Amin, Samir - Eurocentrismoypdf
Amin, Samir - Eurocentrismoypdf
Amin, Samir - Eurocentrismoypdf
por
SAMIR AMIN
m
siglo
ventino
editores
siglo veintiuno editores, sa de cv
CEffflO DEL AGUA 248. DELEGACIONCOrOACÁN OJ310 MÉXICO, O.F.
■ INTRODUCCION
1. ha edad antigua
s S a m i r A m i n , C /a s s e el nation, M i n u i l , 1 9 7 9 , c a p . II,
2. LA CULTURA DEL CAPITALISMO. 1
EL UNIVERSALISMO TRUNCADO j
DEL EUROCENTRISMO Y LA INVOLUCIÓN j
CULTURALISTA J
3 Cf, nota 1,
aquellas concernientes a la afirm ación de Renán del carác
ter "m on stru oso e inacabado" de las leneuas sem íticas por
oposición a la “ p erfección ” indoeuropea.ÍEl eurocentrism o
deduce de manera directa de estas premisas el contraste en
tre filosofías orientales que según se afirma están entera
mente volcadas hacia la “ búsqueda de lo absoluto" y las del
“ O ccidente” , humanistas y científicas (Grecia antigua y Eu
ropa moderna)J[Se trasladan al dom inio de la religión las
conclusiones de la tesis racista. En efecto el cristianismo,
com o el islam y Jas demás religiones, for^osamentg, es
también una búsqueda de lo absoluto. Por añadidura, el cris
tianismo también nació entre los órientales antes de con
quistar el Occidente. Nos vemos entonces conducidos a propo
ner diferencias sutiles pero pretendidamente fundamentales
que perm iten hablar del cristianism o y del islam en tanto ta
les, más allá de su interpretación histórica y la evolución de
ésta, co m o si estas realidades religiosas tuvieran por sí mis
mas cualidades permanentes que trascienden la historia. Es
divertido señalar que esos supuestos caracteres intrínsecos
de los pueblos son asociados a diversas ideas preconcebidas
que han ido cam biando con la m o d ^ /E n el siglo xix ..se
construye la pretendida inferioridad d e los orientales semi-
tá s'so b re su s u p u é s T a ^ s é g o se
tfá^adó^esta-asociaeión-a los-pueblos negips)* Hoy día, con
ayuda del psicoanálisis, ¡se atribuyen los m ism os defectos
de los orientales a una "represión sexual” , particularmente
fuerte! En la misma ocasión —el lector ciertam ente lo habrá
notado— se daba al viejo prejuicio del antisemitismo euro
peo la apariencia de seriedad científica amalgamando a l u
dios y árabes.
C La tesis racista del contraste Europa-Oriente sem ítico de
bía ser prolongada por una serie de tesis análogas, calcadas
sobre el m ism o m odelo de razonamiento, para hacer resal
tar oposicion es sim ilares entre los europeos por una parte y
los demás pueblos no europeos (negros y asiáticos) por la
otra. Pero p or ello tam bién el fundamento "indoeuropeo1'
identificado en el plan lingüístico perdía su fuerza probato-
ria¿En e fe cto la s indios^-desj>F€eiaíJospor su subd^arxíjllo
y por'haber sido conquistados— hablan las lenguas indoeu-
rogeasJ/Progresivamente se iba pues de uh rácism o genético
%{e£ decir explicado por la biología) hacia un racism o “ geo
g r á f i c o ” (es decir explicado por los caracteres adquiridos y
intrasm isibles, siendo estos m ism os producidos p or el am-
jp biente g eográfico^ Asim ilado p or la opinión com ún, el pre-
juicio del determ inismo geográfico en gran parte com partí-
* do por los hom bres p olíticos y los dirigentes no adquiere por
:■ -relio ningún valor científico. De visita p or Europa durante el
; ¡siglo XIII, en aquel entonces más atrasada en relación con el
f> íriundo islám ico, el viajero árabe Ibn Batuta — ignorando
que posteriorm ente la historia le propinaría trem endo chas
co— ¡atribuía ese atraso simplemente al clim a europeo p oco
- hospitalario! Evidentemente él argum ento contrario no es
; más*válido. /
;p Los ju icios de este tipo, que atribuyen a un pueblo o a un
grupo de pueblos caracteres calificados más o m enos de per-
- manentes y considerados elem entos pertinentes para expli
car su estado y su evolución, siem pre proceden del m ism o
m étodo superficial que consiste en sacar conclusiones totali
zantes a partir de un detalle. Su fuerza depende en gran par-
té del detalle elegido que, cuando es exacto y reconocido,
gana la con vicción e inspira la conclusión totalizadora. Un
análisis más serio debe plantear otras preguntas. Ante tod o
invertir la pregunta: el carácter presuntam ente reconocido
^es la causa o la consecuencia de un estado y de una evolu-
ción-J Luego cuestionar él grado de pertinencia del fenóm e-
/ no en cuestión que podría no ser más que una simple form a
f de expresión de una realidad más com pleja y flexible. Obser-
!: vem os que este m od o de razonamiento no es exclusivo de la
justificación eurocéntrica general. Cuántos discursos sobre
( el carácter de los franceses, los ingleses o los ailemanes no
se sitúan igualmente fuera del tiem po y del condicionam ien
to social preciso.
La identidad de la "eu ropeidad” construida de tal manera
fijando sus distancias en relación con las de los "o tro s ” , una
y otras igualmente m íticas,.requiere casi fatalmente a su vez
el refinam iento de la investigación de les caracteres de esa
europeidad entre los propios europeos. Cada nación aparece
aquí m ás o m enos próxim a o alejada de este "m odelo tip o ” .
De esta manera toda la clase dirigente e intelectual británica
se expresa a través de lord Cromer, quien juzga espontánea
mente —co m o si se tratara de una evidencia— que los ingle
ses y los alemanes (en ese orden) son más "eu rop eos" que los
franceses y los otros latinos (asegurando estos últim os la
transición con los árabes y los negros) o los rusos “ semiasiá-
ticos’', y evidentemente son "su periores'' a ellos. Hitler no
hará otra cosa más que invertir el orden,de las precedencias
entre ingleses y alemanes para conservar el resto del discur
so. ¡Siem pre es uno el don nadie de alguien más!
fr Sin duda la form a más prim itiva de la expresión racista
está hoy día algo devaluada. El racism o genético atribuye a
los caracteres biológicos — algunas veces llam ados "ra cia
le s "— la virtud de crear la diversidad cultural y de jerarqui
zar las cualidade^ Desde el siglo XIX hasta Hitler, Europa
hasta én sus m edios cultos ha b ebido en la fuente de tales ne-
cedades. Pero una form a atenuada del racism o atribuirá al
condicionam iento de la geografía y la ecología efectos tran-
sociales duraderos^lMás atenuado aún, el racism o cultural
no niega que el individuo, sea del origen que sea, es maleable
y capaz entonces de asim ilar otra cultura: el niño negro edu
ca d o en Francia llega a ser francés,
— K 4. Las evoluciones más recientes — posteriores a la segun-
da guerra mundial— han contribuido ciertamente a reforzar
la convicción de una identidad europea com ún y han reduci
do el acento puesto anteriormente en los contrastes entre las
naciones europeas.jEn form a simultánea el racism o —nota
blemente el g e n é t ic o ^ p greTioeí prestigio, científico que en
un tjHñcimoT ^ b ía jteakk rgfílos mettiSs cultos. La identidad
colectiva europea debía encontrar entonces una nueva fo r
m ulación de sus fundamentos. La pertenencia a la cristian
dad debía casi fatalmente ofrecer una salida a esta doble cri
sis de lo s nácionalism os europeos rivales y del racism o. En
n.i opinión la renovación cristiana que caracteriza a nuestra
ép oca es, al m enos en parte, la respuesta inconsciente a esta
situación.
N o obstante, para que la cristiandad se convierta en el
fundam ento de la identidad europea, es preciso adoptar con
respecto a ella un m étodo totalizador y ahistórico que per
mita poner el acento en supuestas constantes que la caracte
rizarían y hasta la opondrían a las demás religiones y
filosofías, islam, hinduismo, etc. Hay que optar en favor de
un presupuesto teórico según el cual estas constantes serían
pertinentes, en el sentido de que ellas constituirían el eje de
la explicación de las evoluciones sociales comparadas.
Q, Esta elección subyacente del cristianism o com o funda
mento de la europeidad plantea evidentemente espinosas
cuestiones a ia teoría social en general y a la construcción
eurocèntrica en particular. Dado que el cristianism o no
nació a orillas del Loira o del Rhin necesita reintegrar su
pensamiento de origen — oriental p or el m edio en el que se
form a— en la teleología occidentalista. Hay que hacer de la
Santa Familia y de (os padres de ía Iglesia egipcios y sirios,
europeos antes que nada. La G recia antigua no cristiana
debe igualmente ser reintegrada en la descendencia de los
antepasados, acusando el supuesto contraste entre ella y el
antiguo Oriente con quien com parte la civilización y de ma
nera com plem entaria inventar una com unidad capaz de aso
ciar mentalmente a estos griegos civilizados y a los europeos
entonces bárbaros. El m eollo del racism o genético es enton
ces totalmente ineliminable. Pero sobre todo la especifici
dad cristiana debe ser aumentada y engalanada en virtudes
particulares y exclusivas dando cuenta, por sim ple teleolo
gía, del surgim iento de la superioridad occidental y de su
/ conquista de los demás. Esta construcción eurocèntrica se
basa pues en una interpretación de la religión semejante a
la de todos los fundam entalismos religiosos. Sin em bargo,
Occidente se ve así y se define a sí m ism o com o cristiano (la
civilización occidental y cristiana, se dice),
v) De manera simultánea, Occidente se ve com o prom eteico
por excelencia en contraste sobre todo con las demás civili
zaciones. Ante la grave amenaza de una naturaleza poco do
minada, la humanidad prim itiva no habría tenido alternati-
■ va más que entre dos actitudes: enfrentarse a la naturaleza
o negarla. Se dice que el hinduismo, p o r ejem plo, eligió la
prim era actitud que, al reducir al hom bre a ser una parte de
la naturaleza, le hace tolerable su impotencia. P or el contra
río, el judaism o y luego sus herederos cristianos e islám icos
proclam aron la separación del origen del hom bre y de la na
turaleza, la superioridad del hom bre — imagen de Dios— y el
som etim iento de [a naturaleza, privada de alma y reducida
a ser el objeto de la acción del hombre. Potencialmente esta
tesis contenía eí desarrollo de una búsqueda sistemática de
la dom esticación de la naturaleza; pero en el prim er estadio
de los orígenes de las religiones semitas, esta proclam ación
sólo es ideal y, a falta de m edios reales de acción sobre la na
turaleza, el llam ado se dirige a un Dios protector. El cristia
nism o heredó esta elección decisiva, aunque su crecim iento
en el seno de una sociedad compleja, avanzada y en crisis, lo
haya con du cido a desarrollar considerablem ente la segunda
dim ensión de la religión, la que concierne a las relaciones so
ciales. Pasará lo m ism o con el islam, sobre todo porque ten
drá la responsabilidad de organizar un nüevo imperio.
La tesis en cuestión contiene una parte de verdad puesto
que la civilización capitalista es evidentemente prometeica.
Pero Prom eteo es griego, no cristiano. Lo que la tesis euro-
céntrica llama judeo-cristiano pasa p or alto lo que nosotros
querem os poner de relieve, a saber que en la síntesis helenís
tica la aportación griega se sitúa precisamente en este plano:
la filosofía de la naturaleza exige una actitud de acción so
bre la naturaleza, en contraste con la m etafísica que inspira
una actitud de repliegue pasivo sobre sí mismo. Desde este
punto de vísta, la m etafísica cristiana, o islámica, no es fun
damentalmente diferente a la del hinduismo, p or ejemplo.
La aportación egipcia en la construcción helenística (en sus
versiones sucesivas incluso hasta el islam) reside en el acen
to que se pone en la responsabilidad m oral de los individuos.
Sin embargo, el cristianism o está más m arcado, de cierta
manera, por este últim o aporte, que desarrolla en una ética
universalista que pone el acento en el am or a los seres huma
nos y a Dios, de lo que pudiera estarlo p or el prom eteísm ó
helenístico, olvidado en la larga transición feudal del O cci
dente cristiano para no reaparecer verdaderamente sirio con
el Renacimiento. En el islam, por el contrario, puesto que la
civilización árabe-islámica de la gran época está más adelan
tada que la del feudalism o occidental, las dos aportaciones
se mantienen en equilibrio.
Una última observación en lo que respecta al velo ideoló
gico a través del cual se mira a Europa: el cristianism o en
cuestión por el que se define es, com o el helenism o y el
islam, oriental en su origen. Pero eí Occidente se lo ha a pro*
piado. Al punto que en la imaginería popular ía Santa Fami-
lia es rubia. .. P oco importa. Esta apropiación no sólo es
perfectamente legítima, sino que incluso se ha revelado
fecunda. En correlación con el carácter periférico del m od o
de producción feudal, la interpretación periférica del cris
tianismo apropiado ha revelado ser notablemente flexible,
i requiriendo rápidamente su rebasamiento capitalista,
ijX/A 5. "E l w ie n ta ü snio" no es la suma de las obras de los es
pecialistas y eruditos occidentales que han estudiado las so
ciedades no europeas, precisión necesaria para evitar los
malentendidos y las disputas. Hav que e rrten d er.p n re s e t á r-
mino la construcción ideológica de un"O riente" mítico, cuyos
caracteres" son tratados com o invariantes definidas sim ple
mente por o p o sición a Jos caracteres atribuidos a "O cciden
te” . La imagen de esta "inversión” constituye un elem ento
esencial del eurocentrism o. Ahora bien, Edward Said de
mostró que esta construcción era definitivamente real y do
minante. La precisión de la argumentación que propuso so
bre este tema nos dispensa de reproducir aquí su exposición
detallada .6
^ Convertida en capitalista y conquistadora, Europa se co n
cedió el derecho de representar a los demás — particular
mente al "O riente” ^ y hasta de juzgarlas. Este derecho n o
y es discutible en sí m ism o, so pena de caer en el provincialis
mo. Se debe incluso ir más lejos. Es un hecho que "O riente”
no era capaz entonces de representarse a sí m ism o con la
misma fuerza que podían hacerlo los europeos armados del
pensamiento burgués. Los chinos del Im perio de Confucio,
los árabes del ca lifa to abasida, así com o los europeos de la
Edad Media, no podían analizar su propia sociedad más que
con los instrum entos conceptuales de los cuales disponían,
definidos y lim itados por su propio desarrollo.
Q/'^Pero la representación que la Europa capitalista hace de
los otros está a su vez limitada por la naturaleza del desarro-
12 Thomas Kuhn, The s tru c tu re o f sciu n tific rev o lu iio n s, C h ica go, 197Ü,
tem poráneo. A algunos esta am bición les parecerá excesiva,
aun cuando yo no tenga la pretensión de propon er la form u
lación com pleta de un sistema sustitutivo. Espero que los
elementos de reflexión propuestos aquí constituyan una con
tribución útil para la elaboración de un universalismo libera
do de sus límites eurocéntricos. Sin duda algunos especialis- '
tas encontrarán aquí o allá que las hipótesis propuestas son
dem asiado generales, o no suficientemente sostenidas, y
hasta contradictorias en materia de detalles.' Ése es el p recio
necesario que debe pagarse cuando se propone un nuevo pa
radigma. Thom as Kuhn, al observar que un paradigma nue
vo no tiene la naturaleza de una síntesis enciclopédica de los
conocim ientos adm itidos, sino que por el contrario abre una
vía nueva, com prueba que ese género de proposiciones rara
mente es ob ra de eruditos forzosam ente especializados, sino
de '‘outsiders” que sitúan su reflexión en los límites de di
versos cam pos sociales.
o La resistencia a la crítica del eurocentrism o es siem pre
extrema pues entramos aquí en el terreno de los tabúes.
Quiere uno hacer oír lo inaudible. El cuestionam iento de la
dim ensión eurocéntrica de la ideología dom inante es más di
fícil de aceptar aún que el de su dim ensión económ ica. En
efecto la crítica del eurocentrism o pone directam ente en
tela de ju icio la posición de los ricos de este mundo.
O^Los m edios que esta resistencia despliega son m últiples.
Entre ellos está la trivialízación del concepto, a la que ya he
hecho alusión. Pero tam bién está el recurso al argum ento
del supuesto realism o porque en efecto el este socialista y el
sur subdesarrollado no han llegado hasta ahora a proponer '
un m odeló de sociedad m ejor, y dan algunas veces la im pre
sión de renunciar a él, en beneficio de la adhesión al m odelo
occidental. El choque provocado p or esta aparente adhesión
ha sido tanto más fuerte cuanto que llegó tras un largo pe
ríodo en que el stalinismo y el m aoísm o dieron sucesivam en
te la im presión de haber encontrado la respuesta definitiva
para la cuestión de la construcción socialista. B uscar otra
vía qúe la del capitalism o es pues, aparentemente, una u to
pía;-Perm ítasem e decir aquí que la utopía reside p o r el co n
trario en la obcecación de perseguir un objetivo (la eu ropei
zación del m undo) ¡que por lo demás estam os de acuerdo en
que es im posible! Por el contrario pues la desconexión es la
única vía realista. A condición de saber qué podem os espe
rar de ella y lo que está excluido en la larga fase de transi
ción que representa, y también de com prender cóm o se arti
cula en el cam bio necesario en Occidente, de colocarla en la
perspectiva de una reconstrucción global a escala planetaria.
Dicho de otra manera, a condición de ser suficientémente pa
ciente y capaz de una visión a más largo plazo de la propuesta
por la ideología implícita de los medios de comunicación.
la reDroducción * 4
día una revolución distinta a la revolución proletaria univer
sal: la dé los pueblos de la periferia víctim as de la expansrórr-
en cuestión. Encontram os aquí una segunda expresión del
desarrollo desigual, porque la exigencia de un cuestiona-
m iento del capitalism o, com o en el pasado para las form as
sociales tributarias, se expresa con m ayor intensidad en las
periferias del sistema capitalista que en sus centros avanza
dos. Hay que tomar conciencia de ello y sacar conclusiones,
■Q Ahora bien, el sistema dominante del pensamiento econ ó
m ico y sociaTm ai^M ^e^'a'ctíestión fundamental de] ca p ita l"
lism o realmente existente. Com o el capitalism o es un siste
ma donde él aspecto econ óim co'á b im ñ a la vida social es
natural que las diferentes visiones del m undo contem porá-
n e á ^ e '^ r é s e m t e n . p r i n cipio com o divergentes en el pla-
nó de su dimen sión econQ^ g a ^ Ktf&'ljre^^
d ev istá éTíTrscürsó'doffiínante es totalmente contradictoriq. j
/E n efecto, p o r una parte proclam a que la econom ía en cues- 1
| tión es mundial, en tanto que por la otra responsabiliza de i
] las diferencias de desarrollo entre los diferentes países del^
^ n u n d o a causas “ internas" propias de esos paísesíTissef^ís-
cu rso dominante élimiria desde un principio del ca m p o de su
reflexión las cuestiones espinosas, que son: ¿C óm o se expli
ca el hecho de que, aunque unificado, el sistema capitalista
esté diferenciado? ¿Por qué esta diferenciación no se reduce
progresivam ente? ¿C óm o se articulan realmente las deter
m inaciones internas y las que operan a escala global? ¿E s el
carácter heteróclito de origen de las partes lo que explica la
persistencia de la diferenciación, o bien ésta se produce por
la lógica interna de la expansión capitalista? A todas estas
preguntas las teorías burguesas del "d esa rrollo", así com o
los análisis dominantes del m arxism o vulgar, responden con
la evasión m ultiplicando las explicaciones parciales, a veces
hasta sin preocuparse dem asiado de su com patibilidad, pero
sobre tod o sin preocuparse p or forjar un sistema conceptual
eficaz para dar cuenta simultáneamente de la unidad y la di
ferenciación.
En oposición a este eclecticism o insatisfactorio, el con
cepto del valor mundia liza do podría muy bien ser el con cep
to clave de un paradigma universalista no eurocéntrico, que
precisam ente dé cuenta de esta contradicción inmanente al
capitalismo. En efecto, el concepto de valor m undializado da
cuenta de la doble polarización que caracteriza al capitali s -l/
mo y que se manifiesta por una parte en el reparto desigual?
del ingreso a escala mundial y por la otra en la creciente de-j
sigualdad en el reparto del ingreso en las sociedades perifé#
ricas. Ej^js-doble aspecto de la polarización nacional y social
c^I?S^tll>re Ia i ° rírla Ia^cuaLa£,expresala le y -
d^ la acútritHación de capital a escala^nwìdiat^CseaJas con*
dicíones de su reproducción ampliada a escala global repro
duciendo las condiciones materiales que permiten el fu n cio
namiento de las alianzas de clases transnacionales, que ligan
a las clases dominantes de la periferia al im perialism o. De
Anañera simultánea reproduce condiciones sociales y poli ti
teas cualitativamente diferentes en los centros y las perife-
Irias del sistema. En los primeros entraña, p or el ca rácter au-
tocentrado de la economía, una progresión de ingresos
laborales paralela a la productividad, asegurando con e llo
hasta el funcionam iento del consenso p olítico en torno a la
democracia electoral. En las segundas separa la evolución
de los ingresos laborales de los progresos de la p rod u ctivi
dad y hace con ello imposible la dem ocracia. La transferen
cia de valor qué está asociada a ese proceso de acum ulación
es opacada p or la estructura de precios que se desprende de
la ley del válor m undializado.14
Por supuesto se trata de conceptualizaciones que siguen
siendo fuertemente rechazadas, testim onio en mi opin ión de
la fuerza del prejuicio eurocèntrico, pues adm itir su fecu n
didad es adm itir que el desarrollo pasa por la ruptura con
lo que implica la sumisión a la ley del valor m undializado,
dicho de otra manera, que implica la desconexión. Es adm i
tir que el desarrollo en el seno del sistema capitalista m u n -
dial sigue siendo un callejón sin salida para los pueblos de
la periferia.
IV. LA ACELERACION DEL PROCESO CLíLTURALISTA:
PROVINCIALISMOS Y FUNDAMENTALISIMOS
!í
mundial) abriéndose a una participación activa en una trans- '
form ación socialista global p or una parte; poner en tela de
ju icio el sistema de pensamiento que heredó de su edad me
dieval, p o r la otrai Sabem os que p or desgracia todavía no ha
entrado verdaderamente a la vía de su liberación económ ica,
social y política, a pesar de experiencias del m ovim iento de
liberación nacional y de las victorias parciales ganadas al
im perialism o./¿ Ha entrado p or lo m enos a la del cuestiona-
miento del sistem a de pensamiento asociado a su decadencia
históripa?
Desde com ienzos del siglo xix, exactamente desde el rei
nado de M oham ed Ali en Egipto, la conciencia de esta doble
exigencia de la supervivencia al desafio del m undo m oderno
existe. Lo m alo es que hasta ahora las clases y los poderes
que han asum ido la responsabilidad de los destinos árabes
han creído posible la liberación de la dom inación occidental
mediante la im itación de la vía burguesa del desarrollo euro
peo, tanto en el plano de la organización material y social c o
mo, parcialm ente al menos, en el de las ideas.
M ohamed Ali cree poder separar la m odernización mate
rial (tomando de ella, sin m ayor problem a, los elementos tec
nológicos) del cuestionam iento ideológico, que juzga peli
groso, porque habría acabado p or im poner la asociación de
la burguesía egipcia a un poder cuyo con trol quería conser
var íntegramente. Opta entonces p or un “ islam conservador
m oderado” , más form alista que preocupado p or responder
a los nuevos desafíos. El dualismo cultural que desde enton
ces caracteriza a Egipto (y cuyo equivalente hallam os en m u
chas regiones del Tercer Mundo contem poráneo) echa sus
raíces en esta opción.
La Nahda es un movim iento que anuncia un cuestiona
miento global posible. No podría ser reducido a su dimen
sión religiosa, conducida sucesivamente p o r Jamal El Diñe
El Afgani (1839-1898), M ohamed Abdu (1849-1905) y Rachid
Reda (1865-1925). En otros dominios civiles, sus contribucio
nes a la m odernización no serán menores, en particular en
el de la renovación de la lengua (sin el cual el árabe no se
habría convertido en la lengua de cultura nueva que es), de
la crítica de las costum bres (en particular en el dom inio de
la condición de la mujer en el que las críticas de Qasem
Amin —m uerto en 1908— no serán igualadas hastas nues
tros días), de la reescritura del derecho, de la crítica de la p o
lítica (el p roceso del "despotism o oriental''), etc. Sin em bar
go, es exacto que todos estos avances, en un m om ento u otro,
t roplezan CQííIa.cuestién d e h(T6f tírffla’ de ^ it r t S p r e t e ^ ó n
reLigiO&a*,* -
Ahora bien, en este últim o dom inio debem os constatar la
timidez y la ambigüedad del discurso de la Nahda. Éste exige
la purificación mediante el retom o a las fuentes. Sea. El
protestantismo hizo lo mismo. Pero este último, en el conteni
do que daba a esta "purificación'’ (que en realidad no restable
cía el estado m ítico de los orígenes), convenía perfectamente
al porvenir en construcción. Por el contrario el discurso de
la Nahda carece casi totalmente de contenido en cuanto a la
reform a a realizar. Los tonos nacionalistas y antiim perialis
tas, justificados, no com pensan esta insuficiencia que p rob a
blemente en el plano de las ideas no sea m ás que un reflejo
de las insuficiencias de la burguesía naciente. I-a Nahdn nn
tu^o conciencia de que lo qüe habla que echar abajo era"eT
espTrit^n^ á f í s i c o ^ e i ^ a n ^ í ó encerradaeñ^ePrñSfírO' de
é'ífá'coñstrUccion, sin llegar a com prender que su significa
do había sido rebasado para siem pre. Así.^el propio concep-
to d^H aicism o siguió siendo extraño para eüaT” ^ ” " *
^ La AfaA^Soañim^a^n^lteríejosrttftaHpevolución religiosa
necesaria, pero no la inicia. A este aborto debía suceder ne
cesariamente el estancamiento y hasta la regresión, de Ra-
chid Reda a los Herm anos Musulmanes y al integrismo con
temporáneo.
^ \ L a burguesía liberal que ocupa el escenario en la primera,*
mitad de nuestro siglo sigue siendo timorata p or razones |
evidentes que tienen que ver con los caracteres del ca p ita lis-1
m o periféricqXTambién ella se conform a con este dualism o
cultural. A tal grado que el discurso de la burguesía puede
parecer una traición nacional (se copia, al m enos aparente
mente, "todo” a Occidente, a pesar de "la herencia” ) y hasta
doble juego (se "finge" seguir siendo m usulm án...); N o sería
razonable esperar más de una burguesía. N o habiendo las
fuerzas populares conquistado todavía su autonomía, ni en
el plano de la lucha social y política ni en el de la elaboración
de su proyecto de sociedad y de sus fundamentos ideológi-
1
£*■'
Un debate permanente opone a las escuelas de los historia
dores: ¿puede hablarse de Ja sociedad precapitalista {limi
tándose aquí sólo a las sociedades avanzadas, basadas en
una organización estatal claramente reconocible) en singu
lar? ¿H ay que conform arse con describir y analizar las dife
rentes variantes concretas de las sociedades en cuestión?
¿Puede considerarse al feudalism o com o una form a general
anterior al capitalismo, no sólo propia de Europa (y de Ja
pón) sino con analogías en otros lugares, o bien las diferen
cias serían aquí de naturaleza y no sólo de form a?
í>; Tom am os partido en este debate y desarrollarem os la te
sis que resume el título de esta sección, a saber, que la form a
que llamamos tributaria es la form a general de todas las so
ciedades precapitalistas avanzadas, de las que el feudalism o
no es más que una especie particular. Como se verá a medida
que vayamos desarrollando nuestro argumento, esta concep-
tualización perm ite resolver la cuestión del desarrollo desi-
1 Las tesis propuestas eu este capítulo han sido desarrolladas con ma
yor detalle en diferentes direcciones de investigación en mis obras y artícu
los siguientes; Classe et nation dans i’histoire et la crise conte>nporaine, Mi-
nuít, 1979, capítulos i, II, m, jv y v; La nation árabe, nalíonalmne et íuttes de
classe, Minuit, 1977; "Modes of production, history and unequal develop-
ment", Science and Society, verano de 1985. En estas obras se encontrarán
también las indicaciones bibliográficas concernientes a los debates relati
vos a la teoría de los modos de producción y a la historia precapitalista
(Kari Wittfoge), Ferene Tokei, Gianni Sofri, Lawrence Krader, Chaya nov,
Emmanue) Terray, P.P. Rey, Claude Meiliassoux, J, P. Vernant, Eugene Gé-
novése, Etienne Balacsz, DamodarKosambi, Claude Cahen, Máxime Rodin-
son, Perry Anderson, I. Wallerstein, F. Braudel, Oliven Cox, G. Haupt).
guai en el nacim iento del capitalismo y salir del estanca
miento eurocèntrico.
C El balance de la historia propuesto sólo considera tres es
tadios consecutivos de naturaleza universal: el estadio c o
munitario, larga transición a partir del com unism o prim iti
vo; el estadio tributario que caracteriza al conjunto de las
sociedades precapitai istas desarrolladas y finalmente el ca
pitalismo, convertido en sistema mundial.
^ El estadio tributario es la historia de todas las civilizacio
nes basadas en: i) un importante desarrollo de las fuerzas
productivas; una agricultura sedentaria que puede asegurar
más que la supervivencia, un excedente sustancial y garanti
zado, actividades no agrícolas (artesanales) que emplean un
equipo de conocim ientos técnicos y un instrumental (con ex
cepción de maquinaría) variados; U) actividades im producti
vas desarrolladas, correspondientes a la im portancia de ese
excedente; iii) una división en clases sociales basada en esta
base económ ica y tv) un Estado acabado que supera la reali
dad aldeana.
g Este estadio presenta los aspectos siguientes: com prende
una gran variedad de form as; pero más allá de esta variedad
posee caracteres com unes, puesto que la extracción del tra
bajo excedente está siem pre regida por la dom inación de la
superestructura en el m arco de una econom ía regida.por el
valor de uso; el m odo fundamental es aquí el m odo tributa
rio; el m odo feudal es una variante de éste; el m odo llamado
esclavista figura a título de excepción, intersticial las más de
las veces en relación con las relaciones mercantiles; la com
plejidad de las form aciones de este estadio im plica, más allá
de las relaciones de producción inmediatas, relaciones de
cam bio, internas y externas, que hacen intervenir la p rob le
mática de las relaciones mercantiles e introducen el con cep
to -de sistema d e fo rm a cio n e s sociales; este estadio, final-
; mente, no está estancado, sino que por el contrario se
• caracteriza por un desarrollo considerable de las fuerzas
productivas, sobre la base dé relaciones de prod u cción tri-
; butarias que operan en el seno de form aciones captadas en
toda su com plejidad.
’V El capitalism o no es un estadio necesario p or la sencilla
razón de que ya existe, y a escala mundial. En realidad, to
das las sociedades tributarias debían obligadamente poner
en tela de juicio las relaciones de producción sobre la base
de las cuales se habían desarrollado e inventar nuevas rela
ciones, únicas capaces de permitir un desarrollo ulterior de
las fuerzas productivas. El capitalismo no estaba destinado
a ser sólo una característica europea. Pero al haber sido Eu
ropa la primera en inventàrio, se encargó después de frenar
la evolución normal de los demás continentes. Lo que hay
que explicar entonces, no es sólo cóm o el capitalism o fue in
ventado en Europa sino p or qué apareció aquí en un estadio
relativamente precoz y p or qué en otros lugares, en socieda
des tributarias más avanzadas, su aparición tardó tanto
tiempo. /
^ Los períodos de transición de un estadio al otro se distin
guen de los estadios necesarios por el hecho de que los ele
mentos de cam bio triunfan por sobre los elementos de la re
producción. Desde luego esta reproducción, en todos los
estadios necesarios está lejos de excluir toda contradicción;
de otra manera no se comprendería la razón p or la cual un
estadio necesario no es eterno. Pero, en los estadios necesa
rios, la lucha de clases tiende a ser integrada a la reproduc
ción, Por ejemplo, en el capitalismo, la lucha de clases tien
de, por lo m enos en el centro, a ser reducida a su dimensión
económ ica y por ello m ism o a convertirse en un elemento de
funcionam iento del sistema. Por el contrario, en los perío
dos de transición, alcanza su plenitud para convertirse en el
m otor de la historia.
Todos los estadios necesarios dan pues la im presión de es
tar inmóviles. En este plano, no hay diferencia entre Europa
y Asia, ni siquiera entre el pasado y el presente. Todas las so
ciedades del estadio tributario dan la misma im presión de
estancamiento; lo que Márx dice de Asia se aplica muy bien
a la sociedad feudal europea. Sin duda, el capitalism o, por
oposición a las sociedades del segundo estadio, presenta el
aspecto de un cam bio constante, debido a su ley económ ica
fundamental. Pero esta revolución permanente de las fuer
zas productivas im plica una adaptación no m enos perma
nente de las relaciones de producción, la cual da la sensa
ción de que finalmente el sistema no puede ser superado.
v-y Este resumen suscita algunas cuestiones esenciales con
cernientes al m étodo del m aterialism o histórico.
"3 Generalmente se admite que un m odo de p rod u cción se
define p or una com binación particular de relaciones de pro*
ducción y de fuerzas productivas. Existe una tendencia que
consiste en reducir este concepto al de la situación del pro
ductor, p or ejem plo esclavo, siervo o trabajador asalariado.
Pero el trabajo asalariado precede en varios m ilenios al ca p i
talism o y no podríam os reducir éste a su generalización. El
m od o capitalista com bina en realidad el trabajo asalariado
con cierto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Asi
m ism o, la presencia de esclavos productivos no basta para
definir un m odo de producción, llam ado esclavista, si n o se
com bina con un estadio preciso de las fuerzas productivas.
4 - Una lista exhaustiva de las condiciones del trabajo halla
das en la historia de las sociedades de clase no puede lim i
tarse a los tres m odos de trabajo dependientes que son el es-
clavísm o, la servidumbre y el salariado. Por haberlo hecho,
los m arxistas eurocéntricos se han visto finalmente ob lig a
d os a inventar una cuarta condición, la de prod u ctor m iem
b ro de una com unidad (“ asiática") som etida al Estado ("e s
clavitud generalizada''). Lo m alo es que este cuarto m od o no
existe. Lo que sí existe, y además es mucho más frecuente
que la esclavitud o la servidumbre, es el trabajo del pequeño
p rod u ctor (campesino) ni enteramente libre y com ercian te,
ni rigurosam ente encerrado por la propiedad de la com u n i
dad, sino som etido a la sangría tributaria. Es preciso dar un
nom bre a esta condición y no vemos ninguno más apropia do
que el de m odo tributario.
^ Si la generalización de los cin co estadios dé Stalin es fa l
sa, al igual que la de las dos vías ¿deberá renunciarse a cu a l
qu ier teoría? El interés de nuestra hipótesis es el de pon er
el acento en las analogías profundas que caracterizan a las
grandes sociedades de clases precapitalistas: ¿P or qué halla*
m os corporacion es en Florencia, París, en Bagdad, El Cairo,
Fez, Cantón o Calcuta? ¿P or qué el Rey-Sol recuerda al em
perador de China? ¿P or qué se prohíbe el préstamo con inte
reses aquí y allá? ¿N o es ésta la prueba de que las con trad ic
ciones que caracterizan a estas sociedades son de la m ism a
naturaleza?
r\ ¿Cuáles son, entonces, esos caracteres com unes a todas
las sociedades precapitaJistas calificadas de tributarias? La
apariencia inmediata revela la inmensa variedad de organi
zaciones sociales que ocupan este largo período de la histo
ria. En estas condiciones ¿es científico atribuirles un deno
minador com ún?
r-J La tradición marxista es en esto contradictoria. El mar-
- xismo académ ico se ha em peñado en poner el acento en la es
pecificidad, al grado, algunas veces, de renunciar a calificar
con el m ism o término a sociedades pertenecientes a áreas
culturales diferentes, reservando por ejem plo el término
feudal a Europa (más la expresión japonesa) y negándoselo
al Asia. En sentido contrario, la tradición del m arxism o mili-
/ tante siem pre ha utilizado una term inología totalizadora,
que califica por ejem plo de feudal a todas las sociedades
grandes manifiestamente menos avanzadas. Una y otra tra
dición podrían decirse marxistas si la cuestión tuviera que
ser resuelta por la marxología. Así se ha señalado que Marx
utilizaba el térm ino feudal con una connotación general que
sus contem poráneos com prendían perfectam ente bien y cu
bría por lo menos toda la historia europea, desde las invasio
nes de los bárbaros hasta las revoluciones burguesas inglesa
y francesa. Su visión del feudalism o no era la de los historia
dores burgueses posteriores, quienes a fuerza de restriccio
nes redujeron el cam po de la feudalidad a la zona com pren
dida entre el Loira y el Rhin durante cuatro siglos. Pero
Marx también inventó el térm ino "m od o de producción asiá
tica" y en sus escritos a veces n o publicados, com o los
Grundrisse, retoma algunas tesis de Montesquieu, Bernier,
etc., pretendiendo oponer el inm ovilismo asiático a la agita
da y rápida historia de Europa. Regularmente animados
debates oponían a tos defensores de las dos posiciones. De
manera general, la tendencia dominante entre los euroame-
ricanos del mundo académ ico subraya el carácter excepcio
nal de la historia europea.
^ La búsqueda eventual de la unidad, más allá de la diversi
dad, sólo se aplica a sociedades que cuentan con un nivel de
desarrollo de las fuerzas productivas com parable. En esta
perspectiva podem os proponer considerar tres niveles en el
desarrollo de las fuerzas productivas, a las cuales corres
ponden tres familias de relaciones de producción.
O En el primer nivel, el excedente es dem asiado m agro para
permitir algo más que el inicio de la constitución de las cla
ses y del Estado. Sería pues absurdo confundir bajo el mis-
> mo vocablo form aciones tribales, de clan o de linaje y form a
ciones estatales. N o obstante eso es lo que pretende la tesis
que coloca al m odo asiático en la transición a las sociedades
de clases. ¿C óm o puede China, que producía en el siglo XI la
misma cantidad de h ierro que Europa en el siglo XviII y con
taba con cin co ciudades de más de un m illón dé habitantes,
ser clasificada al com ienzo de la sociedad de clases, mien
tras que Europa, en el m ism o nivel de desarrollo de las fu er
zas productivas, estaba en vísperas de la revolución indus
trial? En este prim er nivel, el escaso grado de desarrollo y
las relaciones tribales, de clan y de linaje están indisoluble
mente ligados. Son estas relaciones las que perm iten el c o
mienzo del desarrollo de las fuerzas productivas más allá de
la fase del com unism o prim itivo (el paso a la agricultura se
dentaria) y al m ism o tiem po bloquean la continuación de sil
desarrollo a partir de un cierto punto. Así pues, donde uno
reconoce esas relaciones, el nivel de las fuerzas productivas
es necesariamente bajo; allí donde ya no se les halla, es más
; elevado. Las form as de propiedad que se sitúan en este pri
mer nivel presentan rasgos com unes fundamentales: se trata
1 siempre de propiedad comunitaria, cuyo uso está reglamen
tado en función de los sistemas de parentesco que rigen la
instancia dominante.
V Al segundo nivel corresponde un grado de desarrollo de
las fuerzas productivas que permite y exige el Estado, es de
cir ia superación del dom inio del parentesco, el cual sólo p o
drá subsistir som etido a otra racionalidad. Las form as de la
propiedad de esté segundo nivel son las que permiten a la
clase dominante controlar el acceso al suelo agrícola y dedu
cir por este m edio un tributo a los productores campesinos.
Esta situación es regida por el dom inio de la ideología que
siempre reviste la misma form a: religión o casi religión de
Estado.
El tercer nivel representa el grado superior de las fuerzas
productivas del capitalismo. Este grado im plica la propie
dad capitalista, ya sea, en un poló, el m onopolio del control
por parte de la burguesía de los medios de producción que
ya n o son principalmente el suelo, sino las máquinas, los
equipos y las fábricas y, en el otro polo, el trabajo libre asa
lariado, la extracción del excedente (aquí, plusvalor) que se
realiza mediante el intercam bio económ ico, es decir la venta
de la fuerza de trabajo. Concretamente, el desarrollo de la
agricultura más allá de un cierto punto exigía máquinas y
‘ fertilizantes, es decir la industria, y p or tanto el capitalismo.
Iniciado en la agricultura de la transición, el capitalism o de
bía pues alcanzar su plenitud en otra parte, antes de regre
sar a la agricultura.
Estás definiciones muy generales y abstractas de las tres
form as de la propiedad: com unitaria (del suelo), tributaria
/ (del suelo), capitalista (de m edios de prod u cción distintos al
suelo), ponen el acento en el contenido de la propiedad, en
tendida co m o control social y no en sus form as jurídicas e
ideológicas. Cada form a de la propiedad corresponde nece
sariamente a un nivel de desarrollo de las fuerzas producti
vas. En el prim ero, la organización de la producción no supe
ra el horizonte del linaje y la aldea. En el segundo, está
necesariamente regulada a nivel de una sociedad estatal,
más o menos vasta, pero siem pre sin com paración con la al
dea: la circulación del excedente da cuenta de la im portancia
del artesanado especializado, de tas funciones im producti
vas, del Estado, de los pueblos, del com ercio, etc. Un nivel
más elevado del desarrollo exigía el m ercado generalizado,
el m ercado capitalista.
t-¡ En este grado de abstracción, cada nivel corresponde a
una exigencia universal,
/S La primera de las características del m od o de producción
que marca el segundo nivel de desarrollo de las fuerzas pro
ductivas es que la extracción del .producto excedentario se
obtiene por medios no económ icos, dado que el prod u ctor no
está separado de sus m edios de producción. Semejante par
ticularidad opone ese prim er m odo de clase al m od o com u
nitario que lo precede. Allí, el producto excedentario no es
apropiado p or una clase explotadora; lo centraliza un grupo
dirigente para ser utilizado colectivam ente o distribuido de
acuerdo con las exigencias de la reproducción. La confusión
entre, por una parte, las relaciones de cooperación y de do
minación, y p or la otra, las relaciones de explotación, que se
aplica por el afán de luchar contra las sim plificaciones inge
nuas que asim ilan el m odo com unitario a un com unism o pri
m itivo idílico, ha originado la falta de diferenciación que se
constata entre el producto excedentario utilizado en form a
colectiva y el p rod u cto excedentario del que se apropia una
clase explotadora. La extracción del prod u cto exceden tario
tiene pues la naturaleza de un tributo en provecho de la cla
se explotadora: ésta es precisamente la razón por la cual he
mos propuesto llam arlo m odo tributario.
O La segunda característica del m od o tributario es que la
organización esencial de la producción se basa en el valor de
u so y no en el valor de cam bio. El prod u cto con servado por
el p rod uctor es en sí m ism o directam ente valor de u so desti
nado al con su m o y, en lo esencial, el autoconsum o. Sin em
bargo el p rod u cto extraído por la clase explotadora es tam
bién directam ente para ella valor de uso. Es decir que la
esencia de este m odo tributario es la de fundar una e co n o
mía natural, sin cam bios, si no es que sin transferencias (el
tributo es una de ellas) y sin redistribuciones.
\J La con ju n ción de la extracción del excedente p or m edios
no económ icos y del predom inio del valor de Uso requiere
necesariam ente una reflexión sobre la alienación. En e fecto
dos interpretaciones del materialism o h istórico se oponen
desde sus orígenes. Una reduce prácticam ente el m étodo a
un determ inism o econ óm ico lineal: el desarrollo de las fuer
zas productivas engendra por sí m ism o el ajuste necesario
de relaciones de producción, p or revoluciones sociales cuya
necesidad h istórica revelan sus autores, y luego la superes
tructura política e ideológica se transform a para reflejar las
exigencias de la reproducción de las relaciones de prod u c
ción. La otra pone el acento en la doble dialéctica de las fuer
zas productivas y las relaciones de prod u cción p or una par
te, y de estas ultimas y la superestructura p or la otra.
^ La prim era interpretación asimila las leyes de la evolu
ción de la sociedad a las que rigen la naturaleza. Esta inter
pretación continúa la obra de la filosofía de las Luces y con s
tituye la interpretación burguesa radical del m arxism o. La
segunda opone el carácter objetivo de las leyes de la natura
leza al carácter com puesto objetivo-subjetivo de las leyes de
la sociedad.
.x, La prim era interpretación ignora la alienación, o bien la
extiende a la historia entera de la humanidad. La alienación
es entonces un producto de la naturaleza humana que tras
ciende la historia de los sistemas sociales; tiene sus raíces en
la antropología, es decir en la relación permanente del hom
bre con la naturaleza. La historia se hace p o r la “ fuerza de
las circunstancias". La idea que los hom bres (o las clases)
tienen de que hacen la historia es ingenua; el margen de su
libertad aparente es estrecha, a tal grado pesa el determinis-
m o del progreso técnico. La segunda interpretación conduce
a distinguir dos planos de la alienación: la que resulta de la
permanencia de la relación hombre-naturaleza, la cual tras
ciende los m od os sociales, define a la naturaleza humana en
su dimensión permanente pero no interviene directamente
en la evolución de la historia social, es la alienación antropo
lógica; la que constituye el contenido de la superestructura
ideológica de las sociedades, es la alienación social.
~j Al dedicarse a precisar los contenidos sucesivos de esta
alienación social, se llega a la conclusión de que todos los
sistemas sociales precapitalistas de clase se caracterizan
p o r la m ism a alienación social, que podría llamarse la alie
nación en la naturaleza. Las características de ésta resultan
p or una parte de la transparencia de las relaciones económ i
cas de explotación y p or la otra del grado lim itado de control
de la naturaleza en los niveles correspondientes de desarro
llo de las fuerzas productivas. Esta alienación social debe
tom ar necesariam ente un carácter absoluto, religioso, con
dición del lugar dominante que ocupa la ideología en la re
producción social, Por oposición, la alienación social del ca
pitalismo se basa, p or una parte, en la dism inución de la
transparencia de las relaciones mercantiles y, p o r la otra,
en un grado cualitativamente más avanzado de control de la
naturaleza. La alienación mercantil sustituye entonces a la
naturaleza p o r la econom ía com o fuerza exterior que deter
m ina la evolu ción social. La lucha p or la abolición de la
explotación y de las clases implica la liberación del determi-
nismo econ óm ico. El com unism o debe poner térm ino a la
alienación social sin p or ello suprim ir la alienación antropo
lógica. Desde luego puede com probarse la existencia de in
tercam bios no m onetarios y hasta m onetarios en todas las
form aciones tributadas. N o obstante esos intercam bios sólo
% son accesoriam ente mercantiles, es decir que no se basan en
í el valor de cam bio (la ley del valor) sino en el valor de uso
i §..\(las utilidades comparativas). El intercam bio en las form a-
’ ¡v ciones tributarias está som etido a la ley fundamental del
í ,';í ; m odo tributario así com o, mutatis mutandi, la propiedad del
: suelo está sometida, en el capitalism o, a la ley fundamental
¡ -Ü , de la acum ulación capitalista.
; El argumento en favor de la variedad y de la especificidad
. descansa en la confusión entre el m od o de prod u cción y la
t|; - form ación social. N o obstante Marx nos enseñó el carácter
abstracto del con cepto de m od o de producción; el m odo ca-
: pitalista, p or ejemplo, es un concepto teórico (reducción a
dos clases definidas com o los polos de la contradicción, au-
; sencia de propiedad no capitalista, sobre todo del suelo, etc.)
v y ninguna form ación capitalista puede ser reducida a este
m odo, ni siquiera la más avanzada, la más acabada: la prue
ba de ello es la existencia de la propiedad del suelo, y de la
tercera clase, la de las propiedades del suelo, a la cual c o
rresponde un tercer ingreso, la renta.
1 La extracción de un tributo jam ás puede obténerse sólo
mediante el ejercicio de la violencia: exige cierto consenso
social. Ése es el sentido de la observación de M arx de que "la
ideología de la clase dominante es la ideología dominante de
la socied ad ". En el m odo tributario, esta ideología es expre
sada por las grandes religiones: el cristianism o, el islam, el
hínduísmo, el budism o, el confucianism o. Funciona aquí el
servicio de la extracción del excedente, mientras que la ideo-1
logia del parentesco en el m odó comunitario, igualmente d o
minante, funciona al servicio de la reproducción de relacio
nes de cooperación y de dom inación, pero no de explotación.
A los m odos com unitarios y al dom inio del parentesco c o
rresponden p or supuesto las religiones regionales, por o p o
sición a las Religiones de Estado del m odo tributario.
Qf El predom inio de la superestructura es la prim era conse
cuencia del predom inio del valor de uso a nivel de la base
económ ica, pero su funcionam iento actúa a la véz sobre
la lucha de clases del m od o tributario. La clase explotada no
lucha generalmente p or la supresión total de la explotación1,
sino sólo p o r su mantenimiento dentro d é lo s lím ites "razo-
nables" que exige la reproducción de la vida económ ica a un
nivel de desarrollo de las fuerzas productivas que implique
usos colectivos del producto excedentario. Es el tema del
em perador investido p or el cielo. En Occidente, el monarca
absoluto se alia algunas veces con los campesinos contra los
señores feudales. Por supuesto, esta situación no excluye ni
la lucha de clases ni logros en dirección de la abolición total
de la explotación: se han detectado com unism os cam pesinos
p or todas partes: en Europa, en el mundo musulmán, en Chi
na. De una manera general la lucha de clases se expresa aquí
a. través del cuestionam iento de la ideología sobre su propio
terreno: al cristianism o de las iglesias de Estado se oponen
las herejías albigense o protestante, al islam sunita el chiism o
y el com unism o quarmat, a Confucio el taoísmo, etcétera.
^ La cuarta característica del m odo tributario es su apa
riencia de estabilidad, y hasta de inmovilismo, en absoluto
limitado, p or supuesto a Asia, En realidad esta apariencia
engañosa está inspirada por el contraste con el capitalismo.
Basada en el valor de cam bio, la ley fundamental interna del
capitalism o se sitúa en el plano mismo de la base económ ica:
la com petencia entre capitalistas impone la acumulación, es
decir la revolución permanente de las fuerzas productivas.
Basado en el valor de uso, el m odo tributario no con oce exi
gencia interna parecida en el plano de su base económ ica.
N o obstante, las sociedades tributarias no son inmóviles.
Han realizado notables progresos en el desarrollo de sus
fuerzas productivas, ya sea Egipto, ya sea China, Japón, In
dia y Asia del Sur, el Oriente árabe y persa, África del Norte
y Sudárii'ó la Europa mediterránea o feudal. Pero estos p ro
gresos no im plican un cam bio cualitativo de las relaciones
de prod u cción . Del m ism o m odo, el Estados Unidos de 1980
y la Inglaterra de 1780 corresponden a dos mom entos extre
mos del desarrollo de las fuerzas productivas sobre la base
de las mism as relaciones capitalistas. Surgen nuevas rela
ciones de producción para superar un bloqueo engendrado
por la resistencia de las relaciones antiguas y permiten así
un nuevo desarrollo.
La lucha de clases que opone a los productores cam pesi
n o s a la clase de sus explotadores tributarios ocupa toda la
historia de las form aciones tributarias, tanto en Asia o en
¿frica co m o en Europa. Sin em bargo existe una diferencia
Esencial entre esta lucha y la que opone a proletarios y b u r
gueses en el capitalism o. La segunda debería poder terminar
len la victoria del proletariado y la instauración de una socie
dad sin clases. La prim era no podía con clu ir la victoria cam
pesina. Cada victoria arrancada por los cam pesinos debilita-,
fea, en efecto, a la clase explotadora tributaria en beneficio
¿de una tercera clase naciente; la burguesía, la cual surgía
■por una parte al lado del cam pesino, a partir del capital mer-
¡eantil y, p o r la otra, en el seno de ese cam pesinado, cuya li-
1 be ración, así fuera parcial, abría la vía hacia una diferencia-
f ción interna. N o obstante, en el m odo tributario la lucha de
i clases no deja de ser el m o to rd e la historia, puesto que con s
t i t u y e la con tradicción gracias a cuyo m ovim iento ese m odo
debía ser rebasado. La búsqueda p or párte de la clase tribu-
otaria de un excedente m ayor ciertamente no es una ley e co
nóm ica interna análoga a la de la búsqueda del beneficio ca-
‘ pitalista, pero bajo el im pulso de la lucha campesina, obliga
. a la clase tributaria y a los campesinos a m ejorar los m étodos
de prod ucción .
Es también la lucha de clases la que explica, al m enos en
parte, la política exterior de la clase tributaria. Ésta intenta
com pensar lo que pierde en la sociedad que explota median
te un expansionism o que le permite subyugar a otros pue
blos y rem plazar a sus clases explotadoras. Las guerras feu
dales proceden de esta lógica. También ha sucedido que una
clase tributaria haya logrado m ovilizar al pueblo en este gé-
. ñero de aventuras. El paralelo se impone con la relación que
en el capitalism o rige la dependencia de la política exterior
con respecto a la lucha de clases interna, aun cuando la ley
de la acum ulación capitalista sea diferente en su naturaleza.
Y este paralelo continúa con él im perialism o, alianza de la
burguesía y el proletariado de un país dirigida hacia el exte
rior, co m o M arx y Engels lo habían previsto en el caso de In
g la te r r a .
y Antes de abord ar la cuestión de las especificidades de las
diferentes form aciones tributarias, es preciso dilucidar una
serie de cuestiones teóricas que conciernen a las relaciones
de intercam bio y de circulación.
En la realidad prácticam ente no existe un "m o d o de pro
ducción de pequeño com ercio sim ple" autónomo. La defini
ción conceptual de este m odo, que no implica clase explota
dora sino sólo pequeños productores propietarios de sus
m edios de producción y especializados, que intercambian su
producto según la ley del valor, indica su condición episte
m ológica particular.
Marx ya había llam ado la atención sobre las condiciones
necesarias para que el intercam bio se realice conform e a la
ley del valor: que el intercam bio sea no ocasional sino siste
mático, no de m onopolios sino basado en la com petencia, no
m arginal sino que cuente con cantidades que permitan el
ajuste de la oferta y la demanda. Éste no es el caso general
de los intercam bios relacionados con las sociedades llama
das prim itivas estudiadas por la antropología. T am poco lo
es en las form aciones tributarias caracterizadas por la au
sencia de m ercado generalizado de m edios de producción y
por la importancia de la autosubsistencia; el intercam bio
opera en general conform e a la teoría neoclásica llamada del
valor más que a la ley del valor, la cual se aplicaba precisa
mente, bajo su form a transformada, al capitalismo.
M uchas confusiones caracterizan los debates sobre la
cuestión de saber si los intercam bios en las sociedades pre-
capitalistas tienen o no un im pacto disolvente. Nunca hay
que perder de vista que el intercam bio, que sólo se refiere
a una fracción del excedente, está dom inado p or la ley de)
m odo tributario. T odos los desarrollos históricos que co n
ciernen a la importancia relativa y comparativa de los flujos
de intercam bio, de las organizaciones mercantiles, de las
aglom eraciones urbanas, etc., sin ser inútiles, no responden
a las cuestiones esenciales. El hecho de que ninguna econ o
mía tributaria haya sido jam ás “ natural” no prueba nada, ni
en favor ni contra la tesis del poder disolvente de las relacio
n e s mercantiles.
V N o subestim am os la im portancia de las relaciones m er
cantiles, Con frecuencia hem os subrayado su papel en las
form aciones árabes, y hem os dem ostrado que habían tenido
una repercusión decisiva sobre el m odo tributario, asegu
rando su expansión en Iraq, por ejemplo, en la gran época
abasida. En efecto su existencia obliga a examinar la dinámi
ca de las relaciones entre las sociedades tributarias, así
W : com o no podríam os examinar los capitalism os centrales y
ilos periféricos aislados unos de otros. Aquí se impone el aná-
■M lisis de las relaciones dialécticas entre las fuerzas internas
M y las fuerzas externas en la dinámica de las sociedades tribu-
tarias y, particularmente, en la del paso al capitalism o.
/ .y
Í--
";A
El m odo feudal presenta todos los caracteres relativos al
m odo tributario en general. Pero además presenta, al m enos
en su origen, lo/ca ra cteres siguientes: la organización de la
producción en el m arco de la propiedad, que implica la renta
en trabajo, y el ejercicio por parte del señor de prerrogativas
políticas y jurisdiccionales que determinan la descentraliza
ción política. Estos caracteres reflejan el origen de la
form ación feudal a partir de las invasiones de los bárbaros,
es decir de los pueblos que permanecen en el estadio de la
form ación de las clases en el m om ento en que se. apoderan
de una sociedad más avanzada. El m odo feudal es sencilla
mente un m od o tributario primitivo, inacabado.
(b El feudalism o no es la continuación de la esclavitud; su
sucesión temporal constituye aquí una ilusión. Reprodu
ce la ley general del paso de la sociedad sin clases a la socie
dad de clase: después de la etapa colectiva, la etapa tributa
ria. Por lo demás, el feudalismo japonés salió de la etapa
com unitaria sin pasar jamás por la esclavitud.
'■£ Es un hecho com probádq el que los bárbaros estuvieron
en el estadio comunitario. Y las variantes eslava, germánica,
indígena, de las comunidades ¿son acaso de naturaleza dife
rente de las variantes conocidas después: inca, azteca, maya,
malgache, árabe preislámica, más un m illar de variantes
africanas? ¿Es también una casualidad el que, pasando de
ese estadio al estadio tributario, los germanos abandonasen
sus religiones regionales para adoptar una religión de impe
rio, el cristianism o? ¿Es una casualidad si ocurre lo m ism o
en Africa con la islamízación?
^ La propiedad feudal no es radicalmente diferente de la
propiedad tributaria. Es una especie prim itiva de ésta, cuya
especificidad se debe al carácter débil y descentralizado del
poder político. O poner la "propiedad eminente del Estado
sobre el suelo” en Asia a la propiedad señorial llamada pri
vada, es m ezclar lo verdadero y lo falso. En efecto, la propie
dad eminente del Estado funciona a nivel superestructura!,
para justificar el impuesto, pero no al de la organización téc
nica de la producción.
£ Ahora bien, en el feudalism o europeo, la propiedad emi
nente del Dios de los cristianos (la tierra debe ser cultivada,
los cam pesinos tienen derecho a acceder a ella, etc.) funcio
na de la mism a manera, en una versión debilitada, corres
pondiente al carácter rudimentario del Estado, También, en
la m edida en que progresan las fuerzas productivas, la des
centralización política original cederá el paso a la centrali
zación. Y las m onarquías europeas absolutas se acercarán
m ucho a las form as tributarias acabadas. La form a feudal
prim itiva evoluciona progresivam ente hacia la form a tribu
taria avanzada.
\ A falta de centralización del excedente, el carácter inaca
bado del m odo feudal se sitúa en relación con el desm em bra
m iento del poder, y sobre esta base el m odo feudal europeo
evoluciona en dirección de un m odo tributario, con el esta
blecim iento de las m onarquías absolutas. Este sentido de la
evolu ción no excluye, en el otro polo, las regresiones efecti
vas que tienen lugar, aquí y allá, a partir de los m odos tribu
tarios avanzados hacia desm em bram ientos feudales. La cen
tralización del excedente implica, en efecto, a la vez la
preem inencia real del poder central y una m ercantilización
relativamente acelerada al m enos de ese excedente. Las cir
cunstancias podían haber hecho retroceder a uno y otro, por
lo demás a menudo en correlación. La feudalízación de las
form aciones árabes es un ejem plo de ello. Por añadidura
ésta opera junto con la progresiva instauración de la dom i
nación del capitalism o europeo naciente sobre el conjunto
del sistem a mundial del mercantilism o, e ilustra nuestra te
sis según la cual la aparición potencial de un capitalism o
árabe fue detenida por el de Europa. Así pues, de alguna ma
nera el m odo feudal es también a veces un m odo tributario
decadente,
La oposición entre el m odo tributario acabado central y el
carácter inacabado del m odo feudal periférico no se sitúa en
consecuencia en el mismo plano que la que opone el centro
a la periferia en el sistema capitalista. En el caso de las for
maciones tributarias, a causa de la dom inación de la ideolo
gía, es en el m arco de ésta donde'aparece el carácter acabado
o inacabado del m odo sobre el que se basan esas form a
ciones.
\\ En Classe e t nation se encontrarán detalles que perm iten
seguir la form ación del feudalism o europeo a partir de la
Antigüedad oriental y mediterránea. Las form aciones im pe
riales helenísticas y luego romana constituían esbozos de
con stru ccion es imperiales tributarias. Pero el im perio ro
m ano se hundirá antes de haber llegado a serlo- Sobre sus
ruinas se construirán tres conjuntos que lo heredan: el O cci
dente cristiano, Bizancio y el Estado árabe-islámico. Estas
dos últimas entidades llegaron sin duda más lejos que el im
perio rom ano en la construcción tributaria, sin lograr no
obstante su form a acabada. Pero este progreso dejó huellas
hasta nuestros días en el heredero árabe, mientras que el he
redero occidental quedó m arcado p or las sociedades prim i
tivas de la Europa bárbara.
El m odo feudal caracteriza al conjunto del Occidente cris
tiano. Sin em bargo no alcanza su plenitud en toda la región
de una manera análoga. Se pueden distinguir tres subcon-
juntos regionales. La región más desarrollada es la de Italia
y las zonas que constituyen la región calificada hoy com o Oc-
citania (España es conquistada p or los musulmanes). Las
form a feudales ríó alcanzarán allí su plenitud porque trope
zarán con una herencia antigua más sólida, particularm ente
en las ciudades más importantes. La segunda región (Fran
cia del Norte, Inglaterra, Holanda, Alemania Occidental y el
sur de Bohemia) está medianamente desarrollada. Tam bién
es allí donde el rebasamiento capitalista hallará su terreno
más favorable. Más hacia el este y al norte (Alemania del Es
te, Escandinavia, Hungría, Polonia y Rusia), el nivel de desa
rrollo original está poco avanzado, a causa de la proxim idad
de la com unidad pretributaria. El feudalism o aparecerá allí
m ás tarde, en form as particulares, en relación por una parte
con las m odalidades de la integración de estas regiones en
el conjunto europeo (Hansa, Escandínavia, Prusia y Polonia)
y p or la otra con el funcionam iento de relaciones de domina
ción externas (ocupación turca en Hungría, m ongólica eh
Rusia, teutónica en las regiones bálticas, etcétera).
^ En el seno de todas las modalidades del m odo tributario,
co m o ya se ha visto, la ideología es la instancia dominante,
en el sentido de que la reproducción social funciona directa
mente en este m arco. En el m odo tributario acabado, esta
ideología se convierte en ideología de Estado; ia adecuación
de la superestructura a las relaciones de producción es en
tonces perfecta. Por el contrario, en el m odo feudal, la ideo
logía, que es aquí la del catolicism o, no funciona com o ideolo
gía de Estado. No es que el cristianism o en sí se hubiera
opuesto a ello; bajo el im perio romano el cristianism o se
convirtió en ideología de Estado, y lo será en Bizancio, es de
cir precisam ente en las regiones más cercanas al m odo aca
bado. Sin embargo, en el Occidente feudal, el catolicism o
tropieza con el desm em bram iento de la clase tributaria y la
resistencia de los cam pesinos, supervivencia de la ideología
de las sociedades com unitarias originales. La organización
independiente de la iglesia refleja esta m enor perfección en
la adecuación de la superestructura a las relaciones de pro
ducción, que crea un terreno más propicio, porque es más
flexible a las evoluciones y ajustes posteriores a las exigen
cias de la transform ación de las relaciones de producción.
Estos ajustes im plicarán ya sea la m odificación del conteni
do id eológico de la religión (el protestantismo), ya su eleva
ción al rango de ideología de Estado (bajo la form a galicana
o anglicana, p or ejem plo) a m edida que el absolutism o réal
se va afirm ando, en el período de la transición mercantilista.
La persistencia de las relaciones mercantiles externas e
internas impide reducir a la Europa feudal a una yuxtaposi
ción de feudos que viven en econom ía de subsistencia. Fue
estructurada por el com ercio a larga distancia con las áreas
bizantina y árabe y, más allá, en el Asia de los m onzones y
el África negra, así com o p o r su prolongación en el com ercio
europeo interno y el com ercio local. Prueba de ello es la coe
xistencia de zonas predominantemente rurales, m enos urba
nizadas, y de zonas de concentración com ercial y artesanal.
Italia, con sus ciudades mercantiles y artesanales (Venecia,
Florencia, Pisa, Génova, etc.), Alemania del sur y el Hansa
ocupan eri la cristiandad medieval posiciones que no se co m
prenderían sin estas relaciones mercantiles. Esas regiones,
en particular Italia, reciben no sólo las fuerzas productivas
más evolucionadas (manufacturas), sino también el em brión
de las relaciones capitalistas precoces.
El feudalism o europeo constituye pues una form a especí-
# fica del m od o tributario universal. Pero esta especificidad
está en relación con el carácter primitivo, inacabado, perifé-
rico, de la form a feudal. Más adelante se verá cóm o las otras
particularidades aparentes de la Europa feudal (la autono-
* mía de las ciudades, las libertades campesinas, el ju ego p olí
tico de las m onarquías absolutas, en relación con las luchas
de clase) se deducen igualmente de este carácter prim itivo e
% inacabado, y cóm o, lejos de constituir una desventaja, ese
f: "retraso" constituyó el m ayor triunfo de Europa en su ca
rrera con las otras regiones del m undo que, paradójicam en
te, estaban en desventaja p or su avance. Si me parece que las
tesis opuestas son manifestaciones del eurocentrism o, es
porque buscan la especificidad europea no en ese retraso
sino en direcciones m itológicas.
fA A la especificidad del feudalismo hay que oponer la de
cada una de las otras grandes civilizaciones tributarias, ya
sean las especificidades árabes, que he estudiado en La na-
tion arabe, o las del im perio otomano, de las cuales algunas
evoluciones, en su parte balcánica, proporcionan paralelos
sorprendentes.
Cada sociedad tributaria presenta un rostro particular,
pero todas pueden ser analizadas con los mismos conceptos
de m odo de producción tributaria y de oposición de clase en
tre explotadores tributarios y productores cam pesinos ex
plotados. Un ejem plo nos lo proporciona la India de las cas
tas. Este falso concepto, reflejo de la ideología hinduista,
que funciona aquí com o ideología de Estado ejerciendo su
dom inación absolutista, oculta la realidad social: la
apropiación tributaria del suelo p or parte de los explotado
res (guerreros kshatriya y clase sacerdotal de los bramanes),
la explotación de los sudra, la redistribución del tributo en
el seno de las clientelas de las clases de explotadores (el sis
tema jajmani). Se ha dem ostrado que las castas indias sólo
existen a nivel ideológico mientras que en la realidad funcio
na un régimen de explotación tributaria. El sistema de ex
plotación de tipo gentry chino, y la ideología confucianista
que lo acompaña, desde luego también tienen sus particula
ridades; pero, en el plano fundamental de la lucha de clases
entre explotadores y explotados y su dinámica, la analogia
es sorprendente. Com o lo es con el oriente musulmán árabe
y otom ano, al grado que la articulación de las relaciones tri
butarias fundamentales y las relaciones mercantiles funcio
nan allí de la misma manera: form ación de clases mercanti
les — guerreros, apropiación privada del suelo, etcétera.
2 Ramkrishna Mujerjee, The rise and Fall of the East India Company,
Monthly Press, Nueva York, 1974.
3 Me he expresado en este debate en diversas obras y artículos en árabe,
sobre todo en: La crise de la. société arabe, El Cairo, 1985; L ‘après-
capitalisme, Beirut, 1987; "Réflexions sur la crise de là pensée arabe con-
m unism o árabe, en particular el egipcio, ha alimentado un
rico debate sobre este tema, que por desgracia sólo ha sido
con ocid o p o r los lectores de la lengua árabe. La historiogra
fía egipcia proporciona todos los elementos que demuestran
que, desde sus orígenes, el sistema mameluco (a partir del si
glo XIV) en su variante prim era, y luego otom ana (particu-
' larmente en el siglo xviii, es decir antes de la expedición de
Bonaparte), presenta todas las características de una transi
ción posible al capitalism o: el desarrollo de relaciones mer
cantiles internas (en conexión con las relaciones exteriores),
la apropiación privada de tierras (en el Delta) y la próletari-
zación, el desarrollo del salariado y de la manufactura, de
/ las relaciones políticas triangulares entre clase Estado tri
butario (mameluco), burguesía rural (kulako) y ,clase mer-
cántil-pueblo (cam pesino y urbano) que recuerdan las de
la m odernización absoluta con los burgueses y el pueblo, la
iniciación de un debate ideológico en el seno del islam en
m uchos aspectos análogo al que había anim ado a la revolu
ción protestante en el cristianism o, etc. Hemos sugerido que
la expedición de Bonaparte se inscribía en esta com petencia
entre el mercantilismo europeo (aquí francés), y el del Egipto
de la época, así com o habíam os propuesto un análisis de las
contradicciones y limites del sistema — precisamente mer-
cantilista— construido p o r Mohamed Ali durante la primera
mitad del siglo XIX (análogo en m uchos aspectos a la transi
ción Meiji del Japón) y desmantelado p or la intervención eu
ropea de 1840.
El debate sobre la dinámica propia de esta transición
egipcia, sus contradicciones y límites, la coyuntura entre es
tos y el con flicto exterior con el naciente capitalism o euro
peo, continúa. En un estudio publicado recientemente,
Fawzy Mansour se dedicó a precisar las razones de la lenti
tud de los adelantos capitalistas en el m ercantilism o egip
cio. Atribuye esta lentitud sobre todo a las incesantes inter
venciones del poder (tributario) que reducían el margen de
temporaine” , Al Fikr Al Arabi, núm. 45, 1987. Dd mismo modo hago aquí
referencia al artículo de Fawsy Mansour ("Le blocage du capitalisme dans
l’histoire agyptierme"), en árabe, Qadaia Fikria, núm. 2,1986. E l Cairo. V¿a
se igualmente, Samir Amin, "Contradictions ín the capitalist deve!r>pment
of Egypt”, Monthly Review, núm. 4, 1984.
autonomía de los poderes económ icos nuevos fundados en la
riqueza m ercantil y la apropiación privada del suelo.
\ j Este tipo de con flicto es inherente a todas las transiciones
mercantilistas en todo el mundo. En todas partes el p od er
tributario ha intentado de la m ism a manera limitar el p ro
greso de un poder econ óm ico capitalista. Lo m ism o o cu r rió
con las políticas de las monarquías absolutas en Europa. La
diferencia de las situaciones proviene de que cuando las m o
narquías se constituyen —a semejanza de los poderes trib u
tarios acabados más pronto en otras partes—, es ya dem a
siado tarde. En efecto el m ercantilism o europeo sobrevino
después de largos siglos de feudalism o, caracterizados por
la debilidad del poder central, la cual había perm itido la
constitución de las autonom ías burguesas (ciudades, c o r p o
raciones, propiedad privada). La m onarquía absoluta, inca
paz de destruir radicalmente las nuevas fuerzas sociales ca
pitalistas, se ve obligada a aliarse a ellas, a cam bio de su
sumisión política y de su apoyo contra las autonom ías feu
dales. Estrategia eficaz a corto plazo — durante dos o tres si
glos asienta el poder absoluto— , pero que finalmente arru i
nará a sus autores: el progresivo fortalecim iento de las
relaciones capitalistas en el m arco de la protección m onár
quica se volverá brutalmente contra ésta para hacer saltar
el tapón e im poner su poder p olítico liberado de los ob stá cu
los del Antiguo Régimen. En otras partes, en China o en el
Oriente otom ano, la tradición estatal tributaria, m ucho más
antigua, se expresa con una fuerza que disminuye la m archa
de un m ovim iento que, sin em bargo, en m uchos aspectos es
ineluctable.
njj Desem barazado del prejuicio eurocéntrico, la com p a ra
ción de las transiciones mercantilistas iniciadas en todas las
sociedades tributarias avanzadas sugiere de inm ediato la te
sis del desarrollo desigual, que se puede form ular de la m a
nera siguiente: en el centro de un sistema, es decir allí donde
las relaciones de p roducción están m ejor asentadas, el desa
rrollo de las fuerzas productivas regido por esas relaciones
refuerza la coherencia del conjunto del sistema, m ientras
que en su periferia el desarrollo insuficiente de las fuerzas
productivas da más flexibilidad, lo cual explica el desenlace
revolucionario más precoz. Si se recuerda que toda evolu
ción está determinada en última instancia por la base econ ó
mica, esta tesis constituye no una negación de los principios
del m aterialism o histórico, sino su prolongación.
Una de las ideas más com únm ente difundidas, tanto bajo
form as eruditas propias, del m edio universitario com o ba
jo las form as populares de la opinión general, es la de que la
sucesión histórica de la condición del esclavo a la del siervo
y luego a la del individuo libre respondería a una evolución
de alcance universal. Para los marxistas,. en el espíritu de
esta sucesión, la esclavitud constituiría entonces un estadio
necesario que se puede explicar p or la dinámica interna de
la sociedad (de toda sociedad) en cierto estadio de desarrollo
de las fuerzas productivas. La imagen que Marx utilizó al
asociar m olino de mano y esclavitud, m olino de agua y servi
dumbre, o m olino de vapor y salariado, refuerza el apego-a
esta visión de los "tres estadios” sucesivos de la condición
del trabajador explotado.
^ Sin duda la sucesión propuesta es bastante atractiva para
el espíritu, porque corrob ora la idea filosófica del progreso
continuo. En efecto estarem os de acuerdo en que la condi
ción de asalariado libre (y ciudadano) es menos desagrada
ble que la de siervo (que sin em bargo tiene algunos derechos,
sobre to d o el del acceso a la tierra donde vive), la cual es me
jo r que la de esclavo. y,
C El problem a es que no se encuentra huella de este estadio
esclavista, supuestamente necesario en las trayectorias de la
evolución de num erosos pueblbs que llegaron a un desarro
llo de las fuerzas productivas y de la civilización que no p o
dría calificarse de prim itivo: Egipto, China, etc. En cam bio
es sabido que las sociedades de la Grecia antigua y de Roma,
de las que los europeos desean convencerse de que son sus
ancestros culturales, estaban fundadas en el trabajo de los
esclavos.
Ante esta dificultad, el eurocentrism o se expresará de dos
maneras aparentemente contradictorias. Unos persistirán
en afirmar, contra la evidencia, la universalidad del m odo de
producción esclavista. Otros, reconociendo su extensión geo
gráfica limitada, pondrán al mal tiem po buena cara. Para
ellos, el antecedente esclavista sería entonces prop io de una
vía histórica específica y exclusivamente europea: esclavi
tud grecorrom ana, feudalidad europea, capitalism o occid en
tal. Es la vía gloriosa del proceso, exclusiva de Europa, a la
cual se op on e la vía sin salida de las sociedades que han evi
tado la esclavitud. Por desgracia se com prueba que el feuda
lism o europeo n o se desarrolla allí donde la esclavitud co n o
ció su expansión, a las orillas del Mediterráneo, sino en las
selvas bárbaras del norte. .. La sucesión esclavitud-
feudalidad sólo tiene sentido si se decreta que griegos, rom a
nos y europeos constituyen un solo y mismo pueblo que
com o tal habrá con ocid o los dos estadios sucesivos. Con esto
se ha anexado Grecia a Occidente. Pero se hizo mediante un
razonamiento tautológico: Grecia es la cuna de la esclavitud,
la esclavitud precede (en Europa, que com prende a Grecia)
a la feudalidad, p or tanto, Grecia pertenece a Europa. Así
pues, se rom pe el lazo entre Grecia y el antiguo Oriente
(Egipto, Mesopotamia, Siria, Persia); se opone incluso Grecia
al Oriente (Atenas la europea, dem ocrática —aunque escla
vista— frente a Persia asiática, y evidentemente b á rb a ra .. .)
com o más tarde se opondrá cristiandad e islam (olvidando
que el cristianism o es de origen oriental), el niño griego al
déspota otom ano, etc. Es en realidad una leyenda fabricada
en él siglo XIX.
La excepción grecorrom ana es originaria de una serie de
confusiones mayores. La publicación de los Grwidrisse (el
capítulo de los Formen) dio lugar a una explosión de marxo-
logía que se alejaba tanto más del m arxism o cuanto que la
erudición se apoderaba del tema. Según Pokei y sus discípu
los, al salir de la comunidad primitiva, se ofrecían dos vías.
La prim era es aquella en la que Asia entró: las com unidades
subsistieron y un estado despótico se superpuso a ellas; las
com unidades siguen siendo propietarias del suelo, dado que
los productores organizados en familias no eran más que sus
poseedores precarios. Era una vía sin salida, que bloqueó el
desarrollo de las fuerzas productivas y redujo la historia de
Asia a la repetición inm utable del m ism o escenario superfi
cial. La otra vía era la de la disolución de la com unidad y de
la afirm ación de la propiedad privada individual del suelo;
prim ero engendró una prim era división de clases de m odelo
radical, favoreciendo la reducción a la esclavitud de quienes
habían perdido su propiedad agraria. De allí el milagro grie
go, luego su extensión al im perio romano, y después la trans
form ación de esclavism o en servidum bre y la constitución
excepcional del feudalism o. La propiedad señorial, siem pre
privada, favorece el desarrollo de las contradicciones (la au
tonom ía de las ciudades, la lucha de los cam pesinos p or la
propiedad cam pesina privada, etc.) que engendrarán el capi
talismo. Era la vía del cam bio continuo, del progreso ince
sante. Era la vía de Europa cuyos orígenes se remontan así
hasta la Grecia de la antigüedad. En esta vía única, la esclavi
tud ocupa un lugar decisivo, en el arranque. De allí la clasifica
ción cronológica de los pretendidos modos asiático (bloquea
do), antiguo, feudal y capitalista, con la sucesión necesaria de
los tres últimos.
p No se trata de una teoría científica. Los elementos
fácticos sobre los que se basa son escasos y dudosos y, aun
que son creación de la imaginación, encuentran sin dificul
tad su lugar en la sucesión sistemas comunitarios-sistem a
tributario bosquejada más arriba. Se trata de una teleología
eurocéntrica inspirada a p osteñ ori por el desarrollo capita
lista de Europa, que im plica en el fon do que ninguna otra so
ciedad p od ía llegar por sí misma al capitalismo. Si todo esto
fuera cierto, deberíam os concluir que las leyes del materia
lismo h istórico sólo se aplican a Occidente. Y Ííegar a la
conclusión del idealismo hegeliano de que la historia de Oc
cidente-corresponde a la realización de la razón. Este su
puesto marxismo se une al nacionalism o cultural dé los ideó
logos que, en el Tercer Mundo contem poráneo, ¡rechazan al
m arxism o porque no se aplica a sus sociedades específicas!
Eurocentrism o, producto de la ideología imperialista disfra
zada de m arxism o en un polo, nacionalism o cultural en el
otro: dos hermanos enemigos, pero gemelos.
<5, Pero volvam os a la otra tradición eurocéntrica, de expre
sión universalista aparentemente, porque hace de la esclavi
tud un estadio necesario y por tanto general.
A nadie sorprenderá demasiado descubrir en el destino de
estas expresiones las manifestaciones del dogm atism o o fi
cial, en la Unión Soviética, China y otras partes, preocupa
das por probar que los ancestros escitas o hanseáticos, co m o
todos los otros pueblos, incas o egipcios, pasaron por este
estadio. La prueba es evidentemente administrada por una
cita extraída de un texto sagrado, condim entada con algunos
hallazgos de la arqueología, que presentan la ventaja, que
no quiere decir gran cosa, de poder ser interpretada com o
se debe.
V Sin em bargo haríamos mal en creer que el género es p ro
ducto exclusivo del mundo socialista. Occidente también tie
ne sus marxistas eurocéntricos. Para establecer contra vien
to y marea la extensión general del m odo de producción
esclavista, se recurre con frecuencia al subterfugio que con
siste en confundir la esclavitud com o m odo de producción
con la desigualdad de las condiciones personales. Éste es
efectivam ente un fenóm eno totalmente general, tanto en las
sociedades com unitarias com o en las sociedades tributarias.
La desigualdad de las condiciones permite, por un desliza
miento semántico, traducir mil términos de connotaciones
diferentes, expresadas en idiomas variados y que hacen refe
rencia á hechos de naturaleza no menos diferente por la mis
ma palabra, "esclavitud", ¡y listo! En realidad, esta desigual
dad hace referencia las más de las veces a la organización
política y no a la explotación del trabajo. Así pues a veces
hay "escla vos" en las sociedades comunitarias sin vínculo
alguno con cualquier explotación del trabajo (en principio
excluida aquí, a todo lo más embrionaria), así com o existen
condiciones desiguales en la organización política de todos
los regímenes tributarios, com o los estados del Antiguo Ré
gimen, las castas, los servidores del Estado (por ejem plo los
mamelucos) que tam poco remiten directamente a la explota
ción del trabajo,4
^ T odos los observadores de las sociedades esclavistas ver-
* .
El eurocentrism o encuentra su expresión prácticam ente en
todos los dom inios del pensamiento social. Se elegirá aquí
sólo uno de éstos, el de la "teoría de la nación, porque es de
gran im portancia para el alcance de las conclusiones p olíti
cas que inspira/
^ La realidad social no se limita sólo a las realidades que
son los m odos de producción, las form aciones sociales, los
sistemas de form aciones, el Estado, las clases sociales. Aun
si se considera que aquéllos constituyen en últim os análisis
el núcleo esencial de la realidad global, ésta nos ofrece la
imagen de su variedad concreta, donde naciones, etnias, es
tructuras familiares, comunidades lingüísticas o religiosas
y todas las otras form as de vida que tienen una existencia
real y un lugar en la conciencia humana deben encontrar su
lugar en una hipótesis teórica que articule unas a otras. E li
minar estas realidades del cam po del análisis, com o p or des
gracia algunos dogmáticos del marxismo lo hacen frecuente
mente bajo el pretexto de que esas realidades son "m áscaras''
que ocultan las realidades de clase fundamentales, es em po
b recer el m aterialism o histórico y hacerlo im potente en la
lucha por la transform ación de la realidad. Nada indica que
a priori él proscenio de la historia esté ocu pa do p o r el con
flicto de las "fuerzas fundamentales” . En num erosas cir
cunstancias éstas n o operan sino en form a indirecta, siendo
las confrontaciones inmediatas obra de otras fuerzas llama
das no fundamentales. Lo propio del m aterialism o h istórico
es precisamente proponér un m étodo capaz de articular el
conjunto de estas realidades. En eso se opone al eclecticism o
burgués que, haciendo de cada una de estas realidades múl
tiples un ser autónomo,, se niega a ordenarías en un conjunto
organizado según ciertas leyes de la necesidad.
^ Lo propio del eurocentrism o es ya sea ver al cam ino euro
peo particular de esta articulación nación-Estado-cIases
com o un m odelo revelador de la especificidad del genio eu
ropeo (y, p or consiguiente, un m odelo a seguir por los otros,
si es que pueden hacerlo), o la expresión de una ley general
que se reproducirá fatalmente en otra parte, así sea con re
traso.
0 En el cam ino europeo, la constitución de lo que hoy califi
cam os com o naciones está estrechamente asociada a la cris
talización de un Estado y a la circulación centralizada a esta
escala del excedente esp ecífico del capitalism o (unificación
del m ercado, incluyendo el m ercado de trabajo y de capita
les). Esta doble asociación particular es enteramente atri-
buible al hecho de que el feudalismo, com o form a inacabada
del m odo tributario, se caracteriza por la fragm entación ex
cesiva del poder y del excedente tributario en su form a feu
dal. La fracción menor del excedente que adopta la form a
mercantil circula en un área relativamente vasta que englo
ba a la cristiandad europea, al Oriente musulmán y, p or este
intermediario, a zonas más lejanas. La otra fracción del pro
ducto, que adopta la form a mercantil (una parte de las sub
sistencias), igualmente menor, se intercam bia en los m erca
d os locales de escasa influencia. El peldaño intermedio, que
hoy llamamos m ercado nacional, no existe. El capitalismo,
en su desarrollo, se fundará precisamente en él: uniendo en
un p olo los m ercados locales p o r la expansión de la fracción
mercantil del producto, sometiendo en el otro p olo a los
m ercados lejanos (que se convierten en el "m ercado exte
rior” ), a las exigencias de la construcción del m ercado nacio
nal. Para eso necesitaba un Estado, qüe organizara sus ope
raciones, y un espacio medio, a escala de nuestra época, que
correspondiera a los condicionam ientos materiales del tiem
po en térm inos de población óptima, de densidades suficien
tes de transportes y de m edios de defensa, etc. La nación fue
producto de esta evolución.
0T La teoría estalinista de la nación, concebida com o el pro
ducto especificó del desarrollo capitalista, no es nada más
que una expresión abstracta y general de ese cam ino eu ro
peo real. En ese sentido es totalmente eurocéntrica. N o obs
tante, esta teoría no es específicam ente estalinista. Es tam
bién la de Marx, Engels y Lenin. Es también la de la Segunda
Internacional (y de los marxistas austríacos). Está también
im plícita en la teoría burguesa revolucionaria (de la Revolu
ción francesa que "hace la N ación", de la unidad alemana e
italiana, etc.). En suma, siempre es la tesis dominante.
^ La observación de las sociedades tributarias avanzadas,
en particular las de China y Egipto, así com o la reflexión so
bre la historia árabe, conduce a sustituir este estrecho co n
cepto eurocéntrico p or otro concepto de la nación, de alcan
ce universal. Se definirá pues un concepto de nación, p or
oposición al de etnia —uno y otro com partiendo la com u n i
dad lingüística—, según exista o no una centralización a ni
vel del Estado y, por su intervención, del producto exceden-
tario. Así, sin /ju e por eso haya superposición entre Estado
y nación, el fenóm eno nacional n o puede ser separado del
, análisis del Estado.
fC? Se puede luego proponer sobre esta base una identifica
ción sistem ática del hecho nacional a través de la historia.
En particular, la nación aparece claramente: p or una parte,
en las sociedades tributarias acabadas, donde el Estado cen
traliza el tributo, dado que la clase tributaria es estatal (China,
Egipto) p or oposición a las sociedades tributarias no acaba
das (com o las sociedades feudales europeas), donde el tribu
to queda fragmentado; y, p or la otra, en el capitalism o, don
de la com petencia de los capitales (con la distribución de las
ganancias que de aquí se deriva) y la movilidad del trabajo
son administrados por la intervención estatal (legislación,
sistema monetario, política económ ica del Estado). Así se ex
plica, p or las condiciones inherentes de Europa (ausencia de
naciones en la época feudal, nacim iento concom itante de lá
nación y del capitalismo), la deform ación eurocéntrica del
concepto com ún de nación.
Este concepto de nación aparece claramente en las so cie
dades acabadas, sean tributarias (China, Egipto), o capitalis
tas (naciones europeas del capitalism o central). En los m o
d os de producción inacabados, periféricos, la realidad social
étnica es dem asiado vaga com o para poder ser calificada de
nacional. Esto ocurre en la Europa feudal, porque el m odo
feudal no es más que un m odo tributario inacabado. Esto
ocurre también en las periferias capitalistas contem porá
neas. Asimismo, la coincidencia entre sociedad y nación de
saparece con frecuencia en los períodos de transición.
Es preciso dar un paso más en este análisis, pues la histo
ria del cam ino europeo revela otros dos hechos importantes:
por una parte, que la nación no preexiste potencialmente a
su creación, p or ia otra que el m odelo de ta coincidencia
Estado-nación n o es más que un m odelo ideal, imperfecta
mente realizado, y que ese m odelo no corresponde a una exi
gencia del capitalismo.
^ La ideología nacionalista encuentra su fundam ento en el
mito de una nación que según ella preexistió a su constitu
ción com o Estado. La realidad muestra que los conglom era
dos de pueblos campesinos son por largo tiempo más provin
ciales que nacionales {la im posición del idioma que se vuelys
nacional es lenta) y que la burguesía de los tiempos feudales
y del Antiguo Régimen es con frecuencia más cosm opolita {a
su gusto en el conjunto de la cristiandad, dividiendo sus fide
lidades según sus intereses financieros, sus lealtades políti
cas y sus convicciones religiosas) que nacional en el sentido
m oderno del término. El papel del Estado en ía construcción
de la nación siem pre ha sido decisivo.
^ N o obstante esta ideología se ha convertido en una fuerza
que, por su propia autonomía, ha m odificado el curso de la
historia. La discusión de las tesis austromarxistas muestra
que había inspirado actitudes políticas en conflicto con las
exigencias del desarrollo capitalista. Trasladada de su lugar
de origen {Europa Occidental) hacia el este y hacia el sur, a
las regiones austro-húngara, rusa, otom ana y árabe, la ideo
logía nacionalista terminó por hacer estallar algunos con
juntos que habían podido constituir la base de un desarrollo
capitalista m ás coherente que aquel que se ajustó a las limi
taciones de la fragmentáción estatal.
4. POR UNA VISION NO EUROCÈNTRICA
DEL MUNDO CONTEMPORÁNEO
ty
1. Desde que Rudolf Bahro propuso la expresión "socialism o
realmente existente” , ésta ha corrid o la suerte que se sabe:
sirve tanto a los detractores del socialism o {que le im pu
tarán todos los fenóm enos en curso en los regímenes qué lle
van este nom bre) com o a los defensores del orden en estos
regímenes {que a pesar de todo seguirán siendo socialistas,
es decir cuyo balance será “ globalm ente positivo” ). Por el
contrario, jam ás aparece la idea de hablar de "capitalism o
realmente existente” . El capitalismo, en la opinión com ún
—y veremos que igual cosa ocurre en el análisis de los erudi
tos—, es la Am érica del Norte y la Europa Occidental de la
serie ‘ 'Dallas'', del Estado providencia y de la dem ocracia.
Los m illones de niños abandonados en Brasil, la hambruna
en el Sahel y los dictadores sangrientos en Africa, la esclavi
tud en las minas de Sudáfrica, el agotamiento de las m ucha
chas jóvenes en las cadenas de m ontaje de las fábricas elec
trónicas de Corea del Sur, todo ello no es verdaderamente el
capitalismo, sino solam ente los vestigios de la sociedad ante
rior. A lo sumo, son las form as no europeas del capitalism o;
y depende de los pueblos involucrados desem barazarse de
ellas para disfrutar a su vez de las mismas ventajas que los
occidentales. Bajo una form a u otra, se trata de una etapa en
una línea de desarrollo que podría hom ogeneizar al m undo
a imagen de Europa.
b El capitalism o mundial se manifiesta bajo form as que en
apariencia todo el m undo conoce, pero en las que hay que in
sistir, aunque sea brevemente, para formular su naturaleza
verdadera y revelar las deform aciones que la visión eurocén-
trica les hace sufrir.
La prim era de estas características es la desigualdad a es
cala mundial, caracterizada por las diferencias de ingresos
de un país al otro. En líneas generales, esta relación es del
orden de 15 para los países capitalistas desarrollados a 1
para los países del T ercer Mundo. La segunda característica
es que la desigualdad en el reparto interno — nacional— del
ingreso es considerablem ente más marcada en las socieda
des de la periferia que en las del centro. Desde este punto de
vista, 25% de la población dispone del 10% del ingreso en el
centro y 5% en la periferia; 50% de la población dispone de
25% del ingreso en el centro y 10% en la periferia; 75% de
la población dispone de 50% del ingreso en el centro y 33%
en la periferia. /
0 Se observa además que las diferentes curvas que ilustran
el reparto del ingreso se amontonan en un estrecho conjunto
en torno a su media en el caso de los países desarrollados,
lo cual traduce el hecho de que las sociedades occidentales
hoy día están muy cercanas unas a otras en su realidad coti
diana. Por el contrarío, tas curvas relativas a los países del
Tercer M undo están distribuidas en un conjunto más am
plio, pero — salvo rarísim a excepción— el reparto del ingre
so siem pre es aquí más desigual que en el centro.1
?-t¡ ¿C óm o se interpretan y explican estos hechos en las co
rrientes dominantes del pensamiento social?
*X En prim er lugar se pretende sencillamente que la diferen
cia de los ingresos m edios es el reflejo de una diferencia en
las productividades del trabajo de igual am plitud aproxima-
tiva, o dicho de otra manera,,que la productividad del traba
jo es en los países desarrollados 15 veces superior a lo que
es en prom edio en los del Tercer Mundo. Esta opinión no es
sólo la del gran público y la de los econom istas burgueses;
la com parten igualmente econom istas marxistas de las co
rrientes dominantes.
En segundo lugar, se afirm a que las diferencias aparentes
en la estructura global del reparto interno del ingreso ocul
:|n
pitalista mundial. Era necesario rom per con la reducción
eurocèntrica y desplegar todo el potencial universalista del
marxismo. Ahora bien, las ventajas comparativas a la de Ri-
11 cardo eran muy útiles: permitían justificar el orden interna-
I: cional y el paternalismo con respecto a la periferia. Por eso la
tesis de Emmanuel era com o encontrarse al niño en la rosca.
; 0 El análisis del sistema sobre la base del vajor mundializa-
do permite colocar el intercambio desigual en su justo lugar.
Porque el intercam bio desigual'tal com o se le puede tomar
em píricam ente, sobre la base de los precios practicados, no
revela más que la parte visible dél iceberg. Lo esencial de la
desigualdad está ocu lto en la estructura misma de los pre
cios, Agreguem os que el alcance de la polarización en el seno
del sistema capitalista mundial no debe ser reducido a su
dimensión económ ica mensurable; ya sea aparente (el inter
cam bio desigual) u oculta (las transferencias de valor). Más
allá de esta dimensión están las ventajas que proporciona a
los países del centro el acceso a los recursos naturales de
tod oel planeta, las rentas del m onopolio tecnológico, la divi
sión internacional del trabajo en su favor (que permite el
pleno em pleo en tiempos de prosperidad y el desarrollo de
las clases medias), etcétera,
C Se sobreentiende que la deform ación eurocèntrica no
puede sino estar sorda a cualquier proposición que trate de
reorganizar la visión del m undo contem poráneo en torno al
con cepto del valor mundializado. Sin em bargo la ciencia so
cial debe por lo menos conciliar su discurso sobre los "lím i
tes exteriores indeform ables", "la interdependencia de las
-naciones” , etc,, con su hipótesis de la preeminencia de los
"fa ctores internos” que, en realidad, margina la dim ensión
que representa la mundialización.
^ Esta-conciliación imposible se agota en una serie de false
dades huidizas cuya fragilidad argumentativa está a la m edi
da de la trivial idad de los hechos invocados,
^ Por ejem plo, se toma com ò pretexto que las periferias son
plurales/ diferentes, para llegar,a la conclusión de que esto
hace que no tenga ningún sentido hablar de la periferia en
singular. Este argumento en los m om entos actuales ha vuel
to a ser popular y los artículos y los libros afirman que "el
estallido y el final del Tercer Mundo” son incontables, Pero
ni siquiera en ello hay nada original. Porque en efecto la pe
riferia siem pre ha sido p or definición múltiple y diversa, de
finiéndose por la negativa; regiones del sistema que no se
han constituido en centros. El ajuste de las periferias a las
exigencias de la acum ulación global se opera pues en la plu
ralidad: no sólo las funciones realizadas por la periferia
cam bian de una fase a otra de la evolución del sistema glo
bal, sino que a cada una de éstas corresponden funciones di
versas desempeñadas por diferentes periferias. Existen tam
bién en cada etapa de esta evolución interlocutores inútiles
para el sistema, pues el sistema capitalista sigue sie n d o —y
esto es lo que el eurocentrism o no puede aceptar— un siste
ma destructivo cuyo program a com prende necesariamente
la m arginación de las regiones de la periferia que .se vuel
ven inútiles para la explotación del capital en un estadio
dado de su despliegue. El noreste brasileño y las Antillas, en
un tiempo periferia principal {¡y en aquel entonces rica!) en la
etapa m ercantilista, fueron asolados de tal manera que has
ta hoy n o se han recuperado, Gran parte de África, donde sus
pueblos fueron diezmados p or la trata de negros asociada al
m ercantilism o y donde los suelos fueron destruidos por el
pillaje colonial y neocolonial, está de la misma manera en
vías de marginación. El descubrim iento reciente del Cuarto
M undo por especialistas occidentales del desarrollo llega un
p oco tarde. Hace alrededor de quince años, André Frank y
y o m ism o imaginábamos dos escenarios de salida de la cri
sis actual {intitulados 1984 A y B); uno preveía la reorganiza
ción para la periferia y el otro la marginación, ¡para con
cluir con que según las regiones y los desarrollos de las
luchas am bos escenarios se verificarían!5
De igual m odo se toma com o pretexto que la mundializa-
ción del valor supuestamente aún no está terminada para
llegár a la conclusión de que el valor sigue siendo en lo esen
cial una realidad definida en el m arco de las form aciones
sociales nacionales. Que la mundialización sea sólo una ten
dencia del sistema, que tenga una historia —la de su form a
ción progresiva— y no se haya constituido por un golpe de
* Véanse entre nuestros escritos de síntesis sobre esta cuestión; Une cri
se structurelle, en Amin, Paire, Hussein y Massiah, La crise de ¡ ’imperialtí
me, Minuit, 1975; L ’imperialisme et le développewent inégal, Minuit, 1976,
capítulos v y vi; Cme, socialiame el natiouíilisme, en Amin, Arrighi. Frank,
Wallcrstein, La crise, quelle crise?, Maspem, 1982.
ca tabla de salvación para ellos. Ahora bien, lo cierto es lo
contràrio: Occidente es estable a pesar de la crisis, mientras
que el cam bio cualitativo se impone en otra parte, en el Este
y el Sur.
2. “ En el Oeste no hay nada nuevo.” Frase lapidaria que
debe ser precisada si se desean evitar los malentendidos.
Porque de una manera evidente Occidente es el centro de nu
merosas evoluciones decisivas para el porvenir global del
mundo. Es el centro de invención de nuevas tecnologías y a
veces e llu g a r de logros más avanzados en el terreno del
cuestionam iento de algunos aspectos de la vida social. La
frase significa que la estabilidad de la sociedad occidental es
tal que las relaciones de producción se modulan y se ajustan
a las exigencias del desarrollo de las fuerzas productivas,
sin ocasionar rupturas políticas graves, Se puede dar un
ejem plo vivo y actual. El fordism o com o form a de relaciones
de producción capitalistas correspondió a una fase dada del
desarrollo de las fuerzas productivas (la producción masiva,
e! trabajo en cadena, el consum o de masa, el Estado-provi
dencia). Actualmente está en crisis: la productividad del tra
bajo ya no puede progresar sobre esta base, incluso a veces
disminuye, las tecnologías nuevas (inform ática y robotiza-
ción, biotecnología y espacio) imponen otras form as de orga
nización del trabajo. Sin em bargo todo hace pensar que esta
crisis del trabajo fordista no entrañará rupturas políticas
revolucionarias. A lo más conducirá aú n a reclasificación en
ía jerarquía de los centros, que acelere la decadencia relati
va de unos y el ascenso de otros. Se puede ir aún más lejos
y decir que en el Oeste "ca d a vez hay mtenos novedades” .
Una com paración entre las relaciones sociales ante la crisis
actual y la de los años treinta es extremadamente instructi
va en este plano. La crisis de los años treinta había conduci
do a rupturas políticas serias: fascism os o frentes popula
res. Por el contrario, en nuestra crisis izquierda y derecha,
en el sentido electoral del término, se acercan más, en la con
cepción de una gestión del paso al estadio superior de desa
rrollo dé las fuerzas productivas. ¿Acaso no es ése un efecto
político evidente de la creciente polarización en el seno del
sistema m undial?
^■jSin duda también la frase "en el Oeste no hay nada" no ex-
cluye el con flicto real que impone la com petencia capitalista
entre Europa, Estados Unidos y Japón. Pero allí también pa
rece p o co probable que esta com petencia rebase la esfera
de los conflictos mercantiles y reproduzca las situaciones de
conflictos violentos del pasado. El europeísmo, tal com o se
expresa en el momento actual, no se propone más que un
solo objetivo, el de alcanzar a Estados Unidos y a Japón en
térm inos de com petitividad capitalista. En lo inmediato, la
búsqueda de este objetivo entraña más un realineam iento
político atlantista y un frente com ún contra el Tercer M undo
que un no alineamiento europeo. Otra perspectiva-es-sin
duda deseable y no necesariamente imposible. Pero im plica
una ruptura con la tradición eurocéntrica de la visión políti
ca de Occidente.
Ii.,3. Por el contrario, en la periferia del sistema ese m ism o
desarrollo de las fuerzas productivas pone constantemente
en tela de ju icio las relaciones políticas y sociales. La crisis
del Sur en su totalidad se sitúa precisamente en esta contra
dicción principal del capitalismo, que se manifiesta por el
aborto repetido de las tentativas de surgim iento de un pro
yecto burgués nacional a partir de una condición pe rife riza
da. El choque, confesable o implícito, entre el proyecto na
cional burgués, aquí históricamente imposible, y un proyecto
nacional popular, que constituye la única respuesta verda
dera a la altura de los desafíos de nuestro tiempo, constituye
el hilo conductor de la historia de nuestra época.
^ L a confusión en los debates concernientes al porvenir del
capitalism o en la periferia del sistema sin duda debe atri
buirse en parte al hecho de que la burguesía se ha convertí -1
do en la clase hegemónica local en el conjunto del Tercer
M undo contem poráneo. Esta burguesía en el poder intenta
entonces efectivamente hacer avanzar su proyecto de con s
trucción de un Estado burgués nacional, asociado al sistema
mundial capitalista, es decir dom inar el proceso de acum u
lación,
C- Pero ¿cuáles, son los resultados de esta tentativa?7 For
8 Celso Furtado, Lt Brésil après le miracle, msh, Paris, 1987. Véase igiial-
mente, Samir Amin, "Popular Strategy and the democratic question", Third
World Quarterly, noviembre de 1987.
III. LA DESCONEXION Y EL ESTADO NACIONAL POPULAR
9 Sam ir Amin, “Nation, Ethnie et M inorité dans la crise” , Boletín de! Fo-
- rum da Tiers Monde, núm. 6, Dakar, 1986.
dría ser calificado de capitalista de una manera absoluta y
unilateral. En efecto, un inmenso progreso interno habría
precedido a esta reconexión que sólo habría p odido ser reali
zado a condición de que la tendencia socialista en el seno de
esas sociedades nacionales populares hubiera sido desarro
llada y reforzada. Por lo demás esta reconexión, en estas
condiciones, implicaría que en Occidente se hubiera avanzado
considerablem ente también en un sentido popular. A partir
de la social dem ocracia actual quizá y hasta indudablemente
sea así. Sin em bargo tendríamos entonces que vérnoslas con
un sistema global en transición, cuyos aspectos socialistas
ya n o serían desdeñables, ni aquí ni allá.
La sociedad/iacion al popular poscapitalista no es él lugar
sólo del con flicto entre form as y fuerzas capitalistas y socia
listas. También es el m arco del surgim iento de un tercer
com ponente social, el estatismo.
Sin duda la intervención del Estado en la vida social y la
propiedad pública no son cosas novedosas. Asociadas en di
versos estadios del surgim iento y de la expansión capitalis
ta, las funciones del capitalism o de Estado han sido p or este
hecho diversas. Por eso la reducción de cualquier estatism o
á un simple capitalism o de Estado {o capitalism o bu rocráti
co) no resuelve la cuestión de la naturaleza y de las perspec
tivas de éste. Sobre todo porque aquí este surgim iento viene
después de una revolución anticapitalista. La naturaleza de
este estatismo plantea pues cuestiones nuevas, para las que
los razonamientos por analogía son más engañosos que ins
tructivos.
VA Gramsci, al proponer la conocida exposición sob re el inte
lectual orgánico, suponía que cada clase importante en la
historia, ya fuera dominante (la burguesía en el capitalism o)
o que pudiera aspirar a serlo (la clase obrera), produce por
sí misma colectivam ente su ideología y su cultura, sus fo r
mas de organización y sus prácticas. £1 intelectual orgánico
es el catalizador de esta producción a la cual él da la expre
sión adecuada para que la ideología de la clase que represen
ta se pueda erigir en ideología dominante en la sociedad.
Gramsci suponía, por otra parte, que la clase obrera de los
centros capitalistas era revolucionaria, y sobre la base de
esta hipótesis, reflexionaba sobre las condiciones del surgi
miento del intelectual orgánico de la revolución socialista (el
partido de vanguardia). Si se piensa que la hipótesis de
Gramsci es errónea, y que la clase obrera de los centros ca pi
talistas también acepta las reglas fundamentales del ju ego
del sistema, se debe entonces deducir que las clases trabaja
doras no son aquí capaces de p rod u cir su prop io intelectual
orgánico socialista. Producen p or supuesto cuadros que or
ganizan sus luchas, pero se trata de cuadros que han renun
ciado a pen saren términos del proyecto alternativo de la so
ciedad sin clases. En estas sociedades existen individuos que
siguen apegados a la visión de aquélla. Pero el m arxism o o c
cidental es un m arxism o de camarillas y de universidad sin
im pacto social. También existen en estas sociedades exigen
cias de naturaleza socialista que se abren paso a través de
expresiones diversas. Sin embargo, es característico que
estas exigencias no se articulen en un proyecto global. Así
p or ejem plo los ecologistas y las feministas se niegan for
malmente a ir más allá de la reivindicación específica que
los define.
“T. La situación en la periferia es totalmente diferente. Aquí
las clases populares nada tienen que esperar del desarrollo
capitalista tal com o lo es para ellas. Son potencialmente an
ticapitalistas. Sin em bargo su situación no corresponde a la
del proletariado com o la concibe el marxismo clásico, pues
se trata de un conglom erado heterogéneo de víctim as del ca
pitalismo extremadamente golpeados de maneras diversas.
Estas clases no están en posición de elaborar p or sí mismas,
solas, un proyecto de sociedad sin clases. Son capaces y lo
prueban constantemente, de rebelarse, y de manera más ge
neral de resistir. En estas condiciones queda abierto un es
pacio histórico para que se constituya la fuerza social capaz
de cum plir esta función objetivamente necesaria y posible:
la del catalizador que form ule el.proyecto social alternativo
al capitalismo, organice a las clases populares y dirija su ac
ción contra él capitalismo. Esta fuerza es precisam ente la in-
teliguentsia que se define por: su anticapitalismo; su aper
tura a la dimensión universal de la cultura de nuestra época
y, por este m edio, es capaz de situarse en este mundo, de
analizar sus contradicciones, de com prender cuáles son sus
eslabones débiles; su capacidad simultánea de mantenerse
en com unión viva y estrecha con las clases populares y de
com partir su cultura.
Falta p or saber cuáles son las condiciones favorables
para la cristalización de semejante inteliguentsia y cuáles
son los obstáculos que se le presentan. Esta cuestión, sobre
la que se ha reflexionado muy poco, es sin em bargo la cu es
tión fundamental que la historia ha puesto objetivam ente a
la orden del día. Aquí no se puede hacer más que señalar las
condiciones culturales de esta cristalización. El rechazo a
aceptar y com prender la dimensión universal de la cultura
que la m undialización real iniciada por ej capitalism o há im
puesto ya —a pesar del carácter contradictorio de esta mun-
dialización cuyas víctimas son los pueblos de la periferia—
y el repliegue en un nacionalism o culturalista negativo an
tioccidental sin más —y con frecuencia neurótico— no con s
tituyen el geamen posible de una respuesta eficaz.
^ 4. El nuevo Estado nacional popular es una necesidad p or
m últiples razones. En principio porque, inscrito en un siste
ma mundial de estados, la sociedad nacional popular que
se constituye rompiendo con la mundialización capitalista se
enfrenta a los estados capitalistas cuya agresividad para con
él jam ás ha dejado de manifestarse. Luego porque la so cie
dad nacional popular es una alianza de clases con intereses
en parte convergentes, en parte conflictivos. Por ejem plo,
hay una divergencia de intereses reales entre cam pesinos y
habitantes de las ciudades. El Estado es el instrum ento de
la gestión de esas relaciones. Finalmente porque la relación
entre la inteliguentsia y las clases populares es igualmente
com pleja, entretejida a la vez p or alianzas y conflictos.
Estas condiciones originan el fetichism o del poder, tan vi
siblemente evidente en las sociedades posrevolucionarias.
Un fetichism o que se nutre de ilusiones graves, entre otras
la de que sería posible controlar las tendencias capitalistas
y socialistas que operan en la sociedad. La historia prue
ba que este poder no controla las tendencias capitalistas,
más que reprimiéndolas, a cam bió de las dificultades econ ó
m icas que con ello crea. En cuanto al control de los trabaja
dores por la asociación del patem alism o de Estado (las reali
zaciones materiales efectivas en favor de los trabajadores),
de la manipulación (la instrumentalización del m arxism o
oficial) y de la represión, la historia demuestra también que
debilita el desarrollo económ ico y que con oce sus límites.
C En este esquema analítico, el estatism o constituye un ter
cer com ponente autónom o. N o es la simple máscara de un
capitalismo en construcción ni, com o pretende el discurso
ideológico del poder, una form a cu yo contenido sería socia
lista por definición.
X) El Estado nacional popular plantea la cuestión fundamen
tal del papel del factor interno. Esta cuestión se plantea aquí
y no en las periferias capitalistas donde ese factor interno
está fuertemente dañado en su autonomía por la importan
cia de las presiones externas. Por el contrario, en los estados
nacionales populares, el factor interno se vuelve de nuevo
decisivo. En este sentido se descubre de nuevo que la fatali-
dad histórica no existe. Por factor interno entendemos aquí
por supuesto la dialéctica de la triple contradicción señalada.
'fe Esta form ulación de la transición en términos de sociedad
nacional popular nos conduce a rechazar simple y sencilla
mente la tesis oficial de la construcción socialista. Pues el
socialism o que se pretende construir se enfrenta permanen
temente al resurgim iento de relaciones de producción mer
cantiles y capitalistas que se imponen para asegurar una
mayor eficacia en el desarrollo necesario de las fuerzas pro
ductivas. Cincuenta años después de la "victoria del socialis
m o” en la URSS la cuestión del m ercado vuelve a estar a lá
orden del día. Veinte años después de que la Revolución cul
tural china había, dicen, resuelto el problema, he aquí que
de nuevo esas m ism as relaciones "abolidas” deben ser restá-
blecidas.
Eri vez de la cantinela dogmática y vacía con respecto a la
construcción socialista hay que analizar las experiencias
posrevolucionarias en los términos concretos de los con flic
tos tripartitos m encionados, que sirven de base a las evolu
ciones reales. Este análisis concreto impide admitir la idea
de un m odeló, más o menos viable en general, así com o im pi
de reducir esas diferentes experiencias a no ser más que la
expresión de la realización progresiva de esta línea general.
Por el contrario se debe poner el acento en las diferencias
que caracterizan estas experiencias, sus avances y retroce
sos, sus estancamientos y las superaciones de éstos.
j>i 5. La experiencia del m ovim iento de liberación nacional
plantea las mismas cuestiones, porque n o e s de una natura
leza diferente del que con du jo a las revoluciones socialistas.
N o difiere más que en grado, pero no en su naturaleza. Uno
y otro son respuestas al desafío de la expansión capitalista,
la expresión del rechazo de la periferización que implica. El
movimiento radical de liberación nacional es igualmente íá
expresión de una vasta alianza social, que ha involucrado a
las clases populares. Si bien en algunos casos la dirección
burguesa parece evidente, en los otros l o e s menos, pues la
burguesía con frecuencia se ha encontrado en el cam po del
com prom iso precoz con el imperialismo. En los m ovim ien
tos radicales de liberación nacional encontram os igualmen
te el elemento inteliguentsista cum pliendo las funciones de
catalizador de las fuerzas populares, cu yo papel ha sido más
decisivo que el de la pequeña burguesía a la cual se conside
ra con demasiada frecuencia, y equivocadamente, el actor
principal.
ib Se podría entonces decir que las revoluciones socialistas
son revoluciones nacionales populares que han logrado su
objetivo por m edio de una desconexión basada en un poder
no burgués, mientras que los movim ientos de liberación na
cional, dado que han qu edad oba jo la dirección de la burgue
sía, no han realizado todavía su objetivo. Por ello> las nuevas
revoluciones nacionales populares están a la orden del día
de las exigencias objetivas en el Tercer M undo contem porá
neo. Sin duda estas revoluciones que vendrán n o serán más
socialistas que las precedentes, sino sólo nacional populares.
Sin duda también tendrán sus especificidades que gobiernen
a la vez las condiciones internas y los factores externos en
aquello que tendrán de nuevo. A su vez estas revoluciones
nacionales populares modularán las relaciones futuras N or
te-Sur y constituirán en el futuro, com o lo han constituido
desde hace 70 años, el elem ento dinám ico fundamental en la
evolución global de nuestro mundo.
A 6 . Sin embargo, muchos dudan que tales revoluciones sean
todavía posibles, tomando en cuenta el estadio alcanzado por
la transnacionalización que, ya irreversible, hará caduca por
el mismo motivo cualquier estrategia de rompimiento.
¥5 El poder de las com unicaciones m odernas indiscutible
mente tiene profundos efectos perversos sobre todas las so
ciedades de la periferia. Nadie lo discute. ¿Es decir que no
hay respuesta posible a aquéllos, que hay que aceptar ínte
gramente —com o una obligación ineludible— la alienación
de los m odelos propuestos por el capital a través de los m e
dios de com unicación m undializados?
C El discurso relativo a las nuevas tecnologías (nuclear, bio
tecnología, informática, etc.) es un discurso dem agógico y
fácil, destinado a desconcertar a los pueblos y, sobre todo,
a descorazonar a los del T ercer Mundo. "S i no toma el tren
en marcha hoy", se nos dice “ mañana ya no será nadie” . No
es cierto: un pueblo que hoy se apropiara del dom inio de las
tecnologías triviales p or su revolución nacional popular,
pronto sería capaz, mañana, de recuperarse en los terrenos
nuevos con los que se le quiere im presionar para paralizar
lo. Por el contrario, sin el dom inio de las tecnologías actual
mente practicadas ¿se puede esperar saltar directam ente a
las del porvenir?
Ciertamente la creciente centralización del capital ha he
cho pasar a la m undialización p or etapas distintas, definidas
p or form as particulares y adaptadas, por ejem plo los oligo-
polios de los im perialism os nacionales en con flicto de 1880
a 1945, la "m ultinacional” del período posterior a la segunda
guerra mundial. ¿Se está a punto de entrar en una nueva
fase cualitativa de la m undialización del capital? ¿Es la deu
da internacional el signo de esta nueva cristalización? ¿O es
sólo un epifenóm eno que acom paña a la crisis de reestructu
ración? Desde luego deben estudiarse estos problem as. Pero
nada obliga a aceptar la inscripción necesaria de toda estra
tegia eficaz en la lógica de las exigencias de la expansión del
capital. Ésta es una cuestión de principio.
^ S i n duda las estrategias m ilitares contem poráneas le han
dado a las superpotencias una nueva visión de la geoestrate-
gia que nadie puede ignorar. ¿Hay que someterse entonces?
¿O, p or el contrario se debe y se puede llevar a cabo el com
bate político p or el rom pim iento, es decir la no alineación en
la perspectiva de la reconstrucción de un m undo policéntri-
co ? Esta cuestión no está reservada exclusivamente al Tercer
Mundo. ¿N o es también una no alineación europea la m ejor
respuesta de la vieja Europa al peligro de la confrontación
de las superpotencias? ¿El m ejor m edio de suprim ir el peli
gro qué ello entraña?
K- La expansión capitalista ha creado ciertam ente en la peri
feria condiciones cada vez más difíciles desde el punto de
vista de la constitución de Estados-naciones semejantes a
com o son en Occidente. La im portación de las instituciones
estatales copiadas de las de Occidente, que la ideología b u r
guesa local ha preconizado, ha dem ostrado su vanidad. En
efecto la expansión periférica del capital arruina precisa
mente las oportunidades de cristalización nacional, revela la
Fragmentación y la pulverización de la sociedad. La crisis de
los m ovim ientos sociales, el surgim iento de form as de re-
agrupamiento social en torno a com unidades elementales
(familiares, regionales o étnicas, religiosas o lingüísticas),
así com o la crisis cultural de nuestras sociedades, constitu
yen el testim onio de los efectos de la periferización capitalis
ta. Es precisam ente porque tom am os en cuenta este hecho
por lo que hablam os de revolución nacional popular y no de
revolución socialista.
Así pues, si hay algo nuevo en las condiciones creadas por
la transnacionalización profundizada, la hipótesis más plau
sible podría resumirse en una frase: la burguesía de las peri
ferias se ve y se verá cada vez menos dividida entre su ten
dencia nacional y su tendencia a someterse a las presiones
globales y se volcará cada vez más al cam po de la com prado-
rización aceptada. La revolución nacional popular es p or
ello una necesidad objetiva cada vez más importante y la ex
clusión de la burguesía da una responsabilidad histórica
¿reciente a las clases populares y a la inteliguentsia suscep
tible de organizarías.
(A N ecesidad objetiva creciente significa que la contradic
ción principal por la cual la acum ulación del capital se ha
m anifestado durante siglos y se sigue manifestando no hace
más que agravarse de etapa en etapa. El conflicto Norte-Sur,
si así se llama a esta contradicción, lejos de atenuarse p ro
gresivamente p or la expansión global del capital, se agudiza
por efectos de ésta. Si los pueblos del sur n o saben dar a esta
crisis la respuesta nacional popular que se impone, si las
fuerzas progresistas del norte se dejan m arginar y se alinean
detrás del capital dominante, se irán entonces hacia una bar
barie creciente. Como siempre, los términos de esta salida
son: socialism o o barbarie. Pero mientras se había imagina
do que las luchas victoriosas de las clases obreras de O cci
dente iniciarían el camino al socialismo, es preciso com pro
bar hoy día que el camino será más largo, más tortuoso; un
cam ino que pasará por la revolución nacional popular de la
periferia en espera de que, por sus propios avances, los pue
b lo s de O ccidente contribuyan a crear las condiciones indis
pensables para una renovación intemacionalista,
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O B S E R V A C IO N A N E X A A LAS N OTAS l Y 8
"P O R U N A V IS IÓ N N O E U R O C É N TR IC A DEL M U N D O C O N T E M P O R A N E O ’
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tipografía y formación: carlos palleiro
impreso en editorial romont
presidentes núm. 142
col. portales - deleg. benito juárez
03300 méxíco, d.f.
tres mil ejemplares más sobrantes para reposición
26 de mayo de 1989