respondió.
—Bien, entonces, pasemos directamente a las pre-
guntas —El detective tomó de su bolsillo una libreta y
una lapicera, y a Darwin se le escapó una sonrisa—.
¿Qué es tan gracioso?
—Solo me estaba preguntando cuán distintos so-
mos realmente usted y yo —aclaró.
El detective hizo de cuenta que no lo había oído y
comenzó con el interrogatorio:
—¿En dónde estuviste el lunes entre las siete y las
nueve de la mañana?
—Primero, estuve en mi casa, después, vine a la
escuela, me quedé un rato en la oficina del director y
luego fui a mi aula.
—¿Hay alguien que pueda corroborarlo”?
—Mi mamá y el director Peppermint —respondió
Darwin. Tenía la mirada clavada en el director.
Notó en su rostro una leve y casi imperceptible son-
risa, y llegó a tener la sensación de que el director se
estaba divirtiendo con la escena que se desarrollaba
ante él. Cuando se dio cuenta de que ambos lo esta-
ban mirando, el señor Peppermint asintió con la cabe-
za para confirmar lo que había dicho Darwin.
—¿Qué sabe del alumno Fermín Zielinsky? —conti-
nuó Díaz.
—Nada, ni siquiera sé cómo se ve físicamente.
—Entonces, ¿no lo viste en ningún momento duran-
te la mañana del lunes?

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24 e Chavela Dueco

—No, pero vi su mochila en el aula, lo que me hizo


pensar que había venido a la escuela —agregó Darwin
y se arrepintió al instante de lo que había dicho.
—¿Cómo sabías que era su mochila? —observó el
detective—. Si ni siquiera lo conocés...
—Le pregunté a un compañero de curso, Benjamín
Luna.
—¿Y por qué estabas tan interesado en la mochila
de Fermín Zielinsky?
—De verdad, cree que tuve algo que ver con su des-
aparición, ¿no? —dijo Darwin. Ya estaba cansado de
los ataques del detective—. En ese caso, no voy a res-
ponder ninguna otra pregunta sin la presencia de un
abogado... o de mi madre.
Antes de que el detective Díaz pudiera decir algo, el
director de la escuela se le adelantó:
—Creo que el alumno Xenes necesita tomarse un
tiempo, detective. ¿Por qué no mejor continuamos in-
terrogando al personal de la escuela? Si es necesario
hacerle más preguntas a Darwin, podemos llamar a su
madre y citarla para que esté presente.
Díaz se tomó un segundo antes de hacer un ofusca-
do gesto de aprobación con la cabeza. Ni bien lo hizo,
Darwin se puso de pie y se dirigió hasta la puerta de la
oficina en silencio y masticando su frustración.
—Joven Xenes —lo detuvo el señor Peppermint—,
Recuerde visitar al señor Hermes, el consejero de la
escuela. Me ha comentado que todavía no tuvo noti-
cias de usted.

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Buscando a Míster i e 25

Darwin asintió. Luego, estiró el brazo para tomar el


picaporte y salir de ahí. Pero antes de poder hacerlo,
la puerta se abrió de golpe:
—¡Señor Peppermint! —dijo agitado el profesor Klo-
sé, y sin notar la presencia de Darwin continuó —. ¡Pa-
rece que otro alumno ha desaparecido!

% ¿Cuál será el alumno que desapareció esta vez?


% ¿Por qué el detective Díaz se muestra tan agresivo
con el joven Xenes? ¿Qué sospechas tendrá sobre él?

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26 e Chavela Dueco

co Capítulo 04 oo
La oficina más ordenada del mundo

arwin ya había salido de la oficina del director.


Se preguntaba cuán cierto podía llegar a ser
lo que había oído. Realmente, algo extraño es-
taba sucediendo en esa escuela, y esta vez no era su
culpa, aunque el detective Díaz pensara lo contrario.
Darwin se dedicó a recorrer los pasillos. En un co-
mienzo, quiso ir a su aula, pero luego recordó lo que
el señor Peppermint le había dicho, así que cambió el
rumbo, y se dirigió a la oficina del consejero escolar.
Golpeó la puerta varias veces, pero no obtuvo res-
puesta. Pensó en volver a su aula, aunque su curio-
sidad fue mayor. Giró el picaporte y descubrió que no
había ninguna traba que le impidiera entrar a la oficina
del consejero. Simplemente, abrió la puerta.
Cuando puso un pie adentro, Darwin tuvo la sensa-
ción de encontrarse en el lugar más ordenado y pul-
cro que jamás había visto. Entre tanto orden, Darwin
Xenes se sentía tranquilo y en paz, aunque no duró
mucho, porque enseguida una voz lo sorprendió por
detrás:
—Finalmente, tengo el honor de conocerte, Darwin
Xenes.
El joven se sobresaltó y, automáticamente, se aferró
con fuerza a un paraguas invisible que creía tener en
una de sus manos. Giró y se encontró con la presencia

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Buscando a Míster ¡ e 27

del señor Hermes. Era un hombre de unos cincuenta


años, bajo de estatura y ancho de abdomen, con una
despeinada y enrulada cabellera entre rubia y canosa.
—Perdón por entrar —se excusó Darwin—. Solo
quería...
—No hay de qué preocuparse —lo interrumpió—.
Yo también me dejaba dominar por la curiosidad a tu
edad. Por favor, tomá asiento.
Los dos se sentaron, uno a cada lado del escritorio.
Cruzaron miradas en silencio, hasta que el consejero
se decidió a hablar:
—Entonces, Darwin, ¿cómo te estás sintiendo en
esta escuela?
—A excepción de los alumnos que están desapare-
ciendo, diría que no está nada mal.
—¿Alumnos? ¿Por qué habla en plural, Darwin?
—SÍ, recién estaba en la oficina del director, y en-
tró el profesor Klosé a los gritos, anunciando que otro
alumno había desaparecido.
—¿Estás seguro de que fue eso lo que oíste?
—SÍ.
—¿Y lo primero que hiciste fue venir a mi oficina?
—Tarde o temprano iba a tener que aparecer por
acá, además, no quería volver al aula.
—¿Por qué? ¿Estás teniendo problemas con algún
compañero?
—No, es que me siento más cómodo estando en
compañía de pocas personas, una sola si es posible,
o ninguna.
—¿Todavía no hiciste nuevos amigos?

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28 e Chavela Dueco

—No, pero hay un compañero, Benjamín Luna, que


no para de seguirme a todos lados. Creo que quiere
ser mi amigo, pero no lo quiere admitir.
—Oh, tené cuidado con Benjamín Luna —le advirtió
el señor Hermes—. No es un buen ejemplo a seguir.
—¿Y quién lo es? —argumentó Darwin.
—Vos, Darwin.
—¿Usted sabe lo que hice en mi anterior escuela?
—Por supuesto —respondió el señor Hermes antes
de ponerse de pie—. Me temo que vamos a tener que
continuar hablando de camino a su aula. Si el señor
Klosé está en lo correcto, entonces, otro alumno ha
desaparecido. Me imagino que el director Peppermint
querrá reunir a todo el personal de la escuela.
El señor Hermes fue hacia la puerta, la abrió y le
hizo un gesto a Darwin para que lo siguiera.
—Vamos, Darwin —dijo—. Si te sentís más cómodo,
podemos caminar en silencio.
Después de escuchar esas palabras, el joven Xenes sin-
tió que, después de mucho tiempo, alguien lo entendía.

9
% ¿Por qué Darwin Xenes es un “ejemplo a seguir”,
según el consejero Hermes?
% ¿Será Benjamín Luna realmente una mala influencia
para el joven Xenes?

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Buscando a Míster ¡ e 29

co Capítulo O5 oo
El principal sospechoso

| segundo alumno en desaparecer fue Elías Lo-


cane, de cuarto año, el joven que una semana
antes había descargado sus frustraciones pa-
teando el paraguas de Darwin. El profesor Klosé le ha-
bía dado permiso para ir al baño durante la clase de
Historia, y Elías nunca más había regresado al aula.
El pánico comenzaba a recorrer los pasillos de la
Escuela Normal Ermita, acompañado por cientos de
rumores. Se hablaba desde un posible secuestrador
de alumnos hasta de un portal invisible en algún lugar
del edificio que se conectaba con otra dimensión.
Una vez que se hizo oficial la segunda desaparición,
el director Peppermint convocó un acto para padres,
alumnos y todo el personal de la escuela para infor-
marles que se suspenderían las clases por tiempo
indeterminado. Y así fue que, una semana y media
después de empezar en su nuevo colegio, Darwin con-
siguió exactamente lo que quería.
Sentía culpa porque dos alumnos habían tenido que
desaparecer para que se le diera la oportunidad de no
tener que ir a la escuela, pero quería pensar que no
había sido su culpa, no esta vez. Aunque eso no era lo
que creía el detective Díaz, quien estaba tan ensañado
con la idea de que Darwin estaba relacionado de una
u otra manera con las desapariciones que todas las

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30 e Chavela Dueco

mañanas y las tardes pasaba lentamente con su auto


por la puerta de la casa de Darwin para confirmar que
no hubiera ningún adolescente secuestrado a la vis-
ta. Al comienzo, Darwin se lo tomó con humor, hasta
algunas mañanas lo esperaba en la puerta de la casa,
todavía en pijama y con una taza de té en la mano,
para ver aparecer el Sedán gris de Díaz.
Todo marchaba de acuerdo a un azaroso plan que
le funcionaba a la perfección, hasta que una noche,
mientras cenaba con su madre en el comedor, escu-
chó una pregunta que destruyó un pedazo de infancia
dentro de él,
—Darwin, sabés que siempre me podés decir la ver-
dad, ¿no? —dijo su madre, y se tomó una pausa para
juntar coraje y preguntarle lo que realmente quería
saber—. ¿Estás seguro de que no tenés nada que ver
con... con lo que está pasando”?
En ese momento, los ojos de Darwin se vieron in-
vadidos por lágrimas ansiosas de deslizarse por sus
mejillas. Hizo fuerza y las contuvo como pudo.
—Madre, estoy haciendo todo lo posible para no
decir algo que pueda arruinar nuestra relación para
siempre.
—Darwin, perdón. No es que desconfíe de vos... es
que...
—... es que, como ya lo hice una vez, por qué no cul-
parme de nuevo, ¿cierto? —terminó la frase por ella.
—No me refería a eso.
—SÍí, te referías exactamente a eso, pero estabas
buscando palabras menos agresivas para decirlo.

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Buscando a Míster i e 31

Darwin se puso de pie y se alejó del comedor en


dirección a su habitación, con la mirada puesta en el
suelo. Subió las escaleras y llegó hasta la puerta de su
habitación, entró y antes de cerrar escuchó un último
gesto diplomático de parte de su madre:
—i¡Darwin, no seas melodramático!
Cerró la puerta de la habitación de un portazo, y se
acostó en su cama. Extendió la mano hacia la mesa de
luz y encendió su lámpara con forma de esfera, que,
cuando la prendía, reflejaba el cosmos en las paredes
y techo. Entre estrellas, planetas y cuerpos celestes,
Darwin se encontró con el deseo de alejarse de esa
casa para siempre.
Se incorporó en la cama, caminó hacia el placard y
tomó de allí un bolso que empezó a llenar con sus per-
tenencias más valiosas. Mientras empacaba la colec-
ción de historietas de detectives que había heredado de
su padre, oyó que algo se estrellaba contra la ventana
de su habitación. Al poco tiempo, un segundo proyectil
impactó contra el vidrio. Darwin entendió que se en-
contraba bajo un ataque, así que tomó el paraguas que
tenía colgado en el perchero y se acercó a la ventana.
Se asomó cuanto menos pudo para no ser descu-
bierto y observó hacia la puerta de su casa. Cuando
descubrió a Benjamín parado allí, se sobresaltó y vol-
vió a meter la cabeza. Al cabo de unos segundos, el
timbre de la casa sonó y a Darwin se le aceleró el pul-
so. Estaba sentado en su cama, rogando que su madre
echara a su gigante compañero de escuela. Contrario
a su deseo, ella subió las escaleras y golpeó la puerta.

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32 e Chavela Dueco

—Darwin, hay un tal Benji que está preguntando por


vos —dijo del otro lado.
—Decile que estoy durmiendo —respondió él.
—No puedo —aclaró su madre—. Ya lo dejé pasar.
—Sí, Darwin. Ya estoy acá y te acabo de escuchar
—dijo Benji desde el otro lado de la puerta—. Sos un
mal anfitrión. No sé de dónde heredaste eso, porque
tu mamá parece ser muy amable. Señora, nunca deje
que alguien diga lo contrario.
—Oh, gracias, Benji —escuchó que su madre de-
cía—. Me alegra que Darwin esté haciendo amigos que
sean tan...
—¡No es mi amigo, mamá! —gritó Darwin.
La puerta se abrió de golpe, y su madre lo fulminó
con la mirada.
—Darwin, tu padre, que en paz descanse, y yo te
enseñamos a ser mejor que esto. Así que ahora vas
a recibir a tu amigo, y lo vas a tratar bien —Giró hacia
Benji—. Pasá y sentite como en tu casa —dijo antes de
retirarse.
—Gracias, señora.
Benji entró a la habitación y cerró la puerta detrás
de sí. Se mantuvo en silencio, haciendo fuerza para
que no se le escapara una carcajada.
—¿Qué? —preguntó Darwin, al notar su mueca.
—Tenés luces para niños —respondió el gigante,
mientras señalaba las paredes.
—No son luces para niños, son para cualquier persona
que quiera disfrutar de una versión artificial del cosmos.
—Son luces para niños —repitió Benji.

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Buscando a Míster i e 33

—¡No son luces para ni...! —comenzó a decir Darwin,


pero decidió no dejar que las emociones se apodera-
sen de él—. Acostate en el suelo y mirá hacia el techo.
—Realmente, sos el peor anfitrión que conocí.
—Benjamín, haceme caso.
Benji se acostó en el piso y dejó que su vista se per-
diera entre el brillo del universo.
—Oh, no está nada mal —dijo—. Es como estar flo-
tando en el espacio.
Darwin no pudo evitar reírse, algo que no ocurría
con frecuencia.
—¿Cómo encontraste mi casa? —quiso saber Darwin.
—Tengo mis contactos.
—¿Cómo hiciste?
—Simple. Un día después de clases te seguí para ver
adónde vivías.
—¿Me estuviste persiguiendo?
—No, quería asegurarme de que la persona que se
sienta al lado mío en el aula no fuera un psicópata que
anda secuestrando personas.
—¿Creés que soy un psicópata?
—No, por eso estoy acá, pero hay alguien que sí lo
piensa.
—¿Quién?
—Un detective que cuando te diga el nombre no lo
vas a poder creer.
—Bruno Díaz —dijo Darwin.
—¿Y lo decís así nomás, como si no fuera increíble
que se llame como Batman?
—¿Qué pasó con el detective Díaz?

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34 e Chavela Dueco

—Está interrogando a toda la escuela, y especial-


mente está haciendo muchas preguntas sobre vos.
Cuando fue mi turno no pude contenerme, y le pre-
gunté si por las noches se disfrazaba de murciélago
para defender la ciudad. No se lo tomó muy bien.
—Cree que soy culpable de las desapariciones
—confirmó Darwin mientras dejaba caer su cuerpo en
la cama.
—¿Y por qué Batman cree que sos el culpable?
—quiso saber Benji.
—Porque en mi anterior escuela...
—Se viene el gran momento, ¿no? ¿Estás por con-
tarme lo que hiciste para que te echaran?
—No si me seguís interrumpiendo.
—Perdón, prometo quedarme callado.
Los dos seguían acostados, uno en la cama y el otro
en el piso, atravesando el comienzo de lo que sería una
gran amistad, con el universo completo como testigo.

Ss

%% ¿Cuál será el secreto de Darwin que hace que has-


ta su madre desconfíe de él?
% ¿Cómo reaccionará Benjamín Luna después de oír
lo que ocurrió en la anterior escuela del joven Xenes?

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Buscando a Míster i e 35

cv Capítulo 06 00
El hijo de Batman

arwin comenzó a relatar la historia, empezan-


do por lo más importante: el villano.
—En mi anterior escuela había un alumno,
Tomás Díaz.
—¡No! —gritó entusiasmado—. ¡Tiene el mismo ape-
llido que el detective Batman!
— ¡Benjamín!
—Perdón, no interrumpo más.
—Tomás Díaz es la persona más desagradable que
te puedas llegar a cruzar. Se esconde detrás de una
sonrisa compradora, pero es la reencarnación del dia-
blo. Todos los años tomaba a alguien de punto para
torturarlo física y psicológicamente.
—¿Hacía bullying? ¿Era un maltratador?
—Llamalo como quieras, yo lo considero una per-
sona peligrosa y, a la vez, insegura de sí misma —dijo
Darwin—. En mi último año en esa escuela, Tomás se
la agarró con un profesor llamado Pascual Adler. Era el
mejor profesor que puedas imaginarte. No solo ense-
ñaba sobre literatura, sino que también daba los me-
jores consejos de vida.
—¿Podemos ir directamente a la parte importante
de la historia? —objetó Benji.
—Tomás estuvo meses y meses arruinando cada día
de la vida del profesor Adler. Le robaba las cosas del

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36 e Chavela Dueco

maletín, le escribía insultos en el pizarrón, le escondía


basura en los bolsillos de su saco, le tiraba cosas cuan-
do estaba de espaldas, le dejaba comida aplastada en
el asiento, y lo único que hacía el señor Adler en esos
momentos era seguir con su clase. Solo le importaba
entregarnos todos los conocimientos que tenía para
prepararnos ante los peligros del mundo.
—¿Estamos muy lejos de la parte importante?
—Ya casi llegamos —aclaró—. Un día, el señor Adler
se cansó de Tomás y le dijo que era un niño malcriado,
con una mente tan vacía que lo único que iba a lograr
en este mundo era seguir comportándose como un
idiota por el resto de su vida.
—¿Se lo dijo adelante de todos?
—SÍ, adelante de todos —reafirmó Darwin—. El aula
entera se empezó a reír, menos yo, porque sabía que
Tomás era alguien con un gran resentimiento guarda-
do en lo más profundo de su ser. Así que habló con su
papá, el detective Díaz, y dos días después echaron al
señor Adler de la escuela por “maltrato”. Estamos ha-
blando de un viudo de sesenta años, a quien lo único
que le daba felicidad era poder transmitir sus conoci-
mientos. No pasaron ni dos semanas y encontraron
al señor Adler muerto en su casa. Dicen que murió de
causas naturales, pero yo no lo creo. Ese hombre murió
de tristeza. Le arrebataron lo único que le daba vida.
—¿En qué momento de la historia entra tu persona-
je, Darwin? —bromeó Benji.
—Ahora —continuó Darwin—. Cuando me enteré de
la muerte del señor Adler, supe exactamente lo que

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Buscando a Míster ¡ e 37

iba a hacer. Quería mostrarle al mundo de qué estaba


hecho verdaderamente Tomás Díaz. Así que investi-
gué sobre él, sus horarios, sus temores, o sea toda su
vida. Una tarde, le puse unos somníferos dentro del
batido que tomaba después de la clase de gimnasia.
Esperé a que se durmiera en el vestuario, y lo metí
en el carro en el que guardaban las pelotas de fútbol.
Lo tapé con una toalla y lo llevé hasta el sótano de la
escuela. Lo encerré ahí, donde tenía preparadas una
cámara, una silla, sogas y un frasco repleto del temor
más grande de Tomás: las arañas.
—Esto se está poniendo bueno —dijo Benji, acomo-
dándose en el suelo.
—Lo até a la silla, prendí la cámara y esperé a que
se despertara. Después, le pedí que confesara todo lo
que le había hecho al profesor Adler. No quiso. Así que
le mostré el frasco de arañas. Tampoco quiso, aunque
empezó a gritar en busca de ayuda, pero era tarde. Ya
no había nadie en la escuela. Abrí el frasco y empecé a
poner, una a una, las arañas encima de su cuerpo, hasta
que ya no pudo soportarlo más y, entre lágrimas y gri-
tos, confesó lo cruel que había sido con el señor Adler.
—Empiezo a sentir una gran admiración por vos,
Darwin. Un poco de miedo también, pero principal-
mente admiración.
—El problema fue que antes de que pudiera salir
de ahí, la policía llegó a la escuela en busca de Tomás.
Fue su papá el que escuchó los gritos que venían del
sótano. Abrió la puerta y cuando vio a su hijo atado
en una silla se desesperó, corrió hacia mí, me tacleó y

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38 e Chavela Dueco

salí volando como tres metros. Me arrestaron y tuve


que cumplir con un mes de trabajo comunitario, ayu-
dando a ancianos en un geriátrico, lo cual no estuvo
nada mal. Son muy silenciosos los ancianos, y cuando
hablan es porque realmente tienen algo interesante
para decir.
Benji se incorporó para poder mirarlo a la cara.
—Ahora entiendo por qué el detective Batman te
tiene en la mira.
—La diferencia es que Tomás se merecía lo que le pasó.
—Bueno, Fermín y Elías también se lo tienen un
poco merecido.
—¿De qué estás hablando?
—Los dos tienen un perfil bastante similar a este To-
más del que hablaste.
Darwin lo miró desde la cama.
—Benjamín, no tuve ni tengo nada que ver con lo
que les pasó aesos dos.
—Ya sé, y te creo, Darwin. Pero para Batman sos el
sospechoso principal. Me hizo todo tipo de preguntas
sobre vos.
—¿Y qué le dijiste?
—¿Y qué le voy a decir? Que sos bastante raro
—bromeó Benji—. Vine acá para advertirte y hacerte
una propuesta.
—¿Qué?
—Te propongo que resolvamos este misterio vos y
yo, “Benji y el Niño Evolución”, o algo así. Suena raro,
¿no? Bueno, todavía tenemos que encontrar un nom-
bre de dúo.

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Buscando a Míster ¡ e 39

—Benjamín, preferiría no hacer nada al respecto. No


quiero meterme en problemas.
—Ya estás metido en problemas, Darwin. Vas a se-
guir siendo el sospechoso número uno. Batman no va
a parar hasta encontrar alguna prueba en tu contra.
Tu única opción es descubrir al verdadero culpable.
Darwin se incorporó y se sentó en el borde la cama.
—¿Por qué querés ayudarme, Benjamín?
—Porque ahora que no tenemos que ir a la escuela,
estoy bastante aburrido y tengo mucho tiempo libre.
Darwin sonrió y Benji le devolvió la sonrisa mientras
dejaba caer su cuerpo nuevamente al piso.
—Bien, Darwin, entonces mañana a la tarde vengo
para tu casa y empezamos con la investigación. No
vamos a parar hasta encontrar a Mister 1.
—¿Mr. 1?
—SÍ, Mister Incógnita —explicó Benji—. Le puse ese
apodo al culpable de todo esto.
—¿Siempre le ponés apodo a todo? —ironizó
Darwin.
—SÍ, Niño Evolución, siempre.

9
% ¿Qué pistas seguirán Darwin y Benji para descubrir
quién es Mr. í?
3% ¿Cómo hará el joven Xenes para superar los
problemas de su pasado?

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40 e Chavela Dueco

co Capítulo OF oo
¿Quién es Mr. 1?

e juntaron a la mañana siguiente, y Darwin, a


pedido de su madre, lo esperó con un desayu-
no que incluía té, huevos revueltos, tostadas,
queso para untar, nueces y un kiwi cortado en rodajas.
—Me siento algo confundido —confesó Benji con la
mirada puesta en su plato—. ¿Por dónde se supone
que tengo que empezar?
Aún más confundido se sintió cuando terminaron el
desayuno y fueron a la habitación de Darwin.
—¿Y? —preguntó Darwin—. ¿Qué te parece?
La mirada de Benji se perdió en una de las paredes
de la habitación, donde estaban colgados cuatro car-
teles con nombres escritos con marcador azul, y por
encima de estos se veía el cartel más grande todos:

e. Y?
—¿Qué es esto? —preguntó el gigante.
—Son los posibles sospechosos de las
desapariciones.
—¿Se supone que esos son los principales sospe-
chosos? —quiso saber Benji.
—SÍ.
—Entonces, ¿por qué está mi nombre ahf?
—preguntó.

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Buscando a Míster i e 41

Darwin se dio cuenta de que había olvidado descol-


gar el nombre de Benji de la pared, y no le quedó otra
que confesar:
—Es que... en un momento me puse a pensar en
que... quizás...
—i¿Me pusiste como sospechoso?! —exclamó
indignado.
—Es un poco sospechoso que quieras ayudarme a
limpiar mi nombre —aclaró Darwin—. Si te hace sen-
tir mejor, terminé decidiendo sacarte de la lista, pero
creo que justo me quedé dormido y se me pasó.
—No, no me hace sentir mejor, Darwin —respondió,
mientras descolgaba su nombre de la pared y hacía
un bollo con el papel—. No me hace sentir para nada
mejor. Mirá, si no fuese por ese desayuno increíble, ya
me habría ido de acá.
Darwin se rio y se acercó a su nuevo cómplice. Le
sacó el bollo de papel de las manos y lo arrojó a un
cesto que había debajo de su escritorio.
—Entonces, ¿ellos tres? —dijo Benji—. ¿Por qué es-
tán como sospechosos principales?
Darwin tomó la libreta que había apoyada en el es-
critorio, la abrió y buscó entre las páginas. Una vez que
encontró lo que estaba buscando, se detuvo y leyó:

que le hice a su hijo. Está secuestrando alumnos para que me


culpen y me lleven a un instituto de menores. Tasa por mi
casa todos los días, porque está esperando que no haya nadie
para poder colocar evidencias falsas...

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42 e Chavela Dueco

Benji lo interrumpió, no podía contener la risa.


—¿No estás un poco paranoico? —dijo.
—No hay que descartar a nadie, Benjamín.
—Bueno, ¿y él? —preguntó el gigante mientras se-
ñalaba el segundo nombre escrito en rojo.
Darwin pasó de página y siguió leyendo:

rotesor Klosé. spechoso, pero solo es posible si está


acompañado por un secuaz. Todos los alumnos desaparecio
ron
durante
cerca o una de sus clases.

—Darwin, conozco al señor Claus desde que soy un


niño. Ese hombre no podría matar ni auna mosca.
—¿Lo conocés desde chico?
—Sí, todos los veinticinco de diciembre me dejaba
regalos debajo del árbol de Navidad—bromeó Benji—.
Creeme, el señor Claus es incapaz de secuestrar a al-
guien —Benji extendió el brazo y descolgó el cartel del
profesor Klosé—. Eso nos dejaría con el último sospe-
choso, y realmente me llama mucho la atención saber
por qué podría serlo.
Darwin volvió a dar vuelta otra página de su libreta
y le mostró a Benji su tercer sospechoso:

Alain Pppermint. Principal sospechoso. Motivo: desconocido.

—¿Esa es la evidencia contra nuestro principal


sospechoso?
—Creeme, hay algo extraño en el señor Peppermint.
Lo pude ver en su mirada.

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Buscando a Míster ¡ e 43

—Darwin, a veces pienso que hay algo extraño en


todos nosotros —bromeó Benji—. Tenemos que bus-
car evidencias de verdad. Tenemos que hacer trabajo
de campo. Los casos se resuelven ahí, en la escena del
crimen. En este caso, en la escuela.
Darwin le hizo un gesto para que hiciera silencio,
pensó durante unos segundos y luego pasó a la si-
guiente página de su libreta:

anamn Luna. Posibil Y


| r de rugloy amable, se podría esconder una gran.
ana. Tiene inf vn colore los di dl
idad , : |
escondites.

—Bueno, al menos no es por mi “mirada” —ironizó


el gigante.
—No, Benjamín, creo que tenés razón —aclaró—.
Tenemos que ir a la escuela, al lugar donde me dijiste
que se escondía Fermín.
—¿La biblioteca?
—SÍ, la biblioteca —dijo Darwin, aunque se reservó
los verdaderos motivos de su decisión.
Había sido el último lugar al que posiblemente ha-
bía ido Fermín Zielinsky, pero el joven Xenes también
recordaba el comentario que le había hecho Alain
Peppermint cuando habían pasado por la puerta de la
biblioteca: Allfdentro encontrará todas las respuestas,
joven. Darwin se negaba a descartar al director de la
escuela como el mayor sospechoso.

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44 e Chavela Dueco

Así fue que decidieron idear un plan para entrar a


la escuela. Esa misma noche entrarían por una de las
puertas de emergencia de la parte de atrás —según
Benji, conocía un truco para poder abrirla—, se dirigi-
rían a la biblioteca y recorrerían el lugar en busca de
una pista que los acercara a Mr. 1.

% ¿Qué pistas podrán hallar Benji y Darwin en la


biblioteca de la escuela?
% ¿Quién será el verdadero Mr. ¡?

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Buscando a Míster i e 45

co Capítulo 08 oo
Hay alguien más

speraron a que el sol se escondiera, y, con la ex-


cusa de que se irían al cine, se despidieron de la
madre de Darwin para llevar su investigación a
la práctica. Fueron caminando, y en el trayecto, Benji
le contó una anécdota sobre la vez que irrumpió en el
escenario del salón de actos disfrazado de Darth Va-
der durante una obra de teatro escolar. Cuando termi-
nó con la historia, ya habían llegado a la parte de atrás
de la escuela.
—El público lo agradeció con aplausos —dijo con or-
gullo Benji—. La obra estaba siendo muy aburrida. Si
me preguntan a mí, hubo una mala decisión de casting
en la elección de los protagonistas.
Se detuvieron frente a la puerta de emergencia y
Darwin levantó el paraguas que llevaba en la mano
para señalar al gigante.
—¿Y ahora? —quiso saber.
—Primero, no me señales con eso, Darwin —dijo,
mientras corría el paraguas de su cara—. Segundo,
¿tenés la regla que te pedf?
Darwin llevó su mano al bolsillo trasero del panta-
lón, de donde sobresalía una regla de metal de unos
treinta centímetros. Cuando Benji tuvo el objeto en la
mano, lo acercó a la puerta de emergencia y lo intro-
dujo en el angosto espacio que había entre el borde de

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46 e Chavela Dueco

los dos paneles de la puerta. Una vez que estaba aden-


tro la mitad de la regla, la bajó con cuidado hasta la ba-
rra horizontal que abría la puerta desde el interior. Benji
hizo fuerza con la regla hacia abajo hasta que la barra
cedió.
—Si algo aprendíen esta escuela... —comenzó a de-
cir, sintiendo aún más orgulloso de sí mismo— es que
los útiles pueden tener muchos usos.
El gigante abrió la puerta y lo invitó a pasar con un
gesto. Darwin respondió con una sutil reverencia; es-
taba impresionado del ingenio de su cómplice. Al en-
trar, Benji se sentía poseído por la sobredosis de en-
tusiasmo que le generaba estar investigando un caso,
hasta se olvidó de cerrar por completo la puerta, algo
que les costaría muy caro en un futuro cercano.
Recorrieron los pasillos sigilosamente hasta llegar a
la biblioteca. El primero en entrar fue Darwin. Abrió la
puerta lentamente, no porque pensara que alguien se
encontraba adentro, sino porque sabía que allí había
cientos de libros descansando, y no quería interrum-
pir sus poéticas siestas.
Darwin estaba sorprendido por ver que no era para
nada como se lo imaginaba. El espacio tenía una for-
ma circular, y una interminable y curvilínea biblioteca
bordeaba toda la pared. En el centro de ese gran cír-
culo, además, había otras tres largas bibliotecas que
cruzaban el espacio. No eran cientos, como pensaba
Darwin, sino miles de libros los que había allí dentro.
—i¡Wow! —susurró Benji asombrado—. No se ve
para nada mal este lugar.

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Buscando a Míster i e 47

—¿Me estás diciendo que nunca entraste a la biblio-


teca de la escuela? —Darwin lo fulminó con la mirada.
—Ni una sola vez —respondió el gigante.
—No deberías estar orgulloso de eso, Benjamín
—dijo Darwin—. Los libros salvan mentes.
—Es que no sé si te enteraste, pero inventaron algo
mejor que libros—ironizó Benji—. Se llaman "pelícu-
las”. Es como un libro, pero alguien hace el trabajo de
imaginar por vos.
—Me genera intriga saber cuál es tu película preferida.
—Diría que...
Antes de que pudiera responder, Darwin le tapó la
boca con la mano y le hizo un gesto para que hicie-
ra silencio. El gigante le quitó la mano de su cara y se
acercó a él:
—¿Qué pasa?
—Creo que escuché algo. Me parece que hay al-
guien más en este lugar.
Los dos se sobresaltaron al oír una voz que les res-
pondía desde entre los libros:
—Los estoy escuchando —pronunció la voz—. Y la
respuesta es "sí, hay alguien más en este lugar”.

9
% ¿Quién estará esperando a Darwin y Benji en la
biblioteca?
% ¿Les parece que el plan para resolver el misterio
de las desapariciones comienza a complicarse?

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48 e Chavela Dueco

cv Capítulo OY oo
Una escuela anormal

| primero en asomar su cabeza entre las es-


tanterías fue Darwin. Según Benji, como aquel
tenía un paraguas, era el más preparado para
defenderlos ante cualquier posible amenaza.
Pero del otro lado de los libros, no los esperaba nin-
gún secuestrador de alumnos, ni ningún monstruo sa-
lido de otra dimensión. Solo había una joven, sentada
frente a la gran mesa circular que había en el centro
de la biblioteca. Darwin la observó, pero ella, aunque
sintió su mirada, actuó como si estuviera prestándole
total atención al libro que tenía frente a ella.
—¿Quién sos? —le preguntó Darwin.
—¿Quién soy? —repitió la joven, sin levantar la vista
del libro—. Creo que esa es una respuesta que descu-
bro día a día. Pero si te referís a mi nombre, me llamo
Salomé Coral.
Al oír su voz, Benji asomó la cabeza por el borde del
estante y llevó su mirada de Salomé a Darwin varias
veces antes de hablar:
—Creo que estoy viendo un espécimen de los tuyos,
Darwin —susurró Benji—. Hasta se presentó con nom-
bre y apellido.
Después apoyó su enorme mano en la espalda de
Darwin y lo empujó levemente hacia adelante para que
se acercara a la mesa. Mientras caminaban, Salomé

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Buscando a Místeri e 49

levantó la mirada y la dirigió por primera vez a ellos.


Darwin se paralizó por completo.
—¿Por qué estás acá? —preguntó Benji—. La escue-
la está cerrada.
—Podría preguntarles lo mismo a ustedes —se de-
fendió ella.
—Nosotros preguntamos primero —agregó Benji.
—Yo lo pregunté mejor —remató Salomé.
—Estamos investigando las misteriosas desapari-
ciones que están ocurriendo en el colegio —confesó
el gigante.
Darwin lo fulminó con la mirada, no quería revelar
sus motivos ante una completa extraña.
—Perdón —se excusó Benji—. Sentí que nos estaba
desafiando. No funciono bien bajo presión.
Salomé cerró el libro y lo dejó a un costado.
—¿Qué tal viene la investigación hasta el momento?
—preguntó ella.
—No le respondas —dijo Darwin antes de que el gi-
gante pudiera revelarle más información.
Salomé levantó una pícara ceja.
—No tienen idea de lo que está pasando, ¿no?
—¿Por qué? ¿Vos sí?
— ¡Benjamín!
Salomé apoyó la espalda en la silla.
—Tengo mi teoría —reveló ella, mientras los invitaba
con un gesto a tomar asiento.
Benji fue el primero en sentarse, y Darwin lo siguió, An-
tes de hablar, apoyó el paraguas en el borde de la mesa.
—Entonces, ¿cuál es tu teoría?

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50 e Chavela Dueco

—Pienso que están perdidos.


—¿Perdidos? —repitió Darwin.
—SÍ, perdidos dentro de uno de los tantos pasadizos
secretos que hay en esta escuela.
—¿De verdad? —ironizó el gigante—. ¿Esa es tu teo-
ría? ¿Pasadizos secretos?
Salomé dio vuelta el libro para que quedara de fren-
te a ellos, luego lo cerró y se lo acercó. Benji leyó el
título en voz alta:
—Escuela Normal Ermita: Historia y Hazañas —vol-
vió a levantar la mirada—. ¿Qué clase de persona pue-
de leer un libro asf?
—La clase de persona que también está investigan-
do las desapariciones —aclaró Salomé—. Ábranlo en
la página nueve.
Darwin le hizo caso y pasó las hojas de a una has-
ta llegar a la página indicada. Allí se encontró con un
artículo de periódico, con fecha del año 1975. Bajo
el titular, había una fotografía antigua del evento de
apertura de la escuela. En laimagen, se veía lo que pa-
recía ser el personal de la escuela de aquella época,
posando en filas frente a la cámara. En el centro, ha-
bía un hombre que sostenía una tijera que apuntaba
a un gran lazo que atravesaba la fotografía de lado a
lado. Junto a él, había dos niños, ubicados a cada uno
de sus lados. Todos parecían extremadamente serios,
salvo uno de los dos niños, y por un instante Darwin
tuvo la sensación de que reconocía esa sonrisa.
—En este libro, cuentan que la escuela fue construida
sobre los restos de una capilla antigua. Mi abuela fue la

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Buscando a Míster i e 51

bibliotecaria desde la primera generación que tuvo el


colegio. Es ella —Salomé señaló el lugar en la fotografía
en el que se encontraba parada una joven que sostenía
un bastón en una de sus manos—. Cuando era chica,
ella siempre me contaba que en la escuela donde tra-
bajaba existían rumores de que había pasadizos secre-
tos que se habían construido cuando era una capilla, y
que llevaban a una gran biblioteca repleta de libros pro-
hibidos. Según mi abuela, el fundador de Ermita había
decidido mantener los pasadizos intactos.
Cuando terminó de hablar, Darwin y Benji intercam-
biaron miradas.
—Y así fue que perdí cuarenta y cinco preciados se-
gundos de mi vida —bromeó el gigante.
—No me importa que me crean o no —dijo Salo-
mé—. Mi abuela siempre me dice la verdad, es una de
sus grandes virtudes, y también su mayor debilidad.
Darwin la miró en silencio durante unos segundos.
Cuando comenzó a preguntarse si su rostro estaría
evidenciando lo atraído que se sentía hacia ella, deci-
dió cambiar de tema:
—Entonces, Salomé, ¿por qué estás acá?
—Y lo más importante... —agregó el gigante—.
¿Cómo hiciste para entrar?
—Ya les dije, estoy investigando las desapariciones,
y por lo que veo lo estoy haciendo mejor que ustedes.
—Eso no responde mi pregunta —dijo Benji—.
¿Cómo hiciste para entrar”?
—Le pedí las llaves a mi abuela para poder venir a
leer a la biblioteca mientras no había clases —explicó.

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52 e Chavela Dueco

—¿Y así de fácil? —cuestionó Darwin, sin prestarle


atención a Benji—. ¿Te dio las llaves”?
—Soy muy buena persuadiendo a las personas
—respondió.
—Supongamos que es cierto que estás investigando...
—comenzó a decir el gigante—. ¿Por qué no mejor llevar-
te el libro a tu casa? ¿Por qué tenés que leerlo acá?
—Porque me gusta estar rodeada de libros. Siento
que me hacen compañía, pero a la vez se mantienen
en silencio. Me gusta el silencio.
Cuando terminó de hablar, Benji dirigió una sonrisa
cómplice hacia Darwin, pero este nunca le devolvió la
mirada. Estaba completamente abstraído, solo podía
pensar en las ganas que tenía de vivir en silencio, por
el resto de su vida, con Salomé. ¿Era de eso de lo que
hablan las personas cuando hablan de enamorarse”,
pensó Darwin, ¿perder la razón completamente? Se
sentía demasiado joven para poder controlar todas
esas nuevas emociones. Si tan solo la vida viniera con
un manual de instrucciones.
Darwin miró la antigua fotografía del libro, para po-
der leer los nombres y cargos que estaban escritos en
el epígrafe. Pero cuando llegó a la mitad, se detuvo de
golpe. Tuvo que leer el mismo nombre varias veces
para aceptar que realmente estaba escrito.
Y mientras el joven Xenes se encontraba cara a cara
con su primera pista, a tan solo unos metros de allí,
por la calle que daba a la parte trasera de la escuela, se
paseaba en coche el detective Díaz. Estaba en el me-
dio de su recorrido diario por la periferia de la escuela

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Buscando a Míster i e 53

cuando algo llamó su atención: una de las puertas de


emergencia se encontraba entreabierta. Como un sa-
bueso que olfatea un rastro, el detective estacionó el
coche rápidamente, y se bajó para ir a toda prisa hacia
la escuela.
No le llevó mucho tiempo oír a lo lejos la estruendo-
sa voz de Benji, y antes de que los tres jóvenes pudie-
ran darse cuenta, el detective Díaz entró a la biblioteca
y le gritó a Darwin:
—i¡Te atrapé!
Darwin y Benji se sobresaltaron completamente;
pero Salomé no, ella no se asustaba tan fácil.
—¡Asíte quería agarrar, Darwin! —exclamó el detec-
tive y enseguida sacó unas esposas que llevaba en el
cinturón—. ¡Estás arrestado por...!
—¿Por? —preguntó Darwin, mientras llevaba disi-
muladamente las manos hacia el libro.
—¡|¡Por... el... por intentar secuestrar a esta alumna!
—egritó y señaló a Salomé.
Salomé se puso de pie, decidida a intervenir, en rea-
lidad le molestaba todo ese griterío a su alrededor.
—Señor, nadie me estaba secuestrando —empezó
con una verdad, pero siguió con una gran mentira—. Nos
juntamos para estudiar. Ellos dos están muy atrasados
y mi abuela, la bibliotecaria de la escuela, me pidió que
los ayudara para cuando retomáramos las clases.
En ese momento, Darwin arrancó lentamente la pá-
gina nueve del libro y se la acercó a Salomé para que
la guardara. Ella la recibió, y tras doblarla en dos, la
escondió debajo de la remera.

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54 e Chavela Dueco

El detective Díaz se detuvo y la observó en silencio.


Quizá le habría creído si no hubiera sido que Benji co-
menzó a asentir con la cabeza de una manera exage-
rada para reforzar la mentira de Salomé. Díaz se acer-
có a Darwin y lo ubicó contra una de las bibliotecas,
juntó sus manos por detrás de su cuerpo y lo arrestó.
—i¡¿Y él?! —preguntó Díaz refiriéndose al gigante—.
¿Es tu nuevo cómplice?
—Algo así —dijo Darwin, dejando entrever una
sonrisa.
—¡No! —lo interrumpió Benji—. ¡Es mentira! ¡Decile
que es mentira, Darwin! ¡No quiero terminar en pri-
sión! ¡Soy demasiado amable para ir a una cárcel!
—Me van a tener que acompañar los tres a la comi-
saría —dijo Díaz—. Síganme.
Tomó a Darwin del hombro y lo escoltó hasta la
puerta de la biblioteca.
—¿Por qué tengo que estar esposado y ellos no?
—preguntó.
—Porque vos me caés mal.
Benji y Salomé los siguieron.
—Todavía estamos a tiempo de salir corriendo —le
susurró ella.
El gigante la miró en silencio un rato antes de hablar.
—Honestamente, no sos para nada persuasiva.
—No, ya lo sé. Y dado que estamos con esto de la
honestidad, mi abuela tampoco sabe que le saqué las
llaves de la escuela.

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Buscando a Míster ¡ e 55

Benji soltó una carcajada, pero se detuvo cuando el


detective Díaz se volteó hacia ellos.
—¡Apúrense! —les ordenó—. Vamos air a la comisa-
ría a descubrir la verdad cuanto antes.

ys

% ¿Qué motivos llevan al detective Díaz a perseguir


una y otra vez al joven Xenes?
% ¿Podrá Darwin evitar los problemas con la ley?

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56 e Chavela Dueco

cv Capítulo 10 oo
Un imán para los problemas

la mañana siguiente, Darwin se despertó y se


encontró con su madre enfurecida, parada en
la esquina de su habitación. No le había diri-
gido la palabra en toda la noche, ni cuando lo pasó a
buscar por la comisaría, ni cuando volvieron en coche,
ni siquiera cuando él la despidió con un abrazo antes
de irse a dormir. Pero parecía que aquella mañana es-
taba dispuesta a tener una larga conversación.
—Parecés una acosadora ahí parada, en la esquina
de la habitación, mirándome mientras duermo.
—Note hagas el gracioso, Darwin. El sentido del hu-
mor no te va a salvar de esta. Me prometiste que no te
¡ibas a volver a meter en problemas.
—Mamá, ¿me puedo lavar la cara al menos?
—¡No, Darwin! ¡No podés! ¿Sabés por qué no? ¡Por-
que a veces la vida no te deja lavarte la cara! ¡Tenés
que salir y enfrentar los problemas así, con la cara
adormecidal!
Al terminar de hablar, se llevó las manos a su ros-
tro y explotó en llanto. En ese momento, Darwin se dio
cuenta de que había estado siendo egoísta. Su madre
también debía tener sus propios problemas, y él no
ayudaba a que su vida fuera más fácil.
Así que no le dijo que había un detective que estaba
buscando cualquier motivo para poder culparlo de lo

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Buscando a Míster i e 57

que fuera, ni le habló sobre su miedo de no encajar


tampoco en esa nueva escuela. Solo saltó de la cama,
se acercó a ella y la abrazó.
—Perdón, ma.
Su madre apoyó la cabeza en su hombro, y así se
quedaron durante un largo rato, hasta que decidieron
bajar a desayunar. Contra todo pronóstico, fue una
mañana tranquila, en la que ella, con mucha calma, le
informó que estaba castigado y que no tenía permiti-
do salir de su casa en dos semanas. Tampoco podía
recibir visitas, ni hacer llamados, ni usar internet. Pero,
mientras pronunciaba esas palabras, ella se preguntó
si realmente eso estaba siendo un castigo para su hijo.
Los primeros tres días de aislamiento pasaron bas-
tante rápido, pero para el cuarto, Darwin comenzó
a sentir que por algún motivo extrañaba compartir
tiempo con Benji. ¿De eso hablan las personas cuando
hablan de amistad”, se preguntó. Había esperado te-
ner noticias de él en algún momento, pero finalmente
aceptó que lo más probable fuese que sus padres le
hubieran ordenado que se mantuviera alejado de él.
Todos deberían mantenerse alejados de mí, pensó. Te-
nía un gran imán para los problemas, y quien se man-
tuviera cerca de él, sufriría las consecuencias.
Ese cuarto día de aislamiento, por la tarde, sonó el
timbre de su casa y Darwin tuvo la esperanza de que
se tratara de Benji. Sin embargo, quien se encontraba
en la puerta de su casa era el señor Hermes, y su ma-
dre no tuvo mejor idea que romper parte del castigo
de su hijo e invitarlo a pasar.

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58 e Chavela Dueco

Darwin bajó para recibirlo, y cuando el consejero y


él se fueron a sentar al living, su madre fue a la cocina
a prepararles un té.
—¿Qué lo trae de visita, señor Hermes? —preguntó
Darwin.
—Nos hemos enterado de lo que sucedió en la es-
cuela hace unos días atrás, y me pareció adecuado
venir a ver cómo te encontrabas.
—¿"Nos hemos enterado”? ¿Quién más se enteró?
—El señor Peppermint y una gran parte de los profe-
sores. Creo que algunos alumnos y alumnas también.
Realmente, corren muy rápido los rumores, y no solo
dentro de los límites de nuestra escuela —Se tomó
una pausa antes de continuar—. Pero lo importante
en este momento es saber cómo estás.
—Creo que estoy bien. ¿Por qué? ¿Me veo mal?
—No lo sé, solo vos podés ver en tu interior,
Darwin le hizo caso: cerró los ojos y se observó a
sí mismo. Pero en lo único que podía pensar era en
esa primera pista que había encontrado. Necesitaba
volver a verla, y también necesitaba volver a ver a Sa-
lomé. Por suerte, una cosa estaba directamente rela-
cionada con la otra.
—¿Puedo pedirle un favor, señor Hermes?
—Por supuesto.
—En la comisaría, me "perdieron" la libreta —dijo
Darwin, pensando en la mentira que tenía planeado
decir—, en donde tenía anotado el número de Salo-
mé Coral, la alumna que fue arrestada conmigo en
la biblioteca. Ella se quedó con mi libro de Historia, y

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Buscando a Míster i e 59

necesito que me lo devuelva para poder estudiar. Es-


toy seguro de que fue el detective Díaz el que hizo que
se “perdiera” mi libreta.
—No es necesario que inventes lo de tu libro de His-
toria, Darwin —dijo Hermes, al tiempo que sacaba su
agenda del maletín—. Recordá, Darwin, que yo tam-
bién fui joven —remató con una sonrisa cómplice.
—¿Cómo era usted en la escuela, señor Hermes?
—preguntó Darwin, para que la conversación tomara
otro rumbo.
—Era un joven muy callado, y no me era fácil encajar
—Hermes se perdió dentro de sus recuerdos, y Darwin
notó cierta tristeza en su mirada—. Bueno, veamos
dónde está ese número—dijo el consejero mientras
intentaba sacudirse los recuerdos de la cabeza.
Hermes buscó dentro de su agenda la lista con los te-
léfonos y direcciones del personal de la escuela. Encon-
tró el de Rosa, la abuela de Salomé, y le dictó el número a
Darwin y este lo escribió en un pedazo de papel.
—Espero que puedas recuperar tu “libro de Histo-
ria” —ironizó el consejero, mientras le guiñaba el ojo.
La madre de Darwin les dejó en la mesa una bandeja
en la que había dos tazas, una tetera, una azucarera y
una pequeña jarra con leche. Les invitó a servirse y lue-
go dejó la habitación para que Darwin pudiera hablarle
al consejero sin sentirse inhibido por su presencia.
Mientras bebían el té, Hermes pasó a proponerle un
plan de estudios para mantenerse al día con las mate-
rias. Le dejó una pila de apuntes, y se retiró tras agra-
decer a la madre de Darwin por su hospitalidad.

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60 e Chavela Dueco

Una vez que Hermes cruzó la puerta, Darwin subió


las escaleras hacia su habitación, no sin antes tomar
el teléfono inalámbrico en el camino. Estaba decidido
a resolver el caso antes de que el detective Díaz en-
contrara la manera de incriminarlo a él.
Darwin sentía la necesidad imperiosa de saciar su
curiosidad y averiguar si era que estaba delirando o
había leído correctamente ese apellido en el epígra-
fe de la foto. Quería descubrir si realmente la escuela
guardaba secretos y algún que otro alumno secues-
trado. Sin embargo, le había prometido una vez más a
su madre que no volvería a meterse en problemas, y
eso estaba dispuesto a hacer... Era demasiado peligro-
so volver a la escuela, sobre todo, con el detective Díaz
merodeando por los alrededores.
Antes de que Darwin pudiera decidir si iría a romper
su promesa una vez más, escuchó que su madre grita-
ba su nombre y se sobresaltó.
—¡Ya voy! —respondió Darwin, mientras escondía el
teléfono debajo de su almohada.
Apagó la computadora tan rápido como pudo y
dejó la habitación en dirección al living.
—¿Qué pasa, ma?
Pero su madre no le respondió con palabras, solo
señaló hacia el televisor, en donde estaban pasando
una noticia sobre un nuevo secuestro relacionado con
la escuela. Al ver la imagen de la víctima, sus ojos se
abrieron de par en par. Su nuevo —y único— amigo,

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Buscando a Míster ¡ e 61

Benjamín Luna, había desaparecido. Darwin lo te-


nía decidido, aquella noche rompería una vez más la
promesa que le había hecho a su madre. Su amigo lo
necesitaba.

% ¿Podrá Darwin encontrar a Benjamín Luna, su


nuevo amigo?
%% ¿Habrá un vínculo entre la desaparición de Benji
y las anteriores?

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62 e Chavela Dueco

co Capítulo 11 co
Legados ligados

E
Iteléfono sonó en la casa de Salomé.
—¿Hola?
—Buenas tardes, ¿se encontraría Salomé?
—Habla ella.
—Oh...
—¿Y quién está hablando del otro lado del teléfono”?
—Eh... soy... soy Darwin.
—¿El de la evolución 0...?
—El de la biblioteca.
—Ah, ese Darwin. Me preguntaba cuándo era que
ibas a aparecer. Tu amigo desapareció, ¿te enteraste?
—¿Cómo podés estar tan tranquila?
—No soy buena demostrando emociones. Intento
encontrarlas adentro de mí, pero me parece que no
las tengo.
—Salomé, necesito ver la hoja que te di en la biblio-
teca. Creo que hay una pista que puede estar conec-
tada con las desapariciones.
—d¿Por qué estás susurrando?
—Porque mi madre me prohibió usar el teléfono.
—Ah, por un momento pensé que eras más raro de
lo que ya sos.
Quedaron en encontrarse pasadas las doce de la
noche en el patio trasero de la casa de Salomé.

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O
Buscando a Míster ¡ e 63

—Vas a ver la puerta de un sótano, la voy a dejar


abierta, entrá directo —fue lo último que dijo ella antes
de colgar el teléfono.
Esperó a que su madre se fuera a dormir, no sin an-
tes tener que escuchar un sermón de cuarenta y cinco
minutos, con el que le dejó bien en claro que salir solo
a la calle seguía sin estar dentro de sus posibilidades.
—El mundo está muy peligroso, Darwin —le había
dicho su madre.
Una vez que oyó los estruendosos pero simpáti-
cos ronquidos de su madre, Darwin se levantó de la
cama y se paró frente a la puerta de su placard para
enfrentar el inevitable destino que corría por sus ve-
nas. Abrió la puerta lentamente, y se agachó para to-
mar una caja grande que no había abierto desde hacía
cinco años. Tomó asiento en el piso y metió la mano
dentro de la caja. Sacó de allí una carpeta que apoyó
sobre sus piernas. La abrió y fue pasando uno a uno
distintos recortes periodísticos en los que se hablaba
de un detective privado llamado Alexander Xenes.
Los ojos de Darwin se llenaron de lágrimas al ver
los amarillentos pedazos de historia. Su padre era el
pasado, pero él, Darwin Xenes, tenía la posibilidad de
convertirse en el futuro. Así que dejó de lado la car-
peta, y volvió a introducir su mano en la caja. Esta
vez tomó de adentro un angosto maletín antiguo.
Se puso de pie, y apoyó el maletín sobre su cama, le
quitó los seguros y lo abrió. Dentro había un cinturón
que cargaba distintos artefactos: una pequeña pero

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64 e Chavela Dueco

eficaz lupa, un tubo de unos diez centímetros de luz


ultravioleta, una ganzúa y una linterna a la que ya no
le funcionaban las pilas.
Darwin se puso el cinturón que había heredado de
su padre, y fue en busca de su paraguas. Pero para
su sorpresa, no se encontraba en el perchero. Maldi-
jo por dentro al recordar que lo había olvidado en la
biblioteca.
Cruzó sigilosamente la puerta de su habitación, y
bajó las escaleras hasta llegar a la cocina. Abrió uno
de los cajones de la alacena, y tomó de allí un paquete
de pilas. Intentó abrir el envoltorio haciendo el menor
ruido posible, y una vez que lo consiguió, cambió las
viejas baterías de su linterna por las nuevas. Al termi-
nar, se dirigió hacia la entrada de la casa. Descolgó sus
llaves, y dejó su casa —y lo poco que quedaba de su
niñez— detrás.
Media hora después, se encontraba cruzando la
cerca que daba al patio trasero de la casa de Salomé,
y, al mismo tiempo, preguntándose si era que esa vez
estaba o no quebrantando la ley. Una vez que llegó al
patio, se encontró con la puerta al sótano que le había
señalado Salomé. Efectivamente, estaba abierta, así
que Darwin levantó una de las hojas y notó que la luz
de adentro estaba prendida. Bajó las escaleras hasta
llegar a un lugar que le parecía completamente mágl-
co. Por todo el techo colgaban luces de led amarillas
que iluminaban el lugar con mucha calidez. Era como
si toda la habitación estuviera repleta de estrellas. El

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Buscando a Míster i e 65

lugar estaba amueblado de manera minimalista: una


cama en una de las esquinas, una tabla de madera
sostenida por dos caballetes, un gran perchero reple-
to de ropa y una biblioteca aún más enorme que cu-
bría gran parte de una de las paredes.
—Nos volvemos a encontrar, señor Darwin —dijo
Salomé una vez que notó su presencia.
—¿Este es tu cuarto? —preguntó atónito.
—Este es mi mundo.
—Tu mundo es algo... mágico —dijo Darwin.
—No hay tiempo que perder —dijo Salomé. Luego,
agarró un papel de su escritorio y la puso a un metro
del rostro de Darwin—. Por teléfono, dijiste que había
una pista en esta hoja. ¿A qué te referías?
Darwin se inclinó hacia un costado para poder mirar
a Salomé alos ojos. No pudo evitar sonreír,
—¿Qué? —quiso saber ella.
—Nada —respondió él. Le avergonzaba decirle que
estaba feliz por haber encontrado a alguien que com-
partiera su pasión por la curiosidad.
El joven Xenes tomó la hoja y dirigió su vista al epí-
grafe escrito bajo la antigua fotografía. Cuando llegó
al nombre que estaba escrito en el centro, lo leyó en
voz alta:
—"Estanislao Adler, excelso fundador de la Escuela
Normal Ermita”.
—¿Qué hay con él? —preguntó Salomé.
—Creo que está conectado con un profesor que
tuve. Se llamaba Pascual.

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66 e Chavela Dueco

—¿Conectado? ¿De qué manera?


—En mi última escuela me echaron por...
—Por secuestrar a un alumno y tirarle arañas enci-
ma. Una especie de venganza bastante extraña, para
mantener el honor de un profesor que te caía bien —lo
interrumpió ella.
—i¿Cómo sabés?! —exclamó totalmente sorprendido.
—¿Nunca te dijeron que los rumores vuelan en
nuestra escuela?
—De hecho, ya lo escuché demasiadas veces. Pero
esto solo lo sabía Benji.
—Bueno, no te voy a mentir. En la comisaría, nos pu-
sieron en la misma celda, y te voy a decir algo: tu amigo
no sabe guardar secretos. Le hice una sola pregunta y
me terminó contando todo lo que sabe sobre vos.
—Me estoy empezando a arrepentir de querer
rescatarlo...
Salomé se ubicó junto a él para mirar la foto, y
Darwin tuvo que disimular lo nervioso que lo ponía que
sus cuerpos estuvieran tan cerca.
—Lo que no termino de entender es qué tiene que
ver el fundador de Ermita con que te hayan echado de
una escuela.
—El apellido Adler. Es el mismo apellido de mi anti-
guo profesor, Pascual Adler.
—¿Y creés que tienen algún parentesco?
Darwin volvió a observar la foto. Primero examinó
al fundador de la escuela, y luego al niño que sonreía
junto a él.

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Buscando a Míster i e 67

—Quizá sea él —dijo Darwin y le señaló su lugar en


la foto.
—¿No dice nada en el epígrafe?
—No, solo están escritos los nombres de los adul-
tos—respondió—. ¿No te resulta sospechoso? Es
como si alguien estuviera recreando lo que hice en mi
anterior escuela.
Salomé se acercó a él y le quitó la hoja de las manos.
—¿Qué más hay?
La inspeccionaron juntos. Leyeron el artículo, pero
solo informaba sobre la fundación de la nueva escue-
la Ermita, además de unas pocas líneas que hablaban
de la arquitectura de la vieja capilla. Pero después
Salomé dio vuelta la hoja, y todo un mundo de infor-
mación nueva se develó ante sus ojos. La hoja entera
estaba dedicada a una carta escrita por el mismísimo
Estanislao Adler. Darwin se ocupó de leerla en voz alta:

Se escuilo Coda clase de carlas, ensayos y


articulos, pero ninguno me ha sido tan dificil

de escribir como este Cexlo. Siento nervios porgue


hoy empieza una nueva era lantopara ustedes
como para mi Es elsprimer día en la vida de
la Escuela Normal Ermila ES el primer día
de ustedes,
y tambien el mio

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68 e Chavela Dueco

Juntos comenzaremos una balalla confia


la gnorancia, NWos nulicremos le conocimiento
Y salbuemos viclortosos. Quienes se alievan a

conocimientos son secrelos escondidos a simple


vista. solo hay que saber observar.
Siento orgullo de compartir esta etapa con
todos ustedes, Y Cambién por poder aliavesardla

RUata con má legado

El joven Xenes detuvo la lectura, y se quedó mudo


por un largo rato, hasta que Salomé intervino.
—No quiero interrumpir lo que esté pasando en tu
cabeza, pero...
—Es su hijo. ¡Pascual Adler es su hijo! —la interrum-
pió Darwin—. ¡Lo sabía! ¡No estoy loco!
—No sacaría conclusiones tan rápido de eso último,
no parecés muy cuerdo tampoco —ironizó ella, mien-
tras acercaba su rostro a la hoja una vez más—. ¿Qué
pensás de esta parte? —leyó—. "Quienes se atrevan
a pisar nuestra biblioteca, comprenderán que los co-
nocimientos son secretos escondidos a simple vista,
solo hay que saber observar...”.
—¿Suena... bien? —dijo él.
—iLos pasadizos, Darwin! ¡Está hablando de los
pasadizos!

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Buscando a Míster i e 69

—¿Realmente creés que hay pasadizos secretos en


la escuela?
—SÍ, y por lo que dice ahí, están escondidos a sim-
ple vista.
—Bueno, en ese caso hay una sola manera de averi-
guarlo —dijo Darwin.
—SÍ, tenemos que volver a la biblioteca.
—¿Tenemos?
—Darwin, estás loco si llegás a creer que vas a ir
solo. Sin mí no habrías encontrado ninguna pista
—dijo Salomé y enseguida descolgó un abrigo del per-
chero—. ¡Vamos! Y en el camino quiero que me cuen-
tes por qué tenés puesto ese cinturón tan ridículo,

% ¿Qué importancia tendrá en esta historia el profesor


Pascual Adler?
% ¿Lograrán Salomé y Darwin encontrar los pasadizos
secretos en la Escuela Normal Ermita?

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70 e Chavela Dueco

co Capítulo 12 oo
A simple vista

urante la primera mitad del trayecto hacia la


escuela, Darwin se negó a contarle los deta-
lles de su cinturón, hasta que Salomé le ganó
el duelo con una frase que venció todas sus defensas:
—Darwin, quiero conocerte y saber quién sos, y una
parte importante de eso es que respondas las pregun-
tas que te hago.
Antes de contarle esa historia que jamás había di-
cho en voz alta, la miró fijo a los ojos. Había algo en
ella que le generaba ansiedad y nervios, pero que, al
mismo tiempo, de un modo extraño, lo calmaba.
—Fue un regalo de mi... papá —dijo—. Él era... era
detective privado. De hecho, mi madre dice que era el
mejor. Ayudó a la policía a resolver treinta y tres casos
—Se tomó una pausa para aclararse la garganta—.
Una noche, cuando tenía diez años, me desperté por
la madrugada y lo vi parado al pie de la cama. Tenía
en la mano un maletín. Nunca lo había visto tan serio.
Apoyó el maletín en la cama y me dijo que ahí dentro
se encontraba el legado de la familia Xenes. Le pre-
gunté a qué se refería, pero lo único que me dijo antes
de salir fue que siguiera mi intuición. Nunca más lo
volví a ver,
—¿Qué le pasó?

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Buscando a Míster i e 71

—No lo sé. Desapareció de un día para el otro. Mi


mamá actúa como si estuviera muerto, pero para mí
no lo está.
—Y si creés que no está muerto, ¿por qué no lo
buscás?
—Porque mi madre me hizo prometerle que no lo
haría. Y esa es una promesa que no pienso romper.
A veces tengo la sensación de que mi padre se metió
con gente muy peligrosa, y que algo malo le pasó. Pero
realmente no lo sé, y seguramente nunca lo sepa.
—¿Sabés qué pienso?
—¿Qué?
—Que deberías hacerle caso a tu intuición —conclu-
yó Salome.
Continuaron el resto del viaje envueltos en un silen-
cio que les era extremadamente agradable a ambos.
Darwin se sentía tan cómodo que hasta por un mo-
mento llegó a olvidar por completo adónde se estaban
dirigiendo.
Al llegar a la escuela, Darwin atinó air a la parte tra-
sera, pero Salomé lo tomó del brazo para que se detu-
viera. Luego, tomó algo de su bolsillo y lo agitó frente a
los ojos del joven Xenes.
—¿Le robaste las llaves a tu abuela?
—En mi defensa, las deja muy a mano. Estas llaves
prácticamente piden a gritos ser robadas —se excusó.
Darwin la siguió hacia la puerta principal de la es-
cuela, y Salomé utilizó la llave para abrir. Antes de cru-
zar el umbral, el joven Xenes se volteó para observar

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72 e Chavela Dueco

a ambos lados de la calle. Quería asegurarse de que


nadie los viera entrar, especialmente, ningún detective
con ganas de acusarlo de cualquier crimen que hubie-
ra a mano.
Los pasillos estaban completamente a oscuras, así
que Darwin tomó su linterna y alumbró el camino.
—Mi cinturón no es tan ridículo después de todo,
¿cierto? —se jactó Darwin.
—Que sea útil no le quita lo ridículo.
Entraron a la biblioteca, y Darwin no solo se volvió
aencontrar con cientos y cientos de libros, sino que,
además, su paraguas seguía allí.
Realmente nadie pasa por este lugar, pensó Darwin.
Fue directo hacia su paraguas-arma-escudo, y una
vez que lo tuvo se aferró con fuerza a él. Después,
apuntó la linterna hacia la mesa en la que habían es-
tado sentados con Salomé y Benji la última vez que
había pisado ese lugar.
—¡No está! —exclamó Darwin.
—¿Qué cosa?
— ¡El libro con la historia de la escuela! —aclaró—.
¡Alguien lo tomó!
—¿Estás seguro? —preguntó Salomé—. Quizá lo
volvieron a guardar en su lugar.
Ella desapareció detrás de una de las bibliotecas, y
volvió varios segundos después.
—¿Y? —preguntó Darwin.
—No, no está.
—Alguien se lo llevó —dijo él—. Alguien que no

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Buscando a Míster i e 73

quiere que veamos algo que hay dentro de ese libro.


Eso significa que vamos por el buen camino, Salomé.
Ambos se pararon en el centro de la biblioteca y ob-
servaron para todos lados.
—¿Qué se supone que estamos buscando? —quiso
saber Darwin.
—Algo que esté a simple vista.
—Solo veo libros.
—Exacto, debe haber algo entre los libros. Solo hay
que saber observar.
Recorrieron el lugar, pero ninguno encontró nada.
Cuando Darwin notó que jamás lo descubrirían con
los ojos abiertos, los cerró; dejaría que su intuición lo
guiara. Pensó en qué clase de libros estarían a simple
vista. Pensó, pensó y siguió pensando, pero nada se le
venía a la mente. Estaba completamente a oscuras, y
en esa oscuridad encontró la respuesta.
Abrió los ojos de golpe y le clavó la mirada a Salomé.
—¡Eso es!
—¿Qué?
—Dijiste que tu abuela fue la primera bibliotecaria
que tuvo esta escuela. Quizás a simple vista no sig-
nifique “nuestra vista” —Darwin se tomó una pausa,
todavía no lograba descifrarlo del todo—. ¿Qué libros
irías a buscar si estuvieses con los ojos cerrados?
—i¡La sección de libros en braille! —exclamó Salomé.
Se dirigió rápidamente hacia un sector de la biblio-
teca, y Darwin la siguió. Se detuvieron junto a una de
las repisas, y Salomé señaló los libros.

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74 e Chavela Dueco

—Acá están —dijo.


Darwin tomó el tubo de luz ultravioleta que cargaba
en su cinturón y apagó la linterna. Encendió el tubo, y
cuando lo acercó a los libros, descubrieron que todos
los lomos de ese estante estaban cubiertos de huellas
dactilares. Darwin guardó el tubo y volvió a encender
la linterna.
—¿Qué se supone que tenemos que encontrar?
—preguntó ella.
—No lo sé, podría ser algo como...
Pero antes de que Darwin pudiera terminar esa fra-
se, Salomé ya estaba sacando todos los libros en braille
de la repisa. Cuando el estante quedó completamente
despejado, los dos jóvenes intercambiaron miradas.
—¿Algo como eso? —dijo Salomé, mientras señala-
ba hacia dentro del estante.
Darwin asomó la cabeza y descubrió lo que parecía
ser una viejo picaporte de hierro.
—¿Querés hacer los honores? —le preguntó a
Salomé.
—No, prefiero que lo hagas vos. Mirá si es una tram-
pa que activa una sierra eléctrica que te corta el brazo
—dijo ella.
Darwin tomó su paraguas y lo metió en el estante,
acercó el mango al picaporte y lo utilizó para girarlo.
Cada vez tiene más usos, pensó sobre su leal herra-
mienta. El picaporte cedió, y esa sección se dividió en
dos. Ambas hojas comenzaron a abrirse de par en par,
como si fuera una puerta.

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Buscando a Míster i e 75

El joven Xenes se volteó para mirar a Salomé, nece-


sitaba compartir su asombro con alguien. Sin embar-
go, ella se encontraba completamente tranquila.
—La biblioteca se acaba de abrir en dos y vos como
si nada —observó Darwin—. ¿No hay algo que está ha-
ciendo cortocircuito el cerebro?
—Por si no lo notaste, no soy una persona que se
entusiasma fácilmente.
—¿Por qué no?
—Según los doctores tengo una especie de trastor-
no que me impide sentir emociones—confesó.
—¿Ninguna emoción?
—Nada, ni miedo, ni felicidad, ni entusiasmo, ni tris-
teza, nada de nada. Ni siquiera siento hambre.
—¿Y cómo es vivir así?
—Por momentos, una fortaleza; otras veces, una
debilidad.
Ella hablaba y a Darwin se le derretían los oídos. Y
aunque Salomé no pudiese sentir ninguna emoción,
él creía estar sintiendo por los dos.
Frente a ellos, había una escalera de madera que
descendía en forma circular. La bajaron con pasos le-
ves, querían hacer la menor cantidad de ruido posible.
Cuando bajaron el último escalón, revisaron la pared
en busca de un interruptor de luz que los ayudara a
ver en dónde se habían metido. Fue Salomé quien lo
encontró y, después de levantarlo, ambos fueron ce-
gados por el intenso brillo de todas las luces que se
habían encendido.

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76 e Chavela Dueco

Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, Darwin


pudo ver lo que los rodeaba y se quedó petrificado.
Frente a él había un aula con unos veinte pupitres. Tres
de ellos estaban ocupados. Salomé, por su parte, solo
se mantuvo tranquila e inmóvil, mientras examinaba el
sitio con la mirada.
—¿Ese no es tu amigo? —preguntó ella, señalando
hacia uno de los bancos.
—i¡Benjamín! —gritó Darwin, y corrió a toda prisa
hacia él.
El gigante dirigió la mirada hacia su amigo e inten-
tó comunicarle algo, pero una cinta le cubría la boca.
Cuando llegó a su lado, Darwin notó que tenía las ma-
nos esposadas al banco, que a su vez estaba atornilla-
do al suelo.
—¿Estás bien, Benjamin? —le preguntó mientras le
quitaba la venda de la boca.
—i¡Darwin! ¡Me tenés que sacar de acá! ¡Es el infier-
no! —dijo el gigante con desesperación—. ¡Nos tiene
acá sentados, y nos da clases todo el día!
—¿Es el señor Peppermint? —quiso saber Darwin.
—No lo sé. No le pude ver la cara. Siempre aparece
con una túnica negra y una capucha. Y no habla, solo
nos pone una grabación con una voz distorsionada —
explicó Benji—. ¡Darwin, sacame de acá!
—Necesitamos ayuda para quitarte las esposas, Benji.
El gigante se calmó y le clavó la mirada a su amigo.
—¿Qué pasa?—preguntó Darwin.
—Por primera vez me llamaste “Benji” —acla-
ró—. Siento que esta amistad dio un paso más hacia

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Buscando a Míster i e 77

adelante. ¿Sabés cuál es el siguiente paso? ¡Llamar a


la policía y que me saquen de acá!
—¿Y de dónde llamo? —preguntó Darwin.
—¿No tenés celular”?
—No —respondió antes de voltearse—. Salomé, ¿te-
nés celular?
—¡No! —gritó Salomé. Todavía seguía parada en la
entrada, con la espalda apoyada en la pared, y miran-
do la escena desde afuera como si fuera un espectá-
culo—. ¡No les veo mucha utilidad!
—i¿No les ves mucha utilidad?! ¡¿No creés que sería
un poco útil en este preciso momento?! —gritó el gi-
gante y luego se acercó a su amigo para susurrarle—,
¿Ninguno de los dos tiene un celular? Ustedes están
hechos el uno para el otro, Darwin.
El joven Xenes le hizo un gesto para que se callara, y
luego se volteó hacia la escalera:
—Salomé, ¿podrías subir y llamar a la policía desde
el teléfono de alguna oficina?
Antes de desaparecer por las escaleras, ella se llevó
la mano a la frente y le respondió con un saludo militar.
Cuando quedaron solos, Benji lo miró con cierta
complicidad y sonrió.
—¿Qué pasa? —quiso saber Darwin.
—Nada, que me parece que a alguien le gusta la
“Chica Robot”.
—Realmente tenés que dejar de ponerle apodo a
todo, Benji.
—Te prometo que si me sacás de acá dejo de hacer-
lo, Niño Evolución.

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78 e Chavela Dueco

—Lo estoy intentando.


—Ah, y por site lo estás preguntando, él es Fermín,
y a Elías ya lo conocés, así que si querés no lo liberes
—bromeó el gigante, mientras dirigía su mirada hacia
los otros dos individuos que también estaban esposa-
dos abancos y con la boca vendada.
—Benji, ¿cómo llegaste acá? —quiso saber.
—No lo sé. Estaba en la calle, yendo para tu casa...
Pero lo último que recuerdo es sentir un pinchazo en
el cuello, y después me desperté acá.
Darwin se sentía sorprendido pero también gratifi-
cado de haber encontrado a su nuevo amigo. Lo que
todavía no entendía era quién estaba detrás de todo
este plan retorcido.
—Y vos, ¿cómo encontraste este lugar? —preguntó
asombrado Benji.
Antes de poder explicarle sobre las pistas que lo ha-
bían guiado hacía allí, oyó una voz detrás de sí:
—Bienvenido.
Darwin se mantuvo inmóvil en el centro del aula, y
no por decisión propia. Aunque hubiese querido darse
vuelta para mirarlo, no lo habría logrado: el cuerpo no le
respondía. Sin embargo, no necesitaba ver su cara para
saber de quién se trataba, había reconocido su voz. El
enigma estaba resuelto: había encontrado a Mr. 1.
Para calmarse, intentó controlar la respiración,
luego, cerró los ojos y organizó sus pensamientos.
¿Cómo es posible que sea él?, pensó Darwin, ¿cómo
es que nunca estuvo dentro de los sospechosos?

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Buscando a Míster ¡ e 79

Volvió a abrir los ojos, y entendió que Mr. | había


estado siempre uno o pocos pasos por delante de él,
Comprendió que no lo había encontrado a Mr. i, sino
que fue este quien lo había encontrado. Y, con ese
pensamiento en mente, Darwin sintió la necesidad de
hacerle una sola pregunta:
—¿Por qué estoy acá?

% ¿Quién será, finalmente, el enigmático Mr. ¡?


% ¿Podrá el joven Xenes salir de su desconcierto y
vencerlo en su propio juego?

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80 e Chavela Dueco

co Capítulo 13 co
El poder de los libros

uando Darwin recuperó el control de su cuer-


po, se volteó lentamente para mirar a la cara
a Mr. i. Aunos metros de él, se encontraba la
silueta de un hombre cubierto por una túnica negra.
Mr. i. se tiró para atrás la capucha y reveló su rostro.
—Señor Hermes, ¿por qué estoy acá? —repitió el
joven Xenes.
El consejero se acercó unos pasos, pero se detuvo
al notar que el joven levantaba su paraguas y apunta-
ba hacia él.
—Darwin —comenzó a decir Hermes, manteniendo
la calma en todo momento—, ¿no lo ves? Esto es una
ofrenda hacia vos.
—¿Qué? —preguntó totalmente confundido.
—He visto lo que hiciste por tu profesor —explicó—.
El detective Díaz se encargó de mostrarnos el video
que grabaste con su hijo. No quería que te aceptá-
ramos en esta institución, quería demostrarnos que
eras un peligro para la escuela y tus compañeros. Pero
yo sentí todo lo contrario, te vi como un superhéroe
haciéndole frente a los villanos. Así que convencí a
Alain de que te admitiera en Ermita, y preparé este lu-
gar para que vos y yo lo llenemos juntos.
—¡¿Quéééé?! —exclamó Benji.

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Buscando a Míster ¡ e 81

—iSilencio, alumno! —gritó Hermes, y después se


dirigió a Darwin—. ¿No es esto lo que querías? lr a una
escuela en la que no hubiera maltratos de ningún tipo.
Y eso no estodo, Darwin, los vamos a traer aquíy les
enseñaremos de una vez por todas a ser buenos alum-
nos, aser buenas personas.
—|¡Ey! —objetó el gigante—. ¡Yo soy una buena per-
sona! ¡Yo no maltraté a nadie!
—i¡Silencio, alumno!
—No, no me voy a quedar callado mientras alguien
me dice...
Benji dejó de hablar en el instante en el que vio que
el señor Hermes sacaba una pistola por debajo de su
túnica y le apuntó. Después de unos segundos de si-
lencio, el gigante comenzó a gritar:
—¡Darwin! ¡Me está apuntando con un arma! ¡Nun-
ca antes me habían apuntado con un arma! ¡Se siente
muy raro! ¡Decile que la baje!
—iSILENCIO, ALUMNO! —el estruendoso gri-
to del señor Hermes retumbó en toda la sala—. No
hay de qué preocuparse, es solo un arma de dardos
tranquilizantes.
—Paradójicamente, eso no me deja más tranquilo...
—aclaró Benji.
El señor Hermes hizo de cuenta que no lo escucha-
ba, y volvió a dirigirse al joven Xenes.
—Darwin, cuando tenía tu edad era alumno de esta
escuela. Cada mañana, cruzaba la puerta de entra-
da poseído por el miedo. Los insultos del resto de los

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82 e Chavela Dueco

alumnos y las golpizas me dolían, pero nada me hacía


sufrir tanto como la indiferencia. Me sentía tan solo
que empecé a pasar todos los recreos en la biblioteca,
ayudando a Rosa a ordenar los libros. Así fue que en-
contré este lugar. Y no había ningún tesoro, ni ningún
libro prohibido, ni nada de todo eso que se rumorea-
ba. ¿Sabés lo que había? —preguntó, pero no esperó
por una respuesta—. Un aula. Un aula completamen-
te vacía. Empecé a venir todas las tardes, me sentaba
en uno de estos bancos e imaginaba que estaba en
distintas clases, junto a personas imaginarias que me
trataban bien, que no me insultaban ni me golpeaban,
que me miraban a los ojos y que me hablaban.
Al escuchar esto, el joven bajó el paraguas y perdió
la mirada en el piso. Su intuición le había fallado com-
pletamente. Todo ese tiempo había pensado que Alain
Peppermint estaba detrás de las desapariciones, pero
no podía estar más equivocado. La imagen de su pa-
dre se hizo presente en su mente. Durante toda su vida
había creído que lo único que había heredado de él ha-
bía sido una gran capacidad de intuición, pero, luego
de oír a Hermes, todo eso no llegó a parecerle más que
la ilusión de un niño que extrañaba a su padre.
—¿Y Pascual Adler? —preguntó Darwin—. ¿Qué tie-
ne que ver él con todo esto?
—¿Quién? —respondió Hermes.
—Perdón —interrumpió Benji—, pero ¿les molesta-
ría seguir esta conversación sin el arma apuntándo-
me? Quiero decir, estoy esposado a una silla. No hay

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Buscando a Míster ¡ e 83

muchas posibilidades de que haga algo peligroso.


Además, si quieren que me quede en silencio, puedo
hacerlo, pero solo digo que me sentiría mejor si...
El gigante se quedó callado al notar que Hermes
cambió de dirección su brazo y apuntaba el arma ha-
cia el joven Xenes.
—Darwin —dijo Hermes—, es hora de que tomes
una decisión. Juntos podemos hacer historia. ¡Cam-
biaremos el mundo! ¡Una escuela libre de bullying!
¿Qué decís? ¿Querés formar parte de esto? ¿O te in-
terpondrás en el camino de tu propia idea? Porque en
el caso de que así sea, no puedo dejarte ir.
El joven Xenes levantó la mirada lentamente hasta
llegar alos ojos del consejero.
—Señor Hermes, siempre detesté la palabra
bullying. No me parece más que una forma simple de
nombrar algo mucho más grande, algo que no sucede
solo en los colegios. Quizá sea hora de entender que
le estamos poniendo un montón de nombres a algo
que, en realidad, es una misma cosa, un solo proble-
ma que tenemos que solucionar todos juntos, porque
hasta el momento dividirnos no parece estar ayudan-
do. Señor Hermes, el mundo entero está mal hecho.
En todos lados nos enseñan que la única manera de
defendernos es atacar. Lo aprendemos cuando nues-
tros padres discuten, lo aprendemos en la televisión,
lo aprendemos en la calle, lo aprendemos día a día. El
que grita más alto tiene la razón, y el que golpea más
fuerte tiene el poder —Darwin se detuvo y reflexionó

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84 e Chavela Dueco

en voz alta—. La crueldad y la estupidez son extrema-


damente contagiosas. Si quiere acabar con el bullying,
señor Hermes, entonces va a tener que cambiar el
mundo entero.
Al terminar de hablar, Darwin levantó rápidamente
su paraguas y presionó el botón para que se abriera
de golpe. Lo lanzó hacia el señor Hermes, al mismo
tiempo que él le disparaba un dardo tranquilizante que
logró perforar la tela del paraguas. Pero cuando el pa-
raguas cayó al piso, Hermes descubrió que Darwin ya
no se encontraba allí. Lo buscó con la mirada por to-
dos lados, hasta que lo vio corriendo hacia la escalera
de salida. Antes de que pudiera llegar, el señor Her-
mes lo tacleó por detrás. Los dos cayeron al suelo, y el
joven Xenes recordó lo doloroso que era ser tacleado
por un adulto. Se puso de pie con dificultad, y una vez
que se incorporó se encontró de nuevo con Hermes.
Otra vez apuntaba el arma hacia él, y por sieso no fue-
ra suficiente, ahora se le sumaba un fuerte dolor en
las costillas.
—Darwin, no quiero lastimarte. No quiero lastimar
a nadie. No solo les estoy enseñando a ser buenos
alumnos sino también los estoy cuidando. Los alimen-
to, les permito ir al baño y asearse.
—i¡En eso sí tiene razón! —gritó el gigante a lo le-
jos—. ¡No me puedo quejar de la comida! ¡Usted es un
gran cocinero, señor Hermes, aunque esté completa-
mente desquiciado!

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Buscando a Míster ¡ e 85

El joven Xenes no pudo evitar reír, estaba atemori-


zado por la situación; pero, al mismo tiempo, enfren-
tarla junto a su amigo le generaba algo que nunca an-
tes había experimentado: se sentía invencible.
—Darwin —dijo Hermes—, solo quiero trabajar en
una escuela en la que haya paz.
—La paz también se puede conseguir de una mane-
ra pacífica —respondió él.
—En ese caso... —Apuntó el arma hacia el pecho del
joven.
Darwin cerró los ojos y se preparó para el disparo,
pero los volvió a abrir después de oír un fuerte golpe.
Cuando despegó los párpados, descubrió que el se-
ñor Hermes se encontraba desmayado en el suelo, y
en su lugar estaba Salomé, completamente agitada, y
con un pesado libro entre manos. Intercambiaron mi-
radas unos segundos, hasta que ella habló:
—¿Acabo de noquear a una persona con un libro?
—Creo que sí —respondió Darwin.
— ¡Sí! —gritó ella totalmente enardecida—. ¡Siempre
quise hacer algo así!
—iFinalmente un libro que sirve para algo! —bro-
meó Benji a lo lejos.
Darwin quiso voltearse para decirle que por ese
comentario iba a reconsiderar dejarlo encerrado allí,
pero no pudo. Comenzó a sentir que sus músculos
perdían fuerza de a poco.
—¿Estás bien? —quiso saber Salomé,

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86 e Chavela Dueco

Intentó responderle, pero no podía mover la boca.


Sintió una comezón en la pierna, bajó la mirada y des-
cubrió que tenía clavado uno de los dardos de Hermes
en su muslo izquierdo. Se desplomó en el suelo y todo
a su alrededor empezó a perder nitidez.
Salomé se acercó corriendo y se arrodilló ante él.
Se quitó el abrigo para hacerlo un bollo y ubicarlo bajo
la cabeza de Darwin, como si fuera una almohada. En
el movimiento, la hoja de papel que habían arranca-
do del libro cayó de uno de los bolsillos. Darwin giró la
cabeza, y desde el piso, observó la hoja a unos pocos
centímetros de su cara. Entrecerró los ojos para poder
hacer foco, y pudo descubrir algo que no había notado
antes en la foto. Utilizó lo que le quedaba de fuerzas
para agarrar la foto y guardarla en el bolsillo de su pan-
talón. Sabía que estaba a segundos de dormirse, y no
quería olvidar lo que acababa de descubrir.

ys

3% ¿Qué habrá descubierto el joven Xenes en la foto


antes de desvanecerse?
3% ¿Alguien ayudará a los jóvenes detectives de la
Escuela Normal Ermita?

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Buscando a Míster i e 87

cv Capítulo 14 oo
Los ermitaños

arwin abrió sus párpados lentamente. El bri-


llo de la luz le quemaba los ojos, tardó varios
segundos en entender que estaba dentro de
una habitación de hospital, o eso parecía indicarle la
bata de paciente que llevaba puesta. Se incorporó y se
apoyó en el respaldo de la cama.
—Buen día, Niño Evolución —oyó que alguien decía.
Levantó la mirada y vio que junto a la cama se en-
contraban Benji y Salomé.
—¿Qué pasó? —preguntó.
—¿No te acordás nada? —quiso saber Salomé.
—Tengo imágenes de lo que... —Darwin se detuvo y
se dejó invadir por los recuerdos—. El señor Hermes...
¿qué pasó con él?
—¿Después de que Salomé le pegó en la cabeza con
un libro? —bromeó Benji—. Llegó la policía. ¿A que no
sabés quién fue el primero en llegar? El mismísimo Bat-
man. Deberías haber visto su cara, no entendía nada.
Después arrestaron al señor Hermes, nos liberaron y
nos hicieron ir a declarar a la comisaría, en donde me
encargué de hacerles saber que el señor Hermes es un
eran cocinero. Y avos te trajeron al hospital para asegu-
rarse de que todo siguiera en su lugar. Solo sufriste un
esguince en una costilla, pero... tengo que confesarte
algo, Darwin... también hay malas noticias.

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88 e Chavela Dueco

—i¡¿Qué?!
—Intentaron hacer todo lo posible para salvarlo
pero... —se sumó Salomé—... ya era demasiado tarde.
—i¿Qué pasó?!
El gigante levantó una de sus manos y le mostró su
paraguas. Lo abrió en medio de la habitación, y Darwin
descubrió que su fiel arma tenía una rasgadura en la tela.
—Son unos idiotas —dijo Darwin.
—Ya decidimos con Benji que le vamos a hacer un
funeral —aclaró Salomé.
—Exactamente, Chica Robot —dijo el gigante mien-
tras levantaba una de sus manos para chocarla con la
de ella.
—Te dije que no me llamaras así —le dijo Salomé y
lo fulminó con la mirada.
La puerta se abrió de golpe y entró la madre de
Darwin con un café en la mano. Cuando descubrió que
su hijo estaba despierto, le alcanzó el vaso de plástico
a Benji y fue directo a abrazarlo.
—Perdón por escaparme, mamá —dijo él—. Tuve
que hacerlo.
Su madre rompió el abrazo, y ubicó las manos en
sus mejillas
—Hijo, lo único que importa es que estés bien —dijo
cariñosamente—. Eso y que sepas que estás castiga-
do durante un mes.
—¿Castigado?
—SÍ, castigado —repitió ella—. Te podría haber pa-
sado algo realmente grave.
—Pero lo hice para salvarle la vida a un amigo
—aclaró Darwin.

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Buscando a Míster i e 89

Salomé tosió para llamar la atención.


—Para ser precisos, fui yo la que les salvó la vida a
todos —aclaró.
Darwin notó que su madre se acercaba a él para de-
cirle algo en secreto:
—Hijo, me encanta Salomé. Es inteligente, valientey
de una manera extraña también es graciosa. Me hace
acordar a vos. Creo que deberías invitarla a salir.
—Mamá, sos consciente de que ella está parada a
menos de un metro de nosotros, ¿no? —dijo. Al ver de
reojo, notó que Salomé estaba sonriendo.
Nunca antes había visto su sonrisa, creyó estar
viendo una obra de arte creada por el universo.
Por la tarde, Benji y Salomé se despidieron de él, y
como los doctores recién le iban a dar el alta a la ma-
ñana siguiente, y su madre se veía como si no hubie-
ra dormido en toda la noche, Darwin le aconsejó que
fuera a descansar a la casa, y que lo pasara a buscar al
día siguiente. Ella se quiso negar, pero él insistió:
—Madre, te conozco. Si te quedás acá, no vas a dor-
mir. No me va a pasar nada, puedo sobrevivir una no-
che más, te lo aseguro.
Cuando se quedó solo en la habitación, acomodó su
cabeza en la almohada, cerró los ojos y se dejó llevar
por el mundo de los sueños.
Solo consiguió dormir un par de horas, y cuando
abrió los ojos en medio de la noche, se dio cuenta
de que ya no estaba solo en la habitación. Junto a su
cama, había una silla ubicada en su dirección, y quien
se encontraba sentado en ella, hizo que el corazón de
Darwin se acelerara.

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90 e Chavela Dueco

—Buenas noches, joven Xenes.


—¿A qué se debe la visita, señor Peppermint? —iro-
nizó Darwin. Ambos sabían por qué estaba allí.
—¿No puede un director preocuparse por el bienes-
tar de sus alumnos? —redobló la apuesta.
—¿Me haría un favor? —le pidió Darwin.
—SÍ, por supuesto.
—En el respaldo de su silla está colgado mi pantalón,
¿podría buscar algo que dejé en uno de los bolsillos?
El señor Peppermint giró su cuerpo e introdujo la
mano en los bolsillos, hasta encontrarse con un obje-
to. Solo necesitó tocarlo para saber de qué se trataba.
Sacó la mano del bolsillo y observó la hoja.
—Parece ser que esta hoja se ha perdido de un libro
—dijo él mientras se la alcanzaba.
Darwin la acercó asu ojos.
—Señor Peppermint, ¿podría pasarme la lupa que
cuelga del cinturón del pantalón?
El director le hizo caso, y el joven tomó la pequeña
lupa y la ubicó sobre la foto en la que se veía la primera
generación de la escuela Ermita. Observó al segundo
niño, el que estaba serio. No le había prestado aten-
ción las anteriores veces que había visto la foto, no
lo suficiente como para notar ese detalle. Allí estaba,
aumentado sobre el lente de la lupa, eso mismo que
había visto antes de desmayarse en el aula secreta de
la escuela. La chomba del niño tenía cocida unas ini-
ciales: “a. p.”. Como el gemelo que Darwin había visto
en su primera visita al director Alain Peppermint.

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Buscando a Míster ¡ e 91

—Usted fue la mente maestra detrás de las desapa-


riciones —pronunció Darwin—. Dejó que el señor Her-
mes se hiciera responsable de todo, pero fue usted.
Los ojos del señor Peppermint se enfriaron
completamente.
—Fue él quien quiso protegerme. Hizo lo mismo que
habría hecho yo en las mismas circunstancias.
Darwin no le corrió la mirada de los ojos.
—Así que conocía a Pascual —dijo el joven Xenes.
Peppermint se inclinó hacia adelante para acercar-
se al joven.
—Pascual y yo éramos amigos. Nos conocimos de
niños. Fuimos juntos a la escuela Ermita. Su padre era
el fundador y director en ese entonces. Crecimos y
aprendimos juntos cómo funciona el mundo. Nos la
pasábamos horas y horas en la biblioteca, hasta que
un día encontramos el aula que estaba escondida a
simple vista. Entonces, con Pascual decidimos fundar
una sociedad secreta estudiantil. Nos hacíamos lla-
mar “Los Ermitaños”, y llegamos a tener trece adep-
tos. Nos reuníamos todas las tardes en el aula escon-
dida y discutíamos durante horas sobre todo lo que
estaba mal en el mundo. Con el tiempo entendimos
que éramos solo unos niños que fantaseaban con
cambiar el mundo. Pero con Pascual nunca perdimos
el gusto por los libros, así que decidimos que cuando
fuéramos grandes nos volveríamos profesores de lite-
ratura de Ermita.
—¿El señor Adler fue profesor en Ermita?

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92 e Chavela Dueco

—SÍ, durante muchos años. Los alumnos lo conocían


como "el Sonriente”, porque mientras estuviera dando
clases no había nada que le pudiera quitar la sonrisa.
—¿Y por qué dejó Ermita?
—Todo cambió cuando su padre decidió retirarse
del puesto de director. Se lo ofreció a Pascual, pero
él se negó a tomarlo porque quería seguir siendo pro-
fesor. Su padre lo sintió como un insulto, así que lo
echó de la escuela. En ese momento, acepté el cargo
de director, algo que Pascual sintió como una traición.
Nunca más nos hablamos.
—¿Y qué tiene que ver el secuestro de alumnos con
todo eso?
—El sueño de Pascual era que Ermita fuera una es-
cuela en la que no existiera ningún tipo de maltrato. Su
padre decía que eso era algo imposible, que había que
dirigir una escuela siendo realistas. Durante muchos
años creí que eso era cierto, pero todo cambió cuando
el detective Díaz nos hizo ver un video suyo, Darwin.
Al mirarlo, tuve que contener las lágrimas, lo sentía
como un mensaje del más allá de parte de Pascual.
Entonces, entendí que es hora de crear una nueva ge-
neración de “Los Ermitaños”. Una generación que no
busque cambiar el mundo con palabras, sino que lo
haga con acciones.
—¿Acciones como secuestrar alumnos? —ironizó.
—¿No fue idea suya acaso, joven Darwin? ¿Usted no
secuestró al joven Díaz en su anterior escuela? —obje-
tó Peppermint.

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Buscando a Míster ¡ e 93

Darwin entendió perfectamente al director de la Es-


cuela Normal Ermita. Estaba en lo cierto, Mr. llo había
encontrado a él desde un comienzo, aun antes de que
pusiera un pie dentro de la escuela Ermita.
—Usted quiso que encontrará el sótano para descu-
brir si estaba dispuesto a unirme a “Los Ermitaños”.
Sacrificó al señor Hermes para no exponerse a ser
arrestado. Lo manipuló, sabiendo que él haría lo que
fuera por vengarse del maltrato que había recibido de
niño en la escuela.
—El señor Hermes se sacrificó por una causa ma-
yor —pronunció Peppermint—. Cuando vuelva a cla-
ses, Darwin, notará que ni Fermín Zielinsky ni Elías
Locane van a volver a maltratar a alguien, nunca más.
Los hemos cambiado, se lo puedo asegurar. Y este es
solo el comienzo, joven Xenes. Quiero que usted sea el
líder de la nueva generación de "Los Ermitaños”. Los
alumnos van a empezar a confiar en usted, porque
es el joven que ha resuelto el caso de los secuestros.
Lo escucharán, lo seguirán, y con su ayuda, Darwin,
cambiaremos Ermita. Juntos cambiaremos el mundo.
¿Qué piensa?
El joven se tomó un tiempo antes de responder. Ne-
cesitaba digerir todo eso que le había dicho el director
de su escuela.
—Tendrá que cambiar el mundo sin mi ayuda, señor
Peppermint —concluyó Darwin.
De un momento para el otro, la mirada del director
se volvió intensa.

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94 e Chavela Dueco

—Bien, en ese caso, el lunes que viene se retoma-


rán las clases, joven Darwin, de modo que nos cruza-
remos en la escuela.
—SÍ, nos cruzaremos —respondió en un tono
desafiante.
Cuando el director abandonó la habitación, Darwin
apoyó la cabeza en la almohada y se perdió en sus
pensamientos. Los secuestros habían terminado,
pero sabía que tarde o temprano Peppermint volvería
a atacar de alguna u otra manera. No le quedaba otra
opción que olvidarse de la idea de estudiar de forma
autodidacta en su casa. Tenía que regresar a la escue-
la, y estar atento a cada paso que diera su director.
Pero antes de encargarse de eso, tenía que planificar
algo mucho más importante. Darwin Xenex dirigió la
vista hacia el techo, y se puso a pensar en cuál sería el
mejor plan para invitar a salir a Salomé,

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La Máquina de Hacer Lectores

o 7 yb
. PS a '

Buscando a MísTER 1
comienza con Darwin Xenes, un estudiante a”,
nuevo en la Escuela Normal Ermita. 9
Su llegada coincide con la desaparición Y
de algunos alumnos. Con pistas encontradas
y nuevos amigos, Darwin intentará resolver
el enigma policial de los estudiantes
ausentes que, curiosamente, podría
vincularse con el bullying. ¿Logrará Darwin
descubrir quién está detrás de todo esto?
¿Quién es Míster 1?
Si tenés 12 años o más, esta novela
policial donde la amistad vence al bullying
te atrapará con su enigma, hasta que
descubras la verdad al final del pasadizo.

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