Penny Jordan - Perdida en El Eden
Penny Jordan - Perdida en El Eden
Penny Jordan - Perdida en El Eden
Penny Jordan
Argumento:
Aun cuando el jeque Hassan ibn Ahmed era el padrastro de Danielle,
siempre la había considerado como su propia hija y por tal motivo, ella le
amaba, respetaba y deseaba complacerle.
Sin embargo, no compartía sus ideas respecto al matrimonio; así que
cuando se enteró de que sus intenciones eran casarla con su sobrino
Jourdan, al que ni siquiera conocía, se enfadó muchísimo. Y si ella, en
algún momento, pensó que todo se arreglaría en el primer encuentro, se
equivocaba, ya que Jourdan, aunque muy atractivo, era más peligroso que
una serpiente.
Penny Jordan - Perdida en el Edén
CAPÍTULO 1
—¡OH PAPÁ, es maravilloso! Pero no deberías darme tantos caprichos —dijo
Danielle mirando a su padrastro. Éste era alto, llevaba barba e impresionaba
con su elegante túnica árabe.
—Tonterías —negó con firmeza cogiendo el precioso diamante para colocárselo
en su delicado cuello—. Aunque seas mi hija adoptiva, Danielle, te quiero como
si fueras de mi sangre, y disfruto dándote tantos caprichos. Quiero que se
realicen todos tus deseos —concluyó con una sonrisa—. Si siguiera mis
impulsos, te regalaría esmeraldas que hicieran juego con el verde intenso de tus
ojos, y perlas del Golfo que envidiarían la blancura de tu piel.
Danielle sonrió complacida. Su padre había muerto poco después de nacer ella
y trece años más tarde su madre conoció al jeque Hassan Ibn Ahmed,
propietario de un enorme emporio petrolero, con quien se casó por segunda
vez. Coincidieron en la recepción que una empresa británica, en la que
trabajaba su madre, le ofreció.
El jeque estaba divorciado; de su matrimonio anterior no tenía hijos, y aunque
nunca hacía referencia a esa etapa de su vida, Danielle sospechaba que ése
podía haber sido el motivo de la separación. Desde que se conocieron, se
llevaron muy bien, y él aprovechaba cualquier momento para demostrarle el
gran cariño que le tenía.
Hassan vivía y trabajaba en Londres, dirigiendo una importante compañía
petrolera, que era abastecida por un pequeño estado árabe ubicado entre
Kuwait y Arabia Saudí que gobernaba su hermano mayor.
Danielle tenía la impresión de que la familia de su padrastro no aprobaba su
segundo matrimonio, pues nunca les habían visitado, ni en el lujoso
apartamento de Saint John, ni en la casa de campo que tenían en Dorset, cerca
de su escuela. Sin embargo, era evidente que valoraban la inteligencia que él
había demostrado en el mundo de las finanzas y el comercio, ya que de otra
forma no le hubieran confiado la dirección de la empresa.
Danielle sabía que en varias ocasiones algunos compatriotas le habían visitado
aunque ella no había tenido la oportunidad de verlos, debido a que había
regresado de la escuela de Suiza dos años antes, ya que Hassan era reacio a
mezclar los asuntos familiares con su trabajo.
Ésa fue la causa del primer disgusto entre ellos, y el diamante era símbolo de su
deseo de reconciliarse con ella. Al finalizar sus estudios, Danielle regresó a
Londres decidida a buscar empleo. Nunca se había imaginado que su padrastro
se opusiera a sus planes. Muy enfadado, le dijo a Danielle, si pretendía que la
gente pensara que él no podía mantenerla.
Danielle le pidió a su madre que le explicara a Hassan que las jóvenes de
occidente al llegar a determinada edad era normal que desearan
independizarse.
A pesar de que no compartía esas ideas, ante la insistencia de la joven, no tuvo
más remedio que ceder. Danielle se apuntó en un curso de cocina, al que
siempre había tenido deseos de matricularse.
Danielle sabía que si su padrastro hubiera sospechado que sus intenciones al
con frialdad a la vez que reconocía que lo hacía por protegerla tanto a ella como
a su madre de las preocupaciones inherentes a cualquier empresa y no por
mantenerlas al margen de esa parte de su vida.
Sin embargo, Danielle recordaba que al principio, lo había tomado como una
ofensa a su sexo. Hassan era un defensor de su vida familiar, pero Danielle se
estremecía al pensar lo que sería estar a merced de un marido oriental que
consideraba a la mujer poco menos que una mascota, ya que como toda chica
europea, sentía un deseo natural de independencia; pero como no quería
lastimar a quien tanto las amaba, no tenía más remedio que ocultar sus
convicciones.
—Una opinión que con seguridad Jourdan aprobaría —comentó Philippe con
una leve sonrisa—. Él es el mejor representante de lo que tú llamarías
chauvinismo. La última vez que estuvo en París, me sorprendió la opinión tan
pobre que tiene de la mujer, ma chérie; pero lo que más me asombró fue la forma
en que tus compatriotas le respondían. Claro que poder y riqueza es una
combinación nada despreciable y Jourdan posee las dos cosas.
Danielle le dirigió una breve mirada como si quisiera ahondar en su disgusto
que amenazaba convertirse en odio hacia ese Jourdan que despreciaba al sexo
femenino, pero lo usaba para su placer, desechándolo después como a un par
de guantes.
—Supongo que sabes que el padre de Hassan, como sabio gobernante que era,
eligió libremente al hijo que le sucedería.
Desde luego que no estaba enterada, pero en lugar de negarlo asintió con la
cabeza, pues quería saber más sobre la familia de su padrastro.
—El jeque Ben Ibn Ahmed tuvo cuatro hijos, Hassan fue su favorito y si hubiera
tenido descendencia, hubiese sido su heredero. Sus tres celosos hermanos le
hicieron saber al jeque Ibn Ahmed que no estaban de acuerdo en que un
hombre sin hijos fuera el gobernante de Qu'Har; por lo que después de
consultar a sus consejeros, se le nombró presidente vitalicio de la más
importante compañía petrolera. La decisión resultó ser muy inteligente, pues
bajo su dirección, la empresa se ha diversificado y crecido de manera
sorprendente. Las ganancias se emplean no sólo en beneficio de su familia, sino
de todo el pueblo. Tal vez no estés enterada de que los antepasados de Hassan
pertenecían a una pequeña tribu conocida por su audacia e independencia. Y
fue precisamente uno de mis predecesores quien convenció al jeque para que
mandara al extranjero a estudiar a sus hijos y ahí nació la relación entre mi
familia y la de Hassan. Mi padre dice que Hassan ha retribuido con creces lo
que su padre le debiera a mi abuelo, pero... —Parece que no estás de acuerdo —
observó Danielle, percibiendo la dureza en las facciones de su rostro.
—Reconozco que ha sido generoso, aunque podía haber hecho algo más —se
quejó—. Pudo darnos un puesto en el Consejo de sus diversas compañías, eso
para nosotros representa mucho y para él no tiene importancia.
El padrastro de Danielle creía que los hombres debían ganarse con su esfuerzo
el sitio que deseaban ocupar en la vida y Philippe, aunque era encantador
cuando se lo proponía, no tenía para el trabajo la misma dedicación que su
padre o que ella. Además, como joven que disfrutaba de la vida mundana de
París, deseaba poder compaginar sus ambiciones con sus diversiones. Danielle
se había dado cuenta de que Philippe la consideraba atractiva, pero estaba
segura de que para casarse elegiría una chica de su misma clase social, una
dulce y tranquila francesita que prestaría oídos sordos a sus aventuras. Ella
jamás podría aceptar una situación semejante. Reflexionó sorprendida por la
fuerza de sus sentimientos, estaba convencida de que si algún día se
comprometía, lo haría con alguien a quien amara intensamente y que la
considerara a ella como el centro de su universo. Sonrió con tristeza
reconociendo que eran muy pocos los hombres capaces de querer así, y hasta su
padrastro, que adoraba a su madre, la excluía de sus intereses personales.
Danielle se preguntaba si su madre sabría lo que Philippe le acababa de revelar.
De ser así, ¿por qué nunca le había comentado nada? Aunque reconocía que
hasta que ella no había salido del colegio, no la había empezado a tratar como a
una mujer. Hacía tiempo que la chica había madurado, pues debido a su
especial sensibilidad, la gente la buscaba para confiarle sus problemas; en el
internado y después en Suiza, a menudo era la confidente más solicitada. Este
don le permitió desarrollar una intuición que la ayudaba a esquivar las
situaciones molestas; pero no por eso dejaba de reconocer que era más difícil
establecer juicios imparciales cuando las emociones estaban comprometidas. Sin
embargo, ella se había hecho un juramento: mantener a toda costa sus
convicciones y no permitir que nadie la convenciera de lo contrario.
—¿Te estoy aburriendo? —la preguntó Philippe.
Danielle ocultó una leve sonrisa. Aunque se había dejado llevar por sus
pensamientos, la charla le parecía interesante. A Philippe le sentaba muy mal su
indiferencia.
—En absoluto —respondió con calma—. Por favor, continúa.
—Ahora viene lo mejor —prosiguió—. Cuando la esposa de Hassan supo que él
no sería el sucesor, pidió el divorcio. Es un privilegio al cual la mujer
musulmana tiene derecho de acuerdo con la ley, pero muy pocas lo solicitan. A
pesar de no contar más con el apoyo y la riqueza de Hassan y sabiendo que la
vida de divorciada no era muy agradable, Miriam se decidió por la separación
porque ella amaba a su hermano mayor y no a Hassan. Para entonces, él ya
sabía que no podía tener hijos, y rechazó tomar las tres esposas que le
correspondían de acuerdo con el Corán, pues no le atraía la idea de ser cabeza
de tres diferentes hogares. Para poder darle a Hassan el control absoluto de las
ganancias, obtenidas con el petróleo, su padre dejó establecido en su testamento
y firmado por toda la familia, que él tenía completa libertad para elegir a su
sucesor. Hasta que Hassan se casó con tu madre, todos daban por hecho que el
elegido sería Jourdan.
Aunque su rostro no mostraba ninguna expresión, Danielle dedujo por el tono
de su voz, que Philippe no estaba de acuerdo en lo que acababa de decir y se
preguntó el porqué. Y de nuevo se hizo otra pregunta, ¿sería Jourdan la razón
por la que su padrastro nunca las había llevado a visitar Qu'Har ni había
invitado a su casa a alguno de sus familiares? Su resentimiento en contra del
desconocido aumentó. ¿Cómo se atrevía a forzar una ruptura entre su padrastro
y su familia? Sabía que muchos árabes despreciaban a los que se mezclaban con
gente de otras razas, pero por lo que Philippe le había contado, Jourdan era el
menos indicado para criticarle.
—Por supuesto que a ningún miembro de la familia le agradó el enlace —
prosiguió—. Después de todo, Hassan es un hombre poderoso y rico, y aunque
se sabe —añadió con resentimiento— que Jourdan será su heredero, sólo el
pensar en compartir su fortuna con personas extrañas les parecía una locura.
—¿Personas extrañas? —repitió incrédula.
—¿Es que tampoco estás enterada? —sonrió divertido—. El mismo Jourdan es
un mestizo; la posición y aceptación de que goza se las debe por completo a
Hassan. Él es hijo de su hermano menor. Éste estudiaba en la universidad de
París y allí conoció a la que fuera la madre de Jourdan. Él nació sin que la
familia se enterara hasta que Saud perdió la vida en una riña callejera. Cuando
Hassan fue a París, se enteró de que su hermano había estado viviendo con
Jeannette así que le ofreció dinero para poder reconocer legalmente al niño que
iba a nacer.
—¿Y qué respondió ella ante tal proposición?
—Aceptó, desde luego y poco después de su nacimiento, Hassan le llevó a
Qu'Har. Siempre se supuso que lo había hecho por el hijo que nunca pudo
tener, y hasta que Jourdan fue a la universidad, vivió bajo la protección de su
tío.
Danielle pensaba que Jourdan era un ingrato. No le parecía bien que
respondiera así después de lo bien que se había portado su padrastro con él.
¿Cómo podía ignorarle así y por qué nunca le hablaron de él?
Como si siguiera la dirección de sus pensamientos, Philippe se disponía a
responder a sus dudas cuando monsieur Sancerre se acercó para pedirle que se
les uniera.
—Estos hombres —comentó madame Sancerre—. No hay duda de que Philippe
prefiere tu compañía, petite, a la de su padre y el jeque. ¡Eres tan bonita, que no
puede escapar a tus encantos!
CAPÍTULO 2
PHILIPPE es un joven muy agradable —le comentó Hassan mientras hablaban
sobre la velada de la noche anterior.
—No lo dudo, sin embargo él encuentra atractivas a todas las muchachas,
aunque no sean muy guapas —hizo una leve mueca que provocó la risa de
Hassan.
—Y como una joven más que guapa, no le haces caso, ¿no es así?
Su padrastro se encontraba de muy buen humor, y Danielle observó que
respiraba con alivio al darse cuenta de que ella no consideraba atractivo a
Philippe. Se desconcertó por un instante, aunque después sonrió pensando que
sin duda era porque deseaba retenerla a su lado el mayor tiempo posible.
—Para mí, es sólo un buen amigo —le aseguró a la vez que buscaba la
oportunidad de hablar acerca de algo que le preocupaba. No quería herir su
susceptibilidad, pero pensaba que había llegado el momento de aclarar tanto a
él como a su madre que tenía edad suficiente para tomar sus propias
decisiones-
—. No puedes continuar ahuyentando a mis pretendientes. Ya soy una mujer.
La mirada que le dirigió Hassan fue más de un hombre que de un padrastro y
Danielle se ruborizó como manteniéndose a la defensiva.
—Así que eso te preocupa —la reprendió con seriedad— ¿No sabes que para
mí, lo más importante es tu felicidad? __sonrió al verla asentir—. Entonces no
hay motivo para discutir.
Danielle se dio cuenta de que la habían manejado de nuevo, pero tarde o
temprano, su padrastro debería aceptar que ella no iba a vivir siempre con ellos.
Por la tarde, salió de compras con dos antiguas compañeras de escuela. Una de
ellas quería ser modelo y la otra había conseguido un contrato como bailarina
en el espectáculo West End. Aunque Danielle algunas veces envidiaba su
libertad y su forma de vivir, otras reconocía que el tipo de vida que llevaban no
era para ella. No estaba dispuesta a consentir que por su vida pasara una
procesión de hombres. Desde luego que disfrutaba de la compañía de sus
amigos, pero rechazaba la idea de una relación más formal y mantener cierta
intimidad la atemorizaba. ¿Tendría algún problema?
Debía aceptar que en cuanto a sexo se refería, ella prefería mantenerse al
margen ya que por ser tan romántica, consideraba que el amor era lo más
importante entre dos personas y no la intimidad de la que hablaban sus amigas.
Las muchachas eran muy simpáticas y aunque provenían de familias
adineradas, siempre andaban buscando tiendas de oportunidades en las que
encontraban ropa de los años veinte y treinta, y al igual que Danielle,
normalmente vestían con pantalones vaqueros y camisetas de algodón. Cuando
las tres jóvenes se encontraron en el lugar convenido, le hablaron de sus planes
para el futuro y del apartamento que compartían. Ambas provocaron la envidia
de Danielle.
Corinne, la bailarina, le preguntó que qué pensaba hacer ella y al enterarse de
sus planes se limitó a arquear una ceja.
—¿Poner un restaurante? ¿No te parece un proyecto muy ambicioso? Siempre
afortunada has sido tú, mamá! Tus dos maridos te han amado mucho. Si todos
los hombres que conozca se van a parecer a Philippe o a Jourdan, supongo que
nunca me enamoraré.
—¿Jourdan? ¿Por qué le mencionas? —quiso saber su padrastro a la vez que
Danielle se hacía la misma pregunta. Ella deseaba enamorarse y que la amaran.
En muchos aspectos se sentía como las demás jóvenes, aunque no dejaba de
reconocer que tal vez se había dejado influenciar por la adoración que su
padrastro le profesaba a su madre: un amor de novela. Sin embargo, tal vez
Hassan fuera único entre los de su raza y quizá único también entre todos los
hombres.
—¿No es cierto que él se casará con una joven que le tiene que aceptar, le
agrade o no?, ¿alguien que ignore cuál será su destino y la forma en que él
acostumbra comportarse? —respondió consciente de que se había dejado llevar
de nuevo por sus pensamientos.
—No deberías aceptar la opinión de un hombre para juzgar a otro, que además
le envidia —le reprochó—. Te tenía en mejor concepto, Danielle.
—No es sólo por lo que Philippe me comentó —replicó resentida porque su
padrastro la hacía sentirse culpable—. Unas amigas también me han hablado de
una joven que mantuvo relaciones con Jourdan en París; y hago la aclaración de
que no tenían idea de la relación entre él y mi familia. —Una mujer guapa; una
mujer de la calle que se vende al mejor postor —hizo un gesto desdeñoso.
—No tiene importancia su profesión —le interrumpió con brusquedad—. Se
trata de un ser humano con sentimientos; y si los hombres no estuvieran
dispuestos a comprar, las mujeres no venderían.
—Un hombre tiene ciertas necesidades —le explicó con franqueza—, y necesita
cubrirlas; había ocasiones en que tenga que acudir al mercado a comprar agua.
Por supuesto que no tendrá la frescura que tiene la de un oasis privado, pero no
deja de ser agua. Siempre te consideré generosa Danielle; no condenes a quien
sólo satisface un apetito natural.
Danielle se volvió para que no vieran sus lágrimas. ¡Qué lejos los sentía de ella!
Qué pensaría si se atreviera a decir que qué hay de las necesidades de una
mujer. ¿Debería satisfacer su sed de la misma forma que el hombre? Era la
misma bandera que el hombre siempre había enarbolado; pero su pasión no se
vería encadenada a lo que su pareja esperara de ella, estaría ligada a sus más
íntimas emociones. Mientras que ellos lo tomaban para su propia satisfacción,
las muchachas rara vez se entregaban sin dar algo de ellas mismas. No era justo,
quería protestar, pero en lugar de eso hizo acopio de toda su lógica y
razonamiento, y manifestó con calma:
—A cualquier hombre se le puede perdonar esa actitud una vez, pero por lo
que he oído, tu sobrino en lugar de calmar su sed, se esfuerza por hacerla más
insaciable. Como dije antes, compadezco a la pobre chica que sea su esposa;
mejor dicho, una de sus esposas.
—Ahí es precisamente donde te equivocas —añadió Hassan con frialdad.
A Danielle le pareció percibir una mezcla de dolor y admiración en su mirada,
pero ocultando ambas emociones, Hassan sólo dejó ver una fiera determinación
que la hizo estremecer de pies a cabeza.
—Jourdan sólo podrá tener una esposa. Entiendo que conoces la historia de su
nacimiento, pero ignoras que le prometí a su madre que sería educado bajo las
normas del cristianismo. A pesar de que ella murió pocos días después de nacer
él, mi sobrino es tan cristiano como tú misma, hija —dijo Hassan.
Danielle se avergonzó por su comportamiento. Sintió ganas de llorar, y no
podía hablar. La envolvía una curiosa sensación de irrealidad, y un extraño
presentimiento, agravado por la insistente mirada de su madre.
—Como mi hija adoptiva, algún día serás millonaria —continuó el jeque—.
Nunca había tratado el tema porque no lo consideré oportuno. Como sabes, soy
extremadamente rico; sin embargo, poseo y manejo el patrimonio familiar que
sólo puede cederse de padre a hijo, de hermano a hermano, o de tío a sobrino.
Las mujeres no pueden heredar y cuando yo muera, mi fortuna privada se
dividirá en partes iguales entre tu madre y tú, pero lo perteneciente a la
empresa petrolera, deberá pasar a manos de mis familiares. Como mis
hermanos se llevan muy mal entre sí y a veces se requiere la sabiduría de
Salomón para hacerlos entrar en razón, ellos no gozarán de mi parte; además,
no sería difícil que estallara una guerra civil y destruyera todo aquello que tanto
mi padre como yo construimos.
—Me gustaría... —titubeó Danielle. —Permíteme continuar —le pidió él—. Mi
mayor temor ha sido que puedas ser víctima de alguien que busque tu fortuna,
así que para evitarlo, he tomado algunas medidas. —Si me consideras incapaz
de manejar mis propios asuntos, lo mejor sería que no me dejaras nada —
puntualizó con ironía—. Hasta preferiría que no lo hicieras, así podría salir
adelante por mis propios medios.
La expresión de Hassan se suavizó al escuchar las rebeldes palabras de la joven.
Veía muy guapa a su hija adoptiva Le encantaban sus ojos tan verdes como
esmeraldas.
—Eres una muchacha muy inteligente, Danielle. Siempre has sabido que
nuestra riqueza es enorme y no has abusado de tus privilegios, por eso no debes
preocuparte; he tomado las medidas necesarias para proteger tanto mi parte
como tu fortuna —miró a su esposa esperando su aprobación.
—¿Y cuáles son esas medidas? —su voz sonó como una súplica.
—No hay nada que temer, pequeña —se acercó y la cogió de las manos—.
Jourdan sabe que para mí eres la joya más valiosa que poseo y él te tratará de
acuerdo a las... Cuando seas su esposa, todo esto...
Danielle vaciló, se le quedó grabado que ella sería su esposa. Así que ella era la
pobre chica con la que Jourdan pensaba casarse.
—¿Danielle? —escuchó la voz de su madre, dulce y ansiosa a la vez, y eso la
ayudó a sobreponerse y a no desmayarse.
—Estoy bien —y dijo enfadada—: ¡Jamás aceptaré a Jourdan, prefiero morirme
de hambre!
Al momento de pronunciar esas palabras, se dio cuenta de lo infantil que había
sido su respuesta; ella que tanto deseaba que la consideraran una persona
adulta para decidir su futuro.
—Seguro que me entiendes, ¿verdad, mami? —suplicó.
—Claro, cariño —la consoló—. Hassan sólo desea lo mejor para ti; pensamos
—¿A una familia que ha pretendido ignorarnos, incluso cuando papá ha hecho
tanto por ellos? Lo siento, pero no puedo aceptar.
—¿Ni aun estando en juego la salud de tu padre? —le suplicó con dulzura—. Si
para Jourdan representa el desprestigio, ¿te imaginas lo que significa para
Hassan?
Danielle miró el suelo dejando que el cariño que sintiera por su padre emergiera
ante sus propios sentimientos.
Está bien —respondió después de unos segundos—, pero que quede bien claro
que no aceptaré casarme con Jourdan.
—Lo sé, sin embargo, Hassan estaba seguro de actuar correctamente, estaba tan
convencido de que así te protegía que sólo tu rechazo pudo disuadirle. Y ahora
que has conseguido tanto, ¿no crees que puedes intentar hacer un pequeño
sacrificio, querida?
CAPÍTULO 3
PARA Danielle sería un sacrificio que le costaría un gran esfuerzo y en eso
pesaba con tristeza mientras miraba por la ventanilla del poderoso jet, que era
uno de doce que formaban la línea aérea Qu'Har, y que pertenecía a la familia
de su padrastro. Un atento y cortés empleado de la empresa petrolera le
acompañaba en su viaje.
El ruido de los motores cambió, indicando que habían llegado a su destino, y
Danielle que se había propuesto permanecer tranquilla, se puso muy nerviosa.
Alisó con los dedos temblorosos su traje de seda de dos piezas, cuyo tono verde
azulado contrastaba con su cabello rojizo y su piel bronceada. Su padrastro le
advirtió que aunque ya había pasado la peor época del año en Qu'Har, en
agosto la temperatura se elevaba considerablemente por lo que debía incluir en
su equipaje bastantes protectores para evitar que su piel sufriera quemaduras.
Trató de dejar de pensar que qué opinaría de ella la familia de su padrastro. A
pesar de repetirse qué no le importaba, en viaje deseaba que la aceptaran.
Jourdan estaría en París en una reunión de socios. Y eso era algo mas que le
debía a su padrastro; Propiciar por ahora un encuentro. Hubiera sido muy
embarazoso tener que ver cara a cara a quien había accedido a casarse con ella
aun sin conocerla.
El jet empezó a descender, pero Danielle sólo veía el cielo azul a través de la
ventanilla. Se volvió hacia donde se encontraba su acompañante, y se dio
cuenta de que él la observaba con timidez. Tenía más o menos su misma edad,
llevaba puesto un elegante traje e iba muy bien peinado. Su padrastro le había
explicado que era hijo de uno de sus primos y que formaba parte del personal
de la compañía. En los países árabes el nepotismo se consideraba más una
virtud que un vicio. Cuando el avión aterrizó, Danielle deseó haber tenido
tiempo para aprender más acerca de las costumbres y tipo de vida de las
personas con las que pasaría una temporada. Se preguntaba qué ocurriría si
cometía alguna torpeza por ignorancia de sus normas. Hassan le aconsejó
dejarse guiar por Jamaile, la primera esposa de su hermano mayor, que tenía
tres hijas y varios nietos.
Danielle descendió por la escalinata. Agradecía la presencia de su discreto
acompañante. Aunque estaba acostumbrada al respeto que se mostraba a la
gente adinerada, nunca había entendido el verdadero significado de la palabra
deferencia, hasta que se convirtió en un miembro de la familia de Ahmed. No
tardó mucho tiempo en darse cuenta de que la considerarían pariente sólo si se
comprometía con Jourdan.
Ese pensamiento le dio valor para dirigirse hacia el coche que la aguardaba. No
encontraba palabras para describir el lujoso Mercedes negro que reflejaba la
posición social de sus anfitriones. Fue entonces cuando se dio cuenta de que
permanecería con la familia real de Qu'Har y este pensamiento la intimidó un
poco.
El recorrido a palacio se hizo en silencio, lo que le permitió observar la
diversidad de edificios construidos a ambos lados de la carretera principal. A lo
lejos se extendía el vasto desierto cuya monotonía la rompía la presencia de un
grupo de palmeras, y como salidos del cielo azul, enormes invernadero según le
informaron, eran parte del proyecto para disminuir la dependencia que tenía
Qu'Har en la importación de productos del extranjero.
- Esto y la nueva planta desoladora, recientemente terminada en la costa, son el
resultado de los planes de Hassan para que nuestra gente aproveche la riqueza
de nuestro país —le informó su acompañante con orgullo.
Danielle reconoció que tenía razón para sentirse así. A su alrededor pudo
observar una avanzada tecnología.
Le señaló un moderno edificio, que albergaba una escuela de niñas, que a pesar
de ser una gran innovación, causó una gran tensión y descontento hasta que los
principales dirigentes religiosos aprobaron los planes. De todos modos,
Danielle pudo captar el tono de desaprobación en la voz de su acompañante.
—¿No está de acuerdo con que la mujer tenga acceso a la educación? —le
preguntó directamente.
—Tenemos costumbres diferentes a las del este —fue su diplomática respuesta.
Danielle tenía que haber estado ciega para no darse cuenta de que él la
encontraba atractiva, así que al percibir que la pregunta le resultaba
embarazosa, decidió cambiar de tema y charlar sobre la familia y de los
miembros con los que conviviría.
El emir es la cabeza de nuestra familia y nuestro país —le confió Saud con una
tímida sonrisa—. Soy hijo de su primo segundo, y por consiguiente el de menor
importancia, gracias al jeque Hassan, mi tío, ocupo este puesto en la compañía. -
Pero tiene un título universitario —Danielle recordó lo último que su padrastro
le había comentado—. Pudo haber conseguido trabajo en cualquier otro lugar.
—No me hubiera gustado. En Qu'Har está mi hogar y el de mis padres. El jeque
Hassan pagó mi educación al igual que lo ha hecho con muchos otros y la única
forma que tengo para corresponderle es aplicar mis conocimientos en beneficio
de mi país.
Habló con tanto convencimiento y sinceridad, que a Danielle se le llenaron los
ojos de lágrimas. Ésta era la otra caía del terrible desierto, su casi infantil, pero
determinante lealtad, —El jeque Hassan es un hombre sabio y generoso —
añadió Saud con seriedad—. Muchos de nuestra familia le deben gratitud.
—Y en especial Jourdan —añadió ella al recordar como su padrastro le había
tenido bajo su cuidado.
—¡Ah, Jourdan! —Repitió su nombre con tanto cariño que Danielle se volvió
sorprendida, y le pareció ver en los ojos de Saud, una especie de adoración—.
Mi padre asegura que sería el sucesor del jeque Hassan y que sin él, nuestro
país desaparecería. Él es lo que nuestra familia llama: un enviado del Profeta.
Danielle supuso que había empleado esas palabras para referirse discretamente
al nacimiento ilegítimo de Jourdan.
—¿A qué se refiere al decir un enviado del Profeta? —preguntó con curiosidad
a pesar de la aversión que sentía por Jourdan.
—Significa el advenimiento de una persona con el poder y el conocimiento y la
capacidad suficiente para mantener a un pueblo —le explicó con seriedad—.
Alguien que viene al mundo en tiempos de conflictos y privaciones. Al
principio se creyó que el jeque Hassan era el enviado hasta que se descubrió
una puerta, y la doncella le indicó que debía seguirla. Casi sin saber cómo, se
encontró en una habitación cuadrada con un diván junto a una de las ventanas
y una piscina poco profunda junto a éste.
Si la señorita me permite—escuchó la voz amable, pero firme de la doncella que
casi la obligó a que se sentara para quitarle sus sandalias de tacón alto. Luego
procedió a lavarle los pies y las manos con agua previamente perfumada con un
aroma que no pudo reconocer. Danielle se alegró de no llevar zapatillas.
Los movimientos de la joven, discretos y seguros, eran aplicados por sus
delicadas manos. Su vista permaneció baja todo el tiempo. Danielle pensó que
sería parte del servicio. La chica cruzó hacia el otro lado de la habitación, y
regresó con un par de chinelas bordadas.
—Es necesario que las lleve puestas en presencia de la esposa del jeque —le
explicó la muchacha—. Otra de las costumbres es inclinarse al aproximarse a
ella, y después, cuando se vaya a retirar, abandonar el salón caminando hacia
atrás; no obstante, mi señora ha decidido olvidar las formalidades durante su
estancia.
Su inglés era tan perfecto que Danielle se sintió avergonzada por su escaso
conocimiento del árabe. Cuando le preguntó que dónde lo había aprendido con
tanta fluidez, le contestó que se lo había enseñado su padre, y que se sentía
afortunada de estar al servicio de la casa, porque las hijas y nietas de la esposa
del jeque lo hablaban, y así tenía la oportunidad de Practicarlo.
El idioma es indispensable para asistir a la universidad Inglaterra —añadió—, y
la esposa del jeque desea que todas mujeres de su familia, gocen de los
beneficios de una buena educación, ya que así, evitarán que los hombres las
desprecien por su ignorancia. Ahora, si me permite guiarla, la llevaré a su
presencia.
El sitio donde se encontraba era una antesala que conducía a un enorme
aposento, cuyo techo en forma de bóveda, presentaba complicados arabescos y
pinturas que dejaron sin aliento a Danielle. ¡Qué riqueza de colorido! Ella nunca
había visto tal combinación de colores en una sola habitación. Los tonos
turquesa se desvanecían hasta llegar a los lila; pero no si hubiera apreciado
tanta belleza de no ser por los blanquísimo divanes adornados con cojines de
diversos colores de seda
En uno de los extremos había un sillón individual, y de tras, un bonito biombo
cuyos rebuscados grabados le recordaban a iconos rusos; sin embargo, éstos no
tenían motivos religiosos o figuras humanas, sino que su belleza dependía del
colorido y las piedras semipreciosas que brillaban con la luz del sol. Estaba tan
ensimismada, que no se dio cuenta de que su acompañante la había dejado sola.
Una de las puertas del biombo se abrió, y Danielle, recordando las indicaciones
anteriores, se inclinó ante la pequeña alfombra colocada de forma estratégica
sobre el suelo.
Escuchó un suave sonido de campanillas y el roce de una seda pesada, pero no
se atrevió a levantar la vista hasta que una dulce voz le habló:
—Acércate, pequeña, y permítenos conocer a la hija de quien mi hermano
Hassan se siente orgulloso.
Danielle se incorporó y caminó hacia el dosel donde la esposa del jeque se había
sentado. Era una mujer de escasa estatura, engalanada con una túnica de rica
seda, y joyas de valor en sus dedos y cuello, que Danielle se quedó asombrada
—El color de su pelo es igual al del desierto después de llover.__comentó la
esposa del jeque a una de las mujeres que permanecían de pie detrás de ella.
—En Inglaterra, ese tono indica un carácter fuerte —fue el comentario que hizo
otra de las mujeres en voz baja.
—Entonces, qué afortunados son los ingleses —añadió, después de pedirle a
Danielle que subiera al dosel—, pues nuestros hombres juzgan a la mujer por su
reputación, y una sola mirada les basta para saber si tienen una esposa con gran
espíritu, si es temperamental o dócil como una paloma. En tu opinión, ¿cuál es
la clase de mujer que el hombre prefiere? —la miró fijamente mientras esperaba
su respuesta.
—Supongo que tienen diferentes gustos; algunos desearán mujeres de carácter
apacible, y otros con más espíritu —fue lo único que pudo comentar, pues la
pregunta la cogió por sorpresa.
—Hablas con sabiduría —reconoció la esposa del jeque ante las mujeres—.
Hassan no exageró al asegurar que tu belleza es como la delicada flor de
nuestros estanques que palidece cuando se ve amenazada. Mientras
permanezcas en Qu'Har estarás bajo mi cuidado —le informó con gentiliza—.
Supongo que Hassan te habrá instruido respecto a algunas de nuestras
costumbres; no les está permitido a las mujeres pasear por las calles sin escolta
ni presentarse ante hombres que no sean o su padre o su esposo, sin portar el
tradicional velo. Como inglesa que eres, no estás obligada a cumplir estas
reglas, pero como hija de mi hermano, debes pensar que podrías ocasionar que
se burlaran de él; sin embargo, eres libre para hacer lo que quieras. Si durante tu
estancia deseas comportarte como una de nosotras, Zoé te facilitará un chadrah y
te instruirá sobre algunas de las normas; en caso contrario, sabremos
entenderte.
Danielle pensó que hasta qué punto era libre para elegir al ver la tímida sonrisa
de la joven, a quien Jamaile había señalado. Si insistía en vestir al estilo inglés,
la tacharían de egoísta y desconsiderada por la reputación de su padrastro, y si
se comportaba como árabe, sería tanto como negar su propia personalidad.
Mientras las mujeres esperaban su respuesta, recordó toda la generosidad y el
amor que Hassan le había dado, y llegó a una conclusión.
—Usaré el chadrah —aceptó cortante, pero de pronto la asaltó un sentimiento
agobiante que casi la obligó a reconsiderar sus palabras; era como dar el primer
paso hacia un rumbo desconocido del cual no sabía si podría regresar para vivir
como hasta ese momento lo había hecho. Se llamó tonta por tales reflexiones,
pero la verdad era que quería evitar que criticaran a la segunda esposa de
Hassan.
—Sea como lo has decidido —sonrió la esposa del jeque-Acompaña a Zoé y más
tarde nos reuniremos de nuevo, me gustaría que me hablaras sobre Inglaterra,
no voy desde que era niña.
Al salir, recordó que debía hacerlo hacia atrás, y recibió la sonrisa aprobadora
de Zoé.
abstracción.
La doncella se postró ante ella durante breves segundos antes de acercarse con
gracia.
—¿Desearía tomar un baño antes de la cena? Mi señora le envía este aceite
perfumado, hecho con pétalos de rosa de su propio jardín. Usted debe sentirse
muy honrada.
Danielle quería aclarar que no necesitaba ayuda, pero antes de que pudiera
decir nada, la doncella ya le estaba preparando el baño.
—Puedo hacerlo sola —empezó a decir, pero se calló al ver la expresión
compungida de la joven—. Disculpa, es que no estoy acostumbrada a tener una
doncella a mi servicio —trató de explicarle. Después, le preguntó su nombre.
—Zanaide —respondió con timidez—. Si me despide la señora pensará que la
ofendí.
Sus ojos mostraban tal preocupación, que Danielle no tuvo corazón para insistir
en que se marchara, aunque algo en su interior le decía que no hacía bien, al
permanecer ociosa, disfrutando la maravillosa sensación del agua aromatizada
y de las expertas manos de Zanaide que lavaban su cuerpo con una esponja.
Cuando la joven le tendió una toalla para secarse, ella ya no se preocupó más
por sus inhibiciones.
_ ¡Tiene la piel tan blanca y tan suave!, que con seguridad el hombre que la
contemple quedará ciego; pero la señorita debe comer un poco más para subir
de peso.
—En los países europeos, a los hombres les gustan las mujeres delgadas —
sonrió a Zanaide.
—¿No está comprometida, señorita?
—No, ¿y tú, Zanaide? —sin saber por qué, las preguntas personales habían
dejado de molestarle.
—Desde hace varios años estoy comprometida con mi primo segundo, de
acuerdo con las costumbres. Nos casaremos el próximo año —suspiró, y antes
de que Danielle se opusiera le quitó la toalla del cuerpo—. Recuéstese en el
diván, por favor.
Obedeció perpleja. Zanaide le dio un suave masaje con el aceite que le había
enviado la esposa del jeque.
—No he visto a Faisal durante muchos años —le confesó—. Estudió en la
universidad de Inglaterra y trabajó en Arabia Saudí; mi hermano me ha contado
que es un joven bien parecido —se dibujó un pequeño hoyuelo en su mejilla, y
Danielle le sonrió. Así que no había desaparecido el espíritu de estas mujeres
que la leyenda describía frágiles y delicadas como Pétalos de rosa. Ahora
empezaba a conocerlas: poseían el valor y la fuerza de las tigresas.
¿Y no hubieras deseado enamorarte primero? —indagó por curiosidad.
Amaré a mi esposo —respondió con firmeza—. Hacer lo contrario, acarrearía la
desgracia a mi familia—abandonó unos minutos la habitación y regresó con el
caftán verde jade.
—¡Ése no! —se rebeló Danielle al recordar su imagen cuando se lo probó.
—Es el mejor del guardarropa —Zanaide frunció el ceño—. No ponérselo sería
un agravio para mi señora. ¿Es que acaso no le agrada?
CAPÍTULO 4
POR FIN terminó la cena y aunque todos se habían mostrado muy amables con
ella, se sentía feliz de poder tirarse y no preocuparse más por recordar una larga
serie de nombres y cosas nuevas que le parecían inagotables
Se había visto obligada a tomar varias tazas de café y de no ser por la
intervención de Zoé, que le indicó que para que no le sirvieran más, tenía que
mover la taza, hubiera tenido que seguir bebiendo.
Aunque todo había estado delicioso, la comida era más pesada de la que ella
estaba acostumbrada a tomar, así que cuando avanzó por el pasillo que la
llevaba a la escalera de caracol que conducía a sus aposentos, se sintió liberada.
Los escalones le parecieron eternos, pero pensando que era sólo su imaginación,
Danielle siguió adelante.
Los apliques que iluminaban la escalera, dibujaban en las esquinas sombras.
Una de ellas se acercó a ella obligándola a contener el aliento, y cual no sería su
sorpresa al ver que la sombra era un hombre de carne y hueso, cubierto por una
prenda de color oscuro que dejaba al descubierto su bronceado pecho en el que
había pequeñas gotas de agua que indicaban que acababa de salir del baño.
Él era alto y fuerte. Tenía una mirada cautivadora. La estudiaba a la vez que
pronunciaba algunas palabras que ella suponía árabes, y la miraba con tal
intensidad que Danielle sintió que un estremecimiento le recorrió el cuerpo.
El hombre de nuevo volvió a hablarle, pero ahora su voz parecía impaciente.
Lo siento, pero no entiendo lo que dice. Sólo hablo inglés, - pero dudó que
pudiera comprenderla.
Al escucharla entreabrió los labios. Sus blanquísimos dientes contrastaban con
su piel oscura. Danielle nunca había experimentado tal sensación; los músculos
de su estómago se contrajeron, y un musitado temor la obligó a dar un paso
hacia atrás.
Una fuerte mano le cogió la muñeca y un leve aroma de menta penetró por su
nariz.
—¿Me buscabas? —la interrogó con brusquedad, y aunque su inglés era
impecable, carecía de cortesía y amabilidad.
—Me dirigía a mis habitaciones —le miró con naturalidad, tratando de soltarse,
pero él le impidió cualquier movimiento.
—Seguramente te habrás dado cuenta de que éstos no son los aposentos de las
mujeres —frunció el ceño como no dando crédito a sus palabras.
—Pero..., tenía la certeza de haber seguido el camino correcto —se ruborizó
sintiéndose culpable, más por el tono perturbador que empleaba, que por el
contenido de sus palabras.
Había desaparecido la sonrisa de su rostro y no parecía impresionado. Danielle
se preguntó que edad tendría. Era difícil calcular con esa luz tan difusa aunque
no había duda de que era un hombre con el que debía tener cuidado. A pesar de
la Primera impresión de antipatía, Danielle no podía ignorar su abrumadora
virilidad, su estrecha cintura y su musculatura que la delgada seda permitía
apreciar. , -Así que... —sus ojos amenazaban derribar sus escasas defensas .Y
leer con facilidad sus pensamientos.
Danielle pensaba, enfadada, que él se había dado cuenta del impacto que le
había producido su presencia. También sospechaba que podía medir la
intensidad de los latidos de su corazón. Se volvió con rapidez deseando que no
viera el temblor de sus labios, y sorprendiéndose por ese sentimiento absurdo
de querer escapar. Pero, ¿huir de qué? ¿Era tan susceptible a ese ambiente que
la atemorizaba un desconocido? ¿Dónde estaba su deseo de conservar sus
propias ideas y principios?
-No me di cuenta de que había tomado otra dirección —levantó la barbilla
inconscientemente—. ¿Podría indicarme cómo llegar a mis aposentos?
—Ha sido una osadía por tu parte —mencionó en voz baja—. O ¿tal vez la
ignorancia que guía a la paloma a irrumpir los dominios del halcón y que
desconoce el castigo por tal temeridad?
Cansada y confundida, Danielle le miró anonadada, sorprendiéndose al sentir
cómo sus brazos la cogían de la cintura, acercándola y presionándola contra su
musculoso cuerpo a la vez que sus labios se posaban sin piedad sobre los suyos,
exigiéndole una intimidad que ella nunca había experimentado.
Con gran esfuerzo recuperó la cordura, tratando de liberarse de las manos
masculinas que en ese momento le acariciaban la nuca, pero todo intento fue en
vano y lo único que consiguió, fue que se burlara de ella.
—Así que después de todo, los ingleses respetan la virtud de sus mujeres. Te
sonrojas como un capullo de rosa que ha permanecido en el jardín sin amor y
cuidados.
—¡No quiero seguir escuchándole! —Por fin pudo hablar—. ¡Déjeme ir o me
quejaré a la esposa del jeque!
—Hazlo, pequeña —se burló—. Pero, ¿no te gustaría conocer la identidad de
quién te vas a quejar?
Confundida por su cambio de actitud, Danielle se percato de las emociones que
surgían en su interior. ¿Qué le estaba ocurriendo? No era tan insensible como
siempre había creído.
Le miró dándose cuenta de que su mandíbula tenía tal firmeza que de no ser
por la sonrisa burlona de sus labios, se podría decir que era cruel y temerario.
__ ¿No vas a decirme nada? —continuó irónico, mientras sus dedos recorrían
sus brazos y llegaban hasta sus hombros. Era un experto con las mujeres y se
divertía jugando con ella, acariciándola casi sin tocarla—. Tu corazón late como
si fueras un pajarillo asustado.
Danielle retrocedió asustada por el atrevimiento que mostraba en sus caricias.
Con displicencia cesó de acariciarla para quitarle el velo y dejar al descubierto
los rizos que Zanaide se había esmerado tanto en arreglar. La tenue luz de la
lámpara se reflejó sobre su melena y Danielle se quedó boquiabierta ante la voz
grave de su acompañante:
—¡La hija de Hassan!
Bajo distintas circunstancias, estas palabras le hubieran parecido ridículas, pero
en esta antigua fortaleza y rodeada de extraños, sólo pudo reaccionar como lo
haría alguna heroína de novela.
—¿Quién es usted? —preguntó casi sin aliento.
desearían que se fijara en alguna de sus hijas ya que es muy poderoso en todos
los sentidos.
—A mí me parece arrogante y dominante —dijo entre dientes—. Y no deseo
escuchar palabra alguna respecto a su persona,
—¿Es que la señorita no le encuentra atractivo? —preguntó indecisa.
—Tan atractivo como a una serpiente —murmuró mientras Zanaide la ayudaba
a desnudarse—. Pero doblemente peligroso.
Cuando la joven salió por fin dejándola sola, Danielle se levantó como una
sonámbula, y se paró frente al espejo del vestidor. Contempló su cuerpo que
momentos antes Jourdan recorriera con sus manos y un sollozo escapó de su
garganta. Era incapaz de soportar durante más tiempo tal tortura, lo único que
deseaba era poder olvidar la escena que se repetía con vívida claridad en su
mente.
CAPÍTULO 5
AL DÍA siguiente, Danielle estuvo tan ocupada, que no le quedó tiempo para
recapacitar; al terminar de desayunar, se dirigió en compañía de Zanaide hacia
el enorme patio donde la esperaba el Rolls Royce.
—¿Has dormido bien, hija de Hassan? —le preguntó con una cálida sonrisa la
esposa del jeque cuando se introdujo en el lujoso coche.
Danielle asintió, deseando tener valor para pedirle que la llamara por su
nombre.
—Entre nosotros es una costumbre, que los mercaderes de sedas visiten el
palacio para que podamos elegir a nuestro gusto —le explicó—. Normalmente,
vienen una vez al mes, y esto provoca una gran expectación ya que toda la
familia se reúne en la sala de conferencias, y junto con mis nueras, pasamos el
día admirando, comprando telas y tomando café.
—Parece divertido —dijo Danielle por cortesía, aunque estaba claro que la
esposa del jeque había percibido su falta de interés, ya que le indicó al chófer
que cerrara el cristal que aislaba la parte delantera del coche.
—Cuando la mujer vive como nosotras lo hacemos, necesita procurarse sus
propias diversiones. No debes despreciarnos por eso, Danielle. Mis nueras,
además de ser muy educadas, hablan con gran fluidez el inglés y el francés, y
cuidan a sus familias; pero nuestra religión nos prohíbe convivir en público con
los hombres y eso es algo que estamos acostumbradas a respetar —su rostro
expresó simpatía cuando la miró—. Sé que para ti resulta incomprensible lo que
digo, pero no es tan difícil como lo imaginas. Mi esposo, aunque no es tan
liberal como Hassan, nos permite asistir a conferencias que nos mantienen al
día en cuanto a temas internacionales se refiere. También contamos con sesiones
de debates para aquellas de mente ágil y despierta, y no creo que debamos ser
criticadas por los europeos, si para nosotras el placer de estas reuniones estriba
en el deseo de saber más y no en estar en contacto con los hombres.
Danielle reconoció que la esposa del jeque era una excelente oradora. Ella no se
oponía a que respetaran sus normas respecto al hombre, sino a la negación de la
mujer a tener libre albedrío.
—Creo que en este punto es donde estás en desacuerdo --añadió Jamaile—.
Nosotras tenemos la compañía del esposo o del padre.
—Sólo mientras ellos así lo permitan —dijo Danielle con sequedad motivando
que la esposa del jeque frunciera el ceño.
—Así que tú imaginas, Danielle, que no es mérito de la mujer conseguir que el
hombre, en especial su esposo, sea feliz en su compañía y que atesore los
momentos que pasan juntos como una ostra cuida su perla.
¡Qué pena que la liberación femenina os haya robado a los europeos, la fe y el
conocimiento de vuestra propia capacidad para atraer y retener! Y eso es lo que
nuestras jóvenes dominan desde la cuna. Una mujer Puede decidir que la vida
del hombre sea el paraíso o el infierno.
Una joven que se precie de inteligente seleccionará lo primero, pues cuando hay
armonía en el hogar, hay paz en el corazón - Siento que subestimes a las de tu
propio sexo, Danielle concluyó—. ¿No conoces un proverbio que dice: La mano
que mece la cuna, gobernará al mundo? Piensa en la verdad que encierran estas
palabras. Y ahora —cambió de tema—-; Jadir nos llevará a Muhammad Street
para que puedas contemplar los nuevos edificios que nuestra familia está
construyendo. Allí está la nueva biblioteca —señaló un gran edificio—y junto a
ella puedes ver la facultad de medicina y el Hospital.
Hassan le ha advertido a mi esposo que es necesario educar a nuestros hijos
para cuando nos falte el oro negro, y por tal motivo, se han desarrollado nuevas
industrias y tecnologías. Otro día visitaremos la costa y una pequeña isla donde
se encuentra el centro de nuestra industria de perlas.
—¿Todavía bucean en su busca?
—Muy pocos, aunque en su mayoría son europeos —replicó con cierto tono
burlón—. Es un oficio muy peligroso y a menos que se encuentren perlas de
forma y color perfectos, está mal remunerado.
El chófer dio la vuelta hacia una avenida en cuyo centro habían plantado
arbustos llenos de flores.
—-¿Te agrada el colorido de la vegetación? Para aquellos que recordamos esto
como un desierto, las flores son nuestro deleite —comentó con orgullo—. Y
todo se lo debemos a nuestro hermano Hassan que construyó una planta
desaladora que provee agua para los cultivos, prados, árboles y plantas. Para
los árabes no existe mayor milagro que éste, y el mejor indicio de lo que hemos
progresado, es que nuestros hijos lo vean como algo normal.
Por fin el Rolls Royce se detuvo ante un pequeño estable cimiento y Danielle se
sorprendió al ver que llevaban escolé uniformada y armada.
—Es mejor prevenir que curar —le aclaró la esposa del jeque—. Estamos
viviendo tiempos difíciles en el Oriente Medio. Qu'Har es un país muy rico y
pequeño, y si no tuviera una mano fuerte que lo guiara, sería arrasado con
facilidad por nuestros poderosos vecinos. Pero éste no es momento para
discusiones serias —sonrió—. Si habláramos de esas cosas, echaríamos a perder
los colores y belleza de las sedas.
Para alivio de Danielle, el guardia permaneció fuera de la tienda en la que
apareció una joven que se inclinó con respeto ante la esposa del jeque. Al ver su
rostro, la hija de Hassan enmudeció; era la mujer más hermosa que nunca había
visto.
—Zara, ella es Danielle —observó a modo de presentación—, y ella es mi prima,
una mujer de negocios, ¿no es así, Zara? —subrayó atenta a la sorpresa dibujada
en el rostro de Danielle.
—Mi prima quiere gastarte una broma, Danielle —sonrió—. Es cierto que mi
padre me permite comprar las sedas y hacerme cargo de la tienda, pero por
supuesto, sólo atiendo a las damas de palacio —se detuvo un instante—. Me
considero afortunada por tener una familia tan comprensiva, de no ser así, creo
que hubiera enloquecido cuando murió mi esposo a causa de una explosión en
el campo petrolero, una semana después de nuestra boda. Tenía sólo dieciocho
años y como no contaba con un hijo que me ayudara a sobrellevar mi pena,
Jourdan sugirió que iniciara este negocio. Gracias a su generosidad y
comprensión, pude rehacer mi vida.
Y no negarás que además es un hombre muy atractivo - repuso Jamaile tan
mujer.
—Tal vez hubieras preferido la compañía de Saud, ¿o me equivoco? —Se burló
con descaro—. No te imaginas el efecto que has causado a mi pobre primo.
—Lo único que hacíamos era charlar y de forma sencilla y natural —protestó
colérica.
—¿Una charla inocente entre un hombre y una mujer? —se mostró arrogante—.
¡Qué poco conoces de la vida, pequeña!
Danielle se negaba a escuchar tantas tonterías y deliberadamente, dirigió su
mirada hacia el paisaje. Se dio cuenta de que se alejaban de la costa y llegaban a
un cruce que los llevaba a las afueras del poblado. ¿Hacia dónde se dirigían?
La curiosidad dio paso al temor, y cuando le iba a ordenar al chófer que
regresaran, recordó que Zanaide iba delante y se tranquilizó; tal vez Jourdan
estaba jugando con ella, pero no le daría la satisfacción de verla atemorizada.
Permaneció en silencio mientras se internaban en el desierto en el que después
de una hora de viaje, sólo se veían algunas tiendas alrededor de los oasis.
Danielle pensó que era probable que estuvieran viajando en círculo, y se lo
repetía constantemente, sorprendida de la vastedad del territorio.
A pesar del aire acondicionado del coche, empezó a sentir dolor de cabeza pues
el sol parecía una bola de fuego en el horizonte.
—Me parece que ya se ha divertido lo suficiente —respiró con dificultad—. Sólo
espero que estemos cerca del palacio.
—Pues sí y no —contestó lacónico—. Casi llegamos al palacio, pero no al de mi
tío el jeque... —antes de que terminar» de hablar, apareció ante ellos una
fortaleza como las que Danielle sólo había visto en las películas.
El coche se detuvo ante la puerta principal que estaba custodiada por dos
leones de mármol.
—Debes esperar a que baje yo primero —la sujetó al ver que pretendía alcanzar
la puerta—. Si no, mi gente va a pensar que no me he ganado el respeto de mi
prometida.
—¿Tú qué...? —preguntó incrédula, pero una mezcla de incertidumbre y temor
le hicieron sentir tan enferma que no pudo continuar con su protesta, y
descendió del coche como un autómata, y avanzó guiada por Zanaide bajo la
fresca sombra del pasillo adoquinado y el sonido del agua de la fuente—,
¡Nunca consentiré en ser tu esposa! —luchó por conservar la calma.
Al escucharla, Jourdan se volvió dominándola con su estatura, y Danielle
tembló como si de pronto la temperatura hubiera cambiado.
—¡No estés tan segura, hija de Hassan, porque antes del amanecer, llevarás mi
nombre! —afirmó convencido.
CAPÍTULO 6
CUANDO se despertó, Danielle se preguntaba dónde estaba. El perfume que
respiraba le recordaba su niñez.
Todavía tardó unos segundos en darse cuenta de que no estaba en su alcoba de
Qu'Har, sino en otra habitación que parecía contener toda la belleza del
esplendor oriental.
Las paredes estaban tapizadas con ricas sedas, y éstas servían de marco a los
ventanales. Suaves y mullidas alfombras persas cubrían los suelos de mármol. Y
en el centro, como dominando el aposento, había un enorme lecho y en él se
encontraba Danielle.
Incluso su atuendo era diferente; no recordaba haber visto esa prenda de seda
tan fina. Estaba segura de que nunca la había usado.
De pronto, los recuerdos volvieron a su mente: desde que escuchó el cerrojo de
su puerta, hasta que se convenció de que la tenían prisionera.
Danielle se propuso no llorar ni desesperarse. Pensaba que Jordan no tenía
derecho a tenerla encerrada ni a intimidarla con la boda. Se quejaría a la esposa
del jeque y le diría que la dejara regresar a Inglaterra. ¿Qué diría su padrastro
cuando le contara el atrevimiento de su sobrino?
Se encontraba tan sumergida en sus pensamientos que no oyó entrar a Zanaide.
—Zanaide, ¿qué sucede? —La interrogó cuando vio su cara reflejada en el
espejo—. ¡Tenemos que salir de aquí!
—¡Eso no será posible! El jeque me ha pedido que la prepare para la boda. Todo
está arreglado; un sacerdote de su religión estará presente.
—Pero... ¿es que no lo comprendes? Yo no deseo ese matrimonio y a Jourdan le
guía el despecho. ¡Apresúrate! Debes buscar la forma de informar a la esposa
del jeque de lo que ocurre.
—No es necesario, señorita. Ella está enterada de todo y me pidió que cuidara
con esmero su ajuar —añadió con gentileza—. Es natural que se sienta nerviosa;
el matrimonio es un paso muy importante en la vida de toda mujer, pero estoy
segura de que el jeque sabrá hacerla feliz.
Danielle apenas podía creer las palabras de Zanaide.
—No me voy a levantar de esta cama hasta que haya hablado con el jeque —le
anunció con firmeza.
—¡Qué arrogancia! Aunque es una tontería por tu parte, pequeña —se oyó una
voz grave desde la puerta—. Deseo hablar con su señorita, Zanaide. Déjanos
solos unos minutos y después vuelve para prepararla para la ceremonia.
—¡No habrá ninguna ceremonia! —Exclamó Danielle con determinación—. ¿Te
has vuelto loco, Jourdan?
—¿Te parece que he perdido la razón? —Avanzó tan silencioso que hasta que
no estuvo al pie de la cama, no se dio cuenta de que ella estaba en ropa interior,
pues su dama de compañía le había quitado el camisón de seda—. Reconoce
que lo estoy haciendo fácil en tu honor, pequeña.
Y luego, añadió:
—Te aseguro que no te arrepentirás.
—¿Por dejar de ser virgen? Está atrasado, monsieur. Eso ya no importa en estos
días.
Danielle escuchó su respiración agitada, mientras con su mano levantaba la fina
sábana con la que ella se había cubierto Por pudor. Con la mirada le recorría el
cuerpo con tal insolencia que Danielle se ruborizó intensamente.
—¿Y el hijo de otro hombre? ¿Eso tampoco tiene importancia?
—¡Cómo te atreves! —respiró con dificultad.
—Puedes tener la certeza de que haré lo indecible para asegurar mi posición en
este país. ¿Has oído? Mi país. ¿Ahora me entiendes?
—Mi padre nunca te perdonará este agravio —protestó—. Aún no me explico
cómo la esposa del jeque se prestó para...
—Ella estuvo de acuerdo porque al igual que yo, lo único que le interesa es el
bienestar de la gente —se inclinó hacia ella—. Además, ¿no estoy dando a tu
padrastro algo que ha deseado toda su vida? —Sonrió con crueldad al leer en
los ojos de Danielle—. ¿Lo ves, pequeña? Tú misma reconoces que tengo razón.
Tal vez mi tío no esté de acuerdo en los métodos que he empleado, sin
embargo, al final el resultado será el mismo y eso le complacerá.
—Pero yo no te amo, y a ti lo único que te interesa es el control de la compañía
petrolera.
—Estoy de acuerdo contigo, hija de Hassan —endureció el rostro—. No
obstante sería tonto si permitiera que un muchacho como Saud obtuviera lo que
tanto trabajo me ha costado ganar.
Danielle le miró con temor.
¿Acaso pensó que se había enamorado de Saud?
Tal vez te parecerá extraño —comentó con frialdad—, Pero no estoy
acostumbrada a perseguir a los hombres que ya están comprometidos.
—No hay diferencia entre Saud y cualquier otro —respondió irónico—. Sin
embargo, no permitiré que mientras espero que madures, alguien pretenda
cortar el fruto que tan celosamente cuidas.
—¡Te odio! —gritó incapaz de contenerse—. Supongo que la razón por la que
aceptaste la unión de mis padres, fue porque te diste cuenta de que era la única
forma de poseer la compañía petrolera. Dime, ¿has tomado alguna decisión en
tu vida que no haya sido guiada por un interés personal y egoísta?
—Una sola vez —contestó con sequedad—. Cuando una persona muy querida
para mí iba a cometer un gran error. Discutimos y perdí al que había sido mi
padre, mi tío y el amigo de toda mi infancia.
—Y una vez que te diste cuenta de que sólo aceptando el matrimonio de mis
padres llegarías a obtener el control de la compañía, desaparecieron tus
escrúpulos, ¿no es así?
—Hablas sin conocer los motivos, hija de Hassan —la interrumpió con
brusquedad—. Te dejo en manos de tu doncella para que te prepare. La
ceremonia se realizará de acuerdo con las leyes de Qu'Har y de mi iglesia que
no acepta el divorcio ni la anulación.
Las palabras resonaban en los oídos de Danielle aun después de que Jourdan se
había marchado.
—El baño está listo, señorita. Le he perfumado con los aceites de la fertilidad.
—No deseo bañarme —repuso colérica. No permitiría que la arreglara como si
CAPÍTULO 7
EL SENTIR los inquietos dedos de Jourdan buscando los botones, le provocó a
Danielle un temor irracional. Su corazón latía apresuradamente y su respiración
tan cercana a su mejilla, la obligó a volver el rostro hacia otro lado. Danielle
estaba muy nerviosa.
Por un momento, Jourdan la miró en la oscuridad.
—No debes temer, hija de Hassan —le dijo tan dulcemente que ella se
sorprendió—. Dame tu mano y juntos recorreremos el Jardín del Edén —como
en un sueño, Danielle obedeció en contra de sus deseos. Su delicadas e
inexpertas manos se posaron en el traje que cubría su pecho—. Tus dedos
tiemblan como las alas de un pájaro asustado —añadió con suavidad—. Soy
como los demás hombres, pequeña.
Sabía que no era como los demás. Nunca, ningún hombre le había pedido que le
tocara con tanta intimidad, ni la había estrechado contra su cuerpo de tal forma
que le hacía experimentar emociones para ella desconocidas. No podía
protestar; se sentía tan débil que sus palabras se negaban a salir. La luna en la
noche oscura, fue testigo del momento en que él le quitó por completo el caftán.
—¡Qué hermosa eres, Danielle! —le acarició la mejilla obligándola a mirarle. En
ese momento, él se dio cuenta de que lloraba—. Pareces una niña que está
asustada por lo desconocido, pero en el fondo, sé que sientes como una mujer
aunque te niegues a confesarlo.
Danielle quiso protestar, pero los labios de Jourdan se posaron sobre los de ella.
Nadie la había besado nunca como él lo hizo. Danielle tuvo que reconocerlo.
Debía ser el elíxir lo que hacía que naciera en ella esa necesidad por sus besos y
caricias. Una voz interna le advertía que más tarde se arrepentiría de
corresponder a su amor, pero él era más poderoso que ella y le impedía alejarse.
Por instinto, las manos de Danielle recorrían sus hombros y llegaban hasta su
espalda; sus labios que pretendían protestar, se perdían en los de Jourdan, que
la conducían por el camino de un amor con el que nunca había soñado.
En su tímido recorrido, descubrió la suavidad de la piel satinada de Jourdan y
se dejó llevar perdida en una sensación de irrealidad.
—Aprendes pronto, pequeña —murmuró anhelante, junto con algunas palabras
en árabe que Danielle no pudo entender.
La mente de ella estaba demasiado confusa para darse cuenta de lo que estaba
sucediendo, sólo sabía que un dolor intenso la incitaba a gritar, y un íntimo
placer acallaba sus protestas.
Apenas podía contener las lágrimas, pero era demasiado orgullosa para
mostrarse vencida. Estaba segura de que había sido el té lo que la había
conducido a ese estado. Quería separarse de él y gritarle que le odiaba, pero él
no se lo permitió; su rostro era como una máscara furiosa. En ese momento,
Danielle se dio cuenta de que había expresado sus pensamientos en voz alta.
—No es a mí a quien odias, hija de Hassan —la cogió casi con crueldad—. Te
odias a ti misma por ser mujer.
—¡Me has drogado! —Gritó fuera de sí, consiguiendo separarse de esos brazos
que la habían estrechado y obligado a permanecer sumisa—. ¡Detente! ¿Es que
reprimir, hasta tal punto que consideraras una tortura cada noche que pasaras
fuera de mis brazos.
¡Eres un..., sádico! —exclamó eligiendo la palabra que pudiera mostrarle todo el
odio que sentía por él. Danielle hubiera querido añadir que no iba a permitir
que la siguiera amenazando, pero se contuvo al recordar que ninguna persona
del castillo la ayudaría a escapar. Ya encontraría ella la oportunidad; tal vez
hasta podría llamar a sus padres.
—Cuando termines de refunfuñar, pídele a Zanaide que te ayude a vestir.
Mientras tanto saldré a dar un paseo a caballo Cuando llevemos más tiempo
casados, podrás acompañarme ahora los demás pensarían que soy un hombre
de poco carácter.
Danielle tuvo que clavarse las uñas en las palmas de sus manos, para evitar
sollozar. No estaba dispuesta a permitir que la viera derrotada; incluso a
Zanaide le ocultaría su dolor, pues podría contarle que la había visto llorar.
Cuando la doncella entró en la alcoba con el desayuno, la encontró arreglándose
Las manos.
Se puso mala al oler los bollos recién hechos con miel y ver los dulces dátiles
que le ofrecía. Cuando los rechazó, Zanaide protestó diciéndole que debía
alimentarse para conservar sus energías.
—Mi señora no dará a luz un hijo robusto si no come —añadió.
—¡Un hijo! —las inocentes palabras de Zanaide la perturbaron—. ¡Eso no! —
rogó cuando hizo el intento de probar uno de los panecillos. Debía escapar
inmediatamente; no soportaría otro día más en aquella habitación.
Zanaide la ayudó a bañarse y a vestirse con uno de los caftanes que la esposa
del jeque le había mandado hacer, y cuando los ojos de la doncella se fijaron en
los cardenales de su piel, ésta no le hizo ningún comentario.
Un poco más tarde, y con Zanaide como intérprete, un hombre alto y barbudo
le mostró el enorme castillo. Le explicó que toda una parte, se reservaba para
los nómadas del desierto á quienes se les permitía que abrevaran sus rebaños en
el oasis y pasaran allí la noche.
__El jeque ha hecho mucho por su pueblo —le comentó el guía cuando llegaron
a un gran patio que estaba destinado a su uso personal—. Nuestros jóvenes
asisten a las universidades extranjeras y a las mujeres se les permite asistir a las
Escuelas.
Danielle, al oír aquellas palabras, pensó en la diferencia de costumbres que
había con su país. Lo que en su país se otorgaba como derecho, aquí era
privilegio; se estremeció al pensar lo que sería su vida si no conseguía huir.
Zanaide trató de captar su atención mostrándole el suelo adoquinado al que ella
sólo dirigió una mirada indiferente. Aunque aquello fuera de oro, no dejaría de
ser una jaula. Buscando la manera de escapar, observó sus alrededores hasta
que se detuvo en una torre que sobresalía.
—Son las habitaciones privadas del jeque —le informó Zanaide complacida al
ver que algo llamaba su atención—. La torre fue construida para sus
antepasados y desde allí observaban las estrellas para estudiarlas.
—¿Podríamos subir y conocerla? —le pidió con amabilidad.
—El jeque no permite que allí entre nadie —se disculpó—. Pero ahora que están
casados, tal vez la invite a compartir su propiedad; él pasa muchas horas en ese
lugar.
Danielle se preguntaba qué podría hacer Jourdan allí. Se quedó desilusionada
por la respuesta, pues comprendía que la torre al igual que su persona, eran del
uso privado de Jourdan.
Había transcurrido casi una semana desde que Danielle llegara al castillo y
desde entonces, Jourdan no se había acercado a ella. No había tenido la
oportunidad de echarle en cara todo su desprecio y desdén.
Todavía dormía una mañana cuando Zanaide entró en la alcoba para informarle
de que se había perdido un niño de una de las tribus errantes.
—El pequeño tuvo suerte de que fuera el jeque en persona quien organizara el
rescate —le confió—; pues tan malo es el sol que hace por la mañana, como el
frío de la noche.
En el campamento cercano al oasis, celebraron el feliz encuentro del niño según
le contó Zanaide, quien al igual que los demás sirvientes, parecía estar enterada
de todo. Tal vez hasta conocían los detalles de como se había llevado a cabo la
boda. Danielle no perdía la esperanza, confiaba en que sus padres la llamarían
por teléfono, y al no poder comunicarse con ella, sospecharían que algo le
habría sucedido. Sin duda alguna, harían lo imposible por anular ese
matrimonio, en cuanto se enteraran de las condiciones en las que se había
llevado a cabo.
Los días se volvían más calurosos y el azul del cielo parecía lastimar la vista. A
pesar de los ruegos de Zanaide para que descansara a la hora de la siesta, ella se
resistía, por lo que sus nervios se empezaron a alterar ante el temor de
enfrentarse con su odiado esposo. Además de la falta de reposo, el clima tan
caluroso acabó con su apetito.
Una tarde que paseaba por su jardín particular, se dirigió como si estuviera
sonámbula, hacia la escalera que conducía a la torre.
Sabía por Zanaide, que él pasaba muchas horas en ese lugar; se preguntaba si
acaso guardaba un secreto. ¿Utilizaba sus aposentos para hacerse acompañar de
otras mujeres? Lo mas seguro era que con la consumación de su unión, hubiera
conseguido sus propósitos y ya no la deseara como compañera.
Danielle inició el ascenso. Le parecía estar soñando. Conforme avanzaba por la
estrecha escalera de caracol, se sentía más despierta. Los escalones terminaban
ante una puerta de madera, similar a las que guardaban el castillo. Al llegar a
ella, Danielle volvió a la realidad. Se preguntaba qué locura la había impulsado
a subir.
Abrió la puerta, y entró en la habitación. Las alfombras persas que cubrían el
suelo y los velos de gasa que tapizaban los muros eran de lujo. Danielle se
quedó asombrada. El aposento de forma circular, tenía divanes de piel al pie de
las ventanas y un telescopio, que le daba un toque mundano. Al verlo, Danielle
añoró su tierra. Pensó en la posibilidad de abandonar Qu'Har y una lágrima
cayó por su rostro sin que lo pudiera evitar.
¡Cómo le hubiera gustado a Jourdan verla así, postrada y humillada! Con la
cabeza bien alta, se dirigió a la salida, pero fue en ese momento cuando vio el
angosto lecho donde con seguridad dormía Jourdan, y haciendo un verdadero
—¿Por qué me temes, pequeña? —La cogió por la barbilla—. Eres mi esposa y
no sólo porque la ley lo mande; debes comprender que no es natural que el
hombre busque placer en otras muchachas. ¿Eres lo suficientemente mujer para
que yo encuentre ese consuelo entre tus brazos? —le preguntó en un tono que.
Hizo surgir en Danielle emociones contenidas. Estaba muy nerviosa. La volvió a
coger por la barbilla, pero cambió la expresión de dominador por la de
adorador—. Eres mi mujer —insistió sobre sus labios—. Mi compañía en las
noches... ¿Podemos entregarnos como en nuestra noche de bodas? ¿Por eso te
encontré aquí?
Danielle quería negarlo, sin embargo las palabras no le salieron. Los ojos de
Jourdan le transmitían toda su pasión. Instintivamente, ella le abrazó.
¿Jourdan...? —su nombre se perdió en el silencio de la mientras él la llevaba en
brazos hacia el diván.
Esta vez no había tomado ningún elíxir; pero sabía que iba responder con la
misma pasión que la primera vez.
¿Por esto subiste hasta aquí, Danielle? —la pregunta congeló su ansiedad. ¿Qué
le había ocurrido? ¿Cómo culpar a Jourdan de que estuviera de esa manera? Ella
se alejó de su lado, y echó a correr ignorando sus gritos.
Hacía una noche muy fría. Cuando llegó a su habitación Zanaide no estaba.
Danielle se alegró. Rápidamente, cogió una toalla y se dio un baño caliente para
que se atenuara su temblor. ¿Qué le estaba sucediendo? Por un momento había
estado en sus brazos... ¿Por qué huyó así? ¿Por temor a Jourdan o a las
emociones que hizo surgir en ella?
Durante un instante, había olvidado que era su enemigo Pensaba que se había
burlado de ella; sólo sabía que su cuerpo cobraba vida con su contacto y que
dejaba en libertad todo un torrente de emociones que nunca había imaginado
que poseía,
Sollozando, se tendió en la cama; su cuerpo se estremeció pero debía
enfrentarse a la verdad. Había ido a la torre, no a ver el distante horizonte, sino
a buscar al hombre que en un principio había odiado, pero al que ahora...,
amaba.
¿Cómo pudo pasarle? No era lógico. Pero, ¿desde cuándo a las emociones las
guiaba la lógica? Su respuesta no fue la de una mujer indiferente. Ahora, más
que nunca, debía dejar Qu'Har. ¡Cómo se burlaría Jourdan al conocer su secreto!
Ella no podía soportar su desdén.
Aún temblaba al recordar sus manos sobre su cuerpo... Tenía que encontrar la
forma de escapar del castillo; no quería pasar ante él como una tonta. Sin
embargo, ahora que conocía la verdad, lamentaba haber salido corriendo de la
torre. De no haberlo hecho, no estaría acostada sola en un lecho tan grande.
CAPÍTULO 8
SEÑORA no debe acercarse mucho a los caballos —la previno Zanaide—.
Pertenecen al jeque y podría ser peligroso, ya que no están acostumbrados a su
presencia.
Sin hacer caso de las advertencias de su doncella, Danielle recorrió con gran
detenimiento los establos, en los que los sementales árabes pura sangre, la
dejaron sin respiración por su brío y hermosura. Reconocía que de no haber
sido por la intervención de Saud, no le hubieran permitido esa visita ya que
Jourdan había salido. Lo que no sabía era dónde había ido.
A la mañana siguiente de su visita a la torre, su esposo había desaparecido y en
su ausencia había pensado en la posibilidad de escapar.
Saud se mostraba amable, pero firme y por muchos intentos que ella hizo para
conseguir un coche, él se negó con toda una serie de excusas. Tenía
instrucciones precisas de no permitirle abandonar el castillo. Sin embargo, ella
debía escapar, Pues ahora sabía que no era tan fuerte como creía y podía
entregarse a él.
Qué diferente le parecía el castillo sin Jourdan, sin su alta y arrogante figura, y
aun sin su sonrisa mordaz. Nunca creyó que sería capaz de experimentar tal
sentimiento por una persona y la intensidad de sus emociones la asustó.
Jourdan no la quería ella, a Danielle, sino a lo que su persona representaba.
¿Cuánto tiempo pasaría antes de que se diera cuenta de su error y de que el
suyo no había sido más que un matrimonio por interés? Ahora recordaba lo que
le había dicho Philippe sobre las mujeres dispuestas a caer rendidas a sus pies.
Un sirviente se acercó para avisarle a Saud de que se requería su presencia para
un asunto importante, y disculpándose, se retiró.
—Ordénale a cualquiera de los hombres que ensille uno de los caballos —le
pidió a Zanaide a la vez que tramaba algo en su mente—. Me gustaría montar
hasta el oasis.
Aunque Zanaide sabía que estaba retirado, no puso objeción alguna ante su
petición y segundos más tarde, se acercó un sirviente guiando una de las
yeguas para que Danielle le diera el visto bueno.
—Dale las gracias en mi nombre —le pidió a Zanaide—, e infórmale de que
regreso en diez minutos.
Tardó muy poco tiempo en ponerse unos pantalones vaqueros y una blusa de
manga larga. No tenía la menor idea de hasta dónde cabalgaría, pero estaba
segura de que sería más allá del oasis. No sabía si estaban muy lejos de la
ciudad, sin embargo, Jourdan difícilmente viviría a mucha distancia de su
centro de acción.
Su mente trabajaba demasiado deprisa; recordaba que habían viajado hacia el
oriente por lo que ahora tendría que dirigirse al occidente.
—La acompañaré, señora — se ofreció Zanaide, pero Danielle se negó.
—Gracias, pero deseo cabalgar sola —y antes de escuchar su protesta, montó,
satisfecha de haber aprendido equitación cuando era una jovencita.
Había oído que decían que los caballos árabes eran veloces como el viento, y
ahora entendía el porqué.
La yegua parecía no necesitar que le ordenaran que fuera al oasis; ella conocía el
camino; aunque estaba lo bastante bien adiestrada como para responder al más
ligero cambio en la rienda, por lo que Danielle pudo transmitirle su ansiedad y
se dirigió al galope por el camino arenoso. Debía tener mucho cuidado, pues no
quería exponerse a que la yegua la tirara.
Mientras galopaba, se imaginó la reacción de Jourdan cuando se diera cuenta de
que se había marchado. Para entonces, ella ya estaría muy lejos de su alcance.
Espoleando al caballo para que corriera más de prisa no prestaba atención a la
llamada de alerta de su mente que le advertía que era una tonta y que tal vez
Jourdan, con el paso del tiempo, llegaría a enamorarse de ella; pero ¿por qué iba
a hacerlo? A pesar de que corría sangre francesa por sus venas, él pertenecía al
Oriente y un matrimonio como el suyo, sólo la destruiría.
Cuando Danielle decidió dirigirse hacia el oasis, lo hizo con la idea de encontrar
alguna tribu descansando que la pudiera ayudar, pero al llegar a éste, y verlo
vacío, sintió que la desesperanza la invadía.
Por un momento, la yegua se mostró reacia a continuar.
—¿Qué es lo que pretendes? —la regañó al ver que los minutos pasaban y que
el animal se negaba a obedecer.
Cuando por fin Danielle consiguió que la yegua avanzara, habían perdido un
tiempo muy valioso. No tardaría en hacerse de noche y ella se encontraría sola
ante la vastedad del desierto. - Un sentimiento de pánico se apoderó de ella y
como si la yegua lo presintiera, con impaciencia, empezó a escarbar la tierra.
Pronto, un manto de terciopelo cubierto de estrellas cubrió el firmamento y
Danielle tuvo que frotarse los brazos para ahuyentar el frío; no llevaba nada
para cubrirse. Vio la hora en su reloj y se sorprendió de llevar cuatro horas
cabalgando Con razón le dolía tanto la espalda.
Reconocía que había planeado muy mal su fuga, y le parecía una locura. Sintió
un temor inexorable que la acometía conforme avanzaba la noche, y el frío le
calaba hasta los huesos. Qué tarde recordaba lo que su padrastro le había
contado sobre los infortunados viajeros que se perdían en esa inhóspita tierra.
Hasta la yegua se mostraba menos segura y confiada pero como si
comprendiera el motivo de sus lágrimas, elevó las orejas al sentirla estremecer.
Tal vez su imprudencia las llevaría a la muerte, era un lugar donde sólo las
águilas podían sobrevivir.
El animal tropezó y Danielle aterrorizada soltó las riendas consiguiendo
guardar el equilibrio que por un momento estuvo a punto de perder. No podía
caerse y quedarse sola.
En el fondo de su ser, Danielle sabía que sólo había una persona con la que le
gustaría estar en ese momento; un hombre que con su presencia borraría sus
temores. ¡Qué ironía reconocer que era el mismo del que había querido huir: su
esposo!
La yegua se detuvo y bajó las orejas. Danielle intentó mirar a ver si veía algo a
lo lejos, pero después de un rato, se convenció de que era imposible; entonces la
asaltaron pensamientos de serpientes y escorpiones arrastrándose en la
oscuridad.
Cuando había decidido que era mejor descansar un rato, la yegua empezó a
avanzar con indecisión primero y con firmeza después, como si una voz lejana
la guiara. Después de unos segundos de luchar para detenerla, le permitió
tomar e rumbo que quería, pues reconocía que desde que había salido no tenía
la menor idea de la dirección que debía tomar.
Exhausta y sosteniéndose con dificultad sobre la montura, Danielle se puso a
pensar en la reacción que habría ocasionado su partida; primero interrogarían a
los sirvientes quienes dirían que se había dirigido hacia el oasis.
Se preguntaba que cómo actuaría Jourdan si Saud le había enviado un mensaje
contándole lo ocurrido. ¿Organizaría una partida de rescate como lo había
hecho con el niño, días atrás? ¿Se preocuparía por ella? De antemano, sabía que
no, pues el suyo sólo era un enlace por conveniencia. ¿Si ella muriera, su
padrastro culparía a Jourdan?
Un súbito pensamiento la hizo temblar; pensaba en la posibilidad de que su
esposo, tal vez en lugar de querer encontrarla, deseaba que se perdiera. Con
gran nerviosismo y fatiga, cerró los ojos, era como si sus sentidos se negaran a
continuar en la conciencia para aliviarla física y mentalmente de la agonía por la
que estaba pasando.
Cuando el oasis apareció en la lejanía, los párpados de Danielle se cerraban y su
cuerpo yacía desmayado sobre el cuello de la yegua. El noble animal dudaba,
resoplando inquieto y arqueando el cuello como si quisiera que Danielle
pusiera atención en los alrededores y al no obtener respuesta, avanzó con
tranquilidad a través de la arena.
¿Cómo salió de su inconsciencia para ver una sombra entre las muchas de la
noche? No lo sabía; sólo recordaba que sus ojos se abrieron sorprendidos por el
oculto temor de que no estaba sola. Con precaución, desmontó para darse
cuenta de que habían llegado al oasis y de que los músculos de la yegua estaban
tensos como esperando una orden. De no sentirse tan alarmada por la presencia
de alguien extraño, tal vez hubiera gritado pidiendo ayuda; pero de alguna
parte de su ser, sacó fuerzas para preguntar:
—¿Quién hay ahí?
La figura que salió de entre las sombras, vestía ropa de montar, y su oscura
túnica se movía por la brisa que conforme avanzaba la noche, se volvía más fría.
Al recordar la silueta, un frío estremecimiento recorrió su espalda. Ahora
entendía la prisa de la yegua por llegar, y las orejas en alerta, como esperando
alguna recompensa por su comportamiento.
—¡Jourdan! Pensé que estabas fuera. ¿Cómo...? —titubeó dándose cuenta de lo
torpe que parecían sus palabras. Danielle pudo apreciar las firmes líneas de su
rostro que se endurecían al ver las lágrimas y el polvo del suyo.
—¿Qué cómo te encontré? —La miró con reproche—. Confiaba en el buen
sentido de la orientación de Zara, del que por supuesto tú careces. Los animales
tienen un instinto que los salva de morir en el desierto; a pesar de la distancia,
huelen el agua —añadió irónico—. ¿Así será siempre nuestro matrimonio,
pequeña? ¿Cada vez que tenga que salir, intentarás escapar?
—No soy un objeto de tu posesión —repuso cansada—. Con mentiras y
engaños me obligaste a aceptar un matrimonio que no deseaba. ¿Puedes
Danielle esperaba que la condujera al castillo, pero en lugar de eso, la guió hacia
unas palmeras donde las dos bestias relincharon muy contentas al verse.
—Deberías imitar a Zara, ma petite —se burló—. Y demostrar alegría como hace
ella. ¿No merezco ni una palabra de agradecimiento por haberte encontrado?
—No estaba perdida —contestó furiosa—. Supongo que te debes haber
divertido mucho al imaginar mis temores, sabiendo de antemano que Zara me
traería sana y salva.
—Y tú, Danielle —le reclamó—, ¿tuviste compasión hacia los que dejaste
preocupados por tu tardanza? Entiendo que quieras humillarme, pero, ¿y
Zanaide y el muchacho que ensilló la yegua?
Quería decirle que no había tenido intención de mortificarlos y que reconocía lo
equivocada que estaba, pero su fría mirada le dolió tanto que no pudo articular
palabra alguna.
—Estás muy cansada —repitió—. Zanaide te quiere mucho y me pidió que no
castigue tu temeridad, pero... —se interrumpió—. Creo que no será necesario,
¿no es así, Danielle?
Lo único que pudo hacer, fue asentir, porque haber estado perdida había sido
suficiente castigo; una experiencia que no olvidaría jamás.
—No te encuentras en condiciones de viajar esta misma noche —comentó con
brusquedad—. Permaneceremos en el oasis y nuestra ausencia servirá para dos
propósitos: que tú y Zara recuperéis las fuerzas perdidas, y que mi gente piense
que te he castigado como mereces —al verla palidecer sonrió burlón—…No
temas, nunca he golpeado a una mujer, aun cuando me haya provocado como
tú lo has hecho; dejaría de considerarme un hombre cabal.
—Existen formas más dolorosas en que un hombre puede castigar a una mujer
—murmuró casi entre dientes, recordando la amarga agonía de su primer
contacto; Jourdan pudo oír sus palabras, y antes de que se diera cuenta, ya la
tenía entre sus brazos. Cuando percibió el miedo en su mirada, prefirió soltarla
en lugar de infligirle el castigo que él tanto deseaba.
—Lo lamento, pero tendremos que compartirlo —dijo él en voz alta al ver que
Danielle observaba el saco de dormir que Jourdan preparaba bajo las palmeras.
—¿Podríamos regresar al castillo? —Le sugirió ella al sentir de nuevo el temor
de que sus emociones la traicionaran si él la obligaba a dormir en la intimidad
del saco de dormir—. No está muy lejos, y me gustaría darme un baño para
quitarme la arena.
—Si lo que necesitas es un baño, aquí puedes dártelo —señaló hacia el oasis—.
Estamos solos y nadie te molestará.
Danielle pensaba si él no entendía sus intenciones. No quería dormir a su lado.
Dando vueltas a estas ideas, no se percató de la penetrante mirada de Jourdan.
—No tiene importancia, si no... —se interrumpió.
—¿A qué temes, pequeña? —la retó—. No pensarás que por el hecho de verte
desnuda, enloqueceré de pasión. Si conocieras a los hombres, sabrías que la
forma más rápida de acabar con sus emociones, es mostrarse indiferente.
El rostro de Danielle palideció ante sus palabras. Pensaba que no era necesario
que le recordara que se había unido a ella sólo para asegurar su futuro. Por lo
contrario, a ella le bastaba su presencia para desear su amor y sus caricias.
—Disfrutarás en el agua del oasis; está templada —continuó—. Puedes nadar
mientras voy a por una toalla.
¡Nadar! Danielle dirigió una mirada hacia su fuerte y atlético cuerpo. Se
preguntaba si él iría a menudo al oasis a bañarse.
—¿Por qué te resistes? —se mofó—. No te obligaré a compartir conmigo esa
experiencia que, en otras circunstancias, sería inolvidable ya que no hay
sensación más placentera que sentir el suave contacto del agua sobre el cuerpo
desnudo y sin más testigos que la noche y las estrellas.
Estremecida por sus palabras, Danielle se volvió hacia el oasis sacudiendo los
granos de arena que se habían adherido a Su piel, mientras experimentaba el
deseo imperante de bañarse. Jourdan le había dado la espalda tratando de
encender fuego con las ramas que había encontrado mientras esperaba a que
Zara llegara.
—Era más inteligente aguardar tu regreso, que salir en tu busca —observó
como leyendo sus pensamientos—. El desierto es demasiado grande, Danielle, y
yo sabía que tarde o temprano te rendiría la fatiga y Zara volvería al oasis —
contempló las llamas—. Es un fuego primitivo, pero nos irá muy bien. Cuando
termines de nadar, cenaremos lo que nos preparó Zanaide, y tomaremos el café
que he traído en un termo. Cuando yo era niño, pasaba muchas noches aquí en
el oasis, y en otros lugares más inhóspitos. Tu padrastro, mi tío, posee una
sabiduría que no todos tienen y durante mis vacaciones, hacía que viajara por el
desierto en compañía de algunas tribus errantes. Al principio me gustaba y
disfrutaba mucho, pero al ir creciendo, fui valorando menos la libertad de la
vida nómada. Me di cuenta de la pobreza y los peligros que entraña; de esa
forma y de acuerdo a lo que había pensado mi tío, aprendí a conocer a la gente
del desierto, que también son parte de Qu'Har; así como a los poderosos del
petróleo que, lo único que han ganado, es su derecho a vivir. El dinero, las
riquezas y la porción, se ha tenido que pagar con la libertad.
Fue la charla más larga que hasta entonces habían manteado. Danielle se
preguntaba si él alguna vez añoró esa vida exenta de responsabilidades.
Había aprendido mucho sobre Qu'Har gracias a Zanaide y ahora comprendía
que, sin Jourdan guiando con sabiduría a su gente, ésta hubiera caído entre las
garras de la envidia y la soberbia y que, si a ella la había forzado a casarse con
él, era porque así convenía a sus intereses; sin embargo estaba segura de que si
le confesara cómo se sentía, la dejaría en libertad porque no era un hombre
CAPÍTULO 9
DANIELLE no sabía cuanto tiempo había pasado. Cuando sintió el roce de la
arena, volvió a la realidad. Jourdan la cogió entre sus brazos y la acercó a la
hoguera.
Nunca había admirado con tanta libertad, el escultural cuerpo de su esposo; la
mezcla de sangre oriental y occidental le daba un atractivo especial. La
amplitud de sus hombros se perdía en la estrecha cintura, y sus firmes muslos,
que la presionaron cuando se acercó a ella; Danielle extendió los brazos hacia él
como hechizada, sintiendo la ansiedad de su cuerpo y escuchando sus suspiros
entrecortados. Con gran ternura, Jourdan la besó en el rostro y los hombros,
delineando sus rasgos; como si ella necesitara de ese acto para desechar sus
temores, respondió con pasión a todas las caricias. Danielle permitió que las
últimas horas a su lado tuvieran una chispa de amargura y dulzura al mismo
tiempo.
Jourdan la colocó con delicadeza en el saco de dormir mientras murmuraba a su
oído frases apasionadas en francés que casi no entendía, pero que le transmitían
todo su fervor.
Con timidez al principio, le besó; mientras sus manos le acariciaban el cabello,
la espalda y llegaban hasta su cintura, la sensación que surgía en ella la
maravilló al descubrir que incluso el hombre más fiero, se volvía sensible ante
el contacto de una mujer.
Poco a poco se fue perdiendo en la inconsciencia del amor sólo escuchaba los
fuertes latidos de su corazón que exigían la proximidad de Jourdan. ¡Cómo
había aprendido entre sus brazos!; él era un experimentado amante y ella,
sensual e inexperta, seguía los impulsos de su amor.
Habían alcanzado juntos el éxtasis como en un torbellino de placer y mientras
que ella parecía más frágil, él la cubría de besos llenos de ternura.
—Demasiada pasión contenida —él le tocó los labios con un dedo para
impedirle hablar, y continuó—: No me vayas a decir que lo único que te inspiro
es odio, pequeña, ambos sabemos que nuestros cuerpos han vibrado al unísono
—se detuvo—, y te juro que posees una sensualidad que jamás había
encontrado en ninguna mujer —sus manos la acariciaron de nuevo.
Danielle comprendió en ese momento que las palabras no eran necesarias
cuando el sentimiento y el deseo existían; sin embargo, la había llamado
sensual; ¿es que acaso creía que podía entregarse así, guiada sólo por el deseo?,
¿no podía adivinar lo que sentía por él?, ¿o es que a él sí le impulsaba el deseo
por el placer mismo?
No pudo continuar con sus reflexiones porque Jourdan le acariciaba sus
cabellos y la contemplaba a la luz de la luna.
—Olvidemos al menos por esta noche el motivo que nos reunió en este lugar,
pequeña, y saboreemos la dulzura que hemos encontrado el uno en el otro —le
pidió acercando su cuerpo al suyo.
La proximidad de Jourdan, su propia debilidad y el amor que sentía en su
corazón, consiguieron que se entregara en un total abandono, mientras Jourdan
le repetía que no importaba lo que el futuro les deparara, al menos podían
CAPÍTULO 10
NINGUNA de las dos habló mientras se dirigían a la alcoba, y cuando Danielle
se apartó para permitirle el paso, Catherine observó que la cama no parecía
haber sido usada la noche anterior.
—¡Pobre Danielle! —Exclamó con falsa compasión—. ¡Estás casada con un
hombre que no te ama! Hubiera sido mejor convencer a tu padrastro para que te
dejara casar con Philippe; él al menos se preocupa por ti, mientras Jourdan... —
la miró insolente—. Jourdan está acostumbrado a las mujeres y no a las
jovencitas inexpertas como tú. Aspirar a un hombre como él, es ambicionar
demasiado y la caída es muy dolorosa. ¿No te habló él sobre nuestros planes?
Estuvimos tan unidos en París...
—Muchas mujeres han creído haber estado muy cerca de mi esposo —se burló
sin saber de dónde sacaba fuerzas para responder.
—Querrás decir que muchas han sido sus amantes —comentó sin piedad—.
Pero nuestra relación es diferente; él conoce la alcurnia de nuestra familia y no
se atrevería a ofenderme haciéndome proposiciones indecorosas, y me hubiera
propuesto matrimonio de no haber sido por tu padrastro y su jugosa oferta.
Como ves, estoy enterada de todo —añadió sin confesarle que era una joven
práctica y que hubiera podido casarse con cualquier otro por dinero, pero sabía
que con Jourdan tendría tanto riqueza como emociones en el campo
sentimental, y que durante varios años se había esforzado por comprometerle
íntimamente, con la idea de que, como caballero, aceptaría casarse con ella.
La noticia de que el jeque Hassan deseaba que su hija se comprometiera con
Jourdan la había conmocionado pues Catherine hubiera preferido vérselas con
una árabe sumisa y no con Danielle, que era diferente; por eso cuando se enteró
de que ella estaba de visita en Qu'Har, tuvo que acelerar su planes. El saber que
se habían casado, la había ofendido sobremanera.
Pensaba que cómo era posible que Jourdan se hubiera unido a esa infiel que ni
siquiera llevaba sangre musulmana.
—Jourdan no comparte esta habitación contigo —aseguró en lugar de
preguntar.
—No siempre; algunas veces yo subo a la suya —repuso irónica.
—Así que..., has estado en el lecho con él —afirmó furiosa—. Es algo de lo que
no debes enorgullecerte, petite, pues Jourdan es un hombre de necesidades
insaciables y acepta todo lo que le ofrecen cuando no tiene algo mejor con qué
saciar su apetito —la contempló con descaro—. ¡Oh, vamos Danielle, no creo
que seas tan ingenua como para imaginar que él te buscaba por otra razón! —
Elevó las cejas—. A Jourdan le persiguen las mujeres más hermosas del
mundo...
—¿Incluyéndote a ti? —la interrogó tensa, arrepintiéndose de darle pie a que
continuara.
—Yo soy distinta —apreció—. Jourdan sabe que nunca consentiría en ser su
amante, y que uniéndose a mí, formaría Parte de una de las más respetables
familias de Francia —lo que sería un paso importante para él, ya que su madre
fue muy Pobre.
—¿Y tú que eres una mujer de abolengo, te conformas con tan poco? —trataba
de atacarla con sus mismas armas, pero Catherine tenía más experiencia.
—Jourdan me ama, Danielle, y eso me basta: además, su invitación confirma
que desea casarse conmigo.
—Él ya está casado —le recordó.
—Un matrimonio por conveniencia; pero una vez que le des un hijo y asegure
la sucesión, te pedirá el divorcio —mostró tal seguridad que Danielle no se
atrevió a desmentirla—, ¡Me sorprendes! —Catherine aprovechó la ventaja—.
Es cierto que el actual jeque tiene varios hijos, pero ninguno posee la
inteligencia y astucia de Jourdan; por otra parte, si de Hassan dependía la
decisión final, era natural que eligiera a Jourdan, su sobrino predilecto y por
ende a su hijastra para procrear al próximo sucesor.
Todo parecía tan lógico que Danielle se preguntaba cómo no lo había
imaginado por sí misma.
Su padrastro se sentiría muy complacido si ella le diera un hijo a Jourdan, que
sería a la vez su nieto y el heredero del reino. Pensaba que había sido muy
tonta. Su matrimonio no podía anularse, según palabras de Jourdan, pero él no
le había confiado la verdadera razón para su consumación.
La habitación empezó a girar a su alrededor y se tuvo que apoyar en la cama
para evitar caerse.
Sólo el pensar que pudiera estar embarazada, la enfermaba, pues reconocía que
no podía acusar a nadie por ello; ella había tenido la culpa. Había intentado
convencerse de que su matrimonio no había sido una unión por interés, pero
una vez que le diera un hijo, Catherine ocuparía su lugar y aunque tenía la
certeza de que su padrastro no la iba a dejar desamparada, también sabía que
haría hasta lo imposible porque su nieto heredara el reino.
marcharse.
Philippe le dijo que no hacía falta que llevaran nada de comer, pues con suerte
llegarían a Kuwait al anochecer. La animaba diciéndole que pensara que pronto
estaría en su casa. Danielle se preguntaba si Philippe no se había dado cuenta
de que Para ella su hogar era el sitio donde estuviera su esposo. Jourdan era su
mundo y su todo, y él amaba a Catherine. El día era como cualquier otro, el sol
brillaba en todo su esplendor. Danielle vio los preparativos que hacía Jourdan
Para salir a montar. Se acercó a la ventana para contemplar por última vez su
adorada silueta y, como si él sintiera su mirada, elevó la vista buscándola. Por
un momento ella sintió el deseo de correr a sus brazos, pero se contuvo y le dejó
partir
A la media hora de haberse marchado, Danielle se reunió con Philippe que la
esperaba en el coche; antes de partir le dejó una nota de agradecimiento a
Zanaide, y a Jourdan le explicaría lo que quisiera cuando se encontrara a salvo
en el avión. Eso era lo que le había aconsejado Philippe. Estaba segura de que él
iba a entender su sacrificio y le agradaría.
Philippe no cogió la carretera que iba a Qu'Har, y cuando Danielle le preguntó,
le aseguró que no era necesario pasar por la ciudad para llegar a Kuwait.
—Pero tendremos que cruzar el desierto.
—No debes preocuparte, conozco la región desde niño.
Cuatro horas más tarde él tuvo que reconocer que se había equivocado.
Danielle empezó a sentirse enferma, pues el sol caía como brasas sobre ellos, y
el coche no tenía aire acondicionado.
—Quizá tomamos el camino equivocado en el cruce —confesó—. Debemos
regresar.
—¿No sería mejor descansar un rato? —le suplicó sintiendo estallar su cabeza.
—¿Estás loca? —se burló—. ¿Acaso no sabes que este maldito calor puede llegar
a derretir el Land Rover? —gritó dejando que por primera vez su voz sonara
petulante e hiciera reconocer a Danielle que tal vez había confiado demasiado
en él.
Se quejó del terreno, de la falta de señales apropiadas, del calor, y se comportó
como un chiquillo malcriado ante sus problemas. A pesar del peligro de estar
perdidos, Danielle no se sobreponía del dolor de haberse alejado de Jourdan.
De pronto, el coche empezó a dar tumbos hasta que se detuvo, y para su
desesperación, se dieron cuenta de que una de las ruedas se había pinchado.
—¿Acaso esperas que te ayude a cambiarla? —replicó al ver el rostro enfurecido
de Philippe.
—No tenemos rueda de repuesto.
Danielle tardó algunos segundos en volver a la realidad y darse cuenta de que
no podrían volver a Qu'Har sin rueda de repuesto. Nadie conocía su paradero y
a menos que alguien los encontrara, seguramente morirían.
Cuando llegó a esta conclusión, una especie de tranquilidad se apoderó de ella:
en cambio, Philippe hasta llegó a culparla de ser ella la causante de todo. Con
gran claridad comprendía ahora lo inmaduro que era su compañero ante la
adversidad, pues prefería echar la culpa a los demás que responsabilizarse de
sus actos.
CAPÍTULO 11
DANIELLE no podía continuar caminando; no sabía cuánto habían avanzado,
pero a ella le parecía una eternidad. Una o dos veces intentó decirle que era más
seguro permanecer cerca del coche, pero Philippe se opuso terminantemente.
—Por amor de Dios, trata de mantenerte cerca de mí —le exigió cuando se cayó
en la arena por enésima vez.
Danielle quería preguntarle hacia dónde se dirigían porque le daba la impresión
de que habían pasado por el mismo camino varias veces.
Philippe a diferencia de ella tenía la piel bronceada y estaba acostumbrado al
sol, sin embargo, ella se había quemado el rostro, y le dolía la cabeza con
intensidad.
El agua se había terminado hacía algunas horas y en su delirio se imaginaba el
oasis donde había estado con Jourdan, y la fresca lluvia de Inglaterra.
En una de sus alucinaciones se imaginó recostada en un lecho al que se acercaba
su esposo; pero no era él, sino Philippe, que con el rostro contraído por el
disgusto la sacudía con brutalidad y le ordenaba que se pusiera de pie.
—¡Demonios! si no quieres levantarte, no importa—le gritó fuera de sí—. Así
podré caminar más de prisa.
Danielle prefería que la dejara descansar y que no la obligara a escuchar su
estridente voz que le provocaba un agudo dolor de cabeza. Se quedó tirada en
la arena imaginando que se encontraba en una playa tendida al sol, y a lo lejos
oía el murmullo de las olas. De repente se levantó un fuerte viento que le
arrojaba arena al rostro.
Tal vez Philippe había regresado, porque en su semiinconsciencia escuchó una
voz profunda que la hizo parpadear instintivamente.
—¿Puedes oírme, Danielle?
No quería responder, algo en su interior le prevenía que si contestaba volvería a
sentir dolor.
—Está bien gracias, yo la llevaré —continuó la misma voz—. Con cuidado, está
muy quemada. Voy a matar a Sancerre por esto.
De pronto se percató de cierto movimiento y calidez que no tenía nada que ver
con el candente sol. Danielle luchaba por salir de ese estado de laxitud en el que
se encontraba porque comprendía que era peligroso permanecer en esa
condición.
—No te preocupes, pequeña —la consoló la grave voz—. Sé cómo te encuentras,
pero es urgente que te lleve de regreso al castillo.
Pequeña. El velo de su memoria se corrió para dar paso a esa palabra tan
conocida; con gran esfuerzo abrió los párpados y vio al hombre que la llevaba
en brazos.
¡Cuánto había cambiado desde la última vez que le había visto! Se dio cuenta de
que sus facciones se habían afinado acentuando la arrogancia de su perfil.
Como le debía haber molestado que en lugar de verse libre de su presencia,
hubiera tenido que salir a buscarla para rescatarla, por segunda vez, de los
peligros del desierto.
—No trates de hablar —le aconsejó—. Tu piel tiene quemaduras graves y lo
mejor será regresar cuanto antes. ¿Qué demonios...? —se detuvo al comprender
que no era el momento apropiado para reproches, pero Danielle entendió lo que
quiso preguntarle.
—Me pareció la mejor solución —murmuró como pudo— para evitarnos
mayores desdichas —no podía continuar. Jourdan ya le había indicado que
dejara de hablar y lo único que la consolaba era que él estaba con ella.
—¿Y pensaste que ésta era la mejor manera de conseguirlo? ¿Buscando la
muerte?
—Philippe me aseguró que conocía el camino, y de no haber sido por el
pinchazo, hubiéramos llegado bien —protestó omitiendo el hecho de que la
había abandonado.
—¡Oh, sí, Sancerre siempre tiene todo calculado! —reconoció mordaz—. Y me
imagino que tiene preparada una docena de excusas por haberte abandonado a
tu suerte.
—Él no quería hacerlo —le defendió, sin embargo la mirada de Jourdan la
obligó a callarse.
Llegaron al helicóptero que los esperaba y Jourdan la introdujo con cuidado, y
la acomodó sobre su regazo.
—¿Y Philippe? —intentó averiguar.
—Saud se quedará con él hasta que arreglen el Land Rover y puedan llegar a
Kuwait como lo había decidido al principio —las líneas de su boca se
endurecieron—. Y aunque me lo pidieras, nunca más volverá a poner un pie en
mi casa; estoy cansado de visitantes no gratos.
El viaje de regreso fue muy tranquilo, y cuando llegaron ya había anochecido.
Durante el trayecto se enteró de que el helicóptero pertenecía a la compañía
petrolera y que se lo habían enviado a Jourdan para que dispusiera de él en
cuanto se enteraron de su desaparición.
A pesar de las protestas del personal, decidió llevar a Danielle a la habitación de
la torre donde Zanaide la esperaba ansiosa.
—El piloto ha ido a buscar a un médico para que eche un vistazo a tus
quemaduras —le informó—; mientras tanto Zanaide te cuidará.
Danielle debió protestar, porque él se detuvo un momento en la puerta y le dijo:
—¿Deseas algo?
Danielle le hubiera contestado que sí, que a él, sin embargo negó con la cabeza
mientras las lágrimas escapaban de sus ojos.
—Danielle..., yo —no pudo continuar porque en ese momento entró Catherine
vestida a la última moda.
—¿Dónde está Philippe? —preguntó furiosa mirando a Danielle.
—Tu hermano va hacia Kuwait en compañía de dos de mis hombres —le
respondió Jourdan indiferente.
—Pero, querido, no creo que sea necesario —le abrazó—. ¡Pobre Philippe!
supongo que él no es el único culpable; se necesitan dos...
—No es porque haya intentado escapar con mi esposa por lo que no quiero
volver a verle, sino porque la abandonó a su suerte como un cobarde —replicó
con frialdad.
—¡Oh, vamos, cariño! —Le dirigió a Danielle una mirada llena de veneno—.
¿Estás seguro de que no estás siendo injusto con él? ¿No se te ha ocurrido
pensar que pudo ser ella la que se negó acompañarle? Quizá a medio camino se
arrepintió de abandonar todas sus pertenencias; después de todo, tú eres
inmensamente rico y mi pobre hermano Philippe...
Danielle hubiera querido decir que aquello no era cierto, Pero estaba tan
cansada que lo único que deseaba era quedarse dormida.
—En otra ocasión continuaremos esta charla —le comunico Jourdan a
Catherine. No cabía duda de que aunque había salvado a Danielle, la que le
interesaba era su prima.
Por fin llegó el médico a examinarla y observó que aunque su piel era muy
delicada, las quemaduras no eran de tanta consideración, y le aplicó una
pomada que aminoró su dolor
—Es un medicamento nuevo, que le irá muy bien —-le explicó a Danielle—. La
rápida intervención de su marido fue muy afortunada; de no haber sido por él
se hubiera deshidratado —continuó a la vez que le daba a Zanaide unas
pastillas para dormir, y le indicaba que podía aplicarle la pomada cuantas veces
fuera necesario.
Danielle agradeció sus atenciones y bebió el líquido que le preparó para que
pudiera dormir.
Cuando abrió los ojos, la habitación estaba en penumbra y sintió pánico al no
recordar dónde se encontraba, por lo que al ver una silueta al pie de su cama,
gritó alarmada.
—No soy Philippe —le dijo tratando de controlarla—. En este momento debe
estar llegando a París, y si mi presencia te angustia, pequeña, recuerda que eres
mí esposa y nadie más que yo debe cuidarte.
—Sólo soy tu esposa por conveniencia —se quejó con amargura. Añadiendo—:
Ha sido un matrimonio...
—No hablemos ahora —la interrumpió con firmeza— Cuando te recuperes
aclararemos eso y nuestro futuro.
Danielle iba a decirle que podía irse a hacerle compañía a Catherine, pero esa
noche era suya y quería disfrutar de su presencia, que la hacía sentir segura y
creaba un falso ambiente de intimidad.
Hasta que no pasaron tres días no pudo levantarse para pasear por los jardines
cuando el sol no calentaba mucho. Zanaide la había dejado sola para irle a
buscar un refresco, y fue entonces cuando escuchó el ruido de los tacones de
Catherine. Sin necesidad de volver la cabeza supo que era ella.
—Se que no estás dormida —empezó a decirle cuando vio que no habría los
ojos—. ¿Me puedes decir hasta cuándo vas a continuar con esta farsa? Sabemos
que ya estás bien, entonces, ¿por qué no te marchas? ¿Es que pretendes que él
continúe a tu lado por piedad?
Danielle no encontraba palabras para defenderse; lo que Catherine le decía la
partía el corazón, pero no se atrevía a separase de Jourdan.
—¿No tienes orgullo?
Danielle vio cómo se alejaba dejando sus palabras resonando en sus oídos hasta
que Zanaide llegó.
No quería llorar, pero reconocía que Catherine tenía razón. No tenía orgullo.
antes de que fuera demasiado tarde. ¿Te imaginas si no hubiera subido a buscar
mis pastillas?
—Prefiero no pensarlo; aunque dudo mucho que a la hora de tu partida te
hubiera dejado marchar.
—Papá estará encantado —le confesó—. Me había advertido que no creyera las
palabras de Philippe. Nunca le gustó.
—Te confieso que nunca he amado a nadie más, aunque algunas veces intenté
borrarte de mi pensamiento saliendo con frecuencia con otras mujeres; pero
nunca lo conseguí.
Danielle era demasiado inteligente como para tratar de ahondar en su pasado;
después de todo ella todavía era una niña cuando él ya era un hombre.
—¿Nos vamos a pasar toda la noche hablando? —dijo impaciente Danielle
fingiendo enfado.
—¿Tienes una sugerencia mejor? —inquirió con pereza, pero el brillo de sus
ojos indicaba lo contrarío, y aceleraba el pulso de Danielle—. Bendito sea Allah
por haberme concedido la joya más preciada del mundo.
La respuesta de Danielle se perdió en la dulzura de su beso y los dos se
sumergieron en el torbellino de su pasión, porque en ese momento lo único
importante era su amor.
FIN