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02 Blitz - Devney Perry

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¡Cuidémonos! 3
Creditos

Traducción
Nelly Vanessa

Corrección
Nanis

4
Diseño
Dabria Rose
Indice

IMPORTANTE ....................................................................................................................................... 3
Creditos ............................................................................................................................................... 4
Sinopsis................................................................................................................................................ 7
1........................................................................................................................................................... 8
2......................................................................................................................................................... 21
3......................................................................................................................................................... 33
4......................................................................................................................................................... 43
5......................................................................................................................................................... 57
6......................................................................................................................................................... 70
5
7......................................................................................................................................................... 82
8......................................................................................................................................................... 96
9....................................................................................................................................................... 108
10..................................................................................................................................................... 116
11..................................................................................................................................................... 128
12..................................................................................................................................................... 139
13..................................................................................................................................................... 149
14..................................................................................................................................................... 160
15..................................................................................................................................................... 166
16..................................................................................................................................................... 176
17..................................................................................................................................................... 186
18..................................................................................................................................................... 197
19..................................................................................................................................................... 207
20..................................................................................................................................................... 216
21..................................................................................................................................................... 220
22..................................................................................................................................................... 229
23..................................................................................................................................................... 235
24..................................................................................................................................................... 245
25..................................................................................................................................................... 255
26..................................................................................................................................................... 263
27..................................................................................................................................................... 271
28..................................................................................................................................................... 277
Epílogo............................................................................................................................................. 288
Epílogo Adicional ............................................................................................................................. 292
Rally ................................................................................................................................................. 297
Devney Perry ................................................................................................................................... 298

6
Sinopsis
Un entrenador. Una estudiante. Las reglas eran claras. Las rompimos de
todos modos.
La noche que conocí a Toren Greely fue la noche que aprendí a mentir. Era
entrenador de fútbol de la Treasure State. Yo era la estrella del equipo de voleibol.
Los entrenadores y las estudiantes estaban prohibidos. Mi futuro estaba en
juego, así que me dije que solo sería una noche.
Fue la primera mentira. Después de eso, se volvieron más fáciles de decir.
Las líneas se desdibujaron. Los límites cambiaron. Nuestra relación se convirtió
en un juego en sí mismo.
Una casta sonrisa. Una mirada cómplice. Un toque velado o un callado beso.
Nos escondimos a plena vista. Éramos invencibles. O eso pensábamos. Ninguno
vio venir el bombardeo hasta que fue demasiado tarde.
7
Juego terminado. La noche que dejé a Toren Greely fue la noche que aprendí
a perder.
1
TOREN
Toren. Toren. Toren. Tres personas me hablaron a la vez.
—Toren, este balón de fútbol es plano. ¿Dónde está la bomba de aire?
—Toren, ¿tienes más cerveza?
—Toren, por favor, ¿puedo ver los fuegos artificiales desde el techo?
Nunca más. Era el último año que organizaba una fiesta del 4 de julio.
Aunque había tenido el mismo pensamiento el año pasado. Y el año anterior. Y
el año anterior a ese.
Sin embargo, aquí estaba otra vez, recibiendo a una multitud de personas
apiñadas en mi casa y en mi patio trasero.
8
¿Alguien me extrañaría si me escondiera en mi habitación por el resto de la
noche? Probablemente. Alguien tenía que responder las preguntas.
Entonces comencé con la primera. El fútbol.
—La bomba está en el cajón superior de la caja de herramientas del garaje
—le dije a Abel, mi primo de dieciséis años, quien sostenía el plano balón de
fútbol en sus manos.
—Está bien. —Se fue corriendo hacia el garaje con una corriente de
adolescentes de todo el vecindario pisándole los talones.
Siguiente pregunta. La cerveza.
—¿Revisaste los refrigeradores en el garaje? —le pregunté a Parks, un
compañero entrenador y amigo del trabajo—. Los tres estaban llenos.
—Sí, lo comprobé. Pero están casi vacíos, hombre.
—¿En serio? —Miré a mi alrededor. ¿Qué demonios?
Las seis cajas de cerveza que había comprado deberían haber sido más que
suficientes para durar hasta que terminara el espectáculo de fuegos artificiales.
Era más de lo que había comprado el año pasado. Excepto que esta noche parecía
haber muchos más asistentes a la fiesta que en años anteriores.
Escaneé las caras en mi jardín. Por cada persona conocida, había dos
desconocidos.
—¿Quiénes son todas esas personas?
Parks se encogió de hombros.
—Pensé que los conocías.
—No a todo el mundo. —Me froté la mandíbula con una mano y la incipiente
barba me rascó la palma porque había estado tan ocupado preparándome para
esta fiesta que no me había molestado en afeitarme esta mañana.
—Supuse que habías ampliado la lista de invitados —dijo.
Me burlé.
—En primer lugar, no quería tener esta fiesta.
—¿Qué? Esta fiesta es una tradición.
Fue exactamente lo que mi tía había dicho cuando le dije que dudaba en
volver a organizar la juerga. Pero sugirió tenerla un año más. Dado el drama en
el trabajo últimamente y el escándalo que había sacudido al departamento
deportivo de los Treasure State Wildcats esta primavera, había pensado que este 9
tipo de tradiciones podrían ser una buena manera para que todos volviéramos a
la normalidad.
Excepto que esta fiesta no era normal comparada con las de los tres años
pasados. Se suponía que esta noche sería una barbacoa para familiares,
compañeros de trabajo, amigos cercanos y algunos vecinos. ¿De dónde habían
salido todos los demás?
—No estoy muy entusiasmado con la cantidad de caras extrañas —le dije a
Parks, bajando la voz—. Especialmente si la gente bebe tanto que ya se acabó la
cerveza. No necesitamos problemas esta noche.
—No bromeas —murmuró Parks—. Al menos no tuviste que invitar al Idiota
este año.
Me reí.
—Cierto.
Nuestro jefe (antiguo jefe) acababa de aterrizar en la tabla de cortar. Ni Parks
ni yo queríamos ser los siguientes en la fila detrás del Idiota; ninguno usaba el
nombre de nuestro exjefe ahora que se había ido.
Por supuesto, había estado organizando fiestas para jugadores de fútbol
menores de edad, no para adultos de mi vecindario local. Aun así, con cada cara
nueva que aparecía en mi jardín, cuestionaba mi decisión de ser anfitrión. El
objetivo este año era mantener la cabeza gacha, concentrarnos en el fútbol y no
hacer nada que lo jodiera todo.
Con un poco de suerte, contratarían a Ford Ellis como nuestro nuevo
entrenador de fútbol y nos ayudaría a superar el escándalo del Idiota. Ford era
mi amigo cercano de la universidad y, aunque se mantenía en secreto, lo estaban
considerando para el puesto. La única razón por la que lo sabía era porque lo
había recomendado en primer lugar.
—¿Quieres que eche a la gente? —Parks O'Haire era un buen amigo. Lo
haría sin dudarlo si le diera el visto bueno.
—Estoy seguro de que todo estará bien. Si sacamos a la gente, sólo
provocaremos drama. Pero no agregaremos más alcohol. Tal vez como la cerveza
casi se acaba, la gente se irá a casa.
—¿Como yo? —bromeó.
Me reí.
10
—Hay cerveza en el refrigerador del garaje. ¿Buscaste allí?
—No. Pensé que estaba prohibido.
—No. Ve por ella.
—Gracias. —Me dio una palmada en el hombro y luego pasó a mi lado hacia
el garaje.
Dejándome responder a la tercera pregunta. Los fuegos artificiales en el
tejado.
Puse las manos en mis caderas, viendo a Dane, de siete años, mientras me
observaba con ojos suplicantes de color verde grisáceo. Eran del mismo tono que
los míos. Cada uno de mis primos tenía esos ojos.
También los habían tenido mi padre y mi tío, y habían pasado la herencia a
sus hijos.
—Quieres ver los fuegos artificiales desde el techo.
—Por favor, por favor, Tor. —Dane juntó las manos delante de la barbilla.
El hecho de que hubiera esperado pacientemente mientras hablaba con Parks
era una señal de su desesperación.
—¿Cuál crees que será la respuesta a esa pregunta?
Se encogió de hombros.
—¿Sí?
Me reí.
—¿Le preguntaste a tu mamá?
Otro encogimiento de hombros. Significaba que sí, que le había preguntado
a Faith. Y que había dicho absolutamente que no.
—Lo siento, amigo. No puedes ver los fuegos artificiales desde el tejado. Es
muy peligroso.
—Maldita sea —gimió cuando la sonrisa en su rostro desapareció—.
Entonces nunca podré verlos. Hay demasiada gente aquí.
No se equivocaba. Había demasiada gente.
—Simplemente ve a apartar tu lugar en el borde del césped. Los fuegos
artificiales tienen lugar en el cielo. Consigue un buen lugar y estarás bien.
—No me gusta sentarme en el césped. Me pica. —La mirada que me envió
fue letal. Y adorable.
Me agaché frente a él, tratando de no reírme. 11

—Te dirá qué. Puedes verlos desde el balcón de mi habitación.


—¿En serio? —La mirada desapareció. La sonrisa volvió.
Mi habitación estaba estrictamente prohibida, no sólo para esta fiesta sino
cada vez que Faith traía a los chicos de visita. Tenían libertad de movimiento por
toda la casa excepto en mi dormitorio. Pero esta noche haría una excepción.
—Tienes que invitar a tus hermanos también. Toma algunos bocadillos.
Aléjate de los mayores. —Extendí mi mano para estrechársela—. Solo promete
no derramarás nada ni ensuciarás.
—Lo prometo. —Golpeó su mano con la mía, estrechándola rápidamente
antes de salir corriendo, probablemente para encontrar a sus hermanos.
Supuse que lo habían enviado a preguntarnos a Faith y a mí sobre los fuegos
artificiales de la azotea porque era el más lindo y tendía a recibir más sí que no.
Me puse de pie, listo para recibir más preguntas ahora que esas tres habían
sido respondidas. Pero todos a mi alrededor estaban agrupados, hablando,
riendo y bebiendo mi cerveza.
La gente entraba y salía por la puerta corrediza de cristal que separaba mi
terraza y el comedor. Los adolescentes estaban lanzando un balón de fútbol. Un
grupo de chicos estaba encerrado en un acalorado juego de cornhole.
Si no iba a disfrutar de esta fiesta, al menos todos los demás lo estaban
pasando bien.
La mesa que había preparado con hamburguesas, papas fritas y ensaladas
había sido diezmada hacía horas. El gran cubo de basura negro que había al lado
del garaje estaba a rebosar. Algunas latas y servilletas desechadas estaban
esparcidas por el césped.
La limpieza sería una mierda.
Definitivamente el último año.
¿Las caras nuevas eran de todo el barrio? Debían serlo.
Siempre había dicho que esta fiesta estaba abierta a cualquiera que viviera
en la cuadra, un error que había cometido durante tres años. Invitar a los vecinos
no había sido gran cosa en años anteriores, cuando todos los demás lotes estaban
vacíos. Pero con la cantidad de casas y familias nuevas que vivían en la calle,
tendría que modificar la invitación abierta.
12
Era una subdivisión más nueva en Mission. Cuando era niño, aquí no había
nada más que campos y tierras de cultivo. Ahora había casas de artesanos, como
la mía, que aparecían como maleza.
Mi casa había sido una de las primeras construidas en esta tranquila calle,
de ahí su atractivo. Pero en los pasados tres años, Mission había crecido. Cada
vez más personas abandonaban las ciudades más grandes para saborear la
campiña de Montana. En mi vecindario, la construcción había tenido un auge.
Solía conocer a cada uno de mis vecinos por su nombre. Ya no.
Otra noche, podría haber pasado horas presentándome. Pero maldita sea,
estaba cansado. No tenía ganas de charlas triviales. El año que viene no habría
fiesta. Simplemente invitaría a la tía Faith y a los chicos al espectáculo de fuegos
artificiales.
Buscando entre la multitud, la encontré en el borde del césped, con las
manos en las caderas y el ceño fruncido. Cuando me vio, se acercó y suspiró.
—Bueno, perdí la pista de mis hijos. Esta es, eh, mucha más gente de lo
normal.
—Sí —murmuré.
—Ahora me siento mal por sugerir que hicieras la fiesta.
—Está bien. —Le pasé un brazo por los hombros—. Abel estaba jugando
fútbol la última vez que lo vi.
—Imagínatelo. —Rio—. Está obsesionado. ¿Alguna señal de los demás?
—Dane acaba de estar aquí. Quería saber si podía ver los fuegos artificiales
desde el tejado.
Sus fosas nasales se dilataron mientras gruñía.
—Ese pequeño punk. Le dije que no.
—Creo que pensó que podría obtener una respuesta diferente de mi parte.
—Lo sabe mejor, Toren. —Frunció los labios—. Le dijiste que no, ¿verdad?
—Lo envié a buscar a Abel, a Cabe y a Beck para que pudieran ir a la
escalera. No es tan alto. Estarán bien.
La boca de Faith se aplanó.
—Gracioso.
Me reí.
—Le dije que podía ver los fuegos artificiales desde mi balcón siempre que 13
invitara a sus hermanos también.
—¿Los dejaste entrar a tu habitación? Vaya.
Tal vez me había saltado la regla porque en el fondo deseaba poder estar ahí
arriba con ellos también.
—Iré a ver cómo están. Les enseñaré a quitar las mantas cuando empiecen
a comer galletas en tu cama para que las migajas se queden en las sábanas.
—Gracias —dije inexpresivamente, y mientras Faith se dirigía a la casa, la
seguí.
Había algunas personas del trabajo en la sala de estar, incluidos dos de los
otros entrenadores y sus esposas.
Drew, uno de los subdirectores atléticos, había traído una cita. Estaban
sentados en la isla que separaba la cocina del espacio abierto, y él estaba
explicando todo lo que hacía como AD de desarrollo de fans. Ella seguía viendo
la puerta principal.
Millie probablemente vendría a rescatarla.
Esperen. ¿Dónde estaba Millie? ?
Era una de mis amigas más antiguas y había dicho que vendría esta noche.
Siempre venía a esta fiesta.
Mientras Faith subía las escaleras para buscar a sus hijos, saqué mi
teléfono del bolsillo de mis vaqueros. Un mensaje de texto de Millie estaba
esperando.
Me pongo la sudadera y no quiero cambiarme. ¿Me odiarás para
siempre si me salto la fiesta?
Mis dedos escribieron rápidamente:
Estás muerta para mí.
Su respuesta fue instantánea.
Podré vivir con ello. Te veré el lunes. ¡Diviértete!
Guardé mi teléfono y examiné la casa. Afortunadamente, aparte de unas
pocas latas abandonadas, la mayor parte del desorden permanecía afuera.
Eran las 8:35 p.m. según el reloj del microondas. Los largos días de verano
en Montana se prolongaban hasta pasadas las nueve y los fuegos artificiales no
comenzarían hasta dentro de al menos una hora. 14
Bueno, si todos iban a beber mi cerveza, entonces también disfrutaría de mi
maldita fiesta. Me dirigí a la cocina y saqué una botella de whisky del mueble
encima del refrigerador. Después de servirme un vaso con hielo, me reuní con la
multitud en mi jardín.
Me presenté a algunas personas y caminé mientras el cielo sobre nosotros
se oscurecía lentamente y el cálido aire de la tarde comenzaba a enfriarse. Y
cuando las estrellas comenzaron a aparecer en lo alto, también lo hicieron los
fuegos artificiales en la distancia.
Todos en la casa salieron, apretujándose en los espacios abiertos en el
césped mientras toda la atención se centraba en el espectáculo.
Había una razón por la que siempre organizaba la fiesta el 4 de julio. Tenía
la mejor vista.
Este vecindario fue construido en una elevación a las afueras de Mission.
Más allá de mi patio trasero había un barranco hundido, y sin ningún otro
edificio obstruyendo la vista, este patio era el punto perfecto para ver el
espectáculo anual de fuegos artificiales desde el recinto ferial.
Un resonante estallido se escuchó a kilómetros de distancia antes de que
un rayo de luz se disparara hacia el cielo y explotara en una estrella roja.
La conversación a mi alrededor se calmó cuando todos los ojos se volvieron
hacia el cielo.
Detrás de mí, en el balcón de mi dormitorio, Faith estaba apoyada en la
barandilla junto a sus hijos.
Se secó el rabillo del ojo, sin darse cuenta de que estaba viendo. Siempre se
aseguraba de que si lloraba, sus hijos no se dieran cuenta.
No necesitaba preguntarle por qué estaba triste. El tío Evan debería estar
aquí, acurrucado en ese balcón con su familia.
Hacía cuatro años que se había ido. Los otros chicos habían estado más
tiempo con su padre, pero Dane había perdido a Evan cuando sólo tenía tres
años. No recordaba mucho a su padre. No podía extrañarlo. Así que extrañaba a
Evan suficiente por los dos.
Llevando el vaso a mis labios, apuré lo último de mi whisky y llevé el vaso
vacío a la terraza, dejándolo a un lado para limpiarlo más tarde. Estaba a punto
de pasar entre la multitud y tomar un trozo de césped vacío junto a Parks cuando
un mechón de cabello rubio llamó mi atención.
Una mujer surgió de la esquina de la casa, con los ojos fijos en el cielo 15
mientras una sonrisa jugueteaba en su bonita boca.
Era deslumbrante. Su cabello rubio estaba cortado justo por debajo de su
barbilla, los sedosos mechones rizados en ondas sueltas que le hacían cosquillas
en los hombros. Sus rasgos eran delicados y refinados, desde su linda y recta
nariz hasta su rostro en forma de corazón y esos labios rosados y suaves. Cada
vez que explotaba un fuego artificial, sus ojos brillaban.
Santa mierda. ¿Quién era esa?
Se me secó la garganta. Era demasiado esfuerzo apartar la vista, así que no
me molesté. Miré descaradamente mientras ella desaceleraba hasta detenerse, a
unos seis metros de distancia, totalmente inconsciente de que estaba fascinado
y no por los fuegos artificiales.
Tal vez esta fiesta no sería tan mala después de todo. Quizás debería dejar
de quejarme de los nuevos vecinos.
Llevaba un vestido negro que era más una camiseta que un vestido real. El
dobladillo cubría su trasero pero dejaba a la vista centímetro tras centímetro de
sus tonificadas piernas de un kilómetro de largo.
Arrastré mi mirada por esas piernas, mi pene se hinchó detrás de mi
cremallera. Maldita sea, tenía unas piernas estupendas. Cuando llegué a sus
pies, miré dos veces.
Estaba descalza. ¿Quién venía descalza a una fiesta?
Cinco pasos fueron suficientes para acortar la distancia entre nosotros y
saber su nombre, saber dónde vivía. Pero me quedé quieto mientras levantaba
su rostro hacia el cielo, cerraba los ojos y sonreía.
Mi corazón se detuvo. Un punto muerto y total.
Me balanceé sobre mis talones y me tambaleé, casi tropezando con mis
propios pies. Cuando recuperé el equilibrio, me quedé viendo mis tenis y
sacudiendo la cabeza hasta que el mareo desapareció. ¿Qué demonios?
Quizás fue el whisky, no la mujer. Levanté la mirada.
Sus ojos estaban esperando.
Mi cabeza empezó a girar de nuevo, no tan rápido como hace un momento,
pero suficiente como para hacerme sentir inestable. Sin embargo, no me atreví a
apartarme de sus ojos. Estaba demasiado oscuro para distinguir su color. Quizás
marrón. Quizás azul. Esperaba que azul. Me gustaban las mujeres con ojos
16
azules.
Ella sostuvo mi mirada durante un largo momento, con la cabeza ladeada.
ligeramente hacia un lado. Luego su sonrisa se amplió, mostrándome sus dientes
blancos, antes de cruzar el césped.
La seguí, moviéndome entre los cuerpos, para mantenerla a la vista mientras
pasaba entre la gente hasta llegar al borde de mi jardín.
Se sentó y estiró sus largas piernas sobre la hierba. Luego se recostó sobre
los codos y observó el espectáculo, contenta de sentarse sola y de sonreírle al
cielo. Sólo cuando los últimos rizos de fuegos artificiales flotaron en una blanca
neblina gris sobre la ciudad se movió. Se enderezó y aplaudió, sola, por el
espectáculo.
La multitud se separó y la perdí cuando la gente se acercó, bloqueándola de
la vista para despedirse.
—Gracias por recibirnos. —Drew me golpeó en el hombro. Su cita estaba a
su lado, después de todo se había quedado allí—. Fue el mejor espectáculo en
años.
¿Lo fue? No lo sabía.
—Gracias por venir. —Le estreché la mano y miré por encima de su cabeza
para intentar encontrar a la mujer antes de que se fuera. A menos que ya se
hubiera ido.
—¡Toren, atrápala!
Estaba suficientemente oscuro como para que apenas viera el balón antes
de que casi me golpeara en la cara. Pero atrapé el tiro de Abel y me metí el balón
debajo del brazo.
—Lo siento. —Corrió y me frunció el ceño exageradamente—. Pensé que me
habías visto.
No. Había estado buscando a alguien más. Pero abandoné la búsqueda
cuando Dane corrió hacia mí con una deslumbrante sonrisa.
—¿Viste esos enormes fuegos artificiales al final? —Hizo un sonido de
explosión cuando sus manos se abrieron antes de intentar robar el balón.
Lo levanté en el aire para que tuviera que saltar.
—¿Hiciste un desastre arriba?
—Sí. —Se rio—. Mamá nos hizo limpiar.
—Bien. —Alboroté su cabello rubio rojizo, del mismo tono que el de Faith, 17
mientras ella se acercaba.
—Nos vamos —dijo—. Si puedo reunir al resto de mis hijos. Dane, ve a
buscar a Beck y a Cabe. Diles que estén en el auto en cinco minutos o me iré sin
ellos.
—¿Podemos pasar la noche aquí? —preguntó.
—No —dijimos Faith y yo al unísono.
—Gracias por venir. —Besé su mejilla—. ¿Necesitas ayuda en la granja
mañana?
—No te preocupes si estás ocupado.
—No estoy tan ocupado. —Pronto, la temporada de fútbol universitario
estaría en pleno apogeo y entonces estaría ocupado. Ahora era cuando tenía algo
de tiempo extra para colaborar.
Se mordió el labio entre los dientes por un momento. Faith odiaba pedir
ayuda, aunque la necesitara.
—¿Te importaría? ¿Por sólo una hora más o menos?
—En absoluto. Llegaré Saldré sobre las diez.
—Gracias. —Me dio un abrazo, luego pasó su brazo por el de Abel y se dirigió
a la casa.
Cuando vio a Beck, gritó su nombre y le hizo señas para que la siguiera.
Levanté la mano mientras él corría por el césped.
Él levantó la barbilla.
Fue un gesto tan, tan adulto, que me hizo verlo más detenidamente.
¿Cuándo se había vuelto tan alto?
Mientras se dirigían hacia su auto estacionado en la calle, volví al patio,
buscando a la mujer nuevamente.
Todavía estaba sentada en el césped, exactamente donde había estado
observando el fuegos artificiales.
Una pareja que vivía tres casas más abajo apareció frente a mí,
bloqueándome la vista.
—Gracias por invitarnos, Toren.
—Gracias por venir. —Les estreché la mano y les dije buenas noches, pero
antes de que pudiera cruzar el césped hacia la rubia, más vecinos se detuvieron 18
para despedirse.
Cuando terminé con una serie de despedidas, el lugar donde había estado
sentada la mujer estaba vacío.
Maldición. Giré en círculo, pero ya no estaba.
Respiré profundamente y me retiré al interior de la casa. Parks y algunos de
los otros chicos solteros del trabajo estaban en la cocina.
—Estábamos hablando de ir al centro a tomar una cerveza —dijo Parks—.
¿Estarías dispuesto a hacerlo?
—Gracias, pero creo que me quedaré. —Había que hacer limpieza. Y si
mañana trabajaría en la granja con Faith, no podía ignorarlo hasta la mañana
siguiente.
—¿Seguro? —preguntó.
—Sí. Gracias por venir.
—Gracias por las hamburguesas y las cervezas. —Me dio un rápido abrazo
y una palmada en la espalda, luego se dirigió hacia la entrada y todos los demás
se despidieron mientras se marchaban.
La casa quedó en silencio cuando la puerta principal se cerró. Respiré en el
silencio. Nunca más. Era la última fiesta del 4 de julio. Con un suspiro, hice un
rápido barrido de la sala de estar, recogiendo algunas botellas y latas perdidas.
Luego me dirigí al patio y salí a la fresca noche.
Me congelé en el momento en que mis zapatos tocaron la cubierta.
La mujer rubia estaba en el patio. Estaba caminando, recogiendo basura.
Mi corazón brincó, no se detuvo en seco como antes, pero saltó suficiente
como para sentir una punzada de dolor.
Ella dejó caer la basura que tenía en las manos en el desbordado bote de
basura. Cuando se giró y me vio en la cubierta, la comisura de su boca se levantó.
Se había quedado. Supongo que también le había gustado lo que había visto
antes. Oh, sí.
Bajé las escaleras y la encontré en el césped.
—Hola.
—Hola. —Se mordió el labio inferior como si estuviera tratando de reprimir
una sonrisa más grande. 19

Maldita sea, quería ser quien mordiera ese labio.


¿Quién era esta mujer?
Era alta, medía casi uno ochenta. Yo todavía era más alto, pero no tenía que
estirar el cuello para mantener esos ojos.
Azules. Por supuesto, serían azules. Tenía los ojos azul hielo más
impresionantes. Brillantes, a pesar de las tenues luces de la cubierta.
Ya estaba jodidamente perdido.
—¿Quieres entrar? —le pregunté.
Ella arqueó una ceja.
—Hay más que limpiar allí —bromeé.
Me miró fijamente durante un largo momento, luego levantó la cabeza hacia
las estrellas y se rio. Fue libre y dulce con un toque de incredulidad, como si
fuera tan salvaje para ella como lo era para mí.
Esa risa fue lo más hermoso que había escuchado en mi vida.
Terminó demasiado pronto cuando sacudió la cabeza, y todavía sonriendo,
me miró con esos ojos brillantes.
Chispas crepitaron entre nosotros, como si el espectáculo de fuegos
artificiales no hubiera terminado. Fue la atracción más eléctrica e instantánea
que jamás había sentido por una mujer.
—¿Quién eres? —le pregunté.
—Jennsyn Bell.
Jennsyn. Un nombre único para una inolvidable mujer.
—Encantado de conocerte, Jennsyn. Soy Toren Greely.
—Toren. —Pronunció mi nombre como si lo estuviera probando en su
lengua. Supongo que le gustó su sabor porque pasó a mi lado, levantándose con
los dedos de los pies descalzos.
Y entró en mi casa.

20
2
TOREN
Parks llamó a mi puerta abierta y asomó la cabeza en mi oficina.
—¿Ya lo viste?
—Aún no. —Era la misma respuesta que le había dado las pasadas cuatro
veces que había comprobado si había visto a Ford.
Hoy, Ford comenzaba como entrenador en jefe de fútbol de los Treasure
State Wildcats. Me había enviado un mensaje de texto cuando llegó a la casa de
campo antes, antes de ir a una reunión con Kurt, el director atlético. Estaba en
algún lugar del edificio. Simplemente no lo había visto todavía.
Parks entró, frunció el ceño mientras bajaba la voz.
—¿Qué piensas que sucederá? 21

—Con un poco de suerte, ganaremos muchos partidos de fútbol este año.


Puso los ojos en blanco.
—Sabes lo que quiero decir.
Sí, sabía lo que quería decir. Después del escándalo con el ex entrenador en
jefe, Ford probablemente se vería presionado para hacer limpieza. En ese
momento todos caminábamos sobre cáscaras de huevo, preguntándonos si
conseguiríamos conservar nuestros trabajos.
Pero tomaba como una buena señal de que todavía teníamos empleo. Es
posible que otras universidades no le hubieran dado tiempo al nuevo entrenador
en jefe para evaluar al personal. Podrían habernos enlatado a todos la primavera
pasada con el Imbécil.
Buen viaje.
Ninguno había tenido algo que ver con sus acciones, pero un escándalo era
un escándalo. La reputación de nuestro programa estaba en el baño. En ese
momento, todos estábamos conteniendo la respiración, esperando ver cómo se
desarrollaba esto.
Me encantaba este trabajo.
Necesitaba este trabajo. No estaba seguro de qué haría si no fuera
entrenador.
—Todo estará bien —le dije a Parks. Probablemente.
Incluso si presionaran a Ford para que despidiera al personal existente,
tenía fe en que mi amigo se mantuviera firme. El hombre era un gran atleta,
había sido reclutado por los Wildcats después de la universidad y había pasado
años en la NFL. Había ganado campeonatos y un anillo de Súper Bowl. Había
entrenado profesionalmente.
Si había algún hombre que pelearía para que nos quedáramos, era Ford.
Parks asintió y se pasó una mano por la mandíbula. La preocupación en sus
ojos oscuros sólo había empeorado a lo largo del día. No tenía antecedentes con
Ford y era uno de los entrenadores más nuevos del personal, ya que solo había
estado aquí durante una temporada.
Tal vez estaba siendo ingenuo, pero contaba con que Ford nos diera una
oportunidad, que nos permitiera demostrar nuestra valía, independientemente
de nuestro mandato en el Treasure State.
—Era mi chico, Toren —dijo en voz baja—. Seré el primero al que se le pedirá 22
que haga las maletas y se vaya.
—Parks, no lo sabías.
—Tal vez debería haberlo sabido. Veía a ese chico todos los días.
Parks era el coordinador ofensivo y entrenador de mariscales de campo. El
jugador que había ido a urgencias con una intoxicación por alcohol y una bolsa
de Adderall en el bolsillo había sido un tacleador ofensivo. Había habido algunos
rumores en el departamento de que Parks debería haber sabido que algo estaba
pasando, pero esas acusaciones eran pura mentira.
Ninguno tenía ni idea de que el ex entrenador estaba organizando fiestas de
menores en su casa. Si lo hubiéramos sabido, hubiéramos hablado y lo
habríamos detenido.
Pero la administración estaba bajo fuego y señalada con el dedo, buscando
más personas a quienes culpar. Lo que no parecían entender es que ya nos
culpábamos.
Había pasado incontables horas repitiendo el pasado, buscando en los
recuerdos señales de problemas. Esta conversación con Parks no era la primera.
Dudaba que fuera la última.
—No lo sabíamos —le dije.
Me dio una triste sonrisa.
—Pero todavía era mi chico. Mi responsabilidad.
Había una razón por la que Parks era un buen entrenador. Se preocupaba
por sus jugadores. Los acogía bajo su protección y buscaba sus mejores
intereses.
Yo hacía lo mismo.
Igual que Parks, me sentiría culpable por el resto de mi vida por no haber
sabido que algo andaba mal. Tuviera sentido o no, cuidábamos de nuestros
jugadores. Y la primavera pasada les habíamos fallado.
—Daré un paseo afuera —dijo—. Tomaré un poco de aire. Sentarme en mi
oficina esperando me está matando.
—Te avisaré cuando vea a Ford.
—Gracias. —Se fue con un gesto.
Esperé hasta que escuché un portazo cerrarse en el pasillo. antes de
levantarme de mi escritorio, necesitando moverme y soltar algunos nervios. 23
Parks no era el único que estaba nervioso. Yo había estado lidiando con esta
inquieta energía durante las pasadas dos semanas.
Quería echarle la culpa de todo al trabajo, pero la verdad era que había
estado nervioso desde la fiesta del día cuatro.
Desde mi noche con Jennsyn.
J-E-N-N-S-Y-N. Le pedí que lo deletreara mientras estábamos enredados en
mi cama. No me había sorprendido en absoluto que la ortografía fuera inusual.
Todo en esa mujer había sido excepcional.
Era la razón por la que no la había llamado en dos semanas a pesar de que
había sido una constante en mi mente.
Era suficientemente hombre como para admitir que me asustaba
muchísimo.
Esa noche fue el mejor momento que había pasado con una mujer en toda
mi vida. Si la llamaba, no sería casual. Si la llamaba, no sería una aventura. Sólo
le había tomado una noche arrastrarse bajo mi piel.
¿Qué pasaría cuando tuviéramos otra y otra y otra?
Había una posibilidad muy real de que me ahogara en esa mujer.
Era inquietante. Aterrador, en realidad.
Y en lugar de ser hombre, había tomado el camino del cobarde durante las
pasadas dos semanas. Todas las mañanas veía fijamente su número escrito en
una toalla de papel que había metido en el cajón de basura de mi cocina. Todas
las mañanas sacaba mi teléfono y tecleaba esos diez dígitos. Y todas las mañanas,
me maldecía mientras me debilitaba.
El problema ahora era que habían pasado dos semanas. Dos semanas era
demasiado. Si… cuando… me armara de valor, Jennsyn probablemente pensaría
que sólo estaba pidiendo otra conexión.
Cada día que pasaba, el hoyo que estaba cavando se hacía más y más
profundo.
Joder, fui un idiota.
Jennsyn me había puesto nervioso y ahora estaba atrapada en mi propia
cabeza. Sumado a mi potencial desempleo y todo lo que estaba pasando con Faith
y los chicos, estaba saliéndome de mi piel.
La nerviosa energía me hizo salir de mi oficina y caminar por el pasillo limpio 24
y abierto de la casa de campo.
Habían remodelado el edificio hace unos cinco años, construyendo nuevos
vestuarios para hombres y mujeres. Agregaron un gimnasio de última generación
y reubicaron la sala de pesas para que fuera más fácilmente accesible para los
estudiantes atletas. Las oficinas de los entrenadores estaban justo en el lugar,
por lo que no estábamos muy lejos de los jugadores.
Era muy diferente a cuando era estudiante aquí en Treasure State, y aunque
me encantaban las instalaciones de fitness, mi mejora favorita era el sinuoso
pasillo que serpenteaba a través del edificio.
El camino estaba rodeado de salas de conferencias y oficinas. Conducía al
Upshaw Gymnasium, donde jugaba el equipo de voleibol femenino. Había otros
vestuarios y espacios de práctica. Luego vino el estadio principal, donde jugaban
los equipos de baloncesto y el equipo de rodeo celebraba su evento anual. De vez
en cuando, utilizaban el enorme espacio para conciertos o convenciones.
Normalmente, caminaba por este circuito una vez a la semana,
generalmente para aclarar mi mente. Ya lo había hecho dos veces hoy.
La mayoría de los nervios habían desaparecido cuando terminé el ciclo.
Estaba doblando la última esquina de mi oficina cuando vi una cara familiar.
Ford.
Una sonrisa se dibujó en mi boca.
La última vez que lo vi fue hace años, cuando fui a Seattle para ver un
partido de los Seahawks. Hablábamos por teléfono y nos enviábamos mensajes
de texto de vez en cuando, pero maldita sea, era un regalo para la vista.
Estaba bien tenerlo en estos pasillos otra vez, incluso si lucían diferentes.
Incluso si también había cambiado.
Kurt estaba al lado de Ford, prácticamente sonriendo. Sin duda, Kurt se
atribuiría todo el mérito de incorporar a Ford. No esperaba ningún elogio por
recomendar a Ford para el trabajo. Si significaba que tenía que trabajar para mi
amigo, un buen hombre, no necesitaba la gloria.
—Bueno, miren a quién arrastró el gato —bromeé, sonriendo más
ampliamente mientras caminaba hacia ellos con la mano extendida—. Kurt,
estoy sorprendido. No pensé que convencerías a Ford para que abandonara la
gran ciudad.
La propia sonrisa de Ford se dibujó en su rostro cuando me estrechó la 25
mano.
—No tomó mucho. Prometió que sería tu jefe y no pude resistir la
oportunidad de torturarte.
—Como en los viejos tiempos. —Lo acerqué para abrazarlo y le di una
palmada en la espalda—. Sé que recién te estás instalando, pero nos vemos
pronto para tomar una cerveza o algo así. Será fantástico ponerse al día.
Ford asintió.
—Lo tienes.
—Es bueno tenerte de regreso en el suelo de Montana, hombre. —Le di una
palmada en el hombro, luego desaparecí en mi oficina, en la habitación contigua
a la suya, y suspiré aliviado.
Hacía mucho tiempo que no confiaba en mi jefe. El Imbécil nunca se lo había
ganado en mis pasados tres años como entrenador aquí para el TSU. Y Kurt
cuidaba de Kurt, por encima de todo. ¿Pero Ford? Me respaldaría.
Tal vez pudiera conservar esta oficina después de todo.
Ford acababa de llegar a Montana y se mudaba aquí con su hija, Joey. Tenía
nueve años y estaba en cuarto grado.
Joey era más joven que Cabe pero mayor que Dane. Aun así, tal vez se
encontraran en la escuela. O tal vez Ford y Joey podrían ir a visitar la granja una
vez que se hayan instalado en su nuevo hogar.
Tomé nota mental de invitarlos más tarde.
Para Ford, aceptar este trabajo fue rápido. Para todos. Lo habían
entrevistado y contratado en menos de un mes. Kurt nos había preguntado a
todos si teníamos recomendaciones de un entrenador en jefe después de que su
candidato fracasara. El nombre de Ford me vino a la mente al instante, así que
lo llamé para preguntarle si estaría interesado.
Ahora estaba de regreso en Mission, con el contrato firmado, para comenzar
de nuevo con Joey en Montana.
El cambio estaba en el horizonte. Para Ford. Para los Wild Cats.
Quizás para mí también.
Teníamos un buen programa aquí, a pesar del liderazgo del Idiota.
26
No había sido un mal entrenador. Llevábamos tres temporadas seguidas
ganadoras. Pero siempre había algo en él que me molestaba, aunque nunca había
podido identificarlo. No había señales de su turbio comportamiento. Había
interpretado a un entrenador dedicado.
Hasta que la verdad finalmente brilló y todo lo que había ocultado salió a la
luz.
La primavera pasada, uno de nuestros estudiantes de primer año de camisa
roja fue llevado a urgencias. Se había emborrachado en casa del entrenador, en
una fiesta que el Imbécil había organizado para los jugadores.
La comadreja había mentido y había dicho que los jugadores habían entrado
sin ser invitados mientras estaba acampando, que había dejado la puerta abierta
y que los jugadores habían entrado por la fuerza. Lo que sucedió fue que le
habían avisado y había abandonado la fiesta antes de que llegara la policía.
Después, la gente empezó a contar la verdad.
El Idiotas llevaba años organizando esas fiestas. Los jugadores lo habían
mantenido en secreto porque él les había advertido que si alguien se enteraba,
serían excluidos del equipo. En su mayoría, los estudiantes de primer y segundo
año asistían porque eran demasiado jóvenes para comprar alcohol o ir a los bares
del centro.
Los estudiantes de último año que habíamos interrogado admitieron haber
ido cuando eran más jóvenes, pero no lo habían hecho últimamente. Dijeron que
esas fiestas eran incómodas, especialmente porque el entrenador siempre les
pedía a los chicos que llevaran chicas guapas.
Una joven del equipo de golf había admitido haberse acostado con el Idiota.
Ya se había trasladado al este de Washington, pero todos sospechábamos que
había otras.
Como entrenador, la forma más fácil de que te despidieran era tener sexo
con una estudiante.
El abogado general de la escuela había logrado mantener algunos detalles
fuera de los medios, pero había muchas cosas que no podíamos ocultar.
Los donantes y exalumnos estaban furiosos. El departamento estaba en
modo de crisis, haciendo todo lo posible para sacar nuestro nombre del barro.
Millie había mencionado a principios de esta semana que los entrenadores
tendrían que asistir a un puñado de eventos de pretemporada para recaudar 27
fondos en un esfuerzo por calmar los ánimos.
Con suerte, sus propias plumas no estarían demasiado alborotadas ahora
que Ford estaba trabajando aquí.
Tal vez debería haberle dicho que lo había recomendado para el puesto de
entrenador en jefe; ya tenía que saberlo. ¿Verdad? Kurt se lo habría dicho, ya
que prácticamente dirigía el departamento de atletismo.
Dudaba que Ford supiera que era asistente de AD, pero lo descubriría muy
pronto.
Esos dos tenían una historia y había aprendido hacía mucho, mucho tiempo
a mantenerme fuera del medio.
Por supuesto, probablemente debería habérselos advertido a ambos. Pero
no quería que nada asustara a Ford ni enojara a Millie. Y como aparentemente
estaba tomando el camino del cobarde en más de un aspecto de mi vida, mantuve
la maldita boca cerrada.
Ford y Millie descubrirían cómo trabajar juntos. O se matarían entre ellos
en el intento.
Estaba de nuevo detrás de mi escritorio cuando Ford pasó otra vez,
levantando una mano para saludar. Probablemente estaba de camino a otra
reunión y estaría inundado de ellas por un tiempo. Mejor él que yo. Sólo quería
estar en el campo, entrenando fútbol.
Esta semana había estado entrenando a chicos de preparatorias de la zona.
Nuestro campamento anual de verano acababa de concluir ayer. Tanto Abel como
Beck pudieron asistir, por lo que había sido una buena semana.
Sacudí el mouse, a punto de revisar la bandeja de entrada que había
descuidado porque había estado en el campo todos los días, cuando una mujer
entró volando por la puerta de mi oficina.
—Toren. —Aspen Quinn, la entrenadora de voleibol femenino, respiraba con
dificultad, como si hubiera estado corriendo—. ¿Viste a una rubia pasar por
aquí?
—Eh, no.
—Mierda —siseó, arrastrando una mano por su elegante cola de caballo
color castaño rojizo.
28
—¿Qué ocurre? —Me levanté y la seguí hasta el pasillo.
—Perdí a mi nueva jugadora. —Miró al techo, muy alto—. Estábamos en
medio de un tour por el campo y la dejé en el vestuario mientras recibía una
llamada rápida de mi papá. Cuando regresé, ya no estaba.
—¿Cómo es? —le pregunté—. Te ayudaré a encontrarla.
—Alta —dijo Aspen—. Obviamente.
Como ella, todas las jugadoras de voleibol eran altas. Aspen era unos
centímetros más baja que mi metro ochenta y cuatro.
—Tiene el cabello rubio, corto hasta los hombros.
Cabello rubio hasta los hombros. Alta.
El rostro de Jennsyn apareció en mi mente.
No. No era una posibilidad. No podría ser ella. Ese largo de cabello era un
estilo popular y había muchas mujeres altas y rubias. Jennsyn estaba justo en
mi mente.
—Ahí estás. —Aspen suspiró y miró más allá de mi hombro—. Te he estado
buscando por todas partes.
—Lo siento, entrenadora.
El mundo desapareció bajo mis pies. Me tambaleé cuando mi estómago
cayó.
Esta voz. Nunca, jamás olvidaría esa voz.
No. Joder, joder, joder. Esto no estaba sucediendo. No podía estar pasando.
—¿A dónde fuiste? —preguntó Aspen.
—Lo siento, entré para echarle un vistazo a la sala de pesas.
Cada palabra fue como un cuchillo en mi pecho.
Oh Dios. Jennsyn era estudiante. Jugadora de voleibol.
Había tenido sexo con una estudiante.
Mi carrera había terminado. Masacrada a manos de una preciosa rubia.
—Bueno, de todos modos era mi siguiente parada en el tour —dijo Aspen—
. Antes de continuar, los presentaré a los dos.
¿Una presentación? Casi me reí. Nada de esto tenía gracia, pero era reír o
gritar.
Por algún milagro, logré permanecer en silencio mientras lentamente me 29
volvía hacia Jennsyn.
Sus ojos brillaron. Su sonrisa vaciló por un segundo antes de recuperarse y
concentrarse en Aspen. Siguió sonriendo a pesar de que el color desapareció de
su rostro.
Gracias a la mierda, Aspen no pareció darse cuenta.
—Este es Toren Greely. Es uno de los entrenadores de fútbol.
—Encantada de conocerlo. —Jennsyn extendió su mano, interpretando el
papel de dos perfectos desconocidos en lugar de dos personas que habían tenido
sexo como estrellas de rock el 4 de julio.
El aire salió de mis pulmones cuando le estreché la mano. Un toque de su
perfume captó mi nariz, cítricos y sol de verano, mareándome, pero lo oculté con
un gesto cortés.
—Bienvenida a la Treasure State.
—Gracias. —Tragó con fuerza, luego soltó mi mano y miró a cualquier parte
menos a mi cara.
Jodidos. Ambos estábamos completamente jodidos.
Habíamos pasado una noche entera juntos. Horas. ¿Cómo no me había dado
cuenta de eso? ¿Por qué diablos no había hecho más preguntas?
Tal vez porque no se había comportado como una estudiante. Nada en ella
era joven o inmaduro. La idea de que sería una jugadora no se me había pasado
por la cabeza, ni una sola vez.
—Te dejaremos de molestar —dijo Aspen, luego comenzó a caminar por el
pasillo, con Jennsyn a su lado.
Esperé hasta que se fueron antes de pasar una mano por mi cara.
—Maldito infierno.
Una estudiante. Una estudiante atleta. Y había estado dentro de su cuerpo.
Había dormido en mi cama. Oh Dios, iba a vomitar. Mi estómago se revolvió,
amenazando con tirar mi almuerzo. Caminé hacia mi oficina con pies inestables
y cerré la puerta detrás de mí con demasiada fuerza. Se cerró de golpe cuando
planté mis manos sobre mi escritorio, inclinándome hacia adelante para cerrar
los ojos y respirar.
Una estudiante. Jennsyn era estudiante. Yo era entrenador.
30
Las reglas eran concretas. Ineludiblemente claras.
No había relaciones interpersonales entre estudiantes y personal. Sin
excepciones. Sin argumentos. Fin.
Estaba. Jodido.
Mi cabeza empezó a palpitar.
—Maldita sea —siseé.
¿Cómo solucionaba esto? ¿Cómo retrocedía en el tiempo y le rogaba a mi yo
pasado que hiciera algunas malditas preguntas?
Cada vez que ligaba con una mujer en un bar, siempre me aseguraba de no
estar coqueteando con una maldita estudiante. ¿A qué te dedicas? ¿De dónde
eres? ¿En qué año te graduaste de la preparatoria? Siempre, siempre, siempre
hacía esas preguntas.
Jennsyn era hermosa. Era joven, pero no habría imaginado que tendría
menos de veinticinco años. Y había llegado a mi casa descalza. Debió haber
caminado desde su propio lugar.
Por supuesto, todavía no había descubierto qué casa del vecindario era la
de ella, pero de todos modos, no había estudiantes viviendo en mi vecindario.
Ninguna.
¿Verdad? Sí, había caras nuevas en la cuadra, pero no estudiantes. Era un
barrio familiar y todas las casas estaban en venta, no en renta.
Oh Dios, la había jodido. El peso de lo que significaba casi me hace caer de
rodillas.
No lo sabíamos. No la habría tocado si hubiera sabido que era estudiante.
Dada la sorpresa en el rostro de Jennsyn, claramente tampoco lo sabía. La noche
de la fiesta no recordaba haber hablado de trabajo. Nunca mencioné que era
entrenador.
Éramos inocentes. Más o menos. Nada de lo que había hecho con ella esa
noche había sido inocente.
Tal vez si le explicaba que todo fue un gran error, si Ford supiera toda la
historia, podría cambiar esto. De alguna manera, podría arreglar esto y salvar mi
carrera.
Nunca. No este año. No tras el escándalo del Idiota.
31
No habría tolerancia.
Así que sí. Estaba jodido.
A menos que…
Nadie se enterara. A menos que fuera un secreto. No era la única persona
que tenía algo que perder. Jennsyn también perdería su lugar en el equipo de
voleibol. Si tuviera beca, probablemente también estaría luchando por mantener
esto en secreto, ¿verdad?
¿Y si ya le hubiera contado a alguien? Algo así, la noticia se extendería como
pólvora. Pero tal vez tuviéramos suerte. Tal vez, como yo, no se lo había contado
a nadie.
Mi corazón latía con tanta fuerza en mi pecho que me dolía. Me puse de pie,
sacudiéndome de otra oleada de mareos, luego tomé las llaves y el teléfono del
escritorio. Salí furioso de mi oficina, agradecido de no haberme cruzado con nadie
en el camino hacia la salida más cercana. Cuando llegué al estacionamiento,
corrí hacia mi camioneta. Fue un esfuerzo no romper todos los límites de
velocidad en el camino desde el campus a casa.
Me temblaban las manos cuando me estacioné en el garaje y me apresuré a
entrar a la cocina. Abrí el cajón de la basura, tomé la toalla de papel de la parte
superior de la pila y marqué el número de mi teléfono.
Esta vez hice la llamada.
Sonó y sonó.
—Hola, te comunicaste con Jennsyn. Deja un mensaje.
—Maldita sea. —Terminé la llamada y me pellizqué el puente de la nariz—.
A la mierda.
La llamé de nuevo, escuchándolo sonar.
Excepto que esta vez hubo un eco. Era débil, como si viniera del exterior.
Caminé por la entrada y me quité el teléfono de la oreja, pero el timbre no
paró. No hasta que abrí la puerta principal y encontré a Jennsyn en mi porche,
con su teléfono en la mano.
—Así que conservaste mi número.

32
3
JENNSYN
En el momento en que Toren salió de la puerta, me lancé a su casa para
perderme de vista.
Esto es malo. Es tan, tan malo.
—No jodas —murmuró.
—Oh. —Ups. No había querido decir eso en voz alta.
Mi corazón latía aceleradamente y mi cabeza daba vueltas. Probablemente
no sería el primer pensamiento en escapar sin permiso y no había ninguna
posibilidad de que actuara tan bien.
—Está bien, entonces me estoy volviendo loca. —Caminé por la entrada y
entré al espacio abierto mientras me presionaba las mejillas con las manos. 33
Habían estado acaloradas y sonrojadas desde ese encuentro en la casa de campo.
Toren se pasó una mano por su suave cabello castaño mientras me seguía
a la sala de estar.
—Tomemos esto una cosa a la vez. ¿Le dijiste a alguien que nosotros, eh...?
¿Qué tuve sexo cinco veces en una noche?
—No.
—Oh, gracias a Dios. —Su suspiro llenó toda la casa.
—¿Acaso lo hiciste tú?
Negó con la cabeza.
—No.
Uf. Mi exhalación fue tan fuerte como la suya.
Eso era bueno. El secreto era nuestra única esperanza. No teníamos otras
opciones. Entonces, ¿por qué había una punzada de irritación debajo de mi
alivio?
—¿Realmente no se lo dijiste a nadie? —pregunté.
Asintió.
—En verdad.
—Eh.
Era algo bueno, ¿verdad? Si hubiera hablado de nuestra noche, entonces
estaríamos metidos en una mierda. Bueno, en una mierda más profunda de la
que ya estábamos.
Yo no se lo había dicho a nadie porque realmente no conocía a nadie más
que a mis compañeras de cuarto. Y considerando que habíamos sido compañeras
de cuarto por solo dos semanas, no estábamos exactamente en la fase de
compartir detalles sobre nuestras conexiones.
Pero Toren vivía aquí. Tenía muchos amigos, a juzgar por la gran cantidad
de personas que había invitado a la fiesta del día cuatro. ¿Realmente no se había
divertido suficiente como para mencionar que había tenido sexo cinco veces en
una noche?
—¿Por qué no? —le pregunté.
Parpadeó. Fue un parpadeo lento, como si estuviera rebobinando
mentalmente los últimos dos segundos. 34

—¿Quieres saber por qué no le dije a nadie que tuvimos sexo?


—Sí. Fue un sexo fantástico. Si tuviera a alguien a quien contárselo, lo
habría contado por completo.
Su boca se abrió. Se cerró. Se abrió de nuevo.
No es lo más importante en este momento, Jennsyn.
—No importa. —Lo descarté con la mano—. Me estoy saliendo del tema.
—¿Crees?
—Como dije, me estoy volviendo loca. Tuvimos sexo. Tú eres tú y yo soy yo
y tuvimos sexo. —Mucho sexo.
Sexo contra la pared detrás de él porque una vez que empezamos a
besarnos, ninguno de los dos había podido esperar hasta haberlo hecho.
Subimos a su dormitorio. Sexo en la isla de la cocina detrás de él porque había
sido la superficie más cercana después de la pared. Sexo en el sofá. Sexo en el
suelo.
Finalmente, llegamos a su habitación. Luego también tuvimos sexo allí
arriba.
—Soy consciente de que tuvimos sexo. —Se pellizcó el puente de la nariz y
luego sacó un taburete en la isla que separaba el espacio de concepto abierto—.
Mierda. Es malo.
Asentí.
—Sí.
—Simplemente hablemos de esto.
—Inteligente. Bien. Buena idea. —Comencé a caminar de un lado a otro en
el espacio entre la sala y la cocina. Mi corazón latía tan rápido que sentía como
si acabara de correr diez kilómetros. La nerviosa energía brotó de mis dedos
temblorosos—. No se lo puedes decir a nadie.
Me lanzó una fija mirada.
—Obviamente.
Levanté una mano.
—Solo digo. Tenemos que estar en la misma página. Si alguien se entera, 35
aunque no lo supiéramos en ese momento, no importará.
Debería haberle preguntado sobre su trabajo. Debería haberle dicho por qué
me mudé a Mission. ¿Cómo fue que cubrimos tantos otros temas en una sola
noche pero no logramos compartir los detalles mundanos?
Probablemente porque en lugar de hablar durante horas, habíamos tenido
sexo. Mi atención se centró en su sofá marrón. Me había inclinado sobre el
respaldo de ese sofá; el cuero había sido suave como mantequilla contra mis
pechos mientras Toren me había penetrado por detrás. Un escalofrío recorrió mi
columna y mi núcleo se apretó.
No veas el sofá. Ignora el sofá. Me llevé las manos a las sienes, usándolas
como anteojeras hasta que salí de la sala de estar. La cocina era amplia y
espaciosa, excepto con Toren en la isla, lo único en lo que podía pensar era en
cómo me había subido a esa encimera.
Tragué y me concentré en cualquier otro lugar.
La pintura. Era blanca. Me gustaba la pintura blanca. Era limpia y brillante.
Los detalles en madera en toda la casa le daban calidez y encanto. Nada en esta
casa gritaba el piso de soltero de un entrenador de fútbol deportivo. Supuse que
Toren era contador, dada la forma en que había organizado el armario de su
dormitorio.
—Jennsyn —dijo Toren, sacando el taburete a su lado—. ¿Quieres sentarte?
Absolutamente no. Levanté una mano y seguí moviéndome.
—Aún estoy enloqueciendo.
El olor de la colonia de Toren que permanecía en el aire tampoco ayudaba.
Era masculino, amaderado y limpio. Embriagador, pero sutil. Exactamente lo
opuesto al gel de baño barato y potente que preferían la mayoría de los
universitarios.
Solo habíamos pasado una noche juntos, pero ya me sentía adicta a su
aroma. La semana después del cuatro, pasé incontables horas esperando que me
llamara. La semana pasada, me castigué por pensar que habíamos sido algo más
que una conexión.
Fue bueno que no hubiera llamado. Una gran decisión. No me molestó en
absoluto, ¿verdad?
Correcto.
—Eres entrenador. —El nudo en mi estómago se duplicó cuando lo dije en
36
voz alta.
—Y tú eres estudiante. —Pasó una mano por su hermoso rostro. Miró hacia
la encimera y, como si de repente recordara exactamente lo que habíamos hecho
en esa isla, tragó.
Toren había jugado con mi cuerpo sobre ese granito como si fuera su juguete
favorito.
Un pulso bajo floreció en mi centro y sofoqué un gemido. ¿En serio? ¿Qué
me pasaba? No era el momento para excitarme, pero había algo en Toren y la
respuesta de mi cuerpo fue automática.
Su mirada estaba fija en mi perfil mientras seguía caminando junto a la
mesa del comedor, y cuanto más veía, más se doblaba ese rizo de deseo.
—No me mires —le ordené.
—Estás en mi casa. Haciendo un camino en mis pisos de madera. ¿Y me
dices que no te vea?
Me detuve y lo enfrenté, con las manos en mis caderas.
—Esa actitud no ayudará a nadie.
Volvió a parpadear lentamente. Un segundo me estaba viendo como si
hubiera perdido la puta cabeza, correcto. Luego echó la cabeza hacia atrás y se
rió, ruidosamente, frustrado y tal vez un poco desesperado.
La parte desesperada fue difícil de escuchar.
—¿Qué carajos? —Negó con la cabeza y la risa disminuyó.
—Exactamente. —Levanté las manos—. ¿Qué carajos se supone que
debemos hacer?
Yyyyyy estaba gritando. Impresionante. Mi voz resonó en el techo abovedado
y en sus vigas de madera.
—Estoy becada. Es mi último año. Estoy tan, tan cerca. No quiero arruinarlo
todo. —Pero tal vez ya era demasiado tarde. Quizás ese barco había zarpado
mucho antes de que llegara a Montana.
Era un error, ¿no? Mudarme a Mission. Empezar en una nueva escuela.
Jugar en un nuevo equipo durante mi último año. Al menos en Montana, no tenía
amigos a mi alrededor que con gusto dirían te lo dije.
—Sólo tenemos una opción —dijo Toren—. Pretendemos que nunca sucedió.
Tu beca está en juego. Toda mi carrera está en juego aquí. Como dijiste. Nadie
37
podrá saberlo nunca.
Era nuestra única opción. Negación total y absoluta. Si alguien me
preguntaba si había tenido sexo con mi vecino, que resultaba ser entrenador de
fútbol americano de los Treasure State Wildcats, mentiría entre dientes.
Había estado mintiendo todo el año. Debería ser muy fácil.
—Bien. —Respiré, una respiración completa y profunda, por primera vez
desde que había visto a Toren en el campus—. Fingiremos. La fiesta nunca
sucedió.
Su mandíbula se tensó pero me dio un solo asentimiento.
—No tenía idea de que eras entrenador. Lo juro. —Lo último que quería era
que pensara que lo había hecho a propósito. Sabotear su carrera o manipularlo
para que hiciera algo.
—Y yo no tenía idea de que eras estudiante. —Había arrepentimiento en su
voz. El arrepentimiento que venía de un buen hombre. De un entrenador que
nunca jamás habría cruzado esa línea si hubiera sabido que estaba del otro lado.
Deberíamos arrepentirnos de esa noche. Los dos. La parte de mí a la que le
gustaban las reglas y el orden se arrepentiría de acostarse con un entrenador.
Pero después de todo lo que había sucedido a principios de este año, la parte de
mí que se había sentido atrapada y asfixiada durante años nunca se arrepentiría
de cómo me había hecho sentir.
Libre. Viva. Especial.
Podría arrepentirse. No lo culparía. Pero yo no lo hacía, en realidad no.
—Así que es todo —dije, caminando hacia él todavía en la isla—. Es el plan.
Nos olvidamos uno del otro. Simplemente seguiremos con nuestras vidas y nadie
lo sabrá jamás.
—Por favor. —Había un desesperado tono en su voz. También me dolió
escucharlo.
—No tienes que decir por favor. —No quería que suplicara por mi secreto.
No se lo diría a nadie. Ni por mi beca ni por mi lugar en el equipo. No lo diría,
simplemente porque me había pedido que no lo hiciera.
—Extraños. —Extendí la mano—. Trato.
Su mano envolvió la mía, e igual que antes en la casa de campo, en el
momento en que nos tocamos, una sacudida recorrió mi palma hasta mi codo.
Era como tocar una llama pero saber que no ardería. Aparté la mano y la metí
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detrás de la espalda mientras sentía un hormigueo.
Los ojos gris verdosos de Toren se encontraron con los míos y el aire entre
nosotros crepitó. La temperatura se disparó con mi pulso. La cocina, la casa, el
sonido de un perro ladrando afuera se desvanecieron hasta convertirse en una
distante mancha.
Algo me acercó más como una cuerda invisible. Fueron sus ojos. Eran una
trampa, tan poderosa como lo habían sido dos semanas antes. Sus iris de color
verde claro estaban salpicados de gris y estaban rodeados por un anillo de
carbón. Cuanto más veía, más sentía ese tirón. Quedarme quieta, mantenerme
en mi lugar, era como luchar contra un imán.
¿Cómo lo olvidábamos? ¿Cómo podría no querer ahogarme en sus ojos?
¿Cómo fingiríamos que su perfecta y malvada boca no había probado casi cada
centímetro de mi cuerpo?
¿Cómo olvidaría la mejor noche de mi vida?
Mi mirada cayó a sus labios y mi corazón dio un vuelco. Me incliné. O tal
vez él se inclinó.
Un grito llegó desde afuera, rompiendo el momento. Mis ojos volaron hacia
la ventana sobre el fregadero de su cocina mientras dos niños en bicicleta
pasaban velozmente.
Toren se deslizó del taburete y se puso de pie tan rápido que parpadeé y
desapareció. Había puesto la sala de estar entre nosotros. Caminó, se acercó a
la chimenea a lo largo de la pared del fondo y volvió a pasarse la mano por el
cabello, haciéndolo formar extraños ángulos.
Lo dejó más largo arriba, con los mechones sueltos y suaves.
Alguna otra mujer podría pasar sus dedos por ese cabello. Chica con suerte.
—Ya sabes, en cualquier otra situación estaría enojado contigo por tomarte
dos semanas para llamarme —dije, empujando su taburete hacia la isla con los
demás—. Pero supongo que funcionó para mejor.
—Sí. —Su voz era ronca, como si necesitara un vaso de agua helada—. Te
hubiera. Llamado.
Solté una carcajada.
—Mentiroso. Cualquier persona que no llama después de dos semanas
nunca iba a hacerlo.
39
—Lo digo en serio. Te habría llamado.
Había sinceridad en su voz. Le creí.
—¿Cuándo?
Se encogió de hombros.
—Pronto. La verdad es que me asustaste un poco.
—Exactamente lo que una mujer quiere escuchar.
—En el buen sentido. —La comisura de su boca se alzó en una sonrisa—.
En cierto modo esperaba que nos encontráramos.
—Ah. —Asentí—. Así que esperabas que el destino interviniera.
Sus ojos recorrieron mi cuerpo, de pies a cabeza.
—Algo así.
Lástima que no hubiera destino. Ya nos había jodido.
Le di una triste sonrisa y luego me dirigí hacia la entrada.
—Mejor me voy.
Me siguió, sosteniendo la puerta mientras escaneaba la calle para
asegurarme de que no había nadie alrededor. Entonces revisé el camino de
entrada para asegurarme de que mis compañeras de cuarto no hubieran llegado
a casa.
No había moros en la costa.
—Espera. —Toren siguió mi línea de visión—. ¿Dónde vives?
Señalé la casa de al lado.
—Sorpresa.
—No. No vives allí.
—Um, sí, ¿lo hago?
Negó con la cabeza.
—Vi a una pareja mayor mudarse el mes pasado.
—Deben haber sido los padres de Stevie. Le compraron ese lugar como
inversión. Estaba en Europa, pero tenía que salir de su antiguo lugar de renta,
por lo que sus padres hicieron la mayor parte de la mudanza.
Mi otra compañera de cuarto, Liz, había estado visitando a sus padres en
Ohio y acababa de regresar anoche. Ella y yo estábamos rentando habitaciones
40
amuebladas. Todo lo que había traído de California cabía en mi auto. La
entrenadora Quinn había hecho arreglos para que rentara el tercer dormitorio en
casa de Stevie.
La mayoría de las otras chicas vivían en el mismo complejo de condominios
más cerca del campus. También había una habitación abierta con un par de
chicas en ese complejo. Pero la razón por la que estaba abierto era porque otra
chica había sido eliminada del equipo y había abandonado el Treasure State.
La entrenadora Quinn le había quitado la beca.
Y me la dio a mí.
En este punto, no estaba segura de qué sería más tortura. Vivir al lado de
Toren, fingiendo que no era nadie. O lidiar con las chicas que estaban enojadas
porque había tomado el lugar de su amiga en el equipo.
—Al lado. —Toren miró al techo, casi como debería haberlo sabido. Como si
hubiera estado devanándose los sesos para descubrir dónde podría vivir y ni
siquiera hubiera considerado que estaba tan cerca—. Vives en la casa de al lado.
—Sí, lo hago. No te preocupes. Llevamos dos semanas sin cruzarnos, dudo
que nos veamos seguido. —Hice una última revisión de mi camino de entrada y
de la calle, luego salí y salí al sol—. Adiós, Toren.
Levantó una mano para despedirme.
—Adiós, Jennsyn.
EN LA FIESTA
TOREN
—No tienes que limpiar —le dije a Jennsyn.
—Será más rápido con dos personas. —Me siguió al interior de la casa, con
los brazos cargados de botellas de condimentos.
Dejar que una mujer que acababa de conocer me ayudara a limpiar la fiesta
me parecía mal, pero si significaba mantenerla cerca por un tiempo más, tomaría
todo el tiempo que pudiera.
Además, parecía decidida a ayudar. Entramos unos minutos y cuando se dio
cuenta de que la mayor parte del desorden estaba afuera, lideró el camino de
regreso afuera.
41
El patio estaba limpio y los botes perdidos estaban en la basura. Los restos
de la barbacoa habían sido tirados en su mayor parte, dejando las grapas.
Mientras ella llevaba la cátsup, la mostaza y las salsas, yo tomé los platos de
papel, los utensilios de plástico y una pequeña pila de servilletas.
—¿Quieres una cerveza? —pregunté, esperando que dijera que sí y se
quedara a beberla.
Esperen. ¿Me quedó algo de cerveza?
—No soy muy bebedora de cerveza —dijo, apilando botellas en el mostrador
de la cocina.
—¿No? ¿Cuál es tu bebida favorita?
—La verdad es que no soy una gran bebedora. Pero me gusta el vino tinto. El
tequila frío. De vez en cuando sidra fuerte. —Abrió el refrigerador y lo miró dos
veces—. Ay Dios mío.
—¿Qué? —Rodeé la isla desde donde había dejado los platos y me paré junto
a Jennsyn en el refrigerador, esperando encontrar algo allí que no perteneciera.
Quizás un balón de fútbol junto a mi galón de leche. Un juego de llaves al lado
de los pepinillos. La hamburguesa a medio comer que Dane había prometido
comerse más tarde pero que se había olvidado. Excepto que se veía exactamente
igual que hoy cuando saqué la ensalada de papas para la fiesta. Casi vacíos, pero
los estantes estaban limpios y libres de objetos al azar.
Jennsyn ladeó la cabeza mientras estudiaba la puerta del refrigerador.
—Tus condimentos están organizados por color, de claro a oscuro.
Bueno, joder.
—Por favor, dime que fue intencional —dijo.
—Fue intencional. —Me reí entre dientes, sin una pizca de vergüenza cuando
comencé a agregar las botellas de la barbacoa a la mezcla—. Sabes, nadie en el
mundo que haya visto el interior de mi refrigerador lo notó.
Hasta Jennsyn.
Si no me había intrigado antes, esto lo habría logrado. Y apreciaba que me
gustara un refrigerador organizado. O saldría corriendo hacia la puerta.
—Apuesto a que tu armario tiene el mismo aspecto. —Me entregó una botella
de mostaza para que la guardara.
—Tal vez.
42
Lo hacía. Mis camisas estaban colgadas comenzando con las blancas a la
izquierda y pasando hasta las negras a la derecha.
Si tenía suerte, si yo tenía suerte, podría ver mi armario del dormitorio ella
misma.
—Me gusta un refrigerador organizado. Me ayuda a realizar un seguimiento
de lo que caducó y lo que me falta.
Se reclinó contra el mostrador, relajándose en el espacio como si tuviera la
intención de quedarse un rato.
—Me gusta.
—Si te gusta esto, deberías ver el refrigerador del garaje.
Una sonrisa jugueteó en sus bonitos labios.
—Lidera el camino.
4
JENNSYN
El zumbido de una cortadora de césped afuera llegó a través de la ventana
abierta de mi habitación.
No veas. No. Te. Asomes.
Me costó todo lo que tenía quedarme sentada en la cama con el libro que
estaba leyendo en mi regazo.
La vista más allá del cristal era impresionante. Sabía sin ver que no habría
nada más que cielo azul, sol de verano y la encantadora ciudad de Mission
extendida entre las estribaciones de las montañas y de los bosques siempre
verdes.
Desde que me mudé a esta casa, había pasado horas junto a mi ventana, 43
viendo a lo lejos. Nunca había vivido en un lugar tan hermoso. La última vista de
mi dormitorio había sido del revestimiento beige de mi vecino de mi condominio
en California.
Sin embargo, por más relajante que fuera contemplar el escarpado paisaje
de Montana, simplemente no valía la pena. No mientras él estuviera afuera.
Cerré los ojos mientras el zumbido del cortacésped se hacía cada vez más
fuerte, invitándome hacia el cristal para echar un vistazo. El perfume de hierba
recién cortada infundió el aire, casi atrayéndome fuera del colchón.
No. Veas. Abrí mi libro de bolsillo, obligándome a concentrar en las palabras.
Había estado leyendo cuando comenzaron a cortar el césped y me levanté
por curiosidad para ver quién estaba afuera. Un vistazo a Toren y me obligué a
alejarme de la ventana.
Fue hace dieciocho minutos. He estado leyendo la misma página desde
entonces.
¿Cuánto tiempo le llevaba cortar su maldito césped?
—Uf. —Cerré el libro de bolsillo y lo tiré a un lado, desplomándome sobre
mis almohadas para sofocar un gemido.
Sería más fácil, ¿verdad? Después de más tiempo, después de semanas o
meses, ya no me importarían los ruidos provenientes de su casa. No me
importaría si veía su camioneta o si nos cruzábamos recibiendo el correo.
Anoche, después de nuestra discusión sobre “fingiremos que la fiesta nunca
sucedió” y que salí de su casa, había preparado la cena en su barbacoa. Los
olores a humo y hamburguesas habían llegado a mi habitación. Cada inhalación
había sido una tortura.
Pero podría decirse que el corte era peor.
—¿Por qué? —Golpeé con el puño la almohada junto a mi cabeza, luego me
giré y me dejé caer de espaldas.
¿Por qué Toren? ¿Por qué no podía sacarlo de mi cabeza? ¿Por qué no podía
tener otro trabajo?
Estaba claro que mudarme a Montana no había mejorado mi suerte con los
hombres.
44
—Soy una tonta.
Su cortadora de césped bien podría haber estado tarareando: “Sííííííí”.
Me senté y me volví hacia la ventana. Antes de que pudiera detenerme, me
levanté de la cama y caminé por la lujosa alfombra de mi habitación.
Débil. Era tan, tan débil.
En el momento en que lo vi, mi corazón dio un vuelco y me desplomé contra
la pared.
—Maldita sea.
Cuando lo vi antes, llevaba pantalones cortos de malla negros y una
camiseta azul sin mangas que se amoldaba al duro plano de su pecho. Su gorra
de los Wildcats estaba volteada hacia atrás.
Una parte de mí había esperado que Toren se hubiera enfriado mientras
trabajaba en un clima de veinticinco grados. Que se hubiera puesto una
chamarra y pantalones para la nieve para terminar su trabajo en el jardín.
Cualquier cosa con tal de tapar ese duro cuerpo.
No. Dios, tenía unos brazos fantásticos. Estaban rodeados de músculos,
fuertes y definidos. Su piel estaba ligeramente brillante por el sudor.
Toren se movió para empujar el cortacésped con una mano y usó la otra
para levantarse la camiseta y secarse la cara.
—No los abdominales. —Cerré los ojos y presioné mi cara contra la pared.
¿Estaba tratando de atormentarme? No necesitaba ver fijamente para ver su
paquete de seis. Quedó grabado para siempre en mi cerebro. Mi lengua había
lamido cada pico y valle de su estómago.
Debería haberme encerrado en el baño.
El cortacésped se detuvo y el silencio era discordante. Me aparté de la pared,
cuidando de mantenerme fuera del marco de la ventana mientras miraba su
jardín.
Nuestras casas estaban en ángulo alrededor de la curva de la calle, lo que
significaba que en la parte trasera estaban inclinadas una hacia la otra. Desde
mi ventana podía ver todo su patio trasero.
Toren caminó hacia la cubierta y tomó una botella de agua, tragándola hasta
que desapareció. Luego se giró la gorra en el sentido correcto y volvió al
cortacésped. Vio hacia mi jardín y frunció los labios. Negó levemente con la
cabeza y luego se concentró en su tarea. 45

—Aléjate de la ventana —murmuré.


Necesitaba salir de esta habitación. Necesitaba alejarme de la tentación que
era el entrenador Toren Greely.
Aparte de una breve parada en la cocina para desayunar, había estado
escondida en mi habitación la mayor parte del día. Era más fácil así. Las cosas
con Stevie y Liz eran... extrañas.
Pero en este momento, me sentiría incómoda con mis compañeras de equipo
en lugar de babear por un hombre que definitivamente no podría tener.
Así que bajé las escaleras, donde mis compañeras de cuarto estaban en la
sala de estar, ambas atando los cordones de sus tenis.
—Hola. —Stevie sonrió. Siempre sonreía. Su cabello castaño era largo, le
llegaba hasta la cintura, y se había hecho una apretada trenza que recorría su
columna.
—Hola. —Las saludé a ambas con la mano.
—Vamos a salir a correr —dijo Liz, vestida con pantalones cortos verde oliva
y un sujetador deportivo a juego. El color complementaba su piel bronceada y
sus ojos color chocolate—. ¿Quieres venir?
—Está bien. Salí a primera hora de la mañana.
—Dispara. —La sonrisa de Stevie vaciló, sólo un poco—. Vamos todos los
días hasta que comience la práctica si quieres empezar a correr con nosotras.
—Bueno. Tal vez —mentí. Solía correr con una amiga. Ya no. No estaba en
Montana para hacer amigas o tener compañeras para correr.
—Iremos a la tienda más tarde —dijo Liz—. ¿Quieres ir?
—Oh, um, creo que estoy bien. —Hice un gesto hacia la cocina—. Me
abastecí hace unos días.
—Bueno, si cambias de opinión, definitivamente puedes acompañarnos. O
también podemos conseguir algo para ti.
—Gracias. —Apreciaba lo mucho que se esforzaban. En realidad. Parecían
dulces y, hasta el momento, buenas compañeras de cuarto. Pero no estaba en
condiciones de confiar en mis compañeras de equipo en este momento, no
después de Emily.
No era justo para Stevie o Liz que sufrieran por sus pecados, pero tenía la
46
guardia alta y no tenía intención de bajarla de nuevo. Lección aprendida. De la
forma difícil.
Este acuerdo era por sólo un año. Luego me graduaría y.… algo.
Algo pasaría el año que viene. Simplemente no estaba segura de qué quería
que fuera ese algo todavía.
Liz abrió la puerta y salió, levantando un brazo para saludar.
—Hola, entrenador Greely.
—Hola. —La voz de Toren llegó desde su casa a la nuestra. El cortacésped
se detuvo.
Bueno, mierda. Debería haberme quedado en mi habitación.
—¿Conoces al entrenador Greely? —preguntó Stevie mientras se levantaba.
Íntimamente.
—Sí, ayer en el campo. La entrenadora Quinn me estaba dando un recorrido
y nos topamos con él.
—No me di cuenta de que vivía al lado. —Me frunció el ceño
exageradamente—. No es que hagamos fiestas ni nada por el estilo. Liz y yo somos
bastante discretas. Pero sigue habiendo un entrenador al lado. Al menos es
genial.
Si genial significaba ser sexy. Toren era fuego absoluto.
—El año pasado se me ponchó una llanta en el estacionamiento del casa de
campo —dijo—. Él estaba saliendo y me vio tratando de cambiarla y me ayudó.
Es un tipo bastante agradable.
—Entonces me alegro de que sea nuestro vecino. —Era otra descarada
mentira.
—Nos vemos. —Más sonriente mientras se dirigía hacia la puerta.
—Que tengan buena carrera.
—Gracias.
La puerta se cerró con un clic cuando se unió a Liz afuera. Sus voces eran
apagadas mientras hablaban con Toren, luego pasaron corriendo por las
ventanas delanteras, yendo por la acera una al lado de la otra.
Conté hasta diez. Luego veinte. Luego cincuenta.
¿Todavía estaría ahí fuera?
Caminé de puntillas hacia la puerta, viendo a través del cristal justo cuando 47
Toren cruzaba la calle en busca del grupo de buzones.
Desmayo. Me derretí contra la puerta. Su contoneo era tan jodidamente
atractivo. Piernas largas y paso fácil. Toren caminaba como si fuera el dueño del
mundo, y la parte más sexy era que no tenía idea. Su confianza era natural y sin
esfuerzo en cada paso.
Babeé sobre la perfecta curva de su trasero mientras recogía su correo.
Cuando se giró para retirarse a su casa, me alejé del cristal antes de que pudiera
atraparme espiando y luego me dirigí a la cocina.
Esta casa tenía un diseño muy diferente a la de Toren. Mi dormitorio estaba
en el mismo lugar que el de él, pero no era la suite principal y no tenía balcón.
Stevie tenía el dormitorio más grande del primer piso. En lugar de su concepto
abierto, había una abertura arqueada que separaba el comedor y la cocina de la
sala de estar. Y aunque su casa parecía un hogar, la nuestra todavía se sentía
un poco vacía.
Los padres de Stevie habían traído muebles de su antigua casa rentada,
pero claramente esta casa era mucho más grande y las piezas no encajaba del
todo. No es que me estuviera quejando. Simplemente estaba feliz de que hubieran
tenido una cama, una mesita de noche y una cómoda para mi habitación, así no
tuve que ir de compras.
Los muebles que tenía en California los vendí porque era más fácil que
pagarle a una empresa de mudanzas para que los trajera a Montana. Nadie,
especialmente mi madre, me habría ayudado a mudarme. No cuando la Treasure
State fue mi decisión y sólo mía.
Algún día volvería a tener mis propios muebles. Algún día.
Cuando estuve segura de que Toren había entrado a su casa, salí por la
puerta principal y crucé el camino de entrada hacia el buzón.
El cemento estaba caliente bajo mis pies descalzos, así que troté unos pasos
y me puse de puntillas cuando llegué al asfalto. Luego corrí hacia el buzón y
saqué algunos folletos basura y una revista de Stevie.
Nada para mí. Nunca lo había.
Me di vuelta, a punto de regresar corriendo a la casa, y me quedé paralizada.
Toren estaba de pie en el camino de entrada, con la mandíbula apretada,
con la llave de su buzón en una mano y con una carta en la otra. Su nuez se
48
balanceó mientras tragaba con fuerza. El ala de su gorra le protegía los ojos, así
que no podía decir si estaba molesto, feliz, nervioso o sorprendido de verme.
Quizás estaba como yo. Todo lo anterior.
Cuando se trataba de Toren, era como experimentar todas las emociones a
la vez.
El calor bajo mis plantas se volvió insoportable, así que corrí de regreso a
nuestro lado de la calle, saltando a la acera y a la otra acera hasta el césped más
cercano.
Al de él.
La hierba era suave y exuberante bajo mis dedos. Toren tenía orgullo por su
casa, por dentro y por fuera. Era muy doméstico. Adulto. Y mucho más atractivo
de lo que debería haber sido.
—Hola, entrenador Greely.
¿Entrenador Greely? Uf. No.
No había manera de que pudiera llamarlo entrenador Greely. Era Toren.
Toren, el chico de llamativos ojos verdes grisáceos. Toren, el hombre con
una impresionante sonrisa de dientes blancos y rectos. Toren, el absoluto Adonis
que me había hecho correrme cinco veces en una noche.
Tragó con fuerza otra vez. ¿Estaba pensando también en los cinco
orgasmos?
—Hola, Jennsyn.
Me gustaba mucho cómo dijo mi nombre. Me gustó que se hubiera
preocupado suficiente como para preguntarme cómo se deletreaba. Me gustaba
su voz profunda y suave y el escalofrío que me envió por la espalda.
—Hola. —Ya lo había dicho. Impresionante.
Nos miramos fijamente durante un largo momento, como si ninguno de los
dos estuviera seguro de cómo separarnos. Pero eso me impidió comerme con los
ojos sus atados brazos, su estómago plano o sus voluminosos muslos. No me
permití ver sus pantalones cortos de malla y el bulto que…
No. Te. Atrevas. A. Ver. No. Mires.
No tuve que ver. Era otra parte de su increíble anatomía la que quedó
grabada a fuego en mi cerebro. Mis mejillas ardieron. Con suerte, pensaría que
49
era por el calor.
Toren finalmente rompió nuestra mirada primero, viendo hacia la cuadra,
ya sea para ver si Stevie y Liz se habían ido o para observar a cualquier otro lugar
que no fuera mi dirección.
Seguí su mirada por la acera, buscando a mis compañeras de cuarto.
Probablemente era bueno que estuvieran corriendo por el vecindario. Era
suficiente malo sufrir este incómodo silencio con Toren, el entrenador Greely, sin
testigos.
—Esto es tuyo. —Levantó la carta que debía haber sido puesta en su buzón
y no en el mío.
Nos encontramos en medio de su jardín delantero, deteniéndonos tan lejos
que cada uno tuvo que estirarse para intercambiar el sobre.
Probablemente era un trozo de correo basura. Tenía una calcomanía
amarilla de envío en el frente desde mi dirección en California a Montana.
—Gracias.
—Seguro. —Toren cruzó los brazos sobre el pecho y dio un paso atrás.
Dejé que los dedos de mis pies aplastaran la lujosa hierba una vez más antes
de dirigirme a mi abrasador camino de entrada. Estaba a medio camino de casa
cuando miré por encima del hombro para ver si todavía estaba afuera.
Los ojos gris verdosos de Toren estaban esperando.
Le di una pequeña sonrisa.
Se dio la vuelta y desapareció dentro de su casa.
En el momento en que estuve dentro, a salvo detrás de mi puerta cerrada,
gemí.
—¿Por qué?
¿Por qué tenía que ser entrenador? De todos los lugares en Mission para
trabajar, ¿por qué tenía que ser en la universidad? ¿Por qué no podía dejar de
pensar en esos cinco orgasmos?
Llevé el correo a la encimera de la cocina y lo dejé para revisarlo más tarde.
Luego llené un vaso de agua helada y subí penosamente las escaleras hasta mi
habitación, recogiendo mi libro.
Para cuando Stevie y Liz llegaron a casa, había logrado leer algunos
capítulos a pesar de que mi mente todavía vagaba hacia el hombre de al lado. 50
¿Sería extraño para Toren también? ¿O era la única a la que le molestaba
esto? ¿Qué pasaría cuando nos viéramos en el campus? ?
Liz llamó a mi puerta abierta y se inclinó hacia adentro.
—Hola. Nos dirigimos a la tienda. ¿Seguro que no quieres venir?
—No, está bien. —Levanté mi libro—. Esto se está poniendo bueno.
—Está bien. Nos vemos.
—Adiós.
Esperé, con mi libro olvidado, hasta que sentí la vibración de la puerta del
garaje abriéndose. Luego me deslicé de la cama y bajé la mitad de las escaleras
cuando la escuché cerrarse. Cuando entré por la puerta principal, el Jeep rojo
de Stevie avanzaba por la cuadra. Estaban fuera de la vista cuando llegué a la
puerta de al lado.
El déjà vu era asombroso mientras estaba en el porche de Toren. Pero a
diferencia de ayer, no sonó ningún teléfono. Sólo un timbre y mi corazón
atronador mientras esperaba que respondiera.
Su expresión era dura como el granito cuando abrió la puerta. Tenía la
mandíbula todavía apretada, pero se había vuelto a poner la gorra hacia atrás.
Ningún hombre tenía derecho a ser tan sexy cuando estaba sudando.
—Es extraño —espeté.
—¿Lo crees? —–dijo inexpresivo, arrastrando una mano sobre esa cincelada
mandíbula y la incipiente barba que no se había afeitado esta mañana. Le raspó
la palma. Hace dos semanas, cuando me besó por primera vez, también me había
raspado la piel.
Me gustaba su barba. Y la gorra al revés.
—¿Qué pasa?
—Escúchame. —Pasé junto a él y entré.
—Jennsyn —gruñó, pero cerró la puerta cuando entré a la sala de estar.
—No quiero que sea raro.
—No estoy seguro de que haya otra opción. —Suspiró, se quitó la gorra y la
arrojó a la isla. Luego se pasó los dedos por el cabello.
Mis dedos ansiaban despeinarlo.
—Detente.
51
Se quedó helado.
—¿Detener qué?
—Nada —murmuré.
El hombre podía respirar y eso me excitaría. Tenía que detenerme.
Inmediatamente. De alguna manera, necesitábamos sofocar esta carga entre
nosotros.
Cuando se peinó el cabello con los dedos, no quise reaccionar. Nada más
allá de un platónico aprecio por un hombre guapo. Quería verlo vestido con
pantalones cortos deportivos y sencillos sin la abrumadora necesidad de
quitárselos de las estrechas caderas y caer de rodillas. Quería encontrarme con
él en el buzón sin una mirada acalorada o incómoda. Solo un saludo para un
vecino y conocido.
—Necesito saber más sobre ti. Ahora mismo eres el misterioso chico
atractivo que vive en la casa de al lado. —Y que ofrece orgasmos increíbles—.
Es… atractivo. Hazme un favor y arruíname eso.
Arqueó una ceja.
—Entonces crees que si averiguas más sobre mí, ya no seré atractivo.
—Exactamente.
—Jennsyn…
—Por favor. —Levanté una mano antes de que pudiera protestar—. Sólo
hazme ese favor.
Miró al techo, con las manos plantadas en sus estrechas caderas como si
estuviera orando por paciencia. Cuando finalmente volvió a encontrarse con mi
mirada, fue con una larga exhalación.
—Bien. ¿Qué quieres saber?
—¿A dónde fuiste a la universidad?
—Aquí. Crecí en Mission. Jugué para los Wildcats.
Caminé hasta su chimenea, arrastrando un dedo sobre la repisa. No
teníamos chimenea, lo cual era una pena porque me encantaba leer, y sentarme
junto al crepitante fuego era el lugar perfecto para leer.
—¿Fuiste el mejor jugador del equipo?
—No. Ese era Ford Ellis. Es el nuevo entrenador en jefe.
—Oh. —Maldita sea. 52

Estaba segura de que diría que había sido el mejor. Pero me gustó que no lo
hubiera hecho. Su respuesta fue honesta. Humilde. Real. Hizo que me gustara
mucho más.
Quizás esta aleatoria sesión de preguntas y respuestas fue una mala idea.
—¿Qué tipo de música te gusta? —Mientras no dijera country.
—Country.
Bueno, mierda. Supongo que debería haberlo visto venir. Estábamos en
Montana. No es que hubiera tenido muchos, pero a todos mis novios anteriores
les gustaba el hip-hop y el rap. Aunque a Christian le gustaba el rock alternativo.
Cada vez que ponía música country en mi auto, bajaba el volumen.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunté.
—Treinta y tres.
Dejé de caminar.
—¿Treinta y tres? No. No, no es cierto.
No parecía tener treinta y tres años. Parecía tener veintitantos años.
Oh Dios. Era doce años mayor. Doce.
—Viejo, ¿verdad? —bromeó.
Tragué fuerte.
—Tengo veintiún años.
Se frotó la cara con ambas manos.
—Yo, eh, me di cuenta de eso ayer.
La diferencia de edad debería haber sido aleccionadora. Debería ser el
detalle que había estado buscando para hacerme salir corriendo de su casa.
Excepto... que no me importaba.
Me debería importar. ¿Por qué no me importaba?
Doce años era una gran diferencia. Excepto que yo era adulta. Él era adulto.
Y simplemente no me importaba que tuviera treinta y tres años. Ni siquiera un
poquito.
No estaba funcionando. ¿Por qué no estaba funcionando?
—¿Películas favoritas? —pregunté mientras caminaba hacia el mueble del
televisor contra la pared, arrodillándome para abrirlo. Con un poco de suerte,
tendría un montón de pornografía y sería tan asqueroso y cliché que me iría a 53
casa con un sabor amargo en la boca.
—Jennsyn, no…
El gabinete estaba lleno de DVD’s, tantos que un puñado se desbordó por
la puerta abierta. Excepto que no era porno barato.
Recogí tres películas del suelo y revisé las cajas.
—Pretty in Pinck. Karate Kid. Days of Thunder.
Refunfuñó algo desde la cocina, pero estaba demasiado ocupada
escaneando títulos.
—Esperaba deportes. —No películas de los años ochenta y noventa.
Toren se cruzó de brazos y miró al suelo, pero no antes de que notara el
ligero sonrojo que se apoderó de sus mejillas. Se veía… ¿tímido?
Por supuesto que también era sexy.
Tomé las tres películas en mi mano y me puse de pie, cerrando el gabinete.
Luego me acerqué y lo saludé con los DVD.
—Los necesito para fines de investigación.
—¿Qué quieres decir con investigación?
—Si no me gustan las películas, probablemente no me gustarás tú.
Parpadeó.
—¿Eh?
Bien, no era exactamente una sólida lógica, pero me agarraría a un clavo
ardiendo.
—Vale la pena un tiro.
Abrió la boca pero la cerró con un audible chasquido de dientes.
Esperen. ¿Y si me gustaban las películas?
¿Era lo que iba a preguntar? Probablemente. Uf.
—Sigue siendo extraño.
—Sí. —Su cabello era un desastre, erizado en todos los ángulos.
Agarré las películas con más fuerza para evitar que mis dedos quitaran una
errante pieza de su sien.
—¿Te arrepientes? ¿De la fiesta?
—No —murmuró, centrándose en mi boca. 54
—Yo tampoco —susurré. Por el bien de ambos, me alejé un paso—. Adiós,
Toren.
No se movió mientras me dirigía hacia la puerta principal.
—Adiós, Jennsyn.

LA FIESTA
TOREN
—El piso está un poco sucio —le advertí a Jennsyn mientras abría la puerta
que conducía al garaje—. ¿Quieres un par de zapatos?
—Estoy bien. —Pasó a mi lado y bajó la única escalera hasta el frío suelo de
cemento, luego se miró los dedos de los pies descalzos—. ¿Te molesta? A algunas
personas no les gustan los pies descalzos.
—No. —Yo también caminaba descalzo a menudo.
—Odio los calcetines —dijo mientras se dirigía al refrigerador—. Pero no me
gusta usar zapatos sin calcetines. Es una peculiaridad. En cualquier oportunidad
que tengo, me salto ambas cosas.
—¿Por qué no te gustan los calcetines?
—Son como camisas de fuerza para los dedos de los pies. —Se encogió de
hombros y abrió la puerta del refrigerador del garaje.
—Parece que necesitas calcetines más grandes.
—Tal vez. —Se rio y se inclinó para inspeccionar los estantes—. Bueno, si
alguna vez te quedas sin espacio para tus botellas de cátsup, aquí tienes mucho
espacio para expandirte.
—¿Eh? —No podía ser correcto. Aunque Parks hubiera tomado unas cuantas
cervezas, el refrigerador estaba lleno.
Crucé el garaje y me paré al lado de Jennsyn para ver sobre su hombro. Una
ráfaga de aire frío me golpeó la cara cuando miré el refrigerador... el refrigerador
estaba vacío. Al parecer mis nuevos vecinos habían tenido sed.
—Bastardos —murmuré—. Incluso se bebieron todo mi Dr. Pepper.
Jennsyn apretó los labios para ocultar una sonrisa.
—Estaba lleno antes. —Color codificado por arcoíris. Coca-Cola, Fanta, Squirt, 55
Mountain Dew y Bud Light. A veces, elegía un paquete de seis basándome
únicamente en la lata, solo para agregarle un color diferente a los estantes.
De hecho. Tal vez era bueno que Jennsyn no viera el refrigerador del garaje
en su estado normal.
—No importa. —Cerré la puerta y la encaré, esperando que no fuera el final
de nuestra noche.
Se puso de puntillas y escudriñó el garaje. En el momento en que su mirada
se posó en mi camioneta, ladeó la cabeza hacia un lado.
—Necesitas un lavado de autos.
Mi Tundra plateada era casi una camioneta de dos tonos en ese momento,
considerando el barro y la tierra adheridos a la mitad inferior.
—No estás equivocada.
Un adorable pliegue se formó entre sus cejas.
—¿Qué? —pregunté.
—Estoy tratando de descifrar al hombre con un refrigerador como el tuyo y un
camioneta como esta.
Me reí.
—Y yo estoy tratando de descubrir a la mujer descalza que ayuda a limpiar
una fiesta para un chico que acaba de conocer.
La sonrisa de Jennsyn fue más brillante que cualquiera de los fuegos
artificiales de esta noche.
Mi corazón se detuvo. De nuevo.
Infiernos. Toda esta fiesta podría haber valido la pena. Por conocerla, dejaría
que mis amigos y extraños limpiaran mi reserva de bebidas todos los putos días.
—¿Algún otro refrigerador que deba conocer? —preguntó.
—Tengo un mini refrigerador en el sótano junto a la mesa de billar.
Tarareó, todavía viendo mi camioneta sucia. Luego se puso de puntillas y
pasó a mi lado. El dorso de su mano rozó mis nudillos cuando caminó a mi lado
hacia la puerta, y ese breve toque fue como un rayo.
—Está bien. Veamos ese mini refri.
—Lo tienes. 56
5
TOREN
Los aromas a caucho, metal y hormigón me recibieron cuando abrí la puerta
de acero de la sala de pesas de la casa de campo. Las luces parpadearon con el
movimiento, iluminando el espacio.
Gruesas esteras cubrían secciones del suelo. Las máquinas de pesas y los
estantes plateados brillaban bajo las fluorescentes bombillas. El logo de Wildcat,
pintado del azul real oficial de la escuela, era mi único compañero esta mañana.
Era temprano, no eran ni siquiera las seis. Normalmente, guardaba mis
entrenamientos para la hora del almuerzo. Me unía a los otros entrenadores para
levantar pesas alrededor del mediodía. Pero llegar al campo al amanecer era
aparentemente mi nueva rutina. No sólo garantizaba que el gimnasio estaría
vacío y tranquilo, sino que también me daba una razón para escapar de mi casa. 57

O… de la casa de la vecina.
¿Cómo fue que había pasado dos semanas enteras después de la fiesta sin
siquiera ver a Jennsyn? Sin embargo, ahora que sabía dónde vivía, parecía que
no podía evitarla.
Ayer estaba en mi oficina, pagando algunas cuentas, cuando levanté la vista
y la vi cruzar la calle en busca de los buzones. Había vuelto a estar descalza y
caminando de puntillas.
El día anterior, había recorrido mi camino de entrada en el mismo momento
en que estaba sacando su elegante BMW negro del suyo.
El día anterior, me levanté temprano para salir a correr, planeando saltarme
el gimnasio para variar, solo para abrir la puerta justo cuando pasaba corriendo.
Sus largas piernas habían devorado la acera hasta que saltó y desapareció
alrededor de la cuadra.
Me fui inmediatamente al campus.
Habían pasado diez días desde que entró en mi casa y me dijo que era
misterioso. Diez días desde que me pidió que arruinara ese misterio. Diez días
desde que robó algunas de mis antiguas películas. Y en esos diez días, se había
robado cada uno de mis errantes pensamientos.
La única vez que logré dejarla en el fondo de mi mente era cuando estaba
haciendo ejercicio o trabajando. Así que había estado pasando más tiempo en mi
oficina y en esta sala de pesas, llevando mi cuerpo al extremo con la esperanza
de que, más temprano que tarde, Jennsyn Bell se desvaneciera en un recuerdo.
Saqué mis auriculares del bolsillo de mis pantalones cortos y los ajusté bien
antes de poner algo de música. Luego dejé mi botella de agua y mi teléfono en un
banco antes de subirme a una máquina elíptica para calentar.
Después de quince minutos con la resistencia al máximo, el sudor me corría
por las sienes mientras limpiaba la máquina. Metí la mano detrás de mi cabeza
y agarré el algodón de mi camiseta para quitármela. En el momento en que estuvo
libre, la puerta se abrió.
Mi palpitante corazón se detuvo en seco.
Jennsyn entró en la habitación con unos auriculares blancos firmemente
colocados en sus oídos. Sus ojos azules estaban fijos en su teléfono mientras sus
dedos volaban por la pantalla. Gruñó ante cualquier cosa que escribió. Con un 58
fuerte golpe, envió su mensaje y miró hacia arriba.
Se detuvo resbalando cuando me vio. Sus ojos se ampliaron.
Mierda. ¿Qué había pasado con sus carreras matutinas?
Cada atleta tenía un código para entrar a la cancha fuera de horario.
Queríamos que este lugar fuera utilizado por los jugadores y por el personal. Que
fuera visto como una especie de santuario. Si un estudiante quería hacer ejercicio
en horas extrañas, era su lugar. No queríamos que se unieran al gimnasio de la
ciudad abierto las veinticuatro horas o que usaran el gimnasio del campus que
estaba abierto a todos los estudiantes y que a menudo estaba abarrotado.
Siempre abogué porque los jugadores tuvieran acceso. Excepto que Jennsyn
y yo nos vimos fijamente, ambos inmóviles, tal vez había sido un error. Tal vez
necesitaba encontrar un lugar de fitness abierto las veinticuatro horas. La idea
de utilizar equipo barato me hacía temblar, pero podría ser mi única opción hasta
que esta tensión e incomodidad pudieran pasar.
Evitarse uno al otro era imposible. Si bien los equipos de fútbol y voleibol
no solían asistir a los mismos eventos, todos compartíamos este edificio. Todos
compartíamos esta sala de pesas y estos pasillos.
Y maldita sea, vivía en la casa de al lado.
Usé mi camiseta para limpiarme el sudor de la cara, luego me saqué un
auricular mientras ella hacía lo mismo.
—Hola.
—Hola. Lo siento. —Me frunció el ceño exageradamente—. No me di cuenta
de que habría alguien aquí.
—Está bien. —La descarté con la mano.
No estaba bien. Nada estaba bien.
Era estudiante. Sólo tenía veintiún años, demasiado joven. Excepto que
entraba en una habitación y cada célula de mi ser se sintonizaba con su
frecuencia.
Jennsyn estaba vestida con ceñidas mallas negras que abrazaban los
tonificados músculos de sus muslos y pantorrillas. No dejaban absolutamente
nada a la imaginación. No es que necesitara imaginar algo.
El recuerdo de ella desnuda en mi cama hace casi un mes estaba tan fresco
como si hubiera sucedido anoche.
Llevaba un sujetador deportivo negro y tenía el estómago desnudo. Lamí 59
casi cada centímetro de ese estómago mientras bajaba hasta la sensible carne
entre sus muslos.
Mi pene se movió. Maldita sea.
—¿No entrenarás con el equipo de voleibol? —pregunté, aclarándome la
garganta.
—Más tarde. —Se encogió de hombros—. Me gusta hacer mi propio ejercicio
todas las mañanas.
Luego se uniría al cuerpo técnico y a otros jugadores para al menos dos
programas más de entrenamiento con pesas y acondicionamiento, además de dos
prácticas.
El final de julio significaba que los equipos deportivos de otoño estaban en
pleno apogeo de pretemporada. El equipo de fútbol estaba aquí seis horas al día.
Sólo unos pocos de mis mejores jugadores agregarían sus propios
entrenamientos autoimpuestos.
Jennsyn volvió a colocarse el auricular en su lugar y luego cruzó el gimnasio
hasta la pared del fondo. Sacó una cuerda para saltar del gancho, luego se dirigió
a un espacio abierto y comenzó a moverse.
Yo me dirigí a la fila de bastidores de potencia, planeando un levantamiento
de la parte superior del cuerpo, concentrándome en mis hombros. Debería haber
tomado menos de un minuto configurar un press con barra de pie. Pero cada
pocos segundos, veía a Jennsyn, todavía saltando.
Llevaba el cabello recogido en una cola de caballo y la punta se balanceaba
mientras se movía. Su juego de pies era rápido y elegante. Se mantenía liviana
sobre las puntas de sus pies mientras sus muñecas hacían girar la cuerda una
y otra vez.
Parecía que no podía apartar los ojos de ella, pero veía al frente, la imagen
concentrada.
Se me secó la boca.
Era deslumbrante cuando sonreía. Absolutamente preciosa. ¿Pero así?
¿Seria y encerrada en la zona? El mundo se redujo hasta que sólo quedaron
Jennsyn y el constante tictac de la cuerda mientras golpeaba el suelo.
Un rubor subió a sus mejillas. El sudor brillaba en su piel. Si notó que la
estaba mirando, ni siquiera parpadeó en mi dirección.
60
¿Habría desaparecido mi misterio? Tal vez había aprendido suficiente sobre
mí como para arruinar la ilusión. En los pasados diez días, mientras estaba
desesperado por olvidarla, había logrado hacer lo que yo no pude.
Picaba. Toda esta maldita situación ardía. Pero si había logrado olvidar la
noche de la fiesta, bueno... seguiría intentándolo hasta poder decir lo mismo.
Así que aparté la mirada y me puse a trabajar, concentrándome en el ardor
de mis músculos mientras los empujaba cada vez más fuerte. Con cada
repetición, cada movimiento, esperaba que Jennsyn desapareciera en un
segundo plano junto con todo lo demás en la habitación.
Bien podría haberle pedido al sol que dejara de brillar.
Mi mirada se fijaba en ella cada vez que se movía por la habitación. Hasta
que finalmente, después de casi una hora, se movió a las colchonetas de la
esquina para estirarse.
Separó los pies a la altura de los hombros y se dobló por la cintura, doblando
su largo y delgado cuerpo por la mitad.
Antes de que pudiera empezar a babear sobre su trasero, fui a una barra de
dominadas montada en la pared. Con un rápido salto, me quedé colgando por
un momento, cruzando los tobillos. Luego llegué a los cincuenta, arriba y abajo,
arriba y abajo. Cuando me dejé caer y me giré, con los brazos en llamas, un par
de deslumbrantes ojos azules me estaban esperando.
Jennsyn apretó los labios para ocultar una sonrisa.
Entonces…
No era el único que veía hoy.
Gracias, joder. Sí, lo hacía más complicado si ambos estábamos peleando.
Pero si esta atracción era mutua, al menos no era el viejo asqueroso que se
acercaba a ella mientras intentaba seguir adelante.
Se sacó un auricular mientras su mirada recorría mi pecho desnudo. Su
lengua salió disparada para lamer su labio inferior.
La sangre corrió a mi pene. Gemí, pasando una mano por mi cara mientras
soltaba una carcajada. No debería ser gracioso. Era parecido a una tortura.
—Joder, Jennsyn.
—Lo siento. —Se rio—. Sigue siendo extraño.
Extraño. Seguía usando esa palabra.
61
Quedaba. Algo así. Doloroso hubiera sido mi elección.
Era muy doloroso intentar sacarla de mi mente. Era doloroso cada vez que
recordaba que era estudiante. De todos modos, era doloroso lo mucho que la
deseaba.
Abrió la boca para decir algo, pero antes de que pudiera hablar, la puerta se
abrió y dos chicos del equipo de baloncesto entraron.
—Hola, entrenador. —Uno levantó la barbilla hacia mí.
Los ojos del otro se fijaron en Jennsyn, una sonrisa se extendió por su boca
mientras su mirada recorría su cuerpo, de pies a cabeza.
Idiota.
—Buenos días —dije, más fuerte y agudo de lo necesario.
La atención del otro chico se dirigió hacia mí, parpadeando como si acabara
de darse cuenta de que estaba aquí.
—Buenos días, entrenador.
Caminé hacia el banco donde antes había dejado mi teléfono y mi camiseta,
secándome la cara nuevamente antes de beber agua.
A medida que los chicos se adentraban más en la habitación, Jennsyn se
dirigió hacia la puerta, con el rostro inexpresivo y la barbilla en alto. Los idiotas
observaron cada paso de ella, prácticamente babeando.
O tal vez era el idiota que pensaba que tenía algún tipo de derecho sobre esa
belleza.
Mi rutina generalmente incluía abdominales y estiramientos, pero
necesitaba un poco de aire fresco, así que me dirigí al pasillo, sin permitirme
buscar por dónde había ido Jennsyn. Recogí mi ropa para el día en mi oficina y
luego me metí en el vestuario para darme una ducha.
Una ducha fría.
*
El fútbol era mi concentración. El fútbol era mi salvación. Desde el momento
en que salí del vestuario esta mañana, vestido con pantalones cortos azul marino
y una camiseta gris de los Wildcats, me concentré en el trabajo. Me negué a
permitirme pensar en Jennsyn Bell.
Mi jornada laboral comenzó en una reunión de entrenadores con Ford.
Luego nos dirigimos a la primera práctica del día, seguida de una reunión con la
defensa para elaborar algunas formaciones nuevas. Otra práctica del equipo. 62
Otro entrenamiento en equipo.
Cuando finalmente regresé a mi oficina después de las cinco, me hundí en
mi silla y saqué mi teléfono. Faith me había enviado un mensaje de texto.
Hoy hice pan de plátano. ¿Quieres un pan?
Respondí de inmediato.
Estaré allí en treinta.
Cualquier cosa era mejor que volver a casa, donde inevitablemente pasaba
demasiado tiempo viendo por las ventanas que daban a la casa de Jennsyn. Así
que recogí mis cosas, apagué las luces y salí al pasillo mientras Aspen caminaba
en mi dirección.
—Hola, Toren —dijo.
—Hola. ¿Cómo estás?
—¿Bien? ¿Tal vez? Todavia no estoy seguro. Pregúntame de nuevo en dos
semanas.
Me reí.
—Eh, oh. ¿Qué está sucediendo?
—Oh, ya sabes cómo es cuando agregas nuevas jugadoras.
—Sí. — Le tomaba un tiempo al equipo unirse.
Ella suspiró.
—Sí. Una cosa es agregar estudiantes de primer año a la mezcla. Pero una
estudiante de último año que resulta ser una superestrella nacional ha sido…
diferente.
Esperen. ¿Entonces Jennsyn no estaba interactuando con el equipo? Vivía
con dos de ellas. ¿No se llevaban bien?
—Estará bien. —Aspen se obligó a sonreír—. Estoy un poco agotada después
de la práctica de hoy. Fue el primero con el equipo pero no salió precisamente
muy bien.
—¿Puedo hacer algo para ayudar? —No es que tuviera ni idea del voleibol.
Pero escucharía si Aspen necesitaba desahogarse. Eso, y que tal vez pueda
aprender algunas cositas sobre Jennsyn.
Quizás su idea de conocerse era válida. Si no fuera la misteriosa y hermosa
mujer que vivía al lado, el atractivo podría agotarse.
63
Jennsyn era joven, de la misma edad que los mayores del equipo de fútbol.
No pasaba un día en el que uno o más de los chicos no hicieran algo estúpido
para molestarme. Por supuesto, Jennsyn era diez veces más madura que sus
homólogos masculinos, pero aun así. Valía la pena el intento.
No podría exactamente pedirle detalles a Aspen, no sin levantar sospechas.
Puede que Jennsyn fuera nueva en los Wildcats, pero no había razón para que
un entrenador de fútbol pidiera detalles sobre una jugadora de voleibol. ¿Pero si
Aspen los ofrecía? Seguro que escucharía.
—Feliz de ser una caja de resonancia —agregué.
—Gracias. Quizás te hable de eso más tarde. —Señaló al techo—. De hecho,
me dirijo a la oficina de Millie. Siempre tiene buenos consejos.
—Es lo que hace. —Oculté mi decepción con una sonrisa—. Qué tengas
buena noche.
—Tú también.
Probablemente lo mejor era mantenerse al margen. Tenía muchos jugadores
propios de los cuales preocuparme. Sin embargo, mientras conducía hacia la
granja, no podía dejar de pensar en Jennsyn. No sobre el sexo, ni sobre la
atracción o sobre mantenerlo en secreto.
Sino sobre su lugar en el equipo.
¿El talento de Jennsyn sería lo que cambió la dinámica del equipo de
voleibol? ¿O el hecho de que probablemente había ocupado el lugar de otra
jugadora? No me parecía una jugadora arrogante, pero tal vez era diferente en la
cancha. Stevie y Liz parecían bastante amables, pero ¿podrían estar teniendo
dificultades en casa?
Todos los pensamientos sobre Jennsyn se desvanecieron cuando me
estacioné frente a la casa de campo blanca de Faith justo cuando salía del
granero.
Con un pollo muerto en la mano y lágrimas corriendo por su rostro.
—Mierda. —Salté—. ¿Qué pasó?
—Ese maldito perro. —Señaló con un dedo la propiedad de la vecina en la
distancia. A la valla de alambre de mierda que nunca lograba contener al perro.
Era la tercera vez este verano que el perro se salía, atropellaba y mataba un
pollo. Era un perro bastante amable con la gente y siempre era amigable con los
niños. Pero si las gallinas estaban fuera de su gallinero, atacaba. Probablemente 64
porque el perro no recibía suficiente comida.
Faith se ganaba la vida con esta pequeña granja. Cultivaba verduras en su
jardín y las vendía en los mercados de agricultores de fin de semana. Era
apicultora y recogía miel. Tenía cabras y hacía jabones con su leche. Cada otoño
cosechaba su huerto de calabazas y las vendía en la ciudad. Y durante todo el
año vendía huevos de sus gallinas.
Ese animal era parte de su sustento.
—Iré a hablar con Noreen —dije.
—Estaba a punto de ir allí —dijo, sollozando mientras parpadeaba para
secarse las lágrimas—. Yo lo haré.
Las lágrimas no se debían exclusivamente al pollo, ¿verdad? Algunas eran
sobre una madre viuda de cuatro hijos que llevaba sobre sus hombros más de lo
que debería llevar sola.
—¿Dónde están los chicos?
—Beck está en casa de un amigo. Abel fue a ver a su novia. Dane y Cabe
están dentro.
—Ve a abrazar a tus hijos. Deja ese pollo —dije, señalando la tierra—. Entra
y tómate un respiro. Yo me ocuparé de ello.
Abrió la boca, probablemente para discutir, pero luego sus hombros se
hundieron cuando el animal muerto cayó al suelo junto a sus botas.
—Está bien.
Metí la mano en el asiento trasero de la camioneta y saqué un par de guantes
de cuero. Luego me ocupé del pollo y conseguí una pala del granero para
enterrarlo en el borde de la propiedad, con suerte suficientemente profundo como
para que nada pudiera desenterrarlo. Después de tomar algunas herramientas,
caminé hasta la casa de la vecina y golpeé la puerta con el puño.
Noreen tardó tres rondas de llamar a la puerta para responder. Llevaba un
descolorido camisón de flores y tenía un cigarrillo entre los labios.
—H-hola, Toren.
—Hola, Noreen.
Entrecerró los ojos ante la luz del sol, probablemente porque no había
estado afuera en días. Quizás semanas. Detrás de ella, el pasillo estaba tan lleno
65
de desorden que era un milagro que hubiera logrado despejar un camino
suficientemente ancho para llegar a la puerta.
Desde que conocía a Noreen, había sido una extrema acaparadora. Años
atrás, había sido más propensa a salir y dirigirse a la ciudad. En estos días, era
prácticamente una reclusa.
—Tenemos un problema con tu perro otra vez.
Tragó.
—No te lo lleves.
—No me lo llevaré. —Suspiré—. Pero sigue saliéndose de la cerca y mató a
otra de las gallinas de Faith.
Dio una larga calada a su cigarrillo mientras su rostro palidecía.
—Lo siento. Intenté arreglar la valla la última vez. Es un buen chico,
simplemente... se emociona.
—Sí. ¿Qué tal si esta vez arreglo la cerca? ¿Te parece bien?
—Gracias. —Asintió y terminó su cigarrillo.
Llevé mi rollo de alambre y alicates por todo su jardín, arreglando varios
agujeros y huecos. La propiedad estaba casi tan llena como la casa de Noreen.
La hierba, la maleza y los cardos crecían hasta la cintura entre viejos autos
chatarra, llantas y cajas de piezas desechadas. Antes de morir, el marido de
Noreen era mecánico. Éste era su cementerio.
Se necesitaron casi dos horas para arreglar la valla. La idea de Noreen de
arreglar significaba mover cajas delante de los agujeros. Había bloqueado una
abertura apilando tres bolsas de basura podridas llenas de basura en el camino.
Excepto que el perro ya había echado raíces a través del plástico, haciendo un
agujero en su costado. Y luego se liberó.
Cuando finalmente terminé y regresé a casa de Faith, salió con un vaso de
limonada.
—Gracias —dijo.
—Ningún problema. —Tomé un trago largo—. ¿Estás bien?
—Sí. —Me dio una triste sonrisa—. Abel y Beck acaban de llegar a casa. Se
suponía que Abel limpiaría el gallinero esta noche, pero su novia lo dejó, así que
le doy un pase.
66
—Auch. ¿Está bien?
Se encogió de hombros, como si estuviera a punto de llorar de nuevo.
—Cuando le hice esa pregunta, dijo que sí. Pero luego cerró la puerta de su
habitación con tanta fuerza que sacudió las paredes.
—¿Quieres que vaya a hablar con él?
—Quizás más tarde. Creo que necesita tiempo a solas.
—Está bien. —Señalé con la barbilla el gallinero—. Limpiarás eso por él,
¿no?
Ella suspiró.
—Sí. Lo dejé aflojar y lo pospuse. Ahora está atrasado. Pero no lo obligaré a
hacerlo esta noche.
—Ayudaré.
—No, ni siquiera cenaste todavía. —Me hizo un gesto hacia mi camioneta—
. Vete a casa. Ya ayudaste con Noreen.
—La limpieza será más rápida con nosotros dos. —Así que caminé hacia el
granero antes de que pudiera discutir, devolví las herramientas del tío Evan a
sus respectivos lugares y luego me encontré con ella en el gallinero.
Cuando me subí a mi camioneta para regresar a casa, olía a mierda de pollo,
amoníaco y sudor.
Me esperaba una ducha caliente, pero mi estómago gruñó cuando entré por
la puerta, así que me lavé las manos y saqué una tabla de cortar. Mi cuchillo
estaba colocado sobre la barra de pan de plátano que Faith me había enviado a
casa cuando sonó el timbre.
—¿Ahora qué? —Fruncí el ceño y caminé para responder.
Jennsyn estaba en mi porche, con los DVD que había tomado en la mano.
—Hola.
—Hola. —Mi corazón latía demasiado fuerte. No estaba de humor para tener
compañía. Pero aceptaría la de ella, incluso por el minuto que le tomaría devolver
esas películas.
Como lo había hecho hace diez días, entró sin invitación. Su nariz se arrugó
cuando pasó a mi lado.
—Apestas. ¿Por qué apestas?
—Esta noche estuve trabajando en la granja de mi tía. 67
—Ah. —Me miró de reojo—. ¿Es como un negocio secundario? ¿O tu sueño
es convertirte en agricultor y es tu estrategia para salir del entrenamiento?
—No. —Me reí—. No tengo ningún deseo de ser agricultor. Pero mi tío murió
hace un tiempo y trato de colaborar con mi tía siempre que tengo tiempo.
—Oh. — Los ojos de Jennsyn se suavizaron—. Lamento lo de tu tío.
—Yo también.
Se adentró más en la casa, llevando las películas al mueble del televisor.
¿Era bueno o malo que se sintiera tan cómoda en mi casa? Malo.
Probablemente. Excepto porque se sentía... ¿normal?
—Nunca he estado en una granja —dijo, sentándose en el suelo y cruzando
las piernas.
Abrí la boca, a punto de ofrecerme llevarla a casa de Faith uno de estos días,
pero lo recordé y me detuve en seco.
Esto tenía que terminar. Ya debería haber terminado.
Mi estómago volvió a gruñir, así que volví a la tabla de cortar y corté un trozo
de pan.
—¿Quieres pan de plátano?
—No, gracias. Ya cené. —Se inclinó hacia adelante y deslizó las películas
que había tomado prestadas en su lugar, luego buscó los otros títulos, apilando
algunos en su regazo—. Esta todavía está en el plástico.
Levantó Top Gun.
—La tengo digital —dije, dándole un mordisco y masticando.
—El hecho de que tengas DVD físicos es en realidad como…
—¿Antiguo? —Tal vez si siguiera recordándonos a ambos la diferencia de
edad, me ayudaría a recordar que era estudiante.
Me dedicó una sonrisa.
—Iba a decir entrañable, pero si prefieres decir antiguo, también funciona.
Sonreí y di otro mordisco. O era la comida o estar en casa después de un
largo día o la presencia de Jennsyn, tal vez un poco de las tres cosas, pero por
primera vez en horas, respiré. Una respiración profunda y relajante.
—Ni siquiera tengo reproductor para esas —dijo, eligiendo dos más antes de 68
cerrar el gabinete—. Tuve que rentarlo.
—Entonces, ¿por qué te llevas mis DVD?
Se encogió de hombros y se puso de pie.
—Realmente son películas horribles. Lo sabes ¿verdad?
—¿Significa que tu investigación está funcionando y que ya no soy un
misterio?
—No. —Frunció el ceño y el humor de su rostro se desvaneció mientras me
miraba fijamente durante un largo momento. Luego suspiró y caminó hacia la
isla, sus pies descalzos casi en silencio sobre mis pisos de madera.
Tenía zapatos. Esta mañana llevaba unos bonitos par de Nike. Pero
aparentemente los zapatos eran opcionales cuando estaba en casa.
—No te habría elegido como un tipo al que le gustaban las películas cursis.
—Había una pizca de curiosidad en su voz, como si estuviera tratando de
descifrarlo.
En realidad, era bastante simple si supiera el motivo. Pero esta noche no le
daría explicaciones.
Mi día ya había sido bastante largo.
—¿Los programas de Teen Network no son cursis? —pregunté.
Se rio y puso los ojos en blanco.
—Ja. Ja. Muy divertido.
Yo también me reí y comí otro bocado de pan.
—No podía dejar de verte mientras hacías ejercicio hoy —susurró.
¿En serio? Sólo la había atrapado mirándome una vez. Tal vez debería darme
algunos consejos sobre cómo ser discreto.
Su mirada viajó a mis brazos, deteniéndose por un momento mientras un
rosado rubor subía a sus mejillas. Luego bajó la vista al suelo, abrazando esas
películas más cerca de su pecho.
Cuando finalmente levantó la vista, tenía la misma sólida y dura expresión
que había tenido esta mañana en el gimnasio.
—Apestas.
—Lo sé.
69
Se alejó un paso.
—Adiós, Toren.
—Adiós, Jennsyn.
En el momento en que la puerta se cerró detrás de ella, subí las escaleras.
E hice lo mejor que pude para no pensar en ella mientras tomaba otra ducha
fría.
6
JENNSYN
La oficina de la entrenadora Quinn olía a canela, clavo y peras. Era la
habitación que mejor olía en esta casa de campo y el último lugar donde quería
estar sentada.
Si esta primavera me había enseñado algo es que no salía nada buena de
ser llamada a la oficina de la entrenadora en jefe.
Me sonrió desde su lado del escritorio, con las manos suavemente
entrelazadas en su regazo.
—¿Cómo te va, Jennsyn?
—Bien.
—¿Todo bien viviendo con Stevie y Liz? 70

—Sí. Son grandiosas.


En realidad no las conocía suficiente como para decir eso con confianza,
pero eran limpias y corteses y a ninguna parecía importarles que pasara la mayor
parte de las horas en casa en mi habitación, manteniéndome sola.
—Está bien. —Había una tensión en su sonrisa, como si ya no estuviera
saliendo como esperaba, y había estado aquí por menos de cinco minutos—.
¿Estás disfrutando de las prácticas?
Asentí.
—Sí.
Durante la semana pasada hubo algunas disputas menores. Era nueva en
el equipo y no exactamente del tipo al que se le puede maltratar. No había duda
de que era la mejor. Si las otras chicas pensaban que me sentaría en el banco
mientras hacían pucheros por perder a su amiga y ex compañera de equipo,
estaban equivocadas.
Jugaría y jugaría duro. No sabía cómo tomarme las cosas con calma en la
cancha, ya fuera en la práctica o en un juego. Lo daba todo, todos los días. Una
de las chicas, Megan, me había dicho que me relajara en nuestro primer día de
práctica.
Le dije que saliera de la cancha si no iba a trabajar.
Sólo habíamos tenido prácticas de equipo completo con nuestras
entrenadoras durante una semana. Antes de eso, nos habían delineado
regímenes de práctica y entrenamiento, pero en realidad no habían podido
entrenarnos hasta que estuviéramos a dos semanas de la pretemporada de
voleibol. Era sólo una de esas reglas que todas debían cumplir.
A menos que jugaras fútbol. La NCAA les daba mucho más margen de
maniobra y los entrenadores de fútbol llevaban semanas trabajando con sus
jugadores.
—¿Y el entrenamiento? —preguntó—. Probablemente sea más fácil de lo que
estás acostumbrada, pero ¿te sientes bien? —Había una manera en que hacía
las preguntas, como si estuviera buscando algo.
Esta reunión sería mucho más rápida si fuera al grano.
—El entrenamiento ha sido genial. Tiene excelentes instalaciones. —Sí, el
programa era más fácil de lo que estaba acostumbrada, pero con el código de
acceso total para ingresar al edificio, había estado complementando sus 71
requisitos.
—Bien. Eso es bueno. —Suspiró y sus hombros cayeron—. ¿Por qué estás
aquí, Jennsyn?
—Um, porque me pidió que viniera después de la práctica.
—No, no en mi oficina. Aquí. —Señaló el suelo—. En el Treasure State. ¿Por
qué estás aquí?
—Oh. —Por la persecución.
La entrenadora Quinn era la primera persona que me preguntaba eso desde
que me mudé a Montana hace más de un mes. Mis compañeras de cuarto no se
habían entrometido, no es que les hubiera dado mucha oportunidad para hablar
conmigo sobre cualquier tema personal. Ninguna de las otras chicas del equipo
me había preguntado por qué me había transferido. Y más allá de ellas, la única
otra persona que conocía en Mission era Toren.
Quizás me lo habría preguntado si no fuera entrenador y pudiéramos pasar
tiempo juntos.
Había pasado una semana desde que fui a su casa para intercambiar
películas. Mi plan había sido devolver las tres que me habían prestado e irme,
pero cuando abrió la puerta, se veía tan cansado y desgastado que no pude irme
hasta estar segura de que estaba bien. Así que cedí a la tentación de su cálido y
acogedor hogar y entré.
Ahora tenía más películas por regresar.
Quizás después de eso, nuestras despedidas perduraran.
—Sólo estoy aquí para jugar voleibol —le dije a la entrenadora Quinn. Por
un año.
Un año jugando voleibol universitario en mis términos. Un año para ver si
realmente disfrutaba el juego.
Sólo un año.
Entonces tendría mi título y.… algo.
Algo sucedería cuando terminara este año. Simplemente no estaba
exactamente segura de qué era ese algo todavía.
Mis planes eran como bolos de malabarismo. Cada plan que había hecho,
cada plan que se había hecho para mí, había sido lanzado al aire en el momento
en que entré a la oficina de cumplimiento y pedí que me ingresaran al portal de
transferencia. Ahora sólo tenía que decidir qué plan tomar mientras los demás 72
caían al suelo.
—¿Puedo ser honesta acerca de algo? —preguntó la entrenadora, esperando
mi asentimiento—. Cuando recibí tu correo electrónico en mayo, después de que
ingresaste al portal diciendo que estabas interesada en jugar aquí, pensé que era
un error. En realidad, no creí que sucedería hasta nuestra llamada inicial.
Entonces no te pregunté por qué querías dejar Stanford para venir a Treasure
State. Pero debería haberlo hecho. Lo admito, estaba más interesada en incluirte
en el equipo que en hacer preguntas.
—Está bien. —También me interesaba formar parte de su equipo.
—¿Por qué dejaste Stanford? —preguntó—. Eras la estrella de un equipo
importante. Jugaste en las selecciones U18, U19 y U20. Me imagino que tendrás
muchas ofertas para jugar internacionalmente después de graduarte. ¿Entonces
qué estás haciendo aquí?
¿Por qué había puesto en peligro mi futura carrera profesional de voleibol
para mudarme a una conferencia y escuela más pequeñas? Era la verdadera
pregunta.
También fue la pregunta de mi madre.
—Es complicado —dije.
La entrenadora Quinn parpadeó e hizo una pausa, como si esperara que
siguiera hablando. Pero no tenía nada más que decir.
Me había conseguido una beca completa, y aunque significaba que una
junior del equipo había sido eliminada, así era como funcionaban estas cosas.
Todas las chicas del equipo sabían que su lugar dependía del desempeño.
En el esquema de las cosas, había sido una mejora económica. En Stanford,
recibía una asignación mensual. Cada mes se depositaban miles de dólares en
mi cuenta bancaria como estipendio para cubrir la comida y la renta. Además,
toda mi matrícula y cuotas habían sido cubiertas.
Por venir al Treasure State, sufrí un golpe financiero. Mi estipendio era
menor, lo cual era parte de la razón por la que acepté vivir con Stevie y Liz cuando
en realidad sólo quería un lugar propio. Pero por el momento era más barato
dividir la renta.
Sólo sería por un año.
Este año jugaría con todo mi corazón para los Wildcats, pero por lo demás,
mis motivaciones para dejar Stanford eran mías.
—Bien. —La entrenadora Quinn suspiró al darse cuenta de que se había 73
estrellado contra una pared de ladrillos—. Por otra parte, hoy recibí una llamada
de tu madre.
Todo mi cuerpo se puso rígido. No debería haber sido una sorpresa. Mamá
siempre había estado en sintonía con mis entrenadoras. Pero durante el mes
pasado pensé que tal vez, sólo tal vez, finalmente había dado marcha atrás.
Finalmente había respetado un límite.
No. Podría haber evitado el tema del voleibol durante nuestras llamadas
semanales, pero aparentemente un mes fue todo el respiro que me habían dado.
—Fue, eh… —La entrenadora respiró hondo y se hundió en su silla mientras
exhalaba—. Bueno, fue quizás la llamada más extraña que he tenido en mis años
trabajando aquí. Tuve algunos padres que se apasionan con la carrera de sus
hijos y normalmente les digo que si quisiera tratar con los padres, sería
entrenadora en la preparatoria, no en la universidad. No hablo con los padres.
Pero tu mamá...
Era una leyenda del voleibol. Y una mujer que no aceptaba un no por
respuesta.
—La vi jugar cuando era más joven—dijo la entrenadora—. Cuando ella
estaba en el equipo olímpico. Fue un poco surrealista hablar con Katy Bell.
Excelente. ¿Iba a ser una fiesta de amor por mi madre? Con mucho gusto
no escucharía sobre los elogios de mamá y logros. Si quería esa lista, todo lo que
tenía que hacer era pedírsela.
—Es muy, um… audaz, ¿no es así?
Asentí.
—Audaz es una palabra para describirla. —Dominadora. Obsesionada. Eran
otras.
—Bueno, supongo que es verdad lo que dicen. Nunca conozcas a tus héroes.
No se puso muy contenta cuando le dije que no necesitaba consejos sobre cómo
entrenar a mi equipo.
No era en absoluto lo que esperaba que dijera. Bien por la entrenadora
Quinn. La comisura de mi boca se levantó.
—No, apuesto a que no lo fue.
Mamá pensaba que su estatus de estrella como leyenda del voleibol le daba 74
la autoridad para interponerse con mis entrenadoras. La mayoría la dejaba
hacerlo sin dudarlo.
El hecho de que la entrenadora Quinn no hubiera cedido era impresionante.
Había hecho lo que muchos hombres en su lugar no habían hecho en todos mis
años en la cancha.
La entrenadora Quinn era más joven que cualquier entrenador que hubiera
tenido antes, probablemente rondaba los treinta y tantos. Parte de la razón por
la que vine a la Treasure State fue porque era mujer. Demasiados hombres
gobernaban el voleibol femenino. Solo había tenido entrenadores masculinos y
este año quería un cambio.
Tal vez hubiera querido ver cómo una mujer manejaba el rol de entrenadora
en jefe. Tal vez para sentir si era un trabajo que podría hacer algún día.
—Le pido disculpas —le dije—. Por mi madre.
Me rechazó.
—Está bien.
—No, no lo está. No volverá a suceder.
La entrenadora me miró fijamente durante un largo momento, como si tal
vez si callara a mamá le confiaría mis secretos.
No lo haría.
Se estrelló contra la pared de ladrillos otra vez y ahora no se molestó en
presionar más.
—Gracias por venir. Si necesitas algo, mi puerta casi siempre está abierta.
—Gracias. —Me levanté y recogí mi bolsa de gimnasia del suelo. Luego salí
de su oficina y saqué el teléfono de mi bolsillo en el momento en que llegué al
pasillo.
La mayoría de las oficinas por las que pasé estaban a oscuras, pues los
entrenadores ya se habían marchado. Me aseguré de poner suficiente distancia
entre la oficina de la entrenadora Quinn y yo antes de esconderme dentro del
siguiente cuarto oscuro, presionar el nombre de mi madre y cerrar la puerta.
—Oh, bien —respondió—. Acabo de hablar por teléfono con⁠…
—Madre —espeté, mi voz demasiado alta. Llenó el espacio, rebotando en las
sencillas paredes grises—. Llamaste a la entrenadora Quinn.
—¿Y?
75
—Fue tu primera y última llamada.
Mamá suspiró.
—Jennsyn⁠…
—Detente. Por favor. —Mi voz, todavía demasiado alta, tembló—. ¿Por qué
no puedes detenerte?
—Porque tienes todo este talento. Tienes aquello por lo que otras chicas
matarían. Tal vez estés desperdiciando bien todo eso por una aventura en la
naturaleza en una escuela sin nombre en Montana, pero no dejaré que arruines
tu vida. Algún día te darás cuenta de que fue un error. Sólo estoy tratando de
clasificar los daños.
No era la primera vez que escuchaba ese regaño. Las palabras cambiaban
ligeramente con cada variación, pero el mensaje era alto y claro.
Había jodido toda mi vida viniendo a Montana.
Ahora se veía obligada a recoger los pedazos a pesar de que nunca le había
pedido ayuda.
Tal vez significaría algo si hubiera creído que era realmente por mí. Pero las
motivaciones de mamá eran egoístas. Todos los años que había pasado
perfeccionando mis habilidades, los años que había pasado pidiendo favores y
moviendo hilos, no podían ser desperdiciados.
A mamá le gustaba fingir que era por mi propio bien. Pero era por ella.
Siempre era por ella.
—No la vuelvas a llamar. —Colgué sin decir una palabra más, luego me
aseguré de que el teléfono estuviera en silencio antes de meterlo en mi bolso con
mis zapatos sudorosos y mi ropa de práctica.
¿Por qué no podía dejarme vivir mi vida? ¿Alguna vez dejaría de
entrometerse? Tenía veintiún años y actuaba igual que cuando estaba en séptimo
grado. Cuando empezó a presentarme a entrenadores y a proponerme para
programas universitarios.
Séptimo grado. Yo tenía doce años.
¿Era mi culpa por no retroceder antes? Tal vez no era justo que esperara
que dejara de presionar. Seguí sus planes, los disfruté, me deleité con ellos y los
apoyé, durante tanto tiempo, que probablemente sufrió un latigazo cuando pisé
el freno.
Más temprano que tarde, tenía que alcanzarme. 76

Más temprano que tarde, tendría que dar marcha atrás.


Me di un momento para respirar antes de caminar hacia la puerta y abrirla.
Casi choqué con una pared de músculos.
Toren.
Mi corazón dio un vuelco.
—Um hola.
Se quedó de pie, con los brazos cruzados, justo más allá del umbral.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, mirando más allá de él hacia el pasillo.
¿Me estaba siguiendo? ¿Y si alguien nos veía? ?
—¿Qué estás haciendo tú? —Miró fijamente el cartel al lado de la puerta.
Me asomé más allá del marco y vi su nombre en letras azul marino sobre
una placa plateada.
—Oh. Lo siento.
Con un rápido vistazo de lado a lado, asegurándose de que estuviéramos
solos, plantó una mano en mi estómago, presionándome hacia atrás mientras
entraba, cerrando la puerta detrás.
—¿Hay alguna razón por la que estás en mi oficina?
—Necesitaba hacer una llamada telefónica. No me di cuenta de que era tu
oficina.
Lanzó una penetrante mirada a una estantería contra la pared. En la parte
superior, había una foto suya enmarcada de lo que debían ser sus días
universitarios.
El cabello de Toren estaba sudoroso y erizado en ángulos extraños. Llevaba
el uniforme de los Wildcats y sostenía el casco a su lado. Parecía joven y feliz,
con una brillante sonrisa. Si realmente hubiera prestado atención a la
habitación, esa foto me habría llamado totalmente la atención.
—Lo juro, no fue un elaborado plan para colarme en tu oficina. Sólo
necesitaba un lugar tranquilo para llamar a mi madre.
—Estas puertas no son exactamente insonorizadas. —Puso un pulgar sobre
su hombro—. ¿Todo está bien?
—Genial —mentí.
77
Los labios de Toren se fruncieron pero no presionó para que le diera una
explicación.
Por el momento, era la única persona en mi vida que no esperaba nada de
mí. Tal vez por eso había tomado más películas suyas, sabiendo muy bien que
tendría que llevarlas de vuelta. Sólo quería unos minutos más de su compañía.
Porque cuando estábamos juntos, podía respirar.
Llevaba unos pantalones cortos grises y una camiseta de la Treasure State
que se tensaba sobre su ancho pecho. Llevaba una gorra azul, cuyo ala protegía
sus ojos claros. Olía a aire fresco y a sol. Un toque de su colonia captó mi nariz,
masculina y limpia.
Lo recogí y sentí que el nudo en mi pecho se aflojaba.
—En realidad, no todo está genial. —Las palabras salieron sin mi permiso
al exhalar. ¿Cuándo fue la última vez que le admití eso a alguien? Lo lamenté
inmediatamente.
—¿Quieres hablar de ello?
Casi dije que sí. Casi.
—No. —Negué con la cabeza y miré alrededor de su oficina antes de
quebrarme y cambiar de opinión.
La estantería era escasa pero no vacía. Un estante tenía esa foto de él en
uniforme. Otra tenía dos trofeos, premios que había ganado como entrenador. El
tercer estante tenía un casco de los Wildcat, del mismo estilo que el que había
usado en la foto.
—Sin libros —susurré.
Sin sorpresa.
Su escritorio era un desastre de papeles y carpetas.
Nunca antes había visto un refrigerador tan ordenado como el de Toren. Su
casa parecía estar siempre limpia. Pero su camioneta estaba sucia y su escritorio
en desorden.
Me gustaba que fuera a la vez organizado y caótico. Que tuviera
peculiaridades como cualquier hombre normal.
Mientras inspeccionaba las desnudas paredes, su mirada estaba fija en mi
perfil. Esa mirada era tan potente como cualquier toque.
78
Me recordó la fiesta del día cuatro. Sentí curiosidad por el ruido de la casa
de al lado, así que fui a ver qué estaba pasando por mí misma. En el momento
en que Toren me vio, sentí su mirada.
—Jennsyn. —Esa voz profunda y suave rodó por mi columna como una
caricia.
Había muchas cosas sobre Toren que me llamaron la atención en su fiesta.
Su alta y ancha figura. Su mandíbula cincelada y su impresionante rostro. Sus
deslumbrantes ojos. Pero fue su voz la que selló el trato. Su voz fue la razón por
la que rompí todas mis propias reglas y pasé la noche en su cama.
—¿Qué? —Lo enfrenté, mi respiración se cortó ante la intensidad en esos
ojos. Eran demasiado para sostenerlos, así que bajé mi mirada a su boca.
Debería haberlo besado a la mañana siguiente de la fiesta. En lugar de dejar
mi número, debería haberlo dejado con un beso.
El aire entre nosotros se volvió pesado, como una niebla invisible de tensión
y deseo.
La garganta de Toren se movió.
El sonido de una puerta cerrándose apagó el calor en mis venas como un
balde de agua helada. Me alejé mientras Toren se hacía a un lado y se pasaba
una mano por la cara.
¿Qué estábamos haciendo? No era nuestro vecindario. No era un
intercambio de correo mal entregado ni un intercambio de viejos DVD.
Entré a su oficina sin ser invitada. Había cerrado la puerta. Si alguien nos
atrapaba aquí, estaríamos jodidos.
—Lo lamento. —No debería haber venido aquí. No debería estar aquí.
Así que pasé junto a él y abrí la puerta poco a poco mientras me aseguraba
de que el pasillo estuviera vacío.
Y cuando me fui, lo hice sin despedirme.

EN LA FIESTA
JENNSYN
—¿Quiénes son estos niños? —Levanté un marco de fotografía de la esquina 79
del escritorio de Toren.
De camino al sótano, vi sus estanterías vacías y entré en su oficina para
husmear.
Había cuatro chicos en la foto y el mayor parecía ser un adolescente. No podía
imaginarme a Toren como padre de un adolescente (o padre de cuatro hijos), pero
tal vez fueran sus hermanos.
Tres tenían su cabello castaño, pero el cuarto, el más joven, tenía una mata
rubia que le caía sobre los ojos.
—Mis primos —dijo.
—Ah. Son lindos.
—Lo son.
Estudié la foto durante un minuto más antes de devolverla al escritorio y
levantarme del borde.
—Tus estanterías son deprimentes.
Soltó una carcajada desde donde estaba apoyado contra el marco de la
puerta, con los brazos cruzados sobre ese amplio pecho.
—Son un poco escasas.
—¿Escasas? —Caminé hasta un estante y pasé el dedo por su superficie
plana y vacía—. Están vacías.
—No completamente. —Señaló con la barbilla el único estante que tenía libros.
Dos ejemplares de El Conde de Montecristo. Y tres novelas de las que nunca
había oído hablar antes.
Cinco libros cuando tenía estantes para quinientos.
Los estantes no estaban empotrados en las paredes. No eran elementos fijos
de la oficina. Los había traído. Probablemente los construyó. Las columnas y filas
blancas estaban impecables, esperando ser llenadas.
¿Qué clase de hombre tenía estos estantes pero ningún libro? Si no hubiera
captado ya mi interés, sería la habitación que lo habría hecho.
Quizás no fueran sus estanterías en absoluto. Tal vez pertenecían a una ex y
se las había traído durante una separación. O tal vez habían sido un regalo de
inauguración de un generoso miembro de la familia.
80
Crucé la oficina y me detuve frente a Toren, quien se apoyaba en el marco de
la puerta de la oficina con los brazos cruzados. Ni siquiera se movió, incluso cuando
me acerqué tanto que pude sentir el calor salir de su cuerpo.
—¿Por qué no tienes ningún libro? —le pregunté.
—No he leído muchos que quisiera conservar.
Mi corazón brincó. Era la declaración más triste que había escuchado en años.
Me encantaba leer. Era mi escape favorito.
—Preferiría que se quedaran vacías que llenarlas de historias que realmente
no me gustaban.
Entonces estaba esperando los libros adecuados.
Dios mío, estaba en tantos problemas. Me había prometido no más hombres.
No después de Christian. Prometí pasar este año concentrada en mí misma.
Por Toren, quizás tuviera que romper esas reglas.
—Eso me gusta —dije—. Mucho, en realidad.
—Gracias. —Su sonrisa fue magnífica.
Me tomó todo lo que estaba en mi poder no ponerme de puntillas y besar la
esquina de esa sonrisa.
La temperatura en la habitación se disparó cuando me miró fijamente. Sus
ojos se oscurecieron, como si no fuera la única que estuviera pensando en un beso.
Pero no se movió, ni siquiera un centímetro. No por un toque. Ni por un beso.
La tensión nos envolvió. Las chispas llenaron el aire. Nos observamos uno al
otro desafiantemente, como si hubiéramos pasado toda la noche superando los
límites hasta que uno finalmente cedió. Había un tácito desafío entre nosotros para
ver quién daría el primer paso.
Era el mejor juego previo que jamás había experimentado en mi vida.
Si me dejaba, jugaría toda la noche.
—Entonces... ¿dónde está ese mini refrigerador?

81
7
TOREN
“Vamos Big Blue. Vamos Big Blue. Vamos Big Blue”.
El bar que organizaba este evento posterior al juego era ruidoso y estaba
lleno de gente, pero el canto de los Wildcat todavía resonaba en mi mente a pesar
de que el primer juego de la temporada había terminado hacía horas.
Habíamos aplastado absolutamente al otro equipo. Era una altura en la que
estaría subiendo durante horas; que había estado subiendo durante horas.
Como entrenador, había una emoción diferente después del partido. Como
jugador, cuando perdíamos, sentí esa frustración por el equipo y por mí mismo
si había jugado como una mierda. Pero como entrenador estaba al margen, todos
los sentimientos se intensificaban. Más afilados. Más duros.
82
Cuando perdíamos, sentía la decepción durante días. Lo cuestionaba todo,
preguntándome en qué me había equivocado al enseñarles a mis jugadores.
Gracias a la mierda, habíamos ganado. De hecho, podría dormir esta noche.
Estas victorias y el orgullo que sentía por mis jugadores eran mi parte favorita
de este trabajo.
Mi defensa había sido brutal en el campo, eficiente y sincronizada, como si
estuviéramos al final de una temporada, no al comienzo.
Sería un buen año. Podía sentirlo en mis huesos.
Gran parte de ese sentimiento tenía que ver con el hombre que estaba a mi
lado. Tener a Ford como entrenador en jefe era como un soplo de aire fresco. Se
preocupaba por nuestro equipo, por esta escuela, de la misma manera que yo me
preocupaba por el programa.
Estaba aquí por el fútbol, no por la gloria. Se mantenía al margen de las
tonterías políticas y, aunque eventos como éste eran buenas relaciones públicas,
parecía que Ford quería estar en otro lugar.
Con alguien más.
—Ford. —Empujé su codo con el mío.
Nada. El hombre bien podría haber estado en otro planeta, no en este bar
del centro de Mission.
Le di un codazo de nuevo.
Apartó la mirada de Millie, quien estaba al otro lado de la barra.
—¿Eh? ¿Qué dijiste?
—No sé por qué estás parado aquí cuando claramente quieres estar allí. —
Señalé el extremo opuesto de la habitación donde Millie estaba hablando con
algunas personas vestidas con ropa Wildcat. Probablemente donantes.
Era la mejor convenciendo que jamás había conocido. El hecho de que fuera
sólo la subdirectora atlética, no la persona en la posición de Kurt, nunca dejaba
de desconcertarme. Corría en círculos alrededor de Kurt y de hecho tenía el
respeto del personal.
Y claramente tenía la atención de Ford. Su mirada se posó en ella de nuevo.
—¿Qué está ocurriendo allí? —pregunté.
—Nada.
Mentiroso. Algo estaba pasando con ellos. Esperaba, por el bien de ambos, 83
que estuvieran trabajando para dejar atrás el pasado. Tal vez comenzar algo
nuevo.
Ambos eran mis amigos. Se merecían lo mejor.
Se merecían uno al otro.
Existía una política de no confraternización para los empleados del mismo
departamento. ¿Cómo navegarían ese lío? ¿Simplemente ignorarían las reglas?
No era mi problema. Había roto la regla más importante de todas. Ford y
Millie no recibirían ningún juicio de mi parte.
No cuando no podía dejar de pensar en cierta estudiante.
Había pasado un mes desde que encontré a Jennsyn en mi oficina. Desde
ese día, había hecho todo lo que estaba en mi poder para evitarla. Si existía la
posibilidad de que nos cruzáramos, cambiaba mis planes. Hacía ejercicio cuando
sabía que el equipo de voleibol estaba entrenando. En casa, sólo salía a recoger
el correo cuando estaba completamente oscuro. Cuando salía dando marcha
atrás de mi garaje, no me permitía ver al lado.
No nos habíamos visto, pero no significaba que no hubiera estado en mi
mente. El equipo de voleibol había ganado el partido de esta noche. Había visto
actualizaciones de puntuación durante una hora.
Jennsyn no estaba en el bar esta noche, pero si aparecía, estaría tan en
sintonía con ella como Ford lo estaba con Millie.
—Estás viendo. —Me moví, dándole la espalda a la barra para que Ford
pudiera mirarme a la cara.
Esta noche estaba agitado y seguía pasando las manos por su cabello
castaño claro. Si notaba con qué frecuencia observaba a Millie, lo más probable
era que Kurt o alguien más lo notara también.
Ford suspiró, mirando alrededor de la barra, probablemente notando los
cambios de cuando estábamos en la universidad.
La mayoría de los bares del centro de Mission lucían exactamente como años
atrás, cuando jugábamos para los Wildcats. Atendían a los estudiantes
universitarios que se iban de fiesta todos los fines de semana. Pero este bar había
sido objeto de una profunda renovación hace unos años.
Atrás quedó el bar de mala muerte y el rancio olor a humo de cigarrillo.
Ahora tenía estilo y un robusto toque que atraía tanto a estudiantes como a 84
empresarios locales.
En el centro de la habitación estaba la propia barra. La forma rectangular
les permitía a los clientes realizar pedidos desde cualquier lado. Cabinas de
respaldo alto y cuero color chocolate se alineaban en las paredes de ladrillo rojo.
Los espejos de los estantes para licores estaban enmarcados con postes de
oscura madera. Una gran puerta de garaje con ventanas de paneles negros daba
a Main. En verano, levantaban la puerta para que el aire del atardecer pudiera
ahuyentar el calor de tantos cuerpos hacinados.
Parks estaba junto a la puerta, hablando con algunas caras conocidas. Todo
el cuerpo técnico estaba aquí. Todos habíamos venido al centro después del
partido y de la reunión de nuestro equipo con los jugadores. No había nadie aquí
que no estuviera usando algo del equipo Wildcat. Incluso los camareros estaban
vestidos de azul real y plateado.
No fui el único que se emocionó con el juego de hoy.
Aunque Ford parecía estar disfrutando de algo más.
Aparté ese pensamiento, no quería pensar en Ford y Millie. Bien podrían ser
mis hermanos en este momento.
Él comprobó la hora en su teléfono.
—¿Hasta qué hora dura esto?
—El correo electrónico decía que teníamos que quedarnos hasta las ocho —
respondí.
El gemido de Ford fue absorbido por el ruido de la habitación. Su mirada
recorrió la multitud y se detuvo cuando encontró a su jefe.
Kurt había estado pegado al lado de Ford desde que mi amigo se mudó a
Montana. Mejor él que yo. No me desagradaba Kurt, pero tampoco me gustaba.
Estaba constantemente al margen durante los partidos, interponiéndose en el
maldito camino.
Ford asintió y luego siguió buscando, centrándose una vez más en Millie.
Esta noche estaban jugando con fuego con tantos compañeros de trabajo aquí.
—Ford. —Bajé la voz para que sólo él pudiera escucharme por encima de la
música de fondo y el fuerte murmullo de la conversación—. Si sigues mirándola,
todos en este bar sabrán que algo está pasando.
Suspiró y se pasó una mano por la mandíbula. Era un hombre de cabeza
por una mujer. Una mujer a la que despedirían si alguien descubría que tenían 85
una relación.
Millie había trabajado en la Treasure State durante años. Claro, tenía el
puesto. La experiencia. Y Ford era el empleado más nuevo en el departamento de
atletismo. Pero era el entrenador en jefe de fútbol. Si uno perdía su trabajo, no
sería Ford.
No era justo, pero era la realidad.
Esperaba muchísimo que supieran lo que estaban haciendo.
Con un rápido levantamiento de mi mano, llamé a la camarera.
—Dos tragos de tequila, por favor. Del mejor que tengas. Él los pagará.
—¿Tendré uno de esos tragos? —Ford arqueó una ceja mientras sacaba su
billetera.
Sonreí mientras esperábamos los tragos, luego tomé un vaso y choqué el
borde del mío con el de Ford.
—Felicitaciones, entrenador.
—Lo mismo para ti.
Bebiendo el tequila, saboreé la quemadura mientras me calentaba las
entrañas. Tal vez ayudaría a Ford a relajarse finalmente.
Un hombre mayor, con la cabeza calva y brillante, me dio unas palmaditas
en el hombro, luego le tendió una mano a Ford.
—Gran juego. No puedo esperar a ver cómo va la temporada.
—Gracias —dije mientras Ford hacía lo mismo.
¿Cómo se llamaba este chico? Había estado en una recaudación de fondos
este verano que habíamos tenido en el estadio, pero había conocido a tanta gente
esa noche que no podía recordarlo.
No es que tuviera que recordarlo. En el momento en que el calvo se fue, otra
persona tomó su lugar. Luego otro. Luego otro. Los nombres y rostros
comenzaron a desdibujarse mientras todos clamaban por la atención de Ford.
Y él se las dio.
Hasta las ocho exactamente.
—Me voy —dijo, dejando escapar un largo suspiro—. Gracias por todo hoy.
—Por nada. —Le di una palmada en el hombro—. Hasta el lunes. 86

—Hasta el lunes. —Asintió y luego desapareció entre la multitud.


El lugar de Millie en la barra estaba vacío. Ella también se fue.
Levanté una mano, a punto de llamar a la camarera, cuando un cuerpo llenó
el lugar que Ford acababa de dejar libre.
—Hola. —Una bonita morena colocó sus codos en la barra, inclinándose
hacia mí mientras me sonreía.
—Hola.
Hizo girar en el aire un bien cuidado dedo.
—¿Estás aquí por esto del fútbol?
Por esto del fútbol. Su tono no fue demasiado crítico, pero tampoco me perdí
el sutil comentario. Y considerando que vestía los mismos colores que todos los
demás en el bar, no era la mejor manera de iniciar esta conversación cuando la
respuesta era obvia.
—Sí. —Enfaticé la i.
—Ah. Sólo estoy en la ciudad por el fin de semana. Viaje de negocios. —Sus
ojos marrones recorrieron mi rostro antes de que su mirada bajara a mi pecho y
brazos. Un rubor se apoderó de sus mejillas mientras su sonrisa se ensanchaba.
Todo lo que tenía que hacer era tener una pequeña charla durante unos
minutos, coquetear con una bebida, y esta hermosa mujer que claramente tenía
la intención de no ir sola a su hotel esta noche me invitaría a su habitación a
tener sexo.
Otra noche, en otro momento, tal vez la habría aceptado. Excepto que
cuando se acercó, y su brazo casi rozó el mío, me alejé poco a poco.
No era la mujer que deseaba.
Mierda.
Jennsyn realmente me había retorcido hasta convertirme en un maldito
nudo, ¿no? No quería una relación casual con una morena, no cuando quería
mis manos enredadas en su rubio cabello. Quería perderme en ojos azules, no
en marrones. Quería una mujer que nunca dijera por esto del fútbol como si
estuvieran por debajo de ella.
¿Qué estaba haciendo aquí? Ford ya no estaba. Estaba solo. Era hora de
que me fuera a casa. 87

—Que tengas una buena noche.


La mujer parpadeó y se le formó una arruga entre las cejas, pero se recuperó
rápidamente del rechazo y esbozó una genuina sonrisa.
—Tú también.
Mientras Kurt miraba en la otra dirección, salí por la puerta principal y
caminé por la cuadra.
Main Street era ruidosa los sábados por la noche. Los estudiantes
universitarios pasaban corriendo a mi lado mientras saltaban de un bar a otro.
Las parejas paseaban por las aceras de la mano. Las farolas proyectaban un
dorado resplandor en la noche y los faros del tráfico se reflejaban en los
relucientes escaparates.
Últimamente no pasaba mucho tiempo en el centro. Si no estaba en el
campus por trabajo o en la granja con Faith, entonces estaba en casa. La última
vez que salí a cenar con amigos, conocí a una mujer con la que salí durante
aproximadamente un mes.
Al principio lo pasamos bien. Pero odiaba quedarse en casa. Cada vez que
le sugería cenar en mi casa y ver una película en el sofá, me miraba como si me
hubieran crecido dos cabezas. Cuando me di cuenta de que estaba más
interesada en colgarse del brazo de un entrenador de fútbol de los Wildcats y en
hacerme pasear por la ciudad que en conocerme, bueno... perdí su número
rápidamente.
Desde entonces, sólo habían sido encuentros casuales.
Y Jennsyn.
¿Qué estaba pasando conmigo? ¿Por qué no podía sacudírmela? Todo lo que
había sucedido esa noche me había dejado perplejo. Cada caricia. Cada palabra.
Tal vez necesitaba una aventura al azar para sacarla de mi mente. Pero la
idea de darme la vuelta, de regresar al bar y de encontrarme con esa morena me
ponía la piel de gallina, así que seguí caminando.
Estaba casi en mi camioneta, estacionada a unas cuadras del bar, cuando
el teléfono vibró en mi bolsillo. Faith.
—Hola —respondí—. ¿Qué pasa?
Su sollozo me hizo lento.
—Lamento llamar tarde. 88

—Está bien. Estoy en el centro, saliendo de un evento.


—¿Estarías dispuesto a llamar a Beck mientras conduces a casa? Esta
noche tuvimos una gran pelea.
Maldición. Beck estaba presionando cada botón de su madre estos días.
Empujando todos los límites.
Llegué a mi camioneta y cerré las cerraduras con la llave.
—Haré algo mejor. Terminaremos en unos pocos minutos.
Ella suspiró, sollozando de nuevo.
—Lo siento, Toren.
—No lo hagas. Te veré en unos minutos. —Subí a mi camioneta, encendí el
motor y me dirigí a la granja.
Beck estaba esperando en el columpio del porche cuando me estacioné
afuera de la casa.
—Hola. —Tomé el asiento a su lado y alboroté sus rizos castaños.
Normalmente, su cabello era liso como un alfiler. Pero este año se lo había
dejado largo en la parte superior y le había rogado a Faith que le permitiera
hacerse permanente en la parte superior. Parecía ridículo, pero aparentemente
era el estilo.
No apartó mi mano. Significaba que esa pelea había sido dura.
—¿Qué pasó?
—Me peleé con mamá. —Bajó la barbilla y miró fijamente su regazo. La
sudadera con capucha Wildcat que llevaba era una del tío Evan. Caía sobre su
cuerpo y las mangas caían más allá de sus dedos. Pero supongo que esta noche
necesitó la vieja sudadera de su padre.
—¿A qué se debió la pelea?
—A uno de mis amigos —murmuró.
—Ah. —Crucé un tobillo sobre mi rodilla mientras se hacía el silencio.
Entonces esperé.
De todos los hijos de Faith, Beck era el que más se parecía al tío Evan.
Siempre había sido un hombre que nunca apresuraba una conversación. Era
deliberado con sus palabras. Mi papá también había sido así. Así que empujé
suavemente el columpio, esperando hasta que Beck estuviera listo para hablar.
89
—A mamá no le gusta Henry porque la mamá de Kyle le dijo que a Henry lo
atraparon viendo pornografía —espetó.
—Pornografía. —Parpadeé. Beck tenía trece años. ¿No era demasiado
pronto? ¿Cuándo fue la primera vez que vi pornografía?—. De acuerdo.
—Todos están en casa de Henry esta noche y se quedarán a dormir, pero
ella no me dejó ir. No es justo. Todos mis amigos están allí y simplemente está
siendo estricta porque no quiere que me divierta.
Le di un minuto para respirar y luego pasé un brazo por encima del respaldo
del columpio.
—¿De verdad crees que no quiere que te diviertas?
Se encogió de hombros.
—Tal vez solo te esté cuidando.
La boca de Beck se frunció en una línea de enojo mientras miraba ceñudo
hacia la oscuridad.
—Siempre estás de su lado.
—No hay lados, amigo. No cuando todos estamos en el mismo equipo.
Se hundió en una fuerte exhalación.
—Henry fue quien la vio, no yo. Y se metió en problemas. Perdió su teléfono
durante dos semanas.
—¿Alguna vez viste pornografía?
Silencio. Eso significaba que sí.
—No le digas a tu mamá —dije en voz baja.
Todavía era sólo un niño, especialmente a los ojos de Faith. Pero estaba
creciendo y, tarde o temprano, tomaría decisiones adultas.
—Necesitamos hablar sobre sexo.
—Toren…
Levanté la mano para interrumpirlo.
—Probablemente lo sepas todo de todos modos, pero en caso de que no lo
hagas, simplemente... déjame sacarlo.
Beck gimió pero permaneció sentado, escuchándome buscar a tientas una
90
explicación sobre los pájaros y las abejas. El tío Evan había estado vivo para
hacer esto con Abel. Pero probablemente también sería quien les diera la charla
a Cabe y a Dane, ¿no?
—¿Preguntas? —le dije cuando terminé.
—¿Podemos no volver a hacer eso más?
—Definitivamente. —Extendí un puño para que pudiera golpear sus nudillos
con los míos—. Tu mamá te quiere. Sólo está tratando de hacer lo que cree que
es mejor para ti. Déjala relajarse un poco, ¿sí? Y le hablaré sobre Henry.
—Está bien. —Se puso de pie, la sudadera con capucha le caía casi hasta
las rodillas mientras se dirigía hacia la puerta principal. Pero hizo una pausa
antes de desaparecer dentro—. Gracias, Tor.
—Te quiero, chico.
—Yo también te quiero.
La puerta mosquitera se cerró de golpe cuando entró en la casa. Respiré el
aire de la noche, esperando hasta que Faith saliera.
—Porno, ¿eh? —le pregunté mientras se sentaba en el columpio a mi lado.
Se estremeció.
—Es demasiado joven.
—Tiene trece años. No hay forma de contener su curiosidad. —Sobre sexo
ni, bueno... sobre la vida.
Faith parecía al borde de las lágrimas, pero se las tragó.
—Ojalá Evan estuviera aquí.
—Yo también lo deseo. —La acerqué a mi costado—. Acabo de tener una
charla sobre sexo con Beck.
—Oh Dios. —Enterró la cara entre las manos, encogiéndose y riendo al
mismo tiempo. Cuando levantó la vista, relajó su sien contra mi hombro—.
Gracias por hacer eso.
—Ningún problema.
—¿Los estoy arruinando? —susurró—. No sé qué estoy haciendo estos días.
—No me arruinaste a mí.
—Eres bastante imperturbable. —Me dio una triste sonrisa—. Y tenía a
Evan. 91

No hacía falta decir cuánto lo extrañábamos. Estaba en cada respiración.


En cada latido.
—Me tienes a mí.
Las lágrimas brillaron en sus ojos mientras abrazaba mi brazo.
—Te quiero, chico.
Era la única persona en la tierra que me llamaba chico.
—También te quiero, tía Faith.
—Vete a casa. —Me dio unas palmaditas en la pierna y luego se puso de pie,
secándose los ojos—. Abrazaré y asfixiaré a mis hijos hasta que me echen de sus
habitaciones.
Con Abel, Beck y Cabe, sucedería en minutos. Estaban más allá de la fase
de acurrucarse. Pero Dane no la dejaría irse. Lo que significaba que
probablemente dormiría en su cama esa noche.
—Te llamaré mañana —dije, poniéndome de pie y cruzando el porche.
Con un último gesto, entró mientras subía a mi camioneta. Luego conduje
a casa, me estacioné en el garaje pero me quedé al volante durante un largo rato.
La emoción del partido de hoy había desaparecido. Esa emoción, el buen
humor, se había desvanecido.
En lugar de eso me sentía... cansado. Tan jodidamente cansado.
Entré y subí las escaleras, sin molestarme en encender las luces mientras
me dirigía a mi habitación. Me acababa de quitar los zapatos y los calcetines
cuando miré por las ventanas del balcón.
La luz de la cubierta estaba encendida, emitiendo suficiente brillo para
iluminar a la persona sentada en el borde de mi jardín.
Jennsyn.
Mi corazón se detuvo. Maldita sea. ¿Cuándo se detendría eso?
Sus largas piernas estaban estiradas frente a ella mientras se recostaba
sobre los codos, viendo hacia las luces de la ciudad y la luna que colgaban en el
cielo.
—Vete a la cama, Toren. —Sólo vete a la cama.
Excepto que era un jodido tonto. En lugar de cerrar las cortinas, fingiendo
que no estaba allí, bajé las escaleras y me deslicé por la puerta corrediza, 92
atravesando el césped descalzo.
No es de extrañar que los de ella también estuvieran desnudos.
—Hola —dije, sentándome a su lado en el césped.
—Hola. —No se apartó de la vista mientras hablaba.
La luz de las estrellas besó su perfil, resaltando las delicadas líneas de sus
mejillas, barbilla y nariz.
Dios, era hermosa. Tan deslumbrante como cualquier estrella. Tan
cautivadora como cualquier galaxia. Era imposible no verla.
—¿Estás bien? —me preguntó.
¿Sabría que mi respuesta hace un momento habría sido no? Pero ahora que
estaba sentado aquí con ella...
—Todo bien.
—Perdón por traspasar. Tu vista es mejor. —Señaló con la cabeza la hilera
de setos que actuaban como una cerca baja en la parte trasera del patio detrás
de su casa—. Y tu hierba es suave.
—Está bien.
—Escuché que ganaste tu juego.
—Escuché que ganaste el tuyo también.
Asintió y desvió la mirada hacia el cielo.
—Algún día, cuando deje Montana, extrañaré las estrellas.
Y se iría, ¿no? Éste era sólo un lugar para que fuera a la escuela. Un lugar
para jugar voleibol hasta empezar su vida real.
Porque era estudiante.
Seguía recordándome ese hecho, una y otra vez. Si tenía suerte, tarde o
temprano se mantendría.
—¿Dónde están tus compañeras de cuarto? —Mi noche estaría
efectivamente jodida si Stevie o Liz salían y nos veían juntos.
Estábamos sentados en mi césped. Era inocente. Excepto que no lo era.
—Una de las otras chicas invitó a algunas personas a pasar el rato.
—¿No quisiste ir?
Negó con la cabeza.
93
—No.
No podía pensar en una sola vez que hubiera visto a Jennsyn saliendo con
Stevie, Liz o cualquiera de las otras chicas del equipo. Al parecer, la brecha que
Aspen había insinuado el mes pasado no se había curado.
—¿Qué hiciste esta noche? —preguntó.
—Tuve la charla sobre sexo.
Eso llamó su atención. Finalmente desvió esos hermosos ojos en mi
dirección.
—Espero que no haya sido con uno de tus jugadores.
—No. —Me reí—. Con mi primo Beck. Tiene trece años.
—¿Y cómo te fue?
—Es, eh… fue.
—¿Qué le dijiste?
Levanté un hombro.
—La ciencia.
—¿La ciencia? Ay Dios mío. ¿Qué dijiste exactamente?
Mi cara ardió.
—Ahora no quiero decírtelo.
—Por favor. —Juntó las manos—. Te lo ruego. Háblame de esa ciencia.
¿Se daba cuenta de lo imposible que me resultaba decirle que no?
—Le dije que el pene de un hombre entra en la vagina de una mujer, y
cuando eyacula, su semen nada por el cuerpo de la mujer para intentar fecundar
un óvulo. Y que si no quería embarazar a una mujer o contraer una enfermedad
que le hiciera caer el pene, necesitaba usar siempre condón.
Jennsyn me miró fijamente con los ojos muy abiertos, hasta que echó la
cabeza hacia atrás y se rio. Una risa tan fuerte, despreocupada y real que hizo
que me doliera el pecho.
Era la misma forma en que se había reído la noche de la fiesta. La noche en
que robó un pedazo de mi corazón.
Realmente necesitaba que me lo devolviera.
—Ay Dios mío. —Se abrazó el estómago mientras se inclinaba hacia
adelante, como si se hubiera reído tanto que le hubiera provocado un dolor en el
94
costado.
Me reí entre dientes, ese cansancio que había sentido antes desapareció.
—¿Cómo lo hubieras hecho tú?
—No lo sé. —Negó con la cabeza y una cegadora sonrisa iluminó su rostro—
. Hasta aquí llegó la educación sexual de mi madre.
Jennsyn levantó las manos y extendió el dedo índice de la izquierda mientras
hacía un círculo con el pulgar y el dedo medio de la derecha. Luego metió el dedo
por el agujero.
—¿En serio?
Asintió, todavía riendo.
—En serio.
—Mi explicación podría haber sido…
—Científica. —Terminó mi frase.
—Pero me abstuve de hacer gestos con las manos.
—Excelente decisión.
Nos reímos juntos y el sonido se desvaneció en la noche. Estaba demasiado
oscuro para ver el azul de sus ojos, pero las luces de la ciudad y las estrellas
bailaban en sus iris. Mirarla fijamente era como estar desnudo.
Sin mentiras. Sin pretensiones. Sin títulos. Solo nosotros.
Todo lo que tenía que hacer era inclinarme y mi boca estaría sobre la de ella.
Apreté la hierba con el puño para evitar tomar su mano.
Una noche más. Quería una noche más. Entonces la sacaría de mi mente.
Encontraría una manera de sofocar esta atracción, de una vez por todas.
Me incliné, acercándome a unos centímetros de sus labios.
Los faros se encendieron cuando un auto se detuvo en su camino de
entrada. Sus compañeras de cuarto.
Jennsyn se puso de pie de un salto y retrocedió tan rápido que casi tropezó
con los talones.
Mierda. Casi la había besado. ¿Qué diablos me pasaba?
Arrastré ambas manos por mi cara. Quizás necesitábamos otro mes entre
nosotros. O dos. O tres.
—Adiós, Jennsyn —dije, manteniendo mi trasero firmemente plantado en el 95
césped.
Ella retrocedió otro paso.
—Adiós, Toren.
8
JENNSYN
—Maverick Houston me saludó hoy en el pasillo. —Megan, una estudiante
de tercer año que jugaba libero1, se llevó una mano al corazón.
Maverick Houston. El jugador del equipo de fútbol del que había estado
enamorada durante semanas. Cada vez que veía en su dirección, todas nos
enterábamos en el vestuario después de la práctica.
Me peiné el cabello mojado, sin involucrarme mientras las otras chicas
soltaban ooh y aah. Bueno, casi todas las chicas.
Cada vez que Stevie escuchaba el nombre de Maverick, su labio se curvaba.
¿Cuál sería la historia allí? Claramente no era fanática de Maverick. ¿Por
qué? 96
No pregunté. No era asunto mío. En lugar de eso, guardé mi peine en mi
casillero y tomé mi sudadera.
Había una pequeña mancha de hierba en la manga izquierda. La obtuve el
fin de semana pasado cuando entré al jardín de Toren para respirar, pensar y ver
las estrellas.
Había hablado en serio con lo que le había dicho sobre su césped y su vista.
Su patio era superior al mío. Su casa estaba a oscuras y no esperaba verlo el
sábado. Pero también capté el destello de sus faros antes de que entrara al garaje,
y una parte de mí había tenido suficiente curiosidad como para esperarlo.
No para ver si me encontraría en la oscuridad.
Para ver si llevaría a una mujer a casa con él después de ganar un partido
de fútbol.
Al final, otra mujer estaría en su cama. Si no había una ya. Tal vez cuando
siguiera adelante, yo también podría dejarlo ir.
Pero igual que esta mancha de hierba, no estaba lista para borrarlo. Aún
no.

1 El último jugador defensivo itinerante en voleibol o fútbol.


—¿Oyeron de Rush Ramsey? —preguntó Megan, bajando la voz. Siempre
hacía ese tipo de producciones sobre chismes.
Las otras chicas se acercaron a donde estaba parada, su cuerpo todavía
envuelto en una toalla de la ducha.
Me quedé en mi lado del vestuario porque hablaba suficientemente alto para
que todas la escucharan, incluso yo.
—Escuché que embarazó a una chica —dijo.
—¿A quién? —La mandíbula de Liz cayó—. ¿A su novia?
—No, se separaron —dijo Megan—. No sé quién es esa chica, pero el otro día
estaban peleando en el pasillo y ahora todo el mundo habla de que está
embarazada. Creo que fue una conexión aleatoria y… ups.
El vestuario se llenó de charlas, todas especulaban sobre Rush, el mariscal
de campo del equipo de fútbol. Resultó que vivía con Maverick, probablemente
por eso Megan estaba tan obsesionada con ambos.
97
Entré al baño y a la fila de espejos del tocador, luego saqué un secador de
cabello, ahogando los chismes mientras me peinaba.
Nadie me echó de menos en su discusión.
Y tampoco las extrañaba.
Había tácitas reglas cuando se trataba de chismear sobre otros atletas. Los
rumores podían correr desenfrenados entre nuestros distintos equipos, pero
nunca hacia los extraños. A los NARP2 nunca se les permitía entrar en el círculo.
Personas regulares que no eran deportistas no eran invitadas a fiestas ni a
eventos. Nunca estaban al tanto de las actividades de los atletas. Nos
manteníamos reservados y nunca cotilleábamos con personas fuera de un
programa deportivo.
¿Pero dentro de estas paredes, en estos vestuarios? Todo era juego limpio.
Y cuando te veían como una competencia, tus compañeras de equipo podían ser
despiadadas.
Una lección que había aprendido de la manera más difícil.
No volvería a cometer los mismos errores.

2
Non-athletic regular persons: Personas regulares no deportistas.
Cuando mi cabello estuvo seco, tomé mi mochila de al lado de mi casillero
y, sin despedirme del equipo, salí de la habitación, ignorando la forma en que las
voces se convirtieron en susurros reales antes de que desapareciera.
Las chicas podían hablar de mí todo lo que quisieran. Lo peor que podían
decir era que era una perra o una snob.
Dudaba que fueran demasiado duras, considerando que estábamos invictas
en lo que iba de la temporada y que mi porcentaje de respuesta establecería un
récord escolar. Hice seis rotaciones durante los partidos, sin salir nunca de la
cancha, y todavía teníamos que enfrentarnos a un equipo que pudiera
bloquearme.
Me importaban una mierda los chismes. Estaba aquí para jugar. No por
ellas. No por la entrenadora Quinn.
Sino por mí.
Este año jugaría por mí.
98
El teléfono vibró en mi bolsillo mientras caminaba por el pasillo de la casa
de campo. Teniendo en cuenta la poca gente que me llamaba, considerando qué
día era, supe quién era antes de responder.
—Hola. mamá.
—¿Escuchaste mi mensaje?
Demasiado para un saludo.
—Sí.
—Pero no me devolviste la llamada. —Probablemente había un ceño fruncido
en su rostro—. Jennsyn, estoy tratando de salvar tu carrera.
Esperen. ¿Había llamado para hablar sobre mi carrera? ¿Hoy?
—¿Q-qué?
—¿Puedes oírme? Dije: que estoy tratando de salvar tu carrera.
Una carrera que no era suya para salvar. Esta conversación era la razón por
la que ignoré su último mensaje junto con sus tres mensajes de texto más
recientes.
—He estado ocupada con la escuela y la práctica, mamá.
—Puedes tomarte diez minutos de tu apretada agenda para esto —recortó—
. Acabo de hablar con Mike Simmons.
Mis pies se detuvieron tan rápido que mis tenis chirriaron en el piso de
concreto.
Mike Simmons era uno de los agentes deportivos más elitistas del país.
Si algún día quería estar en un equipo nacional de voleibol, si quería tener
una oportunidad en los Juegos Olímpicos, Mike era alguien que podía ayudarme
a llegar allí.
—Se ofreció a aceptarte como clienta —dijo mamá.
Mi corazón latía demasiado rápido para responder. Excepto que no era el
tipo de pulso acelerado y excitado. Se sentía mucho más como temor.
¿No era mi sueño? Hace un año, esta llamada me habría hecho sonreír de
oreja a oreja. ¿Pero ahora? Realmente no podía sentir mi cara.
—Realmente cree que este traslado a Montana podría ser algo bueno. —
Mamá se burló suavemente, como si dudara de la evaluación de Mike. El
presidente del Comité Olímpico Internacional podría decirle que había hecho una
99
buena elección con los Wildcats y todavía no lo creería—. Mike cree que podrás
mostrar tu talento en la Treasure State —dijo—. Tus porcentajes se dispararán.
Y aunque no tendrás mucha competencia este año, habrá menos riesgo de que
te lastimes.
Mike Simmons tenía una opinión sobre mí. Mike Simmons se había ofrecido
a aceptarme como clienta. Mike Simmons pensaba que había tomado una buena
decisión.
No parecía real.
Mamá siguió hablando, pero no pude evitar que su nombre diera vueltas en
mi mente.
Mike Simmons. Mike Simmons. Mike Simmons.
—Le gustaría que lo llamaras pronto para discutir los próximos pasos. Tal
como lo planeamos, necesitarás jugar internacionalmente por un tiempo. Pero
espera conseguirte una oferta en Italia. Eso te posicionará para tu mejor
oportunidad a largo plazo cuando regreses a Estados Unidos.
Italia. Otra palabra, otra posibilidad, que debería haberme hecho saltar de
alegría.
Era el plan, ¿verdad? Jugar en la universidad. Mudarme a Europa y que me
pagaran por jugar profesionalmente durante unos años. Volver a casa y unirme
a un equipo nacional. Ir a los Juegos Olímpicos. Ganar una medalla de oro.
Como mamá.
—Jennsyn, ¿estás ahí?
—Estoy aquí. —Mi voz era ronca—. Lo siento. Esto es, eh… —¿Buenas
noticias? ¿Malas noticias?—. Hay mucho en qué pensar.
—¿En qué hay que pensar? Es el sueño.
Solía ser el sueño. ¿Tuve siquiera un sueño? No, en realidad no. No era un
sueño que fuera mío y sólo mío.
—Programaré una llamada con Mike —dijo mamá.
—No —espeté, luego cerré los ojos, encogiéndome cuando la decepción de
mamá se filtró a través del teléfono.
—¿No? —Estaba furiosa.
—Aún no.
El silencio se extendió entre nosotras, tan denso y tenso como el día que la
100
llamé para decirle que me mudaría a Montana.
Todas nuestras conversaciones importantes se realizaban por teléfono. Era
más fácil así.
Mamá no sabía cómo detenerse. No sabía cómo dejar ir algo. No sabía cómo
perder una discusión.
Fue la razón por la que mi padre la había dejado cuando tenía siete años y
casi no lo había visto desde entonces.
Hablar con ella en persona era asfixiante. Así que aprendí a guardar las
cosas pesadas para el teléfono, cuando podía tocar un botón para apagarla.
—Esto te sobrepasará —dijo—. Moví muchos hilos para llegar a Mike.
Hilos. Siempre estaba moviendo hilos. También se aseguraba de
recordármelo cada vez. Excepto que no le había pedido que solicitara esos
favores. Lo había hecho sola.
—Lo pensaré, mamá.
—Bien.
Esperé, dándole la oportunidad de decir algo más. Cada segundo que
pasaba, mi corazón se encogía.
Mamá no había llamado para saludar. No había llamado porque me
extrañara. No me había llamado hoy para decirme feliz cumpleaños.
Había llamado por el voleibol.
Cualquier deseo que hubiera tenido de hablar con ella o con Mike Simmons
se desvaneció. Puf. Desapareció.
¿El sueño? No lo quería. No cuando se trataba de esos hilos que tenía que
mover. No cuando venía con sus propios hilos.
Estaba tan cansada de ser la marioneta y protegida de mi madre.
Ni una sola vez en los meses que viví en Montana mamá me preguntó si
estaba disfrutándolo aquí. No me había preguntado si me gustaban mis clases o
si había hecho nuevas amigas.
¿Cuándo dejaría de sorprenderme el hecho de que todo su universo girara
en torno al voleibol y en nada más?
A mamá no le importaba que hubiera ingresado en Stanford por mérito
propio después de terminar la preparatoria. Simplemente estaba enojada porque
no había ido a su alma mater en Nebraska. No le había preocupado por qué
101
renunciaría a un título de Stanford para obtener uno de la Treasure State. No me
había preguntado cómo me estaba adaptando a un nuevo equipo o a un nuevo
hogar.
Ni siquiera se había acordado de mi cumpleaños.
Las lágrimas inundaron mis ojos. ¿Cuándo había dejado de ser simplemente
su hija?
—Tengo que irme. —Antes de que pudiera detenerme, colgué la llamada.
Luego me sequé las comisuras de los ojos y tragué el ardor en mi garganta.
Era sólo un día más. Cumplir veintidós años no era exactamente
monumental. No necesitaba regalos ni fiestas. Esta noche lo celebraría sola con
una pinta de mi helado favorito.
Una mano tocó mi hombro, sacándome de mi cabeza.
Stevie estaba a mi lado con una pequeña sonrisa.
—Lo siento. Creí que me habías oído acercarme.
—Oh, um, lo siento. Estaba hablando con mi mamá.
—¿Todo está bien?
—Sí, está genial —mentí—. ¿Te veo en casa?
—Seguro. —Asintió y retrocedió. Luego se giró y caminó hacia la salida que
conducía al estacionamiento mientras continuaba por el pasillo, respirando a
través del dolor en mi pecho.
Mi teléfono volvió a sonar, esta vez con un mensaje de texto de mamá.
Me colgaste antes de que pudiera desearte feliz cumpleaños.
Me burlé. Bueno, al menos no lo había olvidado. Era algo, ¿verdad? Tal vez
le enseñaría a comenzar primero con las cosas importantes.
No es que mamá alguna vez pensara que algo fuera más importante que el
voleibol.
Saqué la mochila de mi hombro y metí el teléfono en un bolsillo para no
sentirlo sonar. Luego me dirigí a la puerta de la escalera.
El centro de estudios del segundo piso estaba reservado para los deportistas.
Era más tranquilo que la biblioteca principal del campus, y si un atleta
necesitaba un tutor, esas reuniones no se llevarían a cabo públicamente para
102
que los demás estudiantes las presenciaran.
También les permitía a los entrenadores imponer el tiempo de estudio
requerido, aunque la entrenadora Quinn no había impuesto ninguna de esas
reglas para nuestro equipo. No necesitaría hacerlo por mi cuenta.
Había obtenido excelentes resultados en mis clases en Stanford. También
las superaría en la Treasure State.
La habitación estaba prácticamente vacía a excepción de dos chicas
sentadas a una mesa en la esquina. Dejé mi mochila en una pequeña mesa con
sólo dos sillas y luego salí al pasillo para rellenar mi botella de agua.
—Hola, Jennsyn. —Millie Cunningham, una de las subdirectoras
deportivas, caminó por el pasillo y llegó antes que yo al bebedero.
—Hola, señorita Cunningham.
—Millie —me corrigió, girando la tapa de su propia botella de agua—. ¿Lista
para el partido de mañana?
—Más que lista.
Millie había pasado por la práctica hace unas semanas para presentarse.
Supervisaba la mayoría de los programas del departamento, incluido el voleibol.
Era hermosa, con sedoso cabello castaño y bonitos ojos color avellana. No la
conocía bien (no estaría aquí tiempo suficiente para conocerla a ella ni a nadie
bien), pero parecía amable y genuina. También parecía adorar su trabajo.
Tal vez podría tener una carrera en el departamento deportivo de una
universidad como Millie. No había considerado la administración, pero la
agregaría a mi lista de posibilidades.
—¿Cómo va la escuela? —preguntó mientras terminaba de llenar su botella.
—Hasta ahora, bien. Me gustan mis clases y es un hermoso campus.
Mission estaba enclavada en un valle junto a las montañas Mission. Todas
las mañanas, me paraba en la ventana de mi habitación y me permitía
contemplar los picos a lo lejos, maravillándome de su belleza. Las fotos en el sitio
web de la Treasure State no le hacían justicia al paisaje.
—Me alegra que lo estés disfrutando —dijo Millie, apartándose del camino
para que pudiera ocupar su lugar en el bebedero—. Si alguna vez necesitas algo,
mi puerta está abierta. Te veré en el partido mañana por la noche. Buena suerte.
—Gracias. —La saludé con mi mano libre mientras se daba vuelta y se
alejaba, doblando una esquina que la llevaría a su oficina.
103
Excepto que antes de que terminara, antes de que hubiera ido demasiado
lejos, una voz profunda y familiar la detuvo.
—Hola, Millie —dijo Toren.
Mi respiración se detuvo en mi garganta. No lo había visto desde el sábado
pasado y hoy, en mi cumpleaños, quería vislumbrar ese hermoso rostro. Una
mirada, era todo. Un regalo para mí.
—Hola —dijo Millie—. ¿Qué pasa?
—Nada. Acabo de terminar la práctica e iba a comer una hamburguesa.
Pensé en ver si querías acompañarme. Quizás podríamos hablar.
Hablar. Eso sonaba serio. ¿Hablar acerca de qué?
Esperen. ¿Pasaba algo con Toren y Millie?
Mi botella de agua estaba llena, pero no hice ningún movimiento para girar
la tapa. En cambio, me quedé con los pies congelados y los oídos atentos, como
una chica que no podía evitar escuchar una conversación que no era para ella.
—¿Hablar acerca de qué? —le preguntó.
—Del sábado.
¿Qué pasó el sábado? ¿El sábado pasado?
No quería hablar con ella sobre mí, ¿verdad? No le habría hablado de
nosotros. No, no había manera. Algo debe haber pasado. ¿Antes o después de
sentarse conmigo en su césped?
—No creo que esté lista para hablar todavía —dijo.
—Me parece bien. Pero todavía te compraré la cena. ¿Hamburguesas o
pizza?
Ella tarareó.
—La última vez tuvimos hamburguesas. Vayamos por pizza.
La última vez. ¿Sería una cita? ¿Otra cita? Mi estómago se hizo un nudo.
Era lo que esperaba que sucediera. Al final él encontraría a alguien más. No
hacía que doliera menos.
Despegué los pies y me alejé un paso del bebedero, retrocediendo
lentamente mientras sus voces se apagaban. Luego entré en la sala de estudio,
mi cabeza daba vueltas mientras me hundía en la mesa y miraba sin pestañear 104
su superficie de madera.
Toren y Millie.
Hacían sentido como pareja. Debían tener casi la misma edad. Ambos
trabajaban en atletismo. Ella era tan hermosa como él de guapo. Sus hijos
probablemente serían deslumbrantes con cabello oscuro y ojos bonitos.
Ese nudo en mi estómago se tensó tanto que me dolió el costado.
¿Por qué no podía dejar de desearlo? Todo sería más fácil si fuera el tipo que
vivía al lado, el tipo que trabajaba en este edificio. Si fuera un entrenador más.
Cerré los ojos y respiré por la nariz, reteniendo el aire en mis pulmones
hasta que me ardió. Luego exhalé y abrí la cremallera de mi mochila, sacando el
libro de texto de mi curso de Principios de Derecho Empresarial.
Acababa de pasar a mi capítulo cuando la puerta se abrió y dos jugadores
de fútbol entraron arrastrando los pies, ambos vestidos con holgadas sudaderas
grises y sudaderas con capucha Wildcat azul real. Uno levantó la barbilla en un
silencioso saludo mientras el otro señalaba una mesa cercana.
La puerta estaba casi cerrada, pero luego se abrió de nuevo cuando Toren
entró.
Su mirada se encontró con la mía y, por un breve segundo, sonrió, con los
ojos arrugándose a los lados. Pero esa leve sonrisa desapareció en un segundo,
enmascarada por un educado asentimiento antes de centrar su atención en los
jugadores de fútbol.
Toren caminó hacia su mesa, apoyando sus manos en el respaldo de una
silla vacía mientras les hablaba a ambos en voz baja.
Este verano, el día que fui a su casa después de cuando supe que era
entrenador, me dijo que me habría llamado. Le creí entonces.
¿Sería verdad? ¿O había sido sólo una línea? Probablemente era
simplemente esa mujer con la que había tenido sexo después de su fiesta del 4
de julio y de la que se había olvidado al día siguiente.
Esto tenía que detenerse. Ahora. Antes de que arruinara todo de nuevo.
Cuando Toren terminó, salió de la habitación y se fue sin siquiera mirarme.
Tenía que ir a cenar. A su pizza con Millie.
Y yo sólo quería volver a casa. Así que empaqué mi mochila y salí de la casa
de campo, deteniéndome en la tienda de comestibles más cercana para
105
comprarme un pastelito.
Lo comí sola en mi auto y terminé el último bocado mientras mi teléfono
sonaba con un mensaje de texto.
Feliz cumpleaños J.
Mi barbilla empezó a temblar, pero me negué a llorar. No por esto. No por la
última persona en el mundo de la que quería saber hoy que fue la única persona
que me deseó feliz cumpleaños. El sarcástico texto de mamá realmente no
contaba.
Mis dedos volaron sobre la pantalla mientras escribía mi respuesta.
Vete a la mierda

EN LA FIESTA
TOREN
En el momento en que Jennsyn entró al sótano, una sonrisa se dibujó en su
bonita boca.
—Ah. Aquí está el paraíso para los solteros que estaba buscando.
Me reí entre dientes mientras caminaba por el área abierta, observándolo
todo, desde el bar contra la pared del fondo hasta el televisor montado frente a la
mesa de billar.
Mientras sus dedos rozaban el fieltro verde, mi pene se contrajo, desesperado
por ese toque en mi piel. Joder, era hermosa. Flotaba más que caminaba,
levantándose sobre los dedos de los pies desnudos de vez en cuando como si la
gravedad no tuviera suficiente fuerza. Y esas piernas. Largas. Tonificadas. Lisas.
Las quería envueltas alrededor de mis caderas.
—Nunca antes jugué billar —dijo, caminando hacia el taco.
—Yo te enseñaré. —No era una pregunta. Ni una invitación. No se iría, todavía
no. No si podía retrasar esa salida. Así que tomé un taco y un cuadrado de tiza
azul, luego agarré el triángulo para colocar las bolas. Cuando me alineé para
romper, su mirada estaba fija en mi trasero.
Oh sí.
Las bolas tintinearon mientras se dispersaban, y aunque las cuatro bolas 106
cayeron en una tronera, le entregué el taco a Jennsyn para que lo intentara.
—No hay ninguna posibilidad de que sea buena en esto —dijo.
—Se necesita práctica.
Alineó un tiro que se desviaría por un kilómetro. Sus ojos se entrecerraron en
concentración. Su nariz se arrugó en el puente. Echó hacia atrás el palo, lo sostuvo
demasiado tiempo y luego lo empujó hacia adelante, fallando por completo la bola
blanca.
—Te lo dije —resopló, sus mejillas se sonrojaron mientras se reía de sí misma.
—¿Te importa si te ayudo?
—En absoluto.
Me acerqué, cuidando de no tocar su cuerpo, pero suficientemente cerca como
para aspirar el dulce aroma cítrico y sentir el calor de su piel.
Había un brillo en esos ojos azules, como si hubiera estado esperando que me
ofreciera a ayudarla.
Bien, no quería decepcionarla.
—Alinéalo de nuevo —dije, bajando la voz.
Una vez que estuvo en posición, me moví hacia su costado y mi mano se cerró
sobre la de ella.
Un toque. Y este juego de billar había terminado. Habíamos estado dando
vueltas toda la noche con coqueteos y juegos previos. Era hora de hacer un
movimiento.
La respiración de Jennsyn se entrecortó. La electricidad subió por mi brazo y
el calor se extendió por mis venas.
Sus ojos sostuvieron los míos por un segundo antes de caer a mi boca.
—¿Toren?
—Sí.
—Deberías besarme ahora.
Gran maldita idea.

107
9
JENNSYN
El estadio de fútbol vibraba con ruido y energía. El campo era de un verde
brillante bajo el cielo azul sin nubes. La luz del sol calentaba mi rostro y, a pesar
del caos y de la emoción a mi alrededor, con cada bocanada de aire limpio del
otoño, la tensión que había estado cargando durante los pasados dos días se
deslizó de mis hombros.
El medio tiempo casi había terminado y todos los fanáticos que se habían
ido a las puertas traseras estaban regresando a sus asientos, listos para ver el
resto del juego.
—¿Todas listas? —gritó la entrenadora Quinn por encima del clamor
mientras pasaba junto a nosotras alineadas debajo de los postes de la portería.
108
—Listas —dijo Stevie a mi lado, su entusiasmo palpable y esa radiante
sonrisa siempre presente.
—Fanáticos de los Wild Cats. —La voz del locutor del juego sonó a través de
las bocinas del estadio—. Dirijan su atención a la zona de anotación para darle
la bienvenida a las invitadas especiales de hoy: ¡su invicto equipo de voleibol
femenino Wildcat!
Los aplausos recorrieron el aire mientras caminábamos hacia el centro del
campo y el locutor pronunciaba nuestros nombres. Yo terminé última en la fila,
y cuando fue mi turno, levanté un brazo y saludé a cada sección de las gradas.
—Y la número ocho, la atacante Jennsyn Bell.
Mi equipo en Stanford había celebrado de manera diferente. El voleibol era
un deporte importante, pero nunca me había engañado creyendo que era más
popular que el fútbol. Nunca habíamos aparecido durante el medio tiempo. Y sí,
probablemente era solo una postura. La entrenadora Quinn también quería que
la gente llenara el gimnasio Upshaw para nuestro juego de esta noche, y mientras
más exposición pudiéramos tener, más probable sería que tuviéramos una
multitud estelar.
Pero cuando nos retiramos a un lado, los aplausos y silbidos no cesaron. Se
sintió genuino. Refrescante. Bienvenido.
Esta gente nos animaba simplemente porque también éramos Wildcats.
Por primera vez desde que aparecimos, mi sonrisa no se sintió forzada.
No nos quedamos en el césped. Antes de que el eco de mi nombre se
desvaneciera, todas estábamos saliendo corriendo del campo y regresando a una
esquina reservada junto a la zona de anotación.
La música resonaba a través del sistema de sonido, el bajo era un ritmo
constante que hacía que los fans aplaudieran siguiendo su ritmo. Todas las
miradas estaban fijas en el túnel por el que habían desaparecido los futbolistas
en el descanso.
Tres jugadores salieron primero, con sus cascos plateados brillando bajo la
luz del sol. Luego lo siguió el resto del equipo, que salió con una serie de
uniformes azul real mientras corrían hacia la banca.
—Gracias, señoritas. —La entrenadora Quinn nos hizo un gesto a todas para
que nos acercáramos—. El partido de esta noche es a las siete. Estaré en la casa
de campo a las cuatro. Si quieren quedarse y ver el resto del juego, este espacio
es nuestro. Normalmente, prefiero que descansen, pero como ya estamos aquí, 109
depende de ustedes.
Liz y Stevie compartieron una mirada y ambas asintieron en silencio para
quedarse. Megan y un grupo de jóvenes se quedaron cuando les dirigió ojos muy
abiertos y suplicantes. Sin duda quería ver boquiabierta a Maverick Houston,
quien estaba justo al otro lado del campo, hablando con su entrenador.
Algunas chicas se marcharon y se escabulleron mientras se dirigían a una
puerta de salida vigilada. Pero el resto nos quedamos.
El equipo contrario salió penosamente de su vestuario, con la cabeza gacha
como si ya hubieran sido derrotados. Si estuviera perdiendo cuarenta y nueve a
tres, también estaría caminando penosamente.
—¿Te quedarás? —Stevie me miró dos veces cuando ocupé el espacio a su
lado.
—¿Por qué no? —Me encogí de hombros—. Ustedes están aquí.
—Excelente. —Sonrió más ampliamente y se colocó un mechón de oscuro
cabello detrás de la oreja.
No estaba exactamente ganando concursos de popularidad ni premios de
participación, por lo que su sorpresa estaba justificada. Normalmente, habría
sido la primera en salir. Excepto que había un hombre al margen que había
llamado mi atención desde que llegamos durante el segundo cuarto.
Un hombre en el que pensaba demasiado a menudo.
Tal vez hoy fuera mi oportunidad de acabar con este enamoramiento, de una
vez por todas. ¿Millie lo felicitaría después del partido de hoy? ¿La tomaría en
sus brazos y celebraría esta victoria?
La idea de verlo con otra mujer me revolvía las entrañas, pero en mi cabeza
sabía que sería lo mejor. De alguna manera, necesitaba que esta obsesión con
Toren Greely desapareciera. Antes de que me asfixiara.
Antes de que arruinara mi temporada.
Tuvimos partidos consecutivos este fin de semana, y el de anoche había sido
horrible. No es que hubiéramos perdido. Habíamos ganado por goleada y había
jugado mi mejor partido en lo que iba de la temporada.
Pero podía sentir cómo me desmoronaba. Estaba nerviosa y desenfocada.
Mi mente vagaba constantemente y Toren plagaba mis pensamientos.
La última vez que me sentí así fue en mi segundo año en Stanford. Estaba
110
enamorada de un chico de mi clase de Mercadotecnia y me había sacudido hasta
la médula. Tuve una serie de juegos casi perfectos y luego el peor juego en una
década. Seguido por otro. Y otro. Tres juegos horribles seguidos en los que
parecía que no podía distinguir arriba de abajo o de izquierda a derecha.
La única razón por la que salí de ese mal momento fue porque lo invité a
salir y me dijo que, a pesar de semanas y semanas de coqueteo, tenía novia.
Estúpido.
Necesitaba que Toren tuviera novia. Cualquier cosa para hacer que este
enamoramiento desapareciera.
Sería mucho más fácil si no tuviera tan buen aspecto. Llevaba unos
pantalones grises y una camiseta azul de manga larga que se había subido hasta
los tendones de los antebrazos. Confiado y en control. Los auriculares de Toren
cubrían una oreja y su gorra protegía su rostro del sol. Su defensa estaba en el
campo y observaba con total concentración cómo se desarrollaba la jugada.
—Sólo conozco los conceptos básicos del fútbol —dijo Stevie, ya sea a mí o
a Liz, al otro lado.
—Lo mismo ocurre —admití.
Me dio una suave sonrisa, acercándose un poco más, casi como si estuviera
tratando con un asustadizo animal salvaje al que no quería ahuyentar con
ningún movimiento repentino.
Apestaba como compañera de cuarto, pero era más fácil así. Nunca seríamos
amigas. Quizás algún día le diría por qué. Tal vez no.
Por el momento, al menos podía charlar con ella mientras veíamos este
juego.
A unos metros de distancia, Megan estaba susurrando con otra chica,
ambas señalando casualmente a Maverick.
Stevie también se dio cuenta, y en el momento en que su mirada se posó en
Maverick al otro lado del campo, frunció el labio.
—¿No eres fanática de Maverick? —pregunté, arrepintiéndome
instantáneamente de la pregunta.
Era una pregunta que mi antigua yo habría hecho. La Jennsyn que había
ido a Stanford. La chica que había ganado esos concursos de popularidad y
premios de participación. Pero ya no era esa persona y el problema de Stevie con
Maverick no era mi asunto.
111
—Lo siento. No es asunto mío.
—Está bien. Conozco a Maverick de toda mi vida. Todo el mundo lo adora.
Lo odio desde que teníamos diez años —se burló.
Me reí.
—Está bien. Es bueno saberlo.
—Es tonto. —Movió la muñeca—. Nos peleamos cuando éramos niños y se
prolongó durante una década.
—Ah.
Se acercó más y bajó la voz mientras la defensa Wildcat cerraba la ofensiva
en tres jugadas.
—Maverick masticará a Megan y la escupirá. La está engañando ahora
mismo. Espero que se dé cuenta pronto. Traté de hablar con ella sobre eso pero...
Megan parecía decidida a encontrarse en su cama.
—Fue amable de tu parte intentarlo —le dije.
Se encogió de hombros.
—Somos compañeras de equipo.
Una vez, creí que las compañeras de equipo superaban todo lo demás.
Esperaba, por el bien de Stevie, que siguiera siendo cierto.
El tercer cuarto transcurrió mientras la ofensiva de los Wildcats hacía todo
lo que estaba a su alcance para no ralentizar el juego. El tiempo se agotaba con
cada posesión y, en el último cuarto, habíamos anotado otro touchdown.
—Cincuenta y seis a tres. —Hice una mueca—. Auch.
La miseria se cernía sobre las cabezas del otro equipo a lo largo de la línea.
En el lado Wildcat del campo, nuestros jugadores chocaban los cinco y los puños.
Un silbido resonó en el aire mientras el árbitro arrojaba un pañuelo amarillo
sobre el césped y agitaba las manos en el aire.
Los abucheos llenaron el estadio.
—¿Qué pasó? —preguntó Stevie.
—Ni idea.
Los brazos del entrenador Ellis volaron a los costados y negó con la cabeza
ante el castigo.
La mandíbula de Toren se apretó con tanta fuerza que pude verlo a metros 112
de distancia.
—Fuera de juego. —sonó la voz del árbitro principal por los altavoces cuando
anunció el castigo.
La señal del jumbotron cambió a un entrenador Ellis con el ceño fruncido,
la cámara se arrastró al personal Wildcat.
En el momento en que apareció Toren, mi corazón dio un vuelco.
Gruñí.
—Maldita sea.
—¿Qué fue eso? —preguntó Stevie.
—Oh, um. Fue una mala decisión, ¿verdad? —No tenía ni puta idea.
El fútbol era un poco misterioso. En otra vida, habría dejado que Toren me
enseñara sobre el juego. Me habría acurrucado a su lado en el sofá y visto horas
de fútbol, escuchándolo explicar las reglas.
Alguien más tendría ese lugar a su lado. Quizás Millie. Millie con suerte. Al
menos era amable.
La defensa detuvo al otro equipo en su desesperado intento de anotar, y
mientras los jugadores de Toren salían corriendo del campo, él les dio una
palmada en las hombreras.
Cuando Rush Ramsey lideró la ofensiva en el campo, Megan y un par de
chicas más se inclinaron para susurrar, probablemente sobre los mismos
chismes que habían compartido en el vestuario el otro día.
Si los rumores sobre un embarazo eran ciertos, no parecían afectar el
desempeño de Rush. Parecía inquebrantable hoy, y aunque habíamos masacrado
al otro equipo, no había dejado de presionar. Había determinación en su juego,
como si estuviera usando el fútbol para escapar.
Reconocía esa urgencia. Ese impulso. Rush Ramsey y yo éramos espíritus
afines.
En otra vida, tal vez también hubiéramos sido amigos.
El entrenador Ellis caminó hacia Toren, ambos hablaron con las cabezas
inclinadas. Toren asintió y caminó hacia un banco donde descansaban dos de
sus jugadores.
Tampoco estaba celebrando todavía. El juego no había terminado e igual
que Rush, jugaría hasta el último segundo. 113

Cruzó los brazos sobre el pecho y sus bíceps tensaron la tela de su camisa.
Se agachó y la tela de su camiseta se tensó sobre sus bíceps y se amoldó a los
afilados músculos de su espalda y hombros. Dios, era sexy. Un escalofrío recorrió
mi espalda mientras mi boca se secaba.
—Es totalmente injusto que los entrenadores estén fuera de los límites. El
entrenador Greely es increíblemente atractivo.
Me sacudí, la declaración desvió mi atención de Toren a Megan.
Ella y las otras chicas se habían acercado, todavía hablando entre sí.
Ninguna me estaba prestando atención. Nadie me había notado observando a
Toren. Estaban demasiado ocupadas babeando por él.
Un amargo sabor se extendió por mi lengua. Metí las manos en los bolsillos
de los pantalones para no chasquear los dedos delante de la cara de Megan para
que dejara de comerse con los ojos a Toren. Pero afortunadamente, los jugadores
en el campo se movieron y bloquearon su vista.
El tipo en medio de la línea (¿el centro? ) le lanzó el balón a Rush, quien
retrocedió unos pasos y luego lo lanzó por el aire.
Me quedé sin aliento cuando navegó directo a las manos de un receptor
abierto. Salió corriendo, cada par de ojos fijos en él mientras corría. Todos los
pares menos el mío.
Como siempre, mi mirada se centró en Toren. Permaneció inmóvil hasta que
el estadio estalló en gritos.
Anotación.
Juego terminado.
La sonrisa en su rostro era cegadora. Era tan hermoso que me dolió el
corazón. Parecía muy orgulloso. Muy feliz por su equipo.
Toren sentía las victorias en lo más profundo del alma, ¿no? Apuesto a que
las pérdidas eran devastadoras.
Me dolía verlo sonreír y reír mientras felicitaba a sus jugadores. Compartió
un abrazo con palmadas en la espalda con el entrenador Ellis, luego corrió por
el campo, avanzando en mi dirección. Excepto que su mirada estaba en el otro
equipo, con una mano extendida para estrechar la de los entrenadores del equipo
contrario.
—¿Alguien quiere venir esta noche después del partido a cenar tarde? —
114
preguntó Megan.
Stevie y Liz compartieron una mirada y luego asintieron mientras las otras
chicas del equipo decían:
—Claro.
La invitación de Megan no era para mí. Tal vez lo hubiera sido si no hubiera
aceptado la beca de su amiga y un lugar en el equipo, pero no habría aceptado
de todos modos.
Ninguna de las chicas pareció darse cuenta cuando me di la vuelta y me
alejé.
Caminé junto con la multitud, yendo hacia la salida mientras el equipo de
fútbol pasaba corriendo a mi lado hacia el túnel donde probablemente tendrían
su reunión posterior al juego antes de caminar hacia la cancha para ducharse y
cambiarse.
Toren se mezcló con la multitud y, por un momento, lo perdí. Entonces
vislumbré su gorra gris y su brillante sonrisa.
¿Millie estaría por aquí? ¿Sería entonces cuando la abrazaría y le daría un
beso?
No quería verlo, pero necesitaba hacerlo. Necesitaba verlo seguir adelante
para poder dejarlo ir.
Excepto que caminó solo a través del campo hacia la zona de anotación
repleta de donantes y miembros de la facultad. Tal vez sintió mi mirada, porque
en un momento estaba viendo al frente y al siguiente se volvió hacia mí y me
encontró entre la multitud.
Su sonrisa se convirtió en un ceño fruncido.
Era peor que verlo con otra mujer.
Algo se arrugó en mi pecho. Una esperanza. Un sueño. Una imposibilidad.
Como cuando era niña y pensaba que podía ser astronauta, y mi madre me había
dicho que en lugar de eso sería jugadora de voleibol.
La mandíbula de Toren se apretó, su irritación era tan fuerte como la de la
gente que me rodeaba, mientras bajaba la vista al césped. Metió las manos en
los bolsillos de sus pantalones y luego aceleró el paso, siguiendo al equipo hasta
perderse de vista.
Una mano se acercó a mi pecho, frotando el dolor. ¿Qué me sucedía? Era
sólo una tonta chica con un pequeño estúpido enamoramiento, y era hora de 115
detenerme.
No más buscarlo. No más miradas. No más robo de películas.
Era hora de concentrarme en la razón por la que estaba aquí. Ya había
cometido suficientes errores cuando se trataba de hombres. Toren Greely no
necesitaba ser otro. Desconecté el ruido y caminé hasta la casa de campo. Y como
lo había hecho cientos de veces, me preparé para mi propio juego.
Era todo lo que todos querían de mí. Vóleibol.
Entonces jugué. Les di lo que querían.
Y lloré mientras conducía sola a casa.
10
TOREN
La puerta del garaje de Jennsyn se abrió cuando llegué al camino de
entrada. Como en el mío, había tres puertas automáticas. Fue la de Stevie la que
se abrió, no la de Jennsyn.
No debería saber cuál puerta era la de ella. No debería saber que se
estacionaba en el lugar más alejado de mi casa. No debería saber que conducía
un BMW negro deportivo que necesitaría llantas para nieve este invierno.
¿Sabía que necesitaría llantas para nieve? ¿Que tendría que encargarlas
pronto en la tienda de llantas local o se atascarían y se lo pasaría genial en
diciembre?
No era mi problema. Esa mujer no era asunto mío.
116
Sin embargo, no importaba cuántas veces me recordara que no era mía para
preocuparme, que su auto y sus llantas no eran mis responsabilidades, no podía
sacarla de mi mente.
Cada vez que pensaba que estaba en el camino del olvido, la veía, mi corazón
se detenía y me arrastraban de regreso al principio para empezar de nuevo.
Fue exactamente lo que había sucedido antes en el juego. Un vistazo a su
rostro y ese constante golpe en mi pecho se había estancado. Por un breve
momento, casi sonreí. Casi crucé la distancia entre nosotros para darnos un
beso. Entonces la realidad se derrumbó y me obligué a ver hacia otro lado antes
de que alguien se diera cuenta.
Qué desastre. Esto tenía que detenerse. ¿Cómo hacía para que se detuviera?
Habían pasado meses desde la fiesta de este verano, pero parecía que no
podía dejar de guardar pequeños fragmentos de información sobre ella. El auto
que conducía. Dónde se estacionaba. Hoy, al final del medio tiempo, mientras
nos preparábamos para regresar al campo, escuché al locutor del juego decir su
nombre.
Era la número ocho. Una atacante externa.
No es que tuviera ni idea de lo que significaba.
Hasta ahora, no me había permitido buscar a Jennsyn en línea, pero tenía
la sensación de que esta noche rompería esa racha. No sabía nada sobre voleibol.
No había ninguna razón para que no aprendiera. Pero quería saber las reglas.
Las posiciones. Lo quería todo.
La quería a ella. Aún. Meses después, la deseaba.
Este apego, atracción, adicción (como carajos debería llamarlo) hacia
Jennsyn Bell tenía que terminar.
Este enamoramiento se desvanecería. Tenía que desaparecer.
Quizás después de que se mudara. Después de que se graduara. Soportar
este tormento durante un año podría llevarme al límite, pero no tenía otra opción.
Me encantaba mi casa. Me encantaba este barrio. Y no me mudaría para
escapar de ella. Tampoco dejaría mi trabajo.
—Se desvanecerá —murmuré mientras metía mi camioneta en el garaje,
exhalé un largo suspiro y apagué el motor.
Maldita sea, estaba cansado. El entusiasmo por la victoria de hoy hacía
tiempo que se había disipado. No hubo ningún evento posterior al juego para 117
asistir esta noche, así que en lugar de eso, lo celebré con Faith y los chicos en la
granja.
Durante una hora, le lancé el balón a Abel para que pudiera practicar correr
algunas rutas para su libro de jugadas de la preparatoria. Beck y Cabe se habían
peleado por un videojuego, así que fui el pacificador. Luego ayudé a Dane a darle
los toques finales a la tienda de campaña que había hecho en su dormitorio antes
de preparar hamburguesas para la tía Faith para que pudiera pasar más tiempo
en su oficina, poniéndose al día con los negocios de la granja.
Con la temporada en pleno apogeo, no tenía muchas oportunidades de
visitar y ver a los chicos. Pero esta noche estaba cansado. Más cansado de lo que
había estado en mucho tiempo.
Más cansado de lo que jamás recordaba estar después de ganar un juego.
Algo sobre este año se sentía extraño. Algo estaba mal. No sabía
exactamente qué, pero simplemente... me sentía diferente.
Tal vez porque todavía estábamos todos nerviosos por el escándalo de la
primavera pasada. Todos caminábamos sobre cáscaras de huevo. Ford había sido
una bendición para el equipo, tanto para los entrenadores como para los
jugadores, pero todos todavía se comportaban de la mejor manera, incluido Ford.
Excepto cuando se trataba de Millie.
Ninguno de los dos había dicho nada con certeza, pero algo estaba pasando
allí. Algo que iba en contra de las reglas.
Conociendo a Ford, diría que se jodiera la política de no confraternización.
¿Pero Millie? A Millie le gustaban las reglas. Y adoraba su trabajo. Si estaban
merodeando, si lo estaban arriesgando todo, bueno... bien por ellos.
Quizás una parte de mí estaba celosa. Tal vez una parte de mí deseaba tener
un poco de su coraje.
No es que esto con Jennsyn pudiera compararse.
Dos empleados liándose era una cosa. ¿Pero un entrenador y una
estudiante? Era otro escándalo a punto de estallar. Era mi trabajo, mi futuro el
que estaba en juego. El de Jennsyn también.
Era demasiado joven para mí de todos modos. Estaba destinada a
muchísimo más que Mission, Montana.
Esto se desvanecería.
118
Hasta que estos sentimientos desaparecieran, seguiría avanzando. Así que
bajé de mi camioneta y, con las llaves en la mano, crucé la oscura calle hacia el
grupo de buzones, recogiendo la pila que había dentro, que probablemente era
todo basura.
—Hola, entrenador. —Stevie me saludó con la mano mientras salía del
garaje y se paraba en el camino de entrada donde las luces exteriores brillaban
sobre el cemento.
—Hola —dije, manteniendo mis ojos fijos en ella y sin buscar a Jennsyn
adentro—. ¿Cómo estuvo tu juego esta noche?
—Otra victoria. —Sonrió cuando Liz salió con pants holgados y una
camiseta de los Wildcats.
—Hola, entrenador Greely. Buen partido de hoy. Felicitaciones.
—Parece que también merecen las felicitaciones —dije.
—Sí. —Liz se rio—. Las masacramos.
—Jennsyn estuvo en llamas esta noche —dijo Stevie—. Por lo general, es
imparable, pero esta noche estuvo en la zona.
—Genial. —Una oleada de orgullo que no debería sentir se hinchó en mi
pecho.
Era buena, ¿no? ¿Qué tan buena? Reprimí la pregunta, sin dejar que mi
mirada se adentrara en su garaje. No me permitiría buscarla ni esperar que fuera
la próxima en salir.
—¿Qué harán esta noche? —les pregunté.
—Salir con algunas chicas del equipo —dijo Liz—. Iremos a cenar tarde.
—Diviértanse. —Levanté la mano con el correo, saludándolas a ambas y
luego me metí en mi garaje abierto.
Mi exhalación fue a la vez de decepción y de alivio.
La tranquilidad de mi casa contrastaba marcadamente con el caos que había
dejado atrás en casa de Faith. Normalmente me gustaba volver a una casa
silenciosa y respirar paz. Esta noche, las vacías habitaciones parecían solitarias.
¿Era mi problema? ¿Me sentía solo?
En años pasados, en las noches de partido, normalmente me dirigía a un
bar o a un restaurante con los otros entrenadores solteros. Tomábamos una 119
cerveza. Quizás íbamos al centro. Y ese ajetreo posterior al partido generalmente
significaba que traía a una mujer a casa y a mi cama. Tal vez me quedaba en la
de ella.
Excepto que no había tenido una conexión casual, no desde Jennsyn. Y
desde entonces ninguna mujer me había atraído.
Me había privado de sexo. Quizás fuera la razón por la que me sentía fuera
de lugar. Necesitaba echar un polvo. Necesitaba una decente liberación.
Durante mis duchas matutinas, apretaba mi pene con el puño y me corría
con la cara de Jennsyn en mente, excepto que esos orgasmos eran huecos y
rápidos, nada comparado con nuestra noche juntos. ¿Había exagerado esa
noche? ¿Me había convencido de que era más que una simple aventura de una
noche?
—Tiene que detenerse. —Tiré el correo sobre la encimera de la cocina, fui al
refrigerador y saqué una cerveza. Excepto que el primer sorbo tuvo un sabor soso
y rancio. Era un nuevo six-pack.
No era la cerveza. Era yo. Tomé otro sorbo mientras revisaba el correo y mis
ojos se fijaron en un aviso adhesivo del cartero.
Las cajas cerradas con llave en el carrusel debían estar llenas, y cada vez
que sucedía, dejaba una nota diciendo que mi paquete estaba en el porche.
Con mi cerveza en mano, me dirigí a la puerta principal y corrí el cerrojo.
Sobre el tapete había una sencilla caja de cartón marrón.
Mi estómago se retorció. No por esa caja, sino por la pila de cinco DVD’s que
había encima.
Jennsyn había traído las películas que había tomado prestadas. Las había
devuelto cuando no estaba en casa.
Bien. Estaba bien, ¿verdad? Una interacción menos.
Tomé otro trago de cerveza, luego agarré las películas y la caja y las llevé a
la cocina. La cerveza había pasado de rancia a agria, así que la dejé en el
mostrador con el paquete y las películas antes de cruzar la casa hacia la puerta
corrediza y salir a la oscura noche.
El aire fresco llenó mis pulmones y la presión en mi pecho disminuyó
mientras cruzaba el patio, hacia el lugar donde a Jennsyn le gustaba sentarse.
Las estrellas brillaban en el cielo negro. Olía a hojas, a tierra y a pino. Una luna
creciente brillaba sobre las parpadeantes luces de Mission. 120

No pasaba suficiente tiempo aquí. Compré esta casa en parte por esta vista,
excepto que el único tiempo que había pasado aquí últimamente había sido por
Jennsyn.
Había dejado su huella en este patio. Dudaba que alguna vez volvería a
pensar en este lugar como algo que no fuera el de ella.
Había regresado las películas. No debería haberme molestado tanto.
Pero así era. Jodidamente lo hacía.
Me di vuelta, a punto de entrar, cuando una luz de la puerta de al lado me
llamó la atención. Una cálida luz entraba por la ventana de un dormitorio de
arriba. Y enmarcada en el cristal, con los ojos fijos en mi jardín mientras se
peinaba el húmedo cabello, estaba Jennsyn.
No dejó de cepillarse cuando se dio cuenta de que la había visto.
Simplemente levantó la mano libre y presionó las yemas de los dedos contra el
cristal.
Mi corazón dio un vuelco.
Mierda.
Mi mano se metió en el bolsillo de mis pantalones, saqué mi teléfono y antes
de pensar demasiado en ello, marqué su número.
No era un contacto guardado. No era un número escondido bajo un nombre
falso.
Su número, tecleado diez dígitos a la vez.
Diez dígitos que había memorizado en julio.
Jennsyn desapareció de la ventana y respondió al segundo timbrazo.
—Hola.
—No fuiste con Stevie y Liz a cenar con el equipo.
Hubo una larga pausa.
—No.
—¿Por qué?
—No tenía ganas. Después de un partido, me gusta relajarme.
No tenía energía para chismes o charlas triviales porque lo había dejado todo
en la cancha. O tal vez el equipo no la había invitado. Quizás las chicas estaban 121
celosas de su talento.
Los jugadores estrella a veces se mantenían apartados del equipo. Por lo
general, era porque el chico se sentía por encima de sus compañeros de equipo.
Pero esa no era Jennsyn. No era arrogante. No alardeaba.
Demonios, si se centraba exclusivamente en su talento, me habría enterado
en la fiesta de que jugaba para los Wildcats.
Pero esa noche no había mencionado el voleibol, ni una sola vez. Lo que
significaba que realmente necesitaba algo de espacio para relajarse. O la
eliminarían.
Esperaba, por su bien, que no fuera lo último.
—Trajiste mis películas de regreso —le dije.
—Sí.
—Cuando no estaba.
—Sí. —Su voz bajó a poco más que un susurro—. ¿Es por lo que me
llamaste?
—No. —Llamé porque no podía soportar verla fijamente pero no escuchar su
voz. Porque quería hablar con ella en el juego, pero en lugar de eso me alejé.
La llamé porque la extrañaba.
—No pude saludarte en el juego.
Se metió un mechón de cabello detrás de la oreja.
—No parecías muy feliz de verme en el juego.
En lugar de sonreírle, fruncí el ceño.
—Me tomaste con la guardia baja. —Historia de mi maldita vida cuando se
trataba de esa mujer.
—Estuvimos en el campo durante el entretiempo, Toren.
—Lo sé.
Su cuerpo se hundió contra el borde de la ventana como si estuviera tan
cansada como yo. Era demasiado joven para estar tan cansada.
La casa de Jennsyn tenía un ángulo que nos permitía vernos desde ese
lugar. Debido a la curva de la calle, los vecinos del otro lado estaban en la
dirección opuesta.
Crucé el patio hasta la terraza, tomé una de las sillas y la puse en el césped.
A menos que alguien estuviera a mi lado, teníamos esta privacidad. Yo, en el 122
patio. Ella, en esa habitación.
Me recliné en la silla, solo un tipo afuera hablando por teléfono.
—¿Te llevas bien con Stevie y Liz?
—Sí. Son buenas compañeras de cuarto.
—¿Amigas?
Se encogió de hombros.
—En realidad no somos... amigas.
—¿Entonces no te caen bien?
—Me caen bien.
Parpadeé y luego se me escapó una risa.
—No entiendo a las mujeres.
Incluso desde la distancia, pude ver una dulce sonrisa en sus labios.
—Vine aquí para jugar un año. Son agradables y ha sido fácil vivir con ellas,
pero no veo que nos hagamos buenas amigas. Sólo estoy aquí para graduarme y
tener un año de voleibol en mis términos.
En sus términos. Había mucho detrás de esa afirmación.
—¿Quieres hablar sobre lo que significan exactamente esos términos?
—No especialmente.
—Está bien.
Dejaría ese tema en paz. Pero aparentemente, sus condiciones significaban
quedarse en casa esta noche. Sola.
Aunque en realidad no estaba sola.
Y yo tampoco, ya no.
—¿Qué pasará después de este año? —le pregunté.
Levantó un hombro.
—Aún no lo decido.
—¿Quieres seguir jugando?
Debió haber sido una pregunta difícil porque apoyó la cabeza contra la pared
mientras se establecía el silencio.
Para cualquiera de mis jugadores, la respuesta sería un sí inmediato. Pero 123
tal vez era porque todos sabían que no tendrían la oportunidad.
Era la última parada para la mayoría de los mayores. Se graduarían y
seguirían para encontrar trabajo y construir vidas. El único que tenía el talento
para jugar profesionalmente era Rush Ramsey. Aunque dado el silencioso rumor
en todo el equipo sobre la chica a la que había embarazado, ninguno de nosotros
estaba seguro de a dónde iría después, incluido Rush.
Pero para mis superiores defensivos, los muchachos a los que entrené por
años, tenían esta temporada, luego se acabó. Entonces, si les preguntara si
querían más, todos dirían rotundamente que sí.
—Jugar profesionalmente es para lo que trabajé toda mi vida —dijo—. Jugar
en un equipo internacional sería un sueño hecho realidad.
El monótono y ensayado tono me hizo enderezarme. Hablaba como si
estuviera hablando con un periodista o un agente.
—¿El sueño de quién se haría realidad? —le pregunté.
Levantó la cabeza con una sacudida y me miró fijamente, mordiéndose el
labio inferior. Luego exhaló tan fuerte que fue como una ráfaga de viento desde
su casa a la mía.
—Mi mamá fue jugadora profesional de voleibol. Llegó hasta los Juegos
Olímpicos para ganar el oro.
—Maldición. —Silbé—. Es todo un logro.
—Nada le encantaría más que siguiera sus pasos —dijo—. Sería su sueño
hecho realidad. Solía ser el mío.
—¿Qué cambió?
Levantó un dedo hacia la ventana y trazó una palabra en el cristal.
—Yo.
Había una tristeza en su voz que me hizo desear que estuviera aquí. Que
estuviéramos teniendo esta conversación en mi sala o cocina, sin tanto espacio
entre nosotros. Pero si estuviera aquí, dudaba que pudiera mantenerme alejado.
Que evitaría tomarla en mis brazos y hacer cualquier cosa para quitarle esa
tristeza. Entonces me quedaría en el patio y ella se quedaría en su habitación.
—¿Cuál es tu sueño? —le pregunté.
—Quiero ser feliz —susurró, como si fuera un secreto que tuviera miedo de
admitir—. Estoy en el último año de la universidad y no tengo más aspiraciones 124
que tener una sonrisa en la cara más a menudo que no. Tener suficiente dinero
para comprar comida deliciosa y rentar películas cursis de los años ochenta y
noventa.
Me reí.
—Prioridades.
Su sonrisa se amplió y dibujó algo más en la ventana, pero no pude
distinguir lo que estaba escribiendo.
—¿Es extraño tener expectativas tan bajas?
—¿Supongo que la mayoría de la gente tiene grandes expectativas de ti?
—Por las nubes.
—Establece las expectativas que quieras —dije—. Pero en mi opinión,
sonreír la mayoría de las veces no parece una expectativa baja.
Apoyó la mano sobre el cristal, casi como un abrazo. Cuando dejó caer el
brazo, pensé que terminaría la llamada, pero se relajó contra la ventana y se pasó
el teléfono a la otra oreja.
—¿Qué pasa contigo? ¿Siempre quisiste ser entrenador?
—Sí. Desde la preparatoria.
—¿En serio?
Asentí y señalé hacia las luces de la ciudad.
—Crecí aquí. Mi entrenador todavía está en la preparatoria. Es un buen
hombre. Del tipo que necesité cuando tenía esa edad. Me presionó mucho para
que estuviera en condiciones de obtener una beca. Me encantaba jugar y era
bastante bueno. Quizás incluso genial. Pero no suficientemente bueno para la
NFL. Siempre supe que en la Treasure State era donde tendría mi último juego.
Cuando veía hacia atrás a mi época como jugador, no me arrepentía. Lo
pasé genial en la universidad, jugando con un equipo. Tuve la suerte de haber
hecho amigos para toda la vida, como Ford.
—¿Y después? —preguntó.
—Después de graduarme, acepté un trabajo en Oregón para entrenar a los
Ducks. Era una remota posibilidad cuando presenté la solicitud, pero tuve
suerte. Aprendí mucho. Me partí el trasero. Luego, hace unos años, se abrió un
lugar en la Treasure State, así que aproveché la oportunidad de mudarme a casa.
El tío Evan había muerto y Faith necesitaba ayuda. No es que alguna vez 125
me hubiera pedido que volviera a casa, pero el día que aparecí, con mi camioneta
cargada y remolcando un U-Haul, había tenido mucho alivio en su rostro. Como
si hubiera estado a segundos de desplomarse.
—Con un poco de suerte, también dirigiré mi último partido en la Treasure
State. —Este trabajo era todo para mí. No necesitaba ser el entrenador en jefe.
No necesitaba irme a una escuela más grande y prestigiosa—. Quizás signifique
que mis expectativas también son bajas.
—Me gustan tus expectativas —dijo en voz baja.
Se produjo una pausa entre nosotros, una caída en la conversación que
habría significado el final de la mayoría de las llamadas. Pero no me atreví a
colgar. Y no se alejó de la ventana.
—¿Toren? —No colgó, pero se alejó del cristal y se escondió en algún lugar
de su habitación.
—¿A dónde fuiste?
Se escuchó un golpe de fondo, como si se hubiera desplomado en el borde
de la cama.
—Te escuché con Millie el otro día. Estaba rellenando mi botella de agua en
el pasillo fuera de la sala de estudio.
—Ah. —Fue el día en que obligué a dos de mis jugadores que apenas estaban
obteniendo calificaciones a concentrarse más en la escuela y menos en el fútbol
y en las chicas. Después de asegurarme de que estuvieran instalados, llevé a
Millie a comer pizza. Y durante una hora, la dejé esquivar cualquier intento de
conversar sobre Ford.
—Millie es una de mis amigas más antiguas. Fuimos juntos a la universidad.
—¿Ella, um, lo sabe? ¿Sobre nosotros?
—Nadie lo sabe.
Otro largo suspiro cruzó la línea.
—¿Ustedes dos…?
Me encantó que no pudiera terminar la frase. En cierto modo me encantó la
nota de envidia en su suave voz.
—No. Nunca ha sido así.
No entre nosotros. ¿Millie y Ford? Era otra historia. 126

—Está bien —susurró.


—Bien.
Fue necesaria otra pausa, otro tramo de silencio, pero luego estaba de
regreso en la ventana, trazando distraídamente el dedo sobre el cristal.
—Te veías bien hoy al margen, Toren.
Toren. No entrenador. No entrenador Greely.
Toren.
Usó mi nombre de pila. Porque para ella nunca había sido entrenador. Y
para mí, siempre sería Jennsyn.
—Me gustó verte allí —admití.
Dos declaraciones que ninguno debería decir pero que de todos modos
estábamos diciendo.
—Es tarde —dijo—. Probablemente debería dormir un poco.
—Sí. —Asentí—. Buenas noches.
—Buenas noches. —Colgó la llamada pero no abandonó la ventana.
Y no me levanté de mi silla.
LA FIESTA
JENNSYN
Pasé mi dedo por el labio inferior de Toren. Las sábanas estaban enredadas
a nuestro alrededor, entrelazadas con nuestras piernas desnudas. Estaba
colocada sobre su pecho desnudo mientras descansaba sobre el brazo doblado
detrás de su cabeza.
Ya era más que tarde. Habían pasado horas y horas desde ese primer beso
junto a la mesa de billar en el sótano. Cuando finalmente llegamos arriba, la
medianoche ya había llegado y pasado. Pero no me dormiría, todavía no. Esta
noche había sido una de las mejores de mi vida y no estaba lista para que
terminara.
—Tienes los labios más suaves. —Más suave que los de cualquier hombre que
hubiera besado—. ¿Usas un bálsamo especial? 127
—Está en el cajón. —Sus verdosos ojos grises se dirigieron a la mesa de
noche.
Me moví sobre su pecho y alcancé la lámpara al lado de la cama,
encendiéndola. Arrojó un dorado brillo a la habitación y al cajón cuando lo abrí.
Saqué un pequeño bote rosa.
—Bálsamo de labios de menta. —Quité la tapa y metí el dedo en el pozo,
deslizando un poco de bálsamo antes de extenderlo sobre mis propios labios y
terminar con una palmada. Luego guardé el tubo y me acerqué a Toren, abriendo
las piernas para quedar a horcajadas sobre sus caderas.
Y como sus labios parecían un poco secos, compartí su bálsamo con los míos.
11
JENNSYN
El gimnasio Upshaw en la casa de campo tenía capacidad para mil
ochocientas personas. Ni una sola vez esta temporada se habían ocupado todos
los asientos para un partido.
Hasta esta noche.
Stevie me había advertido que la rivalidad entre los Treasure State Wildcats
y los Grizzlies de la University de Montana era feroz.
—No estabas bromeando —le dije mientras caminábamos hacia la cancha,
la multitud vitoreaba y aplaudía tan fuerte que vibraba contra mi piel.
—No puedo esperar a ganar. —Su sonrisa tenía un toque letal.
Era la Stevie que más me gustaba. En casa era dulce y amable. Todavía 128
intentaba convencerme para que realizara actividades, sin importar cuántas
veces la rechazara. Era limpia, amigable y hacía galletas con chispas de chocolate
los domingos por la tarde.
Pero durante los entrenamientos y los juegos, era casi tan competitiva como
yo. Nunca se daba por vencida en un juego, ni siquiera cuando ganábamos por
goleada. Dejaba todo lo que tenía en la cancha.
En eso éramos iguales.
Le encantaba este juego. Le encantaba más que a mí.
Y cuando nos graduáramos, sería el final para ella. Stevie era armadora y
jugaría su último partido real en la Treasure State.
Como Toren.
Nuestra conversación telefónica del fin de semana pasado se quedó conmigo
toda la semana. La repetí una y otra vez.
Todo lo que yo había compartido. Todo lo que él había compartido.
Quizás mi último juego también fuera en la Treasure State. Meses atrás, esa
idea me habría puesto nerviosa. ¿Quién era sin el voleibol?
Pero la forma en que Toren había hablado sobre el fútbol, cómo había
pasado a ser entrenador, hizo que esa transición (el final) pareciera bien. Normal.
Fue la primera persona en mi vida que me hizo considerar otro camino. Otro
futuro.
Pensamientos para más tarde. Esta temporada aún no estaba cerca de
terminar y esta noche teníamos un partido que ganar.
Entré a la cancha y me empapé del ruido de la multitud por un momento
más. Luego lo desconecté todo. Igual que Stevie, estaba aquí para ganar.
*
El sudor me perlaba las sienes mientras tomaba un trago de mi botella de
agua después de la primera serie. Nueve menos veinticinco.
Normalmente nuestro primer set era el peor. Si jugábamos como lo
hacíamos normalmente, ganando impulso con cada set, terminaríamos después
de tres sets y aplastaríamos a las Grizzlies.
De esos veinticinco puntos, doce habían sido asesinatos de mi parte. Stevie
me había estado preparando perfectamente esta noche y ninguna jugadora de
129
los Griz me bloquearía.
La entrenadora Quinn estaba escribiendo en su pizarra, repasando algunos
cambios en el juego defensivo. La escuché a medias mientras hablaba, sabiendo
ya que ajustaría la posición para que fuéramos más fuertes en defensa.
Escaneé distraídamente a la multitud mientras bebía un trago de agua.
Había una chica que reconocí de mi clase de Emprendimiento. Sonrió cuando
encontró mi mirada.
Tomé otro trago, mi mirada siguió vagando mientras mi ritmo cardíaco
disminuía con el resto. No vi a nadie y a todos hasta que un familiar par de ojos
gris verdosos me hicieron echar un segundo vistazo.
Toren.
Mi respiración se entrecortó y mi pulso galopó.
Vino. Estaba en mi partido del viernes por la noche.
El calor subió a mis mejillas mientras me obligaba a ver hacia otro lado, a
mirar a la entrenadora Quinn mientras continuaba hablando.
¿Estaría aquí para vigilarme? ¿O simplemente para apoyar a las Wildcats?
El equipo de fútbol tenía otro partido en casa mañana, luego se ausentaban la
mayoría de los fines de semana para una serie de partidos fuera de casa; había
verificado nuestros horarios. Teníamos una serie de juegos a mitad de semana y
luego también estaríamos de gira.
Lo que significaba que si Toren vendría a un partido de voleibol, esta noche
era su única oportunidad hasta noviembre.
El traqueteo que había estado tratando de ignorar comenzó a vibrar
profundamente en mis huesos. Dividió mi atención, robándome la mitad de la
concentración que debería estar en el voleibol. Debería molestarme. Debería
irritarme que haya venido aquí y que me haya distraído. Pero no me importaba.
Ni siquiera un poco. Mi corazón estaba demasiado ocupado elevándose como
para preocuparme por el sonajero.
Me arriesgué a ver otra vez, su pétrea expresión no revelaba nada. Si había
venido a observarme, no lo dejaba ver. Se quedó mirando la red y nada más, con
los codos sobre las rodillas.
Las personas a su lado no parecían estar con él, sólo otros espectadores.
Entonces vino solo.
¿Por mí? Dios, quería que fuera un sí. Quería que me viera ganar este juego.
130
La presión en mi pecho aumentó tan rápido que no podía respirar.
Su sudadera de los Wildcats estaba subida hasta sus antebrazos. La tela se
amoldaba a esos anchos hombros. Había casi dos mil personas en esta
habitación y hacía que el resto se confundiera.
Me permití ver durante un segundo más y luego volví a dirigir la mirada
hacia el grupo de estudiantes.
Quizás estaba aquí por la rivalidad. Quizás estaba aquí para apoyar a la
entrenadora Quinn. De todos modos, estaba aquí. Y por un minuto fingiría que
era sólo por mí.
—Vamos. —La entrenadora Quinn se puso de pie y extendió su mano hacia
el centro de donde todas estábamos rodeadas. Todas las jugadores se unieron,
esperando que lo dijera—. Uno. Dos. Tres.
—¡Wildcats! —Vitoreamos, con las manos volando en el aire, luego
regresamos a la cancha, una vez terminado el breve descanso entre sets.
Mi mirada se posó en Toren, dándome otro segundo para contemplar ese
hermoso rostro y la incipiente barba que cubría su mandíbula, pero no me atreví
a observarlo por mucho tiempo.
Una mano se levantó en el aire, un rápido movimiento que llamó mi
atención.
Otro rostro familiar saltó entre la multitud. Una cara que no había visto en
más de un año. Ojos azules del mismo tono que los míos. Cabello rubio ceniza
con canas en las sienes.
Papá.
Parpadeé, asegurándome de que era él. Sonrió y asintió con otro gesto
cuando se dio cuenta de que lo había visto.
Pero no le devolví el saludo. Porque a su lado en la cuarta fila estaba una
pequeña morena que probablemente no tenía mucho más de veinticinco años.
Tenía uñas de color rosa intenso que volaban sobre la pantalla de su teléfono.
Estaba sentada tan cerca de papá que prácticamente estaba acurrucada a su
lado.
Esa mujer no era su esposa.
Estúpido.
Me di la vuelta y lancé una fría mirada a las Grizzlies.
131
La chica frente a mí parecía asustada.
Debería estar asustada.
Mi padre había venido a ver un partido. Toren también.
Era hora de darles un espectáculo.
*
—Eso fue brutal. —Megan resopló mientras reía—. Estuviste en llamas esta
noche, Jennsyn.
—Gracias. —Mi voz era plana y fría. Tal vez había jugado como fuego, pero
había hielo corriendo por mis venas.
El vestuario se llenó de risas y de celebración. Todas las chicas del equipo
sonreían, excepto yo.
—¿Estás bien? —preguntó Stevie.
—Sí. —Levanté el pie hasta el final del banco donde estaba sentada. Tiré de
los cordones de mis zapatos con demasiada fuerza, demasiado rápido, y mis
dedos se tambalearon mientras hacía un nudo—. Es la adrenalina. Sólo necesito
relajarme. Estoy nerviosa.
No era del todo mentira. Excepto que el subidón no era del juego. Era por
ver a papá. Por saber que me estaría esperando en el estacionamiento. Que
estaría junto al BMW que me había comprado como regalo de graduación de la
preparatoria hace años. El auto que había comprado por culpa en un intento de
fingir que había sido un padre adecuado.
Mientras tanto, la morena que había traído a mi juego estaría esperando en
su auto rentado, esperando el momento oportuno hasta que se la llevara a
cualquier habitación de hotel en la que tendrían sexo esa noche.
—Nos vemos en casa —dije, recogiendo mi bolso del suelo.
Normalmente era la primera en salir del vestuario después de un partido.
Cuando jugábamos en casa, era la primera en cruzar el estacionamiento. Cuando
estábamos fuera, estaba cómodamente acurrucada en un asiento del autobús,
con los auriculares a todo volumen mientras fingía dormir.
Pero esta noche había batido mi propio récord de ducha después del partido.
En el momento en que la entrenadora nos despidió de la reunión, me di una
ducha corriendo y me apresuré a vestirme. Mi cabello todavía estaba mojado y la
banda de mi sujetador deportivo húmeda porque apenas me había secado la piel.
Quería que papá ya se hubiera ido a ese hotel cuando las otras chicas 132
salieran.
Empujando la puerta, caminé por el pasillo que conducía a la salida. Doblé
una esquina, sacando el teléfono mientras caminaba y choqué con un fuerte
pecho masculino.
—Vaya. —Toren me agarró por los hombros, estabilizándome antes de que
pudiera perder el equilibrio.
Era la primera vez que me tocaba desde la noche de la fiesta.
Y estaba tan frustrada de que papá hubiera venido aquí esta noche que ni
siquiera pude disfrutarlo.
—¿Qué ocurre? —preguntó en voz baja mientras miraba por encima de mi
hombro para asegurarse de que estábamos solos.
—Nada —mentí, forzando una sonrisa mientras retrocedía—. Pero tengo que
irme.
Lo esquivé, a punto de salir corriendo.
—Jennsyn. —Esa profunda y suave voz me detuvo antes de que pudiera
escapar.
Me giré.
—Buen juego.
Mi corazón dio un vuelco e iba a seguir fingiendo que había venido esta
noche por mí.
—Gracias.
Sin decir más, corrí hacia la salida. Luego levanté la barbilla y controlé mi
expresión en aburrida indiferencia mientras caminaba hacia donde había
estacionado mi auto.
Papá, como era de esperar, estaba apoyado contra el maletero del BMW, con
el teléfono pegado a la oreja, probablemente hablando con Tina.
Su esposa.
Mi madrastra.
Cuando me vio ir hacia él, papá se puso de pie, con una sonrisa en la boca.
Se despidió, luego guardó su teléfono y abrió los brazos.
—Ahí está mi Jenny.
Jenny. Odiaba que me llamaran Jenny. 133

—Hola, papá.
Dos filas más allá, un auto circulaba con las luces encendidas.
Siguió mi mirada, luego se movió para interponerse en el camino,
bloqueando mi vista.
Una parte de mí quería preguntar quién era ella. Pero la otra parte, la que
no había visto a su padre en un año, sabía que sólo provocaría una pelea. Y esta
noche no tenía energía.
Se acercó y me dio un fuerte abrazo.
—Jugaste muy bien.
—Gracias.
Su colonia era la misma. Fuerte, pero cara. Odiaba haber extrañado ese
olor. Que después de decepción tras decepción, todavía extrañara sus abrazos.
Todavía extrañara la forma en que colocaba su barbilla sobre mi cabeza.
Era una de las únicas personas que podían hacer eso porque era muy alto,
medía uno ochenta y cinco.
Siempre me pregunté si mamá realmente amó a papá o si simplemente se
había casado con él porque era alto. Se habían divorciado cuando tenía siete
años. Él no había visto atrás y mamá siempre había parecido más feliz una vez
que se fue. No podía recordarlos peleando cuando era pequeña. Tampoco podía
recordar que se rieran. No sabía si alguna vez se habían enamorado y no le había
preguntado a mamá desde entonces.
—Sólo estoy en la ciudad por esta noche —dijo, soltándome—. Volaré a casa
mañana.
Con su familia. A su verdadera familia. Con su esposa Tina. Y sus dos hijos,
Thomas y Mark. Mis medio hermanos eran más de diez años menores y no habían
sido parte de mi vida porque vivían en Georgia y yo había crecido en Nebraska.
En los veranos, cuando estaba de vacaciones escolares y podría haber
pasado tiempo en casa de papá, asistía a campamentos de voleibol. Y durante
las vacaciones, cuando tenía que visitarlos, Tina (según papá) no quería que
ocupara una habitación de invitados que sus padres y la familia de su hermana
necesitarían para su tradicional reunión familiar.
Una parte de mí se sentía mal por Tina porque papá la engañaba muy a
menudo. A la otra parte realmente no le agradaba Tina. 134
—¿A dónde viajarás? —le pregunté.
—A Seattle. Pensé que podría hacer una escala para un juego. Aunque no
fue tan fácil llegar a Montana como lo era a San Francisco.
No podía dejar pasar su oportunidad de molestarme por cambiar de escuela,
¿verdad? No porque le importara dónde iba a la escuela. Sino porque viajar a un
pueblo pequeño como Mission había significado más vuelos y escalas. Menos
tiempo con la novia.
¿Cuántas veces le había dicho a Tina que iría a ver uno de mis partidos
cuando en realidad había pasado el fin de semana con su novia?
Realmente no quería saberlo.
—¿Cómo se llama? —pregunté, señalando con la cabeza hacia el auto.
—Oh, eh. —Se pasó una mano por el claro cabello, los mechones se volvieron
grises en las sienes—. Es Maggie. Trabajamos juntos. Es fanática del voleibol. Le
dije que vendría a ver a mi hija estrella y me acompañó. Regresaremos a Atlanta
mañana.
—Me alegro de que hayas podido asistir.
—Yo también. —Sus ojos se suavizaron mientras miraba mi rostro—. Me
perdí tu cumpleaños.
—Sí, lo hiciste. —Me empezó a picar la nariz, pero apreté los dientes y me
negué a llorar.
No era la primera vez que se perdía mi cumpleaños. No sería el último.
—Lo siento —dijo, con voz espesa—. Estaba abrumado por el trabajo y los
muchachos estaban muy ocupados con el baloncesto. Estoy intentando entrenar
al equipo de Mark y…
—¿A qué hora es tu vuelo por la mañana? —Corté su serie de excusas. Las
había escuchado todas antes—. Podría reunirme contigo para desayunar
temprano.
—Oh, maldito. Es a las seis.
—Oh. —Gracias a Dios—. Qué bueno verte, papá. Fue amable de tu parte
venir a verme.
—Jugaste muy bien, Jenny. Es realmente algo digno de ver.
Asentí y me incliné para darle otro rápido abrazo, luego me moví hacia la 135
puerta del lado del conductor del BMW y entré sin ver atrás.
Papá ya se estaba alejando. Yéndose con Maggie.
Me dolió lo poco que le importó. ¿Cuándo se detendría? ¿Cuántos
cumpleaños tenía que perderse hasta que me importara un comino?
Mi barbilla tembló, pero me mordí el labio inferior y encendí el auto, sin
mirar atrás mientras salía del estacionamiento.
La casa estaba vacía cuando entré. La bolsa con mi ropa y zapatos adentro
pesaba mil kilos mientras subía las escaleras hacia mi habitación, viendo mi
reflejo en la ventana.
No mostré ni una sonrisa.
Estaba demasiado cansada para sonreír.
El fin de semana pasado, le dije a Toren que tal vez mis expectativas eran
demasiado bajas si todo lo que quería era sonreír la mayoría de las veces. En este
punto, tal vez era demasiado esperar. Demasiado soñar.
La bolsa se deslizó de mi hombro y aterrizó con un ruido sordo mientras me
quitaba los zapatos de calle. La alfombra era suave y lujosa bajo mis pies, mis
pasos eran silenciosos mientras bajaba las escaleras hacia la puerta corrediza
que conducía a nuestro patio trasero.
La diferencia entre nuestro césped y el de Toren era tan notable que lo supe
en el instante en que crucé a su propiedad. Sólo unas pocas casas en el
vecindario tenían cercas, probablemente aquellas con familias que querían
mantener a sus hijos contenidos. Pero la mayoría de los jardines simplemente se
mezclaban de un césped al siguiente.
Los dedos de mis pies se aplastaron contra la exuberante hierba de Toren.
El peso en mi pecho que había estado allí desde el momento en que vi a papá
pareció flotar hacia el cielo negro.
¿Por qué siempre era más fácil exhalar aquí? Mi casa, mi habitación, mis
pertenencias estaban a quince metros de distancia. Mi dormitorio solía ser mi
santuario. Al menos así había sido antes de mudarme a Montana.
Excepto que aquí, el lugar que parecía brindarme mayor comodidad era
justo aquí, al borde de un patio, contemplando las brillantes luces de la ciudad,
con la casa de Toren haciendo guardia sobre mi hombro.
Un destello de faros atravesó la noche, seguido por el sonido de la puerta de 136
un garaje abriéndose. No me giré para ver si eran Stevie o Liz.
No había ninguna razón para que se apresuraran a regresar a casa.
Pero Toren lo haría.
Porque había visto a través de la mentira que le había dicho en el pasillo de
que no pasaba nada.
Su puerta corredera se abrió y se cerró. Conté los segundos que le llevó
cruzar el patio: catorce. Luego estuvo a mi lado, con las manos en los bolsillos
de los vaqueros mientras miraba hacia adelante.
—Se te enfriarán los pies.
Mis pies ya estaban fríos.
—Estoy bien —mentí.
—¿Lo estás?
No.
—Mi papá estuvo en el juego esta noche.
—Ah. ¿Chico alto? ¿Suéter negro? ¿No muy lejos de mi asiento?
—Sí. ¿Como lo supiste?
—Tu cara cambió cuando lo viste. Luego jugaste como si el juego fuera una
cuestión de vida o muerte.
—Estaba enojada. —Dejé escapar una risa seca—. Normalmente juego bien
cuando estoy enojada.
—Me di cuenta de eso. —Dio un paso adelante y se volvió hacia mí—. No
sabías que iría.
—No. —Negué—. Hace eso una o dos veces por temporada. Aparece
aleatoriamente en un juego sin tanto como un mensaje de texto para decir que
irá. Normalmente va acompañado de una novia. Éste se llamaba Maggie. Me
siento mal por su esposa.
Toren dio un paso adelante y se volvió hacia mí.
—¿Tu mamá?
—No por mucho tiempo. El nombre de su esposa es Tina.
Su rostro se endureció en un ceño fruncido.
—La engaña.
Había tantas cosas en esa reacción que me dieron ganas de rodearle los 137
hombros con mis brazos y aplastar mi boca contra la suya.
Toren no conocía a Tina. No conocía la dinámica con papá. Pero juzgaba el
engaño.
Dios, estaba haciendo que fuera difícil seguir adelante. No es que realmente
lo hubiera intentado. Pero a este paso, mis sentimientos por Toren durarían
mucho después del día en que me mudara de la cuadra.
—¿Puedo decirte algo? —le pregunté.
La respuesta de Toren fue acercarse, como si supiera que la única forma en
que podría decir esta verdad sería en un susurro.
—Sólo lo veo cuando va a un juego como lo hizo esta noche —dije—. ¿Qué
pasa si dejo de jugar?
Era retórico. Sabía la respuesta.
Lo más probable era que no volviera a ver a mi padre.
Toren me dio una triste sonrisa.
—Lo lamento.
—Yo también. —Me tragué el nudo en la garganta—. ¿Por qué fuiste al
juego?
No respondió. En cambio, arqueó el cuello y miró al cielo. Mientras tragaba,
su nuez se balanceó y mi boca se secó. Tragar no debería ser sexy, pero todo lo
que Toren hacía captaba mi interés.
Cuando finalmente volvió a mirarme, el aire entre nosotros se calentó. Se
filtró en mi piel, extendiendo el calor hasta los fríos dedos de mis pies.
—¿Por qué fuiste a mi juego? —pregunté de nuevo.
—No me hagas responder eso. —Su voz era dolida.
—Está bien —susurré.
¿Qué estábamos haciendo? ¿Por qué no podíamos detenernos? Mi mirada
se posó en su boca y necesité toda mi fuerza para no cerrar la brecha entre
nosotros. No pasar mi dedo por esos labios para ver si estaban tan suaves como
los recordaba.
—¿Toren?
—¿Jennsyn? 138
—¿Aún usas ese bálsamo labial de menta?
Cerró los ojos, con la mandíbula apretada mientras se saltaba esa pregunta
también y, en cambio, hizo una propia.
—¿Qué quieres de mí?
—Olvidarte. —No precisamente. Pero era la respuesta inteligente y era una
chica inteligente—. ¿Por qué no puedo hacerlo?
Sus ojos se abrieron y la desesperación en ellos tenía que igualar la mía.
La fiesta había sido sólo una noche. Sólo una maldita noche.
¿Por qué ninguno podía olvidarla?
Despegué los congelados dedos de la hierba antes de hacer algo de lo que
ambos nos arrepentiríamos. Di un paso atrás, luego otro.
—Adiós, Toren.
No se movió. No me impidió salir de su jardín.
—Adiós, Jennsyn.
12
TOREN
Nueve de octubre.
Era uno de los tres días que temía cada año.
Dieciséis de enero. Siete de septiembre. Nueve de octubre.
Hoy hace diecisiete años que mi madre había muerto. Un año después, papá
también se había ido.
Había vivido más tiempo sin mamá que con ella. No era jodidamente justo.
Dios, lo que daría por estar ocupado hoy. Tener una práctica o un juego
agotador que me sirviera de distracción. Excepto que este año, el nueve de
octubre cayó en martes. El día más tranquilo de la semana.
139
La práctica no fue más que una breve reunión. Se esperaba que los
jugadores hicieran un ligero entrenamiento, pero por lo demás, el martes era su
día para ponerse al día con las tareas escolares y darles un descanso a sus
cuerpos.
El martes era el día en que los entrenadores podían realizar tareas
administrativas y correos electrónicos. No estaba de humor para hacer mucho
más que ir a casa y ver películas en el sofá, pero me obligué a ir a la oficina hoy,
sabiendo que si me quedaba solo en casa, sería mucho más difícil.
—Toren. —Parks atravesó mi puerta abierta y la cerró antes de dejarse caer
en una de las sillas vacías frente a mi escritorio—. Ayuda.
Se trataba de una mujer. Incluso antes de que abriera la boca, supe que se
trataba de una mujer.
—¿Qué pasa?
—Se trata de esta chica con la que he estado saliendo.
—Ah. —Por supuesto que lo era. Probablemente se habían conocido en línea.
—Nos conocimos en Tinder.
—Está bien —dije arrastrando las palabras. Y/o lo estaba ignorando. O
quería romper con ella pero aun así tener sexo.
—Creo que está a punto de terminar con esto.
—¿Por qué dices eso? —Me recosté en mi silla, agradecido por una vez de
que fuera horrible en las relaciones. Hoy, aceptaría cualquier distracción que
pudiera tener.
—Dejó de enviarme mensajes de texto.
Entonces no estaba dispuesta a terminarlo, ya lo había terminado. Y Parks
no estaba dispuesto a admitir la derrota.
Todos los miembros del cuerpo técnico éramos competitivos, pero Parks lo
llevaba al extremo en todos los aspectos de su vida. Prosperaba en modo de
ataque. Funcionaba cuando estaba en el campo y presionaba a sus jugadores
con fuerza, pero no demasiado. Sabía cuándo dar marcha atrás en lo que
respectaba al fútbol y al entrenamiento.
¿Pero con las mujeres? No tanto.
—¿Cuánto tiempo estuvieron saliendo? —le pregunté.
—Tres semanas, más o menos.
140
—¿Como en las pasadas tres semanas? —Habíamos estado fuera de casa
durante dos de los tres fines de semana para partidos fuera de casa. Durante la
semana, la mayoría de las noches nos apremiaban las prácticas. Lo que
significaba que esa mujer con la que había estado saliendo probablemente había
conseguido un martes y poco más—. ¿Con qué frecuencia la viste?
—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Nos juntamos un par de veces al
principio. Le he estado enviando mensajes de texto, pero ha sido difícil alinear
nuestros horarios.
—Tal vez sólo quería algo informal.
—Sí. Supongo. —Negó con la cabeza—. Honestamente, no sé por qué me
molesta. En nuestra última cita hizo un comentario acerca de que el fútbol es
superficial.
Auch.
—Entonces no me molestaría demasiado que no te responda el mensaje de
texto.
Gimió.
—Tienes razón. Yo solo... me gustaba. Era dulce.
—Si no entiende lo agotadora que puede ser una temporada, si
ensombrecerá un juego que adoramos, creo que será mejor que sigas adelante.
¿Era por lo que me gustaba Jennsyn? ¿Porque entendía cómo era este
mundo? Entendía la dedicación a un deporte. A un equipo. Que los exigentes
horarios de viaje y práctica eran un sacrificio que todos estábamos felices de
hacer.
—Sí —refunfuñó, hundiéndose en la silla y exhaló—. Las citas apestan.
—Lo hacen. —No es que tuviera muchas citas. Aventuras de una noche,
claro. Conexiones, sí. ¿Pero citas?
Era raro que conociera a una mujer a la que quisiera dedicarle el poco
tiempo que tenía en esta época del año.
Hasta Jennsyn.
No la había visto en tres semanas. Casi un mes. En ese momento me sentía
como un hombre hambriento. Debería haber sido bueno poner ese tiempo y
distancia entre nosotros. Para dejarla desvanecerse. Excepto que no se estaba
desvaneciendo.
141
Había estado de viaje para sus propios juegos, y el fin de semana jugamos
en casa y el equipo de voleibol estuvo en Colorado. No la había visto entrar ni
salir de la casa. No la había encontrado en mi patio trasero.
Si no fuera por los momentos más destacados publicados en las redes
sociales, ni siquiera habría visto su cara. Pero me convertí en el seguidor más fiel
del equipo de voleibol. Revisaba mi teléfono constantemente, esperando ver un
resumen o un clip de un juego. Esperando verla sonreír después de una victoria.
Seguían invictas. Todavía estaba jugando con ese fuego.
Y a la mierda mi vida, pero lo extrañaba. La extrañaba a ella.
—Supongo que volveremos a Tinder —murmuró Parks, levantándose de la
silla—. Pero primero, debo decirles a dos de mis muchachos en la línea que si no
mejoran sus calificaciones, estarán en la banca el sábado.
—Buena suerte.
—Gracias. ¿Puerta abierta o cerrada?
—Cerrada. —Necesitaba unos minutos para mí.
—Nos vemos. —Salió y cerró la puerta tras él.
Sacudí el mouse de mi computadora, a punto de verificar las calificaciones
de mis propios jugadores, cuando alguien llamó a la puerta. Antes de que pudiera
responder, Ford asomó la cabeza al interior.
—Hola.
—Hola. —Ford entró y cerró la puerta, luego tomó el asiento que Parks
acababa de dejar y se desplomó contra su respaldo—. ¿Tienes un minuto?
—Seguro. ¿Qué pasa?
—Adivina quién apareció en Mission el sábado.
Con el temor en su voz, tenía que ser su ex esposa.
—Sienna.
—Sí. —Hizo estallar la “i”.
—Maldición. —Me encogí—. Lo siento.
Conocí a Sienna en la universidad cuando salía con Ford. Había sido un
drama en aquel entonces y, después de todo lo que me había contado sobre su
divorcio, todavía era un drama ahora. Pero estaba atrapado con ella en su vida,
al menos hasta que su hija, Joey, se graduara de la preparatoria.
142
—¿Cuánto tiempo estará aquí?
Se encogió de hombros.
—Ni idea. Por el bien de Joey, ojalá sea más de un fin de semana.
Sienna no había visto a su hija desde que Ford se mudó. Él tenía la custodia
total de Joey y Sienna todavía vivía en Seattle.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—No especialmente. Millie quiere hacer una pausa mientras Sienna está en
la ciudad. Lo que sea que signifique una pausa.
Una pausa. Significaba que había algo en lo que hacer una pausa. Ninguno
de los dos había confirmado oficialmente su relación, aunque sospechaba que
habían estado juntos por un tiempo.
—Entonces… ¿Tú y Millie son oficiales?
—Lo mantendremos en silencio. Por obvias razones.
—¿Cómo se llevará esto con el trabajo? —le pregunté.
Se pasó una mano por el cabello.
—No lo sé. Pero si significa que tengo que dejarlo, entonces lo haré.
Maldición. ¿Renunciaría a todo por Millie?
Trabajar para Ford había sido un sueño este año. Era un líder fuerte y
nunca nos dejaba con dudas. Sin embargo, tampoco se metía en nuestra mierda.
Confiaba en nosotros para hacer nuestro trabajo y confiábamos en que nos
respaldaría.
Detestaba la idea de un jefe diferente. Pero prefería que mis amigos fueran
felices. Además, me gustaba que Ford renunciara por Millie. Que conociera su
valor. Que peleara por conservarla, incluso si le costaba una carrera.
—Sabes que no diré nada —dije.
—Nunca me preocupó que lo hicieras. —Ford dejó escapar un largo
suspiro—. No quiero que se sienta sola durante esta puta pausa o lo que sea. Si
estás libre, ¿te importaría invitarla a comer una hamburguesa con queso o algo
así una noche? Haz una de esas apuestas que haces con ella para ver quién come
más papas fritas.
Me reí.
—Lo tienes. 143

Millie y yo habíamos apostado en un montón de estupideces a lo largo de


los años, todo por diversión. ¿Quién podía correr más rápido? ¿Quién podía
comerse una docena de alitas de pollo más rápido? ¿Quién podía contener la
respiración por más tiempo?
Hacía tiempo que no hacíamos una apuesta trivial. Tal vez esta noche, en
un esfuerzo por no pensar en el nueve de octubre y darle un poco de tranquilidad
a Ford, invitaría a Millie a cenar. Veríamos quién comía más tacos.
—Gracias. —Se golpeó las rodillas con las manos antes de levantarse—.
¿Quieres almorzar?
—En realidad, creo que iré al gimnasio. —No tuve ganas de levantarme de
la cama para hacer ejercicio esta mañana, pero estar sentado en este escritorio
toda la mañana me había puesto rígido e inquieto—. ¿Control de lluvia?
—Por supuesto. —Se fue con un gesto.
Antes de que alguien más pudiera pasar para pedirme consejos sobre
relaciones, tomé mi teléfono y mis auriculares y luego me dirigí al vestuario para
cambiarme.
El sonido del metal chocando me recibió cuando entré a la sala de pesas. La
hora del almuerzo siempre estaba abierta. Millie se aseguraba de que hubiera
momentos todos los días en los que los estudiantes y miembros del personal del
departamento pudieran hacer ejercicio.
El constante golpe de los zapatos en una cinta de correr golpeó el fondo
mientras me colocaba los auriculares, ahogando el ruido.
Por lo general, no había estudiantes durante la hora del almuerzo, sólo
miembros del profesorado. Dos empleados que trabajaban arriba con Millie
habían entrado a levantar pesas. Pero en esa cinta de correr, escuché el
movimiento de una cola de caballo corta y rubia. Las piernas largas. Los hombros
tonificados y la cintura esbelta.
El aire salió de mis pulmones.
Jennsyn miraba hacia adelante, la pantalla de su cinta de correr estaba
negra. Corría con zancadas fáciles y elegantes, con los brazos en movimiento y
los hombros erguidos.
Por un momento, casi me doy la vuelta. Casi la dejo para hacer ejercicio
mientras encontraba otra manera de aclarar mi cabeza. Excepto que habían 144
pasado tres semanas.
Extrañaba su rostro.
Era nueve de octubre.
Y hoy me importaban un carajo las reglas. Sólo quería verla sonreír.
Así que crucé el espacio, asintiendo mientras pasaba junto a un tipo que se
estiraba sobre las colchonetas en la esquina. Luego me subí a la cinta de correr
tres detrás de la de ella, sin verla mientras presionaba los botones y comenzaba
a correr.
La mirada de Jennsyn se dirigió hacia mí a través de los espejos de la pared
del fondo y miró dos veces. Su boca se abrió, como si se le hubiera entrecortado
el aliento, y maldita sea, fue casi mejor que una sonrisa.
Estaba vestida con mallas negras y un sujetador deportivo de tiras blanco.
Me estudió por un momento, entrecerrando los ojos. Luego ladeó la cabeza, como
hacía cuando intentaba entender.
Cuando volvió a ver hacia adelante, había un pliegue entre sus cejas. Pero
pronto encontró un punto invisible en esos espejos y le prestó toda su atención.
Hice lo mismo, manteniendo mi concentración en el futuro. Pero estaba allí.
Estaba cerca.
Era suficiente.
Así que corrí dos kilómetros, luego tres. Después de los tres, normalmente
me detenía para levantar peso, excepto que ella seguía corriendo, firme y fuerte.
No estaba listo para marcharme todavía.
Había un ligero brillo en su frente y un sonrojo en sus mejillas, pero por lo
demás, lo hacía parecer sin esfuerzo.
En el kilómetro cuatro, mis piernas se estaban cansando. No entrenaba
como corredor de fondo y, más allá de un simple calentamiento, nunca pasaba
mucho tiempo en las cintas de correr. Pero Jennsyn no se había detenido, así
que tampoco lo hice.
Presionó un botón y, por un momento, suspiré, feliz de haber terminado
finalmente. Excepto que no fue para renunciar. Aumentó la velocidad.
Hijo de puta. Había una sombra de sonrisa en sus labios, como si me
estuviera desafiando a detenerme. Desafío aceptado.
Pulsé el signo más en mi máquina, acelerando el ritmo en un intento de
igualar sus zancadas hasta llegar a diez kilómetros. Mis pulmones ardían y el 145
sudor goteaba por mi cara.
Mierda. Tragué aire más que respiré. Pero no me detuve. No reduje la
velocidad. No fue hasta que finalmente, a casi doce kilómetros, Jennsyn
disminuyó la velocidad y empezó a caminar, levantando las manos por encima
de la cabeza mientras respiraba.
Corrí durante un minuto más, esperando hasta que el marcador de
distancia llegara a seis antes de golpear con la mano el botón de parada. Luego
me bajé de esta jodida cinta y caminé hacia el bebedero por un poco de agua.
Usé el dobladillo de mi camiseta para secarme la cara, aunque el sudor seguía
goteando.
Me quité los auriculares, los metí en un bolsillo y apoyé las manos en las
rodillas. Mi pecho se agitaba mientras intentaba recuperar el aliento.
Un par de tenis de color naranja neón y blanco aparecieron en mi campo de
visión. Los tenis de Jennsyn.
Estaba más cerca de un entrenador de lo que debería estar una estudiante.
Excepto que cuando escaneé la sala de pesas, estaba vacía. Mientras intentaba
tirarme al suelo, el resto de la gente se había marchado.
—¿Estás bien? —Las manos de Jennsyn estaban apoyadas en sus caderas.
No parecía en absoluto sin aliento.
—Sí. —La descarté con la mano—. No soy corredor.
—No estoy preguntando sobre el entrenamiento. —Me dio una triste
sonrisa—. Te ves triste.
Bueno, estaba triste. Y la única persona que se daba cuenta era esta mujer.
Esta mujer a la que quería tomar en mis brazos y besar hasta que tampoco
pudiera respirar.
—No es el mejor día —dije.
—Deberías ver una película cursi para animarte más tarde. —Esa bonita
boca se curvó en una deslumbrante sonrisa. Una sonrisa que hizo que cada paso
de esos jodidos doce kilómetros valiera la pena.
—¿Alguna recomendación?
—Mannequin. O Ferris Bueller’s Day Off.
Ambas estaban en la pila que había devuelto el mes pasado.
146
Habían sido dos de las favoritas de mi madre. Exactamente lo que debería
ver el nueve de octubre.
Jennsyn no tenía idea, pero era probablemente la mejor recomendación que
pude haber pedido.
Asentí, tragándome el nudo en mi garganta.
—Buena idea.
Hizo falta todo lo que estaba en mi poder para detenerme allí. Para no
invitarla a ver una película en mi sofá esta noche.
Su cabeza se inclinó hacia un lado nuevamente mientras su mirada recorría
mi cuerpo, de pies a cabeza. No fue sensual. Era preocupación, como si estuviera
tratando de encontrar la fuente del dolor.
Sus ojos se posaron en mi pecho. En mi corazón.
—Toren…
La puerta se abrió y Millie entró, vestida con pantalones cortos para correr
y una camiseta sin mangas, con el cabello recogido en una larga cola de caballo.
Jennsyn se sobresaltó y luego me esquivó hacia el bebedero, actuando como
si fuéramos solo dos personas que necesitaban un trago.
Millie sonrió cuando me vio, aunque no llegó a sus ojos. Probablemente por
lo que sea que estuviera pasando con Ford. Probablemente estaba aquí para
correr quince kilómetros en un esfuerzo por bloquearlo.
Crucé la habitación y me detuve frente a ella.
—Hola. ¿Quieres salir a cenar tacos esta noche? Te apuesto diez dólares a
que puedo comer más que tú.
—Hecho. —Había una sombra en la mirada de Millie que no pudo ocultar
aunque lo intentó—. Gracias.
—Por nada. —Mientras se dirigía hacia una cinta de correr, me arriesgué a
ver hacia el bebedero.
Pero Jennsyn ya se había ido.

EN LA FIESTA
147

TOREN
El dedo de Jennsyn trazó una línea a lo largo de mi mandíbula mientras
bostezaba.
Mi mano estaba alrededor de su cintura debajo de las sábanas, mis propios
dedos trazaban pequeños círculos en los hoyuelos de su espalda baja.
Un bostezo también estiró mi boca. Eran las tres de la mañana y estaba
jodidamente cansado. Con cada segundo que pasaba, se hacía cada vez más difícil
mantener los ojos abiertos. Pero maldita sea si no me obligaría a permanecer
despierto hasta que se durmiera.
—Algún día deberías dejarte barba —susurró mientras su dedo raspaba mi
incipiente barba.
Arqueé las cejas.
—¿Una barba?
—Sí. Apuesto a que te verías sexy con barba.
—¿Estás diciendo que no soy sexy?
Rio.
—Déjate la barba, Toren.
Cuando decía mi nombre así, con voz baja y entrecortada, hacía lo que
quisiera.
—Deberíamos dormir. —Bostezó de nuevo.
—Aún no. —Rodé sobre su cuerpo desnudo, colocándome entre sus caderas.
Mi pene palpitaba mientras se presionaba contra su húmedo centro.
Gimió cuando tomé su boca.
Y todos esos bostezos cesaron.

148
13
JENNSYN
La biblioteca del campus estaba repleta de estudiantes y grupos de estudio
que susurraban. Todas las mesas y cubículos a mi alrededor estaban ocupados
y, aunque reinaba el silencio, me esforcé por bloquear movimientos, pasos y
papeles revueltos. La chica a mi lado seguía golpeando la mesa con el borrador
de su lápiz y el tat, tat, tat me ponía nerviosa. Mis auriculares estaban
incómodamente en el fondo de mi bolsa de gimnasia en la casa de campo.
Me puse un mechón de cabello detrás de la oreja y me incliné más cerca de
mi libro de texto, releyendo un párrafo por segunda vez justo cuando mi teléfono
sonó, su timbre era tan fuerte que pareció llenar todo el segundo piso de la
biblioteca.
Mierda. Mis dedos temblaron mientras me apresuraba a silenciar la 149
llamada. El calor inundó mi rostro cuando vi hacia arriba, encontrando más de
unas pocas miradas dirigidas en mi dirección. La biblioteca principal no era tan
indulgente como la sala de estudio para los atletas en el campo.
—Lo siento —le dije a la chica en la mesa al lado de la mía mientras fruncía
el ceño.
Puso los ojos en blanco y siguió golpeando ese maldito lápiz.
El nombre de mamá todavía estaba en la pantalla de mi teléfono, pero dejé
que su llamada pasara al correo de voz mientras recogía mis libros y cuadernos
y los metía en mi mochila. Luego me levanté de la mesa donde había estado
sentada durante la hora pasada y me dirigí hacia las escaleras.
Cuando corrí del segundo piso al primero, el teléfono vibró en mi mano con
un mensaje.
Jennsyn. Tienes que devolverme la llamada.
—No —murmuré, luego me dirigí a través del oscuro campus.
Lámparas altas y brillantes iluminaban las aceras del campus, pero esa
noche estaba tranquila. Sólo unos pocos estudiantes más estaban caminando.
Dos chicas salieron de una sala de conferencias. Un hombre mayor con una
cartera cruzada sobre el torso, probablemente un profesor, salió del edificio de
química.
Mi teléfono volvió a sonar, esta vez con un mensaje de texto de mamá.
Llámame. Esta noche.
Había estado esquivando sus llamadas y mensajes de texto durante más de
un mes. Era el tiempo más largo que pasé sin hablar con mi madre.
Si hubiera pensado que realmente quería hablar conmigo, la habría llamado.
Pero me acosaría acerca de Mike Simmons, y como todavía no había decidido si
lo quería como mi agente, no tenía sentido discutir con mamá.
No estaba de humor para que me reprendieran por mi futuro. Escuchar su
decepción cuando le dijera que tenía dudas. No estaba del todo preparada para
admitir lo que todavía estaba asumiendo conmigo misma.
Era mi último año de voleibol.
Tal vez. Probablemente. No estaba cien por ciento segura todavía.
Si no podía decidirlo por mí misma, seguro que no incorporaría a mi madre
a la mezcla. Perdería la maldita cabeza. Así que la ignoraría. Enteramente. 150
Sabía que estaba ocupada. Estábamos en plena temporada, viajando por el
Oeste para asistir a varios partidos. Las clases eran ocupadas y acababa de
terminar los exámenes parciales. Las prácticas eran diarias y cada vez que tenía
un momento libre, intentaba incluir entrenamientos adicionales. Como la
semana pasada, cuando entré a la sala de pesas durante la hora del almuerzo
después de que cancelaron una de mis clases y Toren entró a correr en una cinta.
Algo había estado mal con él ese día. Una nube se cernía sobre su cabeza.
Quise preguntar sobre eso, pero entonces Millie entró en la habitación y tuvimos
que fingir que éramos extraños. No lo había vuelto a ver desde entonces. Como
el fútbol y el voleibol se superponían, su agenda era tan agitada como la mía.
¿Estaría bien? Esperaba que estuviera bien.
Como había sido durante meses, Toren era una constante en mi mente, ya
sea que nos cruzáramos o no. Me había robado tanta atención que no estaba
segura de qué haría cuando este enamoramiento terminara. Y si dejaba el
voleibol, ¿en qué pensaría? ¿Y si me quedaba?
Una oleada de inquieta energía corrió por mis venas, así que caminé más
rápido, con la esperanza de deshacerme de ella mientras me dirigía a la casa de
campo. Mi auto no estaba solo bajo las brillantes luces del estacionamiento. Los
miércoles solían ser noches muy ocupadas en el campus con actividades de club
y horas de estudio regulares. Por lo general, estaba tan ocupado en la sala de
estudio que no había asientos vacíos, por eso decidí omitirlo por completo y
estudiar en la biblioteca principal después de comprar la cena en el sindicato de
estudiantes una vez que terminábamos la práctica.
El equipo partía mañana para una serie de juegos que comenzarían en Idaho
y terminarían en Utah. Antes de irnos, quería terminar una tarea de economía
que debía entregar el lunes. Una vez terminada, ahora podía ir a casa y relajarme.
Tal vez esta noche volvería a ver mi película favorita de Toren.
Excepto en el momento en que encendí el auto y me abroché el cinturón de
seguridad, el teléfono volvió a sonar y el tintineo sonó a todo volumen por las
bocinas. El nombre de mamá apareció en la consola.
—Uf.
Aparentemente, más de un mes era el tiempo que me permitiría ignorarla.
Simplemente seguiría llamando hasta que respondiera, ¿no? Mi madre era una
mujer testaruda y necia.
Me tensé, el corazón se me subió a la garganta y presioné el botón para 151
aceptar.
—Hola, mamá.
—Jennsyn.
¿Todas las madres tenían la capacidad de hacer que el nombre que te ponían
sonara como una bofetada? ¿O sólo la mía?
Un espeso y pesado silencio llenó el auto mientras esperaba que
respondiera.
No tenía sentido dar charlas ni excusas, así que puse el auto en marcha y
me dirigí a casa, reemplazando ese silencio con el chirrido de mis llantas en el
pavimento.
—Realmente no dirás nada —dijo. Probablemente sus fosas nasales estaban
dilatadas—. Bien. Tienes una reunión con Mike Simmons el lunes. Te llamará al
mediodía. Responde. Esa. Llamada.
No. Estaba en la punta de mi lengua decirle que no.
Pero…
¿Qué pasaba si aún no le cerraba la puerta al voleibol? ¿Qué pasaba si la
dejaba abierta un poco más para ver qué pasaba? ¿Hasta que lo decidiera con
seguridad?
¿Quería jugar profesionalmente? Tal vez. Era la elección inteligente.
Después de graduarme, necesitaba un trabajo y jugar viviendo en Europa por un
tiempo sería una excelente manera de prepararme financieramente para el
futuro.
Lo mínimo que podía hacer era obtener esa información de Mike, ¿verdad?
—Está bien —espeté antes de que pudiera detenerme.
—Gracias. —Mamá suspiró—. Tienes suerte de que todavía esté dispuesto a
hablar. No puedo creer que te hayas demorado en esto. ¿Qué pasa contigo?
—Nada. Estoy ocupada.
—Me cuesta creer que estés más ocupada en una universidad de Montana
que en Stanford.
Apreté los dientes para no responder. ¿Por qué había respondido esta
llamada? ¿Por qué?
—No me creo la excusa de estar ocupada —dijo—. Algo está pasando. ¿Es 152
tu padre?
Dejé escapar un largo suspiro.
—No. No se trata de papá.
—¿Hablaste con él últimamente? —preguntó mamá.
Hace años, aprendí a responder esa pregunta con cuidado. Si no estaba
satisfecha con la respuesta, lo llamaría y lo sermonearía sobre cómo hacer un
esfuerzo con su única hija. Entonces papá me llamaba y el esfuerzo que hacía
volvía todo incómodo.
Papá no me conocía. Nunca había intentado conocerme. No quería que me
llamara porque se sentía culpable.
Quería que me llamara porque me extrañaba. Porque pensaba en mí. Si la
atención que me dedicaba era porque lo había forzado, bueno... prefería no
hablar con él en absoluto.
No habíamos hablado ni nos habíamos enviado mensajes de texto desde que
llegó a Montana, y no esperaba volver a tener noticias de papá hasta el próximo
partido que decidiera ver. Si había un próximo partido.
—Vino a un juego —le dije a mamá—. Estaba en Seattle y se detuvo de
camino a casa.
—Ah. ¿Estaba solo?
Otro error que cometí hace años. Le había confiado a mamá que papá estaba
engañando a Tina. No había actuado sorprendida. Quizás también había
engañado a mamá. Probablemente.
—No —admití.
—Entonces fue a tu juego como una excusa para salirse con la suya con su
última novia. Típico Warren.
—Está bien, mamá.
—No está bien.
No, no lo estaba. Pero era mi realidad.
—Hablaré con Mike el lunes —dije.
—Bien. Llámame después.
—Está bien.
Mamá terminó la llamada sin despedirse. Sin una pregunta sobre mí. Sobre
153
cómo me iba o cómo estaba en la escuela. Ni siquiera había preguntado por el
equipo. Aunque probablemente era porque veía los puntajes publicados cada
semana. Sabía que estábamos aplastando a todos los que enfrentábamos. Eso, o
no le importaban mis victorias en la Treasure State.
A sus ojos, probablemente no contaban, ya que no era Stanford. ¿Era por lo
que no los habría visto? ¿Porque todavía estaba enojada porque me había
transferido sin su aprobación?
El año pasado, mamá asistió a ocho de mis partidos en casa. Después, me
invitaba a cenar y me asesoraba sobre todo lo que había hecho mal. Para
nuestros partidos fuera de casa, me daba consejos en nuestra siguiente llamada
telefónica.
Este año, aparte de su determinación de conseguir que firmara con Mike
Simmons, no había dicho nada sobre mi juego. Y mamá ni una sola vez había
mencionado volar desde Nebraska para ver un partido. La falta de crítica y
atención era inquietante. Liberador.
Me dolía un poco. Pero sobre todo era un alivio. Por primera vez sentía que
estaba jugando fuera de su alcance. Fue necesario que ingresara a una escuela
más pequeña y a un programa más estrecho. Pero fue como salir de debajo de su
paraguas, esperando que te lloviera encima. En cambio, el sol me calentaba la
cara.
Era liberador simplemente jugar y saber que la única persona que me
instruiría más tarde sería la entrenadora Quinn. Últimamente me había dado
algunos consejos sobre el tiempo, pero sus consejos eran diferentes a los que
había recibido de otros entrenadores. Me había estado enseñando cómo sacar lo
mejor de las otras chicas.
Era una forma diferente de pensar en el juego. Más que sólo mi actuación,
mi dominio, se trataba de cómo podía preparar a las otras chicas para que
también dieran lo mejor. Especialmente Stevie. Los últimos juegos había jugado
diferente. Mejor. Más fuerte. Era... divertida.
Había pasado mucho tiempo desde que la diversión ocupara el primer lugar
en la lista cada vez que describía el voleibol.
El precio que estaba pagando por esa diversión era la devoción de mi madre.
Quizás dolía más que un poco.
El vecindario estaba tranquilo cuando doblé por nuestra callada calle. La
luz se derramaba por las ventanas mientras rodaba por la calle, entrando en el 154
camino de entrada. La única casa oscura de la manzana era la de Toren.
¿Dónde estaría esta noche? ¿Fuera para cenar? ¿En la casa de un amigo?
¿En una cita?
No era mi problema.
Llegué al garaje y entré. Stevie estaba estudiando en la mesa del comedor,
con sus auriculares puestos para bloquear el ruido del televisor. Liz estaba
sentada con las piernas cruzadas en el sofá, con una comedia de situación de
fondo mientras se inclinaba sobre el cuaderno extendido sobre su regazo.
—Hola —dije mientras caminaba hacia la sala de estar.
—Hola. —Liz levantó la vista y sonrió—. Recibiste un paquete hoy. Lo puse
en tu cama.
—Gracias. Qué tengas buenas noches.
—Buenas noches. —Liz solía darme una extraña mirada cuando me retiraba
a mi habitación antes de las nueve. Pero se habían acostumbrado al hecho de
que no pasaba mucho tiempo en las zonas comunes. Utilizaba la cocina para
cocinar y el cuarto de lavado para lavar la ropa, pero por lo demás me mantenía
sola.
Así que subí las escaleras y me encerré en mi habitación, dejando caer mi
mochila al suelo antes de recoger el paquete en mi cama.
Rápidamente, abrí el sello de la caja. Luego saqué los cuatro DVD’s del
interior y sonreí para mis adentros mientras los inspeccionaba por delante y por
detrás.
A Toren puede que le gustaran las películas cursis de los ochenta y noventa.
Pero estos eran algunos de mis viejos favoritos. Alien, El Silencio de los Corderos
y Eso.
Eran películas que me habían asustado muchísimo cuando era más joven.
Películas que veía a escondidas por las noches cuando mamá salía a cenar con
sus amigas y me dejaba sola en casa.
La cuarta película fue una que compré para verla en mi computadora
portátil. Era una que no recordaba que Toren tuviera, pero que de todas las
películas que había visto, se había convertido en mi favorita.
El Karate Kid Parte II
Era cursi. Era repugnantemente dulce. Y me encantaba de todos modos.
155
Por mucho que quisiera correr escaleras abajo e ir hasta casa de Toren para
dejarlos en su puerta, mis compañeras de cuarto definitivamente harían
preguntas, así que dejé los DVD a un lado y terminé otra hora de estudio antes
de dejarlo. Me lavé los dientes y me puse una cómoda sudadera, luego me tumbé
en la cama leyendo en mi Kindle, con las luces apagadas y la puerta cerrada,
escuchando cuando Liz finalmente iba a su propia habitación.
Esperé otros treinta minutos, hasta que fueron más de las once, luego tomé
las películas y salí de mi habitación. Mis pies descalzos no hicieron ruido
mientras bajaba de puntillas las escaleras, asegurándome de que ninguna de las
luces estuviera encendida y que Stevie también se hubiera acostado. Contuve la
respiración mientras me arrastraba hacia la puerta principal.
Mi pulso rugió en mis oídos cuando giré la cerradura, tensándome cuando
hizo clic. Dios, era tonto. Pero la casa estaba en silencio y a oscuras. La sala de
estar estaba vacía y el único sonido provenía del aire que entraba por las rejillas
de ventilación.
Salí y solo respiré cuando la puerta se cerró y corrí hacia la casa de Toren.
Una tenue luz parpadeaba a través de las ventanas de su sala, como si
estuviera viendo la televisión. Subí de un salto el único escalón que llevaba a su
porche y coloqué las películas en su tapete de bienvenida. Luego me giré, a punto
de escapar a casa, y me quedé inmóvil.
Mi corazón se aceleró, golpeando mi esternón con tanta fuerza que era como
si hubiera corrido diez kilómetros, no seis metros.
Vete a casa. Vete a casa, Jennsyn.
Me volví hacia su puerta, mordiéndome el labio inferior entre los dientes. Al
diablo. Con un rápido golpe de mis nudillos, llamé a su puerta. Si no respondía,
en diez segundos me iría a casa.
Diez Misisipi. Nueve Misisipi. Ocho Misisipi.
Cuando llegué a cero, la puerta todavía estaba cerrada.
Mi corazón se hundió cuando me giré para irme, pero antes de que pudiera
bajar ese escalón de concreto, la puerta se abrió de golpe. Y entonces él estaba
allí, llenando su marco y luciendo más guapo que nunca.
Doce Mississippi. Necesitaba darle doce segundos.
—Hola.
—Hola. —Se quedó viendo por un momento, su expresión sólida e ilegible. 156

Me puse un mechón de cabello detrás de la oreja y de repente me sentí muy


expuesta bajo la luz de su porche. Sintiéndome como una chica tonta por venir
aquí a escondidas como una enamorada adolescente.
—Lamento molestarte.
—Está bien. —Su mirada recorrió mi cuerpo en una rápida evaluación.
Cuando llegó a mis pies descalzos, frunció el ceño.
Simplemente me encogí de hombros y luego caminé hacia los DVD,
inclinándome para recogerlos del tapete.
—Estas son para ti. A tu colección le faltan otros géneros, así que pensé en
comenzar con mi favoritos.
Los tomó de mi mano, escaneando los lomos antes de arquear una ceja.
—¿Películas de terror?
—Hay algo mágico en estar aterrorizada en tu propia casa durante dos o
tres días después de terminar una película.
Se rio entre dientes, negando con la cabeza. Luego se hizo a un lado y me
hizo un gesto para que entrara.
—Entra. Antes de que pierdas un dedo del pie por congelación.
—No hace tanto frío.
—Jennsyn. Adentro.
Fue una tontería y una imprudencia. Necesitábamos tiempo separados, no
juntos. Pero de todos modos pasé a su lado y entré.
—Solo por un minuto. —Me quedaría no más de sesenta segundos y luego
me iría a casa. Excepto en el momento en que crucé el umbral hacia la calidez
de su hogar, tratando de darle tanto espacio como era posible, capté un toque de
su colonia en el aire.
Cedro y jabón y Toren.
Ni una sola oportunidad sería suficiente.
Lo seguí por la entrada mientras llevaba las películas a la cocina. La
televisión estaba encendida en la sala con ESPN. Pero no se movió para encender
ninguna otra luz y, en la oscuridad, era la tentación personificada.
Llevaba un par de jeans que le llegaban hasta las caderas. Su sencilla
camiseta gris se extendía sobre sus bíceps y su pecho, se amoldaba a los
157
músculos de sus brazos. También iba descalzo y tenía el cabello despeinado.
Parecía un poco arrugado, como si tal vez se hubiera quedado dormido en el sofá.
La mujer que se acurrucaría a su lado en las tranquilas noches de los
miércoles por el resto de su vida tenía más suerte de la que jamás hubiera
imaginado.
—Gracias. —Dejó las películas sobre el mostrador—. ¿Por qué?
—Parecías triste la semana pasada cuando te vi en el gimnasio. Pensé que
esto podría animarte.
—¿Las películas de terror te animan?
—Sí. —Asentí—. En realidad, lo hacen. Me sacan de mi cabeza.
—Ah. —Volvió a escanear los títulos y sacó El Karate Kid II—. ¿Consideras
esto una película de terror?
—No. —Sonreí—. No pensé que tuvieras esa. Después de ver todos los que
te pedí prestados, apareció como recomendación, así que lo renté. Pensé que
deberías tenerlo para tu colección.
—Ah. —Lo estudió por un momento—. No tengo este.
—¿No te gusta?
—Nunca lo había visto.
—Oh. Es bueno. Probablemente uno de mis favoritos.
Apoyó una cadera contra el mostrador de la isla, cruzando los brazos sobre
el pecho.
—¿Por qué? ¿No es tan cursi como los demás?
—Oh, es cursi. Pero él pelea por ella. Literalmente.
Algo en esa película me había impactado tan fuerte que comencé a llorar.
Esas lágrimas que lloras cuando estás tan abrumada por las emociones que se
filtran en forma de lágrimas.
Tal vez porque no estaba segura de que alguna vez alguien peleara por mí.
Toren tarareó y bajó la barbilla. La escena cambió en la televisión, haciendo
que la habitación se iluminara más y permitiéndome ver mejor su rostro. Por la
incipiente barba de su mandíbula. Era más gruesa de lo normal, como si no se
hubiera afeitado en días.
—Te estás dejando crecer la barba. —Era en parte una declaración, en parte
una pregunta y en parte una esperanza.
158
Levantó un hombro.
Significaba que sí.
Se estaba dejando la barba. Por mí.
Bueno, tal vez era por él mismo. Tal vez esa conversación que tuvimos hace
meses simplemente había despertado su propia curiosidad sobre la barba. Pero
esta noche me llevaría el mérito. Reclamaría la barba como mía.
Aunque no fuera mía.
Y él tampoco.
Me alejé un paso cuando todavía tenía fuerzas y voluntad.
—Qué tengas buenas noches.
Excepto que antes de que pudiera irme, su voz, tranquila, profunda y suave,
me hizo detenerme.
—El nueve de octubre es un día duro para mí. Es el aniversario de la muerte
de mi mamá. Por eso me veía triste cuando te vi en el gimnasio la semana pasada.
—Toren. —Presioné una mano contra mi corazón—. Lo siento mucho.
—Yo también. Murió hace mucho tiempo. Correr doce kilómetros a tu lado
me ayudó a distraerme de eso. Gracias. Por cierto, nunca volveré a correr.
Me reí.
—Oh vamos. No eres alguien que se dé por vencido.
Algo cruzó por su expresión, casi como un desafío. Un desafío que nada
tenía que ver con correr.
—Jennsyn. —Se enderezó y se puso de pie, sus ojos sostuvieron los míos
mientras ardían. No había otra palabra para ello. Me miró tan intensamente que
el fuego chisporroteó debajo de mi piel.
El mismo fuego que sentí hace meses.
Mi corazón latía demasiado fuerte. Sentí mi pecho demasiado apretado para
respirar. Había superado con creces mi límite de tiempo de un minuto, pero no
podía levantar los pies. Estaba pegada a este lugar, cautiva por esos irises gris
verdoso.
—No puedo dejar de pensar en ti. —Su voz no era más que un murmullo—.
Se suponía que debías desvanecerte.
—Tú también —susurré.
159
Tragó fuerte y su nuez se balanceó.
—Necesito dejar de pensar en ti. Esto es imprudente y hay demasiado en
juego.
Asentí.
—Lo sé.
Estaba en lo correcto. Tenía mucha, mucha razón. Pero aquí estaba,
descalza en su casa porque no podía alejarme.
Toren cerró la brecha entre nosotros, elevándose sobre mí mientras su
mirada buscaba la mía. Un centímetro de aire eléctrico y crepitante era todo lo
que nos separaba. Levantó una mano y sus dedos apartaron el cabello de mi
sien.
En el momento en que me tocó, todo mi cuerpo pareció suspirar. Relajarse.
Como si hubiera estado nerviosa durante meses, sosteniendo mi aliento,
esperando estar de regreso aquí donde podría exhalar.
—No puedo dejar de pensar en ti —repitió, y esta vez su voz adquirió un
tono más oscuro—. Dime adiós, Jennsyn. Dime adiós. Y esta vez, dilo en serio.
—Adiós, Toren. —No había ni una pizca de confianza en mi voz. Ni un poco.
Porque no tenía idea de cómo decirle adiós a este hombre.
14
TOREN
Su aliento era un susurro entre mis labios. Esos hermosos ojos azules
estaban fijos en los míos mientras permanecía perfectamente quieta.
Esperando.
Preguntándose.
Esta mujer. Esta maldita mujer. La deseaba más de lo que jamás había
deseado algo en mi vida.
¿Por qué Jennsyn? ¿Qué tenía que me tenía tan encantado? Casi no nos
conocíamos. Habíamos pasado una noche juntos hace meses y nada más que
algunos encuentros y conversaciones casuales. Excepto que de alguna manera
se había metido bajo mi piel. 160
Esa boca suave y rosada estaba a sólo unos centímetros de distancia. Un
centímetro que significaba poner en juego mi carrera. Mi estabilidad financiera.
Mi reputación. Un centímetro que significaba echar toda precaución al viento.
¿Valía la pena?
¿Ella valía la pena? ?
Sí. Mi corazón tronó en mi pecho. Bien podría haber estado diciendo sí con
cada golpe.
Jennsyn valía la pena. Lo sabía con tanta seguridad como sabía que mi
nombre era Toren Greely. Tan seguro como que tenía treinta y tres años. Tan
indiscutiblemente como que era un hombre hecho de carne y hueso.
Valía la pena correr el riesgo.
Un gruñido retumbó en mi pecho.
—A la mierda.
Apreté mi boca contra la de ella.
Un grito ahogado escapó de su garganta, como si no hubiera esperado que
hiciera algún movimiento. Ese pequeño ruido se disparó directamente a mi pene
y envió fuego por mis venas. Mis brazos la rodearon, acercándola hasta que ese
centímetro entre nosotros se convirtió en vapor. Gemí contra su boca mientras
lamía la comisura de sus labios.
Se separó de mí al instante, todo su cuerpo se derritió contra el mío.
Esta maldita mujer. Estábamos condenados.
Pasé mi lengua hacia adentro, enredándola con la de ella. Vertí cada
pedacito de frustración, cada pedacito de anhelo, en este beso, hundiéndolo tan
profundamente que ni siquiera me importó estar a punto de ahogarme.
Era lo que me había estado perdiendo desde julio. A Ella. Santo infierno, la
había extrañado. Más de lo que me había dado cuenta.
Los brazos de Jennsyn rodearon mis hombros, apretándolos con fuerza
mientras se acercaba más y más. Su lengua se arremolinaba contra la mía
mientras gemía y sus dedos se sumergían en mi cabello.
Otro bajo zumbido escapó de mi pecho mientras inclinaba mi boca sobre la
de ella, devorando y explorando cada rincón de su boca. Tomando todo lo que
había querido desde el verano.
Mis brazos se apretaron, abrazándola tan fuerte que nunca pudiera
161
liberarse. No era sólo un beso, era un reclamo. Maldito fuera el costo. No
habíamos terminado. Aún no. Ni por asomo.
Con cada mordisco, con cada golpe o deslizamiento de mi lengua, con cada
lamida, Jennsyn igualaba mi intensidad. Nos abrazamos uno al otro, como si
este beso por sí solo pudiera fusionarnos.
Una de mis manos descendió por la curva de su espalda, deslizándose más
allá de su cadera hasta esa perfecta y apretada curva de su trasero. Apreté fuerte,
tragándome su silbido. Luego bajé, bajé por un muslo largo y sexy para
enganchar mi mano debajo de su rodilla y tirar de su pierna alrededor de la mía.
Con una inclinación de mis caderas, presioné mi excitación en su centro.
Jennsyn maulló, acercándose para devolverme el golpe.
Con un rápido movimiento, la levanté del suelo y la giré hacia la isla,
colocándola en el borde del mostrador, sin romper ni una sola vez el beso. Luego
me deleité con esa deliciosa boca, volviendo a familiarizarme con cada centímetro
mientras abría las piernas, haciendo espacio para que siguiera balanceándome
contra su núcleo.
Sus piernas se envolvieron alrededor de mis caderas, manteniéndome en mi
lugar mientras separaba mis labios de los suyos y besaba un húmedo rastro a lo
largo de su mandíbula hasta su oreja.
—Toren —murmuró.
Dios, adoraba mi nombre en su voz.
—Dilo otra vez.
—Toren. —Su cabeza colgaba hacia un lado mientras bajaba por su cuello,
lamiendo su pulso antes de succionarlo en mi boca.
Cada célula de mi cuerpo gritaba por marcar a esta mujer. Mostrarle al
mundo que era mía.
Pero tomó mi cara entre sus manos y apartó mi boca, como si supiera
exactamente lo que casi había hecho. Sin marcas en su cuello. Tendría que
encontrar otro lugar para dejar mi rastro.
Clavé mis dientes en el lóbulo de su oreja y lo metí en la boca con un
mordisco.
Jennsyn gimió.
—Sí.
—Joder, te deseo. 162

—Sí. Quítate esto. —Tiró de mi camiseta y agarró la tela de mis hombros


con sus manos.
Deslicé mis dedos debajo del dobladillo de su sudadera con capucha y
encontré una suave y cálida piel. Con un beso en el delicado punto debajo de su
oreja, rocé sus costillas, moviéndome hacia arriba y hacia arriba hacia sus senos.
—Te penetraré toda la noche.
—Toda la noche. —Tiró más fuerte de mi camiseta.
Cuando mis manos alcanzaron la banda de su sujetador deportivo, las
extendí sobre sus costillas, colocando mis pulgares en sus pezones. Estaban
llenos de guijarros, listos para mi boca. Los sacudí a ambos, presionando con
fuerza mientras se arqueaba ante mi toque.
Moví mi boca hacia su oreja, mi nariz arrastró el dulce aroma cítrico de su
cabello.
—Te penetraré aquí mismo. Me enterraré dentro de ti y te penetraré hasta
que grites.
Su cuerpo temblaba contra el mío, su respiración se hacía entrecortada
mientras seguía jugando con sus pezones.
—Sí.
—Después estaremos de nuevo en el sofá. Quiero que montes mi pene.
—Toren —gimió—. Más.
—Y luego subiremos las escaleras. —Donde estaría en mi cama toda la
noche.
—Oh Dios. —Tragó—. Configura una alarma. Ahora mismo. Tengo que estar
en casa a las cuatro.
Besé ese punto debajo de su oreja nuevamente, luego me separé y caminé
hacia la sala de estar donde había dejado mi teléfono en una mesa auxiliar.
Pondría la alarma. Entonces el mundo podría arder por lo que a mí me importaba
mientras Jennsyn estuviera en mi cama.
Excepto en el momento en que levanté mi teléfono, una serie de
notificaciones perdidas llenaron la pantalla.
Cinco llamadas perdidas de Faith. Cuatro textos. El último me revolvió el
estómago.
163
Llámame. Abel tuvo un accidente.
—Ay Dios mío. —Marqué su nombre, presionando el teléfono contra mi oreja
mientras me pasaba una mano por la cara—. Estará bien.
Por favor, que esté bien. Tenía que estar bien. Nuestra familia no podía
soportar otro golpe. Faith no podría sobrevivir a otro golpe.
Cuando sonó el teléfono, mi cabeza empezó a dar vueltas. ¿Qué tipo de
accidente? Era miércoles. No era invierno, así que los caminos estaban
despejados. ¿Qué tan malo sería?
Cerré los ojos, aspirando un poco de aire mientras mi cuerpo comenzaba a
balancearse.
Una mano alrededor de mi codo, un ancla para mantenerme firme. Cuando
abrí los ojos, los de Jennsyn estaban esperando.
—Hola —respondió Faith, con voz temblorosa—. Él está bien.
El aire salió de mis pulmones.
—¿Qué pasó?
—Volcó su auto. O su amigo volcó su auto. Estaban conduciendo por uno
de esos sinuosos caminos rurales que van hacia las montañas e iban demasiado
rápido.
—¿Pero está bien?
—Está bien. —Sollozó—. Está metido en mierda profunda. Estaba bebiendo.
Pero está bien.
Mis hombros se hundieron.
—¿Dónde estás?
—En la sala de emergencias.
—Estoy en camino. —Mis pies comenzaron a moverse incluso antes de
terminar la llamada, llevándome hacia el pasillo que conducía al vestíbulo. Metí
el teléfono en mi bolsillo mientras corría—. Tengo que irme. Mi primo tuvo un
accidente. Está en urgencias.
—¿Está bien? —preguntó Jennsyn, siguiéndome.
—Sí. Pero necesito estar allí. —Tomé un par de tenis de la bandeja al lado
de la puerta que daba al garaje.
—Bien. —También se acercó a la bandeja y se calzó los Crocs azul marino
que llevaba en casa. Luego agarró una gorra de béisbol de un gancho, atrapando 164
su rubio cabello debajo del ala antes de cubrirlo con la capucha de su sudadera—
. Vamos.
—Jennsyn…
Levantó una mano, interrumpiéndome.
—No conducirás solo hasta el hospital. Me quedaré en la camioneta cuando
lleguemos allí, me sentaré en la sala de espera o me esconderé en un rincón para
que nadie se dé cuenta de que estamos juntos. Pero no conducirás hasta allí solo.
Golpeó mi pecho como un mazo.
No había tiempo para absorberlo. Dejarlo asimilarse, no esta noche. No
mientras mi cabeza diera vueltas y el miedo surgiera de mis huesos. Un miedo
que había enterrado hace años. Un miedo que nacía de la experiencia. De perder
a una madre. A un padre. A un tío.
Los tres en el Mission Medical Center.
Si Jennsyn estaba dispuesta a acompañarme para que no tuviera que ir
solo, entonces la dejaría esta noche. Incluso si significaba ir juntos a un lugar
muy público un miércoles por la noche donde no podríamos fingir que éramos
extraños.
Mi familia no podía perder a otra persona. No sobreviviría a otra fecha de
aniversario para recordar cada año, todavía no.
Y no estaba demasiado orgulloso de admitir que no quería ir solo al hospital.
—Bien. —Tomé la mano de Jennsyn y la llevé conmigo al garaje.
Cuando llegamos a urgencias, se ofreció a esperar en el camioneta.
Pero en lugar de eso, tomé su mano.
—¿Entrarás conmigo?
Entrelazó nuestros dedos.
—Absolutamente.

165
15
TOREN
Faith estaba en la sala de espera cuando cruzamos las puertas dobles de la
sala de emergencias. Tenía el teléfono pegado a la oreja mientras caminaba por
la pared del fondo, con los ojos pegados al linóleo mientras lo hacía.
Jennsyn movió los dedos, tratando de liberarse de mi agarre, pero los sujeté
con fuerza.
Aparte de Faith y la enfermera apostada en el mostrador de recepción, la
sala de espera estaba vacía. Esta noche, no me importaba que nos vieran juntos.
Estaba usando el agarre de Jennsyn para mantenerme estable hasta que supiera
que Abel estaba bien.
—Estaremos en casa en un momento —dijo Faith por teléfono. Levantó la
166
vista cuando nos acercamos y el alivio inundó sus ojos cuando me vio. Su mirada
se dirigió a Jennsyn, a nuestras manos entrelazadas, pero si le sorprendió verme
con una mujer, no lo dejó ver.
Extendí mi brazo libre y caminó directamente hacia mi lado, hundiéndose
contra mí.
—Está bien, Beck. Todo estará bien —dijo—. Toren acaba de llegar, así que
colgaré. Te llamaré cuando salgamos del hospital. Te quiero.
Lo que sea que dijo la hizo asentir y sollozar. Luego se sacó el teléfono de la
oreja y lo metió en un bolsillo.
—Hola. —Finalmente solté la mano de Jennsyn para poder abrazar a mi tía.
—Hola. —Su voz era áspera, como si estuviera tratando de no llorar—.
Gracias por venir.
—Por supuesto. ¿Estás bien?
—No especialmente. —Faith me soltó y se enderezó, secándose debajo de los
ojos. Estaba vestida con pantalones de pijama de franela rojos y azules y una
vieja sudadera que había sido del tío Evan. Tenía los pies cubiertos con las
pantuflas UGG que le había comprado para Navidad el año pasado.
—¿Puedo verlo? —Señalé las puertas de madera que conducían a la sala de
urgencias.
—Sí. Sólo salí a llamar a Beck. Asegurarme de que todo en casa estuviera
bien. Está asustado.
—¿Quieres que vaya allí? ¿Qué me quede hasta que llegues a casa?
—No, creo que está bien. Dane y Cabe están dormidos. Y el doctor dijo que
deberíamos poder irnos pronto.
—Bien. ¿Qué pasó?
Faith caminó hasta la silla más cercana y se dejó caer en el borde, con los
hombros curvados hacia adelante.
El asiento al lado del suyo era más bien un banco con suficiente espacio
para dos, así que me senté en un extremo y le di unas palmaditas al vinilo azul
marino a Jennsyn.
Dudó por un momento, luego me dio una triste sonrisa y se apretó a mi lado,
metiendo las manos entre sus rodillas.
Agarré una, entrelazando nuestros dedos mientras mi otro brazo rodeaba 167
los hombros de Faith.
—Los niños no tienen escuela mañana ni el viernes —dijo—. Jornadas de
desarrollo profesional para los docentes. Entonces Abel preguntó si podía pasar
la noche en casa de Robbie. Y aparentemente, Robbie les preguntó a sus padres
si podía pasar la noche en nuestra casa.
—Mierda —murmuré. Chicos idiotas—. ¿A dónde fueron realmente?
—A las montañas a hacer una fogata. Iban a acampar pero supongo que la
exnovia de Abel estaba allí y ocurrió algo de drama. No pude captar los detalles
exactos porque mi hijo. Está. Ebrio. —La voz de Faith tembló, ya sea por miedo o
por furia. Probablemente por ambas cosas.
Dejé escapar un largo suspiro.
—Mierda.
—Robbie no estaba bebiendo. Fue quien condujo a casa. Iban por un camino
de grava, tomaron una curva demasiado rápido y volcaron el Explorer de Abel.
—Joder —murmuré cuando la mano de Jennsyn apretó la mía.
—Podría haber sido mucho peor. —Faith tragó y miró fijamente un invisible
punto en el suelo—. Robbie está bien. Tiene un corte en la frente y otro en el
brazo por los cristales rotos. Se fue con sus padres hace unos diez minutos.
—¿Y Abel?
—Tiene un desagradable corte en la cabeza y una leve conmoción cerebral.
El doctor estaba terminando de ponerle los puntos cuando salí para llamar a
casa. —Enterró la cara entre las palmas de sus manos, pero en lugar de llorar,
dejó escapar un ahogado y enojado resoplido.
Cuando Faith dejó caer las manos, se sentó muy erguida y respiró hondo.
Luego miró más allá de mí hacia Jennsyn.
—Hola. Soy Faith.
—Soy Jennsyn. —Le dio a mi tía una triste sonrisa—. Encantada de
conocerte. Siento mucho lo de tu hijo.
—Yo también. —Faith suspiró.
No era el momento ni el lugar en el que quería que se conocieran. Demonios,
no había planeado que alguna vez se encontraran. Más tarde le explicaría a Faith
la situación. Tendría que pedirle que guardara el secreto. Pero sería para otra
noche. Sería para después de que Abel saliera de urgencias.
168
—Bien. —Faith se puso de pie y apretó los puños—. Estoy tan enojada con
él que apenas puedo ver con claridad. Su auto está destrozado. Tuvieron mucha
suerte de no recibir un MIP, pero Robbie recibió una multa por conducir
imprudentemente. Sus padres están furiosos y me culpan de esto. Yo solo…
podría haberse matado.
Mientras un nuevo brillo de lágrimas llenaba sus ojos, me levanté y la abracé
de nuevo.
—Él está bien.
—Él está bien. —Su cuerpo tembló cuando comenzó a llorar—. Yo no
puedo...
—Lo sé. —No podía perder a otra persona. No podía perder a un hijo—.
Vayamos a verlo.
Asintió, respirando profundamente. Luego se secó la cara y caminó hacia
las puertas.
—¿Quieres que espere aquí? —-preguntó Jennsyn.
No la quería sola en esta sala de espera deprimente y con corrientes de aire.
Estaba en la mezcla ahora, ya sea que cualquiera de nosotros estuviera listo para
ello o no. Mañana necesitaríamos decidir hacia dónde ir desde aquí. Esta noche
sólo quería sobrevivir a esto.
Si quería quedarse aquí, no la culparía. Pero si estaba dispuesta, no me
importaría tenerla conmigo.
—Tu elección. —Extendí la mano.
Entrelazó sus dedos con los míos sin dudarlo.
Me permití saborear ese calmante toque solo por un momento antes de
seguir a Faith para encontrar a Abel.
La sala de emergencias estaba vacía salvo por algunas enfermeras
trabajando. Pasamos por una hilera de oscuras habitaciones hasta llegar a un
área abierta dividida con mamparas de cortinas de color verde pálido. Sólo el
espacio de Abel tenía las cortinas cerradas.
Mi primo yacía en una estrecha cama de hospital. Cuando nos deslizamos
por una rendija de las cortinas, sus ojos se abrieron de golpe. Una mirada al
rostro de su madre y el rostro de Abel palideció. Su mirada se agrandó cuando
me vio detrás de ella.
169
Faith se cruzó de brazos cuando se detuvo a los pies de su cama.
Jennsyn soltó mi mano y se demoró fuera de la cortina, mientras me paraba
junto a mi tía y también me cruzaba de brazos.
Bueno, estaba vivo. El nudo en mi estómago se aflojó un poco.
—Hola.
Abel tragó con fuerza.
—Hola.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—No precisamente. —Sus ojos inyectados en sangre se llenaron de lágrimas
y apoyó la cabeza contra la única almohada, mirando al techo—. Soy tan
jodidamente tonto.
Faith se burló, su mandíbula se movió mientras parpadeaba para contener
otra ronda de lágrimas.
Suspiré y me moví para sentarme en el borde de su cama.
Su barbilla comenzó a temblar, así que alcancé sus hombros, levantándolo
y abrazándolo.
—Lo lamento. —Se hundió contra mí, sollozando mientras su voz se
quebraba.
—Lo sé.
—Solo quería divertirme con mis amigos y relajarme y que me importara un
carajo el fútbol, la escuela y todas esas tonterías.
Eran muchas cosas. Cada uno era ligeramente arrastrado.
—Lo entiendo. —Lo abracé más, absorbiendo los escalofríos que
atormentaban su cuerpo cuando comenzó a llorar.
—La cagué —sollozó—. La cagué mucho.
—Toma un respiro —le ordené.
El aire se le hizo un nudo en la garganta.
—Lo siento.
—Sé que lo sientes. Resolveremos esto.
—Mi vida se acabará si no puedo jugar. Se terminará. Papá se estará
revolcando en su tumba.
170
—Lo cremamos —murmuró Faith, secándose debajo de los ojos.
Al oír su voz, Abel se apartó y observó a su madre, más allá de mí.
—Lo siento, mamá.
—Sé que lo sientes, chico.
Su boca se frunció. Su cabello, del mismo color castaño que el mío, le caía
sobre los ojos. Cuanto mayor se hacía, más se parecía al tío Evan.
—¿Señora Grely? —Una enfermera se deslizó a través de las cortinas y
levantó una pila de papeles en la mano—. Podemos firmar esto y conseguir que
le den el alta.
—Está bien. —Faith salió del espacio mientras Abel se recostaba en la cama,
con los ojos bajos.
Puse mi mano en su brazo y lo apreté.
—Lo importante es que nadie resultó gravemente herido. Tomaron la
decisión correcta al dejar que Robbie condujera si estaba sobrio. Tu auto, el resto,
ya lo resolveremos.
—¿Qué pasará con el fútbol? El entrenador me echará del equipo. A Robbie
también. Simplemente lo sé. Estamos jodidos.
—Eso aún no lo sabes. No eres el primer chico que se mete en problemas
durante la temporada de fútbol.
—Ya lo dijo, Tor. Si a alguno nos atrapan bebiendo, quedamos fuera.
Eso sonó como el entrenador. Había dicho lo mismo hace mucho tiempo,
cuando era uno de sus chicos. Conociéndolo, lo cumpliría y Abel aprendería una
gran lección.
—Entonces estarás fuera por el resto del año. Jugarás la próxima
temporada.
—No puedo perder un año. No puedo. Toda mi vida estará arruinada. Nunca
conseguiré una beca para jugar. —Estalló en una nueva oleada de sollozos
mientras se cubría la cara con las manos—. Papá estaría muy decepcionado de
mí. Tengo que jugar.
¿De dónde diablos venía eso? Sí, a Evan le encantaba el fútbol. Pero nunca
había sido el tipo de hombre que hacía del deporte toda su personalidad. Le
importaría un carajo que sus hijos jugaran.
Lo único que siempre le importaba era que fueran felices.
171
—Abel. —Aparté las manos de su rostro, esperando a que me mirara—. A tu
papá no le habría importado una beca. No le habría importado que dejaras el
fútbol por completo. Sólo quería que tú, tu mamá y tus hermanos fueran felices.
—Pero el fútbol era lo nuestro. Era nuestra maldita cosa. También es cosa
nuestra, de ti y de mí.
Mi corazón se apretó. No su cosa. Nuestra cosa.
—¿Te gusta siquiera el fútbol, Abel?
—Eh. —Su vacilación fue respuesta suficiente—. Sí. Me gusta. Sólo... No
tanto como antes.
Entonces había llegado el momento de seguir adelante. De ampliar sus
intereses. Antes de que dejara de gustarle lanzar un balón por diversión. Antes
cambiaba de canal cada vez que empezaba un partido.
—Tal vez sea una bendición disfrazada —dije—. No beber. Hablaremos de
eso. Pero si tu entrenador te expulsa del equipo este año o te pone en la banca,
entonces tal vez sea el descanso que necesitabas. Si no te encanta, detente. Está
bien. No me importa. A tu mamá no le importará. A tu papá no le habría
importado.
Su rostro se arrugó, como si la idea de renunciar rompiera los corazones de
todos.
Abel había cambiado mucho en estos pasados cuatro años. Se estaba
convirtiendo en un hombre joven. Pero en ese momento, parecía el chico triste y
destrozado que tomó mi mano durante el funeral de su padre y lloró en mi
hombro cuando su madre se paró estoicamente frente a la multitud para
agradecerles a todos por asistir.
—Oye. —Tomé su rostro entre mis manos y dejé caer mi frente sobre la
suya—. Es solo un juego.
—Mi auto está jodido.
—Es sólo un auto.
Sólo lloró más fuerte.
—Lo lamento.
—Lo sé. —Lo acerqué para darle otro abrazo, sosteniéndolo cerca hasta que
Faith regresó con la enfermera.
—Podemos irnos a casa —dijo, luciendo más exhausta que en toda la noche, 172
como si el estrés de esto finalmente hubiera terminado y todas las emociones la
hubieran dejado seca.
—Yo manejaré. —Me levanté y saqué las llaves de mi camioneta del bolsillo.
Faith entró arrastrando los pies en la habitación y recogió el abrigo de Abel
que estaba tirado sobre la silla junto a su cama. Le dedicó a su hijo una leve
sonrisa y luego le tendió la mano para ayudarlo a ponerse de pie.
Él tragó mientras se levantaba, diez centímetros más alto que su madre.
—Lo siento, mamá.
—Lo sé, bebé. —Lo abrazó, sosteniéndolo con fuerza.
Corrí las cortinas para darles un momento a solas.
Jennsyn estaba parada contra una pared cercana, con los brazos alrededor
de su cintura. Había algo en su expresión que me hizo detenerme. Algo duro y
guardado.
Pero antes de que pudiera preguntarle si estaba bien, Faith y Abel
aparecieron a mi lado. Su brazo estaba entrelazado con el de su madre como si
ella lo estuviera sosteniendo. Ese chico probablemente no tenía idea de que su
madre era la persona más fuerte que jamás había conocido.
Era más fuerte de lo que debería ser.
—¿Listos? —les pregunté.
Faith asintió.
—Gracias por venir.
—Los llevaré a casa. Jennsyn puede llevarse mi camioneta.
—Estamos bien —dijo Faith—. Vuelve a casa.
—¿Estás segura?
—Sí. —Le sonrió a Abel—. Estamos bien.
Él asintió, luciendo como si estuviera a punto de llorar de nuevo, pero
cuando lo instó a seguir adelante, caminó a su lado por el pasillo, pasó por la
estación de enfermeras y de las salas vacías de emergencias hasta la salida.
Respiré, la presión en mi pecho se aflojó, luego le tendí una mano a Jennsyn.
Ella se empujó de la pared y la tomó, luego juntos salimos también del
hospital. Cuando subimos a mi camioneta, se quitó la capucha y luego me quitó
la gorra.
173
No había necesidad de seguir escondiéndonos, no cuando estábamos solos.
El camino a casa fue en silencio, el peso de todo lo que había sucedido esa
noche se posó pesadamente en la cabina del camioneta. No sólo el accidente de
Abel, sino todo.
Las películas que había llevado. El hospital.
Ese beso.
Habíamos roto todas las reglas. La fiesta del cuatro de julio había sido una
cosa. Por podría alegar ignorancia.
¿Pero esta noche? Todo había cambiado.
¿Ahora qué? ¿A dónde iríamos desde aquí?
No tenía una respuesta y dudaba que Jennsyn la tuviera. Así que no
pregunté. Simplemente conduje por las tranquilas calles de Mission hasta que
me estacioné en mi garaje, con la puerta cerrándonos.
—Gracias por ir conmigo —dije.
—De nada —susurró. Había una tristeza en sus ojos que hizo que me doliera
el corazón.
—¿Qué ocurre?
Levantó un hombro.
—Escuché lo que le dijiste. Acerca del fútbol. Ojalá te hubiera tenido cuando
tenía su edad.
Quería que alguien le dijera que estaba bien dejar el voleibol. Preguntarle si
le gustaba el juego.
La noche que la encontré en mi jardín después de su juego, la noche que su
padre y yo estuvimos en Upshaw para verla jugar, mencionó querer renunciar.
¿Sería lo que quería?
Durante las semanas pasadas, me derrumbé y pasé demasiado tiempo en
Google aprendiendo sobre voleibol. Stanford era una de las mejores
universidades del país y tenía uno de los mejores programas de voleibol. ¿Por qué
cambiaría ese calibre de educación, ese nivel de juego, por la Treasure State?
Éramos una buena escuela pero no éramos Stanford. Y había estado tan cerca
de graduarse, sólo le faltaba un año. Entonces, ¿por qué se había ido de
California?
—¿Por qué te transferiste este año? —Era la pregunta que había querido 174
hacer durante semanas.
¿Este movimiento sería su forma de detenerse lentamente? ¿No una brusca
renuncia, sino una salida gradual del juego?
—Porque no te tenía para que me dijeras que podía detenerme —susurró.
—Puedes hacerlo, sabes. Puedes renunciar.
—Aún no. Ni siquiera sé si es lo que quiero.
Y muy poca gente le había preguntado qué quería.
Jennsyn forzó una pequeña sonrisa y luego alcanzó la manija de la puerta.
—Adiós, Toren.
Todo lo que tuve que hacer fue tomar su mano. Todo lo que tenía que hacer
era llevarla adentro. Podríamos continuar donde lo habíamos dejado. Pero me
quedé inmóvil detrás del volante, observando cómo saltaba de la camioneta.
Jennsyn caminó hacia la puerta que conducía al interior y se quitó mis
Crocs. Luego caminó hacia la puerta lateral, la que la llevaría a casa.
Y desapareció en la noche.
—Adiós, Jennsyn.
EN LA FIESTA
TOREN
Jennsyn dibujó remolinos alrededor de mi pezón con la punta de un dedo. La
mayoría de las mujeres que conocía tenían las uñas cuidadas con brillante
esmalte, pero las de ella eran cortas y limpias.
Su cuerpo estaba estirado junto al mío. Estaba apoyada en un codo y, debajo
de las sábanas, arrastró su pie arriba y abajo por mi pantorrilla.
Yo tenía un brazo detrás de mi cabeza y mi corazón todavía latía con fuerza
por el último orgasmo.
—¿Alguna vez te quedaste despierto toda la noche con alguien? —me
preguntó—. ¿Así?
Como si estuviéramos tan enamorados uno del otro que peleáramos por no
175
dormir el mayor tiempo posible. Como si no pudiéramos tener suficiente. Como si
no pudiéramos detenernos, ni siquiera para descansar.
—No. —Con cualquier otra mujer, nunca se me había pasado por la cabeza—
. ¿Tú?
—No.
Con cada golpe de su pie, mi cuerpo parecía vibrar y mi pene cobraba vida
para otra ronda. Ese dedo suyo seguía dando vueltas en mi pezón.
—Nos quedaremos sin condones si sigues así —murmuré.
Sonrió, tan hermosa y brillante que iluminó el cuarto oscuro.
—Parece un desafío.
Me reí entre dientes y salté, rodando para atraparla debajo de mí tan rápido
que jadeó.
—Me gustan los retos.
16
JENNSYN
Mi profesor recogió una pila de papeles de su escritorio y los agitó en el aire
mientras caminaba a lo largo de la habitación.
—Exámenes intermedios. En general, me sentí decepcionado.
Un colectivo gemido resonó en toda la clase.
Este curso de Gestión de Pequeñas Empresas debería haber sido una fácil
A, excepto que este profesor parecía decidido a torturarnos a todos. No sólo se
desviaba continuamente del plan de estudios, sino que nos lanzaba tareas sin
contexto ni material de apoyo. Nuestro libro de texto había sido irrelevante hasta
el momento: un montón de peso que me obligaban a cargar por el campus dos
días a la semana en caso de que el profesor Smith cambiara de opinión y quisiera
176
usarlo.
Nuestro examen de mitad de período versó sobre fuentes de financiación
para pequeñas empresas. Era un tema que sólo habíamos tocado brevemente.
Según nuestro inútil programa de estudios, se suponía que pasaríamos las
próximas dos semanas discutiendo el tema.
Por supuesto que estaba decepcionado con las calificaciones.
Yo me sentía decepcionada de su enseñanza.
Ninguno sabía qué diablos quería.
Afortunadamente, ya había tomado un curso para pequeñas empresas en
Stanford, así que usé lo que había aprendido el año pasado y superé el examen.
—Revisé el programa de estudios durante el fin de semana —dijo el profesor
Smith—. El lunes comenzaremos una sección sobre estrategia de salida.
La estrategia de salida debía discutirse en noviembre. ¿Sabía lo que había
en su propio programa de estudios?
Smith caminó hacia su escritorio y colocó la pila en una esquina. Luego se
sentó en su silla y agitó una mano en el aire.
Clase perdida.
La habitación estalló en acción, todos metiendo libros y libretas en sus
mochilas antes de levantarse y de arrastrar los pies hacia el frente de la sala. Se
formó una fila para recoger nuestras exámenes, así que no me apresuré a irme.
Me puse el abrigo y me colgué la mochila al hombro, luego caminé desde mi
asiento en la primera fila hasta el último lugar.
Smith ni siquiera vio en mi dirección mientras recogía mi examen y hojeaba
la portada con mi nombre en la esquina.
Parpadeé ante la calificación garabateada con tinta roja.
C
¿Qué? Me incliné más cerca de la página, comprobando tres veces que era
mi trabajo y que era mi calificación.
Mi estómago se desplomó mientras escaneaba mi propia letra.
¿Me había dado una C? No. No podía ser correcto. Nunca había obtenido
una C en mi vida.
—¿Profesor Smith? —Me acerqué a la esquina de su escritorio.
Levantó la vista por encima del borde de sus anteojos de montura negra. 177

—Señorita Bell.
—Yo, um… Estoy un poco sorprendida por mi calificación.
—Yo también. —Se quitó esos anteojos, dejándolos colgar en una mano
mientras me mira fijamente—. Estoy un poco preocupado por lo que le enseñaron
en Stanford.
Esperen. ¿Sabía que me habían transferido de Stanford? No era
exactamente un secreto. Quizás seguía al equipo de voleibol o algo así.
—Mis notas están en los márgenes —dijo.
Mi estómago se hundió más y más mientras hojeaba las páginas, sus
garabatos rojos coloreaban casi todas las preguntas en cada página. Mis
respuestas no fueron incorrectas, pero tampoco correctas. Al menos, no para lo
que Smith había querido.
Podría discutir con él. Pero dudaba que sirviera de algo. No cambiaría de
opinión. Lo que me dejaba atrapada con una C.
No, maldita sea. Esto no podía estar pasando. No obtenía C’s. No fracasaba
en la escuela.
Tal vez no estaba segura de qué hacer con el voleibol, tal vez mi futuro estaba
tan claro como una pared de ladrillos, pero era buena en la escuela. Necesitaba
ser buena en la escuela.
Mis manos empezaron a temblar y el papel se arrugó suavemente. Hubo ese
ruido en mis huesos.
—No se preocupe. —El profesor Smith se volvió a colocar los anteojos en la
cara—. Califico con una curva.
*
—Cuidado —me susurró una chica cuando entré por la puerta de la
biblioteca.
Había estado caminando hacia atrás, claramente sin ver hacia dónde iba.
Hasta el momento en que se dio la vuelta, con un café con leche hirviendo en la
mano, y corrió directamente hacia mí.
El café goteaba por la parte delantera de mi abrigo, humeante, pegajoso y
dulce.
Me lanzó una furiosa mirada mientras el líquido goteaba del costado de su
vaso de cartón al suelo de baldosas.
178
—Gracias. Acabo de comprar esto.
Mi boca estaba demasiado ocupada abierta para responder.
Con una mueca de desprecio, pasó a mi lado y salió, sin disculparse ni una
sola vez por el hecho de que estaba cubierta de su café.
Un chico que pasaba me vio de reojo, probablemente porque estaba de pie
con la boca abierta y los brazos levantados, congelados a los costados.
Vine a la biblioteca a estudiar. A examinar detenidamente mi examen parcial
en la clase de Smith y descubrir dónde me había equivocado o si podía encontrar
una manera de discutir algunos puntos.
Excepto que el café estaba empapando mi abrigo, así que despegué los pies,
me alejé del charco y me quité la chaqueta. Con ella hecha una bola, me di la
vuelta y salí de la biblioteca, dirigiéndome a la casa de campo. Había una
sudadera con capucha en mi casillero que había planeado usar después del
partido de esta noche.
Estaba temblando cuando crucé el campus. La camiseta de manga larga
que llevaba debajo del abrigo no era precisamente cálida y el clima de finales de
octubre era tan frío que me castañeteaban los dientes. Estaba a tres metros del
calor de la casa de campo cuando se abrió la puerta.
Toren salió con el entrenador Ellis.
El aire salió de mis pulmones. Nervios. Alegría. Alivio. Miedo. Todos me
golpearon a la vez. Rara vez nos cruzábamos en el campus, pero cada vez, las
emociones en conflicto me tomaban por sorpresa. Dudé un paso.
Estaba precioso con un jersey gris y vaqueros oscuros lavados. Sonrió ante
lo que fuera que dijera el entrenador Ellis, ninguno de los dos me había notado
todavía.
Habían pasado nueve días desde que vi a Toren. Nueve días desde el
accidente de Abel. Nueve días desde que Toren me tomó la mano y me besó en
su cocina.
Nueve días en los que me convencí de que tenía que terminar. De una vez
por todas.
Antes de que el traqueteo arruinara mi temporada. Antes de que otro beso
nos atrapara y perdiera su carrera.
Ambos me vieron al mismo tiempo.
179
El entrenador Ellis me dedicó una leve sonrisa y bajó la barbilla.
—Buenos días.
—Buenos días —dije con la voz ronca.
Toren tragó y luego imitó a su jefe, fingiendo que era una estudiante más.
Mantuvo la puerta abierta, sin decir una palabra mientras pasaba junto a ellos
dentro.
Mientras se alejaban, no miró hacia atrás.
Me quedé observando su espalda por un largo momento, mis pies todavía se
movían hacia adelante aunque mis ojos estaban dirigidos por encima de mi
hombro.
Mi dedo del pie se enganchó en la esquina del tapete.
Y luego me quedé viendo el cemento mientras estaba tirada en el suelo con
un tobillo palpitante.
—Mierda.
*
Rodé mi tobillo en círculos, probándolo desde antes. Estaba bien, sólo un
poco tierno. Torcido pero no esguinzado ni roto.
No era mi día.
Estaba más que lista para que terminara. Excepto que primero teníamos un
juego.
—¿Le pasa algo al tobillo? —preguntó Stevie mientras ambas nos
sentábamos frente a nuestros casilleros.
—Me tropecé antes pero está bien. —La desestimé con la mano cuando mi
teléfono vibró en el banco entre nosotros.
Mike Simmons.
Envié su llamada al correo de voz, haciendo una mueca en el momento en
que mi dedo presionó el botón. Menos de sesenta segundos después, apareció
una notificación por correo electrónico. Era el cuarto correo electrónico que Mike
me enviaba desde nuestra llamada telefónica la semana pasada y los cuatro
estaban esperando respuesta.
La primera había sido intercambiar información de contacto y resumir
nuestra llamada. La segunda había sido un contrato. La tercera había sido un
recordatorio para firmar ese contrato. Sospechaba que la cuarta sería igual. 180

Ni una sola vez durante nuestra llamada del lunes pasado acepté seguir con
él como mi agente. Ni una sola vez había aceptado su oferta de representación.
O mi madre lo había hecho por mí. O Mike pensaba que si presionaba
suficiente, cedería. Probablemente eran ambas cosas.
Había dicho todas las cosas correctas. Lo había hecho sonar tan
jodidamente tentador. Pero algo me estaba frenando. Lo mismo que me había
estado atormentando durante un tiempo. Algo que había ignorado en Stanford.
Algo que no había ignorado en la Treasure State.
¿Era realmente lo que quería? ¿Jugar voleibol profesionalmente?
¿Convertirlo en la ambición de mi vida?
La respuesta estaba ahí, en lo profundo de mis entrañas. Esperando el
momento en que fuera suficientemente valiente para decirlo en voz alta.
Hoy no era ese día.
El vestuario era ruidoso, la energía para nuestro próximo partido infundía
el aire. Megan estaba charlando sobre algo con algunas de las chicas. La
entrenadora Quinn acababa de entrar con el entrenador para hablar con Liz,
quien había estado luchando con su rodilla toda la semana.
Y no podía dejar de ver las notificaciones en mi teléfono.
Mike estaba esperando una respuesta.
¿Qué pasaría si firmaba el contrato, por si acaso? ¿Qué pasaría si ganaba
más tiempo para resolver esto? En el peor de los casos, lo contrataría como mi
agente y cuando llegara el momento de aceptar una oferta de trabajo, la
rechazaría.
Podríamos separarnos más tarde, ¿verdad? ¿Realmente tenía que decidirlo
ahora?
El miedo se deslizó por mis venas, acumulándose en mi estómago y
haciéndolo revolverse. El ruido era peor que nunca. Estaba a punto de
desmoronarme.
Tomé mi teléfono y me tembló la mano mientras metía el dispositivo en mi
casillero.
—¿Estás bien? —preguntó Stevie.
Tragué fuerte y ajusté la cintura de mis pantalones cortos.
181
—Sí.
No tenía otra opción que estar bien.
Teníamos un juego por ganar.
*
El vestuario estaba en silencio. Aparte del sonido de la ropa crujiendo, de
los bolsos al cerrarse y de los tenis atados, ninguna persona se atrevía a hablar.
Perdimos.
No podía entenderlo.
Habíamos perdido el juego de esta noche.
En mi mente, sabía que no era culpa mía. Era un deporte de equipo y todas
jugamos como una mierda, especialmente yo. No había habido ritmo. Habíamos
cometido un tonto error tras otro. Y el otro equipo había estado en llamas.
No fue mi culpa.
Fue mi culpa.
Decepcioné a todas esas chicas esta noche. Me decepcioné a mí misma. Todo
porque me dejé distraer por una C. Por una taza de café derramada. Tropezando
con un tapete, con una llamada telefónica perdida y con un correo electrónico.
Por un hombre.
Por un entrenador que estaba totalmente fuera de mis límites y al que no
podía sacarme de la cabeza.
El ruido se había manifestado en el juego.
Justo como antes.
Una mano aterrizó en mi hombro, haciéndome saltar.
La mirada de Stevie estaba llena de preocupación, pero no interrumpió el
silencioso luto de nuestra temporada perfecta.
Yo tampoco.
Me alejé de su toque, recogí mi bolso del suelo y salí por la puerta del
vestuario.
*
El sudor me perlaba las sienes mientras pasaba el trapo de un lado a otro
por el interior del parabrisas del Subaru de Liz. El chirrido del cristal limpio llenó
el interior de su auto junto con los aromas de acondicionador de cuero y 182
amoníaco.
La última vez que vi el reloj eran las doce y media de la madrugada. Fue
antes de que comenzara a limpiar el auto de Liz. Después de haber detallado mi
propio BMW y el Jeep rojo de Stevie.
Mis compañeras de cuarto estaban adentro, dormidas y ajenas a mí en el
garaje. Me pregunté si podrían oír la aspiradora cuando la saqué para limpiar la
alfombra de cada uno de nuestros vehículos, pero si el ruido las había molestado,
ninguna había venido a comprobarlo.
Así que seguí limpiando, necesitaba distraerme porque no podía dormir.
Conduje a casa después del partido de esta noche y me encerré en mi
habitación, lamiendo mis heridas. Esperaba que después de un poco de
descanso, el ruido se detuviera. Excepto que había dado vueltas y vueltas,
incapaz de apagarlo.
Habíamos perdido. Perdimos un partido que deberíamos haber ganado.
No era mi primera derrota, pero fue la más difícil que tuve que tragar.
Había demasiada energía fluyendo por mis venas. Demasiados
pensamientos pasando por mi mente.
Hacía demasiado frío y estaba demasiado oscuro para salir a correr. Casi
había conducido hasta el campus y había ido a la sala de pesas. En lugar de eso,
me conformé con limpiar mi auto. Excepto que cuando terminé, todavía estaba
rebosante de nerviosismo y de esta insaciable necesidad de moverme. Como si
me quedara quieta por mucho tiempo, me desmoronaría.
Así que lo siguiente que hice fue limpiar el auto de Stevie. Luego el de Liz.
Debería haber sido suficiente. Contorsionando mi cuerpo en espacios
reducidos para limpiar plástico y cuero. Quitar el polvo de las salidas de aire con
cotonetes de algodón. Aspirar las migas de las grietas.
Después de un largo día, después de perder, de una C y de un abrigo que
probablemente siempre apestaría a café, debería haber estado exhausta.
Pero en el momento en que salí del Subaru de Liz y me puse de pie, esa
necesidad de seguir moviéndome, de seguir presionando, fue más fuerte que
nunca.
No había más autos que limpiar.
Mis entrañas se anudaron. ¿Ahora qué?
183
Esa pregunta resonó en mi cabeza, tan fuerte que bien podría haberla
gritado en el silencioso garaje.
¿Ahora qué?
Era más grande que mi siguiente movimiento. Que los próximos cinco
minutos.
Ahora ¿qué hacía con mi vida?
Mi garganta ardía con esta aguda y dolorosa necesidad de llorar. Me negué
a llorar.
La última vez que derramé una lágrima por un juego perdido fue en mi tercer
año en la preparatoria cuando perdimos el campeonato estatal.
Mamá se había enojado y, de camino a casa, me había sermoneado por mis
lágrimas. Me había dicho que las perdedoras lloraban. Que las ganadoras
mejoraban. Que las ganadoras trabajaban más duro.
No lloraría por la pérdida de esta noche. No cuando en lugar de eso podía
limpiar autos.
Excepto que ya no había más autos.
A menos que…
Girándome, miré la pared del garaje. Más allá, más allá del tramo de césped
que separaba nuestras casas, había un vehículo sucio. Por dentro y por fuera, la
camioneta de Toren estaba destrozada.
Se suponía que debía mantenerme alejada de Toren. Evitándolo hasta que
el ruido desapareciera. Pero antes de que mi buen juicio pudiera detenerme,
recogí mis artículos de limpieza, agarrando botellas con un brazo mientras con
el otro llevaba un puñado de trapos. Metí un puñado de hisopos de algodón en
el bolsillo de mi sudadera y salí por la puerta lateral del garaje, caminando
descalza hacia el de Toren. Mis dedos de los pies se enfriaron instantáneamente
por la escarcha que cubría el suelo.
Por favor que esté abierta.
Alcancé la perilla de su propio garaje, girándola lentamente, esperando
encontrar el tope de la cerradura. Pero la puerta se abrió con un ligero soplo de
aire.
El alivio fue tan paralizante que gemí. 184
Cuidando de mantener mis pasos ligeros, entré en su garaje y cerré la puerta
detrás de mí, cruzando el espacio hacia su camioneta.
El exterior estaba sucio, los lados tan cubiertos de barro seco que la pintura
plateada de la mitad inferior no tenía ni un poco de brillo. Necesitaba
desesperadamente un lavado y encerado, pero esta noche tendría que
conformarme sólo con el interior, como hice con los tres autos en mi casa.
Ni siquiera podría aspirar el de Toren, pero por el momento no me
importaba. Así que abrí la puerta trasera, puse mis suministros en el suelo y me
puse a trabajar.
Acababa de terminar el asiento trasero cuando se aclaró una garganta. El
sonido hizo que todo mi cuerpo se sacudiera tan rápido que me golpeé la nuca
contra el techo de la camioneta.
—Auch. —Mierda. Dejé caer el trapo en mi mano y salí de la camioneta
mientras me frotaba el cráneo.
Toren estaba en la puerta que conducía a la casa. Tenía los brazos cruzados
mientras se apoyaba contra el marco. Su cabello era un desastre, erizado en
ángulos extraños. La oscura piel de su rostro era suficientemente espesa, todo lo
que tenía que hacer fue entrecerrar los ojos y era prácticamente una barba.
Llevaba bóxer negros y nada más. Cada músculo de su desgarrado cuerpo
estaba a la vista. Su mirada se dirigió a la camioneta y luego de nuevo a mí.
Toren no pronunció una palabra pero su expresión lo decía todo.
¿Qué carajos estaba haciendo?
—Perdí mi juego esta noche —dije.
Asintió, como si fuera toda la explicación necesaria antes de empujar la
puerta y bajar los dos escalones hasta el piso de cemento.
Mi aliento se atoró en mi garganta mientras esperaba que me acompañara
a salir. Que me dijera que me fuera a casa y que me metiera en la cama.
Excepto que Toren no caminó hacia mí. cruzó el garaje hasta la gran
aspiradora guardada en la esquina. Sus ruedas rasparon el suelo mientras la
arrastraba.
Y cuando mis ojos se llenaron de lágrimas, no fue porque hubiera perdido
un juego.
185
Fue porque lo había extrañado. Porque de alguna manera, este hombre me
entendía mejor que nadie en mi vida.
—Oye. —Tomó mi rostro entre sus manos y sus pulgares acariciaron mi
mejilla.
—Uf. —Sollocé, parpadeando para secarme las lágrimas—. Lo siento. Soy
un desastre y estoy tan cansada de ser un desastre. ¿Qué me sucede? ¿Quién
limpia autos en mitad de la noche?
Los ojos de Toren se suavizaron.
—No eres un desastre.
—El hecho de que mis manos huelan a Armor All sugiere lo contrario.
Dejó caer su frente sobre la mía, sus manos firmes sobre mis mejillas.
—¿Quieres ayuda?
—¿Sabes siquiera cómo limpiar un auto?
Su baja risa fue un bálsamo para mi corazón dolorido.
—Apuesto a que podrás enseñarme.
17
TOREN
Con la aspiradora guardada en la esquina, tomé una chaqueta de los
percheros de la pared y luego señalé la puerta del pasajero de la camioneta
mientras caminaba hacia el lado del conductor.
—Súbete. Terminaremos esto.
—Terminamos —dijo Jennsyn, arrojando el último trapo sucio a la pila con
los demás.
—No exactamente. —Sacudí la cabeza y me puse el abrigo—. Es lo más
limpio que ha estado mi camioneta en años. También podríamos limpiar el
exterior. Iremos a un lavado de autos.
Las cejas de Jennsyn se alzaron. 186
—¿A las dos de la mañana?
—Eres quien empezó esto.
Un sonrojo se apoderó de sus mejillas mientras intentaba ocultar una tímida
sonrisa.
—Lo siento.
—No lo sientas. —Me reí entre dientes y me subí a la camioneta, cerrando
la puerta mientras hacía lo mismo de su lado.
—Estás en ropa interior. —Su mirada se posó en mis muslos desnudos antes
de ver su regazo.
Entonces se había dado cuenta de que estaba en bóxers. Apenas vio en mi
dirección mientras limpiábamos la camioneta, su atención estaba tan
concentrada en la tarea que tenía entre manos.
Mientras tanto, había limpiado a una fracción de su ritmo porque cada dos
minutos la veía y me detenía para observarla.
Estaba vestida con pantalones deportivos enrollados hasta la cintura. Eran
largos y holgados, unos que podrían quedarme bien, pero eran delgados, y cada
vez que se movía, la tela se amoldaba a esas perfectas piernas. Lo único que
cubría sus pechos era un sujetador deportivo de finos tirantes. Cada vez que
estaba de espaldas a mí, seguía la larga línea de su columna hasta esos sexys
hoyuelos sobre su trasero.
Llevaba una hora luchando contra una erección.
—Hay un servicio de lavado de autos en la gasolinera cerca del campus —
dijo.
—Lo sé.
Sonrió.
—¿Lo sabes?
Sonreí y presioné el control remoto para abrir la puerta del garaje. Cuando
se levantó, puse en marcha la camioneta y salí del camino de entrada en reversa.
Su cinturón de seguridad se colocó en su lugar, luego se relajó y apoyó el
codo en la consola.
—¿Cansada?
187
—No. —Me miró, su expresión era menos agotada que cuando la encontré
en el garaje.
Estaba arriba, leyendo en la cama, cuando sentí un cambio en la casa, como
si se hubiera roto un sello de aire. Escuché por unos momentos, pensando que
no era nada. Pero se me erizaron los vellos de la nuca y una corazonada me hizo
bajar las escaleras. Había observado a Jennsyn limpiar durante al menos quince
minutos antes de finalmente aclararme la garganta para que me notara.
Entonces casi había empezado a llorar. Y maldita sea si no me hizo trizas.
Había visto llorar a mucha gente. Sin embargo, sus lágrimas podrían haber sido
de las que más golpeaban.
Si necesitaba limpiar mi camioneta, si necesitaba una distracción esta
noche, entonces iríamos a ese lavado de autos a las dos de la mañana.
—¿Estás bien? —pregunté mientras recorríamos la tranquila calle,
deteniéndonos en la primera intersección principal que nos llevaría a la ciudad.
—Sí. —Inhaló, lo contuvo durante un largo momento y luego exhaló—.
Gracias.
—Fuiste quien la limpió.
Una sonrisa jugueteó en su boca.
—Todavía no puedo entender cómo un hombre que tiene una casa tan limpia
y ordenada tiene un camioneta tan sucia.
—Misterioso, ¿no? —Robé la palabra que me había dicho hace meses.
Se rio, apoyando su cabeza contra el respaldo del asiento.
—¿Quieres hablar de esta noche? —le pregunté.
—No especialmente. Perdimos. No tomo muy bien perder. Y fue... un día
extraño.
Miré sus ojos azules esperando.
—Siempre es extraño verte en el campus.
Cada vez, me olvidaba por una fracción de segundo de que no éramos
posibles. Que estaba allí porque era estudiante. Y durante esa fracción de
segundo, cuando mi corazón se detenía, quería sonreír y acercarme, como si me
estuviera arrastrando. Entonces lo recordaba y me enojaba. Paranoico.
Hoy, Ford y yo habíamos decidido salir y alejarnos de la casa de campo para
nuestra reunión semanal. Habíamos ido al sindicato de estudiantes para cambiar
de aires. Mientras caminaba, me convencí de que había notado mi reacción hacia 188
Jennsyn.
No había necesidad de preocuparse. Ford estaba tan emocionado por todo
lo que pasaba con Millie y por tener a su ex esposa en la ciudad que en ese
momento estaba encerrado en su propia burbuja. Si no estaba con su hija, estaba
inmerso en el fútbol.
Lo cual me venía muy bien. Habíamos pasado dos horas hablando de las
jugadas ofensivas del otro equipo después de una extensa sesión viendo
películas. Luego hablamos sobre cómo diseñaríamos jugadas defensivas para
detener su ataque terrestre.
Mañana, u hoy, ya que era pasada la medianoche, sería un maldito día largo
sin dormir. Pero seguí conduciendo, zigzagueando por las desiertas calles de
Mission de camino al lavado de autos.
Si estas tardías horas eran lo único que obtendría de Jennsyn, las
aprovecharía. Aprovecharía cada minuto.
—¿Cómo está Abel? —preguntó.
—Está bien. Su entrenador no lo expulsó por completo del equipo de fútbol.
Llegará a practicar con el equipo como segunda fila. Pero no puede vestirse para
los partidos y estará en el banquillo. Está trabajando para cubrir el costo de su
auto en la granja. Viaja en autobús hacia y desde la escuela como sus hermanos.
Fue un golpe para su ego. Pero sabe que tuvo suerte. Y aunque desearía que
hubiera sucedido de otra manera, creo que provocó una conversación que tenía
miedo tener.
Con Faith. Conmigo.
Abel extrañaba a su papá. Y en ausencia de Evan, todo lo que su hijo podía
hacer era preguntarse cosas. Abel había construido esa idea en su cabeza sobre
lo que Evan habría querido para él. Atravesaríamos todo esto. Principalmente
Faith y Abel. Pero yo también estaría presente para lo que necesitara.
—Me alegro. —Jennsyn levantó la mano, como si fuera a extenderla hacia
mí, pero se detuvo y la empujó hacia atrás y hacia su regazo.
Mis manos estrangularon el volante porque era la única manera de
guardármelo. Con cada cuadra, la temperatura en la cabina subía y la tensión
entre nosotros se hacía más estrecha. Más caliente.
Se movió, cruzando y descruzando las piernas.
La cabina olía a acondicionador de cuero y a limpiacristales, pero debajo de
189
todo estaba el sutil aroma de Jennsyn. Cítricos y sol de verano.
Lo quería en esta camioneta para siempre. En mi casa y en mi cama.
Mi agarre en el volante se hizo más fuerte, manteniéndolo firme, para evitar
alcanzar su muslo.
No habíamos hablado del beso. Deberíamos hablar del beso.
Excepto que me preocupaba que dijera que fue un error. Demonios, había
sido un error. Pero no significaba que quisiera escucharlo de su boca.
Cuando llegamos al lavado, bajé la ventanilla para pasar mi tarjeta de
crédito. El frío aire de la noche inundó la cabina, ahuyentando un poco del calor.
Lo aspiré hasta mis pulmones, esperando que enfriara el fuego que hervía bajo
mi piel.
No estaba bien cuánto deseaba a esta mujer. Cuánto la deseaba cerca.
—No seas tacaño —murmuró—. Necesitas el trabajo.
Me reí entre dientes, negando con la cabeza. Y en lugar de optar por el lavado
económico, como solía hacer cuando la Tundra estaba tan sucia que apenas
podía soportarla, compré el lavado profundo y completo.
Cuando el lavadero de autos emitió un pitido y encendió una luz verde para
que entrara, la alta puerta superior se abrió, subí la ventanilla y entré,
deteniéndome cuando estuve en el lado derecho. Los chorros comenzaron a
brotar y el agua que salpicaba era ensordecedora contra el vidrio y el metal.
La mirada de Jennsyn me atrapó. Todo lo que sentía, cada frustración,
vacilación y deseo, brillaba en esos ojos azules.
Deseaba esto, tanto como yo. Mierda.
Dios, estaba cansado de pelear contra esto. Tan jodidamente cansado.
—No es justo —dijo, apenas suficientemente alto como para ser escuchada
por encima del rocío.
Tragué fuerte.
—No, cariño. No es justo.
No era justo que nos hubiéramos conocido antes. Que estuviéramos
tentados por lo que no podíamos tener. No era justo que fuera perfecta y que
cada momento juntos me hiciera desear diez más.
No era jodidamente justo que la llevara a casa, y mientras dormía solo en 190
mi cama, ella estuviera arropada en la suya.
La decepción pesaba como mil ladrillos sobre mis hombros cuando terminó
el lavado de autos. El camino a casa fue silencioso. Tal vez Jennsyn sabía que
estaba en sintonía con cada movimiento de ella, con cada respiración, porque en
un momento se quedó tan quieta que la vi solo para asegurarme de que todavía
estaba despierta.
Tenía los ojos fijos al frente y su expresión era exhausta y desgastada.
Quería tener la oportunidad de ahuyentar esa mirada. De estar cerca
cuando sonriera la mayoría de las veces.
¿Se quedaría después de graduarse? ¿Se quedaría en Mission?
Probablemente no. Probablemente dejaría Montana y, durante el resto de mi
vida, Mission sería mi hogar.
Cuando llegamos a mi garaje, estaba tan agotado que incluso mis huesos se
sentían cansados. Meses de desear a Jennsyn, cuando supe que no debería,
habían puesto a prueba todos mis nervios.
Apagué el motor pero no me moví hacia la puerta. Respiré ese dulce aroma
una vez más, cerrando los ojos para saborear tenerla cerca. Luego, con un
suspiro, abrí la puerta y salí.
Jennsyn hizo lo mismo y caminó hacia donde había dejado sus artículos de
limpieza en el suelo. Pero no se agachó para recogerlos. Los miró fijamente, con
los hombros caídos.
—Toren. —Su susurro llenó el garaje.
Me preparé, listo para que dijera adiós. Listo para el momento en que lo
dijera en serio, tal como se lo había pedido.
Pero no se fue. Una pequeña risa escapó de su boca mientras despegaba los
pies del suelo, acortando la distancia entre nosotros. Se detuvo tan cerca que los
dedos de nuestros pies casi se tocan. Luego sus manos se ajustaron a mis
costados, sus dedos se amoldaron al corte en mis caderas mientras dejaba caer
su frente hacia mi corazón.
—No quiero volver a casa.
—Entonces no lo hagas. —¿Qué carajos estaba diciendo? Fuera lo que fuese,
no me importaba.
191
Anhelaba a Jennsyn Bell más allá de la razón y de la racionalidad.
Mis palmas se posaron sobre sus hombros y mis pulgares recorrieron sus
clavículas.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó.
—No lo sé. —Enganché un dedo debajo de su barbilla, levantando su rostro
hasta que me ahogué en unos impresionantes ojos azules—. Quédate de todos
modos.
Las palabras apenas habían salido de mis labios cuando se puso de
puntillas, como si hubiera planeado besarme sin importar lo que le hubiera
dicho.
En el momento en que su boca estuvo sobre la mía, un zumbido vibró a
través de mi pecho, viniendo desde lo más profundo de mis huesos. Fue el sonido
de mi voluntad rompiéndose. De mi resolución haciéndose añicos.
Ella empujó las abiertas solapas de mi chaqueta y la deslizó por mis
hombros.
Mientras caía al suelo, la tomé en mis brazos, sosteniéndola fuerte mientras
la levantaba de esos pies descalzos. Luego la cargué hacia la casa, mi boca nunca
se separó de la de ella mientras abría la puerta y caminaba por el vestíbulo.
Las piernas de Jennsyn rodearon mi cintura, sus tobillos se cerraron detrás
de mi espalda mientras sus brazos se entrelazaban detrás de mi cuello. Entonces
esta maldita mujer apoyó su centro contra mi pene.
Casi me corro en ropa interior.
—Mierda. —Aparté mis labios de los de ella, desacelerando mis pasos pero
sin detenerme.
Estaba jadeando mientras se alejaba, sus ojos buscaban los míos.
—Toren.
Fue una súplica, y cualquier posibilidad de detener esto se desvaneció en el
éter. Esta noche era mía. Mañana, bueno... lo resolveríamos más tarde.
Con un rápido giro, la inmovilicé contra la pared del pasillo y me incliné
para mordisquearle el cuello.
—¿Qué deseas?
—A ti. —Sus manos se enredaron en mi cabello mientras se arqueaba ante 192
mi toque.
Me tendría. Cada maldito centímetro.
Gruñí contra su garganta, luego aparté mi boca antes de golpearla contra la
pared. ¿Por qué diablos estaba tan lejos mi habitación? Con ella en mis brazos,
no podía caminar suficientemente rápido, así que la puse en pie y tomé su mano
entre las mías, arrastrándola por la sala de estar y más allá de la cocina hasta
que ambos estuvimos corriendo escaleras arriba.
En el momento en que cruzamos el umbral de mi habitación, estábamos
uno encima del otro, con las bocas fusionándose mientras las manos luchaban
con los trozos de ropa que nos mantenían separados.
Sus manos fueron debajo de la cintura de mi ropa interior y me palmeó el
trasero, apretándolo con tanta fuerza que siseé.
Tiré de los tirantes de su sujetador, tratando de quitárselo de los hombros,
pero la maldita cosa elástica estaba apretada.
—Fuera —ordené.
Ella resopló y liberó sus manos, luego se quitó el sostén del torso mientras
le quitaba el pantalón de las caderas, llevándome las bragas con él.
Jennsyn los liberó de sus piernas con una patada mientras me quitaba los
bóxers rápidamente.
—Cama. —Con una mano en su corazón, la impulsé hacia atrás hasta que
sus piernas chocaron contra el colchón.
Con un rápido movimiento, me incliné y la levanté detrás de las rodillas.
Caímos juntos sobre el colchón, golpeando corazones y miembros desnudos.
Mi boca aplastó la de ella, mi lengua se deslizó entre sus dientes para
enredarse con la de ella, mientras la presionaba contra el colchón. Dios, sabía
bien. Dulce y cálida como la miel. Como una noche de verano. Como mía.
De alguna manera, fue mejor que la noche de la fiesta. Una noche que
hubiera dicho que no podía ser superada. Pero este beso era diferente a cualquier
otro de julio. Este beso era el comienzo de algo. Algo que podría arruinar mi vida,
y mientras mi lengua se batía en duelo con la de ella, no me importó.
Me hundí en ella, saboreando cada lamida y succión y los silenciosos
maullidos que salían de su garganta. Sus manos recorrieron mi espalda, sus
dedos se clavaron en los músculos de mis hombros antes de bajar por mi
columna. 193
Abrió las piernas, balanceándose contra mi pene mientras palpitaba contra
su empapado centro. Joder, estaba empapada.
Pasé mis labios por su mandíbula, besando cada vez más abajo a lo largo
de su cuello hasta que me cerní sobre sus pechos, mi lengua salió disparada para
golpear su pezón.
—Jennsyn.
—Tor —gimió—. Penétrame.
Toda la noche. La penetraría toda la noche. Al diablo con el sueño. Sería un
desastre para nuestro juego de mañana y me importaba un carajo.
Se arqueó ante mi toque, buscando más.
—Te necesito adentro. Ahora mismo.
Capturé un pezón y lo chupé con mi boca, haciéndolo rodar contra mi
lengua.
—Oh Dios. —Se retorció, sus piernas me rodearon mientras sus talones se
clavaban en la parte posterior de mis muslos, como si estuviera tratando de
atraerme hacia adentro.
Pasé al otro seno, tomándolo antes de apretarlo y luego devoré ese pezón
también.
—Tienes que detener eso. —Su voz era entrecortada—. O me correré.
—Entonces córrete —murmuré contra su piel. Podría venirse una y otra y
otra vez.
—Contigo. —Tiró de mi cabello, obligándome a levantarme hasta que
nuestros ojos se encontraron—. Quiero correrme contigo.
No era el plan. Quería probarla primero. Escucharla gritar mi nombre antes
de entrar en su apretado cuerpo. Pero había un anhelo en su rostro. Su
resolución también se había hecho añicos.
Ya habíamos durado bastante.
Así que me moví para sujetar su cabeza con mis codos, acomodándome en
la cuna de sus caderas.
Me estiré hacia la mesa de noche, palpando el cajón porque no quería
apartar la mirada. No cuando tenía miedo de parpadear y que desapareciera.
Excepto que antes de que pudiera encontrar el cajón donde guardaba una 194
caja de condones, su mano se posó en mi antebrazo, deteniéndome.
—No quiero nada entre nosotros —susurró—. Si te parece bien. Estoy
tomando anticonceptivos. Y no ha habido nadie desde ti.
Santa mierda. ¿Quería que la penetrara desnudo?
—Tampoco he estado con alguien —dije.
—Bien. —Se mordió el labio inferior mientras la satisfacción bailaba en esos
ojos azules. Cuando su talón se deslizó más arriba sobre mi muslo, su rodilla se
extendió, acercando mi pene a su vagina.
Me coloqué en su entrada, sosteniendo su mirada mientras me deslizaba en
casa.
Puro éxtasis rugía por cada vena de mi cuerpo. Se volvió a disparar en el
momento en que estuve profundamente arraigado, mi mandíbula se apretó
mientras luchaba por control.
—Joder, te sientes bien.
Su cabeza colgaba hacia un lado y sus ojos se cerraban.
—Toren. Muévete. Por favor.
—Dilo otra vez.
—Por favor.
No por favor. Enterré mi cara en su cuello, presionando aún más
profundamente hasta que la base de mi pene se frotó contra su clítoris.
—Di mi nombre.
Emitió un sonido que era en parte gemido y en parte llanto.
—Toren.
—Joder, te extrañé. —Salí y empujé hacia adentro, enterrándome
profundamente.
Me gané otro de esos sonidos jodidamente sexys de la garganta de Jennsyn.
Cerré los ojos y lo saboreé durante un largo momento. Luego establecí un
constante y deliberado ritmo, entrando y saliendo mientras sus manos arañaban
mi espalda.
Una y otra vez nos uní hasta que nuestros cuerpos brillaron de sudor. Hasta
que nos quedamos sin aliento y mi corazón amenazó con salirse de mi pecho.
Se aferró a mí cuando sus extremidades comenzaron a temblar. Se retorció 195
debajo de mí, igualando mi ritmo con la inclinación de sus propias caderas.
Deslizamiento tras deslizamiento, nos movíamos en perfecto tándem. Como
amantes que hubieran pasado incontables años juntos en esta cama, no dos
malditas noches.
Pero con cada golpe, nos llevaba más alto. Era mejor que antes. Mejor que
nunca.
La presión en la base de mi columna aumentaba y aumentaba, mi orgasmo
amenazaba. Pero lo detuve hasta que ella comenzó a temblar, hasta que esos
sonidos llegaron en un constante flujo. El aleteo de sus paredes interiores era
pura felicidad a medida que se acercaba más y más al borde.
Jennsyn Bell me estaba arruinando.
Me había arruinado en julio.
Su boca se abrió en un silencioso grito, luego detonó, cayendo por el
acantilado mientras su cuerpo temblaba y se contraía.
Palpitó a mi alrededor y, como quería que nos uniéramos, la solté. Me
desmoroné, destrozándome con un rugido cuando todo se volvió blanco. Las
estrellas consumieron mi visión. El aire salió de mis pulmones y el mundo
desapareció.
No había nada más que Jennsyn.
Me vertí dentro de ella, drenando todas mis fuerzas hasta que no pude
sostenerme y me desplomé encima de ella, completamente agotado y deshuesado.
—Ay Dios mío. —Se apartó el cabello de la cara. La corbata que había tenido
antes se perdió en alguna parte—. ¿Eso acaba de suceder? ¿O estoy soñando?
Me reí entre dientes en su cuello.
—No es un sueño, cariño. Sucedió.
El mejor sexo de mi vida. Fenomenal. Cambiador de vida.
Y quería hacerlo de nuevo.
Así que lo hice.
La mantuve en mi cama el mayor tiempo posible, hasta que no pudo ignorar
la hora del reloj.
—Ojalá pudieras quedarte —le dije.
—Ojalá. —Besó mi barbilla sin afeitar y luego salió de la cama.
196
Mientras se ponía el sostén deportivo y la sudadera, me puse unos vaqueros
suaves y descoloridos y luego la acompañé hasta el garaje.
Abrí la boca para despedirme, pero parecía que no podía decirlo en voz alta.
Ya lo habíamos dicho bastante.
—Buena suerte en tu juego de hoy —dijo.
—A ti también. —Casi había memorizado su horario. Tenían partido a las
siete. Si no fuera por un evento obligatorio para los entrenadores después del
juego, estaría allí para verlo. En lugar de eso, tendría que ver los momentos más
destacados en la cuenta de redes sociales del equipo.
—Gracias. —Sonrió, sus mejillas sonrojadas y perfectas. Sus pies descalzos.
Dios, me gustaba—. Buen…
—Iré a la granja el domingo. —La interrumpí antes de que pudiera decir
adiós. No quería oírlo tanto como no quería decirlo—. Ven conmigo.
Parpadeó.
—¿Estás seguro de que es una buena idea?
—No —admití—. Pero es un lugar seguro.
No dudó.
—Entonces sí. Me gustaría ir.
18
JENNSYN
Mi auto estaba estacionado en la tienda de comestibles. Mis compañeras de
cuarto pensaron que me había ido a estudiar al campus todo el día. Pero iba en
la camioneta de Toren, con una sonrisa en mis labios mientras intentaba no ver
al hermoso hombre que me llevaba a la granja de su tía.
En el fondo, sabía que esto entre nosotros era más que una conexión casual.
Sabía que habíamos estado más de dos noches secretas en su cama. Pero no me
había dado cuenta de cuánto necesitaba este día.
Un día a la luz. Un día juntos. Un día en el que me llevaría a conocer a su
familia.
Si nos atrapaban, si nos descubrían, nuestras vidas explotarían. No me
197
importaba. Cuando Toren me envió un mensaje de texto antes y me pidió que
nos reuniéramos en la tienda para dejar mi auto en el estacionamiento, ni
siquiera dudé en decir que sí.
—¿Qué le dijiste a Faith sobre nosotros? —le pregunté. Probablemente era
algo de lo que deberíamos haber hablado el viernes por la noche. En lugar de eso,
limpiamos su camioneta y tuvimos sexo toda la noche. Cuando me invitó a ir con
él hoy, estaba demasiado perdida en la bruma de nuestros orgasmos para pedir
detalles.
—Le dije que las cosas entre nosotros eran complicadas. Que le
agradeceríamos que lo mantuviera entre nosotros.
Y la granja era un lugar seguro. Realmente yo no tenía un lugar seguro. Hoy
supongo que podría pedir prestado el suyo.
—¿Sabe que soy una... estudiante? —El título tenía un sabor amargo.
Era estudiante. Durante la mayor parte de mi vida, siempre había deseado
que la gente se refiriera a mí primero como estudiante y luego como atleta,
aunque siempre había sido al revés.
Pero en ese momento detestaba ese término. Quería ser cualquier otra cosa.
—Sí —murmuró Toren—. Lo sabe.
—¿Y qué piensa sobre eso?
Me miró con una irónica sonrisa.
—Que soy un maldito idiota.
—No está equivocada. —Me reí—. Ambos somos idiotas.
Pero estábamos aquí de todos modos.
Toren extendió la mano sobre la consola y se movió para conducir con la
otra mano.
Entrelacé mis dedos con los suyos y saboreé el calor de su piel.
—También sabe que nunca antes había llevado a una mujer a la granja —
dijo.
Esperen. ¿Qué? Mis cejas se alzaron. ¿Qué pasó con las novias o amantes
anteriores?
—¿Nunca?
—Nunca.
198
—Pero me llevarás a mí.
—Sí. —Sus dedos apretaron los míos con más fuerza, como si quisiera
asegurarse de que supiera que no me soltaría.
Toren nos condujo a través de la ciudad, tomando turnos y calles hasta que
las casas y edificios se hicieron cada vez más escasos. Luego tomamos una
estrecha carretera, en dirección a las montañas que se alzaban altas y orgullosas
contra el cielo azul.
Árboles con hojas en tonos naranja, amarillo y rojo decoraban amplias
praderas de pastos dorados. Las Tors estaban llenas de árboles de hoja perenne.
Era la escena de una revista de viajes o de una postal. Era tan hermoso que no
parecía real.
No había pasado mucho tiempo explorando Mission ni sus alrededores. Iba
de la escuela a casa con alguna parada ocasional en el supermercado. Pero
después de hoy, me proponía deambular. Sumergirme en este pequeño rincón de
paraíso mientras estaba en Montana.
Con cada kilómetro, Toren parecía relajarse, como si aquí en el campo
pudiera respirar.
—Algún día me gustaría conseguir un lugar aquí —dijo, reduciendo la
velocidad para salir de la carretera y entrar en un camino de grava—. No me
importa vivir en la ciudad, pero eventualmente me gustaría tener un respiro.
Me vino a la mente una imagen mental de él viviendo en una pintoresca casa
de campo. De él conduciendo a casa desde el trabajo todos los días por estos
caminos de grava en su sucia camioneta.
Una parte de mí quería insertarme en su sueño. Robarlo para tener algo
también.
Excepto que no era mío. Toren tampoco.
Tenía treinta y tres años. Instalado en Mission. Había construido una vida
y una carrera aquí. Incluso si quisiera conservarlo, ¿cómo funcionaría?
Yo tenía veintidós años y mi futuro estaba tan nublado como el polvo que
levantaban las ruedas de la camioneta.
¿Qué pasaría cuando, si, firmaba ese contrato con Mike Simmons? ¿Qué
pasaría si jugara voleibol en Europa? ¿Qué pasaría cuando dejara Montana?
Toren pasaría a buscar a la mujer que compartiría su casa de campo. La
mujer que dormiría en su cama todas las noches. La mujer que no tendría que
199
esconderse bajo capuchas y gorras cuando estuvieran juntos en público.
Sería una tonta si pensaba que podría quedarme con Toren Greely. Pero lo
recordaría. Por el resto de mi vida.
Pero todavía no me había ido. Hoy era mío. Así que dejé a un lado las dudas
y el temor por nuestro inevitable final y dejé que tomara mi mano mientras
conducíamos hacia su lugar seguro.
A un lugar donde no tendríamos que escondernos.
El viaje hasta la granja duró veinte minutos, y cuando salimos del camino
principal de grava y entramos en un estrecho carril, el corazón se me había
subido a la garganta.
La última vez que conocí a la familia de un novio fue en mi segundo año de
preparatoria. Su madre había necesitado llevarnos a nuestra única cita al cine.
Ese chico me había dejado porque no lo besé en el cine.
Toren no era mi novio. No estaba segura de qué etiqueta usar. Importante,
tal vez. Era importante. Esta conexión entre nosotros era especial.
El camino estaba bordeado por alambre de púas. En el prado, frente a mi
ventana, un bonito caballo marrón pastaba en la hierba. Delante de nosotros
había un alto arco de madera con un letrero pintado a mano colgando del centro
que decía Greely Farm.
—El caballo es George —dijo Toren—. Las cabras son Hetty, Izzy y Jessy.
—Cabras. —Escaneé los campos y no vi ninguna cabra.
Toren señaló el granero por encima del volante. Junto al revestimiento de
madera encalada había tres cabras.
Sus mandíbulas se movían mientras masticaban, una mirada de pura
molestia en sus rostros mientras nos veían detenernos frente a una blanca casa
de campo con un amplio porche delantero y un columpio.
Un golden retriever apareció dando saltos por la esquina de la casa,
meneando la cola. Tenía las patas cubiertas de barro y el pelaje mojado.
—Esa es Kelly. —Toren apagó la camioneta—. Parece que ha estado en el
estanque.
—¿Hay un estanque? —Miré a mi alrededor, asimilándolo todo mientras
salía de la camioneta.
Al lado del granero había un pequeño cobertizo con una rampa que conducía
a una puerta suficientemente grande para que las gallinas picotearan en el
200
amplio camino de grava que separaba la casa de Faith de los otros edificios. Al
lado de la casa había varios jardines, algunos vallados y otros abiertos.
Los elevados macizos de flores estaban hechos de cajas de madera y grandes
tinas de metal corrugado. La mayoría estaban vacías, probablemente limpiadas
para el otoño, pero algunas todavía tenían flores de otoño que no se habían
congelado por completo. Había luces colgadas sobre una sección del jardín donde
las jardineras habían sido separadas por amplias hileras para caminar. Una
maceta al lado del porche estaba llena de crisantemos de mandarina.
—Es encantador —dije, uniéndome a Toren frente a su camioneta. El aire
era limpio y fresco, impregnado de aromas de tierra, pino y sol.
Tomó mi mano y la levantó para besar mis nudillos. Fue tan natural, tan
fácil, como si lo hubiéramos hecho cientos de veces. Como si no nos estuviéramos
escondiendo del mundo.
Así que me incliné hacia su costado, poniéndome de puntillas para
presionar mis labios contra su suave mejilla.
Cuando se estacionó junto a mi BMW en el supermercado antes de
recogerme, había visto dos veces su cara bien afeitada. Se veía sexy y rudo con
la barba corta, pero creo que prefería a este Toren. Me gustaban las cinceladas
líneas de su mandíbula.
Puse una mano en su mejilla y mi pulgar recorrió su pómulo. Luego sacudí
el ala de la gorra gris Wildcat que llevaba hoy.
—Adiós, barba.
—No soy un tipo de barba, nena.
—Resulta que tampoco soy una chica de barba.
Se rio entre dientes y me besó en la frente, luego tiró de mí hacia la casa.
Pero antes de que pudiéramos subir las escaleras del porche, la puerta principal
se abrió de golpe y un chico salió corriendo, sus pasos resonaban mientras
bajaba las escaleras.
—¡Toren! —El chico se lanzó hacia el cuerpo de Toren.
Toren me dejó ir justo a tiempo para atrapar al chico.
—Uf. ¿Que has estado comiendo?
—Hamburguesas con queso. ¿Quieres...? —El niño me vio y se le salieron
los ojos de las órbitas—. ¿Quién es esa? 201

—Conoce a Jennsyn —dijo Toren, dejándolo en el suelo—. Y este es Dane.


—Hola, Dane —lo saludé—. Encantada de conocerte.
—A ti también. —Se inclinó más cerca de Toren—. ¿Es tu novia?
¿Era su novia?
Toren vio hacia la casa, sin darle a Dane (ni a mí) una respuesta.
—¿Dónde está tu mamá?
—Hoy nos hará trabajar en el jardín para cargar el resto de las calabazas.
Tenía que orinar pero dijo que no podía aquí. —Dane señaló hacia el campo
abierto mientras su pequeña frente se arrugaba—. ¿No es extraño? Me hizo
entrar completamente cuando podría haber estado en el césped. Tuve que
quitarme las botas y todo.
Toren se rio mientras revolvía el cabello rubio rojizo de Dane.
—Vayamos a buscarla.
—Está bien. —Dane salió disparado, corriendo alrededor del costado de la
casa.
—Es adorable —dije.
—Así es. —Toren le guiñó un ojo y luego se dirigió a la camioneta y sacó dos
pares de guantes de cuero.
Me lanzó un juego y luego siguió el mismo camino que Dane había tomado
alrededor de la casa.
La granja era una amplia pradera que se extendía hasta una arboleda en la
distancia. Faith y los chicos estaban trabajando en un enorme jardín cercado. Al
fondo había hileras de tallos de maíz, cuyas puntas color canela se mecían con
la brisa. Había hileras de tierra labrada donde ya había cosechado la mayor parte
de sus verduras, excepto las calabazas que amontonaba en una carretilla roja.
—Hola. —Toren levantó la barbilla mientras se ponía los guantes.
Hice lo mismo, atravesé la puerta de la cerca y lo seguí hasta donde estaban
trabajando Faith y los chicos.
Me había dicho que me vistiera con ropa que pudiera ensuciarse, así que
combiné una camiseta azul con un par de jeans viejos y suaves. Toren iba vestido
como Faith, con vaqueros, botas y una camisa de franela por fuera.
—Hola. —Faith sonrió, sus ojos protegidos por un par de anteojos de sol de
espejo—. Hola, Jennsyn. 202

—Hola, Faith. Tu granja es absolutamente encantadora.


—Gracias. —Su sonrisa se amplió—. Toren, dale un tour.
—Te ayudaremos a terminar aquí primero.
—No. —Faith cortó sus manos en el aire mientras negaba con la cabeza—.
No vendrás aquí a trabajar hoy. Además, tengo a mi equipo.
Todos los chicos dejaron lo que estaban haciendo y se acercaron.
Abel no me miró a los ojos mientras murmuraba en voz baja:
—Hola.
—Chicos, ella es Jennsyn. —Toren empezó a señalar a los chicos—. Ya
conoces a Abel.
—¿Lo conoce? —Dane miró a su hermano mayor—. ¿Cómo?
—Simplemente lo hace —dijo Toren, continuando con las presentaciones—.
Este es Beck, Cabe y ya conociste a Dane.
—Encantada de conocerlos. —Contuve una risa mientras Cabe me
estudiaba, tratando de descubrir exactamente quién era y por qué estaba aquí.
Beck entrecerró los ojos e hinchó el pecho, asegurándose de que supiera que
Toren era el primero.
Me gustaron todos al instante.
—Vayan. —Faith señaló con la barbilla hacia la puerta—. La canoa todavía
está junto al estanque. Iba a llevarla al granero más tarde hoy, pero puedes
llevarla a un último viaje. Tráemela cuando hayas terminado.
—¿Estás segura de que no quieres ayuda con las calabazas? —preguntó
Toren.
—Estoy segura. Ya casi terminamos de todos modos. Tenemos las que
llevaré al mercado de agricultores de los miércoles. El resto será abono.
—Bien. —Le dio una palmada en el hombro a Abel—. ¿Estás bien?
—Sí. —Abel se encogió de hombros y le dio a su mamá una suave sonrisa—
. Estoy bien.
—Buen hombre. —Toren golpeó la punta de la nariz de Beck, ganándose
una mueca. Luego abrazó a Cabe de lado antes de dejarlos volver al trabajo—.
Volveremos en un rato.
203
—Tómense su tiempo. —Faith nos despidió antes de unirse a sus hijos para
cosechar las calabazas.
Caminé junto a Toren cuando salimos del jardín y comenzamos a atravesar
el prado hacia los árboles. Deambulamos en tranquilo silencio, sin prisa por
cruzar el prado. Me puse detrás de él cuando llegamos a un transitado camino
que conducía a través de un claro entre los árboles. Y más allá de sus ramas
había un pequeño y claro estanque que reflejaba el paisaje y las nubes flotando
en el cielo.
—Vaya —susurré.
Este también sería mi lugar seguro.
Toren caminó hacia una volteada canoa verde de cazador. La volteó y la
empujó hacia la orilla antes de colocar el remo dentro.
—Súbete.
—Bien. —El bote se tambaleó cuando me subí al asiento delantero,
sujetándome con cuidado a los lados mientras me sentaba, mirando hacia el
lugar de Toren, no hacia el frente.
Con un firme empujón, nos aventó al agua y se subió al interior de la canoa.
Luego, con un elegante golpe de remo, nos condujo hacia aguas más profundas.
—Vengo aquí cuando quiero escapar. Olvidarme del mundo y simplemente
respirar. Siempre pasa algo. Drama con jugadores. Los rumores se disparan.
Probablemente hayas oído lo último sobre Rush Ramsey.
Me encogí de hombros.
—Siempre se habla, pero lo ignoro. No me concierne.
Toren me miró fijamente durante un largo momento, tan intensamente que
me retorcí y la canoa se balanceó.
—¿Qué?
—Nada. —Se lo quitó de encima—. A veces olvido que sólo tienes veintiún
años.
Veintidós. Pero me guardé esa corrección para mí ya que nos llevó más lejos.
El agua golpeaba el casco y el remo chapoteaba cuando lo metía y sacaba del
estanque.
Inspiré el aroma del agua y levanté mi rostro hacia el cielo, dejando que la 204
luz del sol calentara mis mejillas.
Había una suave sonrisa en los labios de Toren. Una luz en sus ojos. Y la
forma en que me miraba hacía que mi corazón se acelerara.
¿Qué pasaba si no lo dejaba ir? ¿Y si me lo quedaba? Dejaría de lado esas
ideas antes de poder apegarme.
—Abel, Beck, Cabe, Dane y Faith —dije—. George. Hetty, Izzy, Jessy y Kelly.
¿Cómo se llamaba tu tío? Comienza con una E, ¿verdad? ABCD Luego sus
nombres pasaron a F.
—Sí. —Bajó la voz—. Evan. Murió hace cuatro años.
—Lo lamento. —Por él. Por Faith. Por esos chicos. Explicaba por qué Toren
venía aquí con tanta frecuencia. Por qué era tan cercano a los chicos—. Si no te
importa que te lo pregunte, ¿cómo murió?
—Infarto al miocardio. —Toren tragó—. En esta época del año, antes de que
llegaran las fuertes nevadas, se dirigía a las montañas y cortaba un árbol caído
para hacer leña. Subió una mañana y, al anochecer, todavía no estaba en casa.
Yo vivía en Oregón en ese momento. De lo contrario, probablemente habría ido.
Búsqueda y Rescate lo encontró a la mañana siguiente. Dijeron que parecía como
si se hubiera sentado a tomar un descanso, se hubiera apoyado contra el tronco
de un árbol para cerrar los ojos y nunca se hubiera despertado.
—Toren. —Presioné una mano contra mi corazón.
—Estaba sano y activo. Sin señales de enfermedad cardíaca. Su corazón
simplemente se detuvo. Así también murió mi padre.
—Ay Dios mío. —Mi voz se quebró.
Toren miró fijamente al agua, con el remo apoyado sobre sus rodillas.
—Al tío Evan le encantaban las montañas. Faith siempre dice que se alegra
de que haya ido allí. Sabía que estaría en paz en sus momentos finales.
Había perdido a su madre. A su padre. Luego a su tío. No necesitaba
preguntar si habían sido cercanos. El dolor en su voz lo delataba.
—Lo siento mucho.
—Yo también. Regresé a Mission al año siguiente. Me habría mudado de
todos modos sólo para estar de regreso en casa, pero el tiempo funcionó para
poder conseguir un trabajo con el equipo.
Un trabajo que no podía perder por mi culpa. Un trabajo que estaba
poniendo en riesgo al remar alrededor de este estanque. 205
Esto tenía que detenerse.
¿Cómo nos deteníamos?
No tenía esa respuesta, así que me incliné hacia el borde de la canoa y dejé
que mis dedos hicieran cosquillas en el agua fría y clara. Me dejaría tener hoy
con Toren.
*
Cuando terminamos con la canoa, la llevamos de regreso al granero, Toren
en un extremo y yo en el otro.
Cabe y Dane me presentaron a sus gallinas y me dejaron ayudar a recoger
los huevos mientras Abel, Beck y Toren jugaban con un balón de fútbol. Faith
nos despidió con una hogaza de pan de calabaza fresco.
Fue el día más normal y relajante que había tenido en mi vida.
No se habló de voleibol ni de la escuela. No se mencionó el partido de ayer.
Fue como escapar de mi vida y vivir la de otra persona por una tarde.
Vivir la vida de una chica que sonreía la mayoría de las veces.
Esa sonrisa permaneció hasta que llegamos al supermercado, al
estacionamiento y a mi auto, solo mientras el sol comenzaba a deslizarse hacia
el montañoso horizonte en la distancia.
—Gracias por llevarme allí —le dije a Toren.
—Gracias por ir.
Si fuera una cita real, si fuéramos una pareja real, sería la parte de la noche
en la que regresaríamos a casa juntos. Cuando cocináramos, comiéramos,
habláramos, reiríamos y nos besaríamos. Cuando me estacionaría en el espacio
al lado del suyo y me metería en su cama después del anochecer.
Excepto que necesitaba conducir yo misma a casa. Les mentiría a mis
compañeras de cuarto y fingiría que había pasado el día estudiando en la
biblioteca.
No me atrevía a alcanzar la manija de la puerta. No quería bajarme de su
camioneta. No quería que terminara.
—Fue el mejor día que he tenido en mucho tiempo. —Me incliné sobre la
consola y presioné mis labios contra los suyos, sin permitirme demorarme. Luego
me obligué a abrir la puerta—. Adiós, Toren.
206
—Adiós, Jennsyn. —No lo dijo en serio. Yo tampoco.
Porque más tarde esa noche, mientras mis compañeras de cuarto dormían
en sus camas.
Estaba con Toren.
19
JENNSYN
Pasé corriendo por el garaje de Toren y corrí por la acera, moviendo piernas
y brazos mientras saltaba a su porche en el momento en que su puerta se abrió
de golpe. Mi risa llenó su entrada mientras me lanzaba a sus brazos abiertos.
Era complicado besar cuando sonreías así de amplio. Lo intenté de todos
modos.
Toren sonrió, sus ojos se arrugaron mientras nos besábamos con nuestras
miradas fijas.
—Hola —murmuré contra sus labios.
—Hola. —Pasó un brazo alrededor de mi espalda baja, manteniéndome
inmovilizada contra su cuerpo mientras usaba su otra mano para cerrar la 207
puerta.
En el momento en que se cerró, la sonrisa se detuvo y ese beso no fue nada
complicado. Era tan fácil como respirar. Nuestras bocas se moldearon y mis
labios se separaron para que pudiera pasar su lengua hacia adentro. Sabía a
Toren y a un toque de chicle de canela. Sabía como a casa.
Incliné mi boca sobre la suya, besándolo como si fuera el aire en mis
pulmones y me hubiera estado asfixiando durante días.
Un zumbido retumbó a través de su pecho, la vibración corrió debajo de mi
piel y se acumuló en mi núcleo.
Aparté mis labios de los suyos y me incliné hacia la curva de su cuello,
tomando su pulso mientras lamía y chupaba su piel.
—Joder, nena. —Toren me estrelló contra la pared más cercana,
atrapándome con ese fuerte pecho.
Sus manos recorrieron mis costillas, su toque era firme, como si estuviera
memorizando mis curvas. Sus palmas se deslizaron alrededor de mis caderas
para agarrar mi trasero. Les dio un fuerte apretón antes de bajar, tomando mis
piernas y separándolas. Luego colocó uno de esos voluminosos y sexys muslos
contra mi centro, presionándolo hasta que la fricción contra mi clítoris fue
vertiginosa.
Gemí, meciéndome contra él.
—Te extrañé.
Gruñó y mordió mi labio inferior mientras seguía apretando contra su
muslo.
—También te extrañé.
Me fui el miércoles de la semana pasada para jugar fuera de casa hasta el
viernes. El equipo de fútbol había viajado para asistir al partido del sábado. Había
planeado escabullirme anoche, pero Stevie y Liz habían decidido improvisar una
noche de cine el domingo y ambas se habían quedado dormidas en el sofá.
Así que soporté un largo día en el campus, tratando de ponerme al día con
las tareas escolares, luego pasé la noche en mi habitación mientras contaba las
horas hasta la medianoche, rezando para que todas durmieran en sus putas
camas esta noche para que no tuviera que quedarme en la mía.
En el momento en que me aseguré de que mis compañeras de cuarto
estaban dormidas, salí corriendo silenciosamente por la puerta.
208
—Te necesito. —Tiré frenéticamente de su camiseta, intentando
arrancársela de los hombros.
Se inclinó apenas un centímetro para estirarse detrás de su nuca y, con un
tirón, la tela desapareció.
Mis manos presionaron su suave y caliente piel, mi yemas se hundieron en
esos sólidos y duros músculos de su espalda. Seguí balanceándome contra su
muslo, la necesidad en mi bajo vientre se doblaba más y más con cada giro de
mis caderas.
Toren me quitó la sudadera que yo me había puesto, apretando la
mandíbula mientras volaba sobre su hombro hacia el suelo.
Sin camiseta. Sin top. Sin sujetador. Esta noche no se trataba de un
desnudo lento y de torturados juegos previos, no cuando había estado esperando
casi una semana para sentirlo dentro de mí.
—Penétrame —murmuré—. Por favor. Duro. Ahora.
Gruñó de nuevo, el sonido no era más que un primitivo deseo masculino.
Mis pezones ya estaban duros, pero ese sonido los convirtió en piedra.
Nos separamos solo el tiempo suficiente para que me bajara los pantalones
deportivos y él se quitara los vaqueros.
Toren me mantuvo inmovilizada contra la pared mientras alcanzaba mi
rodilla y levantaba una de mis piernas para rodear su cadera.
Colocó la roma cabeza de su pene en mi entrada y cerré los ojos, esperando
a que se hundiera. Pero se detuvo y sujetó mi rodilla con fuerza para que no
pudiera moverme.
—Toren. —Intenté inclinar mis caderas para tomar lo que necesitaba, pero
la forma en que me tenía contra la pared significaba que no podía moverme
suficiente.
Me tenía inmovilizada en el ángulo justo para que sólo un empujón de sus
caderas nos uniera.
—Mantén los ojos cerrados. —Su orden fue un murmullo sobre mis labios.
Obedecí y dejé que se cerraran. Mi pecho se agitaba mientras respiraba
desesperadamente, mi cuerpo vibraba de deseo. Con cada inhalación, esa áspera
capa de vello sobre sus pectorales me hacía cosquillas en los pezones como
guijarros.
Era una tortura y una dicha. Era agonía y perfección.
209
Era la tentación y el fuego lo que nos quemaría a ambos.
Pero no podía evitar alcanzar las llamas. Aún no.
—¿Pensaste en mí esta semana? —Su voz era sexo y pecado cuando se
inclinó para hablarme en voz baja al oído.
—Sí.
—¿Te tocaste cuando pensaste en mí?
Tragué.
—Sí.
Gimió pero todavía no se movió.
—Cada mañana, cada noche, pensaba en ti cuando tomaba mi pene en la
mano. Pensé en tu boca. En tu cuerpo. En tu vagina. Pensé en todas las formas
en que quería penetrarte.
—Oh Dios. —Todo mi cuerpo se estremeció, mis brazos se apretaron más
alrededor de sus anchos hombros. Pero por mucho que tiré, se negó a moverse—
. Tor, por favor.
—Dilo otra vez. —Sus labios se deslizaron sobre los míos, su aliento caliente.
—Por favor.
—Tor. Llámame Tor.
Todo mi cuerpo se estremeció ante el placer de esa oscura voz.
—Tor.
Se empujó dentro de mí antes de que su nombre saliera de mi lengua.
Grité mientras me aferraba a él, saboreando la sensación de mi cuerpo
estirándose alrededor del suyo. Dios, era grande. Tan jodidamente grande que
me dejaba sin aliento cada vez. Me llenaba de una manera que ningún hombre
lo había hecho antes. Que jamás lo haría.
—Joder, estás apretada —cortó, como si estuviera tratando de mantener el
control.
Pero quería que lo perdiera. Quería que estuviera tan deshecho por mí como
yo por él.
Con una mano, me estiré entre nosotros y tomé sus pelotas.
El silbido que pasó entre sus dientes fue el sonido del triunfo.
Tomó mi labio inferior en su boca, sosteniéndolo con su mordisco mientras 210
lo sacaba y golpeaba dentro de nuevo.
Una y otra vez, condujo hasta el límite, follándome exactamente de la forma
en que había estado soñando toda la semana. Duro, rápido, profundo y perfecto.
—Te sientes muy bien —gimió y aceleró el paso, el sonido de nuestros
cuerpos chocando llenó el pasillo.
Mis paredes interiores revolotearon. Acabábamos de empezar, pero había
pasado una semana sufriendo por esto, por Toren. Y los orgasmos que me había
dado en la ducha no eran nada comparados con el sexo.
El calor se extendió por mis venas y mis extremidades comenzaron a
temblar. Mi cabeza cayó contra la pared y quedó colgando hacia un lado,
exponiendo mi cuello.
—Oh Dios. Me correré.
—Eso es todo, nena. —Se inclinó hacia mi garganta y sus dientes rozaron
mi piel—. Córrete por mí.
Dos fuertes golpes de su pene y me destrocé. Mi orgasmo se rompió y me
envió a los cielos, volando hacia las estrellas.
—Tor. —Jadeé por aire mientras me desmoronaba. Incapaz de levantarme,
me hundí contra él mientras perdía el control de mi cuerpo. De pies a cabeza,
cada célula temblaba y latía. No podía respirar. No podía pensar. No podía hacer
nada más que sentir cómo rodaba dentro de mí ola tras ola.
Toren no disminuyó el paso. Me penetró fuerte y rápido, persiguiendo su
propia liberación. Su rugido fue un sordo murmullo más allá del latido de mi
pulso en mis oídos. Levantó su cabeza hacia el techo, y con mi nombre en sus
labios, se derramó dentro de mí, su eyaculación caliente mientras se filtraba por
mis muslos.
Sentí la garganta en carne viva y los pulmones ardiendo como si hubiera
corrido cinco kilómetros, cuando mi orgasmo comenzó a desvanecerse y logré
abrir los ojos.
Toren se había desplomado contra mí, su pecho se elevaba y caía con
pesadas respiraciones mientras su frente descansaba en la pared al lado de mi
cabello. Las réplicas recorrieron su cuerpo, los músculos de su espalda se
contrajeron bajo mi toque.
Todavía estaba enterrado dentro de mí, su pene temblaba. 211
Usé la pierna que ya estaba alrededor de su cadera para acercarme más,
luego envolví mis brazos alrededor de sus hombros y enterré mi cara en su cuello,
aspirando el aroma masculino y limpio de su piel.
—Te extrañé. —Más de lo que era racional.
Sus brazos rodearon mi cintura, apretándolos con tanta fuerza que casi fue
difícil respirar, mientras movía su rostro hacia mi cabello.
—También te extrañé.
Nos abrazamos uno al otro incluso cuando el fuego en mis venas se acumuló
y el sudor de mi piel se enfrió. Sólo cuando se me puso la piel de gallina en los
antebrazos y un involuntario escalofrío recorrió mis hombros, finalmente rompió
nuestra conexión.
Me apartó el cabello de la cara y sus ojos buscaron los míos. Toren abrió la
boca pero, antes de que pudiera hablar, la cerró con fuerza. Luego besó la punta
de mi nariz antes de tomar mi mano y empujarme hacia la casa y directamente
hacia las escaleras.
Directo a su habitación, donde volvimos a encontrarnos, tomándonos
nuestro tiempo para explorarnos hasta que ambos nos agotamos.
—No te duermas —me advirtió, recostándose boca abajo sobre una
almohada. Levantó una mano hacia mi cara y su pulgar trazó una línea a lo largo
de mi pómulo.
—No lo haré —prometí mientras un bostezo estiraba mi boca.
El reloj de su mesilla de noche brillaba. Eran más de las tres. Todo lo que
quería hacer era dormir en su lujosa cama durante unas horas, pero antes de
que el reloj marcara las cuatro, necesitaba estar en casa. Necesitaba volver a
escabullirme a mi mundo, donde fingiría que no era completamente adicta a
Toren Greely.
—¿Leíste ese libro que te dejé? —le pregunté.
—Sí.
La semana pasada, antes de irnos a nuestros juegos, pasé por la librería del
campus y escogí una novela de suspenso que esperaba le gustara suficiente para
su estantería.
212
—¿Y? —Me animé y levanté la almohada unos centímetros.
—Está en la oficina.
—Sí. —Levanté el puño y la risa baja de Toren fue mi recompensa—. ¿Qué
más has estado haciendo?
—Trabajando mayoritariamente. Perfil bajo.
No habíamos hablado ni enviado mensajes de texto en nuestro tiempo
separados. Todas eran preguntas que le habría hecho a un novio por teléfono,
pero de alguna manera llegamos a un tácito acuerdo. Estas noches robadas eran
lo que pasábamos juntos. Aparte del ocasional texto para intercambiar planes,
manteníamos la comunicación al mínimo.
Lo último que necesitaba era que alguien sintiera curiosidad y me
preguntara a quién le enviaba mensajes de texto con tanta frecuencia.
Cometí ese error una vez y no lo volvería a hacer.
—¿Viste alguna película buena? —le pregunté.
—Vi las que me compraste.
—¿Te asustaste?
Sonrió.
—No, cariño.
—Sé honesto. ¿Te gustaron?
—No creo que el terror sea mi género.
—Maldita sea. —Tal vez podría hacerle cambiar de opinión si viéramos una
juntos. En lugar de enterrar mi cara en una manta cuando me asustara, podía
acurrucarme en su pecho—. Entonces, sólo películas de los ochenta y de los
noventa, ¿eh?
Algo pasó por su mirada, algo que había visto antes pero que no había
cuestionado. Algo así como dolor. Sucedió tan rápido que desapareció en un abrir
y cerrar de ojos.
—¿Qué? —pregunté, esperando mientras el silencio se establecía entre
nosotros, a pesar de que su pulgar nunca dejó de moverse en mi mejilla.
—Tampoco me gustan mucho esas películas de los ochenta y los noventa.
Parpadeé, luego me apoyé en los codos, apartándome de su contacto para
observarlo.
213
—¿Qué? Entonces, ¿por qué las tienes?
—Eran las favoritas de mi mamá. Tenía toda una colección de cintas VHS
que conservé durante años. Todavía las tengo en el almacén del sótano, pero
cuando estaba en la universidad, decidí que también quería conseguir los DVD.
En caso de que alguna vez quisiera ver algo que le gustara.
Mi corazón se pellizcó.
—Oh, Tor.
—No las veo mucho —dijo en voz baja, rodando sobre su espalda para
contemplar el oscuro techo—. Me alegro que lo hayas hecho. Le hubiera gustado
eso.
Me moví a través de la cama, acurrucándome a su lado. Cintas VHS. Eran
viejas. Demonios, también los DVD.
—¿Cuánto tiempo?
—Murió cuando tenía dieciséis años. Cáncer de mama. —Cerró los ojos,
como si decir aquellas palabras fuera físicamente doloroso.
Presioné un beso en su pecho.
—Lo lamento.
—Sólo tenía cuarenta y ocho años. —Cuando abrió los ojos para mirarme,
la tristeza en sus irises era tan cruda, tan profunda, que llegaba hasta los
huesos—. Todo cambió después de eso.
—Puedo imaginarlo.
Se quedó en silencio por un largo momento, mirando al techo hasta que:
—Rompió a mi papá. Era un tipo así de grande, de mi tamaño. Medía uno
ochenta y cinco de altura pero tenía espíritu ardiente. Ella era su chispa y la
amaba con todo lo que tenía. Cuando se fue, él se convirtió en un caparazón.
Sufrió un infarto un año después, cuando tenía cincuenta y cuatro años.
Así que al cabo de un año los había perdido a ambos.
—Lo siento mucho.
—Pasó un largo tiempo.
—¿y? No significa que todavía no te duela. —Que no tengas días difíciles de
soportar, como el aniversario de su muerte. 214
—Sí. Supongo que sí. —Dejó escapar un largo suspiro—. Me fui a vivir con
Evan y Faith cuando tenía diecisiete años. Me quedé allí durante un año hasta
que me gradué y fui a la universidad. Evan y papá eran hermanos, pero había
quince años entre ellos, así que estoy en medio. Era el primo mayor que los
visitaba y jugaba con los niños cuando eran pequeños. Esos niños me dieron un
escape del dolor. Me dieron una razón para seguir adelante. Cuando Evan murió.
Toren se había puesto en su lugar. Se había asegurado de que esos chicos
siguieran adelante. Faith también.
—Ahora te convertiste en quien cuida de todos.
Se encogió de hombros.
—Ayudo.
Toren hacía más que ayudar. Fue a quien Faith llamó durante una
emergencia. Era el tipo que desempeñaba el papel de padre de cuatro niños. Se
entregaba a todos, aunque significara no quedarse con nada.
—¿Quién cuida de ti? —pregunté, más para mí que para él, pero su silencio
fue toda la confirmación que necesité.
Toren era un ancla para todos en su vida. Era el estable. La roca.
Pasé una pierna sobre su cuerpo y me levanté para sentarme a horcajadas
sobre sus caderas. Luego me incliné para tomar su boca mientras sus manos
llegaban a mis costados.
Podría cuidar de todos los demás.
Pero yo cuidaría de él.

EN LA FIESTA
JENNSYN
—Toren —susurré.
Tarareó, con los ojos cerrados y el rostro recostado en una almohada. Estaba
a segundos de dormirse, pero antes de que sucediera, quería despedirme.
Llevábamos horas despiertos, hablando, besándonos y luchando contra el 215
sueño. Pero finalmente nos habíamos agotado uno al otro.
—Me iré. —Besé su mejilla—. Adiós.
Sus ojos se abrieron de golpe, por un minuto antes de entrecerrarse. Luego, el
entrañable ceño más sexy y que jamás había visto en mi vida bajó por las
comisuras de su boca. Sus ojos se cerraron de nuevo mientras su brazo
serpenteaba alrededor de mi cintura, acercándome. Enterró su nariz en mi cabello,
respirando profundamente.
—Dime adiós por la mañana.
—Es de mañana. —Bueno, casi.
—No digas adiós —murmuró, abrazándose fuerte—. Aún no.
—Bien. —Me acurruqué más profundamente en sus brazos.
Y cuando el amanecer besó el horizonte más allá de la ventana de su
dormitorio, finalmente nos quedamos dormidos.
20
TOREN
Se me hizo un nudo en el estómago mientras leía el texto que había
redactado hacía una hora. Eran unas cuantas frases breves y rápidas para el
entrenador en jefe de la preparatoria. Mi ex entrenador. No había detalles, solo
un saludo y una pregunta para ver si tenía tiempo de reunirse conmigo en las
próximas semanas.
Probablemente asumiría que quería hablar de Abel.
Dudaba que se le pasara por la cabeza que le pediría trabajo. Quizás ocupar
su lugar cuando se jubilara pronto.
¿Realmente haría esto? ¿Realmente estaba considerando dejar mi carrera
por una mujer? ¿Por una estudiante?
216
—Mierda. —Me pasé una mano por la cara y borré el texto, luego puse el
teléfono en mi escritorio y me hundí en la silla de mi oficina.
Aún no. Aún no era momento de explorar otras opciones. No hasta que
supiera hacia dónde iba esto con Jennsyn.
Lo más probable es que no tuviera sentido preocuparse por mi carrera.
Probablemente terminaría conmigo en primavera. Para cuando se graduara,
quizás quiera encontrar un chico de su propia edad. Un tipo que la siguiera por
todo el mundo y la viera jugar en Europa, si era su próximo destino. Un chico
que aún no hubiera echado raíces y que estuviera listo para que crecieran.
Yo quería una familia. Mis propios hijos. Era un deseo egoísta, considerando
que papá y el tío Evan habían muerto jóvenes. Lo más probable era que corriera
la misma suerte.
No había nada malo en mi corazón. Me aseguraba de hacerme una
exhaustiva revisión todos los años con mi doctor. Pero tanto papá como Evan
eran hombres sanos, lo que significaba que siempre había una posibilidad,
aunque fuera mínima, de que muriera antes de cumplir los sesenta.
No era una pérdida que quisiera para mis hijos. No quería que supieran lo
que se sentía perder a un padre.
Excepto que yo quería más la promesa que ellos.
Quería juguetes esparcidos por mi sala de estar. Quería ruidosas y caóticas
comidas en la mesa del comedor. Quería ver las gradas de los partidos de fútbol
de los sábados y ver a mi familia animando a los Wildcats. Animándome.
Pero no me estaba haciendo más joven. Había pasado mucho tiempo
jodiendo con encuentros casuales y aventuras de una noche. Siempre había
pensado que eventualmente aparecería una mujer que me haría querer dejar la
rutina de playboy.
Supongo que tuve razón.
Simplemente no esperaba que fuera una estudiante. Una mujer más de una
década más joven. Una mujer que aún tenía aventuras por vivir.
Una mujer a la que no estaba seguro de cómo dejar ir.
Jennsyn y yo necesitábamos tener una seria conversación. Una charla que
no se viera empañada por la neblina del sexo. Una charla orientada más hacia el
futuro que hacia el pasado.
217
Excepto que en las noches en que se escabullía a mi casa, lo último que
quería hacer era hablar. Entraba por la puerta y en lo único que podía pensar
era en ella. En besarla. En tocarla. En penetrarla.
No importaba cuántas veces la tuviera en mi cama, no era suficiente.
Durante las pasadas dos semanas, cada vez que ambos estábamos en la
ciudad, iba después de medianoche. Había perdido incontables horas de sueño
adorando su cuerpo hasta que se iba a casa antes del amanecer.
El equipo de voleibol tuvo un partido esta noche en Upshaw. Tal vez iría al
gimnasio y fingiría estar allí para apoyar el programa de los Wildcats en su
conjunto. Después, antes de que su cuerpo desnudo me llamara la atención, tal
vez Jennsyn y yo podríamos tener esa conversación.
Saldríamos mañana para un partido fuera de casa. Si hablábamos esta
noche, ambos tendríamos unos días para pensar en lo que se avecinaba.
O unos días para lamer mis heridas si nuestra conversación no salía como
esperaba.
¿Y si no estaba buscando nada serio? ¿Qué pasaría si estaba en esa etapa
en la que sólo quería encuentros casuales y aventuras de una noche? ¿Qué
pasaría si se daba cuenta de que me estaba enamorando y ella no?
Mi cabeza comenzó a palpitar como cada vez que me permitía vagar por este
camino mental. Dios, realmente me había jodido, ¿no? Poniéndome en la peor
situación posible.
Enamorarme de una maldita estudiante atleta.
¿Cuánto tiempo más podríamos seguir con esta farsa? ¿Cuánto tiempo más
teníamos Jennsyn y yo hasta que una de sus compañeras de cuarto la
sorprendiera saliendo por la noche? ¿Hasta que alguien se diera cuenta de que
era a quien le enviaba mensajes de texto de vez en cuando?
¿Faith me dejaría mudarme al granero cuando estuviera desempleado? Mi
reputación estaría en ruinas y nunca volvería a entrenar. Tal vez debería volver
a escribir ese texto después de todo, dejar este trabajo mientras todavía tuviera
oportunidad.
Mientras todavía fuera mi elección.
Estaba a punto de levantarme de mi silla y de salir de la casa de campo para
tomar un poco de aire fresco cuando Aspen entró por mi puerta abierta. 218

—Toren, ¿estás ocupado? —preguntó, cerrando ya la puerta antes de que


pudiera responder.
No era la primera vez que Aspen se acercaba para hablar. No había estado
con los Wildcats por mucho tiempo y, dada mi historia en la escuela y en Mission,
a veces pasaba por aquí para pedir consejo. Generalmente cuando no podía
localizar a Millie.
Pero ahora que tenía esto con Jennsyn, cada vez que veía a Aspen, se me
revolvía el estómago.
¿Ella lo sabría? ¿Se habría enterado de lo de Jennsyn y yo? ¿Hoy sería mi
último día como entrenador?
Mi corazón se abrió camino hasta mi garganta mientras martilleaba, el
miedo me quitó el color de la cara.
—Lamento molestarte. Necesito consejo y Millie no aparece por ningún lado.
—Aspen se desplomó en una silla frente a mi escritorio.
¿Consejo? El aire salió de mis pulmones. No vendría aquí a pedirme consejo
si se hubiera dado cuenta de que estaba teniendo sexo con una de sus jugadoras
cada vez que podía.
—¿Qué pasa?
Aspen abrió la boca, a punto de hablar, pero alguien llamó a la puerta. Antes
de que pudiera decir una palabra, Ford irrumpió en el interior.
—Oh rayos. Lo siento —dijo—. Pensé que estabas solo. Hola, Aspen.
—Hola, Ford —lo saludó, viendo por encima del hombro.
—¿Pasas por mi oficina cuando estés libre? —me preguntó.
—Lo tienes.
—Gracias. —Me dio una cansada sonrisa y luego cerró la puerta detrás de
él.
Aspen pasó un pulgar por encima de su hombro.
—¿Está bien? ¿Necesitas irte?
No, Ford no estaba bien. Millie tampoco. Ambos caminaban por los pasillos
fingiendo estar bien cuando no lo estaban.
—Estoy seguro de que se trata sólo de los planes de viaje para mañana. —
219
La despedí con la mano—. ¿Qué está sucediendo?
—No sé qué hacer. —Cerró los ojos y respiró hondo—. Acabamos de terminar
la práctica de hoy. Fue, bueno... horrible.
—¿Qué pasó?
Las malas prácticas sucedían durante una temporada. Los jugadores
aparecerían desenfocados. Los planes salían mal y todos se iban de mal humor.
Era parte de la gestión de un equipo, pero eran los peores días como entrenador,
sólo superados por una devastadora derrota.
—Ni siquiera puedo articularlo. Pero el equipo está... apagado. Todas lo
sentimos. Y sé por qué, pero no tengo idea de qué hacer al respecto. Bueno, tengo
una opción, pero apesta.
—¿Cuál? —pregunté aunque tenía una corazonada de lo que diría. De quién
se trataba. El temor fue instantáneo. Se posó sobre mis hombros como diez mil
ladrillos.
Este consejo lo necesitaba. Se trataba de Jennsyn, ¿no?
Aspen suspiró.
—¿Cómo puedo enviar a la banca a mi mejor jugadora?
21
JENNSYN
Nuestros casilleros no tenían puertas. Eran compartimentos abiertos donde
podíamos guardar nuestras bolsas y colgar nuestros abrigos, pero si queríamos
cerrar algo bajo llave, había una caja fuerte en la base de cada columna para que
introdujéramos un código.
Probablemente algo bueno. De lo contrario, habría dado un portazo.
La tensión en el vestuario era tan espesa como un muro de hormigón.
Los botones de mi caja fuerte sonaron cuando ingresé mi código: uno, tres,
cinco, siete. Quería gritar con cada número.
Saqué mi teléfono y mis llaves y las arrojé en mi bolso. Luego me quité la
camiseta sudada y me cambié de ropa con movimientos rápidos y apresurados, 220
haciendo una bola con la camiseta antes de tirarla en mi bolso.
No me entretendría hoy. La entrenadora Quinn me esperaba en su oficina a
las cinco.
Fue una tontería que me convocaran. Que fuera la persona en problemas.
No era quien había holgazaneado en la cancha toda la semana. No era quien
había estado más preocupada por los chismes triviales que por dirigir nuestras
acciones. No fui quien empezó a llorar tan dramáticamente como para que los
entrenadores suspendieran la práctica quince minutos antes.
Esa fue Megan.
Sus sollozos resonaron por el vestuario junto con los murmullos de
seguridad de las otras chicas. Incluso Stevie y Liz estaban acurrucadas sobre su
hombro.
Lo que me dejó cambiarme sola. Ni siquiera me había molestado en
ducharme.
No había echado mucho de menos Stanford desde que me mudé a Montana.
No había echado de menos la presión y las expectativas de jugar a ese nivel. No
había extrañado el clima de California ni el agotador horario de clases.
Pero hoy era la primera vez que extrañé al equipo de Stanford.
Ninguna jugadora habría actuado como lo hizo Megan durante la práctica.
Si otra chica hubiera hecho el tipo de rabieta que Megan hizo hoy, todas las
demás habrían dicho exactamente lo que le había dicho a Megan.
“Cállate y ponte a trabajar”.
Al parecer, esa frase me convirtió en la perra del equipo de voleibol de
Treasure State Wildcats.
Estaba bastante segura de que había tenido ese título durante meses,
incluso antes de mudarme. Megan y algunas de las otras chicas me habían
odiado sin importar cómo actuara. Sin importar cómo jugara.
Había tomado el lugar de su amiga en el equipo, lo que me convirtió en la
enemiga.
Lo que sea. No estaba aquí para hacer amigas, especialmente de Megan. No
nos parecíamos en nada.
Hubo un tiempo en mi primer año en el que me quejé de los entrenamientos
221
y del horario de práctica. Cuando era la chica en el vestuario actuando como una
mocosa. Una de las mayores me había dicho que me callara.
Me convertí en una mejor jugadora gracias a eso. Porque me recordó que
había un grupo de chicas listas y esperando a ocupar mi lugar. Así que podía
quejarme de lo difícil que era ser estudiante atleta. O podría aguantar y jugar.
Ese día no había llorado en el vestuario. No, había guardado mis lágrimas
para cuando estuviera sola, sabiendo que si hubiera llamado a mamá, también
me habría dicho que me aguantara las lágrimas.
Y hoy, había actuado igual que mi mamá.
Darme cuenta me golpeó tan fuerte que hice una mueca. Maldita sea.
Quizás yo fuera el problema. Quizás me estaba tomando el voleibol
demasiado en serio. Después de todo, es lo que me habían enseñado a hacer.
No me arrepentía de haberle dicho a Megan sus cosas, pero podría haber
sido más amable.
Cerré los ojos y respiré profundamente, terminé de guardar mi ropa sudada
y luego caminé hacia donde estaba reunido el equipo.
—Megan —dije, forzando la mayor amabilidad posible en mi voz—. Perdón
por ser dura.
Sus hombros temblaron mientras hundía la cara entre las manos. Siguió
llorando.
Así que lo tomé como mi señal para irme.
Con un suspiro, me di vuelta y salí del vestuario, abriendo la puerta con
demasiada fuerza antes de caminar por el pasillo, directamente hacia la oficina
de la entrenadora Quinn.
Estaba sentada detrás de su escritorio, con los codos apoyados en su
superficie mientras se frotaba las sienes. Cuando me aclaré la garganta, se
enderezó y me dio una tensa sonrisa.
—Entra, Jennsyn.
Cerré la puerta detrás (sería una conversación privada) y puse mi bolso
junto a las patas de la silla mientras tomaba asiento.
—Pido disculpas por perder los estribos con Megan.
Los hombros de la entrenadora Quinn se hundieron. 222
—Esto no es Stanford.
—No, no lo es.
Hizo una mueca, como si hubiera tocado un nervio.
—Estoy de acuerdo, Megan debería haberse tomado la práctica más en serio.
Tendré una conversación con ella sobre eso y los chismes.
Todo esto giraba en torno a Rush Ramsey y las especulaciones sobre la
mujer a la que había embarazado. Los rumores corrían desenfrenados por la casa
de campo, y cada vez que escuchaba a alguien susurrar su nombre, me
estremecía. No era asunto de Megan. No era el mío.
—Odio los chismes —dije—. Especialmente cuando tiene lugar durante una
práctica.
—Ojalá hubiera escuchado lo que dijo. Yo misma lo habría terminado. Pero
me ganaste.
Y si volvía a suceder, todavía callaría a Megan. Aunque la próxima vez
intentaré ser más suave al expresarlo.
La entrenadora Quinn dejó escapar un largo suspiro y se inclinó sobre el
escritorio, con las manos entrelazadas como si estuviera rogando por algunas
respuestas.
—¿Por qué estás aquí, Jennsyn? Eres muy talentosa. Demasiado talentosa.
Perteneces a un equipo como el de Stanford, donde no tendrás que acosar a las
chicas para concentrarte. Donde todas en el equipo estén tan dedicadas a ganar
como tú. ¿Por qué te transferiste a la Treasure State de todos los lugares cuando
estabas en Stanford?
Por los chismes. Por un corazón roto.
Eran las respuestas simples. En lugar de sufrir por ellos, me fui.
Pero ni un alma en Montana sabía la verdad, y no tenía planes de cambiar
eso ahora.
—No eres parte de este equipo —dijo—. Te sientas sola. Las chicas hablan
de juntarse, pero dicen que nunca vas.
—¿Es necesario que lo haga?
Algo parecido a derrota cruzó por su rostro, como si hubiera esperado que
tuviera una respuesta diferente.
223
—No, no es necesario.
—Vivo con Stevie y Liz. Las veo todos los días.
—Y Liz dice que te quedas en tu habitación.
Mis manos se curvan alrededor de los apoyabrazos de la silla mientras mis
molares rechinan.
—Liz no tiene ninguna razón para hablar de mí.
La entrenadora levantó las manos.
—Le pregunté cómo iban las cosas en casa. Por favor, no te enojes con ella.
No era como si Liz estuviera equivocada. Raramente salía de mi habitación
a menos que estuviera aquí en el campus o escabulléndome a casa de Toren en
medio de la noche. Al menos Liz no podía informarle eso a la entrenadora Quinn.
Aunque ¿por qué le informaría algo? ¿Por qué la entrenadora Quinn le había
preguntado a Liz cómo iban las cosas en primer lugar?
—¿Se trata del juego que perdimos?
Parpadeó.
—¿Eh?
—Lo lamento. Tuve un mal día. No volverá a suceder. —Y no había vuelto a
suceder. Todos los partidos desde esa derrota los habíamos ganado. Había
superado el ruido, lo había aplastado con mi voluntad de hierro y, cuando
entraba a la cancha, estaba totalmente concentrada.
No volveríamos a perder, al menos no en nuestra conferencia. ¿En los
playoffs? ¿Contra mejores equipos? Sí, entonces perderíamos. Pero estaba
decidida a reclamar el título del campeonato de la conferencia.
—No se trata de la pérdida —dijo la entrenadora, sus ojos se suavizaron—.
Es una temporada ganadora. La temporada más exitosa en la historia del
programa, Jennsyn.
—Está bien —dije arrastrando las palabras. Entonces, ¿por qué estaba
hablando con Liz y por qué me llamaba a su oficina para discutir sobre Megan?
—Estás destruyendo a tus oponentes —dijo—. Lo dejas todo en la cancha.
Dijiste que estabas aquí este año para jugar.
Asentí, sin estar segura de a dónde quería llegar con eso.
—Dices que quieres jugar, pero hoy parecía que querías estar en cualquier
224
otro lugar.
—Megan presionó todos los botones equivocados. Lo lamento.
Me dio una triste sonrisa.
—Antes de que Megan comenzara a chismorrear. Te vi levantar la pelota
antes y verla como si pesara mil kilos.
Se me cayó el estómago.
Sí, hubo un momento hoy en el que no quise estar allí. Cuando supe que
habría un mensaje de texto de mamá y un correo electrónico de Mike Simmons
esperando cuando terminara la práctica.
Al parecer, no era tan buena ocultando mi indecisión, mi cansancio, como
había pensado.
—Es un deporte de equipo —dijo la entrenadora Quinn—. Mis mejores
amigas son las chicas con las que jugué en la universidad. No tienes que estimar
a todas las chicas. Lo entiendo. Pero... inténtalo. Por favor. No puedo hacer
mucho para entrenarte en la cancha. Ya estás delante de mí. Entonces, si puedo
entrenarte fuera de la cancha, lo haré. La temporada casi termina. La mayoría
de las chicas te ven como si estuvieran observando al sol. Quieren
desesperadamente que estés en su equipo. Dales la oportunidad. Podrían
sorprenderte.
O podrían apuñalarme por la espalda.
Podrían romperme el corazón y arruinarlo todo.
—Lamento la práctica —dije—. Si tenerme en el equipo es un problema,
entonces entenderé si necesitas hacer un cambio.
Una parte de mí quería que me echara del equipo. Una parte de mí anhelaba
que fuera la razón por la que tuviera que renunciar. Porque entonces no sería mi
elección.
La entrenadora Quinn negó.
—No, claro que no. Aunque admito que pensé en ponerte en el banquillo
durante unos cuantos partidos.
Nunca antes me habían enviado a la banca. El golpe a mi ego podría ser
peor que ser expulsada del equipo. Sentarse y ver jugar a las demás,
especialmente si perdían, sería abrumador.
Algo que la entrenadora probablemente sabía.
—Te veré mañana en el juego —dijo, viendo hacia la puerta. 225
En el ámbito de las mordidas de trasero, no había sido del todo malo. No fue
bueno. Pero podría haber sido peor.
Me levanté y recogí mi bolso, luego salí de la casa de campo, deseando más
que nada poder retroceder en el tiempo y decirle a Jennsyn que mantuviera la
boca cerrada.
Pero dije lo que dije. Era muy tarde. Me disculpé con Megan y todo lo que
podía hacer ahora era seguir adelante.
Cuando saqué el teléfono de mi bolso, como era de esperar, había un correo
electrónico esperando en mi bandeja de entrada de Mike Simmons y un mensaje
de texto de mi madre exigiendo que la llamara de inmediato. Los ignoré y conduje
a casa, encontrando los autos de Liz y de Stevie ya en el garaje.
Debieron haberse ido poco después de que hubiera ido a mi reunión con la
entrenadora Quinn.
Me preparé para las miradas y el trato silencioso, excepto que cuando entré
a la sala de estar donde mis dos compañeras de cuarto estaban esperando, se
levantaron disparadas del sofá.
—¿Estás bien? —preguntó Stevie.
—¿Qué te dijo la entrenadora? —Los ojos de Liz estaban muy abiertos—. No
te puso en el banquillo, ¿verdad? Porque le dijiste a Megan lo que todas
estábamos pensando.
Parpadeé. Bien. No era la reacción que esperaba.
—No, no me puso en el banquillo.
—Gracias a Dios. —Liz se dejó caer en el sofá—. Megan dejó de llorar en el
momento en que saliste del vestuario.
—De hecho, creí que estaba molesta. —Stevie puso los ojos en blanco—.
Supongo que eso me convierte en una tonta. Tan pronto como la puerta se cerró
detrás de ti, se levantó y les dio a todas esa desagradable sonrisa, como si
estuviera causando drama intencionalmente. Terminé con ella. También se lo
dije en la cara.
—Igual. —Liz asintió—. Necesita crecer muchísimo.
—Esperen. ¿Qué? —No era la idea de que Megan actuara lo que me
226
sorprendió. Era que ambas... me defendieran.
Hacía mucho tiempo que nadie me elegía, al menos en lo que se refería a
amigas.
—Es una mocosa. —Stevie se dejó caer en el sofá junto a Liz y se estiró para
alcanzar el control remoto.
—Sí —murmuré, sin saber qué más decir.
Así que me dirigí hacia las escaleras, a punto de esconderme en mi
habitación como de costumbre. Excepto que antes de llegar al último escalón,
me detuve y me di la vuelta.
—Últimamente me han gustado estas viejas películas de los años ochenta y
noventa —espeté—. No sé si tienen tarea o algo así esta noche, pero iba a ver
una.
Liz y Stevie compartieron una mirada y la silenciosa conversación que tuvo
lugar entre ellas me hizo sentir unos centímetros más alta.
¿Realmente era tan retraída que una invitación al cine era una noticia
impactante? Sí.
—Me parece bien —dijo Stevie—. No tengo nada que hacer esta noche.
—Yo tampoco —dijo Liz—. Estoy dentro. Tal vez podríamos pedir pizza o algo
así. El jueves por la noche es noche de pizza por diez dólares. Podríamos pedir la
entrega.
—Seguro. —Me encogí de hombros—. No soy exigente.
—Bien. —Liz le sonrió a Stevie—. Porque ella es una de las personas más
quisquillosas con la comida del planeta. Sin peperoni. Sin tocino. Salsa extra con
pimientos verdes extra, y si hay un hongo a la vista, también puedes tirarlo todo
a la basura.
—Lo que sea. —Stevie arrugó la nariz—. Sé lo que me gusta.
Su declaración fue pronunciada con tanta confianza. Lo dijo de manera tan
definitiva, como si hubiera sabido lo que le gustaba desde hacía mucho tiempo.
Mientras tanto, yo todavía lo estaba averiguando. ¿Qué me gustaba?
Me gustaba leer. Me gustaban las películas cursis. Me gustaba un auto
limpio.
227
Me gustaba Toren.
Me gustaba suficiente como para arriesgar mi beca. Mi lugar en el equipo.
Mi futuro. Me gustaba suficiente como para arriesgar su carrera.
Era una de las cosas más egoístas que había hecho en mi vida, pero no
podía detenerme.
No importaba cuantas veces me dijera que debía dejarlo, por su bien, si no
por el mío, no podía detenerme. Entonces, después de la pizza y de una película,
cuando Stevie y Liz se retiraron a sus habitaciones y pensaron que estaba
durmiendo en la mía, salí de la casa y corrí hacia la suya.
Como siempre, él me estaba esperando. La puerta se abrió de golpe en el
momento en que mi pie descalzo tocó el porche.
Excepto que no me saludó con los brazos abiertos. Había un arruga entre
sus cejas, una tensión en su cuerpo que convirtió mi carrera a una caminata.
—¿Qué? —le pregunté.
—¿Estás bien?
Suspiré.
—Hablaste con la entrenadora Quinn, ¿no?
—Sí. —Abrió los brazos.
Y caí en su pecho.
—¿Estás bien? —Su mano llegó a mi nuca, acariciando mi cabello mientras
usaba un pie para cerrar la puerta de una patada.
—Bien. —Me encogí de hombros, hundiéndome en su camiseta mientras
aspiraba el aroma que olía como el mío.
—Háblame. ¿Qué está sucediendo?
La verdad, toda la verdad, estaba en la punta de mi lengua. Pero la razón
por la que estaba en Montana, la razón por la que había dejado Stanford,
significaba que podría perder a Toren. Apenas podía soportar la verdad. ¿Cómo
lo haría él?
No estaba lista para un verdadero adiós, todavía no.
—Simplemente un mal día —dije, poniéndome de puntillas para besar la
parte inferior de su mandíbula.
Abrió la boca, como si quisiera preguntar más, pero ya era tarde y no 228
teníamos mucho tiempo. Sólo unas horas robadas antes de que tuviera que volver
corriendo a casa.
Donde fingiría que podía ocultar la verdad para siempre.
22
TOREN
El problema de medir un metro ochenta y cuatro era que estaba por encima
de todos en la multitud. Significaba que la gente me veía antes de que los viera.
De alguna manera, me las arreglaba para pasar desapercibido cuando iba a
ver el partido de Jennsyn a principios de esta temporada. ¿Esta noche? No tanto.
Millie pasó entre la multitud de personas que entraban al gimnasio Upshaw,
con su atención fija en mí. Cuando se detuvo frente a mí, frunció el ceño.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Viendo a la mujer con la que estaba profundamente involucrado jugar en
un torneo de voleibol.
—Estaba trabajando hasta tarde. Pensé en venir a ver el partido y apoyar a 229
Aspen y a su equipo. —¿Las verdades a medias contaban como mentiras cuando
se las decías a una de tus amigas más antiguas?
—Ah. —Asintió—. ¿Quieres que nos sentemos juntos?
—Me encantaría. —Esa sí que era una descarada mentira.
Infiernos. Probablemente debería haber sospechado que Millie estaría aquí
esta noche. Definitivamente debería haber usado gorra y esforzarme más por
mezclarme.
Cuando Jennsyn estaba presente, no era precisamente fácil para mí fingir
que era simplemente otra estudiante de la Treasure State. Si estaba perdido en
las gradas rodeado de extraños, nadie se daría cuenta si veía demasiado a cierta
jugadora. ¿Pero Millie? Lo notaría.
Lo que significaba que estaría nervioso toda la noche. Excelente.
Millie sonrió y lideró el camino hacia el gimnasio, tomando asiento en la
primera fila de gradas marcadas como reservadas. Estábamos detrás de las sillas
preparadas para el equipo, tan cerca que sería imposible para Jennsyn no verme
cuando saliera del vestuario.
Hasta aquí lo de pasar desapercibido. No quería que mi presencia aquí
desviara la atención de Jennsyn del juego, por eso había planeado sentarme solo
en un oscuro rincón.
Maldita sea. Tal vez debería simplemente irme. Inventar una excusa y
regresar a casa.
Excepto que sería mi última oportunidad de ver jugar a Jennsyn. Mañana
el equipo de fútbol se iba a jugar fuera de casa y no volveríamos hasta el domingo.
Este torneo terminaría antes de que regresáramos.
También nos iríamos mientras jugaban por el campeonato de la conferencia.
Si, cuando, ganaran, ganarían un lugar en la clasificación de los playoffs. Pero
todos esos juegos serían como visitantes contra grandes escuelas. Y si bien eran
una fuerza a tener en cuenta en nuestra conferencia, probablemente perderían
frente a una escuela más grande con un programa más prestigioso, como
Stanford.
Entonces era todo. Era mi última oportunidad de ver a Jennsyn jugar
voleibol universitario. Tal vez tendría otra oportunidad de ver un partido si seguía
jugando después de graduarse. Tal vez, de alguna manera, resolveríamos eso.
Pero si no, si era mi oportunidad de animarla, entonces no la perdería. 230
—¿Listo para el viaje de mañana? —preguntó Millie, casi gritando por el
ruido en el gimnasio.
Asentí.
—Eso creo. Ford tiene todo organizado.
Permaneció en silencio durante un largo momento, colocándose un mechón
de su oscuro cabello detrás de la oreja. Luego, en voz tan baja que me esforcé por
escuchar, dijo:
—¿Cómo está?
Ford estaba horrible. El hombre estaba hecho un desastre. Lo que fuera que
estaba pasando entre ellos lo había volteado de cabeza, y la mayoría de las veces
estaba de mal humor.
—No genial —admití.
Ella tragó y sus hombros se curvaron hacia adentro. Había oscuros círculos
debajo de sus ojos, círculos que no había notado al principio. No habíamos ido a
cenar últimamente, no desde los tacos hace más de un mes. Desde que Ford me
había pedido que la cuidara. No había sido por falta de intentos. Cada vez que le
enviaba un mensaje de texto y le preguntaba si estaba libre para una
hamburguesa o unos tacos, tenía una excusa.
Era una época del año muy ocupada con actividades deportivas de otoño
casi todas las noches. Pero sospechaba que me estaba evitando a mí y a
cualquiera que le recordara demasiado a Ford. Y no era como si pudiera escapar
de él por completo, no cuando trabajaban en el mismo edificio.
—Lo siento. —Le rodeé los hombros con el brazo y la acerqué a mi costado
para darle un rápido abrazo.
Millie se apoyó en mí hasta que la mayoría de los espectadores estuvieron
sentados y el equipo visitante salió de sus vestuarios.
Mi ritmo cardíaco se disparó cuando salieron las Wildcats y escaneé cada
rostro en busca del de Jennsyn.
Aspen estaba a la cabeza y caminó hacia su silla con sus entrenadores
asistentes pisándole los talones. Luego vinieron las jugadoras, cada una con una
estoica cara de juego. Liz estaba en medio del grupo. Después Stevie. Y al final
de la fila, ligeramente separada del resto, caminaba Jennsyn, con la barbilla en
alto y los ojos entrecerrados. 231
Esa expresión de granito contrastaba mucho con la mujer que corría de su
casa a la mía en la oscuridad, su sonrisa tan brillante que iluminaba la noche.
Su postura era perfecta, alta, delgada e intimidante. Estaba en la zona, lista
para dominar. Miró más allá de su propio equipo una vez que llegó a la cancha,
su vista se dirigió al banquillo del equipo contrario. Examinó a cada oponente,
una por una. Cada una se marchitó bajo su helada mirada.
Una oleada de orgullo, de necesidad, se extendió en mi pecho. No debería
haber sido sexy, pero maldita sea si no lo era.
—No sé por qué vino aquí —dijo Millie, como yo, mirando a Jennsyn—. Pero
no me quejaré.
Yo debería saber el motivo. Debería conocer los detalles de por qué Jennsyn
había dejado Stanford. Llevábamos semanas juntos y todavía no había confiado
en mí. ¿Por qué? ¿Qué estaba escondiendo?
No podíamos seguir evitando los temas difíciles. No podíamos seguir
perdiéndonos uno en el otro. Anoche, después de que me contó lo que había
sucedido en la práctica con Megan y que la llamaron a la oficina de Aspen,
esperaba que confiara en mí. Esperaba que pudiéramos hablar sobre el futuro y
lo que estábamos haciendo.
Excepto que había sellado sus labios sobre los míos, y en lugar de detenerla,
tomé el camino fácil y le devolví el beso. Habíamos pasado algunas horas salvajes
en mi cama. Luego ya era demasiado tarde para tener una conversación larga y
seria, así que la acompañé hasta la puerta y la vi caminar de puntillas hacia
casa.
Tendríamos que hablar pronto. Pero no esta noche. Cuando fuera más tarde,
la única conversación que quería era que gritara mi nombre y rogara por más.
Las jugadoras se apiñaron alrededor de Aspen. La mirada de Jennsyn debió
sentir la mía porque vio más allá de las sillas, directamente hacia donde estaba
sentado.
Esos ojos azules se agrandaron, no mucho, pero sí suficiente. Luego apartó
la vista demasiado pronto.
Hice lo mismo, bajando la barbilla para ver un punto invisible en el suelo.
Joder, fue una mala idea. Debería estar al otro lado del gimnasio, sentado
entre un mar de caras, no justo detrás del banco del equipo.
Cuando levanté la vista, fue hacia Millie primero. Una pequeña sonrisa
232
apareció en su boca, lo que significaba que había captado la reacción de Jennsyn.
Mierda.
—¿Qué? —¿Podría salir de esto presumiendo? ¿Fingir ignorancia?
—Tal vez deberíamos habernos sentado en otro lugar. —La mirada de Millie
se dirigió hacia el equipo, donde otra jugadora, ésta con una camiseta de
diferente color, estaba viendo en mi dirección.
En el momento en que se dio cuenta de que la había sorprendido mirando
boquiabierta, se sacudió y miró al techo, con las mejillas sonrojadas.
—Tendrás a todo el equipo de voleibol enamorado de ti antes de que termine
la noche —dijo Millie, acercándose mientras sonreía.
Fruncí el ceño.
—Sólo estoy sentado aquí.
—Estoy bromeando.
—Sí —murmuré.
Si Millie pensaba que Jennsyn estaba enamorada de mí, bueno... no estaba
equivocada. Simplemente no se había dado cuenta que el enamoramiento iba en
ambos sentidos.
Que esto entre nosotros se sentía como mucho más que un enamoramiento.
—Hola, Millie. Toren. —Una mano se posó en mi hombro. Kurt, el director
deportivo, estaba a mi lado.
La última persona que quería ver esta noche. El jefe de mi jefe.
Impresionante.
—Kurt. —Me levanté y le estreché la mano.
—¿Tienen espacio para uno más? —Miró más allá de Millie hacia el lugar
vacío a su lado.
Di que no, Millie.
Su sonrisa fue forzada mientras asentía.
—Por supuesto.
—Maldita sea —murmuré en voz baja.
Mientras nos apretábamos juntos para que Kurt pudiera sentarse a mi lado,
su labio se curvó. Fue breve, algo que no habría visto con mi cuerpo bloqueando
su vista. Pero Kurt no era la persona favorita de Millie, aunque lo toleraba como 233
su jefe.
Desde el escándalo de la primavera pasada con el ex entrenador, había
estado sobrevolándolos a todos como un helicóptero, especialmente a Millie. Pero
todos los entrenadores también. Sin lugar a dudas, si dejaba este juego con
alguna sospecha de que estaba involucrado con una estudiante, me despediría
primero y haría preguntas después.
Lo que significaba que mantuve mi mirada fija en cualquier lugar menos en
Jennsyn. Ni siquiera vi en su dirección mientras caminaba hacia la cancha. Me
aseguré de no mirar fijamente. No mientras jugaba. No cuando fue a buscar agua
durante un descanso. Ni siquiera cuando asestó el asesinato final en cada set.
Vi el partido y cada vez que sentía esa atracción hacia Jennsyn, me obligaba
a observar hacia otro lado. Hasta que finalmente el juego terminó y la multitud
aplaudió por la victoria de las Wildcat.
Y sentí que finalmente podía respirar.
Habían ganado. Y ahora podría salir de este gimnasio.
—Esa Jennsyn Bell. —Kurt silbó mientras todos nos poníamos de pie—.
Ojalá no fuera estudiante de último año. Podríamos usarla por unos cuantos
años más.
—Sí —murmuré—. Rayos.
Gracias a Dios, Jennsyn era estudiante de último año. No estaba seguro de
hacia dónde iba esta relación, pero mi única salvación era que ya no sería
estudiante al final del semestre de primavera.
—Fue un gran juego. —Millie le dio a Kurt una sonrisa que no llegó a sus
ojos, aunque él no se dio cuenta. Se fue sin despedirse, demasiado ocupado
acercándose al equipo para felicitarlos por la victoria—. Regresaré a casa. Fue
un largo día.
—Nos vemos. —La abracé de lado y luego la vi desaparecer entre la masa de
personas que se dirigían a la salida.
No había ninguna razón para que me demorara. No cuando no podía
exactamente acercarme a Jennsyn. Así que metí las manos en los bolsillos, a
punto de hacer fila y de arrastrar los pies hacia las puertas, cuando una mujer
rubia caminó frente a mí y entró a la cancha.
Fue la forma de su nariz y su boca lo que me hizo ver dos veces. Eran
familiares. 234
Era alta y con la constitución de una atleta. Llevaba un par de tacones de
aguja que la elevaban más que nadie excepto yo. Llevaba un par de pantalones
grises y un suéter azul marino que acentuaba sus ojos azules.
Los ojos de Jennsyn.
La mujer miró a su alrededor, esperando que el equipo terminara su
conversación con Aspen. Cuando finalmente me observó por completo, supe
quién era sin necesidad de preguntar.
La madre de Jennsyn.
¿Sería una visita sorpresa, como la de su padre? ¿O había sido planeado?
Esas preguntas tendrían que esperar. Porque Kurt se acercó e hizo un gesto
hacia la puerta.
—Iré al estacionamiento contigo. Pensé en el partido del sábado.
—No puedo esperar a oírlo —mentí.
Y cuando salimos del gimnasio, no me permití ver atrás.
23
JENNSYN
El asiento de Toren estaba vacío. No es que hubiera esperado que esperara
después del juego, pero mi corazón se hundió cuando vi hacia donde había estado
sentado toda la noche con Millie, y no estaba a la vista.
¿Sabría lo mucho que significaba para mí que hubiera venido esta noche?
Era la última noche que ambos estaríamos en la ciudad para uno de mis juegos.
Cuando lo vi antes, estuve tan feliz que no podía respirar.
Vino por mí. Aparte de la ocasional visita de mi padre y de los juegos que
mamá veía para desarmarme, nadie había venido nunca solo por mí. Sólo para
apoyarme sin ninguna otra motivación.
Desearía que todavía estuviera aquí. Pero al menos podría verlo más tarde
235
esta noche.
—Buen trabajo, señoritas —le dijo la entrenadora Quinn a nuestro grupo—
. Volveremos a ello mañana. Descansen un poco esta noche. Gran juego.
Mientras extendió su mano hacia el centro de nuestro grupo, todas nos
unimos y, a la cuenta de tres, gritamos:
—Wildcats.
Nos separamos para recoger nuestras cosas y dirigirnos al vestuario,
excepto que antes de que pudiera alinearme con las otras chicas, una figura
apareció a mi lado.
—¿Mamá? —La miré dos veces y luego me incliné para darle un abrazo—.
H-hola. ¿Qué estás haciendo aquí?
Puede que haya una ruptura entre nosotras en este momento, pero aun así
era bueno verla. Durante la mayor parte de mi vida, habíamos sido sólo nosotras
dos. No me había dado cuenta hasta que vi sus ojos azules, del mismo color que
los míos, de cuánto la había extrañado últimamente.
Me dio un apretón y luego me soltó, probablemente porque estaba sudando.
Estaba vestida como de costumbre con pantalones y un suéter. Los sólidos
colores eran su elemento básico. Y tacones altísimos. A mamá le gustaba ser
mucho más alta que la persona promedio.
Me dio una leve sonrisa mientras apartaba un mechón de errante cabello de
mi sien.
—Tu figura está decayendo.
Parpadeé, sin estar segura de haberla escuchado correctamente.
“Tu figura está decayendo”.
No nos habíamos visto en meses. No habíamos hablado en semanas, no
desde la llamada cuando me informó de mi reunión con Mike Simmons.
Había enviado mensajes de texto que no los había abierto. Mensajes que
había ignorado. La extrañaba. Y en lugar de saludarme, en lugar de preguntarme
si estaba bien o de felicitarme por una victoria o decirme que también me había
extrañado, su primer comentario era criticar mi figura.
Mi corazón salpicó el brillante piso color miel del gimnasio junto a los Jimmy
Choos de diez centímetros de mamá.
—Oh —murmuré mientras mi cabeza daba vueltas en torno a sus palabras. 236
Me dolía toda la cavidad torácica, como si alguien me hubiera golpeado con un
bate de béisbol—. Yo, eh, necesito ducharme y cambiarme.
—Esperaré. —Asintió—. Entonces hablaremos.
Sin decir una palabra más, me escabullí, con la barbilla doblada mientras
salía del gimnasio y me dirigía al vestuario, siguiendo al equipo. Sentí el ardor en
la garganta como si alguien me hubiera pasado un hierro al rojo vivo por los
labios. El escozor en la nariz me dificultaba respirar.
“Tu figura está decayendo”.
Lágrimas calientes me inundaron pero logré mantenerlas a raya, escondidas
de las otras chicas, mientras recogía mi neceser y una toalla, y luego desaparecía
en una ducha.
Fue entonces cuando las lágrimas se soltaron. Se mezclaron con el agua
tibia y me tapé la boca con una mano para ahogar un sollozo.
Ya no quería esto. No me gustaba jugar suficiente como para hacer esto
hasta dentro de cinco, diez o quince años. Cuando renunciara, esta frágil relación
que tenía con mamá probablemente se desintegraría. La perdería, ¿no?
Era la razón por la que había dudado tanto en dejarlo. La razón por la que
no le había dicho a Mike Simmons que no.
Cuando dejara el voleibol, mi madre me abandonaría.
Y esta noche, por primera vez, estaba bien alejándome de ambos.
Había terminado.
Lo había hecho.
El alivio fue tan asombroso que tuve que apoyar el brazo contra el azulejo,
dándome un momento para dejar que se hundiera.
El voleibol no era mi sueño. Ya no fingía que así era.
Era hora de descubrir lo que quería. Quién quería ser. Dónde quería vivir.
Era hora de crear mis propios sueños.
Era aterrador, emocionante, desalentador y arraigador, todo al mismo
tiempo.
Ya lo había hecho. Estaba lista para terminar con el voleibol.
Y llegó el momento de decírselo a mamá.
Así que me enjuagué la cara y absorbí las últimas lágrimas. Y con mi cuerpo
237
envuelto en una toalla, salí de las duchas y me dirigí a mi casillero, donde me
puse unas mallas y una gruesa sudadera con capucha.
La mayoría de las chicas ya estaban vestidas, cada una sonriendo después
de la victoria de esta noche. Incluso Megan parecía estar de buen humor; la
disputa de esta semana quedó borrada hace mucho tiempo con la victoria de esta
noche.
—Mi mamá y mi papá nos llevarán a Liz y a mí a comer tacos —dijo Stevie
mientras se paraba frente a su casillero junto al mío—. ¿Quieren venir?
—En realidad, mi mamá me sorprendió con una visita —le dije—. Pero
gracias.
—Seguro. Qué bueno que haya venido tu mamá.
Asentí.
—Sí.
Los padres de Stevie eran constantes en el gimnasio Upshaw. Nunca se
perdían un partido en casa y también viajaban a algunos torneos fuera. Por
supuesto, vivían en Mission, por lo que era fácil ver jugar a su hija e invitarla a
cenar después. Pero sospechaba que incluso si se hubiera mudado para ir a la
universidad, la habrían apoyado igual.
—Diviértete. —Stevie se subió la cremallera del abrigo—. Te veré en casa.
—Sí. Nos vemos. —Me dirigí hacia un espejo y a un secador de cabello.
Cuando terminé de peinarme, me maquillé un poco, un poco de rímel y me
sonrojé con mi bálsamo labial favorito. Me tomé mi tiempo, perdiendo el tiempo
para ser la última persona en salir del vestuario.
Como era de esperar, cuando salí al pasillo, mamá estaba esperando.
Había decepción grabada en su bonito rostro. Por años, había hecho mucho
para tratar de hacerla sentir orgullosa. Pero no era mi cara la que debía cambiar,
¿verdad? No era mi responsabilidad hacerla feliz.
Estaba dejando de lado un deporte y también dejando de lado sus
expectativas.
Mamá se apartó de la pared donde había estado apoyada, con el teléfono en
la mano.
—Mike Simmons decidió que no encajas bien con sus servicios. Prefiere
clientas que le devuelvan sus correos electrónicos.
238
Me encogí de hombros.
—Bien por Mike Simmons.
—Jennsyn —siseó mamá, pellizcándose el puente de la nariz—. ¿Qué te
pasa? ¿Cómo pudiste desperdiciar esta oportunidad?
—¿Es por lo que viniste esta noche? ¿Para regañarme por no firmar el
contrato de Mike?
—Sí. Y para sentarme y descubrir cómo podemos volver a encarrilar su
carrera.
Suspiré.
—No, mamá. Lo dejaré.
Parpadeó.
—¿Qué?
—¿Me querrás cuando deje tu juego favorito? —Mi voz no tembló, aunque
todo mi cuerpo empezó a temblar.
Era la pregunta que había sido demasiado cobarde para hacer durante años.
No la dejé responder. Todavía estaba demasiado cruda y frágil para manejar
la verdad.
—No tengo ningún sueño, mamá. No sueños propios. Quiero tener la
oportunidad de tenerlos. Quiero una vida que no se centre en el voleibol. Quiero
amigas, no compañeras de equipo. Deseo... mi propia vida. No quiero la tuya.
—¿Disculpa? —Retrocedió, como si la hubiera abofeteado.
—No jugaré en Italia. No estaré en otra selección nacional. No iré a los
Juegos Olímpicos. Terminé. Mi último juego será como Treasure State Wildcat.
—Jennsyn. —Había horror en la voz de mamá, como si la hubiera apuñalado
por la espalda.
—Te quiero, mamá. —Mi corazón se torció cuando una nueva ola de
lágrimas hizo que el mundo se volviera borroso—. No decimos eso muy a menudo.
Deberíamos arreglar eso.
—Jennsyn. —La conmoción en su rostro se transformó en tristeza.
Tal vez ambas saldríamos de aquí esta noche con el corazón roto.
—Espero que puedas encontrar una manera de quererme sólo porque soy 239
tu hija —susurré—. Sin voleibol.
Me miró fijamente, con la boca abierta. Había lágrimas en sus ojos también.
Era mi culpa. Durante demasiado tiempo había fingido. Había escondido
mis sentimientos y dudas. La dejé hacerse cargo y cuando nuestras
conversaciones siempre giraban hacia el voleibol, nunca pisaba el freno.
Probablemente había mil formas mejores y más amables de darle la noticia.
Tal vez si me hubiera saludado esta noche en lugar de informarme que mi figura
estaba decayendo, habría suavizado el golpe.
Pero ya estaba ahí fuera. Finalmente era libre.
No había mucho más que decirle a mamá, así que le di una amable sonrisa,
ajusté la correa de mi mochila y caminé por el pasillo hacia la salida.
—¿Jennsyn? —Mamá me detuvo antes de que pudiera abrir la puerta.
Me encontré con su mirada, odiando ser la persona que le hubiera puesto
lágrimas en los ojos. Saberlo era inevitable.
—¿Sí?
—Te quiero. Mucho. No… —Tragó con fuerza—. No sé quién soy sin el
voleibol.
—Tal vez podamos resolverlo juntas.
—Tal vez. —Mamá presionó una mano sobre su corazón—. Hay mucho en
qué pensar y procesar.
—Entiendo. —Si bien había tenido la mayor parte de esta temporada y mi
tiempo en Mission para llegar a esta conclusión, ella todavía estaba
tambaleándose.
—Me gustaría ir y ver tus otros juegos este fin de semana —dijo—. Mi vuelo
no saldrá hasta el domingo por la mañana.
Estaba en la punta de mi lengua decirle que me encantaría tenerla cerca
siempre y cuando no me acosara con críticas. Que mi figura no estaba
decayendo, y aunque así fuera, ¿a quién le importaba? Estábamos ganando, ¿no?
Pero simplemente asentí.
—Me gustaría eso. Te veré mañana.
Mamá no me siguió cuando salí de la casa de campo. Se quedó atrás y se
dio algo de espacio para asimilar esa noticia. No estaba segura de qué esperar de
240
ella durante el resto de los juegos de este torneo, pero esperaba que si los
Wildcats ganaban, al menos estuviera feliz por este equipo. Por mí.
Un entumecimiento se apoderó de mis extremidades mientras subía a mi
auto y conducía a casa en la tranquila noche. Esperaba que al amanecer todavía
tuviera una relación con mi madre. Pero lo que decidiera, estaba hecho.
Había terminado.
Ay Dios mío. Había terminado.
Innumerables horas practicando. Años de juegos. Torneos y equipos y
viajes.
Casi había terminado. Casi había terminado con el voleibol. ¿Ahora qué?
Un maremoto emocional se estrelló en el momento en que me estacioné en
el garaje. Me cortó el aliento de los pulmones y me apretó las costillas. Las
lágrimas brotan de mis ojos, corriendo por mis mejillas y aterrizando en mi
regazo. Los sollozos atormentaron todo mi cuerpo mientras intentaba tragar aire.
Con mano temblorosa logré abrir la puerta del auto. Mis rodillas temblaron
cuando me puse de pie, llorando más fuerte que nunca en mi vida.
Había terminado.
Era triste. Era un alivio. Era aterrador y emocionante.
La persona que le había dedicado su vida al deporte se arrepentía de cada
palabra que le dijo a mamá. La persona que quería hacer algo más que jugar,
que había enterrado sus sentimientos durante años, estaba increíblemente
contenta de que la verdad saliera a la luz. Esas dos personas estaban en guerra
y, aunque sabía quién ganaría, todavía me dolía.
Otro sollozo se soltó. Las lágrimas no daban señales de detenerse, así que
me tapé la boca con una mano y caminé.
No dentro de mi casa. No arriba, a mi dormitorio.
Salí por la puerta abierta del garaje y crucé el camino de entrada hasta la
casa de Toren. Caminé directo a su puerta principal.
Estaba cerrada.
Vino caminando por la entrada en el momento en que entré. Una mirada a
mi cara y sus brazos se abrieron.
—¿Qué pasó? ¿Fue tu mamá?
241
—Renuncié. —Decirlo en voz alta sólo me hizo llorar más fuerte mientras
caía en su pecho, hipando mientras intentaba explicarle—. Le dije a mi mamá
que había terminado. Que sería mi u-última temporada.
—Cariño. —Una mano tomó la parte posterior de mi cabeza mientras la otra
se extendía por mi espalda baja, acercándome aún más—. Respira.
Asentí, intentando inhalar mientras su mano subía y bajaba por mi
columna.
—Sabía que llegaría. Yo solo... duele y no. No puedo resolverlo.
—Lo harás.
—¿Quién soy sin el voleibol?
Toren se movió y tomó mi cara entre sus manos. Sus pulgares atraparon las
lágrimas que no paraban, secándolas.
—Eres mi Jennsyn.
Mis ojos buscaron los suyos, segura de que era demasiado bueno para ser
verdad.
¿Por qué Toren siquiera me quería? Podría tener a una mujer que se
conociera a sí misma. Que tuviera una carrera, una vida y sus cosas ordenadas.
Podría tener una mujer más cercana a su edad. ¿Por qué yo?
Mi corazón estaba demasiado apesadumbrado para preguntar. Para
profundizar en una conversación que sin duda llevaría a preguntas sobre mi
pasado que no estaba preparada para responder.
Necesitábamos hablar sobre el futuro. Necesitábamos descubrir qué
estábamos haciendo juntos exactamente.
Pero ¿qué pasaría si decidíamos que no había futuro? ¿Qué pasaría si
terminábamos esa conversación no juntos?
No sobreviviría a la pérdida del voleibol y de Toren en la misma noche.
Así que caí sobre él de nuevo, robándole la fuerza mientras empapaba la
parte delantera de su camisa con mis lágrimas. Y cuando finalmente
desaparecieron, me aparté y me sequé la cara. —Las chicas volverán pronto a
casa. Debería irme.
—¿Estás bien? —Metió un mechón de cabello detrás de mi oreja.
—Sí. No. —Suspiré—. Estaré bien.
242
—¿Volverás más tarde?
No había ningún lugar en el que preferiría estar que en sus brazos, pero esta
noche, no confiaba en mí misma para irme antes del amanecer.
—Creo que necesito estar sola un rato. Duerme y absorbe todo esto.
Metió un mechón de cabello detrás de mi oreja.
—Lo entiendo.
—Ojalá no te fueras mañana. Ojalá hubiera podido abrazarte después del
partido de esta noche.
La tristeza en su mirada decía que deseaba lo mismo.
—Yo también.
—Buena suerte en tu juego este fin de semana.
—A ti también. —Besó mi frente y luego me acompañó hasta la puerta.
—Adiós, Toren.
Toren hizo una mueca, tan levemente que apenas lo entendí. Luego bajó la
voz cuando salí al porche y salí a la noche.
—Adiós, Jennsyn.
¿Cuántas veces me había despedido desde que nos conocimos? La primera
había sido la mañana siguiente a la fiesta.
Si pudiera retroceder en el tiempo, si pudiera repetir esa noche y la mañana
siguiente, solo habría una cosa que cambiaría.
No le diría adiós.

EN LA FIESTA
TOREN
Jennsyn sonrió por encima del borde de su taza de café.
—Fiesta divertida, Toren.
Su cabello estaba desordenado, gracias a mis manos y a una noche de
insomnio. Había una leve marca en su garganta, gracias a mis dientes. Y sus
mejillas tenían un brillo recién penetrado, gracias a la última ronda que habíamos
hecho esta mañana antes de que finalmente saliera de mi cama. 243
Anoche había sido...
Salvaje. Absoluta jodidamente salvaje. Fue el mejor momento que había
pasado con una mujer en años.
—¿Necesitas que te lleve a casa? —pregunté, apoyándome en la encimera de
la cocina, con mi propia taza de café en una mano.
Negó con la cabeza.
—Puedo caminar.
—¿Descalza?
—No está lejos.
¿Cuán lejos? ¿Dónde vivía? Una parte de mí quería preguntar qué casa del
barrio era la suya, pero me gustaba la idea de un misterio. De buscarla un poco.
De ver cuánto tiempo pasaría antes de que la viera recibiendo el correo o
caminando por la cuadra.
Anoche había sido sobre sexo, nada más. Sexo increíble, desenfrenado y
salvaje. Pero maldita sea si no quería volver a hacerlo.
—Nunca antes me había colado en una fiesta. —Dejó escapar una risa
tranquila, más para ella misma que para mí.
—Me alegro de que lo hubieras hecho.
—Yo también. —Jennsyn dejó su taza en el mostrador y se acercó, agarrando
el bolígrafo que había dejado en el mostrador. Se estiró a mi lado y su mano rozó
mi brazo antes de arrancar una toalla de papel del rollo.
Después de doblarla por la mitad, anotó su número de teléfono.
—Podrías ponerlo en mi teléfono —dije.
—Puedes ponerlo tú mismo. —Sonrió—. Me gusta la idea de que trabajes un
poco.
—Pensé que había trabajado mucho anoche.
Se rio y sus ojos azules bailaron. Eran más brillantes a la luz de la mañana,
incluso más deslumbrantes que anoche.
Sí, la buscaría. Le daría a esto unos días, tal vez una semana. Me daría la
oportunidad de tomar aire y de pensar un poco en esto. Descubrir si realmente la
extrañaba o si simplemente estaba en una neblina sexual. Ver si podía localizarla
y ser quien se presentara en su puerta. Si no, probablemente la llamaría.
244
—Adiós, Toren. —Agitó el bolígrafo en el aire y se alejó mientras lo atrapaba
con la mano libre.
Maldita sea, realmente era algo.
—Adiós, Jennsyn.
24
JENNSYN
La alarma me despertó sobresaltada. Tomé mi teléfono de la mesa de noche
de Toren, apagué el ruido y luego me aparté el cabello de la cara.
Las cuatro de la mañana era lo peor.
No quería vestirme. No quería salir. No quería meterme en mi cama vacía
donde las sábanas estaban frías.
Pero las cuatro ya era más tarde de lo habitual y necesitaba ponerme en
marcha.
Había pasado una semana desde la visita de mi madre, desde que decidí
dejar el voleibol, y Toren y yo habíamos caído en nuestra rutina normal.
Cualquier noche que ambos estábamos en la ciudad, me encontraba en su 245
cama. No habíamos hablado mucho. Ni siquiera le habíamos echado un vistazo
al elefante en la habitación que era nuestro futuro y esta relación. Nos
saltábamos las conversaciones que probablemente deberíamos haber tenido en
favor de los orgasmos y de alarmas matutinas.
El lunes por la mañana me escabullí a casa alrededor de las tres. El martes,
a las 3:15. El miércoles, a las 3:20. Todos los días me quedaba sólo unos
momentos más con Toren, pero estaba llegando al límite de hasta dónde podía
llegar.
Era tiempo de ir a casa.
Él estaba dormido debajo de mí, con la cabeza ligeramente vuelta hacia la
almohada. Sus labios tenían un ligero brillo por el bálsamo labial que se había
puesto antes de caer exhausto.
Besé la comisura de su boca.
—Mejor me voy.
La mano que había extendido sobre mi espalda baja se deslizó sobre mi
cadera antes de que su agarre se fortaleciera. Me atrapó encima de su pecho.
—Aún no.
—Necesitas dormir un poco. —Ambos necesitábamos dormir. Y si me
quedaba más tiempo, existía la posibilidad de que me desmayara y me despertara
con el sol entrando por las ventanas.
Gruñó, su labio se curvó antes de que sus ojos se abrieran. Entonces estaba
dando vueltas. Se movió tan rápido que jadeé.
—Tor…
Sus labios chocaron contra los míos, y mi única protesta fue un zumbido
cuando su lengua se arremolinó contra la mía. Se acomodó en la cuna de mis
caderas y mis dedos se entrelazaron en su cabello mientras su pene presionaba
mi apertura.
No hubo fanfarria ni juegos previos antes de deslizarse dentro,
conduciéndose hasta la raíz.
Mi vagina se apretó alrededor de su longitud.
Apartó la boca y apretó los dientes.
246
—Mierda.
—Tor. Muévete —gemí, arqueando mis caderas para enviarlo más
profundamente. Luego me estiré entre nosotros y coloqué mi mano sobre su
pecho.
Su corazón era acelerado bajo mi palma, el latido era un eco del mío,
acelerándose cada vez más rápido mientras salía y entraba de golpe. —Te sientes
muy bien.
Deslicé mi mano por su pectoral hasta su cuello, luego alrededor de su nuca,
tirando de él hacia abajo hasta que su boca estuvo sobre la mía. Entonces lo besé
mientras me penetraba, deslizándose dentro y fuera con un ritmo pausado y
constante que hizo temblar todo mi cuerpo.
Mi orgasmo llegó sin previo aviso. Nuestras respiraciones se mezclaron,
nuestros labios se cerraron, mientras me separaba, gritando en su garganta. El
temblor de mis extremidades, el latido de mi núcleo, seguían y seguían. No fue
duro ni rápido. No fue una liberación lo que me hizo gritar su nombre. Pero tocó
cada músculo, cada hueso, cada célula, mientras se extendía por mis venas en
una exuberante y embriagadora ola de hormigueos.
Estos orgasmos matutinos eran mis favoritos de todos.
El cuerpo de Toren se tensó mientras continuaba deslizándose dentro y
fuera. Luego enterró su cara en mi cuello y soltó un gemido que me hizo doblar
los dedos de los pies.
Extendí mis manos sobre su espalda, adorando cómo los músculos se
contraían y se tensaban cuando se corría, sabiendo que era la mujer que hacía
que este hombre perdiera el control.
Se desplomó contra mí cuando se agotó, sus brazos se apretaron para
abrazarme. Con un giro, invirtió nuestras posiciones, nuestros cuerpos aún
conectados, para no aplastarme bajo su peso.
—Deberíamos hablar —murmuró.
Mi cuerpo instantáneamente se puso tenso.
Toren suspiró.
—Pero tienes que irte.
—Tengo que irme. 247
El reloj de su mesita de noche se había acercado peligrosamente a las cinco.
Me vestí rápidamente, poniéndome las mallas y la sudadera que había
usado para escabullirme. Noviembre estaba llegando a su fin y la temperatura
había caído en picada con las primeras nevadas del invierno. No volvería a haber
pies descalzos durante meses y mis tenis estaban esperando abajo.
Después de recogerme rápidamente el cabello, fui a la cama donde Toren
estaba abrazado a una almohada, acostado boca abajo. Le aparté el oscuro
cabello de la sien y le besé la frente.
—Adiós.
—Te acompañaré hasta la salida. —Hizo un movimiento para sentarse, pero
puse una mano en su hombro.
—Duerme. Buena suerte hoy.
Se apoyó en un codo y su mano libre llegó a mi mejilla.
—A ti también.
Los Wildcats jugaban contra los Grizzlies de la Universidad de Montana hoy
en el estadio. Igual que con el equipo de voleibol, la rivalidad era feroz y el campus
estaba a tope.
La patada de salida sería al mediodía.
Esta noche también teníamos un partido de voleibol, pero no empezaba
hasta las siete. La entrenadora Quinn quería que estuviéramos vestidas y listas
a las seis, y también nos había dicho que nos saltáramos el partido de fútbol. La
previsión para hoy era de menos once grados y pedía nieve para esta tarde.
Quería que estuviéramos sueltos y abrigados.
Así que hoy no iría al estadio a ver entrenar a Toren. Me quedaría atrapada
en casa, viendo el partido de fútbol por televisión. Tendríamos que celebrarlo más
tarde, ojalá victorias para ambos.
—¿Esta noche? —le pregunté.
—Sí cariño. Esta noche.
Lo besé de nuevo, luego bajé rápidamente las escaleras y recorrí la casa en
la oscuridad. Con los zapatos puestos y las mangas de la sudadera con capucha
sobre mis dedos, me preparé para la helada ráfaga que me golpeó en el momento
en que abrí la puerta principal.
Un escalofrío recorrió mi espalda mientras corría por la acera, dando un 248
rodeo por el camino de entrada de Toren hasta la calle, donde seguí una huella
de llantas hasta que llegué a mi propio camino de entrada y corrí hacia la puerta.
Mi casa estaba en silencio cuando entré, conteniendo la respiración
mientras pasaba de puntillas por la sala hacia las escaleras.
—¿Jennsyn?
Salté ante la voz de Stevie y dejé escapar un chillido de pánico. Mierda.
—¿Stevie? Me asustaste.
Tenía los párpados caídos cuando salió de la cocina arrastrando los pies,
con un vaso de agua en la mano.
—¿Qué estás haciendo?
Era malo. Oh Dios, era malo. ¿Por qué no había puesto mi alarma a las tres?
¿Por qué había dejado que Toren me mantuviera despierta hasta tan tarde? El
corazón se me subió a la garganta mientras luchaba por encontrar una mentira.
—Yo, um, no podía dormir. Así que salí a correr. O lo intenté de todos modos.
Hace mucho frío.
Tal vez pensaría que el rubor en mis mejillas se debía al frío o al ejercicio,
no al sexo. Tal vez no se acercaría suficiente para oler el aroma de Toren en mi
piel.
—Sí. —Asintió, frotándose un ojo todavía aturdida por el sueño—. Yo
tampoco podía dormir.
—Iré a darme una ducha —dije, demasiado alegremente mientras daba otro
paso hacia las escaleras—. Entonces tal vez duerme un tiempo.
—Bien. —Bostezó, luego parpadeó y entrecerró los ojos mientras miraba mis
tenis.
No eran mis tenis para correr. Estaban en la bandeja al lado de la puerta.
Antes de que pudiera preguntar, me moví rápidamente hacia las escaleras,
subiéndolas de dos en dos.
Su mirada era caliente en mi espalda.
Sabía que me estaba observando, ¿no? Se dio cuenta de que no llevaba
sujetador y que no había ninguna posibilidad de que alguna vez saliera a correr
sin uno.
Subí corriendo las escaleras, sin detenerme hasta que estuve a salvo en mi 249
habitación, hundiéndome contra la puerta cerrada.
—Mierda.
Mi pulso latía en mis oídos mientras cerraba los ojos, la adrenalina corría
por mis venas.
Estuvo cerca. Demasiado cerca.
Debería haber sido más cuidadosa.
—Maldita sea.
Fue necesaria una ducha caliente y tres horas de sueño para quitármelo de
encima. Cuando me desperté, me puse unos pants gruesos y mi sudadera
Treasure State más abrigada antes de bajar las escaleras. Se me quedó el aliento
en la garganta cuando vi a Stevie en la mesa del comedor, con libros de texto y
papeles esparcidos a su alrededor.
Si sospechaba algo, no lo reveló. Sonrió cuando entré a la cocina.
—Hola. ¿Te volviste a dormir?
—Sí. ¿Y tú?
Se encogió de hombros.
—Por un ratito.
Llené un vaso de agua del fregadero y luego vi por las ventanas que daban
a la calle.
El estruendo de un motor sonó desde afuera, e incluso sin ver su camioneta,
supe que era Toren. Iría a la casa de campo para prepararse para el partido de
hoy.
Stevie miró por encima del hombro, inclinándose en su silla mientras veía
hacia afuera.
—Tenía muchas ganas de ir al partido de fútbol hoy.
—Yo también.
Se mordió el labio inferior cuando miró hacia adelante.
—Sé que la entrenadora nos dijo que no fuéramos. Pero Liz y yo estábamos
pensando en ir de todos modos. Es nuestro último año. Es probablemente la
última oportunidad que tendremos de ver un partido porque estaremos en los
playoffs al mismo tiempo. Entonces conseguí boletos. Tres por si…
250
—Estoy dentro —espeté, mi corazón se hinchó—. Quiero ir.
—Bien. —Sonrió más ampliamente—. ¿Salimos en una hora?
Asentí.
—Estaré lista.
*
El ruido en el estadio era ensordecedor. Las ondas sonoras eran tan fuertes
que me empujaban. O tal vez el cemento bajo mis botas se balanceaba con el
peso de los hacinados cuerpos en las gradas.
Stevie, Liz y yo estábamos rodeadas por miles de fanáticos Wildcat, solo tres
caras más entre la multitud ataviadas de plata y azul real.
Además de mis noches con Toren, era lo más divertida que me había sentido
en años.
Cada una de mis exhalaciones era una nube blanca que flotaba hacia el
cielo azul claro. Mis guantes amortiguaban mis aplausos, pero los golpeaba de
todos modos, gritando hasta que se me puso la garganta en carne viva.
Estábamos por delante, siete menos diez. El marcador había estado helado
como el aire desde el primer cuarto, pero faltando sólo unos minutos para el final
del cuarto, la victoria estaba en sus manos. Sólo teníamos que contener a los
Grizzlies unos minutos más.
La defensa, la defensa de Toren, tenía que mantenerse firme.
Stevie, Liz y yo habíamos llegado temprano al estadio, las tres con gorras,
capuchas y anteojos de sol con nuestro equipo de invierno. Tenía tantas capas
que estaba sudando, pero no quería sentir frío y rigidez. Stevie había encontrado
calentadores de manos para nuestros dedos. Liz había comprado la primera
ronda de chocolate caliente.
Lo más probable es que la entrenadora Quinn nos regañara cuando
llegáramos a nuestro partido de esta noche, pero esto, ver a Toren y disfrutar de
un partido de fútbol como cualquier estudiante normal, valdría la pena.
Llevábamos tanto tiempo aquí que logramos conseguir asientos en la
segunda fila de la sección de estudiantes, justo detrás del equipo.
Toren caminaba por las bandas, gritando y señalando mientras la ofensiva
de los Griz se movía en la línea.
Mi corazón estaba en mi garganta, con la atención fijada en él.
251
No era una Wildcat, en realidad no. No había pasado suficiente tiempo aquí
para sentir que esta escuela era mía.
Pero él era mío. Y quería esta victoria para él. Quería esto más de lo que me
importaba mi propio juego esta noche.
El balón rompió y los Griz corrieron para lograr un primer intento, los
estudiantes a nuestro alrededor murmuraron maldiciones en voz baja.
—Maldita sea.
Toren golpeó sus manos, tan frustrado como la multitud. Estaba de perfil,
lo que me daba una directa oportunidad de ver su mandíbula tensarse.
No tenía idea de que estaba aquí, pero lo observé y le envié todo mi apoyo
con cada aplauso.
Su defensa se estaba cansando. Reconocí los pasos lentos mientras
avanzaban hacia la siguiente formación. Sus respiraciones jadeantes eran tan
turbias como la mía. Pero aguantaron a los Grizzlies en el siguiente intento hasta
que finalmente pudieron salir corriendo del campo.
—Um, ¿eso significa que ganaremos? —preguntó Stevie.
Liz se encogió de hombros.
—Ni idea.
—¿Creo que sí?
Quizás el año que viene Toren me enseñara todo sobre el fútbol. El año que
viene, no estaría viendo desde la sección de estudiantes.
Una sonrisa tiró de mis labios.
Hubo muchos momentos durante la semana pasada en los que cuestioné
mi decisión de dejar el voleibol. Ni siquiera habíamos terminado la temporada
todavía, pero ya estaba de luto de todos modos. Había un agujero en mi corazón.
Probablemente duplicaría su tamaño después de nuestro último partido.
Pero tenía la sensación de que no sería difícil llenarlo. No cuando tenía al
hombre al margen.
Toren le dio una palmada en la espalda a cada uno de sus jugadores antes
de separar a algunos para hablarles mientras la ofensiva entraba corriendo al
campo.
Algo pasaba con la ofensiva, una especie de retraso, porque todos a nuestro
alrededor empezaron a gritar sobre el reloj de jugada.
252
—Realmente necesito aprender sobre fútbol —dije, más para mí que para
Stevie.
Ella rio.
—Yo simplemente animaré junto con todos los demás.
—Buen plan.
En el campo, Rush Ramsey tenía el balón posicionado y listo para lanzar,
excepto que no pudo encontrar un jugador abierto, por lo que se metió el balón
debajo del brazo y salió corriendo. No llegó suficientemente lejos como para lograr
un primer intento, pero fue una ganancia.
Todos se apresuraron a alinearse nuevamente y, esta vez, lo lograron el
primer intento.
La voz del locutor resonó por los altavoces.
—¡Primero abajo, Wildcats!
—¡Vamos Big Blue! —gritó un tipo detrás de nosotros.
Había un descuido en la forma en que aplaudió. Una libertad. Había tanto
ruido que el estadio era un caos y si quería gritar, podía hacerlo.
Así que levanté la cabeza hacia el cielo y grité.
Cuando encontré a Toren al margen otra vez, estaba aplaudiendo por la
ofensiva, pero su atención estaba principalmente centrada en sus jugadores,
asegurándose de que si la defensa tenía que volver a atacar en el campo,
detendrían cualquier intento de victoria de último minuto por parte de los
Grizzlies.
El reloj corría. El tiempo se estaba acabando. Las cadenas de hombres se
movieron y los equipos tomaron posición.
—¡No vayas a tientas! —gritó el tipo detrás de mí y el olor a alcohol flotó
hacia mí.
Stevie y yo compartimos una mirada y luego ambas nos echamos a reír.
Un silencio recorrió la sección de estudiantes cuando el balón fue golpeado
y Rush dio unos pasos hacia atrás, listo para lanzar.
No lo dudó. Encontró a su receptor y lanzó el balón como una bala.
El receptor atrapó el balón y corrió hacia la zona de anotación.
Touchdown.
El estadio estalló. 253

Toren levantó el puño y gritó, su rostro se dividió en una amplia sonrisa.


Libre, victorioso y feliz. Era una sonrisa que quería ver todos los días. En su cara.
Y en la mía.
Los equipos especiales entraron corriendo al campo y, cuando los Wildcats
anotaron su punto extra, el reloj llegó a cero.
—Ganamos. —Stevie me agarró el antebrazo y saltó con todos los demás en
las gradas.
Él había ganado.
Me reí y lancé mis manos al aire.
—¡Vamos, Wildcats!
Los jugadores de Toren se abalanzaron sobre él como un enjambre. Un tipo
le dio una palmada en el hombro antes de que otro lo levantara del suelo. Se
apiñaron tan cerca de él que por un momento lo perdí en el mar de hombreras y
cascos.
Sus jugadores lo amaban.
Yo lo amaba.
El aire salió de mis pulmones.
Nunca antes me había enamorado, en realidad no. Pero sabía que lo amaba
tan seguramente como sabía que el cielo era azul y que los Wildcats acababan
de vencer a los Grizzlies. Me llenaba tanto que sentí que podía flotar en la brisa.
Estaba enamorada de Toren Greely.
Como si hubiera sentido mi mirada, se giró ligeramente y su vista se dirigió
hacia las gradas. En el momento en que me vio, su garganta se movió. Luego sus
ojos se arrugaron a los lados, esa sonrisa se volvió un poco más brillante.
Por mí.
Presioné mi mano contra mi corazón, sosteniendo sus deslumbrantes ojos
por sólo un momento antes de que se diera vuelta y corriera hacia el campo para
estrechar la mano de los entrenadores de los Griz.
La multitud que nos rodeaba empezó a moverse, la gente bajaba las
escaleras y los pasillos para salir del estadio.
Miré a mis compañeras de cuarto, a punto de preguntarles si estaban listas
254
para irse, pero mi pregunta se atascó en mi garganta.
Liz estaba hablando con la chica del otro lado, totalmente inconsciente de
la sonrisa que había compartido con Toren.
Pero Stevie me miraba fijamente con un ligero surco en la frente.
Vio hacia el campo y encontró la espalda de Toren. Luego se volvió hacia mí
de nuevo y, cuando la confusión en su mirada se transformó en sospecha, el
estómago me dio un vuelco.
La sangre desapareció de mi cara.
No. No, esto no podría estar pasando.
No otra vez.
25
TOREN
Con el teléfono pegado a la oreja, caminé por la oscura sala de estar mientras
Parks gritaba por encima del ruido en cualquier bar que hubiera elegido para
esta noche.
—¡Vayamos al centro! ¡Vayámonos de fiesta!
—No. Estoy cansado —mentí, viendo por las ventanas que daban al patio
delantero.
¿Dónde estaba Jennsyn? Me había enviado un mensaje de texto hace más
de una hora diciendo que vendría. ¿Habría pasado algo con una compañera de
cuarto?
—Vamos, Toren —gimió Parks—. Deberíamos estar celebrando. 255
—Tú celebra. Yo me relajaré.
—¿Necesitas que vaya a buscarte? —preguntó—. Estaré allí en diez.
Joder, no. Era la última persona que quería ver esta noche.
—No vengas.
—Voy para allá.
—Parks —le advertí—. Me iré a la cama. Si me despiertas, te golpearé.
Se burló.
—Lo que sea. ¿Dónde está el Toren que siempre estaba dispuesto a pasar
un buen rato?
Ese Toren había conocido a una mujer que había consumido su vida. Ese
Toren sólo quería celebrar con Jennsyn.
—Buenas noches, Parks.
—¡Perdedor! —gritó antes de colgar.
Rodeé el sofá y caminé hacia las ventanas, viendo hacia afuera. Sin señales
de ella. Abrí nuestro hilo de texto, a punto de enviarle una nota, cuando una raya
negra cruzó corriendo mi camino de entrada.
Una sonrisa apareció en mi boca mientras corría hacia la puerta, abriéndola
justo cuando saltaba al porche y volaba hacia mis brazos abiertos.
—Hola. —La envolví fuerte, enterrando mi cara en su cuello.
—Hola —murmuró, sus brazos rodearon mis hombros.
Cerré la puerta de una patada, con la intención de abrazarla por un
momento y respirarla, pero se liberó y se puso de pie.
Con los pies descalzos.
Fruncí el ceño. Hacía demasiado frío para correr sin zapatos, le gustaran o
no los calcetines. Pero antes de que pudiera decir algo, vislumbré su rostro y el
estómago me dio un vuelco.
Su piel estaba demasiado pálida y parecía al borde de las lágrimas.
—¿Qué pasó? ¿Fue el juego?
Esta noche el equipo de voleibol había ganado por goleada. Pero tal vez
Aspen se había enterado de que había ido al partido de fútbol.
Sí, había desobedecido órdenes. Me enojaría si mis jugadores hubieran
hecho lo mismo. Pero egoístamente, verla en la segunda fila de la sección de 256
estudiantes había sido la mejor parte de mi día. Hizo que la victoria sobre los
Griz fuera mucho más dulce.
—¿Aspen se enteró de que fuiste al juego hoy?
Jennsyn negó, pasó junto a mí y entró en la casa. Se rodeó la cintura con
los brazos cuando llegó a la sala de estar y comenzó a caminar.
—Cariño, háblame.
Su barbilla empezó a temblar.
—Stevie sabe de nosotros. Tal vez. No estoy segura. Sospecha algo.
Probablemente.
—Mierda. —Pasé una mano por mi cabello mientras el mundo desaparecía
bajo mis pies. Mierda. Mierda. Mierda.
—Estaba despierta esta mañana cuando llegué a casa —dijo Jennsyn—. Le
mentí y le dije que había intentado salir a correr pero hacía demasiado frío. Luego
estaba allí en el juego y no podía dejar de mirarte y luego me viste y soy tan idiota
porque sonreí y arruiné todo porque estaba muy feliz por ti.
Maldita sea. Era lo mejor y lo peor que podía decir.
—Soy una tonta. —Sus manos volaron hacia su cabello, tirando de los
mechones. Luego volvieron a caer a sus costados, sus dedos temblaron antes de
volver a meterlos en sus axilas para seguir caminando.
—No eres una tonta. —También lo había olvidado. No había educado mi
expresión. No había fingido que era sólo otra estudiante más. La encontré entre
la multitud y sonreí. Porque su cara me hizo sonreír. Fue automático.
—Me estaba preparando para venir aquí y estaba a punto de bajar las
escaleras cuando la vi en la sala de estar. Liz siempre es la que se queda despierta
hasta tarde para ver la televisión. Stevie también lo hace a veces, pero sólo si Liz
está despierta. Excepto que esta noche era solo Stevie y tal vez soy paranoica,
pero tengo la sensación de que fue por mi culpa.
Infiernos.
—¿Dijo algo después del juego?
—No. —Jennsyn negó con la cabeza con tanta fuerza que el cabello se movió
por su cara—. En cierto modo no le di oportunidad. Después de que salimos del
estadio, fui directamente a la cancha y tomé una ducha caliente para calentarme
para nuestro juego.
—¿Y esta noche cuando llegaste a casa? 257

—Condujimos por separado. Les gané llegando a casa y estaba en mi


habitación.
Suspiré.
—No nos anticipemos. Quizás no lo sepa.
—Tal vez. —Jennsyn se mordió el labio inferior—. ¿Pero y si lo sabe?
¿Y si Stevie lo sabía?
Él dejó de caminar y sus brazos se apretaron increíblemente alrededor de
su cintura. El temor en su rostro hizo que mi estómago se revolviera.
—Me gusta Stevie. Pero no confío en ella. No confío en ninguna de las chicas
del equipo.
—¿Por qué no? —Algo había sucedido que había mantenido a Jennsyn
separada. ¿Fueron malos con ella? ¿La culpaban por la chica a la que habían
cortado?
—Experiencia —dijo.
—Tu equipo en Stanford. —Era una suposición, confirmada cuando tragó y
asintió.
—Pensé que eran mis amigas. Éramos más que compañeras de equipo. O...
pensaba que lo éramos. Confié en algunas. Les conté sobre mi mamá y mi papá
y todo lo demás que las amigas les cuentan a sus amigas.
Cosas que me había confiado.
¿Les había dicho que no estaba segura? ¿Que quería seguir jugando? Quizás
esas chicas lo habían visto como su apertura. Una debilidad a explotar.
Había visto pasarles lo mismo a ciertos jugadores de fútbol. Los que tenían
más talento solían ser los más populares. Pero sus habilidades significaban que
tendrían una diana en la espalda. Otros podían ponerse celosos. Buscar una
oportunidad para meter a ese jugador en problemas.
No siempre sucedía. Sus compañeros de equipo estimaban a Rush Ramsey
y sus amistades eran genuinas. Pero también había estado con este equipo desde
su primer año.
Jennsyn no sólo era mejor que las otras chicas del equipo Wildcats. Era
extraordinaria. 258

Si Stevie supiera de nosotros, si quisiera derribar a Jennsyn, todo lo que


tendría que hacer sería decírselo a Aspen.
—Es mi culpa. —Había sido quien la retuvo hasta tarde esta mañana. Había
sido el que en el juego no había mantenido suficiente conciencia. Había sido
quien había asumido riesgos con Jennsyn desde el principio.
—No. —Negó con la cabeza—. Estamos juntos en esto.
Demonios, sí, lo estábamos.
Crucé la habitación y le bloqueé el paso para que no tuviera más remedio
que dejar de caminar. Luego tomé su rostro entre mis manos y le di un beso en
los labios.
—¿Qué haremos? —susurró.
—Hablar.
Bajó la mirada al centro de mi pecho y asintió.
Era hora de tener una seria conversación que ambos habíamos estado
evitando. La discusión que podría hacer que las sospechas de Stevie fueran
irrelevantes.
Solté a Jennsyn y luego caminé hacia las ventanas, contemplando la fría y
estrellada noche. Después de que me envió un mensaje de texto antes para decir
que vendría, apagué las luces del interior. De esa manera, nadie que pasara por
allí la vería aquí.
Esconderla, escondernos, se estaba volviendo viejo. Pero esta noche me
alegré de que las luces estuvieran apagadas. Era más fácil desnudar tu alma en
la oscuridad.
—Mi vida está en Mission. Aquí es donde quiero vivir. Donde quiero criar a
mi familia. Pronto quiero tener mis propios hijos. No quiero ser un anciano
cuando mis hijos crezcan. No si termino… —Las palabras se alojaron en mi
garganta. Como papá. Como el tío Evan.
Nadie en esta tierra sabía que tenía miedo a morir joven. Excepto Jennsyn.
—Tor. —La dulzura en su voz lo mejoraba y empeoraba al mismo tiempo.
—Tienes mucho por delante. No quiero que nunca te sientas presionada o
atrapada.
—¿Quién dice que me sentiría atrapada?
259
Levanté un hombro.
—Tienes veintiún años. No deberías estar atada a un anciano.
—Veintidós —susurró Jennsyn—. Tengo veintidós años.
—Espera. ¿Qué? —Me di la vuelta—. Me perdí tu cumpleaños. ¿Cuándo?
¿Por qué no me lo dijiste?
Cruzó la habitación y se paró a mi lado mientras miraba a través del cristal.
—No te sientas culpable por perderte un hito que ni siquiera sabías que
existía. Estarás presente para el próximo y lo compensaremos.
En su próximo cumpleaños.
Si me quería cerca, estaría allí.
—Hecho.
Se acercó y apoyó su sien en mi brazo.
—No he pensado mucho en tener hijos.
Porque sólo tenía veintidós años. Su vida había estado centrada en el
voleibol. Tenía mucho tiempo para pensar en hijos y con otro chico tendría años.
—Debería dejarte ir.
Deslizó su mano en el bolsillo trasero de mis jeans.
—Por favor, no lo hagas.
—¿Segura? —Si estaba dispuesta a aguantar esto, a darme una oportunidad
de futuro, haría todo lo que estuviera en mi poder para hacerla feliz. Pero tenía
que estar segura.
—Alguien necesita estar aquí para ver las películas antiguas de tu mamá,
comprarte libros, asegurarse de que tus combinaciones mantengan el color
coordinado y limpiar tu camioneta en medio de la noche. Resulta que soy buena
en todas esas cosas.
No había una mujer en el mundo que lo hiciera mejor.
Nos movimos en tándem, alejándonos de la ventana y acercándonos uno al
otro. Nuestras bocas chocaron en un beso que fue como tomar aire. Cada pizca
de tensión se derritió de mis músculos cuando la tomé en mis brazos y la levanté.
No había posibilidad de que llegara al dormitorio, no cuando su lengua se
enredó con la mía. Así que caminé hacia el sofá y la recosté sobre el cuero. Luego
cubrí su cuerpo, saboreando, lamiendo y devorando su boca hasta que la
necesidad de hundirme dentro de su apretado calor recorrió mis venas. 260
—Tor. —Apartó la boca, jadeando mientras movía sus labios hacia mi
oreja—. Penétrame.
Esta mujer. Mi pene estaba tan duro que me dolía.
Nos desnudamos mutuamente, nuestra ropa se amontonó en el suelo junto
al sofá, y cuando entré con fuerza en su cuerpo, su gemido resonó en las paredes.
—Maldita sea, la forma en que me haces sentir. —Le di un fuerte beso en la
boca mientras salía y entraba de golpe.
—Sí. —Enganchó una pierna alrededor de mi cadera, enviándome más
profundamente.
Trabajamos juntos una y otra vez hasta que comenzó a temblar. Pero no
estaba listo para que se viniera, todavía no. No estaba listo para que esto
terminara jamás. Así que me alejé y la levanté del sofá, haciéndonos girar para
que quedara sentada a horcajadas en mi regazo.
Había una sonrisa en su rostro mientras se hundía en mi pene.
—Mierda. —Apoyé mi cabeza contra el respaldo del sofá, con la mandíbula
apretada mientras giraba sus caderas.
Sus dedos se clavaron en mis hombros mientras me montaba, cada vez más
rápido hasta que gimió.
Mis manos agarraron su cintura y mis brazos trabajaron para ayudarla a
moverse.
No es que lo necesitara. La fuerza de su cuerpo era una maravilla mientras
perseguía su propia liberación.
El aleteo de sus paredes interiores casi fue mi perdición. Cada vez que se
hundía, luchaba contra la presión que se acumulaba en la base de mi columna.
—Ve allí, cariño.
—Estoy cerca —dijo, sin aliento—. Vente conmigo.
Me estiré entre nosotros y encontré su clítoris con mi pulgar. Todo lo que
hizo falta fue un simple círculo en el manojo de nervios y echó la cabeza hacia
atrás y se apretó a mi alrededor mientras mi nombre se derramaba de sus labios.
Su orgasmo desencadenó el mío y el mundo se desvaneció mientras entré
dentro de ella. Mi pulso rugió en mis oídos cuando me corrí duro, todo mi cuerpo
estaba agotado cuando colapsó contra mí, saciada y flácida.
261
Todavía estaba duro dentro de ella mientras hundía mi nariz en su cabello
e inhalaba.
—Tor. —Acarició mi cuello mientras la abrazaba con ambas manos
extendidas sobre su columna.
La amaba.
Quería noches como esta por el resto de mi vida. La quería en mis brazos,
en esta casa, en mi cama. Quería ir de compras juntos a la tienda. Quería
desayunar con ella por las mañanas y cenar con ella por las noches. Quería que
su limpio auto estuviera estacionado junto a mi sucia camioneta en el garaje.
Llegaríamos allí. Sólo teníamos que esperar un poco más.
—Debería irme. —Suspiró y besó mi mejilla antes de separarnos—. Si Stevie
sospecha algo, no quiero correr el riesgo de que mañana vuelva a levantarse
temprano.
—Está bien. —Por mucho que la deseara en mi cama, era probablemente la
decisión más inteligente.
Antes de que pudiera agacharse para recoger sus bragas, las agarré del
suelo y se las tendí mientras se las ponía, luego sus pantalones deportivos.
Cuando la sudadera con capucha que había usado cubrió su torso desnudo,
tomé mis vaqueros del suelo y me puse de pie, me los puse y esperé. Luego, con
su mano entrelazó la mía, la acompañé hasta la puerta.
—Bueno…
Puse mi dedo sobre sus labios, interrumpiéndola.
—Estoy tan jodidamente cansado de decirte adiós.
Sus ojos azules se suavizaron.
—Dulces sueños, Jennsyn.
Se puso de puntillas descalza y besó la comisura de mi boca.
—Que duermas bien, Toren.

262
26
JENNSYN
—Dejen sus trabajos finales en mi escritorio. Las calificaciones se
publicarán en línea el viernes. —El profesor Smith movió su muñeca hacia la
puerta. Clase perdida.
Todos se pusieron de pie, la mayoría todavía con nuestros abrigos puestos.
No había tenido sentido venir a clase esta tarde. Eran las cuatro y el campus
estaba casi desierto. Podríamos haber dejado nuestros exámenes finales en su
oficina, pero Smith tenía tal complejo de Dios que quería ejercer su control sobre
nosotros por última vez.
Existía la posibilidad de que su clase de Gestión de Pequeñas Empresas
fuera la única BI que recibiera en toda mi carrera universitaria. Ni siquiera había
obtenido una B en la preparatoria. Pero en este punto, no me importaba. Me 263
graduaría y nunca más tendría que ver la demacrada cara de Smith.
Con una falsa sonrisa, caminé hacia su escritorio y puse mi trabajo en la
pila con los demás.
—Gracias, profesor Smith. Realmente me encantó su clase este semestre.
Sí, sobreviviría a una B, pero no estaba por encima de lamer descarados
traseros con la esperanza de una A.
—Gracias. —Su sonrisa fue tan arrogante que casi me atraganté. Lo que
sea. Con un poco de suerte, nunca volvería a cruzarme con este hombre.
En el momento en que salí por la puerta, todo mi cuerpo pareció exhalar.
Semestre terminado.
Sólo faltaba uno más.
Y después... algo.
Todavía no estaba segura de qué era ese algo, pero estaba emocionada de
descubrirlo. Con Toren.
Sacando el teléfono del bolsillo de mi abrigo, le envié un mensaje de texto.
¡Terminado!
Su respuesta fue instantánea.
Felicidades, cariño.
Las pasadas tres semanas habían sido las mejores de mi vida. Había sido
un torbellino de escuela, deportes y noches secretas.
El equipo de fútbol llegó a los playoffs pero perdió en una ronda temprana.
Nuestro equipo de voleibol había ganado el campeonato de la conferencia, pero
habíamos perdido ante Oregón durante la primera ronda del torneo.
No había llorado después del partido. Viajé a casa con el equipo, no
sorprendida por la pérdida, sino casi entumecida. Ese entumecimiento había
durado hasta que entré por la puerta principal de Toren. Un paso más allá del
umbral y comencé a llorar.
Nunca antes en mi vida había llorado tanto como en los meses pasados,
pero fue como si finalmente hubiera encontrado mi espacio seguro para dejarme
ir.
Me abrazó mientras lloraba la pérdida de un deporte que había sido toda mi
vida. Y cuando finalmente me recuperé, me preguntó si estaba segura de querer 264
dejarlo.
No tenía ninguna duda de que me habría apoyado en cualquier decisión. Sin
embargo, nada había cambiado. Necesitaría tiempo para encontrar mi equilibrio,
para encontrar un camino diferente, pero estaba lista para una nueva aventura.
Con él.
Mi teléfono vibró con otro mensaje de texto. El número de Toren estaba
guardado bajo James, su segundo nombre. En su teléfono, mi número estaba
guardado como Marie.
¿Vendrás a casa?
Respondí mientras caminaba por el campus.
Primero iré a la casa de campo para hacer ejercicio.
Te veré ahí.
No hablaríamos. Apenas nos reconoceríamos. Pero estar en la misma
habitación con él era suficiente.
Las aceras estaban tranquilas, sólo unos pocos estudiantes habían salido
tan tarde. A lo lejos, a través de los huecos de los edificios de ladrillo, el sol se
hundía más allá del montañoso horizonte y la luz del atardecer era de un suave
azul teñido de naranja y dorado. Era el campus más hermoso que había visto en
mi vida y, por un semestre más, sería mío.
Todavía tendría acceso a la sala de pesas durante el resto del año. El equipo
comenzaría a practicar nuevamente en la primavera, pero como no iba a jugar
profesionalmente, no me uniría a ellas. Tampoco lo harían las otras mayores.
Puede que hubiera algunos juegos de práctica, y si la entrenadora Quinn nos
pedía que jugáramos, con mucho gusto participaría. Pero en su mayor parte,
habría acabado.
Llegué a la casa de campo y estaba a punto de entrar al vestuario cuando
sonó mi teléfono.
Numero desconocido.
—¿Qué pasa con las llamadas no deseadas de hoy? —murmuré para mis
adentros. Era la tercera hasta ahora.
La envié al buzón de voz y luego me apresuré a cambiarme. Sonó de nuevo
mientras me estaba atando los tenis. Esta vez, la foto de mamá apareció en la
pantalla.
—Hola —respondí. 265

—Oh hola. Esperaba recibir tus mensajes de voz. ¿Cómo estás?


—Bien. Acabo de entregar mi último examen final del semestre.
—Genial. —Había una sonrisa en su voz. En la mía también había una.
Nuestras conversaciones eran más bien incómodas, pero a medida que nos
adentrábamos en otros temas más allá del voleibol, se hacía más fácil. A menos
que estuviera en clase, respondía las llamadas de mamá. Le pedí que lo intentara.
Entonces también lo estaba intentando.
—¿Estás segura de que no quieres volver a casa para Navidad? —preguntó.
—Estoy segura. Será agradable relajarse y no viajar.
Era parcialmente verdad. No tenía ganas de volar a Nebraska para las
vacaciones, no cuando no habría mucho que hacer en casa. Mamá estaba
pasando las vacaciones como comentarista invitada especial en un torneo por
invitación. Estaría ocupada haciendo exactamente lo que le encantaba, y no
quería acompañarla solo para que me preguntaran mil veces dónde jugaría a
después.
—¿Hablaste con tu papá? —preguntó.
—No.
Resopló pero por lo demás no hizo ningún comentario.
Quizás papá me llamaría en Navidad. Si no lo hacía, le enviaría un mensaje
de texto. Ya les había enviado regalos a los niños y Tina me había enviado por
correo la tarjeta navideña de su familia.
—Está bien. Entonces, supongo que hablaremos más tarde —dijo mamá.
—Seguro. Adiós.
—Adiós.
Mamá siempre decía adiós. Nunca hasta pronto ni nos vemos luego. Sino
siempre adiós. Quizás por eso le dije eso a Toren durante tantos meses. Estaba
acostumbrada a decir adiós.
Ya no.
Todas las noches, cuando salía de su cama, le decía: Que duermas bien,
mientras me deseaba: Dulces sueños.
A partir del viernes, no habría ningún escape hacia o desde su casa. Stevie
pasaría las vacaciones con sus padres en Hawái. Liz volaría a su casa en Ohio. 266
Ambas pensaban que pasaría mis vacaciones sola en casa.
En cambio, estaría en casa de Toren, pasaría todas las noches en su cama
y me despertaría en sus brazos cada mañana. Iríamos a casa de Faith para pasar
Navidad y celebraríamos con su familia.
No podía recordar un momento en el que hubiera estado más emocionada
por unas vacaciones.
Si Stevie sospechaba algo, no había sucedido nada en las pasadas tres
semanas. Habíamos sido más cuidadosas, mis estancias en casa de Toren eran
más cortas que nunca. Hubo noches en las que no me arriesgué a ir porque
Stevie o Liz se habían quedado despiertas hasta tarde.
Pero nada de eso importaría a partir del viernes.
Saqué los auriculares de mi bolso antes de dirigirme a la sala de pesas.
Toren ya estaba dentro, de pie junto al bebedero y llenando una botella.
Reprimí una sonrisa mientras me acercaba con mi propia botella vacía.
Puso su tapa, luego se alejó y, cuando pasamos, sus nudillos rozaron mi
brazo.
Sonreí tanto que tuve que doblar la barbilla para que los tres chicos que
levantaban pesas no se dieran cuenta.
Con mi botella de agua llena, pasé por el equipo hasta una máquina de
escalera abierta directamente al lado de Toren.
Ya se movía, subiendo infinitos escalones.
Seguí su ritmo y, en cuestión de minutos, el sudor me corría por las sienes.
Ninguno se arriesgó a ver. Hicimos ejercicio con nuestra propia música,
desconectados del mundo. Pero cada pocos pasos captaba un sutil toque de su
colonia.
Lo aspiraba hacia mis pulmones, lo sostenía por un momento y luego
exhalaba.
Cuando aumentó su ritmo, hice lo mismo. Cada pitido de su máquina se
correspondía con un pitido de la mía.
Nos presionamos uno a otro en una silenciosa competencia hasta que uno
se rindió.
Mis muslos ardieron cuando presioné el botón nuevamente, y cuando me
267
arriesgué a ver, había una sonrisa jugando en su boca.
Ni siquiera estuvo cerca de dejarlo, ¿verdad? Puede que lo tuviera en las
cintas de correr, pero en la escaladora y en la máquina elíptica, siempre me
ganaba.
Apreté los dientes y presioné detener.
Mis pulmones ardían cuando me quité los auriculares, tomé el agua del
portavasos y me la llevé a la boca.
Una risa baja vino de su dirección mientras seguía subiendo.
Saqué mi teléfono de la bandeja de la máquina y escribí un mensaje de texto.
Ganaste. Nombra tu premio.
Tomó su teléfono mientras caminaba hacia la estación para buscar la
solución limpiadora, rociando la máquina. Cuando terminé, su respuesta estaba
esperando.
Penetraré tu boca esta noche
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo mientras mi núcleo se contraía.
Dios, adoraba nuestros sucios mensajes de texto. Para cuando llegara a su
casa esta noche, estaría palpitando y mojada. Y no quería nada más que tomarlo
en mi boca.
Quiero estar de rodillas cuando te corras por mi garganta
Se escuchó un ruido sordo detrás de mí y luego el ruido de sus pasos se
detuvo.
Cuando miré por encima del hombro, tenía su teléfono en la mano, sus
nudillos estaban blancos mientras su mandíbula se movía e hizo un ajuste en su
pene. Me lanzó una mirada asesina mientras veía hacia adelante y escondí una
risita en mi mano.
Estoy en pantalones cortos, nena. No es un buen momento para
ponerse duro.
Mi entrenamiento de hoy fue cardio seguido de mi rutina de yoga favorita.
Así que me dirigí a los tapetes mientras escribía mi siguiente respuesta.
Tú empezaste.
Cruzó hasta el extremo más alejado del espacio, poniendo casi toda la sala
de pesas entre nosotros. Hoy era su rutina de pecho, hombros y tríceps.
Pagarás por eso más tarde.
268
Me volví a poner los auriculares y luego sonreí mientras escribía otro
mensaje de texto.
¿Lo prometes?
Nos quedamos en silencio por un rato mientras cada uno se concentraba en
el ejercicio. Cuando terminé, mis músculos estaban calientes y relajados. Me
dirigí al vestuario después de echar un vistazo rápido y encontré a Toren
haciendo dominadas.
Se había quitado la camiseta.
Ese hombre. Abrí la cámara de mi teléfono y, fingiendo tomarme una selfie,
le tomé una foto.
Algún día, sería el fondo de mi pantalla. Algún día, cuando no tuviéramos
que escondernos a plena vista.
Con un rápido giro de la cámara, me tomé una selfie lanzándole un beso a
la cámara. Fue una foto que le envié por mensaje de texto mientras desaparecía
en el vestuario para darme una ducha.
Cuando me vestí y terminé de secarme el cabello, ya eran más de las cinco.
Todas las oficinas por las que pasé en los pasillos estaban a oscuras. Todas las
oficinas excepto una.
Reduje el paso, viendo detrás de mí para asegurarme de que nadie estuviera
mirando, luego pasé por la puerta abierta de Toren. Mi plan era sólo saludar,
pero cuando levanté el brazo, una mano me rodeó la muñeca y me arrastró hasta
su oficina.
Toren estuvo sobre mí en el momento en que la puerta se cerró,
presionándome contra la pared mientras mi bolso aterrizaba con un ruido sordo
junto a nuestros pies. Puso mis dos brazos por encima de mi cabeza,
atrapándolos contra el concreto en mi espalda.
—Tor…
Me silenció con un beso, su lengua se deslizó hacia adentro para enredarse
con la mía. Luego me chupó el labio inferior entre los dientes y cualquier protesta
por besarnos en su oficina se desvaneció.
Tarareé mientras me besaba más profundamente, con una mano todavía
alrededor de mis muñecas mientras la otra llegaba a mi trasero, apretando con
fuerza a través de mis mallas. 269
Se había puesto unos jeans después de su entrenamiento y colocó uno de
sus voluminosos muslos entre los míos para que pudiera balancearme contra él.
Dios, la fricción era increíble. Gemí mientras luchaba contra su fuerza, ya mojada
y ansiando más.
El beso de Toren no fue suave ni gentil. Era el castigo que había prometido
por excitarlo en el gimnasio. Fue duro y húmedo, y cuando finalmente separó su
boca de la mía, me quedé con una sonrisa.
—Hola. —Me reí.
Sonrió.
—Hola, cariño.
—Me gusta esto. Besarte en tu oficina. Pero...
—Probablemente no debería convertirlo en un hábito. —Se secó la boca y
luego aflojó el agarre que tenía en mis brazos. Pero antes de soltarme, los acercó
entre nosotros para plantar un beso en mi muñeca—. Algún día te traeré aquí.
Después de un partido y tendremos sexo contra la pared y sobre mi escritorio.
Nos volveremos locos, solos tú y yo.
Algún día.
—Tú y yo.
Su mano llegó a mi cara, su pulgar arrastró mi mejilla mientras me miraba
fijamente. Sus ojos buscaron los míos por un largo momento antes de abrir la
boca, como si fuera a decir algo serio.
Como si tal vez fuera a decir lo que había estado esperando escuchar
durante semanas.
Alguien llamó a la puerta.
Y antes de que Toren pudiera detenerlo, antes de que pudiera esconderme
debajo del escritorio, Ford Ellis entró en la habitación.

270
27
TOREN
La expresión de Ford fue ilegible mientras caminábamos de mi oficina a la
suya.
Mierda.
Joder, joder, joder.
Una puerta de acero se cerró de golpe y el sonido se escuchó por el pasillo
detrás de nosotros. Probablemente era Jennsyn saliendo de la casa de campo.
No perdió tiempo en agarrar su bolso, y en el momento en que Ford salió por la
puerta, me lanzó una mirada de pánico y luego salió de la habitación.
Fue hace unos segundos. Minutos. Parecían horas. El tiempo se había
ralentizado. 271
El pánico estalló y con cada atronador latido, mi corazón se hundía más y
más.
Era todo. Era el final. Los años que había pasado en la Treasure State se
estaban yendo por el desagüe. Mi carrera había terminado. Mi reputación
arruinada.
Todo porque había querido besar a Jennsyn, sólo una vez, antes de que
dejara la casa de campo por ese día.
¿En qué carajos había estado pensando? ¿Qué me pasó? Un beso en el
campus. Merecía que me despidieran por ser un jodido idiota.
Todos habían abandonado el edificio. De lo contrario, no la habría llevado a
mi oficina. Cuando salí del gimnasio, todas las oficinas estaban a oscuras. Todos
se habían ido a casa a pasar la noche.
Excepto Ford.
La luz de su oficina estaba encendida. La había comprobado. Pero debía
haber estado arriba con Millie.
Mierda. Ford podía despedirme, pero de algún modo tenía que permitirle
permanecer en la escuela. Ella merecía graduarse. Incluso si perdía su beca,
encontraría una manera de pagarle el último semestre.
Me pasé una mano por la cara mientras entramos a su oficina.
Cerró la puerta detrás de nosotros y su suave clic fue como un cuchillo
atravesándome las costillas.
Estaba a punto de ser despedido por mi amigo más antiguo del mundo. No
era así como había imaginado que terminaría hoy, pero si era el final, supongo…
Prefería que sea Ford a cualquier otro.
Nos miramos fijamente durante unos largos y miserables momentos hasta
que Ford arqueó las cejas.
—¿Me lo explicarás o qué?
Suspiré y todo mi cuerpo se hundió.
—No estoy seguro de qué hay que explicar.
—Era una estudiante, ¿verdad? ¿La jugadora de voleibol?
—Sí. —Tragué—. Jennsyn Bell.
—Miénteme. Dime que le estabas dando RCP.
272
Solté una carcajada.
—No puedo hacer eso.
—Maldita sea, Toren. —Ford gimió y caminó detrás de su escritorio,
dejándose caer en su silla. Señaló el vacío asiento frente a mí—. ¿Realmente está
sucediendo? ¿Estamos realmente teniendo esta conversación? Es una
estudiante. ¿Qué diablos estás pensando?
¿Por dónde comenzaba? Me senté, con los codos cayendo sobre las rodillas
y las manos entrelazadas, como una silenciosa súplica de que tal vez no se
hubieran perdido todas las esperanzas.
—Estoy enamorada de ella.
Se sentía mal decírselo antes que a Jennsyn, pero era la verdad. Y la verdad
parecía ser el único lugar por donde empezar.
—Es para mí.
Ford parpadeó y negó con la cabeza como si me hubiera oído mal. Pero
entonces la confusión desapareció y me miró con tanta lástima que me dolió.
Ambos sabíamos que estaba absolutamente jodido.
—La conocí este verano —le dije—. Antes de que te mudaras a Mission. No
tenía idea de que estaba en el equipo de voleibol. No sabía que era entrenador.
Nos llevamos bien. Cuando me di cuenta de que era estudiante, lo intenté. Lo
juro, Ford. Intenté mantenerme alejado de ella.
Pero era para mí.
Ya sea que Jennsyn quisiera viajar por el mundo o envejecer conmigo aquí
en Mission, no la dejaría ir.
Semanas atrás, cuando le dije que quería una familia, me vino a la mente
esta imagen de una niña pequeña corriendo por el patio trasero. Cabello rubio.
Ojos azules. Una sonrisa que podría controlar cada uno de mis movimientos.
No sólo quería tener hijos. Los quería con Jennsyn. Era todo o nada.
Ella era mi vida.
Si tenía que elegirla a ella y no a mi trabajo, entonces encontraría una nueva
carrera. Tal vez abriría un lavado de autos para que nunca más tuviera que
preocuparse por mi camioneta sucia.
Ford se pasó una mano por el cabello y miró fijamente la suave superficie 273
de su escritorio.
—No sé qué decir.
—¿Que estoy despedido?
Frunció el ceño. El movimiento de su cabeza fue tan sutil que podría haberlo
soñado. Pero la esperanza surgió, enderezó mi columna y levantó mi corazón del
suelo.
Las cejas de Ford se juntaron mientras se inclinaba, con la mirada dura.
Era su cara de juego. La cara que había usado como jugador, primero para los
Wildcats y luego en la NFL. Era la cara que ahora tenía como entrenador al
margen.
—A Kurt no le importará que la hayas conocido este verano —dijo.
—No. No después del escándalo de esta primavera.
Ford suspiró.
—¿Es estudiante de último año?
Asentí.
—Sí.
—¿Tiene veintiuno?
—Veintidós.
Si Ford pensó que la diferencia de edad era demasiado grande, no lo dejó
ver.
—Maldita sea, Toren. ¿Qué se supone que debo hacer?
Despedirme. Era su única opción.
—Está bien —dije—. Solo... hazlo.
Se burló.
—No puedo condenarte exactamente por una relación secreta cuando Millie
y yo pasamos la mayor parte del otoño andando a escondidas.
Esperen. Él... ¿estaba bien con esto? Mi aliento se atoró en mi garganta
mientras esperaba que continuara.
—¿Qué estás diciendo?
—No son reglas que pueda cambiar —dijo—. Eres entrenador. Ella
estudiante.
274
—Así que estoy despedido. —Mierda.
—No, imbécil, no estás despedido. Pero debes tener más cuidado. Quédate
quieto. Nada aquí en el campus. —Me disparó una mirada apuntando a la pared
y a mi oficina más allá—. Llévala a la graduación.
Parpadeé y luego sacudí la cabeza como si fuera un sueño.
—Ford. Si alguien descubre que sabías…
—Que nadie se entere. Haz una pausa si es necesario. No me importa.
Simplemente no te dejes atrapar.
Santo carajo. ¿Estaba realmente sucediendo? Si cualquier otra persona nos
hubiera sorprendido, todo habría terminado. ¿Pero Ford?
Pedirle que mantuviera este secreto era pedir mucho. Pero lo haría de todos
modos.
—¿Estás seguro?
—Estoy seguro. —Asintió—. En todos nuestros años como amigos, nunca
habías hablado así de una mujer.
—No hay mujer como Jennsyn.
Frunció el ceño y movió su muñeca hacia la puerta.
—Entonces lárgate.
La emoción creció tan rápido que fue difícil respirar. Me tomé un momento,
luego me aclaré la garganta antes de extender un brazo sobre su escritorio.
—Gracias.
Me tomó la mano para estrecharla rápidamente.
—Sabías sobre Millie y yo. Guardaste nuestro secreto. Lo mínimo que puedo
hacer es guardar el tuyo.
—Es un poco diferente.
—No precisamente.
No, supongo que no lo era.
—¿Nos vemos mañana?
—Sí. —Asintió mientras me ponía de pie y luego me dirigía hacia la puerta—
. ¿Toren?
Giré.
275
—¿Sí?
—Perdón por haber entrado a tu oficina antes. Debería haber esperado
después de llamar.
Lo descarté.
—No te preocupes por eso.
—No, fue mi culpa. No volverá a suceder.
—Está bien. Que tengas buenas noches.
Ford me despidió con la mano.
—Tú también.
Abrí la puerta, listo para alcanzar a Jennsyn porque probablemente estaba
enloqueciendo. Excepto que cuando entré al pasillo, Millie corría hacia mí.
—¿Viste a Aspen? —preguntó, con los ojos muy abiertos y las mejillas
sonrojadas.
—Eh, no. —El pánico en su rostro hizo que se me erizara el vello de la nuca—
. ¿Por qué?
Jennsyn ya había salido de la casa de campo, ¿verdad? No habría hecho
algo imprudente, como ir a decirle a Aspen que dejaría el equipo o abandonaría
la escuela.
Millie frunció el ceño y sacó su teléfono mientras Ford se unía a nosotros en
el pasillo.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Necesito encontrar a Aspen. Hay una noticia que está llamando mucho la
atención y se menciona a una de sus jugadoras.
—¿Qué? —Ford se acercó para ver por encima de su hombro mientras le
mostraba su teléfono.
No necesitaba leer el artículo. Mi estómago cayó cuando el color desapareció
de su rostro.
—¿Jennsyn?
—Sí. —Millie asintió—. Según esto, se especula que tuvo una aventura con
un entrenador en Stanford.

276
28
JENNSYN
Toren estaba siendo despedido. Mientras caminaba hacia mi auto en el
estacionamiento de la casa de campo, Toren estaba adentro perdiendo su carrera.
Oh Dios. ¿Por qué habíamos hecho eso? ¿Por qué no habíamos esperado
hasta esta noche? Todo ese coqueteo y juegos en el gimnasio y habíamos perdido
la maldita cabeza.
Las lágrimas picaron mis ojos cuando el nudo en mi garganta me hizo
imposible tragar y difícil respirar.
¿Me odiaría cuando esto terminara? ¿Se arrepentiría de todo lo que había
pasado entre nosotros? Simplemente le costaría su trabajo. Su reputación. Sabía
lo que habíamos estado arriesgando. Sabía lo que estaba en juego. Pero había
277
sido una tonta arrogante al pensar que no nos atraparían.
¿Cuándo aprendería mi lección? ¿Cuándo dejaría de cometer los mismos
malditos errores?
Una lágrima cayó por mi mejilla y la sequé. Otra ocupó su lugar.
—Maldita sea. —Estaba a segundos de convertirme en un desastre de
sollozos, pero de alguna manera, logré entrar a mi auto y cerrar por dentro antes
de dejar de pelear contra las lágrimas y simplemente dejarlas caer.
No podía perderlo. Cuando veía hacia el futuro, no podía ver el trabajo que
tendría ni las amigas que haría. Pero veía a Toren. Tan claro como la luna
brillando en el cielo nocturno.
Quizás le encontráramos una salida a esto. Quizás podría llamar a la
entrenadora Aspen y dejar el equipo. Si dejaba la escuela, ¿dejarían que Toren
conservara su trabajo?
Probablemente no. Mi corazón se partió cuando tomé mi teléfono, esperando
ver un mensaje de texto suyo o una llamada perdida.
Pero no fue el nombre de Toren el que llenó la pantalla con notificaciones.
Había perdido dos llamadas telefónicas de mi madre y un mensaje de texto de
LLÁMAME AHORA.
¿Estaría lastimada? ¿Enferma? El estómago me dio un vuelco, pero antes
de que pudiera devolverle la llamada, revisé el resto de las notificaciones.
Llamadas perdidas de números que no reconocía. Textos de nombres que
sí.
El último era de Emily.
La sorpresa al ver su nombre hizo que las lágrimas se detuvieran.
Cuando dejé Stanford, no le dije explícitamente que olvidara mi número,
pero estaba implícito. Debería haberla bloqueado cuando me envió un mensaje
de texto en mi cumpleaños.
Excepto que entonces no habría recibido el enlace que me había enviado.
¿Qué demonios?
Me sequé los ojos, limpiando las lágrimas, mientras cargaba el artículo. El
titular hizo que se me revolviera el estómago.
Entrenador de voleibol arrestado por relación con estudiante.
Mi jadeo llenó el auto. No, no, no, no. No podía estar pasando.
Esperen. Leí el titular de nuevo y una palabra saltó de la pantalla. Arrestado. 278
¿Por qué arrestarían a Christian por algo que había pasado meses y meses atrás?
No había ningún motivo para que estuviera en la cárcel. Había perdido su trabajo,
pero ¿por qué arrestarlo?
Parpadeé para quitarme las últimas lágrimas que quedaban en mis ojos y
comencé a leer. Mi corazón dio un vuelco cuando encontré dos palabras en
negrita.
Abuso infantil
No se trataba de mí. Mi tiempo con Christian había sido a principios de este
año. Tenía veintiún años y era mayor de edad.
Mucho mayor que la chica de diecisiete años cuyos padres estaban
presentando cargos contra Christian.
Mi estómago se revolvió mientras seguía leyendo.
Emily podría haberme enviado eso por despecho, pero el hecho de que mi
madre hubiera enviado un frenético mensaje de texto sólo podía significar una
cosa.
En el penúltimo párrafo, encontré mi nombre.
Una fuente anónima confirmó que no es la primera vez que Christian Morris
tiene una aventura con una estudiante atleta. Según esas fuentes, se rumoraba
que Morris tenía una relación romántica con dos ex jugadoras de Stanford, la
armadora Rachael Keaton y la atacante Jennsyn Bell. Tanto Keaton como Bell
fueron entrenadas por Morris y desde entonces ambas dejaron Stanford. Keaton
negó las acusaciones. Bell no ha estado disponible para hacer comentarios.
El teléfono se me escapó y cayó sobre mi regazo.
Las llamadas de hoy. Fueron de periodistas, ¿no? Y sin lugar a dudas, Emily
era esa fuente anónima.
Sentía mi pecho demasiado apretado y parecía que no podía llenar mis
pulmones mientras el sudor corría por mis sienes. Enterré la cara entre mis
manos, dividida entre llorar y gritar.
Elegí gritar.
Mi voz se quebró cuando mi grito se convirtió en un sollozo, esas lágrimas
que había desterrado por un momento regresaron con renovada fuerza.
¿Por qué? Se suponía que había terminado. Había dejado Stanford y ese lío
detrás de mí. ¿Alguna vez desaparecería esto? ¿O mi épica cagada me perseguiría
279
para siempre?
Si pudiera recuperar cada segundo que pasé con Christian, lo haría. No
había nada en mi vida de lo que me arrepentiría más que de ese primer beso.
El teléfono vibró en mi regazo. La entrenadora Quinn.
La envié al buzón de voz y luego enterré la cara entre las manos cuando
solté otro grito. Si lo sabía, entonces era sólo cuestión de tiempo hasta que todos
en la Treasure State también lo supieran.
Y Toren.
Todo mi cuerpo se desplomó contra el volante.
Esta noche lo despedirían. Y luego descubriría que no era el primer
entrenador que perdía su trabajo por mi culpa.
El dolor que desgarró mi pecho fue tan feroz que me aturdió por un
momento, deteniendo las lágrimas y los sollozos que recorrían mis hombros. Se
extendió como veneno por mis venas hasta que todo mi cuerpo sufrió un
espasmo.
Mi mano se frotó contra mi esternón mientras otra ola de tortura me robaba
el aire de los pulmones.
¿Qué pasaría si lo perdía?
No era buena perdiendo, pero había sobrevivido a suficientes pérdidas para
saber cómo recuperarme. ¿Pero esto? ¿Perder a Toren?
¿Cómo podría recuperarme de eso?
El sonido de la puerta de un auto cerrándose me hizo sobresaltar. Los faros
de la camioneta estacionada frente a la mía brillaban y la luz atravesaba mi
parabrisas.
No podía quedarme aquí. No cuando Toren saldría eventualmente. Tal vez
tendría una caja de pertenencias en su oficina. Tal vez lo escoltarían fuera del
edificio y le dirían que nunca regresara.
Por mí. Todo esto se arruinó por mi culpa.
Cuando logré hacer una inhalación, el aire ardía, pero lo tragué, torpemente
encendí el auto y lo puse en reversa. Luego me sequé los ojos y salí del campus.
El último lugar donde quería estar era en mi casa, pero no había ningún
otro lugar a donde ir. Mientras pasaba por la oscura casa de Toren, mis entrañas
280
se retorcieron hasta formar un nudo.
¿Cómo se suponía que me quedaría aquí? ¿Cómo se suponía que viviría al
lado y no iría a su casa por la noche? ¿Tendría que mudarse? ¿Su nombre se
mancillaría en todo Mission?
No podía ver a otra persona vivir en su casa.
Me temblaban las extremidades cuando finalmente me detuve en el garaje.
No había forma de disimular los ojos enrojecidos ni las mejillas manchadas. No
me molesté en intentar ocultar mis lágrimas: no se detenían. Así que las dejé
caer mientras abría la puerta, dejándolo todo, incluido mi teléfono, en el auto
mientras caminaba con piernas temblorosas hacia la casa.
Stevie estaba en la cocina, llenando un vaso de agua. Cuando me vio, la
lástima en su rostro sólo empeoró las cosas.
Entonces ya sabía sobre el artículo.
—Hola —dijo.
La ignoré y caminé por la casa hacia las escaleras.
Liz estaba en el sofá de la sala.
Ni siquiera me molesté en hacer contacto visual mientras subía el último
escalón.
—Espera. Por favor. —La súplica de Stevie me hizo detenerme—. Puedes
hablar con nosotras.
No debería haber habido más lágrimas. Deberían estar agotadas para ahora.
Pero seguían cayendo de mi cara como una cascada.
—¿Qué hay que decir?
—Estoy segura de que hay más en la historia que lo que decía ese artículo
—dijo—. Te escucharemos si necesitas hablar. Sin juicios.
Me burlé mientras mi labio temblaba. ¿Sin juicios? ¿Era real? Era una
mentira casi tan grande como la amistad. Así que seguí subiendo las escaleras
hasta quedar encerrada en mi habitación. Luego me hundí en el suelo, con la
puerta a mi espalda, mientras me quitaba los zapatos, doblaba las rodillas contra
el pecho y dejaba que el dolor me tragara por completo.
¿Cómo había sucedido esto? ¿Cómo había pasado de clase al gimnasio y
ahora a esto? ¿Cómo pude haber sido tan tonta al pensar que podía huir a
Montana y olvidarlo? La verdad siempre me alcanzaría. Y como había sido tan 281
testaruda, porque lo había mantenido todo en secreto, perdería a la única
persona que importaba.
Toren merecía la verdad. Debería haberlo oído de mí hace meses.
Me había asustado. Había sido una cobarde. Y ahora todo era mucho peor.
No estaba segura de cuánto tiempo había estado en el suelo cuando alguien
llamó a la puerta.
—¿Jennsyn? —La voz de Stevie era vacilante—. Hay, um, alguien aquí para
verte.
Sólo había una persona que habría venido. No debería estar aquí. No podía
estar aquí, no con Stevie y Liz sabrían que algo estaba pasando y se daría
cuenta…
Despedido.
Excepto que ya lo habían despedido. Los secretos, las actividades furtivas,
habían sido en vano.
Se terminó.
Una parte de mí quería quedarse en el suelo, esconderme aquí para siempre,
pero Toren merecía una explicación. Luego, si terminó, lo vería alejarse. Así que
me paré descalza y abrí la puerta. El pasillo estaba vacío, Stevie ya se había
retirado escaleras abajo.
Sollocé, secándome la nariz con el dorso de la mano y luego me sequé las
mejillas. No había fuerzas en mi cuerpo para fortalecer mi columna o cuadrar los
hombros, así que bajé las escaleras, con el corazón encogido cuando encontré a
Toren parado en la entrada.
Sus ojos gris verdosos recorrieron mi cuerpo, de pies a cabeza. Su
mandíbula se tensó mientras apretaba sus manos en puños sobre sus caderas.
No pude llegar hasta el suelo de la sala. Parecía que no podía sacar mis pies
de ese escalón inferior.
—No deberías haber venido aquí.
—Entonces deberías haber contestado tu teléfono.
Me merecía esa voz fría y dura, pero hizo un corte tan profundo que me
agarré a la barandilla hasta que mis nudillos se pusieron blancos para no caer.
—Está en mi auto.
Las fosas nasales de Toren se dilataron. 282
—¿Te despidieron? —Sabía la respuesta pero hice la pregunta de todos
modos.
Mi cuerpo comenzó a temblar, el ruido contra el que había luchado semanas
atrás era más fuerte que nunca. Comenzó en mis huesos y salió a través de mi
voz. Salió con más jodidas lágrimas.
Como si no fuera suficientemente difícil, ahora tenía que quedarme aquí
mientras Toren me veía desmoronarme. Mientras Stevie y Liz veían desde la sala
de estar.
—No —dijo.
Me estremecí.
—¿Q-qué? ¿No lo hicieron?
—Tenemos otra oportunidad de mantener esto en secreto hasta la
graduación.
Mis ojos volaron hacia Stevie y Liz.
—¿No perdiste tu trabajo? —¿Ford no había despedido a Toren? ¿Había
aceptado guardar nuestro secreto?
Toren asintió.
El mundo entero pareció escaparse de mis pies. Ese secreto podría haber
sido una posibilidad, Ford podría haber sido nuestra gracia salvadora, excepto
por el hecho de que Toren estuviera de pie en mi sala de estar. Donde mis dos
compañeras de cuarto estaban atentas a cada una de nuestras palabras.
Oh Dios. Todo sucedería de nuevo. Se lo dirían a las otras chicas o a la
entrenadora Quinn y nada de esto importaría. Sería innecesario que Ford
aceptara ignorar el hecho de que nos había sorprendido besándonos antes.
Porque Toren estaba parado en mi sala de estar.
—¿Por qué viniste aquí, Toren? —Mi voz llenó la casa mientras lanzaba una
mano hacia mis compañeras de cuarto—. Lo dirán y se acabó. Estaremos
arruinados. Y todo habría sido en vano. Lo perderás todo. Te habré quitado todo.
La dureza de su expresión se desvaneció.
—Cariño.
—No. —Les tendí la mano a Stevie y Liz—. Ellas están ahí.
283
Él miró y se encogió de hombros.
—No me importa. Vine aquí por ti.
Porque no había contestado mi teléfono. Porque había estado preocupado.
—Tor. —Me desplomé y me hundí en una escalera cuando los sollozos
comenzaron de nuevo.
Era una mancha acuosa cuando cruzó la habitación y se arrodilló frente a
mí, luego enganchó un dedo debajo de mi barbilla, levantando mi cara hasta que
nuestras miradas chocaron.
—No estamos arruinados.
—Tu trabajo…
—No es tan importante como tú. —Me secó una lágrima con el pulgar—.
Resolveremos esto. Tu beca. Mi trabajo. Nada de eso importa. La única manera
de que puedas quitarme todo es si te alejas.
—No se trata de mi beca. Pero no hay manera de que esto permanezca en
secreto.
Me dio una triste sonrisa.
—Probablemente no.
Stevie se aclaró la garganta y se acercó con cuidado.
—Nosotras, um, sabemos a dónde vas por la noche. Lo sabemos desde hace
un tiempo.
Entonces sí terminaría. Mantuve mi mirada fija en Toren, esperando que la
misma desesperanza en mi corazón llenara sus ojos, excepto que casi se veía...
aliviado.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó, mirando por encima del hombro hacia
Stevie y Liz.
—¿Un par de meses? —Liz se encogió de hombros—. Te vi escaparte una
noche y te vi ir a su casa.
¿Un par de meses?
—¿Pero no dijiste nada? ¿Por qué?
Compartieron una mirada y luego Stevie se encogió de hombros.
—Estamos en el mismo equipo. Te cubrimos.
Las vi sin pestañear y luego cambié mi atención hacia Toren. 284

—Quiero creerles.
—Entonces hazlo —dijo Stevie.
Quizás era así de fácil. O tal vez no.
—No tengo la mejor historia con mis compañeras de equipo —admití. La
nube del artículo se cernía sobre la casa, y aunque la persona que merecía saber
más era Toren, no les pedí a Stevie ni a Liz que se fueran.
También podrían escuchar la verdad.
—Tengo que decirte algo —susurré.
Él se levantó y ocupó el lugar a mi lado en las escaleras. Entonces tomó mi
mano entre las suyas y entrelazó nuestros dedos para sujetarlos mientras
esperaba. Mientras reunía el coraje para decir lo que debería haber dicho hace
meses.
—La primavera pasada en Stanford, comencé a ver a un entrenador
asistente. —Era la primera vez que decía la verdad en voz alta.
—Christian Morris —dijo.
Me encogí, odiando escuchar su nombre, especialmente de labios de Toren.
—Sí. Llevábamos un tiempo coqueteando y una noche, después de un
partido, me invitó a salir. Debería haber dicho que no, pero no lo hice.
El cuerpo de Toren se puso rígido pero permaneció en silencio. Mis
compañeras de cuarto también.
—Duró unos dos meses. Lo tomamos con calma. En ese momento vivía con
algunas de mis amigas. Todas también estaban en el equipo. Emily, mi mejor
amiga, sabía que estaba saliendo con alguien pero no estaba segura de con quién.
Siguió rogando y rogando que le dijera con quién estaba saliendo, pero me resistí.
Nunca le conté a nadie sobre Christian, pero debió sospechar algo porque
comenzó a difundir rumores alrededor del equipo de que estábamos juntos.
—Esa perra —siseó Stevie.
Bajé la mirada hacia mi mano unida a la de Toren.
—Estaba pescando. Creo que pensó que eventualmente cedería si no era la
única que preguntaba. Excepto que lo que Emily no sabía, lo que yo no sabía,
era que no era la única del equipo a la que Christian había perseguido. El invierno
anterior se había acostado con otra chica, una estudiante de segundo año.
—Maldita sea —murmuró Liz. 285

—Cuando Emily empezó a contar chismes sobre un entrenador y una


jugadora, la otra chica pensó que se trataba de ella. Fue al entrenador en jefe y
se confesó. Eso fue en mayo. Christian fue despedido inmediatamente. Y al día
siguiente fui con el oficial de cumplimiento y pedí que me incluyeran en el portal
de transferencias. ¿Adivinen quién tomó mi lugar como atacante externa titular?
—Emily —se burló Liz—. Vaya. No es de extrañar que tuvieras problemas de
confianza.
—Es el mundo del que vengo —dije—. Si alguien es mejor que tú, entonces
haces todo lo posible para derrotarla.
—Ya no estás en Stanford —dijo Stevie.
Los dedos de Toren se doblaron alrededor de los míos.
—¿No debería haber sido noticia algo así? —preguntó Liz.
—Sí, excepto que estoy segura de que todos se vieron obligados a mantenerlo
en silencio —dijo Stevie—. Ninguna escuela quiere ese tipo de escándalo asociado
a su nombre.
Excepto que ahora que Christian había cometido un error, otra vez, no
habría manera de esconderse de esto.
—Nunca estuve con él —le susurré a Toren—. Quería eso. Estuvimos cerca.
Pero no estaba lista para llegar hasta el final. Nos reuníamos para cenar. Nos
besábamos y tonteábamos. Entonces nos detenía y me iba.
Tal vez porque una parte de mí siempre había estado preocupada por su
interés. Esa relación había sido tan tremendamente diferente a la mía con Toren
que era como el día y la noche. Christian había presionado y presionado. Nunca
había retrocedido. Nunca me había dicho que me fuera ni me dijo adiós.
Tal vez era la emoción de romper las reglas lo que lo emocionaba.
Mi madre sabía que había estado saliendo con un chico, pero rompimos
cuando me mudé a Montana. Cuando leyó ese artículo, supongo que tuvo una
idea más clara de por qué había dejado Stanford.
Mamá y otros probablemente harían que Christian fuera un depredador.
Quizás tenían razón. Quizás la única razón por la que me había prestado
atención era porque quería tener sexo con una jugadora estrella del equipo. Pero
durante un tiempo, escuchó mis dudas sobre el voleibol y me dijo que no 286
renunciara ni que desperdiciara mi talento. Me dejaba desahogar mis
frustraciones sobre mamá o el equipo.
Pero no había habido una conexión real entre nosotros. Nada sustancial.
Christian no había sido suficientemente hombre como para arriesgarlo todo.
No era Toren.
—No sabía cómo decirte esto —dije—. Es... humillante. Me dan ganas de
correr muy, muy lejos. Lo lamento. Christian y yo no estuvimos... no fue así. No
era propio de nosotros. Y sé que parece lo mismo, pero no lo es. No amaba...
Cerré la boca con fuerza antes de ir demasiado lejos. Antes de decirle a Toren
que lo amaba mientras estaba lloriqueando y mis compañeras de cuarto estaban
viendo.
Pero tomó mi rostro entre sus manos, obligándome a mirarlo. La emoción
en su mirada me dejó sin aliento.
—¿No hiciste qué, nena? Termina esa frase…
—No lo amaba —susurré.
Dejó caer su frente sobre la mía.
—No puedes huir muy, muy lejos. Prometiste cuidar de mí mientras cuidaba
de todos los demás. Te necesito aquí para eso.
Sollocé y cerré los ojos.
—Pero ¿y si…?
Silenció mi pregunta con un beso.
Fue suave y dulce, no mucho más que un roce de sus labios contra los míos.
Cuando se apartó, tomó mi cara entre sus manos.
—Te amo, Jennsyn Bell.
—¿Estás seguro?
Soltó una carcajada.
—Muy seguro.
Me hundí contra él, todavía sollozando, todavía llorando. Seguía siendo el
desastre llorón que amaba a este hombre con todo su corazón.
—Te amo, Toren Greely.
Me besó de nuevo, sonriendo contra mi boca. Luego, antes de que supiera
lo que estaba pasando, estábamos fuera de las escaleras y me tomó en sus
287
brazos, cruzando la habitación hasta la entrada.
—Buenas noches, entrenador —dijo Stevie.
—Que tengan buena noche, señoritas.
—Espera—. Le di una palmada en el hombro a Toren y, cuando se detuvo,
miré a mis compañeras de cuarto. O tal vez necesitaba empezar a llamarlas
amigas—. Gracias.
—Por nada. —Stevie sonrió—. Ahora puedes dejar de preocuparte por andar
a hurtadillas descalza. Tus dedos de los pies deben estar fríos todo el tiempo.
—Le gustan los pies descalzos. —Toren se rio entre dientes mientras dejaba
un beso en mis labios. Luego, con una mano abrió la puerta y me llevó a casa.
EpIlogo
TOREN
Siete meses después…
—Toren, ¿puedo encender estos fuegos artificiales en la calle?
—Toren, ¿tienes más galletas?
—Toren, se te acabó la cerveza.
Tres personas me hablaban a la vez.
Las ignoré a todas y crucé mi patio trasero hacia la hermosa mujer sentada
en el borde del césped, con las piernas estiradas hasta los pies descalzos.
Faith impediría que Beck encendiera fuegos artificiales en la calle. Cabe
hurgaría en la despensa y encontraría el paquete de Oreos que había escondido
288
detrás de las cajas de cereal. Y Parks iría a la tienda a comprar más cerveza.
Mis deberes de anfitrión para esta noche habían terminado. Había asado
hamburguesas. Había colocado juegos de jardín y sillas de campamento. Había
abastecido mis refrigeradores y congeladores con bebidas para mi fiesta anual
del cuatro de julio.
Mi trabajo estaba hecho. Ahora me sentaría junto a Jennsyn y disfrutaría el
resto de la noche con ella en mis brazos.
Las risas y las conversaciones flotaron en la noche mientras las estrellas
comenzaron a aparecer en el cielo cada vez más oscuro. El horizonte todavía
brillaba con los descoloridos rayos anaranjados y amarillos del sol.
Jennsyn estaba recostada sobre sus codos, su cabello rubio ondeaba
mientras se balanceaba al ritmo de la música que habíamos puesto para la fiesta.
Debió haber sentido mi mirada porque se enderezó y se giró para verme pasar
entre grupos de visitantes.
—Hola. —Me dejé caer en el césped detrás de ella, acercándome poco a poco
hasta que mis rodillas estuvieron a horcajadas sobre las de ella y su espalda
descansó contra mi pecho—. ¿Divirtiéndote?
—Sí. —Se acurrucó más profundamente en mis brazos, viendo a lo lejos y
esperando a que comenzara el espectáculo de fuegos artificiales.
Una familiar risa llamó su atención y observó la puerta de al lado, donde
Stevie y Liz estaban hablando.
La fiesta de este año se había apoderado de nuestro césped y del de ellas. Y
ahora que se habían graduado, como Jennsyn, todos podríamos ser simplemente
vecinos. Amigos.
La mayoría de la gente suponía que Jennsyn todavía vivía en la casa de al
lado. No había cambiado su dirección todavía, pero todo lo que poseía estaba
bajo mi techo, nuestro techo.
O sería nuestro, muy pronto. Había un anillo de compromiso en el bolsillo
de mis vaqueros. Antes de que terminara la noche, estaría en su dedo.
—Me alegro de que haya venido tu jefa —le dije—. Fue un placer conocerla.
—Sí. También me alegro de que haya venido.
Jennsyn había aceptado un trabajo en la YMCA local esta primavera
después de graduarse. Habían estado creciendo constantemente durante los
289
pasados diez años y ahora que tenían programas deportivos para jóvenes durante
todo el año, necesitaban una directora de programas deportivos a tiempo
completo.
Le encantaba trabajar con los niños y los entrenadores y, en la mayoría de
los casos, volvía a casa del trabajo con una sonrisa.
Todavía era un puesto nuevo y todavía se estaba adaptando, pero hasta
ahora le encantaba su trabajo. Incluso había logrado conseguirle a Abel un
puesto a tiempo parcial como consejero en un campamento de verano.
Últimamente habíamos pasado mucho tiempo en la granja con Faith y los
chicos. Era nuestro espacio seguro, donde Jennsyn y yo podíamos estar juntos
sin escondernos. Contribuíamos cuando Faith necesitaba una mano extra.
Compartíamos noches de cine y juegos. Íbamos a los juegos, conciertos y obras
de teatro de los chicos. Durante la mayor parte del año, Jennsyn y yo
conducíamos por separado y nos sentábamos en extremos opuestos del gimnasio
o del auditorio. Pero los meses de fingir, de hacer esos sacrificios, habían valido
la pena para llegar hasta aquí.
No todos en el departamento de atletismo sabían todavía de nuestra
relación. Los que sí, pensaban que había empezado a salir con una antigua
alumna en junio de este año.
La mayoría de la gente pensaba que Jennsyn y yo llevábamos un mes de
relación.
En lo que a mí concernía, el mundo podría pensar que nos habíamos
apresurado a comprometernos. Me importaba un carajo.
Habíamos sido bendecidos con unos pocos amigos afortunados que habían
guardado nuestro secreto. Se los habíamos pedido a muchas de esas personas,
y si teníamos que hacerlo todo de nuevo, les pediríamos lo mismo. Pero Jennsyn
y yo finalmente éramos libres de estar juntos. No más esconderse. No más
secretos.
—¿Hablaste con tu mamá? —le pregunté.
—Sí. La llamé antes. —Dejó escapar un largo suspiro—. Estuvo... bien.
Jennsyn le había contado a su mamá sobre mí hoy. Cómo empezamos a
salir y cómo era un poco mayor. Quería darle tiempo a Katy para asimilar las
noticias antes de que volara a visitarnos a finales de este mes.
—Dale tiempo —dije.
Llevábamos meses juntos. El resto del mundo necesitaría tiempo para
290
alcanzarnos. Especialmente Katy.
Todavía se estaba adaptando a conversaciones con Jennsyn que no
incluyeran voleibol. Se sintió frustrada cuando Jennsyn se negó a contarle los
detalles sobre ese entrenador de Stanford.
Lo mismo ocurrió con los reporteros que habían acosado a Jennsyn durante
casi un mes este invierno. Pero ella se mantuvo fuerte y en silencio y, finalmente,
la gente se dio cuenta de que Jennsyn estaba siguiendo con su vida. Lo que había
sucedido en Stanford había terminado.
Por mucho que odiara que hubiera tenido que pasar por todo eso, la terrible
experiencia la había traído aquí. A Montana.
—Te amo —dijo.
—Yo también te amo. —Besé su sien—. ¿Estás decidida a quedarte aquí?
—Sí. Es mi lugar.
—¿Pero qué pasa si quiero llevarte adentro?
Jennsyn dejó escapar una suave risa y luego se soltó de mis brazos. Se
levantó de la hierba y me tendió la mano.
En el momento en que estuve de pie, se puso de puntillas y besó la comisura
de mi boca. Luego entrelazó sus dedos con los míos y me llevó a la casa.
Había jurado no volver a ser anfitrión de esta fiesta. Pero tal vez no fuera
tan mala noche.
Mientras los fuegos artificiales retumbaban sobre Mission, Jennsyn y yo
estábamos encerrados en mi habitación, con las extremidades enredadas
mientras me movía dentro de ella. Su mano, que llevaba un brillante anillo de
diamantes, estaba clavada en la cabecera. Y le di a Jennsyn, al amor de mi vida,
sus propios fuegos artificiales.

291
EpIlogo Adicional
JENNSYN
Toren cruzó la puerta del estadio cargando tantas cajas que apenas podía
ver por encima.
—¿Estás seguro de que no quieres ayuda? —pregunté, siguiéndolo con
Gabriella en mi cadera.
La caja superior se movió, casi resbalándose de la pila, pero logró
estabilizarla antes de que cayera.
—Lo tengo.
Puse los ojos en blanco y me incliné para besar la mejilla de nuestra hija de
tres años, haciéndole cosquillas en el costado para ganarme una sonrisa. Luego
vi por encima del hombro para asegurarme de que Gracie estuviera cerca. 292
—¿Vienes, cariño?
—¡Sí! —Nuestra hija de seis años saltó detrás de mí, la falda rosa brillante
que había insistido en usar hoy sobre sus pantalones cortos rebotaba tan
salvajemente como su rubia cola de caballo. La falda contrastaba horriblemente
con su camiseta de los Wildcats, pero como hoy todo era diversión, no la había
obligado a cambiarse.
En el momento en que estuvimos en el césped, Gabriella se retorció.
—¿Ahora puedo irme?
—Sí. Diviértete cariño. —La besé de nuevo antes de dejarla en el suelo.
Cruzó el campo a toda velocidad. Gabriella corría como Toren, moviendo los
brazos y con la barbilla doblada. Era una fuerza, mi pequeña, terca y fuerte. Pero
su lado dulce me hacía derretirme todos los días.
Tan pronto como Gracie se dio cuenta de que su hermana estaba libre, pasó
volando junto a mí con una risita y revoloteó por el campo. Bailaba más que
corría, siempre con los dedos de los pies como si estuviera a segundos de flotar
hacia el cielo. Gracie era tímida y suave. Pero cuando se proponía algo, era tan
inamovible como su hermana.
Ya había un puñado de otros niños persiguiéndose, así que dejé que las
niñas corrieran mientras me unía a Toren al margen. Él empezó a abrir cajas,
cada una repleta de camisetas.
Había estado burlándome de él durante semanas diciéndole que se había
excedido con la preparación para un juego que se suponía sería divertido para
formar equipos y una oportunidad para que el cuerpo técnico disfrutara de un
sábado juntos.
Abrí la boca, a punto de pincharlo de nuevo, pero entonces miré hacia la
banda y vi a Ford.
Estaba pasando un palo negro por la cara de su hijo y tenía una pizarra
para dibujar jugadas debajo del brazo.
—Pensé que era simplemente divertido e informal.
—Es divertido e informal. —Toren me sonrió y luego comenzó a sacar las
camisetas personalizadas que había hecho para hoy.
293
De una caja sacó las camisetas de su equipo. Greely’s Grid Irons estaba
estampado sobre algodón rosa, el color elegido por Gracie.
En otra caja, las camisetas eran amarillas para los End Zoners de Ford:
Ellis.
Era el segundo año de este juego de tocho para los entrenadores de los
Wildcats y sus familias. A Ford se le ocurrió la idea el año pasado como una
forma de invitar a su personal a una actividad de formación de equipos e invitar
a sus seres queridos a participar.
No pude asistir al partido del año pasado. Mamá había estado de visita en
la ciudad y en su lugar habíamos llevado a las niñas al cine. Pero había oído
todos los detalles al respecto, una y otra vez. El equipo de Toren había perdido
por un touchdown y este año estaba decidido a ganar.
—Hola, chicos. —Millie se acercó y me dio un abrazo mientras sus hijos
pasaban velozmente junto a nosotros para unirse a Ford—. ¿Están listos para
esto?
—Eh... —Debería haber sido una respuesta fácil. Pero cuando Rush Ramsey
y Maverick Houston pasaron corriendo junto a nosotros haciendo rodillas en alto
para calentar para el juego, comencé a dudar de mí misma—. Se pondrá intenso,
¿no?
Jack, el mayor de Millie y Ford, apareció al lado de su madre y le tendió la
mano.
—Necesito mi protector bucal.
—Oh. Aquí tienes. —Millie lo sacó del bolsillo y se lo puso en la palma.
—No traje protectores bucales para las chicas —dije mientras él corría para
alcanzar a Rush y a Maverick.
—Yo tengo. —Toren levantó dos cajas de plástico transparente con
protectores bucales rosas en su interior. Ambos parecían haber sido moldeados
a los dientes de nuestras hijas.
—¿Cuándo hiciste eso?
—Después del desayuno mientras estabas en la ducha.
—Ah. Bien.
—Tengo uno para ti también si lo quieres. —Se puso de pie y me dio un beso
en la sien. 294

—¿Necesito uno? ¿Qué tan difícil se pondrá esto?


—Depende del puntaje. —Se encogió de hombros y luego se acercó a Ford
para estrecharle la mano.
—No te preocupes —dijo Millie—. Es muy divertido.
Menos mal que había pasado los últimos ocho años aprendiendo sobre
fútbol de la mano de Toren. Porque mientras el resto de los entrenadores, sus
esposas e hijos se unían para discutir las reglas, si no hubiera entendido el juego,
habría estado completamente perdida.
—¿Todos están bien con las reglas? —preguntó Ford, y todos asintieron—.
Está bien. Escojamos equipos. Ganamos el año pasado, así que podré elegir
primero. Y elijo a Jennsyn.
—Espera. ¿Qué? —Miré hacia la camisa rosa de Greely's Grid Irons que ya
me había puesto.
—Estás con el amarillo. —Ford le dirigió su sonrisa a Toren.
Mi marido ya me había advertido que elegiría a Millie primero. Tradición.
Intenté no tomarlo como algo personal.
No pasó mucho tiempo antes de que se eligieran los equipos, y cuando Ford
me llevó a su grupo, dándome una camiseta amarilla para usar en lugar de la
rosa, me di cuenta por la charla de que sus equipos eran casi idénticos a como
habían sido el año anterior.
—¿Por qué elegir equipos si son iguales? —le pregunté a Ford.
—Toren te habría tomado, pero necesitamos tu velocidad. Serás la única que
podrá atrapar a Millie si se libera.
—Oooh. —Mi corazón se hinchó—. ¿Así que no me elegiste simplemente para
irritar a Toren?
—Bueno, por eso también.
Me reí y me cambié la camiseta, luego me aseguré de que las niñas
estuvieran felices de sus lugares al margen. Ambas mordían sus protectores
bucales mientras agitaban los pompones rosas que Toren les había comprado
antes.
Mis adorables animadoras.
Les encantaba correr, bailar, jugar fútbol y pelear con Toren en nuestra sala 295
de estar. La forma en que las adoraba me robaba el aliento todos los días. La
forma en que me amaba también lo hacía.
Los tres eran mi sueño.
Hace años, cuando buscaba algo propio, pensé que vendría en forma de una
carrera o de un logro. Pero resultó que mi sueño era un ardiente hombre que
vestía una camisa rosa y untaba una sustancia negra debajo de los ojos en las
caras de dos niñas.
—¿Lista? —preguntó Ford mientras caminábamos hacia el centro del
campo.
Una descarga de adrenalina se disparó.
—Lista.
El partido fue un torbellino. Cometí innumerables errores. Pasé demasiado
tiempo bromeando con las otras esposas. Dejé que mi boca se volviera loca
cuando la charla basura comenzó a volar. Era un juego diferente a todo lo que
había tenido antes.
Y cuando terminó, cuando el equipo de Toren venció al nuestro por un
touchdown, sonreí tanto que me dolió.
—¿Te divertiste? —preguntó Toren mientras lo ayudaba a empacar las
camisetas extra y las banderas verde neón.
—Sí. —Le dejé un beso en la boca—. ¿Podemos volver a hacer esto el año
que viene?
Se rio entre dientes.
—Absolutamente.

FIN

296
Rally
(Treasure State Wildcats # 3)

297

Embarazada. Sin casa. En bancarrota.


No era lo que esperaba para mi último año en la universidad. Rush Ramsey
tampoco. Nos conocimos el día que fui a acampar y quedé varada al costado de
un camino de grava. No creía en los caballeros blancos que liberaban a damiselas
en apuros. La vida me había enseñado que si algo malo podía pasar,
probablemente sucedería. La única persona que me salvaría era yo, pero Rush
Ramsey me rescató ese día. Fue dulce, amable y encantador.
Hizo que una oscura y estrellada noche fuera un poco menos solitaria.
Debería haberme dado cuenta de que era demasiado bueno para ser verdad. Que
una increíble noche de pasión vendría con consecuencias. Que la montaña rusa
de mala suerte en la que había estado subiendo durante veintiún años no estaba
lista para detenerse. Porque Rush Ramsey, el soltero más codiciado y
extraordinario mariscal de campo de la Treasure State University, acababa de
embarazarme.
Devney Perry

Devney es una autora superventas del


USA Today que vive en Washington con su
marido y sus dos hijos. Nacida y criada en
Montana, le encanta escribir libros
ambientados en su preciado estado natal.
Después de trabajar en la industria
tecnológica durante casi una década,
abandonó las reuniones y los horarios de los
proyectos para disfrutar del más lento ritmo
de estar en casa con su familia. Escribir un
libro, sin contar varios, no era algo que 298
esperara hacer. Pero ahora que ha
descubierto su verdadera pasión por la escribir romance, no tiene planes de parar
nunca.
299

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