Maldita Literatura, La Escritura Del Grito Primitivo, Di Pace
Maldita Literatura, La Escritura Del Grito Primitivo, Di Pace
Maldita Literatura, La Escritura Del Grito Primitivo, Di Pace
Una de las posibilidades para pensar el arte sería afirmarlo como un intento de
comprensión. En este caso, quien escribe sobre el Mal, pretendería entender qué es.
Ahora bien, siguiendo esta idea, el género terror, por ejemplo, estaría escrito por autores
que buscan ahondar en este concepto. Lovecraft lo haría recurriendo a sus dioses
maléficos; Stevenson trataría de “comprender”, con El extraño caso de Dr. Jeckyll y Mr.
Hyde (The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde), clara metáfora del otro yo que
todos tendríamos; Frankestein o el moderno Prometeo (Frankestein or the Modern
Prometheus) y Drácula (Dracula) serían también otra forma de acercamiento a dicha
noción. Es cierto que el Mal no es propiedad exclusiva de este género. En El señor
Galíndez, de Eduardo “Tato” Pavlovsky, el autor se pregunta, y hace que nosotros,
lectores o espectadores, nos preguntemos: ¿qué es lo que hace que un padre tierno sea a
su vez un torturador? ¿De qué está hecha esa fuerza o voluntad que lo lleva a hacer lo
que hace?
En una primera instancia, se podría pensar que alguien que se pregunta por el Mal
sería alguien que está en la vereda opuesta. Pero si seguimos esta idea… ¿el Marqués de
Sade de qué lado estaría? Al parecer, el asunto no es tan sencillo.
Consta que en algún diccionario se habla del Mal como una carencia absoluta de
virtudes. Llamativa definición porque, en ese poder que uno se atribuye a veces para
juzgar la moral de los otros, descubre menos gente mala de lo que cree, y se sorprende
porque aquel que tilda de malo tiene siempre alguna virtud inesperada. Por otro lado,
¿es malo quien ejerce un daño? ¿O tiene que repetirse esta conducta? Georges Bataille,
en su libro La literatura y el mal (La littérature et le mal) sugiere que hay una gran
diferencia entre actuar mal y hacer el mal.
Esto lleva a pensar que no hay definición que, en algún punto, no peque de inexacta.
Y más en cuestiones artísticas donde las definiciones son más aproximaciones que
certezas. La realidad es tan inabarcable que no hay arte ni ciencia ni religión que pueda
asirla.
Asimismo, es inevitable asociar el Mal al poder. Uno se pregunta entonces: ante esta
condición, ¿el Mal aparece o despierta de su letargo? O… ¿se había manifestado
ocasionalmente pero con el ejercicio del poder se hace más frecuente, más vigoroso?
Por todas estas razones, porque el arte trata sobre las pasiones humanas, el tema del
Mal está presente en gran parte de la literatura. Y es tema decisivo en autores que
escriben con ardor, fuerza y lenguaje propio.
En el libro antes citado, Bataille habla de Baudelaire, de la germinación de sus flores
“del mal”, escribe sobre el ya mencionado Sade, el conde de Lautréamont (Isidore
Lucien Ducasse), discurre sobre William Blake, sobre Franz Kafka (el Mal encarnado
por la ley inquebrantable y carente de piedad). Anota además su Historia del ojo
(Histoire de l'œil), libro surrealista y erótico citado en estas páginas. Se podría agregar
Calígula, la obra que cuenta sobre ese emperador romano que, dolido por la muerte de
su hermana y amante, ejerce con la excusa de la “libertad” el crimen, o el libro La peste,
ambos títulos firmados por Albert Camus. Está claro que ante situaciones límite, asoma
la nobleza del ser humano pero, de igual forma, surge su lado oscuro. Crimen y castigo
(Prestupléniye i nakazániye), de Fiódor Dostoyevski, es otro libro que trata sobre el
asunto; y por supuesto, El proceso, del ya nombrado Kafka (el Mal encarnado en el
poder de un estado que va contra los derechos individuales). Por si fuera poco, la
literatura policial, principalmente la novela negra, trata sobre dicha cuestión: el crimen
se comete por dinero (ambición, poder). Es destacable además la humanización del Mal,
Patricia Highsmith, con el protagonista de El talento de Mr. Ripley (The Talented Mr.
Ripley), es claro ejemplo. Sabemos de entrada quién es el asesino: el tema pasará
entonces por las motivaciones que lo llevaron a matar. En el transcurso de la novela
conoceremos al ser humano, sus virtudes, sus miserias, y hasta nos despertará cierta
compasión.
La literatura medieval abunda en referencias al Mal, personificado en este caso por la
imagen de Satán, las historias de súcubos e íncubos (¿deberían incluirse los grimorios
El Libro de San Cipriano o el Albanum Maleficarum?). Si hablamos de seres infernales
y celestiales, podríamos mencionar La Divina Comedia (La Divina Commedia), donde
Dante hace un catálogo de personas que no mejoran el mundo y a quienes Dios asigna
alguno de los nueve círculos infernales.
Por nuestras tierras, abundan los escritores que han abordado esta temática. Roberto
Arlt, creador de El juguete rabioso, nos presenta a su personaje Silvio Astier, quien
quema una librería y traiciona a un camarada y en Los siete locos, del mismo autor, se
describe el plan de una sociedad secreta que consiste en matar a casi todo el mundo en
pos de una sociedad mejor. Abelardo Castillo también habla del Mal, de la crueldad…
pienso en su cuento “Patrón”, entre otros. Silvina Ocampo es otro ejemplo, con su
tratamiento de la malicia en los niños, esa ferocidad de la inocencia. El mismo Borges le
da relieve al asunto, en “Las ruinas circulares” nos cuenta sobre ese demiurgo que
quiere soñar un hombre, pero… según los gnósticos, el orgullo que alguien siente por
sus propias facultades es clara personificación del Mal. Por último, se podría arriesgar
que se trata sobre el Mal en “Casa tomada”, el famoso cuento de Julio Cortázar, donde
algo desconocido e incuestionable deja afuera a los propietarios de una casa, los deja
afuera de sí mismos, porque no pueden decidir, sólo escapar (“lo ominoso” diría Freud,
se hace presente).
En conclusión, el Mal no es deseable en la vida real, pero sí en la literatura. El Mal es
atractivo. El lector, yendo a una metáfora que ya es lugar común, quiere “sangre”. Sin el
Mal, asevera Bataille, la literatura se volvería muy aburrida. Y es cierto que en los casos
citados, la literatura alcanza la fuerza del grito inicial, y su inmediato silencio.