Tarea 4 Tanatologia
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Las pérdidas y sus duelos
19 DE FEBRERO DE 2024
Siendo tan importantes para la persona las relaciones sociales, cuando esos lazos afectivos
se rompen por fallecimiento del ser querido a la que está vinculado, lo que se produce es
un estado afectivo de gran intensidad emocional al que llamamos duelo.
Podemos, pues, considerar que el duelo es producido por cualquier tipo de pérdida, y no
sólo es aplicable a la muerte de una persona. Por lo tanto el proceso de duelo se realiza
siempre que tiene lugar una pérdida significativa, siempre que se pierde algo que tiene
valor, real o simbólico, consciente o no para quien lo pierde.
Pangrazzi enumera una gran cantidad de tipos de pérdidas que he condensado en cinco
bloques:
1. Pérdida de la vida
2. Pérdidas de aspectos de sí mismo
3. Pérdidas de objetos externos
4. Pérdidas emocionales
5. Pérdidas ligadas con el desarrollo
¿Qué es el duelo? Duelo es un término que, en nuestra cultura, suele referirse al conjunto
de procesos psicológicos y psicosociales que siguen a la pérdida de una persona con la
que el sujeto en duelo, el deudo estaba psicosocialmente vinculado. El duelo, del latín dolus
(dolor) es la respuesta emotiva a la pérdida de alguien o de algo.
La actitud social ante los duelos, en nuestro medio, es de presión hacia su ocultación y
aislamiento.
Por hondo que sea el dolor de los deudos no está bien visto manifestarlo de una manera
pública y en la práctica no se hace. Cada día más, los familiares prefieren realizar los
funerales y/o entierro en la más estricta intimidad.
Es el sufrimiento el que nos revela y nos pone en contacto con nuestra vulnerabilidad.
Ya los trabajos de Freud en su obra “ Duelo y melancolía “ (1917) define los objetivos de la
elaboración del duelo en:
Dentro de los modelos psicoanalíticos, Melaine Klein insistió en que cada duelo reaviva la
ambivalencia residual, nunca completamente elaborada, con respecto a nuestro objeto
primigenio.
Otro modelo es el de la teoría del vínculo de Bowlby. Esta teoría describe el desarrollo
psicoemocional sano en el ser humano. La persona desarrolla de forma instintiva vínculos
(apegos). El mantenimiento de un vínculo se experimenta como fuente de seguridad y
dicha. La meta de la conducta de apego es mantener un vínculo afectivo. Cuando tales
vínculos se ven amenazados o rotos, se suscitan intensas reacciones emocionales.
Parkes ha sido otro estudioso del tema con su teoría de constructos personales, sugiriendo
que la experiencia de duelo da lugar a grandes cambios en el espacio vital del individuo.
Diversos autores (Bolwy, Parkes, Engel; Sanders) han definido distintas fases o etapas que
con algunos matices se pueden apreciar elementos comunes.
En general en todos los duelos existirán muchas características comunes, puesto que
parten de una información básica heredada y en íntima relación con nuestra supervivencia.
Sin embargo, la experiencia, el aprendizaje, la personalidad, y otra serie de factores
externos, como pueden ser otros vínculos, moldearan de forma individual la respuesta de
duelo en cada individuo.
Todas estas manifestaciones que a continuación vamos a señalar de manera sucinta deben
ser matizadas por el hecho de que la expresión de duelo no es universal, ni uniforme, ni
homogénea, y posee diferentes matices, expresiones, ritos y comprensiones desde
variables socioculturales.
De las manifestaciones externas del duelo, señala Tizón, no puede deducirse la intensidad
del dolor privado.
Dimensión física. Se refiere a las molestias físicas que pueden aparecer a la persona en
duelo. Sequedad de boca, dolor o sensación de “ vacío” en el estómago, alteraciones del
hábito intestinal, opresión en el pecho, opresión en la garganta, hipersensibilidad a los
ruidos, disnea, palpitaciones, falta de energía, tensión muscular, inquietud, alteraciones del
sueño, pérdida del apetito, pérdida de peso, mareos. Algunas investigaciones han
demostrado que las situaciones de estrés están íntimamente relacionadas con la
inmunodepresión y, por tanto, el organismo humano es más vulnerable a enfermar. Y
obviamente la muerte de un ser querido es una de las experiencias más estresantes.
Son circunstancias que harán más difícil la elaboración del duelo: Circunstancias alrededor
de la muerte. Muerte repentina o inesperada. Pérdida ambigua. Muertes traumáticas de la
muerte (suicidio, asesinato, etc.). Pérdidas múltiples. Muerte de un niño, de un joven.
Si bien es cierto que no todo proceso de duelo requiere de una intervención profesional y
que la gran mayoría de las personas pueden adaptarse a la vida de nuevo a pesar de la
pérdida, numerosos estudios han relacionado las muertes cercanas con alteraciones de la
salud de quienes la sufren. En un estudio reciente sobre la incidencia de duelos de riesgo
en familiares de primer grado (cónyuge o conviviente, padres-madres, hijos-hijas) en una
unidad de cuidados paliativos se constató que le 24% de los familiares estudiados era
susceptible de un duelo de riesgo. Creo muy interesante de cara al trabajo clínico con
personas en duelo, tener en cuenta algunas de las conclusiones a las que llegan autores
que han investigado sobre el duelo y que ponen en cuestionamiento la concepción clásica
desde el ámbito clínico e investigador. En estos estudios nos recuerdan que:
• Un número no desestimable de personas necesita más tiempo para recuperarse del que
nuestra cultura define como normal. Por consiguiente el afrontamiento de la pérdida de un
ser querido parece requerir un lapso temporal más variado y, en consecuencia, más flexible
del que ha venido estipulándose.
• Algunas personas necesitan hablar y expresar sus sentimientos sobre la pérdida en mayor
medida y durante más tiempo que otras. La regla social de que es inapropiado manifestar
sentimientos negativos fuera del periodo acotado por la cultura, priva a estas personas de
satisfacer su necesidad; si, además, tratan de ocultar su malestar para no verse rechazadas
o para no sentirse incomprendidas por las demás personas y no lo logran, pueden llegar a
pensar que no son normales o incluso que están desarrollando una enfermedad mental.
• Un cierto número de personas nunca asume la pérdida con serenidad, aunque haya
transcurrido mucho tiempo desde la muerte de su ser querido, y compatibiliza sus
sentimientos sobre la pérdida con una vida normal. Esto se observa con más frecuencia en
los casos de muerte repentina, accidental o violenta, en los cuales se suscitan con mayor
facilidad sentimientos de injusticia, y es una reacción que no hay que asociar
necesariamente a una patología.
Duelo crónico. El deudo se queda como pegado en el dolor, pudiéndolo arrastrar durante
años, unido muchas veces a un fuerte sentimiento de desesperación. La persona es
incapaz de rehacer su vida, se muestra absorbida por constantes recuerdos y toda su vida
gira en torno a la persona fallecida, considerando como una ofensa hacia el difunto
restablecer cierta normalidad.
Duelo congelado o retardado. Se le conoce también como duelo inhibido o pospuesto. Se
presenta en personas que, en las fases iniciales del duelo no dan signos de afectación o
dolor por el fallecimiento de su ser querido. Se instaura en el deudo una especie de
prolongación del embotamiento afectivo, con la dificultad para la expresión de emociones.
En el duelo congelado, a los deudos les cuesta reaccionar a la pérdida.
Duelo exagerado. También llamado eufórico. Este tipo de duelo puede adquirir tres
formas diferentes.
• Caracterizado por una intensa reacción de duelo. En este caso habrá que estar atentos a
las manifestaciones culturales para no confundirlo con ellas.
• Negando la realidad de la muerte y manteniendo, por lo tanto, la sensación de que la
persona muerta continua viva.
• Reconociendo que la persona sí falleció, pero con la certeza exagerada de que esto
ocurrió para beneficio del deudo.
Duelo ambiguo. La pérdida ambigua es la que más ansiedad provoca ya que permanece
sin aclarar. Existen dos tipos de pérdida ambigua. En el primero, los deudos perciben a
determinada persona como ausente físicamente, pero presente psicológicamente, puesto
que no es seguro si está viva o muerta, ya que no se ha localizado el cuerpo. Esta forma
de duelo ambiguo aparece muy frecuentemente en catástrofes y desparecidos por distinta
índole. En el segundo tipo de pérdida ambigua, el deudo percibe a la persona como
presente físicamente, pero ausente psicológicamente. Muy común en personas con
demencias muy avanzadas o que han sufrido daño cerebral y se encuentran en estado
vegetativo persistente.
Duelo normal. Quizás deberíamos haber comenzado esta clasificación por este tipo de
duelo, que es el más frecuente, y que se caracteriza por diferentes vivencias en todas las
dimensiones de la persona y que ya hemos señalado en otro apartado, pero que bien
podríamos resumir siguiendo las consideraciones de Kaplan sobre características del duelo
normal:
INTERVENCIÓN EN DUELO
No debemos olvidar que la mayoría de las personas son capaces de afrontar y realizar
adecuadamente el duelo sin ayuda. Las decisiones diagnósticas y de intervención han de
ser prudentes para evitar la interferencia en un proceso humano normal. Para poder
considerar un duelo como posible patológico, deberíamos tener en cuenta los siguientes
criterios:
• Falta de respuesta o respuesta débil durante las semanas que siguen a la pérdida.
Prolongación del embotamiento afectivo.
• Tras las primeras semanas persisten emociones muy intensas de rabia, resentimiento,
tristeza o culpa.
• El deudo no puede hablar durante la entrevista del fallecido sin experimentar un intenso
dolor.
• La persona que ha sufrido la pérdida no quiere desprenderse de ninguna pertenencia
material que pertenecía al difunto, o, por el contrario, se deshace precipitadamente de todos
los objetos (evitación fóbica).
• Cuando algún acontecimiento relativamente poco importante desencadena una intensa
reacción emocional.
• El deudo no hace la menor referencia a la pérdida, evitando cualquier circunstancia que
pudiera recordarle.
• El doliente ha desarrollado síntomas físicos como los que experimentaba el fallecido antes
de la muerte, incluso imita a éste en gestos, conductas, etc.
• El deudo realiza cambios radicales en su estilo de vida después de la muerte de su ser
querido.
• Miedo desmesurado a la enfermedad y a la muerte, hipocondría, consultas frecuentes al
médico.
• Impulsos destructivos y autodestructivos con abuso del tabaco, alcohol. En su grado
extremo puede llevar a realizar intentos de suicidio.
• Si tras el primer año desde que falleció el ser querido, no hay ningún signo de
recuperación.
• Cuando a los 2 ó 3 años de la pérdida no hay una clara evolución satisfactoria.
• Si la persona presenta una larga historia de depresión subclínica, marcada por la culpa
persistente y baja autoestima.
La estrategia fundamental para el manejo del duelo es darse tiempo y permiso para abordar
de forma consciente el proceso y restablecerse. Es cierto que el tiempo en sí mismo no nos
alivia pero necesitamos tiempo para realizar una serie de tareas que nos llevarán a la
superación de la pérdida. Será lo que hagamos en ese tiempo lo que nos brindará una
solución real.
Con el tiempo debemos encaminarnos a aceptar la pérdida para reconocer que el ser
querido ha muerto, debemos utilizar el tiempo para expresar de forma honesta y auténtica
los sentimientos que acompañan la pérdida. El tiempo, además debe emplearse para
aprender a vivir sin esa persona. Ese tiempo estará bien invertido si se recupera el interés
por la vida, se reconstruye el sentido de esta y se logra volver a gozar de la existencia. Para
recuperarse hay que permitirse bucear en uno mismo y descubrir los sentimientos que
habitan en nuestro interior, sin censurar, sin negar, pero tampoco recreándonos en ellos y
enganchándonos, sino dejándolos ir. Es cierto que habrá momentos difíciles y emociones
intensas que amenacen con rompernos. Habrá que atravesar esos desiertos con la
esperanza de un mañana mejor. Siguiendo el esquema propuesto por Worden, después de
sufrir una pérdida hay ciertas tareas que se deben realizar para restablecer el equilibrio y
para completar el proceso de duelo. Puesto que el duelo es un proceso y no un estado,
estas tareas requieren esfuerzo y podemos hablar de que la persona realiza “el trabajo de
duelo”.
La primera tarea del duelo es afrontar plenamente la realidad de que la persona está
muerta, que se ha marchado y no volverá. Parte de la aceptación de la realidad es asumir
que el reencuentro es imposible, al menos en esta vida tal y como la concebimos. La
realización de esta tarea es imprescindible para seguir adelante. Lo opuesto de aceptar la
realidad de la pérdida es no creer lo que nos está ocurriendo mediante algún tipo de
negación. Negar la realidad de la pérdida puede variar en el grado, desde una ligera
distorsión a un engaño total. Otra manera habitual de protegerse de la realidad es negar el
significado de la pérdida. De esta manera, la pérdida se puede ver cómo menos significativa
de lo que realmente es. La negación proporciona un alivio transitorio de la dura realidad
psicológica de una pérdida potencial. Pero la negación es un problema en sí mismo,
cuando, en sus formas extremas, impide una transformación que permita seguir adelante
con la vida. Llegar a aceptar la realidad de la pérdida lleva tiempo porque implica no sólo
una aceptación racional sino también emocional. La persona en duelo puede ser
intelectualmente consciente de la pérdida mucho antes de que las emociones le permitan
aceptar plenamente la información como verdadera. La negación también adquiere la forma
de no sentir el dolor, bloquear los sentimientos que están presentes. A veces se refuerza
esta actitud evitando pensamientos dolorosos. Idealizar al difunto, evitar las cosas que le
recuerdan a él o a ella y usar alcohol, drogas o psicofármacos son otras maneras en que la
gente refuerza la negación. Algunas personas hacen difícil la realización de la tarea
negando que la muerte sea irreversible. La tendencia, para la mayor parte de nosotros,
señala Pauline Boss es mantener una relación, y no renunciar a ella. Una vez que hemos
creado el vínculo, nos resistimos a dejarlo, por lo que cuando alguien a quién amamos
desaparece, la negación se vuelve una respuesta comprensible. A pesar de que la negación
puede a veces ser saludable, cuando ayuda a que la familia mantenga el optimismo, puede
resultar perjudicial cuando anula a las personas o las deja impotentes. Pueden las personas
en proceso de negación negar que hayan perdido algo o que lo tengan amenazado, y se
comportan como si nada hubiera cambiado. Por distintas razones, las personas que niegan
que algo está mal no están preparadas para escuchar la verdad. Se defienden optando, de
forma inconsciente, para mantener la situación: “las cosas están como han estado siempre,
nada va a cambiar” . La negación desadaptativa y perniciosa se puede trabajar pidiendo a
la persona que nos cuente con todo detalle, todo lo sucedido el día de la muerte. Así mismo
suele dar buenos resultados insistir en pedir al deudo que repita frases que represente la
realidad. Por ejemplo “mi hijo ha muerto”, “mi marido ya no está conmigo”. Siempre, en
todas las circunstancias y especialmente ante una negación es fundamental el buen
contacto emocional. Para favorecer la consecución de esta tarea es importante acercarse
a todas las evidencias que nos lleven a constatar que nuestro ser querido ha muerto, como
hablar de la pérdida, contar las circunstancias de la muerte de manera objetiva, visitar el
cementerio o lugar donde se han depositado las cenizas. Esta tarea es más complicada de
realizar en muertes repentinas e inesperadas, o en la muerte de los niños y niñas.
Otro signo del duelo resuelto es cuando conseguimos estar inmersos en el ciclo de la
existencia, abiertos al fluir de la vida en una apertura a los demás, conscientes de que ello
conlleva vulnerabilidad, y hasta la disposición a ser heridos. Dicho de otra manera, cuando
la persona recupera el interés por la vida, cuando se siente más esperanzada, cuando
experimenta gratificación de nuevo y se adapta a nuevos roles. Cuando la persona puede
volver a invertir sus emociones en la vida y en los vivos.
CONSIDERACIONES FINALES
Los duelos, por muy dolorosos y complicados que resulten, pueden ser oportunidades
excepcionales para nuestro crecimiento personal y realización, siempre y cuando seamos
capaces de afrontarlos y de integrar la correspondiente pérdida. La persona sana es aquella
que no intenta escapar del dolor, sino que sabiendo que ocurrirá intenta saberlo manejar.
El duelo, señala Bermejo, quizá reclame nuestra verdad más grande y hermosa: el valor
del amor. Y nuestra verdad más trágica: la soledad radical que nos caracteriza. La muerte
de un ser querido nos confronta irremediablemente ante el misterio de la vida. Nos impone
silencio; y el silencio vacío; y el vacío, reflexión inevitable. El psiquiatra existencialista Yalom
nos recuerda que el duelo es tan devastador y aterrador porque confronta a la persona con
los cuatro conflictos básicos de la existencia: la muerte, la libertad, la soledad y la falta de
significado. Efectivamente, una de las circunstancias terribles, de las más terribles, es la de
la muerte de un ser querido, que en algunas ocasiones se podrá tornar tan opresiva e
insoportable, que la persona queda ahogada en la inmensa amargura de su pena. Elaborar
las pérdidas no ha de ser una resignación pasiva o una sumisión sino una actitud flexible y
equilibrada, que le permita a la persona salvar sus propios valores y realizarse en la medida
compatible a sus circunstancias, y sin descompensarse. Efectivamente no es el olvido la
clave para vivir sanamente el duelo, no. El olvido mediante la represión nunca es liberador,
parece que nos aleja de lo que nos hace sufrir, pero no lo consigue del todo, porque el
recuerdo permanece enterrado en nosotros y sigue influyendo en cada instante de nuestra
vida. Las emociones reprimidas actúan generando tensión permanente, y como resultado
de la tensión crónica puede surgir un síntoma físico, un doloroso e improductivo recordatorio
de que estoy ignorando alguna emoción importante. En efecto, cuando no soy consciente
de mis emociones, ni reconozco los procesos por los que estoy atravesando (alienación),
es el síntoma o la enfermedad el único medio de expresión que le queda a nuestro
organismo. Pensar en el dolor sin negarlo, sin dulcificarlo, pero también sin reducirlo a una
experiencia oscura y sin salida, esa es la clave. El duelo se elabora sanamente según se
va aprendiendo a recordar e integrar lo mejor de la relación con la persona fallecida, y se
va pudiendo invertir la energía en nuevos afectos, y el ser querido queda habitando para
siempre en algún lugar del corazón en el que domina más la alegría porque sucedió, que la
pena porque terminó. No podemos amar sin dolernos. El duelo es un indicador de amor. Si
hemos amado intensamente, no se puede morir sin dejar a alguien dolido. Para sufrir la
pérdida se ha tenido que gozar del contacto, es la dialéctica de la vida. El dolor al igual que
el amor, tiene sus tiempos, sus ritmos, sus periodos.