Un Intruso en Mi Cuaderno Primer Capítulo

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Dirección editorial:

Departamento de Literatura GE
Dirección de arte:
Departamento de Diseño GE

2.ª edición revisada, 1.ª impresión: mayo 2022


© Del texto: David Fernández Sifres
© De las ilustraciones: Rafael Vivas
© Grupo Editorial Luis Vives: de esta edición, 2022;
de la primera edición, 2012
Impresión:
Edelvives Talleres Gráficos. Certificado ISO 9001
Impreso en Zaragoza, España
ISBN: 978-84-140-4107-9
Depósito legal: Z 405-2022

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Un intruso
en mi cuaderno
David Fernández Sifres

Ilustraciones

Rafael Vivas

EDELVIVES
A Yolanda, por las noches con estrellas.
A la memoria de Celestino Llamazares Redondo, Tino.
A todos los que le quisimos.
Novela ganadora del
XXIII Premio Ala Delta de Literatura Infantil

El jurado se reunió el 27 de enero de 2012.


Estaba compuesto por Carmen Blázquez (crítica literaria),
Violante Krahe (editora), Ana López Andrade (profesora),
Marina Navarro (bibliotecaria),
Mónica Rodríguez (escritora), y
Mª José Gómez-Navarro, como presidenta.
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La primera mariposa apareció dibujada


en una hoja de mi cuaderno un martes, a
la vuelta del recreo. Yo tenía nueve años,
el pelo con remolinos y quería ser astro-
nauta, detective y futbolista. Juro que
nunca me habían interesado las maripo-
sas. Lo más parecido, unos petardos con
alas de colores que se elevaban del suelo
antes de explotar. Y sí, se llamaban «pe-
tardos mariposa». Qué original, ¿eh? No

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sé quién los inventaría, pero seguro que
no perdió mucho tiempo pensando en el
nombre.
Aquel martes, cuando subí del recreo y
abrí mi cuaderno, me encontré con una
mariposa dibujada. ¿Que si me acuerdo
de cómo era? Me enfadé tanto que se me
grabó en la cabeza igual que si me hubie-
ran pegado una fotografía en la frente.
Era azul, con un borde negro muy estre-
cho y un hilo oscuro que colgaba del final
de cada ala, como la cola de una cometa.
El cuerpo era pequeño y de la cabeza sa-
lían dos antenas larguísimas.
Me fui hacia la papelera para arrancar
la hoja con la mariposa y tirarla, pero en-
tonces pasó algo inexplicable. Muy inex-
plicable. Más inexplicable que cuando sa-
qué un siete en Matemáticas. Mucho más
inexplicable que la vez que chupé un polo

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y se me quedó pegado a la lengua. Mu-
chísimo más inexplicable que el día que
las albóndigas de mi madre no se me hi-
cieron bola en la boca.
El martes en el que apareció la primera
mariposa en mi cuaderno, la papelera es-
taba llena de hojas arrancadas. Hojas
arrancadas con una mariposa cada una.
Con colores diferentes. Yo creo que había
hasta colores inventados.
Un cosquilleo extraño me recorrió la
espalda y noté que las manos me tembla-
ban un poco. A lo mejor era miedo, pero
intenté disimular; estaba en clase y las
chicas podían estar mirándome.
Tenía claro que pasaba algo raro. Muy
raro. Más que raro. Y vi mi oportunidad.
Lo de astronauta y futbolista lo dejaría
para más adelante. Era el momento de
convertirme en detective.

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Misterios no faltaban: ¿quién había di-
bujado las mariposas? ¿Para qué lo había
hecho? ¿Por qué había un montón de ellas
en la papelera? ¿Por qué había una en mi
cuaderno? ¿Significaba algo?
Me volví a mi sitio como si no pasara
nada, disimulando de la forma en que sa-
bemos hacerlo los detectives. A lo mejor
tenía demasiada imaginación, pero, en
un instante, me imaginé a cada uno de
mis compañeros como un espía con más-
cara y pelo postizo, utilizando algún có-
digo secreto para indicarle a su jefe que
yo acababa de encontrar las mariposas
dibujadas.
Debía tener cuidado. Cualquiera podía
ser el intruso de mi cuaderno. «Intruso».
Vaya palabra. Si la repites muchas veces
seguidas se te traba la lengua. Pues eso.
Estaba mosqueado. ¿Qué se había creído

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el intruso? ¿Que podía dibujar lo que le
diera la gana en hojas que no eran suyas?
¿No tenía un cuaderno propio?
Dibujé un pájaro enorme al lado de la
mariposa, con el pico bien abierto, como
si se la fuera a comer, y lo pinté de azul,
verde, amarillo y marrón. Le puse cejas
inclinadas para que pareciera que fruncía
el ceño y unos rayos saliéndole de los
ojos. Me quedé a gusto.

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