El documento analiza el concepto de 'espíritu de las leyes' y describe las diferentes clases de gobierno, incluyendo democracia, aristocracia, monarquía y despotismo, así como las leyes fundamentales que rigen cada uno.
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El documento analiza el concepto de 'espíritu de las leyes' y describe las diferentes clases de gobierno, incluyendo democracia, aristocracia, monarquía y despotismo, así como las leyes fundamentales que rigen cada uno.
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Universidad Tecnología de Santiago
(UTESA)
Nombre: Aylin Zapata Quezada.-
Matrícula: 1-23-0987.- Maestro: Santos Willy Liriano.- Asignación: Resumen del Espíritu de la Ley.- Fecha: 18 de marzo del 2024.-
Resumen El espíritu de las leyes
Las leyes, según su significación más lata, son las relaciones necesarias que todos los seres tienen sus leyes, la divinidad tiene las suyas; el mundo material las tiene, las tienen las inteligencias superiores al hombre; las bestias tienen las suyas, y el hombre Los que aseguran que el fatalismo es la causa productora de los efectos que vemos en el mundo, han dicho indudablemente el mayor de los absurdos; porque no puede haberlo más grande que el de suponer, que una fatalidad ciega ha podido producir criaturas inteligentes. Hay pues, una razón primitiva, y las leyes son las relaciones que existen entre ella y los diversos seres, y las que tienen estos entre sí. Las leyes por las que creó son las mismas por las que conserva. Obra según estas leyes, porque las conoce, las conoce porque las ha establecido, y las ha establecido porque guardan relación con su sabiduría y omnipotencia. Como vemos el mundo creado por medio del movimiento de inferir, que es necesario que sus movimientos tengan leyes invariables y leyes inalterables, o dejaría de existir. Estas reglas son relación perpetuamente establecida. Entre un cuerpo móvil y otro cuerpo móvil todos los movimientos se reciben, aumentan, disminuyen y pierden según las relaciones de la masa y de la velocidad; cada diferencia en ellos es uniformidad, cada mudanza es constancia. Los seres particulares inteligentes tienen la facultad de gobernarse por leyes que ellos se fundamentan; pero las tienen también que ellos no han establecido. Antes de que hubiera seres inteligentes efectivos los hubiera posibles, que tuvieran entre sí relaciones y leyes posibles. Antes de que hubiera leyes formadas, había ya relaciones de justicia posibles; y afirmar que no hay nada justo o injusto sino lo que las leyes positivas mandan o prohíben, es tan absurdo como decir que todos los rayos no eran iguales antes de que se hubiera trazado el círculo. Es necesario pues convenir en la existencia de relaciones de equidad anteriores a la ley positiva que las establece, como, por ejemplo, en que, pues habían de existir sociedades de hombres, sería justo que estas se conformasen a sus leyes; que si hubiera algún ser inteligente que recibiera un beneficio de otro, debería quedarle. reconocido, que sí un ser inteligente creara otro, que también lo fuera, el creado debería someterse a la dependencia que llevaría tener desde su origen, que el ser inteligente que ofendiese a otro, habría de recibir la misma ofensa, y así en otras cosas. Pero sin embargo de esta verdad es sobremanera difícil que el mundo inteligente se halle tan bien gobernado como el físico, porque aun cuando aquel tiene también sus leyes invariables, no las observa con la misma constancia que éste. La razón de esta diferencia consiste en que los seres particulares inteligentes son limitados, y se hallan por consecuencia que los sujetos a errar, al tiempo mismo que siendo inherente a su naturaleza la facultad de obrar según su albedrío, y siendo libres, por lo tanto, ni observan sus leyes primitivas constantemente, ni guardan siempre las que se fundamentan. Los brutos Carecen de nuestras esperanzas y temores, sufren la muerte como nosotros, más sin conocerlo se conservan la mayor parte de ellos mejor que los hombres, y no hacen tan mal uso de sus pasiones, como ser inteligente viola con frecuencia, las que Dios le ha dado, y varía las establecidas por el mismo. Antes que todas las dichas leyes existían ya las de la naturaleza, llamadas así porque se derivan únicamente de la constitución de nuestro ser. Las leyes de la naturaleza son aquellas, que no podría menos de recibir en semejante estado. Montesquieu 4 La ley que, imprimiendo en nosotros la idea de un creador, nos conduce hacia él, es la primera de las leyes naturales por su importancia; pero no por el orden de conocerlas. El primer sentimiento del hombre no pudo ser otro que el de su debilidad; su timidez sería ilimitada; y si se necesitase una prueba experimental de la verdad de este aserto, nos la ofrecerían continuamente los hombres salvajes encontrados en los bosques, a los que todo les hace temblar y todo les hace huir. Al sentimiento de su debilidad uniría el hombre el de sus necesidades, y otra ley natural le inspiraría el deseo de alimentarse. Además del sentimiento, tienen también los hombres por naturaleza el conocimiento, y con él una segunda relación de que los demás animales carecen. Tienen pues, por ello, un nuevo motivo de unirse, y el deseo de vivir en sociedad sería la cuarta de estas leyes. En el momento en que los hombres se reúnen en sociedad, pierden el sentimiento de su flaqueza, y el estado de guerra comienza. Cada sociedad particular llega a conocer su poder, y esto produce un estado de guerra entre nación y nación, Estos dos estados de guerra hicieron necesarias las leyes entre los hombres. Considerados como habitantes de este gran planeta, en que necesariamente habitan tantos pueblos, tienen leyes, que se refieren a los pueblos entre sí, y que constituyen el derecho de gentes. El objeto de la guerra es la victoria, el de la victoria la conquista, y el de la conquista la conservación, Ninguna sociedad podría subsistir sin gobierno. La reunión de las fuerzas particulares, dice exactamente Gravina, forma lo que se llama estado político. Las fuerzas particulares no pueden reunirse sin la conjunción de todas las voluntades. La reunión de estas voluntades, dice también sabiamente Gravina, es lo que se llama estado civil. La ley, generalmente hablando, es la razón humana gobernando todos los pueblos de la tierra; y las leyes políticas y civiles de cada nación no deben ser otra cosa, que aplicaciones de esta razón a los casos particulares. Esto es precisamente lo que trato de hacer en esta obra. Examinaré todas estas relaciones, porque forman juntas lo que se llama espíritu de las leyes. No he separado las leyes políticas de las civiles, porque no trato de ellas, sino solamente dé su espíritu, y como este consiste en las diversas relaciones, que las leyes pueden tener con las diversas cosas, me ha parecido más conveniente seguir el orden natural de estas que el de aquellas. Hay tres clases de gobierno, el republicano, el monárquico, y el despótico. Cuando en la república el pueblo en masa ejerce el poder soberano se halla establecida la democracia, cuando la soberanía reside solamente en una parte del pueblo se establece la aristocracia, El pueblo en la democracia es en unas cosas el monarca y en otras el súbdito. No puede ser el monarca sino por medio de los sufragios que expresan su voluntad. La voluntad del soberano es el soberano mismo, El pueblo, que goza del poder soberano, debe hacer por sí mismo todo cuanto pueda, y lo que no pueda por sus ministros; pero como estos no serán suyos, si él no los nombra, es una máxima fundamental de este gobierno, que el pueblo elija sus ministros, o más bien dicho sus magistrados. El pueblo tiene la misma, y tal vez mayor necesidad que los monarcas, de ser gobernado por un Senado o Consejo. Pero para que éste merezca su confianza, es de absoluta necesidad que se reserve el nombramiento de sus miembros, ya los elija por sí mismo, como sucedía en Atenas, o ya los designe por medio de sus magistrados, como ejecutaba en Roma en algunas ocasiones. El pueblo es admirabilísimo para elegir las personas a quienes debe confiar algún cargo. No necesita para decidirse sino de cosas que no pueden ignorarse, y de hechos que pasan ante los sentidos. La ley, que establece el modo de entregar las cédulas de sufragio, es también fundamental en la democracia. Hay empero una grave cuestión, sobre si la votación ha de ser pública o secreta, El poder soberano reside en la aristocracia entre las manos de un número determinado de personas, que establecen las leyes y las hacen ejecutar, y el resto del pueblo es con relación a él, lo que los súbditos en la monarquía con relación al monarca. La mejor de las aristocracias es aquella en que la porción de pueblo que no puede aspirar al poder es tan miserable y pequeña, que la parte dominante no tiene interés alguno en oprimirla, Las familias aristocráticas deben pertenecer al pueblo en cuanto ser pueda, porque la aristocracia es tanto más perfecta. Los poderes intermedios subordinados y dependientes constituyen la naturaleza del gobierno monárquico; es decir de aquel en que uno solo gobierna por leyes fundamentales. Y he dicho poderes intermedios subordinados y dependientes, por cuanto el origen de todo poder político y civil es el príncipe en la monarquía, Las leyes fundamentales de este gobierno suponen necesariamente conductos medios por donde se comunique el poder; porque si en el estado no hubiese más que la voluntad momentánea y caprichosa de uno solo, nada podría existir fijo, ni por consiguiente habría ley alguna fundamental. El poder intermedio subordinado más natural es el de la nobleza. Esta pertenece hasta cierto punto a la esencia de la monarquía, cuya máxima fundamental es que no hay monarca sin nobleza, ni nobleza sin monarca. Es inherente a la naturaleza del despotismo que el solo hombre que lo ejerce, lo haga ejercer por uno solo. Un hombre a quien continuamente le dicen sus cinco sentidos que él lo es todo, y que los demás son nada, es naturalmente perezoso, ignorante, y voluptuoso. En estos estados generalmente el serrallo se engrandece en proporción con el imperio, y puede por tanto decirse que el príncipe piensa menos en el gobierno en proporción que tiene que gobernar más, y que en proporción en que los negocios son más grandes, delibera menos sobre ellos. La diferencia que hay entre la naturaleza y el principio es la de que aquella hace ser, tal como es, a un gobierno, y éste lo hace obrar. La una forma su estructura particular, el otro se forma con las pasiones humanas, que lo movilizan, las leyes deben ser tan relativas al principio de cada gobierno como a su naturaleza. Los gobiernos monárquicos o despóticos se conserven o sostengan, no es necesaria mucha probidad. La fuerza de las leyes en el uno, el brazo del príncipe continuamente levantado en el otro, lo arreglan y contienen todo, en el estado popular se necesita además de otro resorte, que es la virtud. Y esta verdad, que dejo sentada, viene confirmada por el cuerpo de la historia. Es evidente que, en una monarquía, donde el que hace ejecutar las leyes se juzga superior a éstas, se necesita de menos virtud que en un gobierno popular donde el que las ejecuta sabe que se halla sujeto a ellas y que sufre también su rigor. Así como la virtud es necesaria en el gobierno popular, lo es también en la aristocracia, aun cuando no sea tan absolutamente precisa, porque el pueblo, que es en ella con relación a los nobles, lo que, en la monarquía con relación al monarca, yace contenido por la fuerza de las leyes, ¿cómo se contendrán los nobles? Los que han de hacer ejecutar las leyes contra sus colegas, conocerán desde luego que obran también contra ellos mismos, y esto por la naturaleza de la constitución hace absolutamente precisa la virtud en este gobierno. La aristocracia tiene por sí misma cierta fuerza, de que la democracia carece. Los nobles forman en ella una corporación, que reprime al pueblo por su naturaleza y por su interés; y basta por consiguiente que haya leyes, para que con este motivo se cumplan. En la monarquía la política hace obrar las mayores cosas con la menos virtud que es posible; de igual modo que en las máquinas mejores el arte emplea los menos móviles, fuerzas y ruedas que le es posible. El estado subsiste independiente del amor a la patria, del deseo de la verdadera gloria, de la abnegación de sí mismo, del sacrificio de los más caros intereses, y de todas aquellas virtudes heroicas que en centramos en los antiguos, y de las que no conservamos otra cosa más que la noticia. Las leyes ocupan en ella el lugar de todas las virtudes, de que no hay ninguna necesidad; porque el estado dispensa de ellas, Así es que en la república los crímenes privados son más públicos, es decir, ofenden más directamente a la constitución del estado que a los particulares, y en la monarquía los crímenes públicos son más privados, o lo que es igual, ofenden más las fortunas particulares que la constitución del estado. El honor, es decir, el prestigio de cada persona y de cada condición, ocupa en él lugar de la virtud política de que antes he hablado, y la representa por todo. Él es capaz de inspirar las mejores acciones, y unido a la fuerza de las leyes, es capaz de conducir al objeto del gobierno tanto como la virtud misma. En las monarquías bien constituidas, todos los habitantes serán con poca diferencia buenos ciudadanos; pero rara vez se encontrará alguno que sea hombre de bien político; porque para serlo se necesita tener voluntad, y amar el estado menos por el interés propio, que por el público. El gobierno monárquico supone, como ya se ha dicho, preeminencias, rango, y hasta nobleza de origen. La naturaleza del honor exige que pida preferencias, y distinciones, y está por lo mismo en la esencia del gobierno, La ambición, que es tan perniciosa en la república, produce buenos efectos en la monarquía, así porque da vida al gobierno como por que tiene la ventaja de no ser en ella peligrosa, porque puede reprimirse continuamente. Como en los estados despóticos los hombres todos son iguales y no pueden preferirse unos a otros, como todos son esclavos y no pueden preferirse en nada, el honor no es el principio de ellos. El honor tiene sus reglas y sus leyes, sin que pueda faltar a ellas, y como depende solamente de su albedrío y no del ajeno, es imposible que se encuentre más que en los estados en que la constitución es fija, y que se rigen por leyes ciertas. Un gobierno moderado puede, ínterin quiere, relajar algún tanto sus resortes, porque siempre se conserva por sus leyes y su fuerza. Pero cuando en un gobierno despótico el príncipe deja por un momento de tener el brazo levantado; cuando no puede aniquilar en un instante a todos los que ocupan los primeros destinos; todo está perdido; por cuanto el pueblo carece de protección, habiendo dejado de existir el temor, que es el móvil de este gobierno. En los estados despóticos la naturaleza del gobierno exige una obediencia ciega, y la voluntad del príncipe una vez manifestada debe producir su efecto tan infaliblemente como un cuerpo lanzado contra otro debe producir el suyo. En él no hay que proponer, ni pedir modificación, templanza, acomodo, plazo, transacción, conmutación, consulta, instancia, equivalencia o mejora, porque el hombre es un ente que obedece a otro que quiere ser obedecido. En los estados monárquicos el poder está limitado por su mismo resorte móvil, es decir, por el honor, que reina igualmente sobre el monarca que sobre el pueblo. Nadie en efecto reconvendrá al príncipe con las leyes de la religión; porque tal medio se creería ridículo por un cortesano, y sin embargo se le hablará de continuo de las leyes del honor. De aquí resultan modificaciones necesarias en la obediencia; porque como el honor está naturalmente sujeto a caprichos, la obediencia lo acompaña en todos ellos. Aun cuando el modo de obedecer sea diferente en estos dos gobiernos, el poder es sin embargo en ambos el mismo. Los principios de los tres gobiernos; pero esto no significa que los ciudadanos de una república determinada sean virtuosos, sino que deberían serlo; ni que los súbditos de una monarquía, o estado despótico particular tengan honor o temor, sino que es necesario que lo tengan, porque de otra manera el gobierno sería imperfecto. Las leyes de la educación, que son las primeras que recibimos, nos preparan para ser ciudadanos, cada familia particular deberá ser gobernada con forme al gran plan de la familia general nacional, en que se comprenden todas, La mayor parte de los antiguos vivieron bajo gobiernos cuyo principio era la virtud, y cuando esta obraba en ellos con toda su fuerza, hacía cosas que no vemos hoy y que llenan de admiración nuestras almas degradadas.