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Hoy los riesgos pueden afectar a casi toda la humanidad sin respetar fronteras, clases
sociales o edad

La convivencia cotidiana con la incertidumbre


Antes se culpaba al destino de las desgracias, ahora es el hombre el responsable, por
acción u omisión.

José Luis Luján y José Antonio López Cerezo (1)

Please decide". Un rótulo en numerosos hoteles nos invita hoy a decidir sobre las
toallas. Se nos advierte en varios idiomas de las graves consecuencias para la
naturaleza de tanto lavado innecesario y se nos pide que tomemos una decisión:
reutilizar o enviar a lavar. Algo que jamás había planteado interrogante alguno,
ahora se convierte en un problema de conciencia ambiental. Sin el poder de la
costumbre vinculante o de la ignorancia exculpadora, la vida actual está repleta de
decisiones con consecuencias más o menos graves, arriesgadas en un grado u
otro. Es uno de los aspectos de lo que se denomina "la sociedad del riesgo".

Al hablar hoy de la sociedad del riesgo se hace habitualmente referencia a una


doble experiencia en la sociedad contemporánea. Por un lado, a la posibilidad de
que se produzcan daños que afecten a buena parte de la humanidad. Son daños
que, bien como catástrofes repentinas (accidentes nucleares, por ejemplo) o bien
como catástrofes larvadas (la destrucción de la capa de ozono), están asociados a
la universalización de la tecnología y a sus consecuencias negativas por la
abolición de barreras nacionales, de clase social o generacionales. El efecto
invernadero, las catástrofes nucleares, los priones o los derramamientos de
petróleo no respetan fronteras entre países, entre ricos y pobres o entre padres e
hijos.

La sociedad del riesgo, además, consiste en la presencia de decisiones arriesgadas


en la vida cotidiana. La nuestra es una sociedad crecientemente tecnificada
respecto a procesos de producción, al funcionamiento de sus instituciones y a la
conducta individual. Los ámbitos de acción, antes regulados por una tradición
vinculante, ahora constituyen problemas de decisión y atribución de
responsabilidad: en el uso de toallas, la conducción de automóviles, el consumo de
energía, la utilización de tecnologías médicas, etc. Pero no es eso todo. La cuestión
no es tanto que los peligros de la sociedad actual sean mayores que los del
pasado, sino que hoy los peligros son habitualmente imputados a acciones y
decisiones humanas. Cuando un peligro potencial se conceptualiza como riesgo se
está afirmando que hay seres humanos que de algún modo son responsables de
esta amenaza.

http://www.campus-oei.org/salactsi/cerezolujan.htm 15/10/01
Si en el pasado muchos daños eran atribuidos a los dioses, la naturaleza, el destino
o la mala suerte, hoy se tiende a pensar que todos los peligros que nos acechan
son, por acción u omisión, responsabilidad humana. La gota fría, los terremotos y
los huracanes son fenómenos naturales, pero ¿lo son también sus consecuencias?
Posiblemente alguien no avisó a tiempo de que se acercaba el huracán, o no se
ocupó de limpiar el cauce del río seco, o no utilizó materiales de construcción
capaces de resistir el temblor de tierra, o... Si un daño pudo haberse evitado,
entonces alguien es responsable. Comienza entonces la controversia para
identificar culpables y establecer compensaciones.

Así se explica la aparente paradoja de que a mayor nivel de vida, mayor atención
sanitaria y mayor longevidad en una sociedad, un mayor número de riesgos
alcanzan visibilidad pública y causan alarma entre la población. La cuestión clave
es que cuanto mayor es el conocimiento y los medios técnicos, tantos más daños
potenciales son identificados como riesgos y más graves son las atribuciones de
responsabilidad dados los recursos disponibles. No es pues una sorpresa que los
riesgos antropogénicos movilicen hoy a ecologistas, asociaciones de consumidores
o a habitantes de cualquier pueblo que se sientan amenazados por una actividad
industrial o una instalación tecnológica.

Los conflictos en torno al riesgo comenzaron con la energía nuclear hace ya varias
décadas, difundiéndose en los últimos años a buena parte de los procesos
productivos, y centrándose principalmente en temas como el uso de productos
químicos en agricultura o los efectos de la contaminación atmosférica. La primera
reacción de los sectores más comprometidos con la sociedad industrial fue achacar
a la ignorancia los debates sociales en torno a riesgos. Pronto estos conflictos
fueron objeto de análisis por parte de psicólogos y científicos sociales. En los
últimos 20 años se han estudiado las variables psicológicas, sociológicas y
culturales que influyen en las actitudes hacia el riesgo. La literatura especializada
sobre el tema ha llegado a ser sencillamente inabarcable. Una de las conclusiones
más llamativas de estos estudios sitúa los conflictos sociales en torno al riesgo en
una perspectiva diferente a la habitualmente asumida.

Los colectivos que protestan contra la energía nuclear, el uso masivo de


plaguicidas o la contaminación atmosférica no sólo se muestran preocupados por la
protección del entorno y la salud pública. Algunos científicos sociales consideran
que estos conflictos están relacionados con otras cuestiones que en principio
podrían parecer muy alejadas: la credibilidad de las instituciones públicas, la
equidad social, las amenazas a la libertad individual o al bienestar económico. Las
protestas por la ubicación de un cementerio nuclear no son sólo protestas por la
posibilidad de que se produzcan fugas radiactivas, pueden ser también un
cuestionamiento de los mecanismos sociales de toma de decisiones o de
distribución de los costes y beneficios asociados con la alta tecnología. Lo mismo
cabría decir en relación con la reparación de submarinos nucleares, la instalación
de antenas para telefonía móvil, el consumo de productos transgénicos, etc. Esta
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más básicas sobre qué es una sociedad justa o qué es una vida digna. Ulrich Beck
afirma que la preocupación pública por los riesgos ha hecho que aquello que hasta
el momento se había considerado apolítico se torne político: el proceso mismo de
industrialización.

Más allá de los profundos significados políticos y sociales de los conflictos en torno
al riesgo, las sociedades contemporáneas se enfrentan a complejos problemas
relacionados con su gestión. El mal de las "vacas locas" o el efecto invernadero,
aunque por distintas razones, planteen retos análogos para los que no parecen
estar bien preparadas las instituciones públicas. Estas dificultades provienen de
ciertas características de los riesgos contemporáneos: son consecuencia de
sistemas productivos complejos en los que están involucrados distintos actores
sociales; con frecuencia no se dispone del conocimiento necesario para anticipar
sus impactos, y tienen no obstante consecuencias que pueden afectar tanto a otros
países como a generaciones venideras.

La gestión política del riesgo puede realizarse en general desde una óptica
preventiva o desde una óptica compensatoria. Se diseñan políticas para reducir
riesgos y atribuir responsabilidades por omisión, o bien para remediar daños ya
producidos y atribuir responsabilidades por acción. Ambos tipos de políticas han de
hacer frente a las dificultades anteriormente señaladas. A las políticas
compensatorias se les plantea principalmente el "problema de la individuación de la
responsabilidad": muchos de los riesgos presentes en la sociedad actual son
consecuencia de acciones de distintos agentes, ya sean productores, consumidores
o reguladores. Pueden incluso ser consecuencia de acciones realizadas en otros
países o por generaciones anteriores.

Las políticas preventivas han de hacer frente principalmente al "problema de la


previsibilidad". Su objetivo es prevenir efectos no deseados de la introducción de
ciertos procesos productivos. El problema es que muchas veces no se dispone, y
puede llegar a ser muy difícil de obtener, del conocimiento suficiente para predecir
estos efectos. Puede aparecer además el fenómeno conocido como "intercambios
de riesgos": cuando se minimiza o elimina un riesgo, se corre el peligro de hacer
que otro aumente o aparezca, del mismo tipo -o no-, para la misma población -o
para otra-.

Las sociedades contemporáneas están condenadas a convivir con el riesgo. La


dificultad en su gestión no ha de ser excusa para no tratar de mejorarla. Pero los
progresos en la gestión no eliminan el problema de decidir con qué riesgos se
quiere convivir y cómo van a ser distribuidos. Arbitrar mecanismos para que la
ciudadanía participe en estas decisiones es un asunto prioritario en los debates
políticos actuales.

(1) Profesores de Filosofía de la Ciencia de las universidades de islas Baleares y


Oviedo. Publicado en La Vanguardia. Se edita con permiso de los autores.

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