El Sentido de La Vida
El Sentido de La Vida
El Sentido de La Vida
ESTUDIANTES: SEVILLA
EL SENTIDO DE LA VIDA
¿Qué lugar ocupa la religión en la vida de las personas y de las sociedades? No conocemos ninguna
sociedad humana que no haya poseído religión. De forma que toda cultura posee una serie de rasgos
asociados a esa institución que solemos llamar religión. De igual manera, toda institución supone un
orden de la vida de las personas, y surge como respuesta a una necesidad de dichas personas y/o de
sus antepasados. Debe haber algo en la vida de las personas que les hace formularse cuestiones que la
religión responde, de no ser así no se habría inventado ni mantenido durante tanto tiempo.
Socialmente sólo habría podido tener arraigo de haber dependido de una fuerte y común experiencia
de los individuos que conformasen el mismo grupo social. Esto es, estar vivos. Y además saber que
vamos a morir. Recordemos que somos los únicos animales a los que cabe la conciencia y certeza de
que la muerte es el horizonte al que nuestra existencia se encamina. Por ello, precisamente, se nos
hace tan valioso a los humanos vivir, porque estamos seguros de que se va a acabar.
Vamos a empezar por nuestras propias ideas al respecto. No hay que hacer grandes esfuerzos para
contestar las preguntas que a continuación se formulan, pero sí es muy importante responderlas en
solitario y con total sinceridad. No hay una respuesta acertada, sólo cuenta lo que de verdad tú crees o
sientes. Responde por escrito.
«Tengo que repetir una vez más que el anhelo de la inmortalidad del alma, de la permanencia,
en una u otra forma de nuestra conciencia personal e individual es tan de la esencia de la
religión como el anhelo de que haya Dios. No se da el uno sin el otro, y es porque, en el
fondo, los dos son una sola y misma cosa. Mas desde el momento en que tratamos de
concretar y racionalizar aquel primer anhelo, de definírnoslo a nosotros mismos, surgen más
dificultades aún que surgieron al tratar de racionalizar a Dios». Miguel de Unamuno, Del
sentimiento trágico de la vida, Alianza Editorial, Madrid 1986, p. 207-208).
El ser humano es el único, entre todos los seres vivos, que se plantea el sentido de su propia
existencia: ¿por qué estoy en el mundo? ¿puedo esperar algo después de la muerte? ¿tiene alguna
finalidad mi existencia? Todos nos hemos formulado en alguna ocasión estas preguntas u otras
similares. En el fondo de ellas encontramos una doble experiencia: la de la grandeza y la de la
fragilidad de los seres humanos.
El solo hecho de que sea capaz de plantearse estas cuestiones, ya habla de su grandeza; pero también
sabemos de su impotencia y fragilidad ante multitud de circunstancias como el dolor, la enfermedad,
y, sobre todo, la muerte. ¿Tiene sentido la vida, con sus tensiones, sus alegrías y sufrimientos, si al
final nos espera la muerte? Esta pregunta tiene varias respuestas. Una de ellas es la que ofrecen las
religiones. A pesar de las enormes diferencias que hay entre ellas, las religiones pretenden responder a
uno de los anhelos más íntimos de las personas: el deseo de una felicidad que llegue más allá de la
muerte. Aquí sólo podemos desarrollar una aproximación filosófica al fenómeno de la religión, como
respuesta a la pregunta por el sentido.
El interés del problema filosófico del sentido de la vida radica en su urgencia: necesitamos saber sí la
vida tiene sentido y cuál es ese sentido. Pero el problema es «enojoso», porque el significado del
término «sentido» resulta difícil de precisar, con lo cual -al hacernos la pregunta acerca del sentido de
la vida- no sabríamos qué nos estamos preguntando.
El sentido es una exigencia: es algo que tiene que haber. aunque cabe siempre una sospecha: podría
no
haberlo. Por eso se trata de una exigencia subjetiva, no objetiva: es el hombre mismo el que lo exige.
El sentido tiene que existir para mí: no basta que exista para los demás, si yo no me lo he apropiado.
Por eso, nadie puede vivir fingiendo que la vida -su vida- tiene sentido. Se trataría de un autoengaño
que necesitaría estar reprimiendo continuamente la convicción contraria, lo cual conduce al
desequilibrio total. Por eso, el psicoanalista Víctor E. Frankl ha insistido en que no es posible la salud
espiritual si se carece de un sentido de la vida:
«El hecho de poner sobre el tapete el problema del sentido de la vida no debe
interpretarse nunca como síntoma o expresión de algo enfermizo, patológico o
anormal en el hombre; lejos de ello, es la verdadera expresión del ser humano de por
sí, de lo que hay de verdaderamente humano, de más humano en el hombre...».
Frankl piensa que un hombre sano psíquicamente puede estar enfermo «espiritualmente» si su vida
carece de sentido. Entonces requiere un tratamiento especial que Frankl llama “logoterapia” (terapia
del lógos, del espíritu...).
a) Finalidad o dirección. Se habla así, por ejemplo, del «sentido» de la marcha o de una carretera. Es,
por tanto, la meta de un movimiento (del tipo que sea). Cuando algo se mueve «sin ton ni son», su
movimiento carece de sentido; lo mismo sucede cuando alguien «no sabe lo que quiere»: sus
aspiraciones y deseos carecen de sentido. Una de las formas de frustración consiste justamente en la
decepción: el fin perseguido no es lo que se pensaba o era una pura ilusión. Se habla, en este caso, de
sentido del mundo o de la historia.
b) Significación. Esta acepción remite, primariamente, al lenguaje, es decir, a los signos lingüísticos:
ante una palabra desconocida nos preguntamos cuál es su sentido o significación. Toda palabra, en
efecto, es un signo que consta de un significante y un significado, entre los cuales se establece la
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relación de significación. Ahora bien: también las cosas pueden ser consideradas como signos (e
igualmente los
acontecimientos de la vida). Entonces se puede decir que el mundo se convierte en un «gran libro»
cuya lectura, requiere conocer las significaciones o sentidos de cada cosa y de cada acontecimiento.
Cuando tal lectura se hace difícil, el mundo y la vida aparecen como “carentes de sentido”.
c) Valor. Finalmente decimos que algo tiene «sentido» cuando «merece la pena» o tiene un 'valor.
Justamente el valor es aquello que hace estimable una cosa y merecedora de ser hecha o de seguir
existiendo. Lo contrario sucede cuando algo «no vale nada». La vida carece de sentido cuando alguien
pueda empezar a pensar: «Yo ya no valgo para nada». Salvo que escuche: «Tú sigues siendo
importante». Marcel escribió que amar consiste en decir: «Tú no debes morir».
¿Es el sentido un problema o un misterio? Por problema entendemos una cuestión en la que hay algo
desconocido que es preciso averiguar. Lo característico del problema es que una vez planteado, tiene
solución, sólo hay que aplicar la técnica adecuada, aunque no siempre esté, de hecho, disponible. Un
misterio, en cambio, es una situación que me afecta en lo más profundo y me compromete. Lejos de
ser un obstáculo que me entorpece, el misterio ilumina, abre perspectivas y, como no es posible
“resolverlo”, me acompaña toda la vida. La pregunta por el sentido habría que situarla en el campo del
“misterio” antes que en el de los problemas. Cuando la formulamos, esta sobrepasa el ámbito de lo
problemático y nos adentramos en el ámbito del misterio. De manera sólo orientativa, se puede
afirmar que hay tres formas básicas de responder a la pregunta por el sentido:
- No hay sentido. La existencia, la vida, el mundo, son un absurdo. No hay posibilidad de dar sentido
a la existencia humana, y ni siquiera tiene sentido plantearse la pregunta por el sentido. Propiamente
hablando, ésta no es una “respuesta” a la pregunta por el sentido, pues en realidad lo que se hace
desde esta posición es negar la propia pregunta. Tal actitud es la que han adoptado, entre otros,
algunos pensadores contemporáneos, como J.P. Sartre o J. Monod, y algunos escritores como A.
Camus o Cioran.
- Afirmación de un sentido inmanente. Algunas respuestas consideran que la existencia tiene una
finalidad, un significado o un valor, pero entendiendo que la muerte es un límite absoluto para la
humanidad. Por ello, el sentido sólo puede estar o encontrarse más acá de la muerte, en el propio
existir humano. Como ejemplo de esta posición podemos citar autores como E. Bloch o Enrique
Tierno Galván.
Finalmente: