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El Mito de Narciso

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El Mito de Narciso

Noviembre de 2010
Cuando Narciso cumplió los dieciséis años, fue
pretendido por muchos jóvenes y muchachas, y a
todos se negó. En una ocasión en que cazaba, lo miró
una ninfa locuaz, que nunca habló antes que otro, ni
pudo callar nunca después que otro hablara: Eco,
quien aún ahora devuelve las últimas palabras que
escucha.

Hera había hecho que eso le ocurriera como castigo


por distraerla con largas pláticas mientras Zeus la
engañaba yaciendo con las ninfas. La diosa, al caer en
la cuenta de lo que ocurría, le redujo el uso de la voz a
devolver los sonidos extremos de las voces oídas.
Vio, pues, Eco a Narciso vagando por el campo, y al
instante ardió de amor y lo siguió a hurtadillas, y más
lo amaba cuanto más lo seguía; pero nunca pudo
hablarle primero, porque su naturaleza se lo impedía,
y hubo de esperar a que él comenzara.

Y esto ocurrió, porque alguna vez que se había


apartado de sus compañeros, Narciso preguntó en alta
voz quién estaba presente, y Eco repitió esta última
palabra. Pasmado al oírla, Narciso gritó "Ven", y ella
le contestó con la misma voz. Engañado, el joven
siguió hablando, y llegó a decir: - "Juntémonos.”
Contestó Eco con la misma palabra, y salió de la selva
dispuesta a abrazarlo.

Huye Narciso, y habla: "Moriré antes que tengas


poder de nosotros", y ella tras repetir las últimas
cuatro palabras, vuelve a ocultarse en las selvas, cubre
su rostro con follaje, y desde entonces habita en grutas
solitarias. Más aún: dolida por el rechazo de que fue
objeto, ama todavía con mayor intensidad, y su cuerpo
enflaquece y pierde todo jugo, y es ya solamente
huesos y voz, y luego nada más que voz; sus huesos se
hicieron piedra. Un sonido, que todos pueden oír, es
cuanto de ella permanece.
Como a Eco, Narciso había despreciado a otras ninfas
y jóvenes. Alguien de los despreciados rogó al cielo
que, por justicia, él llegara a amar sin poder adueñarse
de lo que amara. Y Temis asintió al ruego tal.

Junto a una fuente clara, no tocada por hombre ni


bestias ni follaje ni calor de sol, llega Narciso a
descansar; al ir a beber en sus aguas mira su propia
imagen y es arrebatado por el amor, juzgando que
aquella imagen es un cuerpo real; queda inmóvil ante
ella, pasmado por su hermosura: sus ojos, su cabello,
sus mejillas y cuello, su boca y su color.
Y admira cuanto es en él admirable, y se desea y se
busca y se quema, y trata inútilmente de besar y
abrazar lo que mira, ignorando que es sólo un reflejo
lo que excita sus ojos; sólo una imagen fugaz, que
existe únicamente porque él se detiene a mirarla.

Olvidado de comer y dormir, queda allí inamovible,


mirándose con ansia insaciable, y quejándose a veces
de la imposibilidad de realizar su amor, imposibilidad
tanto más dolorosa cuanto que el objeto a quien se
dirige parece, por todos los signos, corresponderle. Y
suplica al niño a quien mira que salga del agua y se le
una, y, finalmente, da en la cuenta de que se trata no
más que de una imagen inasible, y que él mismo
mueve el amor de que es víctima.
Anhela entonces poder apartarse de sí mismo, para
dejar de amar, y comprende que eso no le es dado, y
pretende la muerte, aunque sabe que, al suprimirse,
suprimiría también a aquel a quien ama

Llora, y su llanto, al mezclar el agua, oscurece su


superficie y borra su imagen, y él le ruega que no lo
abandone, que a lo menos le permita contemplarla, y,
golpeándose, enrojece su pecho.
Cuando el agua se sosegó y Narciso pudo verse en ella
de nuevo, no resistió más y comenzó a derretirse y a
desgastarse de amor, y perdió las fuerzas y el cuerpo
que había sido amado por Eco. Sufrió ésta al verlo,
aunque estaba airada todavía, y repitió sus quejas y el
sonido de sus golpes. Las últimas palabras de Narciso
lamentaron la inutilidad de su amor, y Eco las repitió,
como repitió el adiós último que aquél se dijo a sí
mismo. Murió así Narciso, y, ya en el mundo infernal,
siguió mirándose en la Estigia. Lo lloran sus hermanas
las náyades, lo lloran las dríadas, y Eco responde a
todas. Y ya dispuestas a quemar su cuerpo para
sepultarlo, encuentran en su lugar una flor de centro
azafranado y pétalos blancos.
“Cuando la mitología está viva, no tienen que decirle a
alguien lo que significa. Es como mirar un cuadro que
realmente te habla. Nos da algo. Y si preguntas al artista
¿qué significa esto? Seguramente te preguntará si quieres ser
insultado. Los mitos deben trabajar como un cuadro que se
resiste a ser totalmente explicado. Si el cuadro, la obra de la
mitología, es completamente explicada, su mensaje se habrá
perdido.”

Joseph Campbell
Sin embargo, la interpretación del mito,
es decir, el intento de develar cuál o
cuáles son los mensajes que éste
pretende transmitirnos, puede ampliar
nuestro ser, generando mayor
consciencia en relación a los
determinados aspectos que logramos
captar. Esto significa que, lejos de
anularlo, la reflexión sobre el mito
puede llevar a una vivencia más
completa de éste. Lo importante es no
disociar la función del pensamiento del
resto de nuestra personalidad, y tener
bien claro que, por más significados que
podamos encontrarle, nunca lograremos
abarcar toda su plenitud de sentido.
Algunas posibles lecturas
El peligro de la vanidad
A Narciso se lo asocia con la
autocontemplación y la
autoadmiración excesivas, cuando
alguien utiliza el adjetivo
“narcisista” para referirse a otra
persona lo hace despectivamente y
generalmente se refiere a que el
otro es vanidoso, es decir,
demasiado orgulloso de si mismo.
Por lo tanto, en este sentido, el
mito podría utilizarse como una
advertencia de los peligros que
trae el admirarse demasiado a uno
mismo, ya sea en lo referido a los
aspectos físicos (como lo señala
directamente el mito), o en otras
capacidades que la persona
considera que tiene.
 El “Pedagogus” de  Trastorno narcisista de
Clemente de la personalidad (DSM
Alejandría: denuncia IV):
la vanidad femenina:
- grandioso sentido de
exaltación de la autoimportancia (1), -
belleza superficial, fantasías de éxito
física, aparente, en ilimitado (2), -
contraste con la - creencia de que es
belleza masculina, “especial” y único (3)
espiritual, moral, - comportamientos y
religiosa. actitudes arrogantes y
soberbios (9).
Culto a la Persona
El peligro de la instrospección
 La contemplación en las
aguas de su propia imagen
como símbolo del
conocimiento de uno
mismo: contrario al
consejo socrático
“conócete a ti mismo”, el
vidente y sabio Tiresías le
advierte Liríope, la madre
de Narciso, que éste solo
podrá vivir hasta llegar a
ser anciano si no se
conoce a si mismo.
Los instintos según Jung
“Determinantes psicológicos del comportamiento
humano” (OC VIII):

 Hambre (instinto de autoconservación)

 Sexualidad (conservación de la especie)

 Impulso a la actividad

 Instinto de reflexión

 Impulso creativo
El instinto de reflexión
 La palabra “reflexio”
significa “volver hacia
atrás”. Para Jung, la líbido,
es decir la energía psíquica
(no solo la energía sexual
que sería solo una de sus
formas) tiene una tendencia
natural a dirigirse hacia el
propio sujeto, hacia si mismo,
transformándose
posteriormente en reflexión
consciente. Esta actitud
puede ser entonces
caracterizada como
endopsíquica, ya que no está
volcada hacia ningún objeto
externo.
 En Narciso, la predominancia exclusiva de este
instinto por sobre los demás lo lleva a la muerte: no
come, no se ocupa de su sexualidad, no realiza
ninguna actividad, no desarrolla su creatividad, solo se
contempla a si mismo enamorado.
La proyección del ánima
 ¿Pero cuál ese aspecto de
si mismo que deja
encantado a Narciso?
Según Murray Stein, la
imagen reflejada en el
manantial simboliza el
alma o el ánima de
Narciso. Narciso queda
fijado en la admiración de
su propia ánima, como
ocurriría en la fases
iniciales del
enamoramiento
típicamente adolescente.
“Uno ama lo que uno refleja
y refleja lo que uno ama”.
La proyección del ánima
 El mito nos podría estar
advirtiendo sobre el
peligro que puede
acarrear la excesiva
contemplación del mundo
interno (imágenes, sueños,
fantasías, etc.): una
fascinación total. Esta
fascinación podría ser una
tendencia natural del
psiquismo que habría que
controlar en pro de
mantener un interés en la
realidad externa.

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