Otro Libro de Viajeros de Lopez Burgos
Otro Libro de Viajeros de Lopez Burgos
Otro Libro de Viajeros de Lopez Burgos
P J
Relatos de viajeros de habla inglesa
Siglos XIX y XX
© de la presente edición: Consejería de Turismo, Comercio y Deporte. Junta de Andalucía
© Estudio preliminar, selección de textos y traducción: María Antonia López-Burgos del Barrio
© de Ilustraciones y acuarelas: María Antonia López-Burgos del Barrio
Diseño y producción editorial: Signatura Ediciones de Andalucía, S.L.
Impreso en España
A Gabriel
La autora
Í
Í
Presentación institucional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
9
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
10
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
11
P
Al margen, en su mayor parte y durante mucho tiempo, de los grandes caminos que
cruzaban España, Jaén hizo buen pan de las tortas que tenía y conservó un inmenso pa-
trimonio que, además de grande y singular, se extiende a lo largo de milenios.
La naturaleza reinó y reina en Cazorla y Segura protegiendo la cuna del río Guadalquivir
y, a su lado, encontraremos ya las más altas expresiones artísticas de los Iberos: apenas traspa-
sada la frontera que une Andalucía con Castilla, en Santa Elena, el Santuario del Collado de
los Jardines o, muy cerca, el de los Altos del Sotillo, en Castellar, y luego el ancho muestrario
que guarda el Museo de la capital con piezas tan excelsas como “El Lobo de Huelma”.
La huella de Al-Ándalus sigue marcada en Alcalá la Real –la antigua Alcalá de Aben-
zaide– que yergue su Mota sobre una peña, como Martos, signo de haber sido frontera
con la Granada de los nazaríes, una dinastía que tuvo su solar en Arjona.
Luego brillaron la Úbeda y la Baeza renacentistas –patrimonio ambas de la humani-
dad– y el sin par rosario de castillos que en realidad fueron palacios en cuanto los cam-
pos de batalla se alejaron. Ellas, junto con la ciudad de Jaén, guardan las obras geniales
de nuestro mejor arquitecto del siglo XVI, Andrés de Vandelvira.
El camino entre la Meseta y el valle del Guadalquivir se convertiría en ruta real cuando
Pablo de Olavide repoblara la zona en el siglo XVIII y, al mismo tiempo, la protegiera. Es
entonces cuando comienzan a transitarla los viajeros románticos, atraídos por la imagen
exótica de Andalucía, que componen esta antología minuciosa que María Antonia López-
Burgos del Barrio dedica a los de pluma inglesa, ascendiendo un peldaño en esta colección
en la que el poema de Manuel Machado “Canto a Andalucía” nos traza y subraya la ruta.
Que en esta etapa, la del Jaén Plateado, puedan disfrutar todos cuantos lean las im-
presiones que nos transmiten viajeros y viajeras de siglos pasados y que, en buena parte,
podemos sentir todavía hoy.
13
P
Entre las diversas acepciones etimológicas que se han querido para el nombre árabe
de Jaén, Yayyan, la de “paso de caravanas” parece haber marcado el destino de esta bella
y rica provincia andaluza. Situada al borde de la Meseta castellana, con el paso natural
más frecuentado durante siglos para entrar en Andalucía, Despeñaperros, sus llanuras y
suaves ondulaciones aceleraban la marcha de cuantos viajeros soñaban con las bellezas
de Córdoba, Granada y Sevilla o necesitaban alcanzar las costas malagueñas, gaditanas
u onubenses. Cercana a esas Mecas musulmanas de Granada o de Córdoba, paradójica-
mente resultaba lejana a los intereses de los ansiosos descubridores de aquellas gloriosas
reliquias. Al trote de las caballerías o a la velocidad del automóvil, la imagen de este
territorio percibida por el viajante era, y aún lo puede ser, el del espeso mar de olivos
que en su fugaz travesía deja en nuestras retinas el centelleo blanquiverde de sus hojas:
El poético “plateado Jaén”, retomado como título para este libro, que contiene las unas
veces fugaces, y otras más detenidas, impresiones de aquellos ojos de mirada curiosa e
infatigable venidos de allende de nuestras fronteras. No de cualquier país, sino de un
ámbito muy concreto el angloparlante, británicos o norteamericanos.
La elección no es aleatoria, aunque muchas de las características de estos viajeros sean
comunes a las de otros países o lugares, porque la capacidad de observación del inglés
es proverbial y su curiosidad por todo o casi todo no parece tener colmo. “Curiosos
impertinentes”, han sido denominados por un especialista en el tema, Ian Robertson, y
también desde esa perspectiva le han interesado desde hace ya bastantes años a Miriam
López-Burgos, profesora de Filología inglesa en la Universidad de Granada, volcada
durante más de treinta años al estudio de este peculiar género de la literatura de viajes
desde la vertiente anglosajona y con referencia especial a Andalucía, ya que ésta ha sido
la principal atracción dentro de la geografía española para esos extranjeros. A su Viajeros
ingleses en la Granada de 1850 o las Viajeras en la Alhambra, publicada en esta misma
colección, otros títulos, como Por Tierra de Bandoleros (Málaga, 2002) o ¡La bolsa o la
vida! (Málaga, 2004), son buena muestra de su especial conocimiento del tema en el que
ha centrado su actividad investigadora a través de la colección Viajeros ingleses por Anda-
lucía, que ella dirige y en la que van publicados ya más de una docena de libros.
15
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
16
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
estéticamente de la vivida por la Condesa D´Aulnoy, dos siglos antes, cuando nos dice
que bajaba las cortinillas de su coche para no ver el desfiladero y el fondo del barranco.
Luego, Bailén no satisface demasiado a la vista, aunque algunos digan haber visto allí
por primera vez en su vida una palmera… ¡Primicias de Oriente!, que ya parece tocarse
con la mano. Pero sobre todo lo que Bailén evocará en todo inglés, principalmente en
los viajeros del Ochocientos, será la hazaña bélica de la derrota francesa, no siempre
ensalzadora del valor o de la habilidad estratégica del ejército español, cuando no llega
a ser planteada incluso como una victoria compartida con las tropas británicas. Andújar
soporta un juicio desigual; para unos es una pequeña ciudad sin apenas interés, mientras
que para otros es un lugar excepcionalmente limpio y donde el viajero puede encontrar
un alojamiento digno, aparte de un cierto valor patrimonial.
En la otra ruta de mayor tránsito, la que desde Bailén parte hacia Granada, Jaén es el
hito más significativo, aunque tampoco salga del todo bien parada. Para muchos es un
mero alto en el camino en el que si apenas descienden del carruaje o se pasa de largo en
el automóvil. La ciudad se percibe en la distancia, pintoresca para algunos e insulsa para
otros, sólo la catedral merece los elogios de los atrevidos a andar la ciudad en una fugaz
visita. Úbeda y Baeza, desplazadas de estos dos grandes ejes viarios, requieren un viaje
transversal por la provincia, que los menos se plantean si bien los que llegan lo hacen
por un interés artístico y conducidos por la recomendación del amigo o del entendi-
do, al igual que también solía ocurrir con Jaén, y que como igualmente ocurre con las
recomendaciones no siempre resultan lo satisfactorias que cabría esperar de los elogios
previos.
El arte, no obstante, es un acicate para el viajero culto e incluso el menos culto y
diría que el motivo principal por el que el turista puede variar una ruta y difícilmente
puede tampoco obviar en el caminar rutinario. Así, por ejemplo, la anodina –para la
mayoría– Bailén guarda sorpresas artísticas que el fino e irónico periodista Charles B.
Luffmann descubre en las cajoneras renacentista de la sacristía de la iglesia. O Dundas
Murria de la mano de un canónigo de Jaén entra su oratorio privado para admirar, según
él, nada menos que un Velázquez. Este mismo autor, de indudable formación aunque
17
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
discutible juicio estético, aprecia una Andújar plateresca, en su conjunto, de mal gusto.
Pero junto a esto encontramos críticas ajustadísimas en quienes no tenían especial for-
mación artística, como el citado capitán Cook, ante la catedral de Jaén de cuya Sacristía
dice tener unas proporciones admirables puramente de estilo clásico. Por cierto, que más
de uno, casi a modo de tópico, no pueden evitar la comparación del templo jiennense
con la catedral de San Pablo de Londres, aunque de menor tamaño.
Entre los viajeros del siglo XX el perfil del especialista en arte sustituye la apriorística
mirada del romántico de la centuria anterior por el análisis más académico. De este
modo asistimos a una perfecta descripción del palacio de Jabalquinto, en Baeza, de la
mano del historiador Sacheverel Sitwell, que escribiría un significativo libro sobre el
Barroco, en su visita a esta ciudad en 1950. Igualmente el norteamericano McKinley
Helme, buen conocedor del arte hispanoamericano, hacía lo propio dos años después
en Úbeda y Baeza.
No terminan aquí los aspectos de interés de estos relatos. El carácter, las condiciones
de vida del pueblo español, jienense en este caso, salpican constantemente las impresio-
nes del viaje con sus luces y sombras: la proverbial generosidad y educación, fruto de
una herencia oriental, desde su punto de vista; pero también la dejadez y la endémica
pobreza llevada con mayor o menor dignidad, sin que tampoco se deje de ver de forma
pintoresca, evocando incluso los cuadros de aquellos niños de la calle pintados por Mu-
rillo, y por supuesto la abigarrada atmósfera de olores y colores que inundan las calles
tan diferente de sus ambientes de origen.
Con sus puntos en común con otras regiones y lugares de España, pero con una
indudable originalidad también, Jaén recobra una imagen desconocida en muchos
aspectos a través de estos relatos, que con perspicacia y habilidad Miriam López-Bur-
gos ha sabido espigar y presentárnoslos en versión española directamente realizada
por ella, gracias a su especialización filológica, pero enriquecida además con unas
deliciosas viñetas, fruto de apuntes del natural tomados por la autora, que nos revela
así su sensibilidad y su condición artística en pura sintonía con la ilustración del viaje,
18
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
inseparable sobre todo del viaje romántico, y que tan espléndidos álbumes y libros de
viajes nos han dejado. Así, en la cuidad edición de este Plateado Jaén el lector podrá
imaginativa y visualmente viajar por esta todavía desconocida, en muchos aspectos,
provincia de Andalucía.
Pedro A. Galera Andreu
19
E
Para el lector iniciado en el fascinante género literario de viajes1, decir que España
ha sido el país del que más se escribió durante la segunda mitad del siglo XVIII, a lo
largo de los siglos XIX y XX y uno de los que más se sigue escribiendo en la actualidad
es obvio y de todos conocido. Pero para el lector profano en la materia que se acerca por
primera vez a una antología de textos de viajeros por España debemos enmarcar el tema
ofreciendo unas brevísimas pinceladas introductorias.
El impulso por viajar, ya fuese por necesidad o simplemente para satisfacer la cu-
riosidad, ha sido una constante del ser humano a lo largo de la historia aunque no será
hasta mediados del siglo XVII y sobre todo durante el siglo XVIII cuando se empieza a
hacer cada vez más general la idea de que se puede viajar sólo por placer, y es entonces,
cuando España, país que había permanecido al margen de las rutas culturales europeas,
comienza a ejercer una poderosa atracción entre los viajeros procedentes del Reino Uni-
do quienes, cansados de las comodidades y de los caminos trillados de los países que
tradicionalmente se incluían en lo que se dio en denominar el Grand Tour2 , ven en la
Península Ibérica una tierra por descubrir.
Son cientos los viajeros que desde mediados del siglo XVIII y sobre todo durante el
siglo XIX recorren España cuadernillo en mano, unos dibujando, otros escribiendo sus
diarios, libros de bitácora coloristas y amenos, dejando constancia de haber realizado el
viaje, pero ya fuese con el carboncillo, el pincel o la palabra, a todos les mueve el ánimo
de llegar a lo más profundo del alma de esta tierra indómita y describir un país que,
1 Cada vez que emprendo la tarea de introducir un nuevo trabajo de literatura de viajes sobre algún
tema o alguna zona geográfica concreta, me pregunto si debo “repetir” las observaciones generales
que facilitarán la lectura al lector profano, o si por el contrario, debo obviar lo que entre los asiduos
lectores es archiconocido y reiterativo y siempre termino ofreciendo unas brevísimas pinceladas so-
bre quiénes eran los viajeros, qué les traía a España y el por qué de la fascinación que ha ejercido
España y lo español y sobre todo Andalucía y lo andaluz, a lo largo de las dos últimas centurias.
2 Los británicos fueron los creadores de lo que luego se llamó el Grand Tour, es decir, el viaje que reali-
zaban por centro Europa los hijos de las familias nobles, una vez finalizados sus estudios. Lo que en el
siglo XVII había sido un viaje minoritario, con el paso de los años se convirtió en un recorrido turístico
que la moda extendió a los hijos de familias acomodadas y que solía incluir Los Países Bajos, algunos
principados alemanes, Francia, Suiza e Italia. En este recorrido había dos ciudades clave: París y Roma.
Para saber más del Grand Tour ver: FREIXA, C. Los Ingleses y el arte de viajar. Barcelona 1993.
21
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
aunque atrasado con respecto a otros países de Europa, les ofrece el orientalismo y el
pintoresquismo que podían desear y que por encima de todo era un país que consideran
“diferente”.
Viajaron por España infinidad de extranjeros sobre todo centroeuropeos, pero fue-
ron sin embargo los que llegaron desde las Islas Británicas y un tanto en menor grado los
norteamericanos, los que han dejado una producción literaria más amplia y continuada
a lo largo del siglo XIX y primera mitad del XX.
Peter Besas afirma en la introducción a su obra The Written Road to Spain3 «Los es-
tantes de muchas bibliotecas y librerías crujen bajo el peso de libros de viaje y guías sobre
España. Y cada año el número se va incrementando», aunque esto no es nuevo, durante
la estancia de H. Willis Baxley en España entre los años 1871 y 1874, su amigo George
H. Williams, Earl of Baltimore le escribió en estos términos4: «mira y anota tanto como
te sea posible de ese país para tus amigos que no podemos estar contigo [...] sobre todo,
observa y describe todo lo que te sea posible de Granada. Cuanto más mejor del estado
pasado y presente de ese palacio árabe cuya historia ha sido tan rica en acontecimientos».
Incluso Samuel Manning, autor de Spanish Pictures5 dice en 1870: «Residentes y turistas
en España, están comenzando a quejarse de la invasión de hordas del norte. Ahora nos
podemos encontrar con numerosos viajeros ingleses y norteamericanos, no sólo en luga-
res tales como Granada y Sevilla, sino en Segovia, Ronda o Ávila y los libros de viajes
por España se han multiplicado en proporción». Unos años más tarde fue Horatio H.
Hammick6, administrador de las fincas españolas del Duque de Wellington quien nos
dice: «No hay país sobre el que se escriban anualmente más libros que España».
Si tenemos en cuenta las dotes de observación que enriquecen el temperamento an-
glosajón, no es de extrañar que se dedicasen a observar y describir países extranjeros.
3 BESAS, P. The Written Road to Spain Madrid, 1988, pág. 13.
4 BAXLEY, H. W. Spain, Art Remains and Art Realities London, Longmans , Green and Co. 1875.
5 MANNING, S. Spanish Pictures drawn with Pen and Pencil London, The Religious Track Society,
1870.
6 HAMMICK, H. The Duke of Wellington Spanish’s State London, Spottishwoode, 1885.
22
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
Durante el siglo XIX y primeras décadas del XX, España ofrecía al viajero todo lo
que podía soñar y era en Andalucía donde buscaban y encontraban las raíces románticas,
se enaltece todo lo oriental, el mundo árabe, sus vestigios, sus restos arquitectónicos y su
cultura adquieren un espacio predominante en sus diarios y cuadernos de dibujo que una
vez de vuelta en sus países de origen publicaron convirtiéndose este género literario en un
gran negocio editorial. Muchos publicaron sus experiencias de viaje movidos por un afán de
ayudar a futuros viajeros a salvar todos y cada uno de los inconvenientes y dificultades por
los que ellos habían pasado y que habían superado de forma heroica, apareciendo un gran
número de libros con formato de guía en los que con tratamiento más o menos literario se
daban itinerarios y distancias, los lugares dignos de mención, medios de transporte que in-
cluían hasta los nombres de las mulas que tiraban de esta u otra diligencia, los ingredientes
y precios de las comidas, consejos para evitar ser extorsionado en las posadas, si eran ruido-
sas o no las habitaciones de ventas, fondas o casas de pupilos etc... Otros publicaron con la
intención de poner en letras de molde todo lo que habían sentido al viajar por una tierra con
tantos contrastes y tan rica en matices, otros simplemente para que sus familiares y amigos
pudiesen disfrutar de sus peripecias y aventuras en tierras tan lejanas sin ningún tipo de
riesgo y desde la tranquilidad de sus hogares y otros, porque ya antes de emprender viaje
tenían el compromiso con alguna de las editoriales que se dedicaban a este género literario y
que proliferaron a lo largo de todo el siglo XIX en las principales capitales de Europa, sobre
todo en la del Reino Unido. No debemos olvidar que habían nacido las sociedades geográ-
ficas y que en los círculos culturales de Londres los temas de conversación que se alejaban
de la política se centraban en el arte, los viajes y los grandes descubrimientos.
Para estos viajeros, escritores y pintores, Andalucía representaba la imagen más estereoti-
pada de España y muchos fueron los viajeros de épocas pretéritas que se aventuraron por los
polvorientos y accidentados caminos andaluces en busca de las escondidas bellezas que libros
escritos por anteriores viajeros les habían desvelado y de las que tanto habían oído hablar.
El que fuesen muchos los que emprendían su “aventura española” no quiere decir en
absoluto que el viaje fuese fácil. Así pues, el viajero necesitaba tiempo, dinero y audacia
dependiendo de la duración, la época y el momento del año en el que se iniciaba el viaje,
23
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
24
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
ronados castillos, atalayas y ciudadelas, devolviendo a su lugar todas y cada una de las
piedras que los siglos se habían encargado de destruir privándoles de su prístina belleza.
Los viajeros extranjeros como concienzudos notarios, van levantando acta de todo
cuanto ven o medio ven, entienden o medio entienden, lo que sienten, lo que huelen o
incluso lo que saborean. Viajeros que escribieron para lectores ávidos de otros mundos
y que han contribuido a que España y todo lo español y por ende toda Andalucía y lo
andaluz se conociera más allá de nuestras fronteras.
Viajar por España en la mente de muchos de ellos era viajar por Andalucía. Cuando
durante las primeras décadas del siglo XIX procedentes de tierras castellanas los viajeros se
iban acercando a Despeñaperros y a la zona norte de la provincia de Jaén, y conocedores de
historias de atracos y asesinatos que los venteros y trajinantes de los caminos se habían en-
cargado de contarles, no necesitan mucho para imaginarse en manos de alguno de los san-
guinarios bandoleros que durante tales épocas infestaron y fueron el azote de esas sierras.
Así pues, no es de extrañar que dando rienda suelta a su imaginación, el asustado es-
píritu del enfervorecido viajero viera en cada uno de los arrieros y muleros con los que se
cruzaba, un malhechor de fiera mirada y faca en la mano, que lo desvalijaría y lo llevaría
a las montañas como rehén, o que incluso lo mataría en cualquier recodo del camino.
La romántica pluma del escritor, ávida de aventuras para llenar las páginas de sus
diarios y ni que decir tiene, para sorprender a sus amigos y familiares o a futuros lecto-
res, convierte al mayoral en elegante y atractivo majo y al campesino en noble y caballe-
resco bandolero cuya profunda mirada de azabache, caireles y sombrero catite le traen
a la mente la imagen literaria del Botija, el Tempranillo, el Polinario o la de los “Siete
Niños de Écija” que relatos escritos por anteriores viajeros, tanto para bien como para
mal, habían hecho célebres más allá de nuestras fronteras.
Pero no siempre eran asaltadores los que les provocaban el terror. El viajero, traque-
teado, magullado, empaquetado y dolorido soporta el hedor de viejas y pesadas diligen-
cias viendo cómo el vehículo con su tiro de ocho mulas, corría el riesgo de caer al vacío
25
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
en cada una de las curvas de los zigzagueantes caminos, cuando al galope, éstas se po-
nían rebelonas. Otros avanzaban sigilosos por entre los peñascos cabalgando con o sin
escolta por estrechas y escarpadas veredas con precipicios y barrancos que les dejaban
sin respiración, mientras el guía disfrutaba asustando al indefenso viajero con macabros
detalles de cruces delatoras de asesinatos y accidentes.
Pero una vez atravesado el temible desfiladero de Despeñaperros el pánico, expresado o
no, deja paso a otros pensamientos y es la heroica gesta de la batalla de Bailén lo que ocupa la
mente del viajero, quien con mayor o menor fidelidad histórica, va rememorando los acon-
tecimientos que cambiaron el rumbo de la contienda y por ende el rumbo de la historia.
Una vez en Bailén, parada y fonda, el viajero que se dirige a la vecina Córdoba conti-
nuaba camino por Andújar avanzando acompañado por olivos centenarios de retorcidos
y fantasmagóricos troncos, otros prosiguen viaje a Jaén donde más de uno se pierde
entre sus callejas y donde no dejan de visitar la catedral y el castillo de Santa Catalina
antes de continuar camino hasta Granada.
Al avanzar el siglo XIX contemplamos un cambio bastante significativo en lo que a
los relatos de viaje se refiere. Las rutas se van haciendo cada vez más cómodas y seguras
a decir de los viajeros que recorren las tierras andaluzas y vemos como tanto el viaje
como el trayecto pierden importancia en el conjunto de las narraciones. Los caminos ya
no son tan peligrosos como solían serlo, o al menos la presencia de la Guardia Civil en
las zonas más solitarias les hace pensar que el recorrido será bastante más seguro de lo
que lo era en épocas anteriores. La mejora en las infraestructuras y en las instalaciones
hoteleras son factores decisivos que se suman para facilitar a los intrépidos “turistas” sus
desplazamientos y sus estancias en las distintas ciudades.
Las diligencias y las galeras siguen siendo durante todo el siglo XIX, e incluso a
principios del XX el mayor sufrimiento al que se enfrenta el viajero. Un viaje en dili-
gencia o en galera es sinónimo de magulladuras, terribles dolores de huesos y todo lo
que podamos imaginar puesto que éstas no habían mejorado con el paso del tiempo.
En este largo período las diligencias seguían siendo vehículos lentos y pesados, estudios
26
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
7 Existen numerosos y valiosos estudios sobre viajeros en Jaén y su provincia que ponen de ma-
nifiesto el interés que suscita este género literario entre los investigadores. Algunos de estos se
han centrado en zonas y comarcas concretas de la provincia, otros por el contrario presentan un
tratamiento más generalizado. En ocasiones la limitación se ha establecido con respecto a la época
de realización del viaje o incluso a la procedencia lingüística del viajero. De cualquier forma todos
ellos han contribuido, en mayor o menor escala, a que se conozca la imagen suscitada en el viajero
nacional o extranjero que ha visitado esta histórica y fascinante provincia, encrucijada de caminos.
Los trabajos sobre el tema de Jaén y su provincia publicados más recientemente son: J. Ruiz Mas
(1994 y 1995); M.P. Ruiz Mas (1996); M. Amezcua (1997); C. Medina Casado (1999); A. Valladares
Reguero (2002) y R. San Martín Vadillo (2004).
27
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
28
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
ediciones, si bien en algunos relatos vemos como las fechas se solapan. En ocasiones
cuando la fecha del viaje es mucho anterior a la publicación de la obra fruto del mismo,
he optado por dar prioridad a la fecha del viaje.
Los 31 dibujos que ilustran esta obra son mi aportación personal e individual a un
trabajo de investigación sobre literatura de viajeros por España al que he dedicado más
de tres décadas de mi vida. Esta pasión por la literatura de viajes y por el dibujo y la
acuarela que he mantenido, mantengo y espero mantener como ocurre con los grandes
amores, con el tiempo se va haciendo cada vez más profunda.
***
El primer relato que presento es una brevísima referencia a Bailén de Lady Elizabeth
Holland cuyo diario se publicó bajo el título Journal of Elizabeth Lady Holland aunque
en esta obra se omiten los dos viajes que el matrimonio realizó a España, el primero entre
1802 y 1805 y el segundo entre 1808 y 1809. En 1910 el Earl of Ilchester editó en Lon-
dres The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland en el que se recogen las experiencias
vividas en España durante el primero de estos dos viajes. Ellos conocieron una España de
buenas comidas, residencias inmejorables y de viajes cómodos. Su obra, al igual que la de
otras damas, está llena de apuntes referentes a la vida social del país, a los tipos de casas,
fiestas y posadas, sin prestar mucha atención a la erudición histórico-geográfica.
El segundo relato pertenece a Robert Semple, autor entre otras obras de Observations
on a Journey through Spain and Italy to Naples, and thence to Smyrna and Constantinople,
in 1805; Londres, 1807 y A Second Journey in Spain in the Spring of 1809, &c. Londres,
1809 (Segunda edición 1812) en la cual narra su viaje entre Baena y Alcalá la Real donde
se detuvieron. Al igual que le había ocurrido en otros pueblos y antes de desmontar ya
había recibido numerosas invitaciones de vecinos para pasar la noche en sus casas.
Catorce años más tarde, exactamente en 1823, mientras Michael Joseph Quin per-
manecía en Madrid tuvo noticias de que el Gobierno se iba a trasladar a Sevilla y que el
Rey partiría inmediatamente. Quin decidió emprender viaje también para poder obser-
var cuanto pudiera. Tardó cuatro días entre Madrid y Sevilla y al ir acercándose a Sierra
29
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
Morena toma conciencia de lo arriesgado de la aventura puesto que ésta era guarida de
los más fieros bandoleros. Autor de A Visit to Spain, Londres 1823, cuenta como al llegar
a Santa Elena se detuvieron para cambiar los caballos. A primeras horas de la mañana
llegaron a La Carolina, población que describe de forma detallada. Atravesaron Carbo-
neros y Guarromán y dice que cerca de Bailén el paisaje va perdiendo interés. Cruzaron
el Río de las Piedras por un estrecho puente y finalmente llegaron a Andújar situado
en una de las márgenes del río Guadalquivir, donde Quin relata la estafa de la que fue
víctima el administrador de la oficina de la diligencia.
El Capitán Charles Rochfort Scott permaneció en la Guarnición de Gibraltar entre
los años 1822 y 1830. Durante todo este tiempo fueron varias las excursiones que reali-
zó por las zonas altas de Andalucía.
De su obra Excursions in the Mountains of Ronda and Granada with Characteristic
Sketches of the Inhabitants of the South of Spain, Londres 1838, he seleccionado el texto
que recoge su viaje desde Aldea del Río [sic. por Villa del Río] a Andújar. El capitán
Scott ofrece una detallada descripción del antiguo emplazamiento de este lugar y del
origen de su nombre. Desde Andújar continuaron camino hacia Granada por la carre-
tera de Jaén. En Torredonjimeno se detuvieron para pasar la noche y fue en ese pueblo
donde fueron víctimas de un exhaustivo interrogatorio por parte de las autoridades para
permitirles llegar hasta la posada.
Llegaron a Jaén, ciudad que califica de muy interesante, y se refiere al hecho de haber
sido mencionada con frecuencia por los historiadores romanos y apunta que su situación
es extremadamente pintoresca. Describe el castillo de Santa Catalina, la catedral, el
Santo Rostro así como el Parador de los Caballeros. Continuaron camino hasta Granada
y describen El castillo de la Guardia y la venta del Puerto Suelo.
En 1831 apareció en Londres Sketches in Spain and Morocco, obra de Sir Arthur de
Capell Brooke de la que he seleccionado un texto en el que relata su viaje entre Cór-
doba y Madrid a su paso por Andújar, Bailén, La Carolina y Sierra Morena entre 1826
y 1827.
30
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
8 En la correspondencia que Richard Ford mantuvo con su amigo Addington editada en 1905 por
R.E.Prothero con el título The Letters of Richard Ford hay numerosas referencias a Jaén y a su pro-
vincia cuando un asustado Ford viajaba siempre esperando ser atracado por “El Botija”, bandolero
que en la época que nos ocupa tenía aterrorizada toda la zona. No incluyo en esta antología sobre
Jaén y su provincia estos relatos, que ya recogí en tres de mis obras anteriores, a saber: López-Bur-
gos M.A. Por Tierras de Bandoleros/Travelling Through a Land of Bandits. Málaga y Lucena 2002; ¡La
Bolsa o la Vida! Málaga 2003 y la edición inglesa Stand and Deliver Málaga 2004.
31
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
32
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
volvieron a poner en camino escoltados por dos hombres con trabucos. Clark se quedó
dormido en la diligencia hasta casi las seis de la mañana y cuando se despertó lamentó
haber pasado sin ver Jaén.
El siguiente relato pertenece a George Alexander Hoskins experto en arte y anti-
güedades que viajó por España junto a su esposa en 1850. Fruto de este viaje apareció
la obra Spain as it Is publicada en Londres en 1851. Procedente de Córdoba describe su
paso por Bailén, Guarromán, La Carolina y Despeñaperros. A la salida de Córdoba dice
que se desmayó al entrar en la diligencia y que estuvo a punto de abandonar las plazas
que habían reservado de no haber sido por Mr. L que tenía una botella de buen brandy
que le ayudó a reanimarse.
William Edward Baxter autor de The Tagus and the Tiber, Londres 1852, había via-
jado por España entre 1850 y 1851. Desde Granada decide viajar a Madrid y describe su
paso por Bailén, La Carolina y Despeñaperros. Baxter viajaba en la diligencia que cubría
este trayecto y que estaba tirada por cinco caballos y cuatro mulas. Durante un buen trecho
tuvo que permanecer agarrado con todas sus fuerzas porque dice que el vehículo se movía
tanto que daba la impresión de que se iba a poner patas arriba en cualquier momento.
Le llega el turno al relato de una dama, Lady Louisa Tenison, autora de la obra
Castile and Andalucia, Londres 1853, quien describe sus experiencias de viaje entre Gra-
nada y Bailén. Lady Tenison permaneció en España entre 1850 y 1853. Antes de llegar
a Bailén, uno de los ocupantes de la diligencia se entretuvo contando relatos de hazañas
y atracos perpetrados por bandoleros, de escapadas por los pelos y extrañas aventuras,
suficientes como para ponerles los nervios de punta teniendo en cuenta, como dice Lady
Tenison, la oscuridad de la noche y lo solitario de la zona.
John Leycester Adolphus, abogado y escritor, viajó por España entre 1856 y 1857.
Durante estas dos cortas vacaciones fue escribiendo una serie de cartas para entreteni-
miento de sus familiares y amigos que luego publicó con el título de Letters from Spain
in 1856 and 1857, Londres 1858. Desde Granada viajó a Córdoba describiendo su paso
por Jaén, Bailén, Andújar y Aldea del Río.
33
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
El siguiente relato pertenece a la obra Pen and Pencil Sketches of a Holiday Scamper in
Spain, Londres 1860, cuyo autor, A.C. Andros viajó junto a dos amigos entre Granada
y Bailén rumbo a Córdoba.
Henry Blackburn, autor de Travelling in Spain in the Present Day, Londres 1866, viajó
por España en otoño de 1864 y dice que “los viajeros que llegaban a los Pirineos y al sur de
Francia se veían tentados de visitar España por la gran profusión de carteles por los caminos
que anunciaban que había finalizado la comunicación entre París y Madrid por ferrocarril,
y que se había establecido una línea regular entre ambas capitales”. Muchos de nosotros,
habíamos visto “algo de España” el “Puerto de Benasque” o “El Glaciar de Gavarnie”, y
algunos habían visitado la bahía de San Sebastián antes de hacerse el ferrocarril.
De Travelling in Spain in the Present Day he seleccionado un relato en el que describe
la diligencia que cubría el trayecto entre Granada y Madrid y su paso por Jaén.
Hugh James Rose capellán de las compañías mineras inglesas, francesas y alemanas
de Linares, es el autor de la obra Untrodden Spain and her Black Country being Sketches
of the Life and Character of the Spaniard of the Interior publicada en dos volúmenes en
Londres en 1875. Hugh James Rose antes de publicar esta colección de artículos dice
que los envió para su revisión a un inglés que había vivido en España durante veinte
años y que éste le dijo: “Son realmente verídicos”.
Fueron muchas las razones que hicieron que este capellán inglés aceptara una oferta
de empleo en un distrito minero del interior de España. Una de ellas fue su deseo de
ver otras tierras y conocer otras gentes. España aparecía en todos los periódicos ingleses
como una tierra en la que reinaba la anarquía, los derramamientos de sangre y la agita-
ción. Pero, quizás, esto sólo servía para incrementar el deseo de visitarla, “tierra de bailes
y coplas, la tierra del olivo y la vid, la tierra donde desde 711 d.C. al 1492 las costumbres
paganas, cristianas, árabes y españolas convivieron unas al lado de otras, la tierra de los
calores tropicales y de las nieves perpetuas de Sierra Nevada, de todo aquello que el cora-
zón ha deseado ver desde siempre y que ahora tenía la posibilidad de hacerlo”. Mientras
estaba en Linares tuvo un altercado con bandoleros que relata con todo lujo de detalles.
34
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
Charles Bogue Luffmann viajó por España en julio de 1893 durante 145 días y
sus noches. Autor de A Vagabond in Spain, Londres 1895, esta obra está dedicada a sus
anfitriones en España y a su compañero Durandal, su bastón. El objeto de su viaje fue
investigar todo cuanto se refiere al desarrollo de la agricultura y a los procedimientos
empleados en este territorio para la publicación de un tratado y un libro de viajes.
Dando un salto en el tiempo llegamos al siglo XX. España continua atrayendo las
miradas de viajeros que se interesan por las costumbres y paisajes de esta tierra unas ve-
ces incomprendida, otras veces denostada y maltratada, pero que nunca dejó indiferente
al visitante. El primer relato que he seleccionado pertenece a la obra As I Walked out
One Midsummer Morning, Londres 1969 cuyo autor Laurie Lee recoge sus experiencias
vividas en la España de 1935 y 1936, cuando, desde Vigo al Mediterráneo, tocando el
violín, recorrió un país amenazado por la guerra. De esta obra he seleccionado un texto
en el que se describe su paso por Sierra Morena.
Unos años más tarde P. Johnston-Saint, autor de Castanets and Carnations, London
1946, viajaba desde Francia a Sevilla por las costas levantinas con la intención de asistir
a las procesiones de Semana Santa y descubrir personajes típicos como toreros y gitanos.
De esta obra he seleccionado dos textos. En el primero el autor narra su viaje entre Cór-
doba y Granada y la manera en que se perdieron por el camino cuando intentaban llegar
a Jaén. El segundo recoge el terror que les produjo atravesar Sierra Morena.
En febrero de 1949 el célebre Gerald Brenan volvió a España junto a su esposa. Fru-
to de este viaje es la obra The Face of Spain, Londres 1950, en la que recoge las experien-
cias de esta visita a La Alpujarra y a tierras malagueñas. He seleccionado un episodio en
el que se pone de manifiesto cómo seguía vivo el terror al bandolero de épocas pasadas
que siente Brenan al atravesar Despeñaperros mientras viajaba en el tren que cubría el
trayecto entre Madrid y Córdoba.
El siguiente texto fue escrito por Sacheverell Sitwell, autor de Spain, Londres 1950.
Esta obra es resultado de muchos viajes por España. El primero tuvo lugar entre marzo y
abril de 1919, inmediatamente después de finalizada la Primera Guerra Mundial. En 1926
35
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
36
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
W.T. Blake cuya relación con España había comenzado en 1921, volvió años más
tarde cuando España decidió abrir sus puertas para que el mundo entero conociera las
maravillas que atesoraba y organizó el Patronato Nacional de Turismo. Autor de Spanish
Journey or Springtime in Spain, Londres 1957, este libro recoge sus dos últimas visitas a
España, aunque apunta que a veces incluye incidentes que habían tenido lugar veinti-
cinco años antes. El Mayor Blake y su esposa R., viajaron en coche por toda la geografía
española, experiencia que dio lugar a la obra de la que hemos extraído una brevísima
referencia al trayecto entre Granada y Córdoba.
Por último Lady Penelope Chetwode, autora de una obra singular Two Middle-
Aged Ladies in Andalusia fruto de un viaje a caballo realizado en 1963. Esta intrépi-
da dama se adentra en los más recónditos rincones de Andalucía. Se aloja en posadas
mugrientas y sencillas que habían cambiado muy poco desde los días en que escritores
como Ford o Borrow las describieron. He seleccionado para terminar esta antología de
relatos sobre Jaén y su provincia el encuentro que Lady Penelope tuvo con un carbonero
en la zona de Pozo Alcón.
Al ofrecer estos relatos para entretenimiento de los lectores que se acerquen a ellos,
ha sido mi deseo despertar en el viajero del siglo XXI el amor por los viajes a través de
las rutas menos transitadas. Hacer que se adentre por los caminos rurales andaluces e
inducirle a que saboree ese otro modo de viajar lento y pausado. Animarlo a que em-
prenda esos viajes que se hacen sin prisas y en los que el trotamundos descubre rincones
en los que parece que el tiempo se ha detenido. Invitarlo a que conozca la inagotable
riqueza gastronómica de Jaén y su provincia avalada por cientos de años de tradición
y guardada celosamente en sus apartados rincones. Hacerle que paladee sus exquisitas
variedades de aceite y que no deje de probar los ricos caldos de estas tierras andaluzas
que saben mejor cuando se beben cerca de la barrica que los ha contenido durante
tantos y tantos años.
37
A S XIX
A S XIX
C S C (J)
L H
(-)
Elizabeth, Lady Holland (1770-1845) estuvo casada con Henry Richard Vassall
Fox, tercer Barón Holland (1773-1840) político y cronista de hechos políticos. A Lord
Holland se le recuerda como mecenas literario, siendo sus contribuciones a la historia
político social auténticas y de gran brillantez.
Elizabeth fue famosa como anfitriona. Su diario se publicó bajo el título de Journal
of Elizabeth Lady Holland. Este es de gran interés, aunque se omite lo referente a dos via-
jes que los Holland realizaron por la Península Ibérica, el primero en 1802 y 1803, y el
segundo 1807 y 1808, y que aparece en The Spanish Journal of Elizabeth Lady Holland9 ,
editado por el Earl of Ilchester, Londres, 1910, en el que el editor explica que ha omitido
o acortado los detalles menos importantes en la medida en que le ha sido posible, de-
dicándose con más profundidad a narrar los incidentes que le han parecido de especial
interés o los que estaban relacionados con el carácter y las costumbres de los españoles.
Las anécdotas y los “cotilleos” de la Corte pueden ser de interés para los descendien-
tes de los implicados, por lo que, dice el editor, ha intentado de forma somera, identifi-
car a los miembros de las familias a las que se hace referencia.
El viaje que los Holland realizaron en 1802 se debió a que su hijo Charles se encon-
traba delicado de salud y les habían recomendado que pasara una temporada en clima
cálido.
9 HOLLAND, Lady Elizabeth Vassall Fox (1770-1845). The Spanish Journal of Elizabeth, Lady Holland,
Edited by The Earl of Ilchester. Longmans, Green and Co. London 1910.
41
I E B
[ 43
El siete de junio de 1803 los Holland llegaron a Bailén: La posada estaba llena
de soldados y presidiarios [sic galeotes] seiscientas almas en total, 400 reclusos. Se
veía que estaban en una situación lamentable y se dice que solían ser cruelmente
tratados por sus guardines; uno acababa de morir y otro murió durante la noche. Se
trataba de un importante envío procedente de Madrid y con rumbo a Málaga. Los
contrabandistas y los ladrones llevaban grilletes, los asesinos al igual que los que
habían cometido faltas menores sólo estaban atados y se les permitía una mayor
licencia por su desgracia. El ocho de junio llegaron a La Concepción de Almuradiel
y al día siguiente a Valdepeñas.
C M (A R)
R S
()
45
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
&c.10 Londres, 1809. Sketch of the Present State of Caracas, London, 1812; Observations
made of a Tour from Hamburg through Berlin to Gothemburg Londres, 1814. Autor tam-
bién de la novela Charles Ellis, or the Friends, Londres 181411.
10 SEMPLE, Robert A Second Journey in Spain in the Spring of 1809; From Lisbon Through the Western
Skirts of the Sierra Morena, to Sevilla, Cordoba, Granada, Malaga, and Gibraltar; and thence to Tetuan
and Tangier. C. and R. Baldwin, London, 1810.
11 Dictionary of the National Biography. Vol. 17.(págs. 1179-1180).
46
[ 47
Nos pusimos en camino a la salida del sol. Alcaudete apareció en todo lo alto
entre las montañas justo después de salir de Baena. Aquí por primera vez vi los
monumentos vivientes de la laboriosidad árabe en el arte del regadío con el agua
que iba corriendo a ambos lados del camino a través de acequias. Desde ellas
se distribuía por innumerables canales a través de los campos y plantaciones. El
pueblo me pareció limpio y bien construido. La gente me ofrecía “a la manera
española” todo lo que poseía, aunque yo, que no tenía el más mínimo interés en
aprovecharme, sólo deseaba salir de allí lo antes posible. A media legua después
de pasar Alcalá pude ver Sierra Nevada por primera vez. Subiendo desde lo más
profundo del valle, asados de calor, esta sierra cubierta de nieve se me apareció al
principio como una maravillosa nube de deslumbrante blanco por encima de las
cumbres de las montañas. No fue hasta que seguimos subiendo que el perfil de las
ondulantes montañas y elevados picos, se fue haciendo más nítido y definido, por
lo que pude convencerme de que lo que había visto era algo más que una masa de
nubes. En estas blancas montañas que se levantaban sobre las demás había algo
de desolación mezclado con lo sublime de su apariencia. Era evidente que ningún
ser humano podría vivir allí; deben ser la morada del perpetuo silencio y la muerte.
Parecía como si incluso las aves del firmamento, al cruzar el océano, podrían pere-
cer en su intento de atravesar esos desiertos de nieve.
12 En la división territorial llevada a cabo por Francisco Javier de Burgos en 1833, Alcalá la Real, hasta
entonces perteneciente a Granada, fue incluida en la provincia de Jaén.
48 ]
Sierra Nevada se levantaba más allá y parecía que sobresalía por encima de
todo el conjunto, aunque aún nos encontrábamos a una distancia de unas diez
leguas.
14 QUIN, M.J. A Visit to Spain, detailing the transactions which occurred during a residence in that country
in the latter part of 1822 and the first four months of 1823 with an account of the removal of the Court
from Madrid to Seville; and notices of the manners, customs, costume and music of the Country Hurst,
Robinson and Co. London 1823.
49
[ 51
Antes del reinado de Carlos III Sierra Morena era famosa por sus numerosos y
desesperados grupos de bandoleros, pero ese monarca, ilustrado y activo, pobló
las montañas con gentes trabajadoras, en su mayoría alemanes, a los que invitó.
Después de pasar el pueblo y de atravesar algunas colinas durante el espacio de
dos leguas, llegamos a la Venta de Cárdenas donde comienza Sierra Morena. Por el
nombre de Venta se entiende por lo general un lugar de hospedaje que está aislado
en la carretera a cierta distancia de las otras casas; si estuviera junto a otras casas,
como en los pueblos, entonces se llamaría una posada. La Venta de Cárdenas es
un solo edificio de forma alargada. La parte central, junto con uno de los lados
está destinada a las carretas, carruajes, y a las mulas; en el otro lado hay algunas
alcobas pequeñas, una cocina y otras habitaciones. El interior del tejado estaba casi
completamente lleno de nidos de golondrinas y los pájaros animaban este solitario
lugar con sus cantos e incesante actividad.
Aquí estábamos a los pies de Sierra Morena, escenario de ese magnífico episo-
dio de Don Quijote que ha servido como trabajo preliminar para el popular drama
de los Bandoleros. Las montañas aún no habían alcanzado una altitud considera-
ble. Eran escarpadas y estaban cubiertas de arbustos, aunque de vez en cuando se
podían observar trozos de verdes pastizales. Después de tomarnos un chocolate
volvimos a emprender la marcha y pronto comenzamos a ascender a las montañas
más altas y al ir cruzándolas, pudimos comprobar que la carretera era magnífica. En
algunos lugares se había construido un muro hacia arriba desde el fondo del preci-
15 Este relato se puede encontrar en: López-Burgos, M.A Por Tierras de Bandoleros/Travelling Through
a Land of Bandits. Fundación para el desarrollo de los Pueblos de la Ruta del Tempranillo y Airón 60.
Lucena y Málaga 2002 y en López-Burgos, M.A ¡La Bolsa o la Vida! Bandoleros y Atracadores de ca-
minos en los relatos de viajeros ingleses en la Andalucía del siglo XIX. Málaga. Caligrama Eds. 2003.
52 ]
La subida es tan pronunciada que los viajeros y los arrieros, que acabamos de
pasar en la carretera más baja, de repente se pudieron ver reducidos a la mitad de
su tamaño. Aún no había amanecido completamente y de vez en cuando observá-
bamos hombres sentados o durmiendo alrededor de fuegos que habían hecho en
algunas de las oquedades de las rocas. Un viajero que fuese solo y que no estuvie-
se acostumbrado se habría sentido bastante alarmado al encontrarse con estos gru-
pos en un lugar tan peligroso como Sierra Morena. Debido a las herramientas que
pudimos ver que tenían cerca y a la actividad de algunos que habían comenzado
antes, pronto nos dimos cuenta de que estaban empleados en la reparación de la
carretera para cuando pasara el Rey. Donde ésta tenía muchos baches para un ca-
rruaje iban esparciendo capas de tierra e iban picando las piedras que sobresalían
y que podrían hacer que el enfermo real se fuera traqueteando.
Cuando el sol se iba elevando encontramos varios grupos de hombres que esta-
ban empleados en esto y vimos a sus mujeres y niños que iban subidos en burros
hacia donde estaban ellos con provisiones para el día. A veces una madre iba en
el mismo burro con sus dos niños, uno llevaba el pan, otro un pellejo de vino y
el tercero les iba acompañando, por miedo a que permaneciera solo en la casa.
En estas montañas también pudimos ver varios cientos de burros cargados con
aceite que se transportaba en pellejos. Para esos animales hay varios atajos que no
son más anchos que veredas y que recortan el camino en aquellos lugares donde
la carretera tiene muchas curvas. Mientras íbamos subiendo a un lugar bastante
elevado el postillón desmontó, también el mayoral había abandonado su asiento y
ambos se pusieron a caminar detrás de la diligencia, cuando de repente las mulas
se pusieron al trote y la capitana, como si se hubiera visto impulsada por una inten-
ción malévola, se desvió hacia una de las veredas que acabo de mencionar y que
descendía a un profundo y escarpado valle. Los pasajeros se pusieron a gritar y si
[ 53
Después de ir subiendo durante dos o tres horas, al final coronamos los puntos
más elevados de Sierra Morena y cambiamos los caballos en otro de los pueblos
nuevos llamado Santa Elena. Aquí, y durante algún tiempo antes de volver a as-
cender todas las montañas estaban cubiertas de un manto de verdor debido a los
pastizales y los arbustos: cerca de Santa Elena crecían en abundancia legumbres y
maíz. Este pueblo disfruta de una agradable situación y de una templada brisa. La
carretera hasta ahora había sido montañosa y en consecuencia el panorama había
estado necesariamente limitado, pero después de salir de Santa Elena tuvimos un
horizonte abierto y un paisaje muy interesante. A la izquierda la vista vagaba por
las cumbres de montañas más bajas, e iba en busca de sus magníficos valles, verdes
por los prados, por trigales ya muy crecidos, o por estar plantados de olivares o
viñedos.
Disfrutamos durante dos leguas esta vista que iba cambiando en cada una de
las curvas de la carretera hasta que a las diez y media de la mañana llegamos a La
Carolina. A este pueblo se entra pasando entre dos torres. Sus calles son anchas y
una es muy bonita porque a ambos lados tiene árboles plantados que bordeaban
los pequeños jardines que hay delante de las casas. Todos los árboles habían brota-
do y estaban llenos de pájaros. Los balcones estaban adornados con flores. La Pla-
za de la Constitución es grande y el aspecto alegre del pueblo, junto a su agradable
situación, lo hacían uno de los lugares más bonitos por los que habíamos pasado.
La fachada de la casa solariega que se había preparado para recibir al monarca
estaba adornada con un gran número de lámparas que consistían en pequeños
recipientes de barro parecidos a las poco profundas mantequeras pero sin el asa.
Estaban fijados a las columnas y a los muros con pegotes de mezcla en la que las
habían metido. Los militares estaban en el pueblo holgazaneando, esperando el
54 ]
día en que llegara el Rey. Todas las autoridades estaban ataviadas con sus mejores
galas. Aquí nos dieron la agradable noticia de que se habían cometido innumera-
bles robos en la carretera. Entre otros a dos diputados, a Saavedra y a Galiano, les
habían robado quince onzas de oro.
Dentro de las cercas había olivares y trigales: toda la zona estaba llena de ver-
dor y nos encontramos ya casi en una zona completamente nueva. Atravesamos
Carboneros y Guarromán, ambos pueblos de nueva construcción. Era una zona
abierta y bastante accidentada, pero todos los valles estaban repletos de trigo, las
montañas de olivares y algunos trozos dedicados a pastos estaban cubiertos de
“margaritas tempranas”. Como las montañas de Granada aún se levantaban ante
nuestra vista y los intensos rayos del sol se habían visto mitigados por cirros que
ocultaban el horizonte completamente, nuestro camino durante varias millas fue
delicioso.
Cerca de Bailén el paisaje se hace menos interesante pero sigue siendo fértil y
por fin dejamos atrás Sierra Morena. Bailén es un pueblo antiguo de unos mil ha-
bitantes; luego fuimos subiendo por un brezal; a la derecha, en la distancia, había
montañas oscuras y yermas y ante nosotros colinas cubiertas de olivos. Cruzamos
el Río de las Piedras por un estrecho puente con la mitad de los parapetos aún de
madera. Parece ser que el río se llama de ese modo debido a que corre a través
de un lecho de grava cuyo curso con frecuencia está interrumpido por enormes
peñascos que parecen haber sido bañados por más de un torrente. Avanzábamos
a través de olivares tan densos que podrían proporcionar un magnífico refugio a
bandoleros. Todavía subiendo, hacia la izquierda, en la distancia, había una serie
de montes llenos de verdor pues estaban cultivados hasta todo lo alto y detrás se
elevaban las montañas de Granada que ahora estaban tan lejos que adquirían el
[ 55
aspecto poco nítido de nubes. Luego seguimos avanzando sobre un agreste bre-
zal, donde en toda la redonda no se veía ningún signo de que estuviera habitado a
excepción, de vez en cuando, de una casa solitaria en las oquedades de las lejanas
montañas y llegamos a Andújar a las siete de la tarde. Justo cuando entramos en
el pueblo nos encontramos con una procesión que iba hacia la iglesia con velas y
música.
las pertinentes pesquisas vio que éste era el verdadero y que el del día anterior era
un impostor. Salimos de Andújar a las dos de la mañana y atravesamos una zona
muy fértil hasta llegar a Carpio donde tomamos un chocolate. Estuvo lloviendo a
cántaros toda la mañana de ahí que no pudiésemos ver bien el paisaje que había
alrededor. A eso del mediodía el sol volvió a brillar y la neblina empezó a elevarse
y alejarse de las montañas. En muchos lugares pudimos ver bonitos trozos de tierra
cultivados entre sus laderas. Atravesamos el puente de Alcolea sobre el Guadalqui-
vir. Está construido de mármol negro y está formado por veinte arcos. El mármol
está sin pulir pero a pesar de eso, el puente es francamente bonito. A las doce y
media llegamos a Córdoba.
C R S
(-)
16 SCOTT, Charles Rochfort Excursions in the Mountains of Ronda and Granada with characteristic sketches
of the Inhabitants of the South of Spain Henry Colburn, London, 1838.
57
A A
[ 59
D A G
Desde Aldea del Río [sic. por Villa del Río] a Andújar hay catorce millas, siendo
de cuarenta y tres millas la distancia completa desde Córdoba hasta este lugar.
El paisaje es ondulado y está cultivado, si bien el trayecto a caballo es aburrido
puesto que en todo el camino sólo hemos encontrado una casa. Andújar se en-
cuentra en la margen derecha del Guadalquivir, río que se cruza por un puente
de nueve ojos. Se dice que la ciudad tiene una población de 12.000 almas pero
ese número no es más que una exageración manifiesta. Está rodeada por antiguas
murallas romanas y defendida por un viejo castillo y es famosa por la fabricación
de cerámica. De todos modos no es más que un lugar de aspecto empobrecido
y destartalado.
Para algunos se supone que Andújar es la Illiturgi o escrito de otro modo Illurti-
gis de los antiguos historiadores, pero Florez sitúa el emplazamiento de esa ciudad
a dos leguas más arriba aunque en la misma margen del Guadalquivir e imagina
que Andújar sea Ipasturgi. El emplazamiento de la ciudad ciertamente coincide
bastante mal con la descripción de Illurtigis que da Livio ya que no hay ningún lugar
en Andújar que se encuentre “cubierto por una enorme roca”.
Esa tarde continuamos hacia Torre Ximena [sic por Torredonjimeno] a veinte
millas de Andújar. El paisaje es muy ondulado y está completamente cultivado. La
carretera es –o de forma más apropiada debería decir–, los lugares que encontra-
60 ]
mos a lo largo de la carretera están situados en los mapas españoles con muy poca
exactitud, ya que, en lugar de aparecer salpicados tanto al este como al oeste de
la zona, están situados tan en fila que hacen que parezca que la dirección general
de la carretera sea completamente en línea recta. Y, aunque se trata de un camino
rural es tolerablemente bueno en general. El primer pueblo al que se llega es Arjo-
na que se dice que es el antiguo Urgao, o Virgao. Es un lugar pobre de unos doce o
quince mil habitantes que se encuentra a siete millas del Guadalquivir.
Después de llevar a cabo varios intentos para que nos dejasen entrar –buscando
a tientas nuestro camino de una barricada a otra, hasta que casi habíamos recorri-
do todo el circuito del pueblo– vislumbramos una trémula luz en el campo a cierta
distancia, y pensando que provendría de algún cortijo en el que podríamos intentar
refugiarnos de una tormenta que se estaba aproximando, o si no alojamiento para
pasar la noche, espoleamos nuestros cansados jamelgos hacia ella tan rápidamente
como lo abrupto del terreno nos permitía. Resultó ser el rescoldo de un rastrojo,
pero un campesino que estaba calentando la cena en las ascuas que quedaban nos
señaló una vereda que llegaba hasta una de las puertas del pueblo por la que dijo
que probablemente podrían dejarnos entrar.
sentimiento mezcla de ira y diversión, decidimos intentar ver qué efecto surtiría el
disparar nuestras pistolas, y así pues, hicimos una descarga al aire.
Durante ese tiempo sufrimos una detención de lo más irritante ocasionada por
varias causas. En primer lugar porque no había manera de encontrar al cacique del
pueblo.
Luego tuvimos que esperar hasta que encontraron la llave de la puerta, que se
la había llevado en el bolsillo uno de los soldados que había salido corriendo, y por
último, tuvimos que esperar una luz, ya que el farol del guarda se había volcado en
todo el jaleo y el aceite se había derramado.
Los españoles dicen que nosotros los ingleses somos victimas de la etiqueta y
por nuestro lado, podemos halagarles asegurando que ellos son completamente
esclavos de las formas.
Ejemplos que prueban esto –aunque a menor escala y menos ridículos que
el que acabo de relatar nos fueron ocurriendo diariamente durante todo nuestro
viaje. Por ejemplo, al abandonar la Venta de Fuente de Piedra, donde la habitación
en la que dormimos era sólo un poco mejor que el establo al que daba, la posa-
dera insistió en servirnos por la mañana nuestra taza de chocolate en una mesa
parcialmente cubierta por un sucio mantel, alegando que no sería “decente” que lo
tomásemos de pie junto al fuego de la cocina.
Aquí de nuevo en Torre Ximeno, el posadero nos fue conduciendo hasta lo que
él consideraba que era una habitación apropiada mientras que su media naranja
gritaba ¡à la sala, à la sala! Nosotros agudizamos el oído, imaginándonos que nos
íbamos a dar la gran vida. Sin embargo, la Sala resultó ser una habitación de unos
diez pies más grande que la que nos enseñaron al principio, aunque en cualquier
otro aspecto era idéntica, es decir, tenía las paredes desnudas y blanqueadas y
el suelo de yeso y estaba amueblada con media docena de sillas de anea bajas y
ventilada por medio de dos aperturas que en su día habían estado cerradas con
postigos.
El suelo tenía una superficie tan irregular y tenía tantas grietas que hasta que el
posadero me animó y me dijo “no tiene usted cuidado,” yo tenía mucho cuidado
de donde ponía los pies, dando por hecho que se trataba de una maqueta perfec-
tamente realizada de las sierras y ríos que la rodeaban.
[ 63
Esto, sin explicación, puede ser considerado como una acusación nada galante;
con ella no es mi intención proteger mi propio sexo a expensas del bello sexo, ya
que la verdad es que el hombre duplica sus otros pecados retirándose de un alter-
cado inminente.
64 ]
Y eso es lo que suele hacer, ya sea porque piense que la abnegada esposa
presentaría la abusiva cuenta con más gracia o porque piense que ella sería más
ingeniosa a la hora de encontrar razones para lo exorbitante de lo que piden, o al
menos las palabras para defenderla, ya que cualquier intento de objeción se ahoga
en todo un torrente tal de razones y por qués, que uno se siente aliviado, sea como
sea, de escapar del encontronazo.
Y así pues, mientras la locuacidad de la señora está sacando el dinero del bolsi-
llo de su huésped, el posadero se mantiene siempre a cierta distancia, con aspecto
de calzonazos, algo que probablemente sea, y de vez en cuando encogiéndose de
hombros lo más que dice es “¡No hay nada que yo pueda hacer!” “Si me atreviera
les ayudaría, pero ya ven el mal genio que ella tiene”.
Sin embargo, en esta ocasión, no tuvimos motivos para quejarnos ya que, por
un módico precio, nos dieron infinidad de excusas por cualquier cosa que pudiese
haber faltado en el alojamiento debido a su ignorancia o a sus carencias.
Desde Torre Ximeno a esa ciudad hay dos leguas o aproximadamente unas nue-
ve millas. La carretera ahora toma una dirección más hacia el este que hasta ahora,
y a la distancia de tres millas al pueblo de Torre Campo [sic por Torredelcampo]. El
resto del camino va por una zona bastante ondulada que se inclina levemente hacia
las montañas que se elevan hacia el este.
Jaén esta situada en los alrededores de la gran Sierra de Susana, [sic por Sierra
Arana] que, dividiendo las aguas del Guadalquivir y el Genil se extiende tanto al sur
que llega al valle de Granada.
[ 65
El antiguo nombre del lugar era Aurinx y parece que estuvo justo en los límites
de la antigua Bética. Ahora es la capital de uno de los reinos que componen la
región de Andalucía y es sede de un obispado perteneciente al arzobispado de
Toledo. Su población asciende al menos a veinte mil almas.
Jaén es en todos los aspectos una ciudad muy interesante. Los historiadores
romanos la mencionan con mucha frecuencia. Su importancia también es digna de
mención en tiempo de los árabes de cuyas manos la arrebató San Fernando A.D.
1246 y en los últimos años ha ocupado un puesto de honor en las páginas de la
historia militar.
Sin embargo, se acaba de finalizar una carretera directa y excelente entre Gra-
nada y la capital que atraviesa Jaén. Esta ruta cruza el Guadalquivir en Mengíbar y
dirigiéndose directamente hasta Bailén llega hasta el arrecife que va desde Córdo-
ba a Madrid, antes de entrar en los desfiladeros de Sierra Morena.
Las vistas que se obtienen desde allí son extremadamente bellas. Hacia el norte
se extiende una enorme llanura que en apariencia llega hasta la lejana Sierra Mo-
rena y por los otros lados elevadas montañas se ven muy cerca de la ciudad. Éstas,
cubiertas por viñas donde quiera que sus raíces encuentren un poco de tierra,
presentan una extraña unión entre fertilidad y aridez.
Son muy buenos algunos cuadros realizados por Moya, en particular una Sa-
grada Familia y la Visita de Santa Isabel a la Virgen María. La Capilla Sagrada tiene
varios otros del mismo maestro que también son dignos de mención. Sus marcos
de un mármol rojo pulido producen muy buen efecto.
Los únicos ejemplares de escultura de los que puede presumir la catedral son
algunos ángeles llorando hechos con gran realismo.
[ 67
El Santo Rostro –como nos lo explicó nuestro guía, es la impresión del rostro
de Nuestro Señor que dejaron las manchas de sangre en el sudario que cubrió su
cabeza cuando fue depositado en el sepulcro.
Este tejido estuvo doblado tres veces sobre su rostro de modo que existen tres
de estas “pinturas”, como las llamaba el sacerdote.
Anexa a la Catedral hay una cocina donde preparan por la mañana el chocolate
a los sacerdotes que también sirve de sala de estar a la que se retiran para fumar
sus legítimos durante los descansos en sus aburridas misas de Cuaresma.
Durante las tres leguas siguientes, la carretera avanza a lo largo de este valle, al
principio junto a jardines, huertos y viñedos entre los que se ven salpicados gran
número de cortijos y molinos de agua, pero, después de unas cinco millas, el cami-
no va entre enormes peñascos a cada lado y de vez en cuando algunos árboles le
proporcionan sombra.
Más allá, reconforta la mirada otra zona de cultivos llena de verdor que se ex-
tiende una milla y media a lo largo del cauce del Campillos. En medio de ésta se
encuentra la Venta del Puerto Suelo, y al llegar, nuestro mozo que durante varios
días se había encontrado indispuesto, vino a decirnos “que no podía más,” y nos
pidió que lo dejásemos allí para descansar unos cuantos días ya que esperaba sen-
tirse bien y poder reunirse con nosotros en Granada viajando en una Galera que
hacía ese trayecto periódicamente.
No pudimos hacer otra cosa que acceder a su petición y como teníamos inten-
ción de llegar a Granada al día siguiente, el prescindir de sus servicios durante un
período tan corto era algo de poca importancia; la única dificultad era pensar quién
llevaría el animal donde iban los equipajes. La fortuna se puso de nuestro lado.
Al llegar a la venta nos abordó un joven de muy buen aspecto, ataviado con
el uniforme de diario de los soldados de infantería españoles, quien, viendo el
lamentable estado en el que se encontraba nuestro caballero, nos ofreció sus ser-
vicios para llevar nuestros caballos al establo y proporcionarles todo lo necesario;
[ 69
y después, cuando supo por medio de nuestro mozo como estaba la situación, se
nos acercó otra vez y se ofreció a ser nuestro sirviente durante lo que quedaba del
camino hasta Granada, ciudad a la que él se dirigía.
Aceptamos gustosos los servicios que nos brindaba y después de un corto des-
canso volvimos a montar los caballos y continuamos nuestro camino. El joven sol-
dado –como un veterano, iba sentado entre nuestros abrigos en la grupa del animal
que llevaba los equipajes.
Mientras iba trotando delante de nosotros, pude observar por primera vez que
llevaba una brillante caja de latón colgada en el hombro con un cordón de seda y
lleno de curiosidad por saber de qué se trataba, le pregunté qué contenía.
Sin soltar una sola palabra en respuesta, cogió la caja de la que sacó un per-
gamino enrollado y extendiéndolo delante de nosotros vimos un documento que
concluía con las palabras Io el Rey que nos lo ofreció para que lo examinásemos.
Como se trataba de un hombre muy joven, era evidente que no podría haber
estado mucho tiempo de servicio, y mis sospechas eran en cierto modo excusables,
por lo que me tomé la libertad de hacerle unas cuantas preguntas cruzadas en lo
referente a los campos de batalla donde se había ganado los laureles. El resultado fue
tan satisfactorio que en justicia me siento obligado a hacer una honorable enmienda
al gentil caballero por las terribles sospechas que había abrigado, y ofrecer su historia
a los lectores, pero como de cualquier modo es muy extensa, la dejaré por ahora, ya
que hasta pasados varios días no concluyó, pero es correcto que apunte que lo haré,
simplemente ofreciendo la premisa en este lugar de que, además del Diploma, la caja
de latón contenía una declaración de los servicios que le habían hecho merecedor de
su título de caballero redactada y avalada por los oficiales de su regimiento.
A eso de una milla más allá de la venta donde nos habíamos encontrado con
nuestro nuevo sirviente, el paisaje otra vez se hace muy escarpado y accidentado y
las montañas se ven cubiertas de pinares. El Valle del río Campillos se va cerrando
cada vez más al avanzar la carretera y a ambos lados se levantan enormes rocas, y
al final, al llegar al Puerto de Arenas, el paso por el que van juntos el río y la carre-
tera no tiene más de sesenta pies y los peñascos se alzan perpendiculares a ambos
lados con una altura considerable.
Al salir del desfiladero, pasamos por un valle abierto y cultivado en cuyo extremo y
a una distancia de unas cuatro millas se encuentra Campillo Arenas [sic. por Campillo
de Arenas] un pueblo bastante pobre que tiene unos cincuenta o sesenta vecinos.
A la entrada nos dio el alto un viejo mendigo que hacía las veces de oficial sani-
tario y nos pidió nuestros pasaportes. Una vez en su poder los entregó a un golfillo
descalzo y harapiento con todo ceremonial para que los llevara al cuartel general,
con la promesa de un ochavo si se apresuraba a devolvérnoslos.
[ 71
La carretera durante las primeras ocho millas es un continuo zig-zag que atravie-
sa un terreno muy montañoso y que el gobierno mantiene a muy alto costo ya que
soporta muy poco tráfico.
A diez millas y media pasamos el primer pueblo que vimos desde que salimos
de Campillos Arenas. Se encuentra aproximadamente a una milla de la carretera a
72 ]
mano izquierda. Ahora el paisaje se va haciendo cada vez menos escarpado que
hasta aquí, aunque sigue estando desprovisto de todo tipo de cultivos y sin poblar.
Nos sentimos muy molestos al no poder encontrar una buena posada como nos
habían inducido a esperar. Pasamos dos que estaban construyendo a gran escala
pero no pudimos encontrar nada en ninguna de ellas. Al final, después de cabalgar
durante cuatro leguas –al paso, debido a nuestro animal de carga–, un campesino
se apiadó de nosotros y mostrándonos el camino hasta su Cortijo, les dio a nues-
tros famélicos caballos una buena ración de cebada y puso delante nuestra todo
lo mejor que había en su casa –melones, uvas, huevos recién puestos y un pan
delicioso.
se tratase de un objeto del que había oído hablar, “y esa es una tepà!” “una tepà!”
lo que se fue repitiendo con las distintas entonaciones que le iban dando las tres
generaciones de personas que se encontraban presentes ¡una tepà, caramba, que
gente tan fina los Ingleses!”
que sin rabo, como ahora les ve, se pueden mover sin ningún tipo de ceremonia
e incluso en medio de un laberinto de loza, sin cometer el menor daño. “Todo lo
malo de este animal radica en su rabo”.
Desde este cortijo que se llama Cortijo de los Arenales hasta Granada hay nueve
millas. El paisaje durante toda esta distancia es ondulado y está cubierto por viñas
y olivares.
S A C B
(-)
17 BROOKE, Sir Arthur de Capell: Sketches in Spain and Morocco. Henry Colburn and Richard Bentley,
London, 1831. vol. 1: viii+432 y vol. 2: viii+408.
18 Farinelli, A: Viajes por España y Portugal desde la Edad Media hasta el siglo XX. Divagaciones biblio-
gráficas. Madrid 1920. p. 361.
19 García-Romeral Pérez da 1826 y 27 como fecha de su viaje. Pág. 125.
75
L C
[ 77
Desde Santa Cecilia, la última posta, nos quedaban dos leguas y media hasta An-
dújar, lugar al que llegamos a eso de las cinco de la tarde, después de un viaje, este
día, de trece leguas y media o lo que equivale a algo más de cincuenta millas.
Andújar es un pueblo muy antiguo, que se encuentra en los límites de los reinos
de Córdoba y Jaén. Está situado en este último rodeado por unos campos muy fér-
tiles y bien cultivados. No hay nada particular que despierte el interés del viajero,
aunque a veces se pueden ver algunos restos mutilados de la época romana como
suele ocurrir por toda Andalucía, y nos hacen recordar que este bello país estuvo
en otros tiempos dominado por una raza distinta.
78 ]
El reino de Jaén, que comprende las zonas del norte y este de Andalucía, es el
menor de los cuatro reinos que constituyen esta extensa región. Está casi comple-
tamente rodeado de una cadena de montañas. Sus ciudades principales son Jaén,
que es la capital, Andújar, Úbeda y Baeza.
Cuando pregunté me enteré que eran los desdichados que quedaban de las
tropas del Marqués de Chave a los que el gobierno había permitido refugiarse en
España, siendo Andújar el lugar que se les había asignado para su exilio.
Cuando escuché que estaban a punto de reunirse para las oraciones vesper-
tinas, y puesto que ahora se acababa de poner el sol, entré en el patio de un pe-
queño barracón y fui amablemente recibido por tres o cuatro de los oficiales cuya
apariencia denotaba con toda claridad que también ellos habían sufrido junto a sus
hombres.
En nuestro propio país la religión rara vez se contempla como algo que tenga
que ver con el ámbito de los deberes de un soldado, y en vano se podría intentar
encontrar un espectáculo similar al que acabo de describir.
La noche o la mañana era oscura como la boca de un lobo; no había ni una sola
titilante estrella, y nosotros avanzábamos hacia las montañas sin que una sola luz
guiase nuestro solitario camino.
En la primera posta a la que llegamos nos dimos cuenta de que las proximidades
a Sierra Morena estaban protegidas por un destacamento de lanceros de Córdoba
pertenecientes al regimiento de Downie, que se encontraban estacionadas para
80 ]
proteger a los viajeros del ataque de los bandoleros, puesto que este lugar era una
de sus guaridas preferidas.
Había pasado bastante tiempo en una especie de sueño intranquilo, cuando las
voces de mis compañeros de viaje me despertaron y deduje por lo que decían que
ahora estábamos atravesando el lugar donde se libró la Batalla de Bailén.
Justo estaba rompiendo el alba cuando miré hacia fuera y todo lo que pude
distinguir era la grisácea neblina de la mañana que de vez en cuando dejaba entre-
ver un trozo de llanura, escenario del conflicto. Fue aquí donde Dupont, después
de haber salido de Córdoba, ciudad que él había tomado por asalto, se puso en
contacto con el ejército español al mando de Reding que intentaba cortar la comu-
nicación con Madrid.
La batalla que fue el primer duro golpe eficaz a la fuerza de Napoleón, tuvo
lugar el 19 de julio de 1808 y terminó con la rendición del General Dupont y sus
tropas que estaban formadas por cerca de veinte mil hombres.
La luz del día ahora nos descubrió con más nitidez el aspecto de la zona y nos
dimos cuenta de que nos estábamos aproximando rápidamente a la elevada cor-
dillera de Sierra Morena. […] A dos leguas de Baylén [sic. Por Bailén] se encuentra
Guarromán, el primero de los asentamientos alemanes fundados por Carlos III en
Sierra Morena. El pueblecillo está construido de forma bastante regular aunque ni
su apariencia, ni la de sus habitantes denota en modo alguno que exista algún tipo
de confort o prosperidad. Toda esta parte del país, y La Mancha en particular, a
cuyos límites ahora nos estábamos aproximando, ha sufrido mucho los estragos de
la guerra y necesitará muchos años para recuperarse, aunque se vea beneficiada
por un gobierno mucho mejor que el que ahora rige los destinos de España. Estaba
ya amaneciendo cuando después de un fatigoso viaje llegamos a La Carolina, el
principal pueblo de las colonias alemanas. Estos asentamientos no han dado los
resultados que se pretendían al fundarlos y su aspecto de ningún modo infunde en
el viajero la idea de que sean lugares florecientes.
S E C
(-)
20 COOK, captain S.S. Sketches in Spain during the Years 1829, 30, 31 and 32; containing notices of
some districts very little known; of the manners of the people, government, recent changes, Com-
merce, Fine Arts and Natural History. Thomas and William Boone, London, 1834. El título de esta
edición contiene un pequeño error: las iniciales del nombre del autor no son S.S. sino S.E, como se
indica en la edición Sketches in Spain during the years, 1829-30-31, 32, by Captain S.E. Cook. A. and
W. Galignani, Paris 1834.
21 Como Widdrington volvió a la Península entrando por Irún, siguiendo la misma ruta de la primera
vez que vino a España. Ofrece descripciones de Jaén y Bailén.
22 Para no romper el orden cronológico de los relatos que presento, la descripción de su viaje entre
Granada y Jaén (ya con el apellido Widdrington) aparece en el capítulo correspondiente.
81
C L P (S S)
[ 83
Cuando me enteré de que la Sierra de Segura tenía los principales bosques del
sur de España y que se trataba de una elevada y agreste cordillera en la que nacen
los ríos Guadiana, Segura y Guadalquivir, y corren a fertilizar las distintas zonas de
la Mancha, Murcia y Andalucía, dejé Granada con intención de visitarla. Salí con
dos caballos y un guía armado que me fue muy recomendado ya que estaba acos-
tumbrado a llevar dinero a las minas y a realizar servicios parecidos.
23 En el texto aparece la siguiente nota: Para información sobre el tema de estos bosques se debe
recurrir al Padre Muñoz de San Agustín, magnífico profesor de Botánica en Córdoba, con quien me
siento en deuda por haberme hablado de ellos durante mi estancia en esa ciudad.
24 Desde un punto de vista geológico no lo es, ya que la Sierra de Segura y la Sierra de Baza son
unidades geológicas distintas.
84 ]
En Baza esperé al corregidor para quien tenía una carta. Él es un personaje muy
importante en esta zona. Me encontré a sus hijas en este apartado lugar interpre-
tando a Rossini, obras que ellas conocían a la perfección. Yo hubiese preferido
mucho mejor escuchar alguna canción de origen árabe. Él me informó que en
cuanto a toda su jurisdicción, la zona era segura, pero que más allá había rateros.
Sin embargo, ya que tanto yo mismo como mi guía estábamos armados, no tenía
miedo de un ataque llevado a cabo por ese tipo de ladrones. Me fui hacia el norte y
cruzando una zona desértica de aspecto africano, pasé el Guadiana, como la gente
lo llama; un bello río que recoge las aguas de la zona este de la Sierra de Segura.
el pueblo que conociera algo más que los alrededores. No se podían poner de
acuerdo en varias leguas acerca de la distancia que había hasta Orcera, que era
el lugar al que tenía intención de llegar, y no podía decidir por medio de su infor-
mación si podría encontrar un lugar en el que refugiarme para pasar la noche, o si
tenía que pasarla en el bosque. Mi anfitrión sabía tan poco como el resto, aunque
desde este apartado rincón, conocía a la perfección lo que estaba ocurriendo por
toda Europa. El hombre que él intentaba que me acompañase desafortunadamente
estaba ausente y encontraron un sustituto en un adusto personaje parecido a Lis-
mahago25, un viejo soldado, quien, como luego resultó, no tenía ni la más remota
cualificación para ejercer de guía, aunque de gran honestidad y con un magnífico
e imperturbable sentido del humor, y con una energía que se podía comparar a la
de un caballo. Salimos al amanecer y pronto entramos en el bosque bordeando y
cruzando en repetidas ocasiones un bonito arroyo de cristalinas aguas que, con la
densa sombra de los pinos, le daba una belleza selvática al escenario que contras-
taba con la aridez africana del terreno que había desde Granada. Las montañas
son del tamaño de las montañas más pequeñas de los Apeninos, con formas muy
bonitas y están cubiertas de pinos hasta las cumbres. La parte más baja del valle se
encuentra parcialmente cultivada. A eso del mediodía llegué a una zona de cortijos
o explotaciones agrícolas con terrenos escarpados y salpicados de árboles de hoja
perenne y de encinas y otros árboles y arbustos. La carretera entonces se bifurcaba
y yo tenía la opción de girar hacia la izquierda y bajar hacia Cazorla, un pueblo a
los pies de la sierra, por cuyo nombre se conoce toda esta zona, o de continuar has-
ta Orcera, con la perspectiva un tanto dudosa de llegar a Casas de Carrascas, mi
única posibilidad de encontrar un refugio para pasar la noche. Yo había cumplido el
objetivo de mi visita que era principalmente ver la composición de las partes altas
de este bosque, pero como hacía muy buen tiempo, decidí continuar y examinar
las zonas más elevadas de la sierra. Después de atravesar un bonito desfiladero, el
río se iba haciendo cada vez más pequeño; el terreno se iba elevando; los árboles
25 Capitán Lismahago.
86 ]
reducían su tamaño y nosotros cada vez íbamos alcanzando una mayor elevación.
El tiempo empezó a dar síntomas de que estaba cambiando, se levantó un fuerte
viento del sur y las nubes comenzaron a moverse ofreciendo signos inequívocos
de que el tiempo iba a cambiar. En todo lo alto del desfiladero encontramos a un
pastor con el que el guía habló aparte, sin dejarme ver en ningún momento que su
conocimiento de la zona ya casi se le había agotado. Pasamos una cresta y comen-
zamos a descender. Se formó una densa niebla y la noche se nos echó encima.
Nosotros todavía continuamos siguiendo el camino hasta que vi claramente que
íbamos por el camino equivocado. Sin embargo el hombre con una emperrada
obstinación persistía en asegurar que él tenía razón hasta que ya de noche llega-
mos a un aguadero o bebedero para ganado donde terminaba el camino. Él todavía
insistía en que estábamos en la dirección correcta y manteniendo la esperanza de
dar con el camino, yo seguí su sugerencia. Pronto nos vimos irremediablemente
rodeados de rocas y precipicios y la niebla se iba espesando y comenzaba a llo-
viznar sin que tuviésemos otra alternativa que detenernos. Desafortunadamente
nosotros nos encontrábamos en la zona más erosionada de la sierra, que en esta
parte estaba casi desnuda.
acompañarnos, como dijo, “por amistad”, súplica a la que se unió mi propio sirvien-
te, que me vi forzado a permitirle venir, y nos pusimos en camino. Avanzamos por
la cuerda de la vertiente que separa los ríos Segura y Guadalquivir y allí vimos zo-
nas de nobles pinares que la brutalidad de los campesinos había destruido al que-
marlos durante el verano, dejando en pie sólo los troncos sin vida; una práctica tan
común aquí como inútil y destructiva. Pronto llegamos a un desfiladero que con
una cuesta muy pronunciada y muy rápida llevaba hasta el lecho de un torrente,
uno de los principales afluentes del ramal norte del Guadalquivir. La zona era muy
bonita. Los pinares proporcionaban una densa sombra de la que constantemente
salíamos y luego llegó una noche brillante. Las titilantes estrellas, las luces en la
montaña que había al otro lado de la Sierra de Segura, las fogatas en los cortijos
encendidas bajo las rocas me trajeron a la memoria la espléndida noche y los fue-
gos del campamento de Ilión. El silencio sólo se veía roto por los incesantes ladri-
dos de los perros de los pastores cuya vigilancia era lo único que salvaba a los re-
baños de los depredadores. La distancia era ridícula, pero la ignorancia de los
guías, ya que el último sólo conocía el camino hasta el desfiladero y confesó que
jamás había estado más allá, y la dificultad de la carretera, que estaba muy mal se-
ñalizada, nos hacía avanzar con mucha lentitud. Por fin llegamos a un profundo
barranco sobre el que se levantaban la iglesia y las casas de Orcera. Ahora estába-
mos completamente parados, no había el menor indicio de que se pudiese pasar,
salvo un camino de carros hecho para transportar los troncos y que se sabía que
daba una vuelta enorme. Ninguno de los guías conocía el camino para llegar al
pueblo que aparecía ante la vista como un castillo encantado. El soldado había
estado acuartelado en este lugar hacía unos cuantos meses, pero sabía tan poco
como los demás, y tampoco yo, con mucha práctica a la hora de descifrar carrete-
ras, podía distinguir por dónde estaba la comunicación. Al otro lado había varios
chiquillos cogiendo pájaros con un farol pero estaban ocupados en lo suyo y ade-
más el ruido del agua hacía que no pudiesen oír nuestras voces. Al final descubri-
mos un hueco en el seto de un jardín, lo cruzamos y atravesando la rambla o torren-
[ 89
que fuese a visitar al escribano en su nombre y que le dijera que firmase el pasa-
porte. Me dirigí a la casa de este funcionario, que tenía una casa bastante mejor,
pero que se encontraba ausente. Luego busqué a una persona a la que fui reco-
mendado y mientras me encontraba con él, llegó el Alcalde, que se había echado
una vieja capa sobre los hombros. El tenía un ayudante, un joven engreído e impru-
dente que evidentemente parecía ser un pariente y que no sabía leer pero que sin
lugar a dudas tenía la intención de hacer alguna travesura y que se estaba mofando
del anciano. Ellos se sorprendieron de verme allí pero pronto formularon en voz
baja el objeto de mi visita, que era el extraño acontecimiento de que hubiese un
extranjero en el pueblo. Después de un momento, como el Alcalde no podía hacer
nada, mi presencia y carta de presentación obligaba al anfitrión a permanecer en
silencio, él me propuso que visitara a las autoridades superiores del gobierno a lo
que yo accedí gustoso y a la primera persona que me dirigí instantáneamente solu-
cionó el problema. Había dos oficiales de la marina y tan caballeros como siempre
he encontrado que lo son los oficiales de marina españoles. Sus modales contras-
taban curiosamente con los del grupo que les rodeaba. Uno de ellos nos ofreció
chocolate a mí y al Alcalde con admirable tacto, sacó la botella en la que llevaba su
refrigerio para la mañana llena de un licor de tono verdoso pensado para los rudos
campesinos, pero que estaba tan fuerte que este respetable señor no podía termi-
narse el vaso, aunque la educación le impedía dejarlo. El más joven de estos oficia-
les era un hombre de refinada cultura y muy bien informado. Estuvo en Trafalgar,
batalla de la que hablaba con el simple y noble candor característico y probable-
mente peculiar de esta gente, con sentimientos de admiración hacia el talento y el
coraje con el que se llevó a cabo, y con una sensación, que es frecuente entre ellos
de un cierto orgullo por haber sido testigos de ese magno acontecimiento, cuando
los sentimientos de derrota y desastre se han esfumado y las pasiones del tiempo
han dado lugar a otros sentimientos. Después de solucionar el asunto del pasapor-
te, y de que los oficiales se ofrecieran a hacerse cargo de los gastos, nos dirigimos
a la casa del escribano que era quien tenía que firmarlo. Fue extremadamente cor-
[ 91
26 El escribano o notario, es un funcionario y hay uno en todos los pueblos por pequeños que sean.
92 ]
El bosque tiene unas veinte leguas españolas de longitud por unas quince de
anchura (ochenta por sesenta millas) y aún tiene gran cantidad de madera magnífi-
ca, aunque se han otorgado grandes cantidades a individuos particulares para que
la vendan y los campesinos constantemente están quemando zonas completas
que luego convierten en un erial que no sirve para nada, ya que el ardiente clima
evita que crezca ningún tipo de hierba más que donde está protegida. Las partes
más altas del bosque están casi completamente desnudas. Unos cuantos enebros
y acebos conforman la mayor parte del sotobosque, y la zona que mira a Murcia,
es decir la solana, perfectamente parecía lo que era. En el norte es diferente. Los
escarpados desfiladeros protegen el suelo del calor abrasador y se cubre de una
exuberante vegetación. Abunda la caza de todo tipo y los lobos son tan numero-
sos, debido a la suspensión de las ayudas del gobierno para su destrucción, que los
rebaños difícilmente pueden ser protegidos. Sin embargo, este mal está en vías de
encontrar remedio. Hace unos cuantos años la maestranza o nobleza de Granada,
llevó a cabo una importante batida, y terminando con un gran número de animales.
La descripción de los pinos se puede ver en el resumen dedicado a los bosques.
[ 93
de su casa, pero que Castro había estado en el pueblo el día de antes y que se ha-
bía llevado a varios maleantes. Úbeda y Baeza son dos lugares muy antiguos que
se encuentran a una legua de distancia uno de otro en la parte más alta del Lomo
entre los dos principales afluentes del Guadalquivir. La zona es una de las más
fértiles de Andalucía; bien irrigada, una marga compacta que produce maíz, aceite
y vino, ganado y caballos en abundancia. Los pueblos están en estado ruinoso y
la apariencia de la gente denota la más absoluta miseria, es como suele ocurrir
invariablemente en las zonas agrícolas, que parece que incrementa el índice de su
fertilidad. Sin embargo, como verdaderos andaluces, nunca les abandona su ale-
gría. Ellos se congregaron donde nosotros estábamos y comenzaron a opinar sobre
la apariencia de nuestros animales, que la sierra y el día de antes habían agotado
considerablemente, pidiéndonos que se los cambiásemos por sus robustos y gor-
dos animales, algo que a mí me divirtió mucho, pero que no le gustó nada al mozo
que tenía excesivamente acentuado el sentido del ridículo y que pensaba que se
estaban riendo de él. La lluvia del día anterior había hecho que se requisaran todas
las mulas y los arados para llevar a cabo la siembra y no pude encontrar un solo
animal para alquilar ya que tenía intención de despedir a mi mozo por su obstina-
ción del día de antes; pero él se llevó una buena represalia a su vuelta a Granada.
Cuando pasamos, la gente que estaba trabajando en los campos nos invitó a que
compartiésemos su humilde comida, sentados a un lado del camino, algo que es
una práctica usual en España. Después de cruzar el Guadalimar llegué a Linares,
un pueblo grande y bien trazado de reciente construcción, pero muy sucio y que
ahora se está recuperando debido a que se han vuelto a reanudar las extracciones
en las famosas minas de plomo y cobre. Estas minas se conocen desde la más re-
mota antigüedad. Algunos de los pozos son romanos o árabes. Están en manos de
compañías y están siendo explotados con beneficios. Disponen de muy poca agua
por consiguiente sólo pueden utilizar la maquinaria más simple. En estas minas es
muy reducido el número de trabajadores extranjeros que están contratados para
trabajar. Como suele ocurrir, la gente fue amabilísima hasta extremos insospecha-
[ 95
dos. Algunos rateros habían robado a un grupo la noche antes pero los realistas
habían salido en su búsqueda. El día siguiente lo pasé allí y luego atravesé una zona
muy abierta y sin ningún interés pero muy fértil, regada por los dos grandes ramales
del Guadalquivir, hasta llegar a Jaén, que es un lugar miserable con una catedral
espléndida a la que me referiré cuando trate de la arquitectura 27. El castillo árabe se
levanta en un cerro por encima de la ciudad. Éste era una gran fortaleza, aunque
ahora está en ruinas,
Al día siguiente salí con rumbo a Granada y viajé por una carretera que no la
supera ninguna de las que existen en Europa y que está prácticamente terminada y
que será la futura comunicación de esa capital con Madrid. Aún no había posadas y
ni siquiera ventas y sólo había dos puebluchos casi a mitad de camino pero todavía
no los han construido. El paisaje es maravilloso con un claro y abundante arroyo
que va regando el valle con rasgos que recuerdan a Gales. Cerca de Campillo se
pasa El Portillo de Arenas, un pequeño desfiladero famoso en las contiendas con
los moros, y después de cruzar una gran cordillera, fuimos bajando hacia la vega
de Granada.
A
Nacido en Edimburgo en 1795 desde muy joven orientó su vida hacia la literatura y los
viajes y, aunque se educó para la actividad comercial, este trabajo nunca le resultó agradable.
En 1825 publicó su primera obra, Tales of the Ardennes, publicación que se llevó a
cabo bajo el pseudónimo de Dervent Conway y cuya acogida por parte de la crítica fue
bastante buena. Al poco tiempo aparecieron, Narrative of a Journey through Norway,
part of Sweden, and the Islands and States of Denmark en 1826. Dos años más tarde
publicó Solitary Walks through many Lands y A Tour through Switzerland and the South
of France and the Pyrenees 1830-1831.
En 1830 viajó por España y el Tirol. Sus experiencias de viaje dieron lugar a dos
obras: Spain in 1830 28 y The Tyrol, with a Glance at Bavaria, aparecidas respectivamente
en 1831 y 1833.
Aparte de estas obras publicó en 1832 una novela en tres volúmenes titulada The New Gil
Blas or Pedro of Pennaflor, en la que analiza la vida social española. Este mismo año viajó a
las islas del Canal y comenzó a editar un periódico llamado The British Critic que mantuvo
su tirada durante dos años. En 1834 publicó en dos volúmenes la descripción de estas islas y,
después de un viaje a Irlanda, Ireland in 1834 cuya obra alcanzó la quinta edición en 1838.
Desde 1834 Inglis se estableció en Londres. En 1837 publicó su última obra literaria
en Colburn’s New Monthly Magazine, Rambles in the Footsteeps of Don Quixote, con ilus-
traciones de Cruikhank. Murió en 1835.
Su viaje por España tuvo una duración de unos ocho meses entre la primavera y el
otoño de 1830.
28 INGLIS, Henry David: Spain in 1830. Whittaker, Treacher and Co., London, 1831.
97
S E
[ 99
Desde el primer cerro fui bajando hacia un profundo valle y luego volví a ascen-
der durante al menos las siguientes dos leguas. Las laderas de las montañas se ven
salpicadas de encinas, algunos fresnos y están cubiertas por un espeso sotobosque
de arbustos, y a veces de forma ocasional se alcanzan a ver por abajo desfiladeros
que se introducen en los profundos y deshabitados valles laterales de la sierra; aun-
que cuando la carretera va subiendo en dirección sur, ya se ven más zonas puestas
en cultivo, y a poca distancia se pueden ver aldeas y casas salpicadas por todos
lados. Son las nuevas colonias de Sierra Morena, como aún se las denomina, y el
primer pueblo al que llegamos es Santa Elena. No hay nada más sorprendente o
agradable que el contraste entre los pueblos de estos nuevos asentamientos y los
pueblos que fuimos viendo en otras partes del interior de España.
Cada colono recibió cincuenta trozos de terreno, cada uno con diez mil pies
cuadrados –libres de renta durante diez años, y después, sólo estarían sujetos a
impuestos. Y si estos trozos de terreno se ponían en cultivo, otra cantidad igual se
le asignaba al agricultor
Junto con su tierra, el colono recibía todo lo necesario para la labor agrícola:
diez vacas, un burro, dos cerdos, un gallo y una gallina y semillas para la tierra; una
casa y un horno: y la única limitación sobre la propiedad era una restricción sobre
la potestad de poder disponer de ella, puesto que ningún colono podía hacerlo
a favor de ninguna persona que ya dispusiera de una parcela; de manera que las
posesiones no pudieran ser más grandes o más pequeñas a excepción de por su
propio esfuerzo y trabajo.
Pero, a pesar de las muchas ventajas y privilegios que disfrutan estas colonias, y
aunque en comparación con el funcionamiento general de los pueblos españoles es-
tas aldeas de nuevos colonos tienen una apariencia de comodidad y laboriosidad, las
colonias nunca han tenido un éxito completo, y se dice que cada año son menos flo-
recientes. En la actualidad, entre ellos no ven incrementarse sus riquezas y todo lo que
pueden hacer es mantenerse con una relativa comodidad, siendo la única causa de
esta falta de prosperidad la deficiente cadena de distribución de los productos de su
trabajo. Es evidente que sin un mercado, el esfuerzo de un agricultor es inútil y pronto
se verá restringido al punto que establecen las necesidades suyas y de su familia.
[ 101
Justo después de salir de Santa Elena, el paisaje se abre hacia el sur. Las altas
cumbres de la sierra se quedan detrás y Andalucía se extiende por debajo. A unas
tres leguas de Santa Elena se encuentra La Carolina, la capital de los nuevos asen-
tamientos, lugar al que llegué un poco después del mediodía.
Todo el camino desde La Carolina hasta Bailén fui atravesando una zona rica
en cereales y aceite –una extensa y ondulada llanura delimitada hacia el sur por las
montañas de Granada, y por todos lados, sobre las estribaciones más meridionales
de Sierra Morena, que forma el límite norte de la llanura, se pueden ver las ruinas
de castillos árabes. Al anochecer llegué a Bailén, lugar célebre por haber sido el
campo de batalla donde Castaños obtuvo la victoria decisiva que posteriormente
tuvo como resultado la evacuación de Madrid.
De todos modos, encontré una cama que no era peor de lo que solían ser; y
para cenar, me tuve que contentar con huevos fritos, un vino excelente y un melón
delicioso.
No hay nada interesante desde que se sale de este valle y se llega a Andújar.
Atravesé extensos bosques, tanto de olivos como de encinas, en los que conté
hasta tres cruces. El mulero me aseguró que no era en absoluto poco probable que
nos pudieran robar antes de llegar a Andújar; aunque admitió que nuestras proba-
bilidades de escapar eran mayores debido a que era por la mañana. Esta zona es
considerada como uno de los puntos más peligrosos entre Madrid y Sevilla. A eso
de una semana después de mi llegada a está última, robaron el correo a dos leguas
de Andújar. Este robo se llevó a cabo con una circunstancia bastante incongruente
y con la usual cortesía de los bandoleros españoles. Después de haber revisado
cada una de las sacas, les robaron a los cuatro pasajeros –tres caballeros y una
dama–, todo menos la camisa, y de esta guisa los volvieron a subir al carruaje; el
postillón también entró en Andújar sólo con la camisa. Sin embargo, yo llegué a la
venta de Lequaca sin haber sufrido ninguna interrupción. Después de descansar
allí durante una hora tomando chocolate, y de refrescar mi mula, continué viaje y
llegué a Andújar temprano por la mañana.
atractivos que los castellanos, pero con todo y con eso, la gente de Andújar, así
como la de Córdoba, se dice que son malas personas –ladrones, falsos y violentos–
, y es cierto que exceptuando el tramo de costa entre Cádiz y Málaga, se cometen
más atracos en las cercanías de Andújar que en cualquier otro lugar de España.
29 FORD, Richard. Hand-Book for Travellers in Spain and Readers at Home. Describing the Country and
Cities, The Natives and Their Manners; with Notices on Spanish History. Part I. Containing Andalucia,
Ronda and Granada, Murcia, Valencia, Catalonia, and Estremadura: with Travelling Maps and a Copious
Index. John Murray, London. 1845.
105
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
Otras obras de Ford son: An Historical Enquiry into the Unchangeable Character of a
War in Spain, Londres, 1839, en respuesta a un panfleto titulado The Policy of England
in Spain. A Guide to the Diorama of the Campaigns of the Duke of Wellington, publicado
en 1852. Tauromachia, Bull-fights of Spain, Londres, 1852. Apsley House and Walmer
Castle, Londres, 1853 y The Letters of Richard Ford editadas por R.E. Prothero, Londres,
1905. Su muerte tuvo lugar en 1858.
106
[ 107
Desde Andújar hasta Jaén, 6 leguas. La carretera es mala pero transitable para
carruajes. Comunica con el Camino Real hasta Granada.
Desde Baena, aunque hay sólo 24 millas hasta Alcalá la Real, a caballo se tardan
unas siete horas. El pintoresco pueblo, con sus llamativas torres, está construido
sobre una montaña de forma cónica. Las calles son muy empinadas; la Alameda
es muy bonita y la posada injustamente cara. Este pueblo en su día fue el cuartel
general del Alcaide Ibn Zaide; fue tomada en 1340 por Alonso XI en persona por
lo que obtuvo el epíteto de Real. El castillo de La Mota fue construido por el Conde
de Tendilla, primer gobernador de la Alhambra.
110 ]
Se va en diligencia hasta Andújar (ver Ruta VIII) y desde allí por una carretera
mala aunque transitable para carruajes a Jaén, 6 leguas. O siga hasta Bailén y desde
allí tome la diligencia que baja a Jaén 6 leguas. Se atraviesa el Guadalquivir en el
peligroso y poco práctico transbordador de Mengíbar. Las dos carreteras son poco
interesantes y a menudo están infestadas de bandoleros, y como va por llanuras sin
árboles es fría y el viento sopla con fuerza en invierno mientras que está calcinada
y polvorienta en verano. La carretera entre Jaén y Bailén se comenzó en 1831.
[ 111
En 1246 Jaén se rindió a San Fernando. Ibnu-l-ahmar, “el hombre rojo” origina-
rio de Arjona y perteneciente a una clase social muy baja se había erigido en su
gobernante, y como discrepaba con el Rey Moro de Sevilla, y sintiéndose incapaz
de oponerse a los cristianos sin ayuda de nadie, se declaró su vasallo. Después de
contribuir a la conquista de Andalucía, logró fundar la cuarta dinastía árabe y del
112 ]
reino de Granada, a donde los moros, después de ser expulsados de otros lugares,
se dirigieron en tropel como su último refugio.
Visite la alameda con sus vistas alpinas; pasee por las sinuosas callejas de la
ciudad antigua hacia la fuente de Magdalena que mana de una roca como si la
hubiese golpeado la vara de Moisés. Fue en Jaén donde Fernando IV murió de
forma repentina el 7 de septiembre de 1312 cuando contaba 25 años, exactamente
treinta días después de que fuese convocado a presentarse ante el tribunal de Dios
[ 113
por los dos hermanos Pedro y Juan Carvajal, de Martos, cuando los dos estaban
siendo conducidos para ser ejecutados por orden del rey y sin suficiente evidencia
de su culpabilidad. De ahí que Fernando sea llamado El Emplazado. […] En julio de
1808 Jaén fue terriblemente saqueada por los franceses bajo el mando del general
Cassagne. En cuanto a su historia, leyendas y antigüedades se debe consultar “San-
tos y Santuarios” Francisco de Vilches; “Historia de Jaén” Bartolomé Ximenez Patón,
1628 (el autor verdadero fue el Jesuita Fernando Pecha); “Análes Ecclesiásticos”,
Martín de Ximena Jurado; sin embargo lo más importante está todo incluido en
“Retrato de Jaén”, 4to., Jaén 1794.
[…] Desde Purchena el amante de la historia natural que no tenga miedo a atrave-
sar un terreno muy escarpado puede dirigirse a Pozo del Alcón, donde comienzan
los pinares. Desde allí a Cazorla, que forma uno de los extremos del triángulo con
Puebla de Don Fadrique, a quince leguas de distancia. Los caminos son terribles
en estos bosques laberínticos. Las encinas y los pinos son magníficos. En Orcera
estaba el servicio forestal del gobierno, desde donde se abastecían los arsenales
de Cádiz, pero los franceses quemaron los nobles edificios. El bosque de Segura,
Saltus Tigiensis tiene una extensión de ochenta por sesenta leguas. El visitante debe
solicitar permiso a las autoridades locales para explorar la zona, exponiendo sus
objetivos con franqueza, de otro modo su llegada puede crear un gran alboroto,
y es posible que se vea expuesto a todo tipo de sospechas e incomodidades. El
Guadiana que desemboca en el Guadalquivir es útil para transportar los troncos
flotando. Según un informe oficial de 1751, había entonces 2.121.140 árboles pre-
parados para construcción naval en los astilleros gaditanos, y 380.000.000 para los
de Cartagena. Si descontamos de estas cifras lo correspondiente a la exageración
española, es evidente que los suministros eran ciertamente casi inagotables. El “Ex-
pediente” de Martín Fernández Navarrete, Madrid 1824 da la cifra de 44.297.108.
El bosque se encuentra en la actualidad escandalosamente abandonado y mal utili-
zado como ocurre con casi todos los de España30. Abunda todo tipo de caza mayor
y los lobos son tan numerosos que casi no se pueden tener ovejas.
Atravesando una zona fértil y muy bien irrigada se encuentra Úbeda, construida
por los árabes con materiales de la romana Bætula, ahora, Úbeda la Vieja. Úbeda
fue conquistada por Alonzo VIII ocho días después de la victoria de las Navas de
Tolosa. El español, en una carta a Inocencio III, expuso que “entonces contenía
30 Ver Widdrington I, 384.
[ 115
setenta mil moros, de los que muchos fueron masacrados y que el resto fueron
hechos prisioneros para construir los conventos en España, y que la ciudad fue arra-
sada”. Cuando se retiraron estos cristianos destructores, debido a la falta de medios
para continuar con sus éxitos, los infieles volvieron y reconstruyeron Úbeda. Pero
la desdichada ciudad fue reconquistada por San Fernando el día de San Miguel de
1239. De ahí que el escudo de la ciudad, tenga a ese Arcángel, con bordura de
plata y doce leones sobre un campo de gules. Úbeda tiene unos 15.000 habitantes,
en su mayoría agricultores.
Pero el orgullo de Baeza fue haber sido el lugar de nacimiento de once mil vírge-
nes, normalmente llamadas de Colonia. Vilches en su “Santuarios” I, 28, 26, le afana
a Inglaterra la gloria y la reivindica para Nosotros. Estas damas, realmente nacidas
en Cornualles alrededor del año 453, eran hijas de un tal Nothus, un gran señor,
e incluso la familia Bastard se encuentra aún entre las más importantes del oeste
de Inglaterra. Algunos críticos mantienen que las once mil no eran en realidad más
que unas gemelas y que tenían los nombres de Úrsula y Undecimilla, pero otros
[ 117
Linares, Hellanes –está situada en una agradable llanura a los pies de Sierra
Morena, con abundancia de fertilizantes arroyos. La población está por debajo
de 7.000 personas. En la antigüedad fue famosa por sus minas de cobre y plomo
que aún son muy productivas en especial las de los Arrayanes, Alamillos, y la Cruz.
Cada día se abren nuevos pozos, pero al igual que ocurre en Berja, las extracciones
son muy perjudiciales para la salud de los mineros. Aproximadamente a media
legua de distancia se encuentra el supuesto lugar de Cástulo o Cazlona, donde se
encuentran con frecuencia esculturas mutiladas y abandonadas. En Palazuelos se
encuentran las supuestas ruinas del “Palacio” de Himilce, la acaudalada esposa de
Aníbal y cerca se encuentra el lugar de la gran batalla donde Escipión fue vencedor
(Livio, XXIV, 41). La bonita fuente de Linares se supone que es un resto de obra
romana relacionada con Cástulo. Al norte de Linares y a unas cinco leguas de La
Carolina en el Cerro de Valdeinfierno se encuentran algunas minas antiguas que
todavía se llaman Los Pozos de Aníbal; el geólogo puede acercarse a Vilches, un
lugar pequeño con 2.000 habitantes, situado en medio de las abandonadas minas
de cobre y plata. La caza mayor es buena en toda esta zona de Las Nuevas Pobla-
ciones, al igual que la pesca en el Guadalen, Guarrizoz y Guadalimar.
Los dos pueblos de Baeza y Linares, como suele ocurrir en la poco unida Espa-
ña, no quieren a sus vecinos. Baeza quiere pares y no quiere Linares.
118 ]
31 http://www.proel.org/traductores/borrow.html.
32 George Borrow The Bible in Spain or, the journeys, adventures and impresonments of an Englishman
in an attempt to circulate the scriptures in the peninsula. London, John Murray, 1830.
119
S V C (A)
[ 121
Parece ser que el día anterior a nuestra llegada, los bandoleros del desfiladero
habían cometido un espantoso atraco y un asesinato y que se habían embolsado
cuarenta mil reales33 y probablemente este botín los tenga satisfechos durante un
tiempo: y lo cierto es que no sufrimos ninguna interrupción. Al atravesar el desfila-
dero no vimos a nadie aunque de vez en cuando escuchamos silbidos y gritos.
tiempo magnífico aunque de repente El Señor nos envió una terrible tormenta tan
fuerte que casi no la podíamos soportar. Aparte de nosotros no hubo nadie que se
atreviese a continuar el viaje. Atravesamos llanuras cubiertas de nieve y pasamos
D M S
olivos; a excepción de dos que pudieron escapar entre las rocas, el resto fue tortu-
rado y humillado a manos de los ladrones, o mejor dicho a manos de estos desal-
mados ya que a la media hora les dispararon. Al cabo le volaron la cabeza con un
trabuco. Los ladrones luego quemaron el vehículo algo que hicieron quemando las
cartas con la mecha con la que encendían sus cigarros. Al correo le salvó la vida
uno de los bandoleros que en otro tiempo había sido su postillón, aunque también
le robaron y lo dejaron desnudo. Mientras pasábamos por la escena en la que había
tenido lugar tal carnicería, el pobre hombre se echó a llorar, y aunque era español,
maldijo a España y a los españoles diciendo que dentro de poco intentaría irse a la
Morería, hacerse mahometano, y aprender las leyes de los moros ya que cualquier
país y cualquier religión eran mejores que la suya propia. Él señalo el árbol donde
habían atado al cabo, y aunque había llovido mucho desde entonces, todo el te-
rreno de alrededor estaba cubierto de sangre y había un perro que roía un trozo
del cráneo del desafortunado. Un fraile viajó con nosotros todo el trayecto desde
Madrid a Sevilla. Era misionero y tenía intención de ir a las Islas Filipinas para con-
quistar por lo que yo supongo que quería decir para predicar a los indios. Durante
todo el camino estuvo mostrando un incontrolable miedo que se apoderaba de él
y que le hacía ponerse terriblemente enfermo y nos vimos obligados a detenernos
dos veces en la carretera y tumbarlo en un maizal. Decía que si caía en manos de
los facciosos estaba perdido ya que querrían que dijera una misa y luego lo llena-
rían de pólvora.
M H
()
35 HAVERTY, Martin Wanderings in Spain. Parry, Blenkarn and Co., London. 1847.
125
P G (A)
[ 127
Miró con desconsuelo hacia uno y otro extremo de la calle con una expresión
que parecía decir “realmente que poco me importa hacia que lado voy”. Me dirigí
a él en latín, una lengua que pronto comprobé que él podía hablar con fluidez y
después de conversar un momento descubrí que había sido misionero durante
muchos años en India y Japón. ¡Pobre hombre! En medio de cuantos peligros y
privaciones llevó a cabo sus piadosas obras en aquellas lejanas misiones sin esperar
ningún tipo de recompensa en su vida terrenal, y ahora en la senectud y en su tierra
natal ni siquiera tiene el triste y sombrío hogar de un claustro donde refugiarse. Era
demasiado viejo y demasiado pobre, dijo, como para ir hasta Roma, hacia donde
128 ]
muchos de sus hermanos habían ido, y que dentro de poco sólo molestaría a sus
paisanos porque tendrían que enterrarlo.
Durante mi viaje por España por todas las ciudades fui viendo monasterios
convertidos en barracas o en almacenes o sus terrenos ocupados por horribles y
antiestéticos montones de escombros que habían quedado después de haberse
llevado todos los materiales de valor utilizados en su construcción e iglesias donde
en su día habían sonado los ecos de cánticos e himnos ahora desiertas y vacías. ¿A
qué se debe esta absoluta devastación? […] En Baylen [sic por Bailén] el siguiente
lugar importante por el que pasamos, se creó cierta tensión entre los integrantes de
la diligencia debido al modo en el que nos dividimos el vehículo con una discusión
entre un lugarteniente español que viajaba desde Cádiz para visitar a su familia en
Burgos y un viajante de comercio francés a propósito de la memorable capitulación
allí de un ejército francés de 20.000 soldados al mando del General Dupont en
julio de 1808. El lugarteniente atribuía naturalmente el acontecimiento a la valentía
y buenas dotes militares de sus compatriotas, quienes en aquellos momentos aún
no estaban apoyados por aliados extranjeros; mientras que el francés movido por
motivos patrióticos similares, pero creo con más realismo y veracidad, le echó la
culpa completamente a la vergonzosa corrupción del general francés. Es verdad,
observó, que los desfiladeros de Sierra Morena estaban tomados por las tropas
españolas y que se habían cortado todas las comunicaciones entre el cuerpo del
[ 129
Y en lo que respecta al viejo General Castañas [sic for Castaños] que posterior-
mente fue condecorado y recompensado con el título de Duque de Bailén, él no
estaba ni por asomo cerca de Bailén en el momento de la capitulación e incluso
se estuvo riendo de la equivocación que cometieron a la hora de concederle el
título.
Un viejo tratante de vinos andaluz que se sentaba a mi lado con una amplia za-
marra de la mejor lana dijo con bastante sorna que era sorprendente que el galante
comerciante francés no hubiese realizado antes ese cambio; a lo que el lugarte-
niente respondió con una especie de exclamación gutural muy utilizada.
pasado algunos años exiliado en Francia e Inglaterra durante los últimos años del
reinado de Fernando VII y que no mostraba predilección por ninguno de los países
en los que había permanecido, y finalmente nuestro amigo el lugarteniente quien,
aunque aún no había cumplido los treinta años, tenía en su pecho más de cinco
condecoraciones militares, obtenidas sin lugar a dudas en cualquiera de las últimas
refriegas de la guerra carlista. En lo que a mí respecta, como dije que era irlandés,
me consideraron de algún modo perteneciente a un poder neutral y pude escuchar
la conducta política tanto de Inglaterra como de Francia de la que se discutía, sin
la menor reserva.
Que los hombres se encuentran aunque las montañas no, es un viejo proverbio
cuya veracidad pocos podrían discutir y que yo he podido verificar a menudo por
inesperados reencuentros a lo largo de mis viajes pero sobre todo por un extraño
encuentro que tuve en La Carolina, uno de los nuevos pueblos de colonización
de Carlos III en la cara sur de Sierra Morena. Un joven pintor de paisajes prusiano
con quien había pasado una tarde agradable en Passignano, a orillas del Lago Tre-
semene hacía unos cuantos años, fue la primera persona con quien me encontré al
entrar en la posada para desayunar.
Por aquel entonces Sierra Morena era mucho más peligrosa para los viajeros de
lo que es en la actualidad. José María en ocasiones visitaba a amigos que no eran
ni una pizca mejores que él; y aunque un gran número de personas viajando juntas
y acompañados por una importante escolta de hombres armados, podía atravesar
con bastante seguridad, había pocas posibilidades de escapar a los bandoleros
para un viajero solitario o incluso para un grupo pequeño.
Él recordaba muy bien la sensación que las aventuras del joven alemán causa-
ron en varios pueblos a lo largo de la carretera ya que él mismo tuvo la ocasión de
pasar por aquel camino en la misma época, y como el relatar tales incidentes sería
apropiado mientras ellos viajaban por la misma zona, él nos haría un resumen, algo
que yo me esforzaré por hacer en el capítulo siguiente, literalmente y con todo
detalle, utilizando el relato que escuché de labios de don José.
C S C (J)
S E W
()
Escritor de temas sobre España Samuel Edward Cook 36, ingresó en la marina el 31
de diciembre de 1802, aunque abandonó la carrera de forma prematura. Al poco tiem-
po, en 1829, vino a España. Después de residir en la península durante más de tres años
publicó en 1834 Sketches in Spain During the Years 1829, 30, 31 and 32 dedicado a Lord
Algernon Percy Barón Prudhoe. Esta obra fue en sus días el relato más completo que
sobre España se hubiera escrito en lengua inglesa.
En 1840 toma el apellido Widdrington, y en 1843 vuelve a España. Un año más
tarde, a su vuelta a Inglaterra publicó de nuevo sus experiencias de viaje en una obra
titulada Spain and the Spaniards in 184337. Casado, aunque no tuvo hijos, dejó todas
sus posesiones a su sobrino Shalcross Fitzherbert Jacson, que también tomó el apellido
Widdrington.
Fue elegido miembro de la Royal Society en diciembre de 1842 y también fue miem-
bro de la Royal Geographical Society. Murió en Newton Hall el 11 de enero de 1856.
133
C A
[ 135
D G J
Tuvimos una gran dificultad para encontrar plazas en la diligencia que iba a
Madrid ya que todos los asientos buenos estaban reservados desde hacía semanas.
Había dos empresas rivales y nos vimos obligados a coger el coche de la empresa
peor. Ellos me aseguraron que había poca diferencia en cuanto a la organización,
en especial en cuanto a algo de suma importancia, el tiempo que íbamos a perma-
necer en la carretera.
Debo llamar la atención del lector en particular en lo que respecta a las páginas
siguientes ya que en éstas se relatará un acontecimiento de crucial importancia en
los extraordinarios e inesperados acontecimientos que muy poco después tuvieron
lugar en el sur de España, y de los que fuimos testigos de excepción, y que explican
de algún modo y en parte los acontecimientos que siguieron.
Salimos de Granada muy temprano y la primera parada para cambiar el tiro fue
en la Venta de Zagrí [sic. por Venta del Zegrí] que ha mantenido el nombre de la
célebre familia árabe y cuyos descendientes por línea directa aún se encuentran
establecidos en su antigua capital. En Campillo de Arenas, un pueblo grande a
mitad de camino entre Jaén y Granada donde nos detuvimos para tomar chocolate
había un oficial de uniforme. Era de mediana edad, con unos modales muy agra-
dables y un aspecto muy respetable que entabló conversación con nosotros y nos
hizo varias preguntas acerca del estado en el que se encontraba Granada. Era el
Jefe Político o Gobernador Civil de la provincia, quien, ya que el Capitán General
estaba ausente de su puesto, en Madrid, cuando estallaron los disturbios, algo que
probablemente se podría haber evitado si él hubiese estado en su puesto. “¡Cosas
de España!” Nos dijo que su objetivo era preceder al Capitán General, que le iba
siguiendo con las tropas que ya habíamos comenzado a ver en la carretera, y que
136 ]
Cuando hubimos contestado a todas las preguntas que nos hicieron, continua-
mos, encontrando en nuestro camino muchos destacamentos de tropas de todo
tipo que marchaban con toda premura para llegar cuanto antes a la zona donde
se suponía iban a tener lugar las operaciones. En una venta entre Campillos y Jaén,
llegamos en el mismo momento que un batallón de infantería, todos muy jóvenes
aunque de muy buen ver y quienes ya habían realizado una marcha de veinte millas
hasta su primera parada. Yo me encontraba al lado de la puerta cuando ellos iban
entrando sucesivamente, algunos pidiendo vino con impaciencia, otros pan, pero
[ 137
el catálogo de negativas fue incluso más contundente del que se suele encontrar
en estos lugares, y la única respuesta era “nada, las tropas que pasaron la noche
pasada se llevaron todo y aquí no tenemos nada”. De sus labios no salió ningún
tipo de expresión ni siquiera el menor murmullo, y tomando un poco de agua,
que era lo único que había, ellos iban formando grupos bajo los arbustos o donde
quiera que hubiese la más mínima sombra para protegerse del abrasador sol con
la intención de volver a ponerse en camino y hacer una distancia similar o incluso
mayor antes de llegar a su acuartelamiento para pasar la noche.
El paso al descender desde Campillos hasta Jaén es tan bonito que si estuviese
cubierto por un bosque habría pocos lugares en España que pudieran superar o
igualar a éste en cuanto a belleza pintoresca. El arroyo que corre por el valle es
igualmente precioso y la situación de Jaén, elevada sobre las bellas y fértiles llanu-
ras del Guadalquivir, al que se asoma como si de una terraza se tratara, protegida
por una elevada cordillera de piedra caliza, es una de las más bonitas que hay en
todo el país. Ha sido siempre famosa por sus frutas, en especial por las manzanas
y las peras, que se dan en la zona en abundancia. Tienen una pera redonda que
casi no se puede distinguir en la forma de una manzana que tiene un sabor mag-
nífico que nunca he visto en ningún otro lugar y que envían a todos los rincones
de Andalucía.
38 Esta observación se puede leer en su obra: Sketches in Spain in 1829,30,3, 32. London 1834.
138 ]
muy poca distancia nos “invitaron” a salir y caminar hacia el ferry del Guadalquivir,
a un trecho considerable desde allí y donde estuvimos parados durante algún tiem-
po antes de que el pesado y destartalado mamotreto atracara en el lado opuesto.
No había nada que ver y que mereciera la pena describir a excepción de grandes
cantidades de la planta de regaliz que crecía silvestre en el arenoso suelo aluvial
del río y que ahora estaba en flor. Es una planta extremadamente molesta de las
zonas cultivadas en este clima, y dicen que una vez que agarra es muy difícil lograr
exterminarla.
Justo después de este punto la carretera está completamente sin terminar, bue-
no, de hecho, casi recién comenzada, un contraste curioso con la que hay más allá
de Jaén, que es magnífica. Había zonas en las que teníamos que atravesar olivares
y maizales y con el tiempo húmedo el transito debe ser excesivamente difícil para
las mulas. Me dijeron que cuestan mucho los tiros desde Granada a Bailén, una
cantidad casi incrible y por eso los billetes eran proporcionalmente caros y más del
doble del precio de lo que cuesta el billete para viajar por la gran línea de Sevilla.
R D M
(-)
Autor de la obra The Cities and Wilds of Andalucia39 dedicada a Lord Murray, se
publicó por primera vez en 1847. No he podido encontrar ningún dato acerca de la per-
sonalidad de este viajero, salvo que Cayley, autor de The Bridle Roads of Spain, se refiere
a él, ya que le preguntaron en Val de Cabras, cerca de Cuenca, si él era paisano de don
Roberto... “Don Roberto vivió aquí unas semanas... Don Roberto Duendas de Monroy,
muy buen mozo, muy guapo y muy liberal40”.
39 Robert Dundas MURRAY, The Cities and Wilds of Andalucia. Richard Bentley, London 1849; 3rd.
ed. R. Bentley, 1853.
Desconozco la fecha exacta del viaje, si bien me inclino a pensar que podría ser entre 1846 y
1847. Tanto Foulché Delbosc como Arturo Farinelli dan 1847 como fecha probable de su viaje,
aunque en la obra de Ian Robertson Los Curiosos Impertinentes leemos, “En enero de 1840, John
Brackembury le contó a Borrow que Dundas Murray se encontraba en Cádiz, en parte por razones
de salud, en parte por motivos literarios”, como luego también apunta Carlos García Romeral-Pérez
en su Bio-bibliografía. He trabajado con la tercera edición de The Cities and Wilds of Andalucia
publicada en un sólo volumen en 1853, no habiendo encontrado la fecha exacta de la segunda.
40 Cayley The Bridle Roads of Spain London 1856, pág. 301.
139
C L
[ 141
A
En esta época del año las horas de la tarde, siempre poco favorables para la
observación de la naturaleza, son las que ofrecen el mejor modo de comprender
las costumbres y formas de vida de un pueblo andaluz. Durante las horas del día
debido al intenso calor todos los pueblos y ciudades permanecen en un estado de
aletargamiento del que van despertando y volviendo a la vida cuando el sol se va
poniendo. Cuando las sombras se van haciendo más intensas, así se van reviviendo
142 ]
sus lánguidos poderes; todas las casas van dejando salir a sus ocupantes para unirse
a la concurrencia que se reúne en la Alameda o como ocurre aquí, a formar grupos
que lentamente van paseando arriba y abajo en las calles principales. El murmullo de
las conversaciones se mezcla con los gritos de los aguadores o con las quejumbrosas
voces de los pedigüeños. En cada uno de los cafés o neverías se pueden ver a los ciu-
dadanos con una taza de café o un helado delante y cuando entré a uno me quedé
anonadado al escuchar el modo tan furibundo con el que se discutía de política.
Cuando nos dimos cuenta de que la iglesia principal estaba iluminada, entramos
mi compañero y yo. Nos encontramos con un pequeño grupo, principalmente
formado por campesinos y por ancianas escuchando con evidente atención a un
sacerdote que estaba diciendo el “sermón” desde un púlpito adosado a una de las
columnas. No hay un idioma que sea más apropiado para un acto religioso que
el castellano. Su sonora acentuación penetra en el oído y llega con impresionante
solemnidad a los pensamientos que se doblegan de manera inapreciable ante los
tonos que denotan el lenguaje del mandato; mientras que su ondulada dicción
hace más profundo el efecto de severa admonición o de noble sentimiento. Pero
todo esto se chafó debido a la desafortunada naturaleza del tema del que estaba
hablando. Este tema no era ni un tema de doctrina ni el elogio de una virtud car-
dinal sino un extravagante enaltecimiento de la Virgen María acompañado por
todo un catálogo de los maravillosos poderes que ostenta como Madre de Dios y
Reina del Cielo. […] Al escuchar esto, mi compañero que era madrileño y que no
mantenía en secreto sus opiniones de falta de fe se puso a sonreír con incredulidad.
Desafortunadamente el orador se dio cuenta desde el púlpito. Inmediatamente
intensificó su tono y se dirigió a nosotros mostrando la más virtuosa indignación.
¡Pero bueno! ¿Van a entrar aquí abominables herejes para burlarse de las verdades
sagradas? […] Bajo tales circunstancias no era en absoluto recomendable permane-
cer escuchando y en medio de un ensordecedor anatema, salimos de la iglesia sin
que la audiencia se diese cuenta, de hecho, nadie salvo el sacerdote se dio cuenta
de nuestra presencia allí, ya que nos habíamos mantenido en el fondo y por detrás
de los fieles que estaban escuchando. Fue muy agradable escapar de la oscuridad
de la iglesia donde sólo relucían unas cuantas lamparillas de tenue luz y de los
alterados temas de superstición y salir a la clara oscuridad de la noche andaluza y
144 ]
contemplar las estrellas. Estas hablaban de paz, verdad y pureza como siempre lo
han hecho desde la primera noche de la creación, pero en aquel momento, cuando
la lengua de la oscuridad espiritual aún resonaba en nuestros oídos, sus palabras de
luz parecieron más brillantes que nunca y su testimonio de verdad aun más creíble.
[…] Era de hecho una noche muy agradable. Una noche hecha para disfrutarla me-
jor en soledad que para, como ocurría aquí, estar entre una muchedumbre que se
reía a carcajadas. Pero el lugar y las circunstancias se unieron para ponerse en con-
tra de este sentimiento y para empeorar las cosas. Nos tropezamos con un grupo
de estudiantes dedicados a despertar la caridad del público de una forma conocida
desde tiempo inmemorial. Eran estudiantes pobres que empleaban sus vacaciones
vagabundeando por España mendigando por las distintas ciudades por las que pa-
saban para poderse mantener en la universidad durante el año siguiente. Esto ahora
es corriente en España, creo, peculiar sólo de España, donde nunca mueren las cos-
tumbres, pero hace tiempo era normal en Alemania ya que de ese modo Lutero fue
pidiendo por las calles de Magdeburg y adquirió el conocimiento que le echó por
tierra los poderes de la oscuridad católica. Eran un grupo muy ruidoso y hacían que
su música resonara por las calles. Uno rasgaba la guitarra con gran fuerza mientras
cantaba versos de manera improvisada. Otro llevaba el ritmo con una pandereta
mientras chirriaba un violín que iba dando un concierto, y al cuarto le habían de-
jado la importante tarea de ser el portavoz, para cuya tarea siempre se escoge al
que tiene la lengua más hábil y más aguda del grupo. Con su tricornio en la mano y
siempre con una broma en sus labios ellos acosan a cualquier persona que pasa y a
cualquier persona que se vea en las ventanas. Ahora con la mano en el corazón se
acerca a una señorita y le pide que se acuerde de los pobres estudiantes; mientras
tanto el de la guitarra con improvisados versos se dirige a los transeúntes y les dice
que sus ojos son como estrellas y sus pies de una belleza maravillosa. Luego se va
como una flecha hacia un señor mayor y le recuerda que una sabiduría como la
suya debe ver la necesidad de apoyar el aprendizaje y así va uno a uno alrededor
del círculo hábilmente buscando las partes débiles de todos los que parece que
[ 145
tienen una bolsa bien provista. Por supuesto, no esperábamos poder escapar de
ellos y efectivamente, llegó con una profunda reverencia y se dirigió a nosotros:
“Caballeros, protectores de la literatura, es de suponer que personas de tan alta
alcurnia como ustedes tienen en su bolsillo un durillo para los nobles estudiantes
–pero no digo tanto, una pesetilla” Una monedilla hizo que se largara y luego le
tocó al guitarrista con los sones de la “Jota estudiantina” unos versos en honor de
los "protectores de la literatura” como nos llamaban. Este acto hizo que todos pen-
saran que “él es el verdadero caballero que da plata” –una opinión que parece que
está bastante difundida en el mundo y que no se limita sólo al “noble estudiante”.
Cuando llegué a mi camastro, me di cuenta que estaba entre una docena co-
locados alrededor de los muros de una habitación grande que daba a la calle. En
esta especie de barracón se espera que los pasajeros de la diligencia mantengan la
misma unión social que existe durante el día y ahora todos se encontraban tratando
de conciliar el sueño durante unas cuantas horas antes de volver a emprender viaje
a medianoche, momento en el que tiene lugar la usual conmoción con más gruñi-
dos de la cuenta por parte de los somnolientos pasajeros. Sin embargo, la diligencia
por fin se puso en marcha. Se cerraron y se atrancaron las puertas de la posada,
se apagaron las luces y cuando otra vez comenzó a reinar la paz y el silencio, yo
esperé poder dormir ininterrumpidamente en el dormitorio que se había quedado
para mí solo. El sueño comenzó a vencerme cuando me desperté por el chirrido de
una piedra en el suelo. Alguien desde la calle la había arrojado y había entrado por
el postigo abierto y se acompañaba de un silbido. “Hay de mí, aquí tienen planes
de robarme y de asesinarme, pensé puesto que yo era novato en España, y esta es
la señal de los cuarenta ladrones que vienen a perpetrar su acto”. Ni mucho menos,
no hay más que preguntarle a la hija del posadero, o a la moza, y cualquiera de ellas
confesará que Juanico estaba esperando fuera. Cuando los pasajeros de la diligen-
cia dejan la habitación desierta, una de las muchachas se acerca al balcón y disfruta
de una conversación que es mucho más agradable por el misterio que la envuelve
y con el que se lleva a cabo. Otra vez me dispuse a dormir aunque al principio no
146 ]
tuve éxito. Las piedras fueron cayendo una tras otra y al final una, lanzada con más
atrevimiento que las otras dio en el camastro y me golpeó con bastante fuerza. Eso
ya no lo iba a soportar y fui andando a tientas hasta la ventana con la intención de
saludar al ofensor con algo menos agradable que el “gratus puellæ risus ab angulo”
que era lo que sin lugar a dudas él estaba esperando. La noche, aunque serena, era
muy oscura y yo estuve buscando a mi Romeo en vano por la calle. Sin embargo
pude observar una sombra más oscura de lo habitual en una puerta a pocos pa-
sos y pensé que esa era la figura del hombre y le pedí que dejara de molestarme
mientras intentaba descansar, a lo que añadí la información de que si esperaba sólo
unas cuatro horas tendría la costa libre para sus propósitos. Ya no sé si esta infor-
mación fue o no recibida; al final de ese tiempo yo me encontraba sobre el puente
esperando la llegada del mulero que me iba a llevar a Jaén. Aún era noche cerrada
y en la oscuridad el tiempo pasa despacio y cuando el único sonido que se podía
escuchar eran las melancólicas aguas del río contra las pilas del puente. De todas
maneras fue poco el tiempo en el que tuve que permanecer en solitaria espera y
antes de que comenzara a brillar la primera luz del día nuestro paso había sido tan
rápido que había ya casi una legua entre el río y el olivar que estábamos atrave-
sando. Nuestra ruta iba hacia el sur a través de un terreno que, aunque cultivado
y carente de cualquier rasgo de belleza natural, presentaba gran interés histórico
y aunque no era nada pintoresco, uno no podía pasar por allí y contemplarlo con
indiferencia. Cada milla, que digo, cada palmo de terreno que íbamos atravesan-
do había sido escenario de caballerescas pugnas entre los moros y sus enemigos
cristianos. […] A eso de dos leguas de Jaén pasamos por la miserable aldea llamada
Fuenta del Rey [sic. por Fuente del Rey] cuyo único rasgo que se pueda destacar
era una atalaya o torre vigía ahora desmoronada y grisácea por el paso de los años.
Esta ruina indicaba que esta tierra había sido una zona fronteriza donde tales pla-
zas fuertes se hacían indispensables para la seguridad de una población bastante
dispersa y nos recordaban las torres o casas fortificadas que en su día tachonaban
las fronteras escocesas. Al igual que ocurría con estas fortalezas que solían verse
[ 147
unas desde otras con objeto de poder comunicar la presencia del enemigo por
medio de almenaras u otras señales, desde esta atalaya se podía ver perfectamente
el castillo de Jaén, y sin lugar a dudas, había sido construida para responder a un
propósito similar. Desde este punto se obtenía una extensa perspectiva de la Vega
de Jaén; de vez en cuando la mirada se detenía en algún lugar de un color verde
intenso, o una fila de árboles que crecían de forma desordenada que marcaban el
cauce de algún río, pero el resto del paisaje mostraba una tierra reseca y polvo-
rienta. Por fortuna uno se puede dar la vuelta hacia las oscuras sierras que rodean
esta leonada extensión y ubicar los dentados perfiles de las montañas que se van
elevando unas por encima de otras. Directamente enfrente pero en el punto más
lejano y por encima de cualquier otra se encuentra la Sierra de Mancha Real, que
se distingue por un importante corte en su pico más elevado que daba la impresión
de haberse desgajado a media altura desde la cumbre; más cerca y a mano derecha
estaba la Sierra de Jaén, una cadena montañosa agreste y escarpada que parecía
haber avanzado sobre la Vega como si tuviese la intención de cruzar al otro extre-
mo pero que se hubiese detenido de forma abrupta justo al empezar su viaje. En
lo más alto de una cima rocosa, encabezando el avance, se podían ver las murallas
de la fortaleza y la ciudad de Jaén que se extendía en su base.
penetra un rayo de sol. En las ciudades de nuestro país las describiríamos como los
lugares donde habita la miseria y la necesidad y no dejaríamos de ver situaciones
lamentables en cualquiera que se alojarse en una de ellas. Pero aquí la pobreza
muestra una sonrisa sea cual sea la terrible carga que tenga que soportar: el alegre
sonido de la guitarra se escucha en estos lugares; y allí en aquel otro callejón un
poco más ancho que los otros, unos cuantos hijos e hijas están bailando con más
alegría que los que frecuentan las salas de baile. Las atezadas muchachas, aunque
se las ve pobremente vestidas, pueden competir con las mejores en cuanto a gra-
cia natural sin que en ningún caso su regocijo sea grosero o escandaloso. Unas
cuantas flores se pueden ver entre sus rizos negros como el carbón y hacen que
su encantadora belleza morena luzca más y estas flores sean más efectivas que las
más brillantes joyas. Si se da el caso que se le cae una flor a la que baila, la recoge
y se la vuelve a colocar sin ningún esfuerzo y por supuesto nunca teniendo que
recurrir a utilizar un espejo. Y si eres de los que te has pasado la vida estudiado las
reglas del buen gusto, no podrías haberlo hecho mejor. Pero luego termina el baile,
las castañuelas dejan de sonar y las jóvenes sin aliento y con las mejillas ardiendo,
se reúnen delante de una casa en cuyo umbral se encuentra sentado un anciano
envuelto en una capa oscura y raída. En ese momento él parece ser el objetivo de
un deseo común: todos los gestos de los jóvenes están destinados a suplicarle, sin
duda él sea conocido como un buen narrador de historias –una habilidad en muy
alta estima tanto en Andalucía como en los países de Oriente– y a él lo asaltan
con el grito usual de “Abuelo, cuent’usted un cuento”. Aparentemente sus deseos
se van a ver compensados ya que todo el grupo se sienta en actitud de escuchar
y algunos se sientan en el suelo a sus pies; luego comienza algún romance acer-
ca de las guerras con los moros o la leyenda de un buscador de tesoros, o quien
sabe, quizá la historia de algún bandolero que invariablemente se presenta como
amigo de los pobres que roba a los ricos y que se ha visto impulsado a mantener
su vida al margen de la ley a raíz de un terrible e intolerable error. Mientras habla
todas las miradas están puestas en él y reina un intenso silencio que sólo se rompe
150 ]
pasando de una capilla a otra mientras iba señalando cada uno de los objetos que
eran dignos de mención. Todas las pinturas, esculturas, imágenes de madera y re-
liquias tenían su historia, que yo me abstengo de relatar al lector, ya que para éste
serían menos interesantes que para el sacerdote en cuya mirada la nimiedad más
insignificante relacionada con su iglesia era poseedora de extraordinarias virtudes
y excelencias sobre las que él no dejaba de explayarse durante mucho rato y de
forma elocuente. Entre las reliquias estaba la famosa Santa Faz, o sagrado Rostro
de Nuestro Señor, un objeto de tal devota veneración entre los supersticiosos de
Andalucía que hay muchas personas que llevan miniaturas a modo de talismán
contra el peligro. No pude ver la reliquia ya que sólo se expone para que el público
la contemple dos veces al año; pero se dice que es la imagen del rostro de Nuestro
Salvador que se imprimió mientras estaba en la cruz. […] Cuando nos dispusimos
a despedirnos me propuso una invitación para visitarlo esa tarde en su casa. Así
pues, me dirigí hasta allí y encontré que vivía en el extremo más alejado de una
miserable callejuela. Llegué a la puerta bajando unos cuantos escalones y desde
allí, cruzando un bajo y mugriento pasillo, llegué hasta una habitación espaciosa y
elegante a la que entraba la luz por varios ventanales sobre los que había cortinas
de damasco como las que colgaban de las puertas; el resto del mobiliario era an-
tiguo y valioso. Varios cuadros sobre las paredes y la presencia de un piano y de
un órgano, hacían pensar que su propietario era un hombre de gustos refinados.
En un oratorio contiguo había un altar sobre el cual se podía ver un Ecce Homo
de Velásquez. Desde las ventanas había excelentes vistas de la vega sobre la que
estaban cayendo rápidamente las sombras de la noche. A lo lejos extendiéndose
a lo largo del horizonte, la Sierra de Mancha Real ahora reflejaba las últimas luces
del día. Cuando sus escarpadas e irregulares cumbres se iban tiñendo de fuego y
sobresalían por encima de la oscuridad que ya reinaba en su base, no era difícil ha-
cer que la imaginación retrocediera a tiempos cuando los fuegos de los ritos Celtas
brillaban a la caída de la noche desde estas cumbres y las iluminaban del mismo
modo en que ahora lo hacen los rayos del sol poniente.
152 ]
Sentados en uno de los confortables sofás que había en la sala –un lujo del que
yo no había disfrutado desde hacía meses, la tarde pasó muy rápidamente. Yo prolon-
gué mi visita todo lo que razonablemente pude, y aparte de todo lo que mi amable
anfitrión había hecho por mí, a la mañana siguiente él estaba en la catedral esperan-
do para conducirme a través de los sótanos, algo que muy pocas veces se hace con
los extranjeros. […] A las cuatro en punto salí de Jaén no sin antes haberme despedido
del honorable clérigo siguiendo las costumbres del país. “Amigo” me dijo él “es pro-
bable que nunca jamás vuelva a Jaén, pero si algo le trae por aquí recuerde que el
Prebendario C. se pondrá a su servicio hasta donde le sea posible”.
Nos despedimos con expresiones de estima que al menos por mi parte eran
completamente genuinas, y a los pocos minutos yo me encontraba rodeando las
murallas de la ciudad en compañía del chaval que era mi mulero. A eso de media
legua nos encontramos a un hombre que iba montado en un burro viajando en la
misma dirección, quien, cuando lo alcanzamos, nos pidió unirse a nosotros sin nin-
gún tipo de ceremonial. Habernos opuesto a que viajase en nuestra compañía ha-
bría sido, de acuerdo con las costumbres del país, un acto grosero y nada correcto,
pero nunca en mi vida he estado más dispuesto a hacerlo que cuando le vi la cara
en la que se podía ver reflejada una mezcla de granujería y maldad.
“Señor”, “¿va usted a Baena?” fue su primera pregunta, a la que respondí de forma
afirmativa; luego siguió una larga pausa durante la cual él observó detenidamente mi
equipaje y mi aspecto, algo que dio la impresión que le parecía extraño y novedoso.
Luego exclamó con el mismo estilo taquigráfico en el que se había dirigido a mí.
¿Señor, es usted un soldado que se ha dado de baja? –mirando al mismo tiempo la
pistola que yo llevaba. Moví la cabeza y nuestro nuevo compañero cayó en un estado
de perplejidad incluso mayor que antes, del que él salió, después de otra larga pausa,
ofreciéndose con oficioso celo a llevar la pistola de dos cañones que parecía haberle
fascinado tanto que no le había quitado el ojo de encima. Ningún hombre en España
que tuviera cierta cordura habría pensado ni por un momento acceder a su petición,
[ 153
Hombre de letras (1821-1878) pasó sus primeros años en Yorkshire. Fue educado
bajo la tutela del Dr. Kennedy, pasando posteriormente al Trinity College de Cam-
bridge en 1840, donde obtuvo numerosos premios, siendo elegido miembro de la Junta
en 1844, residiendo en dicho centro hasta 1873. Fue Tutor del colegio, pasando a ser
elegido “Public Orator” de la Universidad en 1857.
Clark solía viajar durante sus vacaciones recogiendo material para posteriores publi-
caciones. Su obra Gazpacho or Summer Months in Spain41 ofrece un animado relato de su
viaje por España realizado entre junio y octubre de 1849, y publicado un año más tarde.
Peloponnesus, or Notes of Study and Travel, relata de manera más seria los resultados de
un viaje a Grecia en 1856 con el Dr. W.H. Thompson, Director del Trinity College y
publicado dos años más tarde.
En 1850, Clark, junto al Dr. Kennedy y James Ridell editaron el Sabrine Corolla.
En 1855 las primeras series de Cambridge Essays, contribuyendo con un trabajo sobre la
educación clásica, siendo uno de los editores del Journal of Philology (1868).
Trabajó durante años para editar la obra de Aristófanes y, después de una visita a
Italia en 1867, comenzó a preparar el trabajo para su publicación, pero nunca llegó a
realizarla debido a su delicado estado de salud.
Ordenado en 1853, llegó a publicar unos cuantos sermones. En noviembre de 1869
escribió al Obispo de Ely para comunicarle que quería abandonar el sacerdocio y publi-
có sus razones en un folleto titulado The Present Danger of the Church of England. Murió
en York, el 6 de noviembre de 1878.
41 William George CLARK, M.A. Gazpacho or Summer Months in Spain. John W. Parker. London,
1850.
155
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
42 Se refiere a que si Richard Ford se acerca a esta obra encontrará que muchos de los ingredientes
han sido cogidos de su despensa y posiblemente estropeados a la hora de cocinarlos. “Cuando uno
toma como compañero a un autor tan excitante y lleno de energía uno no puede más que apro-
piarse y asimilar sus pensamientos, y después, inconscientemente, reproducir alguno de ellos como
original. De una vez por todas, le pido perdón por cualquiera de los plagios no escritos. Estaré más
que satisfecho si él saborea el metafórico Gazpacho la mitad de lo que se dice que él saborea la la
realidad”.
43 Se refiere en este caso en particular al viaje realizado por George Borrow que dió lugar a las obras
The Bible in Spain y a The Zincali or an Account of the Gipsies in Spain.
44 Mantengo estos términos en Inglés ya que hacen referencia a títulos de obras escritas por viajeros
en España Ramblings, Loiterings, Danglings o sea: Paseos, Excursiones etc.
156
[ 157
D
Sin embargo, gracias a la institución de la Guardia Civil (la policía rural españo-
la), un viajero en la actualidad puede disfrutar del magnífico escenario de Despeña
Perros [sic. por Despeñaperros] sin que sienta miedo por su propia seguridad.
descanso de siete horas en este último lugar. Llegamos a las seis de la tarde y des-
pués de una buena cena salimos a pasear en grupo para convencernos de que no
había lugares de interés en Bailén; luego nos fuimos a la cama. Este día, 24 de julio
de 1849 será un día memorable para mí ya que fue la primera vez que yo vi un
peregrino y una palmera en su estado natural.
Un túnel excavado en una roca nos introdujo en el Reino de Granada; justo des-
pués, mientras la carretera iba serpenteando entre las montañas, pude vislumbrar
las laderas nevadas de una cadena montañosa que se elevaba por encima de las
demás. No necesité que nadie me dijese que se trataba de Sierra Nevada. Como
tampoco me tuvieron que decir que la ciudad blanca (emergiendo de un olivar)
que vimos en la distancia y que se extendía a lo largo de la ladera de una colina
coronada por rojos torreones y rodeada de verdes bosques, era Granada.
G A H, E.
()
45 La fecha de su muerte la he extraído de los datos que aporta Carlos García-Romeral Peréz, Bio-
bibliografía de Viajeros por España y Portugal. Madrid 1999.
46 HOSKINS, G.A.: Spain as It Is, Colburn and Co., London 1851.
159
G
[ 161
D C B
El coupé era tan espacioso y cómodo para dos personas y la carretera tan bue-
na, en especial, comparada con la carretera horrible que va de Sevilla a Córdoba,
que soporté el viaje admirablemente y tampoco Mrs. H.47 se fatigó en absoluto.
Por lo general las damas sienten terror ante este largo viaje desde el norte al sur
de España, aunque las diligencias son tan pesadas que no se zarandean fácilmente;
y aunque la idea de viajar dos días y dos noches es tremenda para todos los que
estamos acostumbrados a la velocidad de los ferrocarriles ingleses, realmente no
se siente una gran fatiga, y ésta se nota más la segunda noche que la primera. Los
viajeros deben proveerse de una gran cantidad de víveres para todo el viaje ya que
las comidas casi siempre son a horas poco razonables y completamente irregula-
res, y además no hay un sólo plato que no tenga los terribles condimentos españo-
les de aceite rancio, azafrán y ajo. Justo cuando me desperté la primera mañana,
nos estábamos aproximando a Andújar, un pueblo interesante en el Guadalquivir
con torres y tejados marrones, un viejo puente muy pintoresco y una cordillera
47 George Alexander Hoskins se refiere a su esposa como Mrs. H. a lo largo de todo el relato.
162 ]
muy bonita que se levanta por detrás, también del mismo tono parduzco. Luego
fuimos subiendo por algunas escarpadas montañas a través de las cuales corre
el río Herrumblar y desde donde algunas veces las vistas son pintorescas, sobre
todo cerca del puente. Después de atravesar olivares y viñedos llegamos a Baylen
[sic for Bailén], un pueblecillo miserable famoso por la magnífica victoria obtenida
por los españoles sobre los franceses. El ejército de Castaños estaba formado por
veinticinco mil soldados de infantería, dos mil de caballería, un gran número de
cañones y numerosas compañías de campesinos armados, al mando de oficiales
del regimiento. Toda la multitud que avanzaba hacia el Guadalquiver [sic for Gua-
dalquivir] es probable que sumara más de cincuenta mil hombres. Después de una
batalla que no duró mucho, los dieciocho mil soldados franceses, bajo las órdenes
de Dupont, depusieron las armas ante este ejército de hombres con poca experien-
cia, incapaces de resistir ni a la mitad si hubiesen estado guiados por un hombre
capaz. José Bonaparte salió huyendo de Madrid y toda Europa se sorprendió ante
esta victoria y sus resultados.
Ahora le dijimos adiós a los bonitos pueblos y ciudades del sur de España y real-
mente es difícil soportar el hecho de que ya no se vean las magníficas casas blan-
cas, los balcones recién pintados, las celosías árabes, el aspecto de comodidad e
incluso la opulencia –ahora todo esto cambia y se convierte en horribles casuchas
de aspecto mugriento que denotan una pobreza manifiesta.
El campo después de pasar Guarromán comenzó a ser bastante bonito. Por to-
dos lados se veían magníficos algarrobos bajo los cuales crecían buenas cosechas
de cereales y los montes cubiertos por olivares. Cuando nos íbamos aproximando
a La Carolina, las vistas son muy extensas y se puede ver en la distancia toda la
cordillera de Sierra Morena. Éste es uno de los pueblos construidos y colonizados
en 1767 por alemanes y suizos que trajeron aquí para ocupar las tierras que una
vez tuvieron los judíos y árabes desterrados; pero las promesas que les hicieron
para convencerlos de que dejaran sus países nunca se cumplieron y muchos de los
extranjeros murieron con el corazón hecho pedazos.
dijeron que fue el escenario de la gran batalla de las Navas de Tolosa, en la que
doscientos mil infieles fueron masacrados mientras que sólo murieron ciento vein-
ticinco cristianos; como recoge un testigo ocular, con mejor mano, dice Mr. Ford
para hacer conjeturas que para la aritmética50.
Las rocas por lo general presentan un color parduzco, cubiertas por tonos ama-
rillos y rojizos e iluminadas como las vi por el sol poniente, eran realmente esplén-
didas.
Viajero y escritor, nació en Dundee en 1825, donde fue educado los primeros años
hasta que pasó a la Universidad de Edimburgo. Al dejar la universidad entró a trabajar
en el comercio de su padre, llegando a formar sociedad años más tarde. En 1870 se di-
solvió la firma creándose otra en la que Edward Baxter era el socio más antiguo. Esto le
permitió tener tiempo para viajar y también poder interesarse por temas políticos. Llegó
a desempeñar varios cargos de gran importancia51. Murió en 1890.
Fueron varias las obras que Baxter publicó, entre ellas las dedicadas a relatos de via-
jes como Impressions of Central and Southern Europe, Londres 1850; The Tagus and the
Tiber, Londres 1852 y America and the Americans, Londres 1855.
The Tagus and the Tiber52 fue escrita después de un viaje realizado entre 1850 y 1851
en el que recorrió España, el sur de Francia e Italia. Siendo, como él mismo dice, im-
perfecta su narrativa al no haber sido embellecida a costa de la verdad, lo que justifica
con una frase del famoso Dr. Johnson: “Qué pocas veces las descripciones se corresponden
con la realidad, siendo la razón el que la gente no las escribe hasta algún tiempo después, y
entonces, su imaginación les añade detalles”.
165
S C S P C D (Ú)
[ 167
D G D
Salimos de Granada a las doce en punto de un bonito y claro día en una diligen-
cia tirada por cinco caballos y cuatro mulas y durante las primeras millas como la
carretera era muy buena fuimos galopando a paso holgado animados por los gritos
del conductor mientras daba latigazos a su tiro. Cuando las nubes no ocultan sus
cumbres, Sierra Nevada tiene una apariencia imponente desde la llanura. Nosotros
fuimos lo suficientemente afortunados como para verla con toda nitidez, y durante
varias horas pudimos ver toda la cordillera llegando nuestra vista tan al este como
para ver la redondeada cumbre del Mulhacén, con doce mil setecientos pies sobre
el nivel del mar, aunque el Veleta, que se eleva justo por encima de Granada, al
tener una forma más cónica parece más alto, aunque en realidad es más bajo que
su gigantesco vecino. La carretera que va a Madrid atraviesa la bien cultivada e
irrigada Vega. La cruzan varios acueductos que traen el agua desde las alturas y a
ambos lados durante una gran distancia no se ven más que huertos con higueras,
naranjos, viñas, melonares, olivos, nogales, hortalizas y maíz.
Cuando abandonamos esta fértil llanura la carretera se fue haciendo cada vez
peor y continuó así de mala durante todo el camino hasta la capital a excepción
de unas cuantas millas cerca de Cárdenas donde cruza las montañas que hay entre
Andalucía y La Mancha.
caía de forma torrencial; el viento soplaba con fuerza a través de las aberturas del
exíguo armazón y allí no se veían ni caballos ni mulas ni al conductor ni al postillón.
Aparentemente nos habíamos quedado atrancados en el barro en medio de un
paisaje completamente inhóspito aunque los pasajeros españoles, supuestamente
bastante acostumbrados a tales incidentes, reían y charlaban como si siguieran
avanzando con gran celeridad hacia la capital. Dos aburridas horas pasaron antes
de que los hombres y las mulas llegaran para sacarnos y para hacer que el pesado
vehículo atravesara el río Guadalquivir y el valle.
El pueblo de La Carolina, que tiene una situación muy bonita, fue fundado en
1767 por una colonia de suizos y alemanes que murieron todos irritados y defrau-
dados a causa del tratamiento que recibieron de aquellos que les habían inducido
a emigrar. Aquí se dieron cuenta de que nuestra diligencia se había dañado seria-
mente: se podía ver una amenazadora raja por encima de las ballestas delanteras
y que se extendía por casi todo el vehículo. Así pues, el mayoral encendió otro
cigarro, antes de explicar a los que estaban allí que es lo que había ocurrido. A eso
170 ]
de una media hora mandó a buscar al carpintero. Éste llegó con las herramientas en
la mano, aunque sin embargo, no vino a arreglar el carruaje inmediatamente, sino
a fumarse su cigarro y a charlar animadamente con el conductor. Como se necesi-
taban cuerdas, mandaron a un muchacho a que las buscara y por supuesto las que
trajo no eran suficientes; así pues, las autoridades volvieron a hacer sus consultas,
sacaron una vez más sus fragantes cigarrillos y decidieron volver a mandar al joven.
Pasaron tres valiosas horas antes de que repararan la raja y un asiento roto, pero
desde un principio los pasajeros parecían como si instintivamente hubiesen sabido
que todo esto es necesario que ocurra. Nadie preguntó cuándo íbamos a salir;
nadie parecía tener el más mínimo deseo de continuar viaje. Sin preguntar cual
había sido el motivo de la parada, tan pronto como el vehículo se detuvo, todos se
dispersaron a comprar pan, uvas o cualquier otra cosa comestible que el pueblo
pudiera proporcionar. Luego se reunieron en una tienda para fumar y cotillear hasta
que aparecieron las mulas que fue cuando ellos volvieron a ocupar sus plazas con
la mayor sangre fría imaginable.
En este mísero lugar con gran dificultad pudimos conseguir un poco de pan y
tres huevos duros con los que preparamos un frugal desayuno. Nuestra carretera
ahora va por la sierra que separa Andalucía de La Mancha, una serie de montañas
deshabitadas cubiertas de maleza y arbustos. Algunas curvas muy cerradas y bien
trazadas nos condujeron a la garganta de Despeñaperros, un gran desfiladero en-
tre tremendos peñascos que de algún modo nos hicieron recordar la Vía Mala en
Suiza. Este paso constituye la defensa natural de Andalucía. Quinientos hombres
pueden defenderlo contra todo un ejército y de hecho, el Duque de Wellington en
una ocasión pensó en hacer de él un Torres Vedras. La carretera va serpenteando
alrededor de elevados acantilados y sobresale por encima de terribles precipicios,
desvelando en cada curva nuevas vistas del solitario desfiladero.
L L T
(-)
53 TENISON, Lady Louisa Castile and Andalucia Richard Bentley London, 1853.
54 Sketches of Spain and Spanish Character Made During his Tour in that Country in the Years 1833-
1834. Drawn in Stone from the Original Sketches Entirely by Himself London 1834 y Lewi’s Sketches
and Drawings of the Alhambra made During a Residence in Granada in the Year 1833-1834 London
1835?
55 El 17 de febrero de 1845, Richard Ford escribe a Gayangos comentándole que la obra de Lady
Tenison no era sino una copia diluida de su Hand-Book. (Letters to Gayangos, Carta 63, y también
en Robertson, I. Los curiosos impertinenetes, p. 349). De todos modos he detectado que hay un
error en esa fecha puesto que la obra de Lady Tenison es posterior.
171
T M
[ 173
Nunca se hace el tiempo tan pesado como cuando se está en el intervalo entre
que se terminan los preparativos y la salida, cuando todo está en las maletas y no te
puedes permitir otra ocupación que el recurrir al único libro que se deja fuera para
pasar las larguísimas horas de viaje. El continuo estado de ocio crea un sentimiento
de tristeza, mucho más cuando uno está a punto de dejar quizás para siempre un
lugar tan querido por muchos recuerdos.
Por fin llegó el día de nuestra partida y a las cinco en punto de la mañana nos
encontramos colocados en el interior de una pesada diligencia, rebotando sobre
el adoquinado desigual de las calles granadinas con dos compañeros de viaje. Uno
un granadino que iba a viajar por primera vez en su vida, es decir que iba a ir
hasta Córdoba. El otro pasajero era una dulce hermana de la Caridad que volvía
a Madrid. Pobrecilla, su asiento daba la espalda a los caballos, aunque nosotros
intentamos en vano que se cambiara, cosa a la que no accedió. Ella iba sufriendo
terriblemente, pero llevaba este sufrimiento con tal resignación que parecía que se
lo había tomado como si tal cosa, y añadía sólo otra a las muchas penalidades que
174 ]
Nuestro camino cruzaba una zona de la vega plantada de vides y olivos, que
había pertenecido a los frailes cartujos, pero que ahora estaba en manos de un
rico capitalista que está invirtiendo mucho en ellas. Al pasar la Puerta de Cubillas
le dijimos adiós a las tierras cultivadas y comenzamos a cruzar un territorio monta-
ñoso de lo más agreste. Sus pedregosas cumbres estaban salpicadas aquí y allá por
unos cuantos manojos de arbustos, sin un solo árbol que diera la menor sombra al
polvoriento y calcinado suelo, todo del mismo color monótono. Una solitaria venta
en uno de los desérticos valles donde cambiamos los caballos no aportó ninguna
variedad al escenario, y desayunamos en el pequeño pueblo llamado Campillo de
Arenas.
Un poco más allá de Arenas una singular formación rocosa completamente des-
provista de cualquier tipo de vegetación se puede ver a lo largo del valle con una
profunda grieta perpendicular a través de la que corre un río, –es decir, cuando hay
río, ya que ahora no se veía el agua por ninguna parte. Esto forma la entrada natural
al Reino de Granada; la carretera a uno de los lados se va abriendo por entre las
rocas y continua con el mismo aspecto hasta que al atravesar una polvorienta llanu-
[ 175
ra, se ven las murallas del viejo castillo árabe de Jaén coronando las alturas, con la
ciudad enclavada en una hondonada en su base.
Hay dos cerros que se elevan por detrás de la ciudad; entre ambos el espacio
está ocupado por las altas torres de a catedral, y para nuestro asombro, las dos es-
tán terminadas. Jaén no tiene nada digno de mención por lo tanto no lamentamos
demasiado pasar por la ciudad sin detenernos.
Estos dos cerros a los que me acabo de referir están protegidos por una cor-
dillera más elevada mientras que hacia el sur parece que hay un bello paisaje de
montaña; en primavera toda esta zona debe ser muy bonita pero ahora este lugar a
todo alrededor tiene el mismo tono de arena amarillenta, y ni incluso el mismísimo
desierto puede ser más aburrido y monótono que el trayecto desde aquí a Bailén.
sistema de corrupción tan extendido en todas las transacciones públicas por todo
el país.
Todo el mundo parece consciente del estado de cosas, pero a este respecto el
conocimiento del abuso no parece que lleve a ninguna mejora, porque ellos conti-
núan haciendo lo mismo, todos aprovechando la primera oportunidad para poner
en práctica todo lo que luego condenan con tanta elocuencia.
Nuestro compañero se entretuvo el resto del viaje hasta Bailen con fantásticos
relatos de hazañas de bandoleros, de escapadas por los pelos y extrañas aventuras,
suficientes como para ponernos los nervios de punta, teniendo en cuenta la oscuri-
dad de la noche y lo solitario de la zona, si no hubiera sido porque la presencia de
la Guardia Civil a lo largo de la carretera nos aseguraba que estábamos comparati-
vamente seguros. A los españoles les encantan las historias de bandoleros y ahora
que tienen alguna excusa para hablar de esto, realmente lo convierten en el tema
principal de la conversación.
pero no había mesa en el que ponerlo y tuvimos que colocarlo todo sobre nuestras
sillas a estilo picnic con algunas de las provisiones que por fortuna habíamos traído.
Después de ciertas dificultades encontramos camas en las que reposar hasta que
pasara la diligencia de Madrid a Sevilla en la que teníamos esperanza de encontrar
plazas, pero, antes de retirarnos a descansar, tuve una discusión de lo más animado
con el administrador de la diligencia, ya que se negaba a reembolsarnos el dinero
prometido en caso de que se ocuparan las plazas hasta Madrid, algo que ocurrió
en el mismo instante en el que nosotros llegamos. Él llamó ladrón al hombre de
Granada y cuando yo protesté sobre lo inapropiado de que no cumplieran la pro-
mesa que me hicieron allí, él me dijo que no podía soportar tal lenguaje. Yo lo
amenacé con contar todo lo ocurrido cuando llegara a la oficina de Madrid; y en
justicia debo añadir que por medio de la intervención de un amigo que estaba allí,
nos devolvieron parte del dinero.
Continuamos hacia Córdoba, pero como nosotros volvimos sobre nuestros pa-
sos a Bailén otra vez al mes siguiente para hacer una corta excursión por ambas
Castillas, yo ahora continuaré con la ruta hacia Madrid y dejaré la descripción de
Córdoba para más tarde ya que la volvimos a visitar a nuestra vuelta a Sevilla.
Bailén es famosa por la batalla que tuvo lugar aquí en 1808, batalla que de
acuerdo con los historiadores españoles cambió el curso de la guerra en la Penín-
sula y dio el primer golpe a los ejércitos de Napoleón. El héroe de esta batalla, Cas-
taños, duque de Bailén, murió el pasado mes de septiembre, pero unos pocos días
después Inglaterra perdió al más grande de sus generales. Fue nombrado Grande
de España pero por lo demás él no recibió demasiado de un país cuya gratitud se
178 ]
expresa sólo con buenas palabras. El vivió a veces en la más profunda pobreza y
durante muchos períodos de su vida no recibió su paga con regularidad, como él
mismo menciona en su testamento. No hay nada que pueda ser menos pretencioso
o más humilde que las cláusulas de su testamento. Deseó que no se hiciera ningún
tipo de desfile; que su cuerpo fuese llevado a la iglesia de la parroquia donde él
muriese por sus propios sirvientes y que lo llevasen al cementerio y lo pusieran en
la tierra; que no lo metiesen en un nicho, pero que su tumba estuviese a los pies del
nicho en el cual estaba enterrada su hermana. El terminaba dejando algunos bienes
a sus sirvientes y subordinados. Pero el gobierno decidió honrarlo a su muerte y fue
enterrado por decreto real en la Iglesia de Atocha, con toda la pompa y el esplen-
dor de un funeral de estado.
56 ADOLPHUS, John Leycester Letters from Spain in 1856 and 1857 John Murray, London 1858.
179
T
[ 181
D G B
[...] Pensé que había tenido mucha suerte al poder conseguir un asiento en la
berlina (coupé) de la diligencia que iba a Bailén pero como se trataba de la plaza de
en medio, con un respaldo muy duro, me encontré completamente hecho pedazos
antes de llegar.
aprovecharse de los que van delante y los que van detrás. Luego hay un persona-
je maravilloso, el zagal, que va sentado en la parte delantera del vehículo y cuyo
cometido es saltar abajo cada dos minutos aproximadamente con un látigo en la
mano y hacer que corra el tiro de caballos y mulas como un maníaco, dando saltos,
gritando y chillando y fustigando a algunos de los animales al azar, mientras que a
su vez, durante todo ese tiempo, las mulas van chillando y rebuznando y haciéndo-
se travesuras y dándose coces las unas a las otras y el conductor les va lanzado sus
propios gritos, todavía si cabe más ordinarios que los de su compañero; y todo esto
es lo que hace que la máquina no deje de funcionar, aunque no siempre con plena
certeza, ya que justo cuando salimos de Granada hubo un golpe repentino y una
parada y nos vimos metidos en un arenal hasta el eje. Protestas y golpes no fueron
suficientes y nos vimos obligados a mandar buscar a varios hombres que por fortu-
na no estaban demasiado lejos y que ayudaron a sacarnos. Luego llegamos hasta
un carro que se había quedado clavado del mismo modo y nos vimos obligados a
dejarles parte de nuestro tiro para que lo pudieran sacar.
Entre las cuatro y las cinco llegamos a un bello y escarpado terreno montañoso
y vimos en el corazón de unos montes muy agrestes y abruptos la ciudad y el viejo
castillo así como la catedral de Jaén. La catedral es un edificio moderno aunque
muy espacioso y aparentemente muy bonito y con un emplazamiento bastante
llamativo: me trajo a la memoria algunos de los majestuosos edificios situados en
románticos lugares a lo largo del Danubio. Me hubiese encantado visitarla pero
el tiempo que se detenía la diligencia no se sabía de antemano (luego resultó que
estuvo parada una hora) y estaba lloviendo a cántaros y se supone que me había
dejado el paraguas en Gaucín. Llegamos a Bailén por supuesto mucho después de
que oscureciera. Afortunadamente la fonda de la diligencia era bastante cómoda.
La próxima diligencia y la silla de posta no llegaban hasta por la tarde del día
siguiente, la diligencia unas tres horas después del tiempo previsto, algo que es
tan corriente que ocurra que no es nada digno de mención. De todas formas no
[ 183
había plaza más que para tres de la media docena de viajeros que habían estado
esperando más tiempo de lo que yo esperé. En Bailén se encuentran una diligencia
procedente de Málaga y otra de Madrid y para llevar a toda esa gente hasta Sevilla
sólo hay una y la silla de posta que puede llevar dos pasajeros. Antes había dos
coches más pero fuese por lo que fuese no eran rentables y los quitaron. Ahora me
voy hacia Córdoba y el modo en el que llegué lo sabrás en mi próxima carta.
184 ]
D B A
A menos que uno se pueda pasar el día preguntándose como se las arregló Cas-
taños para interceptar una importante brigada francesa, Bailén es un lugar bastante
poco apropiado para permanecer retenido ya que no hay nada, natural o artificial,
que sirva para emplear la mente.
Como la distancia era de dieciocho leguas o quizás un poco más que había que
dividir en una jornada de un día completo y otra de unas pocas menos horas, yo
tenía mis dudas de que esta proeza pudiese llevarse a cabo, pero Portéla dijo: “¡Oh!
¡En España hacemos estas cosas con bastante facilidad!”, así pues, nos pusimos en
marcha a las cinco y media, con un hombre una mula y un caballo. Creo que ahora
ya estoy acostumbrado a todos los “arrés” que se puedan dar en las carreteras es-
pañolas: “arré mulo,” “arré borrico”, “arré caballo,” “arré haca”.58
58 Yo debería añadir “Arré pia,” que es como me tenía que dirigir al caballo pinto en el que estuve
cabalgando entre Granada y la Zubia.
[ 185
Los militares españoles y suizos que ganaron la batalla colgaron sus condecora-
ciones sobre su imagen aquí o en el pueblo. Me alegró ver que las gentes de Bailén
o los miembros del gobierno han tenido la delicadeza de llamar a dos de sus pe-
queñas plazas con los nombres de dos de los comandantes victoriosos: Castaños y
Redding59. Las florituras que mis hombres le iban echando a los ejércitos españoles
mientras atravesábamos el campo de batalla eran muy divertidas60, si hubiese sido
posible administrarles una dosis de Gurwood61 me pregunto qué habría ocurrido.
Muy pronto ese mismo día vimos el Guadalquivir y las cumbres de Sierra More-
na. Mi mulero avanzaba con dificultad pacientemente pero por supuesto teníamos
que tener en cuenta sus fuerzas y de vez en cuando Portéla lo llevaba en su mula. En
un abrasador día de verano pensé que eso no podía ser y le ordené que cogiera otra
bestia en el primer pueblo por el que pasásemos. Este pueblo era Andújar, un lugar
alargado e inerte donde estuvimos descansando durante las horas del mediodía. La
posada era poco más que una venta y la posadera, una atractiva mujer menuda y de
ojos negros, no se ocupó mucho de nosotros; pero mi escudero sacó de sus alfor-
jas unas chuletas frías que había comprado en Bailén y con esto y con un poco de
brandy y de agua (puesto que a mí todavía no se me había terminado la petaca que
me había traído de casa) lo pasé bastante bien: además llegó un hombre que llevaba
trozos de hielo de Sierra Nevada que había traído desde Jaén y que le había puesto a
una limonada que había hecho para enfriarla. Te dejo que juzgues si nosotros resisti-
mos. Al lado del lugar en el que nos encontrábamos había una habitación enorme y
completamente desmantelada que había sido el comedor de una de las diligencias
que ahora se habían suprimido. Estaba llena de balas de hierba recién cortada muy
olorosa y sobre esta hierba extendí mi manta y dormí a pierna suelta “no durante las
horas más sofocantes” pero sí durante una sofocante media hora.
Observé en esta zona y desde aquí en adelante que el uso de sandalias es muy
frecuente sustituyendo a las polainas andaluzas. Casi todas son del modelo clásico
y un muchacho que vi en este lugar, con buenos miembros, con un pañuelo atado
fuertemente a la cabeza formando un gorro y sandalias celestes sobre sus pies desnu-
dos habría sido un modelo muy interesante para un artista. Imagino que este atuendo
era valenciano.
Salimos de Andújar con nuestra tercera bestia a eso de las dos de la tarde. El
sol seguía achicharrando y cruzamos el Guadalquivir que nos recordó al Tyne que
corre por encima de Newcasttle, pero menos romántico, y desde aquí obtuvimos
unas bonitas vistas de Sierra Morena, una larga cadena montañosa de alturas pare-
cidas que estaban oscurecidas por la maleza y por arbustos y a veces por algunas
zonas de bosque y que en algunos lugares mostraban algún tipo de cultivo. Con-
tinuamos cabalgando a lo largo de una extensa llanura atrochando los meandros
del río y a eso del crepúsculo vimos Aldea del Río [sic. por Villa del Río], un pueblo
grande y bonito que se podía ver en la distancia, magníficamente situado en una
de las riberas del Guadalquivir. Aquí pasamos la noche, una gran decepción para
mí ya que tenía pensado haber parado un poco más lejos y de ese modo llegar a
Córdoba al día siguiente por la mañana, pero nuestro nuevo hombre nos hizo de-
tenernos de una manera abominable cuando íbamos a salir.
A.C. A
()
Autor de la obra Pen and Pencil Sketches of a Holiday Scamper in Spain62 en cuyo
prefacio, fechado en julio de 1860, escribe lo siguiente:
“Cuando un autor anuncia que publica su obra en conformidad con los deseos de
sus amigos, para los cuales estaba originaria y exclusivamente pensada, al público no le
preocupa estar al tanto de un hecho tan poco interesante y, con bastante frecuencia la
recibe con duda y desconfianza. Por lo tanto yo no ofrezco disculpas por los siguientes
apuntes efímeros, sino que pido la indulgente consideración del lector por los errores que
pueda detectar en el trabajito sin pretensiones que someto a su crítica.”
A.C. Andros viajó por la Península en el verano de 1859 movido por un impulso de
cambiar de aires y de huir de una ciudad que se le presentaba aburrida: “En Londres la
temporada de 1859 ya casi ha terminado. Los parques y jardines se están quedando vacíos,
los teatros y las salas de ópera están comenzando a mostrar signos de un rápido cierre, tam-
bién van a cerrar la Royal Academy. El Támesis y el Serpentine están despidiendo vapores
fétidos, el Parlamento está en vísperas de volverse a abrir, el calor se está haciendo intolerable
y todo el mundo está huyendo de la ciudad con rumbo al campo, al litoral o al continente”.
Andros dice que tenía un mes libre y que toda Europa se abría ante él, y también que
por casualidad cogió un trabajo sobre España lleno de descripciones muy gráficas de sus
corridas de toros, bailarinas, bellezas andaluzas, las glorias de la Alhambra y de restos
árabes. “¡La suerte está echada! Emprenderé el vuelo hacia España y me deleitaré durante
un breve período de tiempo en esa maravillosa tierra de romance y caballerosidad de otros
tiempos”.
62 ANDROS, A.C. Pen and Pencil Sketches of a Holiday Scamper in Spain London 1860.
187
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
Andros apunta que debe confesar que desde hacía tiempo le rondaba el deseo de ver
una corrida de toros de verdad (se había reído mucho de la farsa que se hizo en Leicester
Square), y que éste era su principal interés a la hora de visitar España ya que quería ver y
juzgar por él mismo la excitación, el disgusto, la lástima, el placer o el dolor que provoca
la tauromaquia algo que la nación española mantiene con tanto entusiasmo y algo que
está tan universalmente condenado y deplorado por todas las otras naciones civilizadas
del globo.
Decide viajar con su amigo Julius Caro [sic], que había vivido durante algunos años
en España y que conocía a la perfección la lengua, formas y costumbres y que estaba a
punto de volver después de haber pasado sus vacaciones en Inglaterra. Salieron en el tren
correo el 29 de julio rumbo a Dover, allí se embarcaron en el Impératrice y llegaron al
puerto de Calais. Desde allí en el lujoso vagón de un tren continuaron viaje hasta París.
Desde allí hasta Marsella donde embarcaron rumbo a Barcelona. Luego en diligen-
cia hasta Valencia, desde allí prosiguen rumbo a Madrid volviendo por Albacete hasta
Alicante. Desde Alicante se embarcan rumbo a Málaga. Atracan en Cartagena, razón
esta por la que decretan en Málaga que el barco debe permanecer 5 días en cuarentena,
incluso si no hubo ningún pasajero que embarcara allí, pero como había un brote de
cólera decidieron tomar precauciones.
188
[ 189
D G C
únicos efectos consisten en un chacó, una espada y una cartera, donde lleva su
equipo y unos cuantos artículos de primera necesidad aunque es un oficial, y no
puedo evitar contrastar su sobriedad y su duro sino con las circunstancias bas-
tante más desahogadas de nuestros soldados de reemplazo comparativamente
más adinerados.
Ahora nos han servido la cena en la posada, y nos han puesto delante, en-
tre otros manjares de temporada, unas deliciosas uvas y unos exquisitos melones;
de las primeras tomé bastantes con gusto, pero los melones los contemplo con
aversión y aborrecimiento. Una vez finalizado el postre todos nos sentamos en el
zaguán y comenzamos a esperar la llegada de la diligencia. Y digo comenzamos
ya que tuvimos que esperar no menos de cinco mortíferas horas en aquel oscuro
vestíbulo iluminado por un débil candil como los de Lady Macbeth que derramaba
una parpadeante luz sobre la deprimente escena entre hombres mugrientos, muje-
res desaliñadas, niños llorando, sucios perros y cerdos berreando. Mis compañeros
por el momento se pusieron en cuclillas sobre las sillas y comenzaron a masticar
cigarrillos, mientras que en lo que a mí respecta, dediqué toda mi atención a mi fiel
pipa. Nosotros somos un trío bastante extraño y me veo irremisiblemente abocado
a traer a mi mente a los tres príncipes en las Mil y una noches ya que uno está
completamente cojo, el otro cegado por la arena y yo que estoy medio sordo. Y
ahora los mosquitos comienzan sus ataques con todas sus fuerzas. ¡Hum! ¡Buzz!
Y el juguetón insecto se pone a volar dando vueltas en mi oreja y se posa en mi
mano. Se van sucediendo uno tras otro, el tercero es como el anterior: mosquitos
provocadores ¿por qué me picáis de esta forma? ¿Un cuarto? ¡Ojo avizor! ¡Vaya!
¿Estará el límite de mi paciencia al borde de estallar? ¿Todavía otro más? ¿El sép-
timo? Ya no veo más, y con todo y con eso aparece el octavo. ¡Oh! Es necesario
aplastarlos; así pues, con un esfuerzo desesperado bajé la mano derecha con un
tremendo manotazo sobre la izquierda y espachurré –no un mosquito, sino en su
lugar mis desafortunados nudillos. Con renovados efectivos la impertérrita nube de
mosquitos me asaltó por todos lados, hasta que me vi obligado a liarme en mi capa
hasta los ojos y así de ese modo poder escapar a sus acosos y continuos ataques.
[ 193
de estos improperios que tan constantemente se escuchan en las bocas de las gen-
tes de las clases más bajas de España, pienso que concuerdan de algún modo con
el indecoroso lenguaje que se permiten los cocheros de Londres y los oriundos de
las “zonas industriales y mineras” en Inglaterra. Las ocupantes de la berlina después
de haber hecho amablemente una serie de vendas con tela de lino le vendaron el
dedo herido de una forma muy bondadosa y maternal, y acto seguido volvimos a
reanudar el viaje.
La luz del día nos sorprende levantando nubes de polvo en una carretera que
serpenteaba a través de un paisaje árido y desolado. De vez en cuando fuimos
alcanzando largas recuas de mulas que lentamente iban avanzando por el camino
en una sola fila igual que camellos en las desérticas llanuras de África. El calor se va
incrementando con el paso de las horas, como el príncipe ciego seguía insistiendo
en mantener las persianillas cerradas para evitar que entrase el sol, la diligencia
pronto se convirtió en una especie de horno locomotor. Mis manos se encuen-
tran en un estado bastante alarmante, completamente cubiertas de ronchas rojas
causadas por las picaduras de los mosquitos, algo que yo he contribuido a agravar
bastante por haberme estado rascando con todas mis fuerzas. En verdad me siento
francamente contento al pensar que éste sea mi último viaje en diligencia ya que
el resto del viaje lo voy ha hacer viajando en la importante compañía del vapor. A
la una en punto llegamos a Córdoba y nos pararon en la Fonda Maraquita [sic. por
Mariquita]; desde donde, después de tomar una comida levemente oleaginosa,
salgo corriendo para ver todo lo que pueda de esta ciudad que una vez fue tan
importante.
H B
()
64 BLACKBURN, H. Travelling in Spain in the Present Day Sampson Low, London, 1869.
65 Foulché Delbosc, R “Bibliographie des Voyages en Espagne et en Portugal” Revue Hispanique Paris,
1896. 349 pp.
195
A
[ 197
D G M
Se pueden escoger tres rutas para volver a casa desde Granada. La primera es
volver a Málaga por Loja y tomar el vapor hasta Marsella. Ésta es la más fácil y en
muchos aspectos la más agradable cuando hace buen tiempo. […]
Las diligencias que recorren esta carretera son las que van mejor provistas de
España –tienen buenos tiros de caballos, son rápidas y cómodas y, aunque no están
muy limpias, por lo menos tienen ventanas que se pueden cerrar y están tolerable-
mente ventiladas y a prueba de agua. Si dos personas cogen plazas para la berlina
merece la pena intentar hacerse con una tercera plaza o posiblemente se encuen-
tren con un tercer pasajero durmiendo en su hombro turnándose de un hombro a
otro durante toda la noche. Nos hemos visto en circunstancias en las que hemos
198 ]
Estos aspectos pueden parecer demasiado triviales para ser mencionados, pero
el descanso de una buena noche, o la falta de él (añadiéndoles otras cosas que no
tenemos por qué pormenorizar), pueden ser justo la diferencia entre un viaje de
placer y uno de gran fatiga e incomodidad. Cuando viajábamos, el viaje a Madrid
duraba casi treinta y cuatro horas, de las cuales pasamos en la diligencia veinticua-
tro sin ni una sola detención de una hora en la carretera.
Por supuesto que nosotros teníamos que encontrar nuestros propios sitios. Al
abrir la puerta de la berlina el aspecto de lo que allí había no era alentador. En primer
lugar había un perro enorme enroscado dormido en el asiento, una cadena oxidada
formando un montón y un viejo arnés y las botas del conductor. Los cojines que
estaban colocados en la parte inferior del carruaje estaban muy sucios y había un
olorcillo a guarida –como era normal que oliera– después de haber permanecido
cerrada desde que los últimos viajeros se apearon y después de haber servido de
dormitorio para el mayoral o el mozo. No había otra solución para esto que hacer
el mejor uso posible de los diez minutos que quedaban antes de salir y “ponernos”
y limpiar el polvo a nuestra prisión. Sacamos al perro las botas y el arnés y dimos
una buena sacudida a los cojines contra las ruedas, antes de que una admirada y
[ 199
curiosa multitud formada por todos los ociosos y sucios de la ciudad se reuniera en
la "Alameda" para ver la partida.
En la zona occidental de Irlanda hemos visto ‘caballeros’ sin hacer nada, coloca-
dos en fila durante todo el día bajo la lluvia, con levitas (algo harapientas, pardus-
cas, y rabicortas) y habíamos pensado que esta forma particular de haraganear era
típica de Gran Bretaña, pero nuestros aldeanos son hacendosos y limpios compa-
rados con los andaluces. Uno se acuerda de Murillo a cada paso. Sus muchachos
sucios se ven aquí como se ven en los cuadros de la galería Dulwich, peleándose
en las esquinas, vestidos de harapos, despeinados, voraces –lobunos– realmente
‘muy llenos de vida’.
Como suele ser lo usual, salimos a toda velocidad, poniéndose a la vez todo el
tiro a galope, retiñendo los cascabeles, traqueteándonos y precipitándonos a toda
velocidad a través de las estrechas calles, echando a todos los peatones a refugiar-
se en el primer quicio, traqueteándonos hacia las afueras sobre carreteras mitad
adoquinadas, mitad enfangadas donde nos hundimos bastante en el lodo, íbamos
balanceándonos de lado a lado como en un barco. Más allá, por las riberas del río
Darro, serpenteando, subiendo hacia los montes donde miramos hacia abajo por
última vez las llanuras de Andalucía y, manteniendo un buen paso todo el día, lle-
gamos a Jaén un poco después de anochecer. El paisaje era agreste, especialmente
cerca de la Puerta de Arenas, donde hay un largo túnel excavado en la roca; pero la
carretera era buena y pasamos demasiado rápido para verlo bien.
Si el autor de Bridle Roads in Spain66 leyera estas líneas, podría sonreír con nues-
tro comentario de que el alojamiento en Jaén es malo, que la mejor Fonda está
sucia y no es demasiado recomendable, que el carácter de la gente es salvaje y
temerario y que los barrios y las zonas de alrededor no son en absoluto seguras a
la luz de la luna. Pero como nosotros no vamos en busca de aventuras y estamos
escribiendo para viajeros ingleses normales que puede que vengan después de
nosotros, es por eso por lo que nos referimos a estos hechos. Todavía hay atracos
(la diligencia fue detenida cerca de Bailén hace aproximadamente un mes), y toda
esta zona montañosa le da bastantes problemas a las autoridades.
66 El título completo de la obra de George John Cayley es: Las alforjas or the Bridle Roads of Spain.
Londres 1852. Ver: M.A. López-Burgos Viajeros ingleses en la Granada de 1850, Melbourne, 20001
(pp. 121-133).
H J R
(-)
Hugh James Rose capellán de las compañías mineras inglesas, francesas y alemanas
de Linares, es el autor de la obra Untrodden Spain and her Black Country being Sketches
of the Life and Character of the Spaniard of the Interior67 publicada en dos volúmenes en
Londres en 1875. De él sabemos que ejerció como capellán del ejército en Dover y que
desde 1873 a 1875 estuvo en Linares, pasando con posterioridad a Jerez y Cádiz. Alto
y con el cabello y ojos oscuros tenía aspecto de español. Fue corresponsal de The Times
ocupándose de asuntos sociales españoles. En 1877 publicó otra obra sobre España
titulada Among the Spanish People en la que recoge sus experiencias de viaje mientras
convivía con los campesinos cuya forma de hablar había aprendido. En 1876 volvió a
Inglaterra delicado de salud, donde murió dos años más tarde.
Hugh James Rose apunta que algunos de los relatos que ofrece en su libro ya habían
sido publicados en Macmillan’s Magazine simplemente como una colección de notas o
cartas escritas durante el caluroso verano de 1873 y que fue a instancias de un amigo
cuando se decidió a recopilar y a seleccionar sus artículos y enviarlos al editor de la revis-
ta, quien los recibió de muy buen grado, si bien el autor es consciente de que están escri-
tos de una forma sencilla, sin ningún tipo de pretensión de belleza en cuanto a lenguaje
o estilo, con la única intención de relatar sus experiencias entre las gentes sencillas de
las zonas del interior, “donde, tanto el vino como el chiste le resultan ásperos al paladar,
pero donde el español, ya sea caballero o campesino siempre es agradable, generoso y
siempre está dispuesto a ayudar al extranjero en su trabajo”.
67 ROSE, H.J. Untrodden Spain and her Black Country being Sketches of the Life and Character of the
Spaniard of the Interior Samuel Tinsley, London 1875.
201
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
Hugh James Rose antes de publicar esta colección de artículos dice que los envió
para su revisión a un inglés que había vivido en España durante veinte años y que éste
le dijo: “Son realmente muy verídicos”.
Fueron muchas las razones que hicieron que este capellán inglés aceptara una oferta
de empleo en un distrito minero del interior de España y que comprara un pasaje en el
barco de vapor de nombre “Lisboa” hasta Gibraltar, el puerto más cercano.
Una de estas razones fue su deseo de ver otras tierras y conocer otras gentes. España
aparecía en todos los periódicos ingleses como una tierra en la que reinaba la anarquía,
los derramamientos de sangre y la agitación. Pero, quizás, esto sólo servía para incre-
mentar el deseo de visitarla, “tierra de bailes y coplas, la tierra del olivo y la vid, la tierra
donde desde 711 a.D. al 1492 las costumbres paganas, cristianas, árabes y españolas
convivieron unas al lado de otras, la tierra de los calores tropicales y de las nieves per-
petuas de Sierra Nevada, de todo aquello que el corazón ha deseado ver desde siempre y
que ahora tenía la posibilidad de hacerlo”.
Otra razón que apunta es que Inglaterra en lo que se refiere a posibilidades profesio-
nales estaba saturada, “vete al extranjero y si Dios quiere que tu salud aguante el clima,
al menos tendrás trabajo y ganarás más dinero, y sobre todo, experiencia”.
Así pues, embarcó en Shadwell Basin el 21 de junio y llegó a Gibraltar el 30 del
mismo mes después de una escala en Lisboa, continuando al día siguiente rumbo a
Málaga.
En Gibraltar le habían dicho que no se le ocurriera volver a Cádiz ya que habían
cortado la comunicación y que la ciudad estaba en “estado de sitio”, Málaga no estaba
mucho mejor. Desde Málaga, donde dos mil voluntarios malagueños, mal armados y
que tenían intención de proclamar la independencia de Sevilla habían entrado a la ciu-
dad precedidos por su banda y sus cuatro cañones, Hugh James Rose prosiguió viaje a
Córdoba sin dilación, pasando por Álora hasta Linares, donde dice que al llegar lo que
más le sorprendió al principio era el terrible estado en el que se encontraban las calles:
202
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
203
T
[ 205
L
“Una mañana mis obligaciones me llevaron a una mina a unas tres millas de
distancia de mi casa. El sol de septiembre estaba arrojando sus implacables rayos,
literalmente achicharrando a los hombres, las bestias y los árboles y resecando los
polvorientos y pedregosos caminos. Viajar a pie, en especial a mediodía era impo-
sible, por lo que decidí salir al amanecer y desayunar en la mina.
Mientras permanecía sentado en la sombría sala de uno de los capataces nos vi-
mos sorprendidos por una barba cana que casi le cubría el rostro como la de Baco
y que de repente apareció por la ventana a través de los sarmientos de la parra que
trepaba exuberante y por la excitada y temblorosa voz que anunciaba que ‘cuatro
hombres estaban apostados esperando en el olivar y que intentaban quitarle el
equipaje a un inglés mientras iba a su casa’.
Yo estaba a salvo ya que por fortuna aún no había salido de la mina, pero el
médico ¡pobre de él! el amable, bondadoso y excelente doctor había salido.
En este momento Juan, con su vigorosa y enjuta figura negruzca y sus ojillos
redondos, apareció en la puerta. Había oído que yo había salido solo y había ca-
balgado hasta aquí con su magnífica escopeta para protegerme en el camino hacia
casa (con ese genuino deseo de servir y ayudar que es lo mejor del amable carácter
68 Este relato se puede leer en López-Burgos, M.A. ¡La Bolsa o la Vida! Bandoleros y atracadores de ca-
minos en los relatos de viajeros ingleses en la Andalucía del siglo XIX. Málaga, Caligrama Eds. 2003.
206 ]
español). Rápidamente enviamos a Juan para que detuviera al doctor, si era posible,
y le dijera que esperara a un guarda. Para colmo de la mala suerte, Juan, aunque
con un buen caballo y con su escopeta árabe colgada en su silla de montar, con las
prisas había olvidado su identificación, la chapa de latón que se lleva en el pecho,
y donde aparece el nombre de la mina en la que trabaja como guarda. De hecho,
con su chapa cualquiera se habría fiado de Juan, pero sin ese distintivo oficial, tene-
mos que reconocer que Juan tiene un aspecto bastante sospechoso.
Los chistes son una de las cosas que más le gustan a los españoles, y cuando
Juan apareció donde nosotros estábamos mientras desayunábamos, y contó la for-
ma en la que había sido confundido con el ladrón, se reía tanto que casi no podía
hablar. De hecho, esta poca consideración por la vida humana, esta indiferencia
ante el peligro de un hermano, cuando de repente en un instante se presenta el
peligro, parece formar parte fundamental del carácter de los españoles de hoy.
Aquí, cuando cuatro hombres violentos están al acecho, hombres quienes con
toda probabilidad habían cometido muchos actos de violencia anteriores a éste,
hombres, probablemente que habrían sido arrojados de las guaridas de sus com-
pañeros o por sus crímenes o quienes quizás, han dejado sus pueblos para evitar
la quinta o servicio militar, acechan para robar y posiblemente maltratar a alguien
indefenso que se aventura a volver a su casa solo, y todavía el enjuto guarda espa-
ñol realmente se puede partir de risa ¡mientras su amigo continuaba estando en
peligro!
[ 207
Ese día dos guardas armados hasta los dientes me acompañaron a mi casa. Uno
era Juan, quien observaba con una sonrisa sardónica que su escopeta sola era sufi-
ciente para detener a cuatro bandoleros que acecharan entre los olivos; el otro un
hombre célebre por su intrepidez a la hora de desarmar a hombres mientras pelean
y quitarles sus desnudas navajas.
Mientras avanzábamos íbamos explorando con la vista los claros entre los os-
curos olivos que se extendían a lo lejos. No vimos ni un alma ni nos cruzamos
con nadie excepto un pobre hombre y una mujer caminando con muchísimo
calor detrás de su burro cargado, cuando volvían desde el pueblo más cercano
con las provisiones para toda una semana. La mujer mirando nuestras armas se
puso pálida, levantó sus negruzcas y resecas manos y señalando hacia su diminuta
vivienda en la ladera de un olivar, dijo ‘tuerza, caballero, tuerza hacia aquí, se lo
ruego y tome un trago de Valdepeñas para el camino’ Yo se lo agradecí y rehusé
y ella se despidió de nosotros con la bendición usual de ‘Vaya usted con Dios y
con la Virgen’.
Los olivares, tal y como son, no tienen ningún derecho a pretender ser llamados
arboledas. No ofrecen protección contra el sol, ningún tipo de escondrijo. Son
simplemente laderas plantadas de árboles pequeños y achaparrados, formando
filas regulares separadas unas diez o más yardas. Con unos buenos gemelos una
figura que estuviera situada bajo los olivos, a menos que estuviera protegida por
la sombra que ofrecen las cercas de piedra que los separan, podría ser vista a una
distancia considerable.
Estos cuatro hombres, que habrían robado a cualquier indefenso y solitario ex-
tranjero, eran simples ladrones, hombres sin hogar, que vivían a la intemperie, ro-
bando gallineros o desvalijando en las ventas de los caminos. Ellos no son conside-
rados caballeros, mientras que los bandoleros de verdad o ladrones de la Sierra son
admirados más que rechazados por los campesinos españoles y se les considera
más como héroes que como otra cosa.
208 ]
De hombres como estos últimos se componía una banda que hace muy poco
tiempo hizo cautivo a un inglés en las cercanías de la ciudad minera de La Caroli-
na, en uno de los agrestes y boscosos desfiladeros que llegan hasta Sierra Morena,
donde el ciervo y el jabalí y los relucientes ríos trucheros, sombreados por encinas y
chaparros, ofrecen posibilidades para la caza pero poca seguridad para el cazador.”
menos que necesitara un guía. La ruta estaba establecida con exactitud, con órde-
nes de que sólo viajara de sol a sol. En caso en que otros ladrones le robaran, mis
hermanos tendrían que reponer el dinero o a mí me pegarían un tiro. Les dije que
era absurdo pedir tal suma puesto que no podríamos reunirla. Sin embargo me pi-
dieron que firmase la carta, lo que yo hice. Le pidieron a mi capataz que le llevase
la carta a mis parientes en Linares, confiándole nuestros dos caballos, que habían
permanecido por allí.”
La banda siguió viajando todo aquel día y la noche, el prisionero iba en un bu-
rro y ellos a pie, descansando sólo en dos ocasiones durante un corto espacio de
tiempo. En el camino cuando vieron a un cazador ellos le dispararon tres veces,
aunque por fortuna erraron los tiros.
do a adoptar este modo de vida. Todos estaban en contra de la pena capital. Uno
dijo que le estaba dando a su hijo una esmerada educación y que si él pensaba que
iba a seguir la profesión de su padre, lo mataría.”
El día 13 volvieron los que habían estado esperando la recompensa. Mr. Hasel-
den entonces escuchó decir que estaba libre, pero que no le dejarían volver hasta
la tarde.
Lo que sigue es una traducción literal de la primera carta enviada por los bando-
leros a los hermanos de Mr. Haselden, después de habérsela presentado para que la
examinara el mismo día de su captura, y firmada por él. Dice así:
[ 211
“Quien traiga el dinero deberá ser una persona de total confianza de su familia.
Deberá ir completamente vestido de negro con un sombrero blanco; en la mano
deberá llevar un pañuelo rojo, y que parezca como si se estuviera secando el sudor
de la frente; y debe ir montado en una mula blanca. Deberá ir primero desde Lina-
res a Guarraman [sic por Guarromán], luego a Cuesta, a Cuesta del Carretón, Venta
de Robledo, Huerteruelas, Molina de las Tuntas, Las Azeas, etc. (aquí debe seguir
una fila de casuchas pequeñas), y por último a Arrobas. Si nosotros no salimos a
su encuentro en esta carretera, deberá volver precisamente por la misma. Siempre
que no conozca esta carretera, tiene libertad para llevar un guía de uno de los
pueblos, sin embargo, no debe descubrirle el objeto de su viaje. Deberá cabalgar
desde la salida a la puesta de sol. Deberá detenerse a pasar la noche en el lugar
donde se le ponga el sol, ya sea cerca de un pueblo o en pleno campo y tampoco
212 ]
debe poner el pie en ninguno de los pueblos que he mencionado. Si alguien aparte
de nosotros pudiera echarle mano al dinero que lleva, esto le costará (?) el doble de
la cantidad o lo mataremos. Por lo tanto, a ustedes les interesa mantener el asunto
en secreto y no permitir a nadie que acompañe a su mensajero. Si usted no cumple
estas reglas lo mataremos.”
Se recibió la carta y una suma cercana a las 900 libras de oro, se les envió inme-
diatamente a estos hombres. Sin embargo, esa suma resultó ser insuficiente para
obtener la libertad del desafortunado cautivo. La única respuesta que hubo fue la
siguiente, escrita precipitadamente a lápiz en un trozo de papel. Los ladrones, sin
embargo, en ella reducían su petición, como se verá de 40.000 a 10.000 libras.
“Hemos recibido 100.000 reales, con los que nosotros no hacemos nada. Si
dentro de cinco días no recibimos un millón de reales, deben saber que mataremos
a su querido hermano.”
Habría que preguntarse, ¿quiénes eran estos ladrones y qué pasos dio el gobier-
no español para capturarlos?
bres que han escapado de la cárcel; y todavía más a menudo hombres que han sido
indultados (después de mentir durante meses, quizás, bajo sentencia de muerte)
por un gobierno, pero que, con la llegada de otro, saben bien que su indulto puede
ser cancelado. Muchos son convictos que habían sido liberados por los comunistas
como en Cartagena, algunos, otra vez se han vuelto a ir a la Sierra para evitar servir
como soldados contra los Carlistas. Y en lo que respecta a los pasos dados por el
gobierno hay que decir lo siguiente: Las influencias que tenga la familia o el dinero
en muchas ocasiones podrán conseguir la liberación de un prisionero y, de ese
modo, aunque uno de esta banda fue capturado y encerrado durante una noche,
a la mañana siguiente de hecho ya había escapado; cuando fue apresado por los
voluntarios de los pueblos de la sierra, charlaba alegremente con ellos mientras
iban por la carretera hacia la prisión, y de hecho, cuando mataron un choto en el
camino, ¡todos lo escogieron para que lo guisara y preparara el festín! Sin lugar a
dudas sus prácticas en la sierra le permitirían hacer su trabajo muy bien.”
214 ]
“Sería difícil encontrar un grupo más anárquico y desesperado que aquellos que
para evitar una condena legal, o para escapar de ser arrastrados a realizar el servi-
cio militar obligatorio, se refugian en las sierras y allí se ganan una existencia pre-
caria cazando, robando o con otras actividades afines. Estos habitantes de Sierra
Morena son una raza notable. Algunos son ‘ladros facciosos’; algunos son ‘partidos‘
que es casi lo mismo; algunos son mineros y otros personas que han cometido un
asesinato; algunos son de estos que (utilizando su propia frase), ‘si tienen que dispa-
rar, prefieren hacerlo a los ciervos que a los Carlistas’; algunos son simples ladrones
o atracadores. Muchos de estos hombres mantienen una especie de lealtad salvaje
a algún cabecilla, a cuyas órdenes se llevarán a cualquier hombre rico entregando
a sus jefes la mayor parte del dinero de la recompensa.
Algunos son hombres de cierta categoría y educación, quienes, por causas po-
líticas, han sido ilegalizados. Estos, ¡si su gobierno favorito llegara al poder, saldrían
inmediatamente de sus escondrijos y aceptarían un cargo!
A menudo se puede ver a estos forajidos ‘cogiendo peces con la mano‘, con tal
de variar su dieta. Bajan a las llanuras, se quitan la ropa y se meten andando en las
aguas poco profundas del río, metiendo la mano bajo todas las piedras y rocas. Un
hombre se queda en la ribera, con el fuego encendido y la sartén a mano, prepa-
rado para cocinar el pescado. Las mujeres también están allí como espectadoras
ociosas, sin mostrar ninguna sorpresa ante estas figuras desnudas, hasta que cogen
algunos cuantos barbos estupendos, pero de río, y entonces todos se sientan para
el festín. Cogen el barbo por las agallas y tan pronto como lo han cogido se ponen
la cabeza en la boca para matarlo de un bocado. En invierno, las grandes partidas
de cazadores de españoles e ingleses que hacen una batida por la sierra en busca
de ciervos y caza mayor, a menudo se tropiezan con estos bandoleros salvajes y si
intuyen que pueden estar en desventaja, levantan el campamento a medianoche y
retroceden hasta el pueblo más próximo. Estas partidas de cazadores consisten por
lo general en al menos cincuenta hombres todos bien armados.”
216 ]
“Es mi intención en esta parte presentarle al lector las minas y los mineros de
España; una parte del país y los aspectos de su carácter tan poco conocidos, que
estos capítulos (en los que abundarán las anécdotas extrañas y la exposición de
hechos que hasta la fecha no han sido descritos, extraídos del trato cotidiano con
el minero español), bien pueden llevar el título de ‘Sketches in Untrodden Spain’. Y
creo que el sencillo relato que yo ofreceré, en el que se presenta la verdad sin ador-
nos, estará lleno de interés para todos los lectores, especialmente para aquellos que
deseen estudiar la naturaleza humana bajo las circunstancias menos conocidas.
El tema de las minas y minería españolas es muy amplio y para un profano inten-
tar tratarlo de manera científica, sería no sólo presuntuoso sino inútil. Sin embargo,
después de haber permanecido durante algunos meses en el corazón de una zona
69 El texto seleccionado corresponde a tres capítulos de la obra Untrodden Spain and Her Black Coun-
try de los que ofrezco una traducción literal con la intención de mantener el estilo narrativo del
autor, si bien, en algunas ocasiones he tenido que separarme levemente del texto original para que
sea comprensible en español. En otros casos he recurrido a utilizar términos españoles, i,e, calañés,
alpargatas, abarcas, chambergo, etc., que equivalen a lo que el autor ve pero que no corresponde
exactamente a lo que dice en inglés. En cuanto a los términos científicos o médicos utilizados como
pueden ser quelantes, graminias cespitosas, planta salsola, ícticos, febrífugos, irritantes, etc.; o a nom-
bres de enfermedades, plumbismo, cólico del plomo, etc., me he ceñido al texto original, haciendo
que el concepto domine sobre la palabra, y aunque he intentado mantener los términos arcaicos o
completamente equivalentes utilizados en inglés por el autor, no siempre ha sido posible.
[ 217
En varias zonas de España las minas han ofrecido sus tesoros sucesivamente
a fenicios, romanos, árabes y españoles, y ahora ‘las concesiones’ están siendo
concedidas, como era de esperar, a estrangeros [sic por extranjeros], o foráneos
entre los cuales las compañías mineras inglesas y alemanas mantienen un lugar
predominante.
Entre las zonas mineras, juega un importante papel la provincia de Murcia […]
La provincia de Jaén, quizás le siga en importancia puesto que tiene muchas minas
de plomo, aunque es muy pequeña la proporción de plata que tiene este plomo.
Linares, su principal pueblo minero, situado en medio de áridas llanuras y lade-
ras repletas de olivos, raquíticos y oscuros, cuenta con una colonia de ingleses,
franceses y alemanes y aunque es un pueblo carente de toda belleza y con pocas
comodidades, es una de las principales zonas de la industria minera. Se dice que
este pueblo fue el Hellanes de la antigüedad.[…]
durante algún tiempo a vivir cerca de donde yo vivía, ‘`si yo tuviera que vivir aquí,
al final me pondría tan pálido y pesado como el plomo’. Y así es. Desde la mañana
a la noche no oyes nada, ni ves nada aparte del plomo: plomo en la estación de
ferrocarril, humo de plomo en el aire (procedente de la fundición), burros cargados
de plomo: plomo en galápagos70, plomo en planchas, plomo de primera o segunda
calidad. Plomo y dinero, que se puede intercambiar por dinero y plomo, es depri-
mente tanto para el alma como para el cuerpo; y estimado lector, recuerda que
hay un refrán entre nosotros, ‘andar con pies de plomo’, y una enfermedad entre
nosotros que se llama ‘saturnismo71’, que deja los ojos de un hombre sin brillo, y
adormecido su cerebro. Así pues, si crees que yo merezco el que se me pueda
aplicar el primero, pásalo por alto, y sígueme pacientemente, y cree que mientras
estoy escribiendo estoy ‘emplomado’ y por consiguiente tendréis que resignaros.
Pero si has hecho en alguna ocasión lo que yo, y has arrancado unos cuantos trozos
de plomo ‘bajo tierra’ con la ayuda de la débil luz del candil del minero español,
sabrás que incluso el apagado plomo, resplandece mientras lo golpeas para sepa-
rarlo del granito que lo rodea, con el pico, o el ‘picajo’ como lo llaman los mineros;
y así, de ese modo, ¡incluso el aburrido ambiente de las minas de plomo españolas
se alegra con la sal española!
Tanto entre los encargados como entre los propietarios de minas, así como
entre los mineros, una persona observadora verá y escuchará un inagotable fondo
de originalidad, pintoresquismo y chispeante humor al lado del más profundo pate-
tismo y el más desesperado sufrimiento.
Mientras nos lo bebíamos y hablábamos de minas y minería, dijo que su vino siem-
pre le recordaba ‘una anécdota verdaderamente conmovedora’. Un joven español
se casó con una dama cincuenta años mayor que él, no una pareja por amor, sino
una pareja por dineros. Ellos dos lo llamaron, y descorcharon una botella de rojo
Oporto. La vetusta dama estaba disfrutando, incluso (según decía él), hacía música
con los labios (¿se relamía?) mientras disfrutaba del excelente vino. Su esposo se
sentó a su lado mientras se bebía el vino en silencio. De repente la dama dijo: ‘¡Oh
señor!’ (a su huésped), ‘sólo con que usted pudiera conseguirme un barril de este
mismo vino yo viviría durante otros ochenta años’. ‘Y’, dijo mi anfitrión, ‘¡si usted
hubiese podido ver la mirada de súplica que me echó el joven, nunca podría be-
berse el vino sin un suspiro!’
Pero este humor fácil y semi-patético es uno de los puntos que compensan cual-
quier conversación española. Nunca conversas con un español, de clase alta o baja
sin reírte. Durante la misma conversación nosotros estuvimos hablando del estado
general y de la administración interna de España y yo dije, ‘hay dos cosas en Ingla-
terra, en cuanto al sentido humanitario a las que yo concedo una gran importancia,
ya que son muestras de que la humanización está avanzando: el bote salvavidas y
las instituciones para albergar a las mujeres de mala vida. ¿Existe algo de esto en Es-
paña?’ –En lo que a lo primero se refiere dijo él (y eso que él era un hombre culto),
‘Yo no sé, puesto que no vivo cerca del mar; y en cuanto a lo último, no he oído
que existan casas para ellas, sino infinidad de casas de ellas’. Esta última afirmación,
hasta este momento, no la he podido verificar, y yo simplemente la menciono
como muestra del rápido ingenio del español, incluso en las zonas mineras.
Cada uno de estos cercados tiene en medio una casucha pequeña compuesta de
una pequeña y lóbrega habitación, la ‘casa’ del guarda del olivar.
En los barrios hay infinidad de alcantarillas abiertas; aquí también hay una larga
y lenta corriente de aguas sucias que fluye desde los ‘lavaderos’ de las criadas en
el cerro que hay justo por encima del pueblo; hace tiempo tendría cierta gracia
lleno de espuma, pero ahora ha perdido su belleza. ¡Nunca creerías que un líquido
tan negro podría lavar tu ropa blanca! Cuando te vas aproximando a las calles que
[ 221
Yo he visto estas carreteras, en las afueras del pueblo, a veces prácticamente in-
transitables para un hombre o un caballo; sólo un burro puede escoger su camino
sobre las piedras y a través de los charcos de hediondo y negro fango. A veces se
da el caso de que algún burro delicado retrocede con cara de pánico cuando ve
estos últimos y cierra sus negros ojos si se tiene que meter dentro.
Las calles suelen tomar sus nombres de algunos santos, calle de San José, calle
de la Virgen; o también de acontecimientos políticos, calle de la República Federal,
y así sucesivamente. En estos pueblos tan abarrotados, el precio del alquiler de las
casas es muy elevado, aunque estas sean horribles. En España en las zonas del in-
terior, normalmente el alquiler de las casas es muy bajo; pero en estos pueblos una
casa pequeña de cuatro habitaciones y un patio diminuto y sin amueblar llegaría
a alcanzar 30 libras anuales. Los tejados de las casas son de sólidas tejas blancas
y tienen una ligera inclinación; la planta más alta con sus diminutas ‘gateras’ (para
que entren por ellas los gatos del tejado), se suele utilizar como cámara o granero,
puesto que el calor hace que no se pueda destinar a ningún otro fin. Los muros de
granito gris o rojo, se construyen con un gran espesor para que el interior sea fres-
co. De vez en cuando hay una diminuta ventana salediza con una imagen dentro
ataviada con mucho colorido y con lamparillas encendidas a cada lado que revela
222 ]
Los mineros que vagan por las calles de noche, a menudo se ve que se paran
y que se santiguan con devoción delante de las imágenes. Aunque no se trata
realmente de un grupo con un gran fervor religioso, tienen un cierto sentido de la
proximidad del otro mundo, un sentido probablemente inspirado por los peligros
de sus vidas cotidianas. En mi trato personal con ellos, en más de una ocasión me
he dado cuenta de la gran semejanza entre el aspecto religioso de su carácter y el
de los pescadores de nuestras costas del sur de Inglaterra. Ambos, el pescador y el
minero ven ‘las obras de Dios y sus maravillas en las profundidades’ ambos diaria-
mente ponen sus vidas en sus manos, ambos son poco religiosos en el más puro
sentido de la palabra ‘religioso’, y, sin embargo, ambos tienen una inquebrantable
generosidad de carácter, una indiscutible ausencia de miedo, una cierta dependen-
cia natural, casi desconocida incluso para ellos mismos, del amor y del poder del
Creador.”
[ 223
M
cando a mí, uno de los extremos se enganchó en una de las rejas de la pequeña
ventana de una de las casas, y mientras el intentaba detener su caballo, yo también
me las arreglé para pasar. Todo el peinado y el arreglo del cabello femenino (hablo
de las clases bajas) se hace sentándose en sillas bajas en las calles; cada persona
se lo hace a su vecina de al lado, o la madre a la hija, y viceversa. Creo que ya he
dicho bastante de este apartado. ¿Qué diría un policía de Londres, o mejor dicho,
qué no diría de todo esto; o cuando viera a los grupos de guitarristas, o a los grupos
bebiendo, ocupando las calles o sentándose en sillas bajas justo en medio de la ca-
lle causando un gran estorbo para el tráfico? “Obstaculizan la calle” es un término
demasiado blando para todo esto; o aún más “alteración del orden público”.
En siguiente lugar, nos referimos al ruido, de día y noche, como una de las princi-
pales características del pueblo minero. Un minero inglés avanza sigilosamente hacia
su trabajo al amanecer, y es probable que se vaya fumando una pipa en silencio, y
que mire a las nubes. El minero español, incluso a las cinco de la mañana, comienza
esa primitiva, peculiar y monótona cancioncilla que es la canción, casi la única can-
ción del andaluz. En lo que a la melodía se refiere, siempre es la misma. En cuanto a
la letra, la va componiendo mientras cabalga hacia su trabajo o vuelve de él. También
su mula, está cubierta de campanas que le cuelgan de un collerón que lleva alrede-
dor del pescuezo. En una ocasión yo conté hasta treinta campanillas en una mula
cargada de telas; pero cinco o seis en cada mula para la música no es nada.
Ahora un hombre se ha arrancado. Hay muy poca melodía en lo que está can-
tando y ningúna en lo que está tocando; todo lo que sale de su guitarra es “rián,
rián, rián”, el mismo acorde tocado una y otra vez muy rápido. Se trata de un acom-
pañamiento, una ayuda para su voz y nada más. Y en lo que respecta a su canción,
no es más que una primitiva cancioncilla; la letra es infantil pero llena de amor:
226 ]
II
Yo la quiero bien,
ella a mi también,
Sólo espera un poco,
Y nos casaremos.”
Y así sucesivamente. Al final de cada verso, el hombre sube la voz en una serie
de cadencias que suben y bajan, “la, la, la, la; la-la-la; la-la”, repitiendo varias veces.
Los españoles permanecerán sentados escuchando esto hasta la medianoche. A
menudo yo me he unido al grupo y, es de justicia añadir, que varias veces, en estas
reuniones cotidianas, he escuchado música de guitarra y voz sencillamente encan-
tadora y muy bonita. Pero ésta no es la norma.
72 “Black her eyes are, And rich her hair, Chaste is my girl, And very fair. II. I love her well, She loveth
me, Wait but awhile, We’ll married be”.
[ 227
Mientras que por la mañana temprano, digamos a eso de las seis, más o menos,
te despiertan los gritos del lechero, “¡Leche-e-e-e-e-e-!” Cronometré el tiempo de
uno de estos últimos hombres y comprobé que fueron veinte segundos el tiempo
en que mantuvo la cadencia de la e final.
Terminemos con el ruido. Los muleros gritan; los que van en burro cantan o
tararean sus cancioncillas andaluzas; las mujeres cantan mientras trabajan. Todas
las mulas de los carros, cada uno de los machos de un rebaño de cabras, y a veces
todas las cabras, tienen su cencerro.
Una de cada diez casas parece tener una taberna. En los caminos a las minas
desde cualquiera de los pueblos, las ventas son pequeños tugurios de piedra de
una sola habitación sin ventanas y sin sillas. Como norma, el vino está muy adulte-
rado; cuando se está viajando es mejor pedir un vaso de vino en cualquier cortijo.
Si el cortijero no cuenta con un barril, al menos tendrá un pellejo o una botella de
vino y accederá de buena gana a ofrecerte un trago.
castellano con montera y capa hecha jirones; el catalán, con su pintoresco atuendo
semi-genovés; éstos, y media docena más de trajes, se mezclan en la Plaza con el
sombrero calañés, con la chaquetilla corta negra, con la faja roja y con los calzones
de lana del andaluz y forman una torre de Babel de lenguas, y le dan un pintores-
quismo general a la escena.
Y en cuanto a las tiendas del pueblo, todas ellas son de lo menos refinado, pero
la pañería y las telas son prodigiosamente fuertes y duraderas. Está la Tienda de
Comestibles, donde puedes comprar cualquier cosa, desde un cuchillo para apu-
ñalar, a un jamón dulce, camas, leche de cabra, queso, cacao, etc.; el “Despacho
de aceitunas de Sevilla” o tienda de aceitunas de Sevilla –las mejores de España–;
el “Despacho de carne”, o carnicería, donde algunas veces en verano se puede
comprar cordero, tan duro como el cuero y en invierno carne de macho de cabri-
to –completamente desagradable para un paladar extranjero–; la “Sombrerería”, o
tienda de sombreros; el puesto, que no la tienda, de “Refrescos y Gazeosas” [sic
230 ]
Y ahora, salgamos del pueblo con sus sucias calles abarrotadas de gente, su
persistente sabor a ajo y aceite de olor penetrante (el aceite de oliva que se utiliza
para freír) y tomemos una bocanada de aire fresco mientras que vamos coronando
una ladera tras otra de camino hacia las minas.
En una ocasión, una clara mañana de febrero pero fría y con un vendaval, salí
del pueblo acompañado por un minero español que me hacía de guía, en direc-
ción a una de las principales minas a eso de cuatro millas de distancia. Primero,
antes de dejar los alrededores, pasamos por el “Valle de las lavanderas”. Un arroyo
y un manantial que corre a través de una vaguada arenosa y llena de rocas, cuyas
aguas eran recogidas en dos puntos. En un lado iban hacia un largo abrevadero de
piedra para que beban los mulos y burros que pasan por allí y que se desbordaba
cayendo en la parte baja formando oscuras charcas de lodo; en el otro caían en
una larga serie de pilas de piedra, con piedras inclinadas a cada lado en las que
restregar la ropa. A ambos lados se levantaba una ladera plantada de olivos y por
toda la zona de tierra y rocas había diminutas casuchas, arrendadas por personas
de todo tipo y descripción. El gitano, el mendigo, el agotado soldado, la meretriz
de la peor clase, hombres en camino hacia el trabajo, todos estaban sentados fue-
ra de estas “casuchas” como probablemente las llamaría el terrateniente inglés. A
estos lavaderos llegan en tropel y de todas partes criadas, lavanderas, madres de
familia y pagándole al propietario un penique más o menos a la hora, vigilará sus
ropas que están chorreando desde la mañana a la noche. En mi vida había visto un
[ 231
grupo más variopinto. Sus vestidos de todos los colores imaginables, principalmen-
te rojos, amarillos, verdes y a rayas; sus desnudos brazos, fuertes como los de un
hombre; su incesante y vulgar parloteo; sus palabrotas, ya que a menudo vuelven
las mangas y tienen que enfrentarse con los puños, todas ellas presentaban un cua-
dro muy extraño. Pero, por regla general, son gentes muy trabajadoras, diligentes
y honestas. Podrían describirse como lo que los soldados ingleses llaman “Buenas
mozas cristianas”.
Estos fueron los dos incidentes. Un burro cargado de plomo se había caído en
la carretera y el dueño no podía poner de pie al pobre animal. Maldecía a la Virgen
232 ]
y a los santos por haberle traído tan mala suerte y finalmente estuvo revolcándose
completamente por el suelo con un arrebato ciego de ira y sin sentido.
En una curva entre los olivos encontramos cuatro mineros, tipos jóvenes con
buena musculatura, sin camisa, en una roca muy cerca, con sus cuchillos jugando
a su juego favorito que se trata de lanzar la jabalina. La barra de hierro tiene una
longitud de unos cinco o seis pies con una parte redonda y suave para agarrarla y
pesa, me dijeron, –por supuesto yo no tenía medios a mano para verificar la ver-
dad de la afirmación– entre veinticinco y treinta libras. Cuando le llega su turno,
cada hombre se adelanta, la agarra aproximadamente por la mitad, hace palanca lo
mejor que puede, y lanza la jabalina en posición horizontal. El que arroja la barra
más lejos es quien gana las apuestas. No hace falta decir que siempre se juega por
dinero. Un entretenimiento sin la excitación añadida de apostar no sería una diver-
sión para el español.
Los hombres me ofrecieron la barra y sólo puedo decir que un hombre que la
lanzara podría, si no estaba habituado a hacerlo, correr el riesgo de romperse o
torcerse algo. Mi amigo minero y yo nos sentamos muy cerca para tomar nuestro
sencillo desayuno consistente en Valdepeñas, pan y tocino –la comida española–; y
cuando yo le ofrecí la botella a Juan, dijo, mientras se echaba un largo y continuado
trago, “mi padre era abstemio, así que le corresponde a su responsable hijo beber
con ganas para reparar en algo su único defecto”.
Mientras cruzamos otra colina más aparecieron de repente las altas y humean-
tes chimeneas de las minas de plomo y las largas cadenas de granito (ya que todo
el suelo por aquí no tiene más de tres o cuatro pies de espesor y luego se ven las
rocas de granito a una gran profundidad, granito en el que se encuentran las vetas
de plomo), y comenzamos a oír muy cerca por delante de nosotros el ruido de la
maquinaria. Mi primera impresión fue, ¡qué industria, qué empresa hay aquí! ya
que, recuerden, estas minas están a millas de distancia de cualquier ferrocarril y
por supuesto aquí no hay demanda de mineral. Mi pensamiento siguiente fue, ¡qué
empresa más poco esperanzadora debe haber parecido al principio comenzar a
abrir una mina en una zona como esta! Todo se ha tenido que traer hasta aquí, ar-
tificieros extranjeros e ingenieros, maquinaria, mano de obra, ya que en este lugar
no se podía encontrar nada.
234 ]
L
Me reuní con el amigo con el que iba a pasar todo el día bajo tierra y nos diri-
gimos hasta el cuarto destinado a cambiarse de ropa. Un vaso de vino tinto y un
[ 235
cigarro me tranquilizaron los nervios que tenía un tanto alterados ante la perspec-
tiva de “alejarme de la luz del día” y nos dispusimos a ponernos el “traje de faena”.
Éste consiste en un par de gruesos calcetines de lana y alpargatas, pantalones de
lona hasta las espinillas, un jersey de marinero que abriga mucho pegado a la piel,
y sobre éste una chaqueta corta y oscura de holanda (parecía), forrada de lana y
franela. En la cabeza llevábamos una gorra de tela muy ajustada, y por encima
un chambergo hecho de una mezcla de lana, fieltro y colofonia duro como el ce-
mento, y que sonaba cuando lo golpeábamos, como si fuese metal. Esto es para
proteger la cabeza en caso de que una piedra o un trozo de roca le caigan encima.
Esto último se ha instituido en Cornualles y es algo bastante valioso, pero el minero
español trabaja con la cabeza sin proteger y sólo se pone una gorra de tela que,
por supuesto, no lo protege más que del polvo y la suciedad.
Las escaleras tienen los largueros de madera y los travesaños en su mayoría son
de hierro. Parecen firmes y robustas; pero en otras minas españolas –esta pertene-
cía a una compañía inglesa y estaba siendo explotada por mineros españoles– me
aseguraron que la bajada no se realiza con tanta seguridad.
Esta mina era una mina que se estaba extendiendo mucho. En realidad es ma-
ravilloso avanzar a través de las oscuras y angostas galerías y ver elevándose por
encima de ti, a cada lado, los enormes muros de sólido granito. Levantas tu vela y
¡he aquí! las vetas de plomo, que parecen como la mancha que deja una bala en
la culata de un rifle, que relucen y brillan por encima, por debajo, por todas partes
y a todo alrededor. En el primer pozo a veces puedes ver durante un momento la
distante luz del día a través de alguna grieta que haya por encima, y de repente tie-
nes que subir trepando por un bajo y oscuro pasadizo cuyo techo está formado por
gruesos troncos de roble y tablones capaces de soportar quinientas toneladas de
granito en un desprendimiento. Este “techo” se coloca en aquellos lugares donde
es probable que pueda haber un derrumbamiento de granito.
En esta mina pude observar los “los pozos de los antiguos” como los mineros los
llaman; eran los pozos abiertos por los fenicios y los romanos; pero las compañías
mineras del siglo diecinueve han ido cuatro veces más abajo de donde terminaban
los “pozos de los antiguos” y han sido recompensadas con ricos tesoros.
[ 237
Esta mina tiene cuatro pozos, cada uno de unas cuarenta brazas de profundidad
por debajo del otro. En el más alto el suelo está seco, pero en las galerías más pro-
fundas el minero tiene que trabajar con el agua y el barro hasta los tobillos, aunque
las bombas están continuamente funcionando durante todo el día y la noche. En
algunos lugares para llegar a ciertas zonas de la mina, tuvimos que arrastrarnos
andando a gatas a través de pasadizos oscuros y de aspecto lúgubre, pasadizos
de unos dos pies de alto por dos de ancho y el pensamiento normal de una mente
que no estaba habituada a este entorno laboral fue: “Qué fácil sería que cayera un
bloque de granito que bloqueara mi salida y lo más probable es que me perdiera
en este laberinto de oscuridad”.
Las pérdidas y los riesgos que corren los propietarios de las minas son principal-
mente éstos: a menudo la veta desaparece durante un tiempo, o completamente,
238 ]
Me pareció que había dos clases de granito, uno de un color rojizo muy oscuro
y otro de un color más claro –una especie de granito gris. También me di cuenta
de la existencia de piritas de hierro y también con frecuencia de un borde de mica
blanca a cada uno de los lados de la veta de plomo que la separa del granito a
ambos lados. El plomo se extrae en trozos de formas irregulares, como pedazos de
roca. A la luz de los candiles parecía bastante plateado, pero fuera a cielo abierto,
justo como el plomo salpicado en una superficie dura por la bala de un rifle.
Hay tres tipos de plomo: primero, la veta o filón de plomo sólido, que acabo de
describir, que es, por supuesto, puro y el más valioso, –éste se lleva directamente a
la fundición–; luego, hay un plomo de segunda clase, o aquel que tiene cierta pro-
porción de granito mezclado y que necesita ser machacado y precipitado en agua
corriente antes de ser enviado a la fundición; el plomo de tercera clase es aquel
que tiene una mayor proporción de granito que de plomo y también las partículas
de plomo que salen volando y se esparcen por todos lados y que se mezclan con
el granito, con el polvo, etc... Todo el plomo cuando se funde da algo de plata pero
en una proporción muy pequeña. Media corona por libra es la ganancia media de
la plata cuando ésta llega al mercado.
En lo que respecta a la vida del minero y su carácter, hay dos grupos, los
trabajadores de superficie y los que bajan a los pozos, o propiamente mineros.
Los primeros, empleados en realizar distintos trabajos, como posteriormente ve-
remos, empujando las carretillas de plomo, picando, lavando, llevando las mulas,
manipulando la máquina de vapor u ordenando la “rocas” no son hombres de
una clase muy distinta a la de los mineros. Sin embargo, ambos grupos están for-
mados por hombres que provienen principalmente de la provincia en la que esté
situada la mina en particular; pero, atraídos por los elevados salarios, llegan en
tropel a las minas hombres de todas las provincias y ataviados de la forma más
pintoresca que se pueda imaginar, engrosan las filas de trabajadores de superficie
y de los que trabajan en los pozos. No todos están movidos a trabajar en la mina
sólo por la necesidad de ganarse el pan. Al igual que el viejo David cuando se fue
a Adulám, así ahora se dirigen a los distintos centros de la industria minera “todos
aquellos que están afligidos, y todo aquel que está agobiado por las deudas, y
todo aquél que está descontento” formando un grupo desigual y variopinto pero,
por regla general, en absoluto revoltoso o desagradable. De hecho, personalmen-
te yo siempre he encontrado, tanto individualmente como en masa a los mineros
españoles como unos tipos de gran corazón, honestos y trabajadores. No se sue-
len meter en política y prefieren sus tugurios, su música y sus juegos a los modos
de vida más peligrosos de los artesanos españoles. “Una vida corta y feliz” es la
norma que rige entre ellos, ¡pobres hombres! Me temo que muy a menudo sea
corta sin ser feliz.
Su atuendo consiste en una chaqueta corta pero muy gorda y que abriga mu-
cho de algún tejido basto de color oscuro y forrada de lana en longitud y forma
como las chaquetas de los uniformes escolares de los ingleses antes de que tenga
el grado de madurez necesario como para poseer un abrigo; un pañuelo de co-
lores, atado con nudos por debajo de las orejas, con los extremos colgando por
detrás del cuello, una precaución muy sabia en un país donde la inflamación de
los ganglios que hay detrás de las orejas es muy común; unos pantalones gruesos
de lana; alpargatas de lona o abarcas atadas con una cuerda, o, si puede gastarse
treinta y cuatro reales que es lo que le cuestan, un par de botas Blucher de cuero
ligeramente coloreado; por regla general, por encima de la gorra que acabo de
describir, llevan el sombrero rígido; una faja carmesí, donde llevan el cuchillo (la
famosa navaja, o cuchillo que se cierra que les sirve para comer o para apuñalar)
y la bolsa; una camisa de cuadros de colores; y completa la apariencia general del
minero la “alforca” [sic por alforja] una especie de bolsa con dos bolsillos, uno para
pequeñas herramientas y el otro para provisiones, que se cuelgan en el hombro
izquierdo de modo que su peso se equilibra a partes iguales, con un bolsillo delante
y el otro detrás colgándole por la espalda. Cuando el minero baja a la mina lo único
que lleva es un ajustado jersey de holanda marrón, abierto en el pecho y forrado
con franela y pantalones del mismo tejido, amplios y que le llegan hasta la rodilla.
Lleva alpargatas o abarcas de lona o si lo prefiere, trabaja con los pies descalzos.
2.– Calentura o fiebre. Ésta es de tres tipos, o mejor dicho, tiene tres etapas,
y probablemente esté motivada por las mismas causas que la anterior. La primera
fase es simplemente calentura. La segunda, intermitente, es decir, son las fiebres
tercianas, con síntomas biliares. Lo mejor en esta fase es tratarla con quinina y son
muchos los hombres que se han quedado sordos por la concentración de la dosis
que se le administra. La tercera es perniciosa, cuya recuperación es prácticamen-
te imposible. Una fiebre alta, intenso agotamiento, vómitos constantes y sordera,
como ocurre con las fiebres tifoideas, son los síntomas característicos de esta últi-
ma fase de la calentura. La primavera y el otoño son las estaciones más favorables
para esta calentura, que, en muchos aspectos, se corresponde con la “fiebre baja
con síntomas de tifus” tan corriente entre el campesinado de los condados de los
Midlands ingleses. En algunos casos o estadios, la lengua se pone negra; en otros,
ésta adquiere una gruesa capa blanquecina. Un médico me aseguró que esta fiebre
242 ]
es muy similar a la fiebre africana y a otras fiebres que se producen por vivir en una
zona donde abundan las ciénagas y los pantanos con temperaturas tropicales. La
calentura del interior a menudo deja su huella en el organismo durante meses y es
bastante difícil librarse completamente de sus efectos en un cuerpo debilitado. Casi
siempre está provocada por un escalofrío repentino y cuando aparece por primera
vez, se distingue por episodios alternativos de frío y calor, escalofríos, ojos ictéri-
cos, una completa imposibilidad de mantener cualquier tipo de alimento, líquido
o sólido, en el estómago; una gran sequedad de la piel y una profunda depresión
mental. En esta primera fase los médicos españoles tratan esta enfermedad con
sangrías y pastillas “febrífugas”, provocando una intensa transpiración. Yo no se en
qué consisten estos “febrífugos”, pero he visto grandes beneficios derivados de su
uso; de hecho, yo me he beneficiado de ellos mientras padecí un ataque similar,
mientras estaba lejos del inglés que me aconsejaba en cuestiones de medicina.
Hay un árbol conocido en España entre las clases bajas como “árbol de la ca-
lentura”. Es un árbol de tamaño medio que constantemente encontramos plantado
en las estaciones de ferrocarril, en las casetas de los transbordadores, etc., en las
zonas azotadas por esta enfermedad. Un eminente doctor inglés en España me
informó del nombre botánico de esta planta; se trata del Eucalyptis globulus. Creo
que es oriundo de Perú. No sé si el febrífugo de los médicos españoles es un me-
junje hecho con las hojas de esta planta aunque esto es lo que aseguran los propios
mineros.
3.– Dolor de costado, un término que se aplica por el minero tanto a la infla-
mación de los pulmones como a la pleuresía. Estas dos enfermedades son muy
corrientes y cuando se las deja que se desarrollen completamente son muy graves.
Probablemente estén provocadas por la causa que acabo de mencionar, el cambio
brusco al salir de la templada temperatura del interior de la mina al aire frío de las
tardes invernales en España o a la fría humedad de la medianoche. Un turno de
hombres llega a la superficie a eso de las cinco de la tarde, y el segundo a aproxi-
[ 243
madamente las dos de la madrugada. El trabajar en los pozos más profundos con el
agua llegándoles a los tobillos o hasta las rodillas, es también, por supuesto una de
las principales causas que hacen proliferar estos males.
73 Líquido viscoso y venenoso obtenido de las semillas de una pequeña planta asiática. Croton tiglium
de la familia de la Euphorbiacae. Originario o cultivado en la India y el archipiélago malayo. Extre-
madamente tóxico y muy irritante, se utilizaba como laxante, aunque ahora se considera demasia-
do peligroso para usos médicos. Los holandeses lo introdujeron en occidente en el siglo XVI.
244 ]
general los resultados son buenos. En otros, donde el intestino se relaja y continua
incapaz de llevar a cabo su función, se administran fuertes sustancias irritantes,
tales como la pimienta de cayena roja y también se obtienen buenos resultados.
Los médicos españoles constantemente sangran a los pacientes que sufren de la
fase de estreñimiento de esta enfermedad que generalmente está acompañada
de fiebre.
2.– Por otro lado, un minero sabe que trabaja en un entorno peligroso, por
ejemplo, utilizando la fraseología minera, en un lugar donde los trozos de piedra
caen desde una altura, digamos de unas sesenta yardas. Sin embargo, trabaja sin
otra protección que su gorra de lino y de esto yo he sido testigo: cae un cascote, le
golpea la cabeza y lo tienen que sacar sin sentido.
3.– Dos o tres mineros están buscando una veta en una galería cuyo techo está
formado por árboles y planchas de madera firmemente apuntaladas, capaces, de
soportar unas quinientas toneladas de granito a cuatro pies por encima de la ca-
beza de los trabajadores. Perfectamente conocedores del peligro que implica un
desprendimiento que, sin lugar a dudas, haría “que el pozo cerrase su boca sobre
ellos” y quizás, los dejara con una enorme barrera de granito entre ellos y la sali-
da de la mina; sabiendo también que la sacudida, la vibración que una explosión
necesariamente le da a todo lo que tiene cerca (yo he visto temblar la desnuda
roca, apagarse los candiles, o comenzar a arder con la llama azul, zarandearse los
hombres que había a mi lado como si fuesen álamos temblones), los mineros, por
pura comodidad, deciden volar justo debajo de los puntales y los tablones. Si la
explosión da como resultado un derrumbamiento puede que todos ellos mueran.
En lo que respecta a las muertes por accidente, éstas no suelen ocurrir. En una
mina que visité hace poco tiempo en la que había empleados unos doscientos
[ 247
hombres, el capataz me dijo que en los dos últimos años sólo habían ocurrido dos
o tres.
Debo hacer constar aquí, que las observaciones que acabo de ofrecer acerca
de las enfermedades del minero del plomo en España las he recogido tanto a raíz
de la observación personal como por la información que amablemente me han
proporcionado dos españoles, eminentes cirujanos de mineros, ambos con una
gran experiencia entre los mineros españoles, hombres que han visto y que se han
compadecido de los mineros en todo tipo de accidentes y enfermedades; que los
han visto y atendido en la oscuridad de la mina, cuando se han venido abajo a
causa de alguna terrible desventura o cuando, arropado bajo su manta, en la fase
terminal de la calentura, vuelve su rostro hacia la pared obstinadamente y en silen-
cio, y si no con resignación cristiana, si rindiéndose a su destino.
C B L
()
249
H M L (L)
[ 251
75 El más pobre de los españoles siempre ofrecerá compartir su mendrugo de pan incluso con las
personas de clase social más alta.
[ 255
casualidad fuese una mano blanca la que se llevara el pedazo de pan a una boca
como un capullo de rosa, y unos seductores ojos bajasen la mirada hacia “el pan de
Dios” ¡nada de esto lo ablanda! Realmente a los españoles les gustan los mendru-
gos. Los cortan y hacen rebanadas muy finas, hacen hogazas bastante planas que
se extienden al hornearlas hasta que adquieren el aspecto de una especie de bo-
llos con frutos secos. El pan español no es algo común. En la sopa es tan delicioso
como el más fino de los bizcochos y tiene su lugar en las soperas de las personas
más refinadas del país; pero el mismo pan sin esa buena sopa es como la mostaza
sin ternera, y si alguna vez le toca comer tanto durante un mes como yo he hecho,
cualquiera se podría sorprender de que yo hable de forma tan moderada de una
comida tan dura. El pan español se hace con una levadura que no es más que un
trozo de masa agria que se mantiene de un día para otro. Este es un método muy
sano y merece que todo el mundo lo conozca.
Con la luz del día llegó un brillante y cálido sol y pronto me repuse de los efec-
tos de la noche toledana que había pasado.
Caminé casi todo el día cruzando una zona de olivares, en algunos lugares
prósperos y bien cultivados, en otros abandonados y en muy mal estado. De vez
en cuando viñedos y alcornocales rompían la monotonía del paisaje. Sólo había
una cosa que faltaba –agua. Si ésta se uniese a la laboriosidad del hombre, la zona
podría ser muy rica.
Entré en Bailén justo cuando caía la noche. No me gusta el estamento militar, es
tan condenadamente engreído, y cuanto más bajo es el empleo más estúpidos son.
Uno de estos pequeños dioses me dijo que me largara a ocuparme de mis asuntos.
Y esto lo que hizo fue incitarme a embaucarlo todavía más.
Farfullé unas cuantas maldiciones enérgicamente en la cara a este representante
de la ley, y luego lo dejé con la mano apoyada en el puño de la espada que una
ordenanza local le prohíbe desenvainar.
El alcalde estaba en el campo y “no volverá a la casa hasta mañana por la maña-
na”. La alacena estaba vacía y sentí una general animadversión por los vagabundos,
256 ]
y otra vez fui invitado a irme. Dos advertencias para que me fuera deberían haber
sido suficientes para la mayoría de la gente. Pero un vagabundo hace sus propias
leyes y reconoce otras cuantas. Yo había decidido ocupar “los hospedajes de Bai-
lén” –“sólo durante una noche”. Después de un curioso y exhaustivo interrogatorio
llevado a cabo por un grupo de jóvenes, fui, para variar, llevado a la cárcel y enco-
mendado al carcelero como candidato para pasar una noche alojado allí.
El carcelero resultó ser más agradable que los otros indocumentados granujas.
Me dio la celda número 4 y un saco de paja para que me hiciera una cama. Su
mujer me dio un poco de sopa y se compadeció de mí –al menos ella dijo que lo
había hecho– y luego me puse a dormir, pensando feliz que había derrotado al vi-
gilante del pueblo y al oficial del alcalde y que había encontrado en Bailén algunas
personas nobles de corazón.
Pero el amanecer me trajo bastante pesar. La mujer del carcelero me encontró
lamentándome por haber roto una botija –que se había quedado reducida a un
montón de preciosos trocitos grises –y un charco de las dimensiones de una rueda
de carro.
La compasiva criatura de la noche anterior se puso hecha una furia. Ella era cor-
pulenta y enérgica y su voz se elevaba muy por encima de su enorme pechuga. Yo
puedo competir con mucha gente, pero no puedo hacerlo con una mujer española
que mantiene una batalla verbal. Utilizando el lenguaje de aquellos que apoyan el
boxeo. “Ella me golpeó y me venció en el ring y me puso contra las cuerdas, y fue
a ella a la que le pusieron el cinturón de vencedora”.
Yo siempre cumplo con lo de “allá donde fueres haz lo que vieres”, y después de
un encuentro tan desesperado, me sentía como un pecador que necesitaba que lo
perdonasen para sentirse un poco más contento; así pues, hice un lío con mis per-
tenencias y salí rumbo a la iglesia principal, un edificio importante de arenisca roja
con una singular y artística decoración de piedra tallada y madera. La expresión del
rostro y el grado de vivacidad de una de las colosales figuras era bastante extraordi-
naria: jamás he visto una madera que pareciese estar más llena de vida. Lámparas,
iconos y candelabros de plata maciza se podían ver con un peso que superaba los
[ 257
76 Esto no es del todo correcto, pero yo recogo la historia local del asedio a Bailén. Los españoles
derrotaron a los franceses bajo Dupont.
[ 259
Hoy Bailén es pobre, muy pobre, pero comparada con los días de antaño se
puede decir que es una sociedad acomodada. Es mucho mejor su aletargado si-
lencio y sus grupos de ociosos, son mucho mejores sus batallas verbales acerca de
cántaros rotos y nabos desaparecidos, cualquier cosa mejor que un año tan fatídico
como lo fue 1808.
Al salir de Bailén me tuve que volver a pelear, esta vez con una carretera muy
dura, que era incluso más dura debido al hecho de que yo iba sin calcetines y
a que tenía un terrible dolor de pies. Está bien que yo pueda mirar alrededor y
ver a otros igual de pobres, quizás más pobres que yo. Al sufrimiento le gustan
los amigos y en España no hay escasez de sufrimiento (si podemos considerar la
pobreza como sufrimiento). Debe ser verdad que no hay “pobreza sino ignoran-
cia” pero ese proverbio con toda probabilidad fue escrito por un sabio bastante
afortunado que nunca sintió que su columna vertebral rozaba con los botones de
su chaleco.
El riachuelo Campana era una corriente que yo no podía atravesar con facilidad.
Me di un baño que ya necesitaba mucho. Luego lavé toda mi ropa y me senté bajo
el ojo del puente y esperé a que se secase. Y tuve que esperar.
Llegaron las nubes y taparon el inmenso cielo azul, el trueno comenzó sus bra-
midos y comenzó a caer un aguacero. ¡Era muy reconfortante! Yo estaba medio
desnudo y el resto de mi ropa estaba “para lavar”. Me quedé debajo del puente
toda la tarde, allí seguía cuando oscureció y allí permanecí hasta medianoche. Lue-
go me vestí aunque mi ropa aún estaba mojada, lie el resto como pude, y me puse
en marcha por un oscuro y solitario camino.
Nunca hables precipitadamente de los “encantos” de “los viajes a pié”. Hay
momentos muy agradables pero también hay incomodidades que pondrán de mal
humor y le harán soltar palabrotas al más dócil de los hombres. Un par de horas
andando sin parar me hicieron entrar en calor y me llevaron a las Ventas de San
Antonio. ¡Dios lo bendiga! No tengo nada contra él y si sus buenas acciones han
llevado a alguien a construir esta casa entonces él es digno de alabanza.
260 ]
En casi todas las calles se puede ver algún curioso emblema de hierro forjado,
representando una proeza de armas o un tipo de galantería más propia del rapto
de la amada.
El casco con penacho de plumas al viento, apoyado en dos espadas cruzadas y
armadura, con espuelas y escudos colocados alrededor, es uno de los emblemas
preferidos. En uno se podían ver también dos macetas con rosas y claveles en-
trelazados rodeando la armadura. Todos estos escudos de armas están muy bien
realizados y son sumamente singulares. Algunos han llegado a ser tan escasos que
ya no se pueden ver más en Andújar y los dueños de otros se han visto forzados a
quitarlos de puertas de entrada convenientemente más bajas y colocarlos un poco
más cerca de las estrellas.
La entrada principal a la iglesia parroquial muestra siete estilos diferentes de
arquitectura, cada uno de los cuales se dice que se realizó en su respectivo perío-
do. Acompañado por el secretario del ayuntamiento, subí a la torre de la iglesia y
desde allí pude ver el Guadalquivir por primera vez. Me pregunté la razón por la
cual ese río es tan famoso. Todo el mundo lo conoce y a menudo suele aparecer
en las canciones. Muchos de los que no pueden pronunciar la palabra lo incluyen
en sus relatos –que por lo general les salen del corazón. ¿Qué Horacio o Leandro
o Perímele de los moros –ya que se trata de un nombre árabe– ha hecho que este
viejo río halla llegado a ser tan importante? Mirando hacia abajo desde una posi-
ción tan elevada las aguas parecían como una brillante banda de satén retorcida,
llena de vueltas y enrollada entre el interminable bosque de olivos. Sus orillas
son lo suficientemente irregulares como para entusiasmar al más exigente de los
amantes, pero como el amor no pasea en España, ¿para qué sirven las orillas?
Cerca del pueblo, plateados álamos y choperas ofrecen una leve variación en la
gris monotonía de los olivos, mientras que montañas al este y al oeste protegen
y limitan el extenso paisaje. Desde abajo llegaban los sonidos de la música y los
festejos.
Andújar es un pueblo tan conservador como denota su apariencia. A la gente
le encanta conservar las viejas costumbres, de ahí que la “feria” de este pueblo
262 ]
sea una de las más bonitas de España. Me hice amigo del “secretario” y ambos
nos fuimos a la feria. Es una de las cosas más agradables que puedan imaginarse:
no está compuesta simplemente de caravanas chabacanas y gitanos, vendedores
callejeros y hombres del espectáculo chillando e intentando conseguir especta-
dores.
Estaba situada en una extensa y bonita terraza natural bordeada en uno de sus
lados por una antigua muralla romana y en el otro por el Guadalquivir. Todo este es-
pacio estaba transformado en una verdadera “Ciudad del Placer” veraniega. Había
una doble fila de casetas muy bien hechas y diseñadas con mucho gusto. Lugares
para bailar, cafés y kioscos de música se extendían a lo largo de un bonito paseo.
Entre estas dos filas de casetas, puestecillos de dulces muy curiosos y de bebidas
presentaban su mercancía perfectamente ordenada.
El casino del pueblo y otros clubes o comunidades trasladaban sus sedes aquí
durante la “feria”. Todas las clases sociales estaban representadas. Aquí se podía
ver el moderno “Círculo de la Perla”, el “Liceo”, la “Primitiva” y los modestos “Ordi-
narios” e incluso otra más, los “Solteros”. Cada una de estas casetas tenía un lugar
para bailar, su banda, su personal ataviado con uniformes muy imaginativos y un
bonito despliegue de banderines. Todas las noches los señores y señoras llevan a
cabo un magnífico programa de bailes, unos vestidos de manera sencilla otros con
trajes típicos mientras que en los zaguanes también hay música y juegos para los
que no bailan además también siempre está el encanto de poder caminar por el
“paseo”.
Filas de lámparas y farolillos de brillantes colores inundaban el paseo con su luz,
revelando una serie de imágenes siempre cambiantes mientras la alegre multitud se
iba moviendo de arriba a abajo.
Flores (en macetas y en tinajas) están plantadas por miles formando parterres,
setos y grutas alrededor de fuentes hechas para la ocasión. Todas estas tonalidades
e intensos olores, mezclándose con los vestidos y los perfumes de la multitud, ha-
cen que el aire de la noche esté cargado aunque siga siendo reconfortante.
[ 263
El payaso español es un pobre diablo –al menos eso es lo que parece–, ya que don-
de quiera que yo los haya visto, siempre han estado vestidos de luto riguroso; y para
que el contraste sea completo, su larga, amplia y suelta túnica se adorna con murciéla-
gos blancos, tarántulas, ranas, cucarachas y otros pequeños monstruos de la noche.
Su atuendo es lo único que resulta extraño a ojos de un inglés. Él lleva el som-
brero en la cadera o en el codo, saca la lengua y levanta los dedos de los pies al
igual que hacen nuestros Grimaldis. Posa con una mano que no descansa sobre
nada justo por encima del muslo, y levanta sus rectas y negras cejas hasta que se
juntan con los bucles de su frente al estilo tradicional de toda la vida.
El incluso tiene las mismas quejas, llora con el mismo tono y se pilla el dedo de-
bajo de su propio pie, como le hemos visto tantas veces hacer antes. El es dueño y
lacayo a la misma vez, un verdadero inútil en todos los oficios de cierta utilidad y sin
embargo es capaz de echar la casa abajo de “un salto”. Y por otro lado él es esencial-
mente “muy de casa”, ya que cuando él está “fuera” puedes estar seguro de que te lo
vas a encontrar en la taberna más próxima, tan alegre y tan dispuesto a brindar con
un vaso de brandy a tu salud como lo haría cualquier payaso en Inglaterra.
Los asistentes a la feria son la población de la provincia. Vienen desde los mon-
tes de Jaén, el ancho valle del Guadalquivir y las laderas y las hondonadas de Sierra
Morena. Proceden de todas las clases sociales y estamentos, y su gran riqueza de
atuendos y estilos hacen a la gran muchedumbre variopinta y deliciosa. Desde el
agricultor de las llanuras y las montañas a las bellezas que se visten con lo último de
la moda parisina hay un largo trecho, y todos los detalles extravagantes y pequeños
adornos pintorescos que llevan los unos y los otros, hacen que la multitud no sea
más que una gran mascarada en la que se pueden ver todos los estilos y las modas
de tres o cuatro siglos del lento transcurrir del tiempo. Esta feria tiene lugar duran-
te la primera semana de septiembre y si tiene pensado en alguna ocasión visitar
Córdoba o cualquiera de los lugares célebres de los alrededores, no sería ninguna
tontería y haría bien en incluirla en el programa.
Cambié los placeres de mi larga y agradable tarde haciéndome la cama en el
establo que he mencionado antes.
[ 265
Los mosquitos casi me devoran vivo, y yo pronto perdí la poca decencia que
podría haber traído a Andújar.
Por la mañana conocí a un inglés y fuimos juntos en busca de cosas nuevas.
Encontramos e inspeccionamos casas antiguas, viejas iglesias, viejos monasterios,
el mercado y la plaza de toros. Visitamos las mesas de juego (en la planta más alta
de un convento) y ganamos cinco reales con un “farol” jugando al “Monte” y luego
fuimos a almorzar con un abogado español.
Lo menciono para reflejar cómo viven en sus casas la mayor parte de los es-
pañoles. El abogado estaba casado. Tenía una esposa muy guapa con bonitos y
dorados tirabuzones a cuyo alrededor tenía enganchados a su falda nueve hijos
pequeños.
Él era un hombre muy culto y educado, como se suele decir (aunque muy a
menudo esta frase está vacía de contenido) y nos recibió con un aire de genuina y
natural bondad. La comida ya estaba dispuesta. Era plato único y no estuvo acom-
pañado de vino o de café. Era un “puchero” –un magnífico puchero de “garbanzos”
arroz, coliflor y tocino, todo cocinado a la vez.
El tocino estaba cortado en trozos pequeños como si fuesen fichas de dominó.
No pusieron mantel, no había servilletas ni platos. Tampoco pusieron cuchillos, te-
nedores o cucharas. Todos comíamos de un solo plato –el anfitrión y la anfitriona,
sus nueve niños pequeños, el inglés y yo (trece para comer y aunque éramos trece
luego no nos persiguió la mala suerte). La madre utilizaba los dedos ya que parecía
que no había tenedores para todos. El padre me animaba a que comiese todo lo
que quisiera, mientras me aseguraba que todavía quedaban toneladas de puchero
en la cocina (aunque lo más probable es que no les quedara ni una pizca), y sacaba
con sus dedos exquisitos trocitos de tocino y pasaba la mano por delante de mí
–como uno haría con un hueso para que un perro lo cogiese, para que pudiera
metérmelo en la boca. Cogí todos los trozos que me ofrecía al igual que hizo mi
compatriota, y ninguno de los dos sentimos remordimiento por lo que habíamos
comido.
266 ]
¡Esto no era más que grosera ingenuidad sin duda alguna! ¿En qué período de
la civilización se encuentra España ahora? Sin lugar a dudas España representa una
época pasada desde nuestro punto de vista.
El guardián de las carteras del pueblo es un hombre generoso y es progresista. Él
desea ver a España abierta, colonizada si quiere, y su posición mejor comprendida
por el mundo exterior. Él dice que ayudaría a cualquier hombre que esté viajando
y dijo que España tiene una oportunidad de ser muy superior a lo que es, y con el
convencimiento de que yo cumpliría sus deseos me ayudó a encontrar mi camino
y me despidió diciéndome: “¡vaya con Dios!”
¡Este es el relato! Puse una cruz roja en el pueblo de Andújar, deseé una larga
vida para su distinguido (¿) “secretario” y me eché el atillo al hombro. A excepción
de los mosquitos, a mí me trataron francamente bien.
El sol estaba poniéndose cuando crucé el Guadalquivir mientras iba a Mar-
molego [sic. por Marmolejo]. Como siempre me aseguraron que se encontraba a
muy poca distancia –un simple paseo de enamorados. Y eso es con lo que yo me
encontré. Pero he oído hablar de amantes que se dan paseos larguísimos. A propó-
sito, en España se ama de forma muy económica. Me pregunto si habrá habido en
alguna ocasión algún inglés que haya podido conquistar el corazón de una mujer
española. El proceso terminaría conmigo, me mataría, incluso aunque yo fuera tan
resistente como los viejos clavos.
Un hombre puede acostumbrarse a la mayoría de las cosas, pero, ¿qué británi-
co tendría paciencia y fuerza para mirar hacia arriba a una ventana del tercer piso
durante el día y contentarse con hacer gestos y muecas a su amada bajo la luz de
la farola o de la veleidosa e inconstante luna durante cuatro o cinco horas de cada
noche? Lord John Russell escribió:
Las bellas españolas rara vez envían cartas de amor; la razón es tan simple
como lo era en los días de Lord John. –ellas no saben escribir. Hay lugares donde
escriben cartas, una especie de tienda donde la carta puede ser redactada siguien-
do las últimas tendencias de la moda y en el lenguaje más exaltado por la modesta
suma de un penique.
Yo llegué a Marmolejo a medianoche aproximadamente después de haber to-
mado la peor y más larga de las dos carreteras (a cual más mala) y después de
un corto descanso nocturno sobre el suelo de una posada salí dispuesto a visitar
una especie de manantial termal que brotaba a borbotones en una ladera hacia el
Guadalquivir.
Estos manantiales en su día fueron célebres. Todo solía ser famoso si podemos
dar crédito a la tradición local. Todo era mejor en otros tiempos, y cuando éramos
más jóvenes admirábamos y respetábamos ese gran mundo que ahora miramos
con bastante desdén.
Sean como sean los relatos que pueden contar los viajeros acerca de España,
hay un hecho indiscutible, y este es que se trata de la “soleada España”. Puede so-
plar el viento y nevar y hacer un frío terrible cuando le apetezca; pero considerán-
dola en su conjunto es una tierra muy soleada. Yo he pasado semanas sin ver nada
que realmente se pudiera llamar una nube. Cirros y arreboles demasiado delicados
y transparentes como para dar sombra, se extienden por el cielo al atardecer, ce-
lestiales mundos de éter se dejan ver por la mañana si uno se levanta a tiempo de
contemplar las imperceptibles gotas de rocío evaporarse de la escasa hierba.
A S XX
A S XX
O
L L
()
271
P B (M)
[ 273
Unos cuantos días después, en un pueblo al sur de Valdepeñas me topé con Ro-
mero, un joven vagabundo al igual que yo, que llevaba sus pertenencias envueltas
en un atillo hecho con un trozo de lona y me explicó que él estaba en la carretera
por cuestiones de salud. Cuando escuchó lo que yo estaba haciendo abrió los
brazos y dijo que eso era lo que él quería. Vendría conmigo a cualquier sitio, dijo,
recolectaría el dinero mientras yo tocaba, andaría pidiendo comida para mí y me
enseñaría el país.
Como yo había estado solo durante bastante tiempo, esto me pareció una bue-
na idea, así pues ambos salimos del pueblo juntos –Romero dando saltos a mi lado,
hablando de maneras de ganar dinero, presumiendo de su espectacular habilidad
como cocinero, de los distintos trucos que sabía para sacarles aves a los granjeros
y del modo de mendigarle a las monjas en los conventos. Él era un joven muy
atractivo, ingenioso y sin escrúpulos y pensé que tenía algunas cosas útiles que
enseñarme. La primera noche acampamos en una era –un círculo de piedras en
mitad de un campo– y tumbados uno al lado del otro bajo una sola manta contem-
plando como se iba escondiendo un enorme sol rojo. Yo todavía recuerdo aquel
momento: el inmenso sol en el horizonte y la silueta de un jinete que pasaba lenta-
mente delante de él, con Romero cuchicheando y liándome cigarrillos y su calidez
mientras la noche se iba haciendo cada vez más fría.
Fue un alivio extraordinario estar otra vez solo y me dirigí a las montañas tan
rápido como pude. Pero él se debió despertar justo después ya que enseguida
escuché un grito en la distancia y allí estaba él, persiguiéndome completamente
enfurecido. Durante el resto del día lo fui viendo en la distancia, una figura pe-
queña avanzando con dificultad, con la cabeza gacha y completamente decidido,
correteando con indignación levantando una polvareda. Ya que me sentía a la vez
culpable y perseguido, aceleré el paso y gradualmente él se quedó atrás. Hubo un
último grito, como si se hubiese tratado de una esposa abandonada, y nunca jamás
volví a verlo.
Luego llegué a Sierra Morena –una más de estas murallas que se extienden de
este a oeste cruzando España y que dividen a sus gentes en razas diferentes. Por
detrás me dejé Castilla la Vieja y el Gótico norte; de aquí en adelante, la Sierra y el
indefinible embrujo de Andalucía.
Por fin nos fuimos abriendo paso entre los picos y llegamos a una explanada
cubierta por la niebla en la que soplaba un viento helado. Éste era el pueblo de mi
compañero –un grupo de casuchas de ruda piedra primitivamente redondeadas de
las que colgaba el musgo. Unas cuantas ovejas con aspecto de estar enfermas, con
las costillas como radiadores y que entraban y salían de las casas.
Recuerdo a los lugareños mientras estaban escuchando, con las mantas aga-
rradas a sus gargantas, y con gotas que le cubrían las cejas. Yo tenía la sensación
de estar con lo que quedaba de un clan perdido de la Escocia del siglo diecisiete
durante uno de sus momentos de recuperación entre la hambruna y la masacre, los
niños por allí con los pies descalzos en charcos de rocío, ancianas envueltas en sus
rancias zamarras, y los hombres bajos y greñudos cuyos estrábicos rostros parecía
que expresaban algo entre una sonrisa y un gruñido.
días en los que soplaba un siroco que ponía los nervios de punta y que no presagia-
ba nada bueno con los campesinos embozados hasta los ojos, durante los cuales
me mordió un perro enloquecido que tenía los ojos amarillentos del color de la
gasolina. Las laderas meridionales de las sierras estaban peladas por el viento, re-
secas como un herrumbrado horno, pero abajo a lo lejos en el valle, serpenteando
lentamente entre el verdor, pude ver por fin el Guadalquivir bordeado por árboles.
Contemplado desde las vertiginosas alturas era como el espejismo de un río, que
yo recuerdo haber descrito en un breve ripio:
Cuando llegué al río a la puesta de sol me di cuenta de que era rojo y no verde
–agua roja poco profunda que corría entre riberas de tierra rojiza bajo un cielo in-
tensamente escarlata, con rebaños de rojas cabras que se acercaban a beber levan-
tando nubes de polvo bermellón. Niños desnudos con los cuerpos como peniques
de cobre, salpicaban en el brillante barro, y todo alrededor se podía ver el rico y
bien irrigado valle: relucientes eucaliptos, campos de higueras y melocotoneros,
huertas plantadas de ciruelos bordeados por pitas y chumberas y gran cantidad
zarzas a lo largo del camino llenas de enormes moras que fui cogiendo y comiendo
para cenar.
En este punto del camino yo podría haber continuado hacia el sur hasta Gra-
nada que se encontraba a unos dos o tres días de distancia. En lugar de eso, giré
hacia el oeste siguiendo el Guadalquivir, decisión que hizo que mi viaje se alargase
durante unos cuantos meses más. Algo que me llevó hacia el mar por el camino
más largo y que afectó a todo lo que me ocurrió con posterioridad.
P. J-
()
279
S V V (M)
[ 281
lo de ningún modo. Además, como ni la más recta de las narices tiene propiedades
magnéticas y tampoco tiene ningún tipo de polaridad uno sería completamente
incapaz de corregir cualquier desviación accidental de tu camino debido a la des-
viación o a fallos de cálculo de orientación. Los siniestros tártaros que aplastan las
narices de sus niños porque piensan que es de tontos que la nariz de un hombre
le obstruya la luz, no tomarían en cuenta las indicaciones y no podrían entender
ninguna de las indicaciones que les dieran los lugareños de esta zona.
Paramos en Jaén para almorzar. Esta ciudad, situada en la ladera del Monte Ja-
balcuz, en cuya cumbre se encuentra un antiguo castillo árabe, tiene una catedral
renacentista particularmente bonita. Primero nos acercamos a una posada donde
tomamos un almuerzo bastante malo; debe haber sido en verdad un almuerzo
bastante horrible ya que nos ha hecho a todos decir lo mismo. Luego decidimos
buscar las bellezas de las que mi amigo viajero en Córdoba me había hablado y
que, de acuerdo con lo que él dijo, merecían una visita prolongada. Pero llegamos
a la conclusión de que era una ciudad fea con unos alrededores feos. De todas for-
mas, al ser a Santa Lucía a la santa a la que se le encomienda la claridad de visión,
por la misma razón de que Santa Apolonia es la patrona de los que sufren dolores
de muelas, San Genou de gota, Santa Ágata del pecho y así sucesivamente, le ro-
gué a Santa Lucía que purgara nuestros ojos con “eufrasia y arrepentimiento” para
así poder contemplar las bellezas de Jaén. Pero todo esto fue en vano. Los otros
estaban un poco desconcertados como si ahora nos hubiéramos encontrado con
algo inusual. Pero el panegírico del lugar que había hecho mi amigo viajero no me
pilló por sorpresa. Cuando la tierra sea completamente plana con la forma de una
[ 283
Después de pasar por Córdoba llegamos a Bailén, donde giramos hacia el norte
en dirección a Madrid. La Carolina fue el siguiente pueblo que atravesamos. Aquí
el paisaje, como lo vimos en esta época del año, era francamente bonito. El cielo
de un color azul intenso hacía un magnífico contraste con la fértil y rica tierra de
labor. Atravesamos avenidas de acacias y pasamos por campos recientemente sem-
brados de cereales y entre viñedos y olivares. Luego un poco más adelante nos de-
jamos atrás nuestra querida Andalucía y entramos en Castilla La Nueva. […] Fuimos
subiendo cada vez más arriba atravesando la Sierra Morena por el impresionante y
agreste desfiladero conocido como el Puerto de Despeñaperros, uno de los lugares
más impresionantes de toda España. En una época, no hace mucho tiempo, toda
esta zona era una guarida de bandoleros y cuando contemplamos el paisaje que
nos rodeaba no me habría sorprendido en absoluto si hubiésemos oído algo de
ellos otra vez. Nos cruzamos varias veces con la Guardia Civil como siempre cabal-
gando en parejas. Con sus uniformes grisáceos con sus vueltas rojas, sus curiosos
tricornios y su equipo de cuero de color amarillo brillante ellos añadían un toque
de pintoresquismo al agreste paisaje y nos servían para hacernos recordar que un
bandolero o dos puede que aún estén merodeando por entre las rocas esperando
una oportunidad favorable para saltar sobre algún viajero solitario desprevenido.
Una vez que estábamos en Sierra Morena nos dejamos caer hacia Venta de
Cárdenas. Ahora estábamos en la inhóspita y desolada zona que Cervantes co-
noció tan bien. Fue en la Venta de Cárdenas donde Don Quijote fue a cumplir su
penitencia acompañado por su siempre fiel Sancho. Aquí nos encontramos con un
grupo bastante numeroso de la Guardia Civil. Con sus carabinas a la espalda y la
feroz expresión que se podía ver en sus rostros, parecían en verdad dispuestos a
enfrentarse a cualquier partida de bandoleros que pudiera aparecer en la escena.
G B
()
80 En una entrevista concedida al periodista y escritor Eduardo Castro (1986) Al Sur del Laberinto
Litoral p. 41.
81 En Abrams, Sam (1986) “Aproximación a la vida de Gerald Brenan” Al Sur del Laberinto Litoral
p.29.
82 BRENAN, G. The Face of Spain 1950.
285
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
286
[ 287
D
‘Desde luego que hay, contestó, todas esas rocas y picos que usted ve están
repletos de ellos. Algunos los llaman Maquis, pero le doy mi palabra de que no son
más que bandidos y asesinos. Cuando quieren comida bajan de los montes para
asaltar cortijos y luego disparan a todo el que ven. No respetan a nadie. Si, como
fingen, buscaran a sus enemigos personales y políticos yo los respetaría. Uno sabe
cuando se encuentra con alguien que está luchando por sus ideales: o lo matas o
288 ]
te mata a ti, pero la lucha es limpia. Pero estas gentes no. No tienen ideales, matan
por dinero y por que son sanguinarios.’
¿Hay muchos?
Su número varía. Algunas veces hay sólo unos pocos y otras hay miles. Cuando
la policía los coge en un lugar éstos se trasladan a otro. Viajan a sus anchas y los
pueblos están llenos. Mientras que están en los montes viven en cuevas y disparan
desde detrás de los arbustos a los Guardias Civiles que intentan acercarse. Luego
hacen incursiones en los cortijos y los pueblos y se llevan el ganado y los cerdos.
Como asesinan a todos los terratenientes o administradores que pueden coger, las
fincas no están vigiladas y la agricultura se resiente. Tienen aterrorizado a todo el
valle del río por encima de Córdoba.
‘Esta es la zona típica del bandolerismo español’ apunté. José María se hizo
famoso aquí hace un siglo.
‘Sí, pero estos no son caballeros como José María’, insistió el doctor. ‘Ellos ma-
tan, matan y matan’. Y no defienden a los pobres contra los ricos como él hizo.
Roban para sus propios bolsillos.
289
I S C (B)
[ 291
Otros dos pueblos que desearía visitar son Baeza y Úbeda. Estos se encuentran
a sólo ocho kilómetros de distancia en todo lo alto de las colinas rodeadas de oli-
vares y cerca del pueblo minero de Linares donde Manolete encontró la muerte en
1947 en la plaza de toros. En ambos pueblos se pueden ver infinidad de edificios
de comienzos del Renacimiento y en un viejo palacio de Úbeda se ha abierto el
Parador Nacional del Condestable Dávalos, siguiendo las mismas líneas de otros
Paradores que ya hemos descrito en estas páginas. Baeza, por lo que he visto en
fotografías, debe tener infinidad de fachadas platerescas y renacentistas; mientras
que Úbeda tiene fuentes renacentistas, antiguas iglesias y Baeza, un viejo palacio
(de los Condes de Benavente) en lo que podríamos denominar el estilo “aristo-
crático” de Guadalajara, enormes contrafuertes a cada uno de los extremos con
capiteles con forma de palmera que se convierten en balcones o miradores, una
fachada con sillares de piedra (al estilo del almohadillado florentino) (cortadas de
forma poliédrica,) ventanas góticas y una larga loggia o mirador de arcos abiertos,
un palacio digno de Juan Güas y construido, sin lugar a dudas, bajo su influencia.
292 ]
L V C
Y ahora nos encontramos en la zona en la que se lleva a cabo una de las más
espectaculares de las Romerías. A finales de abril y a comienzos de septiembre
hay una romería al santuario de la Virgen de la Cabeza en Sierra Morena pero a
poca distancia de Úbeda. Un gran número de pueblos y aldeas llevan a cabo pre-
parativos para el peregrinaje y familias enteras y grupos de amigos toman parte.
Ellos salen a caballo y en cualquier tipo de vehículo desde lugares que a veces se
encuentran a más de ciento cincuénta kilómetros de distancia hasta la empinada
cuesta en la que se encuentra el Santuario y acampan la noche antes en las laderas
del monte por debajo de sus muros. Se pueden ver en todo su esplendor los majos
y majas de Andalucía, equivalentes meridionales de los charros y charras de León
y de Castilla la Vieja. Trajes de gitana de lunares y volantes para ellas, sombreros
cordobeses, chaquetas cortas y pantalones ajustados, para los caballeros. Durante
toda la noche, hasta hasta el amanecer hay música y baile. A la mañana siguiente
hay una procesión de una imagen de la “Morenita” coronada y llena de joyas, en
medio de un redoblar de tambores, de la tremolación de los estandartes de las
cofradías, y el canto de diversas coplas. El Santuario de la Virgen de la Cabeza fue
destruido casi completamente durante la Guerra Civil, pero se ha reconstruido y se
le ha añadido un Parador. La principal atracción de la Romería es la incomparable
belleza del paisaje en la que tiene lugar. Es una de las zonas más agrestes de Sierra
Morena. Ciervos, lobos, jabalíes y linces deambulan por los bosques y por los pe-
dregosos riscos y hay testigos que dicen haber visto la Capra hispánica, el ejemplar
de caza mayor más raro y escaso de todos.
MK H
()
85 MacKinley Helm Spring in Spain, Hartcourt, Brace and Co. New York. 1952.
293
I C (B S)
[ 295
Estas dos ciudades gemelas afirman haber sido evangelizadas por los apóstoles
del siglo primero de nuestra Era. Posteriormente, los guerreros visigodos las convir-
tieron en cuarteles generales para los ambiciosos proyectos que contemplaban la
colonización de extensas zonas meridionales. En la época musulmana, Úbeda era
un puesto de avanzada para Baeza, luego se convirtió en un pequeño reino. El Cid,
296 ]
héroe del siglo XI de los primeros Cantares de épica españoles, enigmático defen-
sor de moros y cristianos –y de su propia integridad y por siempre jamás– derribó
las puertas de estas dos ciudades musulmanas en una de sus incursiones a favor de
los cristianos desde su propio reino del sur. De acá para allá, entre moros y cristia-
nos, las dos hermanas se hicieron famosas en baladas y romances medievales hasta
que finalmente la espada de San Fernando las conquistó, una tras otra; Baeza el
día de San Andrés de 1227 y Úbeda el día de San Miguél de 1234. Los moros que
lograron sobrevivir huyeron a Granada.
Aparte del ensayo del Señor Laínez Alcalá, lo que sabía de Úbeda y Baeza era
muy poco. De todas formas, sabía que eran intemporales, una característica que
me atrajo con fuerza. El mapa de carreteras oficial decía que estaban a unas se-
senta millas desde el Santuario de la Virgen de la Cabeza. Por teléfono reservamos
habitaciones en un palacio renacentista, algo que se da por hecho en una ciudad
como Úbeda. Así pues finalizamos nuestro retiro en la montaña a eso de media
mañana y nos despedimos de los sacerdotes y de la Virgen cuando la espesa nie-
bla se levantó. Nos detuvimos unos cuantos minutos en un albergue del gobierno
en las afueras de Bailén, lugar de una gran victoria española en la guerra contra
los franceses, y en honor a los valientes campesinos lugareños de los que habla la
historia, nos tomamos una jarra de algo que un amable camarero llamaba un mar-
tini. Por la carretera pasamos por las minas de azogue de Linares, donde el genial
Manolete encontró la muerte en el momento de la verdad en la plaza de toros y
llegamos a Úbeda lloviendo a tiempo para tomar un opíparo almuerzo en el sun-
tuoso Parador Condestable Dávalos.
Habría descrito nuestro alojamiento como un oasis dentro de una ciudad amu-
rallada y sin vegetación a no ser porque un oasis sugiere sol y calor así como
una exuberante flora, y el sol rara vez se dejó ver durante nuestra visita y el calor
brilló por su ausencia, aunque tuvimos un bonito brasero en medio de nuestra
habitación. Llamado en memoria de un noble de la edad media local, el parador
[ 297
La joya de la Plaza Santa María de los Reales Alcázares –como resuena el nom-
bre–, es la mezquita convertida por San Fernando en la iglesia de Santa María.
Cuando conseguimos librarnos por un momento de nuestro guía utilizando para
ello un Camel de contrabando, entramos desde la calle en un claustro de estilo
Gótico tardío y estuvimos leyendo una antigua inscripción que había en una co-
lumna:
298 ]
Mientras el pavimento de granito crujía bajo nuestros pies. Las torres se pusieron
a temblar a nuestro lado, las campanas de las iglesias repicaban de un modo muy
poco uniforme, trozos de yeso se nos caían en los pies desde las bóvedas del techo.
Mi esposa, con mucha experiencia con los terremotos de California, dio la voz de
alarma y recomendó que nos volviésemos. Unas cuantas personas de aspecto lasti-
moso con ojos llorosos y úlceras en la piel que habían estado haciendo una visita a la
Virgen María, corrieron hacia abajo por uno de los laterales y salieron de la iglesia en
tropel. Nos agarraron de las muñecas y nos hicieron que nos apresurásemos a salir
a la plaza. Por fin, una vez fuera, nos pusimos a hablar del percance. Nosotros ofre-
cíamos detalles de los terremotos del siglo XX en Norteamérica y ellos dijeron que
no había nadie vivo en el pueblo que hubiese conocido un temblor en esa zona. Tu-
vimos la sensación de tener amigos en el pueblo después de haber sufrido con ellos
ese seísmo de baja intensidad, y escuchamos el consejo que nos dieron, en un tono
de cordialidad, de que esperásemos un día antes de volver a contemplar los elemen-
tos artísticos más destacados de la iglesia de Santa María con más detenimiento.
La Sacra Capilla del Salvador, que forma ángulo recto con el parador al final de
la plaza, fue fundada por don Francisco de los Cobos, secretario del Emperador y
constructor del palacio en el que nosotros nos alojábamos. Diseñada por Diego de
Siloé, el verdadero arquitecto de la catedral de Granada, esta iglesia fue construida
aproximadamente en 1540 por Andrés de Vandelvira, un célebre arquitecto local
cuyo nombre aparece vinculado con frecuencia en los monumentos de Úbeda.
Que el secretario del emperador pudiera tener ascendiente incluso sobre los ar-
tistas castellanos de mayor renombre se evidencia al contemplar el Cristo que hay
en el altar mayor, obra de Berruguete de Valladolid, discípulo español de Miguel
Ángel, mientras que la reja que protege el altar mayor fue realizada en Toledo. Una
puerta inesperadamente colocada en una esquina cerca del altar mayor conduce
a una pequeña Sacristía de las más profusamente decoradas de toda Andalucía. La
fachada de la iglesia de Nuestro Salvador que da a la plaza, con dos torres laterales
y un esbelto campanario, es una obra de refinada elegancia.
86 Williamburg (Virginia) antigua Colonia Británica que se mantiene como hace doscientos años, con
88 edificios originales y cientos de casas reconstruidas a partir de sus antiguos cimientos valiéndose
de documentos de la época.
300 ]
Una obra aún más ambiciosa de Andrés de Vandelvira en la Plaza de Santa Ma-
ría es un monumento cuadrado, de gran tamaño que rivaliza con los del secretario
del Emperador –de nombre, don Juan Vázquez de Molina, secretario de profesión
del hijo del Emperador y sucesor Felipe II. Este fabuloso palacio, en la actualidad
sede del Ayuntamiento, habría quedado perfecto en Florencia, Roma o Ferrara:
sus ventanas cuadradas de la planta baja bellamente rodeadas de piedra de un
tono pálido, las ventanas elípticas de la planta superior, los muros de las plantas
altas destinadas a residencia, presentan elegancia de líneas en su pureza clásica. El
ático está sostenido por cariátides sin pies de diseño italiano y dos impresionantes
linternas rematan cada una de las esquinas por encima de las anchas cornisas. En
ningún lugar se puede ver con mayor perfección el Renacimiento italiano en la
España de la época.
La iglesia de San Pablo, en su acabado, sin lugar a dudas uno de los monu-
mentos más cautivadores de la época renacentista, fue comenzada en el siglo XIII
en la zona del viejo mercado. Su plano y estructura románicos fueron bastante
recargados en siglos sucesivos. Se añadió un presbiterio poligonal en el siglo XIV y
posteriormente siguieron capillas Góticas, Platerescas y Barrocas.
Nunca supe el motivo por el cual habían enviado a nuestro policía municipal a
acompañarnos. La ciudadanía, en general con mal aspecto y apariencia de pobre-
za, y al menos en este momento con una apariencia de ser bastante desdichados
debido al frío y a la humedad, no mostraba ningún tipo de animadversión hacia
nosotros. Las mujeres raramente se paraban mientras iban correteando –siempre
daban la impresión de que fueran trotando a la fuente o al mercado, con sus toqui-
llas mojadas y sus zapatillas de fieltro– caminando demasiado a prisa como para
detenerse a mirar nuestras ropas o nuestros rasgos extranjeros. Los omnipresentes
grupos de hombres parecían estar hechos de piedra tallada, capaces quizás de
pasarse un peso de manera imperceptible de un miembro a otro pero nunca de
dar una estocada a una mandíbula amenazante, a un brazo o a un tobillo. Sólo los
niños parecían ser sensibles, y nos seguían de forma amistosa justo hasta que el
representante de la ley les pedía que se fueran.
[ 303
Creo que Santa Teresa no habla de Úbeda en su Libro de las Fundaciones, aun-
que ella fundó un convento de Carmelitas Calzadas en Beas de Segura, a unos
sesenta kilómetros al noreste de Úbeda, y necesariamente ella debió atravesar los
cerros de Úbeda cuando iba de camino desde Beas a Sevilla. La Madre Superiora
del convento en Beas era doña Catalina Rodríguez Godínez, una rica y noble dama
de mediana edad quien había emulado a su tocaya de Siena –la Santa Catalina que
vimos en el capítulo dedicado a Cádiz– estropeando su aspecto en un esfuerzo
por evitar un matrimonio no deseado. Ella había logrado esto echándose agua de
una fuente y exponiendo al sol su piel mojada. Sus admiradores se sintieron horro-
rizados cuando le salieron pecas y la joven le dio gracias a Dios llevando una cota
de malla en el cuerpo.
Cuando doña Catalina estuvo libre para abrir un convento de monjas a la muer-
te de sus padres, ella había sido víctima de las siguientes enfermedades: malaria,
angina de pecho, hidropesía, cáncer de pecho, tuberculosis, gota, ciática, y una
terrible dolencia del hígado que le abría agujeros en su camisola de dormir. Se le
practicaron quinientas sangrías, a menudo fue tratada con ventosas y estuvo llena
de cicatrices. Su cáncer de pecho fue cauterizado con frecuencia, las heridas de su
intervención quirúrgica se las trataron con sal para expulsar los venenos corporales.
Pero se recuperó de la noche a la mañana cuando tuvo conocimiento de que un
simple viaje a Madrid le permitiría avanzar en su propósito, y subió a la capital en
busca de un permiso de la fundadora. Teresa de Ávila llegó justo al poco tiempo –a
304 ]
comienzos de la Semana Santa de 1575– con algunas de sus monjas de pies des-
calzos y dio su bendición a la casa de Carmelitas de doña Catalina. La fundación
del convento de Úbeda tuvo lugar a los pocos años aunque ya no fue en vida de
Santa Teresa.
La celda donde murió San Juan de la Cruz en Úbeda con posterioridad fue
convertida en un coro en el chisporroteante estilo de los artistas barrocos y sirvió
como su mausoleo antes de que sus restos fuesen trasladados a Segovia, donde
había sido prior de los Carmelitas Descalzos antes de su desgracia.
Pobre Juan de Yepes, pobre fraile descalzo ¡pobre pajarillo desvalido! Él que
sólo deseaba sosiego, fue martirizado e intimidado –por el amor de Dios– por una
monja brusca, inquieta y habladora, su ambiciosa coetánea, Santa Teresa. Él que
sólo deseó permanecer en la sombra, tuvo que someterse a la influencia de una
notable dama, amante del Rey, la Princesa de Éboli. Viviendo sólo por amor, él fue
encarcelado primero en Toledo por frailes calzados que le aporrearon de manera
aplastante y lo dejaron que se pudriera durante ocho meses en una mazmorra, y
luego sus propios hermanos descalzos lo volvieron a encarcelar en una cámara sin
ventilación en el oratorio de Úbeda.
Cuando las nubes nos dieron momentáneamente un respiro, nosotros tres fui-
mos a Baeza tras los pasos de San Juan de la Cruz una tarde después de almorzar, y
¡qué pena! Allí dijimos: ¡cómo han caído los poderosos! En la época renacentista la
universidad de Baeza era segunda, sólo detrás de Salamanca. Fundada por don Ro-
drigo López, gran amigo y chambelán del Papa Pablo III, el barbudo Farnesio que
ha llegado hasta nuestros días en los impresionantes retratos púrpura de Ticiano,
la estructura de la universidad fue suntuosamente levantada a cargo de don Pedro
Fernández de Córdoba, quien empleó toda una escuela de escultores del siglo
XVI. El fabuloso paraninfo, el lugar donde se celebraban las asambleas formales,
ahora no es más que un colegio de primaria bastante mal conservado y los gritos
de los indisciplinados niños –pobres niños harapientos y mocosos– retumban terri-
blemente desde la que una vez fue su orgullosa techumbre.
La catedral en la que San Vicente Ferrer de Valencia, santo del siglo XIV, solía
rezar, es otra amalgama de la historia arquitectónica de la zona. Combina una torre
gótica con aspecto de fortaleza, una mezcla de finales del Renacimiento y un alza-
do mudéjar, rejas, renacentistas de hierro forjado y altares barrocos en una tour de
force de gustos cambiantes.
Las ruinas más dolorosas en esta ciudad renacentista que se desmorona, son
la iglesia y convento de San Francisco, de Andrés de Vandelvira, un verdadero
modelo, en escala, dimensiones y riqueza escultural de la arquitectura renacentista
andaluza. Tan sofisticado y tan teatral, fue obra de los tallistas del siglo XVI. Los
306 ]
curiosos lugareños que nos iban siguiendo hacia el interior, abarrotado y sin techar
y que también iban detrás de nosotros subiendo con dificultad sobre los tejados
de los cuchitriles que ahora hay dentro del antiguo santuario, opinaban que éstos
eran restos de un teatro construido en tiempo de los romanos. No había flagelantes
góticos colocados en las erosionadas hornacinas. En lugar de eso, había cuerpos
voluptuosos rendidos al transporte del gozo corporal. Cuando el crítico español
don Juan Moya Idígoras hizo su ingreso en la Real Academia de San Fernando y
habló de este convento franciscano, dijo que aunque su inspiración fue importada
desde Italia, fue construido con una libertad autóctona completa y en armonía con
las necesidades locales. Formas italianizantes fueron adaptadas a los materiales au-
tóctonos de una manera tan intuitiva que una vez que el trabajo estuvo realizado,
como él lo vió, lo describe como la más perfecta y original unidad. ¡Qué labor tan
encomiable sería redimir este maravilloso monumento de los cerdos que ahora
excavan en busca de trufas bajo sus columnas!
La Vírgen va caminando,
Lleva el Verbo en su seno,
Ella vendrá a visitarte,
Si le das alojamiento.
87 The Virgin goes awalking, The Word is in her womb, And she will come to see you, If you will give her
room.
C A ( )
H V M
()
Nacido en Ashton Under Lyne, Lancashire, en 189288, fue educado en King Edward’s
School en Birmingham. Cuando finalizó sus estudios, Morton comenzó su carrera pe-
riodística trabajando para la Birmingham Gazette and Express, periódico que competía
con el Birmingham Mail del que su padre Joseph Morton, era editor. A los dos años ya
era ayudante del editor y al poco tiempo se trasladó a Londres donde entre 1913 y 1914
fue subeditor del Daily Mail.
Su primer libro The Heart of London apareció en 1925. A este le siguieron 38 libros
más todos relatos de viajes que le situaron como uno de los principales escritores de este
género llegando a ser miembro de la Royal Society of Literature (FRSL). Aparte de los
libros sobre el Reino Unido, su primera obra en el que relató un viaje a Tierra Santa In
the Steps of the Master, (1934) obtuvo un gran éxito alcanzando más de medio millón
de copias vendidas. Grecia lo hizo Comandante de la Orden del Fénix en 1937 y en
Italia lo hicieron Cavaliere, de la Orden del Mérito en 1965. Sobre España escribió A
Stranger in Spain89 Londres 1955, obra de la que he seleccionado su viaje entre Córdoba
y Granada a su paso por la provincia de Jaén. Morton murió en 1979.
88 http://en.wikipedia.org/wiki/Henry_Vollam_Morton.
89 MORTON, H.V.A Stranger in Spain Dodd, Methuen and Co. London 1955.
309
H S (Ú)
[ 311
D C G
Continué camino a través de una zona montañosa repleta de olivares y por fin
vi en la ladera de un cerro a gran distancia lo que parecía ser una ciudad grande
y mágica como salida de un romance, con elevadas montañas, bañadas por una
azulada neblina estival que surgía en el fondo. Esta era la metrópolis de la comarca
olivarera, la ciudad de Jaén. Me introduje por sus empinadas calles donde una fila
de tiendas de aspecto próspero íban subiendo hacia la catedral que parece sólo
un poco más pequeña que la de San Pablo. Su interior era blanco, oscuro y fresco.
Pude ver todo el esplendor del arte barroco y un impresionante altar resplandecía
dorado en todo lo alto de un tramo de escaleras de mármol. Un sacristán se desvió
hacia arriba como una vieja hoja seca y señaló al altar, murmurando que allí en un
cofre estaba guardada la sagrada relíquia, la Santa Faz, uno de los sudarios de Santa
Verónica. Me senté durante un rato demasiado acalorado como para continuar,
luego salí a la claridad y fuí bajando por una cuesta hacia un pequeño restaurante
en la calle principal. Estaba lleno de hombres de aspecto robusto, quienes, verda-
deros españoles, habrían considerado que no era del todo digno hacer cualquier
concesión a las altas temperaturas desaflojándose la corbata o desabrochándose
la chaqueta que todos llevaban; y con la ciudad ardiendo de calor, ellos atacaban
enormes platos de paella e incluso grandes trozos de cordero y cerdo asado, platos
para los que no hay una estación en España que los prohíba. Yo recordé la resisten-
cia de Cortés y sus compañeros que llevaban sus yelmos de acero y sus acolchadas
armaduras en los trópicos y pensé que Hispanoamérica debió haber sido conquis-
tada por hombres como los que yo vi comiendo en Jaén.
Un hombre jovial y bastante rellenito con un traje oscuro, sin lugar a dudas un
campesino dispuesto a pasar un día en la ciudad, se inclinó ante mí y me preguntó
si podía compartir mi mesa; luego cuando se dio cuenta de que yo hablaba una es-
pecie de español entrecortado, fracturado, entablillado y vendado, él se mostró un
poco confuso. Pero yo fui renqueando con él lo mejor que pude. Este hombre me
dijo que era un modesto agricultor, que tenía olivas y como corresponde –porque
¿no son todos los molineros tradicionalmente simpáticos?– propietario de una alma-
zara. Él me dio una tarjeta de visita y me invitó a visitarlo la próxima primavera para
ver el prensado del aceite. Me encantaría hacerlo, ya que me puedo imaginar a los
bueyes chirriando por las blanquecinas carreteras con su anticuada carga y el moli-
nero, más sonrojado, más regordete y más alegre que nunca, haciendo salir el aceite
como un parrandero dionisíaco cualquiera. Podía imaginarlo en compañía del cura
del pueblo y el boticario como tercer miembro de un poderoso triunvirato.
Cuando terminamos supe que él había venido a Jaén en el autobús y que tenía
que esperar bastante rato para que lo llevaran de vuelta a su casa. Como su pue-
blo no estaba demasiado alejado de mi camino me ofrecí a llevarlo y después de
que recogimos sus bultos y paquetes nos alejamos juntos a toda velocidad para
introducirnos en las montañas, con olivares a ambos lados extendiéndose en sus
bien trazados hilos hasta el mismísimo cielo. Llegamos a un pueblo sorprendido,
sorprendido quizás de haber sido cogido en el acto de trepar por un empinado
monte. Debe haber alguna razón, quizás en las olvidadas estrategias defensivas de
los árabes, para explicar el que este extraño y curioso lugar haya sido construido
con tanta inclinación y de forma tan incómoda entre los olivos. Me encantó mirar
por todos lados y ver las más pequeñas plazoletas con sus fuentes y también ver las
314 ]
casas blanqueadas, todas tan cuidadas y limpias. Para entonces se había formado
una entente anglo-española y mi acompañante me presentó haciendo una acen-
tuada alabanza de su amigo inglés. Los extraños personajes que se arremolinaron
a nuestro alrededor nos fueron guiando hacia un bar que parecía subterráneo,
aunque estaba sobre tierra, y en la oscuridad pude distinguir barriles sobre baldas,
varas de salchichas y ristras de ajos; y allí permanecimos en medio de un gran ba-
rullo de conversación de la que yo no pude entender nada. Hablaban muy rápido
y como pajaritos y, tal como confirmé, en un andaluz de lo más cerrado, bebimos
vino blanco peleón de un porrón de barro rojo. Mi amigo tuvo que describir con
todo lujo de detalles como nos habíamos encontrado y quién era yo. Que yo era un
turista inglés fue algo que yo comprendí perfectamente y todos ellos me miraron,
sonrieron y asintieron con la cabeza y parecían encantados de que yo estuviese
allí. Un joven entró llevando un gallo de pelea bajo el brazo. Tenía un aspecto muy
extraño. Le habían desplumado la pechuga y tenía un collar de brillantes plumas
acrisoladas entre rojizas, azules y doradas bastante esquilmadas alrededor del pes-
cuezo; le habían cortado y adornado otras plumas en las largas y musculosas patas
alisándoselas hasta la rodilla para que tuvieran el aspecto de negros y brillantes
pantalones. La cabeza con su largo y agresivo pescuezo no cesaba de mostrar su
curiosidad por el mundo que le rodeaba, y en cada uno de sus ojillos relucía un des-
tello dorado de malicia bordeado por un fiero color anaranjado. El animal perma-
necía bastante tranquilo mientras su propietario lo tenía agarrado, pero cuando me
aproximé, intentó darme un despiadado picotazo. Cuando el señor Sitwell90 estuvo
en España se dio cuenta de que había algunos gallos de pelea en Extremadura que
pensó que podían ser descendientes de las aves que trajeron a España los oficiales
de Wellington; y yo me preguntaba si este maligno y despiadado pequeño petime-
tre había podido tener ese mismo origen. Viendo mi interés, el dueño me llevó a un
patio que había detrás de la taberna donde el hermano gemelo del gallo que tenía
debajo del brazo estaba pavoneándose en una jaula. Él abrió la jaula y puso ambas
90 Sacheverell Sitwell.
[ 315
Luego mi jovial molinero insistió en llevarme a una almazara que estaba a una
media milla de distancia, un viejo edificio que apestaba a ancestrales cosechas de
aceituna. Allí no había nada que ver a excepción de una piedra de molino de la
que tiraba una mula, con los ojos tapados, me dijeron, para evitar que se marease.
Durante la época de la molturación, las olivas con huesos y todo, se echan en el
molino y se muelen hasta obtener una pulpa, siendo por supuesto el mejor aceite
el que se obtiene del primer prensado. Los huesos pulverizados se utilizan como
combustible para quemarlos en estos braseros de aspecto oriental que se ven apar-
tados en las esquinas de las casas españolas esperando el invierno. La operación se
lleva a cabo con absoluta simpleza. El aceite pasa de los bidones a las tinajas cada
una tan grande como para que allí quepan Alí Babá y diez de sus compañeros,
que están enterradas en la tierra hasta sus cuellos. Mi amigo me comentó que ésta
era la manera tradicional de hacerlo pero que también había magníficos molinos
modernos, dijo, donde las olivas eran prensadas con maquinaria y filtradas por
medio de presión a vapor; así pues unas al lado de las otras en esta zona olivarera
coexisten almazaras que Plinio habría reconocido con otras donde, sin lugar a
dudas, hombres con monos blancos de trabajo obedecen cuadrantes y gráficos
de temperatura. El molinero dijo que a los extranjeros les gusta el aceite de oliva
316 ]
Nacido en 1926 John Stacpoole91 Haycraft pasó los primeros años de su vida viajan-
do por Europa con su madre y su hermano Colin con posterioridad a la muerte de su pa-
dre en 1929. Su madre sacó a su familia adelante con la exigua pensión del ejército que le
quedó de su marido y dando clases de tenis. Viajar por Francia e Italia a una temprana
edad le hizo desarrollar un gran interés por otros países, otras culturas y otras gentes.
Tras un corto período en el ejército en India, en 1948 entró en la Universidad de
Oxford para estudiar Historia, una pasión que le acompañaría a lo largo de toda su vida
y que culminaría con la obra In the Search of the French Revolution (1989). En 1953 se
trasladó con su esposa Brita a vivir al sur de España donde fundó la primera “Interna-
tional House School”. Para él el aprendizaje de idiomas era algo que tendría que darse
en un contexto que excediera el trabajo en el aula. Autor de Babel in Spain92 Londres
1958, este libro recoge sus experiencias como profesor de Inglés y escritor en Córdoba
ciudad en la que pasaron seis años. Cuando se publicó Babel in Spain el régimen fran-
quista lo declaró persona non grata volviendo a Londres en 1959. John Haycraft falleció
en 1996.
91 http://doosanedu.com/school/international-house-london/haycraft/item03.html.
92 HAYCRAFT, J. Babel in Spain London, Hamish Hamilton 1958.
317
B
[ 319
Un día a todos se nos ocurrió ir a Baeza para tomar parte en la conmemoración del
aniversario en honor a Antonio Machado. El poeta había vivido allí desde 1912 a 1919
enseñando francés en el instituto del pueblo justo después de que su jovencísima es-
posa hubiese fallecido en Soria y nosotros íbamos a ir como peregrinos literarios.
Álvaro lo había organizado todo y estaba muy nervioso. En el tren nos hizo
preparar nuestras intervenciones la mayor parte de las cuales aún no habían sido
pergeñadas o escritas. Yo leí una antología poética de Machado con gran deteni-
miento, e intentaba encontrar cierto paralelismo con la obra de Matthew Arnold.
Alejandro practicaba su conferencia en el lavabo y Ricardo sentado y pensando.
Nos recibieron con todas las atenciones que la cortesía española exige mos-
trar incluso al más humilde de los visitantes oficiales. El alcalde y el corresponsal
del periódico local nos estaban esperando y nos condujeron hacia nuestro hotel.
Pregunté si había llegado alguno de los otros participantes, pero la pregunta se
perdió entre el murmullo de la conversación. El corresponsal le mostró a Álvaro la
conferencia que él también había preparado para el día siguiente. ¿Qué es lo que
vamos a hacer? Dijo Álvaro gruñiendo cuando él se había ido. “¡Es terrible, no tiene
sentido!” ¡Y es demasiado tarde para decirle algo!
320 ]
Esto deprimió a Álvaro hasta tal grado que nos levantó a todos muy temprano y
no nos dejó tranquilos, haciéndonos revisar nuestras breves intervenciones de diez
minutos como si fuésemos miembros de un grupo de actores que no se saben sus
respectivos papeles.
Sin embargo más tarde pudimos visitar el pueblo acompañados por varias per-
sonalidades. Baeza me encantó. Machado describe con acierto este pueblo como
una mezcla entre manchego y andaluz. Su calle principal luce las fachadas de pie-
dra tallada de Castilla mientras que en los alrededores se pueden ver casas blancas
andaluzas de una sola planta. En 1565 se convirtió en una ciudad universitaria pero
hoy sólo quedan los edificios. El seminario con su fachada barroca y las Casas
Consistoriales forman un grupo cerca de la Catedral separado por una plaza donde
crece un cesped bastante ralo. El instituto donde enseñaba Machado y que en su
día fue el edificio donde estaba la Universidad está muy cerca y bajando por una
calle bastante estrecha se llega a una iglesia románica en ruinas. La Catedral no se
ha utilizado desde la Guerra Civil. En su interior todo está en un lamentable estado
y en los blanqueados muros se pueden ver infinidad de letras garabateadas.
tras el gran éxodo desde Barcelona en el frío invierno de 1938 al 1939. Por esta
razón la actitud hacia él siempre había sido un tanto fría al igual que lo fue hacia
Lorca, cuyos trabajos se imprimieron por primera vez en la España Nacionalista en
1954. De hecho no era fácil imaginar nuestra pequeña peregrinación transformada
en la reunión nacional de escritores e intelectuales que debia haber sido.
Sin embargo, Antonio y Carmen fueron bien recibidos por el aire un tanto cos-
mopolita que le daban a la pequeña delegación. Antonio llevaba en el bolsillo
telegramas procedentes de personas de todo el mundo de las que yo nunca antes
había oído hablar y que debieron pensar que esto era realmente un congreso lite-
rario.
Después de almorzar todos nos retiramos bajo la dirección de Álvaro para re-
pasar nuestras intervenciones. Muchos durmieron la siesta y fue Álvaro quien los
despertó enfurecido. “Venga” gritó. “Esto debe salir bien” ¡Machado! ¡El Alcalde
nos ha invitado! Con nuestras cuartillas de notas enrolladas nos reunimos por la
tarde, estrechamos la mano a muchas personas y fuimos conducidos hasta el largo
y estrecho salón del Casino que de forma gradual comenzó a llenarse de gente.
Nosotros entonces colocamos nuestras discretas coronas de laurel; el corresponsal
del periódico local ofreció la conferencia que tanto había desanimado a Álvaro
la noche anterior. Pero todo el mundo le aplaudió porque era del pueblo. Álvaro
recitó algunos poemas de Machado; Ricardo hizo hincapié en la decadencia de
la vida intelectual española, haciendo referencia a un nuevo espíritu del que Ma-
322 ]
Los únicos funcionarios importantes ausentes fueron las personas que trabaja-
ban en el Instituto donde Machado había enseñado. Ellos se mantuvieron al már-
gen, nos dijeron más tarde, porque no querían tomar parte en la conmemoración
de los logros de una persona que se había situado tan abiertamente opuesta a la
gloriosa “cruzada”. Esta negativa a diferenciar entre la valía literaria y las opiniones
políticas o religiosas de un autor es lógica desde un punto de vista español. En un
país donde el Índice es ley, lo más importante es que una persona tenga el suficien-
te carácter para expresar ideas de superioridad moral.
sariamente reducido y hay un gran número de poetas. Los poetas más populares
de Andalucía son los anónimos. Y como escribió Manuél, hermano de Antonio en
su El Cantar, el pareado se hace real cuando la persona que lo canta se lo apropia
olvidando quien es su autor:
‘y en labios de cualquiera
de mí te olvidarás.’
Quizás, con ciertos límites, la España literaria de hoy se podría comparar con
Rusia entre 1905 y 1917 cuando habían muerto las grandes figuras literarias, cuan-
do la censura era más estricta que antes debido al infructuoso levantamiento re-
volucionario, cuando el conflicto social había descendido del plano de literatura
filosófica al de la violencia. Entonces, como ahora en España, los escritores ya no
podían satirizar y explorar más con tanta libertad como lo hacían antes. Las ideas
se habían convertido en juguetes peligrosos.
325
P A (Ú)
[ 327
Ú B
Al volver desde Málaga a Madrid decidí esta vez dividir el viaje por la mitad. No
había ningún lugar obvio para hacer la parada, pero yo había oído algo referente a
dos fabulosos pueblos de montaña llamados Baeza y Úbeda, repletos de palacios
renacentistas que quedaban a poca distancia de la línea principal del ferrocarril.
Ambos estaban unidos, según me dijeron, con la estación de Baeza por medio de
un tren ligero; pero, después de bajarme del rápido, me enteré de que éste estaba
fuera de servicio. No había otra elección que tomar un tranvía hacia cualquiera
de los dos pueblos que yo decidiera –uno de esos tranvías que se pueden ver por
toda España, que ensambló de forma barata un ingeniero belga un poco antes de
la primera Guerra Mundial. Yo opté por Úbeda, ya que, un poco cansado de hote-
les de tercera clase y de pensiones –quería probar uno de los paradores estatales.
Estos palacios y monasterios convertidos son por supuesto famosos, entre ellos el
Parador del Condestable Dávalos en Úbeda. En todos los casos la idea parece ha-
ber sido excelente, a excepción del de Santiago de Compostela –donde uno de los
hospitales de enfermos mentales más históricos, que entonces aún estaba en uso,
fue sacrificado al “turismo”.
Y llegado este punto debo mostrar mi disconformidad con viajeros quienes, “via-
jando por España” de manera romántica y de forma económica, se alojan en los
hoteles más baratos en lugares apartados y luego escriben con horrorizado resenti-
miento acerca del grado de mala educación y falta de cortesía de los españoles. El
parador de Úbeda y otros similares a él (de precio un poco más moderado) están
ahí para mostrar lo que España puede hacer. Y yo puedo asegurar que no he reci-
bido más que cortesía de la Oficina de Turismo española –incluso si la información
que ofrecen quizás no es del todo exacta, como en el caso de ese “tren ligero”.
Pero a mí me gusta imaginar a un español viajando por las islas británicas, con poco
328 ]
Pero es verdad que también hay otro tipo de escritor de viajes, que pasa sin
ninguna clase de complicación de un parador o casa palaciega a otra, y no ve nada
de lo que los turistas normales –y españoles corrientes deben soportar. Y este es
quizás el tipo más común, ya que debe haber pocas personas, teniendo incluso la
inteligencia y el ingenio necesarios para escribir un libro, que se lancen alegremen-
te a meterse y en el servicio de transportes español. Úbeda, en una palabra, es un
lugar que se debería visitar en coche. Nunca olvidaré las dos horas en ese tranvía
–avanzando lentamente hacia zonas más altas y más frías. Un tranvía abarrotado,
traqueteándose y amenazando reventarse a cada tumbo que daba. Como había
correas donde agarrarse y donde evitar ser lanzado hacia adelante yo sólo podía
agarrarme a los portaequipajes, –un desgraciado San Andrés, como en el Martirio
pintado por Ribera. Y la mayor parte de los pasajeros eran gente mayor o mujeres
cargadas con cestas y niños; mientras que un grupo de soldados con sus uniformes
feos y que les sentaban bastante mal y con su horrible y soez lenguaje, daban el
aspecto de vulgaridad que siempre tienen los reclutas.
España, debo decir, les paga a sus soldados 2 reales al día –es decir, 50 cénti-
mos– (en el momento en el que yo escribo algo menos de un penique). Es el primer
chiste que oye cualquier visitante y no puedo creer que su efecto sobre la moral
sea bueno. Sería mucho mejor no darles ninguna paga, sólo un paquete de tabaco
y decir con toda franqueza: “Nosotros ahora no podemos pagaros dinero para
vuestros gastos, aunque esperamos poderlo hacer cuando hayamos superado de
algún modo la ruina que ha causado nuestra guerra. Confiamos en vuestra lealtad
y cooperación para hacer que ese día esté cada vez más cerca” Lo único que ocu-
[ 329
rre, por supuesto, es que el gobierno de Franco no puede hacer eso, porque son
–se diga como se diga “sindicatos”– un gobierno de clases. Mientras tanto –no me
gustaría ser el comandante de esos jóvenes que aquel día viajaban conmigo en el
tranvía en dirección a Úbeda.
Pero, debo decir, que es muy probable que signifique esto –al menos en países
donde los trabajadores son una enorme masa de ignorantes. Ya que las máquinas
no pueden hacerlo todo; y alguien tiene que fabricar y pagar las máquinas. A pesar
de nuestros himnos a la democracia, puede que seamos impulsados a la dictadura
–aunque sin lugar a dudas tendríamos que llamarla por otro nombre.
ñoles que mejor me caen y en los que más confío mantienen un punto de vista
completamente opuesto. Por supuesto que para la mayoría de los británicos y los
norteamericanos parece un delito rebelarse contra un “gobierno elegido democrá-
ticamente”. Y así debería ser en una comunidad ideal y sin clases; sólo que, una
comunidad de ese tipo no necesitaría ningún tipo de gobierno real.
Bajé al salón (que nadie se atrevería llamar una sala de estar) preguntándome si
aquí uno podría sisear o dar palmas –al estilo español– para llamar a los camareros.
Las mesas estaban repletas de folletos turísticos y propagandísticos. Cogí un libro
bastante gordo cuyo título era Así es España, que estaba lleno de cifras y estadís-
ticas. El libro tenía un prólogo con una cita de José Antonio Primo de Rivera, el
santo del régimen que sufrió martirio que aparece en las fotografías con el mismo
aspecto de viciosa melancolía que el otro santo y mártir, el torero Manolete. Era
una frase bastante extraña:
“Todo lo que es sensual tiene una corta vida. Miles y miles de primaveras se
han marchitado, y todavía dos y dos suman cuatro, como ha ocurrido desde
los albores de la creación. No plantemos nuestros amores sobre la hierba que
ha visto el marchitarse de tantas primaveras; extendámoslos hacia la órbita
eterna donde cantan los números su canción de exactitud.”
[ 331
José Antonio tenía tendencia, creo, a dejar hablar a las cifras, a pesar de su estilo
ampuloso; pero los datos que seguían no parecían demasiado impresionantes. “El
Departamento de Regiones Devastadas ha construido o reconstruido 20.656 casas
tanto en el campo como en la ciudad, 124 asilos, orfelinatos y otros centros de
caridad y 67 sanatorios, hospitales y centros de salud rurales…”
Salí a pasear por la empedrada plaza que estaba desierta, donde había por
todos lados, más esplendor en piedra que en casi cualquier otro lugar com-
parable que yo pueda recordar. Los muros estaban salpicados de ornamentos
platerescos, con un estilo más simple y más bonito que el que presentan las
célebres fachadas de Valladolid y Salamanca. En la iglesia de San Salvador, me
encantaron algunos frisos en los que se representan los Trabajos de Hércules,
toros, centauros, sátiros y nereidas: motivos recurrentes (pude comprobar al día
siguiente) en casi todas las iglesias renacentistas de Úbeda. En este pueblo de
montaña perdido, uno parece estar inmerso en un mundo más antiguo que la
tierra de María Santísima.
“A los empresarios no les gusta el régimen”, dijo “ellos piensan que están man-
teniendo una enorme burocracia. Se tienen que sentar con sus trabajadores en los
sindicatos; ellos no tienen derecho –¿cómo dicen ustedes? a ponerlos en la calle
sin haberlos juzgado ante la Magistratura de Trabajo; tienen que pagar subsidios a
las familias –y eso tiene que salir de sus bolsillos y no de las arcas del estado. Ellos
dicen que no tienen control sobre los hombres, y dicen que les están pagando no
por trabajar sino por estar haciendo niños”.
“Pero seguramente”, objeté, “estos sindicatos deben significar muy poco. Sin
derecho a huelga ¿qué poder de negociación van a tener los hombres? Ellos tienen
las manos atadas en cualquier discusión.”
332 ]
“Eso puede que haya sido así bajo el fascismo de Mussolini,” replicó él, “y sin
lugar a dudas aquí es algo parecido. Pero el mundo está cambiando –incluso la
iglesia se está movilizando –el gobierno tiene que pensar en la imagen que da en el
extranjero. Y si los españoles no pueden manifestarse, él ha visto que puede luchar;
y no se ha olvidado que el país sí se manifestó en Bilbao en 1951 y con buenos
resultados. Franco no tiene, como Mussolini la ventaja de ser un místico; las masas
lo aceptan a él antes que sufrir otra Guerra Civil, y eso es todo. Y todo el mundo
está olvidando la Guerra Civil. Cualquier día ellos podrían decir: nosotros ya no
necesitamos más a este Franco; y esto él lo sabe muy bien”.
No, respondió él94, y esta es la razón por la que ellos se vienen a las ciudades, o
consiguen ser contratados en las nuevas obras públicas del INI (Instituto Nacional
de Industria). Y esto hace que los terratenientes les suban la paga si quieren tener
trabajadores que les recojan las cosechas. No, no es el trabajador el que detesta al
gobierno –es, al igual que ocurre en las democracias, un sector de la burguesía”.
Y quizás, en estas tierras del sur, es probable que haya menos “Estado”. Mi
mente retrocedió bastante hasta una época en la que el mejor pensamiento social
en Inglaterra favorecía algo llamado “Socialismo gremial” (y que tuvo un magnífico
defensor en el español Ramiro de Maeztu –luego uno de los mártires de la Guerra
Civil– que escribió en inglés). Nosotros ahora nunca oímos nada de esto ya que
todo el ideario tomó la forma fatídica en el “Corporativismo” de Mussolini. Los
gremios, sindicatos o lo que fuera se plegaron a la estrategia de “divide y vencerás”
del dictador. No obstante, la mejor esperanza del mundo aún radica en la dirección
de la devolución y la descentralización. Pequeñas unidades autónomas, si llegasen
a estar arraigadas y seguras, serían defensoras tenaces de sus libertades, mientras
que nosotros hemos visto a grandes repúblicas centralizadas (como últimamente
le ha ocurrido a Francia) caer sin ningún tipo de lucha. Los consejos sindicales y lo-
cales –creados como brechas para mantener separados a los ciudadanos– podrían
convertirse en verdaderas fortalezas protectoras de orgullosos gremios y ciudades-
estado.
Salí a dar un paseo por el pueblo y me dejé caer en una tasca donde justo al
entrar comencé a conversar con un falangista que era maestro de escuela. El me
miraba con cierta lástima por haber venido a Úbeda. “Esto es sólo un pueblo –dijo,
“las ciudades que usted debe ver en el sur son Sevilla, Córdoba y Granada”.
Yo dije, con el ardor de un nuevo converso, que había oído que Úbeda no tenía
rival ¡Qué disparate! Respondió. Usted tiene que ir a Sevilla, Córdoba y Granada
repitiendo los nombres muy despacio de modo que yo pudiese recordarlos. Le dije
que de hecho yo ya había visitado las tres ciudades.
“¿Usted las ha visto?” Entonces, “¿Usted ha viajado por el país?” ¿Ha visto los
nuevos pantanos, los puentes y los tendidos eléctricos? El aspecto general del país
334 ]
ha cambiado. Y nosotros lo hicimos solos con nuestro sudor y sangre. Dejemos que
América nos mande tractores y fertilizantes en lugar de que nos mande su artillería
y sus oleoductos. Nosotros no queremos más guerra. Hemos tenido nuestra guerra
–fuimos los primeros en luchar contra el comunismo y lo vencimos. Pero nosotros
tampoco queremos “democracia” ni un parlamento de ventajistas. Queremos tener
lo suficiente para comer y que nos dejen tranquilos.
W.T. B
()
En 1921 comenzó la relación del mayor Blake con España cuando viajó desde Má-
laga a Melilla y permaneció cierto tiempo con el ejército español, entonces en guerra
con algunas tribus del Riff en Marruecos. Blake en aquel entonces fue testigo de la
Batalla del Zoco del Had y también acompañó a una columna al Monte Arruit, esce-
nario de una horrible masacre de toda la guarnición y de la población civil a manos de
los rifeños.
Años más tarde, cuando España decidió abrir sus puertas para que el mundo entero
conociera las maravíllas que atesoraba y organizó el Patronato Nacional de Turismo,
Blake colaboró activamente para hacer llegar la propaganda española hasta el último
rincón de las Islas Británicas, siendo en gran medida, como él dice, uno de los respon-
sables de que comenzara el inagotable flujo de turistas que a partir de la década de los
cincuenta comenzaron a visitar España desde el Reino Unido.
Poco después de que el General Franco llegara al poder y cuando aún resonaban
los sonidos de la Guerra Civil, Blake organizó en Southampton una exposición con
tema español teniendo que enfrentarse a un gran número de personas que le instaban a
retirar el retrato del General que presidía la exposición y a quitar la bandera española.
En esta ocasión dice Blake que fue la única vez en su vida en la que tuvo protección
policial. Fue entonces cuando conoció al Conde de Artaza, entonces Cónsul español en
Southampton con posterioridad Embajador en Londres.
Autor de Spanish Journey or Springtime in Spain95 publicado en Londres en 1957,
este libro recoge sus dos últimas visitas a España, aunque apunta que a veces incluye
incidentes que habían tenido lugar veinticinco años antes.
95 BLAKE, W.T. Spanish Journey or Springtime in Spain London Alvin Redman Ltd. 1957.
335
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
W.T. Blake había publicado con anterioridad Thailand Journey, amplia y elogiosamen-
te reseñado en publicaciones de gran tirada como The Star, Daily Telegraph, Edinburgh
Evening News o el Evening Chronicle de Manchester.
El Mayor Blake y su esposa R., viajaron en coche por toda la geografía española,
experiencia que dio lugar a la obra de la que hemos extraído una brevísima referencia al
trayecto entre Granada y Córdoba.
336
[ 337
Nuestra ruta hacia Córdoba todavía sigue por las montañas y, al salir de Gra-
nada, tuvimos dudas acerca de qué carretera tomar por lo que un hombre se nos
acercó para preguntarnos si podía proporcionarnos algún tipo de información y
después de habernos indicado la carretera correcta, nos preguntó si necesitába-
mos gasolina. Por supuesto él nos llevó a un surtidor que había allí al lado del que
por supuesto él era el propietario. Luego nos dijo que estaba intentando aprender
inglés y que deseaba practicar lo que sabía con nosotros. Y como resultado ambos
le proporcionamos una breve clase de Inglés riendo a carcajadas, me dijo que R.
era “muy simpática”, nos estrechó la mano a ambos y luego hizo que salieran sus
trabajadores para que también nos diesen la mano antes de que continuásemos
con nuestro viaje.
Miles y miles de olivares cubrían las laderas de los montes, extendiéndose hacia
la cima de una cadena, hacia lo más profundo del valle y otra vez hasta lo más alto
del siguiente monte, hasta que desaparecían formando una especie de neblina de
una tonalidad gris verdosa. Seguía lloviendo de modo que sin detenernos pasamos
por Alcalá la Real con su castillo y su iglesia en lo alto de un montículo, como era
lo usual. Poco después en un valle que se abría a nuestra derecha vimos un pueblo
de lo más sorprendente, en el que el color predominante era el azul con los más
diversos tonos. Éste sobresalía entre las tonalidades ocres de la tierra y las mon-
tañas y las verdes de los olivos, contrastando sus tejados marrones con los muros
azules y blanqueados. Está enclavado en todo lo alto de un pequeño cerro en lo
más profundo de un frondoso valle, con vistas de Sierra Nevada por todos lados.
No estaba en nuestro camino y no nos apartamos de nuestra ruta para visitar el
Castillo de Locubir [sic. Por Castillo de Locubín] pero es, espero, un placer que
queda aplazado.
338 ]
Unas cuantas millas más adelante llegamos a una aldea diminuta, Venta de Ca-
rreta, media docena de casas con una fuente y un bar. Allí, como era de esperar,
había aproximadamente media docena de haraganes merodeando y cuando yo
entré en la posada para comprar nuestra ración de vino todos entraron conmigo en
tropel en el más profundo silencio y sin dejar de mirarme con sumo interés mien-
tras que yo en el mejor español que pude pedí un litro del “vino del lugar”. Yo oí
a alguien decirle al posadero entre dientes que no fuera a cobrarme de más y yo
pagué los 10 d. que solía costar nuestra bebida. Mientras que me estaban llenando
la botella vi a cuatro hombres que estaban jugando a las cartas con la baraja más
peculiar que yo haya visto en toda mi vida. En lugar de tréboles, diamantes, cora-
zones y picas las cartas tenían todo tipo de vegetales. No tengo la menor duda de
que vi a un hombre aparentemente ganando una baza con el seis de rábanos y con
el cinco de puerros. Durante todo el tiempo que estuve allí dentro casi no se dijo
una sola palabra y no vi la más mínima expresión en los rostros de los hombres que
habían entrado conmigo. Cuando iba saliendo se volvieron y salieron poniéndose a
mi lado una vez más, como si yo fuese un prisionero que estuviera siendo escolta-
do al furgón de la policía. Con ellos salieron los jugadores de cartas y el posadero.
Pero antes de que nos marchásemos sus caras se relajaron, todos comenzaron a
sonreír. Nos decían adiós con las manos mientras gritaban “¡Adiós, buen viaje!”
y sonriéndoles y diciéndoles adiós con las manos salimos dejando el pueblecillo
detrás de nosotros.
Aquí realmente nos parecía que estuviésemos lejos de toda civilización aunque
estábamos en la carretera principal. Eran muy pocos los coches que estropeaban la
tranquilidad de la escena. De vez en cuando íbamos viendo muchachos cuidando
rebaños de cabras y aquí y allá un ciclista pedaleaba jadeante subiendo las cuestas.
En un lugar dos pastorcillos estaban cuidando un rebaño de seis cabras. Un cabriti-
llo juguetón se metió corriendo en la carretera y se puso como si estuviese prepara-
do para darle un topetazo a nuestro coche que se estaba acercando. El pastorcillo
literalmente se lanzó a por él agarrándolo por abajo y cuando pasamos allí había
[ 339
una especie de revoltijo de cabra y niño luchando en la cuneta. Al salir de una cur-
va apareció un ciclista delante de nosotros, demasiado cerca para que yo pudiese
hacerle las usuales señales de advertencia. El viento soplaba y probablemente él
no oyó cuando nos aproximamos, pero cuando toqué la bocina él saltó tan alto
que pude ver la luz del día entre él y el sillín. Entonces él perdió completamente el
control de su bicicleta, fue bamboleándose de un lado a otro y finalmente salió dis-
parado saltando por encima del borde de la carretera cayendo por una empinada
vereda hacia el fondo de un barranco a unos veinte o treinta pies por debajo. Nos
detuvimos en seco para comprobar si estaba herido pero él se encontraba sentado
con la cabeza y el cuerpo metidos en el cuadro de la bicicleta riendo a carcajadas,
no sabemos si era porque estaba lleno de gratitud por haber escapado o si se reía
de su propia estupidez. De cualquier manera daba la impresión que había poco
que nosotros pudiésemos hacer, así que le dijimos adiós con la mano y continua-
mos camino.
En ciertos aspectos ésta fue una mañana bastante aciaga ya que una vez más al
salir de una curva vimos a dos muchachos que llevaban enormes haces de ramas
en la cabeza. Probablemente ellos no nos vieron ya que iban con las cabezas bajas
y cuando yo toqué la bocina corrieron como locos hacia uno de los lados de la
carretera, uno de ellos tiró su haz de leña y se cayó encima del susto que se llevó.
Esto ciertamente le atañe al automovilista, en particular al automovilista que está
haciendo turismo, conducir en España con cuidado y con buena educación. Con
todo y con eso uno no puede evitar pequeños incidentes desagradables como
este.
T R (P A)
P C
()
96 Datos extraídos de la propia presentación de su obra publicada por Century Publishing y de http://
nityin.worldpress.com.
97 Penelope Chetwode Two Middle-Aged Ladies in Andalusia. Century Publishing London 1963.
341
[ 343
U
Mientras íbamos cabalgando me dijo que era carbonero y que acababa de en-
tregar carbón en Cuevas. Como yo era viajera lo más probable es que no quisiera
comprar carbón. Pero, ¿Desearía comprar un excelente jamón que él mismo había
curado para llevármelo? O, ¿quizás, querría comprar su otro burro para llevar el
equipaje? Le dije que todo cabía perfectamente en mis alforjas y que la Marquesa
podía llevar todas mis cosas y también a mí. Esta fue una ocasión social en la que
a mí me estuvo haciendo mucha falta la bota que había perdido: Juan tenía una y
yo tuve que ir bebiendo de ella en repetidas ocasiones durante nuestro recorrido
mañanero como exige la etiqueta.
344 ]
‘No, diez.’
‘Cien.’
¡Voy sola a Pozo! Grité mientras clavaba las puntas de mis estribos en la ijada
de la Marquesa de modo que salimos a medio galope avanzando por la blanda
y arenosa cuneta de la carretera, con las alforjas dando saltos de arriba abajo sin
parar. Yo podía escuchar unos piececitos galopando que me perseguían, pero no
durante mucho rato, el buen paso de la Marquesa pronto dejó atrás a los burros,
aunque la mantuve a medio galope durante una milla al menos para mantener una
buena distancia entre mí y lo más cercano a un bandolero que yo haya encontrado
en mi vida.
[ 345
Hasta este momento yo me había sentido demasiado tímida para decir ‘vaya
usted con Dios’ a la gente que me encontraba o de la que me despedía; pero la
velocidad me dio valentía y yo grité: ‘¡Vaya usted con Dio-o-o-o-o’ todo lo fuerte
que pude a todo el que pasaba. Fue algo bastante excitante.
Pozo Alcón es un pueblo grande de 12.000 habitantes con tres médicos y tres
curas. Tiene una gran fábrica de cemento y una refinería de aceite. En la actuali-
dad hay aproximadamente cincuenta hombres empleados en la construcción de
una presa a nueve kilómetros de distancia que se utilizará para electricidad y para
regadío.
Yo tenía una habitación individual con una estrecha ventana que daba al norte
y que de hecho tenía algunos cristales. Pero en la parte superior uno se había roto
y faltaba un trozo. Los postigos no cerraban bien y el pueblo estaba situado en lo
alto de una llanura a los pies de la sierra del Pozo con un viento helado que sopla-
ba desde allí por lo que la habitación era extremadamente fría y tenía corriente.
Yo vacié mis alforjas y me di cuenta de que mi magnífico pijama de dayella98 se
me había caído mientras huía. Así que, después de todo, el joven carbonero había
ganado –puesto que había recogido un premio que costaba al menos unas tres-
98 Tejido parecido a la Viyella y que hace años se hacía en las mismas fábricas.
346 ]
cientas pesetas. ¿Se pondría la parte de abajo de rayas para sus correrías y asaltos
en lugar de sus pantalones hechos jirones con los que él no pudo despertar en mi
la compasión?
Ya que no había tenido tiempo para mí puesto que había estado en la carretera
todo el día y como quedaban unas cuatro horas para que la cena estuviese pre-
parada, me senté en la cama con dos pares de calcetines puestos, dos jerséis y mi
chaquetón y me puse a escribir unas cartas. Pero el helado viento se me metió en
los huesos de modo que me levanté y fui a mis devociones vespertinas sorprendida
al escuchar el ‘Dios te salve María’ de unos altavoces colocados en la plaza delante
de la iglesia. Se trataba del cura que estaba hablando delante de un micrófono
mientras dirigía a la congregación en el rezo del Santo Rosario desde el púlpito.
Luego le pregunté la hora a la que decía misa ya que la posada estaba a unos diez
minutos a pie y era probable que yo no escuchara los tres toques de las campanas.
El me dijo: ‘A las ocho y media, no a las nueve menos cuarto, bueno no, mejor a las
nueve en punto, es más seguro’.
llegar a donde estaba la Marquesa había otra oveja tumbada en la paja cortada
del pesebre. Parecía estar tan a gusto y tan calentita que no me gustaba la idea de
echarla de allí, de modo que me llevé la yegua a otro gancho más abajo. En el esta-
blo que parecía el Arca de Noé, aparte de las ovejas había varios cerdos bastante
grandes, una hilera con nueve mulos, cinco burros, siete cabras, dos ponis, dos
pavos blancos y muchas gallinas. Cuando iba saliendo pillé a la Marquesa, a la muy
pícara dando a hurtadillas una coz a uno de los pobres cerdos.
Mientras que estaba yendo hacia el comedor para cenar casi pierdo los nervios:
no había menos de nueve hombres sentados en una mesa de camilla enorme to-
mando una sopa de pescado rojiza. Tuve la misma sensación de hundimiento que
la que sentí hace treinta años antes de entrar en una fiesta de debutantes. Pero
ahora, al igual que entonces, yo tenía que pasar por esto, de modo que me senté
entre un electricista que trabajaba en la presa y que tenía el rostro que parecía un
santo bizantino y un alegre tratante de cerdos de cara redonda que había estado
comprando cerdos en el mercado y que había visto a mi yegua y le había gustado
mucho. Qué buena jaca dijo, sin tener remota idea de que la Marquesa estaba ha-
ciendo todo lo que podía para dejar lisiadas sus compras.
María, la muchacha de diecisiete años que nos atendía, tenía unos brillantes ojos
negros y coqueteaba escandalosamente con los clientes. Luego, mientras estuve
sentada en la cocina esperando para calentar mi botella de agua caliente conocí al
posadero, a la posadera y a sus nueve niños. Ella se encargaba de toda la comida de
la posada mientras que los niños jugaban dentro y fuera de la cocina, por el garaje y
los establos. Estuve hablando con un ingeniero de la presa y con su esposa que no
habían estado sentados en mi mesa durante la cena. Eran de Madrid y ella estuvo
lamentando su sino por estar confinada en este apartado pueblo tan provinciano.
348 ]
Le sugerí que se comprara un caballo y que se dedicase a explorar las sierras de los
alrededores pero no pareció que ella pensara que se trataba de una buena idea.
Sin pijama me metí en la cama con dos juegos de ropa interior incluyendo unos
preciosos pololos que compré en Málaga, mis dos jerséis y dos mantas extra que
me proporcionó María; con una botella de agua muy caliente y mi chaquetón enci-
ma de todo esto pude realmente por fin sentirme caliente.
Sólo los franceses saben cómo negociar con San Antonio de modo que me
quedé dormida recitando99…
Algo que le había hecho soltar muchas cosas para mí en el pasado. Pero en el
fondo de mi alma yo sabía que no había nada que él pudiera hacer por mi pijama
de dayella.
Martes, 14 de noviembre
Fui a misa a las 9 (el cura había dicho que esa hora era más segura) y me encon-
tré con que el evangelio ya iba por la mitad. ¡Oh! Los horarios de las misas son de lo
más exasperante de todas las cosas de España. Para desayunar tomé un excelente
99 San Antonio de Padua, pillín, ladronzuelo y tramposillo, tu que conoces todos los pequeños rinco-
nes, ¡devuélveme lo que no es tuyo!
[ 349
Yo había llegado tres cuartos de hora tarde pero la señora ni siquiera había pues-
to el agua a calentar, por lo que había sido muy puntual de acuerdo con sus ideas.
La peluquería era el pequeño cuarto de estar de una casita en una calle adyacente.
No había una sola ventana de modo que la puerta de entrada tenía que permane-
cer completamente abierta para que entrase algo de luz que se uniese a la de la
bombilla de muy pocos vatios. Finalmente trajeron una cacerola de agua caliente
desde una habitación contigua y fui sometida al siguiente suplicio:
2.– Me puse de rodillas sobre un cojín delante de la silla y bajé la cabeza como
si estuviese preparada para la decapitación.
3.– Por las piernas me subió un viento helado como si estuviese cargado de
nieve.
La peluquera me cobró quince pesetas por el lavado, corte y marcado, algo que
no llegaba a los dos chelines. Me quedé pasmada y le di veinticinco por lo que
ella se mostró conmovedoramente agradecida. Luego decidí acercarme a mi silla
de montar a coger algunas correas que estaban en las solapas de mis alforjas. En
España no hay nada que cierre bien: ni las ventanas ni los postigos ni las alforjas ni
las puertas de los retretes. Natividad volvió a la posada conmigo y fuimos a buscar
las alforjas y las bridas (que habían sido cosidas de manera provisional con hilo de
esparto por mi posadero en Don Diego) y ella me llevó a todo lo largo de la calle
principal de Pozo que hacia todo lo alto lleva hasta la iglesia y donde ya me había
dado cuenta de que había muchas tiendas: comestibles, ferreterías, una relojería,
dos farmacias, tiendas de tejidos y un mercado municipal cubierto, donde se podía
comprar pescado, carne, frutas, verduras y todo tipo de ultramarinos. Fuimos a
la talabartería donde colgaban magníficas muestras de sus artículos de artesanía:
mantas bordadas para sillas de montar y alforjas, petos, pantalones de montar y
preciosas e impactantes bridas para burro rosas y escarlata, y le enseñé al talabar-
tero dónde quería que cosiera unas correas y hebillas adicionales para evitar que
fuera por ahí perdiendo algún otro tesoro que se me saliera de las alforjas. También
compré un ronzal para amarrar a la Marquesa por la noche. Hasta ahora ella sólo
ha tenido un trozo de soga alrededor del pescuezo.
Cuando la luz de la tarde era la apropiada para hacer fotografías fui caminando
por las sinuosas y empinadas calles hasta la parte más alta del pueblo y mientras ca-
[ 351
minaba sin rumbo haciendo fotos a pintorescos grupos de mujeres haciendo punto
y cosiendo en las puertas de sus casas, una joven se me acercó y me preguntó si
yo había perdido ayer algo en la carretera. Sorprendida la seguí hasta su casa, entré
y allí estaba el carbonero, cubierto de hollín como siempre y sonriendo de oreja a
oreja mientras me alargaba mi pijama. ¿Qué podía hacer sino darle cien pesetas?
Desde un principio él había ganado claramente la partida. ¡Y todo lo que había
estado hablando de la pobreza! Yo no tenía más que un billete de mil pesetas por
lo que él me dio novecientas de cambio que sacó directamente de su abultada car-
tera. Nos dimos la mano y nos despedimos quedando como los mejores amigos.
En los alrededores del pueblo había varios arroyos de montaña con mujeres
lavando ropa cuyas figuras se recortaban ante el telón azul de la Sierra del Pozo. En
España las mujeres parece que nunca paran de lavar: por la mañana, por la tarde y
por la noche. Me quedé fascinada mirando a dos niños que iban montados sobre
un burro trotando mientras se iban peleando. Estaban sentados uno frente al otro
y los dos estaban intentando tirar al contrario. Nunca dejo de admirar el fantastico
equilibrio de estos andaluces. Se sienten igual de cómodos sentados hacia delante
o hacia atrás en un animal que vaya al trote o al galope, y creo que sin ningún tipo
de entrenamiento previo, ellos podrían montar un caballo en una gran exhibición
de saltos.
a una impresionante melé y a los gritos de dos pobres niñitas a las que pisotearon.
Me di cuenta que tendría que probar otro sistema de distribución de caramelos.
Este tratante de mediana edad, uno de los hombres más atractivos que yo haya
visto en mi vida, tenía un modo de hablar tan agradable y unos modales tan dis-
tinguidos que si él cambiase su ámplia camisa por una corbata blanca y un frac,
destacaría por derecho propio en la más solemne de las cenas. Entonces empecé
a escuchar unos desgarradores chillidos que venían desde el patio cubierto. Los
cerdos, a los que la Marquesa había importunado tanto, estaban siendo pesados en
básculas colgadas del techo antes de ser metidos en el camión para llevárselos. Fui
a dar de comer a la señora y me di cuenta de que habían sacado del establo todas
las ovejas y los cerdos. Pero las nueve mulas del aristocrático tratante seguían allí
alegremente comiendo sin parar paja y cebada.
Mi amigo el tratante de cerdos se había ido a su casa una vez que había visto
que los animales que había comprado estaban a salvo y ya dentro del camión. Los
hombres que había en la cena estaban principalmente relacionados con la presa
y también había un joven electricista sevillano fascinante que esta noche era el
[ 353
objetivo de los brillantes ojos de María. Como muestra de sus sentimientos ella
finalmente se metió bajo la mesa de camilla y le calentó las piernas con el rescoldo
caliente.
Por la mañana salí rumbo a Tiscar. Era una mañana cálida y soleada y el camino
sin grava iba subiendo hacia las montañas y decidí disfrutar mi propia compañía
a cualquier precio. Se me ocurrió un plan que posteriormente puse en práctica
el resto de mi viaje: si quería adelantar a alguien en el camino yo me pondría a
trotar con inquebrantable resolución y le diría canturreando ‘¡Vaya Usted con Dio-
o-o-o-o’! Si se daba el caso de que estuviese entreteniéndome por el camino o
que estuviese sentada contemplando el paisaje mientras la Marquesa disfrutara
de su descanso para comer y yo escuchara cascos de caballos aproximándose,
yo me subiría a la silla con la ayuda de una banqueta o de una roca y saldría a
galope. Yo simplemente tendría los días para mí si es que tenía que brillar en la
vida social de las posadas durante la noche. Pero en este tramo del viaje no tuve
que recurrir a ninguna de las estratagemas que acabo de exponer. Me adelantaron
dos camiones en doce kilómetros pero no encontré a nadie más ni caminando ni
cabalgando. Las montañas estaban profusamente plantadas de pinos y pude ver
un cartel blanco grande en el que se podía leer: Ministerio de Agricultura. Patrimo-
nio Forestal del Estado.
continuó viaje a lomos de la Marquesa hacia Quesada donde acompañada por don
Antonio el párroco y el alcalde, visitó las dos iglesias del pueblo.
Cuando llegué a Quesada no sabía si seguir hasta Cazorla. Luego pensé que a la
Marquesa le gustaría comer, así pués la llevé hacia abajo por una calle empedrada
y muy empinada hacia la calle principal que era bastante estrecha pero estaba as-
faltada. Había una posada muy agradable con un dormitorio que tenía dos cristales
en la ventana aunque los otros dos se habían roto. El establo era pestilente y estaba
abarrotado de muebles viejos tirados sobre la basura, en absoluto a la altura del
nivel habitual de porquería. Tuve que atar a la pobre Marquesa cerca de un enorme
montón de troncos que se le caían entre las patas (luego, cuando sacaron algunos
mulos la moví un poco más abajo). Compré dos kilos de cebada en la tienda que
había en la puerta de al lado ya que el posadero no tenía. Luego fui a visitar al
párroco.
100 Con posterioridad Penelope Chetwode le enseñó el libro de poemas del alcalde de Quesada a la
poetisa norteamericana Gamel Woolsey, esposa de Gerald Brenan, y ella tradujo al inglés uno de
los poemas que Penelope Chetwode incluye en este libro.
[ 355
ADOLPHUS, John Leycester Letters from Spain in 1856 and 1857 John Murray, Lon-
don 1858.
ANDROS, A.C. Pen and Pencil Sketches of a Holiday Scamper in Spain Edward Stan-
ford, London 1860.
BAXTER, William Edward The Tagus and the Tiber; or Notes of Travel in Portugal,
Spain and Italy in 1850-1851. Richard Bentley, London 1852.
BLACKBURN, Henry Travelling in Spain in the Present Day Sampson Low, London,
1864.
BLAKE, W.T. Spanish Journey or Springtime in Spain Alvin Redman, London 1957 y
Taplinger, New York, 1960.
BORROW, George The Bible in Spain or, the journeys, adventures and impresonments of
an Englishman in an attempt to circulate the scriptures in the peninsula. London, John
Murray, 1830.
BRENAN, Gerald The Face of Spain Turnstile, London 1950.
BROOKE, Sir Arthur de Capell: Sketches in Spain and Morocco. Henry Colburn and
Richard Bentley, London 1831.
CHETWODE, Lady Penelope Two Middle-Aged Ladies in Andalusia Century
Publishing London 1963.
CLARK, William George Gazpacho or Summer Months in Spain. John W. Parker.
London, 1850.
COOK, Captain Samuel Edward Sketches in Spain during the Years 1829, 30, 31 and
32; containing notices of some districts very little known; of the manners of the people,
357
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
government, recent changes, Commerce, Fine Arts and Natural History. Thomas and
William Boone, London, 1834.
FORD, Richard. Hand-Book for Travellers in Spain and Readers at Home. Describing the
Country and Cities, The Natives and Their Manners; with Notices on Spanish History.
Part I. Containing Andalucia, Ronda and Granada, Murcia, Valencia, Catalonia,
and Estremadura: with Travelling Maps and a Copious Index John Murray, London.
1845.
HAVERTY, Martin Wanderings in Spain Parry, Blenkarn and Co., London. 1847.
HAYCRAFT John Babel in Spain Morrison and Gibb, London and Edinburgh 1958.
HELM, Mackinley Spring in Spain, Hartcourt, Brace and Co. New York 1952.
HOLLAND, Lady Elizabeth Vassall Fox (1770-1845). The Spanish Journal of Elizabeth,
Lady Holland, Edited by The Earl of Ilchester. Longmans, Green and Co. London
1910.
HOSKINS, George Alexander: Spain as It Is, Colburn and Co., London 1851.
INGLIS, Henry David: Spain in 1830. Whittaker, Treacher and Co., London, 1831.
JOHNSTON-SAINT, P. Castanets and Carnations Heath Cranton Limited, London
1946.
LEE, Laurie As I Walked Out One Midsummer Morning Penguin Books, Middlesex,
1969.
LUFFMANN, Charles Bogue A Vagabond in Spain. John Murray, London 1895.
MORTON, Henry Vollan A Stranger in Spain Dodd, Mead and Co. New York, 1955.
MURRAY, Robert Dundas The Cities and Wilds of Andalucia. Richard Bentley, London
1849; 3rd. ed. R. Bentley, 1853.
358
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
QUIN, Michael Joseph A Visit to Spain, detailing the transactions which occurred during
a residence in that country in the latter part of 1822 and the first four months of 1823
with an account of the removal of the Court from Madrid to Seville; and notices of
the manners, customs, costume and music of the Country Hurst, Robinson and Co.
London 1823.
SCOTT, Captain Charles Rochfort Excursions in the Mountains of Ronda and Granada
with characteristic sketches of the Inhabitants of the South of Spain Henry Colburn,
London 1838.
SEMPLE, Robert A Second Journey in Spain in the Spring of 1809; From Lisbon Through
the Western Skirts of the Sierra Morena, to Sevilla, Cordoba, Granada, Malaga, and
Gibraltar; and thence to Tetuan and Tangier C. and R. Baldwin, London, 1810.
SITWELL, Sacheverell Spain B.T. Batsford Ltd. London 1950.
ROSE, Hugh James Untrodden Spain and her Black Country being Sketches of the Life
and Character of the Spaniard of the Interior Samuel Tinsley. London 1875.
TENISON, Lady Louisa Castile and Andalucia Richard Bentley. London, 1853
(xiii+488 págs., veinticuatro grabados y veinte viñetas).
WIDDRINGTON Captain Samuel Edward Spain and the Spaniards in 1843 T. and
W. Boone. London 1844.
USSHER, Arland Spanish Mercy, Victor Gollancz, London 1959.
359
B: (F )
361
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
362
O
LÓPEZ-BURGOS, M. A. Granada como tema literario en los viajeros ingleses del siglo XIX
(1980). Memoria de Licenciatura. Universidad de Granada.
– Libros ingleses sobre España en dos bibliotecas granadinas. (1984) Universidad de Gra-
nada.
– Aportaciones metodológicas al estudio de la Literatura de Viajes: Viajeros ingleses en la
Granada del siglo XIX (1989).Tesis doctoral. Universidad de Granada.
– Granada 1802-1843 (1995) Granada, Némesis Editores.
– Siete viajeras inglesas en Granada 1802-1872 (1996). Granada, Axares.
– Por Tierras de Alhama-Temple. Relatos de Viajeros ingleses 1809-1852 (1997). Alhama.
Excmo. Ayuntamiento de Alhama.
– La Vega de Granada. Relatos de viajeros ingleses durante el siglo XIX (1997). Santa Fe,
Excmo. Ayuntamiento de Santa Fe.
– Por los caminos del Poniente Granadino. Relatos de viajeros ingleses durante el siglo XIX
(1998). Loja. Fundación para el Desarrollo Rural del Poniente Granadino y Excmo.
Ayuntamiento de Loja.
– Santa Fe y La Vega de Granada (1998) Santa Fe, Excmo. Ayuntamiento de Santa Fe.
– Guadix y su comarca (1999) Melbourne y Granada, Australis Publishers.
– Por las rutas de Baza (1999) Melbourne y Granada, Australis Publishers.
– Granada, 1802-1830 (2000) Melbourne y Granada, Australis Publishers.
– Granada, 1830-1843 (2000) Melbourne y Granada, Australis Publishers.
– Granada, 1843-1850 (2000) Melbourne y Granada, Australis Publishers.
363
María Antonia López-Burgos - Plateado Jaén
364