02 Blitz - Devney Perry
02 Blitz - Devney Perry
02 Blitz - Devney Perry
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¡Cuidémonos! 3
Creditos
Traducción
Nelly Vanessa
Corrección
Nanis
4
Diseño
Dabria Rose
Indice
IMPORTANTE ....................................................................................................................................... 3
Creditos ............................................................................................................................................... 4
Sinopsis................................................................................................................................................ 7
1........................................................................................................................................................... 8
2......................................................................................................................................................... 21
3......................................................................................................................................................... 33
4......................................................................................................................................................... 43
5......................................................................................................................................................... 57
6......................................................................................................................................................... 70
5
7......................................................................................................................................................... 82
8......................................................................................................................................................... 96
9....................................................................................................................................................... 108
10..................................................................................................................................................... 116
11..................................................................................................................................................... 128
12..................................................................................................................................................... 139
13..................................................................................................................................................... 149
14..................................................................................................................................................... 160
15..................................................................................................................................................... 166
16..................................................................................................................................................... 176
17..................................................................................................................................................... 186
18..................................................................................................................................................... 197
19..................................................................................................................................................... 207
20..................................................................................................................................................... 216
21..................................................................................................................................................... 220
22..................................................................................................................................................... 229
23..................................................................................................................................................... 235
24..................................................................................................................................................... 245
25..................................................................................................................................................... 255
26..................................................................................................................................................... 263
27..................................................................................................................................................... 271
28..................................................................................................................................................... 277
Epílogo............................................................................................................................................. 288
Epílogo Adicional ............................................................................................................................. 292
Rally ................................................................................................................................................. 297
Devney Perry ................................................................................................................................... 298
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Sinopsis
Un entrenador. Una estudiante. Las reglas eran claras. Las rompimos de
todos modos.
La noche que conocí a Toren Greely fue la noche que aprendí a mentir. Era
entrenador de fútbol de la Treasure State. Yo era la estrella del equipo de voleibol.
Los entrenadores y las estudiantes estaban prohibidos. Mi futuro estaba en
juego, así que me dije que solo sería una noche.
Fue la primera mentira. Después de eso, se volvieron más fáciles de decir.
Las líneas se desdibujaron. Los límites cambiaron. Nuestra relación se convirtió
en un juego en sí mismo.
Una casta sonrisa. Una mirada cómplice. Un toque velado o un callado beso.
Nos escondimos a plena vista. Éramos invencibles. O eso pensábamos. Ninguno
vio venir el bombardeo hasta que fue demasiado tarde.
7
Juego terminado. La noche que dejé a Toren Greely fue la noche que aprendí
a perder.
1
TOREN
Toren. Toren. Toren. Tres personas me hablaron a la vez.
—Toren, este balón de fútbol es plano. ¿Dónde está la bomba de aire?
—Toren, ¿tienes más cerveza?
—Toren, por favor, ¿puedo ver los fuegos artificiales desde el techo?
Nunca más. Era el último año que organizaba una fiesta del 4 de julio.
Aunque había tenido el mismo pensamiento el año pasado. Y el año anterior. Y
el año anterior a ese.
Sin embargo, aquí estaba otra vez, recibiendo a una multitud de personas
apiñadas en mi casa y en mi patio trasero.
8
¿Alguien me extrañaría si me escondiera en mi habitación por el resto de la
noche? Probablemente. Alguien tenía que responder las preguntas.
Entonces comencé con la primera. El fútbol.
—La bomba está en el cajón superior de la caja de herramientas del garaje
—le dije a Abel, mi primo de dieciséis años, quien sostenía el plano balón de
fútbol en sus manos.
—Está bien. —Se fue corriendo hacia el garaje con una corriente de
adolescentes de todo el vecindario pisándole los talones.
Siguiente pregunta. La cerveza.
—¿Revisaste los refrigeradores en el garaje? —le pregunté a Parks, un
compañero entrenador y amigo del trabajo—. Los tres estaban llenos.
—Sí, lo comprobé. Pero están casi vacíos, hombre.
—¿En serio? —Miré a mi alrededor. ¿Qué demonios?
Las seis cajas de cerveza que había comprado deberían haber sido más que
suficientes para durar hasta que terminara el espectáculo de fuegos artificiales.
Era más de lo que había comprado el año pasado. Excepto que esta noche parecía
haber muchos más asistentes a la fiesta que en años anteriores.
Escaneé las caras en mi jardín. Por cada persona conocida, había dos
desconocidos.
—¿Quiénes son todas esas personas?
Parks se encogió de hombros.
—Pensé que los conocías.
—No a todo el mundo. —Me froté la mandíbula con una mano y la incipiente
barba me rascó la palma porque había estado tan ocupado preparándome para
esta fiesta que no me había molestado en afeitarme esta mañana.
—Supuse que habías ampliado la lista de invitados —dijo.
Me burlé.
—En primer lugar, no quería tener esta fiesta.
—¿Qué? Esta fiesta es una tradición.
Fue exactamente lo que mi tía había dicho cuando le dije que dudaba en
volver a organizar la juerga. Pero sugirió tenerla un año más. Dado el drama en
el trabajo últimamente y el escándalo que había sacudido al departamento
deportivo de los Treasure State Wildcats esta primavera, había pensado que este 9
tipo de tradiciones podrían ser una buena manera para que todos volviéramos a
la normalidad.
Excepto que esta fiesta no era normal comparada con las de los tres años
pasados. Se suponía que esta noche sería una barbacoa para familiares,
compañeros de trabajo, amigos cercanos y algunos vecinos. ¿De dónde habían
salido todos los demás?
—No estoy muy entusiasmado con la cantidad de caras extrañas —le dije a
Parks, bajando la voz—. Especialmente si la gente bebe tanto que ya se acabó la
cerveza. No necesitamos problemas esta noche.
—No bromeas —murmuró Parks—. Al menos no tuviste que invitar al Idiota
este año.
Me reí.
—Cierto.
Nuestro jefe (antiguo jefe) acababa de aterrizar en la tabla de cortar. Ni Parks
ni yo queríamos ser los siguientes en la fila detrás del Idiota; ninguno usaba el
nombre de nuestro exjefe ahora que se había ido.
Por supuesto, había estado organizando fiestas para jugadores de fútbol
menores de edad, no para adultos de mi vecindario local. Aun así, con cada cara
nueva que aparecía en mi jardín, cuestionaba mi decisión de ser anfitrión. El
objetivo este año era mantener la cabeza gacha, concentrarnos en el fútbol y no
hacer nada que lo jodiera todo.
Con un poco de suerte, contratarían a Ford Ellis como nuestro nuevo
entrenador de fútbol y nos ayudaría a superar el escándalo del Idiota. Ford era
mi amigo cercano de la universidad y, aunque se mantenía en secreto, lo estaban
considerando para el puesto. La única razón por la que lo sabía era porque lo
había recomendado en primer lugar.
—¿Quieres que eche a la gente? —Parks O'Haire era un buen amigo. Lo
haría sin dudarlo si le diera el visto bueno.
—Estoy seguro de que todo estará bien. Si sacamos a la gente, sólo
provocaremos drama. Pero no agregaremos más alcohol. Tal vez como la cerveza
casi se acaba, la gente se irá a casa.
—¿Como yo? —bromeó.
Me reí.
10
—Hay cerveza en el refrigerador del garaje. ¿Buscaste allí?
—No. Pensé que estaba prohibido.
—No. Ve por ella.
—Gracias. —Me dio una palmada en el hombro y luego pasó a mi lado hacia
el garaje.
Dejándome responder a la tercera pregunta. Los fuegos artificiales en el
tejado.
Puse las manos en mis caderas, viendo a Dane, de siete años, mientras me
observaba con ojos suplicantes de color verde grisáceo. Eran del mismo tono que
los míos. Cada uno de mis primos tenía esos ojos.
También los habían tenido mi padre y mi tío, y habían pasado la herencia a
sus hijos.
—Quieres ver los fuegos artificiales desde el techo.
—Por favor, por favor, Tor. —Dane juntó las manos delante de la barbilla.
El hecho de que hubiera esperado pacientemente mientras hablaba con Parks
era una señal de su desesperación.
—¿Cuál crees que será la respuesta a esa pregunta?
Se encogió de hombros.
—¿Sí?
Me reí.
—¿Le preguntaste a tu mamá?
Otro encogimiento de hombros. Significaba que sí, que le había preguntado
a Faith. Y que había dicho absolutamente que no.
—Lo siento, amigo. No puedes ver los fuegos artificiales desde el tejado. Es
muy peligroso.
—Maldita sea —gimió cuando la sonrisa en su rostro desapareció—.
Entonces nunca podré verlos. Hay demasiada gente aquí.
No se equivocaba. Había demasiada gente.
—Simplemente ve a apartar tu lugar en el borde del césped. Los fuegos
artificiales tienen lugar en el cielo. Consigue un buen lugar y estarás bien.
—No me gusta sentarme en el césped. Me pica. —La mirada que me envió
fue letal. Y adorable.
Me agaché frente a él, tratando de no reírme. 11
20
2
TOREN
Parks llamó a mi puerta abierta y asomó la cabeza en mi oficina.
—¿Ya lo viste?
—Aún no. —Era la misma respuesta que le había dado las pasadas cuatro
veces que había comprobado si había visto a Ford.
Hoy, Ford comenzaba como entrenador en jefe de fútbol de los Treasure
State Wildcats. Me había enviado un mensaje de texto cuando llegó a la casa de
campo antes, antes de ir a una reunión con Kurt, el director atlético. Estaba en
algún lugar del edificio. Simplemente no lo había visto todavía.
Parks entró, frunció el ceño mientras bajaba la voz.
—¿Qué piensas que sucederá? 21
32
3
JENNSYN
En el momento en que Toren salió de la puerta, me lancé a su casa para
perderme de vista.
Esto es malo. Es tan, tan malo.
—No jodas —murmuró.
—Oh. —Ups. No había querido decir eso en voz alta.
Mi corazón latía aceleradamente y mi cabeza daba vueltas. Probablemente
no sería el primer pensamiento en escapar sin permiso y no había ninguna
posibilidad de que actuara tan bien.
—Está bien, entonces me estoy volviendo loca. —Caminé por la entrada y
entré al espacio abierto mientras me presionaba las mejillas con las manos. 33
Habían estado acaloradas y sonrojadas desde ese encuentro en la casa de campo.
Toren se pasó una mano por su suave cabello castaño mientras me seguía
a la sala de estar.
—Tomemos esto una cosa a la vez. ¿Le dijiste a alguien que nosotros, eh...?
¿Qué tuve sexo cinco veces en una noche?
—No.
—Oh, gracias a Dios. —Su suspiro llenó toda la casa.
—¿Acaso lo hiciste tú?
Negó con la cabeza.
—No.
Uf. Mi exhalación fue tan fuerte como la suya.
Eso era bueno. El secreto era nuestra única esperanza. No teníamos otras
opciones. Entonces, ¿por qué había una punzada de irritación debajo de mi
alivio?
—¿Realmente no se lo dijiste a nadie? —pregunté.
Asintió.
—En verdad.
—Eh.
Era algo bueno, ¿verdad? Si hubiera hablado de nuestra noche, entonces
estaríamos metidos en una mierda. Bueno, en una mierda más profunda de la
que ya estábamos.
Yo no se lo había dicho a nadie porque realmente no conocía a nadie más
que a mis compañeras de cuarto. Y considerando que habíamos sido compañeras
de cuarto por solo dos semanas, no estábamos exactamente en la fase de
compartir detalles sobre nuestras conexiones.
Pero Toren vivía aquí. Tenía muchos amigos, a juzgar por la gran cantidad
de personas que había invitado a la fiesta del día cuatro. ¿Realmente no se había
divertido suficiente como para mencionar que había tenido sexo cinco veces en
una noche?
—¿Por qué no? —le pregunté.
Parpadeó. Fue un parpadeo lento, como si estuviera rebobinando
mentalmente los últimos dos segundos. 34
Estaba segura de que diría que había sido el mejor. Pero me gustó que no lo
hubiera hecho. Su respuesta fue honesta. Humilde. Real. Hizo que me gustara
mucho más.
Quizás esta aleatoria sesión de preguntas y respuestas fue una mala idea.
—¿Qué tipo de música te gusta? —Mientras no dijera country.
—Country.
Bueno, mierda. Supongo que debería haberlo visto venir. Estábamos en
Montana. No es que hubiera tenido muchos, pero a todos mis novios anteriores
les gustaba el hip-hop y el rap. Aunque a Christian le gustaba el rock alternativo.
Cada vez que ponía música country en mi auto, bajaba el volumen.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunté.
—Treinta y tres.
Dejé de caminar.
—¿Treinta y tres? No. No, no es cierto.
No parecía tener treinta y tres años. Parecía tener veintitantos años.
Oh Dios. Era doce años mayor. Doce.
—Viejo, ¿verdad? —bromeó.
Tragué fuerte.
—Tengo veintiún años.
Se frotó la cara con ambas manos.
—Yo, eh, me di cuenta de eso ayer.
La diferencia de edad debería haber sido aleccionadora. Debería ser el
detalle que había estado buscando para hacerme salir corriendo de su casa.
Excepto... que no me importaba.
Me debería importar. ¿Por qué no me importaba?
Doce años era una gran diferencia. Excepto que yo era adulta. Él era adulto.
Y simplemente no me importaba que tuviera treinta y tres años. Ni siquiera un
poquito.
No estaba funcionando. ¿Por qué no estaba funcionando?
—¿Películas favoritas? —pregunté mientras caminaba hacia el mueble del
televisor contra la pared, arrodillándome para abrirlo. Con un poco de suerte,
tendría un montón de pornografía y sería tan asqueroso y cliché que me iría a 53
casa con un sabor amargo en la boca.
—Jennsyn, no…
El gabinete estaba lleno de DVD’s, tantos que un puñado se desbordó por
la puerta abierta. Excepto que no era porno barato.
Recogí tres películas del suelo y revisé las cajas.
—Pretty in Pinck. Karate Kid. Days of Thunder.
Refunfuñó algo desde la cocina, pero estaba demasiado ocupada
escaneando títulos.
—Esperaba deportes. —No películas de los años ochenta y noventa.
Toren se cruzó de brazos y miró al suelo, pero no antes de que notara el
ligero sonrojo que se apoderó de sus mejillas. Se veía… ¿tímido?
Por supuesto que también era sexy.
Tomé las tres películas en mi mano y me puse de pie, cerrando el gabinete.
Luego me acerqué y lo saludé con los DVD.
—Los necesito para fines de investigación.
—¿Qué quieres decir con investigación?
—Si no me gustan las películas, probablemente no me gustarás tú.
Parpadeó.
—¿Eh?
Bien, no era exactamente una sólida lógica, pero me agarraría a un clavo
ardiendo.
—Vale la pena un tiro.
Abrió la boca pero la cerró con un audible chasquido de dientes.
Esperen. ¿Y si me gustaban las películas?
¿Era lo que iba a preguntar? Probablemente. Uf.
—Sigue siendo extraño.
—Sí. —Su cabello era un desastre, erizado en todos los ángulos.
Agarré las películas con más fuerza para evitar que mis dedos quitaran una
errante pieza de su sien.
—¿Te arrepientes? ¿De la fiesta?
—No —murmuró, centrándose en mi boca. 54
—Yo tampoco —susurré. Por el bien de ambos, me alejé un paso—. Adiós,
Toren.
No se movió mientras me dirigía hacia la puerta principal.
—Adiós, Jennsyn.
LA FIESTA
TOREN
—El piso está un poco sucio —le advertí a Jennsyn mientras abría la puerta
que conducía al garaje—. ¿Quieres un par de zapatos?
—Estoy bien. —Pasó a mi lado y bajó la única escalera hasta el frío suelo de
cemento, luego se miró los dedos de los pies descalzos—. ¿Te molesta? A algunas
personas no les gustan los pies descalzos.
—No. —Yo también caminaba descalzo a menudo.
—Odio los calcetines —dijo mientras se dirigía al refrigerador—. Pero no me
gusta usar zapatos sin calcetines. Es una peculiaridad. En cualquier oportunidad
que tengo, me salto ambas cosas.
—¿Por qué no te gustan los calcetines?
—Son como camisas de fuerza para los dedos de los pies. —Se encogió de
hombros y abrió la puerta del refrigerador del garaje.
—Parece que necesitas calcetines más grandes.
—Tal vez. —Se rio y se inclinó para inspeccionar los estantes—. Bueno, si
alguna vez te quedas sin espacio para tus botellas de cátsup, aquí tienes mucho
espacio para expandirte.
—¿Eh? —No podía ser correcto. Aunque Parks hubiera tomado unas cuantas
cervezas, el refrigerador estaba lleno.
Crucé el garaje y me paré al lado de Jennsyn para ver sobre su hombro. Una
ráfaga de aire frío me golpeó la cara cuando miré el refrigerador... el refrigerador
estaba vacío. Al parecer mis nuevos vecinos habían tenido sed.
—Bastardos —murmuré—. Incluso se bebieron todo mi Dr. Pepper.
Jennsyn apretó los labios para ocultar una sonrisa.
—Estaba lleno antes. —Color codificado por arcoíris. Coca-Cola, Fanta, Squirt, 55
Mountain Dew y Bud Light. A veces, elegía un paquete de seis basándome
únicamente en la lata, solo para agregarle un color diferente a los estantes.
De hecho. Tal vez era bueno que Jennsyn no viera el refrigerador del garaje
en su estado normal.
—No importa. —Cerré la puerta y la encaré, esperando que no fuera el final
de nuestra noche.
Se puso de puntillas y escudriñó el garaje. En el momento en que su mirada
se posó en mi camioneta, ladeó la cabeza hacia un lado.
—Necesitas un lavado de autos.
Mi Tundra plateada era casi una camioneta de dos tonos en ese momento,
considerando el barro y la tierra adheridos a la mitad inferior.
—No estás equivocada.
Un adorable pliegue se formó entre sus cejas.
—¿Qué? —pregunté.
—Estoy tratando de descifrar al hombre con un refrigerador como el tuyo y un
camioneta como esta.
Me reí.
—Y yo estoy tratando de descubrir a la mujer descalza que ayuda a limpiar
una fiesta para un chico que acaba de conocer.
La sonrisa de Jennsyn fue más brillante que cualquiera de los fuegos
artificiales de esta noche.
Mi corazón se detuvo. De nuevo.
Infiernos. Toda esta fiesta podría haber valido la pena. Por conocerla, dejaría
que mis amigos y extraños limpiaran mi reserva de bebidas todos los putos días.
—¿Algún otro refrigerador que deba conocer? —preguntó.
—Tengo un mini refrigerador en el sótano junto a la mesa de billar.
Tarareó, todavía viendo mi camioneta sucia. Luego se puso de puntillas y
pasó a mi lado. El dorso de su mano rozó mis nudillos cuando caminó a mi lado
hacia la puerta, y ese breve toque fue como un rayo.
—Está bien. Veamos ese mini refri.
—Lo tienes. 56
5
TOREN
Los aromas a caucho, metal y hormigón me recibieron cuando abrí la puerta
de acero de la sala de pesas de la casa de campo. Las luces parpadearon con el
movimiento, iluminando el espacio.
Gruesas esteras cubrían secciones del suelo. Las máquinas de pesas y los
estantes plateados brillaban bajo las fluorescentes bombillas. El logo de Wildcat,
pintado del azul real oficial de la escuela, era mi único compañero esta mañana.
Era temprano, no eran ni siquiera las seis. Normalmente, guardaba mis
entrenamientos para la hora del almuerzo. Me unía a los otros entrenadores para
levantar pesas alrededor del mediodía. Pero llegar al campo al amanecer era
aparentemente mi nueva rutina. No sólo garantizaba que el gimnasio estaría
vacío y tranquilo, sino que también me daba una razón para escapar de mi casa. 57
O… de la casa de la vecina.
¿Cómo fue que había pasado dos semanas enteras después de la fiesta sin
siquiera ver a Jennsyn? Sin embargo, ahora que sabía dónde vivía, parecía que
no podía evitarla.
Ayer estaba en mi oficina, pagando algunas cuentas, cuando levanté la vista
y la vi cruzar la calle en busca de los buzones. Había vuelto a estar descalza y
caminando de puntillas.
El día anterior, había recorrido mi camino de entrada en el mismo momento
en que estaba sacando su elegante BMW negro del suyo.
El día anterior, me levanté temprano para salir a correr, planeando saltarme
el gimnasio para variar, solo para abrir la puerta justo cuando pasaba corriendo.
Sus largas piernas habían devorado la acera hasta que saltó y desapareció
alrededor de la cuadra.
Me fui inmediatamente al campus.
Habían pasado diez días desde que entró en mi casa y me dijo que era
misterioso. Diez días desde que me pidió que arruinara ese misterio. Diez días
desde que robó algunas de mis antiguas películas. Y en esos diez días, se había
robado cada uno de mis errantes pensamientos.
La única vez que logré dejarla en el fondo de mi mente era cuando estaba
haciendo ejercicio o trabajando. Así que había estado pasando más tiempo en mi
oficina y en esta sala de pesas, llevando mi cuerpo al extremo con la esperanza
de que, más temprano que tarde, Jennsyn Bell se desvaneciera en un recuerdo.
Saqué mis auriculares del bolsillo de mis pantalones cortos y los ajusté bien
antes de poner algo de música. Luego dejé mi botella de agua y mi teléfono en un
banco antes de subirme a una máquina elíptica para calentar.
Después de quince minutos con la resistencia al máximo, el sudor me corría
por las sienes mientras limpiaba la máquina. Metí la mano detrás de mi cabeza
y agarré el algodón de mi camiseta para quitármela. En el momento en que estuvo
libre, la puerta se abrió.
Mi palpitante corazón se detuvo en seco.
Jennsyn entró en la habitación con unos auriculares blancos firmemente
colocados en sus oídos. Sus ojos azules estaban fijos en su teléfono mientras sus
dedos volaban por la pantalla. Gruñó ante cualquier cosa que escribió. Con un 58
fuerte golpe, envió su mensaje y miró hacia arriba.
Se detuvo resbalando cuando me vio. Sus ojos se ampliaron.
Mierda. ¿Qué había pasado con sus carreras matutinas?
Cada atleta tenía un código para entrar a la cancha fuera de horario.
Queríamos que este lugar fuera utilizado por los jugadores y por el personal. Que
fuera visto como una especie de santuario. Si un estudiante quería hacer ejercicio
en horas extrañas, era su lugar. No queríamos que se unieran al gimnasio de la
ciudad abierto las veinticuatro horas o que usaran el gimnasio del campus que
estaba abierto a todos los estudiantes y que a menudo estaba abarrotado.
Siempre abogué porque los jugadores tuvieran acceso. Excepto que Jennsyn
y yo nos vimos fijamente, ambos inmóviles, tal vez había sido un error. Tal vez
necesitaba encontrar un lugar de fitness abierto las veinticuatro horas. La idea
de utilizar equipo barato me hacía temblar, pero podría ser mi única opción hasta
que esta tensión e incomodidad pudieran pasar.
Evitarse uno al otro era imposible. Si bien los equipos de fútbol y voleibol
no solían asistir a los mismos eventos, todos compartíamos este edificio. Todos
compartíamos esta sala de pesas y estos pasillos.
Y maldita sea, vivía en la casa de al lado.
Usé mi camiseta para limpiarme el sudor de la cara, luego me saqué un
auricular mientras ella hacía lo mismo.
—Hola.
—Hola. Lo siento. —Me frunció el ceño exageradamente—. No me di cuenta
de que habría alguien aquí.
—Está bien. —La descarté con la mano.
No estaba bien. Nada estaba bien.
Era estudiante. Sólo tenía veintiún años, demasiado joven. Excepto que
entraba en una habitación y cada célula de mi ser se sintonizaba con su
frecuencia.
Jennsyn estaba vestida con ceñidas mallas negras que abrazaban los
tonificados músculos de sus muslos y pantorrillas. No dejaban absolutamente
nada a la imaginación. No es que necesitara imaginar algo.
El recuerdo de ella desnuda en mi cama hace casi un mes estaba tan fresco
como si hubiera sucedido anoche.
Llevaba un sujetador deportivo negro y tenía el estómago desnudo. Lamí 59
casi cada centímetro de ese estómago mientras bajaba hasta la sensible carne
entre sus muslos.
Mi pene se movió. Maldita sea.
—¿No entrenarás con el equipo de voleibol? —pregunté, aclarándome la
garganta.
—Más tarde. —Se encogió de hombros—. Me gusta hacer mi propio ejercicio
todas las mañanas.
Luego se uniría al cuerpo técnico y a otros jugadores para al menos dos
programas más de entrenamiento con pesas y acondicionamiento, además de dos
prácticas.
El final de julio significaba que los equipos deportivos de otoño estaban en
pleno apogeo de pretemporada. El equipo de fútbol estaba aquí seis horas al día.
Sólo unos pocos de mis mejores jugadores agregarían sus propios
entrenamientos autoimpuestos.
Jennsyn volvió a colocarse el auricular en su lugar y luego cruzó el gimnasio
hasta la pared del fondo. Sacó una cuerda para saltar del gancho, luego se dirigió
a un espacio abierto y comenzó a moverse.
Yo me dirigí a la fila de bastidores de potencia, planeando un levantamiento
de la parte superior del cuerpo, concentrándome en mis hombros. Debería haber
tomado menos de un minuto configurar un press con barra de pie. Pero cada
pocos segundos, veía a Jennsyn, todavía saltando.
Llevaba el cabello recogido en una cola de caballo y la punta se balanceaba
mientras se movía. Su juego de pies era rápido y elegante. Se mantenía liviana
sobre las puntas de sus pies mientras sus muñecas hacían girar la cuerda una
y otra vez.
Parecía que no podía apartar los ojos de ella, pero veía al frente, la imagen
concentrada.
Se me secó la boca.
Era deslumbrante cuando sonreía. Absolutamente preciosa. ¿Pero así?
¿Seria y encerrada en la zona? El mundo se redujo hasta que sólo quedaron
Jennsyn y el constante tictac de la cuerda mientras golpeaba el suelo.
Un rubor subió a sus mejillas. El sudor brillaba en su piel. Si notó que la
estaba mirando, ni siquiera parpadeó en mi dirección.
60
¿Habría desaparecido mi misterio? Tal vez había aprendido suficiente sobre
mí como para arruinar la ilusión. En los pasados diez días, mientras estaba
desesperado por olvidarla, había logrado hacer lo que yo no pude.
Picaba. Toda esta maldita situación ardía. Pero si había logrado olvidar la
noche de la fiesta, bueno... seguiría intentándolo hasta poder decir lo mismo.
Así que aparté la mirada y me puse a trabajar, concentrándome en el ardor
de mis músculos mientras los empujaba cada vez más fuerte. Con cada
repetición, cada movimiento, esperaba que Jennsyn desapareciera en un
segundo plano junto con todo lo demás en la habitación.
Bien podría haberle pedido al sol que dejara de brillar.
Mi mirada se fijaba en ella cada vez que se movía por la habitación. Hasta
que finalmente, después de casi una hora, se movió a las colchonetas de la
esquina para estirarse.
Separó los pies a la altura de los hombros y se dobló por la cintura, doblando
su largo y delgado cuerpo por la mitad.
Antes de que pudiera empezar a babear sobre su trasero, fui a una barra de
dominadas montada en la pared. Con un rápido salto, me quedé colgando por
un momento, cruzando los tobillos. Luego llegué a los cincuenta, arriba y abajo,
arriba y abajo. Cuando me dejé caer y me giré, con los brazos en llamas, un par
de deslumbrantes ojos azules me estaban esperando.
Jennsyn apretó los labios para ocultar una sonrisa.
Entonces…
No era el único que veía hoy.
Gracias, joder. Sí, lo hacía más complicado si ambos estábamos peleando.
Pero si esta atracción era mutua, al menos no era el viejo asqueroso que se
acercaba a ella mientras intentaba seguir adelante.
Se sacó un auricular mientras su mirada recorría mi pecho desnudo. Su
lengua salió disparada para lamer su labio inferior.
La sangre corrió a mi pene. Gemí, pasando una mano por mi cara mientras
soltaba una carcajada. No debería ser gracioso. Era parecido a una tortura.
—Joder, Jennsyn.
—Lo siento. —Se rio—. Sigue siendo extraño.
Extraño. Seguía usando esa palabra.
61
Quedaba. Algo así. Doloroso hubiera sido mi elección.
Era muy doloroso intentar sacarla de mi mente. Era doloroso cada vez que
recordaba que era estudiante. De todos modos, era doloroso lo mucho que la
deseaba.
Abrió la boca para decir algo, pero antes de que pudiera hablar, la puerta se
abrió y dos chicos del equipo de baloncesto entraron.
—Hola, entrenador. —Uno levantó la barbilla hacia mí.
Los ojos del otro se fijaron en Jennsyn, una sonrisa se extendió por su boca
mientras su mirada recorría su cuerpo, de pies a cabeza.
Idiota.
—Buenos días —dije, más fuerte y agudo de lo necesario.
La atención del otro chico se dirigió hacia mí, parpadeando como si acabara
de darse cuenta de que estaba aquí.
—Buenos días, entrenador.
Caminé hacia el banco donde antes había dejado mi teléfono y mi camiseta,
secándome la cara nuevamente antes de beber agua.
A medida que los chicos se adentraban más en la habitación, Jennsyn se
dirigió hacia la puerta, con el rostro inexpresivo y la barbilla en alto. Los idiotas
observaron cada paso de ella, prácticamente babeando.
O tal vez era el idiota que pensaba que tenía algún tipo de derecho sobre esa
belleza.
Mi rutina generalmente incluía abdominales y estiramientos, pero
necesitaba un poco de aire fresco, así que me dirigí al pasillo, sin permitirme
buscar por dónde había ido Jennsyn. Recogí mi ropa para el día en mi oficina y
luego me metí en el vestuario para darme una ducha.
Una ducha fría.
*
El fútbol era mi concentración. El fútbol era mi salvación. Desde el momento
en que salí del vestuario esta mañana, vestido con pantalones cortos azul marino
y una camiseta gris de los Wildcats, me concentré en el trabajo. Me negué a
permitirme pensar en Jennsyn Bell.
Mi jornada laboral comenzó en una reunión de entrenadores con Ford.
Luego nos dirigimos a la primera práctica del día, seguida de una reunión con la
defensa para elaborar algunas formaciones nuevas. Otra práctica del equipo. 62
Otro entrenamiento en equipo.
Cuando finalmente regresé a mi oficina después de las cinco, me hundí en
mi silla y saqué mi teléfono. Faith me había enviado un mensaje de texto.
Hoy hice pan de plátano. ¿Quieres un pan?
Respondí de inmediato.
Estaré allí en treinta.
Cualquier cosa era mejor que volver a casa, donde inevitablemente pasaba
demasiado tiempo viendo por las ventanas que daban a la casa de Jennsyn. Así
que recogí mis cosas, apagué las luces y salí al pasillo mientras Aspen caminaba
en mi dirección.
—Hola, Toren —dijo.
—Hola. ¿Cómo estás?
—¿Bien? ¿Tal vez? Todavia no estoy seguro. Pregúntame de nuevo en dos
semanas.
Me reí.
—Eh, oh. ¿Qué está sucediendo?
—Oh, ya sabes cómo es cuando agregas nuevas jugadoras.
—Sí. — Le tomaba un tiempo al equipo unirse.
Ella suspiró.
—Sí. Una cosa es agregar estudiantes de primer año a la mezcla. Pero una
estudiante de último año que resulta ser una superestrella nacional ha sido…
diferente.
Esperen. ¿Entonces Jennsyn no estaba interactuando con el equipo? Vivía
con dos de ellas. ¿No se llevaban bien?
—Estará bien. —Aspen se obligó a sonreír—. Estoy un poco agotada después
de la práctica de hoy. Fue el primero con el equipo pero no salió precisamente
muy bien.
—¿Puedo hacer algo para ayudar? —No es que tuviera ni idea del voleibol.
Pero escucharía si Aspen necesitaba desahogarse. Eso, y que tal vez pueda
aprender algunas cositas sobre Jennsyn.
Quizás su idea de conocerse era válida. Si no fuera la misteriosa y hermosa
mujer que vivía al lado, el atractivo podría agotarse.
63
Jennsyn era joven, de la misma edad que los mayores del equipo de fútbol.
No pasaba un día en el que uno o más de los chicos no hicieran algo estúpido
para molestarme. Por supuesto, Jennsyn era diez veces más madura que sus
homólogos masculinos, pero aun así. Valía la pena el intento.
No podría exactamente pedirle detalles a Aspen, no sin levantar sospechas.
Puede que Jennsyn fuera nueva en los Wildcats, pero no había razón para que
un entrenador de fútbol pidiera detalles sobre una jugadora de voleibol. ¿Pero si
Aspen los ofrecía? Seguro que escucharía.
—Feliz de ser una caja de resonancia —agregué.
—Gracias. Quizás te hable de eso más tarde. —Señaló al techo—. De hecho,
me dirijo a la oficina de Millie. Siempre tiene buenos consejos.
—Es lo que hace. —Oculté mi decepción con una sonrisa—. Qué tengas
buena noche.
—Tú también.
Probablemente lo mejor era mantenerse al margen. Tenía muchos jugadores
propios de los cuales preocuparme. Sin embargo, mientras conducía hacia la
granja, no podía dejar de pensar en Jennsyn. No sobre el sexo, ni sobre la
atracción o sobre mantenerlo en secreto.
Sino sobre su lugar en el equipo.
¿El talento de Jennsyn sería lo que cambió la dinámica del equipo de
voleibol? ¿O el hecho de que probablemente había ocupado el lugar de otra
jugadora? No me parecía una jugadora arrogante, pero tal vez era diferente en la
cancha. Stevie y Liz parecían bastante amables, pero ¿podrían estar teniendo
dificultades en casa?
Todos los pensamientos sobre Jennsyn se desvanecieron cuando me
estacioné frente a la casa de campo blanca de Faith justo cuando salía del
granero.
Con un pollo muerto en la mano y lágrimas corriendo por su rostro.
—Mierda. —Salté—. ¿Qué pasó?
—Ese maldito perro. —Señaló con un dedo la propiedad de la vecina en la
distancia. A la valla de alambre de mierda que nunca lograba contener al perro.
Era la tercera vez este verano que el perro se salía, atropellaba y mataba un
pollo. Era un perro bastante amable con la gente y siempre era amigable con los
niños. Pero si las gallinas estaban fuera de su gallinero, atacaba. Probablemente 64
porque el perro no recibía suficiente comida.
Faith se ganaba la vida con esta pequeña granja. Cultivaba verduras en su
jardín y las vendía en los mercados de agricultores de fin de semana. Era
apicultora y recogía miel. Tenía cabras y hacía jabones con su leche. Cada otoño
cosechaba su huerto de calabazas y las vendía en la ciudad. Y durante todo el
año vendía huevos de sus gallinas.
Ese animal era parte de su sustento.
—Iré a hablar con Noreen —dije.
—Estaba a punto de ir allí —dijo, sollozando mientras parpadeaba para
secarse las lágrimas—. Yo lo haré.
Las lágrimas no se debían exclusivamente al pollo, ¿verdad? Algunas eran
sobre una madre viuda de cuatro hijos que llevaba sobre sus hombros más de lo
que debería llevar sola.
—¿Dónde están los chicos?
—Beck está en casa de un amigo. Abel fue a ver a su novia. Dane y Cabe
están dentro.
—Ve a abrazar a tus hijos. Deja ese pollo —dije, señalando la tierra—. Entra
y tómate un respiro. Yo me ocuparé de ello.
Abrió la boca, probablemente para discutir, pero luego sus hombros se
hundieron cuando el animal muerto cayó al suelo junto a sus botas.
—Está bien.
Metí la mano en el asiento trasero de la camioneta y saqué un par de guantes
de cuero. Luego me ocupé del pollo y conseguí una pala del granero para
enterrarlo en el borde de la propiedad, con suerte suficientemente profundo como
para que nada pudiera desenterrarlo. Después de tomar algunas herramientas,
caminé hasta la casa de la vecina y golpeé la puerta con el puño.
Noreen tardó tres rondas de llamar a la puerta para responder. Llevaba un
descolorido camisón de flores y tenía un cigarrillo entre los labios.
—H-hola, Toren.
—Hola, Noreen.
Entrecerró los ojos ante la luz del sol, probablemente porque no había
estado afuera en días. Quizás semanas. Detrás de ella, el pasillo estaba tan lleno
65
de desorden que era un milagro que hubiera logrado despejar un camino
suficientemente ancho para llegar a la puerta.
Desde que conocía a Noreen, había sido una extrema acaparadora. Años
atrás, había sido más propensa a salir y dirigirse a la ciudad. En estos días, era
prácticamente una reclusa.
—Tenemos un problema con tu perro otra vez.
Tragó.
—No te lo lleves.
—No me lo llevaré. —Suspiré—. Pero sigue saliéndose de la cerca y mató a
otra de las gallinas de Faith.
Dio una larga calada a su cigarrillo mientras su rostro palidecía.
—Lo siento. Intenté arreglar la valla la última vez. Es un buen chico,
simplemente... se emociona.
—Sí. ¿Qué tal si esta vez arreglo la cerca? ¿Te parece bien?
—Gracias. —Asintió y terminó su cigarrillo.
Llevé mi rollo de alambre y alicates por todo su jardín, arreglando varios
agujeros y huecos. La propiedad estaba casi tan llena como la casa de Noreen.
La hierba, la maleza y los cardos crecían hasta la cintura entre viejos autos
chatarra, llantas y cajas de piezas desechadas. Antes de morir, el marido de
Noreen era mecánico. Éste era su cementerio.
Se necesitaron casi dos horas para arreglar la valla. La idea de Noreen de
arreglar significaba mover cajas delante de los agujeros. Había bloqueado una
abertura apilando tres bolsas de basura podridas llenas de basura en el camino.
Excepto que el perro ya había echado raíces a través del plástico, haciendo un
agujero en su costado. Y luego se liberó.
Cuando finalmente terminé y regresé a casa de Faith, salió con un vaso de
limonada.
—Gracias —dijo.
—Ningún problema. —Tomé un trago largo—. ¿Estás bien?
—Sí. —Me dio una triste sonrisa—. Abel y Beck acaban de llegar a casa. Se
suponía que Abel limpiaría el gallinero esta noche, pero su novia lo dejó, así que
le doy un pase.
66
—Auch. ¿Está bien?
Se encogió de hombros, como si estuviera a punto de llorar de nuevo.
—Cuando le hice esa pregunta, dijo que sí. Pero luego cerró la puerta de su
habitación con tanta fuerza que sacudió las paredes.
—¿Quieres que vaya a hablar con él?
—Quizás más tarde. Creo que necesita tiempo a solas.
—Está bien. —Señalé con la barbilla el gallinero—. Limpiarás eso por él,
¿no?
Ella suspiró.
—Sí. Lo dejé aflojar y lo pospuse. Ahora está atrasado. Pero no lo obligaré a
hacerlo esta noche.
—Ayudaré.
—No, ni siquiera cenaste todavía. —Me hizo un gesto hacia mi camioneta—
. Vete a casa. Ya ayudaste con Noreen.
—La limpieza será más rápida con nosotros dos. —Así que caminé hacia el
granero antes de que pudiera discutir, devolví las herramientas del tío Evan a
sus respectivos lugares y luego me encontré con ella en el gallinero.
Cuando me subí a mi camioneta para regresar a casa, olía a mierda de pollo,
amoníaco y sudor.
Me esperaba una ducha caliente, pero mi estómago gruñó cuando entré por
la puerta, así que me lavé las manos y saqué una tabla de cortar. Mi cuchillo
estaba colocado sobre la barra de pan de plátano que Faith me había enviado a
casa cuando sonó el timbre.
—¿Ahora qué? —Fruncí el ceño y caminé para responder.
Jennsyn estaba en mi porche, con los DVD que había tomado en la mano.
—Hola.
—Hola. —Mi corazón latía demasiado fuerte. No estaba de humor para tener
compañía. Pero aceptaría la de ella, incluso por el minuto que le tomaría devolver
esas películas.
Como lo había hecho hace diez días, entró sin invitación. Su nariz se arrugó
cuando pasó a mi lado.
—Apestas. ¿Por qué apestas?
—Esta noche estuve trabajando en la granja de mi tía. 67
—Ah. —Me miró de reojo—. ¿Es como un negocio secundario? ¿O tu sueño
es convertirte en agricultor y es tu estrategia para salir del entrenamiento?
—No. —Me reí—. No tengo ningún deseo de ser agricultor. Pero mi tío murió
hace un tiempo y trato de colaborar con mi tía siempre que tengo tiempo.
—Oh. — Los ojos de Jennsyn se suavizaron—. Lamento lo de tu tío.
—Yo también.
Se adentró más en la casa, llevando las películas al mueble del televisor.
¿Era bueno o malo que se sintiera tan cómoda en mi casa? Malo.
Probablemente. Excepto porque se sentía... ¿normal?
—Nunca he estado en una granja —dijo, sentándose en el suelo y cruzando
las piernas.
Abrí la boca, a punto de ofrecerme llevarla a casa de Faith uno de estos días,
pero lo recordé y me detuve en seco.
Esto tenía que terminar. Ya debería haber terminado.
Mi estómago volvió a gruñir, así que volví a la tabla de cortar y corté un trozo
de pan.
—¿Quieres pan de plátano?
—No, gracias. Ya cené. —Se inclinó hacia adelante y deslizó las películas
que había tomado prestadas en su lugar, luego buscó los otros títulos, apilando
algunos en su regazo—. Esta todavía está en el plástico.
Levantó Top Gun.
—La tengo digital —dije, dándole un mordisco y masticando.
—El hecho de que tengas DVD físicos es en realidad como…
—¿Antiguo? —Tal vez si siguiera recordándonos a ambos la diferencia de
edad, me ayudaría a recordar que era estudiante.
Me dedicó una sonrisa.
—Iba a decir entrañable, pero si prefieres decir antiguo, también funciona.
Sonreí y di otro mordisco. O era la comida o estar en casa después de un
largo día o la presencia de Jennsyn, tal vez un poco de las tres cosas, pero por
primera vez en horas, respiré. Una respiración profunda y relajante.
—Ni siquiera tengo reproductor para esas —dijo, eligiendo dos más antes de 68
cerrar el gabinete—. Tuve que rentarlo.
—Entonces, ¿por qué te llevas mis DVD?
Se encogió de hombros y se puso de pie.
—Realmente son películas horribles. Lo sabes ¿verdad?
—¿Significa que tu investigación está funcionando y que ya no soy un
misterio?
—No. —Frunció el ceño y el humor de su rostro se desvaneció mientras me
miraba fijamente durante un largo momento. Luego suspiró y caminó hacia la
isla, sus pies descalzos casi en silencio sobre mis pisos de madera.
Tenía zapatos. Esta mañana llevaba unos bonitos par de Nike. Pero
aparentemente los zapatos eran opcionales cuando estaba en casa.
—No te habría elegido como un tipo al que le gustaban las películas cursis.
—Había una pizca de curiosidad en su voz, como si estuviera tratando de
descifrarlo.
En realidad, era bastante simple si supiera el motivo. Pero esta noche no le
daría explicaciones.
Mi día ya había sido bastante largo.
—¿Los programas de Teen Network no son cursis? —pregunté.
Se rio y puso los ojos en blanco.
—Ja. Ja. Muy divertido.
Yo también me reí y comí otro bocado de pan.
—No podía dejar de verte mientras hacías ejercicio hoy —susurró.
¿En serio? Sólo la había atrapado mirándome una vez. Tal vez debería darme
algunos consejos sobre cómo ser discreto.
Su mirada viajó a mis brazos, deteniéndose por un momento mientras un
rosado rubor subía a sus mejillas. Luego bajó la vista al suelo, abrazando esas
películas más cerca de su pecho.
Cuando finalmente levantó la vista, tenía la misma sólida y dura expresión
que había tenido esta mañana en el gimnasio.
—Apestas.
—Lo sé.
69
Se alejó un paso.
—Adiós, Toren.
—Adiós, Jennsyn.
En el momento en que la puerta se cerró detrás de ella, subí las escaleras.
E hice lo mejor que pude para no pensar en ella mientras tomaba otra ducha
fría.
6
JENNSYN
La oficina de la entrenadora Quinn olía a canela, clavo y peras. Era la
habitación que mejor olía en esta casa de campo y el último lugar donde quería
estar sentada.
Si esta primavera me había enseñado algo es que no salía nada buena de
ser llamada a la oficina de la entrenadora en jefe.
Me sonrió desde su lado del escritorio, con las manos suavemente
entrelazadas en su regazo.
—¿Cómo te va, Jennsyn?
—Bien.
—¿Todo bien viviendo con Stevie y Liz? 70
EN LA FIESTA
JENNSYN
—¿Quiénes son estos niños? —Levanté un marco de fotografía de la esquina 79
del escritorio de Toren.
De camino al sótano, vi sus estanterías vacías y entré en su oficina para
husmear.
Había cuatro chicos en la foto y el mayor parecía ser un adolescente. No podía
imaginarme a Toren como padre de un adolescente (o padre de cuatro hijos), pero
tal vez fueran sus hermanos.
Tres tenían su cabello castaño, pero el cuarto, el más joven, tenía una mata
rubia que le caía sobre los ojos.
—Mis primos —dijo.
—Ah. Son lindos.
—Lo son.
Estudié la foto durante un minuto más antes de devolverla al escritorio y
levantarme del borde.
—Tus estanterías son deprimentes.
Soltó una carcajada desde donde estaba apoyado contra el marco de la
puerta, con los brazos cruzados sobre ese amplio pecho.
—Son un poco escasas.
—¿Escasas? —Caminé hasta un estante y pasé el dedo por su superficie
plana y vacía—. Están vacías.
—No completamente. —Señaló con la barbilla el único estante que tenía libros.
Dos ejemplares de El Conde de Montecristo. Y tres novelas de las que nunca
había oído hablar antes.
Cinco libros cuando tenía estantes para quinientos.
Los estantes no estaban empotrados en las paredes. No eran elementos fijos
de la oficina. Los había traído. Probablemente los construyó. Las columnas y filas
blancas estaban impecables, esperando ser llenadas.
¿Qué clase de hombre tenía estos estantes pero ningún libro? Si no hubiera
captado ya mi interés, sería la habitación que lo habría hecho.
Quizás no fueran sus estanterías en absoluto. Tal vez pertenecían a una ex y
se las había traído durante una separación. O tal vez habían sido un regalo de
inauguración de un generoso miembro de la familia.
80
Crucé la oficina y me detuve frente a Toren, quien se apoyaba en el marco de
la puerta de la oficina con los brazos cruzados. Ni siquiera se movió, incluso cuando
me acerqué tanto que pude sentir el calor salir de su cuerpo.
—¿Por qué no tienes ningún libro? —le pregunté.
—No he leído muchos que quisiera conservar.
Mi corazón brincó. Era la declaración más triste que había escuchado en años.
Me encantaba leer. Era mi escape favorito.
—Preferiría que se quedaran vacías que llenarlas de historias que realmente
no me gustaban.
Entonces estaba esperando los libros adecuados.
Dios mío, estaba en tantos problemas. Me había prometido no más hombres.
No después de Christian. Prometí pasar este año concentrada en mí misma.
Por Toren, quizás tuviera que romper esas reglas.
—Eso me gusta —dije—. Mucho, en realidad.
—Gracias. —Su sonrisa fue magnífica.
Me tomó todo lo que estaba en mi poder no ponerme de puntillas y besar la
esquina de esa sonrisa.
La temperatura en la habitación se disparó cuando me miró fijamente. Sus
ojos se oscurecieron, como si no fuera la única que estuviera pensando en un beso.
Pero no se movió, ni siquiera un centímetro. No por un toque. Ni por un beso.
La tensión nos envolvió. Las chispas llenaron el aire. Nos observamos uno al
otro desafiantemente, como si hubiéramos pasado toda la noche superando los
límites hasta que uno finalmente cedió. Había un tácito desafío entre nosotros para
ver quién daría el primer paso.
Era el mejor juego previo que jamás había experimentado en mi vida.
Si me dejaba, jugaría toda la noche.
—Entonces... ¿dónde está ese mini refrigerador?
81
7
TOREN
“Vamos Big Blue. Vamos Big Blue. Vamos Big Blue”.
El bar que organizaba este evento posterior al juego era ruidoso y estaba
lleno de gente, pero el canto de los Wildcat todavía resonaba en mi mente a pesar
de que el primer juego de la temporada había terminado hacía horas.
Habíamos aplastado absolutamente al otro equipo. Era una altura en la que
estaría subiendo durante horas; que había estado subiendo durante horas.
Como entrenador, había una emoción diferente después del partido. Como
jugador, cuando perdíamos, sentí esa frustración por el equipo y por mí mismo
si había jugado como una mierda. Pero como entrenador estaba al margen, todos
los sentimientos se intensificaban. Más afilados. Más duros.
82
Cuando perdíamos, sentía la decepción durante días. Lo cuestionaba todo,
preguntándome en qué me había equivocado al enseñarles a mis jugadores.
Gracias a la mierda, habíamos ganado. De hecho, podría dormir esta noche.
Estas victorias y el orgullo que sentía por mis jugadores eran mi parte favorita
de este trabajo.
Mi defensa había sido brutal en el campo, eficiente y sincronizada, como si
estuviéramos al final de una temporada, no al comienzo.
Sería un buen año. Podía sentirlo en mis huesos.
Gran parte de ese sentimiento tenía que ver con el hombre que estaba a mi
lado. Tener a Ford como entrenador en jefe era como un soplo de aire fresco. Se
preocupaba por nuestro equipo, por esta escuela, de la misma manera que yo me
preocupaba por el programa.
Estaba aquí por el fútbol, no por la gloria. Se mantenía al margen de las
tonterías políticas y, aunque eventos como éste eran buenas relaciones públicas,
parecía que Ford quería estar en otro lugar.
Con alguien más.
—Ford. —Empujé su codo con el mío.
Nada. El hombre bien podría haber estado en otro planeta, no en este bar
del centro de Mission.
Le di un codazo de nuevo.
Apartó la mirada de Millie, quien estaba al otro lado de la barra.
—¿Eh? ¿Qué dijiste?
—No sé por qué estás parado aquí cuando claramente quieres estar allí. —
Señalé el extremo opuesto de la habitación donde Millie estaba hablando con
algunas personas vestidas con ropa Wildcat. Probablemente donantes.
Era la mejor convenciendo que jamás había conocido. El hecho de que fuera
sólo la subdirectora atlética, no la persona en la posición de Kurt, nunca dejaba
de desconcertarme. Corría en círculos alrededor de Kurt y de hecho tenía el
respeto del personal.
Y claramente tenía la atención de Ford. Su mirada se posó en ella de nuevo.
—¿Qué está ocurriendo allí? —pregunté.
—Nada.
Mentiroso. Algo estaba pasando con ellos. Esperaba, por el bien de ambos, 83
que estuvieran trabajando para dejar atrás el pasado. Tal vez comenzar algo
nuevo.
Ambos eran mis amigos. Se merecían lo mejor.
Se merecían uno al otro.
Existía una política de no confraternización para los empleados del mismo
departamento. ¿Cómo navegarían ese lío? ¿Simplemente ignorarían las reglas?
No era mi problema. Había roto la regla más importante de todas. Ford y
Millie no recibirían ningún juicio de mi parte.
No cuando no podía dejar de pensar en cierta estudiante.
Había pasado un mes desde que encontré a Jennsyn en mi oficina. Desde
ese día, había hecho todo lo que estaba en mi poder para evitarla. Si existía la
posibilidad de que nos cruzáramos, cambiaba mis planes. Hacía ejercicio cuando
sabía que el equipo de voleibol estaba entrenando. En casa, sólo salía a recoger
el correo cuando estaba completamente oscuro. Cuando salía dando marcha
atrás de mi garaje, no me permitía ver al lado.
No nos habíamos visto, pero no significaba que no hubiera estado en mi
mente. El equipo de voleibol había ganado el partido de esta noche. Había visto
actualizaciones de puntuación durante una hora.
Jennsyn no estaba en el bar esta noche, pero si aparecía, estaría tan en
sintonía con ella como Ford lo estaba con Millie.
—Estás viendo. —Me moví, dándole la espalda a la barra para que Ford
pudiera mirarme a la cara.
Esta noche estaba agitado y seguía pasando las manos por su cabello
castaño claro. Si notaba con qué frecuencia observaba a Millie, lo más probable
era que Kurt o alguien más lo notara también.
Ford suspiró, mirando alrededor de la barra, probablemente notando los
cambios de cuando estábamos en la universidad.
La mayoría de los bares del centro de Mission lucían exactamente como años
atrás, cuando jugábamos para los Wildcats. Atendían a los estudiantes
universitarios que se iban de fiesta todos los fines de semana. Pero este bar había
sido objeto de una profunda renovación hace unos años.
Atrás quedó el bar de mala muerte y el rancio olor a humo de cigarrillo.
Ahora tenía estilo y un robusto toque que atraía tanto a estudiantes como a 84
empresarios locales.
En el centro de la habitación estaba la propia barra. La forma rectangular
les permitía a los clientes realizar pedidos desde cualquier lado. Cabinas de
respaldo alto y cuero color chocolate se alineaban en las paredes de ladrillo rojo.
Los espejos de los estantes para licores estaban enmarcados con postes de
oscura madera. Una gran puerta de garaje con ventanas de paneles negros daba
a Main. En verano, levantaban la puerta para que el aire del atardecer pudiera
ahuyentar el calor de tantos cuerpos hacinados.
Parks estaba junto a la puerta, hablando con algunas caras conocidas. Todo
el cuerpo técnico estaba aquí. Todos habíamos venido al centro después del
partido y de la reunión de nuestro equipo con los jugadores. No había nadie aquí
que no estuviera usando algo del equipo Wildcat. Incluso los camareros estaban
vestidos de azul real y plateado.
No fui el único que se emocionó con el juego de hoy.
Aunque Ford parecía estar disfrutando de algo más.
Aparté ese pensamiento, no quería pensar en Ford y Millie. Bien podrían ser
mis hermanos en este momento.
Él comprobó la hora en su teléfono.
—¿Hasta qué hora dura esto?
—El correo electrónico decía que teníamos que quedarnos hasta las ocho —
respondí.
El gemido de Ford fue absorbido por el ruido de la habitación. Su mirada
recorrió la multitud y se detuvo cuando encontró a su jefe.
Kurt había estado pegado al lado de Ford desde que mi amigo se mudó a
Montana. Mejor él que yo. No me desagradaba Kurt, pero tampoco me gustaba.
Estaba constantemente al margen durante los partidos, interponiéndose en el
maldito camino.
Ford asintió y luego siguió buscando, centrándose una vez más en Millie.
Esta noche estaban jugando con fuego con tantos compañeros de trabajo aquí.
—Ford. —Bajé la voz para que sólo él pudiera escucharme por encima de la
música de fondo y el fuerte murmullo de la conversación—. Si sigues mirándola,
todos en este bar sabrán que algo está pasando.
Suspiró y se pasó una mano por la mandíbula. Era un hombre de cabeza
por una mujer. Una mujer a la que despedirían si alguien descubría que tenían 85
una relación.
Millie había trabajado en la Treasure State durante años. Claro, tenía el
puesto. La experiencia. Y Ford era el empleado más nuevo en el departamento de
atletismo. Pero era el entrenador en jefe de fútbol. Si uno perdía su trabajo, no
sería Ford.
No era justo, pero era la realidad.
Esperaba muchísimo que supieran lo que estaban haciendo.
Con un rápido levantamiento de mi mano, llamé a la camarera.
—Dos tragos de tequila, por favor. Del mejor que tengas. Él los pagará.
—¿Tendré uno de esos tragos? —Ford arqueó una ceja mientras sacaba su
billetera.
Sonreí mientras esperábamos los tragos, luego tomé un vaso y choqué el
borde del mío con el de Ford.
—Felicitaciones, entrenador.
—Lo mismo para ti.
Bebiendo el tequila, saboreé la quemadura mientras me calentaba las
entrañas. Tal vez ayudaría a Ford a relajarse finalmente.
Un hombre mayor, con la cabeza calva y brillante, me dio unas palmaditas
en el hombro, luego le tendió una mano a Ford.
—Gran juego. No puedo esperar a ver cómo va la temporada.
—Gracias —dije mientras Ford hacía lo mismo.
¿Cómo se llamaba este chico? Había estado en una recaudación de fondos
este verano que habíamos tenido en el estadio, pero había conocido a tanta gente
esa noche que no podía recordarlo.
No es que tuviera que recordarlo. En el momento en que el calvo se fue, otra
persona tomó su lugar. Luego otro. Luego otro. Los nombres y rostros
comenzaron a desdibujarse mientras todos clamaban por la atención de Ford.
Y él se las dio.
Hasta las ocho exactamente.
—Me voy —dijo, dejando escapar un largo suspiro—. Gracias por todo hoy.
—Por nada. —Le di una palmada en el hombro—. Hasta el lunes. 86
2
Non-athletic regular persons: Personas regulares no deportistas.
Cuando mi cabello estuvo seco, tomé mi mochila de al lado de mi casillero
y, sin despedirme del equipo, salí de la habitación, ignorando la forma en que las
voces se convirtieron en susurros reales antes de que desapareciera.
Las chicas podían hablar de mí todo lo que quisieran. Lo peor que podían
decir era que era una perra o una snob.
Dudaba que fueran demasiado duras, considerando que estábamos invictas
en lo que iba de la temporada y que mi porcentaje de respuesta establecería un
récord escolar. Hice seis rotaciones durante los partidos, sin salir nunca de la
cancha, y todavía teníamos que enfrentarnos a un equipo que pudiera
bloquearme.
Me importaban una mierda los chismes. Estaba aquí para jugar. No por
ellas. No por la entrenadora Quinn.
Sino por mí.
Este año jugaría por mí.
98
El teléfono vibró en mi bolsillo mientras caminaba por el pasillo de la casa
de campo. Teniendo en cuenta la poca gente que me llamaba, considerando qué
día era, supe quién era antes de responder.
—Hola. mamá.
—¿Escuchaste mi mensaje?
Demasiado para un saludo.
—Sí.
—Pero no me devolviste la llamada. —Probablemente había un ceño fruncido
en su rostro—. Jennsyn, estoy tratando de salvar tu carrera.
Esperen. ¿Había llamado para hablar sobre mi carrera? ¿Hoy?
—¿Q-qué?
—¿Puedes oírme? Dije: que estoy tratando de salvar tu carrera.
Una carrera que no era suya para salvar. Esta conversación era la razón por
la que ignoré su último mensaje junto con sus tres mensajes de texto más
recientes.
—He estado ocupada con la escuela y la práctica, mamá.
—Puedes tomarte diez minutos de tu apretada agenda para esto —recortó—
. Acabo de hablar con Mike Simmons.
Mis pies se detuvieron tan rápido que mis tenis chirriaron en el piso de
concreto.
Mike Simmons era uno de los agentes deportivos más elitistas del país.
Si algún día quería estar en un equipo nacional de voleibol, si quería tener
una oportunidad en los Juegos Olímpicos, Mike era alguien que podía ayudarme
a llegar allí.
—Se ofreció a aceptarte como clienta —dijo mamá.
Mi corazón latía demasiado rápido para responder. Excepto que no era el
tipo de pulso acelerado y excitado. Se sentía mucho más como temor.
¿No era mi sueño? Hace un año, esta llamada me habría hecho sonreír de
oreja a oreja. ¿Pero ahora? Realmente no podía sentir mi cara.
—Realmente cree que este traslado a Montana podría ser algo bueno. —
Mamá se burló suavemente, como si dudara de la evaluación de Mike. El
presidente del Comité Olímpico Internacional podría decirle que había hecho una
99
buena elección con los Wildcats y todavía no lo creería—. Mike cree que podrás
mostrar tu talento en la Treasure State —dijo—. Tus porcentajes se dispararán.
Y aunque no tendrás mucha competencia este año, habrá menos riesgo de que
te lastimes.
Mike Simmons tenía una opinión sobre mí. Mike Simmons se había ofrecido
a aceptarme como clienta. Mike Simmons pensaba que había tomado una buena
decisión.
No parecía real.
Mamá siguió hablando, pero no pude evitar que su nombre diera vueltas en
mi mente.
Mike Simmons. Mike Simmons. Mike Simmons.
—Le gustaría que lo llamaras pronto para discutir los próximos pasos. Tal
como lo planeamos, necesitarás jugar internacionalmente por un tiempo. Pero
espera conseguirte una oferta en Italia. Eso te posicionará para tu mejor
oportunidad a largo plazo cuando regreses a Estados Unidos.
Italia. Otra palabra, otra posibilidad, que debería haberme hecho saltar de
alegría.
Era el plan, ¿verdad? Jugar en la universidad. Mudarme a Europa y que me
pagaran por jugar profesionalmente durante unos años. Volver a casa y unirme
a un equipo nacional. Ir a los Juegos Olímpicos. Ganar una medalla de oro.
Como mamá.
—Jennsyn, ¿estás ahí?
—Estoy aquí. —Mi voz era ronca—. Lo siento. Esto es, eh… —¿Buenas
noticias? ¿Malas noticias?—. Hay mucho en qué pensar.
—¿En qué hay que pensar? Es el sueño.
Solía ser el sueño. ¿Tuve siquiera un sueño? No, en realidad no. No era un
sueño que fuera mío y sólo mío.
—Programaré una llamada con Mike —dijo mamá.
—No —espeté, luego cerré los ojos, encogiéndome cuando la decepción de
mamá se filtró a través del teléfono.
—¿No? —Estaba furiosa.
—Aún no.
El silencio se extendió entre nosotras, tan denso y tenso como el día que la
100
llamé para decirle que me mudaría a Montana.
Todas nuestras conversaciones importantes se realizaban por teléfono. Era
más fácil así.
Mamá no sabía cómo detenerse. No sabía cómo dejar ir algo. No sabía cómo
perder una discusión.
Fue la razón por la que mi padre la había dejado cuando tenía siete años y
casi no lo había visto desde entonces.
Hablar con ella en persona era asfixiante. Así que aprendí a guardar las
cosas pesadas para el teléfono, cuando podía tocar un botón para apagarla.
—Esto te sobrepasará —dijo—. Moví muchos hilos para llegar a Mike.
Hilos. Siempre estaba moviendo hilos. También se aseguraba de
recordármelo cada vez. Excepto que no le había pedido que solicitara esos
favores. Lo había hecho sola.
—Lo pensaré, mamá.
—Bien.
Esperé, dándole la oportunidad de decir algo más. Cada segundo que
pasaba, mi corazón se encogía.
Mamá no había llamado para saludar. No había llamado porque me
extrañara. No me había llamado hoy para decirme feliz cumpleaños.
Había llamado por el voleibol.
Cualquier deseo que hubiera tenido de hablar con ella o con Mike Simmons
se desvaneció. Puf. Desapareció.
¿El sueño? No lo quería. No cuando se trataba de esos hilos que tenía que
mover. No cuando venía con sus propios hilos.
Estaba tan cansada de ser la marioneta y protegida de mi madre.
Ni una sola vez en los meses que viví en Montana mamá me preguntó si
estaba disfrutándolo aquí. No me había preguntado si me gustaban mis clases o
si había hecho nuevas amigas.
¿Cuándo dejaría de sorprenderme el hecho de que todo su universo girara
en torno al voleibol y en nada más?
A mamá no le importaba que hubiera ingresado en Stanford por mérito
propio después de terminar la preparatoria. Simplemente estaba enojada porque
no había ido a su alma mater en Nebraska. No le había preocupado por qué
101
renunciaría a un título de Stanford para obtener uno de la Treasure State. No me
había preguntado cómo me estaba adaptando a un nuevo equipo o a un nuevo
hogar.
Ni siquiera se había acordado de mi cumpleaños.
Las lágrimas inundaron mis ojos. ¿Cuándo había dejado de ser simplemente
su hija?
—Tengo que irme. —Antes de que pudiera detenerme, colgué la llamada.
Luego me sequé las comisuras de los ojos y tragué el ardor en mi garganta.
Era sólo un día más. Cumplir veintidós años no era exactamente
monumental. No necesitaba regalos ni fiestas. Esta noche lo celebraría sola con
una pinta de mi helado favorito.
Una mano tocó mi hombro, sacándome de mi cabeza.
Stevie estaba a mi lado con una pequeña sonrisa.
—Lo siento. Creí que me habías oído acercarme.
—Oh, um, lo siento. Estaba hablando con mi mamá.
—¿Todo está bien?
—Sí, está genial —mentí—. ¿Te veo en casa?
—Seguro. —Asintió y retrocedió. Luego se giró y caminó hacia la salida que
conducía al estacionamiento mientras continuaba por el pasillo, respirando a
través del dolor en mi pecho.
Mi teléfono volvió a sonar, esta vez con un mensaje de texto de mamá.
Me colgaste antes de que pudiera desearte feliz cumpleaños.
Me burlé. Bueno, al menos no lo había olvidado. Era algo, ¿verdad? Tal vez
le enseñaría a comenzar primero con las cosas importantes.
No es que mamá alguna vez pensara que algo fuera más importante que el
voleibol.
Saqué la mochila de mi hombro y metí el teléfono en un bolsillo para no
sentirlo sonar. Luego me dirigí a la puerta de la escalera.
El centro de estudios del segundo piso estaba reservado para los deportistas.
Era más tranquilo que la biblioteca principal del campus, y si un atleta
necesitaba un tutor, esas reuniones no se llevarían a cabo públicamente para
102
que los demás estudiantes las presenciaran.
También les permitía a los entrenadores imponer el tiempo de estudio
requerido, aunque la entrenadora Quinn no había impuesto ninguna de esas
reglas para nuestro equipo. No necesitaría hacerlo por mi cuenta.
Había obtenido excelentes resultados en mis clases en Stanford. También
las superaría en la Treasure State.
La habitación estaba prácticamente vacía a excepción de dos chicas
sentadas a una mesa en la esquina. Dejé mi mochila en una pequeña mesa con
sólo dos sillas y luego salí al pasillo para rellenar mi botella de agua.
—Hola, Jennsyn. —Millie Cunningham, una de las subdirectoras
deportivas, caminó por el pasillo y llegó antes que yo al bebedero.
—Hola, señorita Cunningham.
—Millie —me corrigió, girando la tapa de su propia botella de agua—. ¿Lista
para el partido de mañana?
—Más que lista.
Millie había pasado por la práctica hace unas semanas para presentarse.
Supervisaba la mayoría de los programas del departamento, incluido el voleibol.
Era hermosa, con sedoso cabello castaño y bonitos ojos color avellana. No la
conocía bien (no estaría aquí tiempo suficiente para conocerla a ella ni a nadie
bien), pero parecía amable y genuina. También parecía adorar su trabajo.
Tal vez podría tener una carrera en el departamento deportivo de una
universidad como Millie. No había considerado la administración, pero la
agregaría a mi lista de posibilidades.
—¿Cómo va la escuela? —preguntó mientras terminaba de llenar su botella.
—Hasta ahora, bien. Me gustan mis clases y es un hermoso campus.
Mission estaba enclavada en un valle junto a las montañas Mission. Todas
las mañanas, me paraba en la ventana de mi habitación y me permitía
contemplar los picos a lo lejos, maravillándome de su belleza. Las fotos en el sitio
web de la Treasure State no le hacían justicia al paisaje.
—Me alegra que lo estés disfrutando —dijo Millie, apartándose del camino
para que pudiera ocupar su lugar en el bebedero—. Si alguna vez necesitas algo,
mi puerta está abierta. Te veré en el partido mañana por la noche. Buena suerte.
—Gracias. —La saludé con mi mano libre mientras se daba vuelta y se
alejaba, doblando una esquina que la llevaría a su oficina.
103
Excepto que antes de que terminara, antes de que hubiera ido demasiado
lejos, una voz profunda y familiar la detuvo.
—Hola, Millie —dijo Toren.
Mi respiración se detuvo en mi garganta. No lo había visto desde el sábado
pasado y hoy, en mi cumpleaños, quería vislumbrar ese hermoso rostro. Una
mirada, era todo. Un regalo para mí.
—Hola —dijo Millie—. ¿Qué pasa?
—Nada. Acabo de terminar la práctica e iba a comer una hamburguesa.
Pensé en ver si querías acompañarme. Quizás podríamos hablar.
Hablar. Eso sonaba serio. ¿Hablar acerca de qué?
Esperen. ¿Pasaba algo con Toren y Millie?
Mi botella de agua estaba llena, pero no hice ningún movimiento para girar
la tapa. En cambio, me quedé con los pies congelados y los oídos atentos, como
una chica que no podía evitar escuchar una conversación que no era para ella.
—¿Hablar acerca de qué? —le preguntó.
—Del sábado.
¿Qué pasó el sábado? ¿El sábado pasado?
No quería hablar con ella sobre mí, ¿verdad? No le habría hablado de
nosotros. No, no había manera. Algo debe haber pasado. ¿Antes o después de
sentarse conmigo en su césped?
—No creo que esté lista para hablar todavía —dijo.
—Me parece bien. Pero todavía te compraré la cena. ¿Hamburguesas o
pizza?
Ella tarareó.
—La última vez tuvimos hamburguesas. Vayamos por pizza.
La última vez. ¿Sería una cita? ¿Otra cita? Mi estómago se hizo un nudo.
Era lo que esperaba que sucediera. Al final él encontraría a alguien más. No
hacía que doliera menos.
Despegué los pies y me alejé un paso del bebedero, retrocediendo
lentamente mientras sus voces se apagaban. Luego entré en la sala de estudio,
mi cabeza daba vueltas mientras me hundía en la mesa y miraba sin pestañear 104
su superficie de madera.
Toren y Millie.
Hacían sentido como pareja. Debían tener casi la misma edad. Ambos
trabajaban en atletismo. Ella era tan hermosa como él de guapo. Sus hijos
probablemente serían deslumbrantes con cabello oscuro y ojos bonitos.
Ese nudo en mi estómago se tensó tanto que me dolió el costado.
¿Por qué no podía dejar de desearlo? Todo sería más fácil si fuera el tipo que
vivía al lado, el tipo que trabajaba en este edificio. Si fuera un entrenador más.
Cerré los ojos y respiré por la nariz, reteniendo el aire en mis pulmones
hasta que me ardió. Luego exhalé y abrí la cremallera de mi mochila, sacando el
libro de texto de mi curso de Principios de Derecho Empresarial.
Acababa de pasar a mi capítulo cuando la puerta se abrió y dos jugadores
de fútbol entraron arrastrando los pies, ambos vestidos con holgadas sudaderas
grises y sudaderas con capucha Wildcat azul real. Uno levantó la barbilla en un
silencioso saludo mientras el otro señalaba una mesa cercana.
La puerta estaba casi cerrada, pero luego se abrió de nuevo cuando Toren
entró.
Su mirada se encontró con la mía y, por un breve segundo, sonrió, con los
ojos arrugándose a los lados. Pero esa leve sonrisa desapareció en un segundo,
enmascarada por un educado asentimiento antes de centrar su atención en los
jugadores de fútbol.
Toren caminó hacia su mesa, apoyando sus manos en el respaldo de una
silla vacía mientras les hablaba a ambos en voz baja.
Este verano, el día que fui a su casa después de cuando supe que era
entrenador, me dijo que me habría llamado. Le creí entonces.
¿Sería verdad? ¿O había sido sólo una línea? Probablemente era
simplemente esa mujer con la que había tenido sexo después de su fiesta del 4
de julio y de la que se había olvidado al día siguiente.
Esto tenía que detenerse. Ahora. Antes de que arruinara todo de nuevo.
Cuando Toren terminó, salió de la habitación y se fue sin siquiera mirarme.
Tenía que ir a cenar. A su pizza con Millie.
Y yo sólo quería volver a casa. Así que empaqué mi mochila y salí de la casa
de campo, deteniéndome en la tienda de comestibles más cercana para
105
comprarme un pastelito.
Lo comí sola en mi auto y terminé el último bocado mientras mi teléfono
sonaba con un mensaje de texto.
Feliz cumpleaños J.
Mi barbilla empezó a temblar, pero me negué a llorar. No por esto. No por la
última persona en el mundo de la que quería saber hoy que fue la única persona
que me deseó feliz cumpleaños. El sarcástico texto de mamá realmente no
contaba.
Mis dedos volaron sobre la pantalla mientras escribía mi respuesta.
Vete a la mierda
EN LA FIESTA
TOREN
En el momento en que Jennsyn entró al sótano, una sonrisa se dibujó en su
bonita boca.
—Ah. Aquí está el paraíso para los solteros que estaba buscando.
Me reí entre dientes mientras caminaba por el área abierta, observándolo
todo, desde el bar contra la pared del fondo hasta el televisor montado frente a la
mesa de billar.
Mientras sus dedos rozaban el fieltro verde, mi pene se contrajo, desesperado
por ese toque en mi piel. Joder, era hermosa. Flotaba más que caminaba,
levantándose sobre los dedos de los pies desnudos de vez en cuando como si la
gravedad no tuviera suficiente fuerza. Y esas piernas. Largas. Tonificadas. Lisas.
Las quería envueltas alrededor de mis caderas.
—Nunca antes jugué billar —dijo, caminando hacia el taco.
—Yo te enseñaré. —No era una pregunta. Ni una invitación. No se iría, todavía
no. No si podía retrasar esa salida. Así que tomé un taco y un cuadrado de tiza
azul, luego agarré el triángulo para colocar las bolas. Cuando me alineé para
romper, su mirada estaba fija en mi trasero.
Oh sí.
Las bolas tintinearon mientras se dispersaban, y aunque las cuatro bolas 106
cayeron en una tronera, le entregué el taco a Jennsyn para que lo intentara.
—No hay ninguna posibilidad de que sea buena en esto —dijo.
—Se necesita práctica.
Alineó un tiro que se desviaría por un kilómetro. Sus ojos se entrecerraron en
concentración. Su nariz se arrugó en el puente. Echó hacia atrás el palo, lo sostuvo
demasiado tiempo y luego lo empujó hacia adelante, fallando por completo la bola
blanca.
—Te lo dije —resopló, sus mejillas se sonrojaron mientras se reía de sí misma.
—¿Te importa si te ayudo?
—En absoluto.
Me acerqué, cuidando de no tocar su cuerpo, pero suficientemente cerca como
para aspirar el dulce aroma cítrico y sentir el calor de su piel.
Había un brillo en esos ojos azules, como si hubiera estado esperando que me
ofreciera a ayudarla.
Bien, no quería decepcionarla.
—Alinéalo de nuevo —dije, bajando la voz.
Una vez que estuvo en posición, me moví hacia su costado y mi mano se cerró
sobre la de ella.
Un toque. Y este juego de billar había terminado. Habíamos estado dando
vueltas toda la noche con coqueteos y juegos previos. Era hora de hacer un
movimiento.
La respiración de Jennsyn se entrecortó. La electricidad subió por mi brazo y
el calor se extendió por mis venas.
Sus ojos sostuvieron los míos por un segundo antes de caer a mi boca.
—¿Toren?
—Sí.
—Deberías besarme ahora.
Gran maldita idea.
107
9
JENNSYN
El estadio de fútbol vibraba con ruido y energía. El campo era de un verde
brillante bajo el cielo azul sin nubes. La luz del sol calentaba mi rostro y, a pesar
del caos y de la emoción a mi alrededor, con cada bocanada de aire limpio del
otoño, la tensión que había estado cargando durante los pasados dos días se
deslizó de mis hombros.
El medio tiempo casi había terminado y todos los fanáticos que se habían
ido a las puertas traseras estaban regresando a sus asientos, listos para ver el
resto del juego.
—¿Todas listas? —gritó la entrenadora Quinn por encima del clamor
mientras pasaba junto a nosotras alineadas debajo de los postes de la portería.
108
—Listas —dijo Stevie a mi lado, su entusiasmo palpable y esa radiante
sonrisa siempre presente.
—Fanáticos de los Wild Cats. —La voz del locutor del juego sonó a través de
las bocinas del estadio—. Dirijan su atención a la zona de anotación para darle
la bienvenida a las invitadas especiales de hoy: ¡su invicto equipo de voleibol
femenino Wildcat!
Los aplausos recorrieron el aire mientras caminábamos hacia el centro del
campo y el locutor pronunciaba nuestros nombres. Yo terminé última en la fila,
y cuando fue mi turno, levanté un brazo y saludé a cada sección de las gradas.
—Y la número ocho, la atacante Jennsyn Bell.
Mi equipo en Stanford había celebrado de manera diferente. El voleibol era
un deporte importante, pero nunca me había engañado creyendo que era más
popular que el fútbol. Nunca habíamos aparecido durante el medio tiempo. Y sí,
probablemente era solo una postura. La entrenadora Quinn también quería que
la gente llenara el gimnasio Upshaw para nuestro juego de esta noche, y mientras
más exposición pudiéramos tener, más probable sería que tuviéramos una
multitud estelar.
Pero cuando nos retiramos a un lado, los aplausos y silbidos no cesaron. Se
sintió genuino. Refrescante. Bienvenido.
Esta gente nos animaba simplemente porque también éramos Wildcats.
Por primera vez desde que aparecimos, mi sonrisa no se sintió forzada.
No nos quedamos en el césped. Antes de que el eco de mi nombre se
desvaneciera, todas estábamos saliendo corriendo del campo y regresando a una
esquina reservada junto a la zona de anotación.
La música resonaba a través del sistema de sonido, el bajo era un ritmo
constante que hacía que los fans aplaudieran siguiendo su ritmo. Todas las
miradas estaban fijas en el túnel por el que habían desaparecido los futbolistas
en el descanso.
Tres jugadores salieron primero, con sus cascos plateados brillando bajo la
luz del sol. Luego lo siguió el resto del equipo, que salió con una serie de
uniformes azul real mientras corrían hacia la banca.
—Gracias, señoritas. —La entrenadora Quinn nos hizo un gesto a todas para
que nos acercáramos—. El partido de esta noche es a las siete. Estaré en la casa
de campo a las cuatro. Si quieren quedarse y ver el resto del juego, este espacio
es nuestro. Normalmente, prefiero que descansen, pero como ya estamos aquí, 109
depende de ustedes.
Liz y Stevie compartieron una mirada y ambas asintieron en silencio para
quedarse. Megan y un grupo de jóvenes se quedaron cuando les dirigió ojos muy
abiertos y suplicantes. Sin duda quería ver boquiabierta a Maverick Houston,
quien estaba justo al otro lado del campo, hablando con su entrenador.
Algunas chicas se marcharon y se escabulleron mientras se dirigían a una
puerta de salida vigilada. Pero el resto nos quedamos.
El equipo contrario salió penosamente de su vestuario, con la cabeza gacha
como si ya hubieran sido derrotados. Si estuviera perdiendo cuarenta y nueve a
tres, también estaría caminando penosamente.
—¿Te quedarás? —Stevie me miró dos veces cuando ocupé el espacio a su
lado.
—¿Por qué no? —Me encogí de hombros—. Ustedes están aquí.
—Excelente. —Sonrió más ampliamente y se colocó un mechón de oscuro
cabello detrás de la oreja.
No estaba exactamente ganando concursos de popularidad ni premios de
participación, por lo que su sorpresa estaba justificada. Normalmente, habría
sido la primera en salir. Excepto que había un hombre al margen que había
llamado mi atención desde que llegamos durante el segundo cuarto.
Un hombre en el que pensaba demasiado a menudo.
Tal vez hoy fuera mi oportunidad de acabar con este enamoramiento, de una
vez por todas. ¿Millie lo felicitaría después del partido de hoy? ¿La tomaría en
sus brazos y celebraría esta victoria?
La idea de verlo con otra mujer me revolvía las entrañas, pero en mi cabeza
sabía que sería lo mejor. De alguna manera, necesitaba que esta obsesión con
Toren Greely desapareciera. Antes de que me asfixiara.
Antes de que arruinara mi temporada.
Tuvimos partidos consecutivos este fin de semana, y el de anoche había sido
horrible. No es que hubiéramos perdido. Habíamos ganado por goleada y había
jugado mi mejor partido en lo que iba de la temporada.
Pero podía sentir cómo me desmoronaba. Estaba nerviosa y desenfocada.
Mi mente vagaba constantemente y Toren plagaba mis pensamientos.
La última vez que me sentí así fue en mi segundo año en Stanford. Estaba
110
enamorada de un chico de mi clase de Mercadotecnia y me había sacudido hasta
la médula. Tuve una serie de juegos casi perfectos y luego el peor juego en una
década. Seguido por otro. Y otro. Tres juegos horribles seguidos en los que
parecía que no podía distinguir arriba de abajo o de izquierda a derecha.
La única razón por la que salí de ese mal momento fue porque lo invité a
salir y me dijo que, a pesar de semanas y semanas de coqueteo, tenía novia.
Estúpido.
Necesitaba que Toren tuviera novia. Cualquier cosa para hacer que este
enamoramiento desapareciera.
Sería mucho más fácil si no tuviera tan buen aspecto. Llevaba unos
pantalones grises y una camiseta azul de manga larga que se había subido hasta
los tendones de los antebrazos. Confiado y en control. Los auriculares de Toren
cubrían una oreja y su gorra protegía su rostro del sol. Su defensa estaba en el
campo y observaba con total concentración cómo se desarrollaba la jugada.
—Sólo conozco los conceptos básicos del fútbol —dijo Stevie, ya sea a mí o
a Liz, al otro lado.
—Lo mismo ocurre —admití.
Me dio una suave sonrisa, acercándose un poco más, casi como si estuviera
tratando con un asustadizo animal salvaje al que no quería ahuyentar con
ningún movimiento repentino.
Apestaba como compañera de cuarto, pero era más fácil así. Nunca seríamos
amigas. Quizás algún día le diría por qué. Tal vez no.
Por el momento, al menos podía charlar con ella mientras veíamos este
juego.
A unos metros de distancia, Megan estaba susurrando con otra chica,
ambas señalando casualmente a Maverick.
Stevie también se dio cuenta, y en el momento en que su mirada se posó en
Maverick al otro lado del campo, frunció el labio.
—¿No eres fanática de Maverick? —pregunté, arrepintiéndome
instantáneamente de la pregunta.
Era una pregunta que mi antigua yo habría hecho. La Jennsyn que había
ido a Stanford. La chica que había ganado esos concursos de popularidad y
premios de participación. Pero ya no era esa persona y el problema de Stevie con
Maverick no era mi asunto.
111
—Lo siento. No es asunto mío.
—Está bien. Conozco a Maverick de toda mi vida. Todo el mundo lo adora.
Lo odio desde que teníamos diez años —se burló.
Me reí.
—Está bien. Es bueno saberlo.
—Es tonto. —Movió la muñeca—. Nos peleamos cuando éramos niños y se
prolongó durante una década.
—Ah.
Se acercó más y bajó la voz mientras la defensa Wildcat cerraba la ofensiva
en tres jugadas.
—Maverick masticará a Megan y la escupirá. La está engañando ahora
mismo. Espero que se dé cuenta pronto. Traté de hablar con ella sobre eso pero...
Megan parecía decidida a encontrarse en su cama.
—Fue amable de tu parte intentarlo —le dije.
Se encogió de hombros.
—Somos compañeras de equipo.
Una vez, creí que las compañeras de equipo superaban todo lo demás.
Esperaba, por el bien de Stevie, que siguiera siendo cierto.
El tercer cuarto transcurrió mientras la ofensiva de los Wildcats hacía todo
lo que estaba a su alcance para no ralentizar el juego. El tiempo se agotaba con
cada posesión y, en el último cuarto, habíamos anotado otro touchdown.
—Cincuenta y seis a tres. —Hice una mueca—. Auch.
La miseria se cernía sobre las cabezas del otro equipo a lo largo de la línea.
En el lado Wildcat del campo, nuestros jugadores chocaban los cinco y los puños.
Un silbido resonó en el aire mientras el árbitro arrojaba un pañuelo amarillo
sobre el césped y agitaba las manos en el aire.
Los abucheos llenaron el estadio.
—¿Qué pasó? —preguntó Stevie.
—Ni idea.
Los brazos del entrenador Ellis volaron a los costados y negó con la cabeza
ante el castigo.
La mandíbula de Toren se apretó con tanta fuerza que pude verlo a metros 112
de distancia.
—Fuera de juego. —sonó la voz del árbitro principal por los altavoces cuando
anunció el castigo.
La señal del jumbotron cambió a un entrenador Ellis con el ceño fruncido,
la cámara se arrastró al personal Wildcat.
En el momento en que apareció Toren, mi corazón dio un vuelco.
Gruñí.
—Maldita sea.
—¿Qué fue eso? —preguntó Stevie.
—Oh, um. Fue una mala decisión, ¿verdad? —No tenía ni puta idea.
El fútbol era un poco misterioso. En otra vida, habría dejado que Toren me
enseñara sobre el juego. Me habría acurrucado a su lado en el sofá y visto horas
de fútbol, escuchándolo explicar las reglas.
Alguien más tendría ese lugar a su lado. Quizás Millie. Millie con suerte. Al
menos era amable.
La defensa detuvo al otro equipo en su desesperado intento de anotar, y
mientras los jugadores de Toren salían corriendo del campo, él les dio una
palmada en las hombreras.
Cuando Rush Ramsey lideró la ofensiva en el campo, Megan y un par de
chicas más se inclinaron para susurrar, probablemente sobre los mismos
chismes que habían compartido en el vestuario el otro día.
Si los rumores sobre un embarazo eran ciertos, no parecían afectar el
desempeño de Rush. Parecía inquebrantable hoy, y aunque habíamos masacrado
al otro equipo, no había dejado de presionar. Había determinación en su juego,
como si estuviera usando el fútbol para escapar.
Reconocía esa urgencia. Ese impulso. Rush Ramsey y yo éramos espíritus
afines.
En otra vida, tal vez también hubiéramos sido amigos.
El entrenador Ellis caminó hacia Toren, ambos hablaron con las cabezas
inclinadas. Toren asintió y caminó hacia un banco donde descansaban dos de
sus jugadores.
Tampoco estaba celebrando todavía. El juego no había terminado e igual
que Rush, jugaría hasta el último segundo. 113
Cruzó los brazos sobre el pecho y sus bíceps tensaron la tela de su camisa.
Se agachó y la tela de su camiseta se tensó sobre sus bíceps y se amoldó a los
afilados músculos de su espalda y hombros. Dios, era sexy. Un escalofrío recorrió
mi espalda mientras mi boca se secaba.
—Es totalmente injusto que los entrenadores estén fuera de los límites. El
entrenador Greely es increíblemente atractivo.
Me sacudí, la declaración desvió mi atención de Toren a Megan.
Ella y las otras chicas se habían acercado, todavía hablando entre sí.
Ninguna me estaba prestando atención. Nadie me había notado observando a
Toren. Estaban demasiado ocupadas babeando por él.
Un amargo sabor se extendió por mi lengua. Metí las manos en los bolsillos
de los pantalones para no chasquear los dedos delante de la cara de Megan para
que dejara de comerse con los ojos a Toren. Pero afortunadamente, los jugadores
en el campo se movieron y bloquearon su vista.
El tipo en medio de la línea (¿el centro? ) le lanzó el balón a Rush, quien
retrocedió unos pasos y luego lo lanzó por el aire.
Me quedé sin aliento cuando navegó directo a las manos de un receptor
abierto. Salió corriendo, cada par de ojos fijos en él mientras corría. Todos los
pares menos el mío.
Como siempre, mi mirada se centró en Toren. Permaneció inmóvil hasta que
el estadio estalló en gritos.
Anotación.
Juego terminado.
La sonrisa en su rostro era cegadora. Era tan hermoso que me dolió el
corazón. Parecía muy orgulloso. Muy feliz por su equipo.
Toren sentía las victorias en lo más profundo del alma, ¿no? Apuesto a que
las pérdidas eran devastadoras.
Me dolía verlo sonreír y reír mientras felicitaba a sus jugadores. Compartió
un abrazo con palmadas en la espalda con el entrenador Ellis, luego corrió por
el campo, avanzando en mi dirección. Excepto que su mirada estaba en el otro
equipo, con una mano extendida para estrechar la de los entrenadores del equipo
contrario.
—¿Alguien quiere venir esta noche después del partido a cenar tarde? —
114
preguntó Megan.
Stevie y Liz compartieron una mirada y luego asintieron mientras las otras
chicas del equipo decían:
—Claro.
La invitación de Megan no era para mí. Tal vez lo hubiera sido si no hubiera
aceptado la beca de su amiga y un lugar en el equipo, pero no habría aceptado
de todos modos.
Ninguna de las chicas pareció darse cuenta cuando me di la vuelta y me
alejé.
Caminé junto con la multitud, yendo hacia la salida mientras el equipo de
fútbol pasaba corriendo a mi lado hacia el túnel donde probablemente tendrían
su reunión posterior al juego antes de caminar hacia la cancha para ducharse y
cambiarse.
Toren se mezcló con la multitud y, por un momento, lo perdí. Entonces
vislumbré su gorra gris y su brillante sonrisa.
¿Millie estaría por aquí? ¿Sería entonces cuando la abrazaría y le daría un
beso?
No quería verlo, pero necesitaba hacerlo. Necesitaba verlo seguir adelante
para poder dejarlo ir.
Excepto que caminó solo a través del campo hacia la zona de anotación
repleta de donantes y miembros de la facultad. Tal vez sintió mi mirada, porque
en un momento estaba viendo al frente y al siguiente se volvió hacia mí y me
encontró entre la multitud.
Su sonrisa se convirtió en un ceño fruncido.
Era peor que verlo con otra mujer.
Algo se arrugó en mi pecho. Una esperanza. Un sueño. Una imposibilidad.
Como cuando era niña y pensaba que podía ser astronauta, y mi madre me había
dicho que en lugar de eso sería jugadora de voleibol.
La mandíbula de Toren se apretó, su irritación era tan fuerte como la de la
gente que me rodeaba, mientras bajaba la vista al césped. Metió las manos en
los bolsillos de sus pantalones y luego aceleró el paso, siguiendo al equipo hasta
perderse de vista.
Una mano se acercó a mi pecho, frotando el dolor. ¿Qué me sucedía? Era
sólo una tonta chica con un pequeño estúpido enamoramiento, y era hora de 115
detenerme.
No más buscarlo. No más miradas. No más robo de películas.
Era hora de concentrarme en la razón por la que estaba aquí. Ya había
cometido suficientes errores cuando se trataba de hombres. Toren Greely no
necesitaba ser otro. Desconecté el ruido y caminé hasta la casa de campo. Y como
lo había hecho cientos de veces, me preparé para mi propio juego.
Era todo lo que todos querían de mí. Vóleibol.
Entonces jugué. Les di lo que querían.
Y lloré mientras conducía sola a casa.
10
TOREN
La puerta del garaje de Jennsyn se abrió cuando llegué al camino de
entrada. Como en el mío, había tres puertas automáticas. Fue la de Stevie la que
se abrió, no la de Jennsyn.
No debería saber cuál puerta era la de ella. No debería saber que se
estacionaba en el lugar más alejado de mi casa. No debería saber que conducía
un BMW negro deportivo que necesitaría llantas para nieve este invierno.
¿Sabía que necesitaría llantas para nieve? ¿Que tendría que encargarlas
pronto en la tienda de llantas local o se atascarían y se lo pasaría genial en
diciembre?
No era mi problema. Esa mujer no era asunto mío.
116
Sin embargo, no importaba cuántas veces me recordara que no era mía para
preocuparme, que su auto y sus llantas no eran mis responsabilidades, no podía
sacarla de mi mente.
Cada vez que pensaba que estaba en el camino del olvido, la veía, mi corazón
se detenía y me arrastraban de regreso al principio para empezar de nuevo.
Fue exactamente lo que había sucedido antes en el juego. Un vistazo a su
rostro y ese constante golpe en mi pecho se había estancado. Por un breve
momento, casi sonreí. Casi crucé la distancia entre nosotros para darnos un
beso. Entonces la realidad se derrumbó y me obligué a ver hacia otro lado antes
de que alguien se diera cuenta.
Qué desastre. Esto tenía que detenerse. ¿Cómo hacía para que se detuviera?
Habían pasado meses desde la fiesta de este verano, pero parecía que no
podía dejar de guardar pequeños fragmentos de información sobre ella. El auto
que conducía. Dónde se estacionaba. Hoy, al final del medio tiempo, mientras
nos preparábamos para regresar al campo, escuché al locutor del juego decir su
nombre.
Era la número ocho. Una atacante externa.
No es que tuviera ni idea de lo que significaba.
Hasta ahora, no me había permitido buscar a Jennsyn en línea, pero tenía
la sensación de que esta noche rompería esa racha. No sabía nada sobre voleibol.
No había ninguna razón para que no aprendiera. Pero quería saber las reglas.
Las posiciones. Lo quería todo.
La quería a ella. Aún. Meses después, la deseaba.
Este apego, atracción, adicción (como carajos debería llamarlo) hacia
Jennsyn Bell tenía que terminar.
Este enamoramiento se desvanecería. Tenía que desaparecer.
Quizás después de que se mudara. Después de que se graduara. Soportar
este tormento durante un año podría llevarme al límite, pero no tenía otra opción.
Me encantaba mi casa. Me encantaba este barrio. Y no me mudaría para
escapar de ella. Tampoco dejaría mi trabajo.
—Se desvanecerá —murmuré mientras metía mi camioneta en el garaje,
exhalé un largo suspiro y apagué el motor.
Maldita sea, estaba cansado. El entusiasmo por la victoria de hoy hacía
tiempo que se había disipado. No hubo ningún evento posterior al juego para 117
asistir esta noche, así que en lugar de eso, lo celebré con Faith y los chicos en la
granja.
Durante una hora, le lancé el balón a Abel para que pudiera practicar correr
algunas rutas para su libro de jugadas de la preparatoria. Beck y Cabe se habían
peleado por un videojuego, así que fui el pacificador. Luego ayudé a Dane a darle
los toques finales a la tienda de campaña que había hecho en su dormitorio antes
de preparar hamburguesas para la tía Faith para que pudiera pasar más tiempo
en su oficina, poniéndose al día con los negocios de la granja.
Con la temporada en pleno apogeo, no tenía muchas oportunidades de
visitar y ver a los chicos. Pero esta noche estaba cansado. Más cansado de lo que
había estado en mucho tiempo.
Más cansado de lo que jamás recordaba estar después de ganar un juego.
Algo sobre este año se sentía extraño. Algo estaba mal. No sabía
exactamente qué, pero simplemente... me sentía diferente.
Tal vez porque todavía estábamos todos nerviosos por el escándalo de la
primavera pasada. Todos caminábamos sobre cáscaras de huevo. Ford había sido
una bendición para el equipo, tanto para los entrenadores como para los
jugadores, pero todos todavía se comportaban de la mejor manera, incluido Ford.
Excepto cuando se trataba de Millie.
Ninguno de los dos había dicho nada con certeza, pero algo estaba pasando
allí. Algo que iba en contra de las reglas.
Conociendo a Ford, diría que se jodiera la política de no confraternización.
¿Pero Millie? A Millie le gustaban las reglas. Y adoraba su trabajo. Si estaban
merodeando, si lo estaban arriesgando todo, bueno... bien por ellos.
Quizás una parte de mí estaba celosa. Tal vez una parte de mí deseaba tener
un poco de su coraje.
No es que esto con Jennsyn pudiera compararse.
Dos empleados liándose era una cosa. ¿Pero un entrenador y una
estudiante? Era otro escándalo a punto de estallar. Era mi trabajo, mi futuro el
que estaba en juego. El de Jennsyn también.
Era demasiado joven para mí de todos modos. Estaba destinada a
muchísimo más que Mission, Montana.
Esto se desvanecería.
118
Hasta que estos sentimientos desaparecieran, seguiría avanzando. Así que
bajé de mi camioneta y, con las llaves en la mano, crucé la oscura calle hacia el
grupo de buzones, recogiendo la pila que había dentro, que probablemente era
todo basura.
—Hola, entrenador. —Stevie me saludó con la mano mientras salía del
garaje y se paraba en el camino de entrada donde las luces exteriores brillaban
sobre el cemento.
—Hola —dije, manteniendo mis ojos fijos en ella y sin buscar a Jennsyn
adentro—. ¿Cómo estuvo tu juego esta noche?
—Otra victoria. —Sonrió cuando Liz salió con pants holgados y una
camiseta de los Wildcats.
—Hola, entrenador Greely. Buen partido de hoy. Felicitaciones.
—Parece que también merecen las felicitaciones —dije.
—Sí. —Liz se rio—. Las masacramos.
—Jennsyn estuvo en llamas esta noche —dijo Stevie—. Por lo general, es
imparable, pero esta noche estuvo en la zona.
—Genial. —Una oleada de orgullo que no debería sentir se hinchó en mi
pecho.
Era buena, ¿no? ¿Qué tan buena? Reprimí la pregunta, sin dejar que mi
mirada se adentrara en su garaje. No me permitiría buscarla ni esperar que fuera
la próxima en salir.
—¿Qué harán esta noche? —les pregunté.
—Salir con algunas chicas del equipo —dijo Liz—. Iremos a cenar tarde.
—Diviértanse. —Levanté la mano con el correo, saludándolas a ambas y
luego me metí en mi garaje abierto.
Mi exhalación fue a la vez de decepción y de alivio.
La tranquilidad de mi casa contrastaba marcadamente con el caos que había
dejado atrás en casa de Faith. Normalmente me gustaba volver a una casa
silenciosa y respirar paz. Esta noche, las vacías habitaciones parecían solitarias.
¿Era mi problema? ¿Me sentía solo?
En años pasados, en las noches de partido, normalmente me dirigía a un
bar o a un restaurante con los otros entrenadores solteros. Tomábamos una 119
cerveza. Quizás íbamos al centro. Y ese ajetreo posterior al partido generalmente
significaba que traía a una mujer a casa y a mi cama. Tal vez me quedaba en la
de ella.
Excepto que no había tenido una conexión casual, no desde Jennsyn. Y
desde entonces ninguna mujer me había atraído.
Me había privado de sexo. Quizás fuera la razón por la que me sentía fuera
de lugar. Necesitaba echar un polvo. Necesitaba una decente liberación.
Durante mis duchas matutinas, apretaba mi pene con el puño y me corría
con la cara de Jennsyn en mente, excepto que esos orgasmos eran huecos y
rápidos, nada comparado con nuestra noche juntos. ¿Había exagerado esa
noche? ¿Me había convencido de que era más que una simple aventura de una
noche?
—Tiene que detenerse. —Tiré el correo sobre la encimera de la cocina, fui al
refrigerador y saqué una cerveza. Excepto que el primer sorbo tuvo un sabor soso
y rancio. Era un nuevo six-pack.
No era la cerveza. Era yo. Tomé otro sorbo mientras revisaba el correo y mis
ojos se fijaron en un aviso adhesivo del cartero.
Las cajas cerradas con llave en el carrusel debían estar llenas, y cada vez
que sucedía, dejaba una nota diciendo que mi paquete estaba en el porche.
Con mi cerveza en mano, me dirigí a la puerta principal y corrí el cerrojo.
Sobre el tapete había una sencilla caja de cartón marrón.
Mi estómago se retorció. No por esa caja, sino por la pila de cinco DVD’s que
había encima.
Jennsyn había traído las películas que había tomado prestadas. Las había
devuelto cuando no estaba en casa.
Bien. Estaba bien, ¿verdad? Una interacción menos.
Tomé otro trago de cerveza, luego agarré las películas y la caja y las llevé a
la cocina. La cerveza había pasado de rancia a agria, así que la dejé en el
mostrador con el paquete y las películas antes de cruzar la casa hacia la puerta
corrediza y salir a la oscura noche.
El aire fresco llenó mis pulmones y la presión en mi pecho disminuyó
mientras cruzaba el patio, hacia el lugar donde a Jennsyn le gustaba sentarse.
Las estrellas brillaban en el cielo negro. Olía a hojas, a tierra y a pino. Una luna
creciente brillaba sobre las parpadeantes luces de Mission. 120
No pasaba suficiente tiempo aquí. Compré esta casa en parte por esta vista,
excepto que el único tiempo que había pasado aquí últimamente había sido por
Jennsyn.
Había dejado su huella en este patio. Dudaba que alguna vez volvería a
pensar en este lugar como algo que no fuera el de ella.
Había regresado las películas. No debería haberme molestado tanto.
Pero así era. Jodidamente lo hacía.
Me di vuelta, a punto de entrar, cuando una luz de la puerta de al lado me
llamó la atención. Una cálida luz entraba por la ventana de un dormitorio de
arriba. Y enmarcada en el cristal, con los ojos fijos en mi jardín mientras se
peinaba el húmedo cabello, estaba Jennsyn.
No dejó de cepillarse cuando se dio cuenta de que la había visto.
Simplemente levantó la mano libre y presionó las yemas de los dedos contra el
cristal.
Mi corazón dio un vuelco.
Mierda.
Mi mano se metió en el bolsillo de mis pantalones, saqué mi teléfono y antes
de pensar demasiado en ello, marqué su número.
No era un contacto guardado. No era un número escondido bajo un nombre
falso.
Su número, tecleado diez dígitos a la vez.
Diez dígitos que había memorizado en julio.
Jennsyn desapareció de la ventana y respondió al segundo timbrazo.
—Hola.
—No fuiste con Stevie y Liz a cenar con el equipo.
Hubo una larga pausa.
—No.
—¿Por qué?
—No tenía ganas. Después de un partido, me gusta relajarme.
No tenía energía para chismes o charlas triviales porque lo había dejado todo
en la cancha. O tal vez el equipo no la había invitado. Quizás las chicas estaban 121
celosas de su talento.
Los jugadores estrella a veces se mantenían apartados del equipo. Por lo
general, era porque el chico se sentía por encima de sus compañeros de equipo.
Pero esa no era Jennsyn. No era arrogante. No alardeaba.
Demonios, si se centraba exclusivamente en su talento, me habría enterado
en la fiesta de que jugaba para los Wildcats.
Pero esa noche no había mencionado el voleibol, ni una sola vez. Lo que
significaba que realmente necesitaba algo de espacio para relajarse. O la
eliminarían.
Esperaba, por su bien, que no fuera lo último.
—Trajiste mis películas de regreso —le dije.
—Sí.
—Cuando no estaba.
—Sí. —Su voz bajó a poco más que un susurro—. ¿Es por lo que me
llamaste?
—No. —Llamé porque no podía soportar verla fijamente pero no escuchar su
voz. Porque quería hablar con ella en el juego, pero en lugar de eso me alejé.
La llamé porque la extrañaba.
—No pude saludarte en el juego.
Se metió un mechón de cabello detrás de la oreja.
—No parecías muy feliz de verme en el juego.
En lugar de sonreírle, fruncí el ceño.
—Me tomaste con la guardia baja. —Historia de mi maldita vida cuando se
trataba de esa mujer.
—Estuvimos en el campo durante el entretiempo, Toren.
—Lo sé.
Su cuerpo se hundió contra el borde de la ventana como si estuviera tan
cansada como yo. Era demasiado joven para estar tan cansada.
La casa de Jennsyn tenía un ángulo que nos permitía vernos desde ese
lugar. Debido a la curva de la calle, los vecinos del otro lado estaban en la
dirección opuesta.
Crucé el patio hasta la terraza, tomé una de las sillas y la puse en el césped.
A menos que alguien estuviera a mi lado, teníamos esta privacidad. Yo, en el 122
patio. Ella, en esa habitación.
Me recliné en la silla, solo un tipo afuera hablando por teléfono.
—¿Te llevas bien con Stevie y Liz?
—Sí. Son buenas compañeras de cuarto.
—¿Amigas?
Se encogió de hombros.
—En realidad no somos... amigas.
—¿Entonces no te caen bien?
—Me caen bien.
Parpadeé y luego se me escapó una risa.
—No entiendo a las mujeres.
Incluso desde la distancia, pude ver una dulce sonrisa en sus labios.
—Vine aquí para jugar un año. Son agradables y ha sido fácil vivir con ellas,
pero no veo que nos hagamos buenas amigas. Sólo estoy aquí para graduarme y
tener un año de voleibol en mis términos.
En sus términos. Había mucho detrás de esa afirmación.
—¿Quieres hablar sobre lo que significan exactamente esos términos?
—No especialmente.
—Está bien.
Dejaría ese tema en paz. Pero aparentemente, sus condiciones significaban
quedarse en casa esta noche. Sola.
Aunque en realidad no estaba sola.
Y yo tampoco, ya no.
—¿Qué pasará después de este año? —le pregunté.
Levantó un hombro.
—Aún no lo decido.
—¿Quieres seguir jugando?
Debió haber sido una pregunta difícil porque apoyó la cabeza contra la pared
mientras se establecía el silencio.
Para cualquiera de mis jugadores, la respuesta sería un sí inmediato. Pero 123
tal vez era porque todos sabían que no tendrían la oportunidad.
Era la última parada para la mayoría de los mayores. Se graduarían y
seguirían para encontrar trabajo y construir vidas. El único que tenía el talento
para jugar profesionalmente era Rush Ramsey. Aunque dado el silencioso rumor
en todo el equipo sobre la chica a la que había embarazado, ninguno de nosotros
estaba seguro de a dónde iría después, incluido Rush.
Pero para mis superiores defensivos, los muchachos a los que entrené por
años, tenían esta temporada, luego se acabó. Entonces, si les preguntara si
querían más, todos dirían rotundamente que sí.
—Jugar profesionalmente es para lo que trabajé toda mi vida —dijo—. Jugar
en un equipo internacional sería un sueño hecho realidad.
El monótono y ensayado tono me hizo enderezarme. Hablaba como si
estuviera hablando con un periodista o un agente.
—¿El sueño de quién se haría realidad? —le pregunté.
Levantó la cabeza con una sacudida y me miró fijamente, mordiéndose el
labio inferior. Luego exhaló tan fuerte que fue como una ráfaga de viento desde
su casa a la mía.
—Mi mamá fue jugadora profesional de voleibol. Llegó hasta los Juegos
Olímpicos para ganar el oro.
—Maldición. —Silbé—. Es todo un logro.
—Nada le encantaría más que siguiera sus pasos —dijo—. Sería su sueño
hecho realidad. Solía ser el mío.
—¿Qué cambió?
Levantó un dedo hacia la ventana y trazó una palabra en el cristal.
—Yo.
Había una tristeza en su voz que me hizo desear que estuviera aquí. Que
estuviéramos teniendo esta conversación en mi sala o cocina, sin tanto espacio
entre nosotros. Pero si estuviera aquí, dudaba que pudiera mantenerme alejado.
Que evitaría tomarla en mis brazos y hacer cualquier cosa para quitarle esa
tristeza. Entonces me quedaría en el patio y ella se quedaría en su habitación.
—¿Cuál es tu sueño? —le pregunté.
—Quiero ser feliz —susurró, como si fuera un secreto que tuviera miedo de
admitir—. Estoy en el último año de la universidad y no tengo más aspiraciones 124
que tener una sonrisa en la cara más a menudo que no. Tener suficiente dinero
para comprar comida deliciosa y rentar películas cursis de los años ochenta y
noventa.
Me reí.
—Prioridades.
Su sonrisa se amplió y dibujó algo más en la ventana, pero no pude
distinguir lo que estaba escribiendo.
—¿Es extraño tener expectativas tan bajas?
—¿Supongo que la mayoría de la gente tiene grandes expectativas de ti?
—Por las nubes.
—Establece las expectativas que quieras —dije—. Pero en mi opinión,
sonreír la mayoría de las veces no parece una expectativa baja.
Apoyó la mano sobre el cristal, casi como un abrazo. Cuando dejó caer el
brazo, pensé que terminaría la llamada, pero se relajó contra la ventana y se pasó
el teléfono a la otra oreja.
—¿Qué pasa contigo? ¿Siempre quisiste ser entrenador?
—Sí. Desde la preparatoria.
—¿En serio?
Asentí y señalé hacia las luces de la ciudad.
—Crecí aquí. Mi entrenador todavía está en la preparatoria. Es un buen
hombre. Del tipo que necesité cuando tenía esa edad. Me presionó mucho para
que estuviera en condiciones de obtener una beca. Me encantaba jugar y era
bastante bueno. Quizás incluso genial. Pero no suficientemente bueno para la
NFL. Siempre supe que en la Treasure State era donde tendría mi último juego.
Cuando veía hacia atrás a mi época como jugador, no me arrepentía. Lo
pasé genial en la universidad, jugando con un equipo. Tuve la suerte de haber
hecho amigos para toda la vida, como Ford.
—¿Y después? —preguntó.
—Después de graduarme, acepté un trabajo en Oregón para entrenar a los
Ducks. Era una remota posibilidad cuando presenté la solicitud, pero tuve
suerte. Aprendí mucho. Me partí el trasero. Luego, hace unos años, se abrió un
lugar en la Treasure State, así que aproveché la oportunidad de mudarme a casa.
El tío Evan había muerto y Faith necesitaba ayuda. No es que alguna vez 125
me hubiera pedido que volviera a casa, pero el día que aparecí, con mi camioneta
cargada y remolcando un U-Haul, había tenido mucho alivio en su rostro. Como
si hubiera estado a segundos de desplomarse.
—Con un poco de suerte, también dirigiré mi último partido en la Treasure
State. —Este trabajo era todo para mí. No necesitaba ser el entrenador en jefe.
No necesitaba irme a una escuela más grande y prestigiosa—. Quizás signifique
que mis expectativas también son bajas.
—Me gustan tus expectativas —dijo en voz baja.
Se produjo una pausa entre nosotros, una caída en la conversación que
habría significado el final de la mayoría de las llamadas. Pero no me atreví a
colgar. Y no se alejó de la ventana.
—¿Toren? —No colgó, pero se alejó del cristal y se escondió en algún lugar
de su habitación.
—¿A dónde fuiste?
Se escuchó un golpe de fondo, como si se hubiera desplomado en el borde
de la cama.
—Te escuché con Millie el otro día. Estaba rellenando mi botella de agua en
el pasillo fuera de la sala de estudio.
—Ah. —Fue el día en que obligué a dos de mis jugadores que apenas estaban
obteniendo calificaciones a concentrarse más en la escuela y menos en el fútbol
y en las chicas. Después de asegurarme de que estuvieran instalados, llevé a
Millie a comer pizza. Y durante una hora, la dejé esquivar cualquier intento de
conversar sobre Ford.
—Millie es una de mis amigas más antiguas. Fuimos juntos a la universidad.
—¿Ella, um, lo sabe? ¿Sobre nosotros?
—Nadie lo sabe.
Otro largo suspiro cruzó la línea.
—¿Ustedes dos…?
Me encantó que no pudiera terminar la frase. En cierto modo me encantó la
nota de envidia en su suave voz.
—No. Nunca ha sido así.
No entre nosotros. ¿Millie y Ford? Era otra historia. 126
—Hola, papá.
Dos filas más allá, un auto circulaba con las luces encendidas.
Siguió mi mirada, luego se movió para interponerse en el camino,
bloqueando mi vista.
Una parte de mí quería preguntar quién era ella. Pero la otra parte, la que
no había visto a su padre en un año, sabía que sólo provocaría una pelea. Y esta
noche no tenía energía.
Se acercó y me dio un fuerte abrazo.
—Jugaste muy bien.
—Gracias.
Su colonia era la misma. Fuerte, pero cara. Odiaba haber extrañado ese
olor. Que después de decepción tras decepción, todavía extrañara sus abrazos.
Todavía extrañara la forma en que colocaba su barbilla sobre mi cabeza.
Era una de las únicas personas que podían hacer eso porque era muy alto,
medía uno ochenta y cinco.
Siempre me pregunté si mamá realmente amó a papá o si simplemente se
había casado con él porque era alto. Se habían divorciado cuando tenía siete
años. Él no había visto atrás y mamá siempre había parecido más feliz una vez
que se fue. No podía recordarlos peleando cuando era pequeña. Tampoco podía
recordar que se rieran. No sabía si alguna vez se habían enamorado y no le había
preguntado a mamá desde entonces.
—Sólo estoy en la ciudad por esta noche —dijo, soltándome—. Volaré a casa
mañana.
Con su familia. A su verdadera familia. Con su esposa Tina. Y sus dos hijos,
Thomas y Mark. Mis medio hermanos eran más de diez años menores y no habían
sido parte de mi vida porque vivían en Georgia y yo había crecido en Nebraska.
En los veranos, cuando estaba de vacaciones escolares y podría haber
pasado tiempo en casa de papá, asistía a campamentos de voleibol. Y durante
las vacaciones, cuando tenía que visitarlos, Tina (según papá) no quería que
ocupara una habitación de invitados que sus padres y la familia de su hermana
necesitarían para su tradicional reunión familiar.
Una parte de mí se sentía mal por Tina porque papá la engañaba muy a
menudo. A la otra parte realmente no le agradaba Tina. 134
—¿A dónde viajarás? —le pregunté.
—A Seattle. Pensé que podría hacer una escala para un juego. Aunque no
fue tan fácil llegar a Montana como lo era a San Francisco.
No podía dejar pasar su oportunidad de molestarme por cambiar de escuela,
¿verdad? No porque le importara dónde iba a la escuela. Sino porque viajar a un
pueblo pequeño como Mission había significado más vuelos y escalas. Menos
tiempo con la novia.
¿Cuántas veces le había dicho a Tina que iría a ver uno de mis partidos
cuando en realidad había pasado el fin de semana con su novia?
Realmente no quería saberlo.
—¿Cómo se llama? —pregunté, señalando con la cabeza hacia el auto.
—Oh, eh. —Se pasó una mano por el claro cabello, los mechones se volvieron
grises en las sienes—. Es Maggie. Trabajamos juntos. Es fanática del voleibol. Le
dije que vendría a ver a mi hija estrella y me acompañó. Regresaremos a Atlanta
mañana.
—Me alegro de que hayas podido asistir.
—Yo también. —Sus ojos se suavizaron mientras miraba mi rostro—. Me
perdí tu cumpleaños.
—Sí, lo hiciste. —Me empezó a picar la nariz, pero apreté los dientes y me
negué a llorar.
No era la primera vez que se perdía mi cumpleaños. No sería el último.
—Lo siento —dijo, con voz espesa—. Estaba abrumado por el trabajo y los
muchachos estaban muy ocupados con el baloncesto. Estoy intentando entrenar
al equipo de Mark y…
—¿A qué hora es tu vuelo por la mañana? —Corté su serie de excusas. Las
había escuchado todas antes—. Podría reunirme contigo para desayunar
temprano.
—Oh, maldito. Es a las seis.
—Oh. —Gracias a Dios—. Qué bueno verte, papá. Fue amable de tu parte
venir a verme.
—Jugaste muy bien, Jenny. Es realmente algo digno de ver.
Asentí y me incliné para darle otro rápido abrazo, luego me moví hacia la 135
puerta del lado del conductor del BMW y entré sin ver atrás.
Papá ya se estaba alejando. Yéndose con Maggie.
Me dolió lo poco que le importó. ¿Cuándo se detendría? ¿Cuántos
cumpleaños tenía que perderse hasta que me importara un comino?
Mi barbilla tembló, pero me mordí el labio inferior y encendí el auto, sin
mirar atrás mientras salía del estacionamiento.
La casa estaba vacía cuando entré. La bolsa con mi ropa y zapatos adentro
pesaba mil kilos mientras subía las escaleras hacia mi habitación, viendo mi
reflejo en la ventana.
No mostré ni una sonrisa.
Estaba demasiado cansada para sonreír.
El fin de semana pasado, le dije a Toren que tal vez mis expectativas eran
demasiado bajas si todo lo que quería era sonreír la mayoría de las veces. En este
punto, tal vez era demasiado esperar. Demasiado soñar.
La bolsa se deslizó de mi hombro y aterrizó con un ruido sordo mientras me
quitaba los zapatos de calle. La alfombra era suave y lujosa bajo mis pies, mis
pasos eran silenciosos mientras bajaba las escaleras hacia la puerta corrediza
que conducía a nuestro patio trasero.
La diferencia entre nuestro césped y el de Toren era tan notable que lo supe
en el instante en que crucé a su propiedad. Sólo unas pocas casas en el
vecindario tenían cercas, probablemente aquellas con familias que querían
mantener a sus hijos contenidos. Pero la mayoría de los jardines simplemente se
mezclaban de un césped al siguiente.
Los dedos de mis pies se aplastaron contra la exuberante hierba de Toren.
El peso en mi pecho que había estado allí desde el momento en que vi a papá
pareció flotar hacia el cielo negro.
¿Por qué siempre era más fácil exhalar aquí? Mi casa, mi habitación, mis
pertenencias estaban a quince metros de distancia. Mi dormitorio solía ser mi
santuario. Al menos así había sido antes de mudarme a Montana.
Excepto que aquí, el lugar que parecía brindarme mayor comodidad era
justo aquí, al borde de un patio, contemplando las brillantes luces de la ciudad,
con la casa de Toren haciendo guardia sobre mi hombro.
Un destello de faros atravesó la noche, seguido por el sonido de la puerta de 136
un garaje abriéndose. No me giré para ver si eran Stevie o Liz.
No había ninguna razón para que se apresuraran a regresar a casa.
Pero Toren lo haría.
Porque había visto a través de la mentira que le había dicho en el pasillo de
que no pasaba nada.
Su puerta corredera se abrió y se cerró. Conté los segundos que le llevó
cruzar el patio: catorce. Luego estuvo a mi lado, con las manos en los bolsillos
de los vaqueros mientras miraba hacia adelante.
—Se te enfriarán los pies.
Mis pies ya estaban fríos.
—Estoy bien —mentí.
—¿Lo estás?
No.
—Mi papá estuvo en el juego esta noche.
—Ah. ¿Chico alto? ¿Suéter negro? ¿No muy lejos de mi asiento?
—Sí. ¿Como lo supiste?
—Tu cara cambió cuando lo viste. Luego jugaste como si el juego fuera una
cuestión de vida o muerte.
—Estaba enojada. —Dejé escapar una risa seca—. Normalmente juego bien
cuando estoy enojada.
—Me di cuenta de eso. —Dio un paso adelante y se volvió hacia mí—. No
sabías que iría.
—No. —Negué—. Hace eso una o dos veces por temporada. Aparece
aleatoriamente en un juego sin tanto como un mensaje de texto para decir que
irá. Normalmente va acompañado de una novia. Éste se llamaba Maggie. Me
siento mal por su esposa.
Toren dio un paso adelante y se volvió hacia mí.
—¿Tu mamá?
—No por mucho tiempo. El nombre de su esposa es Tina.
Su rostro se endureció en un ceño fruncido.
—La engaña.
Había tantas cosas en esa reacción que me dieron ganas de rodearle los 137
hombros con mis brazos y aplastar mi boca contra la suya.
Toren no conocía a Tina. No conocía la dinámica con papá. Pero juzgaba el
engaño.
Dios, estaba haciendo que fuera difícil seguir adelante. No es que realmente
lo hubiera intentado. Pero a este paso, mis sentimientos por Toren durarían
mucho después del día en que me mudara de la cuadra.
—¿Puedo decirte algo? —le pregunté.
La respuesta de Toren fue acercarse, como si supiera que la única forma en
que podría decir esta verdad sería en un susurro.
—Sólo lo veo cuando va a un juego como lo hizo esta noche —dije—. ¿Qué
pasa si dejo de jugar?
Era retórico. Sabía la respuesta.
Lo más probable era que no volviera a ver a mi padre.
Toren me dio una triste sonrisa.
—Lo lamento.
—Yo también. —Me tragué el nudo en la garganta—. ¿Por qué fuiste al
juego?
No respondió. En cambio, arqueó el cuello y miró al cielo. Mientras tragaba,
su nuez se balanceó y mi boca se secó. Tragar no debería ser sexy, pero todo lo
que Toren hacía captaba mi interés.
Cuando finalmente volvió a mirarme, el aire entre nosotros se calentó. Se
filtró en mi piel, extendiendo el calor hasta los fríos dedos de mis pies.
—¿Por qué fuiste a mi juego? —pregunté de nuevo.
—No me hagas responder eso. —Su voz era dolida.
—Está bien —susurré.
¿Qué estábamos haciendo? ¿Por qué no podíamos detenernos? Mi mirada
se posó en su boca y necesité toda mi fuerza para no cerrar la brecha entre
nosotros. No pasar mi dedo por esos labios para ver si estaban tan suaves como
los recordaba.
—¿Toren?
—¿Jennsyn? 138
—¿Aún usas ese bálsamo labial de menta?
Cerró los ojos, con la mandíbula apretada mientras se saltaba esa pregunta
también y, en cambio, hizo una propia.
—¿Qué quieres de mí?
—Olvidarte. —No precisamente. Pero era la respuesta inteligente y era una
chica inteligente—. ¿Por qué no puedo hacerlo?
Sus ojos se abrieron y la desesperación en ellos tenía que igualar la mía.
La fiesta había sido sólo una noche. Sólo una maldita noche.
¿Por qué ninguno podía olvidarla?
Despegué los congelados dedos de la hierba antes de hacer algo de lo que
ambos nos arrepentiríamos. Di un paso atrás, luego otro.
—Adiós, Toren.
No se movió. No me impidió salir de su jardín.
—Adiós, Jennsyn.
12
TOREN
Nueve de octubre.
Era uno de los tres días que temía cada año.
Dieciséis de enero. Siete de septiembre. Nueve de octubre.
Hoy hace diecisiete años que mi madre había muerto. Un año después, papá
también se había ido.
Había vivido más tiempo sin mamá que con ella. No era jodidamente justo.
Dios, lo que daría por estar ocupado hoy. Tener una práctica o un juego
agotador que me sirviera de distracción. Excepto que este año, el nueve de
octubre cayó en martes. El día más tranquilo de la semana.
139
La práctica no fue más que una breve reunión. Se esperaba que los
jugadores hicieran un ligero entrenamiento, pero por lo demás, el martes era su
día para ponerse al día con las tareas escolares y darles un descanso a sus
cuerpos.
El martes era el día en que los entrenadores podían realizar tareas
administrativas y correos electrónicos. No estaba de humor para hacer mucho
más que ir a casa y ver películas en el sofá, pero me obligué a ir a la oficina hoy,
sabiendo que si me quedaba solo en casa, sería mucho más difícil.
—Toren. —Parks atravesó mi puerta abierta y la cerró antes de dejarse caer
en una de las sillas vacías frente a mi escritorio—. Ayuda.
Se trataba de una mujer. Incluso antes de que abriera la boca, supe que se
trataba de una mujer.
—¿Qué pasa?
—Se trata de esta chica con la que he estado saliendo.
—Ah. —Por supuesto que lo era. Probablemente se habían conocido en línea.
—Nos conocimos en Tinder.
—Está bien —dije arrastrando las palabras. Y/o lo estaba ignorando. O
quería romper con ella pero aun así tener sexo.
—Creo que está a punto de terminar con esto.
—¿Por qué dices eso? —Me recosté en mi silla, agradecido por una vez de
que fuera horrible en las relaciones. Hoy, aceptaría cualquier distracción que
pudiera tener.
—Dejó de enviarme mensajes de texto.
Entonces no estaba dispuesta a terminarlo, ya lo había terminado. Y Parks
no estaba dispuesto a admitir la derrota.
Todos los miembros del cuerpo técnico éramos competitivos, pero Parks lo
llevaba al extremo en todos los aspectos de su vida. Prosperaba en modo de
ataque. Funcionaba cuando estaba en el campo y presionaba a sus jugadores
con fuerza, pero no demasiado. Sabía cuándo dar marcha atrás en lo que
respectaba al fútbol y al entrenamiento.
¿Pero con las mujeres? No tanto.
—¿Cuánto tiempo estuvieron saliendo? —le pregunté.
—Tres semanas, más o menos.
140
—¿Como en las pasadas tres semanas? —Habíamos estado fuera de casa
durante dos de los tres fines de semana para partidos fuera de casa. Durante la
semana, la mayoría de las noches nos apremiaban las prácticas. Lo que
significaba que esa mujer con la que había estado saliendo probablemente había
conseguido un martes y poco más—. ¿Con qué frecuencia la viste?
—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Nos juntamos un par de veces al
principio. Le he estado enviando mensajes de texto, pero ha sido difícil alinear
nuestros horarios.
—Tal vez sólo quería algo informal.
—Sí. Supongo. —Negó con la cabeza—. Honestamente, no sé por qué me
molesta. En nuestra última cita hizo un comentario acerca de que el fútbol es
superficial.
Auch.
—Entonces no me molestaría demasiado que no te responda el mensaje de
texto.
Gimió.
—Tienes razón. Yo solo... me gustaba. Era dulce.
—Si no entiende lo agotadora que puede ser una temporada, si
ensombrecerá un juego que adoramos, creo que será mejor que sigas adelante.
¿Era por lo que me gustaba Jennsyn? ¿Porque entendía cómo era este
mundo? Entendía la dedicación a un deporte. A un equipo. Que los exigentes
horarios de viaje y práctica eran un sacrificio que todos estábamos felices de
hacer.
—Sí —refunfuñó, hundiéndose en la silla y exhaló—. Las citas apestan.
—Lo hacen. —No es que tuviera muchas citas. Aventuras de una noche,
claro. Conexiones, sí. ¿Pero citas?
Era raro que conociera a una mujer a la que quisiera dedicarle el poco
tiempo que tenía en esta época del año.
Hasta Jennsyn.
No la había visto en tres semanas. Casi un mes. En ese momento me sentía
como un hombre hambriento. Debería haber sido bueno poner ese tiempo y
distancia entre nosotros. Para dejarla desvanecerse. Excepto que no se estaba
desvaneciendo.
141
Había estado de viaje para sus propios juegos, y el fin de semana jugamos
en casa y el equipo de voleibol estuvo en Colorado. No la había visto entrar ni
salir de la casa. No la había encontrado en mi patio trasero.
Si no fuera por los momentos más destacados publicados en las redes
sociales, ni siquiera habría visto su cara. Pero me convertí en el seguidor más fiel
del equipo de voleibol. Revisaba mi teléfono constantemente, esperando ver un
resumen o un clip de un juego. Esperando verla sonreír después de una victoria.
Seguían invictas. Todavía estaba jugando con ese fuego.
Y a la mierda mi vida, pero lo extrañaba. La extrañaba a ella.
—Supongo que volveremos a Tinder —murmuró Parks, levantándose de la
silla—. Pero primero, debo decirles a dos de mis muchachos en la línea que si no
mejoran sus calificaciones, estarán en la banca el sábado.
—Buena suerte.
—Gracias. ¿Puerta abierta o cerrada?
—Cerrada. —Necesitaba unos minutos para mí.
—Nos vemos. —Salió y cerró la puerta tras él.
Sacudí el mouse de mi computadora, a punto de verificar las calificaciones
de mis propios jugadores, cuando alguien llamó a la puerta. Antes de que pudiera
responder, Ford asomó la cabeza al interior.
—Hola.
—Hola. —Ford entró y cerró la puerta, luego tomó el asiento que Parks
acababa de dejar y se desplomó contra su respaldo—. ¿Tienes un minuto?
—Seguro. ¿Qué pasa?
—Adivina quién apareció en Mission el sábado.
Con el temor en su voz, tenía que ser su ex esposa.
—Sienna.
—Sí. —Hizo estallar la “i”.
—Maldición. —Me encogí—. Lo siento.
Conocí a Sienna en la universidad cuando salía con Ford. Había sido un
drama en aquel entonces y, después de todo lo que me había contado sobre su
divorcio, todavía era un drama ahora. Pero estaba atrapado con ella en su vida,
al menos hasta que su hija, Joey, se graduara de la preparatoria.
142
—¿Cuánto tiempo estará aquí?
Se encogió de hombros.
—Ni idea. Por el bien de Joey, ojalá sea más de un fin de semana.
Sienna no había visto a su hija desde que Ford se mudó. Él tenía la custodia
total de Joey y Sienna todavía vivía en Seattle.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—No especialmente. Millie quiere hacer una pausa mientras Sienna está en
la ciudad. Lo que sea que signifique una pausa.
Una pausa. Significaba que había algo en lo que hacer una pausa. Ninguno
de los dos había confirmado oficialmente su relación, aunque sospechaba que
habían estado juntos por un tiempo.
—Entonces… ¿Tú y Millie son oficiales?
—Lo mantendremos en silencio. Por obvias razones.
—¿Cómo se llevará esto con el trabajo? —le pregunté.
Se pasó una mano por el cabello.
—No lo sé. Pero si significa que tengo que dejarlo, entonces lo haré.
Maldición. ¿Renunciaría a todo por Millie?
Trabajar para Ford había sido un sueño este año. Era un líder fuerte y
nunca nos dejaba con dudas. Sin embargo, tampoco se metía en nuestra mierda.
Confiaba en nosotros para hacer nuestro trabajo y confiábamos en que nos
respaldaría.
Detestaba la idea de un jefe diferente. Pero prefería que mis amigos fueran
felices. Además, me gustaba que Ford renunciara por Millie. Que conociera su
valor. Que peleara por conservarla, incluso si le costaba una carrera.
—Sabes que no diré nada —dije.
—Nunca me preocupó que lo hicieras. —Ford dejó escapar un largo
suspiro—. No quiero que se sienta sola durante esta puta pausa o lo que sea. Si
estás libre, ¿te importaría invitarla a comer una hamburguesa con queso o algo
así una noche? Haz una de esas apuestas que haces con ella para ver quién come
más papas fritas.
Me reí.
—Lo tienes. 143
EN LA FIESTA
147
TOREN
El dedo de Jennsyn trazó una línea a lo largo de mi mandíbula mientras
bostezaba.
Mi mano estaba alrededor de su cintura debajo de las sábanas, mis propios
dedos trazaban pequeños círculos en los hoyuelos de su espalda baja.
Un bostezo también estiró mi boca. Eran las tres de la mañana y estaba
jodidamente cansado. Con cada segundo que pasaba, se hacía cada vez más difícil
mantener los ojos abiertos. Pero maldita sea si no me obligaría a permanecer
despierto hasta que se durmiera.
—Algún día deberías dejarte barba —susurró mientras su dedo raspaba mi
incipiente barba.
Arqueé las cejas.
—¿Una barba?
—Sí. Apuesto a que te verías sexy con barba.
—¿Estás diciendo que no soy sexy?
Rio.
—Déjate la barba, Toren.
Cuando decía mi nombre así, con voz baja y entrecortada, hacía lo que
quisiera.
—Deberíamos dormir. —Bostezó de nuevo.
—Aún no. —Rodé sobre su cuerpo desnudo, colocándome entre sus caderas.
Mi pene palpitaba mientras se presionaba contra su húmedo centro.
Gimió cuando tomé su boca.
Y todos esos bostezos cesaron.
148
13
JENNSYN
La biblioteca del campus estaba repleta de estudiantes y grupos de estudio
que susurraban. Todas las mesas y cubículos a mi alrededor estaban ocupados
y, aunque reinaba el silencio, me esforcé por bloquear movimientos, pasos y
papeles revueltos. La chica a mi lado seguía golpeando la mesa con el borrador
de su lápiz y el tat, tat, tat me ponía nerviosa. Mis auriculares estaban
incómodamente en el fondo de mi bolsa de gimnasia en la casa de campo.
Me puse un mechón de cabello detrás de la oreja y me incliné más cerca de
mi libro de texto, releyendo un párrafo por segunda vez justo cuando mi teléfono
sonó, su timbre era tan fuerte que pareció llenar todo el segundo piso de la
biblioteca.
Mierda. Mis dedos temblaron mientras me apresuraba a silenciar la 149
llamada. El calor inundó mi rostro cuando vi hacia arriba, encontrando más de
unas pocas miradas dirigidas en mi dirección. La biblioteca principal no era tan
indulgente como la sala de estudio para los atletas en el campo.
—Lo siento —le dije a la chica en la mesa al lado de la mía mientras fruncía
el ceño.
Puso los ojos en blanco y siguió golpeando ese maldito lápiz.
El nombre de mamá todavía estaba en la pantalla de mi teléfono, pero dejé
que su llamada pasara al correo de voz mientras recogía mis libros y cuadernos
y los metía en mi mochila. Luego me levanté de la mesa donde había estado
sentada durante la hora pasada y me dirigí hacia las escaleras.
Cuando corrí del segundo piso al primero, el teléfono vibró en mi mano con
un mensaje.
Jennsyn. Tienes que devolverme la llamada.
—No —murmuré, luego me dirigí a través del oscuro campus.
Lámparas altas y brillantes iluminaban las aceras del campus, pero esa
noche estaba tranquila. Sólo unos pocos estudiantes más estaban caminando.
Dos chicas salieron de una sala de conferencias. Un hombre mayor con una
cartera cruzada sobre el torso, probablemente un profesor, salió del edificio de
química.
Mi teléfono volvió a sonar, esta vez con un mensaje de texto de mamá.
Llámame. Esta noche.
Había estado esquivando sus llamadas y mensajes de texto durante más de
un mes. Era el tiempo más largo que pasé sin hablar con mi madre.
Si hubiera pensado que realmente quería hablar conmigo, la habría llamado.
Pero me acosaría acerca de Mike Simmons, y como todavía no había decidido si
lo quería como mi agente, no tenía sentido discutir con mamá.
No estaba de humor para que me reprendieran por mi futuro. Escuchar su
decepción cuando le dijera que tenía dudas. No estaba del todo preparada para
admitir lo que todavía estaba asumiendo conmigo misma.
Era mi último año de voleibol.
Tal vez. Probablemente. No estaba cien por ciento segura todavía.
Si no podía decidirlo por mí misma, seguro que no incorporaría a mi madre
a la mezcla. Perdería la maldita cabeza. Así que la ignoraría. Enteramente. 150
Sabía que estaba ocupada. Estábamos en plena temporada, viajando por el
Oeste para asistir a varios partidos. Las clases eran ocupadas y acababa de
terminar los exámenes parciales. Las prácticas eran diarias y cada vez que tenía
un momento libre, intentaba incluir entrenamientos adicionales. Como la
semana pasada, cuando entré a la sala de pesas durante la hora del almuerzo
después de que cancelaron una de mis clases y Toren entró a correr en una cinta.
Algo había estado mal con él ese día. Una nube se cernía sobre su cabeza.
Quise preguntar sobre eso, pero entonces Millie entró en la habitación y tuvimos
que fingir que éramos extraños. No lo había vuelto a ver desde entonces. Como
el fútbol y el voleibol se superponían, su agenda era tan agitada como la mía.
¿Estaría bien? Esperaba que estuviera bien.
Como había sido durante meses, Toren era una constante en mi mente, ya
sea que nos cruzáramos o no. Me había robado tanta atención que no estaba
segura de qué haría cuando este enamoramiento terminara. Y si dejaba el
voleibol, ¿en qué pensaría? ¿Y si me quedaba?
Una oleada de inquieta energía corrió por mis venas, así que caminé más
rápido, con la esperanza de deshacerme de ella mientras me dirigía a la casa de
campo. Mi auto no estaba solo bajo las brillantes luces del estacionamiento. Los
miércoles solían ser noches muy ocupadas en el campus con actividades de club
y horas de estudio regulares. Por lo general, estaba tan ocupado en la sala de
estudio que no había asientos vacíos, por eso decidí omitirlo por completo y
estudiar en la biblioteca principal después de comprar la cena en el sindicato de
estudiantes una vez que terminábamos la práctica.
El equipo partía mañana para una serie de juegos que comenzarían en Idaho
y terminarían en Utah. Antes de irnos, quería terminar una tarea de economía
que debía entregar el lunes. Una vez terminada, ahora podía ir a casa y relajarme.
Tal vez esta noche volvería a ver mi película favorita de Toren.
Excepto en el momento en que encendí el auto y me abroché el cinturón de
seguridad, el teléfono volvió a sonar y el tintineo sonó a todo volumen por las
bocinas. El nombre de mamá apareció en la consola.
—Uf.
Aparentemente, más de un mes era el tiempo que me permitiría ignorarla.
Simplemente seguiría llamando hasta que respondiera, ¿no? Mi madre era una
mujer testaruda y necia.
Me tensé, el corazón se me subió a la garganta y presioné el botón para 151
aceptar.
—Hola, mamá.
—Jennsyn.
¿Todas las madres tenían la capacidad de hacer que el nombre que te ponían
sonara como una bofetada? ¿O sólo la mía?
Un espeso y pesado silencio llenó el auto mientras esperaba que
respondiera.
No tenía sentido dar charlas ni excusas, así que puse el auto en marcha y
me dirigí a casa, reemplazando ese silencio con el chirrido de mis llantas en el
pavimento.
—Realmente no dirás nada —dijo. Probablemente sus fosas nasales estaban
dilatadas—. Bien. Tienes una reunión con Mike Simmons el lunes. Te llamará al
mediodía. Responde. Esa. Llamada.
No. Estaba en la punta de mi lengua decirle que no.
Pero…
¿Qué pasaba si aún no le cerraba la puerta al voleibol? ¿Qué pasaba si la
dejaba abierta un poco más para ver qué pasaba? ¿Hasta que lo decidiera con
seguridad?
¿Quería jugar profesionalmente? Tal vez. Era la elección inteligente.
Después de graduarme, necesitaba un trabajo y jugar viviendo en Europa por un
tiempo sería una excelente manera de prepararme financieramente para el
futuro.
Lo mínimo que podía hacer era obtener esa información de Mike, ¿verdad?
—Está bien —espeté antes de que pudiera detenerme.
—Gracias. —Mamá suspiró—. Tienes suerte de que todavía esté dispuesto a
hablar. No puedo creer que te hayas demorado en esto. ¿Qué pasa contigo?
—Nada. Estoy ocupada.
—Me cuesta creer que estés más ocupada en una universidad de Montana
que en Stanford.
Apreté los dientes para no responder. ¿Por qué había respondido esta
llamada? ¿Por qué?
—No me creo la excusa de estar ocupada —dijo—. Algo está pasando. ¿Es 152
tu padre?
Dejé escapar un largo suspiro.
—No. No se trata de papá.
—¿Hablaste con él últimamente? —preguntó mamá.
Hace años, aprendí a responder esa pregunta con cuidado. Si no estaba
satisfecha con la respuesta, lo llamaría y lo sermonearía sobre cómo hacer un
esfuerzo con su única hija. Entonces papá me llamaba y el esfuerzo que hacía
volvía todo incómodo.
Papá no me conocía. Nunca había intentado conocerme. No quería que me
llamara porque se sentía culpable.
Quería que me llamara porque me extrañaba. Porque pensaba en mí. Si la
atención que me dedicaba era porque lo había forzado, bueno... prefería no
hablar con él en absoluto.
No habíamos hablado ni nos habíamos enviado mensajes de texto desde que
llegó a Montana, y no esperaba volver a tener noticias de papá hasta el próximo
partido que decidiera ver. Si había un próximo partido.
—Vino a un juego —le dije a mamá—. Estaba en Seattle y se detuvo de
camino a casa.
—Ah. ¿Estaba solo?
Otro error que cometí hace años. Le había confiado a mamá que papá estaba
engañando a Tina. No había actuado sorprendida. Quizás también había
engañado a mamá. Probablemente.
—No —admití.
—Entonces fue a tu juego como una excusa para salirse con la suya con su
última novia. Típico Warren.
—Está bien, mamá.
—No está bien.
No, no lo estaba. Pero era mi realidad.
—Hablaré con Mike el lunes —dije.
—Bien. Llámame después.
—Está bien.
Mamá terminó la llamada sin despedirse. Sin una pregunta sobre mí. Sobre
153
cómo me iba o cómo estaba en la escuela. Ni siquiera había preguntado por el
equipo. Aunque probablemente era porque veía los puntajes publicados cada
semana. Sabía que estábamos aplastando a todos los que enfrentábamos. Eso, o
no le importaban mis victorias en la Treasure State.
A sus ojos, probablemente no contaban, ya que no era Stanford. ¿Era por lo
que no los habría visto? ¿Porque todavía estaba enojada porque me había
transferido sin su aprobación?
El año pasado, mamá asistió a ocho de mis partidos en casa. Después, me
invitaba a cenar y me asesoraba sobre todo lo que había hecho mal. Para
nuestros partidos fuera de casa, me daba consejos en nuestra siguiente llamada
telefónica.
Este año, aparte de su determinación de conseguir que firmara con Mike
Simmons, no había dicho nada sobre mi juego. Y mamá ni una sola vez había
mencionado volar desde Nebraska para ver un partido. La falta de crítica y
atención era inquietante. Liberador.
Me dolía un poco. Pero sobre todo era un alivio. Por primera vez sentía que
estaba jugando fuera de su alcance. Fue necesario que ingresara a una escuela
más pequeña y a un programa más estrecho. Pero fue como salir de debajo de su
paraguas, esperando que te lloviera encima. En cambio, el sol me calentaba la
cara.
Era liberador simplemente jugar y saber que la única persona que me
instruiría más tarde sería la entrenadora Quinn. Últimamente me había dado
algunos consejos sobre el tiempo, pero sus consejos eran diferentes a los que
había recibido de otros entrenadores. Me había estado enseñando cómo sacar lo
mejor de las otras chicas.
Era una forma diferente de pensar en el juego. Más que sólo mi actuación,
mi dominio, se trataba de cómo podía preparar a las otras chicas para que
también dieran lo mejor. Especialmente Stevie. Los últimos juegos había jugado
diferente. Mejor. Más fuerte. Era... divertida.
Había pasado mucho tiempo desde que la diversión ocupara el primer lugar
en la lista cada vez que describía el voleibol.
El precio que estaba pagando por esa diversión era la devoción de mi madre.
Quizás dolía más que un poco.
El vecindario estaba tranquilo cuando doblé por nuestra callada calle. La
luz se derramaba por las ventanas mientras rodaba por la calle, entrando en el 154
camino de entrada. La única casa oscura de la manzana era la de Toren.
¿Dónde estaría esta noche? ¿Fuera para cenar? ¿En la casa de un amigo?
¿En una cita?
No era mi problema.
Llegué al garaje y entré. Stevie estaba estudiando en la mesa del comedor,
con sus auriculares puestos para bloquear el ruido del televisor. Liz estaba
sentada con las piernas cruzadas en el sofá, con una comedia de situación de
fondo mientras se inclinaba sobre el cuaderno extendido sobre su regazo.
—Hola —dije mientras caminaba hacia la sala de estar.
—Hola. —Liz levantó la vista y sonrió—. Recibiste un paquete hoy. Lo puse
en tu cama.
—Gracias. Qué tengas buenas noches.
—Buenas noches. —Liz solía darme una extraña mirada cuando me retiraba
a mi habitación antes de las nueve. Pero se habían acostumbrado al hecho de
que no pasaba mucho tiempo en las zonas comunes. Utilizaba la cocina para
cocinar y el cuarto de lavado para lavar la ropa, pero por lo demás me mantenía
sola.
Así que subí las escaleras y me encerré en mi habitación, dejando caer mi
mochila al suelo antes de recoger el paquete en mi cama.
Rápidamente, abrí el sello de la caja. Luego saqué los cuatro DVD’s del
interior y sonreí para mis adentros mientras los inspeccionaba por delante y por
detrás.
A Toren puede que le gustaran las películas cursis de los ochenta y noventa.
Pero estos eran algunos de mis viejos favoritos. Alien, El Silencio de los Corderos
y Eso.
Eran películas que me habían asustado muchísimo cuando era más joven.
Películas que veía a escondidas por las noches cuando mamá salía a cenar con
sus amigas y me dejaba sola en casa.
La cuarta película fue una que compré para verla en mi computadora
portátil. Era una que no recordaba que Toren tuviera, pero que de todas las
películas que había visto, se había convertido en mi favorita.
El Karate Kid Parte II
Era cursi. Era repugnantemente dulce. Y me encantaba de todos modos.
155
Por mucho que quisiera correr escaleras abajo e ir hasta casa de Toren para
dejarlos en su puerta, mis compañeras de cuarto definitivamente harían
preguntas, así que dejé los DVD a un lado y terminé otra hora de estudio antes
de dejarlo. Me lavé los dientes y me puse una cómoda sudadera, luego me tumbé
en la cama leyendo en mi Kindle, con las luces apagadas y la puerta cerrada,
escuchando cuando Liz finalmente iba a su propia habitación.
Esperé otros treinta minutos, hasta que fueron más de las once, luego tomé
las películas y salí de mi habitación. Mis pies descalzos no hicieron ruido
mientras bajaba de puntillas las escaleras, asegurándome de que ninguna de las
luces estuviera encendida y que Stevie también se hubiera acostado. Contuve la
respiración mientras me arrastraba hacia la puerta principal.
Mi pulso rugió en mis oídos cuando giré la cerradura, tensándome cuando
hizo clic. Dios, era tonto. Pero la casa estaba en silencio y a oscuras. La sala de
estar estaba vacía y el único sonido provenía del aire que entraba por las rejillas
de ventilación.
Salí y solo respiré cuando la puerta se cerró y corrí hacia la casa de Toren.
Una tenue luz parpadeaba a través de las ventanas de su sala, como si
estuviera viendo la televisión. Subí de un salto el único escalón que llevaba a su
porche y coloqué las películas en su tapete de bienvenida. Luego me giré, a punto
de escapar a casa, y me quedé inmóvil.
Mi corazón se aceleró, golpeando mi esternón con tanta fuerza que era como
si hubiera corrido diez kilómetros, no seis metros.
Vete a casa. Vete a casa, Jennsyn.
Me volví hacia su puerta, mordiéndome el labio inferior entre los dientes. Al
diablo. Con un rápido golpe de mis nudillos, llamé a su puerta. Si no respondía,
en diez segundos me iría a casa.
Diez Misisipi. Nueve Misisipi. Ocho Misisipi.
Cuando llegué a cero, la puerta todavía estaba cerrada.
Mi corazón se hundió cuando me giré para irme, pero antes de que pudiera
bajar ese escalón de concreto, la puerta se abrió de golpe. Y entonces él estaba
allí, llenando su marco y luciendo más guapo que nunca.
Doce Mississippi. Necesitaba darle doce segundos.
—Hola.
—Hola. —Se quedó viendo por un momento, su expresión sólida e ilegible. 156
165
15
TOREN
Faith estaba en la sala de espera cuando cruzamos las puertas dobles de la
sala de emergencias. Tenía el teléfono pegado a la oreja mientras caminaba por
la pared del fondo, con los ojos pegados al linóleo mientras lo hacía.
Jennsyn movió los dedos, tratando de liberarse de mi agarre, pero los sujeté
con fuerza.
Aparte de Faith y la enfermera apostada en el mostrador de recepción, la
sala de espera estaba vacía. Esta noche, no me importaba que nos vieran juntos.
Estaba usando el agarre de Jennsyn para mantenerme estable hasta que supiera
que Abel estaba bien.
—Estaremos en casa en un momento —dijo Faith por teléfono. Levantó la
166
vista cuando nos acercamos y el alivio inundó sus ojos cuando me vio. Su mirada
se dirigió a Jennsyn, a nuestras manos entrelazadas, pero si le sorprendió verme
con una mujer, no lo dejó ver.
Extendí mi brazo libre y caminó directamente hacia mi lado, hundiéndose
contra mí.
—Está bien, Beck. Todo estará bien —dijo—. Toren acaba de llegar, así que
colgaré. Te llamaré cuando salgamos del hospital. Te quiero.
Lo que sea que dijo la hizo asentir y sollozar. Luego se sacó el teléfono de la
oreja y lo metió en un bolsillo.
—Hola. —Finalmente solté la mano de Jennsyn para poder abrazar a mi tía.
—Hola. —Su voz era áspera, como si estuviera tratando de no llorar—.
Gracias por venir.
—Por supuesto. ¿Estás bien?
—No especialmente. —Faith me soltó y se enderezó, secándose debajo de los
ojos. Estaba vestida con pantalones de pijama de franela rojos y azules y una
vieja sudadera que había sido del tío Evan. Tenía los pies cubiertos con las
pantuflas UGG que le había comprado para Navidad el año pasado.
—¿Puedo verlo? —Señalé las puertas de madera que conducían a la sala de
urgencias.
—Sí. Sólo salí a llamar a Beck. Asegurarme de que todo en casa estuviera
bien. Está asustado.
—¿Quieres que vaya allí? ¿Qué me quede hasta que llegues a casa?
—No, creo que está bien. Dane y Cabe están dormidos. Y el doctor dijo que
deberíamos poder irnos pronto.
—Bien. ¿Qué pasó?
Faith caminó hasta la silla más cercana y se dejó caer en el borde, con los
hombros curvados hacia adelante.
El asiento al lado del suyo era más bien un banco con suficiente espacio
para dos, así que me senté en un extremo y le di unas palmaditas al vinilo azul
marino a Jennsyn.
Dudó por un momento, luego me dio una triste sonrisa y se apretó a mi lado,
metiendo las manos entre sus rodillas.
Agarré una, entrelazando nuestros dedos mientras mi otro brazo rodeaba 167
los hombros de Faith.
—Los niños no tienen escuela mañana ni el viernes —dijo—. Jornadas de
desarrollo profesional para los docentes. Entonces Abel preguntó si podía pasar
la noche en casa de Robbie. Y aparentemente, Robbie les preguntó a sus padres
si podía pasar la noche en nuestra casa.
—Mierda —murmuré. Chicos idiotas—. ¿A dónde fueron realmente?
—A las montañas a hacer una fogata. Iban a acampar pero supongo que la
exnovia de Abel estaba allí y ocurrió algo de drama. No pude captar los detalles
exactos porque mi hijo. Está. Ebrio. —La voz de Faith tembló, ya sea por miedo o
por furia. Probablemente por ambas cosas.
Dejé escapar un largo suspiro.
—Mierda.
—Robbie no estaba bebiendo. Fue quien condujo a casa. Iban por un camino
de grava, tomaron una curva demasiado rápido y volcaron el Explorer de Abel.
—Joder —murmuré cuando la mano de Jennsyn apretó la mía.
—Podría haber sido mucho peor. —Faith tragó y miró fijamente un invisible
punto en el suelo—. Robbie está bien. Tiene un corte en la frente y otro en el
brazo por los cristales rotos. Se fue con sus padres hace unos diez minutos.
—¿Y Abel?
—Tiene un desagradable corte en la cabeza y una leve conmoción cerebral.
El doctor estaba terminando de ponerle los puntos cuando salí para llamar a
casa. —Enterró la cara entre las palmas de sus manos, pero en lugar de llorar,
dejó escapar un ahogado y enojado resoplido.
Cuando Faith dejó caer las manos, se sentó muy erguida y respiró hondo.
Luego miró más allá de mí hacia Jennsyn.
—Hola. Soy Faith.
—Soy Jennsyn. —Le dio a mi tía una triste sonrisa—. Encantada de
conocerte. Siento mucho lo de tu hijo.
—Yo también. —Faith suspiró.
No era el momento ni el lugar en el que quería que se conocieran. Demonios,
no había planeado que alguna vez se encontraran. Más tarde le explicaría a Faith
la situación. Tendría que pedirle que guardara el secreto. Pero sería para otra
noche. Sería para después de que Abel saliera de urgencias.
168
—Bien. —Faith se puso de pie y apretó los puños—. Estoy tan enojada con
él que apenas puedo ver con claridad. Su auto está destrozado. Tuvieron mucha
suerte de no recibir un MIP, pero Robbie recibió una multa por conducir
imprudentemente. Sus padres están furiosos y me culpan de esto. Yo solo…
podría haberse matado.
Mientras un nuevo brillo de lágrimas llenaba sus ojos, me levanté y la abracé
de nuevo.
—Él está bien.
—Él está bien. —Su cuerpo tembló cuando comenzó a llorar—. Yo no
puedo...
—Lo sé. —No podía perder a otra persona. No podía perder a un hijo—.
Vayamos a verlo.
Asintió, respirando profundamente. Luego se secó la cara y caminó hacia
las puertas.
—¿Quieres que espere aquí? —-preguntó Jennsyn.
No la quería sola en esta sala de espera deprimente y con corrientes de aire.
Estaba en la mezcla ahora, ya sea que cualquiera de nosotros estuviera listo para
ello o no. Mañana necesitaríamos decidir hacia dónde ir desde aquí. Esta noche
sólo quería sobrevivir a esto.
Si quería quedarse aquí, no la culparía. Pero si estaba dispuesta, no me
importaría tenerla conmigo.
—Tu elección. —Extendí la mano.
Entrelazó sus dedos con los míos sin dudarlo.
Me permití saborear ese calmante toque solo por un momento antes de
seguir a Faith para encontrar a Abel.
La sala de emergencias estaba vacía salvo por algunas enfermeras
trabajando. Pasamos por una hilera de oscuras habitaciones hasta llegar a un
área abierta dividida con mamparas de cortinas de color verde pálido. Sólo el
espacio de Abel tenía las cortinas cerradas.
Mi primo yacía en una estrecha cama de hospital. Cuando nos deslizamos
por una rendija de las cortinas, sus ojos se abrieron de golpe. Una mirada al
rostro de su madre y el rostro de Abel palideció. Su mirada se agrandó cuando
me vio detrás de ella.
169
Faith se cruzó de brazos cuando se detuvo a los pies de su cama.
Jennsyn soltó mi mano y se demoró fuera de la cortina, mientras me paraba
junto a mi tía y también me cruzaba de brazos.
Bueno, estaba vivo. El nudo en mi estómago se aflojó un poco.
—Hola.
Abel tragó con fuerza.
—Hola.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—No precisamente. —Sus ojos inyectados en sangre se llenaron de lágrimas
y apoyó la cabeza contra la única almohada, mirando al techo—. Soy tan
jodidamente tonto.
Faith se burló, su mandíbula se movió mientras parpadeaba para contener
otra ronda de lágrimas.
Suspiré y me moví para sentarme en el borde de su cama.
Su barbilla comenzó a temblar, así que alcancé sus hombros, levantándolo
y abrazándolo.
—Lo lamento. —Se hundió contra mí, sollozando mientras su voz se
quebraba.
—Lo sé.
—Solo quería divertirme con mis amigos y relajarme y que me importara un
carajo el fútbol, la escuela y todas esas tonterías.
Eran muchas cosas. Cada uno era ligeramente arrastrado.
—Lo entiendo. —Lo abracé más, absorbiendo los escalofríos que
atormentaban su cuerpo cuando comenzó a llorar.
—La cagué —sollozó—. La cagué mucho.
—Toma un respiro —le ordené.
El aire se le hizo un nudo en la garganta.
—Lo siento.
—Sé que lo sientes. Resolveremos esto.
—Mi vida se acabará si no puedo jugar. Se terminará. Papá se estará
revolcando en su tumba.
170
—Lo cremamos —murmuró Faith, secándose debajo de los ojos.
Al oír su voz, Abel se apartó y observó a su madre, más allá de mí.
—Lo siento, mamá.
—Sé que lo sientes, chico.
Su boca se frunció. Su cabello, del mismo color castaño que el mío, le caía
sobre los ojos. Cuanto mayor se hacía, más se parecía al tío Evan.
—¿Señora Grely? —Una enfermera se deslizó a través de las cortinas y
levantó una pila de papeles en la mano—. Podemos firmar esto y conseguir que
le den el alta.
—Está bien. —Faith salió del espacio mientras Abel se recostaba en la cama,
con los ojos bajos.
Puse mi mano en su brazo y lo apreté.
—Lo importante es que nadie resultó gravemente herido. Tomaron la
decisión correcta al dejar que Robbie condujera si estaba sobrio. Tu auto, el resto,
ya lo resolveremos.
—¿Qué pasará con el fútbol? El entrenador me echará del equipo. A Robbie
también. Simplemente lo sé. Estamos jodidos.
—Eso aún no lo sabes. No eres el primer chico que se mete en problemas
durante la temporada de fútbol.
—Ya lo dijo, Tor. Si a alguno nos atrapan bebiendo, quedamos fuera.
Eso sonó como el entrenador. Había dicho lo mismo hace mucho tiempo,
cuando era uno de sus chicos. Conociéndolo, lo cumpliría y Abel aprendería una
gran lección.
—Entonces estarás fuera por el resto del año. Jugarás la próxima
temporada.
—No puedo perder un año. No puedo. Toda mi vida estará arruinada. Nunca
conseguiré una beca para jugar. —Estalló en una nueva oleada de sollozos
mientras se cubría la cara con las manos—. Papá estaría muy decepcionado de
mí. Tengo que jugar.
¿De dónde diablos venía eso? Sí, a Evan le encantaba el fútbol. Pero nunca
había sido el tipo de hombre que hacía del deporte toda su personalidad. Le
importaría un carajo que sus hijos jugaran.
Lo único que siempre le importaba era que fueran felices.
171
—Abel. —Aparté las manos de su rostro, esperando a que me mirara—. A tu
papá no le habría importado una beca. No le habría importado que dejaras el
fútbol por completo. Sólo quería que tú, tu mamá y tus hermanos fueran felices.
—Pero el fútbol era lo nuestro. Era nuestra maldita cosa. También es cosa
nuestra, de ti y de mí.
Mi corazón se apretó. No su cosa. Nuestra cosa.
—¿Te gusta siquiera el fútbol, Abel?
—Eh. —Su vacilación fue respuesta suficiente—. Sí. Me gusta. Sólo... No
tanto como antes.
Entonces había llegado el momento de seguir adelante. De ampliar sus
intereses. Antes de que dejara de gustarle lanzar un balón por diversión. Antes
cambiaba de canal cada vez que empezaba un partido.
—Tal vez sea una bendición disfrazada —dije—. No beber. Hablaremos de
eso. Pero si tu entrenador te expulsa del equipo este año o te pone en la banca,
entonces tal vez sea el descanso que necesitabas. Si no te encanta, detente. Está
bien. No me importa. A tu mamá no le importará. A tu papá no le habría
importado.
Su rostro se arrugó, como si la idea de renunciar rompiera los corazones de
todos.
Abel había cambiado mucho en estos pasados cuatro años. Se estaba
convirtiendo en un hombre joven. Pero en ese momento, parecía el chico triste y
destrozado que tomó mi mano durante el funeral de su padre y lloró en mi
hombro cuando su madre se paró estoicamente frente a la multitud para
agradecerles a todos por asistir.
—Oye. —Tomé su rostro entre mis manos y dejé caer mi frente sobre la
suya—. Es solo un juego.
—Mi auto está jodido.
—Es sólo un auto.
Sólo lloró más fuerte.
—Lo lamento.
—Lo sé. —Lo acerqué para darle otro abrazo, sosteniéndolo cerca hasta que
Faith regresó con la enfermera.
—Podemos irnos a casa —dijo, luciendo más exhausta que en toda la noche, 172
como si el estrés de esto finalmente hubiera terminado y todas las emociones la
hubieran dejado seca.
—Yo manejaré. —Me levanté y saqué las llaves de mi camioneta del bolsillo.
Faith entró arrastrando los pies en la habitación y recogió el abrigo de Abel
que estaba tirado sobre la silla junto a su cama. Le dedicó a su hijo una leve
sonrisa y luego le tendió la mano para ayudarlo a ponerse de pie.
Él tragó mientras se levantaba, diez centímetros más alto que su madre.
—Lo siento, mamá.
—Lo sé, bebé. —Lo abrazó, sosteniéndolo con fuerza.
Corrí las cortinas para darles un momento a solas.
Jennsyn estaba parada contra una pared cercana, con los brazos alrededor
de su cintura. Había algo en su expresión que me hizo detenerme. Algo duro y
guardado.
Pero antes de que pudiera preguntarle si estaba bien, Faith y Abel
aparecieron a mi lado. Su brazo estaba entrelazado con el de su madre como si
ella lo estuviera sosteniendo. Ese chico probablemente no tenía idea de que su
madre era la persona más fuerte que jamás había conocido.
Era más fuerte de lo que debería ser.
—¿Listos? —les pregunté.
Faith asintió.
—Gracias por venir.
—Los llevaré a casa. Jennsyn puede llevarse mi camioneta.
—Estamos bien —dijo Faith—. Vuelve a casa.
—¿Estás segura?
—Sí. —Le sonrió a Abel—. Estamos bien.
Él asintió, luciendo como si estuviera a punto de llorar de nuevo, pero
cuando lo instó a seguir adelante, caminó a su lado por el pasillo, pasó por la
estación de enfermeras y de las salas vacías de emergencias hasta la salida.
Respiré, la presión en mi pecho se aflojó, luego le tendí una mano a Jennsyn.
Ella se empujó de la pared y la tomó, luego juntos salimos también del
hospital. Cuando subimos a mi camioneta, se quitó la capucha y luego me quitó
la gorra.
173
No había necesidad de seguir escondiéndonos, no cuando estábamos solos.
El camino a casa fue en silencio, el peso de todo lo que había sucedido esa
noche se posó pesadamente en la cabina del camioneta. No sólo el accidente de
Abel, sino todo.
Las películas que había llevado. El hospital.
Ese beso.
Habíamos roto todas las reglas. La fiesta del cuatro de julio había sido una
cosa. Por podría alegar ignorancia.
¿Pero esta noche? Todo había cambiado.
¿Ahora qué? ¿A dónde iríamos desde aquí?
No tenía una respuesta y dudaba que Jennsyn la tuviera. Así que no
pregunté. Simplemente conduje por las tranquilas calles de Mission hasta que
me estacioné en mi garaje, con la puerta cerrándonos.
—Gracias por ir conmigo —dije.
—De nada —susurró. Había una tristeza en sus ojos que hizo que me doliera
el corazón.
—¿Qué ocurre?
Levantó un hombro.
—Escuché lo que le dijiste. Acerca del fútbol. Ojalá te hubiera tenido cuando
tenía su edad.
Quería que alguien le dijera que estaba bien dejar el voleibol. Preguntarle si
le gustaba el juego.
La noche que la encontré en mi jardín después de su juego, la noche que su
padre y yo estuvimos en Upshaw para verla jugar, mencionó querer renunciar.
¿Sería lo que quería?
Durante las semanas pasadas, me derrumbé y pasé demasiado tiempo en
Google aprendiendo sobre voleibol. Stanford era una de las mejores
universidades del país y tenía uno de los mejores programas de voleibol. ¿Por qué
cambiaría ese calibre de educación, ese nivel de juego, por la Treasure State?
Éramos una buena escuela pero no éramos Stanford. Y había estado tan cerca
de graduarse, sólo le faltaba un año. Entonces, ¿por qué se había ido de
California?
—¿Por qué te transferiste este año? —Era la pregunta que había querido 174
hacer durante semanas.
¿Este movimiento sería su forma de detenerse lentamente? ¿No una brusca
renuncia, sino una salida gradual del juego?
—Porque no te tenía para que me dijeras que podía detenerme —susurró.
—Puedes hacerlo, sabes. Puedes renunciar.
—Aún no. Ni siquiera sé si es lo que quiero.
Y muy poca gente le había preguntado qué quería.
Jennsyn forzó una pequeña sonrisa y luego alcanzó la manija de la puerta.
—Adiós, Toren.
Todo lo que tuve que hacer fue tomar su mano. Todo lo que tenía que hacer
era llevarla adentro. Podríamos continuar donde lo habíamos dejado. Pero me
quedé inmóvil detrás del volante, observando cómo saltaba de la camioneta.
Jennsyn caminó hacia la puerta que conducía al interior y se quitó mis
Crocs. Luego caminó hacia la puerta lateral, la que la llevaría a casa.
Y desapareció en la noche.
—Adiós, Jennsyn.
EN LA FIESTA
TOREN
Jennsyn dibujó remolinos alrededor de mi pezón con la punta de un dedo. La
mayoría de las mujeres que conocía tenían las uñas cuidadas con brillante
esmalte, pero las de ella eran cortas y limpias.
Su cuerpo estaba estirado junto al mío. Estaba apoyada en un codo y, debajo
de las sábanas, arrastró su pie arriba y abajo por mi pantorrilla.
Yo tenía un brazo detrás de mi cabeza y mi corazón todavía latía con fuerza
por el último orgasmo.
—¿Alguna vez te quedaste despierto toda la noche con alguien? —me
preguntó—. ¿Así?
Como si estuviéramos tan enamorados uno del otro que peleáramos por no
175
dormir el mayor tiempo posible. Como si no pudiéramos tener suficiente. Como si
no pudiéramos detenernos, ni siquiera para descansar.
—No. —Con cualquier otra mujer, nunca se me había pasado por la cabeza—
. ¿Tú?
—No.
Con cada golpe de su pie, mi cuerpo parecía vibrar y mi pene cobraba vida
para otra ronda. Ese dedo suyo seguía dando vueltas en mi pezón.
—Nos quedaremos sin condones si sigues así —murmuré.
Sonrió, tan hermosa y brillante que iluminó el cuarto oscuro.
—Parece un desafío.
Me reí entre dientes y salté, rodando para atraparla debajo de mí tan rápido
que jadeó.
—Me gustan los retos.
16
JENNSYN
Mi profesor recogió una pila de papeles de su escritorio y los agitó en el aire
mientras caminaba a lo largo de la habitación.
—Exámenes intermedios. En general, me sentí decepcionado.
Un colectivo gemido resonó en toda la clase.
Este curso de Gestión de Pequeñas Empresas debería haber sido una fácil
A, excepto que este profesor parecía decidido a torturarnos a todos. No sólo se
desviaba continuamente del plan de estudios, sino que nos lanzaba tareas sin
contexto ni material de apoyo. Nuestro libro de texto había sido irrelevante hasta
el momento: un montón de peso que me obligaban a cargar por el campus dos
días a la semana en caso de que el profesor Smith cambiara de opinión y quisiera
176
usarlo.
Nuestro examen de mitad de período versó sobre fuentes de financiación
para pequeñas empresas. Era un tema que sólo habíamos tocado brevemente.
Según nuestro inútil programa de estudios, se suponía que pasaríamos las
próximas dos semanas discutiendo el tema.
Por supuesto que estaba decepcionado con las calificaciones.
Yo me sentía decepcionada de su enseñanza.
Ninguno sabía qué diablos quería.
Afortunadamente, ya había tomado un curso para pequeñas empresas en
Stanford, así que usé lo que había aprendido el año pasado y superé el examen.
—Revisé el programa de estudios durante el fin de semana —dijo el profesor
Smith—. El lunes comenzaremos una sección sobre estrategia de salida.
La estrategia de salida debía discutirse en noviembre. ¿Sabía lo que había
en su propio programa de estudios?
Smith caminó hacia su escritorio y colocó la pila en una esquina. Luego se
sentó en su silla y agitó una mano en el aire.
Clase perdida.
La habitación estalló en acción, todos metiendo libros y libretas en sus
mochilas antes de levantarse y de arrastrar los pies hacia el frente de la sala. Se
formó una fila para recoger nuestras exámenes, así que no me apresuré a irme.
Me puse el abrigo y me colgué la mochila al hombro, luego caminé desde mi
asiento en la primera fila hasta el último lugar.
Smith ni siquiera vio en mi dirección mientras recogía mi examen y hojeaba
la portada con mi nombre en la esquina.
Parpadeé ante la calificación garabateada con tinta roja.
C
¿Qué? Me incliné más cerca de la página, comprobando tres veces que era
mi trabajo y que era mi calificación.
Mi estómago se desplomó mientras escaneaba mi propia letra.
¿Me había dado una C? No. No podía ser correcto. Nunca había obtenido
una C en mi vida.
—¿Profesor Smith? —Me acerqué a la esquina de su escritorio.
Levantó la vista por encima del borde de sus anteojos de montura negra. 177
—Señorita Bell.
—Yo, um… Estoy un poco sorprendida por mi calificación.
—Yo también. —Se quitó esos anteojos, dejándolos colgar en una mano
mientras me mira fijamente—. Estoy un poco preocupado por lo que le enseñaron
en Stanford.
Esperen. ¿Sabía que me habían transferido de Stanford? No era
exactamente un secreto. Quizás seguía al equipo de voleibol o algo así.
—Mis notas están en los márgenes —dijo.
Mi estómago se hundió más y más mientras hojeaba las páginas, sus
garabatos rojos coloreaban casi todas las preguntas en cada página. Mis
respuestas no fueron incorrectas, pero tampoco correctas. Al menos, no para lo
que Smith había querido.
Podría discutir con él. Pero dudaba que sirviera de algo. No cambiaría de
opinión. Lo que me dejaba atrapada con una C.
No, maldita sea. Esto no podía estar pasando. No obtenía C’s. No fracasaba
en la escuela.
Tal vez no estaba segura de qué hacer con el voleibol, tal vez mi futuro estaba
tan claro como una pared de ladrillos, pero era buena en la escuela. Necesitaba
ser buena en la escuela.
Mis manos empezaron a temblar y el papel se arrugó suavemente. Hubo ese
ruido en mis huesos.
—No se preocupe. —El profesor Smith se volvió a colocar los anteojos en la
cara—. Califico con una curva.
*
—Cuidado —me susurró una chica cuando entré por la puerta de la
biblioteca.
Había estado caminando hacia atrás, claramente sin ver hacia dónde iba.
Hasta el momento en que se dio la vuelta, con un café con leche hirviendo en la
mano, y corrió directamente hacia mí.
El café goteaba por la parte delantera de mi abrigo, humeante, pegajoso y
dulce.
Me lanzó una furiosa mirada mientras el líquido goteaba del costado de su
vaso de cartón al suelo de baldosas.
178
—Gracias. Acabo de comprar esto.
Mi boca estaba demasiado ocupada abierta para responder.
Con una mueca de desprecio, pasó a mi lado y salió, sin disculparse ni una
sola vez por el hecho de que estaba cubierta de su café.
Un chico que pasaba me vio de reojo, probablemente porque estaba de pie
con la boca abierta y los brazos levantados, congelados a los costados.
Vine a la biblioteca a estudiar. A examinar detenidamente mi examen parcial
en la clase de Smith y descubrir dónde me había equivocado o si podía encontrar
una manera de discutir algunos puntos.
Excepto que el café estaba empapando mi abrigo, así que despegué los pies,
me alejé del charco y me quité la chaqueta. Con ella hecha una bola, me di la
vuelta y salí de la biblioteca, dirigiéndome a la casa de campo. Había una
sudadera con capucha en mi casillero que había planeado usar después del
partido de esta noche.
Estaba temblando cuando crucé el campus. La camiseta de manga larga
que llevaba debajo del abrigo no era precisamente cálida y el clima de finales de
octubre era tan frío que me castañeteaban los dientes. Estaba a tres metros del
calor de la casa de campo cuando se abrió la puerta.
Toren salió con el entrenador Ellis.
El aire salió de mis pulmones. Nervios. Alegría. Alivio. Miedo. Todos me
golpearon a la vez. Rara vez nos cruzábamos en el campus, pero cada vez, las
emociones en conflicto me tomaban por sorpresa. Dudé un paso.
Estaba precioso con un jersey gris y vaqueros oscuros lavados. Sonrió ante
lo que fuera que dijera el entrenador Ellis, ninguno de los dos me había notado
todavía.
Habían pasado nueve días desde que vi a Toren. Nueve días desde el
accidente de Abel. Nueve días desde que Toren me tomó la mano y me besó en
su cocina.
Nueve días en los que me convencí de que tenía que terminar. De una vez
por todas.
Antes de que el traqueteo arruinara mi temporada. Antes de que otro beso
nos atrapara y perdiera su carrera.
Ambos me vieron al mismo tiempo.
179
El entrenador Ellis me dedicó una leve sonrisa y bajó la barbilla.
—Buenos días.
—Buenos días —dije con la voz ronca.
Toren tragó y luego imitó a su jefe, fingiendo que era una estudiante más.
Mantuvo la puerta abierta, sin decir una palabra mientras pasaba junto a ellos
dentro.
Mientras se alejaban, no miró hacia atrás.
Me quedé observando su espalda por un largo momento, mis pies todavía se
movían hacia adelante aunque mis ojos estaban dirigidos por encima de mi
hombro.
Mi dedo del pie se enganchó en la esquina del tapete.
Y luego me quedé viendo el cemento mientras estaba tirada en el suelo con
un tobillo palpitante.
—Mierda.
*
Rodé mi tobillo en círculos, probándolo desde antes. Estaba bien, sólo un
poco tierno. Torcido pero no esguinzado ni roto.
No era mi día.
Estaba más que lista para que terminara. Excepto que primero teníamos un
juego.
—¿Le pasa algo al tobillo? —preguntó Stevie mientras ambas nos
sentábamos frente a nuestros casilleros.
—Me tropecé antes pero está bien. —La desestimé con la mano cuando mi
teléfono vibró en el banco entre nosotros.
Mike Simmons.
Envié su llamada al correo de voz, haciendo una mueca en el momento en
que mi dedo presionó el botón. Menos de sesenta segundos después, apareció
una notificación por correo electrónico. Era el cuarto correo electrónico que Mike
me enviaba desde nuestra llamada telefónica la semana pasada y los cuatro
estaban esperando respuesta.
La primera había sido intercambiar información de contacto y resumir
nuestra llamada. La segunda había sido un contrato. La tercera había sido un
recordatorio para firmar ese contrato. Sospechaba que la cuarta sería igual. 180
Ni una sola vez durante nuestra llamada del lunes pasado acepté seguir con
él como mi agente. Ni una sola vez había aceptado su oferta de representación.
O mi madre lo había hecho por mí. O Mike pensaba que si presionaba
suficiente, cedería. Probablemente eran ambas cosas.
Había dicho todas las cosas correctas. Lo había hecho sonar tan
jodidamente tentador. Pero algo me estaba frenando. Lo mismo que me había
estado atormentando durante un tiempo. Algo que había ignorado en Stanford.
Algo que no había ignorado en la Treasure State.
¿Era realmente lo que quería? ¿Jugar voleibol profesionalmente?
¿Convertirlo en la ambición de mi vida?
La respuesta estaba ahí, en lo profundo de mis entrañas. Esperando el
momento en que fuera suficientemente valiente para decirlo en voz alta.
Hoy no era ese día.
El vestuario era ruidoso, la energía para nuestro próximo partido infundía
el aire. Megan estaba charlando sobre algo con algunas de las chicas. La
entrenadora Quinn acababa de entrar con el entrenador para hablar con Liz,
quien había estado luchando con su rodilla toda la semana.
Y no podía dejar de ver las notificaciones en mi teléfono.
Mike estaba esperando una respuesta.
¿Qué pasaría si firmaba el contrato, por si acaso? ¿Qué pasaría si ganaba
más tiempo para resolver esto? En el peor de los casos, lo contrataría como mi
agente y cuando llegara el momento de aceptar una oferta de trabajo, la
rechazaría.
Podríamos separarnos más tarde, ¿verdad? ¿Realmente tenía que decidirlo
ahora?
El miedo se deslizó por mis venas, acumulándose en mi estómago y
haciéndolo revolverse. El ruido era peor que nunca. Estaba a punto de
desmoronarme.
Tomé mi teléfono y me tembló la mano mientras metía el dispositivo en mi
casillero.
—¿Estás bien? —preguntó Stevie.
Tragué fuerte y ajusté la cintura de mis pantalones cortos.
181
—Sí.
No tenía otra opción que estar bien.
Teníamos un juego por ganar.
*
El vestuario estaba en silencio. Aparte del sonido de la ropa crujiendo, de
los bolsos al cerrarse y de los tenis atados, ninguna persona se atrevía a hablar.
Perdimos.
No podía entenderlo.
Habíamos perdido el juego de esta noche.
En mi mente, sabía que no era culpa mía. Era un deporte de equipo y todas
jugamos como una mierda, especialmente yo. No había habido ritmo. Habíamos
cometido un tonto error tras otro. Y el otro equipo había estado en llamas.
No fue mi culpa.
Fue mi culpa.
Decepcioné a todas esas chicas esta noche. Me decepcioné a mí misma. Todo
porque me dejé distraer por una C. Por una taza de café derramada. Tropezando
con un tapete, con una llamada telefónica perdida y con un correo electrónico.
Por un hombre.
Por un entrenador que estaba totalmente fuera de mis límites y al que no
podía sacarme de la cabeza.
El ruido se había manifestado en el juego.
Justo como antes.
Una mano aterrizó en mi hombro, haciéndome saltar.
La mirada de Stevie estaba llena de preocupación, pero no interrumpió el
silencioso luto de nuestra temporada perfecta.
Yo tampoco.
Me alejé de su toque, recogí mi bolso del suelo y salí por la puerta del
vestuario.
*
El sudor me perlaba las sienes mientras pasaba el trapo de un lado a otro
por el interior del parabrisas del Subaru de Liz. El chirrido del cristal limpio llenó
el interior de su auto junto con los aromas de acondicionador de cuero y 182
amoníaco.
La última vez que vi el reloj eran las doce y media de la madrugada. Fue
antes de que comenzara a limpiar el auto de Liz. Después de haber detallado mi
propio BMW y el Jeep rojo de Stevie.
Mis compañeras de cuarto estaban adentro, dormidas y ajenas a mí en el
garaje. Me pregunté si podrían oír la aspiradora cuando la saqué para limpiar la
alfombra de cada uno de nuestros vehículos, pero si el ruido las había molestado,
ninguna había venido a comprobarlo.
Así que seguí limpiando, necesitaba distraerme porque no podía dormir.
Conduje a casa después del partido de esta noche y me encerré en mi
habitación, lamiendo mis heridas. Esperaba que después de un poco de
descanso, el ruido se detuviera. Excepto que había dado vueltas y vueltas,
incapaz de apagarlo.
Habíamos perdido. Perdimos un partido que deberíamos haber ganado.
No era mi primera derrota, pero fue la más difícil que tuve que tragar.
Había demasiada energía fluyendo por mis venas. Demasiados
pensamientos pasando por mi mente.
Hacía demasiado frío y estaba demasiado oscuro para salir a correr. Casi
había conducido hasta el campus y había ido a la sala de pesas. En lugar de eso,
me conformé con limpiar mi auto. Excepto que cuando terminé, todavía estaba
rebosante de nerviosismo y de esta insaciable necesidad de moverme. Como si
me quedara quieta por mucho tiempo, me desmoronaría.
Así que lo siguiente que hice fue limpiar el auto de Stevie. Luego el de Liz.
Debería haber sido suficiente. Contorsionando mi cuerpo en espacios
reducidos para limpiar plástico y cuero. Quitar el polvo de las salidas de aire con
cotonetes de algodón. Aspirar las migas de las grietas.
Después de un largo día, después de perder, de una C y de un abrigo que
probablemente siempre apestaría a café, debería haber estado exhausta.
Pero en el momento en que salí del Subaru de Liz y me puse de pie, esa
necesidad de seguir moviéndome, de seguir presionando, fue más fuerte que
nunca.
No había más autos que limpiar.
Mis entrañas se anudaron. ¿Ahora qué?
183
Esa pregunta resonó en mi cabeza, tan fuerte que bien podría haberla
gritado en el silencioso garaje.
¿Ahora qué?
Era más grande que mi siguiente movimiento. Que los próximos cinco
minutos.
Ahora ¿qué hacía con mi vida?
Mi garganta ardía con esta aguda y dolorosa necesidad de llorar. Me negué
a llorar.
La última vez que derramé una lágrima por un juego perdido fue en mi tercer
año en la preparatoria cuando perdimos el campeonato estatal.
Mamá se había enojado y, de camino a casa, me había sermoneado por mis
lágrimas. Me había dicho que las perdedoras lloraban. Que las ganadoras
mejoraban. Que las ganadoras trabajaban más duro.
No lloraría por la pérdida de esta noche. No cuando en lugar de eso podía
limpiar autos.
Excepto que ya no había más autos.
A menos que…
Girándome, miré la pared del garaje. Más allá, más allá del tramo de césped
que separaba nuestras casas, había un vehículo sucio. Por dentro y por fuera, la
camioneta de Toren estaba destrozada.
Se suponía que debía mantenerme alejada de Toren. Evitándolo hasta que
el ruido desapareciera. Pero antes de que mi buen juicio pudiera detenerme,
recogí mis artículos de limpieza, agarrando botellas con un brazo mientras con
el otro llevaba un puñado de trapos. Metí un puñado de hisopos de algodón en
el bolsillo de mi sudadera y salí por la puerta lateral del garaje, caminando
descalza hacia el de Toren. Mis dedos de los pies se enfriaron instantáneamente
por la escarcha que cubría el suelo.
Por favor que esté abierta.
Alcancé la perilla de su propio garaje, girándola lentamente, esperando
encontrar el tope de la cerradura. Pero la puerta se abrió con un ligero soplo de
aire.
El alivio fue tan paralizante que gemí. 184
Cuidando de mantener mis pasos ligeros, entré en su garaje y cerré la puerta
detrás de mí, cruzando el espacio hacia su camioneta.
El exterior estaba sucio, los lados tan cubiertos de barro seco que la pintura
plateada de la mitad inferior no tenía ni un poco de brillo. Necesitaba
desesperadamente un lavado y encerado, pero esta noche tendría que
conformarme sólo con el interior, como hice con los tres autos en mi casa.
Ni siquiera podría aspirar el de Toren, pero por el momento no me
importaba. Así que abrí la puerta trasera, puse mis suministros en el suelo y me
puse a trabajar.
Acababa de terminar el asiento trasero cuando se aclaró una garganta. El
sonido hizo que todo mi cuerpo se sacudiera tan rápido que me golpeé la nuca
contra el techo de la camioneta.
—Auch. —Mierda. Dejé caer el trapo en mi mano y salí de la camioneta
mientras me frotaba el cráneo.
Toren estaba en la puerta que conducía a la casa. Tenía los brazos cruzados
mientras se apoyaba contra el marco. Su cabello era un desastre, erizado en
ángulos extraños. La oscura piel de su rostro era suficientemente espesa, todo lo
que tenía que hacer fue entrecerrar los ojos y era prácticamente una barba.
Llevaba bóxer negros y nada más. Cada músculo de su desgarrado cuerpo
estaba a la vista. Su mirada se dirigió a la camioneta y luego de nuevo a mí.
Toren no pronunció una palabra pero su expresión lo decía todo.
¿Qué carajos estaba haciendo?
—Perdí mi juego esta noche —dije.
Asintió, como si fuera toda la explicación necesaria antes de empujar la
puerta y bajar los dos escalones hasta el piso de cemento.
Mi aliento se atoró en mi garganta mientras esperaba que me acompañara
a salir. Que me dijera que me fuera a casa y que me metiera en la cama.
Excepto que Toren no caminó hacia mí. cruzó el garaje hasta la gran
aspiradora guardada en la esquina. Sus ruedas rasparon el suelo mientras la
arrastraba.
Y cuando mis ojos se llenaron de lágrimas, no fue porque hubiera perdido
un juego.
185
Fue porque lo había extrañado. Porque de alguna manera, este hombre me
entendía mejor que nadie en mi vida.
—Oye. —Tomó mi rostro entre sus manos y sus pulgares acariciaron mi
mejilla.
—Uf. —Sollocé, parpadeando para secarme las lágrimas—. Lo siento. Soy
un desastre y estoy tan cansada de ser un desastre. ¿Qué me sucede? ¿Quién
limpia autos en mitad de la noche?
Los ojos de Toren se suavizaron.
—No eres un desastre.
—El hecho de que mis manos huelan a Armor All sugiere lo contrario.
Dejó caer su frente sobre la mía, sus manos firmes sobre mis mejillas.
—¿Quieres ayuda?
—¿Sabes siquiera cómo limpiar un auto?
Su baja risa fue un bálsamo para mi corazón dolorido.
—Apuesto a que podrás enseñarme.
17
TOREN
Con la aspiradora guardada en la esquina, tomé una chaqueta de los
percheros de la pared y luego señalé la puerta del pasajero de la camioneta
mientras caminaba hacia el lado del conductor.
—Súbete. Terminaremos esto.
—Terminamos —dijo Jennsyn, arrojando el último trapo sucio a la pila con
los demás.
—No exactamente. —Sacudí la cabeza y me puse el abrigo—. Es lo más
limpio que ha estado mi camioneta en años. También podríamos limpiar el
exterior. Iremos a un lavado de autos.
Las cejas de Jennsyn se alzaron. 186
—¿A las dos de la mañana?
—Eres quien empezó esto.
Un sonrojo se apoderó de sus mejillas mientras intentaba ocultar una tímida
sonrisa.
—Lo siento.
—No lo sientas. —Me reí entre dientes y me subí a la camioneta, cerrando
la puerta mientras hacía lo mismo de su lado.
—Estás en ropa interior. —Su mirada se posó en mis muslos desnudos antes
de ver su regazo.
Entonces se había dado cuenta de que estaba en bóxers. Apenas vio en mi
dirección mientras limpiábamos la camioneta, su atención estaba tan
concentrada en la tarea que tenía entre manos.
Mientras tanto, había limpiado a una fracción de su ritmo porque cada dos
minutos la veía y me detenía para observarla.
Estaba vestida con pantalones deportivos enrollados hasta la cintura. Eran
largos y holgados, unos que podrían quedarme bien, pero eran delgados, y cada
vez que se movía, la tela se amoldaba a esas perfectas piernas. Lo único que
cubría sus pechos era un sujetador deportivo de finos tirantes. Cada vez que
estaba de espaldas a mí, seguía la larga línea de su columna hasta esos sexys
hoyuelos sobre su trasero.
Llevaba una hora luchando contra una erección.
—Hay un servicio de lavado de autos en la gasolinera cerca del campus —
dijo.
—Lo sé.
Sonrió.
—¿Lo sabes?
Sonreí y presioné el control remoto para abrir la puerta del garaje. Cuando
se levantó, puse en marcha la camioneta y salí del camino de entrada en reversa.
Su cinturón de seguridad se colocó en su lugar, luego se relajó y apoyó el
codo en la consola.
—¿Cansada?
187
—No. —Me miró, su expresión era menos agotada que cuando la encontré
en el garaje.
Estaba arriba, leyendo en la cama, cuando sentí un cambio en la casa, como
si se hubiera roto un sello de aire. Escuché por unos momentos, pensando que
no era nada. Pero se me erizaron los vellos de la nuca y una corazonada me hizo
bajar las escaleras. Había observado a Jennsyn limpiar durante al menos quince
minutos antes de finalmente aclararme la garganta para que me notara.
Entonces casi había empezado a llorar. Y maldita sea si no me hizo trizas.
Había visto llorar a mucha gente. Sin embargo, sus lágrimas podrían haber sido
de las que más golpeaban.
Si necesitaba limpiar mi camioneta, si necesitaba una distracción esta
noche, entonces iríamos a ese lavado de autos a las dos de la mañana.
—¿Estás bien? —pregunté mientras recorríamos la tranquila calle,
deteniéndonos en la primera intersección principal que nos llevaría a la ciudad.
—Sí. —Inhaló, lo contuvo durante un largo momento y luego exhaló—.
Gracias.
—Fuiste quien la limpió.
Una sonrisa jugueteó en su boca.
—Todavía no puedo entender cómo un hombre que tiene una casa tan limpia
y ordenada tiene un camioneta tan sucia.
—Misterioso, ¿no? —Robé la palabra que me había dicho hace meses.
Se rio, apoyando su cabeza contra el respaldo del asiento.
—¿Quieres hablar de esta noche? —le pregunté.
—No especialmente. Perdimos. No tomo muy bien perder. Y fue... un día
extraño.
Miré sus ojos azules esperando.
—Siempre es extraño verte en el campus.
Cada vez, me olvidaba por una fracción de segundo de que no éramos
posibles. Que estaba allí porque era estudiante. Y durante esa fracción de
segundo, cuando mi corazón se detenía, quería sonreír y acercarme, como si me
estuviera arrastrando. Entonces lo recordaba y me enojaba. Paranoico.
Hoy, Ford y yo habíamos decidido salir y alejarnos de la casa de campo para
nuestra reunión semanal. Habíamos ido al sindicato de estudiantes para cambiar
de aires. Mientras caminaba, me convencí de que había notado mi reacción hacia 188
Jennsyn.
No había necesidad de preocuparse. Ford estaba tan emocionado por todo
lo que pasaba con Millie y por tener a su ex esposa en la ciudad que en ese
momento estaba encerrado en su propia burbuja. Si no estaba con su hija, estaba
inmerso en el fútbol.
Lo cual me venía muy bien. Habíamos pasado dos horas hablando de las
jugadas ofensivas del otro equipo después de una extensa sesión viendo
películas. Luego hablamos sobre cómo diseñaríamos jugadas defensivas para
detener su ataque terrestre.
Mañana, u hoy, ya que era pasada la medianoche, sería un maldito día largo
sin dormir. Pero seguí conduciendo, zigzagueando por las desiertas calles de
Mission de camino al lavado de autos.
Si estas tardías horas eran lo único que obtendría de Jennsyn, las
aprovecharía. Aprovecharía cada minuto.
—¿Cómo está Abel? —preguntó.
—Está bien. Su entrenador no lo expulsó por completo del equipo de fútbol.
Llegará a practicar con el equipo como segunda fila. Pero no puede vestirse para
los partidos y estará en el banquillo. Está trabajando para cubrir el costo de su
auto en la granja. Viaja en autobús hacia y desde la escuela como sus hermanos.
Fue un golpe para su ego. Pero sabe que tuvo suerte. Y aunque desearía que
hubiera sucedido de otra manera, creo que provocó una conversación que tenía
miedo tener.
Con Faith. Conmigo.
Abel extrañaba a su papá. Y en ausencia de Evan, todo lo que su hijo podía
hacer era preguntarse cosas. Abel había construido esa idea en su cabeza sobre
lo que Evan habría querido para él. Atravesaríamos todo esto. Principalmente
Faith y Abel. Pero yo también estaría presente para lo que necesitara.
—Me alegro. —Jennsyn levantó la mano, como si fuera a extenderla hacia
mí, pero se detuvo y la empujó hacia atrás y hacia su regazo.
Mis manos estrangularon el volante porque era la única manera de
guardármelo. Con cada cuadra, la temperatura en la cabina subía y la tensión
entre nosotros se hacía más estrecha. Más caliente.
Se movió, cruzando y descruzando las piernas.
La cabina olía a acondicionador de cuero y a limpiacristales, pero debajo de
189
todo estaba el sutil aroma de Jennsyn. Cítricos y sol de verano.
Lo quería en esta camioneta para siempre. En mi casa y en mi cama.
Mi agarre en el volante se hizo más fuerte, manteniéndolo firme, para evitar
alcanzar su muslo.
No habíamos hablado del beso. Deberíamos hablar del beso.
Excepto que me preocupaba que dijera que fue un error. Demonios, había
sido un error. Pero no significaba que quisiera escucharlo de su boca.
Cuando llegamos al lavado, bajé la ventanilla para pasar mi tarjeta de
crédito. El frío aire de la noche inundó la cabina, ahuyentando un poco del calor.
Lo aspiré hasta mis pulmones, esperando que enfriara el fuego que hervía bajo
mi piel.
No estaba bien cuánto deseaba a esta mujer. Cuánto la deseaba cerca.
—No seas tacaño —murmuró—. Necesitas el trabajo.
Me reí entre dientes, negando con la cabeza. Y en lugar de optar por el lavado
económico, como solía hacer cuando la Tundra estaba tan sucia que apenas
podía soportarla, compré el lavado profundo y completo.
Cuando el lavadero de autos emitió un pitido y encendió una luz verde para
que entrara, la alta puerta superior se abrió, subí la ventanilla y entré,
deteniéndome cuando estuve en el lado derecho. Los chorros comenzaron a
brotar y el agua que salpicaba era ensordecedora contra el vidrio y el metal.
La mirada de Jennsyn me atrapó. Todo lo que sentía, cada frustración,
vacilación y deseo, brillaba en esos ojos azules.
Deseaba esto, tanto como yo. Mierda.
Dios, estaba cansado de pelear contra esto. Tan jodidamente cansado.
—No es justo —dijo, apenas suficientemente alto como para ser escuchada
por encima del rocío.
Tragué fuerte.
—No, cariño. No es justo.
No era justo que nos hubiéramos conocido antes. Que estuviéramos
tentados por lo que no podíamos tener. No era justo que fuera perfecta y que
cada momento juntos me hiciera desear diez más.
No era jodidamente justo que la llevara a casa, y mientras dormía solo en 190
mi cama, ella estuviera arropada en la suya.
La decepción pesaba como mil ladrillos sobre mis hombros cuando terminó
el lavado de autos. El camino a casa fue silencioso. Tal vez Jennsyn sabía que
estaba en sintonía con cada movimiento de ella, con cada respiración, porque en
un momento se quedó tan quieta que la vi solo para asegurarme de que todavía
estaba despierta.
Tenía los ojos fijos al frente y su expresión era exhausta y desgastada.
Quería tener la oportunidad de ahuyentar esa mirada. De estar cerca
cuando sonriera la mayoría de las veces.
¿Se quedaría después de graduarse? ¿Se quedaría en Mission?
Probablemente no. Probablemente dejaría Montana y, durante el resto de mi
vida, Mission sería mi hogar.
Cuando llegamos a mi garaje, estaba tan agotado que incluso mis huesos se
sentían cansados. Meses de desear a Jennsyn, cuando supe que no debería,
habían puesto a prueba todos mis nervios.
Apagué el motor pero no me moví hacia la puerta. Respiré ese dulce aroma
una vez más, cerrando los ojos para saborear tenerla cerca. Luego, con un
suspiro, abrí la puerta y salí.
Jennsyn hizo lo mismo y caminó hacia donde había dejado sus artículos de
limpieza en el suelo. Pero no se agachó para recogerlos. Los miró fijamente, con
los hombros caídos.
—Toren. —Su susurro llenó el garaje.
Me preparé, listo para que dijera adiós. Listo para el momento en que lo
dijera en serio, tal como se lo había pedido.
Pero no se fue. Una pequeña risa escapó de su boca mientras despegaba los
pies del suelo, acortando la distancia entre nosotros. Se detuvo tan cerca que los
dedos de nuestros pies casi se tocan. Luego sus manos se ajustaron a mis
costados, sus dedos se amoldaron al corte en mis caderas mientras dejaba caer
su frente hacia mi corazón.
—No quiero volver a casa.
—Entonces no lo hagas. —¿Qué carajos estaba diciendo? Fuera lo que fuese,
no me importaba.
191
Anhelaba a Jennsyn Bell más allá de la razón y de la racionalidad.
Mis palmas se posaron sobre sus hombros y mis pulgares recorrieron sus
clavículas.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó.
—No lo sé. —Enganché un dedo debajo de su barbilla, levantando su rostro
hasta que me ahogué en unos impresionantes ojos azules—. Quédate de todos
modos.
Las palabras apenas habían salido de mis labios cuando se puso de
puntillas, como si hubiera planeado besarme sin importar lo que le hubiera
dicho.
En el momento en que su boca estuvo sobre la mía, un zumbido vibró a
través de mi pecho, viniendo desde lo más profundo de mis huesos. Fue el sonido
de mi voluntad rompiéndose. De mi resolución haciéndose añicos.
Ella empujó las abiertas solapas de mi chaqueta y la deslizó por mis
hombros.
Mientras caía al suelo, la tomé en mis brazos, sosteniéndola fuerte mientras
la levantaba de esos pies descalzos. Luego la cargué hacia la casa, mi boca nunca
se separó de la de ella mientras abría la puerta y caminaba por el vestíbulo.
Las piernas de Jennsyn rodearon mi cintura, sus tobillos se cerraron detrás
de mi espalda mientras sus brazos se entrelazaban detrás de mi cuello. Entonces
esta maldita mujer apoyó su centro contra mi pene.
Casi me corro en ropa interior.
—Mierda. —Aparté mis labios de los de ella, desacelerando mis pasos pero
sin detenerme.
Estaba jadeando mientras se alejaba, sus ojos buscaban los míos.
—Toren.
Fue una súplica, y cualquier posibilidad de detener esto se desvaneció en el
éter. Esta noche era mía. Mañana, bueno... lo resolveríamos más tarde.
Con un rápido giro, la inmovilicé contra la pared del pasillo y me incliné
para mordisquearle el cuello.
—¿Qué deseas?
—A ti. —Sus manos se enredaron en mi cabello mientras se arqueaba ante 192
mi toque.
Me tendría. Cada maldito centímetro.
Gruñí contra su garganta, luego aparté mi boca antes de golpearla contra la
pared. ¿Por qué diablos estaba tan lejos mi habitación? Con ella en mis brazos,
no podía caminar suficientemente rápido, así que la puse en pie y tomé su mano
entre las mías, arrastrándola por la sala de estar y más allá de la cocina hasta
que ambos estuvimos corriendo escaleras arriba.
En el momento en que cruzamos el umbral de mi habitación, estábamos
uno encima del otro, con las bocas fusionándose mientras las manos luchaban
con los trozos de ropa que nos mantenían separados.
Sus manos fueron debajo de la cintura de mi ropa interior y me palmeó el
trasero, apretándolo con tanta fuerza que siseé.
Tiré de los tirantes de su sujetador, tratando de quitárselo de los hombros,
pero la maldita cosa elástica estaba apretada.
—Fuera —ordené.
Ella resopló y liberó sus manos, luego se quitó el sostén del torso mientras
le quitaba el pantalón de las caderas, llevándome las bragas con él.
Jennsyn los liberó de sus piernas con una patada mientras me quitaba los
bóxers rápidamente.
—Cama. —Con una mano en su corazón, la impulsé hacia atrás hasta que
sus piernas chocaron contra el colchón.
Con un rápido movimiento, me incliné y la levanté detrás de las rodillas.
Caímos juntos sobre el colchón, golpeando corazones y miembros desnudos.
Mi boca aplastó la de ella, mi lengua se deslizó entre sus dientes para
enredarse con la de ella, mientras la presionaba contra el colchón. Dios, sabía
bien. Dulce y cálida como la miel. Como una noche de verano. Como mía.
De alguna manera, fue mejor que la noche de la fiesta. Una noche que
hubiera dicho que no podía ser superada. Pero este beso era diferente a cualquier
otro de julio. Este beso era el comienzo de algo. Algo que podría arruinar mi vida,
y mientras mi lengua se batía en duelo con la de ella, no me importó.
Me hundí en ella, saboreando cada lamida y succión y los silenciosos
maullidos que salían de su garganta. Sus manos recorrieron mi espalda, sus
dedos se clavaron en los músculos de mis hombros antes de bajar por mi
columna. 193
Abrió las piernas, balanceándose contra mi pene mientras palpitaba contra
su empapado centro. Joder, estaba empapada.
Pasé mis labios por su mandíbula, besando cada vez más abajo a lo largo
de su cuello hasta que me cerní sobre sus pechos, mi lengua salió disparada para
golpear su pezón.
—Jennsyn.
—Tor —gimió—. Penétrame.
Toda la noche. La penetraría toda la noche. Al diablo con el sueño. Sería un
desastre para nuestro juego de mañana y me importaba un carajo.
Se arqueó ante mi toque, buscando más.
—Te necesito adentro. Ahora mismo.
Capturé un pezón y lo chupé con mi boca, haciéndolo rodar contra mi
lengua.
—Oh Dios. —Se retorció, sus piernas me rodearon mientras sus talones se
clavaban en la parte posterior de mis muslos, como si estuviera tratando de
atraerme hacia adentro.
Pasé al otro seno, tomándolo antes de apretarlo y luego devoré ese pezón
también.
—Tienes que detener eso. —Su voz era entrecortada—. O me correré.
—Entonces córrete —murmuré contra su piel. Podría venirse una y otra y
otra vez.
—Contigo. —Tiró de mi cabello, obligándome a levantarme hasta que
nuestros ojos se encontraron—. Quiero correrme contigo.
No era el plan. Quería probarla primero. Escucharla gritar mi nombre antes
de entrar en su apretado cuerpo. Pero había un anhelo en su rostro. Su
resolución también se había hecho añicos.
Ya habíamos durado bastante.
Así que me moví para sujetar su cabeza con mis codos, acomodándome en
la cuna de sus caderas.
Me estiré hacia la mesa de noche, palpando el cajón porque no quería
apartar la mirada. No cuando tenía miedo de parpadear y que desapareciera.
Excepto que antes de que pudiera encontrar el cajón donde guardaba una 194
caja de condones, su mano se posó en mi antebrazo, deteniéndome.
—No quiero nada entre nosotros —susurró—. Si te parece bien. Estoy
tomando anticonceptivos. Y no ha habido nadie desde ti.
Santa mierda. ¿Quería que la penetrara desnudo?
—Tampoco he estado con alguien —dije.
—Bien. —Se mordió el labio inferior mientras la satisfacción bailaba en esos
ojos azules. Cuando su talón se deslizó más arriba sobre mi muslo, su rodilla se
extendió, acercando mi pene a su vagina.
Me coloqué en su entrada, sosteniendo su mirada mientras me deslizaba en
casa.
Puro éxtasis rugía por cada vena de mi cuerpo. Se volvió a disparar en el
momento en que estuve profundamente arraigado, mi mandíbula se apretó
mientras luchaba por control.
—Joder, te sientes bien.
Su cabeza colgaba hacia un lado y sus ojos se cerraban.
—Toren. Muévete. Por favor.
—Dilo otra vez.
—Por favor.
No por favor. Enterré mi cara en su cuello, presionando aún más
profundamente hasta que la base de mi pene se frotó contra su clítoris.
—Di mi nombre.
Emitió un sonido que era en parte gemido y en parte llanto.
—Toren.
—Joder, te extrañé. —Salí y empujé hacia adentro, enterrándome
profundamente.
Me gané otro de esos sonidos jodidamente sexys de la garganta de Jennsyn.
Cerré los ojos y lo saboreé durante un largo momento. Luego establecí un
constante y deliberado ritmo, entrando y saliendo mientras sus manos arañaban
mi espalda.
Una y otra vez nos uní hasta que nuestros cuerpos brillaron de sudor. Hasta
que nos quedamos sin aliento y mi corazón amenazó con salirse de mi pecho.
Se aferró a mí cuando sus extremidades comenzaron a temblar. Se retorció 195
debajo de mí, igualando mi ritmo con la inclinación de sus propias caderas.
Deslizamiento tras deslizamiento, nos movíamos en perfecto tándem. Como
amantes que hubieran pasado incontables años juntos en esta cama, no dos
malditas noches.
Pero con cada golpe, nos llevaba más alto. Era mejor que antes. Mejor que
nunca.
La presión en la base de mi columna aumentaba y aumentaba, mi orgasmo
amenazaba. Pero lo detuve hasta que ella comenzó a temblar, hasta que esos
sonidos llegaron en un constante flujo. El aleteo de sus paredes interiores era
pura felicidad a medida que se acercaba más y más al borde.
Jennsyn Bell me estaba arruinando.
Me había arruinado en julio.
Su boca se abrió en un silencioso grito, luego detonó, cayendo por el
acantilado mientras su cuerpo temblaba y se contraía.
Palpitó a mi alrededor y, como quería que nos uniéramos, la solté. Me
desmoroné, destrozándome con un rugido cuando todo se volvió blanco. Las
estrellas consumieron mi visión. El aire salió de mis pulmones y el mundo
desapareció.
No había nada más que Jennsyn.
Me vertí dentro de ella, drenando todas mis fuerzas hasta que no pude
sostenerme y me desplomé encima de ella, completamente agotado y deshuesado.
—Ay Dios mío. —Se apartó el cabello de la cara. La corbata que había tenido
antes se perdió en alguna parte—. ¿Eso acaba de suceder? ¿O estoy soñando?
Me reí entre dientes en su cuello.
—No es un sueño, cariño. Sucedió.
El mejor sexo de mi vida. Fenomenal. Cambiador de vida.
Y quería hacerlo de nuevo.
Así que lo hice.
La mantuve en mi cama el mayor tiempo posible, hasta que no pudo ignorar
la hora del reloj.
—Ojalá pudieras quedarte —le dije.
—Ojalá. —Besó mi barbilla sin afeitar y luego salió de la cama.
196
Mientras se ponía el sostén deportivo y la sudadera, me puse unos vaqueros
suaves y descoloridos y luego la acompañé hasta el garaje.
Abrí la boca para despedirme, pero parecía que no podía decirlo en voz alta.
Ya lo habíamos dicho bastante.
—Buena suerte en tu juego de hoy —dijo.
—A ti también. —Casi había memorizado su horario. Tenían partido a las
siete. Si no fuera por un evento obligatorio para los entrenadores después del
juego, estaría allí para verlo. En lugar de eso, tendría que ver los momentos más
destacados en la cuenta de redes sociales del equipo.
—Gracias. —Sonrió, sus mejillas sonrojadas y perfectas. Sus pies descalzos.
Dios, me gustaba—. Buen…
—Iré a la granja el domingo. —La interrumpí antes de que pudiera decir
adiós. No quería oírlo tanto como no quería decirlo—. Ven conmigo.
Parpadeó.
—¿Estás seguro de que es una buena idea?
—No —admití—. Pero es un lugar seguro.
No dudó.
—Entonces sí. Me gustaría ir.
18
JENNSYN
Mi auto estaba estacionado en la tienda de comestibles. Mis compañeras de
cuarto pensaron que me había ido a estudiar al campus todo el día. Pero iba en
la camioneta de Toren, con una sonrisa en mis labios mientras intentaba no ver
al hermoso hombre que me llevaba a la granja de su tía.
En el fondo, sabía que esto entre nosotros era más que una conexión casual.
Sabía que habíamos estado más de dos noches secretas en su cama. Pero no me
había dado cuenta de cuánto necesitaba este día.
Un día a la luz. Un día juntos. Un día en el que me llevaría a conocer a su
familia.
Si nos atrapaban, si nos descubrían, nuestras vidas explotarían. No me
197
importaba. Cuando Toren me envió un mensaje de texto antes y me pidió que
nos reuniéramos en la tienda para dejar mi auto en el estacionamiento, ni
siquiera dudé en decir que sí.
—¿Qué le dijiste a Faith sobre nosotros? —le pregunté. Probablemente era
algo de lo que deberíamos haber hablado el viernes por la noche. En lugar de eso,
limpiamos su camioneta y tuvimos sexo toda la noche. Cuando me invitó a ir con
él hoy, estaba demasiado perdida en la bruma de nuestros orgasmos para pedir
detalles.
—Le dije que las cosas entre nosotros eran complicadas. Que le
agradeceríamos que lo mantuviera entre nosotros.
Y la granja era un lugar seguro. Realmente yo no tenía un lugar seguro. Hoy
supongo que podría pedir prestado el suyo.
—¿Sabe que soy una... estudiante? —El título tenía un sabor amargo.
Era estudiante. Durante la mayor parte de mi vida, siempre había deseado
que la gente se refiriera a mí primero como estudiante y luego como atleta,
aunque siempre había sido al revés.
Pero en ese momento detestaba ese término. Quería ser cualquier otra cosa.
—Sí —murmuró Toren—. Lo sabe.
—¿Y qué piensa sobre eso?
Me miró con una irónica sonrisa.
—Que soy un maldito idiota.
—No está equivocada. —Me reí—. Ambos somos idiotas.
Pero estábamos aquí de todos modos.
Toren extendió la mano sobre la consola y se movió para conducir con la
otra mano.
Entrelacé mis dedos con los suyos y saboreé el calor de su piel.
—También sabe que nunca antes había llevado a una mujer a la granja —
dijo.
Esperen. ¿Qué? Mis cejas se alzaron. ¿Qué pasó con las novias o amantes
anteriores?
—¿Nunca?
—Nunca.
198
—Pero me llevarás a mí.
—Sí. —Sus dedos apretaron los míos con más fuerza, como si quisiera
asegurarse de que supiera que no me soltaría.
Toren nos condujo a través de la ciudad, tomando turnos y calles hasta que
las casas y edificios se hicieron cada vez más escasos. Luego tomamos una
estrecha carretera, en dirección a las montañas que se alzaban altas y orgullosas
contra el cielo azul.
Árboles con hojas en tonos naranja, amarillo y rojo decoraban amplias
praderas de pastos dorados. Las Tors estaban llenas de árboles de hoja perenne.
Era la escena de una revista de viajes o de una postal. Era tan hermoso que no
parecía real.
No había pasado mucho tiempo explorando Mission ni sus alrededores. Iba
de la escuela a casa con alguna parada ocasional en el supermercado. Pero
después de hoy, me proponía deambular. Sumergirme en este pequeño rincón de
paraíso mientras estaba en Montana.
Con cada kilómetro, Toren parecía relajarse, como si aquí en el campo
pudiera respirar.
—Algún día me gustaría conseguir un lugar aquí —dijo, reduciendo la
velocidad para salir de la carretera y entrar en un camino de grava—. No me
importa vivir en la ciudad, pero eventualmente me gustaría tener un respiro.
Me vino a la mente una imagen mental de él viviendo en una pintoresca casa
de campo. De él conduciendo a casa desde el trabajo todos los días por estos
caminos de grava en su sucia camioneta.
Una parte de mí quería insertarme en su sueño. Robarlo para tener algo
también.
Excepto que no era mío. Toren tampoco.
Tenía treinta y tres años. Instalado en Mission. Había construido una vida
y una carrera aquí. Incluso si quisiera conservarlo, ¿cómo funcionaría?
Yo tenía veintidós años y mi futuro estaba tan nublado como el polvo que
levantaban las ruedas de la camioneta.
¿Qué pasaría cuando, si, firmaba ese contrato con Mike Simmons? ¿Qué
pasaría si jugara voleibol en Europa? ¿Qué pasaría cuando dejara Montana?
Toren pasaría a buscar a la mujer que compartiría su casa de campo. La
mujer que dormiría en su cama todas las noches. La mujer que no tendría que
199
esconderse bajo capuchas y gorras cuando estuvieran juntos en público.
Sería una tonta si pensaba que podría quedarme con Toren Greely. Pero lo
recordaría. Por el resto de mi vida.
Pero todavía no me había ido. Hoy era mío. Así que dejé a un lado las dudas
y el temor por nuestro inevitable final y dejé que tomara mi mano mientras
conducíamos hacia su lugar seguro.
A un lugar donde no tendríamos que escondernos.
El viaje hasta la granja duró veinte minutos, y cuando salimos del camino
principal de grava y entramos en un estrecho carril, el corazón se me había
subido a la garganta.
La última vez que conocí a la familia de un novio fue en mi segundo año de
preparatoria. Su madre había necesitado llevarnos a nuestra única cita al cine.
Ese chico me había dejado porque no lo besé en el cine.
Toren no era mi novio. No estaba segura de qué etiqueta usar. Importante,
tal vez. Era importante. Esta conexión entre nosotros era especial.
El camino estaba bordeado por alambre de púas. En el prado, frente a mi
ventana, un bonito caballo marrón pastaba en la hierba. Delante de nosotros
había un alto arco de madera con un letrero pintado a mano colgando del centro
que decía Greely Farm.
—El caballo es George —dijo Toren—. Las cabras son Hetty, Izzy y Jessy.
—Cabras. —Escaneé los campos y no vi ninguna cabra.
Toren señaló el granero por encima del volante. Junto al revestimiento de
madera encalada había tres cabras.
Sus mandíbulas se movían mientras masticaban, una mirada de pura
molestia en sus rostros mientras nos veían detenernos frente a una blanca casa
de campo con un amplio porche delantero y un columpio.
Un golden retriever apareció dando saltos por la esquina de la casa,
meneando la cola. Tenía las patas cubiertas de barro y el pelaje mojado.
—Esa es Kelly. —Toren apagó la camioneta—. Parece que ha estado en el
estanque.
—¿Hay un estanque? —Miré a mi alrededor, asimilándolo todo mientras
salía de la camioneta.
Al lado del granero había un pequeño cobertizo con una rampa que conducía
a una puerta suficientemente grande para que las gallinas picotearan en el
200
amplio camino de grava que separaba la casa de Faith de los otros edificios. Al
lado de la casa había varios jardines, algunos vallados y otros abiertos.
Los elevados macizos de flores estaban hechos de cajas de madera y grandes
tinas de metal corrugado. La mayoría estaban vacías, probablemente limpiadas
para el otoño, pero algunas todavía tenían flores de otoño que no se habían
congelado por completo. Había luces colgadas sobre una sección del jardín donde
las jardineras habían sido separadas por amplias hileras para caminar. Una
maceta al lado del porche estaba llena de crisantemos de mandarina.
—Es encantador —dije, uniéndome a Toren frente a su camioneta. El aire
era limpio y fresco, impregnado de aromas de tierra, pino y sol.
Tomó mi mano y la levantó para besar mis nudillos. Fue tan natural, tan
fácil, como si lo hubiéramos hecho cientos de veces. Como si no nos estuviéramos
escondiendo del mundo.
Así que me incliné hacia su costado, poniéndome de puntillas para
presionar mis labios contra su suave mejilla.
Cuando se estacionó junto a mi BMW en el supermercado antes de
recogerme, había visto dos veces su cara bien afeitada. Se veía sexy y rudo con
la barba corta, pero creo que prefería a este Toren. Me gustaban las cinceladas
líneas de su mandíbula.
Puse una mano en su mejilla y mi pulgar recorrió su pómulo. Luego sacudí
el ala de la gorra gris Wildcat que llevaba hoy.
—Adiós, barba.
—No soy un tipo de barba, nena.
—Resulta que tampoco soy una chica de barba.
Se rio entre dientes y me besó en la frente, luego tiró de mí hacia la casa.
Pero antes de que pudiéramos subir las escaleras del porche, la puerta principal
se abrió de golpe y un chico salió corriendo, sus pasos resonaban mientras
bajaba las escaleras.
—¡Toren! —El chico se lanzó hacia el cuerpo de Toren.
Toren me dejó ir justo a tiempo para atrapar al chico.
—Uf. ¿Que has estado comiendo?
—Hamburguesas con queso. ¿Quieres...? —El niño me vio y se le salieron
los ojos de las órbitas—. ¿Quién es esa? 201
EN LA FIESTA
JENNSYN
—Toren —susurré.
Tarareó, con los ojos cerrados y el rostro recostado en una almohada. Estaba
a segundos de dormirse, pero antes de que sucediera, quería despedirme.
Llevábamos horas despiertos, hablando, besándonos y luchando contra el 215
sueño. Pero finalmente nos habíamos agotado uno al otro.
—Me iré. —Besé su mejilla—. Adiós.
Sus ojos se abrieron de golpe, por un minuto antes de entrecerrarse. Luego, el
entrañable ceño más sexy y que jamás había visto en mi vida bajó por las
comisuras de su boca. Sus ojos se cerraron de nuevo mientras su brazo
serpenteaba alrededor de mi cintura, acercándome. Enterró su nariz en mi cabello,
respirando profundamente.
—Dime adiós por la mañana.
—Es de mañana. —Bueno, casi.
—No digas adiós —murmuró, abrazándose fuerte—. Aún no.
—Bien. —Me acurruqué más profundamente en sus brazos.
Y cuando el amanecer besó el horizonte más allá de la ventana de su
dormitorio, finalmente nos quedamos dormidos.
20
TOREN
Se me hizo un nudo en el estómago mientras leía el texto que había
redactado hacía una hora. Eran unas cuantas frases breves y rápidas para el
entrenador en jefe de la preparatoria. Mi ex entrenador. No había detalles, solo
un saludo y una pregunta para ver si tenía tiempo de reunirse conmigo en las
próximas semanas.
Probablemente asumiría que quería hablar de Abel.
Dudaba que se le pasara por la cabeza que le pediría trabajo. Quizás ocupar
su lugar cuando se jubilara pronto.
¿Realmente haría esto? ¿Realmente estaba considerando dejar mi carrera
por una mujer? ¿Por una estudiante?
216
—Mierda. —Me pasé una mano por la cara y borré el texto, luego puse el
teléfono en mi escritorio y me hundí en la silla de mi oficina.
Aún no. Aún no era momento de explorar otras opciones. No hasta que
supiera hacia dónde iba esto con Jennsyn.
Lo más probable es que no tuviera sentido preocuparse por mi carrera.
Probablemente terminaría conmigo en primavera. Para cuando se graduara,
quizás quiera encontrar un chico de su propia edad. Un tipo que la siguiera por
todo el mundo y la viera jugar en Europa, si era su próximo destino. Un chico
que aún no hubiera echado raíces y que estuviera listo para que crecieran.
Yo quería una familia. Mis propios hijos. Era un deseo egoísta, considerando
que papá y el tío Evan habían muerto jóvenes. Lo más probable era que corriera
la misma suerte.
No había nada malo en mi corazón. Me aseguraba de hacerme una
exhaustiva revisión todos los años con mi doctor. Pero tanto papá como Evan
eran hombres sanos, lo que significaba que siempre había una posibilidad,
aunque fuera mínima, de que muriera antes de cumplir los sesenta.
No era una pérdida que quisiera para mis hijos. No quería que supieran lo
que se sentía perder a un padre.
Excepto que yo quería más la promesa que ellos.
Quería juguetes esparcidos por mi sala de estar. Quería ruidosas y caóticas
comidas en la mesa del comedor. Quería ver las gradas de los partidos de fútbol
de los sábados y ver a mi familia animando a los Wildcats. Animándome.
Pero no me estaba haciendo más joven. Había pasado mucho tiempo
jodiendo con encuentros casuales y aventuras de una noche. Siempre había
pensado que eventualmente aparecería una mujer que me haría querer dejar la
rutina de playboy.
Supongo que tuve razón.
Simplemente no esperaba que fuera una estudiante. Una mujer más de una
década más joven. Una mujer que aún tenía aventuras por vivir.
Una mujer a la que no estaba seguro de cómo dejar ir.
Jennsyn y yo necesitábamos tener una seria conversación. Una charla que
no se viera empañada por la neblina del sexo. Una charla orientada más hacia el
futuro que hacia el pasado.
217
Excepto que en las noches en que se escabullía a mi casa, lo último que
quería hacer era hablar. Entraba por la puerta y en lo único que podía pensar
era en ella. En besarla. En tocarla. En penetrarla.
No importaba cuántas veces la tuviera en mi cama, no era suficiente.
Durante las pasadas dos semanas, cada vez que ambos estábamos en la
ciudad, iba después de medianoche. Había perdido incontables horas de sueño
adorando su cuerpo hasta que se iba a casa antes del amanecer.
El equipo de voleibol tuvo un partido esta noche en Upshaw. Tal vez iría al
gimnasio y fingiría estar allí para apoyar el programa de los Wildcats en su
conjunto. Después, antes de que su cuerpo desnudo me llamara la atención, tal
vez Jennsyn y yo podríamos tener esa conversación.
Saldríamos mañana para un partido fuera de casa. Si hablábamos esta
noche, ambos tendríamos unos días para pensar en lo que se avecinaba.
O unos días para lamer mis heridas si nuestra conversación no salía como
esperaba.
¿Y si no estaba buscando nada serio? ¿Qué pasaría si estaba en esa etapa
en la que sólo quería encuentros casuales y aventuras de una noche? ¿Qué
pasaría si se daba cuenta de que me estaba enamorando y ella no?
Mi cabeza comenzó a palpitar como cada vez que me permitía vagar por este
camino mental. Dios, realmente me había jodido, ¿no? Poniéndome en la peor
situación posible.
Enamorarme de una maldita estudiante atleta.
¿Cuánto tiempo más podríamos seguir con esta farsa? ¿Cuánto tiempo más
teníamos Jennsyn y yo hasta que una de sus compañeras de cuarto la
sorprendiera saliendo por la noche? ¿Hasta que alguien se diera cuenta de que
era a quien le enviaba mensajes de texto de vez en cuando?
¿Faith me dejaría mudarme al granero cuando estuviera desempleado? Mi
reputación estaría en ruinas y nunca volvería a entrenar. Tal vez debería volver
a escribir ese texto después de todo, dejar este trabajo mientras todavía tuviera
oportunidad.
Mientras todavía fuera mi elección.
Estaba a punto de levantarme de mi silla y de salir de la casa de campo para
tomar un poco de aire fresco cuando Aspen entró por mi puerta abierta. 218
EN LA FIESTA
TOREN
Jennsyn sonrió por encima del borde de su taza de café.
—Fiesta divertida, Toren.
Su cabello estaba desordenado, gracias a mis manos y a una noche de
insomnio. Había una leve marca en su garganta, gracias a mis dientes. Y sus
mejillas tenían un brillo recién penetrado, gracias a la última ronda que habíamos
hecho esta mañana antes de que finalmente saliera de mi cama. 243
Anoche había sido...
Salvaje. Absoluta jodidamente salvaje. Fue el mejor momento que había
pasado con una mujer en años.
—¿Necesitas que te lleve a casa? —pregunté, apoyándome en la encimera de
la cocina, con mi propia taza de café en una mano.
Negó con la cabeza.
—Puedo caminar.
—¿Descalza?
—No está lejos.
¿Cuán lejos? ¿Dónde vivía? Una parte de mí quería preguntar qué casa del
barrio era la suya, pero me gustaba la idea de un misterio. De buscarla un poco.
De ver cuánto tiempo pasaría antes de que la viera recibiendo el correo o
caminando por la cuadra.
Anoche había sido sobre sexo, nada más. Sexo increíble, desenfrenado y
salvaje. Pero maldita sea si no quería volver a hacerlo.
—Nunca antes me había colado en una fiesta. —Dejó escapar una risa
tranquila, más para ella misma que para mí.
—Me alegro de que lo hubieras hecho.
—Yo también. —Jennsyn dejó su taza en el mostrador y se acercó, agarrando
el bolígrafo que había dejado en el mostrador. Se estiró a mi lado y su mano rozó
mi brazo antes de arrancar una toalla de papel del rollo.
Después de doblarla por la mitad, anotó su número de teléfono.
—Podrías ponerlo en mi teléfono —dije.
—Puedes ponerlo tú mismo. —Sonrió—. Me gusta la idea de que trabajes un
poco.
—Pensé que había trabajado mucho anoche.
Se rio y sus ojos azules bailaron. Eran más brillantes a la luz de la mañana,
incluso más deslumbrantes que anoche.
Sí, la buscaría. Le daría a esto unos días, tal vez una semana. Me daría la
oportunidad de tomar aire y de pensar un poco en esto. Descubrir si realmente la
extrañaba o si simplemente estaba en una neblina sexual. Ver si podía localizarla
y ser quien se presentara en su puerta. Si no, probablemente la llamaría.
244
—Adiós, Toren. —Agitó el bolígrafo en el aire y se alejó mientras lo atrapaba
con la mano libre.
Maldita sea, realmente era algo.
—Adiós, Jennsyn.
24
JENNSYN
La alarma me despertó sobresaltada. Tomé mi teléfono de la mesa de noche
de Toren, apagué el ruido y luego me aparté el cabello de la cara.
Las cuatro de la mañana era lo peor.
No quería vestirme. No quería salir. No quería meterme en mi cama vacía
donde las sábanas estaban frías.
Pero las cuatro ya era más tarde de lo habitual y necesitaba ponerme en
marcha.
Había pasado una semana desde la visita de mi madre, desde que decidí
dejar el voleibol, y Toren y yo habíamos caído en nuestra rutina normal.
Cualquier noche que ambos estábamos en la ciudad, me encontraba en su 245
cama. No habíamos hablado mucho. Ni siquiera le habíamos echado un vistazo
al elefante en la habitación que era nuestro futuro y esta relación. Nos
saltábamos las conversaciones que probablemente deberíamos haber tenido en
favor de los orgasmos y de alarmas matutinas.
El lunes por la mañana me escabullí a casa alrededor de las tres. El martes,
a las 3:15. El miércoles, a las 3:20. Todos los días me quedaba sólo unos
momentos más con Toren, pero estaba llegando al límite de hasta dónde podía
llegar.
Era tiempo de ir a casa.
Él estaba dormido debajo de mí, con la cabeza ligeramente vuelta hacia la
almohada. Sus labios tenían un ligero brillo por el bálsamo labial que se había
puesto antes de caer exhausto.
Besé la comisura de su boca.
—Mejor me voy.
La mano que había extendido sobre mi espalda baja se deslizó sobre mi
cadera antes de que su agarre se fortaleciera. Me atrapó encima de su pecho.
—Aún no.
—Necesitas dormir un poco. —Ambos necesitábamos dormir. Y si me
quedaba más tiempo, existía la posibilidad de que me desmayara y me despertara
con el sol entrando por las ventanas.
Gruñó, su labio se curvó antes de que sus ojos se abrieran. Entonces estaba
dando vueltas. Se movió tan rápido que jadeé.
—Tor…
Sus labios chocaron contra los míos, y mi única protesta fue un zumbido
cuando su lengua se arremolinó contra la mía. Se acomodó en la cuna de mis
caderas y mis dedos se entrelazaron en su cabello mientras su pene presionaba
mi apertura.
No hubo fanfarria ni juegos previos antes de deslizarse dentro,
conduciéndose hasta la raíz.
Mi vagina se apretó alrededor de su longitud.
Apartó la boca y apretó los dientes.
246
—Mierda.
—Tor. Muévete —gemí, arqueando mis caderas para enviarlo más
profundamente. Luego me estiré entre nosotros y coloqué mi mano sobre su
pecho.
Su corazón era acelerado bajo mi palma, el latido era un eco del mío,
acelerándose cada vez más rápido mientras salía y entraba de golpe. —Te sientes
muy bien.
Deslicé mi mano por su pectoral hasta su cuello, luego alrededor de su nuca,
tirando de él hacia abajo hasta que su boca estuvo sobre la mía. Entonces lo besé
mientras me penetraba, deslizándose dentro y fuera con un ritmo pausado y
constante que hizo temblar todo mi cuerpo.
Mi orgasmo llegó sin previo aviso. Nuestras respiraciones se mezclaron,
nuestros labios se cerraron, mientras me separaba, gritando en su garganta. El
temblor de mis extremidades, el latido de mi núcleo, seguían y seguían. No fue
duro ni rápido. No fue una liberación lo que me hizo gritar su nombre. Pero tocó
cada músculo, cada hueso, cada célula, mientras se extendía por mis venas en
una exuberante y embriagadora ola de hormigueos.
Estos orgasmos matutinos eran mis favoritos de todos.
El cuerpo de Toren se tensó mientras continuaba deslizándose dentro y
fuera. Luego enterró su cara en mi cuello y soltó un gemido que me hizo doblar
los dedos de los pies.
Extendí mis manos sobre su espalda, adorando cómo los músculos se
contraían y se tensaban cuando se corría, sabiendo que era la mujer que hacía
que este hombre perdiera el control.
Se desplomó contra mí cuando se agotó, sus brazos se apretaron para
abrazarme. Con un giro, invirtió nuestras posiciones, nuestros cuerpos aún
conectados, para no aplastarme bajo su peso.
—Deberíamos hablar —murmuró.
Mi cuerpo instantáneamente se puso tenso.
Toren suspiró.
—Pero tienes que irte.
—Tengo que irme. 247
El reloj de su mesita de noche se había acercado peligrosamente a las cinco.
Me vestí rápidamente, poniéndome las mallas y la sudadera que había
usado para escabullirme. Noviembre estaba llegando a su fin y la temperatura
había caído en picada con las primeras nevadas del invierno. No volvería a haber
pies descalzos durante meses y mis tenis estaban esperando abajo.
Después de recogerme rápidamente el cabello, fui a la cama donde Toren
estaba abrazado a una almohada, acostado boca abajo. Le aparté el oscuro
cabello de la sien y le besé la frente.
—Adiós.
—Te acompañaré hasta la salida. —Hizo un movimiento para sentarse, pero
puse una mano en su hombro.
—Duerme. Buena suerte hoy.
Se apoyó en un codo y su mano libre llegó a mi mejilla.
—A ti también.
Los Wildcats jugaban contra los Grizzlies de la Universidad de Montana hoy
en el estadio. Igual que con el equipo de voleibol, la rivalidad era feroz y el campus
estaba a tope.
La patada de salida sería al mediodía.
Esta noche también teníamos un partido de voleibol, pero no empezaba
hasta las siete. La entrenadora Quinn quería que estuviéramos vestidas y listas
a las seis, y también nos había dicho que nos saltáramos el partido de fútbol. La
previsión para hoy era de menos once grados y pedía nieve para esta tarde.
Quería que estuviéramos sueltos y abrigados.
Así que hoy no iría al estadio a ver entrenar a Toren. Me quedaría atrapada
en casa, viendo el partido de fútbol por televisión. Tendríamos que celebrarlo más
tarde, ojalá victorias para ambos.
—¿Esta noche? —le pregunté.
—Sí cariño. Esta noche.
Lo besé de nuevo, luego bajé rápidamente las escaleras y recorrí la casa en
la oscuridad. Con los zapatos puestos y las mangas de la sudadera con capucha
sobre mis dedos, me preparé para la helada ráfaga que me golpeó en el momento
en que abrí la puerta principal.
Un escalofrío recorrió mi espalda mientras corría por la acera, dando un 248
rodeo por el camino de entrada de Toren hasta la calle, donde seguí una huella
de llantas hasta que llegué a mi propio camino de entrada y corrí hacia la puerta.
Mi casa estaba en silencio cuando entré, conteniendo la respiración
mientras pasaba de puntillas por la sala hacia las escaleras.
—¿Jennsyn?
Salté ante la voz de Stevie y dejé escapar un chillido de pánico. Mierda.
—¿Stevie? Me asustaste.
Tenía los párpados caídos cuando salió de la cocina arrastrando los pies,
con un vaso de agua en la mano.
—¿Qué estás haciendo?
Era malo. Oh Dios, era malo. ¿Por qué no había puesto mi alarma a las tres?
¿Por qué había dejado que Toren me mantuviera despierta hasta tan tarde? El
corazón se me subió a la garganta mientras luchaba por encontrar una mentira.
—Yo, um, no podía dormir. Así que salí a correr. O lo intenté de todos modos.
Hace mucho frío.
Tal vez pensaría que el rubor en mis mejillas se debía al frío o al ejercicio,
no al sexo. Tal vez no se acercaría suficiente para oler el aroma de Toren en mi
piel.
—Sí. —Asintió, frotándose un ojo todavía aturdida por el sueño—. Yo
tampoco podía dormir.
—Iré a darme una ducha —dije, demasiado alegremente mientras daba otro
paso hacia las escaleras—. Entonces tal vez duerme un tiempo.
—Bien. —Bostezó, luego parpadeó y entrecerró los ojos mientras miraba mis
tenis.
No eran mis tenis para correr. Estaban en la bandeja al lado de la puerta.
Antes de que pudiera preguntar, me moví rápidamente hacia las escaleras,
subiéndolas de dos en dos.
Su mirada era caliente en mi espalda.
Sabía que me estaba observando, ¿no? Se dio cuenta de que no llevaba
sujetador y que no había ninguna posibilidad de que alguna vez saliera a correr
sin uno.
Subí corriendo las escaleras, sin detenerme hasta que estuve a salvo en mi 249
habitación, hundiéndome contra la puerta cerrada.
—Mierda.
Mi pulso latía en mis oídos mientras cerraba los ojos, la adrenalina corría
por mis venas.
Estuvo cerca. Demasiado cerca.
Debería haber sido más cuidadosa.
—Maldita sea.
Fue necesaria una ducha caliente y tres horas de sueño para quitármelo de
encima. Cuando me desperté, me puse unos pants gruesos y mi sudadera
Treasure State más abrigada antes de bajar las escaleras. Se me quedó el aliento
en la garganta cuando vi a Stevie en la mesa del comedor, con libros de texto y
papeles esparcidos a su alrededor.
Si sospechaba algo, no lo reveló. Sonrió cuando entré a la cocina.
—Hola. ¿Te volviste a dormir?
—Sí. ¿Y tú?
Se encogió de hombros.
—Por un ratito.
Llené un vaso de agua del fregadero y luego vi por las ventanas que daban
a la calle.
El estruendo de un motor sonó desde afuera, e incluso sin ver su camioneta,
supe que era Toren. Iría a la casa de campo para prepararse para el partido de
hoy.
Stevie miró por encima del hombro, inclinándose en su silla mientras veía
hacia afuera.
—Tenía muchas ganas de ir al partido de fútbol hoy.
—Yo también.
Se mordió el labio inferior cuando miró hacia adelante.
—Sé que la entrenadora nos dijo que no fuéramos. Pero Liz y yo estábamos
pensando en ir de todos modos. Es nuestro último año. Es probablemente la
última oportunidad que tendremos de ver un partido porque estaremos en los
playoffs al mismo tiempo. Entonces conseguí boletos. Tres por si…
250
—Estoy dentro —espeté, mi corazón se hinchó—. Quiero ir.
—Bien. —Sonrió más ampliamente—. ¿Salimos en una hora?
Asentí.
—Estaré lista.
*
El ruido en el estadio era ensordecedor. Las ondas sonoras eran tan fuertes
que me empujaban. O tal vez el cemento bajo mis botas se balanceaba con el
peso de los hacinados cuerpos en las gradas.
Stevie, Liz y yo estábamos rodeadas por miles de fanáticos Wildcat, solo tres
caras más entre la multitud ataviadas de plata y azul real.
Además de mis noches con Toren, era lo más divertida que me había sentido
en años.
Cada una de mis exhalaciones era una nube blanca que flotaba hacia el
cielo azul claro. Mis guantes amortiguaban mis aplausos, pero los golpeaba de
todos modos, gritando hasta que se me puso la garganta en carne viva.
Estábamos por delante, siete menos diez. El marcador había estado helado
como el aire desde el primer cuarto, pero faltando sólo unos minutos para el final
del cuarto, la victoria estaba en sus manos. Sólo teníamos que contener a los
Grizzlies unos minutos más.
La defensa, la defensa de Toren, tenía que mantenerse firme.
Stevie, Liz y yo habíamos llegado temprano al estadio, las tres con gorras,
capuchas y anteojos de sol con nuestro equipo de invierno. Tenía tantas capas
que estaba sudando, pero no quería sentir frío y rigidez. Stevie había encontrado
calentadores de manos para nuestros dedos. Liz había comprado la primera
ronda de chocolate caliente.
Lo más probable es que la entrenadora Quinn nos regañara cuando
llegáramos a nuestro partido de esta noche, pero esto, ver a Toren y disfrutar de
un partido de fútbol como cualquier estudiante normal, valdría la pena.
Llevábamos tanto tiempo aquí que logramos conseguir asientos en la
segunda fila de la sección de estudiantes, justo detrás del equipo.
Toren caminaba por las bandas, gritando y señalando mientras la ofensiva
de los Griz se movía en la línea.
Mi corazón estaba en mi garganta, con la atención fijada en él.
251
No era una Wildcat, en realidad no. No había pasado suficiente tiempo aquí
para sentir que esta escuela era mía.
Pero él era mío. Y quería esta victoria para él. Quería esto más de lo que me
importaba mi propio juego esta noche.
El balón rompió y los Griz corrieron para lograr un primer intento, los
estudiantes a nuestro alrededor murmuraron maldiciones en voz baja.
—Maldita sea.
Toren golpeó sus manos, tan frustrado como la multitud. Estaba de perfil,
lo que me daba una directa oportunidad de ver su mandíbula tensarse.
No tenía idea de que estaba aquí, pero lo observé y le envié todo mi apoyo
con cada aplauso.
Su defensa se estaba cansando. Reconocí los pasos lentos mientras
avanzaban hacia la siguiente formación. Sus respiraciones jadeantes eran tan
turbias como la mía. Pero aguantaron a los Grizzlies en el siguiente intento hasta
que finalmente pudieron salir corriendo del campo.
—Um, ¿eso significa que ganaremos? —preguntó Stevie.
Liz se encogió de hombros.
—Ni idea.
—¿Creo que sí?
Quizás el año que viene Toren me enseñara todo sobre el fútbol. El año que
viene, no estaría viendo desde la sección de estudiantes.
Una sonrisa tiró de mis labios.
Hubo muchos momentos durante la semana pasada en los que cuestioné
mi decisión de dejar el voleibol. Ni siquiera habíamos terminado la temporada
todavía, pero ya estaba de luto de todos modos. Había un agujero en mi corazón.
Probablemente duplicaría su tamaño después de nuestro último partido.
Pero tenía la sensación de que no sería difícil llenarlo. No cuando tenía al
hombre al margen.
Toren le dio una palmada en la espalda a cada uno de sus jugadores antes
de separar a algunos para hablarles mientras la ofensiva entraba corriendo al
campo.
Algo pasaba con la ofensiva, una especie de retraso, porque todos a nuestro
alrededor empezaron a gritar sobre el reloj de jugada.
252
—Realmente necesito aprender sobre fútbol —dije, más para mí que para
Stevie.
Ella rio.
—Yo simplemente animaré junto con todos los demás.
—Buen plan.
En el campo, Rush Ramsey tenía el balón posicionado y listo para lanzar,
excepto que no pudo encontrar un jugador abierto, por lo que se metió el balón
debajo del brazo y salió corriendo. No llegó suficientemente lejos como para lograr
un primer intento, pero fue una ganancia.
Todos se apresuraron a alinearse nuevamente y, esta vez, lo lograron el
primer intento.
La voz del locutor resonó por los altavoces.
—¡Primero abajo, Wildcats!
—¡Vamos Big Blue! —gritó un tipo detrás de nosotros.
Había un descuido en la forma en que aplaudió. Una libertad. Había tanto
ruido que el estadio era un caos y si quería gritar, podía hacerlo.
Así que levanté la cabeza hacia el cielo y grité.
Cuando encontré a Toren al margen otra vez, estaba aplaudiendo por la
ofensiva, pero su atención estaba principalmente centrada en sus jugadores,
asegurándose de que si la defensa tenía que volver a atacar en el campo,
detendrían cualquier intento de victoria de último minuto por parte de los
Grizzlies.
El reloj corría. El tiempo se estaba acabando. Las cadenas de hombres se
movieron y los equipos tomaron posición.
—¡No vayas a tientas! —gritó el tipo detrás de mí y el olor a alcohol flotó
hacia mí.
Stevie y yo compartimos una mirada y luego ambas nos echamos a reír.
Un silencio recorrió la sección de estudiantes cuando el balón fue golpeado
y Rush dio unos pasos hacia atrás, listo para lanzar.
No lo dudó. Encontró a su receptor y lanzó el balón como una bala.
El receptor atrapó el balón y corrió hacia la zona de anotación.
Touchdown.
El estadio estalló. 253
262
26
JENNSYN
—Dejen sus trabajos finales en mi escritorio. Las calificaciones se
publicarán en línea el viernes. —El profesor Smith movió su muñeca hacia la
puerta. Clase perdida.
Todos se pusieron de pie, la mayoría todavía con nuestros abrigos puestos.
No había tenido sentido venir a clase esta tarde. Eran las cuatro y el campus
estaba casi desierto. Podríamos haber dejado nuestros exámenes finales en su
oficina, pero Smith tenía tal complejo de Dios que quería ejercer su control sobre
nosotros por última vez.
Existía la posibilidad de que su clase de Gestión de Pequeñas Empresas
fuera la única BI que recibiera en toda mi carrera universitaria. Ni siquiera había
obtenido una B en la preparatoria. Pero en este punto, no me importaba. Me 263
graduaría y nunca más tendría que ver la demacrada cara de Smith.
Con una falsa sonrisa, caminé hacia su escritorio y puse mi trabajo en la
pila con los demás.
—Gracias, profesor Smith. Realmente me encantó su clase este semestre.
Sí, sobreviviría a una B, pero no estaba por encima de lamer descarados
traseros con la esperanza de una A.
—Gracias. —Su sonrisa fue tan arrogante que casi me atraganté. Lo que
sea. Con un poco de suerte, nunca volvería a cruzarme con este hombre.
En el momento en que salí por la puerta, todo mi cuerpo pareció exhalar.
Semestre terminado.
Sólo faltaba uno más.
Y después... algo.
Todavía no estaba segura de qué era ese algo, pero estaba emocionada de
descubrirlo. Con Toren.
Sacando el teléfono del bolsillo de mi abrigo, le envié un mensaje de texto.
¡Terminado!
Su respuesta fue instantánea.
Felicidades, cariño.
Las pasadas tres semanas habían sido las mejores de mi vida. Había sido
un torbellino de escuela, deportes y noches secretas.
El equipo de fútbol llegó a los playoffs pero perdió en una ronda temprana.
Nuestro equipo de voleibol había ganado el campeonato de la conferencia, pero
habíamos perdido ante Oregón durante la primera ronda del torneo.
No había llorado después del partido. Viajé a casa con el equipo, no
sorprendida por la pérdida, sino casi entumecida. Ese entumecimiento había
durado hasta que entré por la puerta principal de Toren. Un paso más allá del
umbral y comencé a llorar.
Nunca antes en mi vida había llorado tanto como en los meses pasados,
pero fue como si finalmente hubiera encontrado mi espacio seguro para dejarme
ir.
Me abrazó mientras lloraba la pérdida de un deporte que había sido toda mi
vida. Y cuando finalmente me recuperé, me preguntó si estaba segura de querer 264
dejarlo.
No tenía ninguna duda de que me habría apoyado en cualquier decisión. Sin
embargo, nada había cambiado. Necesitaría tiempo para encontrar mi equilibrio,
para encontrar un camino diferente, pero estaba lista para una nueva aventura.
Con él.
Mi teléfono vibró con otro mensaje de texto. El número de Toren estaba
guardado bajo James, su segundo nombre. En su teléfono, mi número estaba
guardado como Marie.
¿Vendrás a casa?
Respondí mientras caminaba por el campus.
Primero iré a la casa de campo para hacer ejercicio.
Te veré ahí.
No hablaríamos. Apenas nos reconoceríamos. Pero estar en la misma
habitación con él era suficiente.
Las aceras estaban tranquilas, sólo unos pocos estudiantes habían salido
tan tarde. A lo lejos, a través de los huecos de los edificios de ladrillo, el sol se
hundía más allá del montañoso horizonte y la luz del atardecer era de un suave
azul teñido de naranja y dorado. Era el campus más hermoso que había visto en
mi vida y, por un semestre más, sería mío.
Todavía tendría acceso a la sala de pesas durante el resto del año. El equipo
comenzaría a practicar nuevamente en la primavera, pero como no iba a jugar
profesionalmente, no me uniría a ellas. Tampoco lo harían las otras mayores.
Puede que hubiera algunos juegos de práctica, y si la entrenadora Quinn nos
pedía que jugáramos, con mucho gusto participaría. Pero en su mayor parte,
habría acabado.
Llegué a la casa de campo y estaba a punto de entrar al vestuario cuando
sonó mi teléfono.
Numero desconocido.
—¿Qué pasa con las llamadas no deseadas de hoy? —murmuré para mis
adentros. Era la tercera hasta ahora.
La envié al buzón de voz y luego me apresuré a cambiarme. Sonó de nuevo
mientras me estaba atando los tenis. Esta vez, la foto de mamá apareció en la
pantalla.
—Hola —respondí. 265
270
27
TOREN
La expresión de Ford fue ilegible mientras caminábamos de mi oficina a la
suya.
Mierda.
Joder, joder, joder.
Una puerta de acero se cerró de golpe y el sonido se escuchó por el pasillo
detrás de nosotros. Probablemente era Jennsyn saliendo de la casa de campo.
No perdió tiempo en agarrar su bolso, y en el momento en que Ford salió por la
puerta, me lanzó una mirada de pánico y luego salió de la habitación.
Fue hace unos segundos. Minutos. Parecían horas. El tiempo se había
ralentizado. 271
El pánico estalló y con cada atronador latido, mi corazón se hundía más y
más.
Era todo. Era el final. Los años que había pasado en la Treasure State se
estaban yendo por el desagüe. Mi carrera había terminado. Mi reputación
arruinada.
Todo porque había querido besar a Jennsyn, sólo una vez, antes de que
dejara la casa de campo por ese día.
¿En qué carajos había estado pensando? ¿Qué me pasó? Un beso en el
campus. Merecía que me despidieran por ser un jodido idiota.
Todos habían abandonado el edificio. De lo contrario, no la habría llevado a
mi oficina. Cuando salí del gimnasio, todas las oficinas estaban a oscuras. Todos
se habían ido a casa a pasar la noche.
Excepto Ford.
La luz de su oficina estaba encendida. La había comprobado. Pero debía
haber estado arriba con Millie.
Mierda. Ford podía despedirme, pero de algún modo tenía que permitirle
permanecer en la escuela. Ella merecía graduarse. Incluso si perdía su beca,
encontraría una manera de pagarle el último semestre.
Me pasé una mano por la cara mientras entramos a su oficina.
Cerró la puerta detrás de nosotros y su suave clic fue como un cuchillo
atravesándome las costillas.
Estaba a punto de ser despedido por mi amigo más antiguo del mundo. No
era así como había imaginado que terminaría hoy, pero si era el final, supongo…
Prefería que sea Ford a cualquier otro.
Nos miramos fijamente durante unos largos y miserables momentos hasta
que Ford arqueó las cejas.
—¿Me lo explicarás o qué?
Suspiré y todo mi cuerpo se hundió.
—No estoy seguro de qué hay que explicar.
—Era una estudiante, ¿verdad? ¿La jugadora de voleibol?
—Sí. —Tragué—. Jennsyn Bell.
—Miénteme. Dime que le estabas dando RCP.
272
Solté una carcajada.
—No puedo hacer eso.
—Maldita sea, Toren. —Ford gimió y caminó detrás de su escritorio,
dejándose caer en su silla. Señaló el vacío asiento frente a mí—. ¿Realmente está
sucediendo? ¿Estamos realmente teniendo esta conversación? Es una
estudiante. ¿Qué diablos estás pensando?
¿Por dónde comenzaba? Me senté, con los codos cayendo sobre las rodillas
y las manos entrelazadas, como una silenciosa súplica de que tal vez no se
hubieran perdido todas las esperanzas.
—Estoy enamorada de ella.
Se sentía mal decírselo antes que a Jennsyn, pero era la verdad. Y la verdad
parecía ser el único lugar por donde empezar.
—Es para mí.
Ford parpadeó y negó con la cabeza como si me hubiera oído mal. Pero
entonces la confusión desapareció y me miró con tanta lástima que me dolió.
Ambos sabíamos que estaba absolutamente jodido.
—La conocí este verano —le dije—. Antes de que te mudaras a Mission. No
tenía idea de que estaba en el equipo de voleibol. No sabía que era entrenador.
Nos llevamos bien. Cuando me di cuenta de que era estudiante, lo intenté. Lo
juro, Ford. Intenté mantenerme alejado de ella.
Pero era para mí.
Ya sea que Jennsyn quisiera viajar por el mundo o envejecer conmigo aquí
en Mission, no la dejaría ir.
Semanas atrás, cuando le dije que quería una familia, me vino a la mente
esta imagen de una niña pequeña corriendo por el patio trasero. Cabello rubio.
Ojos azules. Una sonrisa que podría controlar cada uno de mis movimientos.
No sólo quería tener hijos. Los quería con Jennsyn. Era todo o nada.
Ella era mi vida.
Si tenía que elegirla a ella y no a mi trabajo, entonces encontraría una nueva
carrera. Tal vez abriría un lavado de autos para que nunca más tuviera que
preocuparse por mi camioneta sucia.
Ford se pasó una mano por el cabello y miró fijamente la suave superficie 273
de su escritorio.
—No sé qué decir.
—¿Que estoy despedido?
Frunció el ceño. El movimiento de su cabeza fue tan sutil que podría haberlo
soñado. Pero la esperanza surgió, enderezó mi columna y levantó mi corazón del
suelo.
Las cejas de Ford se juntaron mientras se inclinaba, con la mirada dura.
Era su cara de juego. La cara que había usado como jugador, primero para los
Wildcats y luego en la NFL. Era la cara que ahora tenía como entrenador al
margen.
—A Kurt no le importará que la hayas conocido este verano —dijo.
—No. No después del escándalo de esta primavera.
Ford suspiró.
—¿Es estudiante de último año?
Asentí.
—Sí.
—¿Tiene veintiuno?
—Veintidós.
Si Ford pensó que la diferencia de edad era demasiado grande, no lo dejó
ver.
—Maldita sea, Toren. ¿Qué se supone que debo hacer?
Despedirme. Era su única opción.
—Está bien —dije—. Solo... hazlo.
Se burló.
—No puedo condenarte exactamente por una relación secreta cuando Millie
y yo pasamos la mayor parte del otoño andando a escondidas.
Esperen. Él... ¿estaba bien con esto? Mi aliento se atoró en mi garganta
mientras esperaba que continuara.
—¿Qué estás diciendo?
—No son reglas que pueda cambiar —dijo—. Eres entrenador. Ella
estudiante.
274
—Así que estoy despedido. —Mierda.
—No, imbécil, no estás despedido. Pero debes tener más cuidado. Quédate
quieto. Nada aquí en el campus. —Me disparó una mirada apuntando a la pared
y a mi oficina más allá—. Llévala a la graduación.
Parpadeé y luego sacudí la cabeza como si fuera un sueño.
—Ford. Si alguien descubre que sabías…
—Que nadie se entere. Haz una pausa si es necesario. No me importa.
Simplemente no te dejes atrapar.
Santo carajo. ¿Estaba realmente sucediendo? Si cualquier otra persona nos
hubiera sorprendido, todo habría terminado. ¿Pero Ford?
Pedirle que mantuviera este secreto era pedir mucho. Pero lo haría de todos
modos.
—¿Estás seguro?
—Estoy seguro. —Asintió—. En todos nuestros años como amigos, nunca
habías hablado así de una mujer.
—No hay mujer como Jennsyn.
Frunció el ceño y movió su muñeca hacia la puerta.
—Entonces lárgate.
La emoción creció tan rápido que fue difícil respirar. Me tomé un momento,
luego me aclaré la garganta antes de extender un brazo sobre su escritorio.
—Gracias.
Me tomó la mano para estrecharla rápidamente.
—Sabías sobre Millie y yo. Guardaste nuestro secreto. Lo mínimo que puedo
hacer es guardar el tuyo.
—Es un poco diferente.
—No precisamente.
No, supongo que no lo era.
—¿Nos vemos mañana?
—Sí. —Asintió mientras me ponía de pie y luego me dirigía hacia la puerta—
. ¿Toren?
Giré.
275
—¿Sí?
—Perdón por haber entrado a tu oficina antes. Debería haber esperado
después de llamar.
Lo descarté.
—No te preocupes por eso.
—No, fue mi culpa. No volverá a suceder.
—Está bien. Que tengas buenas noches.
Ford me despidió con la mano.
—Tú también.
Abrí la puerta, listo para alcanzar a Jennsyn porque probablemente estaba
enloqueciendo. Excepto que cuando entré al pasillo, Millie corría hacia mí.
—¿Viste a Aspen? —preguntó, con los ojos muy abiertos y las mejillas
sonrojadas.
—Eh, no. —El pánico en su rostro hizo que se me erizara el vello de la nuca—
. ¿Por qué?
Jennsyn ya había salido de la casa de campo, ¿verdad? No habría hecho
algo imprudente, como ir a decirle a Aspen que dejaría el equipo o abandonaría
la escuela.
Millie frunció el ceño y sacó su teléfono mientras Ford se unía a nosotros en
el pasillo.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Necesito encontrar a Aspen. Hay una noticia que está llamando mucho la
atención y se menciona a una de sus jugadoras.
—¿Qué? —Ford se acercó para ver por encima de su hombro mientras le
mostraba su teléfono.
No necesitaba leer el artículo. Mi estómago cayó cuando el color desapareció
de su rostro.
—¿Jennsyn?
—Sí. —Millie asintió—. Según esto, se especula que tuvo una aventura con
un entrenador en Stanford.
276
28
JENNSYN
Toren estaba siendo despedido. Mientras caminaba hacia mi auto en el
estacionamiento de la casa de campo, Toren estaba adentro perdiendo su carrera.
Oh Dios. ¿Por qué habíamos hecho eso? ¿Por qué no habíamos esperado
hasta esta noche? Todo ese coqueteo y juegos en el gimnasio y habíamos perdido
la maldita cabeza.
Las lágrimas picaron mis ojos cuando el nudo en mi garganta me hizo
imposible tragar y difícil respirar.
¿Me odiaría cuando esto terminara? ¿Se arrepentiría de todo lo que había
pasado entre nosotros? Simplemente le costaría su trabajo. Su reputación. Sabía
lo que habíamos estado arriesgando. Sabía lo que estaba en juego. Pero había
277
sido una tonta arrogante al pensar que no nos atraparían.
¿Cuándo aprendería mi lección? ¿Cuándo dejaría de cometer los mismos
malditos errores?
Una lágrima cayó por mi mejilla y la sequé. Otra ocupó su lugar.
—Maldita sea. —Estaba a segundos de convertirme en un desastre de
sollozos, pero de alguna manera, logré entrar a mi auto y cerrar por dentro antes
de dejar de pelear contra las lágrimas y simplemente dejarlas caer.
No podía perderlo. Cuando veía hacia el futuro, no podía ver el trabajo que
tendría ni las amigas que haría. Pero veía a Toren. Tan claro como la luna
brillando en el cielo nocturno.
Quizás le encontráramos una salida a esto. Quizás podría llamar a la
entrenadora Aspen y dejar el equipo. Si dejaba la escuela, ¿dejarían que Toren
conservara su trabajo?
Probablemente no. Mi corazón se partió cuando tomé mi teléfono, esperando
ver un mensaje de texto suyo o una llamada perdida.
Pero no fue el nombre de Toren el que llenó la pantalla con notificaciones.
Había perdido dos llamadas telefónicas de mi madre y un mensaje de texto de
LLÁMAME AHORA.
¿Estaría lastimada? ¿Enferma? El estómago me dio un vuelco, pero antes
de que pudiera devolverle la llamada, revisé el resto de las notificaciones.
Llamadas perdidas de números que no reconocía. Textos de nombres que
sí.
El último era de Emily.
La sorpresa al ver su nombre hizo que las lágrimas se detuvieran.
Cuando dejé Stanford, no le dije explícitamente que olvidara mi número,
pero estaba implícito. Debería haberla bloqueado cuando me envió un mensaje
de texto en mi cumpleaños.
Excepto que entonces no habría recibido el enlace que me había enviado.
¿Qué demonios?
Me sequé los ojos, limpiando las lágrimas, mientras cargaba el artículo. El
titular hizo que se me revolviera el estómago.
Entrenador de voleibol arrestado por relación con estudiante.
Mi jadeo llenó el auto. No, no, no, no. No podía estar pasando.
Esperen. Leí el titular de nuevo y una palabra saltó de la pantalla. Arrestado. 278
¿Por qué arrestarían a Christian por algo que había pasado meses y meses atrás?
No había ningún motivo para que estuviera en la cárcel. Había perdido su trabajo,
pero ¿por qué arrestarlo?
Parpadeé para quitarme las últimas lágrimas que quedaban en mis ojos y
comencé a leer. Mi corazón dio un vuelco cuando encontré dos palabras en
negrita.
Abuso infantil
No se trataba de mí. Mi tiempo con Christian había sido a principios de este
año. Tenía veintiún años y era mayor de edad.
Mucho mayor que la chica de diecisiete años cuyos padres estaban
presentando cargos contra Christian.
Mi estómago se revolvió mientras seguía leyendo.
Emily podría haberme enviado eso por despecho, pero el hecho de que mi
madre hubiera enviado un frenético mensaje de texto sólo podía significar una
cosa.
En el penúltimo párrafo, encontré mi nombre.
Una fuente anónima confirmó que no es la primera vez que Christian Morris
tiene una aventura con una estudiante atleta. Según esas fuentes, se rumoraba
que Morris tenía una relación romántica con dos ex jugadoras de Stanford, la
armadora Rachael Keaton y la atacante Jennsyn Bell. Tanto Keaton como Bell
fueron entrenadas por Morris y desde entonces ambas dejaron Stanford. Keaton
negó las acusaciones. Bell no ha estado disponible para hacer comentarios.
El teléfono se me escapó y cayó sobre mi regazo.
Las llamadas de hoy. Fueron de periodistas, ¿no? Y sin lugar a dudas, Emily
era esa fuente anónima.
Sentía mi pecho demasiado apretado y parecía que no podía llenar mis
pulmones mientras el sudor corría por mis sienes. Enterré la cara entre mis
manos, dividida entre llorar y gritar.
Elegí gritar.
Mi voz se quebró cuando mi grito se convirtió en un sollozo, esas lágrimas
que había desterrado por un momento regresaron con renovada fuerza.
¿Por qué? Se suponía que había terminado. Había dejado Stanford y ese lío
detrás de mí. ¿Alguna vez desaparecería esto? ¿O mi épica cagada me perseguiría
279
para siempre?
Si pudiera recuperar cada segundo que pasé con Christian, lo haría. No
había nada en mi vida de lo que me arrepentiría más que de ese primer beso.
El teléfono vibró en mi regazo. La entrenadora Quinn.
La envié al buzón de voz y luego enterré la cara entre las manos cuando
solté otro grito. Si lo sabía, entonces era sólo cuestión de tiempo hasta que todos
en la Treasure State también lo supieran.
Y Toren.
Todo mi cuerpo se desplomó contra el volante.
Esta noche lo despedirían. Y luego descubriría que no era el primer
entrenador que perdía su trabajo por mi culpa.
El dolor que desgarró mi pecho fue tan feroz que me aturdió por un
momento, deteniendo las lágrimas y los sollozos que recorrían mis hombros. Se
extendió como veneno por mis venas hasta que todo mi cuerpo sufrió un
espasmo.
Mi mano se frotó contra mi esternón mientras otra ola de tortura me robaba
el aire de los pulmones.
¿Qué pasaría si lo perdía?
No era buena perdiendo, pero había sobrevivido a suficientes pérdidas para
saber cómo recuperarme. ¿Pero esto? ¿Perder a Toren?
¿Cómo podría recuperarme de eso?
El sonido de la puerta de un auto cerrándose me hizo sobresaltar. Los faros
de la camioneta estacionada frente a la mía brillaban y la luz atravesaba mi
parabrisas.
No podía quedarme aquí. No cuando Toren saldría eventualmente. Tal vez
tendría una caja de pertenencias en su oficina. Tal vez lo escoltarían fuera del
edificio y le dirían que nunca regresara.
Por mí. Todo esto se arruinó por mi culpa.
Cuando logré hacer una inhalación, el aire ardía, pero lo tragué, torpemente
encendí el auto y lo puse en reversa. Luego me sequé los ojos y salí del campus.
El último lugar donde quería estar era en mi casa, pero no había ningún
otro lugar a donde ir. Mientras pasaba por la oscura casa de Toren, mis entrañas
280
se retorcieron hasta formar un nudo.
¿Cómo se suponía que me quedaría aquí? ¿Cómo se suponía que viviría al
lado y no iría a su casa por la noche? ¿Tendría que mudarse? ¿Su nombre se
mancillaría en todo Mission?
No podía ver a otra persona vivir en su casa.
Me temblaban las extremidades cuando finalmente me detuve en el garaje.
No había forma de disimular los ojos enrojecidos ni las mejillas manchadas. No
me molesté en intentar ocultar mis lágrimas: no se detenían. Así que las dejé
caer mientras abría la puerta, dejándolo todo, incluido mi teléfono, en el auto
mientras caminaba con piernas temblorosas hacia la casa.
Stevie estaba en la cocina, llenando un vaso de agua. Cuando me vio, la
lástima en su rostro sólo empeoró las cosas.
Entonces ya sabía sobre el artículo.
—Hola —dijo.
La ignoré y caminé por la casa hacia las escaleras.
Liz estaba en el sofá de la sala.
Ni siquiera me molesté en hacer contacto visual mientras subía el último
escalón.
—Espera. Por favor. —La súplica de Stevie me hizo detenerme—. Puedes
hablar con nosotras.
No debería haber habido más lágrimas. Deberían estar agotadas para ahora.
Pero seguían cayendo de mi cara como una cascada.
—¿Qué hay que decir?
—Estoy segura de que hay más en la historia que lo que decía ese artículo
—dijo—. Te escucharemos si necesitas hablar. Sin juicios.
Me burlé mientras mi labio temblaba. ¿Sin juicios? ¿Era real? Era una
mentira casi tan grande como la amistad. Así que seguí subiendo las escaleras
hasta quedar encerrada en mi habitación. Luego me hundí en el suelo, con la
puerta a mi espalda, mientras me quitaba los zapatos, doblaba las rodillas contra
el pecho y dejaba que el dolor me tragara por completo.
¿Cómo había sucedido esto? ¿Cómo había pasado de clase al gimnasio y
ahora a esto? ¿Cómo pude haber sido tan tonta al pensar que podía huir a
Montana y olvidarlo? La verdad siempre me alcanzaría. Y como había sido tan 281
testaruda, porque lo había mantenido todo en secreto, perdería a la única
persona que importaba.
Toren merecía la verdad. Debería haberlo oído de mí hace meses.
Me había asustado. Había sido una cobarde. Y ahora todo era mucho peor.
No estaba segura de cuánto tiempo había estado en el suelo cuando alguien
llamó a la puerta.
—¿Jennsyn? —La voz de Stevie era vacilante—. Hay, um, alguien aquí para
verte.
Sólo había una persona que habría venido. No debería estar aquí. No podía
estar aquí, no con Stevie y Liz sabrían que algo estaba pasando y se daría
cuenta…
Despedido.
Excepto que ya lo habían despedido. Los secretos, las actividades furtivas,
habían sido en vano.
Se terminó.
Una parte de mí quería quedarse en el suelo, esconderme aquí para siempre,
pero Toren merecía una explicación. Luego, si terminó, lo vería alejarse. Así que
me paré descalza y abrí la puerta. El pasillo estaba vacío, Stevie ya se había
retirado escaleras abajo.
Sollocé, secándome la nariz con el dorso de la mano y luego me sequé las
mejillas. No había fuerzas en mi cuerpo para fortalecer mi columna o cuadrar los
hombros, así que bajé las escaleras, con el corazón encogido cuando encontré a
Toren parado en la entrada.
Sus ojos gris verdosos recorrieron mi cuerpo, de pies a cabeza. Su
mandíbula se tensó mientras apretaba sus manos en puños sobre sus caderas.
No pude llegar hasta el suelo de la sala. Parecía que no podía sacar mis pies
de ese escalón inferior.
—No deberías haber venido aquí.
—Entonces deberías haber contestado tu teléfono.
Me merecía esa voz fría y dura, pero hizo un corte tan profundo que me
agarré a la barandilla hasta que mis nudillos se pusieron blancos para no caer.
—Está en mi auto.
Las fosas nasales de Toren se dilataron. 282
—¿Te despidieron? —Sabía la respuesta pero hice la pregunta de todos
modos.
Mi cuerpo comenzó a temblar, el ruido contra el que había luchado semanas
atrás era más fuerte que nunca. Comenzó en mis huesos y salió a través de mi
voz. Salió con más jodidas lágrimas.
Como si no fuera suficientemente difícil, ahora tenía que quedarme aquí
mientras Toren me veía desmoronarme. Mientras Stevie y Liz veían desde la sala
de estar.
—No —dijo.
Me estremecí.
—¿Q-qué? ¿No lo hicieron?
—Tenemos otra oportunidad de mantener esto en secreto hasta la
graduación.
Mis ojos volaron hacia Stevie y Liz.
—¿No perdiste tu trabajo? —¿Ford no había despedido a Toren? ¿Había
aceptado guardar nuestro secreto?
Toren asintió.
El mundo entero pareció escaparse de mis pies. Ese secreto podría haber
sido una posibilidad, Ford podría haber sido nuestra gracia salvadora, excepto
por el hecho de que Toren estuviera de pie en mi sala de estar. Donde mis dos
compañeras de cuarto estaban atentas a cada una de nuestras palabras.
Oh Dios. Todo sucedería de nuevo. Se lo dirían a las otras chicas o a la
entrenadora Quinn y nada de esto importaría. Sería innecesario que Ford
aceptara ignorar el hecho de que nos había sorprendido besándonos antes.
Porque Toren estaba parado en mi sala de estar.
—¿Por qué viniste aquí, Toren? —Mi voz llenó la casa mientras lanzaba una
mano hacia mis compañeras de cuarto—. Lo dirán y se acabó. Estaremos
arruinados. Y todo habría sido en vano. Lo perderás todo. Te habré quitado todo.
La dureza de su expresión se desvaneció.
—Cariño.
—No. —Les tendí la mano a Stevie y Liz—. Ellas están ahí.
283
Él miró y se encogió de hombros.
—No me importa. Vine aquí por ti.
Porque no había contestado mi teléfono. Porque había estado preocupado.
—Tor. —Me desplomé y me hundí en una escalera cuando los sollozos
comenzaron de nuevo.
Era una mancha acuosa cuando cruzó la habitación y se arrodilló frente a
mí, luego enganchó un dedo debajo de mi barbilla, levantando mi cara hasta que
nuestras miradas chocaron.
—No estamos arruinados.
—Tu trabajo…
—No es tan importante como tú. —Me secó una lágrima con el pulgar—.
Resolveremos esto. Tu beca. Mi trabajo. Nada de eso importa. La única manera
de que puedas quitarme todo es si te alejas.
—No se trata de mi beca. Pero no hay manera de que esto permanezca en
secreto.
Me dio una triste sonrisa.
—Probablemente no.
Stevie se aclaró la garganta y se acercó con cuidado.
—Nosotras, um, sabemos a dónde vas por la noche. Lo sabemos desde hace
un tiempo.
Entonces sí terminaría. Mantuve mi mirada fija en Toren, esperando que la
misma desesperanza en mi corazón llenara sus ojos, excepto que casi se veía...
aliviado.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó, mirando por encima del hombro hacia
Stevie y Liz.
—¿Un par de meses? —Liz se encogió de hombros—. Te vi escaparte una
noche y te vi ir a su casa.
¿Un par de meses?
—¿Pero no dijiste nada? ¿Por qué?
Compartieron una mirada y luego Stevie se encogió de hombros.
—Estamos en el mismo equipo. Te cubrimos.
Las vi sin pestañear y luego cambié mi atención hacia Toren. 284
—Quiero creerles.
—Entonces hazlo —dijo Stevie.
Quizás era así de fácil. O tal vez no.
—No tengo la mejor historia con mis compañeras de equipo —admití. La
nube del artículo se cernía sobre la casa, y aunque la persona que merecía saber
más era Toren, no les pedí a Stevie ni a Liz que se fueran.
También podrían escuchar la verdad.
—Tengo que decirte algo —susurré.
Él se levantó y ocupó el lugar a mi lado en las escaleras. Entonces tomó mi
mano entre las suyas y entrelazó nuestros dedos para sujetarlos mientras
esperaba. Mientras reunía el coraje para decir lo que debería haber dicho hace
meses.
—La primavera pasada en Stanford, comencé a ver a un entrenador
asistente. —Era la primera vez que decía la verdad en voz alta.
—Christian Morris —dijo.
Me encogí, odiando escuchar su nombre, especialmente de labios de Toren.
—Sí. Llevábamos un tiempo coqueteando y una noche, después de un
partido, me invitó a salir. Debería haber dicho que no, pero no lo hice.
El cuerpo de Toren se puso rígido pero permaneció en silencio. Mis
compañeras de cuarto también.
—Duró unos dos meses. Lo tomamos con calma. En ese momento vivía con
algunas de mis amigas. Todas también estaban en el equipo. Emily, mi mejor
amiga, sabía que estaba saliendo con alguien pero no estaba segura de con quién.
Siguió rogando y rogando que le dijera con quién estaba saliendo, pero me resistí.
Nunca le conté a nadie sobre Christian, pero debió sospechar algo porque
comenzó a difundir rumores alrededor del equipo de que estábamos juntos.
—Esa perra —siseó Stevie.
Bajé la mirada hacia mi mano unida a la de Toren.
—Estaba pescando. Creo que pensó que eventualmente cedería si no era la
única que preguntaba. Excepto que lo que Emily no sabía, lo que yo no sabía,
era que no era la única del equipo a la que Christian había perseguido. El invierno
anterior se había acostado con otra chica, una estudiante de segundo año.
—Maldita sea —murmuró Liz. 285
291
EpIlogo Adicional
JENNSYN
Toren cruzó la puerta del estadio cargando tantas cajas que apenas podía
ver por encima.
—¿Estás seguro de que no quieres ayuda? —pregunté, siguiéndolo con
Gabriella en mi cadera.
La caja superior se movió, casi resbalándose de la pila, pero logró
estabilizarla antes de que cayera.
—Lo tengo.
Puse los ojos en blanco y me incliné para besar la mejilla de nuestra hija de
tres años, haciéndole cosquillas en el costado para ganarme una sonrisa. Luego
vi por encima del hombro para asegurarme de que Gracie estuviera cerca. 292
—¿Vienes, cariño?
—¡Sí! —Nuestra hija de seis años saltó detrás de mí, la falda rosa brillante
que había insistido en usar hoy sobre sus pantalones cortos rebotaba tan
salvajemente como su rubia cola de caballo. La falda contrastaba horriblemente
con su camiseta de los Wildcats, pero como hoy todo era diversión, no la había
obligado a cambiarse.
En el momento en que estuvimos en el césped, Gabriella se retorció.
—¿Ahora puedo irme?
—Sí. Diviértete cariño. —La besé de nuevo antes de dejarla en el suelo.
Cruzó el campo a toda velocidad. Gabriella corría como Toren, moviendo los
brazos y con la barbilla doblada. Era una fuerza, mi pequeña, terca y fuerte. Pero
su lado dulce me hacía derretirme todos los días.
Tan pronto como Gracie se dio cuenta de que su hermana estaba libre, pasó
volando junto a mí con una risita y revoloteó por el campo. Bailaba más que
corría, siempre con los dedos de los pies como si estuviera a segundos de flotar
hacia el cielo. Gracie era tímida y suave. Pero cuando se proponía algo, era tan
inamovible como su hermana.
Ya había un puñado de otros niños persiguiéndose, así que dejé que las
niñas corrieran mientras me unía a Toren al margen. Él empezó a abrir cajas,
cada una repleta de camisetas.
Había estado burlándome de él durante semanas diciéndole que se había
excedido con la preparación para un juego que se suponía sería divertido para
formar equipos y una oportunidad para que el cuerpo técnico disfrutara de un
sábado juntos.
Abrí la boca, a punto de pincharlo de nuevo, pero entonces miré hacia la
banda y vi a Ford.
Estaba pasando un palo negro por la cara de su hijo y tenía una pizarra
para dibujar jugadas debajo del brazo.
—Pensé que era simplemente divertido e informal.
—Es divertido e informal. —Toren me sonrió y luego comenzó a sacar las
camisetas personalizadas que había hecho para hoy.
293
De una caja sacó las camisetas de su equipo. Greely’s Grid Irons estaba
estampado sobre algodón rosa, el color elegido por Gracie.
En otra caja, las camisetas eran amarillas para los End Zoners de Ford:
Ellis.
Era el segundo año de este juego de tocho para los entrenadores de los
Wildcats y sus familias. A Ford se le ocurrió la idea el año pasado como una
forma de invitar a su personal a una actividad de formación de equipos e invitar
a sus seres queridos a participar.
No pude asistir al partido del año pasado. Mamá había estado de visita en
la ciudad y en su lugar habíamos llevado a las niñas al cine. Pero había oído
todos los detalles al respecto, una y otra vez. El equipo de Toren había perdido
por un touchdown y este año estaba decidido a ganar.
—Hola, chicos. —Millie se acercó y me dio un abrazo mientras sus hijos
pasaban velozmente junto a nosotros para unirse a Ford—. ¿Están listos para
esto?
—Eh... —Debería haber sido una respuesta fácil. Pero cuando Rush Ramsey
y Maverick Houston pasaron corriendo junto a nosotros haciendo rodillas en alto
para calentar para el juego, comencé a dudar de mí misma—. Se pondrá intenso,
¿no?
Jack, el mayor de Millie y Ford, apareció al lado de su madre y le tendió la
mano.
—Necesito mi protector bucal.
—Oh. Aquí tienes. —Millie lo sacó del bolsillo y se lo puso en la palma.
—No traje protectores bucales para las chicas —dije mientras él corría para
alcanzar a Rush y a Maverick.
—Yo tengo. —Toren levantó dos cajas de plástico transparente con
protectores bucales rosas en su interior. Ambos parecían haber sido moldeados
a los dientes de nuestras hijas.
—¿Cuándo hiciste eso?
—Después del desayuno mientras estabas en la ducha.
—Ah. Bien.
—Tengo uno para ti también si lo quieres. —Se puso de pie y me dio un beso
en la sien. 294
FIN
296
Rally
(Treasure State Wildcats # 3)
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