Garber - Locus Terribilis

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Motivación y función de la permanencia

en el locus terribilis

Klaus Garber
Profesor emérito de la Universität Osnabrück

Después de haber presentado el locus terribilis debe clarificarse la cuestión


mucho más importante acerca de la función que le cabe a esta figura, opuesta
al locus amoenus, propia de la naturaleza de la literatura barroca alemana.
¿Qué motivaciones se han encontrado en el siglo xvii para permanecer en
esas regiones tan extremadamente inhóspitas? ¿Cuál es la relación interna del
duelo y la lamentación del amante para con el locus terribilis? ¿Qué significa ese
lugar apartado para el ermitaño y el observante espiritual? ¿También existen
relaciones entre la disposición de ánimo y la realidad externa, tal como las hay
entre la vida pastoril y el locus amoenus? Investigaremos en primer lugar qué
motiva a los hombres a permanecer en el locus terribilis y luego las relaciones
alegóricas entre el ámbito humano y el natural.

1.- Huida de la sociedad – Alejamiento del mundo

La justificación que brindan la poesía amorosa del Renacimiento y la del


Barroco en relación a la permanencia del amante doliente en aquel sitio
distante proviene de la Antigüedad, a saber, de la 18a. elegía de Propercio.
En ese lugar abandonado, solitario, el amante doliente puede expresar
«impunemente» («impune») su dolor oculto. «Impunemente» por hallarse aquí
lejos de su amada, de la «domina», «quien, frente a una queja, reaccionaría
con castigo».1 Esta motivación especial —temor ante el castigo del ama— en el

1
Stahl, Doppeldeutigkeit bei Properz, 1.c. P. 442.

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Petrarquismo ya se da solamente en forma ocasional. Más bien ella se amplía a
esquivez por parte del sufriente en presencia de otras personas en general. De
esta manera, en la poesía de soledad de Petrarca, el doliente, quien atraviesa
los campos abandonados, otea la arena en búsqueda de huellas humanas de
las que quiere huir. La razón de obrar de esta manera no es el temor ante el
castigo sino el exceso de dolor que el doliente ya no sabe esconder frente a la
sociedad, tal que, si no quiere delatarse, ha de retirarse de la misma. Esta razón
deviene obligatoria entre los petrarquistas. Uno puede hallarla en España en la
2da. égloga de Garcilaso, en Francia entre los poetas de la Pléiade y una y otra
vez entre los líricos alemanes del siglo xvii. Aquí se naturalizó prácticamente
como fórmula el giro según el cual el amante desea abismarse en su pesar en
soledad, en forma oculta, sin ser observado ni perturbado por otras personas.
Más detalladamente que en la lírica este deseo se fundamenta en la novela.
D’Urfé se manifiesta en «Astrée» en este sentido:

Pues la preocupación más intensa está naturalizada en forma tal / que la


soledad sea su primer refugio / a los efectos de que en sociedad al alma / el
veneno de su enfermedad / no le esté permitido / expulsarlo en forma libre y
sin impedimentos / e igualmente hasta haberse desprendido de éste/ no sea
capaz de (incorporar) antídotos ni consuelo. (I, 50)

Del mismo modo, Montreux en su «Juliana»:

Pero créeme Phillis / no busco ningún otro placer o alegría / [más] que en
la soledad / fuera de toda sociedad: para que pueda seguir tanto mejor mis
ideas erróneas / y, según necesidad, quejarme lo suficiente / y pueda llorar
mi sufrimiento: dado que de la sociedad humana y de la convivencia con
un amante miserable / como yo / para lo cual me ha ayudado valientemente
mi bella pastora con su falta de simpatía / solo me encuentro muy molesto y
disgustado. (S. 62)

En Alemania esta motivación retorna por ejemplo en el «jardín de


los amoríos». El amante doliente busca «la oportunidad / de perderse frente
al grupo social presente / para estar solo» (p. 101). Por el mismo motivo el
doliente en la «Florabella» de Bekkh evita «toda compañía» (Hoja E 5/4). Su
«mayor alegría es /conversar con la soledad / pues ésta no puede delatarme
/ si manifiesto algo / que de otro modo seguramente evitaría (Hoja I 5/7) y,
de acuerdo con esto busca «lugares / adonde nadie gustaría ir» (Hoja V 5b).
Pero esta motivación es superficial. Pues el malafortunado también
podría encerrarse en una habitación si quisiera quejarse sin ser molestado.
Y, sobre todo, aun necesitando recluirse en lugares distantes, no haría falta
que fuesen repugnantes, peligrosos u oscuros. La motivación del amante
infeliz de transitar su duelo sin ser molestado, lejos de la sociedad, es un
topos literario que los poetas del siglo xvii hicieron suyo con mucho ahínco
porque les brindaba la posibilidad de fundamentar en forma muy diferente
la permanencia en el locus terribilis. Pero vayamos primero a la motivación de

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una vida de ermitaño en la novela picaresca.
Ésta es mucho más profunda que la motivación para transitar el duelo
amoroso en lugares solitarios.2 El ermitaño se retira a los lugares situados lejos
del mundo porque como pícaro ha reconocido durante su permanencia en
él que es pecaminoso y está arruinado, y que la suerte que se presenta en la
figura de placeres sensuales y riqueza, y que concede fama, poder y honor, si
bien es atractiva no es duradera. A más tardar al final de su viaje por el mundo
el pícaro llega a reconocer esta situación. En lugar de disfrutar de bienes
pasajeros, abandona los sitios de tentación y de vicio para consagrarse en
soledad a la contemplación de la verdad imperecedera, del mensaje cristiano,
y encontrar allí la salvación del alma que el mundo le niega.
El bosque distante, impenetrable, las montañas inaccesibles y la isla
marcan este lugar de contemplación apartado del mundo. Funcionan como
contraste en relación con el mundo. Esto puede reconocerse claramente
en el «Simplicissimus» de Grimmelshausen. El ermitaño, maestro de
Simplicissimus, «no solamente huyó de las malas compañías / sino de todo el
mundo» (p. 36), porque el mundo le robó la felicidad, y se refugió en «la parte
más desolada del bosque» (p. 62). Por medio del personaje de Simplicissimus,
quien conoce uno tras otro ambos espacios, se representa aquí el contraste
entre bosque y mundo que aquí se insinúa. Una vez fallecido el ermitaño,
Simplicissimus comienza a percibir las molestias del bosque y lo invade
la necesidad de «contemplar también ávidamente / el mundo además
de contemplar cosas divinas y celestiales» (p. 37). Espacialmente eso se
representa con el abandono del bosque. El mundo se representa, sin embargo,
en estado de guerra, y esto induce a Simplicissimus a emprender nuevamente
la retirada a la «naturaleza salvaje» pero en forma más contemplativa (p. 39).
El próximo encuentro con el mundo lo lleva a ver torturas de soldados y
de campesinos. Ello le causa repudio a Simplicissimus y retorna al bosque.
No por casualidad ingresan aquí en la novela imágenes de la Guerra de
los Treinta Años. Ellas representan los vicios y la depravación del mundo.
Recién después de un tercer intento, Simplicissimus entra en un mundo en el
que el devoto vive en primer lugar como un necio, luego se adapta a las leyes
mundanas y se entrega al pecado hasta que, al final, en conocimiento de la
esencia del mundo, retorna a la naturaleza salvaje alejada del mundo, pues
«Dios desea ser venerado en lugares de calma y candor con corazón inocente
y conciencia tranquila».3
De esta manera el locus desertus cumple una función importante en
la novela picaresca —al igual que en la lírica de la meditación como en el
poema de soledad de Gryphius— al exhibir la vida en soledad por abandono
del mundo como espacio vital de distanciamiento. Que en esta función el
locus desertus no devenga en objeto de descripciones más detalladas y quizá

2
Cf. para lo que sigue Alewyn, Beer, 1. c. P. 229 ss., y Alewyn, Der Roman des Barock,
1. c. P. 31 s.
3
Opitz, Hercinie, p. 48, reimpresión p. 48.

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más realistas queda visibilizado por la traducción de Gusmán de Egidio
Albertino. Después de tres años de cárcel el pícaro, está decidido a ponerle
fin a su vida pecaminosa en el mundo y abandonarlo,

en un bosque / me senté bajo un árbol / contemplé mi vida pasada / y el pobre


y peligroso estado del mundo / conversé conmigo mismo y dije: Oh, pobre
Gusmán, / ¿qué eres? ¿Qué quieres emprender? ¿A dónde te diriges? (S. 313)

Tal apego a la utilización de signos, que se ha criticado una y otra vez


en las descripciones barrocas de la naturaleza, solamente puede explicarse
por su función como portadora de significado. El bosque es una cifra [chiffre]
para el distanciamiento del mundo y podría ser reemplazado perfectamente
por el concepto de «lugar distante». Interesa solamente en esta función de
contraste. Es un «lugar teológico sin espacio en el paisaje».4

2.- Libertad condicional y castigo en el locus terribilis. Lo viejo y lo nuevo en Beer

Así como se motivaba la permanencia del doliente en el sitio alejado, así la


confrontación de quien estaba en duelo con los horribles rasgos de este tipo
de naturaleza humana. D’Urfé, quien finaliza la primera parte de su «Astrée»
con la huida de Celadón ante el acoso de Galatea, relata la situación de su
héroe de noche en el sitio inhóspito.

Con cuestiones similares se castigaba Celadón a sí mismo / cuando de a


ratos se olvidaba de sí / pero cuando comenzaba a extenderse la noche /
acudían todas sus desventuras con mayor fuerza a su memoria / pues la
oscuridad posee esta propiedad / que fortalece todas las impresiones /
además nunca iba a descansar / Por cierto que entonces sería de noche y
estaría oscuro y cuando alumbrara la luna / permanecería durante la noche
bajo innumerables árboles / dado que al día siguiente frecuentemente se
encontraba pasado de sueño.
Entonces este pastor llevaba una vida miserable / que en poco tiempo lo llevó
a estar tan pálido y escuálido / que apenas podía reconocérsele / También
él mismo, cuando iba a veces a la fuente a beber ávidamente / se asustaba al
ver su figura en el agua / Y se sorprendía de cómo podía vivir en ese estado.
(...) Oh, cuando Astrea lo hubiera visto en este estado / ¡cuán grande habría
sido su alegría y satisfacción por el dolor de su pastor fiel! / Porque con un
testimonio tan certero habría reconocido / cuánto era amada de verdad / por
el pastor más fiel y completo que pudiera vivir a lo largo de toda la orilla del
río Lignon. (I. Tomo ii, p. 745 y siguiente)

En el «Clio» de Homburg el doliente formula el lema, bajo el cual ha

4
Alewyn, Beer, 1.c. P. 235. Über die Beersche Einsiedelei, cf. p. 277 y ss. de nuestro trabajo.

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de figurar su muerte en el locus terribilis:

Aquí / aquí yacía aquel / que debió dejar con pérdida a la fiel Fillis; aquí
mismo finalmente se descompuso / mirad / aquí se ha muerto Damon (…)
(Hoja H 5/7)5

Con su permanencia en un lugar en el que se encuentra expuesto a


peligros y sustos de todo tipo, el amante demuestra, pues, su fidelidad y su
firmeza. Testimonia su amor inmutable al soportar todas los suplicios en el
locus terribilis. Nos hemos topado ya con esta motivación en el Don Quijote.
Sin embargo allí, donde se parodia el topos de la novela de caballería, ello
adquiere en la era de la contrarreforma y del barroco una nueva significación.
Es conocida la importancia de la prueba del héroe en la poesía del barroco. En
la tragedia, prueba de la constantia (sic) del héroe es el hecho de que rechaza
el Reino y la corona, el poder y el honor y no teme la muerte cuando se trata
de permanecer fiel a su convicción.6 En la novela cortesana se pone a prueba
la fidelidad de los amantes sometiéndolos una y otra vez a separaciones
espaciales y luego a tentaciones y amenazas.7 En los ejemplos citados de la
poesía amorosa pastoril el locus terribilis toma, pues, a su cargo, la tarea de
procurarle tormentos al amante para que éste pueda atestiguar su fidelidad.
Brindar testimonios de firmeza —ése es el sentido de las aventuras en la
novela cortesana barroca. En este sentido puede interpretarse en las obras de
d’Urfé y de Homburg la permanencia del amante en el locus terribilis como una
forma especial de aventura. Y de esta manera se nos abre aquí la posibilidad,
al menos como excursus, de advertir que el locus terribilis aparece en la novela
de la época, sobre todo como sitio de aventura, más allá de constituir un sitio
para el amante dolido, el ermitaño y el observante.8

5
Cf. También Gedichte aus dem Königsberger Dichterkreis, p. 52: ¡Bien! Te amo con toda
mi alma, por eso tampoco me separo de ti / y me río de todas las cuevas feroces / que
dan confianza al lobo y a la miseria.
6
La diferencia entre el tipo de vida que llevan el héroe, el pastor y el campesino
radica en que el héroe está expuesto a tentaciones y a amenazas, no así el pastor y el
campesino o bien solo en determinados géneros, como en la novela pastoril y en la
novela pastoril heroica del tipo de d’Urfé. La virtud del héroe se prueba en la lucha;
la del pastor y del campesino en una existencia tranquila («tranquilitas»), conforme
e inocente. Aun siendo tan diferentes los modos de estos dos tipos de vida, a ambos
les subyace la convicción de que la suerte mundana no es duradera y que si se quiere
llevar una vida feliz hay que resistirse a las tentaciones. De esta manera se explica
que en la tragedia aparezca la alabanza de la vida rural (cf. el primer Rey en en el
Papinian de Gryphius).
7
En las novelas pastoriles, que en lo formal se parecen a las cortesanas, también se
usa la separación espacial para demostrar la fidelidad. Cf. Astrée I, 340; I (Tomo ii)
562 ss; Zesen, Rosemund, p. 29, 81.
8
El locus terribilis como lugar de aventura es una herencia de la épica medieval del
rey Arturo, donde se lo encuentra sobre todo en la figura del bosque salvaje. «Son
correlatos temáticos la “aventiure” “salvaje” y la de caballería. Su unidad de motivos
no es deducible. Aquí la poesía antigua no apadrinó [sic]. (Gruenter, wunnecliches tal,

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En dirección aparentemente contraria a la primera conduce una
segunda motivación que se toma como justificación para permanecer en el
locus terribilis:

El bosque monstruoso
Ése es mi lugar de permanencia

1. c. p. 373). «El ámbito “salvaje” es el ideal para la “aventiure” caballeresca; en él se


encuentran las personalidades más brillantes del Círculo del rey Arturo para rendir
las mayores pruebas.» (loc. cit., p. 372). Cf. También Curtius, Europäische Literatur,
1. c. p. 207 s.; Auerbach, Der Auszug des höfischen Ritters, en Mimesis, Dargestellte
Wirklichkeit in der abendländischen Literatur, 2da. Ed. mejorada y ampliada, Berna
(1959) (=colección Dalp 90), pp. 120-138. También se origina en la novela medieval de
caballería el motivo del extravío en el bosque. Cf. Gruenter, wunnecliches tal, 1. c. p.
373. Las dos funciones del bosque salvaje perduran en la novela barroca. Como sitio
de prueba se nombra el bosque en el inicio de «Herkules und Valiska» de Buchholtz.
Los héroes liberan a tres mujeres del acoso de cinco jóvenes libertinos armados y con
ello prestan testimonio de su devoción y de su virtud: «Cabalgando algo perdidos
por el bosque de Verona a Padua / escucharon desde lejos el griterío de una gran
cantidad de mujeres / que a duras penas se mantenían/a pesar de que se quería
ejercer violencia contra su castidad (…). Cuando lograron atravesar no sin esfuerzo
los cercos espinosos / llegaron a un espacio verde delicioso / cubierto de árboles
altos espaciados entre sí /ahí mismo vieron cinco hombres grandes y fuertes con
sables desenvainados / que disponían de tres muy lindas mujeres acostadas delante
de ellos en el piso» (I, 24 y s.). Esto constituye, simultáneamente, una prueba de la
supervivencia del esquema contrastivo «locus amoenus» – [locus] salvaje en el Barroco.
El bosque como lugar de aventuras es popular en la novela picaresca.
Mientras que en la aventura el héroe testimonia su virtud, en el caso del pícaro es su
pecaminosidad. Cf. Beer, Welt-Kucker ii, 61; Jucundissimus, p. 76, 113; Winter-Nächte,
p. 20; Verliebter Österreicher, p. 145. Frantzösischer Kriegs-Simplicissimus, p. 112
(bosque oscuro — fuente clara en el medio). Cf. También la colección de novelas de
Harsdörffer, en la que el bosque es del sitio del asalto. Simultáneamente el bosque
le brinda un escondrijo al pícaro. Cf. el cap. 20 de la 1ra parte del «Guzmán» en la
traducción de Egidio Albertino; el Simplicissimus, pp. 139, 359 y ss. (la huida de los
campesinos al bosque: p. 400, 442); Frantzösischer Kriegs-Simplicissimus, p. 34 y
ss.; Printz, Güldener Hund, Hoja C7/2; Beer, Welt-Kucker ii, 62; Jucundissimus, p. 96.
Algunos documentos de entre la novela cortesana: Anton Ulrich, Aramena v, 41;
Zigler, Banise, p. 13, 261 y ss. Finalmente sobrevive el tema en la novela picaresca. Cf.
al respecto p. 251 s. y p. 261 y ss. de nuestro trabajo. El mar como lugar de aventura
en la continuación de la novela griega: Simplicianischer Jan Perus, p. 268; Beer, Welt-
Kucker i, 141 y ss. Cf. también Simplicissimus de Grimmerlshausen, p. 320 ss. (La nave
náufraga en el Rin). Esta temática también cumple una función en la novela pastoril.
Cf. Zesen, Rosemund, p. 11 y ss.; De la Grise, Misoneur, p. 287 y ss.
A pesar de los múltiples movimientos que efectúan los personajes en la
novela picaresca y en la de héroes, ambos géneros son pobres en descripciones de
la naturaleza. (Con respecto a las excepciones, cf. el capítulo acerca del sitio del
amor consumado y la nota 53). El espacio solamente está presente en la dimensión
abstracta de la lejanía, nunca como espacio percibido o aun como espacio vivido.
Es la figura simbólica del mundo, en la que el héroe acredita su virtud y el pícaro
comete sus pecados. Solo bajo este aspecto teológico-moral el espacio es interesante.
La naturaleza aparece dentro de él marcada apenas, en la forma indicada, como
escenario sobre el cual tienen lugar las acciones.

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Allí / donde las bestias
Braman desde sus cuevas.
Entra volando sin peligro
Un pajarillo /
Sólo deseo /
Ser alegre y libre /
Como este animal.
Con claro eco /
Canta el oscuro ruiseñor
Y canta demasiado temprano
El liviano animal alado
Oh! Pienso frecuentemente al percibirlo,
¡Quien fuera así /
Y pudiera hacer /
Como éste /
Y cantar tan libremente!
Si bien pensé muchas veces
Qué fue lo que me trajo hasta aquí
Que quien obró de esa manera
Fue un mero delirio amoroso;
Que por añadidura considera
Mi espíritu demasiado noble /
Comenzó a entonar /
Como el cisne /
Mi propio canto funerario.

Percato en mi persona /
Que no he obrado correctamente /
Que me pasé
Siguiendo la vanidad
Y aun así es en vano
La razón y el arte /
Si algo ha de ayudar
Eso solo lo hará
La gracia de la amada.
(Schoch, Jardín poético de las delicias y las flores, p. 20 y s.)

Los peligros y los suplicios propios del locus terribilis no provocan


aquí la resistencia del héroe que se está probando, sino que ellos le parecen
un castigo justo por una vida pecaminosa que lo indujo a dejarse robar su
libertad por un amor nimio y pasajero, esclavo de sus pasiones. Así como en
las tragedias de la época el villano es sometido a suplicios atroces, aquí el
amante debe padecer los martirios del locus terribilis. No es, por lo tanto, una
casualidad que Augspurger compare en su «Reisende Clio» [Clío viajera] el
locus terriblis con el infierno, en el que debe morar el amante:

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A este paraje horrible / en estos lugares yermos / donde no brilla el sol / de
constante oscuridad / que bien podría ser un esquema de aquellos infiernos
(...) (Bl. Eiij)

Ahora bien, ¿cómo explicar que en la poesía amorosa el locus terriblis


aparezca una vez como sitio de prueba y otra como lugar de castigo?
La respuesta yace en el carácter ambivalente del amor petrarquista y
simultáneamente en la doble función del amor en la poesía del siglo xvii.
El amante desesperado pero inquebrantable representa la personificación
de la firmeza y la virtud. Así se lo representa en los géneros de la alta
literatura, a los cuales pertenece la «Astrée» de d’Urfé. Simultáneamente,
la pasión del amor puede ser un signo de vicio, como puede apreciarse
sobre todo en la literatura menor. En la literatura petrarquista se imbrican
ambas interpretaciones, y así es como el amante se presenta una vez como
personificación de firmeza en Homburg y, otra, como pecador en Schoch.
Una investigación minuciosa y profunda del petrarquismo en Alemania,
de la que carecemos hasta el momento, debería mostrar de qué modo estas
ideas éticas y religiosas participan del juego artístico de los poetas y no dejan
intactas las temáticas heredadas.
Si en el locus terribilis el amante es sometido a castigos, también debe
anclarse precisamente en este lugar la motivación por emprender la vida de
ermitaño como la caracteriza Beer. Pues éste funde el tema del retraimiento
ermitaño por duelo amoroso, propio de la novela cortesano-caballeresca y
de la novela de amor, con la fundamentación de una vida eremita propia
de la novela picaresca y ésta se parece a la de la poética de Schoch. Los
héroes de Beer interpretan el amor de la misma forma que el pícaro sus
aventuras en el mundo: como un vicio que los llevó por un mal camino,
en el que perdieron la salvación de su alma. Así como el pícaro renuncia
a su vida pecaminosa para llevar una vida en soledad que complazca a
Dios, así los personajes de Beer se encaminan a su condición de ermitaños
no solamente por dolor amoroso sino también por arrepentimiento y por
tomar conciencia de la fugacidad de la felicidad sensual. Las amenazas, a
las cuales están sometidos los enamorados en las torres de los palacios y
en los calabozos, como también en su soledad, y que Beer suele calificar de
tenebrosas, constituyen para el héroe las razones por las cuales reconoce su
pecaminosidad y a su vez el castigo por su vida descarriada. Por ello, para
Beer el lugar del ermitaño no es solamente un locus desertus para meditar
sin ser molestado sino simultáneamente un locus terribilis en el que el héroe
experimenta tormentos. Pero lo decisivo es ahora que, para Beer, el amor ya
no pertenece más exclusivamente a la categoría de vicio. Más bien existen
vínculos espirituales entre los personajes de sus novelas, en las que ellos
están a igual distancia de la sensualidad de la novela picaresca como de
la firmeza de la novela cortesana.9 La expresión de esta característica se

9
Cf. Alewyn, Beer, 1. c., p. 170 y ss., en especial p. 181 y ss.

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encuentra en el hecho de que la condición de ermitaño no se extiende como
forma perdurable de vida sino que se la encuentra como forma episódica o
bien al final de la misma para cerrar la obra «con acordes ceremoniosos».10
Le falta la obligatoriedad de la novela picaresca más antigua. El retorno al
mundo puede producirse en cualquier momento, sobre todo a causa de la
felicidad que prodiga el amor y por las alegrías que brinda la vida social,
ganadoras ambas por primera vez de su derecho propio. Inversamente —
pero en estrecha relación con ello— los personajes de Beer reconocen una y
otra vez que la vida eremita lejos de los amigos, comporta inconvenientes,
disgustos y aburrimiento que la contemplación y la oración ya no
pueden suplir. Los eremitas de Beer buscan entretenimiento. Una de las
posibilidades para superar la vida solitaria desgraciada consiste en el goce
de la naturaleza.
«Cuando el hombre medieval se marchaba a la soledad, lo hacía con
la mirada baja o con ojos cerrados. El mundo terrenal, también la naturaleza,
el paisaje circundante de su soledad palidecían en su sentimiento, se le
tornaban indiferentes u hostiles».11 Esta observación que verificó Vossler en
relación al medioevo también es válida mayormente para los ermitaños del
siglo xvii. La naturaleza es un ambiente de ascetismo y de contemplación. La
relación del ermitaño con ella es naif. La utiliza para transitar penosamente
su miserable existencia. Ella lo priva justamente de las delicias de la vida y,
al obligarlo a vivir en el ascetismo, le posibilita llevar una vida orientada
severamente a la contemplación y a la adoración de Dios.
Ahora bien, Grimmelshausen, en su «Continuatio», ya le había
permitido disfrutar a su Simplicissimus la vista desde las alturas de la Selva
Negra.12 Pero el maestro didáctico vitupera expresamente este placer de la
vista de la naturaleza diciendo: «con tal imagen y vistas de tan bella región
del territorio me deleitaba cuando oraba apasionadamente» (p. 8). Y al final
de la «Continuatio» la isla del ermitaño está provista de todas los encantos
del locus amoenus. Pero también esto cumple una función. Con su fertilidad
exuberante, la isla es un sitio de tentación. Aquí penetra el mundo con sus
deleites en la atmósfera del ermitaño a quien pone a prueba. El deleite de la
naturaleza amenaza en Grimmelshausen la salvación del alma al distraerla
de la única finalidad de la vida humana: superar el mundo perecedero y
fundar la vida en lo imperecedero, en Dios. Aún en Beer este argumento
ejerce su anatema:

¿De qué te sirve, hombre miserable, ver algo de lo que de todas maneras no
puedes disfrutar? El mundo se desvanece y todos sus placeres desaparecen.
A veces sientes el deseo de pasear, pero transcurrida una horita, qué te
deparó y qué otra cosa traes de vuelta que un corazón apesadumbrado y

10
Loc. cit., p. 236.
11
Vossler, Poesie der Einsamkeit, I.c p. 43.
12
Continuatio, p. 8.

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un estado de ánimo disperso? Una partida alegre frecuentemente arrastra
tras sí un triste retorno, y una noche amena deriva muchas veces en una
mañana penosa. (Sommer-Täge, p. 432 y s.)13

Simultáneamente, empero, los personajes de Beer, justamente sus ermitaños,


rebaten esta sabiduría y se abren de manera totalmente nueva a su espacio
de vida, a la montaña y al bosque. A medida en que con Beer la vida de
ermitaños pierde su legitimación religiosa, el espacio de vida del ermitaño
gana en significación, como lo ha mostrado convincentemente Alewyn.14
Con Beer se produce, vista desde el siglo xvii, la situación paradojal de que
los ermitaños comienzan a amar su condición de tales no solamente debido
a la contemplación, sino también al deleitarse con la naturaleza. Y este placer
prende no solamente, como suele suceder en el Barroco, por el contacto con
la naturaleza amorosa, sino también por el contacto con otros fenómenos.
Cuando Rebhu parte por primera vez a las montañas para iniciar su
vida de ermitaño dispone al lado de su caverna rocosa de un manantial:

un manantial saltarín próximo a su ermita / que salta desde una roca muy
alta con mucha frescura y un murmullo agradable / y que así atraviesa el
valle / uniéndose agradablemente a un arroyuelo que pasa por allí. (Welt-
Kucker ii, 88)

Cuando parte por segunda vez para «convertirse en eremita» en una montaña
por encima de un lago,

el lugar de vivienda (...) muy cómodo / porque no contaba solo con una sola
vista / sino que podía escrutar de tanto en tanto el mar con placer, mirando en
una y otra dirección más allá de mi espacio / y distinguir con extraño placer
las diferentes velas de los barcos que se cruzaban de un lado a otro. (iii. 230 y s.)

En un atardecer contempla las «olas juguetonas del mar» (p. 231). El


«austríaco enamorado» puede observar desde su eremita situada por
encima del lago Wolfgang «tres lagos y la mitad del paisaje». Zendorio
también se deleita viendo más abajo un lago con barquitos pescadores.
Pero además le corresponde a él una fuente muy especial de placer que, en

13
Cf. también Lund, Poemata, p. 75:
Quien desee acostarse a soñar en la sombra de un bello jardín / solamente a
la espera del sueño / no ve otra cosa que el pasto y los árboles alrededor de
la casa. De ninguna flor extrae imagen alguna:
Otro espíritu, más elevado, al que le están dados sentidos más maduros /
No mira qué está alrededor: estira su obra de arte a la obra milagrosa de Dios.
Reconoce la omnipotencia de Dios. /
Y cómo toda hierbita puede servirle de enseñanza.
Cf., además, Fürer von Haimendorff, Pomona, S. 101, und Limburger, Pegnesisches
Hirten-Gedicht, Bl. iij f.
14
Alewyn, Beer, I. c. p. 233 y ss.

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el siglo xvii, parece conocerla solamente Beer, la lluvia:

Cuando llovía, me acostaba detrás (sic) del techo de cortezas, para que me
arrullara allí mismo el agradable murmullo de las gotas de agua y pudiera
dormir. Disfrutaba también de este placer a menudo y mucho porque en esta
sierra se producían casi cotidianamente importantes tormentas de lluvia (...)
(Winter-Nächte, p. 114)15

Finalmente, la naturaleza también ofrece a los ermitaños de los «días


de verano», quienes partieron a la ermita por un deseo de cambio, las
comodidades deseadas:

Philipp se dirigió a un bosquecillo placentero próximo a su vivienda, en


el cual los pajarillos le endulzaban con su agradable voz la mayor parte de
su tiempo. Christoph y su hermano Gottfrid se hicieron compañía en un
extenso bosque de pinos, donde junto a un arroyuelo de murmullo constante
edificaron bastante decididamente su refugio. (p. 425)

El narrador se sienta en una torre de su palacio, desde la cual «podía abarcar


con la vista un área considerable del mundo» (p. 425). Solamente Friedrich
lleva una vida ascética y en su «desierto cruel e inseguro» (p. 436) es asediado
por fantasmas − significativamente, por cuanto solamente en su caso sigue
en vigencia la motivación ascética para su vida ermitaña. En tanto los otros
llevan una vida agradable, pescan, cazan, enjaulan pájaros, tocan el violín.16
Lo sorprendente de estas tiradas radica en que a un poeta del siglo
xvii le esté permitido obtener reacciones ante el paisaje montañoso y el
bosque que no sean de malestar. Beer es el primero que acepta los aspectos
sublimes de la naturaleza. Disfruta de la caída de agua desde la roca elevada;
se regocija con la «tormenta de lluvia» que azota los bosques en la montaña
y halla placer en un castillo

entre tres altas montañas, cubiertas de abetos muy grandes, bajo los cuales se
asomaban a veces grandes montículos de piedra, que a un espíritu solitario
no le eran displacenteros. (Welt-Kucker II, 179 y s.)

15
Cf. Alewyn, Beer, I.c. p. 228 s.
16
Cf. más allá del tema de la condición de ermitaño: Beer, Sommer-Tage, p. 484: «Esa
misma noche llovió, … , y como nos había alojado en un cobertizo situado cerca
de un gran matorral boscoso, descansamos suavemente bajo el murmullo suave de
las gotas de lluvia y del viento que la acompañaba y no asomamos por entre la
manta más que media oreja para escuchar mejor la dulce resonancia». Cf. tb. p. 497:
«Cayó sobre él una gran lluvia, que si no, habría tañido al aire su raqueta de fuego
que manejaba magistralmente, mientras que adentro más bien nos empeñábamos
en procurarnos descanso nocturno y gozar del murmullo de las hojas que en la
cámara del día anterior nos había arrullado placenteramente». Además, se disfruta
en el «Verliebter Österreicher» «el murmullo del agua saltarina / y los placeres del aire
diáfano». Ambos adormecen al escucha (p.185 s.).

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Contrapóngase a éste el fragmento mencionado de la «Fortsetzung» de
Birken, donde los riscos y las rocas «amenazaban al pasante con una pronta
muerte» (p. 24), para reconocer cuánto se amplia el horizonte de experiencias
gracias a Beer. Recién cuando se reconoce este hecho pueden practicarse las
limitaciones que aparecen siempre en los personajes en las fronteras entre
los siglos xvii y xviii. Se trata en primer lugar del placer que le produce al
eremita en la sierra la vista panorámica de la que goza, no del poder y de la
soledad de la montaña en sí. Y sobre todo Beer no traspone el marco de la
percepción sensorial. Cierto es que los sentidos atentos del eremita perciben
fuera de los ruidos del manantial, del arroyuelo, del canto de los pájaros,
impresiones, que hasta ese momento se habían soslayado: el correr de la
lluvia, el crujir de las ramas, el juego de las olas en el lago. Sin embargo,
permanece ligado a su siglo por cuanto registra los atractivos sensuales de la
naturaleza, siempre que no adopte rasgos tenebrosos, y se deleita con ellos.

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Traducción: Enrique Bein

Este ensayo supo ser parte de la tesis doctoral de Klaus Garber, publicada como libro con el
título Der Locus Amoenus und der Locus Terribilis (Köln, 1974). La versión original en alemán
de esta traducción se titula «Motivation und Funktion des Aufenthalts am locus terribilis» y
conforma el tercer apartado del tercer capítulo, «Der locus terribilis», de dicho volumen. El
mismo no ha sido traducido a otros idiomas hasta el presente, no obstante su carácter pionero
al distinguir e interpretar el tópico clásico «locus terribilis» de modo comparable a cómo Ernst
Curtius había acertado a hacerlo en su Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter (1948)
en relación con el «locus amoenus».

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Referencia electrónica || Garber, Klaus. «Motivación y
función de la permanencia en el locus terribilis.» Hyperborea.
Revista de ensayo y creación, no. 6, 2023, 24-37. https://
www.hyperborea-labtis.org/es/paper/iii-motivacion-y-
funcion-de-la-permanencia-en-el-locus-terribilis-302
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.8400971

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