Amin, Samir - Eurocentrismoypdf

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t raduccìón de

ROSA CUSMINSKY DE CENDRERO


EL EUROCENTRISMO
crítica de una ideología

por

SAMIR AMIN

m
siglo
ventino
editores
siglo veintiuno editores, sa de cv
CEffflO DEL AGUA 248. DELEGACIONCOrOACÁN OJ310 MÉXICO, O.F.

siglo veintiuno de españa editores, sa


CALLE PlAÍA S. 20043 MADRID. ESPAÑA

siglo veintiuno argentina editores


siglo veintiuno editores de Colombia, ltda
CARRERA 14 NÚM. BQ-44. BOGOTÁ, DE. COLOMBIA

p o rta d a de m a ría lu isa m artín ez p a ssa rge

p rim e ra e d ic ió n en esp a ñ ol, 1989


dn © sigJo xxi editores, s.a. de c.v.
ISBN 968 -2 3 -1525-5

im p re s o y h e ch o en m éd ico / p rin ted and m a d e in m e x íco


In d i c e

■ INTRODUCCION

PRIMERA PARTE: PARA UNA TEORIA DE LA


CULTURA CRÌTICA DEL EUROCENTRISMO
1. CULTURAS TRIBUTARIAS CENTRALES Y PERIFÉRICAS
i. La formulación de la ideología tributaria en el área eu roo ríen-
tai, 26; i]. La cultura tributaria en las demás áreas culturales
del mundo precapitalista, 64
2. LA CULTURA DEL CAPITALISMO. EL UNIVERSALISMO
TRUNCADO DEL EUROCENTRISMO Y LA INVOLUCIÓN CUL-
TURALISTA
1. La liberación de ia metafisica y la ^interpretación de la reli­
gión, 78; ti. La construcción del culturalismo eurocé¡urico, 86,
III. E) marxismo ante el desafio del capitalismo realmente exis­
tente, 112; iv. La aceleración del proceso culturalista: provincia­
lismos y funda mental isi nos, 118; v. Elementos para una cultura
verdaderamente universal, 128

SEGUNDA PARTE: PARA UNA TEORÍA SOCIAL


NO EUROCÈNTRICA
3 . PARA UNA VISIÓN NO EUROCÈNTRICA DE LA HISTORIA
i. El rnodo de producción tributaria, forma universal de la so­
ciedad precapitalista avanzada ; 148; II. El feudalismo europeo,
modo tributario periférico, 161; ni. El mercantilismo y la
transición al capitalismo; el desarrollo desigual, clave del mila­
gro de la singularidad europea, 166; ív. El eurocentrismo y el
debate sobre la esclavitud, 176; v. El eurocentrismo en la teoria
de la nación, 181
4. POR UNA VISION NO EUROCÈNTRICA DEL MUNDO CON­
TEMPORANEO
i. El capitalismo realmente existente y la mundialización del va­
lor, 185; II. La crisis del imperialismo contemporáneo, 206;
ni. La desconexión y el Estado nacional popular, 213
INTRODUCCIÓN

yvl. El eurocentrism o es un culturalismo en el sentido de que


supone la existencia de invariantes culturales que dan fo r­
ma a los trayectos históricos de los diferentes pueblos, irre­
ductibles entre si. Es entonces antiuniversalista porque no
se interesa en descubrir eventuales leyes generales de la evo­
lución humana. Pero se presenta com o un universalismo en el
sentido de que propone a todos la imitación del m odelo occi­
dental com o única solución a los desafíos de nuestro tiempo.
El eurocentrism o no. es la suma de prejuicios, equivoca­
ciones e ignorancias de los occidentales con respecto a lo s
demás. Después de todo, éstos no son más graves que los pre­
ju icios inversos de pueblos no europeos para con los o cci­
dentales. N o .e s pues un etnocentrismo banal, testim onio
sólo de los lim itados horizontes que ningún pueblo del pla­
neta ha superado verdaderamente todavía. El eurocentris­
m o es un fenóm eno específicam ente m oderno cuyas raíces
no van más allá del Renacimiento y que se ha difundido en
el siglo X IX . En ese sentido constituye una dimensión de la
cultura y de la ideología del mundo capitalista m oderno.
<-■ El eurocentrism o no es una teoría social, que p or su cohe­
rencia global y su aspiración totalizadora pretenda dar la
clave de la interpretación del conjunto de problem as que
la teoría social se propone dilucidar. El eurocentrism o n o es
más que una deform ación, pero sistemática e importante,
que la mayoría de las ideologías y teorías sociales dominan­
tes padecen. Dicho de otra manera, el eurocentrism o es un
paradigma que, com o todos los paradigmas, funciona de ma­
nera espontánea, con frecuencia en la vaguedad de las evi­
dencias aparentes y:del sentido común. Por esto se manifiesta
de maneras diversas, tanto en la expresión de los prejuicios
trivializados por los m edios de com unicación com o en las
frases eruditas de los especialistas de diversos dominios de
la ciencia social.
^ 2. Hay varias maneras de tratar el tema: la primera con ­
sistiría en captar el eurocentrism o en sus múltiples m anifes­
taciones y en revelar cada vez los errores particulares. En­
tonces se deberían definir los diversos cam pos de expresión
de esas m anifestaciones.
s¡7 Uno de ellos podría ser la crítica de Ja versión propuesta
por los m edios m asivos sobre problem as del mundo contem ­
poráneo y la política. Un proyecto de este género implicaría
el trabajo de un equipo consagrado a examinar sistemática­
mente algunos diarios importantes y programas de televi­
sión, Que yo sepa, este trabajo no ha sido realizado, aunque
sin duda alguna m erecería serlo. Pero no es éste nuestro pro­
yecto. >
¡> Podrían analizarse otros dom inios del ednicio cultural
moderrio de esta mism a manera. Por suerte existen algunos
trabajos valiosos que se han propuesto este objetivo. Por
ejem plo, Edward Said ha escrito un excelente análisis de la
deform ación eurocéntrica producida por el oriéntalismo.
Asim ism o existe un análisis profundo de la "helenom anía"
y de la constru cción del m ito de Grecía-ancestró-de-Occ¡den­
te, que ha propuesto Martin Bernal. Hay cantidad de buenas
críticas de las diferentes versiones del racism o, etc. Gomo es
evidente nos inspirarem os en las conclusiones de todas estas
contribuciones importantes.
& La segunda m anera de tratar el tema, que será la nuestra,
se propone ir desde el principio más allá de estas contribu­
ciones sectoriales a la crítica del eurocentrismo, para situar­
lo en lít construcción ideológica del conjunto del capitalismo.
Se tratará pues de precisar las funciones de legitimación
particulares a las cuales responde la dim ensión eurocéntri­
ca, así com o habrá que m ostrar cóm o esas funciones contri­
buyen a ocultar la naturaleza del capitalism o realmente
existente, a deform ar la conciencia que uno se puede hacer
de sus con tradicciones y de las respuestas que se les dan.
ftí Esta opción entraña tres consecuencias.
(¿ La primera es que no es eficaz entrar en el meollo del
tema (iesde la prim era página del libro. Sé le pide al lector,
entontes, que tenga un p oco de paciencia, a lo cual desgra­
ciadamente no siempre predispone la deform ación de las
lecturas rápidas de nuestra época. Pero si el eurocentrismo,
co m o lo pretendem os nosol rus, es una reconstrucción m ilo-
lógica reciente de la historia de Europa y del m undo — en su
dimensión cultural entre otras—, es más eficaz com enzar por
ofrecer otra visión de esta historia, al m enos en lo que res­
pecta a la región a la cual pertenece desde la antigüedad
griega y pasando por la Edad medía, la Europa real y mítica.
Cuando del texto surja el eurocentrism o —en el capítulo 2 de
la prim era parte— se verá entonces en respuesta a qué p ro­
blem as nuevos y en contraste con qué realidades se constru­
ye. Habíam os pensado por un momento invertir esta presen­
tación precisam ente para satisfacer la curiosidad del lector
impaciente. Pero el "retrato hablado1' del eurocentrism o
— que aparecerá a su debido tiempo en e] texto para resum ir
los caracteres de la deform ación en cuestión— colocad o de
entrada al com ienzo, hubiera parecido extremadamente tri­
vial, y por añadidura p oco convincente puesto que retom a el
conjunto de opiniones dominantes que a la gran m ayoría pa­
recen evidencias de un supuesto sentido común.
La segunda es que el análisis del eurocentrism o que aquí
se propone suscita los problemas más difíciles de la teoría
social. Ahora bien, pensam os que desde este punto de vista,
los instrumentos conceptuales de que disponem os siguen
siendo com pletam ente insuficientes. La teoría está dividida,
no sólo por la oposición — útilr- de las escuelas del pensa­
miento, sino todavía más por su desarrollo extremadamente
desigual de una disciplina de la ciencia social a otra. Quizá
existan teorías económ icas del capitalism o que responden
aproximadamente a los criterios contenidos en la definición
de la ciencia. Pero en los dom inios de lo político (el poder)
y de lo cultural casi no hay más que reflexiones. Sin em bar­
go, este ju icio severo está lejos de ser ampliamente com par­
tido. La reflexión social está todavía atestada de dogm atis­
m os de toda naturaleza, cuya preocupación exclusiva sigue
siendo la de revocar los viejos edificios y, mediante acroba­
cias dudosas, reproducir las antiguas respuestas a las nue­
vas preguntas. Más grave aún es el hecho de que, al respon­
der a las desilusiones y a la crisis de nuestra época, los
best-sellers se nutren de la teología llamada neoliberal cuya
respuesta a todo — respuesta fácil— tiene sin em bargo la
ventaja de reafirm ar y legitimar los prejuicios, lo cual expli­
ca sin duda su éxito.
^ La tercera es que el paradigma del eurocentrism o — com o
todo paradigma— no puede ser echado abajo sólo por la crí­
tica interna de su debilidades. Este paradigma responde a
cuestiones reales, aun cuando podam os pensar que lo hace
de manera errónea. Hace falta entonces sustituirlo p or res-
puestas positivas correctas. Pero esto deberá hacerse sa­
biendo que el equipo conceptual del cual disponem os sigue
siendo frágil.
í Se trata pues de un com plejo trabajo de reconstrucción de
larga duración, y no tenemos la am bición de proponer aquí
la teoría global de la que aún se carece. Sin em bargo expon­
dremos algunos de los elementos de esta reconstrucción,
que nos parecen indispensables,
3, El plan de la obra se deriva de las observaciones prece­
dentes. En la primera parte nos proponem os hacer la critica
del eurocentrism o a partir de una hipótesis que concierne a
la teoría de la cultura, puesto que el eurocentrism o es un
culturalism o. Sobre la base de esta hipótesis, en el capítulo
1 desarrollarem os la idea de que la construcción cultural
de la Europa precapitalista pertenece a la familia de las
construcciones ideológicas "tributarias periféricas''. En el
capítulo 2 dem ostrarem os que la nueva cultura capitalista
que se forja en Europa a partir del Renacimiento es ambi­
gua: por una parte rom pe totalmente con su pasado tributa­
rio (lo cual le da su dimensión progresista y alimenta su am­
bición universalista), pero por la otra se reconstruye sobre
cim ientos m íticos cuya función es la de borrar el alcance de
esta ruptura mediante la afirm ación de una continuidad his­
tórica inexistente (lo cual constituye el contenido m ism o de
la dimensión eurocéntrica de la cultura del capitalism o, que
anula el alcance universalista de su proyecto),
■o En la segunda parte nos proponem os desarrollar positiva­
mente dos tesis que nos parecen esenciales en la reconstruc­
ción de una teoría social no eurocéntrica. La primera es que
la hipótesis del desarrollo desigual explica el "m ilagro euro­
p eo'' (el salto precoz al capitalismo) sin tener que recurrir
necesariamente a los subterfugios del eurocentrismo. La se­
gunda es que la hipótesis del valor mundializado explica la
verdadera dinámica del capitalism o com o sistema mundial
realmente existente y su contradicción principal, una diná­
mica que al proyecto eurocèntrico le interesa oscu recer a
cualquier precio,
^ 4, Este proyecto de una crítica de eurocentrism o no tiene
sentido a m enos que se convenga en que el capitalism o ha
creado una necesidad objetiva real de universalismo, en el
doble plano de explicación científica de la evolución de to­
das las sociedades humanas (y de la explicación de los dife­
rentes cam inos por m edio del m ism o sistema conceptual) y
de la elaboración de un proyecto para el porven ir^u e se diri­
ja a toda la humanidad,
^ Esto no es evidente para todos porque, ante este desafío,
identificam os tres familias de actitudes,
0 Para algunos —más num erosos de lo que con frecuencia
se cree— él universalism o carece de im portancia. El “ dere­
cho a la diferencia” (¿el apartheid?) y el elogio cülturalista
a los provincialism os suprimen el problem a. Esta posición
hace que también se acepte com o natural e insuperable la
fragm entación de la teoría en cam pos m últiples distintos y
el triunfo del pragm atism o en cada uno de ellos.
Ì1 Para otros — que representan la corriente eurocèntrica
dominante— la respuesta a la cuestión existe y Europa ya la
ha descubierto. Su lema será pues: "im itad al O ccidente, que
es él m ejor de los m undos". La utopía liberal y su receta m i­
lagrosa (m ercado + dem ocracia) no son más que la versión
pobre en boga de esta visión dominante perm anente en O cci­
dente. Su éxito ante los m edios m asivos no le confiere por sí
m ism o ningún valor científico; sólo es testim onio de la p ro­
fundidad de la crisis del pensamiento occidental. Porque
esta respuesta, fundada sobre un rechazo pertinaz a com ­
prender qué es el capitalism o realmente existente, quizá no
sea ni deseable ni siquiera deseada p or las víctimas de este
sistema. ¡Quizá simplemente sea im posible sin una reconsi­
deración de los fundamentos del sistema que defiende!
¿ Nosotros nos alinearemos en el tercer cam po, el de quie­
nes piensan que estamos en un estancam iento grave y que
entonces vale la pena discutir su naturaleza.
sK 5. La elección misma del término "eu rocen trism o” puede
prestarse a debate. Si bien se trata de una dim ensión esen­
cial de la ideología del capitalismo, sus m anifestaciones ca­
racterizan ante todo las actitudes dominantes com unes en el
conjunto de las sociedades del m undo capitalista desarrolla­
do. centro del sistema capitalista mundial. Ahora bien, este
centro es hoy día Europa Occidental, Am érica del Norte,
Japón y algunos otros estados (Australia, Nueva Zelandia,
Israel), p or oposición a las periferias (América Latina y las
Antillas, África y Asia no com unista, exceptuando a Japón).
El m ism o centro de los centros es norteam ericano; Japón no
es ni occidental ni cristiano, pero América Latina es en gran
medida producto de la expansión de Europa. El m ismo m un­
do socialista tiene una historia que no podría borrar inte­
gralmente (a pesar del lema "hagam os tabla rasa del pasa­
do"): es europeo en Europa y asiático en Asia.
^ Por otra parteéal m enos hasta el fin de la guerra mundial,
el enemigo hereditario en Europa era el europeo vecino, y
los nacionalistas chovinistas podían ocultar el sentimiento
de una europeidad común. Hitler llegó a extender a los euro­
peos no alemanes el racism o general de los europeos con res­
pecto a los demás. Sólo después de 1945 la conciencia eu ro­
pea com ún logra triunfar en sus manifestaciones, sobre las
conciencias nacionales o provinciales locales.
N o obstante, suponiendo que sustituyéramos el término
de eurocentrism o p or el de occidentalocentrism o (aceptando
la definición com ún del término Occidente), uno no se podría
dar cuenta de casos com o los de Am érica Latina o Japón,
negando la im portancia que debem os otorgar al origen eu ro­
peo de la cultura capitalista. Pensándolo bien, "eurocentris­
m o " expresa bien lo que quiere decir.
El tema no es nuevo para mi. Desde hace treinta años, he
consagrado todos m is esfuerzos a tratar de fortalecer la di­
mensión universalista en el m aterialismo h istórico y la tesis
del desarrollo desigual es la expresión de los resultádos de
esos esfuerzos. También el lector que haya leído ya algunas
de m is obras se encontrará en un terreno familiar. Sin em ­
bargo, he con cebido este libro con el afán de que se baste a
sí mismo.
PARA UNA TEORÍA DE LA CULTURA CRÍTICA
DEL EUROCENTRISMO
* 1. El capitalism o ha producido un corte decisivo en la histo­
ria universal que supera p or su alcance el único progreso de
las fuerzas productivas — no obstante prodigioso— que ha
perm itido. En efecto, el capitalism o ha transform ado la es­
tructura de las relaciones entre ios distintos aspectos de la
vida social (la organización económica, el régimen político,
el contenido y la función de las ideologías) y los ha reorgani­
zado sobre bases cualitativamente nuevas,
va En todos los sistemas sociales anteriores el fenóm eno eco­
nóm ico es transparente. Se entiende por ello que el destino
de la producción se ve de inmediato: la m ayor parte de ésta
es consum ida p or los propios productores, el excedente libe­
rado p or las clases dirigentes adopta la form a de contribu­
ciones e impuestos diversos, con frecuencia en especie o en
trabajo, en una palabra, la form a de un tributo, sangría que
no escapa a la percepción de quienes soportan su carga.
Ciertamente no siempre están ausentes el intercam bio mer­
cantil y el trabajo asalariado; pero tienen una im portancia
limitada y un alcance social y económ ico marginal. En esas
condiciones el fenóm eno económ ico sigue siendo demasiado
simple — es decir aprehensible de inmediato— com o para
dar lugar a una "ciencia económ ica” necesaria para dilu­
cidar sus m isterios. La ciencia sólo se impone com o una exi­
gencia en un dom inio de la realidad cuando detrás de los he­
chos inmediatamente aparentes funcionan leyes que no son
directamente visibles, es decir cuando este dom inio está
opacado p or las leyes que rigen su movimiento. P or esto, la
reproducción de los sistemas sociales anteriores al capitalis­
m o descansa sobre la permanencia de un poder (que es el
concepto de base que define el dom inio de lo político) y de
una ideología que sirve de base a su legitimidad. En otras pa­
labras, la instancia político-ideológica (la "superestructura")
es aquí dominante. El m isterio que hay que dilucidar para
com prender la génesis, la reproducción, la evolución de esas
sociedades y las contradicciones en las que se mueven, se si­
túa en el dom inio de lo político-ideológico, no en eí dé lo eco­
nóm ico. D icho de otra manera nos falta aquí Una verdadera
teoría de la cultura, capaz de dar cuenta del funcionam iento
del poder social.
0 El capitalism o invierte el orden de las relaciones entre lo
económ ico y la superestructura politico-ideológica. La vida
económ ica nueva pierde su transparencia debido a la gene­
ralización del m ercado: no sólo la casi totalidad del p rod u c­
to social adopta la form a de m ercancías cu yo destino final
escapa al produ ctor, sino que la fuerza de trabajo misma,
b ajo la form a asalariada predominante, se convierte en m er­
cancía. Por esto la sangría del excedente adopta aquí la forma
de ganancias del capital siempre aleatorias (sólo se materia­
lizan bajo ciertas condiciones de realización del producto),
mientras que la explotación del trabajo es ocultada p or la
equivalencia ju ríd ica que define el acto de compra-venta de
la fuerza de trabajo asalariada. Así pues, en lo sucesivo las
leyes económ icas operan en la reproducción del sistema
com o fuerzas objetivas ocultas. La instancia económ ica opa­
cada, transformada en dominante, constituye un dom inio
que en adelante requiere el análisis científico. Pero también
tanto el con tenido com o la función social del poder y de la
ideología adquieren, en esta reproducción, caracteres nue­
vos, cualitativamente diferentes de aquellos mediante los
cuales se definía el poder social en las sociedades anteriores.
La teoría de la cultura debe tom ar en consideración esta ar­
ticulación nueva, invertida, de los dos dom inios de la econ o­
mía y de lo político-ideológico.
i N o hay pues simetría entre estos dos dom inios en las so­
ciedades precapitalistas y en el capitalism o. La versión mar-
xista vulgar, según la cual el poder es la expresión de la do­
minación de clase y la ideología la de las exigencias del
ejercicio de esta dom inación, es aquí un recurso muy pobre
para com prender la.realidad. Esta teoría, verdadera al nivel
supremo de la abstracción, es formulada de tal manera que
oculta la diferencia cualitativa, a saberla inversión de la ar­
ticulación de las instancias. No puede pues constituir el pun­
to de partida de una teoría de lo político y la cultura.
£ Habiendo d ecid id o poner el acento desde un com ienzo en
esa inversión calificativa, creim os necesario calificar a to­
dos los sistemas precapitalistas con un solo nom bre —y el
de m odo de produ cción tributaria nos pareció conveniente,
precisam ente porque pone el acento en el carácter transpa­
rente de la explotación económ ica. Nótese que aquí sólo con ­
sideramos las sociedades precapitalistas avanzadas (donde
las clases y el Estado están claramente concretadas) y no las
sociedades situadas en el estadio anterior (aquel donde las
clases y el Estado no se han concretado todavía definitiva­
mente) que calificam os de m odos de producción com unita­
ria. Es evidente que cada sociedad tributaria se presenta con
una serie de caracteres específicos propios y, desde este
punto de vista, la variedad es casi infinita. No obstante, más
allá de esta variedad, las sociedades tributarias constituyen
una sola familia, caracterizada por el m ism o tipo de articu­
lación econom ía-superestructura.
tjs 2, Nuestros instrumentos de análisis teórico de la reali­
dad social siguen, pues, siendo im perfectos.
Esta realidad social, considerada en su totalidad, se^pre­
senta en una triple dimensión, económ ica, política y cultu­
ral. La económ ica constituye probablemente la dimensión
m ejor conocida de esta realidad. En este dominio, la econ o­
mía burguesa ha forjado instrumentos de análisis inmediato
y, con mayor o m enor suerte, de gestión de la sociedad capi­
talista. El materialismo histórico ha ido más Jejos en profun­
didad y, frecuentemente con éxito, esclarece la naturaleza y
el alcance de las luchas sociales que sirven de base a las deci­
siones económ icas.
iy El dom inio del poder y de la política es ya considerable­
mente m enos con ocid o y el eclecticism o de las teorías p ro­
puestas refleja aquí el escaso control de la realidad. La poii-
toíogía funcionalista a lo estadunidense, así com o sus
constituyentes antiguos o recientes (la geopolítica, el análi­
sis de sistemas, etc.), si bien a veces son eficaces en la acción
inmediata, siguen siendo de una extrema pobreza concep­
tual que les impide el acceso a la condición de teoría critica.
Es verdad que también allí el materialismo histórico ha pro­
puesto una hipótesis relativa a la relación orgánica base m a­
terial/superestructura política e ideológica que, interpreta­
da de una manera no vulgar, podría ser fecunda. Ello no
impide que el m arxism o no haya desarrollado una concep-
tualización del problem a del poder y de lo político (de los
m odos de dominación), com o lo ha hecho en el caso de lo
econ óm ico (los m odos de producción). Las proposiciones
hechas en ese sentido, p or ejem plo en el freudom arxism o,
aunque interesantes sin duda alguna por haber llam ado la
atención sobre aspectos descuidados del problem a, no han
producido todavía un sistema conceptual de conjunto fecun­
do. El cam po de lo político permanece pues prácticam ente
yermo.
> No es una casualidad que el título del prim er capítulo del
Libro I de El capital sea "La m ercancía". Es que en efecto
M arx se propone revelar el secreto de la sociedad capitalis­
ta, la razón p or la que se presenta ante nosotros com o gober­
nada directam ente p or lo económ ico, que ocupa el prim er
lugar de la escena social y ( en su despliegue, determ ina las
demás dim ensiones sociales que parecen entonces tener que
ajustarse a sus exigencias. La alienación econom ista define
así el contenido esencial de la ideología del capitalism o. Las
sociedades de clase precapitalistas están por el contrario go­
bernadas p o r lo político, que ocupa directam ente el prim er
lugar de la escena y ante los apremios de lo cual los dem ás
aspectos de la realidad social —entre otros la vida económ i­
ca— parecen tener que someterse. Así, pues, de escribir la
teoría del m odo tributario, el título de la obra tendría que
ser "E l p od er” {en lugar de El capital para el m odo capitalis­
ta) y el de su prim er capítulo "E l poder” {en lugar de "L a
m ercancía” ).
0. Sin em bargo tal obra no ha sido escrita. Nada análogo al
análisis, preciso com o un mecanism o de relojería, que des­
cribe el funcionam iento económ ico del capitalismo. El m ar­
xism o no ha prod ucido una teoría de lo político para la socie­
dad precapitalista {y a partir de allí una teoría de lo político
en general) co m o ha producido una teoría de la econom ía ca­
pitalista. En el m ejor de los casos disponem os de análisis
concretos del funcionam iento de la relación político/econó-
m ico e n tal o cual sociedad capitalista {en los escritos políti­
co s de Marx, consagrados en lo particular a las peripecias de
Francia), donde se pone de relieve el grado de autonomía de
lo político en esas condiciones y, de manera notable, el con ­
flicto que puede darse entre las lógicas del poder y las de la
gestión capitalista.
'¡¿ En cuanto a la dim ensión cultural, sigue siendo todavía
m ás m isteriosam ente desconocida, puesto que la observa­
ción em pírica de los fenómenos que se desprenden de este
cam po de Ja realidad {com o p or ejem plo las religiones) ape-
ñas ha perm itido alimentar hasta ahora algunos ensayos in­
tuitivos. Por eso el tratamiento de las dim ensiones cultura­
les de la historia sigue estando impregnado de culturalism o,
entendiéndose por ello una tendencia a tratar los caracteres
culturales com o invariantes transhistóricas. Asimismo el
dom inio de la cultura no conoce una definición aceptada de
m anera general, porque esta definición depende precisa­
mente de la teoría subyacente de la dinám ica social que se
adopte. Por esto, ya sea que nos preocupem os por investigar
qué hay de com ún en la dinámica de la evolución social de
todos los pueblos o que p or el contrario se renuncie a ello,
se pondrá el acento sobre los caracteres análogos y com unes
a diversas culturas apareiy:emente distintas o, por el contra­
rio, atraeremos la atención sobre lo particular y lo específi­
co. P orúltim o, en estas condiciones, ei m odo de articulación
de estas tres dimensiones de la realidad social global sigue
siendo, en la dinámica de su funcionamiento, casi d escon oci­
do desde el m om ento en que se desea ir más allá de las evi­
dencias de la explicación a posterior! o de la abstracción de­
m asiado general {com o la afirmación de la determ inación
"e n última instancia” p or la base material). P or añadidura,
mientras en este dom inio no se hayan realizado adelantos
importantes, la discusión continuará siendo perturbada por
las reacciones em ocionales y las visiones románticas.
{fj Lo que propondrem os a continuación n o pretende ser una
teoría del poder y la cultura capaz de llenar las lagunas men­
cionadas; sólo tiene la am bición de ser una contribución a la
construcción de un paradigma liberado de la hipótesis cultu-
ralista.
^ 3. El reconocim iento, desde un comienzo, de la diversidad
de culturas humanas, constituye una trivialidad cuya evi­
dencia disimula la dificultad conceptual de captar su natu­
raleza y su alcance. Porque ¿dónde están las fronteras en el
espacio y el tiem po de una cultura particular? ¿S obre qué
fundamentos se define su singularidad? Por ejemplo, ¿se
puede hablar hoy día de una cultura europea qué abarque a
todo Occidente a pesar de las diferentes expresiones lingüís­
ticas? Si es así, ¿se incluirá la Europa oriental, no obstante
su régimen social y político diferente, a Am érica Latina no
obstante su subdesarrollo, a Japón, a pesar de sus raíces
históricas no europeas? ¿Se puede hablar de una sola cultu­
ra del m undo árabe, o árabe-islámica, de una sola cultura
del Africa negra, de la India? ¿O debe renunciarse a esas
conceptualizaciones totalizadoras y conform arnos con ob ­
servar la especificidad de los subconjuntos constitutivos de
estos grandes conjuntos? Pero entonces, ¿dónde detenerse
en el engranaje sin fin de la singularidad provincial? ¿Y cuál
es la pertinencia de las diferencias observadas, su fuerza ex­
plicativa de las evoluciones sociales?
-0 Por él contrario se puede intentar poner el acento en los
caracteres com unes com partidos p or sociedades diferentes
en el m ism o estadio general de desarrollo y definir sobre es­
tas bases una cultura com unitaria y una cultura tributaria
co m o se ha identificado un nivel com unitario y un nivel tri­
butario. Intentaremos situar las especificidades en el m arco
de estas determ inaciones generales. La hipótesis que guía
nuestra reflexión aquí es la de que todas las culturas tributa­
rias se basan en la preem inencia de la aspiración metafísica,
entendiendo p or ello la búsqueda de la verdad absoluta. Ese
carácter religioso, o casi-religioso, de la ideología dominán-
te de las sociedades tributarias responde a una necesidad
esencial de la reproducción social en estas sociedades. Por
oposición, la cultura del capitalism o se basa en el abandono
de esa aspiración en beneficio de la búsqueda de verdades
parciales. De manera simultánea, la ideología propia de la
nueva sociedad adquiere un contenido econom icista dom i­
nante, necesario para la reproducción social del capitalis­
mo. Se entiende p or econom ism o el hecho de que se conside­
re a las leyes económ icas leyes objetivas, que se imponen a
la sociedad co m o fuerzas de la naturaleza, o dicho de otra
manera com o fuerzas extrañas a las relaciones sociales p ro­
pias del capitalismo.
0 El traslado del centro de gravedad de la ideología d om i­
nante de la esfera de lo que llam amos la alienación metafísi­
ca (o religiosa, o m ejor aún la alienación en la naturaleza) a
la de la alienación m ercantil (propia del econom ism o) consti­
tuye lo esencial de la revolución cultural que asegura el paso
de la época tributaria a la del capitalismo. Desde luego, esta
revolución no suprim e la aspiración m etafísica y por con si­
guiente la religión. N o obstante, apoyándose en la flexibili­
dad inherente a ésta, se adapta al m undo nuevo y la rechaza
fuera del cam po de la legitimación del orden social. La revo­
lución cultural del capitalism o com prende siempre, por ello,
un aspecto particular: es también una revolución religiosa,
en el sentido de una revolución en la interpretación de la re­
ligión.
^ Eso no es todo. En las sociedades tributarias, así com o en
las del capitalism o, nos proponem os distinguir las form as
centrales, acabadas, de las form as periféricas, inacabadas.
El criterio que permite definir los térm inos del contraste
centro/periferia, propuesto com o una de las claves del análi­
sis, se sitúa en la esfera dominante propia de cada uno de los
dos sistemas sociales sucesivos. En el capitalism o el con ­
traste cen tros/p eriferias se define pues en térm inos
económ icos: en un polo las sociedades capitalistas acabadas,
dominantes; en el otro, las sociedades capitalistas atrasa­
das, inacabadas y dominadas. La dom inación económ ica (y
su com plem ento, la dependencia) es el producto de la expan­
sión m undial del capitalism o "realm ente existente” . Por el
contrario, las form as centrales y/o periféricas de la sociedad
tributaria n o se definen en términos económ icos —y m enos
aún en térm inos de dom inación y dependencia económ ica—
sino que se caracterizan p or el grado acabado y/o inacabado
de la form ación estatal y de la expresión ideológica. Así, p or
esta razón, la sociedad europea feudal nos parece un ejem ­
plo de la form a periférica del m odo tributario. La desapari­
ción del Estado centralizado en beneficio de una fragmenta­
ción de los poderes sociales es aquí la manifestación más
patente de ese carácter periférico. En el plano de la ideolo­
gía y de la cultura hay diferencias significativas que marcan
aquí el contraste entre las sociedades tributarias centrales
y las sociedades tributarias periféricas.
S- Ahora bien, la historia parece dem ostrar que las socieda­
des tributarias periféricas han experimentado menos d ifi­
cultades que las form as centrales de las mismas para avan­
za ren la dirección capitalista. Esta flexibilidad mayor de las
"m enos avanzadas" explica loq u e en nuestra opinión consti­
tuye lo esencial de una teoría del desarrollo desigual.
^ La prim era parte del texto que sigue aborda el conjunto
de esas tesis concernientes a la cultura tributaria t i sus for­
mas centrales y periféricas. Esta reflexión se desarrolla a
partir del terreno com parativo Europa feudal y cristi­
na/Oriente árabe-islám ico. La validez general de la hipótesis
se demuestra por la fecundidad de su extensión a otros ca m ­
pos culturales, particularmente al del m undo chino y confu-
ciano.
c a 4. Al im ponerse á escala mundial, él capitalism o ha crea­

do una doble exigencia de universalismo, por una parte en


el plano del análisis científico de la sociedad, es decir del
descubrimiento de leyes universales que gobiernan la evolu­
ción de todas las sociedades, y por otra en el de la elabo­
ración de un proyecto humano igualmente universal que
permíta dejar atrás los limites históricos.
¿Cuáles son esos límites h istóiicos? Su percepción depen­
de de la que se tiene del prop io capitalismo. Pero aquí caben
dos actitudes. O bien se concentra la mirada en lo que define
el capitalismo en su nivel de abstracción más elevado —es
decir la contradicción capital/trabajo— y^e definen los lími­
tes históricos de la sociedad capitalista a partir de aquellos
que el econom ism o que la caracteriza impone. Esta óptica
inspira fatalmente una percepción “ etapista" de la evolu­
ción necesaria: las sociedades capitalistas atrasadas (perifé­
ricas) deben ''alcanzar'' al m odelo avanzado antes de enfren­
tarse a su vez a los desafíos de un rebasamiento posible (o
quizá hasta necesario) de los límites de este último. O bien
se atribuye más im portancia en el análisis a lo que nosotros
nos proponem os llamar "el capitalism o realmente existen­
te” , entendiendo por tal un sistema que en su expansión
mundial real ha generado una polarización centros/perife­
rias que no puede ser superada en el m arco del propio capi­
talismo. En esta óptica hallaríamos una segunda expresión
del desarrollo desigual, a saber, que la reconsideración del
m odo capitalista de la organización social es sentida más
profundamente com o una necesidad objetiva en la periferia
del sistema que en su centro.
^ La ideología producida por el capitalism o en estas condi­
ciones ¿perm ite acaso responder a estos desafíos? 0 bien, en
su desarrollo histórico real, ¿acaso no ha propuesto más que
im universalismo truncado, incapaz de resolver los proble­
mas engendrados por su propia expansión? ¿Cuáles son, en­
tonces, los elementos a partir de los cuales podríam os com en­
zar a pensaren un proyecto cultura] realmente universalista?
Tales son las interrogantes que nos proponem os examinar
en el capítulo 2 .
c* 5, La cultura europea qus debía conquistar al m undo se
constituye en el transcurso de vina historia que se desarrolló
en dos tiempos diferentes. Hasta el Renacim iento, Europa
pertenece a un sistema tributario regional que agrupa a eu­
ropeos y árabes, cristianos y musulmanes. Sin em bargo la
mayor parte de Europa form a entonces parte de la periferia
de ese sistema cuyo centro se sitúa en torno a la cuenca
oriental del Mediterráneo. Este sistema m editerráneo prefi­
gura en sí m ism o de una cierta manera el sistema m undo del
capitalism o ulterior, del que proporciona una especie de as­
pecto prehistórico. A partir del Renacimiento, cuando se
constituye el sistema m undo capitalista, su centro se despla­
za hacia las costas del Atlántico, en tanto que el antiguo Me­
diterráneo será a su vez convertido en periferia. La nueva
cultura europea se reconstruye en torno a un m ito que o p o ­
ne una supuesta continuidad europea geográfica al m undo
situado al sur del Mediterráneo, el cual por ello se convierte
en la nueva frontera centro/periferia. Todo el eurocentrism o
reside en esta construcción mítica.
^ N o s proponem os aquí primeramente describir las etapas de
la form ulación de la ideología tributaria en la región "euro-
árabe", para después desprender las características que e n ;
nuestra opinión la definen tanto en sus form as centrales
co m o periféricas. Luego exam inarem os la validez de la teo'
ría de la cultura tributaria propuesta, a la luz de su exten-
sión a otros cam pos culturales.

I. LA FORMULACIÓN DE LA IDEOLOGÍA TRIBUTARIA


EN EL AREA EURO-ORIENTAL

1. ha edad antigua

P La edad antigua se expresa en plural, por tanto deberá decir­


se: las edades antiguas. Sobre el mapa de la región conside­
rada, las zonas donde aparece un desarrollo acentuado de
las fuerzas productivas que permite la clara concreción del
Estado y de las clases sociales que están aisladas unas de
otras. Durante milenios, Egipto, M esopotamia, luego Persia
y Grecia se constituyen de esta manera, en un aislamiento
relativo (más acentuado durante las épocas más antiguas y
las civilizaciones más precoces de los valles del N ilo y de la
Mesopotamia; m ucho m enos acentuado en el caso de Grecia,
que se constituye en el curso del últim o m ilenio que precede
a la era cristiana). Estas civilizaciones son islas en el océan o
de la barbarie dominante, todavía general, es decir en un
m undo caracterizado aún por el predom inio de los m odos de
producción colectivos (por oposición al m odo tributario que
caracteriza a las civilizaciones en cuestión).
^ Cada una de las civilizaciones en cuestión tiene pues su
estructura propia y sus caracteres singulares. La búsqueda
de un denom inador com ún en el plano de sus sistemas de
ideas podría entonces parecer algo im posible. Sin em bargo,
se pueden desprender, gracias a la perspectiva del tiempo,
caracteres com unes propios de toda la larga historia prehe-
lenística, por oposición precisamente a las características
iiel pensamiento y de la form ación ideológica medievales que
vienen a continuación. Estos caracteres son los siguientes:
¡D> En prim er lugar, esos caracteres son com unes a todos los
^pueblos (al menos de la región considerada), ya sean
bárbaros (celtas, germanos, eslavos, bereberes, árabes) o c i­
vilizados (egipcios, asirios y babilonios, fenicios, hititas, per­
sas, griegos). Dicho de otra manera no hay gran distancia
cualitativa, en este plano, entre las form as de pensamiento
de las sociedades comunitarias y las de las sociedades tribu­
tarias en su primera época. Existen p or supuesto diferencias
cuantitativas más o m enos considerables, y aun "b rech a s ’1
cualitativas parciales, sobre las cuales volverem os.
^ ^ En segundo término, existe una práctica científica empíri­
ca, pero no pensamiento científico. La práctica em pírica, en
los dom inios de la agricultura, la cría del ganado, la navega­
ción, la construcción, el artesanado (textiles, cerámica, m e­
talurgia) es tan antigua com o la humanidad. P or supuesto
esta práctica está en relación directa con el desarrollo de las
fuerzas productivas, del cual es causa y efecto, en una estre­
cha relación dialéctica. Sin em bargo ello no im plica necesa­
riamente, sino hasta m ucho después, una sistematización
i científica abstracta. Evidentemente los préstam os que hace
una sociedad a otra son también algo norm al.
^ji í En tercer lugar, la elaboración de m itologías relativas a la
^constitución del universo, de la humanidad (y singularmente
del pueblo al que la m itología se dirige) y del orden social (di­
visión del trabajo, organización de la íamilia, poderes diver­
sos, etc.) — que es general— queda m arcada por la región. N o
existe pretensión de universalidad. T am poco una relación
sistemática Coherente entre las m itologías en cuestión y la
práctica em pírica de la acción eficaz sobre la naturaleza. La
yuxtaposición de conocim ientos — aquellos que reconoce­
mos com o científicos porque han sido elaborados por la
práctica em pírica y aquellos a los cuales negamos esta calí-
dad— caracteriza el m od o del pensamiento antiguo. En es­
tas condiciones y sea cual fuere el grado de desarrollo de la
civilización (definido por un nivel más elevado de las fuerzasíj
productivas, el Estado y la escritura) de unos en relación con
otros, las m itologías son equivalentes: m ito de Osiris y de
Isis, m itologías griega, celta u otra (y podríamos añadir, por
extrapolación, m itologías africanas o indoamericanas, etc.)
o Biblia vienen a ser lo m ism o. Ninguna clasificación jerár­
quica de ellas tiene el m enor sentido. Y el hecho de que algu­
nas de estas m itologías (la Biblia) hayan sobrevivido a la era
antigua y hayan sido integradas al pensamiento y la ideología
medievales no les otorga ningún valor intrínseco superior.
({N*V- En cuarto lugar, el pensamiento social —que con toda evi­
dencia existe— no tiene pretensiones científicas, ni siquiera
la conciencia de que la sociedad pudiera ser ob jeto de una
reflexión que, en nuestra opinión, puede ser calificada de
cien tífica >£1 pensam iento social es justificador del orden
existente, co n ce b id o com o eterno, sin más^La idea de pro­
greso está excluida.
^ N o obstante, a pesar del carácter general de esos caracte­
res com unes a todos, es también necesario señalar los logros
que, por aquí y p or allá, anuncian las construcciones ideológi­
cas y los m odos de pensamiento ulteriores. Señalaré cuatro.
(£ Egipto produce antes que ningún otro pueblo el concepto
de la vida eterna y de la justicia moral inmanente que abrirá
la vía al universalism o humanista. En cualquier otra parte,
incluso en la G recia prehelenística, la situación de eso que
más tarde se ha llam ado "el alma” y el destino del ser huma­
n o después de su muerte siguen siendo inciertos, vagos y am­
biguos. Los "espíritus de los m uertos” son más bien temores
a su poder m a léfico de intervenir entre los vivos. Puede m e­
dirse entonces el progreso que ha representado la invención
del "alm a inm ortal” y de la "recom pensa o castigo indivi­
dualizados” , basados en una m oral universal que escruta los
m óviles y las intenciones de las acciones humanas. P oco im­
porta que hoy en día la inmortalidad y la justicia divina sean
consideradas a ctos de fe religiosa y ya no "hechos eviden­
tes” , y m enos aún hechos "científicamente establecidos". El
logro moral universalista egipcio será la piedra angular del
pensamiento hum ano ulterior. Pasarán m uchos siglos antes
de que esta invención egipcia se convierta en un lugar c o ­
mún. A p rop ósito de los debates del cristianism o y del islam
concernientes al "infierno y el paraíso, la responsabilidad
individual y la determinación, los fundamentos de la fe ” ve­
rem os un ejem plo un p o co más adelante.
P recisem os que la verdadera dimensión de la aportación
de E gipto se sitúa en este logro y no, com o con frecuencia sé
"ha dicho, en la invención del m onoteísm o p or Akhenaton. En
efecto el con cep to universalista de justicia inmanente es
com patible con todas las form as de la fe religiosa, incluido
p or supuesto el panteísmo com o lo ilustra, entre otras cosas,
la riqueza del pensamiento religioso hinduista. En cam bio,
el con cep to del m onoteísm o, que se impondrá en esta región
del m undo (pero no en otros lugares) quizá en parte porque
responde a una sim plificación paralógica, es, en realidad,
prod u cto del absolutism o del poder en Egipto, avanzado
más que ningún otro en la construcción tributaria. N o es
pues sorprendente que este principio haya constituido luego
una de las piedras angulares de la construcción ideológica
tributaria para toda la región concernida, en los tiem pos m e­
dievales. En cam bio, la exportación del principio m onoteísta
a pueblos m enos avanzados en el cam ino del desarrollo tri­
butario n o se revela fecunda. Com o sabemos, el judaism o se
construyó a partir de este préstamo. Esto n o le im pidió se­
guir siendo prim itivo en sus fundamentos esenciales: el ju ­
daism o se quedó com o una religión sin.aspiración universa­
lista (la del "p u eb lo elegido” exclusivamente), caracterizada
p or una fidelidad m itológica (a la Biblia) y sin que, de.mane-
ra cierta, admita la justicia inmanente hasta el grado al que
habían llegado los egipcios. Sin duda más adelante, los ju ­
díos (y p o r tanto el judaismo), gozando prim ero de los ade­
lantos del helenism o (en los tiem pos de Filón), luego del
islam (sobre tod o en Andalucía), y posteriorm ente de la Eu­
ropa cristiana y luego m oderna capitalista, han reinterpreta-
do sus creencias en un sentido m enos estrecho.
"2 . Grecia prod ujo una especie de fuegos artificiales de lo ­
gros cuya unión no se dará sino más tarde, en la época m e­
dieval. Estos logros conciernen a la abstracción científica, a
la filosofía de la naturaleza y al pensamiento social.
La práctica empírica — tan antigua com o la humanidad—
tenía que acabar p or plantear al espíritu humano problem as
que lo invitaban a realizar un esfuerzo de abstracción más
sistem á tico/E l nacimiento de la astronomía, del cálculo y
las matemáticas constituirá su primera ola, antes que la quí­
m ica y la física fueran a su vez inundadas por ella. Después
la astronom ía m esopotám ica, el cálculo egipcio y las mate­
m áticas griegas constituyen un salto cualitativo hacia ade­
lante que, enriquecido por los árabes^sólo será superado a
partir de los tiempos m odern o^ L as matemáticas, adelantán­
dose a las necesidades de la práctica empírica, se desarrollan
alim entándose a sí mismas. Inspirarán así los primeros capí­
tulos de la lógica. No obstante, dado que precisamente su re­
lación con el enriquecim iento de la práctica sigue siendo to­
davía tenue, es difícil evitar la desviación al terreno de las
relaciones m itológicas.
La unión de la matemática y la ló g ic a , nuevas por una par­
te, y de la práctica em pírica p or la otra, inspiran el concepto
de una filosofía de la naturaleza que tiene la vocación poten­
cial de sustituir a las m itologías de la creación^Digo aquí fi­
losofía de la naturaleza y no metafísica. La primera caracte­
riza el logro filosófico griego prehelenístico; la segunda se
convertirá en sinónim o de filosofía a secas en los tiem pos
medievales, antes de perder de nuevo este m onopolio en los
tiem pos modernosj(Ca filosofía de la naturaleza es una tenta­
tiva de abstracción que perm ite dar coherencia al conjunto
de conocim ientos, por m edio de la búsqueda de las "leyes ge­
nerales" que gobiernan la naturaleza} En ese sentido, com o
lo experim entaron Marx y Engels, la filosofía de la naturale­
za es p or esencia materialista: se trata de explicar al m undo
p or sí mism o. Sin duda esta búsqueda de las leyes generales
seguirá m arcada p or los límites de los conocim ientos reales,
siem pre relativos. Pero esta relatividad sigue siendo eterna­
mente verdadera, y el progreso {de la filosofía mecanicista
antigua a los filósofos m odernos de la naturaleza) es sólo
cuantitativo. Podem os incluso considerar inoportunas y es­
tériles esas generalizaciones necesariamente relativas y
pronto superadas.
v Lo cierto es que el logro de la filosofía de la naturaleza
plantea el principio de un universo eterno en movimiento per­
manente (desde Heráclito, 540 a 480 a. de C., el atomismo de
Demócrito, 460 a 370 a. de C.)lLa conciliación de este princi­
pio y de las creencias religiosas medievales (helenística, cris­
tiana e islámica) no se hará sin dificultades, com o veremos^)
^ El pensamiento social griego no produce en verdad logros
tan notables. En realidad en este dom inio habrá que esperar
a Ibn Jaldun-para poder com enzar a hablar de concepto cien­
tífico de la historia. Paralelamente G recia tom ó muchas co-
sas a los demás, sobre todo a Egipto^La tecnología q u etom ó
fue decisiva para el surgimiento de su civilización.JPor el
contrario, el universalism o moral de Egipto no se abrirá ca­
m ino sino tardíamente, con Sócrates y Platón. Pero ya esta­
m os en la transición helenística a la cual regresarem os.
Por otra parte es necesario observar que los logros en es­
tos dom inios diversos no se han integrado todavía en una vi­
sión global, sino que siguen careciendo de lazos fuertes entre
ellos. La m etafísica helenística, y luego cristiana e islámica
llevará a cabo esta síntesis de, 1a cual sólo se dispone de ele­
mentos dispersos al final de la edad de o ro de la G recia
clásica.
^ N o pondrem os en un m ism o plano los logros producidos
en M esopotam ia o los llegados de la India a través de los per­
sas. Sólo los señalo porque encontrarán su lugar en la futura
con strucción medieval. -
q M esopotam ia p rop orcion ó prim eram ente una astronom ía
que, por descriptiva que haya sido, no p or ello es m enos c o ­
rrecta y p or tanto producida por una observación rigurosa.
Esta herencia, retomada p or la época helenística, será desa­
rrollada luego, particularmente por los árabes y después
por supuesto en los tiem pos m odernos. Pero eso no es lo
esencial en lo que respecta a nuestro tema. Los caldeos pro-
duceñ de igual m odo una m itología general del universo en
la que los astros están situados en relación con —y por enci­
ma de— lo que luego se llamará el m undo infralunar. De esta
m itología derivará, vinculada de manera vaga con su astro­
nomía científica, una astrologia. Ahora bien, la m itología en
cuestión y la astrologia de ella derivada encontraron ulterior­
mente su lugar en la construcción medieval del conjunto.
'd N uestro tema no tiene que ver con la evolución del pensa­
miento al este del Indo, sus aportaciones científicas, sus m i­
tologías y la elaboración de su panteísmo, su m oral y su con-
cepción global de la vida. N o obstante hay que señalar que
también aquí se había producido — tempranamente según
parece— un logro en dirección de la conceptualización del
"alm a". Ésta está estrechamente vinculada a una filosofía
particular que invita al individuo a despojarse de las presio­
nes de la naturaleza con el fin de obtener la plenitud del c o ­
nocim iento y de la felicidad. Este llamado al ascetism o com o
medio de liberación franqueará las fronteras de la India
para penetrar en Oriente, luego en Occidente desde las pri­
meras etapas de la form ación medieval, es decir desde la
época helenística, para alcanzar su plenitud en la cristian­
dad y el islam ulteriores. Por esta razón y porque esta con ­
cepción será (Je igual m odo integrada a la concepción m edie­
val, había que señalarla aquí. La segunda relación entre esta
concepción de la realización de la plenitud del alma y la mi­
tología particular de la m etem psicosis no tendrá, en cam bio,
más que el destino de una peripecia, finalmente rechazada
por su incom patibilidad con las creencias fundamentales
del cristianism o y del islam.
^ \En conclusión, emitirá la hipótesis de que p or im posible
que parezca en toda esta área y a lo largo de este largo perío­
do, asistimos a la lenta constitución de la construcción ideo­
lógica tributaria, es decir, a la construcción de una "visión
global del m undo" (en el sentido de Weltanschauung) que res­
ponde a las exigencias fundamentales de la reproducción del
mundo tributario, independiente de sus formas específicas:
La transparencia de las relaciones de explotación exige
aquí una dom inación de lo ideológico y una sacralización de
ello. Las relaciones com unitarias anteriores no exigían la c o ­
herencia de la construcción; p o r eso las form as bárbaras del
pensamiento antiguo yuxtaponen, sin dificultad, em pirism o,
mitología de la naturaleza y de la sociedad. P ocó a p oco, el
paso a la form a tributaria exigirá una coherencia más fuerte
y hasta la integración de los elementos de la ciencia abstrac­
ta en una metafísica global. En seguida habrá que esperar
hasta la época m oderna para que la dism inución de la trans­
parencia de las relaciones sociales — propias del capitalis­
m o— eche p or tierra la dom inación ideológica sacralizada
para ser sustituida por la econom ía. De manera simultánea
. esta nueva dom inación económ ica, ¿ n e no podrá ser des a-
cralizada más que por la abolición del capitalism o, crea las
condiciones que permiten renunciar a la aspiración de una
m etafísica totalizadora^,
En esta construcción progresiva de la ideología tributa­
ria, que alcanzará su plenitud a lo largo de la era medieval,
el antiguo Egipto tiene un lugar singular. En efecto, lo esen­
cial de esta ideología ya está presente en el logro egipcio. El
paso de yna moral (de potencialidad universalista) ju stifica ­
dora del orden social a/una metafísica totalizadora rematará
la construcción egipcia que, p or lo demás, es la piedra angu­
lar del helenism o (com o la reconocieron espontáneamente
tos pensadores de la época), y luego de las construcciones re­
ligiosas cristianas e islámicas,
\ La metafísica escolástica medieval (en sus cuatro form as
sucesivas: helenísticaj^cristiana oriental, islá p ica , cristiana
occidental) —cuyo contenido y modus opsrandi en sus rela­
ciones con la base económ ica de la socíelHul exam inaremos
posteriorm ente— constituye p or excelencia la ideología
construida deí modo de producción tributario. Sin abordar
aquí las form as de esta ideología tributaria en las otras re­
giones del mundo (China, India, etc.) podem os afirmar que,
más allá de la originalidad de sus especificidades, éstas res­
ponden a la misma necesidad fundamental de la reproduc­
ción tributaria.
O Por el contrario, la ideología dé los m odos colectivos, que
podem os con cebir com o la larga transición del com unism o
prim itivo a la sociedad de clases y de Estado, es de una natu­
raleza cualitativamente diferente. Aquí el contenido esencial
de la ideología está en relación estrecha con la extrema de­
pendencia con respecto a la naturaleza (escaso desarrollo de
Jas fuerzas productivas) y el carácter todavía em brionario
de las clases y del Estado^La ideología com unitaria es una
ideología de la naturaleza: el ser hum ano y la sociedad son
asimilados a las demás expresiones de la naturaleza (anima­
les, vegetales, medio ambiente) concebidas com o tales y El
predom inio del parentesco en la organización de la realidad
social y en la concepción de la relación con la naturaleza su­
fre, en sus form as y contenido, una evolución del com unis­
m o prim itivo a las sociedades com unitarias, que se sale del
terreno del análisis presentado aquí. La edad antigua con sti­
tuye el últim o capitulo de esta evolución, una especie de
transición a la ideología tributaria. De allí los aspectos "p r i­
m itivos" de esta edad antigua (vestigios de la ideología c o ­
munitaria), Tam poco debe asom brar si los logros en direc­
ción a la construcción ideológica tributaria se obtienen en
Egipto, que en el plano social es ya una sociedad tributaria
acabada.
El cuadro del pensamiento del oriente antiguo propuesto
hace hincapié en la singularidad de la aportación dé cada
una de las regiones en esta parte del mundo. Esta singulari­
dad no excluye el parentesco de esas culturas diversas que
pertenecen a la misma edad del desarrollo general de la
sociedad. Ptír eso, así com o las sociedades de la región son
capaces de intercam biar en el plano material productos y
técnicas y lo reconocen, sus intercam bios son igualmente
intensos en el plano de las ideas. Evidentemente la singulari­
dad de las aportaciones particulares registradas só lo ad­
quiere sentido en relación con la construcción de la m etafísi­
ca medieval posterior que los integrará en su síntesis global
com o verem os a continuación. En esta construcción progre­
siva de ninguna manera podem os oponer el pensam iento
griego (haciéndolo ancestro del de la Europa moderna) al de
"O riente” (del cual se excluiría Grecia)£Ííl contraste G recia
= Occidente/Egipto, Mesopotamia, Persia = Oriente es una
construcción artificial y posterior del eurocentrism ^. En
efecto la frontera aquí, en la región, es la que separa al O cci­
dente geográfico europeo y norafrícano, atrasado en su con ­
junto, del Oriente geográfico adelantado; y los conjuntos geo­
gráficos que constituyen Europa, África y Asia n o tienen
ninguna pertinencia en el plano de la historia de la civiliza­
ción, en tanto que el eurocentrísmo hace una lectura del pasa­
do proyectando sobre él la ruptura moderna norte-sur, pa­
sando a través del Mediterráneo.

2. Los caracteres generales de la construcción m edieval

La constitución del im perio de Alejandro abre una era verda­


deramente nueva para toda la región, porque pone térm ino
definitivo al aislamiento relativo de los diversos pueblos qué
la constituyen y abre la perspectiva de su eventual unifica­
ción en el futuro. Hasta entonces las tentativas de conquista
más allá de las fronteras no habían sido más que peripecias
sin efectos profundos o sin porvenir, Egipto sólo conquistó
los m ercados del Asia occidental contigua, para asegurar
m ejor su defensa frente a los bárbaros nómadas; las expan­
siones asiría y persa no habían sido lo suficientem ente fuer­
tes y duraderas com o para iniciar lo que realizará el helenis­
mo: la unificación de las clases dirigentes y la cultura.
La unificación helenística está limitada en un principio al
Oriente, de Grecia y Egipto a Persia. Pero entonces engloba
ya a todas las civilizaciones de la región, así com o a los in­
tersticios más o menos bárbaros que las habían aislado en­
tre sí y que progresivamente se habían debilitado. La con sti­
tución posterior del im perio rom ano no aporta nada nuevo
al oriente helenístico, pero transporta sus elem entos de civi­
lización y de cultura al Occidente italiano, celta y berebere
y finalm ente después al germánico.
O Esta unificación pone término definitivo a la independen­
cia casi absoluta de los Estados y de los pueblos de esta vas­
ta región que se convertirá posteriorm ente en el m undo
"euro-árabe” (o los dos mundos euro-cristiano y árabe-islá-
mico). No en el sentido de que uno solo o algunos "grandes
Estados" hayan dom inado en todo m om ento a toda la re­
gión, sino en el sentido de que la fragm entación —llevada al
extrem o en la época de la feudalidad europea— o más m o­
destamente la pulverización sobre la base de la cual se con s­
tituirán más tarde los Estados modernos europeos y árabes,
ya no excluyen la pertenencia a una misma área de cultura,
así co m o ya no excluyen la densidad de los intercam bios per­
manentes, en el plano material y en un plano espirituai,
\) ¿Un m undo o dos m undos? Durante un m ilenio la fractu*
ra es vertical y separa al Oriente más civilizado (fundam ento
del im perio bizantino) del Occidente semibárbaro. En el m i­
lenio y m edio que sigue, la fractura se desplaza para separar
el norte — la Europa cristiana— del sur — el mundo islámicp
(árabe, turco y persa). En Europa, la civilización llega p ro­
gresivamente a los pueblos del norte y del este: al sur del Me­
diterráneo, la cultura islám ica llega al Magreb. Sin em bar­
go, estas dos fracturas sucesivas son soto relativas en el
sentido de que cristianism o e islam son uno y otro herederos
del helenism o y de esta manera quedan com o herm anos
gem elos, aun cuando hayan sido adversarios decididos en al­
gunos mom entos. Probablem ente es sólo en los tiempos m o­
dernos —cuando Europa a partir del Renacimiento despega
hacia el capitalism o— que la frontera se profundiza en el
M editerráneo entre lo que se concretará en el centro y la pe­
riferia del nuevo sistema, ahora extendido al mundo entero
y sin costos. A partir de entonces, el mundo medieval (euro-
islám ico) deja de existir com o área cultural única para divi­
dirse ¿n dos mundos, en lo sucesivo desiguales, no teniendo
ya Europa nada que aprender de los pueblos al sur del Medi­
terráneo. Por lo que atañe a Egipto, la unificación helenísti­
ca pone fin a su papel anterior, decisivo en la historia de la
región. Egipto será en adelante una provincia en un conjun­
to más vasto. Podrá ser som etido a una condición relativa­
mente subalterna (en el Estado bizantino, durante los tres
prim eros siglos de la hégira y luego los siglos XVII y XVIII
otom anos) o, p or el contrario, convertirse en el centro de
gravedad de la región (en las épocas ptolom aica, fatim ida,
m am eluca y luego en la renaciente nación árabe desde el co ­
m ienzo del siglo XIX). Pero ya no está confinada en el "e s ­
pléndido aislam iento” radiante de tres m ilenios de su histo­
ria antigua.
Xq Ahora bien, esta unificación helenística y luego cristiana
y/o árabe-islám ica tendrá efectos profundos y continuos. En
prim er lugar evidentemente en el plano del desarrollo de las
fuerzas productivas, facilitando la transferencia de los p ro ­
gresos técnicos y de los conocim ientos científicos, y sobre
todo su extensión a los pueblos todavía bárbaros. Pero tam­
bién en el plano dé la organización social, de las form as polí­
ticas, de las com unicaciones lingüísticas, culturales y reli­
giosas, y de las ideas filosóficas. De una manera nueva el
sentido de la relatividad, producido por la intensidad de las
■relaciones, crea un malestar ante el cual las religiones regio­
nales pierden pie p oco a poco. Los sincretism os de la época
helenística preparan así el terreno ai cristianism o y al islam,
portadores de un mensaje universalista nuevo. La crisis so­
cial mediante la cual a menudo se describe el final del im pe­
rio romano, menos que una crisis del m odo de producción
(aunque también sea en parte la crisis de la form a esclavista
predominante en G recia y Roma), es ante todo producto de
este cuestionam iento global y com plejo.
La con stru cción medieval se desplegará en tres tiempos:
un prim er tiem po helenístico (tres siglos más o menos), un
segundo tiem po cristiano que se desplegará prim ero en
Oriente (del siglo i al siglo vil), y luego, m ucho más tard$ en
Occidente (a partir del siglo XII), y un tercer tiem po islám ico
(del siglo VII al Xii de la era cristiana): Lo esencial de esta
con stru cción se remonta, com o verem os, a la época helenís­
tica, El neoplatonicism o servirá de base sobre la cual se
constituirá la prim era escolástica cristiana (dé Oriente), lue­
go la escolástica islámica y finalmente la segunda escolásti­
ca cristiana (de Occidente), esta última fecundada con creces
por el pensam iento islám ico. Sin duda cada una de las ép o­
cas conserva también sus especificidades y sus interpreta­
ciones particulares, pero, en nuestra opinión, la com unidad
de sus caracteres triunfa con m ucho p or sobre aquéllas. En
realidad, es la oposición —com ún— a los caracteres del pen­
samiento antiguo lo que hoy día permite hablar de un pensa­
miento m edieval de manera global.
é? El carácter fundamental que define al pensamiento m e­
dieval es el triunfo de la metafísica, considerada de allí en
adelante c o m o sinónim o de filosofía (o de sabiduría). Este
carácter vuelve a encontrarse en el helenismo, así com o en
las escolásticas cristianas e islámicas ulteriores.
La m etafísica se propone descubrir el principio últim o
que gobierna al universo en su totalidad, o dicho de otro
m odo "la verdad absoluta". N o se interesa p or las verdades
parciales establecidas p or medio de las ciencias particula­
res; o, más exactamente, sólo le interesan en la m edida en
que esas verdades parciales pueden contribuir al descubri­
miento de los principios últim os que gobiernan al universo.
Por supuesto toda religión, por definición, es una m etafísi­
ca. Pero lo inverso no es verdad. Porque la religión se basa
en textos sagrados, en tanto que es posible con ceb ir una m e­
tafísica laica, libre de toda revelación constitutiva de una fe
religiosa. En realidad, com o lo señalaron las escolásticas
cristianas e islámicas ulteriores, la m etafísica pretende des­
cu b rir la verdad absoluta sólo mediante el uso de la razón
deductiva, mientras que la religión dispone para ello de tex­
tos revelados. Todo el esfuerzo de la metafísica cristiana e
islámica consistirá en intentar establecer que no haya con ­
flicto entre el uso de esta razón deductiva y el contenido de
los textos revelados (a condición, evidentemente, de inter-
’ pretarlos com o debe ser).
¿y. El triunfo de la preocupación metafísica entraña, com o es
evidente, consecuencias graves én lo qué concierne al pensa­
miento. ¿Desvaloriza esta preocupación la investigación
científica especializada y el em pirism o técnico? En teoría,
sí. Pero aquí hay que añadir algunos matices, pues a título
de ejem plos, la civilización helénica estuvo marcada por-im­
portantes progresos en la astronom ía y la medicina, así
com o la civilización árabe-islámica que, además,, llegó aún
más lejos en los terrenos de las matemáticas y la química.
Por últim o, las curiosidades científicas particulares resisten
el triunfo de los metafísicos; incluso pueden ser activadas
por la esperanza de enriquecer la metafísica por m edio de
los descubrim ientos científicos. En cuanto el em pirism o téc­
nico que, hasta una época muy reciente, ha sido práctica­
mente el único fundamento del progreso de las fuerzas pro­
ductivas, prosigue su cam ino sin preocuparse por el poder
intelectual que tanto lo desprecia.
^ Se observará que lo que la nueva metafísica —que se con ­
cretará en escolástica— llama la razón humana es en reali­
dad una razón exclusivamente deductiva. Por ello se extra­
viará en el callejón sin salida de la construcción ad infinitum
de silogism os donde la paralógica trata en vano de distin­
guirse ventajosamente de la lógica. Pero lo que la práctica
em pírica anterior ya había descubierto (sin que necesaria­
mente sea apta para form ularlo) y lo que el pensamiento m o­
derno form ulará es, por im posible que parezca, que el con o­
cim iento científico procede de la inducción, tanto com o de
la deducción. La escolástica medieval, por su desprecio ha­
cia la práctica, ignorará con soberbia a la inducción científica
aunque en ciertas prácticas científicas, de manera notable
en la medicina, la inducción haya sido siempre practicada
p or necesidad. Sin embargo, el pensamiento filosófico esco­
lástico persiste en no reconocer su posición. Más adelante
verem os que, cualesquiera que hayan sido los adelantos de
las escolásticas islámica y cristiana, jam ás llegaron más allá
de esta reducción de la razón humana a sólo su dim ensión
deductiva. El pensamiento árabe contem poráneo no salió aun
de ella, de ahí los paralogism os y la analogía, tan frecuentes
en la práctica del razonamiento, en todos los terrenos . 1
^ Ello no im pide que el triunfo m etafísico constituya una in­
vitación permanente al desbordam iento cosm ogónico. Por
ello entendemos la elaboración de una construcción general
que pretende dar cuenta a la vez de la form ación del univer­
so astral, de la naturaleza terrestre, de la vida animal y hu­
mana, y hasta de la sociedad. No hace Falta d ecir que los ele­
mentos del conocim iento científico —siem pre relativos— no
permiten y no permitirán jamás alcanzar la “ perfección d efi­
nitiva” a la que aspira la cosm ogonía. Estos elem entos están
pues cim entados artificialm ente p or un gran llam ado a lo
im aginario, y hasta a la paralógica. Sin duda el llam ado de
la cosm ogonía — y de la m etafísica— es de todas las épocas y
nó esperó la época medieval para manifestarse. Por lo de­
más sobrevivirá a la escolástica medieval. Porque la fronte­
ra entre la filosofía de la naturaleza, que modestamente se
conform a con la expresión generalizada en una etapa dada
—y reconocida com o tal— de los conocim ientos científicos
adquiridos, y la m etafísica que pretende abarcarlo todo de
un sola vez, no es siem pre tan fácil de trazar com o podría pa-
recerlo teóricamente. La aspiración pues a la form ulación
de "leyes generales” que rijan toda la naturaleza y la socie­
dad nos hace deslizam os p or la pendiente de la cosm ogonía
sin que a veces nos dem os cuenta. La dialéctica de la natura­
leza de Engels y el "dia-m at” (materialism o dialéctico) sovié­
tico, me parecen extravíos de ese tipo. Podem os preferir la
seguridad de las verdades parciales de los diferentes ca m ­
pos de estudio de la naturaleza y del cam po específico y d ife­
rente del estudio de la sociedad. Por añadidura las cosm ogo­
nías, cuando vienen a reforzar o hasta a "com p leta r” las
visiones religiosas, corren el riesgo de despertar la intole­
rancia y hasta el fanatism o anticientífico. Se han quem ado
1 Michio Morishima, Capitatisme et confttciánisme, ílammarion, 1987.
El bakufu es el sistema militar feudal que, a través de la dinastía d e ^ s "h o-
gun Tokugawa, dominó Japón durante los cingo siglos que prícedici un a la
revolución Meiji de los años sesenta del siglo xix.
vivos a hom bres que rechazaban la cosm ogonía en boga y
sus verdades pretendidamente establecidas para siempre,
en la Europa cristiana mucho más que en tierra del islam.
La m etafísica es p or excelencia la ideología del m odo de
producción tributario. La razón es que ia cosm ogonía que
inspira justifica el orden social en un mundo donde la desi­
gualdad de la riqueza y del poder tiene orígenes transparen­
tes. Su aceptación y la reproducción del sistema exigen pues
que el orden ideológico n o sea objeto de ninguna impugna­
ción posible, y para ello que sea sacralizado. P or eso m ism o
la m etafísica constituye también un obstáculo im portante
para que madure una reflexión social científica.
/A N o obstante la metafísica, p o r más atractiva y/o hábil que
pudiera ser la construcción que propone, siem pre deja un
trasfondo de insatisfacción. Al parecer la razón es que se
propone lo imposible: descubrir mediante la razón los prin ­
cipios últimos del mundo. Se actuó pues pronto para descu­
brir los límites del poder de la razón; y a partir de ahí abogar
p or la causa del corazón. Todos los espíritus religiosos, en­
tre otros cristianos y musulmanes entre ellos, han termina­
do p or renunciar a la exclusividad de la razón para adm itir
la inspiración divina, la intuición o los sentimientos. Com o
com plem entos de la razón, o sustitutos de ésta, estos recur­
sos refuerzan de ser necesario, las reconsideraciones del
dogma y/o de las prácticas sociales que el poder pretende
justificar mediante ellos. Porque la metafísica religiosa
siempre ha sido practicada en diversas versiones. Sin duda,
en particular a lo largo de los tiempos medievales, existe una
práctica grosera de la religión reducida a su form alización
ritual, destinada al pueblo. Én form a paralela la clase inte­
lectual se autoriza interpretaciones figuradas que se alejan
de la letra de los textos. Interpretaciones que incluso a veces
conducen ai deslizamiento p or la pendiente de la investiga­
ción del sentido "o cu lto " detrás de la transparencia del tex­
to. Verem os ejemplos de ello en el pensamiento árabe-islá­
m ico, pero encontramos el equivalente en el pensam iento
cristiano medieval. Se trata de una tendencia permanente
engendrada p o r el espíritu m etafísico mismo y su búsqueda
de lo absoluto. Esta tendencia entraña con frecuencia abusos
que se convierten en obstáculos al progreso de los co n o c i­
mientos. Sucede así cuando se intenta integrar en la con s­
trucción m etafísica dominios científicos más o menos c o n o ­
cidos: la astronomía se convierte entonces en astrología, y
las matemáticas en objeto de esoterism o paracientífico.
Así pues, la charlatanería jamás está muy lejos. Por lo de­
más las luchas sociales, inevitables, se trasladan al cam po
m ism o de la metafísica y de la religión, cuando están asocia ­
das. Aquí de nuevo las revueltas populares en la cristianidad
oriental y occidental y en el islam medieval presentan analo­
gías profundas. Todas recurren a una interpretación de la
metafísica y de los textos sagrados que están en desacuerdo
con la de las clases dominantes.
Es este espíritu metafísica, así descrito, el que caracteriza
a toda la época medieval: una búsqueda de lo absoluto que
adquiere mayor im portancia que diversas preocupaciones
que —en la época antigua— estaban mucho menos unifica­
das p or esta aspiración de lo que estarán en las escolásticas
medievales. La filosofía de la naturaleza de los prim eros
griegos —ese “ m aterialismo espontáneo" de las ciencias y la
praxis, com o la llamarán Marx y Engels— cede lugar a una
reconstrucción global del orden del mundo, un orden del
mundo fatalmente y en gran medida imaginario com o pode­
mos preverlo,
Q Ahora bien, me parece que todos los elem entos del triunfo
m etafísico se producen desde la época helenística. Ya hacia
fines de la época griega clásica, la crisis del pensam iento an­
tiguo ha com enzado. La toma de conciencia de la relatividad
de las creencias y una necesidad de universalismo hacen que
tanto Sócrates (470-399 a. C.) com o Platón (428-348 a. C.) to­
men sus distancias con respecto a las mitologías particula­
res. Las insuficiencias de éstas en lo que concierne a sus con ­
ceptos del individuo, su alma y su eventual inmortalidad, de
una m oral y una justicia inmanente necesarias, provocan el
esceptism o y crean un malestar al que Sócrates cree poder
hacer frente recurriendo sólo a la razón humana que — se­
gún él— debe perm itir descubrir la verdad, aun en esos do­
minios de lo absoluto. Platón conoce Egipto, que ha visitado,
y aprecia plenamente el adelanto moral que permite su creen­
cia en la inm ortalidad del alma. Aparece de manera simultá­
nea una necesidad de cosm ogonía con pretensión universa­
lista (porque se cree que se deduce exclusivam ente del razo­
namiento), que sustituye a las m itologías múltiples, que
Aristóteles (384-322 a. C.) creerá satisfacer p or m edio de una
clasificación de los com ponentes del universo (de los astros
al mundo infralunar, así com o de los seres), tomada en gran
medida de la tradición astrológica de los caldeos.
Se reúnen todos o casi todos los elem entos para perm itir
la síntesis neoplatoniana del helenismo. Pío tino (¿203-270?)
—hay que h acer notar que es egipcio— produce su expresión
acabada. Ésta reúne cuatro conjuntos de proposiciones, que
me parece definen lo esencial de la m etafísica medieval.
6 ^En prim er térm ino,afirm a el predom inio de la nueva preo­
cupación metafísica: la búsqueda de la verdad absoluta, de
los prin cipios últimos y de la razón de ser del uniyerso y de
la vida. Reduce a ello lo esencial de la filosofía, la sabiduría.
De manera simultánea afirm a que el descubrim iento de esta
verdad se puede lograr mediante el uso exclusivo de la razón
deductiva, sin recurrir a las mitologías particulares que, a
final de cuentas, no constituyen textos sagrados propiam en­
te dichos.
Qr En segundo lugar considera que esta verdad absoluta im ­
plica necesariamente el reconocim iento de la existencia del
alma, individualizada e inmortal, objeto y sujeto dé acciones
m orales, de naturaleza universal.
^ En tercer lugar, invita a com pletar la búsqueda de la ver­
dad p o r la razón dialéctica mediante la práctica del ascetis­
mo. Llegada de la lejana India a través de los persas en los
tiempos de Alejandro, esta invitación al sentimiento intuiti­
vo habria’ p od id o hacer dudar del poder ¡limitado atribuido
a la razón humana. Plotino se conform a con tratarla co m o
com plem ento: la práctica ascética al perm itir al alma despo­
jarse de las limitaciones de los cuerpos y del mundo purifica
y refuerza la lucidez de la razón. Éste es un razonamiento ex­
tremadamente idealista, que se opone de manera diametral
aí "m aterialism o espontáneo" de las ciencias y de la práctica
productiva según el cual es al contrario, mediante la con ­
frontación con la realidad y el esfuerzo concreto de la acción
sobre la naturaleza, com o podem os llegar a m ejorar los c o ­
nocim ientos y a afinar el uso de la razón. Algunos de los neo-
platónicos tomarán de este pensamiento hinduista hasta al­
gunas de sus form as de expresión, com o la m etem psicosis.
En cuarto lugar, cede a la propensión de una con stru cción
cosm ogónica y acepta, en este plano, la heredada de la tradi­
ción caldea. Aquí el neoplatonismo llegará hasta a adoptar
algunas de las form as de expresión de esta cosm ogonía atri­
buyendo a los astros del universo almas superiores, suscep­
tibles de actuar sobre el mundo sublunar y p or lo tanto sobre
los destinos humanos. .Toda la astro logia que ha sobrevivido
hasta nuestros días hasta en el corazón de Occidente, está
contenida en su principio y hasta en sus detalles, en esta p r o ­
posición del neoplatonismo.
¿Constituye esta síntesis grandiosa un progreso o un re­
troceso con respecto al pensamiento antiguo? Sin duda una
y otra cosa, de manera desigual, com o podem os juzgar según
el punto de vista donde nos coloquem os.
~J Destacaremos aquí tres de sus caracteres que parecen los
más importantes:
Primer carácter: el pensamiento accede plenamente a un
humanismo universalista que trasciende las m itologías y las
especificidades de los pueblos. La moral, el individuo y el
alma inmortal constituyen los cimientos de este humanismo.
El terreno está entonces preparado para el éxito de las reli­
giones de vocación universalista, el cristianismo y el islam.
Segundo carácter; el triunfo del espíritu m etafísico afir­
mado en todas sus dimensiones define al espíritu de la e sco ­
lástica y el uso que ella va a hacer de la razón humana (de­
ductivo). Un uso abusivo porque se propone un objetivo que
uno puede creer (yo lo creo) im posible de lograr: él descu b ri­
miento de los principios últimos. Hoy en día, a la distancia,
la escolástica parece haber hecho un uso en gran medidai es­
téril de las capacidades de la razón. La paralógica y el razo­
namiento p or analogía sustituyen al rigor al que obliga la
confrontación empírica con la realidad en los diversos dom i­
nios de la búsqueda de conocim ientos científicos, necesaria­
mente particulares y relativos. El desprecio de estos co n o c i­
mientos particulares y relativos en beneficio de la pretensión
metafísica, así com o el del empirism o y de la acción sobre
la naturaleza, inspiran construcciones cosm ogónicas gigan­
tescas pero sin gran fundamento. Más grave aún es el hecho
de que el espíritu escolástico tenderá a hacer de estas
construcciones verdades "in discu tibles", que el poder bus­
cará im poner por la violencia, haciendo a un lado la toleran­
cia y las exigencias de la curiosidad científica.
Tercer carácter: la expresión helenística de esta prim era
fórm ula de la escolástica medieval es laica, en el sentido de
que es el producto exclusivo de proposiciones que ni se a po­
yan en revelaciones sagradas ni tratan de reafirmarías. En
ese sentido la m etafísica helenística laica es "suave", pues
admite m ás fácilm ente la contradicción y la diversidad de
expresión. Más tarde, cuando esta metafísica se convierte en
com plem ento de las religiones reveladas (cristianism o e
islam), será m ovida p or la necesidad de reafirm ar los textos
sagrados (dándose, es verdad, un margen de interpretación).
Al hacerlo la m etafísica escolástica se endurecerá.
~Z- El helenism o ha sido la ideologí a de la clase dominante y
la ideología dominante del Oriente antiguo durante p or lo
m enos tres siglos, sobreviviéndose a sí m ism o en el cristia­
nism o oriental durante los seis siglos siguientes y de m anera
grosera en Occidente desde la época romana. Sin em bargo,
el cristianism o se impuso en la región, pues si bien las clases
acom odadas y cultas se conform an con la form ulación neo-
platónica, las clases populares que experimentaban la misma
necesidad de ir más allá de las m itologías locales esperaban
su liberación de una revelación que una vez más dem ostró
el poder de la m ovilización de las energías a que puede dar
lugar. Esta espera m esiánica era reforzada p or el conjunto
de las dimensiones de la crisis global de la sociedad, que dan
cuenta de la com plejidad extrem a del fenóm eno y de las lu­
chas internas que ocasionó.
jy,A Lo cierto es que el cristianism o halló en su confrontación
con el helenism o exactamente los mism os problem as que
más tarde el islam.
Para em pezar habría que con ciliar las creencias que se ha-
bí£ui vuelto sagradas (y los textos sobre los que se fundan) y
la razón, fundamento de la construcción neoplatónica. Esta
•conciliación im plicaba echar m ano de la interpretación figu­
rada de los textos, p or oposición a su interpretación literal.
Por supuesto hacerlo abría el capítulo nuevo de los debates
teológicos, con todas las disputas que iban a ocasionar, so­
bre todo porque —salvo dar prueba de gran ingenuidad—
esas disputas podían m uy bien servir a num erosos intereses
sociales en con flicto (conflicto de clases, de pueblos, de p o­
deres, etcétera).
( o*. Por otro lado, la m etafísica helenística se prestaba bien a
una reinterpretación religiosa (así fuera en el caso cristiano
com o más tarde en el islámico). Hasta había preparado el te­
rreno en cuanto al punto esencial de la inm ortalidad del
alma y la m oral inmanente. La reflexión sob ré la responsabi­
lidad individual y el libre albedrío, en con flicto potencial
con la om nipotencia divina, así co m o sobre la naturaleza de
la intervención de esta om nipotencia en el orden del mundo,
condujo en poco tiempo a soluciones que prácticam ente de-
y finieron la nueva fe religiosa, poniendo el acento en dos co n ­
clusiones: la responsabilidad moral individual ilimitada y la
exigencia para el creyente de una convicción íntima, que
deje atrás la sumisión form al a los ritos; el reconocim iento
de que la creación no excluye la regulación del universo p or
un orden de leyes que pueden ser descubiertas por la razón
científica y, por consiguiente, la condición excepcional del
m ilagro (la intervención divina fuera de esas leyes).
$ ca Los debates concernientes a las relaciones entre el univer­
so y la creación se mantuvieron más abiertos y fracasaron.
Porque si bien algunas interpretaciones intelectuales adm i­
tían la eternidad del m undo coexistente con la de Dios, otras,
más próxim as a la creencia popular, valorizaban la letra de
la m itología del Génesis. P or esto de igual m od o las con s­
trucciones cosm ogónicas podían ser objeto de interm inables
debates, regularmente estériles a nuestros ojos contem po­
ráneos.
^ « X a s circunstancias han establecido una estrecha relación
entre la expresión religiosa nueva, el m onoteísm o en su fo r ­
ma judaica y la espera mesiánica. Sé trata de circunstancias
que tienen m enos im portancia de la que generalmente se les
atribuye. En todo caso, p or ello había que con ciliar la reali­
zación de la espera m esiánica con el dogma m onoteísta. La
teología nueva, propia del cristianismo, se vio enfrentada a la
cuestión dé la naturaleza de Cristo (divina y humana), pero
también, más allá, de las “ cualidades divinas". Una vez más
las escuelas se han enfrentado incesantemente al respecto.
La contribución de Egipto a la form ación del mundo cris­
tiano nuevo fue decisiva .2 La historia nos enseña que, en la
mayoría de los casos, la adopción de una nueva religión se
impone por la fuerza de la conquista extranjera o p or la vo­
luntad del Estado y las clases dirigentes. Ahora bien, la cris­
tianización dé Egipto es, excepcionalmente, producto exclusi­
vo de un movimiento interno propio de la sociedad La riqueza
del pensam iento cristiano en Egipto es el resultado de exi­
gencias de esta confrontación con los poderes establecidos
y con el helenism o pagano. Lejos de rechazar esta cultura sa­
bia y matizada, el Egipto co p io integra su aportación a la
nueva religión. La cuestión central que preocupa a los filóso­
fos de Alejandría sean éstos cristianos o no (pero aquéllos vi­
ven en un m edio cristianizado en su m ayor parte) es la de re­
conciliar la razón y la fe. El agnóstico Plotino, sus discípulos
cristianos Amonio, Orígenes, Valentín, Clemente y Dedemos
son los grandes nom bres que la historia ha retenido, com o
fundadores de la filosofía agnóstica. Ésta produce una sínte­
sis magistral que con ciba la razón y la fe y constituye la fo r­
ma acabada de la ideología tributaria cuyos argum entos se­
rán retom ados p o r el islam motacilita. Propone clasificar a
los individuos desde este punto de vista en tres categorías:
la élite de los agnósticos, cuya inspiración divina viene a
com pletar su dom inio de la razón, la masa popular, p o co
preocupada p o r las exigencias del espíritu, y cuya interpre­
tación de la religión resulta grosera y formalista, y final men*
te una ciase intermedia capaz de aceptar la conciliación de
la razón y la fe, aun cuando ella se mantiene extraña a la ins­
piración divina. Esta clasificación jerárquica, natural para
una sociedad de clases adelantada, tenía la ventaja evidente
de dar a la élite pensante una gran libertad en la interpreta­
ción de los dogm as, co m o volverá a verse en el islam de la
gran época, pero no en el O ccidente cristiano antes del Rena­
cimiento.
( 5^ Verem os más adelante cóm o el islam, enfrentado a los
mism os problem as, les d io respuestas idénticas.
vSif' Este prim er m ilenio de la era medieval (del 300 a. C. hasta
el 600 d. C.) n o fue pobre ni estéril, cualesquiera que sean los

2 Véase Murad* Kamel. La civilisation de l'Egypie copie, en árabe. El


Cairo, 1961,
ju icios que podam os em itir hoy día sob re la m etafísica y la
escolástica helenística y luego cristiana de Oriente. La meta­
física y la escolástica islám icas proseguirán la misma ob ra
en el transcurso de los siguientes cin co prim eros siglos de la
Hégira (de 700 a 1200). Durante este prim er m ilenio m edie­
val, la Universidad de Alejandría, de los T olom eos a Plotino
‘ y en los últim os tiem pos del Egipto copto, probablem ente
fue el centro más activo del pensam iento en toda esta parte
del mundo, no sólo en el dom inio de la m etafísica, sino igual­
mente en el de las ciencias,^ en particular la astronom ía y la
medicina, a las cuales hizo avanzar notablemente. La expan­
sión cristiana redujo los centros y señalarem os al menos Ha-
/ ran en Siria, aunque só lo sea porque su prod u cción intelec­
tual constituyó una de las fuentes de inspiración para la
m etafísica islámica. Desde luego también los innum erables
conflictos de poder alimentaron las escuelas y las disputas
durante los seis siglos del cristianism o oriental, opon ien do
entre otras cosas las am biciones im periales de Bizancio a los
intereses locales (egipcios y sirios sobre todo). Lina vez más
nada que difiera m ucho de lo que veremos reproducirse en el
transcurso de los cinco siglos omeya y abasida que seguirán.

3. La metafísica medieval: la versión árabe-islámica


acabada y la versión occidental periférica1
.4
^ Apenas algunos decenios después de su aparición, el islam
se vio enfrentado, p or su conquista de Oriente, a una serie
de desafíos importantes a los cuales respondió brillante­
mente.
^j¡ El islam se constituyó sobre textos sagrados precisos, en

3 No llenaré el texto de referencias a las etapas de tiste desarrollo de!


pensamiento árabe-islámico. Las obras (en árabe) de Husein Merué, Tayeb
El Tizmi, Yazji, pueden constituir aquí la fuente esencial de estas referen-
cias. Los debates organizados en los últimos años en torno de los trabajos
de Merué y Tizini están también presentes en nuestro espíritu. Nuestros
puntos de vista críticos han sido expresados en diversos escritos publicados
en árabe. Samir Amm, La crise de la societé arabe, El Cairo, 1985: del mismo
autor, L'aprés-capitalisme, Beirut, 1987, y A propos de la crise de l'idéologie
arabe coMemporaine, A! Fikr Al Arabi, núm; 45, 1987.
un grado m ucho m ayor que el cristianismo, cuyos Evange­
lios siguen siendo, en com paración con el Corán y la Zuna (la
co le cció n de los dichos y los hechos de) Profeta, los Badilas)
más o m enos vagos. Los musulmanes extraerán de inmedia­
to de esos textos una verdadera legislación —la chaña—
que, sin necesariamente reglamentar por adelantado todos
los aspectos de la vida social, proporcionan un buen núm ero
de p rin cip ios y, en algunos aspectos, reglas precisas. La fe
en sí mism a es, en la interpretación de los prim eros m usul­
manes de Arabia, probablem ente grosera, com o ellos m is­
m os lo son en su vida social y cultural. La prueba la propor­
ciona p oco más tarde el esfuerzo que hubo que desplegar
para adaptarla a los pueblos del Orienta civilizados co n fo r­
m e se iban islamizando.
Ahora bien, el Estado musulmán resulta, de la noche a la
mañana, señor de ese Oriente helenizado y cristiano. El de­
safío es capital en todos los planos. En el plano de los con oci­
m ientos científicos y técnicos (y del desarrollo de las fuerzas
productivas), sin com paración con el nivel alcanzado por los
nóm adas árabes. En el plano de la com plejidad de las rela­
cion es sociales, administrativas y políticas de las organiza­
ciones estatales milenarias en la región. En el plano de la
cultura helenística-cristiana de la que, com o se vio en pági­
nas anteriores, habría elaborado una metafísica y una esco­
lástica globales, inspiradas p or un humanismo universalis­
ta, una hábil conceptualización de la fe y la m oral, una
reconciliación con la razón científica. Pero también en el
plano de la diversidad aun marcada de las realidades popu­
lares, de sus expresiones lingüísticas, literarias, de las prác­
ticas y las creencias que transmiten, etc. En resumen, Per­
sia, que sólo había sido superficialmente helenizada (en un
grado sin com paración con el de Egipto> Siria y M esopota­
mia), se había quedado fuera de la nueva cristiandad oriental,
aunque en contacto estrecho con ésta por una parte, pero
también abierta a la India en un grado mayor por la otra. La
escuela de Jundishapur, que también desempeñará un papel
im portante en la elaboración escolástica islámica, es testi­
m onio de esa situación específica del Irán islamizado. Quizá
hasta se encuentre en esta diferencia una de las claves que
explican el m isterio de esta oposición sorprendente entre la
arabización de Mesopotamia, Siria y Egipto (y más tarde el
Mahgreb) y la supervivencia del persa al este del Zagros.
$ Había que conciliar la nueva fe y sus textos sagrados p or
nna parte, con las exigencias materiales, políticas e intelec­
tuales de esos m undos helenizados (cristiano y persa), p or la
otra. Eso implicaba una verdadera revolución cultural, que
el islam ¡ogro.
'Pj, Señalem os bien aquí que lo que los árabes llamarán la
"cultura griega" es en realidad la del helenismo, y éste ya
cristianizado. De la filosofía griega clásica prehelenística,
todavía lo ignoran todo; y de hecho sólo conocerán a S ócra­
tes, Platón y Aristóteles a través de Pío tino.
^ Los árabe-musulmanes comprenderán de inmediato —ve­
remos después mediante qué cam inos— que podían co n c i­
liar la escolástica helenística y la nueva fe, exactamente
com o los cristianos de Oriente lo habían hecho, planteando
las mismas cuestiones y dándoles las mism as respuestas.
Merece recordarse el cam ino de la construcción de la es­
colástica islámica, del Discurso motacilita (el Kalam) del
prim er siglo de la Hégira a Ibn Rochd, punto culminante y
término de aquélla en el sexto siglo de la Hégira.
El discurso de los motacilítas (el Kalam) plantea sus
cuestiones precisamente a partir de la crítica de la interpre­
tación grosera de los prim eros musulmanes, inaceptable
tanto para los recién convertidos com o para la nueva clase
dirigente y la élite intelectual árabe-persa-islámica. Debe­
mos señalar aquí al m enos las cuestiones principales,
"V Se había partido modestamente del rechazo al form alis­
m o de la sum isión a los ritos com o elemento constitutivo su­
ficiente que establecía la convicción religiosa. Se acepta la
idea de una justicia divina inmanente (a propósito del debate
conceimiente "a los musulmanes autores de graves peca­
dos” ) que escruta las conciencias. Esto conduce de inmedia­
to a plantear la cuestión del libre albedrío ante la om nipo­
tencia divina. En este dominio, los partidarios del libre
albedrío (al qadaria, la voluntad) se oponen a los del determi-
nism o divino {al jabaria, al tassir, la determinación divina) a
golpe de interpretaciones divergentes de los textos sagrados,
poniendo el acento ya en éstos, ya en aquéllos. Cuestión que
a su vez contraría la idea que uno se hace del modus
operandi de la om nipotencia divina. Los motáziles optan por
la solución helenística: D ios opera por m edio de las leyes
de la naturaleza {namus al sababia), que él ha establecido y,
dado que no se ocupa de “ detalles" (la jouziyat), rechaza el
recurso al “ m ilagro". Esto era tanto com o afirmar que, pues­
to que las leyes de la naturaleza en cuestión pueden ser des­
cubiertas mediante el uso de la razón, no existe con flicto en­
tre ésta y la revelación,
A? Así pues progresivam ente se autorizaba la interpretación
figurada de los textos sagrados. Ya'era necesario para con ci­
liar los con cep tos del libre albedrío y de la regulación del
m undo p or leyes físicas p or una parte y,el de la om nipoten­
cia divina p or la otra. La interpretación del sentido que ha­
bía que darles a las cualidades del Creador, descritas en tér­
m inos antropom órficos en los textos, d io así lugar a la
oposición entre los partidarios de la letra (al tashbih) y los
de una interpretación purificada de esas form as (al tanzih).
Con el m ism o espíritu se rechazará la letra del dogm a de la
resurrección de los cuerpos para sustituirla p or el de la reu­
nión de las almas (el prbblem a llamado de "hashr al ajsad”).
N o obstante la interpretación figurada también perm ite to­
mar distancia, de ser necesario, con respecto a la ley (la cha-
ría) en sus prescripciones de apariencia precisa, pues el Co­
rán m ism o, aunque palabra de Dios, fue "crea d o” . Hoy día
diríam os que está fechado, y se dirige a los hom bres de una
época y un lugar. Debem os pues, inspirándonos en sus prin­
cipios, adaptar sus prescripciones a la evolución de las con ­
diciones. Para m uchos eso significaba rayar en el sacrilegio.
■‘í-E l problem a de la creación estaba en el centro de los deba­
tes que perm itieron ir lo más lejos posible en el m arco de un
pensamiento m etafísico, Al afirm ar la eternidad del mundo
coexistente con la del Creador, se adherían a las tesis de la
m etafísica helenística, reduciendo la descripción de la crea­
ción a un m ito destinado a convencer a las m uchedum bres.
También allí, eso era tanto com o rayar en el sacrilegio.
V El Kalam abría el cam ino a la filosofía, concebida com o
m etafísica, es decir la búsqueda de la verdad absoluta. Al
Kindi, el prim er filósofo de lengua árabe {muerto en el año
873 d. C., 260 de la Hégíra), es prudente. Reconoce la existen­
cia de diversas vías de acceso a la verdad: los sentidos, que
son suficientes para aprehender la naturaleza mediante la
práctica em pírica de las relaciones que podem os tener con
aquélla; la razón (deductiva), que alcanza su plenitud en las
matemáticas; la inspiración divina, único m edio para acce­
der al conocim iento superior de lo absoluto. N o obstante, él
no concebía conflictos entre estas tres vías, sino p or el c o n ­
trario su com plem entariedad, dado que los sentidos y la ra­
zón fueron dados al hom bre por Dios. Al Farabi (muerto en
el año 950 d. C., 339 de la Hégira), en lucha con la cuestión
central de las leyes (Je la naturaleza {namus al sababia), inte­
gra a su vez la cosm ogonía caldea a la nueva m etafísica islá­
m ica. Ibn Sina (m uerto en el año 1037 d. C., 428 de la Hégira),
adoptará a su vez esta perspectiva cosm ogónica, reforzándo­
la con el concepto de la eternidad del universo coexistente
con la de Dios.
^ Ibn R och d (muerto en 1198 d. C., 595 de la Hégira), polem i­
zando contra los adversarios de la razón, produce una espe­
cie de síntesis de la metafísica islámica, un com pendio que
será retom ado casi tal cual por la escolástica cristiana de
Occidente. En todos los dominios, del libre albedrío, de la
causalidad, de la interpretación figurada de los textos, él se
coloca a la vanguardia del pensamiento árabe-islámico. ¿ Ha
llegado hasta a pensar que la verdad racional —cuya inde­
pendencia con respecto a la verdad revelada (por su teoría
de la "d o b le verdad") proclam a— podrá incluso entrar en
con flicto con, si no la fe, al menos el dogm a? Fue condenado
por este m otivo p or sus correligionarios y luego p or los he­
rederos cristianos de su escolástica. ¿Habrá llegado a poner
en duda los desbordam ientos cosm ogónicos ? La cuestión si­
gue causando controversia. El hecho de que no hable en su
polém ica de ello puede ser interpretado ya sea com o un re­
chazo (lo cual a mi parecer es poco probable, pues entonces
lo habría dich o con toda seguridad) o porque simplemente
era adm itida por todos, incluso los adversarios a los que res­
pondía (Ghazzali —m uerto en l i l i d. C., 505 de la Hégira—
en prim er lugar) y porque, en una obra polém ica, no era ne­
cesario recordar las tesis admitidas por los dos cam pos. Lo
cierto es que en otro dom inio que era objeto de las más v io­
lentas controversias porque ponía en tela de ju icio intereses
sociales más directamente —a saber el dom inio del margen
de interpretación de la ley (la charia)— Ibn R ochd llegó al ex­
tremo de lo posible. Al abogar en favor de una visión " c ir ­
cunstancial” de ésta, abrió la vía a una separación posible
del Estado (y del derecho) y de la religión. Pero este princi­
p io de "revolu ción protestante” en el islam, p o r así decirlo,
no tuvo consecuencias. Ibn Rochd será condenado y sus li­
bros quemados.
En efecto, la construcción m etafísica de esta escolástica
islámica, hermana gemela de las construcciones helenística
y cristiana, que fue la ideología dominante en los sectores
más ilustrados del m undo árabe-persa-islámico en sus m ejo­
res períodos, a veces hasta sostenida p o r el poder del kalifa
(en la é p o /a de Al Mamun -8 1 3 -8 3 3 d. C.; 198 hasta 219 de
la Hégíra) jam ás con oció un triunfo sin rival. Muy pronto las
audaces conclusiones de Kalam son rechazadas e Ibn Safuán
reafirma la preeminencia del destino, determ inado en todos
sus detalles p or el poder divino, abriendo el cam ino al fata­
lism o vulgar pero siempre popular. Desde Al Asarí — m uerto
en 953 d. C., 324 de la Hégira— y sus partidarios, haStá Ghaz-
zali, quien finalmente triunfará para ser reconocido durante
los och o siglos siguientes com o "la-prueba del islam " (Hauja
al islam), los partidarios de la letra de los textos harán oír
su voz y aún más a partir de la época del kalifa Al Mutawakil
(847 d. C., 231 de la Hégira) ganarán el poder para su causa,
-á El argumento invocado contra la escolástica de la razón
era enorme: la razón no es suficiente y no perm ite llegar a
la verdad absoluta que se busca. La intuición, el corazón, la
inspiración divina son aquí irremplazables. El descubri­
miento de los límites del poder de la razón habría p odido
conducir a dudar de la propia m etafísica y su proyecto im po­
sible de llegar al conocim iento absoluto. N o lo hará. P or el
contrario, el poner en duda la escolástica de la razón no se
hará para avanzar (y habrá que esperar el Renacim iento eu­
ropeo para que este rebasamiento se inicie), sino dando un
paso atrás, mediante la afirm ación de una m etafísica apoya­
da en razonamientos. En estas condiciones, la utilización de
las técnicas del ascetismo, de inspiración hinduista, encon­
tró su lugar, inspirando el sufismo, expresión misma del fra­
caso de la construcción metafísica helenística-islámica.
OEn efecto, en adelante el sufism o proclam ará claramente
su duda con respecto a la razón. Conserva em pero la p reocu ­
pación p or el conocim iento absoluto e incluso, más que nun­
ca, lé concede más importancia que a cualquier otro c o n o c i­
miento parcial. La organización de cofradías (generalmente
s e c r e ta s ) y las prácticas que permiten "el viaje” (al safar)
—cantos rítmicos, a veces droga y hasta alcoh ol—, el prin ci­
pio de la obediencia ciega de /os m iem bros a/ jeque del grupo,
todo éso acabó por inquietar al poder, siempre conservador
pero m oderado y celoso de que se le escaparan los centros
de decisión, sobre todo porque habría que ser ingenuo para
no suponer que este tipo de reconstrucción social interviene
necesariamente en los m últiples con flictos sociales y p olíti­
cos, ya sea p or cuenta propia, o m anipulado. El suplicio
que su frió en 922 d. C., 309 de la Hégira, el más grande pen­
sador del sufism o —Al Hallaj— es testim onio de esta hostili­
dad para con él.
Q El islam se despliega así durante unos cinco siglos en di­
versas direcciones que podem os reclasificar en tres familias.
La prim era es la metafísica m oral y racional, de aspira­
ción universalista, de inspiración helenística. Hermana ge­
mela de la m etafísica escolástica cristiana, produce el m is­
m o tipo de conciliación entre diversas preocupaciones: la de
la moral individualizada y universalista, la de la confianza
en la razón deductiva, i a del respeto p or los textos sagrados.
Esta conciliación debe también desplegarse a otros dom i­
nios para perm itir absorber la herencia social, económ ica,
administrativa y política del Oriente civilizado. Se basa en
gran parte en el uso de la lógica form al del lenguaje, pero no
. évita la paralógica y la analogía. Eso le perm ite también
com plem entarse con una cosm ogonía totalizadora (con sus
inevitables deslices astrológicos) p or una parte y admitir el
recurso al ascetismo, pero en dosis m oderadas. En ese m ar­
co global, este islam acepta cierta diversidad de opiniones y
pragmatismo. Todo ello crea una atm ósfera relativamente
favorable ai progreso, en las ciencias parciales y la vida so­
cial, que en algunos aspectos ha sido notable y no igualada'
en los tiempos medievales. Esta interpretación es también la
de los m edios ilustrados. Pero el poder no la admite real y
totalmente,
4-- El poder debe tener en cuenta lo que es: el poder de las
clases dominantes explotadoras. Asimismo prefiere gober­
nar a una masa ignorante que se conform a —claro que no
siem pre— con una interpretación simple que, p oco preocu­
pada por la filosofía y por la conciliación de la razón y de la
fe, se nutre de textos tom ados al pie de la letra y del form a­
lism o de los ritos. Ello es igualmente conciliable con el man­
tenimiento de diversas prácticas populares, que van del cul­
to de los santos a la astrología, la videncia, y hasta la
brujería, etcétera.
*7 La interpretación oficial del poder zunita, para favorecer
al conservadurismo, algunas veces reform ador y que el po­
d er necesita, se sitúa a m edio camino entre estas dos fam i­
lias de actitudes, siempre vigilante y utilizando un doble len­
guaje, según el destinatario. La Cristiandad de la Edad
Media y el poder absoluto del Antiguo régimen pertenecen a
la misma edad mental y política y recurren a los m ism os
procedimientos.
\ Por lo demás la insatisfacción producida por la escolásti­
ca refinada de los intelectuales, por una parte, y el form alis­
m o zafio del pueblo por la otra (y el doble juego del poder
entre los dos) alimentaron una tercera fam ilia de actitudes.
La aspiración al conocim iento absoluto inspira la búsqueda
de lo "o cu lto " (al baten) detrás de la nitidez aparente de los
textos. El chiismo, en particular en sus interpretaciones ex­
tremistas (a veces verdaderos sincretismos entre el islam y
otras creencias religiosas: mesianismo cristiano, mazdeís-
m o e hinduismo) se prestó más que el zunism o a este ejerci­
cio. Quizá también aquí haya otra de las claves que explican
el éxito del chiism o en Irán (abierto hacia la India). Pero el
sufismo, que se generaliza a partir del siglo cuarto de la Hé-
gira, responde a la misma necesidad. Por supuesto, en gene­
ral el p od er no simpatiza m ucho con este tipo de actitudes.
Salvo el caso en que llegue a controlarlas oficializándolas,
com o lo hicieron el Estado fatimita o el Irán chiita; pero en­
tonces las vacían de su contenido explosivo. Siempre son po­
sibles los resurgimientos, com o el Irán jom einista (y en gene­
ral el fundamentalismo) lo ilustra en nuestro tiempo.
0 Por supuesto el pensamiento árabe-islámico no se ha lim i­
tado a la reflexión filosófica, Y ésta no se ha desarrollado en
un vacío social. El examen de la evolución del pensamiento
1y d é los m ovim ientos sociales aclara sobre el debate escolás-
; tico cosas difíciles de sospechar de otra manera,
v j En diversos escritos publicados en árabe habríam os in-
•tentado caracterizar la naturaleza de las luchas sociales y
políticas que agitaron al mundo árabe-islám ico medieval.
Sin insistir en el detalle de la argumentación nos ha pareci­
do posible identificar dos tipos de conflicto. Está el con flic­
to latente, permanente, entre el pueblo y el poder, que lleva
consigo todas las características de la lucha de clases en las
sociedades tributarias. El pueblo (cam pesinos y pequeño ar­
tesanado) sufre la opresión y la explotación permanentes
propias de toda sociedad tributaria. Se som ete, p o r la mani­
pulación o la búsqueda de la salvación del alma; de vez en
cuando se rebela y entonces utiliza el estandarte de la inter­
pretación revolucionaria de la religión (que no es ni la esco­
lástica racionalizante ni la sum isión llana al form alism o).
Movimientos com o el de los carmatas del siglo IX, y otros,
hacen una crítica de la ley (la chaña) para dar una interpre­
tación justificadora de sus aspiraciones a la igualdad y a la
justicia. Es evidente la analogía con las luchas del pueblo
contra el poder en otros sistemas tributarios de Europa m e­
dieval y del Antiguo régim en en China, Pero también hay
conflictos en el seno de la clase dirìgente tributaria, entre sus
secciones profesionales o los intereses regionales que sus di­
versas fracciones pueden representar. Estos conflictos ocu ­
pan generalmente el proscenio y dan cuejfta de las guerras y
de las luchas en las cuales lo que está en ju ego es el poder.
Los debates en torno de la escolástica islámica se articu­
lan, sobre estos conflictos de naturaleza diferente y encuen­
tran su reflejo en el pensamiento social, que se expresa ya
sea directamente com o tal o a través de los prism as de la ex­
presión literaria, poética, artística, culta o popular. Algunos
ejem plos ilustrarán esta afirm ación.
•f. En el siglo X los Hermanos de la Pureza (Ijuan A l Sifa) ex­
presan sin duda la insatisfacción del pueblo ante el poder
del califa. Proponen la reform a que debiera garantizar si­
multáneamente la felicidad en el mundo terrenal (la igualdad
y la justicia, la solidaridad social) y el acceso a la eternidad
del más allá (un poder moral es la condición del triunfo de los
principios de la moralidad en el propio pueblo). La nosüilgiu
de los prim eros tiempos alimenta sus aspiraciones de restau­
ración de la teocracia de los califas Rachidin (los cuatro pri­
meros califas), probablemente embellecidas com o siempre
bajo la form a de una "edad de oro". La ambigüedad del lla­
mamiento al regreso a las fuentes aparece aquí con toda cla­
ridad. Es a la vez la expresión de un proyecto de transforma­
ción de la realidad juzgada insoportable y la del estancamiento
en el pasado com o m edio de transformación. Este llama­
miento traduce la inexistencia de un pensamiento social
científico. Esta ausencia im pide com prender p o rq u é la rea­
lidad —insoportable— es lo que es. Pero habrá que esperar
a los tiem pos m odernos para que el pensamiento humano
llegue a plantearse las cuestiones relativas a la organización
de la sociedad de una manera que rebase e) simple debate
moral.
víi El pensamiento social árabe-islámico queda entonces con ­
finado a la discusión moral, lo m ism o que el pensamiento so­
cial de otras sociedades tributarias de la Europa precapita-
lista a China. Tenemos un buen ejem plo de ello, una vez más,
en el proyecto de ciudad ideal (Al Madina Al Fadila) de Fara-
bi. Com o su predecesor Has san Al Basri (muerto en el año
728 d. C „ 111 de la Hégira), Farabi considera que el mal no
proviene de las im perfecciones de la ley (aquí la chaña) sino
de los hom bres encargados de su aplicación. Es un análisis
bastante pobre.
Se podrían m ultiplicar los ejemplos. El pensamiento so­
cial árabe-islám ico queda prisionero de las condiciones obje­
tivas de la sociedad tributaria, la cual da vueltas y vueltas,
chocando unas veces con el muro de la escolástica racionali­
zante y otras con el de la sumisión formalista, metiéndose a
veces en el callejón sin salida de la aceleración del proceso
ascético. A veces el m ismo individuo, com o en el caso del
poeta Abu Ala Al Maari (muerto en el año 1057 d. C., 449 de
la Hégira) m anifiesta su confianza en la razón para caer a
continuación en el determ inismo fatalista o la retirada ascé­
tica.
hay duda de que los hombres de la época, a pesar de
los límites objetivos del tiempo, son tan inteligentes com o
sus sucesores. También son capaces de experimentar el ma­
lestar del estancamiento del pensamiento tributario y de ex­
presar por ello un escepticism o que prefigura un progreso
posible más allá de aquél. Pero no irán más allá.
excepción es por cierto Ibn Jaldúp (m uerto en 1406 d.
C., 808 de la Hégira), cuyos progresos en dirección de un pen­
samiento social científico son extraordinarios, inigualados
hasta él e insuperados hasta el siglo xvlll o x ix . Él piensa
que la sociedad está som etida a leyes com o la naturaleza (rta-
mus al sababia). Sólo falta descubrirlas. Pero su equipo con ­
ceptual no se lo permite. Tam poco las vagas determ inacio­
nes geográficas y el ciclo de las generaciones (inspiradas por
una parapsicología social) pueden condu cir más que a una
visión del eterno retom o y de la repetición sin fin y sin pro­
greso. Eso convenía bien al actor-observador de las clases/di­
rigentes, com o lo era él, convertido en escéptico; pero no
podia alim entar una fuerza social de transform ación real.
P or últim o, si se desea intentar una síntesis de la naturale­
za de los progresos realizados por la sociedad árabe-islámi­
ca medieval y de sus límites, quizá sea posible hacerlo en al­
gunas de las propiedades siguientes.
-£©JEn prim er lugar, la arabización y la islam ización de esta
región crean las condiciones para una vasta sociedad unifi­
cada (por la lengua, la cultura y la religión), base objetiva del
progreso de las fuerzas productivas y p or lo tanto del desa­
rrollo del Estado basado en el m odo de producción tributa­
rio. La gran revolución que en su prim era época de grandeza
realiza el islam es precisamente la de haberse adaptado a las
exigencias de esta construcción estatal. Sin esta revolución,
el Oriente civilizado no hubiera probablem ente podido ser
islamizado; y el paso de los árabes sólo lo habría m arcado
por las devastaciones, com o sucedió en ocasión del paso de
los m ongoles. Los nostálgicos del islam de los prim eros
tiempos, aquellos del Profeta y de los cuatro prim eros cali­
fas, se rehusaban a com prender que ése fuera el p recio del
éxito del islam. En esta vasta reconstrucción estatal, social
y cultural de Oriente y del Mahgreb, la producción de la es­
colástica helenística islám ica racional cum plió funciones
esenciales, aun cuando el poder guardaba ciertas distancias
a su respecto. Sería fastidioso e inútil enum erar todos los
dom inios en los qué se realizaron progresos im portantes en
ese m arco. Prácticamente de todas las ciencias, com enzando
p or las matemáticas (la invención del cero y de la numera- |
ción decim al, trigonom etría, álgebra) y de la astronomía, la I
m edicina y la quím ica (pasó de la alquimia a la quím ica |
científica), Y lo m ism o ocurrirá en el dom inio de las técnicas f
de produ cción y del desarrollo de las fuerzas productivas ¿
(sobre todo p or la extensión^ de los m étodos de irrigación), |
así com o en los de las letras y las artes. En todos estos domi- í
nios, com o en los del pensamiento social (con la percepción j
excepcional en dirección de una ciencia social) y filosófico, •
los m om entos más brillantes del desarrollo de esta civiliza- \
ción nueva corresponden a aquellos en los que la diversidad, j
la controversia, la grandeza de espíritu, incluido el escepti­
cism o, son tolerados y aun considerados com o naturales y
bienvenidos.
{ ^ E n segundo lugar, se trata de un pensamiento medieval,
caracterizado, com o todo el pensamiento medieval, p or el
predom inio de la producción m etafísica (llegar al con oci­
miento suprem o) m arcado p or una fe religiosa que se trata
de reforzar, y hasta de "p rob a r" su veracidad. En este plano
nos hem os separado de los principales analistas árabes con­
tem poráneos (principalmente de Hussen Me rué y Tayeb el
Tizini). Estos autores han propuesto un análisis en términos
del co n flicto m aterialism o/idealism o en el seno de la filoso­
fía árabe-islámica, que reflejaría según ellos el conflicto en­
tre las tendencias progresistas del capitalism o y las fuerzas
reaccionarias del feudalismo. No volveré aquí sobre m is c o ­
m entarios relativos a esas proposiciones. Conform ém onos
con hacer observar que el contraste materialism o/idealism o
es m enos decisivo de lo que quizá se ha creído en la versión
popular del m arxism o; y que la existencia del "m aterialism o
espontáneo” de las ciencias (la eternidad de la materia) no
anula el carácter idealista fundamental de la preocupación
que definía a toda la m etafísica a fordori religiosa. Agregue­
m os que el análisis en térm inos de conflicto capitalism o/feu­
dalism o parece carecer de fundamento real. Por el contrario
podem os ver en el auge de esta escolástica medieval la ex­
presión de la necesidad de adaptación del islam a la con s­
trucción tributaria en un vasto espacio integrado, mientras
que las resistencias a este auge han expresado los rechazos
de fuerzas sociales diversas, sacrificadas en distintos grados
p or el auge de la nueva gran sociedad tributaría. Entre ellas
estaban sin duda las fuerzas del pasado en decadencia' ali­
mentando las nostalgias por el pasado, pero también las
fuerzas populares víctim as permanentes de toda prosperi­
dad fundada en la explotación y la opresión..La clasificación
“ izquierda’ '/"derecha” de las ideas debe tom ar en cuenta las
ambigüedades en las que se expresa el rechazo popular, el
cual no se manifiesta en una m etafísica racional sino en su
rechazo. La hipótesis em itida tiene la ventaja de p rop orcio­
nar una explicación de este hecho aparentemente curioso, a
saber, que el brillante auge de la civilización se sitúa en los
prim eros siglos de la Hégira, en tanto que los siglos siguien­
tes se caracterizan p or un estancamiento sin brillo. Es u/i fe­
nóm eno exactamente inverso al que caracteriza la historia
del Occidente europeo, el Renacimiento, que se abre al desa­
rrollo capitalista que sucedió a los tiempos medievales. El
pensamiento árabe-islám ico se constituyó en la confronta­
ción que la reconstrucción tributaria en una base más am ­
plia im ponía en las relaciones entre el poder nuevo y las so­
ciedades del Oriente civilizado. Cuando el Estado tributario
nuevo se halló bien establecido y el proceso de arabización
y de islam ización estuvo suficientemente avanzado, las inci­
taciones creadas p or la confrontación dejaron de ejercer sus
efectos benéficos. El pensamiento árabe-islámico se adorm e­
ció entonces apaciblemente. Hay allí una expresión com ple­
mentaria del desarrollo desigual. El auge del pensamiento
se asocia en las situaciones de confrontación y de desequili­
brio. Los tiempos de apariencia fácil construidos sobre un
equilibrio estable son pues los del estancamiento del pensa­
m iento. El auge de los prim eros siglos del islam no tiene
pues ninguna relación con ningún "capitalism o naciente".
Por el contrario, la ausencia de este desarrollo capitalista
explica precisam ente el ulterior adorm ecim iento del pensa­
miento.
V * En tercer lugar, la escolástica islámica medieval inspiró
en gran medida el renacimiento de la escolástica cristiana
en O ccidente. En este Occidente sem ibárbaro hasta el siglo
Xl, incapaz p or eso de retom ar p or su propia cuenta la e sco ­
lástica helenística y cristiana de Oriente, que p or lo demás
habían desaparecido sumergidas p or la islamización, las
condiciones objetivas maduran a partir del siglo xi-xn, im­
poniendo el paso de las fuerzas primitivas del m od o tributa­
rio (la disgregación feudal) a sus form as evolucionadas (la
m onarquía absoluta). El Occidente cristiano está entonces
m aduro para com prender el alcance de la escolástica islám i­
ca que adoptará casi tal cual, sin experim entar el m enor m a­
lestar. Los debates que habían opuesto a los motáziles y filó ­
sofos al asatism o y en particular el sueño que Ibn R och
(Averroes) habían producido, en su polém ica contra Ghazza-
li, son leídos con pasión e interés por Tom ás de Aquino
(1225-1274) y sus sucesores, para irrigar la renovación de la
escolástica cristiana que reprodujo con los m ism os argu­
mentos — tom ados tal cual— los m ism os debates. En la m is­
ma época, el judaism o andaluz salía de la edad prim itiva
para entrar, con Maimónides (muerto en 1204 d. C., 601 de
la Hégira), én una construcción m etafísica que no podría dis­
tinguirse en nada de aquella del islam. El pensamiento hele­
nístico es entonces descubierto p or Occidente a través de su
integración en la construcción m etafísica islámica. Es sólo
más tarde, con el exilio rom ano de los griegos de Constanti-
nopla, tras la caída de la ciudad en 1453, cuando O ccidente
com enzará a saber que este pensamiento helenístico había
sido precedido por el de la G recia clásica, cuya existencia
mism a se ignoraba hasta entonces.
y? - La exposición anterior ha puesto voluntariamente el acen­
to en la m etafísica islámica. Por una parte porque ésta es
p oco y mal conocida en Occidente, deform ada por el prejui­
cio eurocéntríco de la oposición islam-cristianismo. P or otra
parte y sobre todo porque esta exposición muéstra cóm o la
m etafísica islám ica acaba la obra del helenism o y del cristia­
nism o oriental y lleva a su apogeo la ideología tributaria de
la región. En contraste, se calculará la pobreza de la versión
de la m etafísica del cristianism o occidental, que no es más
que un reflejo pálido, grosero e inacabado (periférico) de
esta ideología tributaria.
’ ¿¡»'La historia del pensamiento del cristianism o en Occidente
pasó p or tres etapas: la de los dos prim eros siglos (siglos IV
y v, es decir el final del Bajo Im perio rom ano de Occidente),
los seis siglos som bríos (del VI al XI), la renovación escolásti­
ca de los siglos XII y XIII.
^í*En el transcurso del prim ero de estos períodos, la m etafí­
sica cristiana, que se constituye en Oriente, se difunde en
Occidente en una versión simplificada. En el egipcio Oríge­
nes (en Contra Celse), se encuentra la expresión refinada de
la preocupación fundamental: conciliar la razón y la revela­
ción, el d iscu rso de la racionalidad griega y de la m oral hu­
manista de los Evangelios. La inmortalidad del alma y el libre
albedrío se fundan tanto en la razón com o en la revelación.
Por lo demás, Orígenes defiende la autonom ía de la Iglesia
eiyrelación con el Estado, condición esencial según él para
la protección del pensamiento contra las vicisitudes de las
exigencias del poder (nosotros diríamos hoy, si se nos perm i­
te esta extrapolación temeraria, condición para la dem ocra­
cia mediante la separación de la sociedad civil y del Estado).
En form a simultánea Orígenes integra la aportación lejana
dé las técnicas del ascetism o cuyas prácticas, que generali­
zará el m onarquism o egipcio (San Pacome, San Antonio,
etc.), preconiza.
5 V Paralelamente a esos debates fundamentales, se desarro­
lla una teología de controversias concernientes a la natura­
leza de Cristo —divino y humano cuyos m aestros (Atañasio,
Ario, Cirilo, Néstor) son orientales.
N^ÉvNada de eso ocu rrió en Occidente, La aportación de San
Jerónimo y de San Am brosio se limita a las epístolas que re­
cuerdan al Em perador y los Grandes sus deberes, en las cua­
les la trivialidad del contenido señala la ausencia de interés
por la cuestión de la conciliación entre la razón y la fe. El be­
rebere San Agustín {La Ciudad de Dios), considerado con
toda razón el espíritu más sofisticado de Occidente, defiende
sin em bargo la letra de los textos concernientes a la creación
y rechaza la idea filosófica de la eternidad d e la m ateria que
está en el centro del problem a de la conciliación razón-fe. Y
si San Agustín brilla en el firmam ento de la antología o c c i­
dental, es probable que sea principalmente porque la R efor­
ma encontró que su alegato en defensa de la separación de
la Iglesia del Estado era una defensa elocuente de su rebe­
lión contra las pretensiones papales. Queda p or decir que el
argumento sobre el que fundó San Agustín su alegato — a sa­
ber que los designios de la Providencia son inescrutables—
no está por encim a de la argumentación del cristianism o de
Oriente. Ei cristianism o de Occidente es al de Oriente lo que
Rom a es a Grecia.
\_U\ Nada o casi nada hay que señalar en los seis siglos que
siguen. Reyes, señores y aun en gran parte hom bres de la
Iglesia son, com o sus pueblos, casi todos iletrados. Su cris­
tianismo es pues casi simple form alism o y superstición. La
excep ción que representa Jean Scot, irlandés del siglo IX ,
quien cqnoce la tesis de la conciliación Razón-Revelación y
admite el libre albedrío, sólo demuestra que en su isla, que
todavía no ha sido alcanzada por las hordas de invasiones
bárbaras, la lectura de los orientales no ha desaparecido.
^U L a escolástica medieval occidental se constituye a partir
del siglo XII y, no p or casualidad, a partir de las regiones de
contacto con el mundo islámico: la Andalucía árabe y la Sici­
lia de Federico. Caracteres com partidos con los de su fuente
de inspiración islámica: su confianza ilimitada en el silogis­
mo y la lógica form al, pasablemente indiferentes ante los he­
chos y la ciencia en general, su llamado a la razón para rea­
firm ar las conclusiones establecidas de antemano p o r la re­
velación (la existencia de Dios). No obstante, mientras que
la m etafísica acabada de las vanguardias islámicas depura
estas conclusiones de sus escorias textuales, para no retener
más que la abstracción de la inmortalidad del alma (recha­
zando la interpretación literal de la creación com o se ha vis­
to más arriba), la escolásticaoccidental es en este plano infe­
rior. Y Santo Tomás de Aquino (La Suma contra tos gentiles),
a pesar de ser el espíritu más avanzado de su época, se queda
en este plano p o r debajo de Ibn Ruch (Averroes), cuyas con ­
clusiones, consideradas demasiado temerarias y amenaza­
doras para la fe, rechaza.
flir N o obstante, la pobreza de la escolástica occidental debía
con stituir precisamente la ventaja de Europa. Dejando for­
zosam ente una insatisfacción m ayor que la versión refinada
del islam, no ofrecía más que una resistencia m enor a los
asaltos del em pirism o del cual R oger Bacon (quien restaura
la im portancia de la experiencia frente a la dialéctica del si­
logism o escolástico) inaugurará el proceso de un desarrollo
precisam ente autonomizado por esta razón en relación con
el d iscu rso m etafísico. Los historiadores de las Cruzadas sa­
ben cóm o los árabes se escandalizaron al ver las prácticas de
los francos. En particular su "ju sticia" basada en la supers­
tición (las ordalías) no tenía com paración con la sutilidad de
la interpretación de la chaña. Se olvida con demasiada fr e ­
cuencia hoy día, cuando se le califica de "m edieval” , Pero a
la inversa era más fácil desembarazarse de un "d erech o" tan
prim itivo com o el de los francos que rebasar la sabia casuís­
tica de derecho musulmán.
fj*> Así pues, el triunfo de la metafísica escolástica cristiana
sería dé corta duración en Occidente, Apenas tres siglos des­
pués maduraron a su vez las condiciones objetivas de un re-
basamiento de los horizontes tributarios de la sociedad. Con
el Renacimiento, desde el s¿glo XV I, se inician simultánea­
mente el desarrollo capitalista y el cuestionam iento del sis­
tema de pensamiento medieval. El paralelo se impone: al
feudalismo, form a periférica del m odo tributario, corres­
ponde una versión periférica de la ideología tributaria cuya
expresión acabada en la región fue la m etafísica islámica,
heredera del helenismo y del cristianism o oriental,
0 ^E 1 paradigma sugerido inspira las siguientes con clu sio­
nes. En prim er lugar, la ruptura edad antigua/edad medieval
no se sitúa allí donde la historia convencional eurocéntrica
la coloca, es decir al final del Imperio rom ano de Occidente
(los prim eros siglos de la era cristiana). Nosotros situam os
esta ruptura antes, en la época de Alejandro el Grande, es de­
cir en el m om ento de la unificación helenística de Oriente
(300 años a, C.). La época medieval com prende pues la suce­
sión (o la coextensión) de los mundos helenístico (incluso ro­
mano), bizantino, islám ico (incluso otom ano) y cristiano o c ­
cidental (feudal).
La elección de la ruptura convencional situada al final del
Im perio romano revela un prejuicio bien anclado que otorga
a la era cristiana el valor de una ruptura cualitativa decisiva
que en realidad no tiene. Esta ruptura es sin duda im portan­
te para el conjunto europeo, dado que corresponde al paso
gradual de los años de la barbarie (céltica, germ ánica y esla­
va) a la sociedad de clase organizada (aquí bajo la form a feu­
dal), pero en Oriente (bizantino e islámico) no es estable. Re­
tenerlo aquí revela una proyección eurocéntrica abusiva.
Mutatis mutandi lo m ism o sucede con la ruptura de la Hégi-
ra. Evidentemente ésta no tiene el m ismo significado en el
Oriente islamizado (Egipto y Persia) que para la península
arábiga.
En segundo lugar, la ruptura propuesta edad antigua/edad
medieval no corresponde a una transformación importante
del m od o de producción dominante, com o por ejem plo el
paso de la esclavitud al feudalism o.
En tercer término, la ruptura propuesta es entonces pro­
pia del dom inio de la historia de las ideas y de la form ación
ideológica. Ésta proposición es ía consecuencia lógica de la
precédem e. Por tanto de alguna manera esta ruptura es bas­
tante relativa. La tesis es que lá elaboración ideológica pro­
pia de los tiempos muy prolongados de las sociedades tribu­
tarias se inicia lentamente en el Oriente civilizado (sería más
justa 1a expresión los Orientes civilizados) para tomar form a
de una manera más coherente, más consistente y —de algu­
na form a— "definitiva” a partir de 1a época helenística. Su
con creción pasa entonces por form as sucesivas o coexisten-
tes, que son las de 1a edad helenística (incluyendo 1a cristian­
dad bizantina), del islam y de 1a cristiandad occidental.
Cuarto, 1a ruptura edad medieval/edad m oderna corres­
ponde por el contrario, efectivamente, al paso al m odo capi­
talista, La posición de 1a religión en el sistema de las ideas
(com o 1a de 1a ciencia, 1a filosofía, 1a moral social) es enton­
ces ob jeto de una reinterpretación radical.

II. LA CULTURA TRIBUTARIA EN LAS DEMAS AREAS CULTURALES


DEL MUNDO PRECAPITALISTA

La tesis propuesta anteriormente concerniente a 1a cultura


tributaria en sus expresiones centrales y periféricas ¿es es­
pecífica sólo del área del mundo euro-árabe-islámico consi­
derada?
rJX El mundo afroasiático es por excelencia el universo no oc­
c i d e n t a l, no cristiano. Pero es un universo también diversifi­
cado en sus raíces, confucianista-taoísta, budista, hinduista,
islámico, animista. La religión ha definido aquí las grandes
áreas culturales de las épocas anteriores a 1a expansión mo-
■* dem a del capitalismo. En com paración con esta dim ensión
cultural, la que el etnicism o europeo del siglo X IX quiso po­
ner en un prim er lugar (por la oposición indoeuropeos/sem i­
tas, por ejemplo) no tiene peso real.
Si bien el eurocentrism o "orientalista" ha producido el
Snito "oriental" con todas sus piezas, no se le puede oponer
el m ito inverso del "afroasiatism o” sino análisis específicos
y concretos, apropiados a cada una de las áreas sociocultu-
rales que com parten los dos continentes. Tenem os también
que evitar el doble escollo de las "esp ecificid ad es" inmuta­
bles (del confucianism o, el islam, etc.) en el callejón sin sali­
da en que se encierran las reacciones nacionalistas cultura-
distas y aquel de los ju icios terminantes que se desprenden
cuya inversión fácil demuestra su fragilidad: el confucianis­
m o en otro tiempo considerado la causa del retraso de China
se ha convertido, con la nueva moda, en la explicación de su
despegue, así com o del de los "m ilagros" japonés y coreano.
fSi A continuación no pretendemos hacer un análisis de la
form ación de las ideologías tributarias en cada una de las
áreas culturales enumeradas. Deseamos solamente dem os­
trar, con el ejem plo del área confuciana, lo fecunda que nos
parece la hipótesis que hem os desprendido a partir de la his­
toria euro-árabe-islámica. .
*
1. El confucianism o ha sido, por su gran coherencia, la ideo*
logia acabada de una sociedad tributaria acabada, la de Chi­
na. Se trata, pues, de una filosofía civil (y no de una religión)
aunque de tono religioso, que atribuye a la jerarquía social
el carácter de una necesidad humana permanente fundada
en una sociopsicología implícita que, hoy en día, puede pare­
cer bastante trivial. El carácter acabado de esta ideología,
que acompaña al del m od o tributario, explica la extremada
fuerza de resistencia que ha opuesto al cam bio, com o sucede
hoy en Occidente con la ideología de la alienación econom is­
ta. Ha sido necesario esperar que China, sacudida fuerte­
mente desde el exterior p or el capitalismo, lo rebasara p or su
revolución socialista para que finalmente, a partir sobre
■todo de la Revolución cultural, el confucianism o com enzase
a perder terreno.
^ El m ilagro japonés, que define la única área no europea
del capitalism o desarrollado, proporciona p or ello un terre­
no excepcional de estudio para un análisis forzosam ente no
eurocèntrico de las relaciones ideología/base en la transfor­
mación social.
A p ropòsito del Japón, con frecuencia se dicen cosas con­
tradictorias, com o que-perdió suxultura nacional, de la cual
sólo conservó una envoltura vacía, o p o r el contrario que
yuxtapuso y hasta integró su propio sistema de valores (el
paternalism o en la empresa, porejem plo) a las exigencias de
la ley de la ganancia. En realidad se puede decir que Japón
accede directamente a la ideologia del capitalismo completa­
mente formada, bajo su forma acabada de alienación mercan­
til, porque no pasó por el período de transición del individua­
lismo burgués expresado en el movimiento de transformación
del cristianism o europeo. Sin embargo, el Japón capitalista
sucede a otra sociedad tributaria no acabada, de tipo feudal.
La ideología de esta sociedad era en parte la de China, madre
de la civilización regional, aunque el carácter del m odo tri­
butario japonés se oponía a un préstam o ideológico global.
¿N o es una prueba de ello el éxito relativo del budism o? En
efecto, el budism o constituye una reacción antihinduista
análoga a las religiones semitas por su proclam ación rela­
cionada con la separación del hom bre de la naturaleza. Pero
en la India el budism o fracasa y en China no llega tam poco
a hacer mella en la ideología propia de China. En Japón sí.
Sin em bargo, p or no ser europeos, los elem entos de la ideo­
logía japonesa precapitalista llegan con m ayor dificultad a
integrarse en la nueva ideología capitalista. Ésta recupera
sobre todo los elementos propiamente chinos de la ideología
anterior porque el m odo capitalista avanzado, correspon­
diente al m undo de la organización y de! hom bre unidimen­
sional, se acerca al m odo tributario, dado que reaparece la
transparencia de la sangría del excedente con la centraliza­
ción del capital.
M ichio Morishima* ha puesto bien en relieve el carácter
periférico del confuciani smo japonés de Bakufu Togukawa,
paralelamente al feudalism o japonés, también form a perifé­
rica del m odo tributario. Mientras que el confucianism o chi-

ACapitülisme et confucianisme, op. cit.


•no, al poner el acento en la bondad y el humanismo, funda
■ una burocracia imperial civil, el de Japón, centrado en la leal­
t a d entendida com o sumisión a las órdenes de los superio-
' res, funda una burocracia feudal m ilitar que se volverá na-
;; cionalista en la época moderna; del m ism o m odo en que el
C m ercado de trabajo capitalista será la form a moderna de ex­
presión de un "m ercado de la lealtad” según la afortunada
expresión de Morishima.
¡ Una de las especificidades notables del confucianism o es,
según hemos dicho, su naturaleza civil y no religiosa, un
p oco com o lo había sido el helenism o. Pero éste ced ió el lu-
, gar a form ulaciones religiosas — la cristiana y la islám ica—
porque estas últimas form ulaciones satisfacen m ejor la as­
piración metafísica popular. En China, la necesidad religio­
sa se expresa a través del taoísm o cam pesino, especie de
chamanismo que proporciona las “ recetas” que permiten ac­
tuar sobre las fuerzas sobrenaturales. Por el contrario, para
la clase ilustrada dirigente, es cuestión de honor no actuar
de esta manera. Si las fuerzas sobrenaturales existen (y en­
tonces se sobreentiende que existen) el confucianista perfec­
to debe renunciar a la vana am bición de creer que puede ma­
nipularlas. El confucianism o es pues una m etafísica, en el
sentido de que no pone en duda la existencia de fuerzas so­
brenaturales, pero de una especie de sobria nobleza rara­
mente igualada. Mientras que en nuestra región euro-árabe
las form ulaciones helenísticas y luego religiosas se suceden
en el tiem po, en China coexisten repartiéndose su público: a
las élites la form ulación no religiosa, al pueblo la de la
religión. Esta especificidad ha sido quizá un fa ctor com ple­
mentario de flexibilidad y p or lo tanto de longevidad del sis­
tema cultural tributario. Pero quizá ha sido igualmente un
ulterior factor de relativa apertura a las aportaciones ex­
tranjeras (en Japón a la ciencia occidental, en China al mar­
xismo), que aquí no han tropezado con creencias de tipo reli­
gioso con lo que entrañan rigideces particulares,
^ Pero si bien en China la pareja com plem entaria confucia-
nismo-taoísmo opera con la sutileza de una civilización tri­
butaria acabada, en Japón el elemento confuciano —reduci­
do a la obediencia jerárquica— se fusiona con el sintoísmo,
otra versión japonesa un p oco sim plificada del taoísmo. don-
de el em perador —deificado— a la vez retiene la cúpula de
la piiám ide de la jerarquía del poder y del sím bolo de las
fuerzas sobrenaturales. Por supuesto que la grosería de esta
con stru cción, debía forzosam ente provocar mucha insatis­
facción, lo cual explica el éxito del humanismo budista entre
las m asas populares.
La relación China-Japón, que funcionaría com o centro y
periferia de una manera análoga a la relación Oriente-Occi-
dente en la región mediterránea, y eso tanto en el plano de
la base constitutiva de los m odos de producción (hay un feu­
dalism o japonés com o el de la Europa bárbara) com o en el
de la ideología, ha engendrado el m ism o “ m ilagro” : la madu­
ración rápida del rebasamiento capitalista en la periferia
del sistema. A mi juicio, este desarrollo paralelo constituye
la prueba p o r excelencia de que no es inútil buscar leyes uni­
versales que trasgredan las especificidades de su expresión
local y que, en este dom inio, la hipótesis del desarrollo desi­
gual es de una fecundidad indiscutible. De admitirla, todas
las visiones eurocéntricas de la singularidad europea se de­
rrumban.
V\ Así pues hay otro hecho que invita a proseguir el análisis
de la dim ensión cultural. El conjunto del área cultural con ­
fuciana ha pasado, ya sea al capitalism o y según parece con
éxito (Japón, Corea del Sur, Taiwàn) o a la revolución llama­
da socialista (China, Corea del norte, Vietnam). Por el con ­
trario, en las demás áreas culturales que se reparten Asia y
África (los mundos hinduista, budista, islám ico y animista),
con frecuencia a pesar de condiciones objetivas análogas e
incluso a veces más favorables, ni un desarrollo capitalista
autocentrado ni la revolución parecen estar a la orden del
día en lo inmediato. N o concluyam os qué las ideologías domi­
nantes aquí (sobre todo el islam y el hinduismo) constituyen
obstáculos absolutos para la cristalización de una respuesta
al desafío histórico que sea revolucionaria y eficaz. Por el
contrario, sostenemos que el islam, entre otros, podría ser
tan flexible com o su gemelo-rival el cristianism o, y que una
"revolución burguesa" en el islam era a la vez necesaria y po­
sible aunque las circunstancias concretas de la historia con ­
temporánea de la región no lo hayan permitido hasta ahora.
Sin em bargo es posible plantear la cuestión de saber si el
confucianism o no presentaba, desde el punto de vista de
esta flexibilidad, algunas ventajas relativas que dieran cu en ­
ta de la evolución rápida y positiva de la región que le c o n ­
cierne. Señalemos aquí la ventaja que representaba quizá el
carácter civil de la ideología confuciana. Agreguem os que
por esto las sociedades confucianas no conocían más que
dos realidades sociales, la familia en el plano m icrosocial, la
nación en el plano m acrosocial, y por tanto dos lealtades le­
gítimas: la devoción a la familia y el servicio al Estado. En
ün m undo en el que la respuesta al desafío de la expansión
capitalista desigual im pone una revolución nacional p op u ­
lar y la iniciativa en la base, quizá ésa sea una ventaja. Pense­
m os, en com paración, en las fluctuaciones de la sensibilidad
de la revuelta árabe-islámica, que oscila entre el p o lo del na­
cionalism o árabe y el de la legitimidad islámica, o en la ago­
tadora fragm entación ocasionada p or los con flictos religio­
sos aquí o las afiliaciones étnicas allá.
pt 2. El budism o produce una metafísica casi laica, análoga
en m uchos aspectos a la del confucianism o y del helenism o.
El helenism o, dos siglos posterior, supuestamente se inspiró
en la reflexión búdica, que encontró en Afganistán, Buda no
es en realidad más que un sabio que extrajo su saber de sí
m ism o, p or su propio esfuerzo, y no pretende ser un profeta
inspirado. Buda, co m o Confucio y los filósofos helenistas
laicos, duda p or lo demás de que semejante categoría de se­
res inspirados pueda ser tomada en serio. Llegan a la con clu ­
sión de que la humanidad debe elaborar su propia moral sin
tom ar en cuenta revelaciones, sino sacando su sabiduría de
la de los hombres.
0 ) Las conclusiones a las que llega Buda son, en su conteni­
do, las mismas que definen las exigencias de la m etafísica
tributaria. La m oral propuesta es de alcance universal ai di­
rigirse a toda la humanidad por encima de las diversas creen­
cias religiosas, sin gran importancia puesto que la búsqueda
de Dios es ilusoria y las fuerzas sobrenaturales seguirán
siendo necesariamente inescrutables. La inmensa tolerancia
de la que han sido portadoras estas proposiciones debe atri­
buírsele al pensamiento búdico, que corta en form a tajante,
en este plano, con los accesos de fiebre fanática que las reli­
giones llamadas reveladoras inspiran con frecuencia. Por el
otro lado, la moral búdica del justo medio, a la m anera con-
fuciana, asegura el respeto al orden social conservador-
reformista, necesario para la reproducción de la sociedad
tributaria.
El agnosticism o en el dom inio de lo divino no excluye el
reconocim iento de un alma, individualizada, responsable y
considerada eterna. Esta deducción supuestamente resulta
de la lógica mism a de una reflexión humana "s a b ia ", Nacida
en el m undo hinduista, el budismo debía por lo demás, en
ese terreno, tom ar de él la creencia en la m etem psicosis. De
manera simultánea el elitism o propio de la ideología tributa­
ria produce aquí una doctrina muy próxim a a la de la creen­
cia egipcia. Los seres humanos son clasificados cpm o "m on­
je s " capaces de practicar la moral del justo m edio y de
conciliar la razón y la sabiduría metafísica, y "hom bres co­
m unes" que se conform an con una versión debilitada de la
m oral social.
Cj Es interesante hacer notar que el budismo, después de ha­
ber conquistado para su filosofía a vastos espacios asiáticos
en India y en China, term inó por retroceder en estas dos so­
ciedades. En India el hinduismo. que — a sí m ism o— se pre­
senta com o una verdadera religión, ha rechazado las inter­
pretaciones del budism o no obstante ser respetuoso de las
liturgias locales, incluso cori un matiz de desprecio elitista.
Este relajam iento es quizá semejante al del helenism o, seve­
ramente criticado p or el cristianismo. En China el reflujo
búdico encuentra quizá una explicación en la enorm e proxi-
midad;de su filosofía con la del confucianism o, que gozó de
la ventaja de ser un producto de la cultura nacional.
H jE ste doble reflujo se vio acom pañado de una desviación
de la interpretación budista, convertida a su vez casi en reli­
gión en las regiones donde subsiste, desde el Tíbet hasta la
península indochina. Quizá ése sea un testimonio de la difi­
cultad encontrada p or toda metafísica laica.
7 ^3 , El análisis com parativo de las m etafísicas de tipo reli­
gioso (cristiana, islám ica e hinduista) y las dél tipo laico (he­
lenismo, confucianism o, budismo) puede inspirar algunas
reflexiones útiles concernientes a la ideología y la cultura
tributarias. Quizá esta com paración nos permite captar lo
esencial en la construcción cultural adecuada al m odo tribu­
tario: una disposición universalista que perm ite pasar p or
encim a de las separaciones étnicas o tribales en b en eficio
del Estado im perial, una reconciliación de la razón científi­
ca y del reconocim iento de lo sobrenatural, una m oral con-
servadora respetuosa de las jerarquías sociales. Por el con ­
trario, la form a de expresión de esas exigencias puede ser
incorporada en una religión dogm atizada o quedar form u la­
da en los térm inos de una filosofía laica.
La m ayor parte de los cristianos (europeos y americanos),
de los m usulm anes (árabes y otros) y de los hinduistas p ro­
bablemente están p or com pleto conven cidos de la superiori­
dad intrínseca de sus creencias religiosas. Una m ejor refle­
xión sobre las m etafísicas laicas les enseñaría quizá a ganar
en m odestia y a liberarse de los excesos de sus convicciones,
"fjs 4. Tales son algunos de los elem entos necesarios, en nues­
tra opinión, para la construcción de una teoría de la cultura
tributaria. La con stru cción de una teoría de la cultura co le c­
tiva podría proponerse en términos paralelos ,5 poniendo de
relieve la concom itancia entre tres elem entos de la realidad
Social global, a saber: las exigencias de la reproducción so­
cial en una sociedad sin clases y sin Estado, el predom inio
en estas condiciones de una ideología del parentesco y la ex­
presión de la unidad social en lo que se ha dado en llam ar
las religiones "an ím istas" (o "regionales"). Estas últimas,
por el acento que ponen en el som etim iento a las fuerzas so ­
brenaturales, y p or el lugar más restringido que p or ello dan
alas exigencias de la razón ¿acaso no traducen simplemente
ün nivel m ás elemental de desarrollo de las fuerzas p rod u c­
tivas? Lo p oco que les preocupa la dim ensión humana uni­
versal ¿acaso no es la traducción de la fragm entación de las
sociedades com unitarias, incapaces en este estadio del desa­
rrollo de superar el horizonte regional?

s S a m i r A m i n , C /a s s e el nation, M i n u i l , 1 9 7 9 , c a p . II,
2. LA CULTURA DEL CAPITALISMO. 1
EL UNIVERSALISMO TRUNCADO j
DEL EUROCENTRISMO Y LA INVOLUCIÓN j
CULTURALISTA J

¡> 1. Con el Renacimiento da com ienzo en sus dos dimensiones


la transformación radical que m odelará al m undo m oder­
no: la cristalización de la sociedad capitalista en Europa y la
conquisté del mundo que ésta realiza. Se trata de dos dimen­
siones inseparables del mismo movimiento. También las teo­
rizaciones que separan estos dos aspectos para privilegiar
sólo a uno son por esto no sólo insuficientes y deformantes
sino hasta, las más de las veces, en absoluto c ie n tífic a s ^ s e
mundo nuevo se libera pues de la dom inación de la metafisT"
c a al tiem po que se ponen los eirmentos materiales de la so­
ciedad capitalista.] Por esto mismo la revolución cultíifaTdel
mundo m oderno abre la vía a Ia^xplosión de los progresos
científicos y los pone sistemáticamente al servicio del desa­
rrollo de las fuerzas productivas, a la form ación de una so­
ciedad laica, portadora en un futuro de la aspiración'dem o-
cráticífiE n forma simultánea, Europa tom a conciencia del
alcance universal de su civilización, ahora capaz de conquis­
tar el mundo.
|_E1 mundo nuevo que se construye sgrá por vez primera en
la larga Historia d^ltrhttrnaTttdad-prog3^sivaffi'eñtJéSíumtys&
fr dP fprlasT^TasTuñdaméMalesi del sistema econoifeLiOT^Í^“^
talistaTbasado en la dom inación de la empresa privada, el
trabajo asalariado y el libre com ercio de productos de esta
empresay’Lo será igualmente por el carácter racional de las
decisiones que gobiernan no sólo la empresa en cuestión
sino la política de los estados y de los partidos que renun­
cian a dejarse guiar en su elección p or la antigua lógica ex­
clusiva del poder para sustituirlo por el predom inio del inte­
rés económ ico, que a partir de entonces se convierte en el
principio último directamente activo. Formulada en los tér­
minos Iranapnrenten de los intereses huma don,jes la nueva
racionalidad impulsará la gestión dem ocrática, form a su-
|1 prema de la Razón, al tiem po que por su fuerza conquistado­
ra suscitará la unificación de las aspiraciones hacia cierto
tipo de consum o y de organización de la vida social^)
' v Ó F.n su dimeasián mltor-al pyta-r&Mnliirión <¡p ep
■V> todos los dom inios del pensam iento y de la vida social, .inclu-

con las exigencias^


y ... ' Jrtfrí 1
I T n ñ ffyia-caoi»anH
'■■'I1"'1«*!1» ^
¿A caso no m uestra
^
esta revolución religiosa que el crecim iento m etafisico es
pptencialmente plástico y no constituye una invariante cu l­
tural transhistórica? 0 bien, cóm o algunos lo piensan ¿ se
trata de una potencialidad que sólo poseía el cristianism o?
•Q Sin duda la aspiración a la racionalidad y al universalis­
m o no es producto del m undo m oderno. N o sólo la racionali­
dad — sin duda siempre relativa, pero ¿nos hem os salido de
esta relatividad?— ha acom pañado a toda a cción humana
desde el origen, sino que también el con cep to universal del
ser humano, al trascender los límites de su pertenencia c o ­
lectiva (a una raza, un pueblo, un sexo, una clase social), ya
había sido producido por las grandes ideologías tributarias,
com o ya se ha visto^No obstante, a pesar de esta aspiración,
el universalismo haoía sido potencial, porque ninguna socie­
dad había llegado a im ponerse y a im poner sus valores a es­
cala m undiap
p P e ro el Renacimiento no es sólo el m om ento de la ruptura
con la ideología tributaria. Es también el punto de partida
de la conquista del mundo p or la Europa capitalista^La coin ­
cidencia entre la fecha de 1493, que es la del descubrim iento
de América, y de los com ienzos del Renacim iento no es for­
tuita. Si la época del Renacim iento se im pone com o la de una
ruptura cualitativa para la historia global de la humanidad,
es precisamente p o rq u e ro s europeos toman conciencia a
partir de esta época de qué Ta con^uiSt'á deíT T¥furK?e"por^su
civilizacion es
conciencia ti'é^'ünx^perionHalJ'en^álgüriós ás|fé£f6s"aB!£SÍíjf-

pas v e n d e r o s ^Jj^anjftX^l^onocen todos los pueblos que


lo habitan y son los únicos que tienen esta ventaja. Saben
que Incluso si tul o cual im perio dispone todavía de m edios
m ilitares para defenderse, ellos, los europeos, podrán desa­
rrollar m edios más poderosos .^ 1 eurocentrismo se cristaliza
en esta nueva conciencia, a partir de esta época y no antesj.
p Sabem os hoy que la form a social que se constituye enton­
ces en Europa es nueva, que se le puede analizar en térm inos
de capitalismo.^Sabemos hoy que este nuevo m od o de orga­
nización económ ica y social llevaba en sí un dinam ism o c o n ­
q u is ta d o r sin com ún m edida con aquel que podía caracteri-
? zar a todas las sociedades anterioresl^Sin duda las form as
em brionarias del capitalism o (la emjíresa privada, el inter­
cam bio mercantil, el trabajo libre asalariado) existían en la
J 'egión mediterránea desde m ucho tiempo atrás, en particu­
lar en sus com ponentes ¡.'irabe-islámico e italiano? Et_sistc-
ma m editerráneo que hem os tra tadodg, analizaran lasp&gi-
nas'précédentés córistitüía, de cierta manera, la prehistoria
del sisíéma'cíeTa econprld1i^T»i»nd(> capitalista. QucHa por“de-
cir"qüé este sistema m editerráneo no dará por sí m ism o el
salto cualitativo hacia adelante que permita hablar de con ­
creción capitalista acabada. Por el contrario, las fuerzas m o­
trices de la evolución em igrarán de las orillas avanzadas del
M editerráneo hacia las regiones periféricas del noroeste
atlántico de Europa para cruzar aquí el Rubicón que separa
la prehistoria del capitalism o de su plenitud en su form a
acabada. El sistema m undo capitalista se m odelará entonces
en to m o al centro atlántico, marginando a su vez al viejo
cen tro mediterráneo.
QÜAsj pues, de a l ca p L t ^ m a x a m o sistema
m uncfiaTpotenci al no exisíi^rni,entrasjoo se tenía c o n c i e n c ^
¿deesepod éF coñ qu ista dor que contenía|Én e i júffloJiYIIl Ve-
W jp ttE T ^ a ^ stiP w ^ m zaB a sobre las Bases .del capitalism o,
jr e r o lóscom ercíantes venecianos no sólo no analizan su so-
c iedád'élTestoíTerm inos, sino qüéTn siquiera" suponen que
su- Sistema, sea capáz de conquistar ál~ffiunyb. Durante las
Cruzadas cristianas y musulmanas se creen unos y otros de­
tentadores de una fe religiosa superior, pero en este estadio
de su evolución — los hechos lo han probado— no pueden im­
poner a los otros su propia visión del universalism o llevado
respectivamente por el cristianism o y el islam. Por eso los
juicios de unos no son más "cu rocén tricos" de lo que los
otros son "i.slamocéni ricos", Dnnk; pudo relegar a Muhoma
al Infierno, lo cual no es un signo de una con cepción euro-
céntrica del mundo, contrariamente a lo que piensa Edw ard
Saíd . 1 Sólo se trata de un provineionalismo banal, que es
otra cosa, porque es sim étrico en los dos adversarios.
|_J Máxime Rodinson ha dem ostrado la diferencia que separa
la visión europea medieval del islam — tejida de ignorancia
y de temor, pero que no expresa ningún sentimiento de supe­
rioridad en términos humanos, dado que la superioiidad de
su propia fe religiosa sobre la de las otras es evidente— de
la arrogancia eurocéntrica de los tiempos modemos.^fEl éu -
rocent rism o nit^rinr f?«n más^aue la expresión de~égg "
géne ro de m anif^siaciones/^iyigies: im plica una teoría de la
historia, „universal a-parti-r-de. eTía^™^, proyécí'S' ji'álíiüc'a
índialC

en los eur o p e o s ^ f o o ^ u a a . ^ ¿ i e f f l ^ !au£va.'Epco im por­


ta, entonces, que en este estadio, y durante largo tiem po to­
davía, esta conciencia no sea la que tenemos hoy en día, es
decir que el fundamento de la sup erioridad de los europeos
que efectivamente ban con quistado al mund o residía en el
m od o ca pitalista de organización de s u - s e e i e d a L o s eu ro­
peos de la época n o analizan la nueva realidad de esta m ane­
ra, ¡Brom eando podríam os decir que no sabían que estaban
"con stru yendo el capitalism o” '.(También atribuyen la supe­
rioridad, cuya conciencia han adquirido, a ótrá c 6 $3 r 1af$uu_
’ i stf ^S^Tá' süs' ancestros griegos que
redescubren en esta époSa“—ñ o p o r a ^ f ^ “íSShKr'Sé* veráJ'El
euráC^tliSíTitiéftteró' ya está allí. Dicho de otra manera la
aparición de la dimensión eurocéntrica de la ideología del
mundo m oderno precede a la cristalización de las otras di­
mensiones que definen al capitalismo.
El desarrollo ulterior de la historia de esta conquista del
mundo p or el capitalism o iba a dem ostrarnos que aquélla no
lograría en absoluto la hom ogeneización —ni siquiera pro-

1Edward Saíd, L'orieníaiisme, Parts, Le Senil, 1980.


2 Máxime Rodinson, La fascination de ¡'islam, Mas pero, 1982. Véanse
igualmente: Jacques Wztardenburg, L'istam dans le miroirde l'Occldent, La
(laya, Mouton, 1963; Bernard Lewis, Comment ¡ ’islam a découvert t’Europe,
L¡i Découverte, 1984, y del mismo autor, Símiles el anthémites, Fayard,
1987.
gresiva— de las sociedades del planeta, a partir del m odelo
europeo. Por el contrario, esta conquista iba a continuar
profundizando de etapa en etapa la polarización en el seno
del sistema mundo, su cristalización en centros acabados y
periferias incapaces de recuperar un retraso evidente que
no deja de agravarse, haciendo de esta contradicción del rea­
lism o "realm ente existente", insalvable en el m arco del sis­
tema capitalista, la contradicción principal más explosiva
de nuestro tiempo.
j\ ^ ¿ . El m undo nuevo es capitalista, se define y se reconoce
a partir de las características de este m odo de producción^
Pero la ideología dominante que se constituye no puede orga­
nizarse en to m o a un reconocimiento lúcido de esta naturale­
za, so pena de perder su función de legitimación.. Admitirlo
sería adm itir que la sociedad nueva debe a su vez enfrentar­
se a sus límites históricos reales, hacer hincapié en sus con ­
tradicciones in t e r n a s e n a ideología dominante debe despe­
ja r del cam po de la visión que inspira este tipo de duda
destructora. Necesita consolidarse com o ideología basada
en "verdades eternas” de vocación transhistóricáj
(h La ideología dom inante del mundo nuevo cum plirá pues
tres funciones complementarias indisolublemente ligadas.
^ P n fn é r o oscurecerá la naturaleza esencial del m odo de pro­
ducción capitalista^ En efecto, sustituirá la toma lúcida de
conciencia de la alienación econom ista en la que se basa la
reproducción de la sociedad capitalista por el discurso de
una racionalidad instrumental transhistórica. En segundo
lugar, deform ará la visión de la génesis del capitalism o, ne­
gándose a considerarlo a partir de una investigación de las
leyes generales de la evolución de la sociedad humana, para
sustituirla p or una doble construcción míticaJPor una parte
am plificará las especificidades de la historia llamada eu ro­
pea mientras p or otra atribuirá por contraste especificida­
des opuestas a la historia de otros segmentos de la humani­
dad.^Llegará esta ideología a la conclusión de que el ftiilagro
del capitalism o no podía ser sino europeo1}E n tercer lugar
se negará a relacionar las características fundamentales del
capitalism o realmente existente (es decir la polarización
centros/periferias que le es inmanente) con el p roceso de
reproducción de este sistema en su dimensión mundializa-
da. Aquí saldrá fácilm ente del apuro negándose sim plem en­
te a tom ar al m undo com o unidad de análisis, lo que le per­
mitirá atribuir las desigualdades entre los com ponentes
nacionales que lo constituyen a causas exclusivam ente “ in­
ternas" a los mismos. Reafirmará así sus prejuicios relati­
vos a las especificidades transhistóricas que supuestamente
caracterizan a los diferentes pueblos.
Q S £ a ideología dominante legitima de esta manera a la vez
al capitalismo com o sistema social y a la desigualdad a escala
niundial que lo acompaña. l ^ ld e d o d A ,eurQCfia,.^ aaa&ta n -
rá progresiv^eni£HiÍÉ&d^d^&Ba«áfflé«nFl«>tiltas*a)>ktabluuces
dehsìglò XV]ll y hast.a.^ ] en torno a la invención de
las ^verdades eternas que ejáge esta legitim ación^ El m ito
cristianófilo, aquel del ancestro griego, la construcción anti­
tética artificial del orientalismo, definen el nuevo culturalis­
m o europeo y eurocèntrico, condenándolo de manera irre­
mediable a rozar su ahna condenada; el racismo ineliminable.
j^ ^ B T m a rx ílto orTsTfttfféeñ utftnóvim iento cont radíete- -
I rio que es a la vez la prolongación deJ a filosofi a de-las T.nrf<;
Ly-la^uatru^ c o n eü arA fe'i se le debe la desm istificación que
form ula del econom ism o fundamental de la ideología dom i­
nante. Al grado de que en adelante, después de Marx, nadie
puede ya pensar com o antes de él. N o obstante, el m arxism o
tropezará con límites que siempre tendrá dificultad en supe­
rar; heredará cierta percepción evolucionista que le im pide
desgarrar el velo eurocèntrico del evolucionism o burgués
contra el que se subleva. Si esto es así es porque el verdadero
desafío histórico al que el capitalism o realmente existente
se enfrenta h a b id o n^aj^ fltendidoifen suexpan1l5fn!TtinmaT]
pota'rízadora, el capitalism o pm none una hom ogeneizacinn 1
CkLmatljjqjaag no puede r e a iiz a r ^ ~ ^ ^ ^ ^ " ^
^ El estancarm ento^s^K ^TtotáT Ahora bien, nuestro m un­
do contem poráneo reacciona al desafió por m edio de una de­
sesperada aceleración del proceso, en una verdadera doble
involución culturalista, eurocèntrica y hasta provineialista,
en O ccidente, ‘‘eurocèntrica invertida" en eí T ercer Mundo,
^Más que nunca las exigencias de un universalismo a la altu­
ra del desafío imponen un examen crítico de los m odos de
pensar de unos y otrosí
I. LA LIBERACIÓN DE LA METAFÍSICA Y LA
REINTERPRETACIÓN DE LA RELIGIÓN

^ i. El Renacim iento rompe con el pensamiento m edieval£jil


pensamiento m oderno toma sus distancias con respecto al
de la edad medieval al abandonar la preocupación m etafísi­
ca dominante. En este sentido, la im portancia atribuida a las
verdades parciales es sistemáticamente valorizada, mien­
tras la búsqueda del conocim iento absoluto es abandonada
a sus aficionados") Por eso se estimularán las investigaciones
científicas particulares de los diversos dom inios del univer­
so con ocid o y, com o estas investigaciones im plican p or natu­
raleza la sumisión a la prueba em pírica de los hechos, la rup­
tura entre ciencia y tecnología será relativizada. De manera
simultánea, la ciencia m oderna reconoce el valor decisivo de
la inducción poniendo término con ello a los extravíos del
pensamiento racionalizante confinado a la deducción. Es fá­
cil hoy día ver la relación — evidente— entre esta revisión de
la escala de prioridades intelectuales y las exigencias del de*
sarrollo de las fuerzas productivas sobre la base de relacio­
nes de prod ucción capitalista nacientes. La antigua defini­
ción de la filosofía —aquella que desde el helenismo hacía de
ella sinónim o de m etafísica— da paso a una definición totali­
zadora y hasta ecléctica, que acepta que cualquier reflexión
p or p oco general que sea en lo que concierne ya sea a los sis­
temas de la lógica que gobierna los fenóm enos con ocid os o
sus reflejos en nuestras íácionalizaciones, ya sean éstos los
sistemas de valorización estética o moral, y hasta los que se
derivan — con riesgo de ser abusivos— de las evoluciones
sociales (para hablar de filosofía de la historia), constituyen,
al lado de la m etafísica que nos hem os abstenido de enviar
a un m useo, capítulos más o m enos separados de la filosofía
moderna.
La razón del eclecticism o de estas yuxtaposiciones no se
puede encontrar sólo en el oportunism o de la burguesía na­
ciente, cuyo espíritu conciliador con respecto a los poderes
establecidos —m onarquía absoluta e Iglesia— conocem os.
También está el hecho de que la construcción de la m etafísi­
ca escolástica integraba p or una parte la preocupación m o­
ral y p or la otra la aspiración del saber cosm ogónico.
£ Ahora bien, se trata aquí de dos tendencias profundas,
permanentes, inmanentes a la condición humana, y en con­
secuencia ineliminables. Sin duda, algunas simplificaciones
del siglo XIX, época de la burguesía triunfante, habiendo de­
jado de temer a los maestros del pasado y todavía más a las
fuerzas portadoras del futuro, aspiraron a borrar la preocu­
pación moral. El ftm 9Í o n a l i s n ^ s ^ ^ ( ^ n ^ § ^ a ^ g ^ ü ^

educación" (¿o manipularlos?). En cuanto a las co sm o g o ­


nías, que hacen sonreír, se deja el cuidado de la con serva­
ción de su herencia a los astrólogos (que por supuesto jam ás
han perdido su empleo).
ty La filosofía europea de Jas Luces definió el m arco esencial
de la ideología del m undo europeo capitalista. Esta filo so fía
se funda en una tradición del materialismo m ecanicista que
enuncia^series unívocas de cadenas de determ inaciones cau-
s a le s f fa principal de éstas es que la ciencia y la técnica
determinan p or su progreso (autónomo) el de todos los d om i­
nios de la vida social; el progreso técnico impone la transfor­
m ación de las relaciones sociales. La lucha de clases es eli­
m inada de la historiar es sustituida p or una determ inación
m ecánica que se impone com o úna fuerza exterior, com o si
fuera uña ley de la naturalezaTEste m aterialism o grosero,
que a veces creem os opon er aridealism o, no es en realidad
más que su hermano gem elo: son las dos caras de la m ism a
m oneda. Que se diga que Dios (la Providencia) guía a la hu­
m anidad p or el cam ino del progreso o que es la ciencia la
que cum ple esta función, viene a ser lo mism o: el hom bre
consciente, no alienado, las clases sociales, desaparecen del
esquema. Por eso la expresión ideológica de este m aterialis­
m o es con frecuencia religiosa (así sean los francm asones o
el Ser Supremo): p or eso las dos ideologías se concilian sin
problem a; en Estados Unidos el materialismo grosero rige el
co m p ortamieAto socía^ fVTro~e^k^ciÓ Tr:77cientíi:ica,,)T en
tanto que el idealismo religioso subsiste intacto "en las al­
m a s '^ La cien cia social burguesa jam ás ha superado este
m ateriaUsmo g rosero, porqüe~esTiT concficiSñ B araja repro-
ducción de la alienación que perm ite la explotación específi­
ca del trabajo p or el capita¿?Conduce necesariamente a la
dom inación del valo r m ercantil que"debe penetrar todos los
aspectos tle la vida s o cial y som eterlos a su lógica. Los temas
de la ciencia, la técnica y la organización com o ideologías en­
cuentran aquí su lugarfjParalelamente, esta filosofía lleva
hasta el absurdo su afirínación original que separa —y hasta
opone— al hom bre y la naturaleza. Es, en esté plano, un "an-
tihinduism o" absoluto (si el hinduism o se define por el,hin­
capié que hace en la unidad hombre-naturaleza). Invita aWa-
tar a la naturaleza com o una cosa, incluso a destruirla,
amenazando con ello la supervivencia misma de la humani­
dad, co m o com ienzan a recordarlo los temas de la ecología.
O ^ P o c o a p oco se constituye así un funcionam iento nuevo
del m undo de las ideas y de sus relaciones con la sociedad
real/>
£ ^ *£La autonom ía de la sociedad civil constituye la primera
característica del nuevo m undo m oderno, fundada en la se­
paración de la vida económ ica (oscurecida ella misma p or la
generalización de las relaciones mercantiles) y del poder po­
l i t i c o n a 1 es la diferencia cualitativa entre el nuevo m undo
capitalista y todas las form aciones precapitalistas. Esta au­
tonom ía de la sociedad civil funda a la vez el concepto de
vida política autónom a (y p or tanto de dem ocracia moderna)
y el de ciencia social p osib le¿P or prim era vez la sociedad
aparece regida por leyes exteriores a la voluntad de los hom ­
bres y hasta de sus reyes. Esta evidencia se impone de inme­
diato a nivel de las relaciones económ icas y de la evolución
que dominar^ P or consiguiente, el descubrim iento eventual
de estas leyes sociales ya no es, com o lo habían sido Ibn Jal-
dún y M ontesquieu, producto de una curiosidad gratuita; se
vuelve una urgencia necesaria para la “ gestión del capitalis­
m o". N o es pues una casualidad si esta ciencia social se
construye sobre la base de la econom ía invasora.
fe V* El laicism o es la consecuencia directa de esta autonomi-
^ a cm n S e ^ j& c ie d a d civil, puesto que dom inios enteros de
la vida social com ienzan entonces a concebirse independien­
temente unos de otros^La necesidad de satisfacer la aspira­
ción m etafísica es dejada a la conciencia individual. La reli­
gión pierde su condición de fuerza de obligación form a l^
Contrariamente a un prejuicio eurocèntrico difundido^Jel
laicism o no es un producto específico propio de la sociedad
cristiana que exigía su "liberación " del pesado yugo de la
Iglesia. Tam poco es prod u cto del con flicto entre el Estado,
“ nacional", y la Iglesia, de vocación universafJPorque en la
Reforma la Iglesia es precisamente "nacionalizada'’ bajo su
form a anglicana, luterana, etc. Sin em bargo, la fusión del
Estado con la Iglesia no, funda aquí una teocracia nueva,
sino un laicism o religioso, si así se le puede llam arTEn resu-
men, el laicism o, aun cuando ha sido com bal,ido.PQ^Jafciuer-
zas eclesTS^TjcaTTéáccioñanas, no ha desarraigado^ l a f e '?
QuizTííastallalortafecro ’STmls'TSi'go^píazo" ¡pmr^
sus envolturas form alistas y m itologica sX iir cristianism o
de nuestra epoca —intelectual o no— no tiene ningún incon­
veniente en aceptar que el hombre desciende del m ono y no
de Adán^
VÌ La autonomía también se apodera de los dom inios de la
ciencia natural, por un efecto evidente del debilitam iento de
la preocupación metafísica.
La necesidad de unificar los cam pos diversos del con oci­
miento en una cosm ogonía totalizadora se atenúa al grado
de repugnar a los espíritus científicos. La filosofía, converti­
da en filosofía de la naturaleza, se conform a con proponer
lo que según ella puede ser la síntesis de los conocim ientos
del momento, esto es, una síntesis siem pre relativa y provi­
sional. Por supuesto ello no impide que la tentación de hacer
absoluto lo relativo siga haciendo estragos aquí y allá. La
ciencia más avanzada del momento, la más revolucionaria
en sus proposiciones (aquella que más m odifica las op in io­
nes antiguas y/o que rige los progresos materiales más acen­
tuados), tiende al im perialism o y se anexa los cam pos de c o ­
nocim iento más frágiles. Así, sucesivamente la mecánica,
parwin, el átomo, a los cuales se quiere enganchar muy rápi­
damente —por analogía— la medicina, la política o la vida
económica.
3 La nueva sociedad no p or ello es la "felicid a d " realizada.
Urra ola cientificista no puede curar la ansiedad humana
cóm qjcT p5flía‘ curarla"ta%ósrhog¿niá cTla m etatisicaYacio-
nalizante.CÁdemás la imeva sc£ie^ad.sigue síeñdd una socie-
dad <l¿"gTase, es decir de„expXotación-y. opresión co tidianas/f
La aspiración a "otra sociedad” — la utopía se ha dicho— se
vuelve a unir a la preocupación m oral ineliminable.
^ 2 *jSi b ien la ideología moderna se ha liberado de la dicta-
dura a^ Ta méfaftsic'a’, no p or ello suprime la necesí3a3'reli-
g io s ^ E n efecto, la im portancia de la preocupación’ meíáfjsi-
ca ("el hom bre es animal m etafísico", se podría decir), nos
obliga a tom ar en consideración la interacción entre el he­
cho religioso — expresión de esta preocupación— y la evolu­
ción social. Sólo podem os hacerlo situándose en un terreno
diferente al de la teología, que considera las proposiciones
dogmáticas de las religiones com o las invariantes que las\le-
finen.i^or el contrario, las religiones, consideradas en su al- j
canee ideológico, son flexibles y susceptibles de in te rp re ta \ //
ciones históricas que efectivam ente han evolu cion ado^
£■} Tafc'yelisforre's zanjan dos conjuntos de problemas, las re­
laciones entre el hombre y la naturaleza y las relaciones en-
":'tre los hombres. Tienen una doble naturaleza, pues son a la
vVez la expresión de una alienación antropológica transhisto-
¿le legitimación de un orden social que está
perfectapiente determinado,por las condiciones históricas.
£ Las religiones definen de manera diferente, cada una a su
m odo, la relación hombre-naturaleza, al insistir ya sea en la
vocación del hom bre de dom inar la naturaleza o en la perte­
nencia de la humanidad a ésta. En el análisis, al hacer dema­
siado hincapié en este aspecto de la religión, correm os el
gran riesgo de los ju icios absolutos, com o si la respuesta que
tal o cual religión diera a esta cuestión constituyera la deter­
minante esencial de la evolución social. De allí los juicios
terminantes qué conciernen al cristianism o, el islam, el in-
duismo, el budism o, el confucianism o, el taoísmoi, el animis­
mo: una con cep ción religiosa estaría "abierta” al progreso,
otra sería un obstáculo al mismo. La experiencia muestra la
vanidad de estos ju icios que siem pre pueden ser vueltos al
revés.
-Q En realidad, la plasticidad de las religiones y la adapta­
ción posible de su interpretación en lo que concierne a la
concepción de las relaciones entre los hombres que ellas
preconizan o justifican, nos invitan a reflexionar sobre el he­
cho de que las ideologías formadas en un momento de la his­
toria pueden adquirir vocaciones ulteriores muy diferentes
-i a las de sus origenes^E n esta medida las religiones son
transhistóricas en el sentido de que pueden perfectam ente
sobrevivir a las condiciones sociales que determinaron su
nacimiento^
\ En éstas condiciones hacer del cristianism o, del islam o
del confucianism o la ideología de la feudalidad o del m odo
tributario, por ejem plo, parece un error fundamental. Pue­
den serlo o haberlo sido en una interpretación particular
que efectivamente se les ha dado; pero pueden también fun­
cionar co m o ideología del capitalism o, com o el cristianism o
efectivamente pasó a serlo en una interpretación nueva de
su misión.
^ ',\ En este dom inio, el eurocentrism o im plica una teleología, ,
a saber, que toda la historia de Europa preparaba necesaria-/ /
mente el nacimiento del capitalism o en la m edida en que éjf i
cristianism o, considerado com o religión europea, supuesta- I
mente fue más favorable que las demás religiones a la apari-^J
ción del individuo y al ejercicio de su capacidad de dom inar
la naturaleza^) En contraste, se pretende entonces que el
islam o el hinduism o o el confucianism o, por ejem plo, con s­
tituyen obstáculos al cam bio social im plicado por el capita­
lismo. Se niega pues su plasticidad en este dominio, ya sea
que se le reserve al cristianismo, o hasta que se considere
que este último llevaba en sí desde el origen los gérmenes de
la progresión capitalista.
^ Es preciso volver a colocar en ese m arco de análisis la re­
volución que lia realizado el cristíanTsrnó, que no se’ pbdría
cáMicaF^Ómo^^rCTcTucTqjr^rguei^rTJesáé^rüegorespon^
diencíoli una necesídaH de cu^tíoriamtCT&Tmet ahsíco hT te
relTgToTáTrasciehde los sistemas socialesí^Sin embargg^ta r ía J
religión eslañ^Ten’ y e n f or m a s imuí tá n ea eíp r o duc to social
cial/
con creto de las condiciones qué determinaron su constitu ituy
ciónyLas fuerzas del progreso que aceptan y hasta exigen el
cam bio social ponen el acento —cuando les preocupe salvar
la fe— en el prim ero de estos aspectos y relativizan el segun­
do m ediante la libre interpretación de los textos. El cristia­
nismo, enfrentado al nacim iento del pensamiento m oderno,
hizo esta revolución. Se separó de la escolástica medieval.
f t ) e hecho, la form ación de la ideología del capitahsm o ha
pasadojx>r ditererités efápHrTa pfrm era fue Ta adaptación
del cristianism o , notablemente con laJj.efcngwa^Pero ese m o -;
mentó no representó más que una primera etapa, limitada a
ciertas zonas del área cultural europea. Dado que el desarro­
llo del capitalism o fue precoz en Inglaterra la revolución
burguesa revistió allí una form a religiosa, por tanto particu­
larmente alienada. Dueña del mundo real, ia burguesía ingle­
sa n o sintió la necesidad de desarrollar una filosofía; podía
conform arse con un em pirism o que correspondía al n^ate-
rialism o grosero, suficiente para asegurar el desarrolló, de i
las fuerzas productivas. El desarrollo de la econom ía '
política inglesa, alienada, tenia com o contrapartida este em ­
pirism o que hacía las veces de filosofía. Sin em bargo el pro­
téstanos m o no cum plió las mismas funciones en el continen­
te europeo, debido a que el desarrollo del capitalism o no
estaba suficientem ente m aduro¿La segunda ola de la form a­
ción de la ideología capitalista se expresó pues más directa-
^ m e n t e en térmmosJíiWfté£fc*J3 j 'p Utfiicos. Así pues, ni el pro­
testantism o ni el catolicism o aparecen com o la ideología
específica del capitalism o^
% , Habrá que esperar largo tiem po para que esta ideología
específica se despoje de las form as anteriores que habían
asegurado el paso al capitalismo. La alienación econom ista
es su contenido. Su expresión — la oferta y la demanda consi­
deradas com o fuerzas externas que se imponen a la sociedad—
traduce su naturaleza mistificada y mistificante. Llegada a
a este estadio de su elaboración, la ideología del capitalism o
abandona sus form as anteriores, o las vacía de su contenido.
■5 Agreguem os algunas observaciones complementarias a
estas proposicion es concernientes a la flexibilidad potencial
de las religiones, partiendo de la experiencia histórica del
cristianism o y de sus relaciones con la sociedad europea.
\¡L Primera observación: la tesis propuesta aquí no es la de
W eber, sino la de un W eber "en m ejor con dición ” , para utili­
zar la expresión consagrada por la observación de M arx a
p ropósito de Hegel, W eber c i.epsa„al camtalism&-c<MBajiEO-
ducto del protest ant ismo.j Aquí por el contrario se dice que
la sociedad transformada por las relaciones de producción
capitalista nacientes está obligada a poner en tela de juicio\
la con stru cción ideológica tributaria, aquella de la escolásti- ]j
ca medieval. Es entonces el cam bio social real el que oca sio­
na el del cam po de las ideas, crea las condiciones para la
aparición de las ideas del Renacim iento y de la filosofía m o­
derna, así co m o im pone la reafirm acíón de la fe religiosa y
no a la inversa.{Sin duda la cristalización de la nueva ideolo­
gía dominante tomará dos o tres siglos para com pletarse, o
sea el tiem po de la transición m ercantilista del siglo XVI al
X V Iiy C o n la econom ía política inglesa el paso decisivo será
dado en el m om ento m ism o en que —no es una casualidad—
la revolución industrial y la Revolución francesa hacen
triunfar al poder burgués y se inicia la generalización del sa­
lariado. El centro de gravedad de la preocupación dominan­
te se desplaza entonces de la metafísica a la economíaJ^La
ideología econom ista se convierte en el contenido de la ideo-,
logia dominante: más exactamente, el econom ism o se con ­
vierte en el contenido de la ideología d om in a n te^ Acaso no
cree el hom bre de la calle —hoy más aún que ayer— que su
suerte depende de esas "leyes de la oferta y )a demanda" que
deciden los precios, el em pleo y el resto, así com o la Provi­
dencia dé los tiempos anteriores?
Segunda observación: la revolución religiosa toma sus ca-
minos p r o p io s . N o es la expresión lúcida de una adaptación
a los nuevos tiempos, y menos aún la obra de profetas cíni­
cos y hábiles. Lutero reclama "ei regreso a las fuentes” . Es
decir que él interpreta la escolástica medieval com o una
''desviación” (un término siempre apreciado en el debate
ideológico). N o propone "superarla" sino “ borrarla” para
"restaurar la pureza" — mítica— de los orígenes. Esta am bi­
güedad en las form as de expresión de la revolución religiosa
no es circunstancial y privativa del caso concreto en cues­
tió n a la naturaleza misma de la necesidad metafísica a lal
rtflíeiresponde la fe religiosa implica siempre esta form a des-l
I viada de la adaptación de ésta a las exigencias de la época.*
\flrfTnismo tiempo, la ambigüedad de la revolución burguesa
en el plano de la sociedad real —esta revolución destrona al
poder tributario, pide ayuda al pueblo para hacerlo, pero
para explotarlo mejor en las formas nuevas del capitalismo—
entraña la agitada coexistencia de la "R eform a burguesa" y
de las "herejías populares" (por lo demás los términos son
indicativos).
/A Tercera observación: quizá en nuestros días asistimos al
nacim iento de una segunda revolución en el cristianismo.
Con ello querem os decir que la interpenetración de los tex-
tos y de las creencias que la teología de la liberación está en
vías de construir parece ser la adaptación del cristianism o
al mundo socialista del mañana. N o es una casualidad el que
esta teología de la liberación se anote sus éxitos mayores en
las periferias cristianas del mundo contem poráneo —Améri­
ca Latina, Filipinas— y no en los centros a v a n z a d o s./

II. LA CONSTRUCCION DEL CULTURALISMO EUROCÈNTRICO


/

p* I. La ideología m oderna no se construyó en el éter abstracto


del m odo de producción capitalista puro.;La con ciencia mis-
ma de la naturaleza capitalista de este m undo m oderno es
relativamente tardía, dado que fue producida p or el movi­
miento obrero y so c i al is ta p r ec isame n te a través de su criti­
ca de la organización social d d sigloXIX, culraíftandQXoñ ’'
su expresiófi marxTspJ.\Cuando surgía esta conciencia, la“
ideología m oderna ya tenía tres siglos de historia atrás, des­
de el Renacimiento hasta las Luces. Se_g2tpces¿. entonces
com o ideología propiamente europea, racionalista y laica,
invocando un ále anee universal i stajujfiJx>í\La_c rític a socia­
lista, lejos de obligar a esta i3éÓIogía a tom ar una m ejor me­
dida de su alcance histórico y de su contenido social verda­
deros, por el contrario ob 1igó.a laideologí^ bujgue sa a partij^
del siglo reforzar.sui-ptaposiciones cu 1tufalistas, en
respuesta a su impugnación por parte de sus adversarios so->
cíales. La dimensión eurocentrista de la ideología dominan­
te adquiere así m ucho más relieve.
% ¿ E l . culturalism o dominante ha inventado pues un "O cci-
efente de siem pre1', útvico. y singular desde su origen^Esta
construcción, arbitraria y mítica, imponía en form a simultá­
nea la construcción también artificial de las "otra s” (los
"O rientes” o "el Oriente”) sobre bases igualmente míticas,
pero necesarias para la afirmación de la preeminencia de los
factores de continuidad sobre el cambioTLa tesis culturalis-
ta eurocèntrica propone una filiación."occidental” bastante
conocida — la G recia antigua, Roma, la Europa cristiana feu-
da T y iífégo capitalista— que constituye una d e ja s ideas c o ­
rrientes entre las más populares^Los libros de la escuela ele-
m entáí'y'' la opinión general cuentan tanto —y aún m ás—
com o las tesis eruditas que se emplean para ju stificar la fi­
liación de la cultura y de la civilización europea en cuestión.
Esta construcción, así com o la de la antítesis que se le
opone ("el O riente”): t) separa a la G recia antigua del m edio
verdadero en cu yo seno se desarrolló, que es precisam ente
"el O riente” , para anexar arbitrariamente el helenism o a la
europeidad; ii) n o logra tom ar sus distancias con respecto a
una expresión racista de la base fundamental sobre la que
supuestamente se construyó la unidad cultural europea en
cuestión; ai) pone el acento en el cristianism o, anexado tam ­
bién él, arbitrariamente, a la europeizad e interpretado
com o el factor principal de la permanencia de la unidad cul­
tural europea, de conform idad con una visión idealista no
científica del fenóm eno religioso (que es la visión mediante
la cual la religión se afirma ja sí misma, la manera m edian­
te la cual se ve a sí m isma)»ív) de form a paralela perfecta­
mente simétrica, el Oriente inmediato y los Orientes más le­
janos se construyen de la misma manera sobre cim ientos en “
parte racistas y en parte establecidos en una visión inmuta­
ble de las religiones^
>0 Los cuatro elementos indicados más arriba se com binan
con fórm ulas variables según las épocas, las m odas y los au­
tores. Pero el eurocentrism o no es una teoría social propia­
mente dicha que integre süs diferentes elementos en una vi­
sión global y coherente dé“ la sociedad y de la historia, ¿ e
trata de un preju icio que actúa com o una fu erza deform ante
enTas 'diversas teorías sociajes propuestas. Ese prejuicio e u-
ro cé ñTnccyecliTmano ae~raJfgsgrva 3 ^ Tprn^7tns identifica­
dos, reteniendo uno y reóhazando otro según las necesidades
de Ia ld e o ío a a ^ ^ L m e m e n to . Sabem os p or ejem plo que la
burguesía europea durante m ucho tiem po desconfió —y has­
ta despreció— al cristianismo, y p or ello am plificó el m ito
griego. En el examen subsiguiente de los cuatro elementos
constitutivos de las diferentes deform aciones eurocéntricas
verem os cóm o se ha hecho hincapié unas veces aquí otras ve­
ces allá.
A 2. El m ito del ancestro griego ha cum plido una función
esencial en la construcción eurocèntrica. Se trata de un ar­
gumento em ocional construido artificialmente para evitar
la pregunta verdadera (¿por qué el capitalism o apareció en
Europa antes que en otras partes?)¡sustituyéndolo en la pa­
noplia de las falsas respuestas p or laTdea de que la herencia
griega, predisponía a la racionalid a d Según ese m ito Grecia
seria la madre de la filosofía racional, en taino que "el
TOriente” jam ás habría logrado superar la m e ta física ^ a r-
t-tréndo de ese ¡punto dé vista, la exposición de la historia del
pensamiento o de la filosofía llamados occidentales (qu© su­
ponen por tanto otros pensamientos y filosofías esencial­
mente diferentes, que serán llamados orientales) com ienza
siempre en el capítulo de la Grecia antigua, a propósito de
la cual el acento se pone en la variedad y 1öS conflictos de las
escuelas, el nacimiento de un pensamiento libre de restric­
ciones religiosas, el humanismo, el triunfo de la razón (es el
milagro) sin referencia al "Oriente” —cuya contribución al
pensamiento helénico supuestamente es nula. Estas cualida­
des del pensamiento griego son retomadas p or el pensamien­
to europeo, a partir del Renacimiento, para alcanzar su ple­
nitud en las filosofías modernas. Les dos mil años que
separan a la antigüedad griega del Renacim iento europeo
son considerados una larga y brum osa transición, incapaz
de superar el pensamiento griego antiguo. El cristianism o,
que se constituye y conquista a Europa durante esta transi­
ción, aparece prim ero com o una ética p oco filosófica, él mis­
m o enredado durante largo tiempo en querellas dogmáticas
poco satisfactorias para el espíritu. Hasta que integra — con
la escolástica de la Edad Media tardía— el aristotelism o re­
cuperado, y a partir del Renacimiento y de la Reform a se li­
bera de sus orígenes y la sociedad civil se libera de su m ono­
polio del pensamiento. La filosofía árabe-islámica es tratada
com o si no hubiera tenido más función que la de trasmitir
la herencia griega al Renacimiento. Además según esta vi­
sión dominante, el islam no fue más allá de la herencia helé­
nica y, cuando lo intentó, lo hizo mal.
ib Esta prim era construcción, cuyos orígenes se remontan al
Renacimiento, ha cum plido una función ideológica esencial
en la form ación del honesto hombre burgués, liberado de los
prejuicios religiosos de la Edad Media. Tanto en la S orb on a
com o en Cambridge, las generaciones sucesivas del p rototip o
de la élite burguesa se han alimentado de ese respeto p o r Pe-
rieles, reproducido hasta en los libros de la escuela elem en ­
tal. Sin duda hoy ya no se hace hincapié c on tanto v ieoj en.
e Ijin c e s tm lgri egg. ijui za~la razórTsea sím p Iem ente que la,
co n s tru ccjj^ ^ g ^ a í !? t a acabaáalia
en sí misma que en'ádeíanté'pueHe presc in d i r de la legitim a-
cion argumentada. En esta perspectiva la dem ocra tiza ción
de la enseranzalia atenuado las distinciones de los tiem pos
pasados entre la élite culta en el helenismo y el p u eb lo igno­
rante.
O Ahora bien, esta construcción es perfectam ente m ítica.
Martin Bernal lo ha demostrado al describir la h istoria de lo
que él llama "la fabricación de la Grecia antigua *’.3 R ecu er­
da que los griegos antiguos eran totalmente con scien tes de,
su pertenencia al área cultural del antiguo O riente. N o sólef .
/ sabían reconocer lo que habían aprendido de los eg ip cios y
; de los fenicios, sino incluso no se veían como" el “ anti-
: O riente" bajo los rasgos del cual los presenta el eu rocen tris-
I-rno. Por el contrario, los griegos se atribuían antepasados
egipcios, quizá míticos, pero esto poco im porta. B ernal de­
m uestra que la "helenom anía” del siglo XIX estuvo inspira-
da p o r el racism o del movimiento romántico, cu y os arqui­
tectos además son frecuentemente los mismos que según los
descubrim ientos de Saíd inspiraron el orientalism o. Él de­
m uestra cóm o la "deslevantinización" de la G recia antigua
im puso a los lingüistas dudosas acrobacias. En efecto, la
. lengua griega tom ó la mitad noble de su vocabulario al egip­
cia y al fenicio. No obstante, ias corrientes dom inantes de la
lingüistica inventaron un m isterioso “ p rototip o" p o r el que
; sustituyen el préstamo oriental, salvaguardando así un m ito
^.apreciado p or el eurocentrism o, el de la “ pureza aria” de
p r e c ia .
41 La ruptura Norte-Sur a través del M editerráneo, de la
ial se ha visto que sólo tardíamente sustituyó a la ruptura

t 3 Martin Bernai, Black Athena, The Afro Asiatic Roots of Classical


Çiviüsaiiont vof, i, The Fabrication of Ancient Greece, 1785-1895, Londres,
free Association Books, 1987.
Este-Oeste, es pues proyectada artificialm ente hacia atrás.
Esto a veces da resultados divertidos. Cartago es una ciudad
fenicia: por lo tanto será clasificada com o ''orien tal” y el
com bate Roma-Cartago prefigurará la conquista del "Orien-
te-m agrebino” (una curiosa contradicción en los térm inos
dado que en árabe M agreb significa Occidente), p or párte de
la Europa colonialista. De las pretenciosas obras de los
apóstoles de la conquista colonial francesa, antiguos o m o­
dernos (ya que la "rev isión ” de la autocrítica anticolonialis­
ta de después de la segunda guerra mundial está de m oda ),4
a los discursos musolinianos y a los manuales todavía en uso
en toda Europa, esta discrepancia Norte-Sur es sugerida
com o permanente, evidente, inscrita en la geografía (y por
tanto —p or abuso deductivo im plícito— en la historia). La
anexión de G recia a Europa, decretada una prim era vez por
los artistas y los pensadores del Renacimiento, luego olvida­
da durante los dos siglos de la expansión otom ana que si­
guen, decretada de nuevo por Byron y Hugo (el niño griego)
en el m om ento en que, con el reflujo de "el h om bre enferm o"
se dibuja la perspectiva del reparto de sus despojos p or los
imperialistas en ascenso, es finalmente coronada p or la deci­
sión de la Com isión E conóm ica Europea contem poránea al
h acer de Atenas la "capital cultural” de Europa. Es diverti­
do señalar que este hom enaje se produce en el m om ento mis­
mo en que p o r los efectos del m ercado com ún de capitales,
los últimos vestigios de una identidad helénica, están en vías
de desaparecer, entre otras cosas, bajo la afluencia de turis­
tas, portadores del m odelo unificador de la cultura de masas
estadounidense.
Así pues, no se trata de reducir ni un ápice la im portancia
del "m ilagro griego” , que se sitúa en la filosofía de la natura­
leza —el m aterialism o espontáneo de los orígenes. Pero una
vez más este avance, perdido luego en la inm ovilización me­
tafísica ulterior, para no ser redescubierto sino hasta los
tiem pos m odernos, es producto del retraso de G recia que
asegura la transición del m odo com unitario al m od o tributa­

4 Se podría dar como ejemplo de estas revisiones a la "Faurisson’', la


obra de Michel Leroy (L'Occident sans complexe. Club de l’Horloge, 1987)
comentada por André Laurens en Le Monde del 28-29 de junio de 1987.
rio. Marx, cuya intuición era con frecuencia extremadamente
aguda y adelantada con respecto a las teorizaciones posibles
de su tiempo, atribuye nuestra simpatía p or la antigüedad
griega al hecho de que nos recuerda "nuestra infancia” (la
de la humanidad entera y no la de Europa); y Engels jam ás
dejó de manifestar una simpatía análoga no sólo para“ con '
los "b á rb a ros" de Occidente, sino tam bién para con los iro~
queses y otros indígenas de América del Norte, recuerdos de
nuestra infancia aún más lejana. Más tarde, m uchos antro­
p ó lo g o s -e u r o p e o s , pero no eurocentristas a ese respecto—
sintieron la mism a atracción por otros pueblos llam ados
‘ 'prim itivos” , sin duda por la misma razón. ' &
& 3. No obstante el Renacimiento está alejado de G recia p o if
los quince siglos de la historia medieval. ¿C óm o y sobre qué
basan, en tales condiciones, la pretendida continuidad de la
aventura gjaKural europea? ,E1 siglo XIX inventó para e llo la
hi póte si syacists^Trans poniendo los m étodos de la cíasifica-
ción de las especies animales y del darwinism o, de Linné,
Cuvier y Darwin a Gobineau y Renán,,,las "razas" hum anas

cia trasgrede' las evolücíonps gq^j^les. Sepún esta ópt ica


esás p^ëdi’s Ç S lïcfS n H ^ 'tip o psicológico dan, en gran m edi­
da, origen a las evoluciones sociales divergentes. La lingüís­
tica, ciencia nueva en construcción en la época, inspirándose
para la clasificación de las familias de lenguas en el m étodo
de la ciencia de las especies, asocia así los pretendidos ca­
ractères específicos de los pueblos a los de sus lenguas.
Desde luego, una construcción ideológica de este géner®
im plicaba la edificación simultánea de los términos del con*
traste que se afirm a .5 La oposición pueblos y lenguas in­
doeuropeas/pueblos y lenguas semitas (hebreos y árabes)
erigida pomposamente en dogm a que según se pretende está
científicam ente establecida y es indiscutible constituye uno
de los m ejores ejem plos del tipo de elucubraciones necesa­
rias al éurocentrism o. Se podrían m ultiplicar las citas en
este-dom inio, concernientes al gusto innato p or la libertad,
el espíritu libre y lógico de unos en contraste con la pred is­
posición al servilismo y la falta de rigor de otros, etc., co m o

3 Cf, nota 1,
aquellas concernientes a la afirm ación de Renán del carác­
ter "m on stru oso e inacabado" de las leneuas sem íticas por
oposición a la “ p erfección ” indoeuropea.ÍEl eurocentrism o
deduce de manera directa de estas premisas el contraste en­
tre filosofías orientales que según se afirma están entera­
mente volcadas hacia la “ búsqueda de lo absoluto" y las del
“ O ccidente” , humanistas y científicas (Grecia antigua y Eu­
ropa moderna)J[Se trasladan al dom inio de la religión las
conclusiones de la tesis racista. En efecto el cristianismo,
com o el islam y Jas demás religiones, for^osamentg, es
también una búsqueda de lo absoluto. Por añadidura, el cris­
tianismo también nació entre los órientales antes de con­
quistar el Occidente. Nos vemos entonces conducidos a propo­
ner diferencias sutiles pero pretendidamente fundamentales
que perm iten hablar del cristianism o y del islam en tanto ta­
les, más allá de su interpretación histórica y la evolución de
ésta, co m o si estas realidades religiosas tuvieran por sí mis­
mas cualidades permanentes que trascienden la historia. Es
divertido señalar que esos supuestos caracteres intrínsecos
de los pueblos son asociados a diversas ideas preconcebidas
que han ido cam biando con la m o d ^ /E n el siglo xix ..se
construye la pretendida inferioridad d e los orientales semi-
tá s'so b re su s u p u é s T a ^ s é g o se
tfá^adó^esta-asociaeión-a los-pueblos negips)* Hoy día, con
ayuda del psicoanálisis, ¡se atribuyen los m ism os defectos
de los orientales a una "represión sexual” , particularmente
fuerte! En la misma ocasión —el lector ciertam ente lo habrá
notado— se daba al viejo prejuicio del antisemitismo euro­
peo la apariencia de seriedad científica amalgamando a l u ­
dios y árabes.
C La tesis racista del contraste Europa-Oriente sem ítico de­
bía ser prolongada por una serie de tesis análogas, calcadas
sobre el m ism o m odelo de razonamiento, para hacer resal­
tar oposicion es sim ilares entre los europeos por una parte y
los demás pueblos no europeos (negros y asiáticos) por la
otra. Pero p or ello tam bién el fundamento "indoeuropeo1'
identificado en el plan lingüístico perdía su fuerza probato-
ria¿En e fe cto la s indios^-desj>F€eiaíJospor su subd^arxíjllo
y por'haber sido conquistados— hablan las lenguas indoeu-
rogeasJ/Progresivamente se iba pues de uh rácism o genético
%{e£ decir explicado por la biología) hacia un racism o “ geo­
g r á f i c o ” (es decir explicado por los caracteres adquiridos y
intrasm isibles, siendo estos m ism os producidos p or el am-
jp biente g eográfico^ Asim ilado p or la opinión com ún, el pre-
juicio del determ inismo geográfico en gran parte com partí-
* do por los hom bres p olíticos y los dirigentes no adquiere por
:■ -relio ningún valor científico. De visita p or Europa durante el
; ¡siglo XIII, en aquel entonces más atrasada en relación con el
f> íriundo islám ico, el viajero árabe Ibn Batuta — ignorando
que posteriorm ente la historia le propinaría trem endo chas­
co— ¡atribuía ese atraso simplemente al clim a europeo p oco
- hospitalario! Evidentemente él argum ento contrario no es
; más*válido. /
;p Los ju icios de este tipo, que atribuyen a un pueblo o a un
grupo de pueblos caracteres calificados más o m enos de per-
- manentes y considerados elem entos pertinentes para expli­
car su estado y su evolución, siem pre proceden del m ism o
m étodo superficial que consiste en sacar conclusiones totali­
zantes a partir de un detalle. Su fuerza depende en gran par-
té del detalle elegido que, cuando es exacto y reconocido,
gana la con vicción e inspira la conclusión totalizadora. Un
análisis más serio debe plantear otras preguntas. Ante tod o
invertir la pregunta: el carácter presuntam ente reconocido
^es la causa o la consecuencia de un estado y de una evolu-
ción-J Luego cuestionar él grado de pertinencia del fenóm e-
/ no en cuestión que podría no ser más que una simple form a
f de expresión de una realidad más com pleja y flexible. Obser-
!: vem os que este m od o de razonamiento no es exclusivo de la
justificación eurocéntrica general. Cuántos discursos sobre
( el carácter de los franceses, los ingleses o los ailemanes no
se sitúan igualmente fuera del tiem po y del condicionam ien­
to social preciso.
La identidad de la "eu ropeidad” construida de tal manera
fijando sus distancias en relación con las de los "o tro s ” , una
y otras igualmente m íticas,.requiere casi fatalmente a su vez
el refinam iento de la investigación de les caracteres de esa
europeidad entre los propios europeos. Cada nación aparece
aquí m ás o m enos próxim a o alejada de este "m odelo tip o ” .
De esta manera toda la clase dirigente e intelectual británica
se expresa a través de lord Cromer, quien juzga espontánea­
mente —co m o si se tratara de una evidencia— que los ingle­
ses y los alemanes (en ese orden) son más "eu rop eos" que los
franceses y los otros latinos (asegurando estos últim os la
transición con los árabes y los negros) o los rusos “ semiasiá-
ticos’', y evidentemente son "su periores'' a ellos. Hitler no
hará otra cosa más que invertir el orden,de las precedencias
entre ingleses y alemanes para conservar el resto del discur­
so. ¡Siem pre es uno el don nadie de alguien más!
fr Sin duda la form a más prim itiva de la expresión racista
está hoy día algo devaluada. El racism o genético atribuye a
los caracteres biológicos — algunas veces llam ados "ra cia ­
le s "— la virtud de crear la diversidad cultural y de jerarqui­
zar las cualidade^ Desde el siglo XIX hasta Hitler, Europa
hasta én sus m edios cultos ha b ebido en la fuente de tales ne-
cedades. Pero una form a atenuada del racism o atribuirá al
condicionam iento de la geografía y la ecología efectos tran-
sociales duraderos^lMás atenuado aún, el racism o cultural
no niega que el individuo, sea del origen que sea, es maleable
y capaz entonces de asim ilar otra cultura: el niño negro edu­
ca d o en Francia llega a ser francés,
— K 4. Las evoluciones más recientes — posteriores a la segun-
da guerra mundial— han contribuido ciertamente a reforzar
la convicción de una identidad europea com ún y han reduci­
do el acento puesto anteriormente en los contrastes entre las
naciones europeas.jEn form a simultánea el racism o —nota­
blemente el g e n é t ic o ^ p greTioeí prestigio, científico que en
un tjHñcimoT ^ b ía jteakk rgfílos mettiSs cultos. La identidad
colectiva europea debía encontrar entonces una nueva fo r ­
m ulación de sus fundamentos. La pertenencia a la cristian­
dad debía casi fatalmente ofrecer una salida a esta doble cri­
sis de lo s nácionalism os europeos rivales y del racism o. En
n.i opinión la renovación cristiana que caracteriza a nuestra
ép oca es, al m enos en parte, la respuesta inconsciente a esta
situación.
N o obstante, para que la cristiandad se convierta en el
fundam ento de la identidad europea, es preciso adoptar con
respecto a ella un m étodo totalizador y ahistórico que per­
mita poner el acento en supuestas constantes que la caracte­
rizarían y hasta la opondrían a las demás religiones y
filosofías, islam, hinduismo, etc. Hay que optar en favor de
un presupuesto teórico según el cual estas constantes serían
pertinentes, en el sentido de que ellas constituirían el eje de
la explicación de las evoluciones sociales comparadas.
Q, Esta elección subyacente del cristianism o com o funda­
mento de la europeidad plantea evidentemente espinosas
cuestiones a ia teoría social en general y a la construcción
eurocèntrica en particular. Dado que el cristianism o no
nació a orillas del Loira o del Rhin necesita reintegrar su
pensamiento de origen — oriental p or el m edio en el que se
form a— en la teleología occidentalista. Hay que hacer de la
Santa Familia y de (os padres de ía Iglesia egipcios y sirios,
europeos antes que nada. La G recia antigua no cristiana
debe igualmente ser reintegrada en la descendencia de los
antepasados, acusando el supuesto contraste entre ella y el
antiguo Oriente con quien com parte la civilización y de ma­
nera com plem entaria inventar una com unidad capaz de aso­
ciar mentalmente a estos griegos civilizados y a los europeos
entonces bárbaros. El m eollo del racism o genético es enton­
ces totalmente ineliminable. Pero sobre todo la especifici­
dad cristiana debe ser aumentada y engalanada en virtudes
particulares y exclusivas dando cuenta, por sim ple teleolo­
gía, del surgim iento de la superioridad occidental y de su
/ conquista de los demás. Esta construcción eurocèntrica se
basa pues en una interpretación de la religión semejante a
la de todos los fundam entalismos religiosos. Sin em bargo,
Occidente se ve así y se define a sí m ism o com o cristiano (la
civilización occidental y cristiana, se dice),
v) De manera simultánea, Occidente se ve com o prom eteico
por excelencia en contraste sobre todo con las demás civili­
zaciones. Ante la grave amenaza de una naturaleza poco do­
minada, la humanidad prim itiva no habría tenido alternati-
■ va más que entre dos actitudes: enfrentarse a la naturaleza
o negarla. Se dice que el hinduismo, p o r ejem plo, eligió la
prim era actitud que, al reducir al hom bre a ser una parte de
la naturaleza, le hace tolerable su impotencia. P or el contra­
río, el judaism o y luego sus herederos cristianos e islám icos
proclam aron la separación del origen del hom bre y de la na­
turaleza, la superioridad del hom bre — imagen de Dios— y el
som etim iento de [a naturaleza, privada de alma y reducida
a ser el objeto de la acción del hombre. Potencialmente esta
tesis contenía eí desarrollo de una búsqueda sistemática de
la dom esticación de la naturaleza; pero en el prim er estadio
de los orígenes de las religiones semitas, esta proclam ación
sólo es ideal y, a falta de m edios reales de acción sobre la na­
turaleza, el llam ado se dirige a un Dios protector. El cristia­
nism o heredó esta elección decisiva, aunque su crecim iento
en el seno de una sociedad compleja, avanzada y en crisis, lo
haya con du cido a desarrollar considerablem ente la segunda
dim ensión de la religión, la que concierne a las relaciones so­
ciales. Pasará lo m ism o con el islam, sobre todo porque ten­
drá la responsabilidad de organizar un nüevo imperio.
La tesis en cuestión contiene una parte de verdad puesto
que la civilización capitalista es evidentemente prometeica.
Pero Prom eteo es griego, no cristiano. Lo que la tesis euro-
céntrica llama judeo-cristiano pasa p or alto lo que nosotros
querem os poner de relieve, a saber que en la síntesis helenís­
tica la aportación griega se sitúa precisamente en este plano:
la filosofía de la naturaleza exige una actitud de acción so­
bre la naturaleza, en contraste con la m etafísica que inspira
una actitud de repliegue pasivo sobre sí mismo. Desde este
punto de vísta, la m etafísica cristiana, o islámica, no es fun­
damentalmente diferente a la del hinduismo, p or ejemplo.
La aportación egipcia en la construcción helenística (en sus
versiones sucesivas incluso hasta el islam) reside en el acen­
to que se pone en la responsabilidad m oral de los individuos.
Sin embargo, el cristianism o está más m arcado, de cierta
manera, por este últim o aporte, que desarrolla en una ética
universalista que pone el acento en el am or a los seres huma­
nos y a Dios, de lo que pudiera estarlo p or el prom eteísm ó
helenístico, olvidado en la larga transición feudal del O cci­
dente cristiano para no reaparecer verdaderamente sirio con
el Renacimiento. En el islam, por el contrario, puesto que la
civilización árabe-islámica de la gran época está más adelan­
tada que la del feudalism o occidental, las dos aportaciones
se mantienen en equilibrio.
Una última observación en lo que respecta al velo ideoló­
gico a través del cual se mira a Europa: el cristianism o en
cuestión por el que se define es, com o el helenism o y el
islam, oriental en su origen. Pero eí Occidente se lo ha a pro*
piado. Al punto que en la imaginería popular ía Santa Fami-
lia es rubia. .. P oco importa. Esta apropiación no sólo es
perfectamente legítima, sino que incluso se ha revelado
fecunda. En correlación con el carácter periférico del m od o
de producción feudal, la interpretación periférica del cris­
tianismo apropiado ha revelado ser notablemente flexible,
i requiriendo rápidamente su rebasamiento capitalista,
ijX/A 5. "E l w ie n ta ü snio" no es la suma de las obras de los es­
pecialistas y eruditos occidentales que han estudiado las so ­
ciedades no europeas, precisión necesaria para evitar los
malentendidos y las disputas. Hav que e rrten d er.p n re s e t á r-
mino la construcción ideológica de un"O riente" mítico, cuyos
caracteres" son tratados com o invariantes definidas sim ple­
mente por o p o sición a Jos caracteres atribuidos a "O cciden ­
te” . La imagen de esta "inversión” constituye un elem ento
esencial del eurocentrism o. Ahora bien, Edward Said de­
mostró que esta construcción era definitivamente real y do­
minante. La precisión de la argumentación que propuso so ­
bre este tema nos dispensa de reproducir aquí su exposición
detallada .6
^ Convertida en capitalista y conquistadora, Europa se co n ­
cedió el derecho de representar a los demás — particular­
mente al "O riente” ^ y hasta de juzgarlas. Este derecho n o
y es discutible en sí m ism o, so pena de caer en el provincialis­
mo. Se debe incluso ir más lejos. Es un hecho que "O riente”
no era capaz entonces de representarse a sí m ism o con la
misma fuerza que podían hacerlo los europeos armados del
pensamiento burgués. Los chinos del Im perio de Confucio,
los árabes del ca lifa to abasida, así com o los europeos de la
Edad Media, no podían analizar su propia sociedad más que
con los instrum entos conceptuales de los cuales disponían,
definidos y lim itados por su propio desarrollo.
Q/'^Pero la representación que la Europa capitalista hace de
los otros está a su vez limitada por la naturaleza del desarro-

6 Nos remitiremos aquí al libro de Edward Sai*d (L'Orientalisme, Le


Seuil, 1980) del que he tomado numerosas citasen el texto siguiente, parti­
cularmente en lo que concierne a su crítica de Renán sobre la cuestión de
las lenguas semíticas (p. 169), las divagaciones del orientalismo concernien­
tes a la sexualidad oriental (p, 2 i9), sus conclusiones totalizadoras a partir
de detalles {p. 286), 3a cita racista de lord Crcmer (p. 243). Ello no excluye
la crítica de) método de Said (cf, nota 1).
lio capitalista. Éste es, en efecto, polarizante: transform ó
Europa (después América del Norte y Japón) en centros del
sistema y redujo a las otras regiones al estado de periferias.
La representación de los demás continúa siendo el reflejo de
esta polarización, un m odo de justificación de aquélla^ Lo
que se debe reprochar a l orientalism o 5es simplemente el ha­
ber prod u cid o ju icios falsosB La prim era tarea, para quien
desea construir un universalismo verdadero, será la de de­
tectar sus errores para llegar hasta las raíces de su origen.
^ ) La crítica del orientalism o que nos propone Edw ard íja id ...
presenta sin em bargo el defecto de no haber ido más lejos en
ciertos aspectos y de haber llegado dem asiado lejos en otrosX,
No dem asiado lejos en la medida en que el autor se co n fo r­
ma con denunciar el prejuicio eurocéntrico sin prop on er po­
sitivamente otro sistema de explicación de los hechos de los
cuales es preciso informar. Demasiado lejos en la m edida en
que considera que el eurocentrism o caracterizaba ya la
visión de los europeos de la Edad Medía. Este error de Sai'd,
del que ya se ha dicho que Máxime Rodinson lo había corre­
gido de antemano distinguiendo las visiones europeas anti­
guas del Oriente islámico de las del eurocentrism o triunfante
del siglo xtx, ilustra el peligro que entraña la trivializacíón
del concepto de eurocentrismo. Demuestra también que Saíd
no se ha liberado del defecto del provincialism o, lo cual lleva
a Sadek Jalal El Azm a calificar su análisis de "orientalism o
invertido " . 7
•Q Com o com plem ento al derecho de los europeos de anali­
za ra los demás está ei derecho igual de los otros de analizar
Occidente. El derecho universal al análisis y a la critica im­
plica algunos de los peligros cu yo riesgo hay que asumir. No
sólo el riesgo de equivocarse, por ignorancia o por una insu­
ficiencia conceptual cuyo rebasamiento es y seguirá siendo
siem pre relativo. También existe el riesgo de no saber tom ar
la m edida exacta de las diversas sensibilidades, y a partir de
allí m eterse en falsos debates donde la polém ica oculta la in­
com prensión mutua y obstaculiza e! avance de las ideas,
^ La dim ensión cultural de las proposiciones hechas por

7 Sadek Jalal El Azm, L'orieníaUatne et lorientalisme inversé (en árabe,


Bdrut, 1981).
unos y otros se presta a este género de peligro. Si nos co lo ca ­
m os en el terreno de la realidad social que intentamos co m ­
prender y analizar, correm os el riesgo de ch ocar con con vic­
ciones situadas en otro terreno, p or ejem plo el de la fe
religiosa. Si queremos avanzar en el proyecto del universa­
lism o necesario, hay que saberlo y aceptarlo. C olocados en
e! terreno de la realidad social, tenemos el derecho (y el de­
ber) de analizar los textos, aunque éstos sean considerados
sagrados, de precisar las interpretaciones que de ellos han
hecho las sociedades, así com o se analizan filosofías p rofa ­
nas. Tenemos el derecho y el deber de situar las analogías y
las diferencias, de sugerir los orígenes y las inspiraciones,
de identificar las evoluciones. Estoy persuadido de que la fe
de unos y de otros no será quebrantada: p or definición, en
efecto, la fe responde a necesidades a las que la ciencia se
niega a dar respuesta.
V Edward SaYd, por ejemplo, deplora que algunos orienta­
listas europeos hayan com parado al islam con la herejía de
los arios en el cristianismo.8 El análisis de las religiones
propuesto p o r las ciencias sociales no es el de la teología, así
sea com parativo. Evidentemente todavía hay que saber si la
com paración en cuestión es una reducción plausible, argu­
mentada, o si es errónea. Falta dem ostrarlo en el terreno de
la ciencia, que considera a la religión com o un hecho social.
En su estudio sobre el chiism o y el sufism o, el egipcio mu­
sulmán créyente Kamel Mustafá El Chibi analiza, sin m ayor
problema, las interpenetraciones entre el islam, el cristia-
K nismo y las demás religiones de Oriente.19 Al negar el dere­
cho de hacerlo, Saíd cae, en mi opinión, en el defecto de pro-
. vincialismo.
A 6. La exposición precedente relativa a la con stru cción de
los elementos constitutivos del culturalism o eurocéntrico
nos permite ahora situar m ejor la naturaleza y el alcance de
este com plejo fenómeno,
íj? {A l imponerse a escala mundial, el capitalism o nacido en
Europa creó una exigencia de universalism o tanto en el pla­
no del análisis científico de la sociedad (es d ecir del descu-

8 Edward Saíd, op. cit., pp, 80-83.


* Kamel Mustafá El Chibi, Chiisnie el soufisrne (en árabe, Beirut y El
Cairo, 1982).
brim iento de leyes que gobiernan su evolución) com o en el
de la elaboración de un proyecto humano capaz de superar
los límites históricos. La ideología y la cultura dominantes
producidas por el capitalism o ¿están en condiciones de res­
ponder a este desáfíoíjjPara responder a esta pregunta evi­
dentemente es necesario haber descubierto previamente los
axiomas y los teoremas en los que se basa esta ideología,
desprender sus corolarios en todos los dominios dei pensa­
m iento social, de la imagen del sistema mundial contem po­
ráneo que inspira (el "subdesar rollo" y las "estrategias del
desarrollo") a las concepciones de la historia universal, así
com o es preciso situar con exactitud la naturaleza de los lí­
mites históricos y de las contradicciones del sistema.
C ^ L a ideología y la cultura dominantes del sistema capitalis­
ta n o son reducibles só lo al eurocentrism o. Éste no es más
que una dim ensión de la ideología dominante, pero una di­
m ensión que se ha desarrollado com o un cáncer invasor, ha­
ciendo retroceder lo esencial —es decir el econom icism o—
a los repliegues ocultos del cuerpo obeso que ha creadd./El
eurocentrism o ha sustituido la explicación racional d e la
historia por seudoteorías parciales y yuxtapuestas, a veces
hasta contradictorias, pero que funcionan admirablemente
co m o com plem ento unas de otras en la construcción de un
m ito tranquilizador para los europeos, librando a su sub­
consciente de todo com p lejo de responsabilidad, en una pa­
labra perfectam ente con forta ble,^
•0 N o obstante, si bien el eurocentrism o no tiene la
condición de teoría propiam ente dicha, tam poco es sim ple­
mente la lsu m a -^ -p ceju icia s^ .i gnorafíc i a s y è q u ivócacione s
de los occid en tales-ce«-i:especto a los^^niás^ En ese"caso no
sería más que una de las form asTrtvfafés'del etnocentrism o
com partido por todos los pueblos en todas las épocas. La ig­
norancia de los otros y la desconfianza con respecto a ellos
y hasta el chovinism o y la xenofobia no son prueba de nada
más que de los límites de la evolución de todas las socieda­
des hasta nuestros días.
^ La deform ación eurocèntrica que caracteriza a la cultura
capitalista dominante anula la am bición universalista sobre
la cual esta cultura pretende estar fundada. Com o ya se ha
dicho,iel eurocentrism o es una construcción relativamente
moderná\La cultura burguesa de las Luces se afirm ó no sólo
sobre fln diseño universalista, sino también sim ultánea e
independientemente de las am biciones universalistas de la
religión (aquí del cristianismo). La cultura de las Luces no
tenía ninguna simpatía particular por la Edad Media cristia­
na, calificada de o scurantista./El elogio de la antigüedad
greco-romana, redescüBierta, era en parte por lo m enos una
construcción propuesta no para fundar una nueva europei-
dad, sino para denunciar el oscurantism o de la Iglesia cris­
tiana. Sin em bargo la cultura de las Luces se enfrentaba a
una contradicción real que no podía superar por sus propios
medios, pues el espacio europeo en el que se desarrolla el ca­
pitalism o naciente del cual ella era el producto existe real­
mente, y n o se podía ignorarlo. Por otra parte, en efecto, este
m undo en gestación era superior materialmente, y por m u ­
chos otros aspectos a la vez, a los antecedentes en los luga­
res mism os (la Europa feudal) y en las otras regiones del
m undo (el Oriente islám ico, vecino, los Orientes más lejanos
que se acababan de d e s c u b r i r l a cultura de las Luces n o lo­
gró conciliar el hecho de esta superioridad con la am bición
universalista de su proyectó! Por el contrario, resbaló p ro­
gresivamente hacia el racisiño com o explicación del contraste
en adelante establecido. Al m ism o tiempo, no lograba con ci­
liar el cosm opolitism o europeo de los orígenes y el con flicto
de los nacionalism os sobre el que se fundaba la cristaliza­
ción capitalista europea, Pero en este plano, igualmente res­
baló a partir del siglo XIX hacia direcciones nacionalistas
em pobrecedoras con respecto a su cosm opolitism o anterior.
esta manera la teoría social creada por el capitalism o
llegó a la conclusión de que laR istoria de Europa era excep­
cional, no en el sentido de que el m undo m oderno (es decir
el capitalismo) se hubiera constituido aquí (lo cual es un he-
cho indiscutible en sí mism o) sino en el de que no podía na­
cer en otro lado^Asi pues, una vez allí el capitalism o en su
m odelo occidental se hatería convertido en el prototipo supe-
ríoFHe la organización sQcjaL q u e.p u ad^ apm d iicrfse finias
otras” sociedades que n o tuvieron la.oportunid^d-de-seFTás
ifticfastorasTa"condición de-Que-estas-sociedades se liberen
“ de los obstáculos de sús propias especificidades culturales,
responsables de su retraso. .......
La ideología capitalista dominante cree alcanzar aquí la
aspiración universalista anterior del cristianism o, contra la
cual se había rebelado en un prim er momento, Pero el cris­
tianismo, com o eí islam, el budism o y algunas otras religio­
nes, se había nutrido de una aspiración universalista. En su
concepción el ser humano es p or esencia una criatura de vo­
cación idéntica de un individuo al otro. Por un acto de con­
vicción íntima puede convertirse en un ser humano de la
más alta calidad independientemente de sus orígenes y de
las condiciones materiales y sociales. Sin duda las socieda­
des religiosas no siempre funcionan según el principio del
universalismo: la hipocresía social (que justifica la desigual­
dad) y el fanatismo intolerable tanto para con otras religio­
nes com o para con el no creyente (o sencillamente no con for­
mista) fueron y siguen siendo la cosa más frecuente. Pero
quedém onos en los principios. La decisión podía pues to­
m arse y las aspiraciones universalistas del cristianism o y
del capitalism o amalgamados en la expresión com ún de " c i­
vilización occidental y cristiana", com o si evidentemente hu­
biera com plem entariedad, y exclusividad.
Así pues el eurocentrism o es, com o iodos los fenóm enos
sociales dominantes, fácil de captar en la m ultiplicidad de
sus m anifestaciones cotidianas, pero más difícil de definir
con precisión. Sus manifestaciones, com o las de otros fenó­
m enos sociales dominantes, se expresan en los dominios
más diversos, las relaciones diarias entre individuos, la in­
form ación y las opiniones políticas, las opiniones generales
concernientes a la sociedad y la cultura, la ciencia social.
Son tan pronto violentas — llegando hasta ej racism o asumi­
do— tan pronto tenues. Se expresan tanto en los idiomas de
la opinión com ún, popular, com o en los lenguajes eruditos
de los especialistas en la política del Tercer Mundo, la eco^
nomía, la historia, la teología y en todas las form ulaciones
de la ciencia y del pensamiento sociales. Partiremos, pues,
de este conjunto de ideas y de opiniones com unes transmiti­
das por los m edios de com unicación sobre las cuales existe
en Occidente un gran consenso más allá de las divergencias
de las m ayorías electorales para resumir la visión eurocén-
trica en los térm inos que siguen.
Á y El Occidente europeo no es sólo el m undo de la riqueza
material y del poder, incluyendo el poder militar, sino tam ­
bién el del triunfo del espíritu científico, de la racionalidad
y de la eficacia práctica, así com o el de la tolerancia, Ja plu­
ralidad de opiniones, el respeto de los derechos del hom bre
y la dem ocracia, la preocupación por una cierta igualdad
—al m enos en los derechos y las oportunidades— y la ju sti­
cia social. Es el m ejor de los mundos con ocid os hasta ahora.
Esta prim era tesis, que se conform a con registrar hechos en
sí mism os p oco discutibles, está reforzada por la tesis co r o ­
lario de que los otros m undos —el este socialista y el sur
subdesarrollado— nada tienen que ofrecer que sea m ejor en
ninguno de los planos m encionados (riqueza, dem ocracia y
hasta justicia social). Por el contrario, estos últimos sólo
pueden progresar a condición de irtñtar a Occidente, que por
lo demás es lo que hacen —aunque sea lenta e im perfecta­
mente a causa de las resistencias que se oponen en nom bre
de dogm atism os superados (com o el marxism o) o de m otiva­
ciones anacrónicas (com o el tribalism o o los integrismos
religiosos)—, según vemos.
"5 En consecuencia no se vislum bra otro porvenir del m un­
do que el regido por la exigencia de su europeización. Para
los más optimistas, esta europeización, que traduce sencilla'
mente la adopción del m odelo superior, funciona com o una
ley necesaria que se impone por las circunstancias: la con ­
quista del planeta por Europa es así rehabilitada, en la m edi­
da en que sacará a los demás pueblos de su letargo fatal.
.Para otros, los pueblos no europeos son los dueños de una
decisión alternativa: o aceptan la europeización interiori­
zando sus exigencias, o bien, si la rechazan, se encerrarán en
un callejón sin salida que conduce fatalmente a su decaden-
cia./La progresiva occidentalización del m undo no sería sino
la expresión del triunfo del universalism o humanista inven­
tado por EuropaS
V -W L a occidentaíízación del m undo im pondría a todos la
adopción de las recetas que determ inan la superioridad eu­
ropea; la libertad de empresa^ y el c e r c a d o , el laicism o y la
dem ocracia electoral pluralists¿l Se observará que esta pres­
cripción am ñene ya la creencia de la superioridad del sistema
capitalista, al grado de que esta óptica responde a exigen­
cias, si no insuperables en lo absoluto, al menos insuperadas
en el horizonte concebible del futuro. E1 marxismo y los re­
gímenes socialistas que éste ha inspirado no son más que
avatares de la historia, un paréntesis en la marcha hacia la
occidentalización y el capitalismo.
j En estas condiciones, el Occidente europeo no tiene gran
cosa que aprender de los demás. Las evoluciones más decisi­
vas que rigen el futuro siguen hallando su origen aquí mis­
mo, ya se trate de progresos científicos y tecnológicos o de
progresos sociales, com o el reconocim iento de la igualdad
entre hom bres y mujeres, o la preocupación ecológica, o la
crítica de la organización del trabajo fragmentado.^Los agi­
tados acontecim ientos que sacuden el resto del mundo — re­
voluciones socialistas, guerras anticoloniales de liberación,
a pesar de la apariencia más radical de las ambiciones de las
que se nutren— son de hecho menos decisivos para el porvenir
que el progreso que se abre cam ino en Occidente casi sin que
uno se dé cuenta. Esos agitados acontecimientos no son más
que las peripecias por las que tienen que pasar los pueblos
a quienes conciernen para tratar de superar su atraso-
D ebido a las circunstancias, el retrato hablado de la vi­
sión eurocèntrica del mundo contemporáneo propuesto aquí
es trivial, puesto que sólo conserva el denominador común
de opiniones que se presentan com o variadas, y hasta a
veces contradictorias. Izquierda y derecha, por ejem plo, pre-
ten den tener, si no concepciones radicalmente diferentes
de la eficacia económ ica, de la justicia social y de la dem o­
cracia, al menos apreciaciones muy diversas de los medios
para hacerlas progresar. Si excluimos a los extremistas, que
se eliminan a sí mismos del cam po de las alternativas posi­
bles, estas divergencias quedan entonces inscritas en el mar­
co trazado p or el consenso descrito.
Esta visión del mundo descansa en dos axiomas que no
siem pre son bien explicitados y que son, uno y otro, erró­
neos en sus form ulaciones dominantes^El primero es que
los factores internos propios de cada sociedad son decisivos
en su evolución comparad'^ El segundo es que el m odelo occi-
dental-deLcapitaligmo puede generalizarse a toHb el pláñeta.
/O Nadie niega el hecho —-que com o tal se im pone— dé"que
la expanstCffTcaF^t^sía'mundial va acompañada de una fla­
grante" desigualdad entre sus miem bros. Pero ¿se trata de
; una serie de accidentes, debidos en lo esencial a factores in­
ternos negativos variados que han atrasado la "recu p era ­
ción ” ? ¿O bien esta desigualdad es producto de la expansión
capitalista misma y no puede ser superada en el m arco de
este sistema?
O La opinión dominante es que no se trata sino de una serie
de accidentes y que, en consecuencia, la polarización cen ­
tro-periferias puede ser resuelta en el m arco del capitalis­
mo. Esta opinión encuentra su expresión en la idea de que
“ los pueblos son responsables de su estado". ¿C óm o no ver
que esta afirm ación simple y cóm oda es análoga a aquella
; mediante la cual la burguesía invoca la responsabilidad de
los individuos para atribuir la suerte del proletariado a sus
propias insuficiencias, sin tomar en cuenta los con dicion a­
mientos sociales objetivos?
^ En este nivel del discurso abordam os la teoría social para
la cual ya no es posible quedarse en generalizaciones. En
efecto aquí se enfrentan teorías sociales y explicaciones de
la historia que se presentan com o diferentes y hasta con tra ­
dictorias. Sin embargo, a pesar de la aparente diversidad de
las teorías sociales, hallaremos aquí el consenso eurocént ri­
co presente. Por ejemplo, todos saben que el ingreso per cá-
pita es quince veces más elevado en Occidente que en el T er­
cer Mundo. Tanto las teorías sociales burguesas com o las
expresiones dominantes del marxismo com parten aquí la
misma interpretación del hecho, a saber que la productivi­
dad del trabajo es en Occidente quince veces mayor que en
la periferia. Pero esta opinión general, com partida p or el
público, es muy errónea e inspira conclusiones falsas.ia
& Este consenso descansa en el axioma de que las realizacio*
nes de los diferentes m iem bros del sistema mundial depen­

10 La demostración del carácter falaz del discurso sobre el'sub de sarro-


lio remite a la discusión del valor mundializado y de la dialéctica de los fac­
tores internos y externos. Eurocentrisme et vision du monde contemporain.
También Classe et nation, capítulos VI. vu, vm; La loi de la valeur et le maté­
rialisme historique, Minuit, 1977, capítulos il, v y vi, conclusión; L'échange
inégal et la loi de la valeur, Anthropos, 1973; L ’avenir du maoisme, Minuit,
1981, primera parte; La déconnexion. La Découverte, 1986; L'État et le
développement, en Socialísm in the World, núm. 58, 1987, Belgrado.
den principalm ente de "tactores internos” - —favorables o
desfavorables a su desarrollo en el seno del sistema mundial.
Com o si esta recuperación se hiciera posible en cuanto que
los factores internos evolucionaran en un sentido favorable.
C om o si p or sí misma la integración al sistema mundial no
hiciera los factores internos desfavorables, cuando por el
contrario la articulación factores externos-factores internos
opera p or lo general de una manera desfavorable, dando así
cuenta de la polarización centros/periferias. Se dice, por
ejem plo, que él progreso en Occidente ha sido prod u cid o
por las luchas de clases que han impuesto un reparto menos
desigual del ingreso nacional y la dem ocracia. Esta prop osi­
ción es ciertamente correcta, aunque haya pasado de m oda
desde que la ofensiva de la ideología de derecha ha hecho
cre e r que era la desigualdad el m otor del progreso, no ob s­
tante las lecciones de la historia. Sin embargo, no se puede
derivar de allí otra proposición, a saber que bastaría con que
en la periferia se desarrollasen luchas análogas para que se
obtuvieran los mismos resultados. En efecto las alianzas de
clases internacionales — p or medio de las que opera el ca pi­
tal dominante a escala mundial— hacen extremadamente di­
fíciles e im probables las alianzas de clases internas progre­
sivas, co m o las que han hecho avanzar a la sociedad
europea.
En realidad, pues, los factores internos sólo retom an un
papel decisivo en la evolución cuando, por la desconexión, la
sociedad periférica se libera de la dom inación del valor
mundializado. Ello im plica la ruptura de la alianza transna­
cional a través de la cual las clases dirigentes lófcales subal­
ternas y com pradoras* se someten a las exigencias del ajus­
te a las tendencias del capital mundializado. Mientras no sea
así es inútil hablar del papel decisivo de los factores internos,
que n o es sino potencial, y resulta artificial separarlos de los
factores mundializados que siguen siendo dominantes.
) ^ L a ideología dominante en cuestión no sólo propbne una
visión del mundo, sino que también es un proyecto político

* Del término “compradore” ; se refiere a una relación de dependencia


o servidumbre respecto del capital extranjero. [E.]
a escala planetaria: el de la homogene i z aci ó n p or im itación
y re cu p e ra ció n ^
"\ Ahora bien, este proyecto es imposible. ¿A caso no está
contenida la confesión de esta im posibilidad en la opinión
com ún de que la extensión de los m odos de vida y con su m o
dé Occidente a los cin co mil millones de seres humanos del
planeta toparía con obstáculos absolutos, entre otros los
ecológicos? Entonces ¿para qué decir "haced com o n oso­
tros" si de antem ano sabemos que es im posible lograrlo? La
intuición basta para convencer de que es im posible im aginar
un m undo de cin co a diez mil millones de seres hum anos go­
zando de elevados niveles de vida com parables sin transfor­
maciones gigantescas en todos los aspectos y todas las regio­
nes del planeta, incluyendo Occidente. Mi propósito no es
calificar de socialista, p or ejemplo, la organización de ese
mundo ideal hom ogeneizado. Sepamos sólo que él no p odría
ser adm inistrado com o lo es actualmente.
O En el m arco del proyecto imposible del eurocentrism o, la
ideología de m ercado (con su com plem ento dem ocrático su­
puestamente casi automático) convertida en una verdadera
teología roza aquí lo grotesco. En efecto la progresiva unifi­
cación de los m ercados de mercancías y capitales, por sí so­
la, sin ir acom pañada por gigantescas m igraciones de pobla­
ción, no tiene en rigor ninguna posibilidad de igualar las
condiciones económ icas en las que viven los diferentes
pueblos. Cuatro siglos de historia de expansión capitalista
ya demostraban esta evidencia. Los últim os treinta años, en
el cu rso de los cuales "la ideología del desarrollo" (fundada
precisam ente en las hipótesis fundamentales del proyecto
eurocéntrico) ha inspirado esfuerzos redoblados para b o ­
rrar aquello que se atribuían sólo a los efec tos negativos de
la colonización, no han perm itido reducir un ápice la brecha
Norte-Sur.
V El eurocentrism o había olvidado sencillamente que la ex­
plosión dem ográfica de Europa, ocasionada com o la del Ter­
cer M undo contem poráneo p or la transform ación capitalis­
ta, había aprovechado la salida de la em igración, que pob ló
a las Am éricas y algunas otras partes del mundo. Sin esta
em igración conquistadora masiva — dado que la población
de origen europeo exterior a Europa es hoy dos veces m ayor
que la de las regiones de origen de los migrantes— Europa
habría hecho frente a su revolución agrícola e industrial en
condiciones de presión dem ográfica análogas' a las que en
esta época sufre el Tercer Mundo. La letanía del rem edio por
el m ercado que se invoca a cada paso se detiene aquí: acep­
tar que, dado que el m undo está en adelante unificado, los
seres humanos también —com o las m ercancías y los capita­
les— se encuentran en todas partes com o en su casa, es sen­
cillamente inaceptable. Los más fanáticos partidarios del
m ercado vuelven a encontrar aquí el argumento del protec­
cionism o qué fustigan en otras partes p or principio.
¿H ace falta matizar nuestra acta de acusación? No siem­
pre ^,e niega el factor externo negativo. En las corrientes
ideológicas situadas a la izquierda en Occidente se reconoce
que la colonización que acom pañó a la expansión europea fa­
voreció el progreso europeo. Y si algunos extremistas no
quieren recon ocer más que "el papel civilizador de la coloni­
zación” n o hay que acusar con tanta prisa extendiendo esta
opinión a tod o el pensamiento occidental. La brutalidad y
los efectos devastadores de la trata de negros y de la masa­
cre de los indios de América no son negadas p or todos. No
obstante, n o es menos cierto que las corrientes dominantes
del pensam iento social occidental ponen el acento en las
transform aciones internas propias de la sociedad europea, y
conform ándose con com probar que en otras partes no se
han realizado transform aciones idénticas, acusan casi exclu­
sivamente a los factores internos propios de las sociedades
no europeas.
^ El reconocim iento de la responsabilidad colonial en el de­
sarrollo desigual del capitalism o no es suficiente, pues a pe­
sar de él, la visión dominante sigue basada en la negación del
principio de que la contradicción centros-periferias consti­
tuye la contradicción principal del m undo m oderno. Es ver­
dad que hasta 1914 el sistema mundial —el "capitalism q real­
mente existente1'— se había construido progresivamente
sobre la base de una polarización centros-periferias enton­
ces aceptada de hecho. Pero desde entonces esta polariza­
ción ya no lo es. Las revoluciones socialistas y las luchas que
lograron arrancar la independencia de las antiguas colonias
son su expresión.
En la m edida en que los medios m odernos de com u n ica ­
ción ponen al alcance de todos los pueblos la aspiración a
una suerte distinta a la que les está reservada en el sistema,
la frustración se va agrandando cada día, lo cual hace de
este contraste, quiérase o no, la con tradicción más explosiva
de nuestro mundo. Empeñándose en no querer poner en te­
la de ju icio al sistema que engendra este contraste y esta
frustración, se ha elegido la política del avestruz. El m undo
"de los econom istas” que administran nuestras sociedades
preocupándose exclusivamente p or la "gestión de la e co n o ­
mía m undial” vive en ese universo'artificial. Pues el p rob le­
ma n o está en esta gestión sino que reside en la necesidad o b ­
jetiva de una reform a de la sociedad mundial, que de no
realizarse, la peor barbarie se convertiría en la única salida
posible, mediante el genocidio de pueblos enteros o la co n ­
flagración mundial. Acuso pues al eurocentrism o de no ser
capaz de ver más allá de las narices de aquellos que están
confortablem ente instalados en el m undo m oderno^La cu l­
tura m oderna dominante pretende estar fundada en el uni­
versalism o humanistíE^En realidad, en su versión eurocen-
trista, se inscribe contra él. Porque el eurocentrism o lleva
en sí la destrucción de los pueblos y de las civilizaciones que
se resistan a la expansión del m odelo. En ese sentido, el na­
zismo, lejos de ser una aberración particular, sigue siem pre
latente, pues no es más que la form ulación extrema de las te­
sis eurocéntricas. Si hay algún callejón sin salida, ése es
aquel en el que el eurocentrism o encierra a la hum anidad
contemporánea.
"b, El sueño del progreso en el seno de úna "econ om ía m un­
dial única” sigue siendo im posible. Por eso es que com o co n ­
clusión de Classe et nation,11 que considera la con tradicción
centros/periferias inmanente en el capitalism o realm ente
existente así com o insuperable en el m arco de este sistema,
sugeríamos que la reconstrucción de un m undo igualitario
im ponía una larga transición m ediante el estallido de la e co ­
nomía mundial. Proponiendo una analogía con el Im perio
romano, sugeríamos que — del m ism o m od o que la centrali­

11 Samir Amin, Classe et nation dans l'histoire et la crise contemporaine,


Mirmit, 1979.
zación del tributo a escala de este Imperio se convirtió en un
obstáculo al progreso que exigió el desm embramiento feu­
dal, condiciones de la recentralización ulterior sobre la base
del capitalism o— la centralización capitalista del excedente
se ha convertido hoy día en el obstáculo al progreso de los
pueblos que son sus víctimas. La "desconexión” , com prendi­
da en este sentido es la única respuesta razonable al desafío.
También las experiencias socialistas así com o los esfuerzos
de los países del Tercer Mundo debieran ser analizados y
apreciados de una manera totalmente distinta de aquella
com o se analiza el euroceritrisirio. El discurso tranquiliza­
d or que consiste en decir: “ ellos habrían podido actuar
com e nosotros (los occidentales); si no lo hicieron es culpa
suya” , elimina de entrada los verdaderos problem as a los
que se enfrentan los pueblos víctimas de la expansión capi­
talista.
fc ^ L a dimensión eurocéntrica de la ideología dominante
constituye un verdadero paradigma de la ciencia social o cci­
dental que, com o lo demuestra Thomas Kuhn1* para todos
los paradigmas, está interiorizado al grado de que funciona
las más de las veces en la vaguedad sin que uno se dé cuenta.
Por esa razón m uchos especialistas, historiadores e intelec­
tuales pueden rechazar tal o cual form ulación de la construc­
ción eurocéntrica sin sentirse molestos por la incoherencia
de la visión global que de allá resulta. Unos convendrán en
que Grecia no está en el com ienzo del destino de Europa,
otros, que el universalismo cristiano no es distinto del de
otras religiones, y ios demás, finalmente, se negarán a dejar­
se encerrar en la dicotom ía Occidente-Oriente. Y o no lo dis­
cuto y no alimento ninguna intención de ju icio "co le ctiv o ” .
Sólo pretendo decir que si nos negamos a explicitar las leyes
que rigen la evolución de todos los segmentos de la humani­
dad dejam os el cam po libre a las ideas del eurocentrism o do­
minante.
Es pues necesario opon er a este paradigma otro basado
en hipótesis explícitas de leyes sociales generales, que dé
cuenta a la vez del adelanto precoz de Europa y de los desa*
fíos a los que por esta razón enfrenta nuestro m undo con-

12 Thomas Kuhn, The s tru c tu re o f sciu n tific rev o lu iio n s, C h ica go, 197Ü,
tem poráneo. A algunos esta am bición les parecerá excesiva,
aun cuando yo no tenga la pretensión de propon er la form u ­
lación com pleta de un sistema sustitutivo. Espero que los
elementos de reflexión propuestos aquí constituyan una con ­
tribución útil para la elaboración de un universalismo libera­
do de sus límites eurocéntricos. Sin duda algunos especialis- '
tas encontrarán aquí o allá que las hipótesis propuestas son
dem asiado generales, o no suficientemente sostenidas, y
hasta contradictorias en materia de detalles.' Ése es el p recio
necesario que debe pagarse cuando se propone un nuevo pa­
radigma. Thom as Kuhn, al observar que un paradigma nue­
vo no tiene la naturaleza de una síntesis enciclopédica de los
conocim ientos adm itidos, sino que por el contrario abre una
vía nueva, com prueba que ese género de proposiciones rara­
mente es ob ra de eruditos forzosam ente especializados, sino
de '‘outsiders” que sitúan su reflexión en los límites de di­
versos cam pos sociales.
o La resistencia a la crítica del eurocentrism o es siem pre
extrema pues entramos aquí en el terreno de los tabúes.
Quiere uno hacer oír lo inaudible. El cuestionam iento de la
dim ensión eurocéntrica de la ideología dom inante es más di­
fícil de aceptar aún que el de su dim ensión económ ica. En
efecto la crítica del eurocentrism o pone directam ente en
tela de ju icio la posición de los ricos de este mundo.
O^Los m edios que esta resistencia despliega son m últiples.
Entre ellos está la trivialízación del concepto, a la que ya he
hecho alusión. Pero tam bién está el recurso al argum ento
del supuesto realism o porque en efecto el este socialista y el
sur subdesarrollado no han llegado hasta ahora a proponer '
un m odeló de sociedad m ejor, y dan algunas veces la im pre­
sión de renunciar a él, en beneficio de la adhesión al m odelo
occidental. El choque provocado p or esta aparente adhesión
ha sido tanto más fuerte cuanto que llegó tras un largo pe­
ríodo en que el stalinismo y el m aoísm o dieron sucesivam en­
te la im presión de haber encontrado la respuesta definitiva
para la cuestión de la construcción socialista. B uscar otra
vía qúe la del capitalism o es pues, aparentemente, una u to­
pía;-Perm ítasem e decir aquí que la utopía reside p o r el co n ­
trario en la obcecación de perseguir un objetivo (la eu ropei­
zación del m undo) ¡que por lo demás estam os de acuerdo en
que es im posible! Por el contrario pues la desconexión es la
única vía realista. A condición de saber qué podem os espe­
rar de ella y lo que está excluido en la larga fase de transi­
ción que representa, y también de com prender cóm o se arti­
cula en el cam bio necesario en Occidente, de colocarla en la
perspectiva de una reconstrucción global a escala planetaria.
Dicho de otra manera, a condición de ser suficientémente pa­
ciente y capaz de una visión a más largo plazo de la propuesta
por la ideología implícita de los medios de comunicación.

III. EL MARXISMO ANTE EL DESAFÍO DEL CAPITALISMO


REALMENTE EXISTENTE

1, Hoy di a es de buen tono en Occidente enterrar a Marx, Por


desgracia, los teóricos de la muerte del marxismo, lejos de
superar su contribución a la com prensión del mundo, se han
em peñado en dar marcha atrás para retom ar al cóm od o re­
dil de las construcciones que legitiman al capitalism o sin el
m enor espíritu crítico. Hemos visto la fragilidad de esas
construcciones eurocéntricas, así com o la del materialismo
m ecanicista de las Luces que le sirve de base, Pero sobre
todo esas construcciones, tanto premarxistas com o posterio­
res a Marx (com o la ciencia económica burguesa llamada neo­
clásica), eluden la cuestión esencial, la de la naturaleza de
la alienación econom ista que define al capitalismo. Pero lo
'^esencial de la contribución de Marx se sitúa precisamente enl
í esta crítica fundamental del m odo de producción capitalista,!
í^} Pero lo esencial no es el todo. La am bición del proyecto
del m aterialism o histórico es también por una parte reinter-
pretar la historia universal a la luz de una teoría general de
la evolución social, y p or el otro abrir una vía a la supera­
ción d e l capitalism o mediante la definición de una estrategia
pol í ti cí|,e f iCaz.
t, ÉTverdadero con flicto de las ideologías está allí. Por una
parte tenemos la cultura dominante, que intenta legitim ar al
capitalism o, proponiendo con este ñn una explicación míti­
ca del nacimiento del capitalismo (la explicación culturalista
eurocén trica), y se prolonga en un proyecto político conser-
^ vador, aceptando al mundo "tal cual es” (con ia polarización
í| norte-sur que lo caracteriza). Tenemos p or otra parte una in-
f vestigación, siempre inacabada, de otra cultura, capaz de
i; fundar otro orden social, que supera las contradicciones qüe
el capitalism o sigue sin resolver y no puede resolver.
El m arxism o se creó precisamente a partir de la tom a de
conciencia de los límites históricos de la cultura dé las Lu­
ces, en relación con el descubrim iento de su contenido social
; real, a saber la racionalización del proyecto capitalista, na­
cional, europeo y m u n d ia le s la razón por la cual el instru­
mento marxista tiene probablemente la capacidad potencial
de superar la contradicción con la que las Luces tropf za ron í
Así, el m arxism o "realm ente existente” se creó simultáneas
; mente a partir y contra las Luces, y por esto sufrió las influen-
: cias del medio, y sigue siendo una .construcción inacabada^
^ Es preciso ir más allá de la construcción propuesta por
Marx, dogmatizada en gran parte por las corrientes dom i­
nantes del m arxism o real. Pero para hacerlo sin arrojar al
bebé ju nto con el agua del baño, es necesario dedicarse a
descubrir las insuficiencias de la construcción del m arxis­
m o clásico, en los dos dom inios de la explicación de la histo­
ria universal y de la visión estratégica de la superación del
capitalism o.
2. El m arxism o propuso otra explicación de la génesis del
capitalismo, sin referencia a la ra za jií al c ristianismo, ba­
sándose en los con ceptos del m odo"de p ro d ucción, de base
y superestructura, de fuerzas Productiya ^ y x d ^ ia rie fe ^ e
prgduceitiQi, Por oposición al-eclecticism o burgués, el m ar­
xism o plantea simultáneamente la cuestión de la dinámica
social universa] y propone al m ism o tiem po un m étodo glo­
bal que conecte los diferentes elementos de la realidad social
(base material y superestructuras políticas e ideológicas) a
esta dinámica. Ambición desmesurada, dirán los escépticos.
Y o diría: am bición necesaria. Sin duda, esta doble propie­
dad, si bien determina la fuerza del marxismo, también
constituye una amenaza para su desarrollo. Con ayuda de la
pereza natural es tentador encontrar allí respuestas definiti­
vas para todo. El esfuerzo de crítica y enriquecimiento cede
entonces lugar a la dogmátización y al análisis de los textos.
Lim itado p o r los conocim ientos de su época,^Marx puso en
fun cionam iento sus herramientas c o nceptuales en una serie
de proposicion es que sugirieron ya fueraTa generalidad o la
especificidad de la sucesión esclavitud grecorrom ana-feuda-
lism o-capitalism o. ¿Qué se sabía a m ediados del siglo XIX
de los pueblos no europeos? N o gran cosa, y Marx desconfia­
ba p o r esta razón de las generalizaciones apresuradas. Son
con ocid os los textos donde declara que la sucesión esclavi­
tud-feudalism o-capitalism o es propia de Europa, Y deja los
m anuscritos concernientes al "m od o de producción asiáti­
ca " com o borradores de una reflexión inacabada. N o obstan­
te estas precauciones, el m arxism o sucum biría a la tenta­
ción de extrapolar lo específicam ente europeo para hacer de
ello un m odelo universal.
^ífÁsí pues, a pesar de las precauciones de Marx, el marxis­
m o a su vez cedería a las influencias de la cultura dom inante1
y se quedaría en el rezago del eurocentrismo^En efecto, una
interpretación eurocéntrica del m arxism o, que anule su al-
canceuniversalista, no sólo es posible, sino que existe y qui-
aá-faastsugg dorninahfe. Esta versión eurocéntrica se expresa
notablem ente en la fam osa tesis del "m od o de producción
asiática" y de las "d os vías": la vía europea, abierta, que de­
sem boca en el capitalism o, y la vía asiática, bloqueada. Pero
puede expresarse también en la tesis contraria. Al afirm ar la
universalidad, de la sucesión com unism o primitivo-esclavi-
tud-feudalism o-capitalism o-socialism o (la teoría de los cinco
estadios de Stalin), se traslada p or decreto él m odelo e u ro ­
peo al planeta entero, metiéndose los zapatos a la fuerza,
operación criticada con toda fuerza p or sus adversarios.13
^ Ahora bien, me parece que les es posible salir del callejón
sin salida del eurocentrism o com ún a la vez a la cultura bur­
guesa dominante y al marxismo vulgar. La tesis del desarrollo
desigual en el nacim iento del capitalism o se proponía hacer­
lo sugiriendo que el feudalism o europeo, form a periférica
del m od o tributario, gozaba, p or eso, de una flexibilidad ma­
yor, que explica el rápido éxito del rebasamiento capitalista

13 Cf. Eurocentrisrne et histoire, y también, Classe et nation, capítulos I,


H, iu, IV y v; Modes o / production, history and unequal developrnent, Scien­
ce and Society, verano de 1985.
europeo. Esta tesis se consagraba ante todo a m ostrar que
a nivel de la base constituida por las relaciones de prod u c­
ción la form a feudal no era más que una form a periférica
—primitiva— del m odo tributario^En las páginas preceden­
tes hem os encontrado esa relación a nivel de la cultura y la
ideología, tributaria periférica en Europa, tributaria central
en el Oriente árabe-islámico. El m étodo em pleado igualmen­
te en otras regiones del mundo, p or el análisis que propone
a la vez de las relaciones de producción (tributarias o feuda­
les) y de las culturas (tributarias centrales o periféricas), da
cuenta del contraste de los recorridos históricos, particular­
mente en los casos de China y Japón. Su fecundidad es la
razón que nos ha convencido de que ella indicaba bieii la pis­
ta a seguir para salir del callejón sin salida de los eurocen-
trismos dominantes.
& 3. La idea que Marx se hacía de la estrategia de supera­
ción del capitalism o está estrechamente subordinada a la
que él se hacía de la expansión mundial del capitalismo.
Ahora bien, en ese plano Marx com partía el excesivo opti­
m ism o de su época. Creía que esta expansión era irresisti­
ble, que suprim iría rápidamente todos los vestigios de los
m odos de prod ucción anteriores y de las formas sociales,
culturales y políticas a las que están asociados; en una pala­
bra que hom ogeneizaría a la sociedad planetaria sobre la
base de una polarización social (burguesía/proletariado) ge­
neralizada y sim ilar de uno a otro país. Así se explica su
visión de una revolución obrera universal y su esperanza en
el internacionalism o proletario. En estas condiciones Marx
considera la tfáfísi c i5ri 11amacfa socialista a la sociedad sin
clases (el com unism o) com o un paso relativamente breve,
perfectam ente dirigido p o r las clases trabajadoras,
0 ^ ca p ita lism o realm ente existente n o es ése. La
expansión inrmdial del capitalismo" no puso a la orden del
día la K o m o g ^ ^ a c T o ñ ele f praiiefá" PoF’él rontran o ésta
expansión creó una p oía ríz^ ión ^ n u ev^ sométl^SlT’^i''la

la reDroducción * 4
día una revolución distinta a la revolución proletaria univer­
sal: la dé los pueblos de la periferia víctim as de la expansrórr-
en cuestión. Encontram os aquí una segunda expresión del
desarrollo desigual, porque la exigencia de un cuestiona-
m iento del capitalism o, com o en el pasado para las form as
sociales tributarias, se expresa con m ayor intensidad en las
periferias del sistema capitalista que en sus centros avanza­
dos. Hay que tomar conciencia de ello y sacar conclusiones,
■Q Ahora bien, el sistema dominante del pensamiento econ ó­
m ico y sociaTm ai^M ^e^'a'ctíestión fundamental de] ca p ita l"
lism o realmente existente. Com o el capitalism o es un siste­
ma donde él aspecto econ óim co'á b im ñ a la vida social es
natural que las diferentes visiones del m undo contem porá-
n e á ^ e '^ r é s e m t e n . p r i n cipio com o divergentes en el pla-
nó de su dimen sión econQ^ g a ^ Ktf&'ljre^^
d ev istá éTíTrscürsó'doffiínante es totalmente contradictoriq. j
/E n efecto, p o r una parte proclam a que la econom ía en cues- 1
| tión es mundial, en tanto que por la otra responsabiliza de i
] las diferencias de desarrollo entre los diferentes países del^
^ n u n d o a causas “ internas" propias de esos paísesíTissef^ís-
cu rso dominante élimiria desde un principio del ca m p o de su
reflexión las cuestiones espinosas, que son: ¿C óm o se expli­
ca el hecho de que, aunque unificado, el sistema capitalista
esté diferenciado? ¿Por qué esta diferenciación no se reduce
progresivam ente? ¿C óm o se articulan realmente las deter­
m inaciones internas y las que operan a escala global? ¿E s el
carácter heteróclito de origen de las partes lo que explica la
persistencia de la diferenciación, o bien ésta se produce por
la lógica interna de la expansión capitalista? A todas estas
preguntas las teorías burguesas del "d esa rrollo", así com o
los análisis dominantes del m arxism o vulgar, responden con
la evasión m ultiplicando las explicaciones parciales, a veces
hasta sin preocuparse dem asiado de su com patibilidad, pero
sobre tod o sin preocuparse p or forjar un sistema conceptual
eficaz para dar cuenta simultáneamente de la unidad y la di­
ferenciación.
En oposición a este eclecticism o insatisfactorio, el con­
cepto del valor mundia liza do podría muy bien ser el con cep ­
to clave de un paradigma universalista no eurocéntrico, que
precisam ente dé cuenta de esta contradicción inmanente al
capitalismo. En efecto, el concepto de valor m undializado da
cuenta de la doble polarización que caracteriza al capitali s -l/
mo y que se manifiesta por una parte en el reparto desigual?
del ingreso a escala mundial y por la otra en la creciente de-j
sigualdad en el reparto del ingreso en las sociedades perifé#
ricas. Ej^js-doble aspecto de la polarización nacional y social
c^I?S^tll>re Ia i ° rírla Ia^cuaLa£,expresala le y -
d^ la acútritHación de capital a escala^nwìdiat^CseaJas con*
dicíones de su reproducción ampliada a escala global repro­
duciendo las condiciones materiales que permiten el fu n cio­
namiento de las alianzas de clases transnacionales, que ligan
a las clases dominantes de la periferia al im perialism o. De
Anañera simultánea reproduce condiciones sociales y poli ti­
teas cualitativamente diferentes en los centros y las perife-
Irias del sistema. En los primeros entraña, p or el ca rácter au-
tocentrado de la economía, una progresión de ingresos
laborales paralela a la productividad, asegurando con e llo
hasta el funcionam iento del consenso p olítico en torno a la
democracia electoral. En las segundas separa la evolución
de los ingresos laborales de los progresos de la p rod u ctivi­
dad y hace con ello imposible la dem ocracia. La transferen­
cia de valor qué está asociada a ese proceso de acum ulación
es opacada p or la estructura de precios que se desprende de
la ley del válor m undializado.14
Por supuesto se trata de conceptualizaciones que siguen
siendo fuertemente rechazadas, testim onio en mi opin ión de
la fuerza del prejuicio eurocèntrico, pues adm itir su fecu n ­
didad es adm itir que el desarrollo pasa por la ruptura con
lo que implica la sumisión a la ley del valor m undializado,
dicho de otra manera, que implica la desconexión. Es adm i­
tir que el desarrollo en el seno del sistema capitalista m u n -
dial sigue siendo un callejón sin salida para los pueblos de
la periferia.
IV. LA ACELERACION DEL PROCESO CLíLTURALISTA:
PROVINCIALISMOS Y FUNDAMENTALISIMOS

^ La visión dominante de la historia se basa en una proposi­


ción fundamental: la de la irreductibilidad de las trayecto­
rias históricas a causa sobre todo de la de las culturas, que
según esta óptica trasciende con m ucho las evoluciones ma­
teriales de las diferentes sociedades. La excepcionahdad del
trayecto europeo no es pues sino la expresión detesta prop o­
sición general.
J£y La irreductibilidad de las trayectorias puede expresarse
ya sea mediante un rechazo confesado a definir leyes genera­
les de la evolución social válidas para toda la humanidad, o
mediante una construcción idealista —com o la del eurocen-
trism o criticado— que opone "O ccidente” y "O riente" en
térm inos absolutos y permanentes. La historiografía o cci­
dental dominante ha oscilado entre estas dos actitudes, cuyo
resultado es idéntico, dado que legitima el statu quo en los^
dos casos.^E1 m aterialismo histórico permitiría, potencial- \
mente, salir del callejón sin salida, a condición de que \
bere a su vez de las deform aciones eurocéntricas.’y
v N o hemos llegado a eso. Así, vemos a unos y otros agotarse
en un com bate absurdo, preocupados por fundar su “ iden­
tidad irreductible” y legitimar la superioridad de ésta. Esta
aceleración del proceso en el callejón sin salida culturahsta
caracteriza el momento actual, tanto em Occidente, donde
adopta la form a del elogio del provincialismo, com o en el|
Tercer Mundo, donde se expresa mediante la ola de los fun-¿/
damentalismos’i/
^ 1. Hay en efecto d o s rna ñeras de acercarse a la hjsioria^
Para unos el acento deSeponerse en la especificidad concre-
ta y por tanto la diversidad de las trayectorias. Cada historia
es" particular y prácticamente irreductible a cualquier es­
quem a general. Esta opción fundamental deja lugar, con
toda naturalidad, a la diversidad de los análisis, las explica­
ciones y los puntos de vísta. Según los autores y casos estu­
diados, tal evolu ció n será atribuida^ un determinism o ecc-
nómico^ o p o lit íc e lo ideológico, y hasta a una influencia
exterior. En esta visión^el escepticism o es la regla y grande
la desconfianza con respecto a las construcciones generales.
Asim ism o siem pre ha habido pensadores preocupados
por otro orden de interrogantes, articulados en to m o a un
eje central: ¿existen tendencias generales que rigen la evolu­
ción de todas las sociedades, y dan una dirección al m ovi­
miento, lo cual perm itiría entonces hablar de historia uni­
versal?
■£, Los interminables procesos intentados p or unos y otros
son dem asiado con ocidos com o para retom arlos aquí. Según
ellos la filosofía de la historia es la antítesis de la ciencia his­
tórica: parte siempre de una tesis general preconcebida p or
intentar hacer entrar la realidad a ese rígido corsé im puesto
a priori. Ese corsé puede ser de naturaleza muy diferente: te­
sis cientista o materialista del progreso que se im pone e im ­
pone sus exigencias, antítesis del eterno retom o y del cic lo
d é las civilizaciones, tesis del desafío que se acepta o ante el
cual se sucumbe, y hasta tesis de la providencia que intervie­
ne para con d u cir al pueblo que ha elegido hacia la realiza-
cjóp de su destino,
y^a historia sigue siendo pues el lugar de un debate funda­
mental y permanente; el de la búsqueda de lo general más
allá de lo e s p e c ífic o ^ Pero acaso no es prop io de todo pensa­
m iento cien tífico tratar de ir más allá de lo con creto m últi­
ple en sus apariencias inmediatas para descubrir principios
menos evidentes y más abstractos?
*^5 Más que op on er sin fin los productos de la búsqueda his­
tórica limitada y precisa y el derecho a la filosofía de la histo­
ria, es preciso observar que el carácter dominante de la refle­
xión histórica moderna adopta el aspecto de un ciclo largo
constituido p or dos ondas sucesivamente favorable y desfavo­
rable a la búsqueda de lo general más allá de lo particular.
^ Ciertamente el siglo X IX dio un impulso determinante a la
tentación filosófica en la h isto ria ^ u ro p a , al descubrirse a
sí misma y descubrir su poder, su conquista del planetaria
revolución permanente de las fuerzas productivas que erigía
el capitalism o, la libertad del espíritu que proclam aba el re­
chazo a todo tabú, creó una atmósfera general de optim is-
m ó ^ o ,e s extraño en estas condiciones que la Europa del si­
glo X iX haya prod ucido todas las filosofías de ía historia
sobre la reserva de las cuales todavía vivimos hoy, en estre­
cha asociación con los dos grandes m ovimientos de la socie­
dad real, es decir, el nacionalism o y el movimiento social^El
prim ero halló su justificación moral en la invocación de la
“ m isión” del pueblo al que se dirigía. Así se anunciaba el ra­
cism o moderno, singular ("pan-Bland") o plural (los naciona­
lismos racistas británico, francés o germánicoJí^El segundo
dio el marxismo. Todos, a diversos niveles, se alimentaron
del cientiFícTSfrio del siglo, expresión casi ingenua en nuestra
opinión de la fe religiosa en el p r o g r e s ó l e asimilaba esta
fe al universalismo, sin desconfiar dél contenido capitalista
y europeo que transmitía. Europa era el m odelo en todo y la
idea de poner en tela de ju icio su m isión civilizadora sólo
podía parecer descabellada.
Después fue el retorno del péndulo. El fascism o y la
guerra mundial, las revoluciones hechas en nom bre del so­
cialism o y las esperanzas frustradas de quienes esperaban la
realización de la edad de oro, los horrores de las guerras co­
loniales seguidas de balbuceos a veces inquietantes de los
poderes de África y de Asia que habrían reconquistado su in­
dependencia, la carrera armamentista nuclear y el espectro
del aniquilamiento que inspira, todo eso, por la fuerza de las
circunstancias, quebrantaría la fe inquebrantable del si­
glo XIX.
^ Aparece entonces la m ultiplicidad de las diversas vías de
evolución y la reivindicación del derecho a la diferencia. La
especificidad parecía triunfar sobre las pretendidas leyes
generales de la,„evolución, objeto a la vez de análisis y de
re iv in d ica ció n ^ o r ello, la. aspiración universalista se con ­
virtió en objeto^ de una desconfianza a la vez científica y
moral.¿*
/P ero entonces nos vem os condenados en el m ejor de los
casos a producir una hjstpria impresionista y a alimentar fi-
losofía sjje la historia simplista^. jDe no hacerlo nos las tene­
mos que ver con una historia hecha pedazos y con el triunfo
del provincialism o.
pn (2 . La reacción provincia lista no es privativa de los occi­
dentales. La ideología capitalista sigue siendo dominante a
escala mundial. Halla su expresión igualmente en la perife­
ria del sistema, donde se presenta en la form a invertida de
culturalism os nacionalistas no europeos.lPero aquí también
se trata de una respuesta impotente al desafío.
{^) OBn efecto, si la humanidad no se plantea más que los p ro­
blemas que puede resolver, com o pretende Marx, no podría­
mos deducir de allí que las soluciones se imponen de inme­
diato y sin dolor! Por el contrario la historia de ¡a hum anidad
es la.de su nendso com bate para superar las contradicciones
naridas-rte su propio desarrollo^ ílech a zo' pues, él“6ptim is-
mo infantil del posíffvísm o ' ‘‘a UTamericana" y deduzco que
el éxito —es decir la capacidad de encontrar la solución ob ­
jetivamente necesaria— no está garantizado para todos en
todo momento. La historia está llena de cadáveres de s o cie ­
dades que no lo lograron a tiem po íTL o s callejones sin salida
del rechazo de las proposiciones d e f universalismo eurocén-
trico e imperialista por la simple negativa, es decir la afirm a­
ción de su propia "especificidad” cultural, son testimonios de
ese peligro de fracaso) Esos c allejones sin salida tienen su
historia propia y su génesis concreta tejida por la articula-
ción de causalidades que se despliegan en los cam pos diver­
sos de la realidad social. Daré una ilustración breve de ello,
a partir de la crítica del " fundam^ntalismo islám icn"15
C ¿C óm o entonces el mundo árabe-islámicoTlicformecido al
final de su construcción tributaria y metafísica, ha-reaccio­
nado al doble desafío de la superioridad material occidental
—convertida en im perialism o y colonización— y al nuevo
mundo de las ideas m odernas?
. 'O El mundo árabe-islámico se enfrenta hoy a una tarea do-
ble: liberarse d é la dom inación imperialista, entrar a una vía
d f Hpsamlln nacÍQHjXxZp^ii,lar urTpocTer
distinto al de las clases burguesas privilegiadas que garanti­
ce el mantenimiento de su integración al sistema capitalista

15 La historia de la Nahda a la cual me refiero y el análisis de sus obras


ha dado lugar a úna literatura abundante {un buen resumen lo proporciona
Georges Antonios, Le.réveil arabe, 1946). Para mi análisis crítico hago refe­
rencia a los escritos árabes citados en la primera parte. Entre las mejores
obras críticas del fundamentalísimo citaré al menos: Farag.Foda, Avaní.la
chute (en árabe), Eí Cairo, 1983; Fouad,Zakaria, La raison et Villusion (en
árabe), E] Cairo, 1985; Hussein Ahmad Amin, GtHde du musulmán malhe~
reux, El Cairo. 1987; Sadék Jala] El Azm, L ’orientalismé ét VorientaUsme. in-
Vttrsé, Beirut, 1981. Véase también mi critica de Sayed Qotb en La crisé de
ta societé arabe (en árabe).
122 P A R A U N A T E O R IA DE L A C U L T U R A C R IT IC A D E L E U R O C E N T R IS M O i'


mundial) abriéndose a una participación activa en una trans- '
form ación socialista global p or una parte; poner en tela de
ju icio el sistema de pensamiento que heredó de su edad me­
dieval, p o r la otrai Sabem os que p or desgracia todavía no ha
entrado verdaderamente a la vía de su liberación económ ica,
social y política, a pesar de experiencias del m ovim iento de
liberación nacional y de las victorias parciales ganadas al
im perialism o./¿ Ha entrado p or lo m enos a la del cuestiona-
miento del sistem a de pensamiento asociado a su decadencia
históripa?
Desde com ienzos del siglo xix, exactamente desde el rei­
nado de M oham ed Ali en Egipto, la conciencia de esta doble
exigencia de la supervivencia al desafio del m undo m oderno
existe. Lo m alo es que hasta ahora las clases y los poderes
que han asum ido la responsabilidad de los destinos árabes
han creído posible la liberación de la dom inación occidental
mediante la im itación de la vía burguesa del desarrollo euro­
peo, tanto en el plano de la organización material y social c o ­
mo, parcialm ente al menos, en el de las ideas.
M ohamed Ali cree poder separar la m odernización mate­
rial (tomando de ella, sin m ayor problem a, los elementos tec­
nológicos) del cuestionam iento ideológico, que juzga peli­
groso, porque habría acabado p or im poner la asociación de
la burguesía egipcia a un poder cuyo con trol quería conser­
var íntegramente. Opta entonces p or un “ islam conservador
m oderado” , más form alista que preocupado p or responder
a los nuevos desafíos. El dualismo cultural que desde enton­
ces caracteriza a Egipto (y cuyo equivalente hallam os en m u­
chas regiones del Tercer Mundo contem poráneo) echa sus
raíces en esta opción.
La Nahda es un movim iento que anuncia un cuestiona­
miento global posible. No podría ser reducido a su dimen­
sión religiosa, conducida sucesivamente p o r Jamal El Diñe
El Afgani (1839-1898), M ohamed Abdu (1849-1905) y Rachid
Reda (1865-1925). En otros dominios civiles, sus contribucio­
nes a la m odernización no serán menores, en particular en
el de la renovación de la lengua (sin el cual el árabe no se
habría convertido en la lengua de cultura nueva que es), de
la crítica de las costum bres (en particular en el dom inio de
la condición de la mujer en el que las críticas de Qasem
Amin —m uerto en 1908— no serán igualadas hastas nues­
tros días), de la reescritura del derecho, de la crítica de la p o ­
lítica (el p roceso del "despotism o oriental''), etc. Sin em bar­
go, es exacto que todos estos avances, en un m om ento u otro,
t roplezan CQííIa.cuestién d e h(T6f tírffla’ de ^ it r t S p r e t e ^ ó n
reLigiO&a*,* -
Ahora bien, en este últim o dom inio debem os constatar la
timidez y la ambigüedad del discurso de la Nahda. Éste exige
la purificación mediante el retom o a las fuentes. Sea. El
protestantismo hizo lo mismo. Pero este último, en el conteni­
do que daba a esta "purificación'’ (que en realidad no restable­
cía el estado m ítico de los orígenes), convenía perfectamente
al porvenir en construcción. Por el contrario el discurso de
la Nahda carece casi totalmente de contenido en cuanto a la
reform a a realizar. Los tonos nacionalistas y antiim perialis­
tas, justificados, no com pensan esta insuficiencia que p rob a ­
blemente en el plano de las ideas no sea m ás que un reflejo
de las insuficiencias de la burguesía naciente. I-a Nahdn nn
tu^o conciencia de que lo qüe habla que echar abajo era"eT
espTrit^n^ á f í s i c o ^ e i ^ a n ^ í ó encerradaeñ^ePrñSfírO' de
é'ífá'coñstrUccion, sin llegar a com prender que su significa­
do había sido rebasado para siem pre. Así.^el propio concep-
to d^H aicism o siguió siendo extraño para eüaT” ^ ” " *
^ La AfaA^Soañim^a^n^lteríejosrttftaHpevolución religiosa
necesaria, pero no la inicia. A este aborto debía suceder ne­
cesariamente el estancamiento y hasta la regresión, de Ra-
chid Reda a los Herm anos Musulmanes y al integrismo con ­
temporáneo.
^ \ L a burguesía liberal que ocupa el escenario en la primera,*
mitad de nuestro siglo sigue siendo timorata p or razones |
evidentes que tienen que ver con los caracteres del ca p ita lis-1
m o periféricqXTambién ella se conform a con este dualism o
cultural. A tal grado que el discurso de la burguesía puede
parecer una traición nacional (se copia, al m enos aparente­
mente, "todo” a Occidente, a pesar de "la herencia” ) y hasta
doble juego (se "finge" seguir siendo m usulm án...); N o sería
razonable esperar más de una burguesía. N o habiendo las
fuerzas populares conquistado todavía su autonomía, ni en
el plano de la lucha social y política ni en el de la elaboración
de su proyecto de sociedad y de sus fundamentos ideológi-
1

eos, la burguesía liberal realizó — caóticam ente— trozos dis-


persos de m odernización (en el derecho, al m odernizar la
Charla en las form as políticas, en la educación, etc.), a veces
incluso audaces logros com o el elogio del laicism o al que se
entrega Aíi Abderrazek con m otivo de la desaparición del Ca­
lifato, de la que se alegra (1925). Pero estos logros no tendrán
futuro.
'í - ^E1 fracaso del proyecto de la burguesía liberal, en el plano
de la liberación real y del desarrollo, dio origen al nasseris-
mo| Tam bién, por eso, éste contenía potencialmente la posi­
bilidad de ir más lejos al convertirse en m ovim iento de reno­
vación nacional popular. Pero el nasserismo no lo hizo, ni en
el plano de la con cepción y de la puesta en marcha del pro- ,
yecto social y políteo, ni en el de la renovación del pensa- '
miento. En lo que se refiere a su 4imensiórt política, del m is­
m o m odo que N^ohamed Ali deseaba construir el capitalismo
sin ¿rpoyarsa^ri la burguesía, í^asstpi llegó progresivamente
a desear el "socia lism o", pero sin atreverse a c onfiar la res­
p onsabilidad de su construccion. al pueblo. De esta manera
siempre vem os que en el dom inio del pensamiento ese m is­
m o dualism o de la época anterior continúa tranquilamente.
Y, El fracaso de esta última tentativa —ante todo fracaso
material, pero en el que la agresión abierta de Occidente tie­
ne su parte de responsabilidad— inicia la crisis actual. Una
crAsjs t^ue es gugg ja Q f l g j^ ^ la "izquier­
da ” , e n e l sen ti do del conjunto de las fuerzas susceptiblescfé-' '
de lar ltB S T ali atlda7iacion al.delxalLeión sin saiida.JLnX-stas
condiciones, el vacío es colm ado brutalmente p or el "p ro ­
yecto integrista” . Pero éste es, com o diremos ahora, síntoma
de crisis y no respuestas a ella.
En efecto el integrismo se alimenta.de la visión m etafísica
medieval, hay que precisarlo, en su versión más miserable­
mente em pobrecida, en la m ejor hipótesis, la de Ghazzali, y
más bien la de los sufistas de los m om entos más apagados
de la decadencia árabe.\L^a ideología del movimiento se basa
ante todo en el desprecio a la razón humana; y el verdadero
odio contra lo que determina la grandeza del islam — pre­
cisamente la construcción m etafísica racionalizante— ex­
presado por Sayed Qotb, es a este respecto más que inquie­
tante. Se da pues prioridad necesariamente a una adhesión
formalista extrema a Jos ritos, a fa letra (particularm ente a
la Chaña), a las m anifestaciones superficiales de la citada
"identidad'' (el vestido, etc.). Los prejuicios reaccionarios
más triviales son valorizados (¡así estén en con flicto con las
interpretaciones progresistas del pasado!) com o en lo refe­
rente a la condición de las mujeres. La ignorancia es oculta­
da por el m ito aferrado al pasado de una edad de oro ante­
rior a lo que se ha descrito com o "la gran desviación", es
decir, la construcción del Estado Omeya (al cual sucedió la
época abasida) al cual el islam y el m undo árabe deben sin
em bargo sus éxitos históricos. La edad de oro en cuestión
—que se deja en la com pleta vaguedad— no está vinculada
a ningún proyecto social coherente y, en estas condiciones;
las contradicciones m ás flagrantes d e j a vida cotidiana se
aceptan íse rechaza a O ccidente en su conjunto, pero se,acep­
ta su tecnología sin dudar. ... incluso se com prom eten en to­
dos los tráfic o j x ? s i b í e s .de.xoi»fi&HeroJ^i:XáL inconsisten­
cia ” ía inconciencia ■misma de la naturaleza del desafío,
hallan su expresión en Jos escritos repetitivos que no supe­
ran la m oralización más chata. Esto ocurre con la fam osa
"econom ía política islám ica", que copia — parafraseando
más mal que bien— al más pobre neoclasicism o occidental.
En form a paralela las prácticas de organización repudian
toda form a dem ocrática, aun la más elemental, valorizando
la obediencia ciega al "Im án” en la peor tradición sufí.
N um erosos intelectuales árabes han acusado im placable­
mente el callejón sin salida integrista. Han desm ontado sus
resortes —las actitudes neuróticas que el capitalismo perifé­
rico ocasiona sistemáticamente, particularmente en las capas
populares de la pequeña burguesía— . así com o han revelado
sus ambigüedades políticas y sus vínculos con el "petro-
islam'' estadunidense-saudita. Así se explica el éxito d e lw a -
habism o que en otras circunstancias no habría rebasado el
horizonte de los oasis de Arabia Central, Cómo podem os ex­
plicarnos el apoyo (hipócritamente negado) que O ccidente
da á un m ovim iento que le es contrario, p or el increíble debi­
litamiento del mundo árabe al que conduce, y la explosión
de con flictos internos, sobre todo confesionales de sectas y
fidelidades a las organizaciones.
'¡¡j Si se trata de un callejón sin salida es porque el desafío
m oderno im pone salir de la metafísica. Dado que no se tiene
verdaderam ente conciencia de ello, se plantea la cuestión de
la "identidad cultural" en términos inaceptables, en un de-
' bate confuso donde "identidad" (y "herencia” ) son puestas
en contraste absoluto con "m odernización" (tom ado com o
sinón im o de " occidentalizacjón’ V
0 / <3;a identidad de los pueblos es considerada inmutable, a
j pesar de la evidencia: la (o las) personalidad árabe-islámica
se ha transform ado en el transcurso del tiempo, así com o la
de los "eu rocristian os" y ot r o s t í , Pero se crea de manera ar*
tificial un eurocristiano inmutable, que se opone a uno mis­
mo. Así llegam os a las necesidades de Sayed Qotb sobre el
tema del laicism o. Según Qotb en e fe c to ^ ! laicism o esf un
produc to especificQ.deI cristianismo, en tanto queTTá"preten­
dida "esp ecificid a d " del islam es por el contrario que ignora
la distinción religión-sociedad (din wa dtiniáfy Se les escapa
que ocurría lo m ismo en la Europa medieval que, p or las
mismas razones que el islam medieval, no separaba la reli­
gión de la sociedad, así com o que las dos construcciones me­
tafísicas necesarias al sistema tributario en las dos orillas
del M editerráneo m odelaron los mismos m odos de pensa­
miento. La ignorancia permite muchas co sa s^ -a ider^idad
es de hecho reducida a su dim ensión religiosa y estando ésta
concebida co m o un absoluto inmutable, se deduce la prop o­
sición de que la personalidad de los pueblos es igualmente
in m u ta b le ^
„rt He sostenido la tesis de que el cristianism o y el islam ha-
ijían efectuado así una prim era revolución con pleno éxito.
Esta revolución perm itió al cristianism o, en un principio re­
ligión de revuelta del pueblo, y al islam, constituido al mar­
gen del Oriente civilizado, convertirse uno y otro en el eje
central de una construcción m etafísica racionalizante con ­
form e a las necesidades de una sociedad tributaria avanza*
da. Por lo demás, en aquella época las "personalidades" en
cuestión son a tal grado vecinas que es muy difícil calificar
a Ibn R ochd de musulmán, a Maimónides de ju d ío y a Tomás
de Aquino de cristiano. Tienen la misma edad mental, se com ­
prenden, se critican, sin reticencias aprenden uno del otro,
QvPero el cristianism o ha hecho una segunda revolución
(b u r g u e s ^ ^ ^ im e n z a quizá la tercera. El islam golpea tóEta*-
vía a las puertas de su revolución necesaria. Lejos de llamar*
lo, los integristas se encargan de alejar su horizonte, io cual
les agradece Occidente.
Ciertamente es posible salir del estancamiento. P ero eso
i implica más que un com bate sólo eri el frente del pensamien-
; to, ante todo que se inicie la salida del estancam iento real,
^ al nivel de las prácticas sociales, económ icas y políticas,
¿ f r e o incluso que la transformación del m undo real sim plifi­
caría tpso facto el hundimiento de las ilusiones de esta
metafísica del p o b r ^ P o r lo demás, durante el ascenso del
nasserismoj el integrism o era impensable. Queda por decir
que la transform ación del mundo real exige de igual m odo
que nos consagrem os a esta tarea que, p o r un obtuso op ortu ­
nismo, hemos querido ignorar, a saber el rebasamiento del
m odo de pensam iento medieval del que el m undo árabe-i slá-
m ico aún no sale. N o obstante tanto en este dom inio com o
en los demás es posible sacar provecho del propio atraso.
Como en el dom inio de la acción material^e! T ercer M undo
dispone, si sabe utilizarlo, del acceso a las tecnologías m o­
dernas sin pasar necesariamente p or todas las etapas que les
han precedido, en el dom inio del pensam iento conocem os
ya, no sólo el pensamiento burgués occidental, sino igual­
mente el com ienzo de su crítica fundamental cuyo potencial
universal nos corresponde desarrolla^) La afirm ación re^l
de la idenfidacTdèrpùèìilO'’ àrifb^"-asreom ala.„fie los otros
pueblos del T e r c e r Munde? pasa-póp ese, camino.
Cl El estancam iento del fundam entalism o islám ico contem -
poraneo no e s e ! unico en su genero. Por el con tran o, existen
ícTdys^tes^sigítfiís^de reacciones culturales tas análogas en
otrcsiu'^áresídtí'íridia aí África negra. En todos los casos me
parece que el repliegue nacionalista ctilturalista procede del
m ism o m étodo, que es el del p rop io eurocentrism o: la a fir­
m ación de “ especificidades" irreductibles que determinan
el curso de la historia, o con m ayor exactitud de historias in­
conm ensurables entre sí. Pero está bien recordar aquí que
estos “ fundamenta lism os" no son diferentes del fundamen­
talism o eurocèntrico (que tiende a adoptar la form a de un
neofundam entalism o cristiano, p or otra parte). P or el con ­
trario, n o son sino su reflejo, su com plem ento en negativo.
V. ELEMENTOS PARA UNA CULTURA VERDADERAMENTE
UNIVERSAL

J> Sustituir p or un nuevo paradigma a aquel en el que se basa


el euxQcem rism o es una difícil tarea de larga duración.'Res­
puesta ssatTsTactorias exigirán aquí una teoría de la política
y una teoría de la cultura, que com pleten la de la econom ía,
una teoría de su interacción, las cuales aún faltan cruelm en­
te, tanto en el pensamiento dominante burgués com o en las
construcciones inspiradas en el m arxism o petrificado p or la
negativa a proseguir la tarea que Marx sólo comenzó.
Í ^ ^ E n esta reconstrucción la importancia de un análisis de la
teoría de la cultura y su función en el desarrol 1óTiistórico eje i
las sociedades solo se equipara con la dificultad de la ta r e a j
Ésta im portancia se debe al hecho de que la corriente bin--
guesa dom inante en las ciencias sociales se basó prim ero en
una filo s o fía de la historia abiertamente culturalista, y lue­
go, cuando ésta perdía progresivamente su fuerza de con vic­
ción, se refugió en el agnosticismo, rechazando cualquier in­
vestigación de lo general más allá de lo específico, lo cual
obliga a quedarse en la penumbra culturalista.&as versio­
nes dom inantes del marxismo vulgar no difieren de manera
fundamental^La tesis llamada de las "dos vías” intenta sin
éxito con cilia r el emolen de los coT)cepfo<¡ del-^nateriaLisp^o
histórico con el prejuicio eurocéntripo de ja excgpciona¿i^lad
de destifto eu ropeo: mientras que la d é lo s "cin co estadios"
eluae la d m cu ítad puliendo las especificidades al punto de
reducir artificialmente la diversidad de las trayectorias his­
tóricas a la repetición mecánica del esquema europeo.
4* Pero ¿ p o r qué cosa remplazar la teoría culturalista recha­
zada^ Toda la dificultad de la tarea se expresa aquí, y remite
a las insuficiencias del conocim iento científico de la sociéT
dad que, hoy día, nos parecen escandalosas. No tenemos am­
bición de proponer una construcción completa y coherente
capaz de responder al conjunto de preguntas que se tiene el
derecho de plantear al respecto, sino, más modestamente, de
señalar algunos de los elementos que tal construcción debe
integrar en su problemática.
^ 2|La reconstrucción de la teoría social en una perspectiva
I universalista verdadera debe tener po£_£undaí»eítto-tma-ted*
I ríajj&LcapitalisiaO-Xgalmente existente, centrada en to m o a
la contradicción principal revelada p or la historia de la ex-
É' pansión mundial de este sistema^
y .^P od ría m os definir esta contradicción com o sigue; la inte-|
. ' gración de todas las sociedades de nuestro planeta en el sis-r?,
:f: tema capitalista mundial ha creado las condiciones objeti^
vas para una universalización que ha llegado a ser necesaria^ .
;i: Sin em bargo la tendencia a la hom ogeneización sobre la
> base de la vacación-universal de la ideología de la m ercan-
cíaLsu tr a te n te en el desarrollo capitalista, es obstaculizada
por las condiciones mismas de la acum ulación desigual. La
base m áten al de íatendencia alaKomogettfe'ííaclorrisíá fun­
dada en la extensión con tinua de los m ercados, a lo largo v
a loaachQ^Él m ercado de m ercancías y capitales se extiende
poco a poco de la región al país, luego al m undo entero", y se
apodera progresivam ente de todos los aspectos de la vida so-
cia p L a propia fuerza_de-tfabajo, antes limitada en sus m i­
graciones p o r diversos obstáculos, sociales, lingüísticos, ju-
^ rídicos, tiende a adquirir una m ovilización internacional.
^ ¿ / S i e n d o la vida cultural el m odo de organiza d ó n d e la utili­
zación de los valores de uso, la hom ogeneización de estos
por su som etim iento al valor de cam bio generalizado tende­
rá a hom ogeneizar la propia cultnrA La tendencia a la hom o-
geneización no e s la consecuencia^necesaria del desarrollo
de lasfuerzas productivas s'm más, sino el contenido capita-
lis ta d e e ste-áesatrolío. En efecto el progiresoBe las fuerzas
productivas en las sociedades precapitalistas no implicaba
el som etim iento del valor de uso al valor de cam bio y, por
eso, iba acom pañado de la diversidad de vías y de las m odali­
dades del desarrolle^; El m odo capitalista im plica el tjpminio
del valor de cam bio y p or tanto la homogeneizaeiótpll^a ten­
dencia a la hom ogeneización del capitalism o funciona con
una fuerza casi irresistible a nivel de las técnicas industria­
les de producción, en el cam po de los m odos de consum o, es­
tilos de vida.'Setc., con un poder atenuado en los dom inios de
la ideología y de la política. Apenas funciona con el del uso
de las lenguas.
■{) ¿Qué posiciones adoptar con respecto a esta tendencia ha­
cia la hom ogeneización? No podríam os lamentar eterna-
mente lo que es históricamente irreversible: el afrancesa-
miento de Occitania o la adopción de la coca-cola p or el
pueblo cubano, para tom ar ejem plos a niveles muy diferen­
tes. Pero el problem a se presenta cuando se mira más allá
del presente. ¿D ebem os felicitarnos p or esta tendencia del
capitalism o a la hom ogeneiiación com o nos. felicitaríam os
p or el progreso de las fuerzas productivas? ¿D ebem os man­
tenerla, es decir jamás oponem os a ella activamente, recor-
dando el carácter reaccionario de los movim ientos del siglo
X IX que se proponían la destrucción de las m áquinas? ¿De­
bem os lamentar sólo que funcione p or medios de clase, y
que p or ello resulte de una eficacia limitada? ¿Llegar a la
con clu sión de que el socialism o irá en la misma dirección,
pero»con m ayor rapidez y menos dolorosam ente?
£ A este respecto siempre han coexistido dos tendencias. El
p mpipJVta^x. p or lo menos en la primera mitad de su vida
activa, adopta un tono elogioso cuando habla del progreso
de las fuerzas productivas, de las realizaciones de la burgue­
sía, de la tendencia a la hom ogeneización, la cual libera al
hom bre de los horizontes limitados de la aldea. Pero progre­
sivamente com ienza a dudar y el tono de sus escritos ulterio­
res es más matizado. El movimiento obrero, en su tendencia
dominante, ha hecho el elogio de la "civilización universal”
eñ construcción,
^ ¡S La creencia e n ia fu s ió n de las culí-twas (y hasta de los idio­
mas) predom ina en la Segunda Internacional: se piensa en el
intento del esperanto. Desmentido p or la guerra de 1914,
este cosm opolitism o ingenuo reaparece después de la segun­
da guerra mundial, cuando americanización parece sinóni-
m o de progreso, o al menos de m odern iz a ció n .^
Así pues, queda p or decir que la crítica fundamental del j
capitalism o exige la de ese m odo de consum o y de vida, y que ¡I
él m ism o es producto del m odo de producción capitalista^)'
Por lo demás esta crítica no es tan utópica com o se dice con
frecuencia: el mal que sufre la civilización occidental lo de-
m uestra/E n realidad la tendencia a la uniform ación im plica
el fortalecim iento de la adecuación de la superestructura a
las exigencias de la infraestructura capitalístaifiEs reducción
.d e las contradicciones m otrices, por lo tanto, reaccionaria.
<^La resistencia espontánea de los pueblos a esta homogenei-
zación expresa pues su negativa a som eterse a las relaciones
de explotación que le sirven de basep
Vi Pero también y sobre todo esta tendencia a la uniforma-
ción tropieza con los límites que la acum ulación desigual le
impone. Esta acelera las tendencias a la homogeneí zación
real en el centro, mientras las anula prácticam ente para la
gran masa de la gente de la periferia, que no puede acceder
al m odo de consum o moderno, reservado aquí a una m ino­
ría. Para esta gente, con frecuencia desprovista de los me­
dios elementales para su simple supervivencia, no se trata
de un mal, sino de una tra ged ia ^ sí pues, el capitalism o real-
mente existente se ha convertido en nn nhafárjiln al nrogrésn
ulterior 3e las ru e r ^ s j ial. porque
el m o o o de acum ulación que im pon ___
lá^^rire ^|
n a ex clu y e
i a j>er la p r m o p ^ ír a z o ñ
p or la cu aí eT capitalismo está objetivam ente rebasado a es­
cala mundf&í^
3 “ Sin em bargo, sea cual fuere la opinión que se tenga de
este m odelo de sociedad y de sus contradicciones internas,
no p or ello deja de conservar una gran fuerza. Ejerce una
atracción fascinante en Occidente y en Japón no sólo para
las clases dirigentes, sino también para los trabajadores, lo
cual atestigua la hegemonía de la ideología del capitalism o
sobre toda la sociedacjjl Las burguesías del Tercer M undo no
c onocen otro obietivgLlm ítan,eL^áodelQ,de.con&UBao-occi

oc c i d e n t a l e s / l a períféria son las


víctimas señaladas ^g*gsTeTproceso 3e*expán'si5n de la honío-

sa"tÍ1ífOTStítC^<SÓ?rde‘ I a ^ por; parte ”Íq $ jne-


d r5S"áFTora muñáíal izados d e s d e l u e ^ o
cu^tífSff^S^m oTái^Ten^ualitativam ente los elementos de
Í^cbntt~adiccion e n g e n d r ^ T ^ ^ T a exnansióri TfésTpuál del

m o occiden tal ya n á p en et rado en am plias,secciones de j^ s


miasas pop ü 1aresTSi mulTSneamente el capitalism o se r^gyela
s i^ m p jfé ^ J ís jfr c a p a ^ so­
ciedades nacionales populares, que se han liberado de la su­
m isión a las exigencias de la expansión mundial del capita­
lismo. deben enfrentarse con esta nueva contradicción real,
que no es más que una de las expresiones del conflicto entre
las tendencias socialistas y las del capitalism o que se enfren­
tan en su seno.
*5 El e stancam iento, pues, no es sólo-ideológico. Es real, es
el del capitalism o, incapaz de concluir la obra que ha puesto
en el orden del día de la historia. La crisis del pensamiento
social es pues ante todo, en su dim ensión principal, la de]
pensamiento burgués que se niega a aceptar esta com p rob a ­
ción, que lo obligaría a aceptar que-el capitalism o no es "el
f i n cle la h istoria'', la "racionalidad definitiva y eterna". Pero
se expresa de igual m odo en los límites del m arxism o que,
/al subestim ar la dimensión de la desigualdad inmanente a la
expansión mundial del capitalismo, ha imaginado una estra­
tegia de respuesta socialista a las contradicciones que se ha
revelado imposible.
Y* Tom ar la m edida exacta de esta contradicción, que es la
más explosiva que haya engendrado el capitalism o, implica
que se coloqu e la polarización centros/periferias en el centro
del análisis y al margen del mismo.
Ahora bien, de concesión en concesión las fuerzas de iz­
quierda y del socialism o en Occidente han acabado por re­
nunciar a darle a la dim ensión imperialista de la expansión
capitalista el lugar central que debe ocu par en el análisis de
la realidad y en la definición de las estrategias progresistas
de acción.
fA \ hacerlo se han incorporado a la ideología burguesa do-
miñante en su aspecto más esencial: el éurocentrism o y el
economismoT>
El térm ino m ism o de im perialism o es en adelante prohibi­
do y considerado "no cien tífico” . Así pues se im pone uno
contorsiones del lenguaje para sustituirlo pór el térm ino
más "o b je tiv o " de "capital internacional'' y hasta "transna-
cional", etc. Com o si el m undo estuviera m oldeado p or leyes
puramente económicas, expresiones de las exigencias técni­
cas de la reproducción y de la valorización del capital. ¡Como
si el Estado y la política, la diplom acia y los ejércitos hubie­
ran desaparecido de la escenafS y
mente este conjunto real de las exigencias y, leyes de la re-
produccioií de| capijEal,, de las alianzas sociales nacionales e:
internacionales que les sirven de base v de los m edios políti-
còs qué^Oneir en1prá'ctica^ ^
t Tara com prender el m undo contem poráneo es pues in d is­
pensable centrar su análisis en el desarrollo desigual y el
im perialism o. Éntoñces vuotam ente entonces lograrem os
imaginar una estrategia de transición "m ás allá del capita*
lism o” . Este obstáculo es la dificultad de un rom pim iento
con respecto al sistema mundial tal com o es en la realidad.
En realidad esta dificultad es todavía m ayor para las socie­
dades centrales que para las de la periferia. Y allí reside en
definitiva el sentido del hecho imperialista. Las sociedades
del centro m odeladas en torno al excedente imperialista tan­
to en su com posición social com o en las ventajas extraídas
de su acceso a los recursos naturales del globo conciben mal
la necesidad de una reestructuración global. Una alianza po­
pular antiim perialista capaz de dar un viraje es, p or "esto,
rifás BTácií de coristitufiCT^oTercoM íasT ociedades
de Tá“pSFifé"ríáTelrom p i m i ento es la condición para un desa­
rrollo de las fuerzas productivas capaz de responder a las
necesidades y exigencias expresadas por la gran m ayoría.
jE sta diferencia fundamental explica que, hasta ahora, las
brechas en el sistema capitalista se han hecho en su totali­
dad, a partir de la pe rife ría. d£l^istérna.ILa^so^¿fadg»riij e la
periferia que com ienzan asi el "poscapitali5ihó""áTravéirde
estrategias que prefiero ca lificar de nacio nal-pojpula^s más
que'dé^^Soiisti^cToñ sociaiista11 se ven obligadas por eso
mi smo^agHfretltaT'tgdá sTáíTdificultades que im plica Ja des­
conexión. ■
A ^ 3 . La contradicción principal del capitalism o real ha pues­
to pues a la orden del día una revolución anticapitalista
—por estar necesariamente dirigida contra el capitalism o
tal com o es vivido p or los pueblos que sufren más que otros
sus consecuencias trágicas— , pero ante la cual queda por
cum plir la tarea que el capitalism o no ha podido y no puede
concluir^*
^ Desde luego algunos de estos problem as no son nuevos
dado que las revoluciones rusa y china se enfrentaron a
ellos desde el com ienzo. Pero falta retom ar su discusión, a
la luz de las lecciones de la historia, lo cual implica una cosa
totalmente distinta al ju icio eurocèntrico terminante que con ­
cluye en el fracaso del socialism o y el progresivo retorno a]
capitalism o.16 O curre lo mismo, mutatis mutandi, con la
discusión de las lecciones a sacar del m ovim iento radical
de liberación nacional que tuvo su apogeo durante "la era de
Bandung", de 1955 a 1975.17
' p Sin duda las sociedades llamadas socialistas (que valdría
más calificar de nacionales populares) no han “ resuelto" el
problema, simplemente porque la transición nacional popu­
lar será necesariamente m ucho más larga de lo que había­
mos imaginado, enfrentada a la tarea necesaria de desarro­
llar fuerzas productivas en un con flicto permanente con la
/ lógica de la expansión capitalista mundial y sobre la base de
conflictivas relaciones sociales internas (lo que hem os lla­
mado la dialéctica de las tres tendencias: socialista, capita­
lista local y estatista). Aquí, en las sociedades que han reali­
zado su revolución nacional popular (llamada revolución
socialista), la dialéctica de los factores internos retoma su
papel decisivo. Sin duda porque la com plejidad de este "m ás
allá del capitalism o" no había sido plenamente com prendi­
da, el proyecto soviético — tal cual— había ejercido durante
cuarenta años una fuerte atracción sobre los pueblos de la
periferia. A su vez la crítica maoísta de ese proyecto también
había ejercido, por ello, una atracción considerable durante
unos quince años.
•Q H oy día, una m ejor toma de conciencia de la dimensión
real del desafío ha im puesto ya m enos entusiasmo ingenuo
y más circunspección con respecto a las recetas "defin iti­
vas" que se suceden. Se trata, en realidad, de un progreso de
la práctica y el pensamiento, de una "cr is is " en el sentido po­

16 Para una renovación de la discusión sobre el socialismo y nuestra te­


sis concerniente a ia transición nacional popular, véase Samir Amin, La
déconnexion, op. cil.', y del mismo autor, L'État ei le développement,
Sociaïism in (he Work, núm. 58, 1987, Belgrado. CE., igualmente Eurocen­
trisme et vision du monde contemporain.
17 Samir Amin, Bandoung, trente am après, El Cairo-ONu, 1985. Sobre
estos temas concernientes directamente a las opciones políticas actuales, el
lector podrá consultar nuestros análisis: Samir Amin, La déconnexion, La
Découverte, 1986, cap. 2, Sección m; Samir Amin. Arrighi, Frank Wallers-
lein, La crise, quelle crise?, Maspero, 1982; Samir Amin, Une autre configu­
ration des relations Est-Ouest el Nord-Sud est-ellt souhaitable, possible,
probable? Coloquio de Delfos, 1986.
sitivo de ese término, y no de un "fr a c a so ” que prefiguraría
v la capitulación y el "re to m o ” a lo normal, es decir, la rein­
serción en la lógica de la expansión capitalista mundializa-
da. El desaliento, que afecta a las fuerzas del socialism o en
Occidente y encuentra en la realidad de los países "so cia lis­
tas” una coartada para sus propias debilidades, tiene su ori­
gen en otra parte, en lo más profundo de Jas propias socieda­
des occidentales: mientras no haya tom ado una conciencia
lúcida de los estragos del euróeentrism o, el socialism o o c c i­
dental seguirá condenado al estancamiento.
^ f Para los pueblos de la periferia, no hay más opción posi­
ble que la que ha estado precisam ente en la clave de esas re­
voluciones llamadas "socialistas". Sin duda las cosas han
cam biado m ucho entre 1917 y 1949. También las con d icio­
nes de los nuevos avances nacionales populares en el T ercer
Mundo contem poráneo permiten reproducir simplemente
un cam bio análogo,' trazado de antemano p or algunas rece-
tas^En ese sentido, erpensam iento .y .la práctica inspirados
en e l m arxism o mantienen su yog^ció n universal totálmente
firm e, y su vocac ión,atraasiática,partictiktr-tedavía más. En
e s t e jg ntido, el contram odelo llamado socialista, a pesar de
sus lím ites actuales, mantiene una fuerza de atracción que
crece en los países de la periferia. Las explosiones antisisté-
micas, desde Filipinas hasta Corea y Brasil pasando p or Irán
y el m undo árabe, a pesar de las am bigüedades ~ -y hasta de
los estancam ientos— de su expresión en este prim er estadio
de su desarrollo, anuncian otros avances nacionales popula­
res. Los escépticos, prisioneros del euróeentrismo, no sólo
no habían imaginado estas explosiones, sino que hasta ha­
bían decretado su im posibilidad.
/S 4. La configuración actual nos había condu cido a recor'
' dar la analogía que inspira con Ja de la larga transición hele­
nística. En la conclusión de Classe et nation, habíamos pro­
puesto analizar esta transición en térm inos de "decadencia”
por op osición a los de la "con cien cia revolucionaria” y suge­
rido que el estallido de la centralización tributaria del exce­
dente y la sustitución de la fragm entación feudal de éste, le­
jo s de representar un "retroceso” negativo, era la con dición
para la m aduración rápida de su rebasam iento ulterior por
la centralización capitalista. H oy día, la liberación de esta
última (mediante la desconexión) constituye de la misma ma­
nera la condición para una recom posición ulterior de un
nuevo universalismo.^ En el plano c ul tu ra 1A esta dialéctica
del movimiento en tres tigmpos -^-universalismo truncado del
eurocéntrisrrio capitalista/afirmación de la especificidad na­
cional popular/recom posición de un universalismo socialis­
ta superior— acompaña a la exigencia de la desconexión.
i b Se puede llevarla analogía al dominio cultural^El helenis­
m o había creado un universalismo (regional, p or supuesto,
y no planetario) a nivel de las clases dirigentes del antiguo
Oriente. Este universalismo,'aunque truncado por su conte­
nido debelase, y p d r e s o i n aceptable para las masas^opula^
resaque erTtólicés’ sé réfügiárañ éñ lás feligiones cristiana y
musulmana y en los provincialism os campesinos), prefigura­
ba por algunos aspectos el del capitalismo. Entre otras es
una de las razones que llevaron al Renacimiento a beber de
su fuente.^Hoy día, el universalismo capitalista, a pesar de
sus límites eurocéntricos, ¿no es acaso la expresión de “ la”
cultura universal de las clases dirigentes? Su yersión .p q p £
lar degradada para u s o d e — el "consum ism o"
más o m enos opulento en Occidente, m iserable en el Tercer
M undo— ¿n o es igualmente a la vez atracción fuerte y estan­
cam iento p o r la frustración que provoca ?)pntonces se perfi­
la un rechazo nacionalista culturalista al universalismo eu-
rocéntrico p or una parte mientras por la otra se cristalizan
los elementos que podrán constituir el fundamento ulterior
del universalism o superior del socialismo^Si esta cristaliza- .
ción progresa con bastante rapidez se podrá abreviar el
tiem po m uerto de la afirmación culturalista sencillamente
negativa.
^ 5. Puesto que todos estamos de lleno en ese tiempo muerto,
lo que pone en ju ego el debate sobre el eurocentrism o resul­
ta considerableQU capitalism o central (europep) correspon­
de una form ulaciónacaB ada de la .ideología deLcapitaUsmo _
— erecon om icism o eurocentrico^- que conduce ai estanca-__
mientdffEn las periferias, las ideologías y culturas colectivas
y Tributarias originales estén todas en decadencia y crisis a
causa de la periferización/'Pero a falta de una perspectiva
universalista verdadera fundada en la crítica del economi-
cism o y enriquecida p or la contribución de todos ios pue­
blos, se irán hacia una confrontación estéril en la cual el euro-
centrism o de unos y los eurocentrism os invertidos de otros
§e enfrentarán en un ambiente de fanatismos destructivos.
2 Á .as sociedades opulentas qo se han salvado de la crisis
mm~aLv pplíticaTEl em o centrism o está allí en crisis, a pesar
d é la s apariencias de buena salud de los prejuicios que ali­
menta. La ansiedad ante un desafío que confusam ente la
gente siente insuperable y los riesgos de catástrofe que ali­
menta se expresan p or el resurgimiento de lo irracional, que
va desde la popularidad renovada de la astrología hasta los
gestos té rr o ris ta s ^ s í pues, com o sucede con frecuencia, la
reacción a un desafío nuevo es en un prim er m om ento más
negativa que positive^ No se critica el Universalismo eurocén-
trico del capitalismo por avanzar a pesar de los obstáculos
sobre la base de un nuevo universalismo: se rechaza cual-
quier aspiración al universalismo en beaeÍiCÍQ,qe,tm3dere-
cho gTla d i fe r encía (a q 0 '3 g ”pj4ltu r a s y de organizaciones so ­
ciales) que se invoca para abstenerse de m anifestar un ju icio
sobre dicha d ife r e n c ia o s lo que yo llam o "provincialism o",
h oy de moda. La opinión según la cual toda persona tiene el
derecho — y hasta el poder— de juzgar a los demás fracasa
p or la atención que se manifiesta con respecto a la relativi­
dad de estos juicios. Sin duda éstos pueden ser erróneos, su­
perficiales, apresurados o relativos. Y hay que aceptar que
ningún expediente está jamás definitivamente cerrado, que el
debate es continuo. Pero, precisamente, hay que continuar­
lo, y no renunciar a él con el pretexto de que las ideas que
nos hacem os del otro son y serán siem pre infieles: que los
franceses no com prenderán nunca a China (ni a la inversa),
ni el hom bre a la mujer, etc.; dicho de otra manera, que no
existe una especie humaría sino sólo "gentes") Se pretende
que sólo los europeos pueden com prender verdaderamente,
a Europa, los chinos a China, los cristianos el cristianismo#
los musulmanes el islam, puesto que el eurocentrism o dél
unos es com pletado por el eurocentrism o invertido de o tro ¿JP
Q, g n la periferia la explosión reciente d ^ lo ^ m a v im ientos ,
p c íjÍ íp ¡!l^
ta, en respuesta a los aspectos culturales del imperialism o
..m oH ern o7 ra n ?ríltI^ el elóinentó objetivo
real que ha hecho tom ar conciencia de esta dimensión cultu­
ral de los problem as de nuestro tiempo, ocultada por el
eurocentrism o dominante y, por eso, subestim ada por el
m arxism o clásico. Queda por decir que esta explosión ha
con tribu ido p o co a hacer progresar los análisis y el dom inio
conceptual. Por el contrario ha reforzado la expresión irra­
cional de las em ociones que constituyen los análisis.
En estas condiciones, dos literaturas aparentemente
opuestas, de hecho simétricas, han hallado su camino. En un
p olo las literaturas de los fundamentalismos religiosos de
toda clase, islám ico, hinduista, judaico {se habla poco de él
pero p or supuesto existe), cristiano, etc., y de los provincia­
lism os que exaltan el folklore presentándolos com o un pro­
d u cto superior, todas fundadas en la hipótesis de la ‘'incon­
m ensurabilidad” de las especificidades culturales. En el
o tro p olo la recuperación llana del elogio burgués de la so­
ciedad capitalista, sin el m enor progreso en la conciencia de
su eurocentrism o fundamental.
Í^ T ¿E n ja c r itic a cultural del eurocentrism o y de los eurocen-
trism os invertidos hace falta superar este diálogo de sordosTJ
N o obstante la discusión de la dim ensión cultural de los pro­
blem as ligados al desarrollo desigual sigue siendo difícil y
confusajQ.a razón de fon do es —com o ya se ha dicho— la po­
breza de los m strum entos de un análisis cíentífjcq de ja s íe -
Iácíóriés'entre las tres dimensiones que constituyen la .r e n ­
dad sociál; la económ ica, el poder y lo político, lo eultmsal y
I^> id e o ló g ic o ^
¿Pueden im aginarse aquí y allá evoluciones políticas sus­
ceptibles de favorecer un m ejor diálogo y a través de él el
avance más allá del capitalism o hacia el socialism o univer­
sal? La responsabilidad de las fuerzas de izquierda y del so­
cia lism o es precisamente concebirlo y actuar para hacerlo
posible.
{ Ej eurocentrism o es un factor poderoso que pesa en senti­
d o in verso/C l ántitercerm undismo, que hoy"vaTvíeñto en po*’
pa, aporta así su contribución al deslizarse hacia la derecha.
Algunas fracciones del movim iento socialista en O ccidente
niegan, es verdad, ese deslizamiento, pero las más de las ve­
ces para refugiarse en el otro discurso no menos eurocéntri-
co, el del obrerism o tradicional, según el cual sólo las clases
obrera s maduras (léase europeas) son portadoras del porve-
nir socialista. Un discurso ineficaz en contradicción con las
enseñanzas más evidentes de la historia.
J|\\ Una cuestión nueva se Ié plantea entonces a la humani-
dad. De persistir en la vía del desarrollo en curso, la contra-
§/ d icción "N orte-S ur" se hará fatalmente cada vez más explo-
i siva, engendrando entre otras cosas un racism o agresivo
ü creciente en los países del capitalism o desarrollado, donde
i: el antitercerm undism o actual no es más que un signo pre­
cursor.
Para los pueblos de la periferia la alternativa inevitable
"avance dem ocrático nacional popular o estancam iento
. ulturalista aferrado al pasado^Sin em bargo, la opción p ro­
gresista no podría ser reducida a cualquie/1 receta sim ple,
porque cada uno de sus tres componentes, socialista, capita-
lista y estatista, es esencial y, simultáneamente, en parte
com plem entario y en parte opuesto a los otros dos. Por ejem-
pío, la receta burocrática del "socialism o de Estado” que
pretende sacrificar la dem ocracia al "desarrollo nacional”
ha dem ostrado que los bloqueos que entraña ponen en entre­
dicho el propio desarrollo más allá de ciertos límites. Pero
en sentido inverso la proposición, hoy de m oda en O cciden­
te, de retener sólo el objetivo dem ocrático — por lo demás re­
du cido él m ism o a los derechos del hom bre y a la dem ocra­
cia electoral pluralista— ha dem ostrado ya su ineficacia en
un lapso más corto de lo que se había imaginado. Com o he­
mos visto a propósito de Brasil, Filipinas y algunas otras ex­
periencias en curso, la dem ocracia debe conducir a transfor­
m aciones sociales gigantescas o p ere ce r Ahora llienr-estas /
tr an^oTnñacíonés necesarias chocan ya de frente con los in-yr
téreses del sistema capitalista dominante.
"5 Sirrthlda~"sit) Occidente, en lugar de poner obstáculos a
las transform aciones sociales progresistas necesarias a la
periferia, se com prom etiera a apoyarlos, la presión del "n a­
cion alism o” contenido en el tema de la desconexión se redu­
ciría otro tanto. Pero h o v ja hipótesis no es más que la expre­
sión de un voto piadosoQ^I hecho es que Occidente es, hasta
ahora, el adversario encarnizado de cualquier avance en esta
dirección^?
^H acer esta com probación realista es reconocer finalm en­
te que la iniciativa para la transform ación del m undo corres-
ponde a los pueblos de la periferia! Son ellos quienes al rom ­
per con el desarrollo mundial en cu rso obligan a los pueblos
occidentales a tom ar conciencia del desafío verdadero y a
ver más allá de sus narices. Una com probación que, desde
1917, nada ha venido a invalidar.
V ' N o obstante es también aceptar que la larga marcha de la
dem ocracia nacional popular seguirá siendo contrariada y
estará llena de conflictos inevitables, avances y retrocesos
desiguales. La imagen ideal de la "con stru cción del socialis­
m o ” debe ser sustituida por la de esta vía difícil, larga e in­
cierta. ,
El ju icio relativamente negativo em itido con respecto a
O ccidente no excluye que las cosas puedan cam biar también
en ese plano. Al abrir el debate sobre “ otro desarrollo” en
O ccidente m ism o y sobre las consecuencias favorables que
el inicio de aquél podría tener para la evolución del este ,y
del sur, hem os querido insistir en las responsabilidades de
la izquierda occidental y p or eso m ism o en las posibilidades
que se le ofrecen. Una conciencia lúcida de los estragos del
eurocentrism o es aquí una condición previa para el cam bio
deseable.
En efecto, si bien la versión de la derecha de la ideología
occidental asume todas las consecuencias de su eurocentris-
mo, en cam bio la am bición universalista alimenta desde los
orígenes las ideologías de izquierda, y en prim er lugar de la
propia izquierda burguesa, que ha forja d o los con ceptos de
progreso, razón, derecho y justicia. P or lo demásifla crítica
del capitalism o eurocéntrico no carece de e co en 'el cent roí
Ninguna muralla china Repara el centro de la periferia en el
sistema mundial. ¿A caso no fueron un día Mao, el Che o Fa-
^non los héroes de la juventud progresista de O ccidente?
'¡J Por eso nos dirigim os aquí a los intelectuales de la iz­
quierda europea, solicitando el inicio de un diálogo verdade­
ro porque el papel de Europa, y más particularmente el de
Francia, puede ser aquí más decisivo de lo que se piensa.
Q La sumisión sólo a la lógica de la econom ía mundial exige
en efecto que un gendarm e se encargue de reprim ir las re­
vueltas de los pueblos de la periferia víctimas del sistema y
desvíe el peligro de que los estados socialistas saquen prove­
ch o de alianzas eventuales con estos pueblos, función que no
puede ser remplazada p or otro que no sea Estados Unidos,
ja La construcción de un neoimperialism o eu ropeo que tom e el
^ relevo de la hegemonía estadunidense sigue siendo, para
|| el futuro imaginable, un sueño imposible. La adhesión atían-
Jf-tista que im plica pues esta lógica capitalista pura reduce fa ­
ll talmente el proyecto europeo a perm anecer en los estrictos
límites de una com petencia mercantil entre Europa, Japón
|¿ y Estados Unidos, sin aspiración a cualquier autonom ía cul-
í . tural ideológica, política y militar. Pero en esta perspectiva,
I Europa resulta amenazada de destrucción total en caso de
conflagración, o de quedar a merced de un acuerdo eventual
de las superpotencias sobre su cabeza.
En respuesta^ esta perspectiva m ediocre —en la cual p or
lo demás la construcción europea debilitada quedaría b a jo
la amenaza de explotar en cualquier m om ento— ¿podría Eu­
ropa contribuir a la construcción de un m undo p oíicén trico
verdadero en todos los sentidos del término, es decir respe*
tiloso de vías sociales y económ icas de desarrollo diferen­
tes -i Podría entonces imaginarse que ese m a rco que define
un orden internacional nuevo abriría la vía en la m ism a Eu-
ropa a avances sociales imposibles si se queda uno encerra­
do en la lógica estricta sólo de la com peten cia/D ich o de otra
manera, perm itiría el com ienzo de logros en la dirección de
la extensión de espacios sociales no m ercantiles, única vía
para un progreso socialista en las condiciones de O ccidente.
Unas relaciones Este-Oeste sin tensiones en Europa, que sus­
tituyeran la estrategia de la presión m ediante la carrera ar­
mamentista y la ilusión peligrosa de llegar p or ese m edio a
separar la Europa oriental de la Unión Soviética, favorece­
rían también el progreso socialista dem ocrático que G orba­
chov parece desear. Las relaciones Este-Oeste sin tensión en
Europa podrían ser entonces promovidas en una perspecti­
va que apoyara la transición nacional popular necesaria en
el Tercer Mundo. Esta opción —la de la "n o alineación eu ro­
pea” — , que es la form a de la "desconexión” en las co n d icio ­
nes históricas de esta región del mundo, es el único m edio
de detener una decadencia probablemente inevitable de otra
manera.18 Sjj> o r decadencia se entiende4a.,r.eni me i a a un

18 Cedetim, Le non alignement européen, La Découverte.


proyecto de sociedad progresista creíble y movilizador, para
conform arse con "ajustarse” cada día a las fuerzas exterio­
res, de ir a la zaga de los acontecim ientos nos arrastrarán.
^ Muchas razones políticas y culturales nos permiten creer
que esta posibilidad no es necesariamente utópica. Cuales­
quiera que hayan sido Iqs límites históricos de la visión de
De Gaulle —límites que le impidieron ir más allá de intencio­
nes veleidosas—, una evolución en este sentido podría reto­
marse hoy. Por lo demás ésta se había iniciado en el trans­
curso de los años 70, tímidamente, es cierto, antes de que la
adhesión atlantista de los años 80 viniera a sofocar las espe­
ranzas puestas en ella. La decepción que este viraje implicó
explica una buena parte de las reacciones violentas de quie­
nes habían esperado de Europa —y en prim er lugar de Fran­
cia— el com ienzo de un com portam iento nuevo en las rela­
ciones mundiales. Echando leña al fuego por la explotación
del prejuicio eurocéntrico, las fuerzas hostiles al cuestiona-
m iento de la hegemonía norteamericana intentan hoy hacer
im posible la perspectiva.
-jQ-'/El eurocentrism o ha conducido al m undo a un grave es­
tancamiento^ Si Occidente continúa encerrado en las posi­
ciones a que esta tradición obliga en todos los dom inios de
la visión de las relaciones políticas, particularmente Norte-
Sur y Este-Oeste, los riesgos de conflictos violentos y de con­
versión a salvajes posiciones racistas creceránj Un porvenir
más humano —universalista respetuoso de toa os— nó está
inscrito en la necesidad ineluctable que se impondrá p or si
misma, sino sólo en el orden de la posibilidad objetivamente
necesaria, por la que hay que pelear. La opción sigue allí:
universalism o verdadero necesariamente socialista o barba­
rie capitalista eurocéntrica. El com bate necesario impone a
lo que podem os llamar las fuerzas de izquierda en el sentido
am plio del término una toma de conciencia acíiva sobre
cierto núm ero de cuestiones fundamentales.
¿_E1 socialism o está al final de ese largo túnel. Entendemos
por éthS'Oña"sociedad’ que háya'resuelto-eH egado del desa­
rrollo desigual inherente al capitalism o y simultáneamente
dado a todos los seres humanos del planeta un m ejor control
de su devenir socia lf Entonces está cla ro que esta sociedad
sólo será superior áüa nuestra en todos los planos si ella es
mundial, si funda un universalism o auténtico que exija la
contribución de todos, tanto de los occidentales com o de
aquellos cuya trayectoria histórica haya sido diferente) Está
claro que el largo trayecto que queda p or recorrer para
lograrlo impide form ular juicios ‘ ‘definitivos” sobre las es­
trategias y las etapas a franquear, que las confrontaciones
políticas e ideológicas —así com o las que en su tiem po en­
frentaron a "revolu cion arios" y “ socialdem ócratas" por
ejem plo— no habrán sido más que las peripecias de este lar­
go com bate. Está claro que la naturaleza de esta sociedad
humana no podría ser objeto de una previsión de la cual ni
siquiera los futurólogos o los autores de ciencia ficción son
capaces. ^
El porvenir queda abierto. Todavía no ha sido vivido.
' SEGUNDA PARTE

PARA UNA TEORÍA SOCIAL NO EUROCÈNTRICA


¡ Baste con identificar sistemáticamente las deform aciones
: eurocéntricas de las ideologías y de las teorías sociales d o ­
minantes, describir su génesis y poner al descubierto sus de­
bilidades. Un paradigma superado sólo desaparece a con d i­
ción de que otro paradigma, liberado de los errores del
primero, sea expresado positivamente. En esta perspectiva
propondrem os aquí dos elementos de esta reconstrucción,
indispensable en nuestra opinión.
El prim ero (tratado en el capítulo 3) es la hipótesis del de-
, sarrollo desigual com o explicación del nacim iento precoz
del capitalism o en las form aciones feudales de Eüropa, con ­
sideradas com o una form a periférica de la sociedad tributa­
ria, por oposición a las resistencias más obstinadas que las
form as tributarias acabadas han opuesto a la realización del
salto cualitativo. Esta hipótesis libera a la teoría social de la
deform ación eurocéntrica en la visión de la historia, p or el
universalismo de las proposiciones relativas a las leyes de la
evolución en las que se basa.
El segundo (tratado en el capítulo 4) es la hipótesis de la
m undialización del valor, com o explicación de la dinám ica
del capitalism o realmente existente, que reproduce simultá­
neamente una tendencia a la hom ogeneización del m undo y.
una polarización que la hace imposible. La hipótesis libera^
de la deform ación eurocéntrica en la visión del m undo con ­
tem poráneo y perm ite una reinterpretación fecunda de las
crisis del sistema y de los com ienzos de avances "m ás allá
del capitalism o".
I. EL MODO DE PRODUCCIÓN TRIBUTARIA, FORMA UNIVERSAL
DE LA SOCIEDAD PRECAPITALISTA AVANZADA

£*■'
Un debate permanente opone a las escuelas de los historia­
dores: ¿puede hablarse de Ja sociedad precapitalista {limi­
tándose aquí sólo a las sociedades avanzadas, basadas en
una organización estatal claramente reconocible) en singu­
lar? ¿H ay que conform arse con describir y analizar las dife­
rentes variantes concretas de las sociedades en cuestión?
¿Puede considerarse al feudalism o com o una form a general
anterior al capitalismo, no sólo propia de Europa (y de Ja­
pón) sino con analogías en otros lugares, o bien las diferen­
cias serían aquí de naturaleza y no sólo de form a?
í>; Tom am os partido en este debate y desarrollarem os la te­
sis que resume el título de esta sección, a saber, que la form a
que llamamos tributaria es la form a general de todas las so­
ciedades precapitalistas avanzadas, de las que el feudalism o
no es más que una especie particular. Como se verá a medida
que vayamos desarrollando nuestro argumento, esta concep-
tualización perm ite resolver la cuestión del desarrollo desi-

1 Las tesis propuestas eu este capítulo han sido desarrolladas con ma­
yor detalle en diferentes direcciones de investigación en mis obras y artícu­
los siguientes; Classe et nation dans i’histoire et la crise conte>nporaine, Mi-
nuít, 1979, capítulos i, II, m, jv y v; La nation árabe, nalíonalmne et íuttes de
classe, Minuit, 1977; "Modes of production, history and unequal develop-
ment", Science and Society, verano de 1985. En estas obras se encontrarán
también las indicaciones bibliográficas concernientes a los debates relati­
vos a la teoría de los modos de producción y a la historia precapitalista
(Kari Wittfoge), Ferene Tokei, Gianni Sofri, Lawrence Krader, Chaya nov,
Emmanue) Terray, P.P. Rey, Claude Meiliassoux, J, P. Vernant, Eugene Gé-
novése, Etienne Balacsz, DamodarKosambi, Claude Cahen, Máxime Rodin-
son, Perry Anderson, I. Wallerstein, F. Braudel, Oliven Cox, G. Haupt).
guai en el nacim iento del capitalismo y salir del estanca­
miento eurocèntrico.
C El balance de la historia propuesto sólo considera tres es­
tadios consecutivos de naturaleza universal: el estadio c o ­
munitario, larga transición a partir del com unism o prim iti­
vo; el estadio tributario que caracteriza al conjunto de las
sociedades precapitai istas desarrolladas y finalmente el ca­
pitalismo, convertido en sistema mundial.
^ El estadio tributario es la historia de todas las civilizacio­
nes basadas en: i) un importante desarrollo de las fuerzas
productivas; una agricultura sedentaria que puede asegurar
más que la supervivencia, un excedente sustancial y garanti­
zado, actividades no agrícolas (artesanales) que emplean un
equipo de conocim ientos técnicos y un instrumental (con ex­
cepción de maquinaría) variados; U) actividades im producti­
vas desarrolladas, correspondientes a la im portancia de ese
excedente; iii) una división en clases sociales basada en esta
base económ ica y tv) un Estado acabado que supera la reali­
dad aldeana.
g Este estadio presenta los aspectos siguientes: com prende
una gran variedad de form as; pero más allá de esta variedad
posee caracteres com unes, puesto que la extracción del tra­
bajo excedente está siem pre regida por la dom inación de la
superestructura en el m arco de una econom ía regida.por el
valor de uso; el m odo fundamental es aquí el m odo tributa­
rio; el m odo feudal es una variante de éste; el m odo llamado
esclavista figura a título de excepción, intersticial las más de
las veces en relación con las relaciones mercantiles; la com ­
plejidad de las form aciones de este estadio im plica, más allá
de las relaciones de producción inmediatas, relaciones de
cam bio, internas y externas, que hacen intervenir la p rob le­
mática de las relaciones mercantiles e introducen el con cep ­
to -de sistema d e fo rm a cio n e s sociales; este estadio, final-
; mente, no está estancado, sino que por el contrario se
• caracteriza por un desarrollo considerable de las fuerzas
productivas, sobre la base dé relaciones de prod u cción tri-
; butarias que operan en el seno de form aciones captadas en
toda su com plejidad.
’V El capitalism o no es un estadio necesario p or la sencilla
razón de que ya existe, y a escala mundial. En realidad, to­
das las sociedades tributarias debían obligadamente poner
en tela de juicio las relaciones de producción sobre la base
de las cuales se habían desarrollado e inventar nuevas rela­
ciones, únicas capaces de permitir un desarrollo ulterior de
las fuerzas productivas. El capitalismo no estaba destinado
a ser sólo una característica europea. Pero al haber sido Eu­
ropa la primera en inventàrio, se encargó después de frenar
la evolución normal de los demás continentes. Lo que hay
que explicar entonces, no es sólo cóm o el capitalism o fue in­
ventado en Europa sino p or qué apareció aquí en un estadio
relativamente precoz y p or qué en otros lugares, en socieda­
des tributarias más avanzadas, su aparición tardó tanto
tiempo. /
^ Los períodos de transición de un estadio al otro se distin­
guen de los estadios necesarios por el hecho de que los ele­
mentos de cam bio triunfan por sobre los elementos de la re­
producción. Desde luego esta reproducción, en todos los
estadios necesarios está lejos de excluir toda contradicción;
de otra manera no se comprendería la razón p or la cual un
estadio necesario no es eterno. Pero, en los estadios necesa­
rios, la lucha de clases tiende a ser integrada a la reproduc­
ción, Por ejemplo, en el capitalismo, la lucha de clases tien­
de, por lo m enos en el centro, a ser reducida a su dimensión
económ ica y por ello m ism o a convertirse en un elemento de
funcionam iento del sistema. Por el contrario, en los perío­
dos de transición, alcanza su plenitud para convertirse en el
m otor de la historia.
Todos los estadios necesarios dan pues la im presión de es­
tar inmóviles. En este plano, no hay diferencia entre Europa
y Asia, ni siquiera entre el pasado y el presente. Todas las so­
ciedades del estadio tributario dan la misma im presión de
estancamiento; lo que Márx dice de Asia se aplica muy bien
a la sociedad feudal europea. Sin duda, el capitalism o, por
oposición a las sociedades del segundo estadio, presenta el
aspecto de un cam bio constante, debido a su ley económ ica
fundamental. Pero esta revolución permanente de las fuer­
zas productivas im plica una adaptación no m enos perma­
nente de las relaciones de producción, la cual da la sensa­
ción de que finalmente el sistema no puede ser superado.
v-y Este resumen suscita algunas cuestiones esenciales con­
cernientes al m étodo del m aterialism o histórico.
"3 Generalmente se admite que un m odo de p rod u cción se
define p or una com binación particular de relaciones de pro*
ducción y de fuerzas productivas. Existe una tendencia que
consiste en reducir este concepto al de la situación del pro­
ductor, p or ejem plo esclavo, siervo o trabajador asalariado.
Pero el trabajo asalariado precede en varios m ilenios al ca p i­
talism o y no podríam os reducir éste a su generalización. El
m od o capitalista com bina en realidad el trabajo asalariado
con cierto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Asi­
m ism o, la presencia de esclavos productivos no basta para
definir un m odo de producción, llam ado esclavista, si n o se
com bina con un estadio preciso de las fuerzas productivas.
4 - Una lista exhaustiva de las condiciones del trabajo halla­
das en la historia de las sociedades de clase no puede lim i­
tarse a los tres m odos de trabajo dependientes que son el es-
clavísm o, la servidumbre y el salariado. Por haberlo hecho,
los m arxistas eurocéntricos se han visto finalmente ob lig a ­
d os a inventar una cuarta condición, la de prod u ctor m iem ­
b ro de una com unidad (“ asiática") som etida al Estado ("e s ­
clavitud generalizada''). Lo m alo es que este cuarto m od o no
existe. Lo que sí existe, y además es mucho más frecuente
que la esclavitud o la servidumbre, es el trabajo del pequeño
p rod u ctor (campesino) ni enteramente libre y com ercian te,
ni rigurosam ente encerrado por la propiedad de la com u n i­
dad, sino som etido a la sangría tributaria. Es preciso dar un
nom bre a esta condición y no vemos ninguno más apropia do
que el de m odo tributario.
^ Si la generalización de los cin co estadios dé Stalin es fa l­
sa, al igual que la de las dos vías ¿deberá renunciarse a cu a l­
qu ier teoría? El interés de nuestra hipótesis es el de pon er
el acento en las analogías profundas que caracterizan a las
grandes sociedades de clases precapitalistas: ¿P or qué halla*
m os corporacion es en Florencia, París, en Bagdad, El Cairo,
Fez, Cantón o Calcuta? ¿P or qué el Rey-Sol recuerda al em ­
perador de China? ¿P or qué se prohíbe el préstamo con inte­
reses aquí y allá? ¿N o es ésta la prueba de que las con trad ic­
ciones que caracterizan a estas sociedades son de la m ism a
naturaleza?
r\ ¿Cuáles son, entonces, esos caracteres com unes a todas
las sociedades precapitaJistas calificadas de tributarias? La
apariencia inmediata revela la inmensa variedad de organi­
zaciones sociales que ocupan este largo período de la histo­
ria. En estas condiciones ¿es científico atribuirles un deno­
minador com ún?
r-J La tradición marxista es en esto contradictoria. El mar-
- xismo académ ico se ha em peñado en poner el acento en la es­
pecificidad, al grado, algunas veces, de renunciar a calificar
con el m ism o término a sociedades pertenecientes a áreas
culturales diferentes, reservando por ejem plo el término
feudal a Europa (más la expresión japonesa) y negándoselo
al Asia. En sentido contrario, la tradición del m arxism o mili-
/ tante siem pre ha utilizado una term inología totalizadora,
que califica por ejem plo de feudal a todas las sociedades
grandes manifiestamente menos avanzadas. Una y otra tra­
dición podrían decirse marxistas si la cuestión tuviera que
ser resuelta por la marxología. Así se ha señalado que Marx
utilizaba el térm ino feudal con una connotación general que
sus contem poráneos com prendían perfectam ente bien y cu­
bría por lo menos toda la historia europea, desde las invasio­
nes de los bárbaros hasta las revoluciones burguesas inglesa
y francesa. Su visión del feudalism o no era la de los historia­
dores burgueses posteriores, quienes a fuerza de restriccio­
nes redujeron el cam po de la feudalidad a la zona com pren­
dida entre el Loira y el Rhin durante cuatro siglos. Pero
Marx también inventó el térm ino "m od o de producción asiá­
tica" y en sus escritos a veces n o publicados, com o los
Grundrisse, retoma algunas tesis de Montesquieu, Bernier,
etc., pretendiendo oponer el inm ovilismo asiático a la agita­
da y rápida historia de Europa. Regularmente animados
debates oponían a tos defensores de las dos posiciones. De
manera general, la tendencia dominante entre los euroame-
ricanos del mundo académ ico subraya el carácter excepcio­
nal de la historia europea.
^ La búsqueda eventual de la unidad, más allá de la diversi­
dad, sólo se aplica a sociedades que cuentan con un nivel de
desarrollo de las fuerzas productivas com parable. En esta
perspectiva podem os proponer considerar tres niveles en el
desarrollo de las fuerzas productivas, a las cuales corres­
ponden tres familias de relaciones de producción.
O En el primer nivel, el excedente es dem asiado m agro para
permitir algo más que el inicio de la constitución de las cla ­
ses y del Estado. Sería pues absurdo confundir bajo el mis-
> mo vocablo form aciones tribales, de clan o de linaje y form a ­
ciones estatales. N o obstante eso es lo que pretende la tesis
que coloca al m odo asiático en la transición a las sociedades
de clases. ¿C óm o puede China, que producía en el siglo XI la
misma cantidad de h ierro que Europa en el siglo XviII y con ­
taba con cin co ciudades de más de un m illón dé habitantes,
ser clasificada al com ienzo de la sociedad de clases, mien­
tras que Europa, en el m ism o nivel de desarrollo de las fu er­
zas productivas, estaba en vísperas de la revolución indus­
trial? En este prim er nivel, el escaso grado de desarrollo y
las relaciones tribales, de clan y de linaje están indisoluble­
mente ligados. Son estas relaciones las que perm iten el c o ­
mienzo del desarrollo de las fuerzas productivas más allá de
la fase del com unism o prim itivo (el paso a la agricultura se­
dentaria) y al m ism o tiem po bloquean la continuación de sil
desarrollo a partir de un cierto punto. Así pues, donde uno
reconoce esas relaciones, el nivel de las fuerzas productivas
es necesariamente bajo; allí donde ya no se les halla, es más
; elevado. Las form as de propiedad que se sitúan en este pri­
mer nivel presentan rasgos com unes fundamentales: se trata
1 siempre de propiedad comunitaria, cuyo uso está reglamen­
tado en función de los sistemas de parentesco que rigen la
instancia dominante.
V Al segundo nivel corresponde un grado de desarrollo de
las fuerzas productivas que permite y exige el Estado, es de­
cir ia superación del dom inio del parentesco, el cual sólo p o ­
drá subsistir som etido a otra racionalidad. Las form as de la
propiedad de esté segundo nivel son las que permiten a la
clase dominante controlar el acceso al suelo agrícola y dedu­
cir por este m edio un tributo a los productores campesinos.
Esta situación es regida por el dom inio de la ideología que
siempre reviste la misma form a: religión o casi religión de
Estado.
El tercer nivel representa el grado superior de las fuerzas
productivas del capitalismo. Este grado im plica la propie­
dad capitalista, ya sea, en un poló, el m onopolio del control
por parte de la burguesía de los medios de producción que
ya n o son principalmente el suelo, sino las máquinas, los
equipos y las fábricas y, en el otro polo, el trabajo libre asa­
lariado, la extracción del excedente (aquí, plusvalor) que se
realiza mediante el intercam bio económ ico, es decir la venta
de la fuerza de trabajo. Concretamente, el desarrollo de la
agricultura más allá de un cierto punto exigía máquinas y
‘ fertilizantes, es decir la industria, y p or tanto el capitalismo.
Iniciado en la agricultura de la transición, el capitalism o de­
bía pues alcanzar su plenitud en otra parte, antes de regre­
sar a la agricultura.
Estás definiciones muy generales y abstractas de las tres
form as de la propiedad: com unitaria (del suelo), tributaria
/ (del suelo), capitalista (de m edios de prod u cción distintos al
suelo), ponen el acento en el contenido de la propiedad, en­
tendida co m o control social y no en sus form as jurídicas e
ideológicas. Cada form a de la propiedad corresponde nece­
sariamente a un nivel de desarrollo de las fuerzas producti­
vas. En el prim ero, la organización de la producción no supe­
ra el horizonte del linaje y la aldea. En el segundo, está
necesariamente regulada a nivel de una sociedad estatal,
más o menos vasta, pero siem pre sin com paración con la al­
dea: la circulación del excedente da cuenta de la im portancia
del artesanado especializado, de tas funciones im producti­
vas, del Estado, de los pueblos, del com ercio, etc. Un nivel
más elevado del desarrollo exigía el m ercado generalizado,
el m ercado capitalista.
t-¡ En este grado de abstracción, cada nivel corresponde a
una exigencia universal,
/S La primera de las características del m od o de producción
que marca el segundo nivel de desarrollo de las fuerzas pro­
ductivas es que la extracción del .producto excedentario se
obtiene por medios no económ icos, dado que el prod u ctor no
está separado de sus m edios de producción. Semejante par­
ticularidad opone ese prim er m odo de clase al m od o com u ­
nitario que lo precede. Allí, el producto excedentario no es
apropiado p or una clase explotadora; lo centraliza un grupo
dirigente para ser utilizado colectivam ente o distribuido de
acuerdo con las exigencias de la reproducción. La confusión
entre, por una parte, las relaciones de cooperación y de do­
minación, y p or la otra, las relaciones de explotación, que se
aplica por el afán de luchar contra las sim plificaciones inge­
nuas que asim ilan el m odo com unitario a un com unism o pri­
m itivo idílico, ha originado la falta de diferenciación que se
constata entre el producto excedentario utilizado en form a
colectiva y el p rod u cto excedentario del que se apropia una
clase explotadora. La extracción del prod u cto exceden tario
tiene pues la naturaleza de un tributo en provecho de la cla­
se explotadora: ésta es precisamente la razón por la cual he­
mos propuesto llam arlo m odo tributario.
O La segunda característica del m od o tributario es que la
organización esencial de la producción se basa en el valor de
u so y no en el valor de cam bio. El prod u cto con servado por
el p rod uctor es en sí m ism o directam ente valor de u so desti­
nado al con su m o y, en lo esencial, el autoconsum o. Sin em ­
bargo el p rod u cto extraído por la clase explotadora es tam­
bién directam ente para ella valor de uso. Es decir que la
esencia de este m odo tributario es la de fundar una e co n o ­
mía natural, sin cam bios, si no es que sin transferencias (el
tributo es una de ellas) y sin redistribuciones.
\J La con ju n ción de la extracción del excedente p or m edios
no económ icos y del predom inio del valor de Uso requiere
necesariam ente una reflexión sobre la alienación. En e fecto
dos interpretaciones del materialism o h istórico se oponen
desde sus orígenes. Una reduce prácticam ente el m étodo a
un determ inism o econ óm ico lineal: el desarrollo de las fuer­
zas productivas engendra por sí m ism o el ajuste necesario
de relaciones de producción, p or revoluciones sociales cuya
necesidad h istórica revelan sus autores, y luego la superes­
tructura política e ideológica se transform a para reflejar las
exigencias de la reproducción de las relaciones de prod u c­
ción. La otra pone el acento en la doble dialéctica de las fuer­
zas productivas y las relaciones de prod u cción p or una par­
te, y de estas ultimas y la superestructura p or la otra.
^ La prim era interpretación asimila las leyes de la evolu ­
ción de la sociedad a las que rigen la naturaleza. Esta inter­
pretación continúa la obra de la filosofía de las Luces y con s­
tituye la interpretación burguesa radical del m arxism o. La
segunda opone el carácter objetivo de las leyes de la natura­
leza al carácter com puesto objetivo-subjetivo de las leyes de
la sociedad.
.x, La prim era interpretación ignora la alienación, o bien la
extiende a la historia entera de la humanidad. La alienación
es entonces un producto de la naturaleza humana que tras­
ciende la historia de los sistemas sociales; tiene sus raíces en
la antropología, es decir en la relación permanente del hom ­
bre con la naturaleza. La historia se hace p o r la “ fuerza de
las circunstancias". La idea que los hom bres (o las clases)
tienen de que hacen la historia es ingenua; el margen de su
libertad aparente es estrecha, a tal grado pesa el determinis-
m o del progreso técnico. La segunda interpretación conduce
a distinguir dos planos de la alienación: la que resulta de la
permanencia de la relación hombre-naturaleza, la cual tras­
ciende los m od os sociales, define a la naturaleza humana en
su dimensión permanente pero no interviene directamente
en la evolución de la historia social, es la alienación antropo­
lógica; la que constituye el contenido de la superestructura
ideológica de las sociedades, es la alienación social.
~j Al dedicarse a precisar los contenidos sucesivos de esta
alienación social, se llega a la conclusión de que todos los
sistemas sociales precapitalistas de clase se caracterizan
p o r la m ism a alienación social, que podría llamarse la alie­
nación en la naturaleza. Las características de ésta resultan
p or una parte de la transparencia de las relaciones económ i­
cas de explotación y p or la otra del grado lim itado de control
de la naturaleza en los niveles correspondientes de desarro­
llo de las fuerzas productivas. Esta alienación social debe
tom ar necesariam ente un carácter absoluto, religioso, con ­
dición del lugar dominante que ocupa la ideología en la re­
producción social, Por oposición, la alienación social del ca­
pitalismo se basa, p or una parte, en la dism inución de la
transparencia de las relaciones mercantiles y, p o r la otra,
en un grado cualitativamente más avanzado de control de la
naturaleza. La alienación mercantil sustituye entonces a la
naturaleza p o r la econom ía com o fuerza exterior que deter­
m ina la evolu ción social. La lucha p or la abolición de la
explotación y de las clases implica la liberación del determi-
nismo econ óm ico. El com unism o debe poner térm ino a la
alienación social sin p or ello suprim ir la alienación antropo­
lógica. Desde luego puede com probarse la existencia de in­
tercam bios no m onetarios y hasta m onetarios en todas las
form aciones tributadas. N o obstante esos intercam bios sólo
% son accesoriam ente mercantiles, es decir que no se basan en
í el valor de cam bio (la ley del valor) sino en el valor de uso
i §..\(las utilidades comparativas). El intercam bio en las form a-
’ ¡v ciones tributarias está som etido a la ley fundamental del
í ,';í ; m odo tributario así com o, mutatis mutandi, la propiedad del
: suelo está sometida, en el capitalism o, a la ley fundamental
¡ -Ü , de la acum ulación capitalista.
; El argumento en favor de la variedad y de la especificidad
. descansa en la confusión entre el m od o de prod u cción y la
t|; - form ación social. N o obstante Marx nos enseñó el carácter
abstracto del con cepto de m od o de producción; el m odo ca-
: pitalista, p or ejemplo, es un concepto teórico (reducción a
dos clases definidas com o los polos de la contradicción, au-
; sencia de propiedad no capitalista, sobre todo del suelo, etc.)
v y ninguna form ación capitalista puede ser reducida a este
m odo, ni siquiera la más avanzada, la más acabada: la prue­
ba de ello es la existencia de la propiedad del suelo, y de la
tercera clase, la de las propiedades del suelo, a la cual c o ­
rresponde un tercer ingreso, la renta.
1 La extracción de un tributo jam ás puede obténerse sólo
mediante el ejercicio de la violencia: exige cierto consenso
social. Ése es el sentido de la observación de M arx de que "la
ideología de la clase dominante es la ideología dominante de
la socied ad ". En el m odo tributario, esta ideología es expre­
sada por las grandes religiones: el cristianism o, el islam, el
hínduísmo, el budism o, el confucianism o. Funciona aquí el
servicio de la extracción del excedente, mientras que la ideo-1
logia del parentesco en el m odó comunitario, igualmente d o ­
minante, funciona al servicio de la reproducción de relacio­
nes de cooperación y de dom inación, pero no de explotación.
A los m odos com unitarios y al dom inio del parentesco c o ­
rresponden p or supuesto las religiones regionales, por o p o­
sición a las Religiones de Estado del m odo tributario.
Qf El predom inio de la superestructura es la prim era conse­
cuencia del predom inio del valor de uso a nivel de la base
económ ica, pero su funcionam iento actúa a la véz sobre
la lucha de clases del m od o tributario. La clase explotada no
lucha generalmente p or la supresión total de la explotación1,
sino sólo p o r su mantenimiento dentro d é lo s lím ites "razo-
nables" que exige la reproducción de la vida económ ica a un
nivel de desarrollo de las fuerzas productivas que implique
usos colectivos del producto excedentario. Es el tema del
em perador investido p or el cielo. En Occidente, el monarca
absoluto se alia algunas veces con los campesinos contra los
señores feudales. Por supuesto, esta situación no excluye ni
la lucha de clases ni logros en dirección de la abolición total
de la explotación: se han detectado com unism os cam pesinos
p or todas partes: en Europa, en el mundo musulmán, en Chi­
na. De una manera general la lucha de clases se expresa aquí
a. través del cuestionam iento de la ideología sobre su propio
terreno: al cristianism o de las iglesias de Estado se oponen
las herejías albigense o protestante, al islam sunita el chiism o
y el com unism o quarmat, a Confucio el taoísmo, etcétera.
^ La cuarta característica del m odo tributario es su apa­
riencia de estabilidad, y hasta de inmovilismo, en absoluto
limitado, p or supuesto a Asia, En realidad esta apariencia
engañosa está inspirada por el contraste con el capitalismo.
Basada en el valor de cam bio, la ley fundamental interna del
capitalism o se sitúa en el plano mismo de la base económ ica:
la com petencia entre capitalistas impone la acumulación, es
decir la revolución permanente de las fuerzas productivas.
Basado en el valor de uso, el m odo tributario no con oce exi­
gencia interna parecida en el plano de su base económ ica.
N o obstante, las sociedades tributarias no son inmóviles.
Han realizado notables progresos en el desarrollo de sus
fuerzas productivas, ya sea Egipto, ya sea China, Japón, In­
dia y Asia del Sur, el Oriente árabe y persa, África del Norte
y Sudárii'ó la Europa mediterránea o feudal. Pero estos p ro­
gresos no im plican un cam bio cualitativo de las relaciones
de prod u cción . Del m ism o m odo, el Estados Unidos de 1980
y la Inglaterra de 1780 corresponden a dos mom entos extre­
mos del desarrollo de las fuerzas productivas sobre la base
de las mism as relaciones capitalistas. Surgen nuevas rela­
ciones de producción para superar un bloqueo engendrado
por la resistencia de las relaciones antiguas y permiten así
un nuevo desarrollo.
La lucha de clases que opone a los productores cam pesi­
n o s a la clase de sus explotadores tributarios ocupa toda la
historia de las form aciones tributarias, tanto en Asia o en
¿frica co m o en Europa. Sin em bargo existe una diferencia
Esencial entre esta lucha y la que opone a proletarios y b u r­
gueses en el capitalism o. La segunda debería poder terminar
len la victoria del proletariado y la instauración de una socie­
dad sin clases. La prim era no podía con clu ir la victoria cam ­
pesina. Cada victoria arrancada por los cam pesinos debilita-,
fea, en efecto, a la clase explotadora tributaria en beneficio
¿de una tercera clase naciente; la burguesía, la cual surgía
■por una parte al lado del cam pesino, a partir del capital mer-
¡eantil y, p o r la otra, en el seno de ese cam pesinado, cuya li-
1 be ración, así fuera parcial, abría la vía hacia una diferencia-
f ción interna. N o obstante, en el m odo tributario la lucha de
i clases no deja de ser el m o to rd e la historia, puesto que con s­
t i t u y e la con tradicción gracias a cuyo m ovim iento ese m odo
debía ser rebasado. La búsqueda p or párte de la clase tribu-
otaria de un excedente m ayor ciertamente no es una ley e co ­
nóm ica interna análoga a la de la búsqueda del beneficio ca-
‘ pitalista, pero bajo el im pulso de la lucha campesina, obliga
. a la clase tributaria y a los campesinos a m ejorar los m étodos
de prod ucción .
Es también la lucha de clases la que explica, al m enos en
parte, la política exterior de la clase tributaria. Ésta intenta
com pensar lo que pierde en la sociedad que explota median­
te un expansionism o que le permite subyugar a otros pue­
blos y rem plazar a sus clases explotadoras. Las guerras feu­
dales proceden de esta lógica. También ha sucedido que una
clase tributaria haya logrado m ovilizar al pueblo en este gé-
. ñero de aventuras. El paralelo se impone con la relación que
en el capitalism o rige la dependencia de la política exterior
con respecto a la lucha de clases interna, aun cuando la ley
de la acum ulación capitalista sea diferente en su naturaleza.
Y este paralelo continúa con él im perialism o, alianza de la
burguesía y el proletariado de un país dirigida hacia el exte­
rior, co m o M arx y Engels lo habían previsto en el caso de In­
g la te r r a .
y Antes de abord ar la cuestión de las especificidades de las
diferentes form aciones tributarias, es preciso dilucidar una
serie de cuestiones teóricas que conciernen a las relaciones
de intercam bio y de circulación.
En la realidad prácticam ente no existe un "m o d o de pro­
ducción de pequeño com ercio sim ple" autónomo. La defini­
ción conceptual de este m odo, que no implica clase explota­
dora sino sólo pequeños productores propietarios de sus
m edios de producción y especializados, que intercambian su
producto según la ley del valor, indica su condición episte­
m ológica particular.
Marx ya había llam ado la atención sobre las condiciones
necesarias para que el intercam bio se realice conform e a la
ley del valor: que el intercam bio sea no ocasional sino siste­
mático, no de m onopolios sino basado en la com petencia, no
m arginal sino que cuente con cantidades que permitan el
ajuste de la oferta y la demanda. Éste no es el caso general
de los intercam bios relacionados con las sociedades llama­
das prim itivas estudiadas por la antropología. T am poco lo
es en las form aciones tributarias caracterizadas por la au­
sencia de m ercado generalizado de m edios de producción y
por la importancia de la autosubsistencia; el intercam bio
opera en general conform e a la teoría neoclásica llamada del
valor más que a la ley del valor, la cual se aplicaba precisa­
mente, bajo su form a transformada, al capitalismo.
M uchas confusiones caracterizan los debates sobre la
cuestión de saber si los intercam bios en las sociedades pre-
capitalistas tienen o no un im pacto disolvente. Nunca hay
que perder de vista que el intercam bio, que sólo se refiere
a una fracción del excedente, está dom inado p or la ley de)
m odo tributario. T odos los desarrollos históricos que co n ­
ciernen a la importancia relativa y comparativa de los flujos
de intercam bio, de las organizaciones mercantiles, de las
aglom eraciones urbanas, etc., sin ser inútiles, no responden
a las cuestiones esenciales. El hecho de que ninguna econ o­
mía tributaria haya sido jam ás “ natural” no prueba nada, ni
en favor ni contra la tesis del poder disolvente de las relacio­
n e s mercantiles.
V N o subestim am os la im portancia de las relaciones m er­
cantiles, Con frecuencia hem os subrayado su papel en las
form aciones árabes, y hem os dem ostrado que habían tenido
una repercusión decisiva sobre el m odo tributario, asegu­
rando su expansión en Iraq, por ejemplo, en la gran época
abasida. En efecto su existencia obliga a examinar la dinámi­
ca de las relaciones entre las sociedades tributarias, así
W : com o no podríam os examinar los capitalism os centrales y
ilos periféricos aislados unos de otros. Aquí se impone el aná-
■M lisis de las relaciones dialécticas entre las fuerzas internas
M y las fuerzas externas en la dinámica de las sociedades tribu-
tarias y, particularmente, en la del paso al capitalism o.

/ .y
Í--

' II. EL FEUDALISMO EUROPEO, MODO TRIBUTARIO PERIFÉRICO

";A
El m odo feudal presenta todos los caracteres relativos al
m odo tributario en general. Pero además presenta, al m enos
en su origen, lo/ca ra cteres siguientes: la organización de la
producción en el m arco de la propiedad, que implica la renta
en trabajo, y el ejercicio por parte del señor de prerrogativas
políticas y jurisdiccionales que determinan la descentraliza­
ción política. Estos caracteres reflejan el origen de la
form ación feudal a partir de las invasiones de los bárbaros,
es decir de los pueblos que permanecen en el estadio de la
form ación de las clases en el m om ento en que se. apoderan
de una sociedad más avanzada. El m odo feudal es sencilla­
mente un m od o tributario primitivo, inacabado.
(b El feudalism o no es la continuación de la esclavitud; su
sucesión temporal constituye aquí una ilusión. Reprodu­
ce la ley general del paso de la sociedad sin clases a la socie­
dad de clase: después de la etapa colectiva, la etapa tributa­
ria. Por lo demás, el feudalismo japonés salió de la etapa
com unitaria sin pasar jamás por la esclavitud.
'■£ Es un hecho com probádq el que los bárbaros estuvieron
en el estadio comunitario. Y las variantes eslava, germánica,
indígena, de las comunidades ¿son acaso de naturaleza dife­
rente de las variantes conocidas después: inca, azteca, maya,
malgache, árabe preislámica, más un m illar de variantes
africanas? ¿Es también una casualidad el que, pasando de
ese estadio al estadio tributario, los germanos abandonasen
sus religiones regionales para adoptar una religión de impe­
rio, el cristianism o? ¿Es una casualidad si ocurre lo m ism o
en Africa con la islamízación?
^ La propiedad feudal no es radicalmente diferente de la
propiedad tributaria. Es una especie prim itiva de ésta, cuya
especificidad se debe al carácter débil y descentralizado del
poder político. O poner la "propiedad eminente del Estado
sobre el suelo” en Asia a la propiedad señorial llamada pri­
vada, es m ezclar lo verdadero y lo falso. En efecto, la propie­
dad eminente del Estado funciona a nivel superestructura!,
para justificar el impuesto, pero no al de la organización téc­
nica de la producción.
£ Ahora bien, en el feudalism o europeo, la propiedad emi­
nente del Dios de los cristianos (la tierra debe ser cultivada,
los cam pesinos tienen derecho a acceder a ella, etc.) funcio­
na de la mism a manera, en una versión debilitada, corres­
pondiente al carácter rudimentario del Estado, También, en
la m edida en que progresan las fuerzas productivas, la des­
centralización política original cederá el paso a la centrali­
zación. Y las m onarquías europeas absolutas se acercarán
m ucho a las form as tributarias acabadas. La form a feudal
prim itiva evoluciona progresivam ente hacia la form a tribu­
taria avanzada.
\ A falta de centralización del excedente, el carácter inaca­
bado del m odo feudal se sitúa en relación con el desm em bra­
m iento del poder, y sobre esta base el m odo feudal europeo
evoluciona en dirección de un m odo tributario, con el esta­
blecim iento de las m onarquías absolutas. Este sentido de la
evolu ción no excluye, en el otro polo, las regresiones efecti­
vas que tienen lugar, aquí y allá, a partir de los m odos tribu­
tarios avanzados hacia desm em bram ientos feudales. La cen­
tralización del excedente implica, en efecto, a la vez la
preem inencia real del poder central y una m ercantilización
relativamente acelerada al m enos de ese excedente. Las cir­
cunstancias podían haber hecho retroceder a uno y otro, por
lo demás a menudo en correlación. La feudalízación de las
form aciones árabes es un ejem plo de ello. Por añadidura
ésta opera junto con la progresiva instauración de la dom i­
nación del capitalism o europeo naciente sobre el conjunto
del sistem a mundial del mercantilism o, e ilustra nuestra te­
sis según la cual la aparición potencial de un capitalism o
árabe fue detenida por el de Europa. Así pues, de alguna ma­
nera el m odo feudal es también a veces un m odo tributario
decadente,
La oposición entre el m odo tributario acabado central y el
carácter inacabado del m odo feudal periférico no se sitúa en
consecuencia en el mismo plano que la que opone el centro
a la periferia en el sistema capitalista. En el caso de las for­
maciones tributarias, a causa de la dom inación de la ideolo­
gía, es en el m arco de ésta donde'aparece el carácter acabado
o inacabado del m odo sobre el que se basan esas form a­
ciones.
\\ En Classe e t nation se encontrarán detalles que perm iten
seguir la form ación del feudalism o europeo a partir de la
Antigüedad oriental y mediterránea. Las form aciones im pe­
riales helenísticas y luego romana constituían esbozos de
con stru ccion es imperiales tributarias. Pero el im perio ro­
m ano se hundirá antes de haber llegado a serlo- Sobre sus
ruinas se construirán tres conjuntos que lo heredan: el O cci­
dente cristiano, Bizancio y el Estado árabe-islámico. Estas
dos últimas entidades llegaron sin duda más lejos que el im ­
perio rom ano en la construcción tributaria, sin lograr no
obstante su form a acabada. Pero este progreso dejó huellas
hasta nuestros días en el heredero árabe, mientras que el he­
redero occidental quedó m arcado p or las sociedades prim i­
tivas de la Europa bárbara.
El m odo feudal caracteriza al conjunto del Occidente cris­
tiano. Sin em bargo no alcanza su plenitud en toda la región
de una manera análoga. Se pueden distinguir tres subcon-
juntos regionales. La región más desarrollada es la de Italia
y las zonas que constituyen la región calificada hoy com o Oc-
citania (España es conquistada p or los musulmanes). Las
form a feudales ríó alcanzarán allí su plenitud porque trope­
zarán con una herencia antigua más sólida, particularm ente
en las ciudades más importantes. La segunda región (Fran­
cia del Norte, Inglaterra, Holanda, Alemania Occidental y el
sur de Bohemia) está medianamente desarrollada. Tam bién
es allí donde el rebasamiento capitalista hallará su terreno
más favorable. Más hacia el este y al norte (Alemania del Es­
te, Escandinavia, Hungría, Polonia y Rusia), el nivel de desa­
rrollo original está poco avanzado, a causa de la proxim idad
de la com unidad pretributaria. El feudalism o aparecerá allí
m ás tarde, en form as particulares, en relación por una parte
con las m odalidades de la integración de estas regiones en
el conjunto europeo (Hansa, Escandínavia, Prusia y Polonia)
y p or la otra con el funcionam iento de relaciones de domina­
ción externas (ocupación turca en Hungría, m ongólica eh
Rusia, teutónica en las regiones bálticas, etcétera).
^ En el seno de todas las modalidades del m odo tributario,
co m o ya se ha visto, la ideología es la instancia dominante,
en el sentido de que la reproducción social funciona directa­
mente en este m arco. En el m odo tributario acabado, esta
ideología se convierte en ideología de Estado; ia adecuación
de la superestructura a las relaciones de producción es en­
tonces perfecta. Por el contrario, en el m odo feudal, la ideo­
logía, que es aquí la del catolicism o, no funciona com o ideolo­
gía de Estado. No es que el cristianism o en sí se hubiera
opuesto a ello; bajo el im perio romano el cristianism o se
convirtió en ideología de Estado, y lo será en Bizancio, es de­
cir precisam ente en las regiones más cercanas al m odo aca­
bado. Sin embargo, en el Occidente feudal, el catolicism o
tropieza con el desm em bram iento de la clase tributaria y la
resistencia de los cam pesinos, supervivencia de la ideología
de las sociedades com unitarias originales. La organización
independiente de la iglesia refleja esta m enor perfección en
la adecuación de la superestructura a las relaciones de pro­
ducción, que crea un terreno más propicio, porque es más
flexible a las evoluciones y ajustes posteriores a las exigen­
cias de la transform ación de las relaciones de producción.
Estos ajustes im plicarán ya sea la m odificación del conteni­
do id eológico de la religión (el protestantismo), ya su eleva­
ción al rango de ideología de Estado (bajo la form a galicana
o anglicana, p or ejem plo) a m edida que el absolutism o réal
se va afirm ando, en el período de la transición mercantilista.
La persistencia de las relaciones mercantiles externas e
internas impide reducir a la Europa feudal a una yuxtaposi­
ción de feudos que viven en econom ía de subsistencia. Fue
estructurada por el com ercio a larga distancia con las áreas
bizantina y árabe y, más allá, en el Asia de los m onzones y
el África negra, así com o p o r su prolongación en el com ercio
europeo interno y el com ercio local. Prueba de ello es la coe­
xistencia de zonas predominantemente rurales, m enos urba­
nizadas, y de zonas de concentración com ercial y artesanal.
Italia, con sus ciudades mercantiles y artesanales (Venecia,
Florencia, Pisa, Génova, etc.), Alemania del sur y el Hansa
ocupan eri la cristiandad medieval posiciones que no se co m ­
prenderían sin estas relaciones mercantiles. Esas regiones,
en particular Italia, reciben no sólo las fuerzas productivas
más evolucionadas (manufacturas), sino también el em brión
de las relaciones capitalistas precoces.
El feudalism o europeo constituye pues una form a especí-
# fica del m od o tributario universal. Pero esta especificidad
está en relación con el carácter primitivo, inacabado, perifé-
rico, de la form a feudal. Más adelante se verá cóm o las otras
particularidades aparentes de la Europa feudal (la autono-
* mía de las ciudades, las libertades campesinas, el ju ego p olí­
tico de las m onarquías absolutas, en relación con las luchas
de clase) se deducen igualmente de este carácter prim itivo e
% inacabado, y cóm o, lejos de constituir una desventaja, ese
f: "retraso" constituyó el m ayor triunfo de Europa en su ca ­
rrera con las otras regiones del m undo que, paradójicam en­
te, estaban en desventaja p or su avance. Si me parece que las
tesis opuestas son manifestaciones del eurocentrism o, es
porque buscan la especificidad europea no en ese retraso
sino en direcciones m itológicas.
fA A la especificidad del feudalismo hay que oponer la de
cada una de las otras grandes civilizaciones tributarias, ya
sean las especificidades árabes, que he estudiado en La na-
tion arabe, o las del im perio otomano, de las cuales algunas
evoluciones, en su parte balcánica, proporcionan paralelos
sorprendentes.
Cada sociedad tributaria presenta un rostro particular,
pero todas pueden ser analizadas con los mismos conceptos
de m odo de producción tributaria y de oposición de clase en­
tre explotadores tributarios y productores cam pesinos ex­
plotados. Un ejem plo nos lo proporciona la India de las cas­
tas. Este falso concepto, reflejo de la ideología hinduista,
que funciona aquí com o ideología de Estado ejerciendo su
dom inación absolutista, oculta la realidad social: la
apropiación tributaria del suelo p or parte de los explotado­
res (guerreros kshatriya y clase sacerdotal de los bramanes),
la explotación de los sudra, la redistribución del tributo en
el seno de las clientelas de las clases de explotadores (el sis­
tema jajmani). Se ha dem ostrado que las castas indias sólo
existen a nivel ideológico mientras que en la realidad funcio­
na un régimen de explotación tributaria. El sistema de ex­
plotación de tipo gentry chino, y la ideología confucianista
que lo acompaña, desde luego también tienen sus particula­
ridades; pero, en el plano fundamental de la lucha de clases
entre explotadores y explotados y su dinámica, la analogia
es sorprendente. Com o lo es con el oriente musulmán árabe
y otom ano, al grado que la articulación de las relaciones tri­
butarias fundamentales y las relaciones mercantiles funcio­
nan allí de la misma manera: form ación de clases mercanti­
les — guerreros, apropiación privada del suelo, etcétera.

III. EL MERCANTILISMO Y LA TRANSICION AL CAPITALISMO:


EL DESARROLLO DESIGUAL, CLAVE DEL MILAGRO
DE LA SINGULARIDAD EUROPEA

‘ El período que se extiende desde el Renacim iento en el siglo


XVI hasta la revolución industrial a principios del siglo xlx
es manifiestamente un períod o de transición, del feudalismo
al capitalism o. No tenemos la intención de volver a m encio­
nar aquí las distintas proposiciones que se han em itido para
explicar la progresiva cristalización del capitalism o euro­
peo. Sólo nos proponem os mostrar cóm o la rapidez de esta
evolución se explica p o r el carácter inacabado del m odo feu­
dal europeo.
La literatura de la época del m ercantilism o europeo es
rica y concreta y hay que felicitarse p or ello. En efecto, p or
naturaleza los períodos de transición son variados. No exis­
ten leyes generales de la transición, com o sí hay leyes gene­
rales específicas de un m odo que define un estadio estabili­
zado. La transición se analiza a posíeriori en coyunturas
concretas propias del m odo en vías de superación y de su in­
teracción con las fuerzas externas.
^ El análisis de la transición mercantilista exige pues que se
aprecien los papeles respectivos de la descom posición de las
relaciones de prod ucción feudales y del desarrollo de la eco­
nom ía atlántica mercantil durante el nacim iento del capita-
BBV
S lismo. Nos vem os pues de nuevo en la necesidad de una teo-
B ría de conjunto del sistema mercantilista. Ésta debe revelar
® de manera explícira el m ovimiento de fuerzas que operan
® para hacer ineluctable la aparición del capitalism o. Pero al
M mismo tiem po debe dar cuenta de las desigualdades y asime-
J trías que se desarrollan en el transcurso de este período,
tanto entre Europa y sus colonias, dependencias y socios de
#i. ultramar, co m o en el interior m ismo de Europa.
Interrogarse sobre el carácter feudal o sobre el carácter
f;: capitalista del período mercantilista no tendría aquí ningún
í sentido. La verdadera pregunta es: ¿cu áles son las clases que
■ se presentan, cóm o se organizan las luchas y las alianzas en-
tre ellas, có m o se articulan las luchas económ icas de estas
“ clases, sus expresiones ideológicas y sus acciones sobre el
■ poder p olítico?
En efecto es evidente que se trata de un período de transi­
ción, en el que coexisten relaciones feudales y relaciones ca­
pitalistas. Que el carácter dominante de la sociedad se man-
. tenga feudal en Inglaterra hasta las revoluciones del siglo
XVII, en Francia hasta la de 1789, en Alemania y en Italia
hasta el logro de su unidad en el siglo xix, lo testifica la na­
turaleza feudal del poder político. No obstante se corre el
riesgo de caer en el form alism o si se da a la ruptura de la re­
volución burguesa un sentido absoluto, pues la lucha de cla­
ses que opone a señores feudales y burgueses comienza antes
y continúa después de esta ruptura, no sin interferir con la
organización del poder y m odificar su contenido. La revolu­
ción de Císomwell es seguida p o r una restauración, luego p or
una segunda "revolu ción ” suave e incom pleta, que continúa
pacíficam ente con la expansión electoral de 1932, etc. La re­
volución francesa, que culm ina en 1793, es seguida p o r una
larga restauración; 1848 es todavía m edio burgués y m edio
! proletario —pero ya la reivindicación proletaria, em briona­
ria, había despuntado en 1793 detrás de la revolución bur­
guesa— y es seguido p o r una segunda restauración. Las uni­
ficaciones alemana e italiana son apenas revoluciones, pero
crean condiciones de cam bio social espectaculares. ¿M arca
la abolición de la servidumbre en 1861 en Rusia la ruptura
de la burguesía? ¿O en febrero de 1917?
y 1 La reacción feudal basta pues para calificar de feudal al
poder absolutista occidental: se com prueba al m ismo tiem­
po el desarrollo de un campesinado libre, el inicio de una di­
ferenciación de clases capitalistas en su seno ("labradores"
y cam pesinos sin aperos, yeom en y obreros agrícolas), la ex­
pansión de la manufactura, la diferenciación en el seno de
un artesanado que se libera de las limitaciones de la corpo­
ración, etcétera.
La tesis eurocéntrica dominante, más allá de la variedad
extrema de sus expresiones, pone siempre el acento en las
características consideradas propias de Europa, entre otras
la autonom ía de las ciudades y la expansión de las relaciones
mercantiles internas y externas. Sin duda las ciudades de la
sociedad feudal están, conVj el cam po y por la misma razón,
p oco controladas por el poder central, al principio casi ine­
xistente. Sin embargo, a medida que el feudalism o avanza
hacia su form a tributaria, la monarquía absoluta reduce esa
autonomía. El fenóm eno urbano no es específico del feuda­
lism o europeo. Por lo demás es más antiguo que el feudalis­
m o europeo. La Antigüedad clásica es por excelencia urbana.
¿Se trata de ciudades autónom as? Menos de lo que parecen:
por una parte son ciudades de terratenientes y por la otra,
en la medida en que se inflan por los efectos directos e indi­
rectos del gran com ercio (al cual se incorpora entonces el ar­
tesanado esclavista), su dom inación sobre los campos leja­
nos y ajenos, por la explotación indirecta de la que sacan
provecho, sigue siendo precaria, debido a que sólo opera a
través de los flujos com erciales y las alianzas aleatorias. Las
ciudades árabes estaban en una situación más^o menos aná­
loga. En cuanto a las ciudades chinas, muy imjportantes, se
inscriben en un m odelo tributario acabado y muy avanzado,
del cual ellas reflejan la com plejidad de las distribuciones
secundarias ricas en excedente (artesanado y manufacturas
florecientes); pero, com o en el caso de las ciudades árabes,
están bajo la eficaz vigilancia del poder central tributario-
En el mundo árabe, cuando ese poder tributario se debilita,
las ciudades se marchitan. Por el contrario, las ciudades ja­
ponesas son deftdc el principio importantes y autónomas,
p or ln minmii rozón que en Occidente: la debilidad del poder
cenlrnl Ipudnl, Pero tendrán un retroceso porque la ausencia
dr Dtpiuihlrin nxlc'i un, ti« ln quti tfomn )ns ciudndcs de Uuro-
••'i3*V
.',-i-

m pa. obliga a la clase mercantil japonesa, no obstante m uy li­


li bre en sus movimientos, a volverse hacia el cam po y a inver-
II tir en la com pra de tierras y en la usura.
H \\ A través de esta multiplicidad de apariencias, vem os el
H hilo conductor. El papel acelerador de las ciudades feudales
I 1 antiguas (donde dominan las corporaciones fuertes con res-
f pecto ai poder) o nuevas (que escapan tanto a las corp ora cio-
É nes com o al poder) remite a la debilidad del poder central.
I Cuando éste se afirma, con las monarquías absolutas, las re-
§: laciones feudales ya han com enzado su descom posición en el
cam po mismo.
"J, Esta descom posición remite a la fragm entación del poder
feudal, que permite a la lucha de clases superar rápidam en­
te la econom ía de los castillos para im poner la pequeña ex­
plotación sometida a la renta en especie, luego en dinero.
V Esta transform ación alivia el peso de los tributos, acelera la
acum ulación campesina y da com ienzo a la diferenciación
en el seno del campesinado. Cuando la clase feudal reaccio­
na, a través de la m onarquía absoluta de la que se dota para
detener la liberación campesina, la servidum bre tiene ya
m ucho tiem po de haber desaparecido, el cam pesinado de ha­
berse diferenciado y el m ercado de haber com enzado a ela­
borarse.
*3 ' La dialéctica de las dos vías de avance del capitalism o se
inserta sobre este fondo esencial. En un polo, la constitución
de manufacturas y el sistema del putting out, m anejado por
el capital mercantil incorporado al com ercio lejano; en el
otro, la constitución de pequeñas empresas industriales a
partir del cam pesinado de los kulaks. Entre estas dos vías se
mantienen las contradicciones, algunas veces importantes,
sobre todo cuando la gran burguesía se ha unido a la m onar­
quía feudal, obteniendo a cam bio protecciones y ventajas
para luchar contra la com petencia de la burguesía fragm en­
tada de los burgos y de los campos.
SÍ. La transición es por naturaleza variada. Dado que no c o ­
noce leyes generales, las mismas causas inmediatas puede
parecer que provocan efectos contrarios. Italia sufrirá la
aparición precoz del em brión de las relaciones capitalistas,
España su dom inio sobre América, mientras en Francia e In­
glaterra el Hstndo feudal absolutista se constituirá en com -
pensación al final de la servidum bre y se verá reforzado por
una urbanización avanzada; y en el este el absolutism o sur­
girá en eJ vacío urbano y será el medio para establecer una
servidum bre exigida por el nivel más débil de las fuerzas
productivas y el vacío de los espacios.
V La rapidez con que E u ropapasa asi,deLfeudalismo al ca­
pitalism o (tres siglos) no es pues un m isterio que requiera al­
guna explicación fundada en la especificidad de los pueblos
o de las culturas europeas. Se explica sencillamente p or la
ventaja que constituía el retraso de la Europa feudal.
^ Cada m odo de producción se caracteriza por sus contra­
dicciones y por las leyes específicas de su movim iento. El
m odo feudal, com o especie á ¿ la gran fam ilia del m od o tri­
butario, se caracteriza por la misma contradicción funda­
mental (campesinos productores contra clase tributaria ex­
plotadora) que todas las demás especies de este m odo. La
flexibilidad m ayor que resulta del carácter inacabado del
m odo feudal entraña el com ienzo más apresurado de su re-
basam íento por el surgimiento en su seno de los em briones
del m odo capitalista. Los grupos de clases presentes durante
el período mercantilista son, en efecto, tres: campesinos, se­
ñores feudales y burgueses. Las luchas de clases, triangula­
res, im plican bloques m óviles de dos grupos contra uno. La
lucha de los cam pesinos contra los señores feudales conduce
a la diferenciación en el seno del campesinado y al desarro­
llo de un pequeño capitalism o agrario o a la adaptación de
la feudalidad a un capitalism o agrario de grandes propieta­
rios. La lucha de los burgueses urbanos com erciantes contra
los señores feudales se articula en la precedente y da origen
a las manufacturas. La burguesía tiende a escindirse, en una
tracción superior que busca componendas (protecciones
reales de las m anufacturas y de las compañías m ercantiles,
ennoblecim iento y recuperación por su cuenta de derechos
señoriales, etc.) y una fracción inferior que se ve obligada a
radicalizarse.
^ La tendencia a la evolución de la fragmentación feudal
ante el poder absolutista opera sobre este fon do de luchas.
Según las fuerzas relativas de cada grupo, esta evolución se
acelera o no, toma tal form a o tal otra. El poder adquiere
p or eso cierta autonomía, por tanto una cierta ambigüedad,
ím sobre la cual Marx y Engels han llamado la atención. Si la
H constitución de los Estados centralizados no bloquea la evo-
p; lución hacia el capitalism o, sino por el contrario lo acelera,
%• es porque la lucha de clases se agudiza en su seno. Cuando
f; el m odo tributario adopta en Europa su form a acabada con
;f las m onarquías absolutas, las nuevascontradicciones de cla-
f se (capitalism o agrario y capitalism o m anufacturero) están
ya dem asiado avanzadas com o para dism inuir de m anera
'í significativa la velocidad de su desarrollo. En relación con
s estas com binaciones cada vez más específicas, hay que ana­
lizar, por una parte, el movimiento de la división internacio­
nal del trabajo entre las regiones de la Europa mercantilista,
entre algunas de ellas y las periferias de ultram ar que crean
y, p or la otra, el contenido de las grandes corrientes ideoló-
~ gicas (Reforma, Renacimiento, filosofía de las Luces), que en
diversos grados son com binaciones de un com ponente gran
burgués-pequeño burgués (agrario o artesanal), cam pesina y
hasta a veces embrionariam ente proletaria. Inglaterra es el
prototipo del cen tro mercantilista. Ahora bien, no es sólo
com erciante, sino también manufacturera; controla severa*
mente sus im portaciones para fortalecer su desarrollo auto-
centrado, n o es autárquica sino conquistadora. La verdadera
religión de este Estado absolutista no es el protestantismo
sino el nacionalism o, com o lo demuestra el anglicanismo.
r j Al final del período surge un m undo caracterizado p or un
desarrollo desigual de otro tipo, diferente al desarrollo desi­
gual de épocas anteriores: el desarrollo desigual del período
■i,., m ercantilista. En 1800, existen poru ñ a parte centros capíta-
^ listas y por la otra periferias, modeladas principalmente por
el surgim iento de los primeros, pero de esos centros capita­
listas sólo están acabados Inglaterra y, en m enor medida,
Francia.
ü El análisis de la sociedad tributaria propuesto más arriba
había sido reducido voluntariamente a su esqueleto esen­
cial, definido p or su m odo de producción. Ello bastaba para
revelar los caracteres com unes a las diferentes form as del
m odo tributario y situar de manera pertinente las especifici­
dades de éstas (sobre todo las del feudalism o europeo) así
com o bastaba para poner de relieve los rasgos esenciales de
la dinám ica com ún de estas sociedades, es decir la analogía
de las luchas de clases que las caracterizan a todas y la nece­
sidad objetiva de la superación capitalista de sus contradic­
ciones. Así, y solamente así, es posible liberarse del eurocen-
trism o dominante.
'Q Sin em bargo, cuando se ha llegado al análisis de la transi­
ción concreta del m odo tributario al capitalism o, ya no es
.posible lim itarse a este esqueleto. Es la razón p or la cual he­
m os introducida en este estadio los dos conceptos de forma­
ción social y de sistema de form aciones sociales. No insisti­
rem os aquí en estos conceptos ni en su m anejo operacional.
Recordarem os solamente que una form ación social es un
conjunto com plejo organizado en to m o a un m odo dominan­
t e y que un sistema de form aciones existe cuando las rela­
ciones mantenidas entre varias form aciones (sobre todo a
través de intercam bios mercantiles) son lo suficientemente
importantes com o para m odificar las condiciones del desa­
rrollo interno de éstas. Entonces las oposiciones y alianzas
de clase en uno reaccionan significativamente sobre las op o­
siciones y alianzas de clase en el otro, sea de una manera
más o menos simétrica e igual (y se puede decir entonces que
las form aciones que com ponen el sistema son autónomas), o
de una manera asim étrica (y se puede hablar entonces de
centros y periferias). El sistema capitalista mundial es el
ejem plo acabado de este últim o m odelo, Bero no es el único.
Hemos propuesto, en varias ocasiones, sobre todo en el aná­
lisis del Oriente antiguo (helenístico y romano) y del mundo
árabe, análisis conducidos al plano del sistema de conjunto,
que perm iten salir de los callejones sin salida de un análisis
reducido a las form aciones tomadas ¿lisiadamente unas de
otras. V erem os posteriorm ente que el fenóm eno de la escla­
vitud, lejos de constituir un estadio universal necesario,
debe su desarrollo a ciertas particularidades propias del
funcionam iento de los sistemas mercantiles,
^ En efecto, el concepto de sistemas rehabilita el que se
tome en cuenta a las relaciones mercantiles (el com ercio a
larga distancia). La im portancia de estas relaciones muchas
veces es desatendida en beneficio de una atención m anifesta­
da exclusivamente a las relaciones mercantiles internas de
una form ación, mientras que la.influencia recíproca de las
relaciones mercantiles internas y externas es con frecuencia
I decisiva para aprender la dinámica de la transform ación in-
tem a de una form ación. En aquel m om ento mis p rop osicio-
nes fueron muy mal recibidas por la m ayoría de los m arxis-
■; tas occidentales. El dogm atism o les im pedía ir más allá del
análisis del m odo de producción y de las relaciones de clase
y de explotación que lo caracterizan. Los calificativos de
"desviación circulacionista” (atribuir a la circulación la ca­
pacidad de generar el valor, que com o todos saben, no puede
| tener otra fuente que la producción) eran proferidos en tono
■ doctrinal. M uchos de estos críticos descubren veinte años
después la im portancia del concepto de sistema. Bero, tiran­
do al bebé junto con el agua de baño, se creen obligados a
abandonar pura y sencillamente el m arxismo. Si el suyo hu­
biera sido m enos asfixiante, quizá habrían sido capaces de
com prender de inmediato que la introducción del con cepto
de sistema se inscribía perfectam ente en el desarrollo del
materialismo histórico.
'(I, El eurocentrism o obliga a no considerar más que la tran­
sición m ercantilista europea al capitalism o. El examen de
otras evoluciones, en curso en otras partes y que van en la
mism a dirección, ni siquiera es considerado una vez resuelta
la cuestión a priori por la tesis del "b lo q u e o ” im puesto p or
el m odo de prod u cción asiática. Ahora bien, un examen m e­
nos parcial de la historia de algunas otras sociedades induce
a pensar que el capitalism o también se abría allí cam ino
cuando la sum isión imperialista a la Europa conquistadora
vino a detener su avance,
5 Ramkrishna Mujerjee* ha propuesto una historia del c o ­
mienzo de un desarrollo capitalista autónom o en India, com -i
pletada por la de la destrucción sistem ática del m ism o por"
la colonización británica. Esta obra, a la cual remito al lec­
tor, debiera dar un destino definitivo a la célebre y m alhada­
da frase de Marx Gon respecto a la obra británica en India.
^ Segundo ejem plo, el del m ercantilism o egipcio.3 El c o ­

2 Ramkrishna Mujerjee, The rise and Fall of the East India Company,
Monthly Press, Nueva York, 1974.
3 Me he expresado en este debate en diversas obras y artículos en árabe,
sobre todo en: La crise de la. société arabe, El Cairo, 1985; L ‘après-
capitalisme, Beirut, 1987; "Réflexions sur la crise de là pensée arabe con-
m unism o árabe, en particular el egipcio, ha alimentado un
rico debate sobre este tema, que por desgracia sólo ha sido
con ocid o p o r los lectores de la lengua árabe. La historiogra­
fía egipcia proporciona todos los elementos que demuestran
que, desde sus orígenes, el sistema mameluco (a partir del si­
glo XIV) en su variante prim era, y luego otom ana (particu-
' larmente en el siglo xviii, es decir antes de la expedición de
Bonaparte), presenta todas las características de una transi­
ción posible al capitalism o: el desarrollo de relaciones mer­
cantiles internas (en conexión con las relaciones exteriores),
la apropiación privada de tierras (en el Delta) y la próletari-
zación, el desarrollo del salariado y de la manufactura, de
/ las relaciones políticas triangulares entre clase Estado tri­
butario (mameluco), burguesía rural (kulako) y ,clase mer-
cántil-pueblo (cam pesino y urbano) que recuerdan las de
la m odernización absoluta con los burgueses y el pueblo, la
iniciación de un debate ideológico en el seno del islam en
m uchos aspectos análogo al que había anim ado a la revolu­
ción protestante en el cristianism o, etc. Hemos sugerido que
la expedición de Bonaparte se inscribía en esta com petencia
entre el mercantilismo europeo (aquí francés), y el del Egipto
de la época, así com o habíam os propuesto un análisis de las
contradicciones y limites del sistema — precisamente mer-
cantilista— construido p o r Mohamed Ali durante la primera
mitad del siglo XIX (análogo en m uchos aspectos a la transi­
ción Meiji del Japón) y desmantelado p or la intervención eu­
ropea de 1840.
El debate sobre la dinámica propia de esta transición
egipcia, sus contradicciones y límites, la coyuntura entre es­
tos y el con flicto exterior con el naciente capitalism o euro­
peo, continúa. En un estudio publicado recientemente,
Fawzy Mansour se dedicó a precisar las razones de la lenti­
tud de los adelantos capitalistas en el m ercantilism o egip­
cio. Atribuye esta lentitud sobre todo a las incesantes inter­
venciones del poder (tributario) que reducían el margen de

temporaine” , Al Fikr Al Arabi, núm. 45, 1987. Dd mismo modo hago aquí
referencia al artículo de Fawsy Mansour ("Le blocage du capitalisme dans
l’histoire agyptierme"), en árabe, Qadaia Fikria, núm. 2,1986. E l Cairo. V¿a
se igualmente, Samir Amin, "Contradictions ín the capitalist deve!r>pment
of Egypt”, Monthly Review, núm. 4, 1984.
autonomía de los poderes económ icos nuevos fundados en la
riqueza m ercantil y la apropiación privada del suelo.
\ j Este tipo de con flicto es inherente a todas las transiciones
mercantilistas en todo el mundo. En todas partes el p od er
tributario ha intentado de la m ism a manera limitar el p ro­
greso de un poder econ óm ico capitalista. Lo m ism o o cu r rió
con las políticas de las monarquías absolutas en Europa. La
diferencia de las situaciones proviene de que cuando las m o­
narquías se constituyen —a semejanza de los poderes trib u ­
tarios acabados más pronto en otras partes—, es ya dem a­
siado tarde. En efecto el m ercantilism o europeo sobrevino
después de largos siglos de feudalism o, caracterizados por
la debilidad del poder central, la cual había perm itido la
constitución de las autonom ías burguesas (ciudades, c o r p o ­
raciones, propiedad privada). La m onarquía absoluta, inca­
paz de destruir radicalmente las nuevas fuerzas sociales ca ­
pitalistas, se ve obligada a aliarse a ellas, a cam bio de su
sumisión política y de su apoyo contra las autonom ías feu ­
dales. Estrategia eficaz a corto plazo — durante dos o tres si­
glos asienta el poder absoluto— , pero que finalmente arru i­
nará a sus autores: el progresivo fortalecim iento de las
relaciones capitalistas en el m arco de la protección m onár­
quica se volverá brutalmente contra ésta para hacer saltar
el tapón e im poner su poder p olítico liberado de los ob stá cu ­
los del Antiguo Régimen. En otras partes, en China o en el
Oriente otom ano, la tradición estatal tributaria, m ucho más
antigua, se expresa con una fuerza que disminuye la m archa
de un m ovim iento que, sin em bargo, en m uchos aspectos es
ineluctable.
njj Desem barazado del prejuicio eurocéntrico, la com p a ra ­
ción de las transiciones mercantilistas iniciadas en todas las
sociedades tributarias avanzadas sugiere de inm ediato la te­
sis del desarrollo desigual, que se puede form ular de la m a­
nera siguiente: en el centro de un sistema, es decir allí donde
las relaciones de p roducción están m ejor asentadas, el desa­
rrollo de las fuerzas productivas regido por esas relaciones
refuerza la coherencia del conjunto del sistema, m ientras
que en su periferia el desarrollo insuficiente de las fuerzas
productivas da más flexibilidad, lo cual explica el desenlace
revolucionario más precoz. Si se recuerda que toda evolu ­
ción está determinada en última instancia por la base econ ó­
mica, esta tesis constituye no una negación de los principios
del m aterialism o histórico, sino su prolongación.

IV. EL EUROCENTRISMO Y EL DEBATE SOBRE LA ESCLAVITUD

Una de las ideas más com únm ente difundidas, tanto bajo
form as eruditas propias, del m edio universitario com o ba­
jo las form as populares de la opinión general, es la de que la
sucesión histórica de la condición del esclavo a la del siervo
y luego a la del individuo libre respondería a una evolución
de alcance universal. Para los marxistas,. en el espíritu de
esta sucesión, la esclavitud constituiría entonces un estadio
necesario que se puede explicar p or la dinámica interna de
la sociedad (de toda sociedad) en cierto estadio de desarrollo
de las fuerzas productivas. La imagen que Marx utilizó al
asociar m olino de mano y esclavitud, m olino de agua y servi­
dumbre, o m olino de vapor y salariado, refuerza el apego-a
esta visión de los "tres estadios” sucesivos de la condición
del trabajador explotado.
^ Sin duda la sucesión propuesta es bastante atractiva para
el espíritu, porque corrob ora la idea filosófica del progreso
continuo. En efecto estarem os de acuerdo en que la condi­
ción de asalariado libre (y ciudadano) es menos desagrada­
ble que la de siervo (que sin em bargo tiene algunos derechos,
sobre to d o el del acceso a la tierra donde vive), la cual es me­
jo r que la de esclavo. y,
C El problem a es que no se encuentra huella de este estadio
esclavista, supuestamente necesario en las trayectorias de la
evolución de num erosos pueblbs que llegaron a un desarro­
llo de las fuerzas productivas y de la civilización que no p o ­
dría calificarse de prim itivo: Egipto, China, etc. En cam bio
es sabido que las sociedades de la Grecia antigua y de Roma,
de las que los europeos desean convencerse de que son sus
ancestros culturales, estaban fundadas en el trabajo de los
esclavos.
Ante esta dificultad, el eurocentrism o se expresará de dos
maneras aparentemente contradictorias. Unos persistirán
en afirmar, contra la evidencia, la universalidad del m odo de
producción esclavista. Otros, reconociendo su extensión geo­
gráfica limitada, pondrán al mal tiem po buena cara. Para
ellos, el antecedente esclavista sería entonces prop io de una
vía histórica específica y exclusivamente europea: esclavi­
tud grecorrom ana, feudalidad europea, capitalism o occid en ­
tal. Es la vía gloriosa del proceso, exclusiva de Europa, a la
cual se op on e la vía sin salida de las sociedades que han evi­
tado la esclavitud. Por desgracia se com prueba que el feuda­
lism o europeo n o se desarrolla allí donde la esclavitud co n o ­
ció su expansión, a las orillas del Mediterráneo, sino en las
selvas bárbaras del norte. .. La sucesión esclavitud-
feudalidad sólo tiene sentido si se decreta que griegos, rom a­
nos y europeos constituyen un solo y mismo pueblo que
com o tal habrá con ocid o los dos estadios sucesivos. Con esto
se ha anexado Grecia a Occidente. Pero se hizo mediante un
razonamiento tautológico: Grecia es la cuna de la esclavitud,
la esclavitud precede (en Europa, que com prende a Grecia)
a la feudalidad, p or tanto, Grecia pertenece a Europa. Así
pues, se rom pe el lazo entre Grecia y el antiguo Oriente
(Egipto, Mesopotamia, Siria, Persia); se opone incluso Grecia
al Oriente (Atenas la europea, dem ocrática —aunque escla­
vista— frente a Persia asiática, y evidentemente b á rb a ra .. .)
com o más tarde se opondrá cristiandad e islam (olvidando
que el cristianism o es de origen oriental), el niño griego al
déspota otom ano, etc. Es en realidad una leyenda fabricada
en él siglo XIX.
La excepción grecorrom ana es originaria de una serie de
confusiones mayores. La publicación de los Grwidrisse (el
capítulo de los Formen) dio lugar a una explosión de marxo-
logía que se alejaba tanto más del m arxism o cuanto que la
erudición se apoderaba del tema. Según Pokei y sus discípu­
los, al salir de la comunidad primitiva, se ofrecían dos vías.
La prim era es aquella en la que Asia entró: las com unidades
subsistieron y un estado despótico se superpuso a ellas; las
com unidades siguen siendo propietarias del suelo, dado que
los productores organizados en familias no eran más que sus
poseedores precarios. Era una vía sin salida, que bloqueó el
desarrollo de las fuerzas productivas y redujo la historia de
Asia a la repetición inm utable del m ism o escenario superfi­
cial. La otra vía era la de la disolución de la com unidad y de
la afirm ación de la propiedad privada individual del suelo;
prim ero engendró una prim era división de clases de m odelo
radical, favoreciendo la reducción a la esclavitud de quienes
habían perdido su propiedad agraria. De allí el milagro grie­
go, luego su extensión al im perio romano, y después la trans­
form ación de esclavism o en servidum bre y la constitución
excepcional del feudalism o. La propiedad señorial, siem pre
privada, favorece el desarrollo de las contradicciones (la au­
tonom ía de las ciudades, la lucha de los cam pesinos p or la
propiedad cam pesina privada, etc.) que engendrarán el capi­
talismo. Era la vía del cam bio continuo, del progreso ince­
sante. Era la vía de Europa cuyos orígenes se remontan así
hasta la Grecia de la antigüedad. En esta vía única, la esclavi­
tud ocupa un lugar decisivo, en el arranque. De allí la clasifica­
ción cronológica de los pretendidos modos asiático (bloquea­
do), antiguo, feudal y capitalista, con la sucesión necesaria de
los tres últimos.
p No se trata de una teoría científica. Los elementos
fácticos sobre los que se basa son escasos y dudosos y, aun­
que son creación de la imaginación, encuentran sin dificul­
tad su lugar en la sucesión sistemas comunitarios-sistem a
tributario bosquejada más arriba. Se trata de una teleología
eurocéntrica inspirada a p osteñ ori por el desarrollo capita­
lista de Europa, que im plica en el fon do que ninguna otra so­
ciedad p od ía llegar por sí misma al capitalismo. Si todo esto
fuera cierto, deberíam os concluir que las leyes del materia­
lismo h istórico sólo se aplican a Occidente. Y Ííegar a la
conclusión del idealismo hegeliano de que la historia de Oc­
cidente-corresponde a la realización de la razón. Este su­
puesto marxismo se une al nacionalism o cultural dé los ideó­
logos que, en el Tercer Mundo contem poráneo, ¡rechazan al
m arxism o porque no se aplica a sus sociedades específicas!
Eurocentrism o, producto de la ideología imperialista disfra­
zada de m arxism o en un polo, nacionalism o cultural en el
otro: dos hermanos enemigos, pero gemelos.
<5, Pero volvam os a la otra tradición eurocéntrica, de expre­
sión universalista aparentemente, porque hace de la esclavi­
tud un estadio necesario y por tanto general.
A nadie sorprenderá demasiado descubrir en el destino de
estas expresiones las manifestaciones del dogm atism o o fi­
cial, en la Unión Soviética, China y otras partes, preocupa­
das por probar que los ancestros escitas o hanseáticos, co m o
todos los otros pueblos, incas o egipcios, pasaron por este
estadio. La prueba es evidentemente administrada por una
cita extraída de un texto sagrado, condim entada con algunos
hallazgos de la arqueología, que presentan la ventaja, que
no quiere decir gran cosa, de poder ser interpretada com o
se debe.
V Sin em bargo haríamos mal en creer que el género es p ro­
ducto exclusivo del mundo socialista. Occidente también tie­
ne sus marxistas eurocéntricos. Para establecer contra vien­
to y marea la extensión general del m odo de producción
esclavista, se recurre con frecuencia al subterfugio que con ­
siste en confundir la esclavitud com o m odo de producción
con la desigualdad de las condiciones personales. Éste es
efectivam ente un fenóm eno totalmente general, tanto en las
sociedades com unitarias com o en las sociedades tributarias.
La desigualdad de las condiciones permite, por un desliza­
miento semántico, traducir mil términos de connotaciones
diferentes, expresadas en idiomas variados y que hacen refe­
rencia á hechos de naturaleza no menos diferente por la mis­
ma palabra, "esclavitud", ¡y listo! En realidad, esta desigual­
dad hace referencia las más de las veces a la organización
política y no a la explotación del trabajo. Así pues a veces
hay "escla vos" en las sociedades comunitarias sin vínculo
alguno con cualquier explotación del trabajo (en principio
excluida aquí, a todo lo más embrionaria), así com o existen
condiciones desiguales en la organización política de todos
los regímenes tributarios, com o los estados del Antiguo Ré­
gimen, las castas, los servidores del Estado (por ejem plo los
mamelucos) que tam poco remiten directamente a la explota­
ción del trabajo,4
^ T odos los observadores de las sociedades esclavistas ver-

4 En relación con el debate sobre la esclavitud, véase Claude Meilla-


soux, Anthropologie de l'esclavage, puf, 1986; Samir Amia ’’The class
siruggle in the Greco-Roman Antiquity", Monthly Review, mim. 5, 1984, y,
del mismo autor, ’'L'esclavage en Afrique”, en Imperialisme et sous-
dévelopment en Ajiique, Antfiropos, 197,6.
(laderas, aquellas que explotan el trabajo productivo de los
esclavos, han observado el ca rácter excepcional de este
m odo de explotación depredador. Los esclavos se reprodu­
cen mal y es im posible reducir a la esclavitud a la población
original. La esclavitud supone pues que la sociedad en la
cual vive practica razzias en el exterior y se extingue cuando
la posibilidad de tales razzias cesa (lo cual ocu rrió particu­
larmente al final del gran siglo esclavista del im perio rom a­
no). Dicho de otra manera, la esclavitud no puede ser apre­
hendida p o r un análisis dirigido exclusivam ente hacia lo q u e
pasa dentro de la sociedad en cuestión. Es preciso introdu­
cir el concepto de sistema de form aciones, unas esclavistas
y otras terrenos de caza. Por eso las más de las veces el escla-
vism o aparece en relación con importantes relaciones m er­
cantiles exteriores que perm iten com prar los esclavos. Las
bandas armadas que se entregan a la caza de hom bres — y el
tipo de sociedad precaria que fundan— difícilm ente existe
sin una salida mercantil para su producto. Este tipo de so ­
ciedad no constituye un estadio "necesario” en sí mism o; es
el apéndice de una dinámica que en gran medida se le escapa.
¿A caso no com probam os esta curiosa coexistencia entre
la esclavitud y la intensidad de las relaciones m ercantiles
en la Antigüedad clásica, el B ajo Irak, y en Am érica? Ahora
bien, la prod ucción mercantil es excepcional en el m undo
precapitalista. Las zonas donde reina la esclavitud no pue­
den pues com prenderse p o r sí mismas: sólo constituyen ele­
m entos de conjuntos más vastos, la esclavitud ateniense sólo
se explica si se integran las ciudadeis griegas en el m edio con
el cual com ercian, pues su éspecialización se sitúa a escala
de un área que engloba a Oriente, donde la esclavitud n o p e­
netrará. En el Occidente romano, la esclavitud se limita a las
zonas cercanas a las costas, cu yo producto puede ser com er-
cializado. En la Galia y en España los costos de transporte
impiden la extensión: prueba de su unión con el com ercio. Y
América no tiene existencia propia, es la periferia de la Eu­
ropa mercantilista. Por eso, igualmente, la esclavitud se en­
cuentra asociada a los más variados niveles de desarrollo de
las fuerzas productivas: desde el que caracteriza a la anti­
güedad grecorrom ana hasta el capitalism o del siglo XIX, Es­
tados Unidos y Brasil. ¿C óm o podría un estadio necesario
' encontrarse en asociación libre con niveles de desarrollo de
fuerzas productivas tan diferentes?

V. EL EUROCENTRISMO EN LA TEORÍA DE LA NACIÓN

* .
El eurocentrism o encuentra su expresión prácticam ente en
todos los dom inios del pensamiento social. Se elegirá aquí
sólo uno de éstos, el de la "teoría de la nación, porque es de
gran im portancia para el alcance de las conclusiones p olíti­
cas que inspira/
^ La realidad social no se limita sólo a las realidades que
son los m odos de producción, las form aciones sociales, los
sistemas de form aciones, el Estado, las clases sociales. Aun
si se considera que aquéllos constituyen en últim os análisis
el núcleo esencial de la realidad global, ésta nos ofrece la
imagen de su variedad concreta, donde naciones, etnias, es­
tructuras familiares, comunidades lingüísticas o religiosas
y todas las otras form as de vida que tienen una existencia
real y un lugar en la conciencia humana deben encontrar su
lugar en una hipótesis teórica que articule unas a otras. E li­
minar estas realidades del cam po del análisis, com o p or des­
gracia algunos dogmáticos del marxismo lo hacen frecuente­
mente bajo el pretexto de que esas realidades son "m áscaras''
que ocultan las realidades de clase fundamentales, es em po­
b recer el m aterialism o histórico y hacerlo im potente en la
lucha por la transform ación de la realidad. Nada indica que
a priori él proscenio de la historia esté ocu pa do p o r el con ­
flicto de las "fuerzas fundamentales” . En num erosas cir­
cunstancias éstas n o operan sino en form a indirecta, siendo
las confrontaciones inmediatas obra de otras fuerzas llama­
das no fundamentales. Lo propio del m aterialism o h istórico
es precisamente proponér un m étodo capaz de articular el
conjunto de estas realidades. En eso se opone al eclecticism o
burgués que, haciendo de cada una de estas realidades múl­
tiples un ser autónomo,, se niega a ordenarías en un conjunto
organizado según ciertas leyes de la necesidad.
^ Lo propio del eurocentrism o es ya sea ver al cam ino euro­
peo particular de esta articulación nación-Estado-cIases
com o un m odelo revelador de la especificidad del genio eu­
ropeo (y, p or consiguiente, un m odelo a seguir por los otros,
si es que pueden hacerlo), o la expresión de una ley general
que se reproducirá fatalmente en otra parte, así sea con re­
traso.
0 En el cam ino europeo, la constitución de lo que hoy califi­
cam os com o naciones está estrechamente asociada a la cris­
talización de un Estado y a la circulación centralizada a esta
escala del excedente esp ecífico del capitalism o (unificación
del m ercado, incluyendo el m ercado de trabajo y de capita­
les). Esta doble asociación particular es enteramente atri-
buible al hecho de que el feudalismo, com o form a inacabada
del m odo tributario, se caracteriza por la fragm entación ex­
cesiva del poder y del excedente tributario en su form a feu­
dal. La fracción menor del excedente que adopta la form a
mercantil circula en un área relativamente vasta que englo­
ba a la cristiandad europea, al Oriente musulmán y, p or este
intermediario, a zonas más lejanas. La otra fracción del pro­
ducto, que adopta la form a mercantil (una parte de las sub­
sistencias), igualmente menor, se intercam bia en los m erca­
d os locales de escasa influencia. El peldaño intermedio, que
hoy llamamos m ercado nacional, no existe. El capitalismo,
en su desarrollo, se fundará precisamente en él: uniendo en
un p olo los m ercados locales p o r la expansión de la fracción
mercantil del producto, sometiendo en el otro p olo a los
m ercados lejanos (que se convierten en el "m ercado exte­
rior” ), a las exigencias de la construcción del m ercado nacio­
nal. Para eso necesitaba un Estado, qüe organizara sus ope­
raciones, y un espacio medio, a escala de nuestra época, que
correspondiera a los condicionam ientos materiales del tiem­
po en térm inos de población óptima, de densidades suficien­
tes de transportes y de m edios de defensa, etc. La nación fue
producto de esta evolución.
0T La teoría estalinista de la nación, concebida com o el pro­
ducto especificó del desarrollo capitalista, no es nada más
que una expresión abstracta y general de ese cam ino eu ro­
peo real. En ese sentido es totalmente eurocéntrica. N o obs­
tante, esta teoría no es específicam ente estalinista. Es tam­
bién la de Marx, Engels y Lenin. Es también la de la Segunda
Internacional (y de los marxistas austríacos). Está también
im plícita en la teoría burguesa revolucionaria (de la Revolu­
ción francesa que "hace la N ación", de la unidad alemana e
italiana, etc.). En suma, siempre es la tesis dominante.
^ La observación de las sociedades tributarias avanzadas,
en particular las de China y Egipto, así com o la reflexión so­
bre la historia árabe, conduce a sustituir este estrecho co n ­
cepto eurocéntrico p or otro concepto de la nación, de alcan­
ce universal. Se definirá pues un concepto de nación, p or
oposición al de etnia —uno y otro com partiendo la com u n i­
dad lingüística—, según exista o no una centralización a ni­
vel del Estado y, por su intervención, del producto exceden-
tario. Así, sin /ju e por eso haya superposición entre Estado
y nación, el fenóm eno nacional n o puede ser separado del
, análisis del Estado.
fC? Se puede luego proponer sobre esta base una identifica­
ción sistem ática del hecho nacional a través de la historia.
En particular, la nación aparece claramente: p or una parte,
en las sociedades tributarias acabadas, donde el Estado cen ­
traliza el tributo, dado que la clase tributaria es estatal (China,
Egipto) p or oposición a las sociedades tributarias no acaba­
das (com o las sociedades feudales europeas), donde el tribu­
to queda fragmentado; y, p or la otra, en el capitalism o, don ­
de la com petencia de los capitales (con la distribución de las
ganancias que de aquí se deriva) y la movilidad del trabajo
son administrados por la intervención estatal (legislación,
sistema monetario, política económ ica del Estado). Así se ex­
plica, p or las condiciones inherentes de Europa (ausencia de
naciones en la época feudal, nacim iento concom itante de lá
nación y del capitalismo), la deform ación eurocéntrica del
concepto com ún de nación.
Este concepto de nación aparece claramente en las so cie ­
dades acabadas, sean tributarias (China, Egipto), o capitalis­
tas (naciones europeas del capitalism o central). En los m o­
d os de producción inacabados, periféricos, la realidad social
étnica es dem asiado vaga com o para poder ser calificada de
nacional. Esto ocurre en la Europa feudal, porque el m odo
feudal no es más que un m odo tributario inacabado. Esto
ocurre también en las periferias capitalistas contem porá­
neas. Asimismo, la coincidencia entre sociedad y nación de­
saparece con frecuencia en los períodos de transición.
Es preciso dar un paso más en este análisis, pues la histo­
ria del cam ino europeo revela otros dos hechos importantes:
por una parte, que la nación no preexiste potencialmente a
su creación, p or ia otra que el m odelo de ta coincidencia
Estado-nación n o es más que un m odelo ideal, imperfecta­
mente realizado, y que ese m odelo no corresponde a una exi­
gencia del capitalismo.
^ La ideología nacionalista encuentra su fundam ento en el
mito de una nación que según ella preexistió a su constitu­
ción com o Estado. La realidad muestra que los conglom era­
dos de pueblos campesinos son por largo tiempo más provin­
ciales que nacionales {la im posición del idioma que se vuelys
nacional es lenta) y que la burguesía de los tiempos feudales
y del Antiguo Régimen es con frecuencia más cosm opolita {a
su gusto en el conjunto de la cristiandad, dividiendo sus fide­
lidades según sus intereses financieros, sus lealtades políti­
cas y sus convicciones religiosas) que nacional en el sentido
m oderno del término. El papel del Estado en ía construcción
de la nación siem pre ha sido decisivo.
^ N o obstante esta ideología se ha convertido en una fuerza
que, por su propia autonomía, ha m odificado el curso de la
historia. La discusión de las tesis austromarxistas muestra
que había inspirado actitudes políticas en conflicto con las
exigencias del desarrollo capitalista. Trasladada de su lugar
de origen {Europa Occidental) hacia el este y hacia el sur, a
las regiones austro-húngara, rusa, otom ana y árabe, la ideo­
logía nacionalista terminó por hacer estallar algunos con­
juntos que habían podido constituir la base de un desarrollo
capitalista m ás coherente que aquel que se ajustó a las limi­
taciones de la fragmentáción estatal.
4. POR UNA VISION NO EUROCÈNTRICA
DEL MUNDO CONTEMPORÁNEO

I. EL CAPITALISMO REALMENTE EXISTENTE Y LA


MUNDJALfZACIÓN DEL VALOR

ty
1. Desde que Rudolf Bahro propuso la expresión "socialism o
realmente existente” , ésta ha corrid o la suerte que se sabe:
sirve tanto a los detractores del socialism o {que le im pu­
tarán todos los fenóm enos en curso en los regímenes qué lle­
van este nom bre) com o a los defensores del orden en estos
regímenes {que a pesar de todo seguirán siendo socialistas,
es decir cuyo balance será “ globalm ente positivo” ). Por el
contrario, jam ás aparece la idea de hablar de "capitalism o
realmente existente” . El capitalismo, en la opinión com ún
—y veremos que igual cosa ocurre en el análisis de los erudi­
tos—, es la Am érica del Norte y la Europa Occidental de la
serie ‘ 'Dallas'', del Estado providencia y de la dem ocracia.
Los m illones de niños abandonados en Brasil, la hambruna
en el Sahel y los dictadores sangrientos en Africa, la esclavi­
tud en las minas de Sudáfrica, el agotamiento de las m ucha­
chas jóvenes en las cadenas de m ontaje de las fábricas elec­
trónicas de Corea del Sur, todo ello no es verdaderamente el
capitalismo, sino solam ente los vestigios de la sociedad ante­
rior. A lo sumo, son las form as no europeas del capitalism o;
y depende de los pueblos involucrados desem barazarse de
ellas para disfrutar a su vez de las mismas ventajas que los
occidentales. Bajo una form a u otra, se trata de una etapa en
una línea de desarrollo que podría hom ogeneizar al m undo
a imagen de Europa.
b El capitalism o mundial se manifiesta bajo form as que en
apariencia todo el m undo conoce, pero en las que hay que in­
sistir, aunque sea brevemente, para formular su naturaleza
verdadera y revelar las deform aciones que la visión eurocén-
trica les hace sufrir.
La prim era de estas características es la desigualdad a es­
cala mundial, caracterizada por las diferencias de ingresos
de un país al otro. En líneas generales, esta relación es del
orden de 15 para los países capitalistas desarrollados a 1
para los países del T ercer Mundo. La segunda característica
es que la desigualdad en el reparto interno — nacional— del
ingreso es considerablem ente más marcada en las socieda­
des de la periferia que en las del centro. Desde este punto de
vista, 25% de la población dispone del 10% del ingreso en el
centro y 5% en la periferia; 50% de la población dispone de
25% del ingreso en el centro y 10% en la periferia; 75% de
la población dispone de 50% del ingreso en el centro y 33%
en la periferia. /
0 Se observa además que las diferentes curvas que ilustran
el reparto del ingreso se amontonan en un estrecho conjunto
en torno a su media en el caso de los países desarrollados,
lo cual traduce el hecho de que las sociedades occidentales
hoy día están muy cercanas unas a otras en su realidad coti­
diana. Por el contrarío, tas curvas relativas a los países del
Tercer M undo están distribuidas en un conjunto más am­
plio, pero — salvo rarísim a excepción— el reparto del ingre­
so siem pre es aquí más desigual que en el centro.1
?-t¡ ¿C óm o se interpretan y explican estos hechos en las co­
rrientes dominantes del pensamiento social?
*X En prim er lugar se pretende sencillamente que la diferen­
cia de los ingresos m edios es el reflejo de una diferencia en
las productividades del trabajo de igual am plitud aproxima-
tiva, o dicho de otra manera,,que la productividad del traba­
jo es en los países desarrollados 15 veces superior a lo que
es en prom edio en los del Tercer Mundo. Esta opinión no es
sólo la del gran público y la de los econom istas burgueses;
la com parten igualmente econom istas marxistas de las co­
rrientes dominantes.
En segundo lugar, se afirm a que las diferencias aparentes
en la estructura global del reparto interno del ingreso ocul­

1 Véase Samir Amin, Classe et nailon dans l'histoire el la crise contem-


poraine, Minuit, 1979, pp. 157-167. Para una «posición más precisa de los
cálculos cuyos resultados son sólo presupuestos aquí, las curvas de Lorenz
y los coeficientes de Cini. el lector podrá recurrir a La déconnexion, La Dé-
couverte, 1986, Cap. 3.
tan en realidad niveles de explotación del trabajo invertidos.
Expliquém onos acerca de lo que se entiende p or eso en cier­
tos análisis basados en los conceptos marxistas. La cantidad
de trabajadores activos empleados en el conjunto de las e co ­
nomías capitalistas desarrolladas es del oden de 400 m illo­
nes de individuos mientras que el m onto de los ingresos p or
el trabajo (en m illones generales de salarios) representa la
mitad del ingreso global. Dicho de otra manera la relación
del trabajo excedentario (los ingresos de la propiedad y de
la empresa) con el trabajo necesario — que m íde el grado
de explotación del trabajo— es del orden del 100%, Por el
contrario, en el caso del Tercer M undo capitalista (que reúne
unos 1 200 m illones de trabajadores activos) los ingresos por
el trabajo (salarios e ingresos de los pequeños prod u ctores
independientes,.campesinos y artesanos) totalizan a lred ed or
de dos terceras partes del ingreso global. Aquí entonces la
relación del trabajo excedente con el trabajo necesario no se­
ría más que del 66% . Aunque los ingresos de los trabajado­
res de la periferia sean muy inferiores a los del centro, la ex­
plotación del trabajo sería más intensa en los países
desarrollados. Com o se ve, esta presentación de hechos sal­
vaguarda la idea de que lá intensidad de la explotación del
trabajo crece con el desarrollo capitalista, y p or consiguien­
te, la idea de la misión socialista del proletariado de los paí­
ses desarrollados. La desigualdad en el reparto del ingreso,
más m arcada en la periferia, provendría de una serie de ra­
zones diferentes, entre otras la jerarquía más fuerte en los
salarios, el reparto más desigual de la pr opi edad a g ra r i a en
el caso de m uchos países, la diferencia entre la ciudad y el
cam po más marcada, la proporción más elevada de las ma­
sas m iserables marginadas amontonadas en las m egalópolis
del T ercer Mundo, etcétera.
En tercer lugar las más de las veces se pretende que la
tendencia general de la evolución es hacia la reducción p ro­
gresiva de la desigualdad. En este sentido la situación de la
periferia contem poránea sería sencillamente la de una tran­
sición todavía inacabada hacia el desarrollo capitalista. Al­
gunos, sin embargo, m enos optimistas, afirman que no hay
una ley tendencial propia del reparto del ingreso. El reparto
sería sólo la resultante em pírica de hechos econ óm icos y so-
cíales diversos, cuyos movimientos, convergentes o diver­
gentes, poseerían su propia autonomía. Se podría dar a esta
proposición una form a de expansión marxista diciendo que
el reparto depende de las luchas de clases en toda su com ple­
jidad nacional (alianza burguesa-campesina, social-demo-
cracia, etc.) e internacional (posición ocupada en la división
internacional del trabajo). El sistema capitalista sería capaz
de adaptarse a todas estas situaciones.
2, El con cepto del valor mundializado perm itirá com pren­
der por qué la idea de que las diferencias de productividad
del trabajo explican las diferencias en el reparto del ingreso
a escala mundial no sólo es ingenua, sino que elude sencilla­
mente el verdadero proble mí/, que es el de las transferencias
de valor ocultas en la estructura de los precios.
«0? Verdad es que para el econom ista burgués los precios
constituyen la única realidad económ ica; el ingreso de cada
clase corresponde a su contribución en la producción, dado
que la productividad de cada factor de la producción es me­
dida por su producción, tomando en cuenta las imperfecciones
de la com petencia. El marxista denuncia el carácter tautoló­
gico de este razonamiento que elimina de golpe el concepto
de explotación. Sin embargo, curiosamente, el marxismo eu-
rocéntrico se niega a analizar globalm ente el sistema, con ­
form e al principio fundamental del p rop io marxismo y,
com o la econom ía vulgar, separa el análisis de la explota­
ción en el centro de la que se manifiesta en la periferia. Unos
y otros sacan pues una conclusión idéntica que no es más
que la paráfrasis de lo que las cifras dicen inmediatamente.
-C Esta manera de ver las cosas oculta en form a sistemática
la unidad del sistema. En realidad los precios en los que se
contabilizan los ingresos constituyen una categoría em píri­
ca inmediata, resultante de la adición de la remuneración
real del trabajo que permiten las condiciones de su explota­
ción y de una ganancia calculada en torno a una determina­
da tasa (o varias), Ahora bien, no se pueden deducir las pro­
ductividades com paradas de la com paración de los ingresos
(salarios y ganancias), sino hacer lo contrario: partir del aná­
lisis com parativo de las condiciones de trabajo que definen
las productividades comparadas y las tasas de extracción del
trabajo excedentario, pues las tendencias a las distribuciones
equitativas de la ganancia se superponen a esas com binacio­
nes entre la remuneración dei trabajo y su productividad, va­
riables a causa de las condiciones de la explotación,
'O En realidad, detrás del comentario inmediato e ingenuo
de los datos em píricos, existe una hipótesis m etodológica
que por cierto es ignorada en la imagen popular del m undo
contem poráneo, pero que es posible esclarecer en las teorías
económ icas dominantes. Esta hipótesis es que la estructura
social de cada form ación nacional constitutiva del sistema
mundial explica a la vez el nivel de las productividades del
trabajo en esta form ación y la repartición del ingreso prod u ­
cid o entre las diferentes clases sociales que com ponen la so­
ciedad. Así, el mundo es conceptual izado ante todo com o un
conjunto de form aciones nacionales yuxtapuestas, m ientras
que su interpenetración y su influencia recíproca es introdu­
cida después, en el m ejor de los casos,
% El concepto de valor mundializado relativiza el sentido de
los elementos em píricos inmediatos. Nos permite com pren ­
der por qué, si las productividades del trabajo son desiguales
de uno a otro país, la medida de esta desigualdad mediante
los ingresos distribuidos es engañosa. Rebasando las apa­
riencias superficiales para llegar más al fondo de los p roble­
mas proporciona un m arco de razonamiento que perm ite
precisar la interacción de los factores internos y externos,
dando cuenta así de las especificidades del capitalism o peri­
férico. De este m odo la mundialízación del valor nos explica
por qué y có m o la polarización centros-periferias.es inma­
nente al capitalism o.
í'' Discutir la ley del valor, definir sus modalidades de acción,
es ante todo analizar las relaciones entre las condiciones o b ­
jetivas de ¡a reproducción social (es decir, los condiciona­
mientos económ icos que definen los equilibrios globales ne­
cesarios: entre salarios y consumo¿ ganancias, ahorro e
inversión, etc.) y las condiciones llamadas subjetivas { la lu­
cha de clases). Decir que hay una relación dialéctica entre es­
tas dos series de factores es decir por una parte que "los hom ­
bres hacen su historia" en un marco objetivamente determina­
do y, por la otra, que su acción modifica el mismo marco.2

2 Para complementos eventuales relativos al valor mundializado y el


V5 El libro II de El capital nos propone lo que puede parecer
una dem ostración económ ica pura. En efecto Marx intenta
dem ostrar allí que la acum ulación es posible en un sistema
capitalista puro (el m odo de producción capitalista y nada
más que él) y determ inar las condiciones técnicas del equili­
brio dinámico. En este m arco formal, se establece que el
equilibrio dinám ico exige un crecim iento del salario, que
esté determinado en una proporción que es una com binación
de los índices del crecim iento sectorial de la productividad.
^ El esquema de la reproducción ampliada parece entonces
revelar la existencia de leyes económicas precisas, que se
im ponen a todos. En suma, el libro II demuestra que mien­
tras en los m odos precapital/stas, donde la explotación es
transparente, la reproducción implica la intervención direc­
ta del nivel superestructura!, en el m odo capitalista la repro­
du cción social aparece ante todo com o una reproducción
económ ica. Los esquemas de la reproducción ampliada ilus­
tran esta ley fundamental de que el valor de la fuerza de tra­
bajo no es independiente del nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas. „El valor de la fuerza de trabajo debe elevarse
con form e al desarrollo de las fuerzas productivas.
X Hasta ahora no hem os abordado la lucha de clases. ¿C ó­
m o tom arla en consideración e insertarla en el mecanism o
de las determ inaciones sociales?
i7 Primera actitud: la lucha de clases por el reparto del p ro ­
ducto está subordinada a las leyes económ icas. No puede
pues, en el m ejor de los casos, más que revelar la tasa de
equilibrio objetivam ente necesaria. En este marco, ocupa
una posición análogá a la “ mano invisible" de la econom ía
burguesa. El idiom a de la "arm onía universal” de los intere­
ses sociales desaparece para dejar lugar al de las "necesida­
des objetivas del progreso". Estamos aquí en presencia de
una reducción econom icista del marxismo, según la cual
existen leyes económ icas que constituyen necesidades obje-

concepto de desconexión, véanse entre mis escritos los siguientes: Classe et


natioñ, capítulos vi, vti, vui; La loi de la vahar et le materialisme histori-
que, Minuit, 1977, capítulos U, v y vi, conclusión; L ’echange inégal et la loi
de la vateur, Anthropos, 1973; L'avenirdu maohtne, Minuit, 198], primera
parte; La deconnexion. La Dé couve rte, 1986; '“L’Etat et le déveioppement”.
-en Soctatism in (he World, núm. 58, 1987, Belgrado.
if' -: I
, |/ tivas independientemente de la lucha de clases.
;( i£_ Segunda actitud: en reacción contra este tipo de análisis,
se proclam a la supremacía de la lucha de clases, que ocupa
el proscenio. El salario no se desprende de las leyes ob jeti­
vas de la reproducción ampliada, resulta en form a directa
de la confrontación de las clases. La acum ulación se ajusta*
si puede, al resultado de esta lucha. Si n o puede, el sistem a
entra en crisis, he aquí todo.
v Tenemos pues que com prender esa relación dialéctica en­
tre la necesidad económ ica objetiva y la intervención de las
luchas sociales. ¿P ero en qué m arco?
Se puede con d u cir el análisis de tres maneras diferentes:
prim era, en el m a rco del discurso abstracto sobre el m od o
de produ cción capitalista; segunda, en el m arco con creto de
una form ación social nacional cuyas características — nivel
de desarrollo de las fuerzas productivas y productividad del
trabajo, estructura de clases, alianzas y conflictos entre
, éstas— se identifican y que se considera com o la unidad fun­
damental del análisis; tercera, operando directamente a nivel
del sistema mundial, considerado co m o la unidad funda­
mental real, cuyas form aciones nacionales no son sino com ­
ponentes.
^ El discurso de la m arxología académ ica se sitúa en el pri­
mer m arco, el del eurocentrísm o en el segundo y el que
nosotros proponem os en el tercero. En este últim o caso se
da la preeminencia a los valores m undializados sobre las
form as nacionales de éstos, así com o a las alianzas y co n flic­
tos de clase mundializados, subordinándolas alianzas y co n ­
flictos nacionales a las presiones definidas p or los prim eros,
ftj La m undialización del valor, expresión del sistema p ro­
ductivo, im plica pues que la fuerza de trabajo sólo tenga un
único valor para el conjunto del sistema mundial. Si este va­
lor debe ser puesto en relación con el nivel de desarrollo de
las fuerzas productivas, este nivel es el que caracteriza al
sistema productivo mundial tom ado en su conjunto, y no los
diferentes sistem as productivos* nacionales, que p or el h e­
cho m ism o de la m undialización del sistema pierden p rogre­
sivamente su realidad. Sin em bargo la fuerza de trabajo tie­
ne precios diferentes, sobre todo de un país a otro. Estos
precios dependen de las condiciones políticas y sociales pro-
pias de cada form ación social nacional. Pueden estar tanto
más bajos cuanto que la reproducción de la fuerza de traba­
jo esté asegurada parcialmente por una transferencia de va­
lor proveniente de la pequeña producción m ercántil no capi­
talista y de la producción no mercantil. La masa m ucho más
importante del trabajo m ercantil no capitalista (los produc­
tores rurales) y del trabajo no m ercantil (econom ía de sub­
sistencia y econom ía dom éstica) en la periferia im plica una
transferencia de valor de la periferia donde se genera hacia
el centro dominante.
O El concepto de la preeminencia de los valores mundializa-
dos perm ite dar todo su sentido a un hecho capital no discu­
tido, a saber, que las diferencias en las remuneraciones por
¿1 trabajo (salarios e ingresos de los pequeños productores)
son en la periferia no sólo muy inferiores de lo que son en
el centro, sino también que lo son en una proporción consi­
derablemente más fuerte de lo que lo es la diferencia de las
productividades com paradas. Dicho de otra manera, el con­
cepto del valor mundializado da cuenta de la explotación di­
ferencial del trabajo por el capital én el centro y en la perife­
ria del sistema y le da un sentido político. A pesar de la tasa
de explotación aparente — medida en el sistema de precios
e ingresos en vigor— más reducida en la periferia que en el
centro, el trabajo es más explotado en el prim er grupo de so­
ciedades, dado que la diferencia de las remuneraciones del
trabajo es m ayor que la de las productividades.
^ Ya estamos ahora equipados para ir más allá de las reali­
dades em píricas inmediatas, puesto que podem os com parar
la escala de los ingresos del trabajo con la de las productivi­
dades. Es sabido que en las industrias de la periferia, las
productividades del trabajo son com parables a las de las ra­
mas análogas de las industrias del centro, que por e] contra­
rio, la productividad en la agricultura es diez veces inferior
en la periferia {es la estimación com únm ente admitida) y
que, en el sector terciario, la productividad representa en la
periferia una tercera parte de lo que es en el centro en activi­
dades análogas. Sin entrar aquí en el detalle de la re­
construcción del sistema de correspondencia valores mun-
dializados-precios q u ed e allí se deriva, se puede estimar que
en estas condiciones, la transferencia de valor de la periferia
hacia el centro es del orden de los 400 mil m illones de dóla­
res. Se trata de una transferencia de valor invisible, porque
está oculta en la estructura misma de los precios m undiales.
No se trata de transferencias visibles, ni por concepto de las
ganancias exportadas por el capital extranjero ni por el de
los intereses de la deuda externa (de un m onto que com o se
sabe se volvió gigantesco, del orden de los 100 mil m illones
de dólares) ni por el de los capitales exportados por las bur­
guesías locales com pradoras.
Si. Esta transferencia de valor acrecienta los ingresos reales
de las capas medias y de la burguesía de los países im peria­
listas. Sin esta transferencia la relación del trabajo exceden-
tario con el trabajo necesario sería para el centro de 60%
solamente en lugar de 100%. En cuanto a la tasa de explota­
ción en la periferia, en términos reales es de 180%, mientras
que en apariencia no es más que de 66%. Las diferencias
son, com o se ve, considerables: las razones que definen las
tasas respectivas de explotación del trabajo en el centro y en
la periferia están sencillamente invertidas,
f-" El eurocentrism o rechaza la idea misma de que pudiera
haber transferencia de valor de una form ación social a otra.
Marx, en su época, ya había respondido a esta ceguera al ex­
clamar: estos señores no com prenden cóm o un pueblo puede
explotar a otro. Ni siquiera com prenden cóm o una clase ex­
plota a otra.
5 ¿Cóm o funciona la sobreexplotación que perm ite la pro­
ducción de este valor transferido? ¿Cuáles son sus conse­
cuencias? Para responder estas preguntas hay que tomar al
sistema iriUndial en su conjunto com o unidad de análisis de­
cisivo. Las clases sociales son los sujetos históricos cuyas
confrontaciónes y alianzas a escala mundial determinan: la
tasa de plusvalor a escala mundial y las tasas respectivas (di­
ferentes) en el centro y la periferia, el trabajo excedentario
extraído en los modo$ no capitalistas sometidos, la estructu
ra de precios y de mercancías mundiales por m edio de la
cual este plusvalor se redistribuye (y particularmente se di­
vide1 entre el capital imperialista y el de las burguesías de­
pendientes), el salario real a nivel de su m edia mundial y de
sus medias en el centro y en la periferia, el volumen de las
rentas de las clases no capitalistas (sobre todo en la perife­
ria), el equilibrio de los intercam bios centro-periferia, flujo
de m ercancías y de capitales (y p or tanto las tasas de cam ­
bio, etcétera).
■\ Estas alianzas y contrastes de clases, que funcionan a esta
escala global (estando entonces las alianzas y luchas nacio­
nales subordinadas a las primeras), reproducen así las dis­
torsiones en la estructura del desarrollo basado en la divi­
sión desigual del trabajo. Reproducen pues las condiciones
materiales que "hacen desfavorable el fa ctor interno” en la
periferia arruinando la esperanza de cristalizaciones socia­
les progresistas semejantes a las que han perm itido a los
trabajadores del centro sostener sus luchas de clases econó-
r/ícas en condiciones más favorables, autorizando el creci­
miento paralelo a largo plazo de los salarios y de la producti­
vidad. Sin embargo, al m ismo tiempo estas condiciones crean
un terreno favorable a Jas ilusiones políticas de la ideología
burguesa, que por este hecho se vuelve hegemónica entre los
trabajadores de los centros. Es p or estas expresiones ideoló­
gicas —com o por ejem plo las solidaridades nacionales inter­
clasistas, basadas en el reconocim iento de la importancia
decisiva de las fuentes de abastecim iento de materias pri­
mas para asegurar el crecim iento regular de los centros—
co m o se reproduce la hegemonía ideológica eu rocen trica.
r> 3. El con cepto de m undialización del valor nos permite,
igualmente, volver sobre la cuestión de la tendencia dom i­
nante en la evolución histórica del reparto del ingreso en el
seno del sistema capitalista.
^ Conocernos relativamente bien la historia concreta de la
acum ulación en los centros capitalistas desarrollados. Más
allá de las variantes locales, podríam os form ular una
generalización según los lincamientos siguientes. La revolu­
ción campesina que a m enudo inicia la era del capitalism o
reduce, cuando es radical, la desigualdad en el cam po. Esta
reducción se realiza en detrim ento de los señores feudales,
pero al m ism o tiempo pauperíza a una minoría de cam pesi­
nos pobres lanzados hacia las ciudades y la em igración de
ultramar. El salario o b re ro se fija al com ienzo en un nivel
bajo determ inado por el ingreso de los cam pesinos pobres.
Tiende a elevarse después de un p eríodo de estancamiento
(y hasta de deterioro) cuando se reduce la expulsión de los
campesinos sin tierra. A partir de este momento (¿hacia 1860?)
salarios obreros e ingresos reales de los cam pesinos m edios
tienden a aumentar paralelamente, ju n to con el aumento de
la productividad. Incluso se supone que hay una tendencia
hacia la igualdad entre el salario m edio y el ingreso cam pesi­
no, aunque la tendencia no sea necesariam ente identifica ble
en cada etapa de la acumulación (ello depende de la estru c­
tura de las alianzas de clases hegem ónicas). En el estadio
tardío del capitalism o, hay quizá una tendencia socialdem ó-
crata a la reducción de la desigualdad. Pero ésta opera en
unión con él im perialism o en la m edida en que una posición
favorable en la división internacional del trabajo favorece
las redistribuciones sociales.
k Para justificar su hipótesis optim ista de que la periferia
está en vías de “ alcanzar” al centro (o puede hacerlo), el eu-
rocentrism o se ve obligado a suponer que las mism as alian­
zas sociales que perm itieron en el cen tro la difusión de los
beneficios del progreso y la hom ogeneización social se re­
producen (o pueden hacerlo) en el desa rrollo de la periferia.
La tesis clásica de Arthur Lewis sob re el dualism o de las so­
ciedades “ en transición hacia el d esa rrollo", así com o la del
"desarrollism o” latinoamericano de los años cincuenta, no
dicen otra cosa.3 La desigualdad es el precio —provisio­
nal— de la pobreza. La hipótesis subyacente es que el fa ctor
externo, la integración en el sistema econ óm ico mundializa-
do, es fundamentalmente favorable. Esta oportunidad de de­
sarrollo será aprovechada más o m enos rápidamente, según
las condiciones internas que caracterizan a las diferentes so­
ciedades del Tercer Mundo.
■Q Si bien los hechos — es decir, una desigualdad creciente (y
no decreciente) caracteriza a la periferia a medida que se de­
sarrolla-^ desmienten este optim ism o artificial, es que la ley
de la acum ulación del capital a escala mundial rige esta o p o ­
sición complementaria de las estructuras. Para com prender­
lo hay que volver a las estructuras productivas. Si en efecto

3 Para una critica de la corriente dominante en la teoría del desarrollo,


represen! ada principalmente por Árthur Lewis (en francés, La theorie de ¡a
croiss/incc éconotniqué, Payot, 1963) y el ‘'desarrollismo'', remitirse a la La
décotmexton, capítulos 1 y 4.
se relaciona la asignación de los diferentes recursos raros
(trabajo calificado y capitales) con los consum os finales de
los diferentes estratos dé la población, clasificados según
los niveles de ingreso, se descubre que en el centro estos re­
cursos son destinados a los consum os de cada estrato en
proporciones cercanas a la parte de consum o de cada uno de
estos estratos, mientras que en la periferia son destinados a
los consum os de las capas más ricas en proporciones m ayo­
res a la parte de esos consum os en el consum o total. Esta
distorsión en beneficio de los estratos superiores del reparto
es tanto más fuerte cuanto que el reparto es desigual. El apa- -
rato productivo de los países de la periferia no es la repro­
ducción del centro en una etapa anterior de su evolución. Es­
tos aparatos difieren en el plano cualitativo. Cuanto más
avanza el desarrollo capitalista periférico, más m arcada es
esta distorsión y más desigual es el reparto del ingreso.4 El
sistema unificado en su expansión de conjunto reproduce la
diferenciación, es decir la polarización centros-periferias.
La ley del valor opera, no a nivel de las form aciones capita­
listas tom adas aisladamente, sino en el plano global.
^ Esta divergencia en la evolución del reparto del ingreso,
debida no a las circunstancias, sino a la ley fundamental de
la acum ulación a escala mundial, implica consecuencias so­
ciales y políticas fundamentales sobre las cuales volverem os
más adelante,
^ 4. El increíble m eollo deí prejuicio eurocéntrico se mani­
festó en todo su vigor con m otivo del debate sobre el “ inter­
cam bio desigual” . Porque cualesquiera que hayan sido las
insuficiencias de la contribución de Arghiri Emmanuel, ésta
tenía la ventaja de plantear la cuestión partiendo de la ob ­
servación maliciosa de que no existía teoría marxista del in­
tercam bio internacional. Sin embargo, para proponer una
teoría de los intercam bios mundiales coherente con los fun­
damentos del m arxism o {el valor), había que salir de un mar­
xism o estrecho que se encerraba en el análisis repetitivo sin
fin sólo del m odo de producción capitalista, para atreverse
a con cebir la ley del valor que opera a escala del sistema ca-

A El ejem p lo del m u n d o á r a b e es una buena ilustración de e s t a Véase


S ánm Amin, L'économ ie tirahe contenifionthw, Minuit, 1980.
w

:|n
pitalista mundial. Era necesario rom per con la reducción
eurocèntrica y desplegar todo el potencial universalista del
marxismo. Ahora bien, las ventajas comparativas a la de Ri-
11 cardo eran muy útiles: permitían justificar el orden interna-
I: cional y el paternalismo con respecto a la periferia. Por eso la
tesis de Emmanuel era com o encontrarse al niño en la rosca.
; 0 El análisis del sistema sobre la base del vajor mundializa-
do permite colocar el intercambio desigual en su justo lugar.
Porque el intercam bio desigual'tal com o se le puede tomar
em píricam ente, sobre la base de los precios practicados, no
revela más que la parte visible dél iceberg. Lo esencial de la
desigualdad está ocu lto en la estructura misma de los pre­
cios, Agreguem os que el alcance de la polarización en el seno
del sistema capitalista mundial no debe ser reducido a su
dimensión económ ica mensurable; ya sea aparente (el inter­
cam bio desigual) u oculta (las transferencias de valor). Más
allá de esta dimensión están las ventajas que proporciona a
los países del centro el acceso a los recursos naturales de
tod oel planeta, las rentas del m onopolio tecnológico, la divi­
sión internacional del trabajo en su favor (que permite el
pleno em pleo en tiempos de prosperidad y el desarrollo de
las clases medias), etcétera,
C Se sobreentiende que la deform ación eurocèntrica no
puede sino estar sorda a cualquier proposición que trate de
reorganizar la visión del m undo contem poráneo en torno al
con cepto del valor mundializado. Sin em bargo la ciencia so­
cial debe por lo menos conciliar su discurso sobre los "lím i­
tes exteriores indeform ables", "la interdependencia de las
-naciones” , etc,, con su hipótesis de la preeminencia de los
"fa ctores internos” que, en realidad, margina la dim ensión
que representa la mundialización.
^ Esta-conciliación imposible se agota en una serie de false­
dades huidizas cuya fragilidad argumentativa está a la m edi­
da de la trivial idad de los hechos invocados,
^ Por ejem plo, se toma com ò pretexto que las periferias son
plurales/ diferentes, para llegar,a la conclusión de que esto
hace que no tenga ningún sentido hablar de la periferia en
singular. Este argumento en los m om entos actuales ha vuel­
to a ser popular y los artículos y los libros afirman que "el
estallido y el final del Tercer Mundo” son incontables, Pero
ni siquiera en ello hay nada original. Porque en efecto la pe­
riferia siem pre ha sido p or definición múltiple y diversa, de­
finiéndose por la negativa; regiones del sistema que no se
han constituido en centros. El ajuste de las periferias a las
exigencias de la acum ulación global se opera pues en la plu­
ralidad: no sólo las funciones realizadas por la periferia
cam bian de una fase a otra de la evolución del sistema glo­
bal, sino que a cada una de éstas corresponden funciones di­
versas desempeñadas por diferentes periferias. Existen tam­
bién en cada etapa de esta evolución interlocutores inútiles
para el sistema, pues el sistema capitalista sigue sie n d o —y
esto es lo que el eurocentrism o no puede aceptar— un siste­
ma destructivo cuyo program a com prende necesariamente
la m arginación de las regiones de la periferia que .se vuel­
ven inútiles para la explotación del capital en un estadio
dado de su despliegue. El noreste brasileño y las Antillas, en
un tiempo periferia principal {¡y en aquel entonces rica!) en la
etapa m ercantilista, fueron asolados de tal manera que has­
ta hoy n o se han recuperado, Gran parte de África, donde sus
pueblos fueron diezmados p or la trata de negros asociada al
m ercantilism o y donde los suelos fueron destruidos por el
pillaje colonial y neocolonial, está de la misma manera en
vías de marginación. El descubrim iento reciente del Cuarto
M undo por especialistas occidentales del desarrollo llega un
p oco tarde. Hace alrededor de quince años, André Frank y
y o m ism o imaginábamos dos escenarios de salida de la cri­
sis actual {intitulados 1984 A y B); uno preveía la reorganiza­
ción para la periferia y el otro la marginación, ¡para con ­
cluir con que según las regiones y los desarrollos de las
luchas am bos escenarios se verificarían!5
De igual m odo se toma com o pretexto que la mundializa-
ción del valor supuestamente aún no está terminada para
llegár a la conclusión de que el valor sigue siendo en lo esen­
cial una realidad definida en el m arco de las form aciones
sociales nacionales. Que la mundialización sea sólo una ten­
dencia del sistema, que tenga una historia —la de su form a­
ción progresiva— y no se haya constituido por un golpe de

s S am ir Am in y A, G, Frank, N'aílendons pas J9S4, en A. G. Frank, R efle-


xiom sur la nouvelle crise économique mondiaíe, Mas pero, 1978.
varita m ágica el "p rim er día" del capitalismo, hace cuatro
o cin co siglos, n o son sino trivialidades evidentes. Yendo
pues más allá de estas evidencias, debem os com probar que
la tendencia a la m undialización se manifiesta con fuerza
desde el origen (la época mercantilista) y que constituye ya
en buena m edida el aspecto principal de la unidad dialéctica
y contradictoria nacional/mundial. De ello se desprende que
es preciso analizar las fases por las que ha pasado el sistema
mundial, en evolución constante, a partir principalmente del
ajuste,del capitalism o a las luchas de clases consideradas a
escala global y n o exclusivamente nacional. Por el contrario
el eurocentrism o explica la evolución sólo por la dinám ica
técnico-económ ica de los centros, en rigor/por el ajuste del
capitalism o a las luchas de clase dentro del mismo. Lo que
pasa en la periferia es entonces relégado a la condición de
añadidura puramente decorativa.
^ 6 . En op osición a estas diferentes escapatorias, más o me-
*' nos hábiles, para eludir las cuestiones espinosas, el análisis
de la polarización que caracteriza al sistema capitalista
mundial coloca al Estado en el centro de sus preocupaciones.
Qo Las econom ías del capitalism o central son autocentrádas.
Por ello sé entiende que están organizadas en torno a una ar­
ticulación determinante que une la producción de equipo a
la de bienes .de consum o, entendiéndose que las relaciones
exteriores están entonces sometidas a la lógica de las exi­
gencias de esta articulación determinante. Por esto, las re­
m uneraciones del trabajo pueden seguir aquí el avance de la
productividad. De ahí que las relaciones exteriores de los
centros autocentrádos,: que de ninguna manera son autár-
quicos sino p or el contrario expansionistas y agresivos, per­
mitan acelarar el crecim iento de la productividad aparente
mediante transferencias de valor en su favor. Por oposición
la acum ulación en la periferia está modelada desde el princi­
pio por las exigencias de la del centro. El ajuste permanente
define la acum ulación periférica. Esta form ulación del con ­
traste centro/periferia permite evitar los falsos problem as
de la econom ía del subdesarrollo, com o la especialización en
la prod u cción primaria, que no ha sido más que una form a
de periferización en una etapa dada, o el contraste m ercado
externo/m ercado interno, pues la acum ulación periférica
también se basa en la am pliación del m ercado interior, peto
ésta no descansa en la articulación principal produción de
equipo/producción para el consum o de masa y, por esto, se
estructura de una manera que acúsala desigualdad social en
el reparto interno del ingreso.
C Ahora bien, la construcción de una econom ía autocentra-
da en un polo, el ajuste a la econom ía mundial en el otro, no
son producto del funcionamiento de simples "leyes económ i­
ca s" que operan en un espacio políticamente vacío. Por el
contrario, el papel del Estado es aquí decisivo.
'0 En las sociedades capitalistas centrales la presencia del
Estado se expresa fuertemente por el control de la acumula­
ción. Pero esta presencia no es experimentada en forma
directa; incluso es eliminada de la imagen ideológica que el
sistema produce de sí mismo, para poner por delante la so­
ciedad civil y la vida económ ica, com o si éstas existieran y
funcionaran sin Estado. Por el contrario, en las sociedades
del capitalism o periférico la sociedad civil es raquítica. La
vida económ ica es magra y aparece com o el apéndice del
ejercicio de las funciones del Estado que ocupa directa y vi­
siblemente el proscenio. Sin em bargo no es más que una ilu­
sión pues aquí el Estado es en realidad débil, por oposición
al verdadero Estado fuerte, el de los centros desarrollados.
Simultáneamente la vida económ ica se reduce a no ser más
que un proceso de ajuste a las exigencias de la acum ulación
en el centro.
En suma, el criterio cualitativo decisivo que permite clasi­
ficar las sociedades del sistema capitalista mundial en cen­
tros y periferias es el de la naturaleza de su Estado. Las so­
ciedades del capitalism o central se caracterizan por la
cristalización de un Estado nacional burgués, cuya función
esencial, además del sim ple mantenimiento de la domina­
ción del capital, es precisamente la de controlar las condi­
ciones de la acumulación, mediante el control nacional que
ejerce sobre la reproducción de la fuerza de trabajo, el mer­
cado, la centralización del excedente, los recursos naturales
y la tecnología. El Estado cum ple aqu ila s condiciones que
permiten la acum ulación autocentrada y la sumisión de las
relaciones exteriores a la lógica de ésta. Por el contrario, el
Estado periférico, que com o todo Estado cum ple ^ función
del mantenimiento de la dom inación interna de clases, no
controla la acumulación local. Es entonces —objetivam en­
te— instrumento del ajuste de la sociedad local a las exigen­
cias de la acumulación mundializada, que está determ inada
en sus direcciones de evolución por la de los centros. Esta
diferencia permite com prender por qué et Estado central es
un Estado fuerte (y cuando se vuelve dem ocrático en el senti­
do burgués del término, eso constituye una expresión co m ­
plementaria de esta fuerza), mientras que el Estado periféri­
co es un Estado débil (y por ello, entre otras cosas, el a cceso
a la dem ocratización burguesa verdadera le está práctica­
mente prohibido, por ello ta existencia de la sociedad civil
está allí necesariamente limitada.)
í En otros términos: la cristalización del Estado nacional
burgués en algunos países se opone a la que se da en otros.
O aún más, el subdesarrollo de los unos es producto del de­
sarrollo de los otros. Pero debemos precisar aquí que esta
proposición no es simétrica y reversible: pues no hem os di­
ch o que su contrario (el desarrollo de unos seria prod u cto
del subdesarrollo de los otros) fuera verdadero. Esta ob ser­
vación, con demasiada frecuencia silenciada, y la confusión
que se origina entonces entre nuestra proposición y su contra­
rio, engendran graves malentendidos y polémicas estériles. .
(íj ¿Cuáles son pues las condiciones históricas que han favo­
recido la cristalización del Estado nacional burgués aquí,
mientras constituyen un obstáculo a la reproducción de ese
m odelo en otras partes?
V\ La historia nos enseña que, en los centros, la cristaliza­
ción del nuevo poder burgués hegem ónico ha im plicado am­
plias alianzas entre esta nueva clase dominante y las demás
clases: campesinos parcelarios o propietarios rurales, según
sea el caso, pequeña burguesía com erciante y artesanal. Es­
tas alianzas eran necesarias para hacer frente a la amenaza
que representaba para el orden social la naciente clase ob re­
ra en este estadio revolucionario com o lo ilustra la historia
europea del siglo x ix del chartism o inglés (los años cuaren­
ta del siglo) o la Comuna de París (1871). A su vez, estas for­
mas de la hegemonía burguesa entrañaron políticas sociales
y económ icas que iniciaron la homogeneizacién de la socie­
dad mediante la protección del ingreso de las clases rurales
y de las capas urbanas intermedias- En la lase siguiente, ini­
ciada hacia fines del siglo pasado, que todavía caracteriza
hoy día al capitalism o central, la hegemonía burguesa se ex­
tiende a la clase obrera estabilizada.
El m edio por el cual se generaliza el consenso social es la
asociación del fordism o c o m o form a dominante de organiza­
ción del proceso de trabajo mecanizado, que asegura la p ro­
ducción en masa y la política socialdem ócrata (o keynesiana)
de los salarios que asegura un m ercado en expansión para
esta producción en masa. Este consenso no excluye la lucha
de clases; pero ésta tiende a limitarse al terreno del reparto
económ ico de los resultados y a alejarse del cuestiona miento
de la organización global de la sociedad, permitiendo el funcio­
namiento de la democracia electoral tal com o la conocem os.
Ahora bien, las posiciones subalternas ocupadas p or las
periferias en el sistema mundial hacen im probables esas for­
mas de am pliación progresiva de la integración social a es­
cala global. Las burguesías aparecidas tardíamente se en­
cuentran con dificultades mayores cuando intentan am pliar
sus alianzas internas de clases. En un prim er m omento, la
dicotom ía centro/periferia se asienta en una alianza entre el
capital central dom inante y clases rurales dom inantes de an­
tiguo tipo en las periferias (feudales o latifundistas, etc.). La
historia de América Latina, cuya independencia fue lograda
a principios del siglo xix, precisamente por esas clases lati­
fundistas, paga hasta hoy el precio legado p or esta alianza
entre el capital dominante y las oligarquías latifundistas. En
Asia y África, las form as coloniales que funcionaron todavía
más brutalmente en el m ism o sentido acentúan el retraso de
estos dos continentes en relación con América Latina. Más
tarde, la época contem poránea, cuando se constituyen los
estados burgueses com o resultado de las luchas de libera­
ción nacional y/o cuando los poderes latifundistas locales
son derrocados, la naciente industrialización se inscribe en
un sistema mundial desfavorable para la am pliación de su
base social local. Aquí el fordism o no va acom pañado por la
dem ocracia social obrera. La salida de la nueva producción
industrial está más centrada en la demanda de las clases me­
dias en expansión. Las presiones de la tecnología moderna,
que la com petitividad impone, requieren de im portaciones
masivas de equipo, conocim ientos técnicos, capitales que
hay que pagar aceptando remunerar el trabajo industrial
con tarifas muy inferiores para poder exportar. Se podrían
multiplicar al infinito los detalles que van en el sentido de
nuestra tesis demostrando que todos los m ecanism os de la
econom ía mundial, o casi todos, constituyen obstáculos al
progreso social'en la periferia del sistema. Por ejem plo, la
heterogeneidad de las productividades sectoriales — sobre
la cual se insiste con justa razón en la descripción del subde-
sarrollo— crea y reproduce situaciones de rentas que arrui­
nan la posibilidad de una homogeneización social. Agregue­
mos que el antagonismo centro/periferia no resulta sólo del
mecanism o económ ico y social, siendo neutras la interven­
ción de los Estados y la política mundial. Regresando al siglo
xix no se puede dejar de observar que Gran Bretaña, enton­
ces potencia hegemónica, se empeñaba p or todos los m edios
en evitar la aparición de los centros autónom os. Pero en Eu­
ropa sus medios estaban limitados p or las relaciones milita­
res que se imponían mediante el equilibrio europeo estable­
cid o desde 1815. Por el contrario, el dom inio de los océanos
le permitía intervenir eficazmente en Oriente, Asia, América
de) Sur. La coalición europea movilizada por Inglaterra co n ­
tra Egipto en 1840 fue decisiva para el aborto de la m oderni­
zación capitalista de ese país. Lo mismo ocu rrió con Améri­
ca del Sur, donde la alianza entre el capital británico y la
oligarquía latifundista hizo posibles teóricam ente (hasta se
intentaron) otras conjunciones locales de alianzas sociales
progresistas considerablemente más aleatorias. ¿Han cam ­
biado las cosas? En efecto hay quienes pretenden que las
condiciones políticas que han im pedido la cristalización de
nuevos estados burgueses nacionales ya no caracterizan al
mundo contem poráneo. Occidente no puede im pedir a los
Estados del Tercer Mundo que se desarrollen a su imagen y
se impongan com o interlocutores iguales en el sistema mun­
dial. Para probarlo, bastaría com probar los progresos reali­
zados en las semiperiferias, o países recién industrializados.
Su existencia sería testimonio de que la periferizacíón no es
fatal y que, cuando se lleva a cabo, es por razones que obede­
cen principalm ente a los factores internos, mientras que, de
manera simultánea, sería posible — a pesar del obstáculo ex­
terior si es que existe— erigirse en nuevo centro.
Esta cuestión de las "sem iperiferias” es una serpiente
marina que reaparece regularmente en el debate, pues )o
que se dice hoy de las sem iperij’erias en vías de cristaliza­
ción de nuevos centros podría decirse, y se ha dicho, hace
cien años de otras sem iperiferias que no han cristalizado en
nuevos centros.
v No hay duda de que en la sociedad, com o en la vida, siem­
pre —o aparentemente— existen casos intermedios. E! he­
cho en sí m ism o sería difícil de impugnar, Pero la verdadera
cuestión no está allí. El sistema capitalistam undial está m o­
vido por una fuerte tendencia a la polarización, así com o en
el m odo de producción capitalista se tiende a la polarización^
entre las dos clases fundamentales, burguesía y proletaria­
do, La cristalización de los centros en un polo y Ja periferiza-
. ción en el otro polo no excluye, en todo momento, el surgi-
miento de sem iperiferias, la analogía de las clases medias
engendradas por la dinámica concreta de la acumulación
capitalista. En efecto la exclusión de esos surgimientos per­
manentes im plicaría una visión estática absurda, com o si
la polarización centros/periferias hubiera aparecido m ági­
camente en su plenitud desde el principió, cuando precisa­
mente es el resultado del m ovim iento.concreto del sistema
mundial,
/'A Al m ism o tiempo, el surgim iento de las semiperiferias re­
vela la verdadera naturaleza de la dialéctica que rige al mo­
vimiento, a saber la convergencia, o el conflicto, entre los
factores internos, favorables o desfavorables según los ca­
sos, y el factor externo, siempre desfavorable e incluso cada
vez más difícil de superar. Por ejemplo, es evidente que, a pe­
sar de su retraso, Alemania logró alcanzar y superara Ingla­
terra en algunas décadas del 'siglo XIX. ¿Cuánto tiempo nece­
sitará Brasil para alcanzar y superar a Estados Unidos? ¿Es
concebible esta perspectiva en el horizonte:visible? Cuando
se nos dice que Brasil podría desarrollarse y hasta convertir­
se en un.centro de primera magnitud ¿quién podría dudar­
lo? Si Brasil hiciera una revolución social con toda seguri­
dad, se abrirían perspectivas totalmente nuevas, Pero la
cuestión no está allí, sino en saber si la burguesía brasileña
puede em prender reform as de esta magnitud.y/o si, en su de­
fecto, los contrastes socialcs más violentos podrían ser c o ­
rregidos en form a progresiva por un desarrollo puramente
capitalista. En realidad no se ha establecido que las semipe-
riferias en cuestión construyan efectivam ente y cun éxito
ese Estado burgués nacional necesario capaz de controlar la
acumulación interna y de someter sus relaciones exteriores
a elfa, es decir de escapar a las pesadas presiones del ajusfe
a las exigencias de la expansión mundial.
& En estas condiciones es preferible calificar lo que algunos
llaman sem iperiferias de periferias verdaderas corresp on ­
dientes al estado actual de la expansión capitalista global, :
Las otras, el Cuarto Mundo, no son las verdaderas periferias
de hoy, sino las que, al corresponder a las exigencias del sis­
tema global de ayer, están hoy en vías de destrucción,
a? No obstante, según se dice, el proyecto de construcción de
una econom ía nacional autocentrada se ha vuelto anacróni­
c o porque el propio Estado nacional está en vías de d isolu ­
ción en los centros mismos. Habría que demostrar entonces
que la sociedad de las sem iperiferias en cuestión está en vías
de acercarse a la de los centros ya constituidos, en la pers­
pectiva.global de ese m undo capitalista hom ogeneizado que
está en form ación. Esta dem ostración no está ni hecha ni es
factible, a tal grado que las evoluciones sociales, en cu rso en
el horizonte visible, son divergentes aquí y allá. Una vez más
se sustituye el análisis de las contradicciones reales y de su
dinámica propia por la visión de una armonía que las ha su ­
perado, Supongam os pues que el problem a está resuelto, tal
es el ideal de este razonamiento inaceptable, .
0 El problem a podría en efecto ser resuelto, es decir, el co n ­
traste centro/periferia podría ser suprimido, en el m arco del
capitalism o^definido por la regia del m ercado m undializado
de productos y capitales), a co n d ic ió n !. , ¡de abrir todas las
fronteras a la inmigración ilimitada de trabajadores! Sólo
con esta condición el m ercado generalizado de mercancías,
capitales y fuerza de trabajo, podríá teóricamente hom oge-
neizar las condiciones económ icas y sociales a escala del pla­
neta, Com o es más que evidente que esta hipótesis es inacep­
table para las sociedades que com ponen nuestro universo
tal com o es todavía, colocarse en el m arco que define, es sa­
lirse del cam po de la política para entrar en eí de la ficción.
^ Él viejo internacionalismo del m ovimiento obrero se ba­
saba en la ilusión de una hom ogeneización rápida de las con ­
diciones deJ m undo del trabajo por la expansión mundial del
capitalism o. No podría pues resistir la prueba de la historia.
Al eliminarse el internacionalism o de los pueblos, quedó
abierto el cam po al del capital que opera libremente a escala
del sistema mundial y define las estrategias propias de la di--
visión de los pueblos y los trabajadores. Esta solidaridad
sólo puede ser construida — si se rechaza la utopía de la abo­
lición inmediata de las naciones y de las fronteras— sobre
la base de una estrategia de mantenimiento mutuo de estra­
tegias nacionales populares de desconexión.
/

II. LA CRISIS DEL IMPERIALISMO CONTEMPORÁNEO

^ t. Luego de rechazar el concepto de mundialización del va­


lor, el eurocentrism o se niega a analizar la crisis del capita­
lism o que vivim os desde hace más de quince años com o si en
lo esencial se tratara de una crisis del imperialismo, es decir
un m om ento caracterizado principalmente por el agrava­
miento de las contradicciones centros/periferias resultantes
de su acum ulación en el curso de la expansión capitalista
mundializada que precedió la crisis en cuestión.
-íj-j Cualquier crisis en el sistema capitalista es la expresión
de un mal funcionam iento de la ley bajo el efecto de las lu­
chas de clases. Se manifiesta por desequilibrios que hacen
im posible la realización del valor y, en consecuencia, oca sio­
nan la caída de la tasa de ganancia. Sin em bargoesta prop o­
sición general no basta para caracterizar una crisis particu­
lar, en una etapa dada de la evolución del sistema. En efecto,
por ejemplo, en el siglo XIX la ley del valor que aún operaba
principalm ente sobre la base de los espacios nacionales, la
crisis és nacional, aunque pudiese ser transmitida del centro
hegem ónico de lá época (Gran Bretaña) a los demás países.
Si bien hoy día el espacio sobre la base del cual opera la ley
del valor es el del conjunto del sistema mundial, la crisis
debe ser considerada ante todo a ese nivel, es decir com o ex-
presada por la im posibilidad de asegurar la circu lación
mundial del capital y la realización mundial del valor. La di­
mensión principal en la que se expresa la crisis actual está
pues situada en el cam po de las relaciones mundiales; y es
a partir del examen de éstas com o se pueden desprender los
verdaderos factores en juego de la crisis y sus diferentes so ­
luciones posibles.
c Esta observación no im plica de ninguna manera una sim ­
plificación que ignore los diferentes aspectos de la crisis: la
com petencia en el Oeste, la crisis del fordism o com o m odo
de explotación del trabajo industrial, la crisis del Estado-
providencia, la articulación de la crisis con el con flicto Este-
Oeste, el atlantism o y la crisis de la hegemonía da»Estados
Unidos, etc. Im plica sólo que se sitúan debidamente estos di­
ferentes aspectos de la crisis en relación co n los factores
esenciales, definidos a partir de la crisis de la mundializa-
ción del valor.6
Desde el m om ento en que uno se sitúa en este m arco, se
com prende que el factor en juego de la crisis no es directa­
mente la op ción entre capitalism o y socialism o sino la
elección entre la sumisión a la lógica de la expansión del ca ­
pital o la desconexión, m edio para am pliar los márgenes de
autonomía de los pueblos, las naciones y las clases trabaja­
doras en el Oeste, el Sur y el Este.
No es nuestro propósito insistir aquí en todas estas cu es­
tiones, sino sólo poner de relieve la esterilidad del eurocen-
trismo de los análisis dominantes. Estos atraen la mirada
hacia la crisis del capitalism o en O ccidente bajo sus diferen­
tes aspectos (crisis de la organización del trabajo, perspecti­
vas contradictorias de las nuevas tecnologías, com petencia
en el Oeste, etc.) com o Si lo esencial se situara aquí, permane­
ciendo pasivos y condenados a ajustarse a las exigencias de
Occidente, el Sur (la periferia) y el Este (socialista). La h ip ó­
tesis subyacente es sin duda que el Este y el Sur, atrasados,
están conden ados a integrarse más al sistema mundial, úni-

* Véanse entre nuestros escritos de síntesis sobre esta cuestión; Une cri­
se structurelle, en Amin, Paire, Hussein y Massiah, La crise de ¡ ’imperialtí­
me, Minuit, 1975; L ’imperialisme et le développewent inégal, Minuit, 1976,
capítulos v y vi; Cme, socialiame el natiouíilisme, en Amin, Arrighi. Frank,
Wallcrstein, La crise, quelle crise?, Maspem, 1982.
ca tabla de salvación para ellos. Ahora bien, lo cierto es lo
contràrio: Occidente es estable a pesar de la crisis, mientras
que el cam bio cualitativo se impone en otra parte, en el Este
y el Sur.
2. “ En el Oeste no hay nada nuevo.” Frase lapidaria que
debe ser precisada si se desean evitar los malentendidos.
Porque de una manera evidente Occidente es el centro de nu­
merosas evoluciones decisivas para el porvenir global del
mundo. Es el centro de invención de nuevas tecnologías y a
veces e llu g a r de logros más avanzados en el terreno del
cuestionam iento de algunos aspectos de la vida social. La
frase significa que la estabilidad de la sociedad occidental es
tal que las relaciones de producción se modulan y se ajustan
a las exigencias del desarrollo de las fuerzas productivas,
sin ocasionar rupturas políticas graves, Se puede dar un
ejem plo vivo y actual. El fordism o com o form a de relaciones
de producción capitalistas correspondió a una fase dada del
desarrollo de las fuerzas productivas (la producción masiva,
e! trabajo en cadena, el consum o de masa, el Estado-provi­
dencia). Actualmente está en crisis: la productividad del tra­
bajo ya no puede progresar sobre esta base, incluso a veces
disminuye, las tecnologías nuevas (inform ática y robotiza-
ción, biotecnología y espacio) imponen otras form as de orga­
nización del trabajo. Sin em bargo todo hace pensar que esta
crisis del trabajo fordista no entrañará rupturas políticas
revolucionarias. A lo más conducirá aú n a reclasificación en
ía jerarquía de los centros, que acelere la decadencia relati­
va de unos y el ascenso de otros. Se puede ir aún más lejos
y decir que en el Oeste "ca d a vez hay mtenos novedades” .
Una com paración entre las relaciones sociales ante la crisis
actual y la de los años treinta es extremadamente instructi­
va en este plano. La crisis de los años treinta había conduci­
do a rupturas políticas serias: fascism os o frentes popula­
res. Por el contrario, en nuestra crisis izquierda y derecha,
en el sentido electoral del término, se acercan más, en la con ­
cepción de una gestión del paso al estadio superior de desa­
rrollo dé las fuerzas productivas. ¿Acaso no es ése un efecto
político evidente de la creciente polarización en el seno del
sistema m undial?
^■jSin duda también la frase "en el Oeste no hay nada" no ex-
cluye el con flicto real que impone la com petencia capitalista
entre Europa, Estados Unidos y Japón. Pero allí también pa­
rece p o co probable que esta com petencia rebase la esfera
de los conflictos mercantiles y reproduzca las situaciones de
conflictos violentos del pasado. El europeísmo, tal com o se
expresa en el momento actual, no se propone más que un
solo objetivo, el de alcanzar a Estados Unidos y a Japón en
térm inos de com petitividad capitalista. En lo inmediato, la
búsqueda de este objetivo entraña más un realineam iento
político atlantista y un frente com ún contra el Tercer M undo
que un no alineamiento europeo. Otra perspectiva-es-sin
duda deseable y no necesariamente imposible. Pero im plica
una ruptura con la tradición eurocéntrica de la visión políti­
ca de Occidente.
Ii.,3. Por el contrario, en la periferia del sistema ese m ism o
desarrollo de las fuerzas productivas pone constantemente
en tela de ju icio las relaciones políticas y sociales. La crisis
del Sur en su totalidad se sitúa precisamente en esta contra­
dicción principal del capitalismo, que se manifiesta por el
aborto repetido de las tentativas de surgim iento de un pro­
yecto burgués nacional a partir de una condición pe rife riza­
da. El choque, confesable o implícito, entre el proyecto na­
cional burgués, aquí históricamente imposible, y un proyecto
nacional popular, que constituye la única respuesta verda­
dera a la altura de los desafíos de nuestro tiempo, constituye
el hilo conductor de la historia de nuestra época.
^ L a confusión en los debates concernientes al porvenir del
capitalism o en la periferia del sistema sin duda debe atri­
buirse en parte al hecho de que la burguesía se ha convertí -1
do en la clase hegemónica local en el conjunto del Tercer
M undo contem poráneo. Esta burguesía en el poder intenta
entonces efectivamente hacer avanzar su proyecto de con s­
trucción de un Estado burgués nacional, asociado al sistema
mundial capitalista, es decir dom inar el proceso de acum u­
lación,
C- Pero ¿cuáles, son los resultados de esta tentativa?7 For­

7 Samir Amin, 11 y a trente ans Bandoung, tiN U , El Cairo, 1985. Véase


también, Samir Amin, "La crise, le tiers monde et les relations Hord-Sud et
Est-Ouest”, Nouvelle Revue Socialiste, septiembre-octubre de 1983.
m ulado p or el ala radical de la burguesía del Tercer Mundo
con m otivo de la conferencia de Bandung (en abril de 1955),
ese proyecto pensaba que era posible este desarrollo en la in­
terdependencia, en el seno del sistema mundial, y de ningu­
na manera se proponía “ salir del sistema” , "desconectarse".
En efecto, el desarrollo-estaba definido p or la voluntad de
desarrollar las fuerzas productivas p or m edio de la indus­
trialización; la voluntad de asegurar al Estado nacional la
dirección y el control del proceso; la creencia de que los m o­
delos técnicos constituyen elementos neutros que se pueden
rep rod u cir y controlar; la creencia de que este proceso no
im plica en prim er lugar la iniciativa popular, sino sólo el
apoyo de las acciones del Esterao; la creencia de que este pro­
yecto no es fundamentalmente contradictorio con la partici­
pación en el sistema mundial, aunque entrañe conflictos m o­
mentáneos con éste. ¿H ace falta algo más qué deducir el
carácter burgués nacional de este proyecto?
■Q Ahora bien, las circunstancias de la expansión capitalista
de los años 1955-1970, hasta cierto punto, alimentaron la ilu­
sión de la posibilidad histórica de este proyecto. Ello a pesar
del hecho de que Occidente se opuso a él p or todos los m e­
dios, econ óm icos y políticos, incluyendo los golpes de Esta­
do y las intervenciones militares. Por lo demás, el apoyo de
la Unión Soviética a algunas de estas tentativas, junto con
revisiones de la ideología tradicional de la Tercera Interna­
cional concernientes a la transición socialista y a las contra­
dicciones sociales y límites internos del m odelo, dan cuenta
de la confusión ideológica que de allí resultó.
^ Posteriorm ente, la crisis general en la que entró el siste­
ma capitalista a partir de los años setenta dio la ocasión
para una contraofensiva de Occidente, cuyo objetivo era vol­
ver a convertir las sociedades del Tercer Mundo en econ o­
mías com pradoras y som eter su desarrollo ulterior a la lógi­
ca de la reorganización del capital transnacionalizado. Esta
ofensiva, que constituye la dimensión principal de la estrate­
gia del capital dominante en la crisis, aprovécha con éxito la
vulnerabilidad de las tentativas de cristalización del Estado
nacional en la periferia del sistema. Esta vulnerabilidad está
ilustrada en todos los dom inios: p or la deuda y la dom ina­
ción del sistema financiero mundializado, p or la incapaci­
dad de las sociedades del Tercer Mundo tal com o son de con ­
vertirse en interlocutores en las nuevas actividades de alta
tecnología, p o r la crisis alimentaria que a veces llega al ham ­
bre, por la urbanización no controlada, por la penetración
del m odelo occidental de desperdicio en grandes fracciones
de los estratos m edios y hasta populares, por la sumisión al
m odelo seudocultural occidental, p or la vulnerabilidad m ili­
tar, etcétera.
En estas condiciones, en el m om ento m ism o en que las crí*
ticas de los conceptos de centro y periferia se apresuraban
a enterrar la cuestión del subdesarrollo producto de la ex­
pansión capitalista, la form a com pradora del Estado en la
periferia ¿acaso no está a punto de convertirse en el m edio
principal de la integración desigual en la nueva fase del de­
sarrollo del sistema capitalista m undial? Este concepto del
Estado com prador, principalmente aparato de transmisión
de la dom inación del capital transnacionalizado, debe ser
puesto en oposición con el Estado burgués nacional.
Así pues la cuestión es saber si la burguesía en el T ercer
Mundo es capaz de dom inar alianzas sociales internas que
puedan hacer frente al desafío. N osotros decim os que las
condiciones históricas modeladas p o r el sistema global les
son totalmente desfavorables. El proyecto de Estado bur­
gués nacional en esas condiciones sigue siendo extremada­
mente vulnerable. Y a falta de algo m ejor, la burguesía local
tiene la gran tentación de aceptar inscribir su desarrollo en
una perspectiva de subaltemización. Emitimos la hipótesis
de que hoy día, en gran medida, las burguesías del T ercer
Mundo han llegado a eso, han renunciado a su proyecto na­
cional, al espíritu de Bandung, para aceptarla "com pradori-
zación” .
¡i> 4. La im posibilidad del proyecto nacional burgués en la
periferia se manifiesta con una violencia particular en la
cuestión de la dem ocracia en la periferia del sistema capita­
lista. N o darem os aquí más que un solo ejem plo, el de Brasil,
Sabemos que la teoría del desarrollism o latinoam ericano
había pretendido en los años cincuenta y sesenta que la in­
dustrialización y la modernización (de estilo burgués y en el
m arco de una integración más favorable al sistema mundial)
entrañarían por sí mismas una evolución dem ocrática. La
dictadura era considerada un vestigio de un pasado precapi­
talista. Los hechos han dem ostrado el error de este razona­
miento ingenuo. La industrialización y la m odernización en
este m arco sólo produjeron la m odernización de la dictadu­
ra, la sustitución de los viejos sistemas oligárquicos y pa­
triarcales p or una violencia fascistoide eficaz y m oderna. No
podría ser de otro m odo, pues el desarrollo periférico im pli­
caba el agravamiento de las desigualdades sociales y no su
reducción. Por lo demás, el proyecto burgués en sí m ism o no
dio los resultados que se proponía ob ten er la crisis dem os­
tró la vulnerabilidad de;Ia construcción y la im posible inde­
pendencia que la dictadura legitimaba para algunos. Por
ello, la propia dictadura entró en crisis. Pero los sistemas
mas o menos dem ocráticos que se han im puesto en estas
condiciones ¿acaso no se enfrentan a un dilema tem ible?
Porque una de dos cosas: o bien el sistema político dem ocrá­
tico aceptará la sumisión a las exigencias del ajuste mundial
y entonces no podrá planear ninguna reform a social im por­
tante y la dem ocracia misma no tardará en entrar en cri­
sis, o bien las fuerzas populares, apoderándose de los me­
dios de la dem ocracia, im pondrán esas reform as. El sistema
entrará entonces en conflicto con el capitalism o mundial do­
minante y deberá deslizarse del proyecto nacional burgués
a un proyecto nacional popular. El dilema de Brasil, Corea,
Filipinas, se sitúa p or entero en este conflicto. Com o lo m os­
tró Celso Furtado® el milagro brasileño no tuvo más que un
resultado: el de agravar los problem as sociales al punto de
que sólo una revolución social podrá ahora superarlos. ¡Qué
diferencia con los efectos del desarrollo del capitalism o en
el centro!
'fb En vez de la burguesía ¿pueden las clases populares tomar
la iniciativa y dom inar otra estrategia que la de la integración
subaltemizada al sistema capitalista mundial? ¿Cuál es la na­
turaleza de esta estrategia de desconexión? ¿En qué medida
se sitúa en la problemática de la transición socialista?

8 Celso Furtado, Lt Brésil après le miracle, msh, Paris, 1987. Véase igiial-
mente, Samir Amin, "Popular Strategy and the democratic question", Third
World Quarterly, noviembre de 1987.
III. LA DESCONEXION Y EL ESTADO NACIONAL POPULAR

j* 1. Abordam os ahora el tema tabú de la desconexión, pues la


desconexión, que se asimila rápidamente a la autarquía
pura y simple, im plicaría una austeridad inaceptable, el des­
potism o prim itivo, etc. Se sobrentiende que no hay salvación
fuera de la integración al sistema mundial, único m edio p o r
el cual los pueblos todavía bárbaros pueden, si lo desean, sa­
lir de su barbarie europeizándose. Prescindir de nosotros
¿cóm o atreverse a pensarlo? '
<* Detrás de este rechazo pertinaz, se perfila en realidad el
abandono de cualquier perspectiva socialista, pues se co m ­
prueba que el rebasamiento del capitalism o no está a la or­
den del día en Occidente para concluir que, también necesa­
riamente, es im posible en otra parte. ¿C óm o podrían h acerlo
m ejor que nosotros? Es evidente que la idea de que, p or las
leyes del desarrollo desigual, el avance más allá del capita­
lismo podría ser iniciado en otra parte que no sea O ccidente
resulta insoportable. También, en lo que sigue, insistirem os
en la naturaleza del desafío que las sociedades poscapitalis­
tas enfrentan. Se verá entonces que el ju icio global del euro-
centrism o que concluye simplemente en el doble fracaso del
socialism o y de la liberación nacional pasa a un lado de los
problem as reales.
C Si bien un desarrollo susceptible de responder a las nece­
sidades materiales de la totalidad de los estratos sociales de
la nación se revela im posible en la periferia del sistema en
el m arco del capitalismo, se impone el examen de lá op ción
alternativa de otro desarrollo pensado fuera de la sum isión
a las presiones globales. Ése es el sentido de la expresión de
desconexión.
'Q La desconexión no es una receta sino una elección de prin­
cipio, la de desconectar los criterios de racionalidad de las
decisiones económ icas internas de las que gobiernan el sis­
tema mundial, es decir de liberarse de la presión del valor
mundializado sustituyéndolo p o r una ley del valor de alcan­
ce nacional y popular. Si la burguesía es incapaz de d esco­
nectar y si sólo una alianza popular debe y puede convencer­
se de que ésa es una necesidad insoslayable de cualquier
proyecto de desarrollo digno de ese nom bre, la dinámica so­
cial debe con d u cir a inscribir este proyecto popular en una
perspectiva para la cual no hallamos otro calificativo que el
de socialista. Quedando entendido que el socialism o en cues­
tión constituye un proyecto de sociedad, generosamente des­
plegado antenosotros, y no una realidad ya construida aquí
o allá que sólo se tratara de im itar
'O,¿Tiene el Tercer Mundo contem poráneo otra opción posi­
ble? A decir verdad los térm inos de la alternativa parecen
hoy día bastante dramáticos ¿desconectarse o ajustarse?
Por lo demás ajustarse a las exigencias del sistema mundial
no es siem pre posible. Quizá lo sea para algunas semiperife-
rias/(las verdaderas periferias nuevas, según nosotros) al
precio, por supuesto, de una gran miseria y de un gran sufri­
miento para sectores enteros de la sociedad, quizá para la
mayoría, Pero para otros, aquellos que constituyen lo que
hoy día se llama el Cuarto Mundo, ajustarse puede ser senci­
llamente aceptar perecer, a veces en el sentido literal del tér­
mino, com o lo ilustra el hambre. Las coyunturas históricas
pueden con d u cir a algunas sociedades a revelarse incapaces
de salir por sí mismas de su estancamiento. El suicidio c o ­
lectivo ha existido en la historia, y ningún optim ism o artifi­
cial autoriza a olvidarlo. El repliegue sobre utopías aferra­
das al pasado, alimentadas por un nacionalism o culturalista
que va viento en popa, es un ejem plo de elección de este gé­
nero. La desconexión, al inscribirse en la perspectiva socia­
lista, sigue siendo pues la única respuesta aceptable a los de­
safíos de nuestra época.
2. Esta form a de poner en tela de ju icio el orden capitalis­
ta a partir de las revueltas de su periferia obliga a repensar
seriamente la cuestión de la "transición socialista" a la abo­
lición de clases. Dígase lo q u e se diga, y no obstante los mati­
ces que se agreguen, la tradición marxista ha quedado en
desventaja por la visión teórica inicial de revoluciones o b re ­
ras que comienzan sobre la base de fuerzas productivas avan­
zadas, una transición relativamente rápida, caracterizada
por un poder dem ocrático de las masas populares que es teó­
ricamente más dem ocrático que el más dem ocrático de los
estados burgueses.
Ahora bien, si hoy fuera preciso resumir lo esencial de las
lecciones que es posible extraer de las experiencias del "pos-
capitalismo” , se podría hacerlo en los siguientes puntos:
C En prim er lugar: el carácter profundam ente desigual in­
manente a la expansión capitalista ha puesto a la orden del
día de la historia la revolución de los pueblos de la periferia.
Esta revolución es anticapitalista en el sentido de que se o p o ­
ne al desarrollo capitalista realmente existente, in soporta­
ble para estos pueblos. D icho de otra manera, las con tradic­
ciones más violentas que entraña la acum ulación capitalista
en su prop io m ovim iento real operan en la periferia del sis­
tema más que en esos centros. Sin em bargo esta revolución
anticapitalista no por ello es simplemente socialista. Las cir­
cunstancias le han dado una naturaleza com pleja.
'O En segundo lugar: el m arxism o ha desarrollado una vi­
sión de la sociedad sin clases que, según él, debe abrirse ca­
mino por el ju eg o m ism o de la respuesta a las con tradiccio­
nes internas del capitalism o. También ha desarrollado una
visión de las grandes direcciones de la transición del capita­
lismo al com unism o, intitulada fase socialista. Es posible
adherirse a la concepción del objetivo final, sin por ello
aceptar la tesis de una construcción socialista mundial ini­
ciada a partir de revoluciones obreras en los centros capita­
listas avanzados.
En tercer lugar: todas las revoluciones de nuestra época
(Rusia, China, Vietnam, Cuba, Yugoslavia, etc.) que infalible­
mente se califican de socialistas y que según la intención de
sus autores se asignaban este objetivo, son en realidad co m ­
plejas revoluciones anticapitalistas de este tipo porque se hi­
cieron en regiones subdesarrolladas del sistema mundial.
Por eso n o iniciaron la era de una construcción socialista
que respondiera a los criterios* definí dos originalm ente por
el marxismo. De la misma manera y por la misma razón, las
tentativas de avanzar sin reparar el obstáculo, iniciadas
aquí y allá en el T ercer Mundo capitalista, a partir de la radi­
ca liza ron del m ovim iento de liberación nacional, se han ca­
lificado infaliblem ente de socialistas. Por la misma razón,
las transform aciones operadas aquí, im portantes o frágiles,
según los casos, difícilm ente responden a los criterios clási­
cos del socialism o.
^ En cuarto lugar: en estas condiciones, la historia real nos
im pone analizar la naturaleza y la perspectiva de las evolu­
ciones "m ás allá del capitalism o’’ que se inician a partir de
la revolución anticapitalista de las periferias y de la radicali­
z a r o n de la liberación nacional. P or eso es necesario ir más
allá del discurso, ya sea de legitim ación (según el cual se tra­
ta de sociedades socialistas cuyas realizaciones son "globa l­
mente positivas", a pesar de los errores), o de polém ica ideo­
lógica (según la cual se trata de desviaciones con respecto a
un m odelo socialista teórico que se tiene en mente y que se
supone posible). Pero, habiendo rechazado el discurso ideo­
lógico, quedan dos tesis posibles. Una es que esas revolucio­
nes abrieron en realidad una era de desarrolla capitalista
pu ro y simple, así fuera en con flicto provisional con los cen­
tros dominantes del capitalism o mundial, y presenta, co m o
siem pre sucede, sus especificidades propias. No aceptamos
esta tesis y le oponem os aquella según la cual se trata de
revoluciones nacionales populares que, ante las contradic­
ciones p o r superar, lo han hecho con éxito variable que se
puede apreciar abriendo simultáneamente perspectivas al
desarrollo de tendencias antagonistas capitalistas naciona­
les, socialistas y estatistas.
Las sociedades poscapitaíistas se enfrentan a la exigencia
ae un desarrollo sustancial de las fuerzas productivas; En
efecto resulta ilusorio pensar en fundar "otro desarrollo”
sobre la indigencia. Aun si se rechazan los modelos de vida
y de con su m o producidos por el capitalism o en sus centros
avanzados, si se calcula el despilfarro real y la inhumanidad,
se desprende que hay que aumentar la producción alimenta­
ria y las capacidades industriales, abrir escuelas y hospitales,
construir viviendas, etc. Para todas estas tareas las tenden­
cias desarrolladas p*or el capitalism o, aun inteligentemente
seleccionadas y adoptadas, siguen careciendo de una com p e­
tencia seria. Ahora bien, si se cree, com o nosotros, que las
tecnologías n o son neutrales, se sobrentiende que el desarro;
lio de las fuerzas productivas obtenido sobre su base im pli­
ca determinadas form as de organización del trabajo (por
tanto relaciones de producción) al m enos parcialmente aná­
logas a las del capitalismo.
R econ ocer esta necesidad no es aceptar la tesis según la
cual es inevitable pasar tiem po p o r una fase de acumulación
capitalista, pues la revolución burguesa no es en su naturale­
za profunda producto de un movimiento de masas populares
organizadas y dirigidas p or los partidos políticos abierta­
mente anticapitalistas en su ideología y visión del porvenir.
Aceptada p or la burguesía local, la expansión capitalista que
im plica un desarrollo abierto sobre el sistema mundial es
aquí puesta en tela de ju icio por las masas populares que
aplasta.
La expresión de esta contradicción específica y nueva,
que n o había sido imaginada en la perspectiva clásica de la
transición socialista tal com o la-concibió Marx, da a los regí­
menes poscapitalistas su contenido real, el de una construc­
ción nacional y popular en la cual se com binan conflictiva­
mente las tres tendencias del socialismo, el capitalism o y el
estatismo.
El con flicto entre las fuerzas del socialism o y las del capi­
talism o y del estatism o en el seno de las sociedades poscapi­
talistas n o podría reducirse al examen formal del descubri­
m iento de la coexistencia de los distintos sectores de la
actividad; unos supuestamente socialistas a causa de la p ro­
piedad pública, los otros calificados de capitalistas p or estar
regidos por la propiedad privada. En efecto, en el prop io sec­
tor público las relaciones de jerarquía entre quienes deci­
den, los ejecutivos y los trabajadores, la organización del
p roceso de trabajo, la ideología de la eficacia tal com o se la
practica, siguen siendo en gran medida análogas a lo que son
en las sociedades capitalistas. Si n o obstante existen tenden­
cias que expresan las críticas de estas prácticas, es decir de
las fuerzas socialistas vivas en la sociedad'; se debe descu­
b rir su existencia tanto a nivel de la base trabajadora com o
en el de la organización del poder de Estado y de la ideología
que lo anima. Los escépticos dirán que esas fuerzas aparen­
temente están bastante débiles en la base; p or lo demás el
poder les niega el m edio para expresarse y cam biar la reali­
dad de las prácticas. Que por lo demás el poder, en gran me­
dida secreto y autócrata, manipula las consignas del socia­
lism o, y que el marxismo, perfectamente instrumentalizado,
se ha convertido de hecho en la ideología de legitimación de
este poder.
\/s Este ju icio p oco matizado y unilateral pasa por alto el
contenido nacional popular de los regímenes en cuestión. La
relación entre el poder nuevo y la§ clases populares que han
echado abajo al orden capitalista no es fruto de una coyuntu­
ra pasajera, la del m om ento de la revolución. Desde luego en
determinadas revoluciones burguesas el pueblo se m ovilizó
contra el antiguo régimen, pero entonces bajo la dirección
indiscutible de una clase — la burguesa— ya constituida y
fuerte. En estas condiciones la burguesía en efecto m onopo­
lizó el control del nuevo poder. Por el contrario en las revo­
luciones anticapitalistas, la nueva clase, si se la quiere lla­
mar así a falta de otra cosa, no és anterior al movimiento
popular; más bien es uno de sus productos. En la medida en
que esta nueva clase intenta cristalizarse en form a autóno­
ma ante el pueblo, opera precisamente mediante el control
del Estado. Esta cristalización avanza pues a través de una
relación com pleja, a la vez de alianza y de conflicto, entre la
nueva clase y el pueblo.
L Lo que falta decir es que las fuerzas capitalistas en el sen­
tido com ún del térm ino operan también en la sociedad pos-
revolucionaria, por la razón mencionada de que el desarrollo
necesario de las fuerzas productivas requiere su surgimien­
to permanente. Así pues no se trata entonces de simples ves­
tigios del pasado. La apertura de un espacio para las relacio­
nes mercantiles, la pequeña producción privada, y hasta
para el control de segm entos más importantes de la produc­
ción confiados a la em presa capitalista, a la cual el poder es
casi siem pre hostil en form a espontánea, pero que con fre­
cuencia termina aceptando por necesidad, demuestra casi
infaliblemente su eficacia (mejoramiento rápido de la pro­
ducción y del nivel de vida) y por eso mismo su popularidad.
i ¿P or qué.entonces esta superioridad aparente de las fo r­
mas capitalistas sobre las de la econom ía de Estado? Dare­
mos aquí una explicación que invierta la pregunta: ¿p or qué
la inferioridad aparente de la econom ía de Estado? Una res­
puesta plausible se basa en la observación de que la burgue­
sía sigue estando en realidad bastante bien organizada, a pe­
sar de los golpes que se le asestaron durante la revolución
nacional popular. Sabe pues sacar provecho de toda ocasión
que se le presenta. Por el contrario las clases populares sólo
han sido organizadas cuando se presenta la necesidad (y en
la revolución nacional popular). P or consiguiente, el poder
se ha dedicado a reducir su autonomía. Están pues poco ar­
mados para responder y oponer de manera eficaz su propio
proyecto.
*0} Chocam os aquí frontalmente con la cuestión de la dem o­
cracia. Ésta no es un lujo cuyo despliegue entraría en con ­
flicto con la aceleración del desarrollo material de la sociedad.
La experiencia histórica de las sociedades poscapitalistas
dem uestra lo contrario: que la dem ocracia popular es en
cam bio la con dición para esta aceleración. No se trata aquí
de prop oner algunas recetas concernientes a la práctica de­
m ocrática necesaria por establecer, pues sólo la praxis so­
cial real puede desprender sus form as adecuadas. N o o b s ­
tante se debe afirm ar el principio de que la dem ocracia
popular debe retomar la herencia de la dem ocracia burgue­
sa (los derechos del individuo, la independencia de la justi­
cia, el respeto a la pluralidad de opiniones, la separación
de poderes, etc.) para hacerlo avanzar, enriquecido p or una
dim ensión social nueva. Ésta tam poco podría reducirse al
paternajism o de Estado, que garantice em pleo, educación y
salud. Debe abrirse al control efectivo p or parte de los traba­
jadores de los m edios y las condiciones de la producción. Au­
togestión, libertad sindical, com unas campesinas constitu­
yen m edios — y a veces experiencias reales— que, yendo en
este sentido, no podrían ser subestimados.
C Sin duda el poder con frecuencia considera a estas form as
de la dem ocracia popular concesiones a las cuales no debe
ced er más que en última instancia, si se ve obligado. Allí se--
expresan las am biciones de la nueva clase, lo cual nos con ­
ducirá a exam inar la cuestión del estatism o y del fetichism o
del poder.
•Q Sin em bargo antes de abordar esta cuestión nos falta de­
cir algunas palabras relativas a la dimensión nacional del
proyecto nacional popular. El desarrollo capitalista periféri­
co descom pone a las naciones que son sus víctimas, mien­
tras que en el lado opuesto, la cristalización capitalista en
los centros del sistema ha dado su contenido m oderno a las
naciones que lo com ponen. Debilitamiento de la nación, en
cuanto a ctor colectivo que participa realmente en el m odela­
do del m undo moderno, y periferización económ ica van ne-
cesariam ente de la mano. Por esto el rechazo de ta periferi-
zación por los pueblos que son sus víctim as reviste siem pre
una dim ensión nacional .9 Sean cuales fueren los ju icios de
valor basados en los conceptos de humanismo, liberación
social e internacionalism o que forjaron el pensamiento p ro­
gresista burgués y luego el m arxism o, sigue siendo indiscu­
tible el carácter fundamentalmente progresista de la libera­
ción nacional y del contenido nacional de la sociedad popular
poscapitalista. Desde luego el nacionalism o transmite proble­
mas y com prende sus aspectos negativos, así com o conocerá
sus límites históricos, com o cualquier etapa de la historia hu-
maná. No por ello deja de ser una exigencia insoslayable.
'fó ¿Debem os m atizar este optim ism o en lo que respecta a la
perspectiva de los poderes nacionales populares? La atrac­
ción que ejerce aquí el m odelo occidental no es desdeñable.
Los criterios de eficacia, aceptados sin dem asiado espíritu
crítico, podrían ser los vehículos para una reconexión que
siga a una desconexión transitoria. H agam os pues sobre ese
tema dos observaciones. La prim era es que en el estado ac­
tual de cosas, y para el horizonte del porvenir visible, no se
trata de una cuestión de reconexión en el sentido de una in­
tegración al sistema mundial que im plique la sumisión a la
lógica del desarrollo capitalista mundializado, sino sencilla­
mente de una intensificación de los intercam bios exteriores
que los Estados nacionales populares son capaces de dom i­
nar en gran m edida y de som eter a la lógica de su desarrollo
interno. Una vez más aquí el apego de los pueblos y de los
poderes de los países socialistas a su independencia es un
fa cto r real, p od eroso y positivo. N o tiene sentido im aginar
que esos poderes aceptarían la suerte de la com prador i za*
ción a la cual se someten las clases dirigentes del T ercer
M undo capitalista. La segunda observación es que aun si
—en un porvenir más lejano aún no visible— las sociedades
nacionales populares consideraran una intensificación de
sus relaciones exteriores próxim a a la reconexión, ésta por
sí misma ejercería gran influencia en el equilibrio m undial.
El sistema mundial reconstituido de esta manera ya no po­

9 Sam ir Amin, “Nation, Ethnie et M inorité dans la crise” , Boletín de! Fo-
- rum da Tiers Monde, núm. 6, Dakar, 1986.
dría ser calificado de capitalista de una manera absoluta y
unilateral. En efecto, un inmenso progreso interno habría
precedido a esta reconexión que sólo habría p odido ser reali­
zado a condición de que la tendencia socialista en el seno de
esas sociedades nacionales populares hubiera sido desarro­
llada y reforzada. Por lo demás esta reconexión, en estas
condiciones, implicaría que en Occidente se hubiera avanzado
considerablem ente también en un sentido popular. A partir
de la social dem ocracia actual quizá y hasta indudablemente
sea así. Sin em bargo tendríamos entonces que vérnoslas con
un sistema global en transición, cuyos aspectos socialistas
ya n o serían desdeñables, ni aquí ni allá.
La sociedad/iacion al popular poscapitalista no es él lugar
sólo del con flicto entre form as y fuerzas capitalistas y socia­
listas. También es el m arco del surgim iento de un tercer
com ponente social, el estatismo.
Sin duda la intervención del Estado en la vida social y la
propiedad pública no son cosas novedosas. Asociadas en di­
versos estadios del surgim iento y de la expansión capitalis­
ta, las funciones del capitalism o de Estado han sido p or este
hecho diversas. Por eso la reducción de cualquier estatism o
á un simple capitalism o de Estado {o capitalism o bu rocráti­
co) no resuelve la cuestión de la naturaleza y de las perspec­
tivas de éste. Sobre todo porque aquí este surgim iento viene
después de una revolución anticapitalista. La naturaleza de
este estatismo plantea pues cuestiones nuevas, para las que
los razonamientos por analogía son más engañosos que ins­
tructivos.
VA Gramsci, al proponer la conocida exposición sob re el inte­
lectual orgánico, suponía que cada clase importante en la
historia, ya fuera dominante (la burguesía en el capitalism o)
o que pudiera aspirar a serlo (la clase obrera), produce por
sí misma colectivam ente su ideología y su cultura, sus fo r­
mas de organización y sus prácticas. £1 intelectual orgánico
es el catalizador de esta producción a la cual él da la expre­
sión adecuada para que la ideología de la clase que represen­
ta se pueda erigir en ideología dominante en la sociedad.
Gramsci suponía, por otra parte, que la clase obrera de los
centros capitalistas era revolucionaria, y sobre la base de
esta hipótesis, reflexionaba sobre las condiciones del surgi­
miento del intelectual orgánico de la revolución socialista (el
partido de vanguardia). Si se piensa que la hipótesis de
Gramsci es errónea, y que la clase obrera de los centros ca pi­
talistas también acepta las reglas fundamentales del ju ego
del sistema, se debe entonces deducir que las clases trabaja­
doras no son aquí capaces de p rod u cir su prop io intelectual
orgánico socialista. Producen p or supuesto cuadros que or­
ganizan sus luchas, pero se trata de cuadros que han renun­
ciado a pen saren términos del proyecto alternativo de la so­
ciedad sin clases. En estas sociedades existen individuos que
siguen apegados a la visión de aquélla. Pero el m arxism o o c ­
cidental es un m arxism o de camarillas y de universidad sin
im pacto social. También existen en estas sociedades exigen­
cias de naturaleza socialista que se abren paso a través de
expresiones diversas. Sin embargo, es característico que
estas exigencias no se articulen en un proyecto global. Así
p or ejem plo los ecologistas y las feministas se niegan for­
malmente a ir más allá de la reivindicación específica que
los define.
“T. La situación en la periferia es totalmente diferente. Aquí
las clases populares nada tienen que esperar del desarrollo
capitalista tal com o lo es para ellas. Son potencialmente an­
ticapitalistas. Sin em bargo su situación no corresponde a la
del proletariado com o la concibe el marxismo clásico, pues
se trata de un conglom erado heterogéneo de víctim as del ca­
pitalismo extremadamente golpeados de maneras diversas.
Estas clases no están en posición de elaborar p or sí mismas,
solas, un proyecto de sociedad sin clases. Son capaces y lo
prueban constantemente, de rebelarse, y de manera más ge­
neral de resistir. En estas condiciones queda abierto un es­
pacio histórico para que se constituya la fuerza social capaz
de cum plir esta función objetivamente necesaria y posible:
la del catalizador que form ule el.proyecto social alternativo
al capitalismo, organice a las clases populares y dirija su ac­
ción contra él capitalismo. Esta fuerza es precisam ente la in-
teliguentsia que se define por: su anticapitalismo; su aper­
tura a la dimensión universal de la cultura de nuestra época
y, por este m edio, es capaz de situarse en este mundo, de
analizar sus contradicciones, de com prender cuáles son sus
eslabones débiles; su capacidad simultánea de mantenerse
en com unión viva y estrecha con las clases populares y de
com partir su cultura.
Falta p or saber cuáles son las condiciones favorables
para la cristalización de semejante inteliguentsia y cuáles
son los obstáculos que se le presentan. Esta cuestión, sobre
la que se ha reflexionado muy poco, es sin em bargo la cu es­
tión fundamental que la historia ha puesto objetivam ente a
la orden del día. Aquí no se puede hacer más que señalar las
condiciones culturales de esta cristalización. El rechazo a
aceptar y com prender la dimensión universal de la cultura
que la m undialización real iniciada por ej capitalism o há im ­
puesto ya —a pesar del carácter contradictorio de esta mun-
dialización cuyas víctimas son los pueblos de la periferia—
y el repliegue en un nacionalism o culturalista negativo an­
tioccidental sin más —y con frecuencia neurótico— no con s­
tituyen el geamen posible de una respuesta eficaz.
^ 4. El nuevo Estado nacional popular es una necesidad p or
m últiples razones. En principio porque, inscrito en un siste­
ma mundial de estados, la sociedad nacional popular que
se constituye rompiendo con la mundialización capitalista se
enfrenta a los estados capitalistas cuya agresividad para con
él jam ás ha dejado de manifestarse. Luego porque la so cie ­
dad nacional popular es una alianza de clases con intereses
en parte convergentes, en parte conflictivos. Por ejem plo,
hay una divergencia de intereses reales entre cam pesinos y
habitantes de las ciudades. El Estado es el instrum ento de
la gestión de esas relaciones. Finalmente porque la relación
entre la inteliguentsia y las clases populares es igualmente
com pleja, entretejida a la vez p or alianzas y conflictos.
Estas condiciones originan el fetichism o del poder, tan vi­
siblemente evidente en las sociedades posrevolucionarias.
Un fetichism o que se nutre de ilusiones graves, entre otras
la de que sería posible controlar las tendencias capitalistas
y socialistas que operan en la sociedad. La historia prue­
ba que este poder no controla las tendencias capitalistas,
más que reprimiéndolas, a cam bió de las dificultades econ ó­
m icas que con ello crea. En cuanto al control de los trabaja­
dores por la asociación del patem alism o de Estado (las reali­
zaciones materiales efectivas en favor de los trabajadores),
de la manipulación (la instrumentalización del m arxism o
oficial) y de la represión, la historia demuestra también que
debilita el desarrollo económ ico y que con oce sus límites.
C En este esquema analítico, el estatism o constituye un ter­
cer com ponente autónom o. N o es la simple máscara de un
capitalismo en construcción ni, com o pretende el discurso
ideológico del poder, una form a cu yo contenido sería socia­
lista por definición.
X) El Estado nacional popular plantea la cuestión fundamen­
tal del papel del factor interno. Esta cuestión se plantea aquí
y no en las periferias capitalistas donde ese factor interno
está fuertemente dañado en su autonomía por la importan­
cia de las presiones externas. Por el contrario, en los estados
nacionales populares, el factor interno se vuelve de nuevo
decisivo. En este sentido se descubre de nuevo que la fatali-
dad histórica no existe. Por factor interno entendemos aquí
por supuesto la dialéctica de la triple contradicción señalada.
'fe Esta form ulación de la transición en términos de sociedad
nacional popular nos conduce a rechazar simple y sencilla­
mente la tesis oficial de la construcción socialista. Pues el
socialism o que se pretende construir se enfrenta permanen­
temente al resurgim iento de relaciones de producción mer­
cantiles y capitalistas que se imponen para asegurar una
mayor eficacia en el desarrollo necesario de las fuerzas pro­
ductivas. Cincuenta años después de la "victoria del socialis­
m o” en la URSS la cuestión del m ercado vuelve a estar a lá
orden del día. Veinte años después de que la Revolución cul­
tural china había, dicen, resuelto el problema, he aquí que
de nuevo esas m ism as relaciones "abolidas” deben ser restá-
blecidas.
Eri vez de la cantinela dogmática y vacía con respecto a la
construcción socialista hay que analizar las experiencias
posrevolucionarias en los términos concretos de los con flic­
tos tripartitos m encionados, que sirven de base a las evolu­
ciones reales. Este análisis concreto impide admitir la idea
de un m odeló, más o menos viable en general, así com o im pi­
de reducir esas diferentes experiencias a no ser más que la
expresión de la realización progresiva de esta línea general.
Por el contrario se debe poner el acento en las diferencias
que caracterizan estas experiencias, sus avances y retroce­
sos, sus estancamientos y las superaciones de éstos.
j>i 5. La experiencia del m ovim iento de liberación nacional
plantea las mismas cuestiones, porque n o e s de una natura­
leza diferente del que con du jo a las revoluciones socialistas.
N o difiere más que en grado, pero no en su naturaleza. Uno
y otro son respuestas al desafío de la expansión capitalista,
la expresión del rechazo de la periferización que implica. El
movimiento radical de liberación nacional es igualmente íá
expresión de una vasta alianza social, que ha involucrado a
las clases populares. Si bien en algunos casos la dirección
burguesa parece evidente, en los otros l o e s menos, pues la
burguesía con frecuencia se ha encontrado en el cam po del
com prom iso precoz con el imperialismo. En los m ovim ien­
tos radicales de liberación nacional encontram os igualmen­
te el elemento inteliguentsista cum pliendo las funciones de
catalizador de las fuerzas populares, cu yo papel ha sido más
decisivo que el de la pequeña burguesía a la cual se conside­
ra con demasiada frecuencia, y equivocadamente, el actor
principal.
ib Se podría entonces decir que las revoluciones socialistas
son revoluciones nacionales populares que han logrado su
objetivo por m edio de una desconexión basada en un poder
no burgués, mientras que los movim ientos de liberación na­
cional, dado que han qu edad oba jo la dirección de la burgue­
sía, no han realizado todavía su objetivo. Por ello> las nuevas
revoluciones nacionales populares están a la orden del día
de las exigencias objetivas en el Tercer M undo contem porá­
neo. Sin duda estas revoluciones que vendrán n o serán más
socialistas que las precedentes, sino sólo nacional populares.
Sin duda también tendrán sus especificidades que gobiernen
a la vez las condiciones internas y los factores externos en
aquello que tendrán de nuevo. A su vez estas revoluciones
nacionales populares modularán las relaciones futuras N or­
te-Sur y constituirán en el futuro, com o lo han constituido
desde hace 70 años, el elem ento dinám ico fundamental en la
evolución global de nuestro mundo.
A 6 . Sin embargo, muchos dudan que tales revoluciones sean
todavía posibles, tomando en cuenta el estadio alcanzado por
la transnacionalización que, ya irreversible, hará caduca por
el mismo motivo cualquier estrategia de rompimiento.
¥5 El poder de las com unicaciones m odernas indiscutible­
mente tiene profundos efectos perversos sobre todas las so­
ciedades de la periferia. Nadie lo discute. ¿Es decir que no
hay respuesta posible a aquéllos, que hay que aceptar ínte­
gramente —com o una obligación ineludible— la alienación
de los m odelos propuestos por el capital a través de los m e­
dios de com unicación m undializados?
C El discurso relativo a las nuevas tecnologías (nuclear, bio­
tecnología, informática, etc.) es un discurso dem agógico y
fácil, destinado a desconcertar a los pueblos y, sobre todo,
a descorazonar a los del T ercer Mundo. "S i no toma el tren
en marcha hoy", se nos dice “ mañana ya no será nadie” . No
es cierto: un pueblo que hoy se apropiara del dom inio de las
tecnologías triviales p or su revolución nacional popular,
pronto sería capaz, mañana, de recuperarse en los terrenos
nuevos con los que se le quiere im presionar para paralizar­
lo. Por el contrario, sin el dom inio de las tecnologías actual­
mente practicadas ¿se puede esperar saltar directam ente a
las del porvenir?
Ciertamente la creciente centralización del capital ha he­
cho pasar a la m undialización p or etapas distintas, definidas
p or form as particulares y adaptadas, por ejem plo los oligo-
polios de los im perialism os nacionales en con flicto de 1880
a 1945, la "m ultinacional” del período posterior a la segunda
guerra mundial. ¿Se está a punto de entrar en una nueva
fase cualitativa de la m undialización del capital? ¿Es la deu­
da internacional el signo de esta nueva cristalización? ¿O es
sólo un epifenóm eno que acom paña a la crisis de reestructu­
ración? Desde luego deben estudiarse estos problem as. Pero
nada obliga a aceptar la inscripción necesaria de toda estra­
tegia eficaz en la lógica de las exigencias de la expansión del
capital. Ésta es una cuestión de principio.
^ S i n duda las estrategias m ilitares contem poráneas le han
dado a las superpotencias una nueva visión de la geoestrate-
gia que nadie puede ignorar. ¿Hay que someterse entonces?
¿O, p or el contrario se debe y se puede llevar a cabo el com ­
bate político p or el rom pim iento, es decir la no alineación en
la perspectiva de la reconstrucción de un m undo policéntri-
co ? Esta cuestión no está reservada exclusivamente al Tercer
Mundo. ¿N o es también una no alineación europea la m ejor
respuesta de la vieja Europa al peligro de la confrontación
de las superpotencias? ¿El m ejor m edio de suprim ir el peli­
gro qué ello entraña?
K- La expansión capitalista ha creado ciertam ente en la peri­
feria condiciones cada vez más difíciles desde el punto de
vista de la constitución de Estados-naciones semejantes a
com o son en Occidente. La im portación de las instituciones
estatales copiadas de las de Occidente, que la ideología b u r­
guesa local ha preconizado, ha dem ostrado su vanidad. En
efecto la expansión periférica del capital arruina precisa­
mente las oportunidades de cristalización nacional, revela la
Fragmentación y la pulverización de la sociedad. La crisis de
los m ovim ientos sociales, el surgim iento de form as de re-
agrupamiento social en torno a com unidades elementales
(familiares, regionales o étnicas, religiosas o lingüísticas),
así com o la crisis cultural de nuestras sociedades, constitu­
yen el testim onio de los efectos de la periferización capitalis­
ta. Es precisam ente porque tom am os en cuenta este hecho
por lo que hablam os de revolución nacional popular y no de
revolución socialista.
Así pues, si hay algo nuevo en las condiciones creadas por
la transnacionalización profundizada, la hipótesis más plau­
sible podría resumirse en una frase: la burguesía de las peri­
ferias se ve y se verá cada vez menos dividida entre su ten­
dencia nacional y su tendencia a someterse a las presiones
globales y se volcará cada vez más al cam po de la com prado-
rización aceptada. La revolución nacional popular es p or
ello una necesidad objetiva cada vez más importante y la ex­
clusión de la burguesía da una responsabilidad histórica
¿reciente a las clases populares y a la inteliguentsia suscep­
tible de organizarías.
(A N ecesidad objetiva creciente significa que la contradic­
ción principal por la cual la acum ulación del capital se ha
m anifestado durante siglos y se sigue manifestando no hace
más que agravarse de etapa en etapa. El conflicto Norte-Sur,
si así se llama a esta contradicción, lejos de atenuarse p ro­
gresivamente p or la expansión global del capital, se agudiza
por efectos de ésta. Si los pueblos del sur n o saben dar a esta
crisis la respuesta nacional popular que se impone, si las
fuerzas progresistas del norte se dejan m arginar y se alinean
detrás del capital dominante, se irán entonces hacia una bar­
barie creciente. Como siempre, los términos de esta salida
son: socialism o o barbarie. Pero mientras se había imagina­
do que las luchas victoriosas de las clases obreras de O cci­
dente iniciarían el camino al socialismo, es preciso com pro­
bar hoy día que el camino será más largo, más tortuoso; un
cam ino que pasará por la revolución nacional popular de la
periferia en espera de que, por sus propios avances, los pue­
b lo s de O ccidente contribuyan a crear las condiciones indis­
pensables para una renovación intemacionalista,

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O B S E R V A C IO N A N E X A A LAS N OTAS l Y 8
"P O R U N A V IS IÓ N N O E U R O C É N TR IC A DEL M U N D O C O N T E M P O R A N E O ’

La estructura del reparto mundial de los ingresos per cápita está


ilustrada por la pirámide bien conocida ABC. La teoría convencio­
nal (incluyendo la del marxismo vulgar) se basa en ésta para negar
la existencia de una diferenciación cualitativa centros-periferias: el
'‘ subdesarrpllo” no es más que relativo y el Tercer Mundo es múlti­
ple. Las dos figuras superpuestas a esta pirámide (la pirámide trun­
cada L M N O y el rectángulo P Q R S ) ilustran el reparto interno
de los ingresos. Cada uno de los segmentos LM— PQ— RS es tanto
más ancho cuanto más desigualmente está repartido el ingreso na­
cional. Para los países del Tercer Mundo situados en su gran mayo­
ría en la mitad superior de la pirámide ABC, el ingreso está por lo
general tanto más desigualmente repartido cuanto su media seele-
va {el segmento NO es más ancho que LM), Para los países capitalis­
tas desarrollados situados en la mitad inferior de la pirámide ABC,
el ingreso está repartido de una manera más o menos análoga de
uno a otro país y el grado de esta desigualdad es casi siempre infe­
rior a lo que es en los países de la periferia (el segmento PQ es más
estrecho que LM). La superposición de estas dos figuras demuestra
que existen dos estructuras sociales cualitativamente diferentes
y que, no obstante su variedad, los países de la periferia constitu­
yen un conjunto qu«L contrasta,con los. del, centro. .
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tipografía y formación: carlos palleiro
impreso en editorial romont
presidentes núm. 142
col. portales - deleg. benito juárez
03300 méxíco, d.f.
tres mil ejemplares más sobrantes para reposición
26 de mayo de 1989

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