La Pastora Marcela
La Pastora Marcela
La Pastora Marcela
La pastora marcela
Don Quijote y Sancho, después de vivir varias aventuras, llegan a un lugar en donde son
acogidos por unos cabreros en sus chozas, quienes, además, los invitan a comer. Mientras
comen tranquilamente, llega otro cabrero compañero de los demás y cuenta una inesperada
noticia...
TEXTO
En esto, llegó de la aldea con provisiones otro cabrero llamado Pedro y dijo:
- Pues que esta mañana murió Grisóstomo. Y se murmura que murió de amor por la
endiablada Marcela, esa que anda en traje de pastora por estos andurriales. Y mandó en su
testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro, al pie de la peña donde vio a
Marcela por primera vez. Mañana vendrán a enterrarlo.
- El muerto era un hidalgo rico, que estudió en Salamanca y vino de allí muy sabio y muy
leído. Sabía la ciencia de las estrellas, porque nos anunciaba el cris del sol y de la luna.
- Estéril o estil – respondió Pedro -, que todo viene a ser lo mismo. Grisóstomo hizo muy
rico a su padre con los consejos que le daba: <<este año sembrad cebada, no trigo; en este
sembrad garbanzos, y no cebada>>.
- Lo tendré en cuenta – dijo don Quijote -, y os agradezco el gusto que me habéis dado von
tan sabrosa narración.
- Pero ahora – replicó el cabrero -, será mejor que durmáis bajo techo, porque el sereno os
podría dañar la herida.
Don Quijote se guareció en la choza de Pedro, pero se pasó la mayor parte de la noche
recordando a su señora Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se
acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino
como hombre molido a coces.
Apenas empezó a descubrirse el día, los cabreros despertaron a don Quijote para ir al famoso
entierro de Grisóstomo. Sancho ensilló a Rocinante y puso la albarda al burro con mucha
diligencia. Y, ya en camino, vieron a dos hombres a caballo que venían acompañados de tres
criados. Se saludaron cortésmente y caminaron juntos al lugar del entierro.
[...]
En esto vieron bajar de la montaña a unos veinte pastores, todos en zamarras negras y
coronas de ciprés y de amarga adelfa sobre la cabeza. Entre seis sostenían unas andas.
Se dieron prisa, y llegaron al pie de una peña donde ya estaban cavando la sepultura. En las
andas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido de pastor, de unos treinta años, de
rostro hermoso. Todos los presentes guardaban un hondo silencio, hasta que un gran amigo
del desdichado amante dijo:
- Este cuerpo que con piadosos ojos veis es el de Grisóstomo, que fue único en ingenio,
extremo en gentileza, magnífico sin tasa. Amó y fue aborrecido. Aquí declaró por primera vez a
Marcela su pensamiento, tan honesto como enamorado, y aquí lo desdeño ella por éltima vez,
y aquí puso él fin a la tragedia de su vida, y aquí quiso que lo depositaran en las entrañas del
eterno olvido.
De pronto una maravillosa visión se ofreció en la cima de la peña. Era la pastora Marcela, tan
hermosa que dejó a todos admirados y suspensos. Pero el amigo de Grisóstomo dijo con
ánimo indignado:
- Dinos, mujer cruel, ¿a qué vienes? ¿A ver si con tu presencia sangran las heridas de ese
miserable a quien tu crueldad quitó la vida?
- Vengo – respondió la pastora Marcela – para que sepáis que yo no soy culpable de la
muerte de Grisóstomo. Atended todos. El cielo me hizo hermosa, y todo lo hermoso merece
ser amado, pero no sé por qué he de verme yo obligada a amar a quien me ama. Yo nací libre,
y para vivir libre escogí la soledad de los campos, donde he luchado por conservar mi
honestidad, que es el adorno más hermoso del alma. A los que he enamorado con la vista, los
he desengañado con mis palabras. Jamás di esperanzas a nadie, así que a Grisóstomo lo mató
su insistencia, no mi crueldad. Yo no estaba obligada a corresponderle, y en ese mismo lugar
donde ahora caváis su sepultura le dije que quería vivir en perpetua soledad. Si él insistió en
navegar contra el viento, ¿qué culpa tengo yo de su naufragio? Que nadie me llame cruel ni
homicida, porque yo nada prometo, nunca engaño y hasta ahora a nadir di palabra de amor.
Yo soy libre y no quiero sujetarme a nadie.
Y sin querer oír respuesta alguna, volvió la espalda y se entró por lo más cerrado del monte,
dejando a todos los presentes tan admirados de su discreción como de su hermosura. En ese
instante a don Quijote le pareció bien usar de su caballería para socorrer a una doncella
menesterosa, así que puso la mano en el puño de su espada y dijo en altas voces:
Fuese o no por las amenazas de don Quijote, el caso es que nadie se movió. Acabada la
sepultura, los pastores pusieron en ella el cuerpo de Grisóstomo, la cerraron con una gruesa
piedra y esparcieron encima muchas flores y ramos. Luego todos se dispersaron, mientras don
Quijote, que se había despedido muy cortésmente de Vivaldo y de los cabreros, decidió partir
en busca de la pastora Marcela para ponerse a su servicio.
Fuente: Don Quijote de la Mancha (2004). Adaptación de Eduardo Alonso. Madrid: Vicens
Vivens. Primera parte, pág. 74-80.