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PERDIDA EN EL EDÉN

Penny Jordan

Perdida en el edén (1984)


Título original: Daughter of Hassan (1982)
Editorial: Harlequin Ibérica
Colección: JAZMIN 258. 26-7-84
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Jourdan y Danielle

Argumento:
Aun cuando el jeque Hassan ibn Ahmed era el padrastro de Danielle,
siempre la había considerado como su propia hija y por tal motivo, ella le
amaba, respetaba y deseaba complacerle.
Sin embargo, no compartía sus ideas respecto al matrimonio; así que
cuando se enteró de que sus intenciones eran casarla con su sobrino
Jourdan, al que ni siquiera conocía, se enfadó muchísimo. Y si ella, en
algún momento, pensó que todo se arreglaría en el primer encuentro, se
equivocaba, ya que Jourdan, aunque muy atractivo, era más peligroso que
una serpiente.
Penny Jordan - Perdida en el Edén

CAPÍTULO 1
—¡OH PAPÁ, es maravilloso! Pero no deberías darme tantos caprichos —dijo
Danielle mirando a su padrastro. Éste era alto, llevaba barba e impresionaba
con su elegante túnica árabe.
—Tonterías —negó con firmeza cogiendo el precioso diamante para colocárselo
en su delicado cuello—. Aunque seas mi hija adoptiva, Danielle, te quiero como
si fueras de mi sangre, y disfruto dándote tantos caprichos. Quiero que se
realicen todos tus deseos —concluyó con una sonrisa—. Si siguiera mis
impulsos, te regalaría esmeraldas que hicieran juego con el verde intenso de tus
ojos, y perlas del Golfo que envidiarían la blancura de tu piel.
Danielle sonrió complacida. Su padre había muerto poco después de nacer ella
y trece años más tarde su madre conoció al jeque Hassan Ibn Ahmed,
propietario de un enorme emporio petrolero, con quien se casó por segunda
vez. Coincidieron en la recepción que una empresa británica, en la que
trabajaba su madre, le ofreció.
El jeque estaba divorciado; de su matrimonio anterior no tenía hijos, y aunque
nunca hacía referencia a esa etapa de su vida, Danielle sospechaba que ése
podía haber sido el motivo de la separación. Desde que se conocieron, se
llevaron muy bien, y él aprovechaba cualquier momento para demostrarle el
gran cariño que le tenía.
Hassan vivía y trabajaba en Londres, dirigiendo una importante compañía
petrolera, que era abastecida por un pequeño estado árabe ubicado entre
Kuwait y Arabia Saudí que gobernaba su hermano mayor.
Danielle tenía la impresión de que la familia de su padrastro no aprobaba su
segundo matrimonio, pues nunca les habían visitado, ni en el lujoso
apartamento de Saint John, ni en la casa de campo que tenían en Dorset, cerca
de su escuela. Sin embargo, era evidente que valoraban la inteligencia que él
había demostrado en el mundo de las finanzas y el comercio, ya que de otra
forma no le hubieran confiado la dirección de la empresa.
Danielle sabía que en varias ocasiones algunos compatriotas le habían visitado
aunque ella no había tenido la oportunidad de verlos, debido a que había
regresado de la escuela de Suiza dos años antes, ya que Hassan era reacio a
mezclar los asuntos familiares con su trabajo.
Ésa fue la causa del primer disgusto entre ellos, y el diamante era símbolo de su
deseo de reconciliarse con ella. Al finalizar sus estudios, Danielle regresó a
Londres decidida a buscar empleo. Nunca se había imaginado que su padrastro
se opusiera a sus planes. Muy enfadado, le dijo a Danielle, si pretendía que la
gente pensara que él no podía mantenerla.
Danielle le pidió a su madre que le explicara a Hassan que las jóvenes de
occidente al llegar a determinada edad era normal que desearan
independizarse.
A pesar de que no compartía esas ideas, ante la insistencia de la joven, no tuvo
más remedio que ceder. Danielle se apuntó en un curso de cocina, al que
siempre había tenido deseos de matricularse.
Danielle sabía que si su padrastro hubiera sospechado que sus intenciones al

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terminar el curso eran las de abrir su propio restaurante, no habría accedido a


sus peticiones. Cuando murió su padre, le dejó una pequeña cantidad de dinero
que se invertiría hasta que ella cumpliera veintiún años, lo que ocurriría dentro
de cuatro meses.
La asignatura que más le gustó en el internado fue cocina, aunque también
disfrutaba en las clases de maquillaje y moda que incluían visitas a los más
famosos almacenes de ropa. Las supervisaba una elegante y refinada mujer
francesa, que tenía la última palabra de lo que se compraba de lo que las
alumnas habían seleccionado.
Danielle se graduó con un amplio conocimiento de lo que favorecía a su esbelta
y distinguida figura, que hacía que los que la conocían contuvieran el aliento.
Cuando su madre la vio llegar con ese donaire, suspiró al comprobar que de la
noche a la mañana, su hija se había convertido en mujer.
La mayoría de las compañeras de Danielle provenían de familias adineradas y
eran de diversas nacionalidades, sin embargo, ella era la única que tenía un
padrastro árabe millonario.
Al igual que su madre, tenía una bonita melena pelirroja que le caía ondulada
sobre los hombros, en cambio, sus ojos eran verdes, iguales que los de su padre
que era holandés, los de su progenitura eran de un tono azul claro.
Antes de que su madre contrajera segundas nupcias, vivían en un modesto
apartamento al norte de Londres. Danielle se daba cuenta de que a su madre le
había sido muy difícil mantenerla. Cuando ella cumplió diez años, su madre se
puso a trabajar como secretaria en la compañía petrolera donde unos meses
después conocería a su actual esposo.
—-¿Cenarás con nosotros esta noche? —le preguntó su madre al entrar en su
habitación.
A pesar de haber cumplido cuarenta años, podía pasar por su hermana.
Danielle le sonrió con cariño. Al observarla ahora ataviada con modelos
exclusivos y joyas preciosas, le era difícil recordarla en el medio de la estrechez
y las privaciones que habían padecido, y ése era el motivo que la impulsaba a
superarse, no quería considerar como algo seguro el estilo de vida del que
disfrutaban. Quizá hubiera preferido que su padrastro no fuera tan rico y poder
compartir un sencillo apartamento con otras jóvenes, luchando cada mes para
poder pagar el alquiler y disfrutando de la amistad entre ellas, pero sus padres
se habrían sentido ofendidos si ella hubiera pretendido dejar el hogar paterno.
También sabía que su padrastro estaba en contra del exceso de libertad que
disfrutaban algunos de sus amigos.
Los jóvenes que la invitaban a salir, con frecuencia se sentían atemorizados ante
su mirada, y Danielle sospechaba que el dinero que poseía el jeque también los
asustaba, lo demostraban en sus respetuosos besos de despedida. Nunca había
tenido que ponerle el alto a un atrevido enamorado. Ése podía ser el motivo, o
quizá, no la consideraban lo suficientemente atractiva.
—¿Y bien, cariño? —Insistió su madre—. Los Sancerre han llegado de París y
vendrán a cenar con nosotros. Philippe preguntó con especial interés si tú
estarías presente.
Danielle frunció el ceño. Philippe Sancerre era hijo de un empresario amigo de

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su padrastro y le había conocido en París el año anterior. Philippe era un joven


muy atractivo de cabello castaño y mirada llena de picardía que la ponía
nerviosa y la hacía sentirse incómoda. A pesar de ser sólo cinco años mayor que
ella le había demostrado su frivolidad de la forma en que la besaba al
despedirse.
Desde luego que ella no era ninguna mojigata, pero de conocer a practicar había
una gran diferencia y ella no había probado las delicias del amor a pesar de
tener casi veintiún años.
—Si eso es lo que queréis, cenaré con vosotros —repuso sabiendo que era la
respuesta que su madre esperaba. Cualquier otra mujer se habría sentido celosa
de la belleza y juventud de Danielle, pero para Helen, lo único importante era el
cariño que le profesaba además de la compañía de su amado Hassan.
Danielle se maquilló los ojos en color verde y se contempló en el espejo para ver
el efecto que hacía con el vestido que pensaba ponerse.
Su habitación estaba decorada con muebles del siglo XVIII que le había
obsequiado su padrastro al cumplir dieciocho años. ¡Cuánto le debía! Y no todo
era material, le agradecía sobre todo, la felicidad que irradiaba su madre como
consecuencia del amor que sentía por él.
Decidió lucir el diamante que le acababa de regalar y que brillaba en todo su
esplendor sobre su piel.
Su padrastro jamás había tratado de imponerles sus costumbres en cuanto a su
manera de vestir, aunque Danielle sabía que se inclinaba por la ropa clásica, así
que esperaba que le gustara el vestido que había elegido.
A Danielle le hubiera gustado que Philippe no fuera tan expresivo. Pero cuando
entró en el salón, fue él el primero que se le acercó, le cogió las manos y la besó
con efusividad.
—¡Philippe! —se quejó en voz baja, mientras madame Sancene sonreía
indulgente al darse cuenta de que su hijo volvía a besarla antes de soltarla.
—Modera tu comportamiento, hijo —le recriminó la dama con dulzura—. ¿No
ves que Danielle no está acostumbrada a tanta vehemencia? ¿O me equivoco,
petite?—continuó sin darle oportunidad de contestar—. Te felicito por tener
una hija como Danielle, Helen. Mi Isabel, aunque es sólo tres años menor que
ella, sigue siendo una inquieta adolescente. En más de una ocasión le he
señalado que su actitud no es comme il faut ni ella es lo que se espera de une
jeune fille bien élevée, pero no me hace caso, y se ríe cuando le advierto que si no
cambia, no podrá casarse. Parece que lo único que le interesa es asistir a la
universidad y estudiar leyes para poderse mantener algún día.
Danielle estaba a punto de decirle que debía sentirse orgullosa de su hija, pero
el jeque como si leyera sus pensamientos, se acercó y la rodeó con sus brazos.
—Tienes razón. Tenemos mucha suerte de que Danielle sea así —le contestó—.
Ella posee todo lo que una madre puede desear para su hija: belleza, tanto física
como espiritual... —Una verdadera joya —sonrió madame Sancerre al ver que
Danielle se ruborizaba—. Es natural que sintáis por ella una gran estimación,
amigo mío.
—Así es —afirmó con tal seriedad que Danielle estuvo tentada a asegurarle que
era sólo un ser humano y que no debían ponerla en un pedestal, pero madame

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Sancerre volvió a tomar la palabra y la charla se generalizó.


No fue sino hasta después de la cena que Philippe la apartó un poco del grupo
para poder charlar mientras los demás hablaban de negocios o de moda.
—Ha transcurrido mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, chérie —
puntualizó—. Debes convencer al jeque para que la próxima vez que vaya a
París, te lleve con él. —A partir de ahora, no voy a tener mucho tiempo para
viajar —apartó la mano que Philippe empezaba a acariciar—. Pronto estaré
ocupada con los estudios.
—¿Estudios? Ah, te refieres al curso en el que te has matriculado. Deberías
hacerlo en París, chérie, es la cuna de la alta cocina. Aunque supongo que el gran
jeque no querrá perder de vista su preciada joya, ¿no es verdad?
—Aún no se ha hecho a la idea de que me independice —reconoció—, pero
algún día...
—El ave abandonará el nido —completó la frase Philippe sonriente—. Y cuando
esa fecha memorable llegue, espero que vuele en mi dirección. ¿Sabes que eres
adorable, Danielle? Eres una encantadora combinación de niña mujer. Creo que
cuando te conviertas en toda una mujer será sensacional.
Danielle conocía la fama de galán de Philippe y así se lo hizo saber.
—¿Consideras mis palabras como un galanteo? Contigo no me atrevería, sé que
tu estricto padrastro no lo aprobaría y el mío tampoco debido a las relaciones
económicas que mantiene con el tuyo. Ahora que si lo que quieres es conocer a
un verdadero don Juan, un hombre lo bastante viril como para que mujeres de
todas las nacionalidades caigan rendidas a sus pies, no tienes más que volver
los ojos a la familia de tu padrastro. ¿Nunca te ha hablado de Jourdan? —
Inquirió sorprendido ante la negativa de Danielle—. No puedo creerlo, él es su
sobrino predilecto.
—Tal vez lo haya nombrado, pero tiene tantos parientes que se me hace difícil
recordarlo —mintió intrigada ante el súbito temor que le había ocasionado tan
sólo la mención del sobrino desconocido. Era un hombre extraño, pero no
permitiría que los ojos de Philippe percibieran su desconcierto.
—Si te hubiera hablado de él, estoy seguro de que lo recordarías —manifestó—.
Me parece extraño que no lo haya hecho, pues para Hassan, Jourdan es más un
hijo, que un sobrino.
Los ojos de Danielle manifestaban su incredulidad. Se preguntaba que si su
padrastro apreciaba tanto a Jourdan como Philippe aseguraba, ¿cómo era
posible que nunca le hubiera oído hablar de él, ni le hubiera conocido?
—Jourdan no aprobó el matrimonio de Hassan con tu madre —le informó—,
aunque supongo que ya debe haberlo olvidado, pues si el enlace era un hecho,
no tenía sentido dejar de hablar con un hombre tan poderoso como su tío, sobre
todo cuando ganaría más si estaba de su lado.
—¿Ganar? ¿A qué te refieres? —indagó Danielle. Le parecía que la suposición
de que su padrastro no había sido tratado como debía por sus parientes, era
realidad.
—¿Seguro que Hassan te relató cómo llegó a ser presidente de la Qu'Har? —la
miró primero sorprendido y después divertido.
—A él nunca le ha gustado que la mujer intervenga en los negocios —confesó

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con frialdad a la vez que reconocía que lo hacía por protegerla tanto a ella como
a su madre de las preocupaciones inherentes a cualquier empresa y no por
mantenerlas al margen de esa parte de su vida.
Sin embargo, Danielle recordaba que al principio, lo había tomado como una
ofensa a su sexo. Hassan era un defensor de su vida familiar, pero Danielle se
estremecía al pensar lo que sería estar a merced de un marido oriental que
consideraba a la mujer poco menos que una mascota, ya que como toda chica
europea, sentía un deseo natural de independencia; pero como no quería
lastimar a quien tanto las amaba, no tenía más remedio que ocultar sus
convicciones.
—Una opinión que con seguridad Jourdan aprobaría —comentó Philippe con
una leve sonrisa—. Él es el mejor representante de lo que tú llamarías
chauvinismo. La última vez que estuvo en París, me sorprendió la opinión tan
pobre que tiene de la mujer, ma chérie; pero lo que más me asombró fue la forma
en que tus compatriotas le respondían. Claro que poder y riqueza es una
combinación nada despreciable y Jourdan posee las dos cosas.
Danielle le dirigió una breve mirada como si quisiera ahondar en su disgusto
que amenazaba convertirse en odio hacia ese Jourdan que despreciaba al sexo
femenino, pero lo usaba para su placer, desechándolo después como a un par
de guantes.
—Supongo que sabes que el padre de Hassan, como sabio gobernante que era,
eligió libremente al hijo que le sucedería.
Desde luego que no estaba enterada, pero en lugar de negarlo asintió con la
cabeza, pues quería saber más sobre la familia de su padrastro.
—El jeque Ben Ibn Ahmed tuvo cuatro hijos, Hassan fue su favorito y si hubiera
tenido descendencia, hubiese sido su heredero. Sus tres celosos hermanos le
hicieron saber al jeque Ibn Ahmed que no estaban de acuerdo en que un
hombre sin hijos fuera el gobernante de Qu'Har; por lo que después de
consultar a sus consejeros, se le nombró presidente vitalicio de la más
importante compañía petrolera. La decisión resultó ser muy inteligente, pues
bajo su dirección, la empresa se ha diversificado y crecido de manera
sorprendente. Las ganancias se emplean no sólo en beneficio de su familia, sino
de todo el pueblo. Tal vez no estés enterada de que los antepasados de Hassan
pertenecían a una pequeña tribu conocida por su audacia e independencia. Y
fue precisamente uno de mis predecesores quien convenció al jeque para que
mandara al extranjero a estudiar a sus hijos y ahí nació la relación entre mi
familia y la de Hassan. Mi padre dice que Hassan ha retribuido con creces lo
que su padre le debiera a mi abuelo, pero... —Parece que no estás de acuerdo —
observó Danielle, percibiendo la dureza en las facciones de su rostro.
—Reconozco que ha sido generoso, aunque podía haber hecho algo más —se
quejó—. Pudo darnos un puesto en el Consejo de sus diversas compañías, eso
para nosotros representa mucho y para él no tiene importancia.
El padrastro de Danielle creía que los hombres debían ganarse con su esfuerzo
el sitio que deseaban ocupar en la vida y Philippe, aunque era encantador
cuando se lo proponía, no tenía para el trabajo la misma dedicación que su
padre o que ella. Además, como joven que disfrutaba de la vida mundana de

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París, deseaba poder compaginar sus ambiciones con sus diversiones. Danielle
se había dado cuenta de que Philippe la consideraba atractiva, pero estaba
segura de que para casarse elegiría una chica de su misma clase social, una
dulce y tranquila francesita que prestaría oídos sordos a sus aventuras. Ella
jamás podría aceptar una situación semejante. Reflexionó sorprendida por la
fuerza de sus sentimientos, estaba convencida de que si algún día se
comprometía, lo haría con alguien a quien amara intensamente y que la
considerara a ella como el centro de su universo. Sonrió con tristeza
reconociendo que eran muy pocos los hombres capaces de querer así, y hasta su
padrastro, que adoraba a su madre, la excluía de sus intereses personales.
Danielle se preguntaba si su madre sabría lo que Philippe le acababa de revelar.
De ser así, ¿por qué nunca le había comentado nada? Aunque reconocía que
hasta que ella no había salido del colegio, no la había empezado a tratar como a
una mujer. Hacía tiempo que la chica había madurado, pues debido a su
especial sensibilidad, la gente la buscaba para confiarle sus problemas; en el
internado y después en Suiza, a menudo era la confidente más solicitada. Este
don le permitió desarrollar una intuición que la ayudaba a esquivar las
situaciones molestas; pero no por eso dejaba de reconocer que era más difícil
establecer juicios imparciales cuando las emociones estaban comprometidas. Sin
embargo, ella se había hecho un juramento: mantener a toda costa sus
convicciones y no permitir que nadie la convenciera de lo contrario.
—¿Te estoy aburriendo? —la preguntó Philippe.
Danielle ocultó una leve sonrisa. Aunque se había dejado llevar por sus
pensamientos, la charla le parecía interesante. A Philippe le sentaba muy mal su
indiferencia.
—En absoluto —respondió con calma—. Por favor, continúa.
—Ahora viene lo mejor —prosiguió—. Cuando la esposa de Hassan supo que él
no sería el sucesor, pidió el divorcio. Es un privilegio al cual la mujer
musulmana tiene derecho de acuerdo con la ley, pero muy pocas lo solicitan. A
pesar de no contar más con el apoyo y la riqueza de Hassan y sabiendo que la
vida de divorciada no era muy agradable, Miriam se decidió por la separación
porque ella amaba a su hermano mayor y no a Hassan. Para entonces, él ya
sabía que no podía tener hijos, y rechazó tomar las tres esposas que le
correspondían de acuerdo con el Corán, pues no le atraía la idea de ser cabeza
de tres diferentes hogares. Para poder darle a Hassan el control absoluto de las
ganancias, obtenidas con el petróleo, su padre dejó establecido en su testamento
y firmado por toda la familia, que él tenía completa libertad para elegir a su
sucesor. Hasta que Hassan se casó con tu madre, todos daban por hecho que el
elegido sería Jourdan.
Aunque su rostro no mostraba ninguna expresión, Danielle dedujo por el tono
de su voz, que Philippe no estaba de acuerdo en lo que acababa de decir y se
preguntó el porqué. Y de nuevo se hizo otra pregunta, ¿sería Jourdan la razón
por la que su padrastro nunca las había llevado a visitar Qu'Har ni había
invitado a su casa a alguno de sus familiares? Su resentimiento en contra del
desconocido aumentó. ¿Cómo se atrevía a forzar una ruptura entre su padrastro
y su familia? Sabía que muchos árabes despreciaban a los que se mezclaban con

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gente de otras razas, pero por lo que Philippe le había contado, Jourdan era el
menos indicado para criticarle.
—Por supuesto que a ningún miembro de la familia le agradó el enlace —
prosiguió—. Después de todo, Hassan es un hombre poderoso y rico, y aunque
se sabe —añadió con resentimiento— que Jourdan será su heredero, sólo el
pensar en compartir su fortuna con personas extrañas les parecía una locura.
—¿Personas extrañas? —repitió incrédula.
—¿Es que tampoco estás enterada? —sonrió divertido—. El mismo Jourdan es
un mestizo; la posición y aceptación de que goza se las debe por completo a
Hassan. Él es hijo de su hermano menor. Éste estudiaba en la universidad de
París y allí conoció a la que fuera la madre de Jourdan. Él nació sin que la
familia se enterara hasta que Saud perdió la vida en una riña callejera. Cuando
Hassan fue a París, se enteró de que su hermano había estado viviendo con
Jeannette así que le ofreció dinero para poder reconocer legalmente al niño que
iba a nacer.
—¿Y qué respondió ella ante tal proposición?
—Aceptó, desde luego y poco después de su nacimiento, Hassan le llevó a
Qu'Har. Siempre se supuso que lo había hecho por el hijo que nunca pudo
tener, y hasta que Jourdan fue a la universidad, vivió bajo la protección de su
tío.
Danielle pensaba que Jourdan era un ingrato. No le parecía bien que
respondiera así después de lo bien que se había portado su padrastro con él.
¿Cómo podía ignorarle así y por qué nunca le hablaron de él?
Como si siguiera la dirección de sus pensamientos, Philippe se disponía a
responder a sus dudas cuando monsieur Sancerre se acercó para pedirle que se
les uniera.
—Estos hombres —comentó madame Sancerre—. No hay duda de que Philippe
prefiere tu compañía, petite, a la de su padre y el jeque. ¡Eres tan bonita, que no
puede escapar a tus encantos!

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CAPÍTULO 2
PHILIPPE es un joven muy agradable —le comentó Hassan mientras hablaban
sobre la velada de la noche anterior.
—No lo dudo, sin embargo él encuentra atractivas a todas las muchachas,
aunque no sean muy guapas —hizo una leve mueca que provocó la risa de
Hassan.
—Y como una joven más que guapa, no le haces caso, ¿no es así?
Su padrastro se encontraba de muy buen humor, y Danielle observó que
respiraba con alivio al darse cuenta de que ella no consideraba atractivo a
Philippe. Se desconcertó por un instante, aunque después sonrió pensando que
sin duda era porque deseaba retenerla a su lado el mayor tiempo posible.
—Para mí, es sólo un buen amigo —le aseguró a la vez que buscaba la
oportunidad de hablar acerca de algo que le preocupaba. No quería herir su
susceptibilidad, pero pensaba que había llegado el momento de aclarar tanto a
él como a su madre que tenía edad suficiente para tomar sus propias
decisiones-
—. No puedes continuar ahuyentando a mis pretendientes. Ya soy una mujer.
La mirada que le dirigió Hassan fue más de un hombre que de un padrastro y
Danielle se ruborizó como manteniéndose a la defensiva.
—Así que eso te preocupa —la reprendió con seriedad— ¿No sabes que para
mí, lo más importante es tu felicidad? __sonrió al verla asentir—. Entonces no
hay motivo para discutir.
Danielle se dio cuenta de que la habían manejado de nuevo, pero tarde o
temprano, su padrastro debería aceptar que ella no iba a vivir siempre con ellos.
Por la tarde, salió de compras con dos antiguas compañeras de escuela. Una de
ellas quería ser modelo y la otra había conseguido un contrato como bailarina
en el espectáculo West End. Aunque Danielle algunas veces envidiaba su
libertad y su forma de vivir, otras reconocía que el tipo de vida que llevaban no
era para ella. No estaba dispuesta a consentir que por su vida pasara una
procesión de hombres. Desde luego que disfrutaba de la compañía de sus
amigos, pero rechazaba la idea de una relación más formal y mantener cierta
intimidad la atemorizaba. ¿Tendría algún problema?
Debía aceptar que en cuanto a sexo se refería, ella prefería mantenerse al
margen ya que por ser tan romántica, consideraba que el amor era lo más
importante entre dos personas y no la intimidad de la que hablaban sus amigas.
Las muchachas eran muy simpáticas y aunque provenían de familias
adineradas, siempre andaban buscando tiendas de oportunidades en las que
encontraban ropa de los años veinte y treinta, y al igual que Danielle,
normalmente vestían con pantalones vaqueros y camisetas de algodón. Cuando
las tres jóvenes se encontraron en el lugar convenido, le hablaron de sus planes
para el futuro y del apartamento que compartían. Ambas provocaron la envidia
de Danielle.
Corinne, la bailarina, le preguntó que qué pensaba hacer ella y al enterarse de
sus planes se limitó a arquear una ceja.
—¿Poner un restaurante? ¿No te parece un proyecto muy ambicioso? Siempre

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creí que te casarías pronto y me sorprende que, viviendo en el medio en que


vives, no estés comprometida —se detuvo un momento al ver la expresión de
sorpresa en el rostro de Danielle—. No me digas que tu padrastro no ha elegido
un candidato para ti; recuerda que en el Oriente Medio todavía se mantiene esa
costumbre, sobre todo entre las clases privilegiadas. Una amiga mía mantuvo
relaciones con un joven árabe y tardó bastante tiempo en recuperarse del
desengaño amoroso. Cuentan que algunos de ellos son verdadera dinamita si
uno se conforma con ser algo menos que nada a su lado.
Danielle hizo una mueca de desagrado, pues no le gustaba la forma en que
Corinne se expresaba.
—A pesar de haber colmado a Vanessa de joyas y vestidos costosos, cuando
llegó la hora de formalizar el compromiso —su amiga continuaba sin percatarse
del disgusto de Danielle—, se negó rotundamente argumentando que él ya
tenía prometida. Al darse cuenta de la contrariedad que esto le ocasionaba a mi
amiga, sonrió y le dijo que el placer que ella le proporcionó, había sido pagado
con generosidad. —Al menos obtuvo algo de él —dijo Linda con ironía—. No es
prudente relacionarse con ese tipo de hombres, pero si se es inteligente, se les
puede sacar joyas, vestidos, viajes, todos los lujos que una mujer anhela. Todo
el mundo sabe que un musulmán estaría dispuesto a pagar cualquier cosa por
pasar una noche con una rubia de piel blanca.
Danielle les dijo que se tenía que marchar, estaba a disgusto, y no sabía quién
tenía menos vergüenza, si la mujer que se vendía o el hombre que pagaba por
ella. Después de darle vueltas y vueltas, llegó a la conclusión de que el hombre,
pues utilizaba a la mujer para obtener momentos de placer, suprimiendo así los
más sólidos lazos que pueden existir entre los dos sexos.
__Claro que Vanessa no fue tan tonta —añadió Corinne__. Aunque según
Jourdan, era algo especial y le hubiera gustado casarse con él.
Al escuchar el nombre de Jourdan, Danielle se estremeció. Tal vez se
precipitaba al asociarlo con el sobrino de su padrastro, no obstante era
demasiada coincidencia que existieran dos árabes millonarios con el mismo
nombre.
—¿Te encuentras mal, Dan? —se asustó al verla tan pálida.
—No, no es nada, sólo que debo marcharme —mintió—. Prometí a mis padres
regresar a la hora de la cena —era otra mentira, pero debía investigar más
acerca de todo este asunto y la única que podría ayudarla era su madre. Estaba
dispuesta a interrogar a Hassan si fuera necesario. Hasta ahora, nunca le había
parecido importante conocer los detalles de los familiares de su padrastro.
Esperaría a la hora de tomar café para abordar el tema. A Hassan le encantaba y
siempre lo tomaba de muy buen humor.
Sus padres habían contratado a un matrimonio para que se encargaran de las
faenas de la casa, y una vez que la señora Bennett retiró el servicio y su madre
sirvió el café, inició el interrogatorio.
—¡Danielle! —exclamó alarmada su madre después de escucharla.
—No te pongas así Helen, creo que tiene derecho a preguntar —la defendió
Hassan—. Es más, me sorprende que no lo haya hecho antes.
Tal vez no lo hice porque era demasiado cría, y sólo me preocupaban mis

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propios asuntos —reconoció Danielle con honestidad.


—Y ¿por qué ese cambio tan repentino? —los ojos del jeque estaban fijos en
ella—. ¿Tiene algo que ver Philippe con esto?
—En parte sí —reconoció sin olvidar que su padrastro mantenía relaciones
comerciales con la familia de Philippe. Bajo ningún concepto quería que su
padrastro se molestara con él—. La verdad es que ahora que he vuelto a casa,
me doy cuenta de lo aislados que estamos.
—Si eso te preocupa, yo podría explicarte el motivo —le dijo su madre—. La
familia de Ahmed nunca aprobó nuestra unión. Por supuesto que les entiendo,
después de todo, ¿qué sabían de mí? Tu padrastro ha tenido que renunciar a
muchas cosas para estar con nosotras, Danny.
El que la llamara por su diminutivo, le hizo esbozar una leve sonrisa y cuando
se volvió para mirarla, pudo ver lágrimas en sus ojos.
—Eso no debe atormentarte, querida. Mi familia actuó guiada por prejuicios;
pero quiero que sepas que valoro mucho todos los momentos que he pasado a
tu lado —extendió los brazos para abrazar a las dos mujeres—. La felicidad que
vosotras me habéis proporcionado, ha sido en mi vida como la lluvia que cae en
el desierto.
—Y ahora seremos aún más felices —le aclaró su madre—. La familia de Hassan
desea la reconciliación.
—¿También Jourdan la quiere? —no pudo resistir la tentación de hacer esa
pregunta.
Al oírla, sus padres intercambiaron una mirada que la hizo temblar
inexplicablemente.
—¿Qué es lo que sabes de él? —la interrogó su padrastro con tranquilidad.
—Sólo que él tampoco estuvo de acuerdo con tu matrimonio, que considera a
las mujeres como objetos y que cuando le aburren, las aparta como si fueran
algo sin valor.
—Jourdan pertenece al desierto —aclaró sin negar lo que ella había dicho—. Es
fuerte, resistente, y tal vez también cruel; pero tiene otra faceta que no todos
conocen. El hombre no puede vivir siempre como un halcón, algún día
necesitará la dulzura de una paloma. No te preguntaré de quien obtuviste esa
información acerca de mi sobrino, porque creo conocer la respuesta. Considero
que no es conveniente dejar crecer juntos a un halcón y a un pichón, pues el
primero siempre tratará de anular la nobleza de su compañero.
—¡Philippe no es ningún pichón! —protestó al ver el gesto cínico de su
padrastro.
—¿Sabías que su padre me ha pedido tu mano? A su padrastro le bastó una sola
mirada al rostro de Danielle para darse cuenta de la sorpresa que eso le
causaba. —Vamos, Danielle. No debes culparle —la cogió por los hombros—.
Philippe es un joven al que le gusta vivir bien y es natural que conociendo la
relación de negocios existente entre las dos familias y atraído por tu belleza y tu
cuantiosa fortuna, haya pensado en hacerte su esposa.
—Pero..., aunque estaba segura de que le gustaba... murmuró consternada—. Ni
siquiera me imaginé... — ¿Le amas?
—Claro que no —se volvió a su madre con una débil sonrisa—. ¡Qué

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afortunada has sido tú, mamá! Tus dos maridos te han amado mucho. Si todos
los hombres que conozca se van a parecer a Philippe o a Jourdan, supongo que
nunca me enamoraré.
—¿Jourdan? ¿Por qué le mencionas? —quiso saber su padrastro a la vez que
Danielle se hacía la misma pregunta. Ella deseaba enamorarse y que la amaran.
En muchos aspectos se sentía como las demás jóvenes, aunque no dejaba de
reconocer que tal vez se había dejado influenciar por la adoración que su
padrastro le profesaba a su madre: un amor de novela. Sin embargo, tal vez
Hassan fuera único entre los de su raza y quizá único también entre todos los
hombres.
—¿No es cierto que él se casará con una joven que le tiene que aceptar, le
agrade o no?, ¿alguien que ignore cuál será su destino y la forma en que él
acostumbra comportarse? —respondió consciente de que se había dejado llevar
de nuevo por sus pensamientos.
—No deberías aceptar la opinión de un hombre para juzgar a otro, que además
le envidia —le reprochó—. Te tenía en mejor concepto, Danielle.
—No es sólo por lo que Philippe me comentó —replicó resentida porque su
padrastro la hacía sentirse culpable—. Unas amigas también me han hablado de
una joven que mantuvo relaciones con Jourdan en París; y hago la aclaración de
que no tenían idea de la relación entre él y mi familia. —Una mujer guapa; una
mujer de la calle que se vende al mejor postor —hizo un gesto desdeñoso.
—No tiene importancia su profesión —le interrumpió con brusquedad—. Se
trata de un ser humano con sentimientos; y si los hombres no estuvieran
dispuestos a comprar, las mujeres no venderían.
—Un hombre tiene ciertas necesidades —le explicó con franqueza—, y necesita
cubrirlas; había ocasiones en que tenga que acudir al mercado a comprar agua.
Por supuesto que no tendrá la frescura que tiene la de un oasis privado, pero no
deja de ser agua. Siempre te consideré generosa Danielle; no condenes a quien
sólo satisface un apetito natural.
Danielle se volvió para que no vieran sus lágrimas. ¡Qué lejos los sentía de ella!
Qué pensaría si se atreviera a decir que qué hay de las necesidades de una
mujer. ¿Debería satisfacer su sed de la misma forma que el hombre? Era la
misma bandera que el hombre siempre había enarbolado; pero su pasión no se
vería encadenada a lo que su pareja esperara de ella, estaría ligada a sus más
íntimas emociones. Mientras que ellos lo tomaban para su propia satisfacción,
las muchachas rara vez se entregaban sin dar algo de ellas mismas. No era justo,
quería protestar, pero en lugar de eso hizo acopio de toda su lógica y
razonamiento, y manifestó con calma:
—A cualquier hombre se le puede perdonar esa actitud una vez, pero por lo
que he oído, tu sobrino en lugar de calmar su sed, se esfuerza por hacerla más
insaciable. Como dije antes, compadezco a la pobre chica que sea su esposa;
mejor dicho, una de sus esposas.
—Ahí es precisamente donde te equivocas —añadió Hassan con frialdad.
A Danielle le pareció percibir una mezcla de dolor y admiración en su mirada,
pero ocultando ambas emociones, Hassan sólo dejó ver una fiera determinación
que la hizo estremecer de pies a cabeza.

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—Jourdan sólo podrá tener una esposa. Entiendo que conoces la historia de su
nacimiento, pero ignoras que le prometí a su madre que sería educado bajo las
normas del cristianismo. A pesar de que ella murió pocos días después de nacer
él, mi sobrino es tan cristiano como tú misma, hija —dijo Hassan.
Danielle se avergonzó por su comportamiento. Sintió ganas de llorar, y no
podía hablar. La envolvía una curiosa sensación de irrealidad, y un extraño
presentimiento, agravado por la insistente mirada de su madre.
—Como mi hija adoptiva, algún día serás millonaria —continuó el jeque—.
Nunca había tratado el tema porque no lo consideré oportuno. Como sabes, soy
extremadamente rico; sin embargo, poseo y manejo el patrimonio familiar que
sólo puede cederse de padre a hijo, de hermano a hermano, o de tío a sobrino.
Las mujeres no pueden heredar y cuando yo muera, mi fortuna privada se
dividirá en partes iguales entre tu madre y tú, pero lo perteneciente a la
empresa petrolera, deberá pasar a manos de mis familiares. Como mis
hermanos se llevan muy mal entre sí y a veces se requiere la sabiduría de
Salomón para hacerlos entrar en razón, ellos no gozarán de mi parte; además,
no sería difícil que estallara una guerra civil y destruyera todo aquello que tanto
mi padre como yo construimos.
—Me gustaría... —titubeó Danielle. —Permíteme continuar —le pidió él—. Mi
mayor temor ha sido que puedas ser víctima de alguien que busque tu fortuna,
así que para evitarlo, he tomado algunas medidas. —Si me consideras incapaz
de manejar mis propios asuntos, lo mejor sería que no me dejaras nada —
puntualizó con ironía—. Hasta preferiría que no lo hicieras, así podría salir
adelante por mis propios medios.
La expresión de Hassan se suavizó al escuchar las rebeldes palabras de la joven.
Veía muy guapa a su hija adoptiva Le encantaban sus ojos tan verdes como
esmeraldas.
—Eres una muchacha muy inteligente, Danielle. Siempre has sabido que
nuestra riqueza es enorme y no has abusado de tus privilegios, por eso no debes
preocuparte; he tomado las medidas necesarias para proteger tanto mi parte
como tu fortuna —miró a su esposa esperando su aprobación.
—¿Y cuáles son esas medidas? —su voz sonó como una súplica.
—No hay nada que temer, pequeña —se acercó y la cogió de las manos—.
Jourdan sabe que para mí eres la joya más valiosa que poseo y él te tratará de
acuerdo a las... Cuando seas su esposa, todo esto...
Danielle vaciló, se le quedó grabado que ella sería su esposa. Así que ella era la
pobre chica con la que Jourdan pensaba casarse.
—¿Danielle? —escuchó la voz de su madre, dulce y ansiosa a la vez, y eso la
ayudó a sobreponerse y a no desmayarse.
—Estoy bien —y dijo enfadada—: ¡Jamás aceptaré a Jourdan, prefiero morirme
de hambre!
Al momento de pronunciar esas palabras, se dio cuenta de lo infantil que había
sido su respuesta; ella que tanto deseaba que la consideraran una persona
adulta para decidir su futuro.
—Seguro que me entiendes, ¿verdad, mami? —suplicó.
—Claro, cariño —la consoló—. Hassan sólo desea lo mejor para ti; pensamos

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que te hemos protegido excesivamente, y ahora él desea asegurar tu porvenir.


—¡Pero mamá! —Suspiró—, no me podéis proteger durante toda la vida;
además, por lo que he oído, el matrimonio con Jourdan dista mucho de ser un
lecho de rosas.
—No debes creer todo lo que te diga Philippe Sancerre sugirió Hassan—. Sé que
no puedo disculparle por su comportamiento pasado, pero confío en su buen
juicio para que una vez casados...
No importa que Jourdan se tome en serio el matrimonio —dijo Danielle con
brusquedad—; si estuviéramos hablando de otro hombre, tampoco cambiaría
mi manera de ver la situación, a lo que me opongo es a un enlace por
conveniencia. Me doy cuenta de que sólo pensáis en mi bienestar, pero todo
esto me parece tan repugnante que lo único que quiero es desaparecer.
—Entiendo cómo te sientes, mi vida —repuso Helen—. Hassan, trata de
comprender —apeló a su esposo—. Danielle no está educada como las jóvenes
musulmanas que aceptan el dominio del hombre incondicionalmente.
—Ni yo le pediría un comportamiento así —estuvo de acuerdo su padrastro a la
vez que sonreía ante la rebeldía de la joven.
—Entonces, ¿no te importa que no nos casemos tu sobrino y yo?
—Si ése es tu deseo, aunque de todos modos me siento decepcionado. Le
tendremos que avisar a Jourdan.
—Estoy segura de que pronto encontrará quien me sustituya —manifestó con
ironía al recordar a Vanessa, la joven de París.
—Cuando se entere nuestra familia de tu rechazo, él quedará desprestigiado,
fue un error considerarte como hija de mi sangre —dijo pensativo.
—Sé que intentabas asegurar mi porvenir —le consoló—. Cuando me case, lo
haré con un hombre al que quiera y que desee compartir su vida conmigo, y no
con uno que me necesite sólo para madre de sus hijos. Además, aún no estoy
preparada para el matrimonio.
Por segunda vez en muy poco tiempo, la mirada de su padrastro sobre su
cuerpo la hizo sentirse cohibida.
—Tal vez tengas razón —aceptó—. Aunque creo que no está muy lejano el día.
Si no te casas con Jourdan, ¿podrías al menos ir a visitar a mi familia? Como
sabes, dentro de poco partiré en compañía de tu madre a América en viaje de
negocios y nada me complacería más que antes de que inicies tu curso, mi
familia vea lo hermosa y encantadora que eres, hija.
— ¿Quieres que vaya a Qu'Har? Yo no podría... —no sería capaz de convivir
con extraños que rechazaban a su madre y no aceptaban su enlace,
desconocidos que incluían al hombre con quien se negaba a comprometerse.
Ya era tarde cuando decidió irse a la cama, pero antes de que se durmiera, su
madre entró en su habitación, tan silenciosamente que Danielle no se dio cuenta
de que había entrado.
—Danielle —-murmuró Helen mirando la cascada de oscuros rizos que cubrían
sus hombros—, por favor ve a Qu'Har. Significa tanto para Hassan, más de lo
que te confesó. Seguramente podrás entender lo frustrante que ha sido para él
no haber tenido descendencia. Presentarte a su familia como su hija, es su
mayor orgullo; por favor no le niegues ese placer.

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—¿A una familia que ha pretendido ignorarnos, incluso cuando papá ha hecho
tanto por ellos? Lo siento, pero no puedo aceptar.
—¿Ni aun estando en juego la salud de tu padre? —le suplicó con dulzura—. Si
para Jourdan representa el desprestigio, ¿te imaginas lo que significa para
Hassan?
Danielle miró el suelo dejando que el cariño que sintiera por su padre emergiera
ante sus propios sentimientos.
Está bien —respondió después de unos segundos—, pero que quede bien claro
que no aceptaré casarme con Jourdan.
—Lo sé, sin embargo, Hassan estaba seguro de actuar correctamente, estaba tan
convencido de que así te protegía que sólo tu rechazo pudo disuadirle. Y ahora
que has conseguido tanto, ¿no crees que puedes intentar hacer un pequeño
sacrificio, querida?

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CAPÍTULO 3
PARA Danielle sería un sacrificio que le costaría un gran esfuerzo y en eso
pesaba con tristeza mientras miraba por la ventanilla del poderoso jet, que era
uno de doce que formaban la línea aérea Qu'Har, y que pertenecía a la familia
de su padrastro. Un atento y cortés empleado de la empresa petrolera le
acompañaba en su viaje.
El ruido de los motores cambió, indicando que habían llegado a su destino, y
Danielle que se había propuesto permanecer tranquilla, se puso muy nerviosa.
Alisó con los dedos temblorosos su traje de seda de dos piezas, cuyo tono verde
azulado contrastaba con su cabello rojizo y su piel bronceada. Su padrastro le
advirtió que aunque ya había pasado la peor época del año en Qu'Har, en
agosto la temperatura se elevaba considerablemente por lo que debía incluir en
su equipaje bastantes protectores para evitar que su piel sufriera quemaduras.
Trató de dejar de pensar que qué opinaría de ella la familia de su padrastro. A
pesar de repetirse qué no le importaba, en viaje deseaba que la aceptaran.
Jourdan estaría en París en una reunión de socios. Y eso era algo mas que le
debía a su padrastro; Propiciar por ahora un encuentro. Hubiera sido muy
embarazoso tener que ver cara a cara a quien había accedido a casarse con ella
aun sin conocerla.
El jet empezó a descender, pero Danielle sólo veía el cielo azul a través de la
ventanilla. Se volvió hacia donde se encontraba su acompañante, y se dio
cuenta de que él la observaba con timidez. Tenía más o menos su misma edad,
llevaba puesto un elegante traje e iba muy bien peinado. Su padrastro le había
explicado que era hijo de uno de sus primos y que formaba parte del personal
de la compañía. En los países árabes el nepotismo se consideraba más una
virtud que un vicio. Cuando el avión aterrizó, Danielle deseó haber tenido
tiempo para aprender más acerca de las costumbres y tipo de vida de las
personas con las que pasaría una temporada. Se preguntaba qué ocurriría si
cometía alguna torpeza por ignorancia de sus normas. Hassan le aconsejó
dejarse guiar por Jamaile, la primera esposa de su hermano mayor, que tenía
tres hijas y varios nietos.
Danielle descendió por la escalinata. Agradecía la presencia de su discreto
acompañante. Aunque estaba acostumbrada al respeto que se mostraba a la
gente adinerada, nunca había entendido el verdadero significado de la palabra
deferencia, hasta que se convirtió en un miembro de la familia de Ahmed. No
tardó mucho tiempo en darse cuenta de que la considerarían pariente sólo si se
comprometía con Jourdan.
Ese pensamiento le dio valor para dirigirse hacia el coche que la aguardaba. No
encontraba palabras para describir el lujoso Mercedes negro que reflejaba la
posición social de sus anfitriones. Fue entonces cuando se dio cuenta de que
permanecería con la familia real de Qu'Har y este pensamiento la intimidó un
poco.
El recorrido a palacio se hizo en silencio, lo que le permitió observar la
diversidad de edificios construidos a ambos lados de la carretera principal. A lo
lejos se extendía el vasto desierto cuya monotonía la rompía la presencia de un

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grupo de palmeras, y como salidos del cielo azul, enormes invernadero según le
informaron, eran parte del proyecto para disminuir la dependencia que tenía
Qu'Har en la importación de productos del extranjero.
- Esto y la nueva planta desoladora, recientemente terminada en la costa, son el
resultado de los planes de Hassan para que nuestra gente aproveche la riqueza
de nuestro país —le informó su acompañante con orgullo.
Danielle reconoció que tenía razón para sentirse así. A su alrededor pudo
observar una avanzada tecnología.
Le señaló un moderno edificio, que albergaba una escuela de niñas, que a pesar
de ser una gran innovación, causó una gran tensión y descontento hasta que los
principales dirigentes religiosos aprobaron los planes. De todos modos,
Danielle pudo captar el tono de desaprobación en la voz de su acompañante.
—¿No está de acuerdo con que la mujer tenga acceso a la educación? —le
preguntó directamente.
—Tenemos costumbres diferentes a las del este —fue su diplomática respuesta.
Danielle tenía que haber estado ciega para no darse cuenta de que él la
encontraba atractiva, así que al percibir que la pregunta le resultaba
embarazosa, decidió cambiar de tema y charlar sobre la familia y de los
miembros con los que conviviría.
El emir es la cabeza de nuestra familia y nuestro país —le confió Saud con una
tímida sonrisa—. Soy hijo de su primo segundo, y por consiguiente el de menor
importancia, gracias al jeque Hassan, mi tío, ocupo este puesto en la compañía. -
Pero tiene un título universitario —Danielle recordó lo último que su padrastro
le había comentado—. Pudo haber conseguido trabajo en cualquier otro lugar.
—No me hubiera gustado. En Qu'Har está mi hogar y el de mis padres. El jeque
Hassan pagó mi educación al igual que lo ha hecho con muchos otros y la única
forma que tengo para corresponderle es aplicar mis conocimientos en beneficio
de mi país.
Habló con tanto convencimiento y sinceridad, que a Danielle se le llenaron los
ojos de lágrimas. Ésta era la otra caía del terrible desierto, su casi infantil, pero
determinante lealtad, —El jeque Hassan es un hombre sabio y generoso —
añadió Saud con seriedad—. Muchos de nuestra familia le deben gratitud.
—Y en especial Jourdan —añadió ella al recordar como su padrastro le había
tenido bajo su cuidado.
—¡Ah, Jourdan! —Repitió su nombre con tanto cariño que Danielle se volvió
sorprendida, y le pareció ver en los ojos de Saud, una especie de adoración—.
Mi padre asegura que sería el sucesor del jeque Hassan y que sin él, nuestro
país desaparecería. Él es lo que nuestra familia llama: un enviado del Profeta.
Danielle supuso que había empleado esas palabras para referirse discretamente
al nacimiento ilegítimo de Jourdan.
—¿A qué se refiere al decir un enviado del Profeta? —preguntó con curiosidad
a pesar de la aversión que sentía por Jourdan.
—Significa el advenimiento de una persona con el poder y el conocimiento y la
capacidad suficiente para mantener a un pueblo —le explicó con seriedad—.
Alguien que viene al mundo en tiempos de conflictos y privaciones. Al
principio se creyó que el jeque Hassan era el enviado hasta que se descubrió

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que no podía tener descendencia. Puede imaginarse que en familias tan


numerosas como la nuestra, existe una gran rivalidad que sólo puede resolverse
con una guerra en la que se determina quien tendrá el control. A pesar de que
nuestro país es pequeño, es próspero gracias al petróleo; sin embargo no
siempre se utiliza con sabiduría debido tal vez a la falta de preparación. Es de
suma importancia prever el futuro ya que no siempre contaremos con el oro
negro, y eso es lo que el jeque Hassan está tratando de hacer. Se ha invertido
mucho dinero en proyectos, equipo tecnológico y preparación, y todo eso se
perdería si el sucesor de mi tío no continuara su labor. Se requiere un hombre
con fuerza suficiente para reprimir la oposición como el halcón y artero como la
serpiente, y Jourdan reúne todas esas cualidades.
Es evidente la admiración que usted le profesa —comentó a la vez que se
preguntaba si Saud sabría algo acerca de su supuesto compromiso. En vista de
lo importante que era Jourdan, le parecía muy extraño que no hubieran elegido
una joven de sangre árabe para él, y por primera vez, Danielle se daba cuenta
del gran honor que su padrastro había tratado de ofrecerle, al menos ante los
ojos de la familia, mediante el matrimonio
- Aunque algunos consideran un error que pertenezca a la religión de su madre;
sin embargo, el Corán recoge los principios de otras religiones, y Jourdan
respeta y cumple los preceptos de este libro sagrado más estrictamente que
muchos de nuestra propia raza.
—Según parece es perfecto —observó con disgusto y pena por no tener la
oportunidad de conocerle.
Se mostraba tan interesada por el paisaje que no percibió la rápida mirada que
le dirigió Saud; al pasar por un alto paisaje abovedado pintado de blanco, el
reflejo de los rayos solares le hicieron cerrar los ojos por la luminosidad.
Cuando lo abrió, el coche se había detenido frente a una enorme construcción
de poca altura que tenía la fachada cubierta de mosaico. Danielle se quedó
asombrada.
—Debo dejarla aquí —le anunció Saud descendiendo del coche—. El chófer la
llevará a las habitaciones de las mujeres donde la recibirá la esposa del jeque.
—¿Nos volveremos a ver?
Para Danielle, representaba un enlace importante con su hogar. Saud no supo
que contestarle de momento, y miró al chófer como si considerara que no
debería estar escuchando esa charla.
—Le preguntaré a mi padre si me está permitido —murmuró en voz baja, y el
coche arrancó dirigiéndose a otro paisaje con frisos arabescos que llegaba hasta
un patio cerrado. En uno de los muros se abrió una puerta y Danielle
recordando el cuento de Alicia en el país de las maravillas, supuso que debía
penetrar en el interior.
Todo transcurría como en un sueño. Cuando iba a entrar, la envolvió el aroma a
jazmín junto con la frescura del aire acondicionado cuyo zumbido parecía un
murmullo.
—Haga el favor de acompañarme, señorita. La doncella vestía de negro y su
voz era dulce y melodiosa. Danielle pudo apreciar una fina cadena alrededor de
su cabello cuando se dirigió a través del pasillo, hasta dentro y al fondo se abrió

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una puerta, y la doncella le indicó que debía seguirla. Casi sin saber cómo, se
encontró en una habitación cuadrada con un diván junto a una de las ventanas
y una piscina poco profunda junto a éste.
Si la señorita me permite—escuchó la voz amable, pero firme de la doncella que
casi la obligó a que se sentara para quitarle sus sandalias de tacón alto. Luego
procedió a lavarle los pies y las manos con agua previamente perfumada con un
aroma que no pudo reconocer. Danielle se alegró de no llevar zapatillas.
Los movimientos de la joven, discretos y seguros, eran aplicados por sus
delicadas manos. Su vista permaneció baja todo el tiempo. Danielle pensó que
sería parte del servicio. La chica cruzó hacia el otro lado de la habitación, y
regresó con un par de chinelas bordadas.
—Es necesario que las lleve puestas en presencia de la esposa del jeque —le
explicó la muchacha—. Otra de las costumbres es inclinarse al aproximarse a
ella, y después, cuando se vaya a retirar, abandonar el salón caminando hacia
atrás; no obstante, mi señora ha decidido olvidar las formalidades durante su
estancia.
Su inglés era tan perfecto que Danielle se sintió avergonzada por su escaso
conocimiento del árabe. Cuando le preguntó que dónde lo había aprendido con
tanta fluidez, le contestó que se lo había enseñado su padre, y que se sentía
afortunada de estar al servicio de la casa, porque las hijas y nietas de la esposa
del jeque lo hablaban, y así tenía la oportunidad de Practicarlo.
El idioma es indispensable para asistir a la universidad Inglaterra —añadió—, y
la esposa del jeque desea que todas mujeres de su familia, gocen de los
beneficios de una buena educación, ya que así, evitarán que los hombres las
desprecien por su ignorancia. Ahora, si me permite guiarla, la llevaré a su
presencia.
El sitio donde se encontraba era una antesala que conducía a un enorme
aposento, cuyo techo en forma de bóveda, presentaba complicados arabescos y
pinturas que dejaron sin aliento a Danielle. ¡Qué riqueza de colorido! Ella nunca
había visto tal combinación de colores en una sola habitación. Los tonos
turquesa se desvanecían hasta llegar a los lila; pero no si hubiera apreciado
tanta belleza de no ser por los blanquísimo divanes adornados con cojines de
diversos colores de seda
En uno de los extremos había un sillón individual, y de tras, un bonito biombo
cuyos rebuscados grabados le recordaban a iconos rusos; sin embargo, éstos no
tenían motivos religiosos o figuras humanas, sino que su belleza dependía del
colorido y las piedras semipreciosas que brillaban con la luz del sol. Estaba tan
ensimismada, que no se dio cuenta de que su acompañante la había dejado sola.
Una de las puertas del biombo se abrió, y Danielle, recordando las indicaciones
anteriores, se inclinó ante la pequeña alfombra colocada de forma estratégica
sobre el suelo.
Escuchó un suave sonido de campanillas y el roce de una seda pesada, pero no
se atrevió a levantar la vista hasta que una dulce voz le habló:
—Acércate, pequeña, y permítenos conocer a la hija de quien mi hermano
Hassan se siente orgulloso.
Danielle se incorporó y caminó hacia el dosel donde la esposa del jeque se había

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sentado. Era una mujer de escasa estatura, engalanada con una túnica de rica
seda, y joyas de valor en sus dedos y cuello, que Danielle se quedó asombrada
—El color de su pelo es igual al del desierto después de llover.__comentó la
esposa del jeque a una de las mujeres que permanecían de pie detrás de ella.
—En Inglaterra, ese tono indica un carácter fuerte —fue el comentario que hizo
otra de las mujeres en voz baja.
—Entonces, qué afortunados son los ingleses —añadió, después de pedirle a
Danielle que subiera al dosel—, pues nuestros hombres juzgan a la mujer por su
reputación, y una sola mirada les basta para saber si tienen una esposa con gran
espíritu, si es temperamental o dócil como una paloma. En tu opinión, ¿cuál es
la clase de mujer que el hombre prefiere? —la miró fijamente mientras esperaba
su respuesta.
—Supongo que tienen diferentes gustos; algunos desearán mujeres de carácter
apacible, y otros con más espíritu —fue lo único que pudo comentar, pues la
pregunta la cogió por sorpresa.
—Hablas con sabiduría —reconoció la esposa del jeque ante las mujeres—.
Hassan no exageró al asegurar que tu belleza es como la delicada flor de
nuestros estanques que palidece cuando se ve amenazada. Mientras
permanezcas en Qu'Har estarás bajo mi cuidado —le informó con gentiliza—.
Supongo que Hassan te habrá instruido respecto a algunas de nuestras
costumbres; no les está permitido a las mujeres pasear por las calles sin escolta
ni presentarse ante hombres que no sean o su padre o su esposo, sin portar el
tradicional velo. Como inglesa que eres, no estás obligada a cumplir estas
reglas, pero como hija de mi hermano, debes pensar que podrías ocasionar que
se burlaran de él; sin embargo, eres libre para hacer lo que quieras. Si durante tu
estancia deseas comportarte como una de nosotras, Zoé te facilitará un chadrah y
te instruirá sobre algunas de las normas; en caso contrario, sabremos
entenderte.

Danielle pensó que hasta qué punto era libre para elegir al ver la tímida sonrisa
de la joven, a quien Jamaile había señalado. Si insistía en vestir al estilo inglés,
la tacharían de egoísta y desconsiderada por la reputación de su padrastro, y si
se comportaba como árabe, sería tanto como negar su propia personalidad.
Mientras las mujeres esperaban su respuesta, recordó toda la generosidad y el
amor que Hassan le había dado, y llegó a una conclusión.
—Usaré el chadrah —aceptó cortante, pero de pronto la asaltó un sentimiento
agobiante que casi la obligó a reconsiderar sus palabras; era como dar el primer
paso hacia un rumbo desconocido del cual no sabía si podría regresar para vivir
como hasta ese momento lo había hecho. Se llamó tonta por tales reflexiones,
pero la verdad era que quería evitar que criticaran a la segunda esposa de
Hassan.
—Sea como lo has decidido —sonrió la esposa del jeque-Acompaña a Zoé y más
tarde nos reuniremos de nuevo, me gustaría que me hablaras sobre Inglaterra,
no voy desde que era niña.
Al salir, recordó que debía hacerlo hacia atrás, y recibió la sonrisa aprobadora
de Zoé.

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—Sus habitaciones ya están preparadas...


Subieron por una escalera de caracol que parecía no tener fin, y Zoé tuvo que
esperarla antes de abrir la puerta y permitirle que entrara.
¡Sus aposentos! Así los habían llamado, y Danielle miró el interior palaciego,
mientras seguía a Zoé como un autómata La llevó desde el exquisito saloncito,
hasta la suntuosa alcoba El lecho era de tipo imperial con dosel, pero de una
delicadeza que la llenó de asombro al apreciar los adornos de oro y la colcha de
seda. Al fondo de la habitación, había un pequeño vestidor con espejos en las
puertas de los armarios, lo que le daba un aspecto moderno. En el otro extremo
estaba el cuarto de baño, con la bañera y todos los accesorios en mármol rosa
pálido que combinaban a la perfección con la decoración de la alcoba.
__La doncella le traerá algunas telas —le dijo Zoé—, y mañana podrá indicarle
a la modista cuales son sus gustos.
—Sólo estaré aquí unas tres semanas, así que no lo creo necesario, Zoé —
protestó débilmente.
—Rechazar los obsequios de la esposa del jeque significa un insulto para ella.
—En ese caso...
Zoé le explicó durante media hora lo que podía y lo que no debía hacer, y
cuando Danielle la interrumpió para decirle que nunca podría recordarlo todo,
le sonrió.
—No será tan difícil —la animó—; además, siempre habrá alguien cerca para
ayudarla... Nos veremos a la hora de la cena —se despidió levantándose del
diván—. ¿Recordará bien el camino?
Danielle observó cómo se cerraba la puerta, sintiéndose de pronto abandonada.
A pesar de las diferencias entre ambas, Zoé con su amabilidad y su dulce voz, le
agradaba. Según le había contado, la seleccionaron para estar al servicio de la
esposa del jeque por ser su sobrina, y le dijeron que si después de algunos años
le complacían sus atenciones, la ayudarían a buscar un buen esposo, y le
regalarían una dote.
Danielle se había quedado atónita ante tales revelaciones, Pero Zoé aceptaba
que escogieran a su pareja.
No se había mencionado nada de Jourdan, por lo que pensó que tal vez no
todos estarían enterados.
Al quedarse sola, se dedicó a examinar el guardarropa en el que descubrió una
media docena de elegantes caftanes cuyos colores variaban desde el rosa más
pálido, hasta el verde jade intenso. Acercó uno a su cuerpo, sorprendiéndose al
descubrir cómo la prenda la transformaba de pronto en una sensual oriental.
Pensó que sería efecto de las luces, y colocó la túnica en su sitio. Oyó que
llamaban a la puerta y cuando abrió, vio a una joven que mantenía baja la
mirada.
—Mi señora me envía a ponerme a sus órdenes, y me ha dado este chadrah para
que pueda andar por el palacio con el rostro cubierto —le comunicó.
Danielle cogió con disgusto el velo, considerándolo como algo que atentaba
contra sus principios, pero, recordando a su padrastro, se repitió que no debía
tomarlo como una ofensa. Lo único que deseaba era que el mes transcurriera
rápido. El débil sonido del muezzin rompió el silencio, sacándola de su

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abstracción.
La doncella se postró ante ella durante breves segundos antes de acercarse con
gracia.
—¿Desearía tomar un baño antes de la cena? Mi señora le envía este aceite
perfumado, hecho con pétalos de rosa de su propio jardín. Usted debe sentirse
muy honrada.
Danielle quería aclarar que no necesitaba ayuda, pero antes de que pudiera
decir nada, la doncella ya le estaba preparando el baño.
—Puedo hacerlo sola —empezó a decir, pero se calló al ver la expresión
compungida de la joven—. Disculpa, es que no estoy acostumbrada a tener una
doncella a mi servicio —trató de explicarle. Después, le preguntó su nombre.
—Zanaide —respondió con timidez—. Si me despide la señora pensará que la
ofendí.
Sus ojos mostraban tal preocupación, que Danielle no tuvo corazón para insistir
en que se marchara, aunque algo en su interior le decía que no hacía bien, al
permanecer ociosa, disfrutando la maravillosa sensación del agua aromatizada
y de las expertas manos de Zanaide que lavaban su cuerpo con una esponja.
Cuando la joven le tendió una toalla para secarse, ella ya no se preocupó más
por sus inhibiciones.
_ ¡Tiene la piel tan blanca y tan suave!, que con seguridad el hombre que la
contemple quedará ciego; pero la señorita debe comer un poco más para subir
de peso.
—En los países europeos, a los hombres les gustan las mujeres delgadas —
sonrió a Zanaide.
—¿No está comprometida, señorita?
—No, ¿y tú, Zanaide? —sin saber por qué, las preguntas personales habían
dejado de molestarle.
—Desde hace varios años estoy comprometida con mi primo segundo, de
acuerdo con las costumbres. Nos casaremos el próximo año —suspiró, y antes
de que Danielle se opusiera le quitó la toalla del cuerpo—. Recuéstese en el
diván, por favor.
Obedeció perpleja. Zanaide le dio un suave masaje con el aceite que le había
enviado la esposa del jeque.
—No he visto a Faisal durante muchos años —le confesó—. Estudió en la
universidad de Inglaterra y trabajó en Arabia Saudí; mi hermano me ha contado
que es un joven bien parecido —se dibujó un pequeño hoyuelo en su mejilla, y
Danielle le sonrió. Así que no había desaparecido el espíritu de estas mujeres
que la leyenda describía frágiles y delicadas como Pétalos de rosa. Ahora
empezaba a conocerlas: poseían el valor y la fuerza de las tigresas.
¿Y no hubieras deseado enamorarte primero? —indagó por curiosidad.
Amaré a mi esposo —respondió con firmeza—. Hacer lo contrario, acarrearía la
desgracia a mi familia—abandonó unos minutos la habitación y regresó con el
caftán verde jade.
—¡Ése no! —se rebeló Danielle al recordar su imagen cuando se lo probó.
—Es el mejor del guardarropa —Zanaide frunció el ceño—. No ponérselo sería
un agravio para mi señora. ¿Es que acaso no le agrada?

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—¡Es maravilloso! —Reconoció—, pero me sentiría más cómoda si pudiera


ponerme mi propia ropa. Me imagino que a ti te pasaría lo mismo.
—A mí también me gustan los pantalones vaqueros, señorita. Aunque sólo me
los pongo cuando estoy con mis hermanas y mi madre, quien se escandalizaba
hasta que mis hermanos le explicaron que en Europa, todas las muchachas
vestían así. Es muy placentero..., ¿cómo dicen ustedes? Tener lo mejor de las
dos culturas.
—Ambas culturas —la corrigió sorprendida de que Zanaide lo aceptara.
Danielle se preguntaba si no se había equivocado al considerar a la mujer árabe
bajo la completa sumisión del hombre.
Era lo más probable, pues mientras la joven la peinaba, le hizo algunos
comentarios que cambiaron su forma de pensar. Le contó que a las jóvenes más
brillantes se les alentaba a continuar sus estudios en el extranjero y disfrutaban
de cierta libertad si cumplían las leyes y eran discretas en su comportamiento.
—Por supuesto que no podemos asistir a bailes, y convivir con el sexo opuesto
según la costumbre europea —le comentó—, pero el jeque Hassan ha hecho
mucho por nosotras, y tenemos su promesa de que intentará beneficiarnos todo
lo posible; sin embargo, muchas de nosotras aún preferimos llevar el chadrah
para conservar nuestro estilo de vida. ¿No es cierto que lo desconocido llama
más la atención?; lo que más atrae a los hombres de nuestra comunidad, es que
para ellos somos inasequibles.

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CAPÍTULO 4
POR FIN terminó la cena y aunque todos se habían mostrado muy amables con
ella, se sentía feliz de poder tirarse y no preocuparse más por recordar una larga
serie de nombres y cosas nuevas que le parecían inagotables
Se había visto obligada a tomar varias tazas de café y de no ser por la
intervención de Zoé, que le indicó que para que no le sirvieran más, tenía que
mover la taza, hubiera tenido que seguir bebiendo.
Aunque todo había estado delicioso, la comida era más pesada de la que ella
estaba acostumbrada a tomar, así que cuando avanzó por el pasillo que la
llevaba a la escalera de caracol que conducía a sus aposentos, se sintió liberada.
Los escalones le parecieron eternos, pero pensando que era sólo su imaginación,
Danielle siguió adelante.
Los apliques que iluminaban la escalera, dibujaban en las esquinas sombras.
Una de ellas se acercó a ella obligándola a contener el aliento, y cual no sería su
sorpresa al ver que la sombra era un hombre de carne y hueso, cubierto por una
prenda de color oscuro que dejaba al descubierto su bronceado pecho en el que
había pequeñas gotas de agua que indicaban que acababa de salir del baño.
Él era alto y fuerte. Tenía una mirada cautivadora. La estudiaba a la vez que
pronunciaba algunas palabras que ella suponía árabes, y la miraba con tal
intensidad que Danielle sintió que un estremecimiento le recorrió el cuerpo.
El hombre de nuevo volvió a hablarle, pero ahora su voz parecía impaciente.
Lo siento, pero no entiendo lo que dice. Sólo hablo inglés, - pero dudó que
pudiera comprenderla.
Al escucharla entreabrió los labios. Sus blanquísimos dientes contrastaban con
su piel oscura. Danielle nunca había experimentado tal sensación; los músculos
de su estómago se contrajeron, y un musitado temor la obligó a dar un paso
hacia atrás.
Una fuerte mano le cogió la muñeca y un leve aroma de menta penetró por su
nariz.
—¿Me buscabas? —la interrogó con brusquedad, y aunque su inglés era
impecable, carecía de cortesía y amabilidad.
—Me dirigía a mis habitaciones —le miró con naturalidad, tratando de soltarse,
pero él le impidió cualquier movimiento.
—Seguramente te habrás dado cuenta de que éstos no son los aposentos de las
mujeres —frunció el ceño como no dando crédito a sus palabras.
—Pero..., tenía la certeza de haber seguido el camino correcto —se ruborizó
sintiéndose culpable, más por el tono perturbador que empleaba, que por el
contenido de sus palabras.
Había desaparecido la sonrisa de su rostro y no parecía impresionado. Danielle
se preguntó que edad tendría. Era difícil calcular con esa luz tan difusa aunque
no había duda de que era un hombre con el que debía tener cuidado. A pesar de
la Primera impresión de antipatía, Danielle no podía ignorar su abrumadora
virilidad, su estrecha cintura y su musculatura que la delgada seda permitía
apreciar. , -Así que... —sus ojos amenazaban derribar sus escasas defensas .Y
leer con facilidad sus pensamientos.

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Danielle pensaba, enfadada, que él se había dado cuenta del impacto que le
había producido su presencia. También sospechaba que podía medir la
intensidad de los latidos de su corazón. Se volvió con rapidez deseando que no
viera el temblor de sus labios, y sorprendiéndose por ese sentimiento absurdo
de querer escapar. Pero, ¿huir de qué? ¿Era tan susceptible a ese ambiente que
la atemorizaba un desconocido? ¿Dónde estaba su deseo de conservar sus
propias ideas y principios?
-No me di cuenta de que había tomado otra dirección —levantó la barbilla
inconscientemente—. ¿Podría indicarme cómo llegar a mis aposentos?
—Ha sido una osadía por tu parte —mencionó en voz baja—. O ¿tal vez la
ignorancia que guía a la paloma a irrumpir los dominios del halcón y que
desconoce el castigo por tal temeridad?
Cansada y confundida, Danielle le miró anonadada, sorprendiéndose al sentir
cómo sus brazos la cogían de la cintura, acercándola y presionándola contra su
musculoso cuerpo a la vez que sus labios se posaban sin piedad sobre los suyos,
exigiéndole una intimidad que ella nunca había experimentado.
Con gran esfuerzo recuperó la cordura, tratando de liberarse de las manos
masculinas que en ese momento le acariciaban la nuca, pero todo intento fue en
vano y lo único que consiguió, fue que se burlara de ella.
—Así que después de todo, los ingleses respetan la virtud de sus mujeres. Te
sonrojas como un capullo de rosa que ha permanecido en el jardín sin amor y
cuidados.
—¡No quiero seguir escuchándole! —Por fin pudo hablar—. ¡Déjeme ir o me
quejaré a la esposa del jeque!
—Hazlo, pequeña —se burló—. Pero, ¿no te gustaría conocer la identidad de
quién te vas a quejar?
Confundida por su cambio de actitud, Danielle se percato de las emociones que
surgían en su interior. ¿Qué le estaba ocurriendo? No era tan insensible como
siempre había creído.
Le miró dándose cuenta de que su mandíbula tenía tal firmeza que de no ser
por la sonrisa burlona de sus labios, se podría decir que era cruel y temerario.
__ ¿No vas a decirme nada? —continuó irónico, mientras sus dedos recorrían
sus brazos y llegaban hasta sus hombros. Era un experto con las mujeres y se
divertía jugando con ella, acariciándola casi sin tocarla—. Tu corazón late como
si fueras un pajarillo asustado.
Danielle retrocedió asustada por el atrevimiento que mostraba en sus caricias.
Con displicencia cesó de acariciarla para quitarle el velo y dejar al descubierto
los rizos que Zanaide se había esmerado tanto en arreglar. La tenue luz de la
lámpara se reflejó sobre su melena y Danielle se quedó boquiabierta ante la voz
grave de su acompañante:
—¡La hija de Hassan!
Bajo distintas circunstancias, estas palabras le hubieran parecido ridículas, pero
en esta antigua fortaleza y rodeada de extraños, sólo pudo reaccionar como lo
haría alguna heroína de novela.
—¿Quién es usted? —preguntó casi sin aliento.

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El apenas si se movió, y en la semioscuridad, ella pudo apreciar sus cejas


levantadas, la sonrisa burlona de sus labios y la musculatura de su cuerpo que
parecía amenazarla como si nada más que ellos existieran en el mundo.
¿Estás insinuando que no me conoces?
Su brusco cambio atemorizó aún más a Danielle. Sintió como si una presencia
malévola llenara el ambiente.
¿Cómo podría conocerle? —tartamudeó nerviosa. Si Acabo de llegar y...
—Vaya coincidencia, yo también, y al encontrarte camino de mis habitaciones
privadas, como es natural, pensé que me buscabas con alguna intención. ¿No te
parece normal, hija de Hassan? Conozco bien a los de tu raza y sé que os
encanta la lógica, ¿o me equivoco?
—Pues, está en un error —le dijo sin aclararle respecto a qué se había
equivocado—. Lo único que deseaba era llegar a mis habitaciones. Debo
haberme confundido de camino —demasiado tarde recordaba lo interminable
que le había parecido la escalera—. Además, ¿qué motivo piensa que me llevó a
buscarle?
Se sintió contenta de la seguridad con la que le había hablado, pero no le duró
mucho el gusto ya que de pronto vio que el desconocido ponía una seria
expresión, y tal como había previsto, esto no podía ser más que una clara
indicación de tormenta.
—Uno muy fuerte, hija de Hassan. Yo soy Jourdan Saud Ibn Ahmed.
Danielle atemorizada, trató de entender lo que acababa de escuchar.
—Pero se supone que estaba en Francia —dijo cuando pudo hablar—, de otra
forma yo...
—No hubieras aceptado la invitación si hubieras sabido que yo estaría aquí —le
completó la oración—. Qué poco conoces a los hombres, hija de Hassan, a pesar
de tu mundana educación. ¿Creíste que iba a permitir que me insultaras de esa
forma al rechazarme como tu prometido?
Los dedos masculinos le cogieron con fuerza las muñecas, eran como las garras
de un águila transmitiéndole a Danielle toda su furia. Ella no podía creer lo que
le estaba sucediendo.
Regresaría a su casa o al menos intentaría llamar a sus padres por teléfono. Sin
embargo era imposible, ya que ellos se encontraban viajando por América.
Decidió que le contaría a la esposa del jeque la actitud de Jourdan. Danielle
estaba histérica .Si por lo menos su padrastro le hubiera dado dinero, se podría
marchar, pero él la había convencido de que no lo necesitaría. Sus anfitriones se
hubieran sentido ofendidos si tratara de gastar su propio dinero.
Había viajado en un jet particular y ése era un lujo del que no habría disfrutado
si lo hubiera hecho por su cuenta. Se sentía enferma de tanto pensar, y él no
aflojaba la presión de sus manos.
—No comprendo por qué tengo que disculparme —protestó ella sintiendo
cómo el rubor encendía sus mejillas por la cólera—. Mi actitud no requiere
justificación alguna.
—¿A qué te refieres?—le preguntó con astucia, en lugar de dejar el tema sin
aclaración.
Aunque al ver que Danielle guardaba silencio, prosiguió: —Así que la hija de

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Hassan no es tan valiente como pregona, y sólo insulta en los momentos de


enfado, cuando está furiosa, ¿no me equivoco, pequeña?
Pienso que un hombre que considera el matrimonio como un contrato mercantil
para su propio beneficio, no merece consideración alguna—prorrumpió
colérica—, y mucho Menos mi aprecio, por lo que supe de su comportamiento,
incluso mucho antes de saber lo que habían planeado entre mis Padres y usted.
-¿Qué es lo que te contaron de mí? —La interrumpió mirándola con rencor—.
¿Y quién lo hizo?
-Fue un amigo... —respondió levantando la barbilla con orgullo , Philippe
Sancerre; y debo considerarme afortunada, Lo único que tendríamos en común
sería el nombre, mientras que a las otras mujeres las ha obligado usted a
soportar que las tratase como si fueran objetos.
Por un momento, Danielle creyó que iba a golpearla, y retrocedió atemorizada,
pues ahora sus ojos la miraban con la frialdad del acero.
—Por lo que debes considerarte afortunada, es de que advierta que sólo hablas
por hablar, igual que una niña mimada —añadió con frialdad—. Eres una
criatura que pregona si inexperiencia en lo que dice —se acercó a ella
peligrosamente—; una chiquilla que desconoce los disparates a los que hace
alusión —la miró de tal forma que Danielle se estremeció-¿Así que opinas que
se necesitaría un gran valor para soportar mi proximidad física, pequeña?
Piensa antes de hablar, pequeña tonta —inclinó su cabeza a la vez que le soltaba
las muñecas para atraerla hacia sí por los hombros con una mano, y con la otra
le acercaba el rostro a una de las lámparas para pode distinguir sus facciones
con claridad—. Eres tan tímida con las gacelas que pastan en el oasis —se
mofó—, y tus ojos revelan tal temor, que me pregunto que dónde se ha
quedado tu valentía, hija de Hassan. Soy un hombre, con ansias y emociones
como tú. ¿Puedes sentir cómo palpita mi corazón?
Cogió una de sus manos, la presionó contra su torso desnudo y lo único que
Danielle pudo hacer fue suplicar en silencio que alguien llegara en su ayuda.
—Nadie vendrá en tu ayuda —dijo como si leyera sus pensamientos—.
Recuerda que estás en mis habitaciones privadas Reflexiona, hija de Hassan, de
haber querido demostrarte lo que significa la pasión de un árabe, nadie me lo
hubiera impedido ni hubiera escuchado tus protestas de joven inexperta.
—¡Cómo te atreves a decir que no tengo experi...! - Empezó a decir Danielle,
pero se contuvo al escuchar su tono mordaz.
—-No sabes mentir, Danielle. De otro modo, comprenderías que lo que mas
cautiva a un hombre es el pensamiento de una mujer cuyo cuerpo es una
fortaleza inexpugnable. Me sorprende que Sancerre no te haya hablado de eso.
—¿Y por qué cree que no lo hizo? —replicó deseando tener la fuerza necesaria
para separarse de la presión que ejercía sobre ella con su cuerpo, y libre de
hacer un último esfuerzo para escapar de su abrazo que parecía una tenaza de
hierro alrededor de su cintura.
—Porque de hacerlo, no se hubiera limitado a la teoría, y tus dedos no
temblarían al contacto de mi piel, ni tus ojos rehuirían mi mirada al acariciarte
como lo hago ahora —explicó con calma.
Danielle contuvo la respiración al notar que Jourdan le quitaba la túnica, pues

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lo único que llevaba bajo el caftán era su ropa interior de encaje.


Su corazón latía sin control y su boca se resecaba en protesta por lo que ese
arrogante extraño pretendía hacerle.
—¡Qué joven eres y qué tonta! —la voz de Jourdan era profunda. Danielle veía
con pánico con cuánta facilidad cedían los botones de su caftán. Él tenía mucha
experiencia con las Mujeres. Empezó a besarla forzándola a experimentar
emociones para ella desconocidas.
Bajo el influjo de sus caricias, Danielle sentía cómo su cuerpo respondía a sus
exigencias, como si fuera incapaz de sobreponerse al extraño poder que ejercía
sobre ella.
Cuando por fin dejó de besarla, Danielle recuperó la cordura y trató de librarse
de el. Mientras lo único que hacia Jourdan era burlarse de ella.
No intentes zafarte, hija de Hassan, permite que disfrute de tu inocencia y
candidez.
¡Suélteme! —exigió consciente de su agitada respiración, pero Jourdan
ignorando sus protestas continuó besándola con pasión. Sus dedos le recorrían
la espalda haciéndole conoce sentimientos ambivalentes de placer y repulsión.
Cuando la soltó, Danielle se sentía muy perturbada y se hubiera caído si él no la
hubiera sostenido con sus brazos
—¿Qué es lo que más te ha impresionado? —la interrogó lacónico—. ¿Lo que te
he enseñado o lo que has aprendido?
—Pues no he aprendido nada, a menos que se refiera a la sensación de asco que
me invade —mintió.
—¿Asco? —por un instante supuso que no la soltaría, pero para su alivio dio un
paso hacia atrás. La luz iluminó su expresión divertida—. ¡Oh, no, pequeña! No
me dejaré tentar por tus palabras; además, estoy muy cansado como para
querer iniciarte en el camino del amor aunque te confieso que nada desearía
más que tenerte entre mis brazos y perdernos en un lecho con cojines, para
despojarte de la muralla de pudor y orgullo que crees proteger con tanto éxito.
¡Vamos, pequeña! Demuéstrame que no eres tan inexperta como aparentas y
que mis caricias no te son indiferentes.
—Por supuesto que no, insolente engreído —por un momento olvidó la
cautela—. Has despertado en mí el asco y la repulsión —le gritó y después se
fue corriendo escalera abajo- antes de que él pudiera sujetarla de nuevo.
Se detuvo en el primer descanso para tomar aliento y ver si la seguía; al
comprobar que no era así, descendió un poco más hasta llegar a sus
habitaciones, donde ya la esperaba Zanaide.
—Ha tardado mucho, señorita —parecía nerviosa, Pero Danielle la tranquilizó.
—Creía que Jourdan estaba en Francia —le corneo —El jeque regresó esta tarde
—palideció al ver las mejillas sonrojadas de Danielle—. ¿Tomó la señorita por
error la escalera que conduce a sus aposentos privados?
__Para mi desgracia, sí —confesó. No pensaba comentarle a Zanaide lo que le
había ocurrido aun cuando le pareciera desagradable.
—El jeque Jourdan es un hombre de grandes cualidades y muy varonil —
expresó Zanaide confundiendo a Danielle—. Como no pertenece a nuestra
religión, sólo podrá tener una mujer y los familiares de la esposa del jeque

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desearían que se fijara en alguna de sus hijas ya que es muy poderoso en todos
los sentidos.
—A mí me parece arrogante y dominante —dijo entre dientes—. Y no deseo
escuchar palabra alguna respecto a su persona,
—¿Es que la señorita no le encuentra atractivo? —preguntó indecisa.
—Tan atractivo como a una serpiente —murmuró mientras Zanaide la ayudaba
a desnudarse—. Pero doblemente peligroso.
Cuando la joven salió por fin dejándola sola, Danielle se levantó como una
sonámbula, y se paró frente al espejo del vestidor. Contempló su cuerpo que
momentos antes Jourdan recorriera con sus manos y un sollozo escapó de su
garganta. Era incapaz de soportar durante más tiempo tal tortura, lo único que
deseaba era poder olvidar la escena que se repetía con vívida claridad en su
mente.

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CAPÍTULO 5
AL DÍA siguiente, Danielle estuvo tan ocupada, que no le quedó tiempo para
recapacitar; al terminar de desayunar, se dirigió en compañía de Zanaide hacia
el enorme patio donde la esperaba el Rolls Royce.
—¿Has dormido bien, hija de Hassan? —le preguntó con una cálida sonrisa la
esposa del jeque cuando se introdujo en el lujoso coche.
Danielle asintió, deseando tener valor para pedirle que la llamara por su
nombre.
—Entre nosotros es una costumbre, que los mercaderes de sedas visiten el
palacio para que podamos elegir a nuestro gusto —le explicó—. Normalmente,
vienen una vez al mes, y esto provoca una gran expectación ya que toda la
familia se reúne en la sala de conferencias, y junto con mis nueras, pasamos el
día admirando, comprando telas y tomando café.
—Parece divertido —dijo Danielle por cortesía, aunque estaba claro que la
esposa del jeque había percibido su falta de interés, ya que le indicó al chófer
que cerrara el cristal que aislaba la parte delantera del coche.
—Cuando la mujer vive como nosotras lo hacemos, necesita procurarse sus
propias diversiones. No debes despreciarnos por eso, Danielle. Mis nueras,
además de ser muy educadas, hablan con gran fluidez el inglés y el francés, y
cuidan a sus familias; pero nuestra religión nos prohíbe convivir en público con
los hombres y eso es algo que estamos acostumbradas a respetar —su rostro
expresó simpatía cuando la miró—. Sé que para ti resulta incomprensible lo que
digo, pero no es tan difícil como lo imaginas. Mi esposo, aunque no es tan
liberal como Hassan, nos permite asistir a conferencias que nos mantienen al
día en cuanto a temas internacionales se refiere. También contamos con sesiones
de debates para aquellas de mente ágil y despierta, y no creo que debamos ser
criticadas por los europeos, si para nosotras el placer de estas reuniones estriba
en el deseo de saber más y no en estar en contacto con los hombres.
Danielle reconoció que la esposa del jeque era una excelente oradora. Ella no se
oponía a que respetaran sus normas respecto al hombre, sino a la negación de la
mujer a tener libre albedrío.
—Creo que en este punto es donde estás en desacuerdo --añadió Jamaile—.
Nosotras tenemos la compañía del esposo o del padre.
—Sólo mientras ellos así lo permitan —dijo Danielle con sequedad motivando
que la esposa del jeque frunciera el ceño.
—Así que tú imaginas, Danielle, que no es mérito de la mujer conseguir que el
hombre, en especial su esposo, sea feliz en su compañía y que atesore los
momentos que pasan juntos como una ostra cuida su perla.
¡Qué pena que la liberación femenina os haya robado a los europeos, la fe y el
conocimiento de vuestra propia capacidad para atraer y retener! Y eso es lo que
nuestras jóvenes dominan desde la cuna. Una mujer Puede decidir que la vida
del hombre sea el paraíso o el infierno.
Una joven que se precie de inteligente seleccionará lo primero, pues cuando hay
armonía en el hogar, hay paz en el corazón - Siento que subestimes a las de tu
propio sexo, Danielle concluyó—. ¿No conoces un proverbio que dice: La mano

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que mece la cuna, gobernará al mundo? Piensa en la verdad que encierran estas
palabras. Y ahora —cambió de tema—-; Jadir nos llevará a Muhammad Street
para que puedas contemplar los nuevos edificios que nuestra familia está
construyendo. Allí está la nueva biblioteca —señaló un gran edificio—y junto a
ella puedes ver la facultad de medicina y el Hospital.
Hassan le ha advertido a mi esposo que es necesario educar a nuestros hijos
para cuando nos falte el oro negro, y por tal motivo, se han desarrollado nuevas
industrias y tecnologías. Otro día visitaremos la costa y una pequeña isla donde
se encuentra el centro de nuestra industria de perlas.
—¿Todavía bucean en su busca?
—Muy pocos, aunque en su mayoría son europeos —replicó con cierto tono
burlón—. Es un oficio muy peligroso y a menos que se encuentren perlas de
forma y color perfectos, está mal remunerado.
El chófer dio la vuelta hacia una avenida en cuyo centro habían plantado
arbustos llenos de flores.
—-¿Te agrada el colorido de la vegetación? Para aquellos que recordamos esto
como un desierto, las flores son nuestro deleite —comentó con orgullo—. Y
todo se lo debemos a nuestro hermano Hassan que construyó una planta
desaladora que provee agua para los cultivos, prados, árboles y plantas. Para
los árabes no existe mayor milagro que éste, y el mejor indicio de lo que hemos
progresado, es que nuestros hijos lo vean como algo normal.
Por fin el Rolls Royce se detuvo ante un pequeño estable cimiento y Danielle se
sorprendió al ver que llevaban escolé uniformada y armada.
—Es mejor prevenir que curar —le aclaró la esposa del jeque—. Estamos
viviendo tiempos difíciles en el Oriente Medio. Qu'Har es un país muy rico y
pequeño, y si no tuviera una mano fuerte que lo guiara, sería arrasado con
facilidad por nuestros poderosos vecinos. Pero éste no es momento para
discusiones serias —sonrió—. Si habláramos de esas cosas, echaríamos a perder
los colores y belleza de las sedas.
Para alivio de Danielle, el guardia permaneció fuera de la tienda en la que
apareció una joven que se inclinó con respeto ante la esposa del jeque. Al ver su
rostro, la hija de Hassan enmudeció; era la mujer más hermosa que nunca había
visto.
—Zara, ella es Danielle —observó a modo de presentación—, y ella es mi prima,
una mujer de negocios, ¿no es así, Zara? —subrayó atenta a la sorpresa dibujada
en el rostro de Danielle.
—Mi prima quiere gastarte una broma, Danielle —sonrió—. Es cierto que mi
padre me permite comprar las sedas y hacerme cargo de la tienda, pero por
supuesto, sólo atiendo a las damas de palacio —se detuvo un instante—. Me
considero afortunada por tener una familia tan comprensiva, de no ser así, creo
que hubiera enloquecido cuando murió mi esposo a causa de una explosión en
el campo petrolero, una semana después de nuestra boda. Tenía sólo dieciocho
años y como no contaba con un hijo que me ayudara a sobrellevar mi pena,
Jourdan sugirió que iniciara este negocio. Gracias a su generosidad y
comprensión, pude rehacer mi vida.
Y no negarás que además es un hombre muy atractivo - repuso Jamaile tan

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inesperadamente que el corazón de Danielle cesó de latir. Sabía que Jourdan


tenía instintos animales pero Zara era tan hermosa que bien podía ser una de
sus amantes.
La muchacha no dio tiempo para más comentarios, con una leve orden en
árabe, aparecieron dos jóvenes cargando fardos de seda que depositaron en una
mesa baja rodeada de cojines.
—Tome asiento, Danielle —la invitó Zara—. Primero nos servirán café y
después nos dedicaremos a la ardua tarea de seleccionar telas.
Danielle dirigió una mirada de envidia a la hermana de su padrastro y a su
prima Zara, por la posición en que se habían sentado con las piernas cruzadas,
pues sabía que ella estaba muy lejos de parecer tan elegante y relajada en la
misma postura.
Sólo cuando retiraron las tazas de café, Zara asumió su papel de comerciante,
describiéndole el tipo de sedas que tenía e indicándole cuáles consideraba más
apropiadas para ella.
—Para tu tono de piel, te recomiendo la verde con brocados en oro, el ámbar o
la amarilla.
La esposa del jeque convenció a Danielle de que comprara media docena de
cortes para que las modistas de palacio le confeccionaran ropa adecuada.
—En la actualidad, la mayoría de nuestras mujeres prefiere los trajes de París y
Nueva York, pero personalmente, considero los caftanes como las prendas más
favorecedoras.
—Pero son demasiado exóticos —reconoció Danielle mientras acariciaba una
seda color turquesa—. Además, no me gustaría dejar de llevar pantalones
vaqueros.
—Aún nos falta comprar el perfume y calzado idóneos —comentó la esposa del
jeque al salir de la tienda de Zara— Los zapatos los harán a tu medida en
palacio, pero el aroma del perfume es un arte que consideramos de gran valía y
debemos dedicar un día para visitar al suk. En oriente, sabernos que utilizar el
perfume de manera adecuada puede excitar los sentidos más de lo que tú
imaginas. En tu país hay un refrán que dice: De noche todos los gatos son
pardos; sin embargo, nosotros estamos convencidos de que la mujer expresa
más de sí misma a través del aroma que usa, que de su propia palabra y eso es
algo que nos llena de orgullo.
Al regresar a palacio, Danielle salió a los jardines destinados a las mujeres, no
sin antes proteger su rostro con crema y rechazar con amabilidad la compañía
de Zanaide.
Paseó bajo la sombra de las palmeras y avanzó entre las flores hasta llegar a uno
de los estanques que adornaban las intrincadas veredas y en cuyas aguas
resaltaban los llamativos nenúfares. Para Danielle fue como un oasis de paz,
ningún gasto se había escatimado en tales construcciones. Donde quiera que
mirara, sus ojos se recreaban con la belleza y sus oídos no podían permanecer
sordos al arrullo de las palomas y la llamada de los pavos reales.
Cerró un momento los ojos embelesada, pero los abrió de inmediato pues la
imagen de Jourdan volvía con vivida claridad a sus recuerdos. No debía pensar
en él, sin embargo, no podía evitarlo, así que continuó paseando hasta llegar

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ante una pesada puerta de madera. Al girar el picaporte, vino a su memoria el


título de un libro que había leído: El Jardín Secreto.
Al traspasar la puerta, Danielle permaneció indecisa por no saber si debía salir
o continuar en ese lugar en el que se encontraban las caballerizas, pero en ese
momento se acercó a ella una figura familiar.
—¡Saud!
El pareció dudar al principio, pero cogió con firmeza las manos y le sonrió con
agrado.
—¿Qué es lo que hace aquí? —le interrogó como si fueran viejos camaradas.
El jeque desea montar y me pidió que enseñe a los mozos cómo ensillar su
caballo pura sangre —señaló al semental árabe que era sacado en ese instante.
¡Era todo un ejemplar!—. La familia real lo puede montar y se considera una
prueba de hombría que un joven demuestre que puede guiar uno de estos
animales.
Al observarlo con atención, Danielle creyó las palabras de Saud.
—¿Ha disfrutado de su estancia en Qu'Har? —Preguntó— Oí a mi hermana
decir que habían ido de compras.
—¿Su hermana?
—Sí, Zoé —le dijo sonriente, pero luego la miró con cautela—. Disculpe,
señorita Danielle, tengo que decirle que no debería estar aquí ni hablarme como
lo hace. Créame que se lo digo por su seguridad y no por la mía —añadió con
honestidad—. Nada me agradaría más que pasear con usted bajo la luz de la
luna...
—Pero Saud, usted está comprometido —le recordó sintiendo que la charla
había tomado otro cariz.
—¡Saud! ¿Dónde está mi cabalgadura? —escucharon una voz autoritaria que
paralizó el corazón de la joven al ver que vestido con ropa de montar y un
halcón en su mano enguantada, se acercaba el hombre que la perseguía en sus
pesadillas y cuya presencia la hacía palidecer.
Por una parte, Saud parecía un chiquillo al que habían sorprendido en una
travesura y por otra, Jourdan era la viva imagen de la tranquilidad y control,
que les miraba con desdén, como si fueran los autores de un crimen.
—Hablaremos más tarde, Saud —le dijo sin compasión, y Danielle pensó que el
gesto de Jourdan era cruel y contrastaba con la juvenil y abatida figura de Saud.
—Él no tiene ninguna culpa —le defendió con tal vehemencia, que los sirvientes
se volvieron asombrados—. Entre aquí por error y él me lo estaba explicando.
—Parece que tienes la costumbre de hacer las cosas por equivocación, hija de
Hassan —observó con ironía—. Aunque defiendes a mi primo como la leona lo
hace con sus cachorros, ¿Se puede saber por qué?
_Primero porque odio que se intimide a las personas y segundo, porque Saud
me cae muy bien.
Se hizo un profundo silencio después de que Danielle pronunciara las palabras,
y al ver el rostro de Saud, ella comprendió que él las había interpretado mal. ¿Y
Jourdan? Miró hacia su impasible figura, percatándose de que nada de lo que
pensara, lo iba a exteriorizar; sin embargo, sí pudo apreciar una chispa
peligrosa mientras sus ojos la observaban.

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—Regresa a la sección de las mujeres, hija de Hassan —la mandó sin


consideración—, procura recordar que mi primo está comprometido, además...
—se acercó a ella—, si lo que deseas son emociones nuevas, pequeña, deberías
elegir, si no a un hombre mayor, cuando menos sí con más experiencia.
Sin siquiera dirigirle una mirada, Jourdan se alejó dejando a Danielle sintiendo
cómo su corazón le palpitaba con violencia. ¿Cuánto tiempo permaneció en el
mismo lugar? No lo sabía, y como si saliera de un trance, corrió buscando la
tranquilidad del primer jardín que visitara.
Ya era tarde cuando la hermana de su padrastro la mandó llamar.
—Te tomarán medidas para poderte confeccionar los caftanes —le informó
mientras una tímida joven la rodeaba con un metro y le comentaba algo a la
esposa del jeque—. Naomi dice que estás muy esbelta —le tradujo sus
palabras—. Debes saber, que es tradición familiar, que cuando una joven se
desposa, lleve una túnica de seda color rojo con ciento una perlas usadas como
botones; así será el traje de boda de Zoé, que tiene además bordado el emblema
de la fertilidad. El que será su esposo, le colocará un cinturón de plata que
después de la ceremonia le quitará por derecho.
A Danielle aquello le parecía una muestra de esclavitud Pero por alguna razón
no era la silueta de Zoé la que se imaginaba entre la seda, sino la suya.
—Has permanecido de pie demasiado tiempo—la sacó de su ensimismamiento.
Para que descanses, he ordenado que el chófer te lleve a dar un paseo por la
costa; Zanaide te acompañará.
Despedida con tal cortesía, Danielle se dirigió a su alcoba donde ya la esperaba
su dama de compañía con el traje que le había preparado. Al verlo, frunció el
ceño, pues hubiera querido ponerse algo más informal; pero como siempre le
ocurría, no quería herir la susceptibilidad de Zanaide quien ya le preparaba el
baño con perfume de sándalo.
—Preferiría darme una ducha —le confesó, pero al ver su rostro apenado, se
metió entre las aguas perfumadas. Si alguien le hubiera dicho unos días atrás
que iba a bañarse en una bañera de mármol tan grande que casi se podía nadar
en ella, Danielle se hubiera reído.
Al salir del baño, se puso el traje de seda amarillo que Zanaide había
seleccionado y que le favorecía al color de su cabello y al verde de sus ojos.
Danielle se maquilló con tonos muy suaves, y cuando terminó, se observó en el
espejo y vio la imagen de una mujer y no la de una adolescente. ¿Sería una
broma que le jugaba la luz? Se sorprendió al comprobar tal cambio en su
persona.
Cuando salieron, el coche ya las estaba esperando; aunque en esta ocasión era
un discreto BMW, uno de los sirvientes esperaba con la puerta posterior abierta,
a que Danielle entrara. Hasta que Zanaide se acomodó en la parte delantera, no
se dio cuenta de que no estaba sola.
—Tu rostro muestra cierta palidez, hija de Hassan expresó la voz varonil.
__ ¡Jourdan! —Murmuró entre dientes—. ¿Qué hace aquí?
__La esposa del jeque me pidió que te acompañara —respondió con ironía—. Y
no me atreví a negarme. Pero a pesar de su explicación lógica, Danielle tenía sus
dudas, pues Jourdan no era un hombre que acatara órdenes, y menos de una

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mujer.
—Tal vez hubieras preferido la compañía de Saud, ¿o me equivoco? —Se burló
con descaro—. No te imaginas el efecto que has causado a mi pobre primo.
—Lo único que hacíamos era charlar y de forma sencilla y natural —protestó
colérica.
—¿Una charla inocente entre un hombre y una mujer? —se mostró arrogante—.
¡Qué poco conoces de la vida, pequeña!
Danielle se negaba a escuchar tantas tonterías y deliberadamente, dirigió su
mirada hacia el paisaje. Se dio cuenta de que se alejaban de la costa y llegaban a
un cruce que los llevaba a las afueras del poblado. ¿Hacia dónde se dirigían?
La curiosidad dio paso al temor, y cuando le iba a ordenar al chófer que
regresaran, recordó que Zanaide iba delante y se tranquilizó; tal vez Jourdan
estaba jugando con ella, pero no le daría la satisfacción de verla atemorizada.
Permaneció en silencio mientras se internaban en el desierto en el que después
de una hora de viaje, sólo se veían algunas tiendas alrededor de los oasis.
Danielle pensó que era probable que estuvieran viajando en círculo, y se lo
repetía constantemente, sorprendida de la vastedad del territorio.
A pesar del aire acondicionado del coche, empezó a sentir dolor de cabeza pues
el sol parecía una bola de fuego en el horizonte.
—Me parece que ya se ha divertido lo suficiente —respiró con dificultad—. Sólo
espero que estemos cerca del palacio.
—Pues sí y no —contestó lacónico—. Casi llegamos al palacio, pero no al de mi
tío el jeque... —antes de que terminar» de hablar, apareció ante ellos una
fortaleza como las que Danielle sólo había visto en las películas.
El coche se detuvo ante la puerta principal que estaba custodiada por dos
leones de mármol.
—Debes esperar a que baje yo primero —la sujetó al ver que pretendía alcanzar
la puerta—. Si no, mi gente va a pensar que no me he ganado el respeto de mi
prometida.
—¿Tú qué...? —preguntó incrédula, pero una mezcla de incertidumbre y temor
le hicieron sentir tan enferma que no pudo continuar con su protesta, y
descendió del coche como un autómata, y avanzó guiada por Zanaide bajo la
fresca sombra del pasillo adoquinado y el sonido del agua de la fuente—,
¡Nunca consentiré en ser tu esposa! —luchó por conservar la calma.
Al escucharla, Jourdan se volvió dominándola con su estatura, y Danielle
tembló como si de pronto la temperatura hubiera cambiado.
—¡No estés tan segura, hija de Hassan, porque antes del amanecer, llevarás mi
nombre! —afirmó convencido.

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CAPÍTULO 6
CUANDO se despertó, Danielle se preguntaba dónde estaba. El perfume que
respiraba le recordaba su niñez.
Todavía tardó unos segundos en darse cuenta de que no estaba en su alcoba de
Qu'Har, sino en otra habitación que parecía contener toda la belleza del
esplendor oriental.
Las paredes estaban tapizadas con ricas sedas, y éstas servían de marco a los
ventanales. Suaves y mullidas alfombras persas cubrían los suelos de mármol. Y
en el centro, como dominando el aposento, había un enorme lecho y en él se
encontraba Danielle.
Incluso su atuendo era diferente; no recordaba haber visto esa prenda de seda
tan fina. Estaba segura de que nunca la había usado.
De pronto, los recuerdos volvieron a su mente: desde que escuchó el cerrojo de
su puerta, hasta que se convenció de que la tenían prisionera.
Danielle se propuso no llorar ni desesperarse. Pensaba que Jordan no tenía
derecho a tenerla encerrada ni a intimidarla con la boda. Se quejaría a la esposa
del jeque y le diría que la dejara regresar a Inglaterra. ¿Qué diría su padrastro
cuando le contara el atrevimiento de su sobrino?
Se encontraba tan sumergida en sus pensamientos que no oyó entrar a Zanaide.
—Zanaide, ¿qué sucede? —La interrogó cuando vio su cara reflejada en el
espejo—. ¡Tenemos que salir de aquí!
—¡Eso no será posible! El jeque me ha pedido que la prepare para la boda. Todo
está arreglado; un sacerdote de su religión estará presente.
—Pero... ¿es que no lo comprendes? Yo no deseo ese matrimonio y a Jourdan le
guía el despecho. ¡Apresúrate! Debes buscar la forma de informar a la esposa
del jeque de lo que ocurre.
—No es necesario, señorita. Ella está enterada de todo y me pidió que cuidara
con esmero su ajuar —añadió con gentileza—. Es natural que se sienta nerviosa;
el matrimonio es un paso muy importante en la vida de toda mujer, pero estoy
segura de que el jeque sabrá hacerla feliz.
Danielle apenas podía creer las palabras de Zanaide.
—No me voy a levantar de esta cama hasta que haya hablado con el jeque —le
anunció con firmeza.
—¡Qué arrogancia! Aunque es una tontería por tu parte, pequeña —se oyó una
voz grave desde la puerta—. Deseo hablar con su señorita, Zanaide. Déjanos
solos unos minutos y después vuelve para prepararla para la ceremonia.
—¡No habrá ninguna ceremonia! —Exclamó Danielle con determinación—. ¿Te
has vuelto loco, Jourdan?
—¿Te parece que he perdido la razón? —Avanzó tan silencioso que hasta que
no estuvo al pie de la cama, no se dio cuenta de que ella estaba en ropa interior,
pues su dama de compañía le había quitado el camisón de seda—. Reconoce
que lo estoy haciendo fácil en tu honor, pequeña.
Y luego, añadió:
—Te aseguro que no te arrepentirás.
—¿Por dejar de ser virgen? Está atrasado, monsieur. Eso ya no importa en estos

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días.
Danielle escuchó su respiración agitada, mientras con su mano levantaba la fina
sábana con la que ella se había cubierto Por pudor. Con la mirada le recorría el
cuerpo con tal insolencia que Danielle se ruborizó intensamente.
—¿Y el hijo de otro hombre? ¿Eso tampoco tiene importancia?
—¡Cómo te atreves! —respiró con dificultad.
—Puedes tener la certeza de que haré lo indecible para asegurar mi posición en
este país. ¿Has oído? Mi país. ¿Ahora me entiendes?
—Mi padre nunca te perdonará este agravio —protestó—. Aún no me explico
cómo la esposa del jeque se prestó para...
—Ella estuvo de acuerdo porque al igual que yo, lo único que le interesa es el
bienestar de la gente —se inclinó hacia ella—. Además, ¿no estoy dando a tu
padrastro algo que ha deseado toda su vida? —Sonrió con crueldad al leer en
los ojos de Danielle—. ¿Lo ves, pequeña? Tú misma reconoces que tengo razón.
Tal vez mi tío no esté de acuerdo en los métodos que he empleado, sin
embargo, al final el resultado será el mismo y eso le complacerá.
—Pero yo no te amo, y a ti lo único que te interesa es el control de la compañía
petrolera.
—Estoy de acuerdo contigo, hija de Hassan —endureció el rostro—. No
obstante sería tonto si permitiera que un muchacho como Saud obtuviera lo que
tanto trabajo me ha costado ganar.
Danielle le miró con temor.
¿Acaso pensó que se había enamorado de Saud?
Tal vez te parecerá extraño —comentó con frialdad—, Pero no estoy
acostumbrada a perseguir a los hombres que ya están comprometidos.
—No hay diferencia entre Saud y cualquier otro —respondió irónico—. Sin
embargo, no permitiré que mientras espero que madures, alguien pretenda
cortar el fruto que tan celosamente cuidas.
—¡Te odio! —gritó incapaz de contenerse—. Supongo que la razón por la que
aceptaste la unión de mis padres, fue porque te diste cuenta de que era la única
forma de poseer la compañía petrolera. Dime, ¿has tomado alguna decisión en
tu vida que no haya sido guiada por un interés personal y egoísta?
—Una sola vez —contestó con sequedad—. Cuando una persona muy querida
para mí iba a cometer un gran error. Discutimos y perdí al que había sido mi
padre, mi tío y el amigo de toda mi infancia.
—Y una vez que te diste cuenta de que sólo aceptando el matrimonio de mis
padres llegarías a obtener el control de la compañía, desaparecieron tus
escrúpulos, ¿no es así?
—Hablas sin conocer los motivos, hija de Hassan —la interrumpió con
brusquedad—. Te dejo en manos de tu doncella para que te prepare. La
ceremonia se realizará de acuerdo con las leyes de Qu'Har y de mi iglesia que
no acepta el divorcio ni la anulación.
Las palabras resonaban en los oídos de Danielle aun después de que Jourdan se
había marchado.
—El baño está listo, señorita. Le he perfumado con los aceites de la fertilidad.
—No deseo bañarme —repuso colérica. No permitiría que la arreglara como si

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fuera a presentarse ante el altar para sacrificarla.


Danielle pensaba que eso no podía estarle ocurriendo a ella, el destino no podía
condenarla de esa manera.
Lo único que la movió a aceptar que la vistieran, fue el pensar que Jourdan
pudiera volver a entrar; pero aun así se negó a mirarse en el espejo que cubría
una de las paredes de la habitación.
__ ¿No le gusta el caftán a la señorita? —le preguntó—. La esposa del jeque lo
diseñó, y los botones de perla son un obsequio personal.
¡La esposa del jeque! quien deliberadamente conspiraba a sus espaldas como si
fuera una esclava vendida al mejor postor. Pues si se iba a casar por la fuerza, al
menos le quedaría la satisfacción de recordarle a cada minuto lo mucho que le
despreciaba.
—Y ahora el cinturón —murmuró haciendo una reverencia y sacando a
Danielle de sus pensamientos cuando se acercó a ella con el cordón de plata
adornado con esmeraldas y diamantes.
—El cinturón pertenece a la familia del jeque Jourdan —le explicó—. Es
costumbre que la novia lo lleve el día de la boda —continuó mientras ceñía su
cintura con lo que Danielle consideró como una cadena de hierro que la
mantendría prisionera.
Se sentía hipnotizada por los destellos de las piedras preciosas; sin embargo, lo
asoció al té de menta que su doncella le había hecho tomar.
—Zanaide; —murmuró con voz tan baja que se sorprendió de que la hubiera
escuchado.
—¿Desea ordenarme algo?
—¿Qué había en el té que me diste? —preguntó deseando escapar de esa
sensación tan rara que la envolvía.
—Nada que pueda hacerle daño —la consoló—. Es un elixir que relaja el cuerpo
y tranquiliza la mente. El jeque lo ordenó al ver que estaba tan preocupada por
la próxima ceremonia,
Daniella que no oyó bien las últimas palabras de Zanaide. Ésta aprovechó su
estado para frotar sus brazos con perfume y añadir un poco de sombra oscura a
sus ojos.
—Ya está arreglada —le dijo mientras acariciaba el cordón de plata—. Ahora,
sólo su esposo podrá desatar el cinturón y desabrochar las perlas que son
símbolo de castidad.
Daniella quería ignorar lo que Zanaide había dicho, pero en ese momento se
abrió la puerta para dar paso al hombre que impaciente, la aguardaba.
Vestido con el atuendo apropiado para el ritual, Jourdan parecía un extraño; un
hombre que posaba la mirada indiferente en su frágil figura.
La primera parte de la ceremonia se celebró en árabe y resultó incomprensible
para Danielle. Diez minutos más tarde ella estaba frente al sacerdote, y le miró
suplicándole ayuda Jourdan, adivinando las intenciones de Danielle, le clavó
con fuerza los dedos en el brazo.
—Yo no lo haría, hija de Hassan. De acuerdo con las leyes musulmanas me
perteneces y si haces algo que provoque mi ira, tengo derecho a castigarte.
Con el temor reflejado en su rostro, apenas pudo balbucear el responsorio.

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—Y ahora hijo mío, puede besar a la novia —aconsejó sacerdote con


satisfacción. Danielle sintió pánico al ver como Jourdan la cogía por los
hombros e iba a besarla; pero esperó en vano pues el novio sólo sonreía burlón.
—Lo dejaremos para más adelante, padre —arrastro sus palabras—. Como
puede observar, mi esposa es muy tímida. Mahmoud le acompañará a sus
aposentos, y de nuevo gracias por sus atenciones.
Al quedar solos él le explicó:
__El padre Pierre llegó después de la segunda guerra mundial y ha
permanecido en este país desde entonces. A través de él mi tío ha podido
cumplir su promesa de educarme en la religión de mi madre.
Era la primera vez que se dirigía a ella sin burla o ironía y Danielle evitó
responderle.
—Si no tienes inconveniente, me gustaría que Zanaide me acompañara a mi
alcoba. Estoy muy cansada y deseo retirarme.
—Como gustes, pequeña, pero no necesitas a tu dama de compañía, yo iré
contigo —añadió mordaz—. Nunca imaginé que estuvieras tan ansiosa de
cumplir los votos aquí expresados; tal vez soy un poco anticuado, pero el que tú
lo sugieras añade mayor atractivo a nuestra unión.
—Te equivocas... —estaba tan perturbada que no sabía cómo aclararle su
error—. Tú no me quieres. Sólo te interesa la compañía.
—Y la tendré —desapareció toda expresión de su rostro—, y para cuando el sol
se oculte, serás mi esposa en cuerpo y alma.
—¡No! —gritó desesperada tratando de alcanzar la puerta, pero una vez más,
Jourdan se anticipó a sus acciones.
—De ahora en adelante te comportarás como la esposa de un jeque —le dijo al
oído—, y no como la tonta adolescente que eres. Hay una habitación dispuesta
para nosotros dos. ¡Vamos!
Danielle se sentía clavada al suelo y no podía moverse.
-Eres tan frágil como la gacela que pasta en el oasis —la alzó entre sus brazos y
la llevó por la estrecha escalera que conducía a su nuevo aposento, el cual, por
su esplendor, le hubiera quitado el aliento en otras circunstancias. Los lujosos
bordados en rojo y oro hacían juego con las alfombras persas. El calor que hacía
en la habitación y el color del incienso y sándalo la turbaron en extremo.
La recostó en un diván entre cojines de seda y se interpuso entre su mirada y la
cama que ella pretendía ignorar
—Demasiado recelosa —musitó—. Poco a poco aprenderás a observar todo con
otros ojos.
—Con los ojos del rencor —se quejó con amargura—, y si tu corazón conociera
la piedad, nunca te habrías atrevido a llegar tan lejos.
—Qué ingenua eres, pequeña —advirtió gentil—. Pocos hombres que hayan
posado su mirada en tu cuerpo no habrán soñado con poseerlo como yo lo haré
esta noche.
La habitación empezó a dar vueltas ante sus ojos al ver que Jourdan se le
aproximaba.
—Bebe esto.
No pudo desobedecerle, pero tan pronto como probó el dulce elixir, le pareció

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oír campanas dé advertencia en sus oídos. Trató de rechazarle, pero la fuerza


con que Jourdan la cogía por el cuello, se lo impidió. Ahora recordaba las
palabras de Zanaide; quería dominarla. Iba a suplicarle que la dejara marchar,
sin embargo, su orgullo era más fuerte.
—Bebe sin temor —le sugirió—. ¿Me creerías si te dijera que no está lejano el
día en que desearás lo que ahora rechazas con tanta vehemencia?
—¡Nunca! —se sofocó al observar que las manos de su esposo se acercaban al
cinturón.
—Todo es posible, Danielle —añadió lacónico—. Y si eres honesta contigo
misma, reconocerás que tengo razón.
La cabeza de Danielle se echó hacia atrás cuando por segunda vez la cogió en
sus brazos y la condujo hacia el enorme lecho. Sus ojos permanecían cerrados
con obstinación y su cuerpo se puso rígido. Después de escuchar que Jourdan
apagaba una tras otra todas las luces de la alcoba, le sintió cerca de ella,
tratando de quitarle el complicado cordón, y cuando lo consiguió, sintió su
respiración contra su mejilla al desabrocharle la primera perla de su traje.

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CAPÍTULO 7
EL SENTIR los inquietos dedos de Jourdan buscando los botones, le provocó a
Danielle un temor irracional. Su corazón latía apresuradamente y su respiración
tan cercana a su mejilla, la obligó a volver el rostro hacia otro lado. Danielle
estaba muy nerviosa.
Por un momento, Jourdan la miró en la oscuridad.
—No debes temer, hija de Hassan —le dijo tan dulcemente que ella se
sorprendió—. Dame tu mano y juntos recorreremos el Jardín del Edén —como
en un sueño, Danielle obedeció en contra de sus deseos. Su delicadas e
inexpertas manos se posaron en el traje que cubría su pecho—. Tus dedos
tiemblan como las alas de un pájaro asustado —añadió con suavidad—. Soy
como los demás hombres, pequeña.
Sabía que no era como los demás. Nunca, ningún hombre le había pedido que le
tocara con tanta intimidad, ni la había estrechado contra su cuerpo de tal forma
que le hacía experimentar emociones para ella desconocidas. No podía
protestar; se sentía tan débil que sus palabras se negaban a salir. La luna en la
noche oscura, fue testigo del momento en que él le quitó por completo el caftán.
—¡Qué hermosa eres, Danielle! —le acarició la mejilla obligándola a mirarle. En
ese momento, él se dio cuenta de que lloraba—. Pareces una niña que está
asustada por lo desconocido, pero en el fondo, sé que sientes como una mujer
aunque te niegues a confesarlo.
Danielle quiso protestar, pero los labios de Jourdan se posaron sobre los de ella.
Nadie la había besado nunca como él lo hizo. Danielle tuvo que reconocerlo.
Debía ser el elíxir lo que hacía que naciera en ella esa necesidad por sus besos y
caricias. Una voz interna le advertía que más tarde se arrepentiría de
corresponder a su amor, pero él era más poderoso que ella y le impedía alejarse.
Por instinto, las manos de Danielle recorrían sus hombros y llegaban hasta su
espalda; sus labios que pretendían protestar, se perdían en los de Jourdan, que
la conducían por el camino de un amor con el que nunca había soñado.
En su tímido recorrido, descubrió la suavidad de la piel satinada de Jourdan y
se dejó llevar perdida en una sensación de irrealidad.
—Aprendes pronto, pequeña —murmuró anhelante, junto con algunas palabras
en árabe que Danielle no pudo entender.
La mente de ella estaba demasiado confusa para darse cuenta de lo que estaba
sucediendo, sólo sabía que un dolor intenso la incitaba a gritar, y un íntimo
placer acallaba sus protestas.
Apenas podía contener las lágrimas, pero era demasiado orgullosa para
mostrarse vencida. Estaba segura de que había sido el té lo que la había
conducido a ese estado. Quería separarse de él y gritarle que le odiaba, pero él
no se lo permitió; su rostro era como una máscara furiosa. En ese momento,
Danielle se dio cuenta de que había expresado sus pensamientos en voz alta.
—No es a mí a quien odias, hija de Hassan —la cogió casi con crueldad—. Te
odias a ti misma por ser mujer.
—¡Me has drogado! —Gritó fuera de sí, consiguiendo separarse de esos brazos
que la habían estrechado y obligado a permanecer sumisa—. ¡Detente! ¿Es que

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todavía no te sientes satisfecho de tus actos? —protestó al verle acercarse de


nuevo.
Un ataque de furia mezclado con repulsión le impidió ver los coléricos ojos de
Jourdan.
De nuevo la cogió entre sus brazos haciéndola gemir de dolor; sus dedos le
oprimían sus hombros con crueldad, y sus labios la besaban con tal fuerza que
le hacían daño.
¿En qué momento Danielle dejó de sentir dolor para dar paso a una sensación
de éxtasis? No lo recordaba. Sólo sabía que se había olvidado de todos los
convencionalismos para responder de forma natural a sus deseos.
Sus dedos acariciaban el cuerpo de Jourdan sin timidez y su corazón latía
desenfrenadamente al recibir el mensaje de amor que le enviaba su esposo en
cada una de las fibras de su ser.
Cuando el cuerpo de Danielle se relajó, quedó exhausto, y su mente se negó a
pensar más, mientras Jourdan con delicadeza probaba con sus labios las
lágrimas que escapaban de sus ojos, antes de caer rendida por el sueño.
Los rayos del sol ya entraban por el ventanal, cuando Danielle se despertó.
Sentía un extraño letargo que le impedía levantarse con la energía
acostumbrada. De pronto recordó como si hubiera sido una pesadilla, los
acontecimientos de la noche anterior.
La puerta del baño se abrió y Jourdan salió con una toalla alrededor de la
cintura. La toalla era blanca, y contrastaba con el tono bronceado de su piel.
Cuando se acercó al lecho, Danielle hubiera preferido volverse, pero se obligó a
sostenerle la mirada-
__Bien, ma chérie, ¿cumplí mi promesa? —le acarició uno de los hombros.
__Yo lo llamaría, afrenta —le miró furiosa—: sin embargo debo estar
agradecida; pues una vez consumada la unión y no existiendo el divorcio, al
menos no tendré que soportar tu repulsivo contacto.
—¿Ahora lo consideras repulsivo? —su voz parecía amenazadora—. Si mi
memoria no me engaña, en algún momento fuiste tú quien me pidió que te
acariciara.
—Porque gracias al elíxir que tomé pudiste aprovecharte de mi debilidad —
lloró casi histérica—. De otro modo...
—¿En serio crees que te drogué? —la interrumpió—. Tienes una gran
imaginación, hija de Hassan. Lo único que hubo entre los dos fue tu feminidad
respondiendo a mi masculinidad.
—Puedes estar seguro que de no haber sido por ese té —protestó—, yo jamás
hubiera...
—Respondido con tanta pasión —terminó él la frase—. No fue necesario
valerme de tales artimañas, Danielle —añadió con ironía—. Sin embargo, tal
vez sería mejor que te lo probara en este momento —y mientras hablaba llevó
una de sus manos a la toalla que lo cubría.
Danielle sintió cómo se ruborizaba y cómo su cuerpo se ponía rígido, mientras
sus ojos pedían una compasión que sus labios se negaban a expresar.
—Sigues siendo una niña —se inclinó hacia ella—. Sería divertido darte una
lección que jamás olvidarías, petite y hacer florecer en ti la pasión que pretendes

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reprimir, hasta tal punto que consideraras una tortura cada noche que pasaras
fuera de mis brazos.
¡Eres un..., sádico! —exclamó eligiendo la palabra que pudiera mostrarle todo el
odio que sentía por él. Danielle hubiera querido añadir que no iba a permitir
que la siguiera amenazando, pero se contuvo al recordar que ninguna persona
del castillo la ayudaría a escapar. Ya encontraría ella la oportunidad; tal vez
hasta podría llamar a sus padres.
—Cuando termines de refunfuñar, pídele a Zanaide que te ayude a vestir.
Mientras tanto saldré a dar un paseo a caballo Cuando llevemos más tiempo
casados, podrás acompañarme ahora los demás pensarían que soy un hombre
de poco carácter.
Danielle tuvo que clavarse las uñas en las palmas de sus manos, para evitar
sollozar. No estaba dispuesta a permitir que la viera derrotada; incluso a
Zanaide le ocultaría su dolor, pues podría contarle que la había visto llorar.
Cuando la doncella entró en la alcoba con el desayuno, la encontró arreglándose
Las manos.
Se puso mala al oler los bollos recién hechos con miel y ver los dulces dátiles
que le ofrecía. Cuando los rechazó, Zanaide protestó diciéndole que debía
alimentarse para conservar sus energías.
—Mi señora no dará a luz un hijo robusto si no come —añadió.
—¡Un hijo! —las inocentes palabras de Zanaide la perturbaron—. ¡Eso no! —
rogó cuando hizo el intento de probar uno de los panecillos. Debía escapar
inmediatamente; no soportaría otro día más en aquella habitación.
Zanaide la ayudó a bañarse y a vestirse con uno de los caftanes que la esposa
del jeque le había mandado hacer, y cuando los ojos de la doncella se fijaron en
los cardenales de su piel, ésta no le hizo ningún comentario.
Un poco más tarde, y con Zanaide como intérprete, un hombre alto y barbudo
le mostró el enorme castillo. Le explicó que toda una parte, se reservaba para
los nómadas del desierto á quienes se les permitía que abrevaran sus rebaños en
el oasis y pasaran allí la noche.
__El jeque ha hecho mucho por su pueblo —le comentó el guía cuando llegaron
a un gran patio que estaba destinado a su uso personal—. Nuestros jóvenes
asisten a las universidades extranjeras y a las mujeres se les permite asistir a las
Escuelas.
Danielle, al oír aquellas palabras, pensó en la diferencia de costumbres que
había con su país. Lo que en su país se otorgaba como derecho, aquí era
privilegio; se estremeció al pensar lo que sería su vida si no conseguía huir.
Zanaide trató de captar su atención mostrándole el suelo adoquinado al que ella
sólo dirigió una mirada indiferente. Aunque aquello fuera de oro, no dejaría de
ser una jaula. Buscando la manera de escapar, observó sus alrededores hasta
que se detuvo en una torre que sobresalía.
—Son las habitaciones privadas del jeque —le informó Zanaide complacida al
ver que algo llamaba su atención—. La torre fue construida para sus
antepasados y desde allí observaban las estrellas para estudiarlas.
—¿Podríamos subir y conocerla? —le pidió con amabilidad.
—El jeque no permite que allí entre nadie —se disculpó—. Pero ahora que están

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casados, tal vez la invite a compartir su propiedad; él pasa muchas horas en ese
lugar.
Danielle se preguntaba qué podría hacer Jourdan allí. Se quedó desilusionada
por la respuesta, pues comprendía que la torre al igual que su persona, eran del
uso privado de Jourdan.
Había transcurrido casi una semana desde que Danielle llegara al castillo y
desde entonces, Jourdan no se había acercado a ella. No había tenido la
oportunidad de echarle en cara todo su desprecio y desdén.
Todavía dormía una mañana cuando Zanaide entró en la alcoba para informarle
de que se había perdido un niño de una de las tribus errantes.
—El pequeño tuvo suerte de que fuera el jeque en persona quien organizara el
rescate —le confió—; pues tan malo es el sol que hace por la mañana, como el
frío de la noche.
En el campamento cercano al oasis, celebraron el feliz encuentro del niño según
le contó Zanaide, quien al igual que los demás sirvientes, parecía estar enterada
de todo. Tal vez hasta conocían los detalles de como se había llevado a cabo la
boda. Danielle no perdía la esperanza, confiaba en que sus padres la llamarían
por teléfono, y al no poder comunicarse con ella, sospecharían que algo le
habría sucedido. Sin duda alguna, harían lo imposible por anular ese
matrimonio, en cuanto se enteraran de las condiciones en las que se había
llevado a cabo.
Los días se volvían más calurosos y el azul del cielo parecía lastimar la vista. A
pesar de los ruegos de Zanaide para que descansara a la hora de la siesta, ella se
resistía, por lo que sus nervios se empezaron a alterar ante el temor de
enfrentarse con su odiado esposo. Además de la falta de reposo, el clima tan
caluroso acabó con su apetito.
Una tarde que paseaba por su jardín particular, se dirigió como si estuviera
sonámbula, hacia la escalera que conducía a la torre.
Sabía por Zanaide, que él pasaba muchas horas en ese lugar; se preguntaba si
acaso guardaba un secreto. ¿Utilizaba sus aposentos para hacerse acompañar de
otras mujeres? Lo mas seguro era que con la consumación de su unión, hubiera
conseguido sus propósitos y ya no la deseara como compañera.
Danielle inició el ascenso. Le parecía estar soñando. Conforme avanzaba por la
estrecha escalera de caracol, se sentía más despierta. Los escalones terminaban
ante una puerta de madera, similar a las que guardaban el castillo. Al llegar a
ella, Danielle volvió a la realidad. Se preguntaba qué locura la había impulsado
a subir.
Abrió la puerta, y entró en la habitación. Las alfombras persas que cubrían el
suelo y los velos de gasa que tapizaban los muros eran de lujo. Danielle se
quedó asombrada. El aposento de forma circular, tenía divanes de piel al pie de
las ventanas y un telescopio, que le daba un toque mundano. Al verlo, Danielle
añoró su tierra. Pensó en la posibilidad de abandonar Qu'Har y una lágrima
cayó por su rostro sin que lo pudiera evitar.
¡Cómo le hubiera gustado a Jourdan verla así, postrada y humillada! Con la
cabeza bien alta, se dirigió a la salida, pero fue en ese momento cuando vio el
angosto lecho donde con seguridad dormía Jourdan, y haciendo un verdadero

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esfuerzo pudo controlar su estremecimiento.


—¡No! —murmuró angustiada luchando por olvidar los instantes que había
permanecido entre sus brazos. Si correspondió a sus caricias, fue a causa del
elíxir; no podía existir otra explicación.
De pronto la invadió un profundo cansancio, a la vez que sentía un intenso
dolor en su corazón. ¿Qué le ocurría? ¿Dónde estaba su ánimo y su
independencia? Incapaz de mantenerse de pie se desplomó en la cama con el
único deseo de cerrar los ojos.
Más tarde, los pasos de alguien perturbaron su sueño y llamó a Zanaide.
—A tu doncella le está prohibido irrumpir en los dominios del halcón —oyó
una voz masculina—. ¿Qué haces aquí, petite? Si no me lo dices, tendré que
sacar mis propias conclusiones de tu presencia en esta torre.
A pesar de la oscuridad, Danielle presentía su proximidad ¿Cómo había
dormido durante tanto tiempo?
—No me importa lo que pienses —contestó con frialdad-La verdad es que... —
titubeó mirando distraída las estrellas que veía a través de las ventanas —
deseaba ver más allá de los confines de tu reino, hacia la libertad.
Su respiración irregular le advirtió que había llegado demasiado lejos.
—Mira tan lejos como desees —la cogió con fuerza y la acercó a la ventana—.
Pero no importará la distancia que alcances con tus ojos, aún me perteneces.
Danielle tembló al sentir su aliento sobre el cuello.
—¡Vamos! —La llevó de nuevo al centro de la habitación y la condujo hacia el
telescopio—. La libertad es producto de la mente, pequeña —murmuró a su
oído—. Mis antepasados la encontraron en este cuarto, observando las
constelaciones; sin embargo, físicamente, siguieron siendo prisioneros de sus
flaquezas. Otros la pierden al entregar su corazón a una mujer que es tan fría y
distante como las estrellas.
—Y yo..., soy tu prisionera—dijo con amargura.
—No, ma chérie —la obligó a mirarle a los ojos—. Tú eres cautiva de tu orgullo;
de otra forma reconocerías que nuestro matrimonio tiene sus compensaciones.
Él podía referirse a muchas situaciones; no en balde su nobleza y poderío le
habían hecho ganar la admiración de las mujeres; pero Danielle sabía que sólo
consideraba la seducción de que había sido objeto.
—¿Dónde vas? —preguntó él al ver que Danielle se dirigía hacia la puerta. Sin
percatarse de sus movimientos, Danielle le vio interponerse entre ella y la
salida.
—Deseo ir a mis aposentos —deseó que no viera el temor reflejado en su rostro,
pero al mismo tiempo supo que había cometido un error.
—¿Tus habitaciones? —había mucho significado en esas dos palabras. Sabía que
Jourdan pretendía sacarla de quicio, sin embargo, su corazón latía apresurado.
—Deja de jugar conmigo, Jourdan —le suplicó tratando de olvidar sus caricias y
la forma en que se había rendido a sus deseos—. Ni tú ni yo nos necesitamos en
absoluto.
—Yo no me atrevería a afirmarlo —añadió haciéndola estremecer.
Quiso retroceder, pero él adivinaba cada uno de sus movimientos como si
pudiera leer en su mente.

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—¿Por qué me temes, pequeña? —La cogió por la barbilla—. Eres mi esposa y
no sólo porque la ley lo mande; debes comprender que no es natural que el
hombre busque placer en otras muchachas. ¿Eres lo suficientemente mujer para
que yo encuentre ese consuelo entre tus brazos? —le preguntó en un tono que.
Hizo surgir en Danielle emociones contenidas. Estaba muy nerviosa. La volvió a
coger por la barbilla, pero cambió la expresión de dominador por la de
adorador—. Eres mi mujer —insistió sobre sus labios—. Mi compañía en las
noches... ¿Podemos entregarnos como en nuestra noche de bodas? ¿Por eso te
encontré aquí?
Danielle quería negarlo, sin embargo las palabras no le salieron. Los ojos de
Jourdan le transmitían toda su pasión. Instintivamente, ella le abrazó.
¿Jourdan...? —su nombre se perdió en el silencio de la mientras él la llevaba en
brazos hacia el diván.
Esta vez no había tomado ningún elíxir; pero sabía que iba responder con la
misma pasión que la primera vez.
¿Por esto subiste hasta aquí, Danielle? —la pregunta congeló su ansiedad. ¿Qué
le había ocurrido? ¿Cómo culpar a Jourdan de que estuviera de esa manera? Ella
se alejó de su lado, y echó a correr ignorando sus gritos.
Hacía una noche muy fría. Cuando llegó a su habitación Zanaide no estaba.
Danielle se alegró. Rápidamente, cogió una toalla y se dio un baño caliente para
que se atenuara su temblor. ¿Qué le estaba sucediendo? Por un momento había
estado en sus brazos... ¿Por qué huyó así? ¿Por temor a Jourdan o a las
emociones que hizo surgir en ella?
Durante un instante, había olvidado que era su enemigo Pensaba que se había
burlado de ella; sólo sabía que su cuerpo cobraba vida con su contacto y que
dejaba en libertad todo un torrente de emociones que nunca había imaginado
que poseía,
Sollozando, se tendió en la cama; su cuerpo se estremeció pero debía
enfrentarse a la verdad. Había ido a la torre, no a ver el distante horizonte, sino
a buscar al hombre que en un principio había odiado, pero al que ahora...,
amaba.
¿Cómo pudo pasarle? No era lógico. Pero, ¿desde cuándo a las emociones las
guiaba la lógica? Su respuesta no fue la de una mujer indiferente. Ahora, más
que nunca, debía dejar Qu'Har. ¡Cómo se burlaría Jourdan al conocer su secreto!
Ella no podía soportar su desdén.
Aún temblaba al recordar sus manos sobre su cuerpo... Tenía que encontrar la
forma de escapar del castillo; no quería pasar ante él como una tonta. Sin
embargo, ahora que conocía la verdad, lamentaba haber salido corriendo de la
torre. De no haberlo hecho, no estaría acostada sola en un lecho tan grande.

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CAPÍTULO 8
SEÑORA no debe acercarse mucho a los caballos —la previno Zanaide—.
Pertenecen al jeque y podría ser peligroso, ya que no están acostumbrados a su
presencia.
Sin hacer caso de las advertencias de su doncella, Danielle recorrió con gran
detenimiento los establos, en los que los sementales árabes pura sangre, la
dejaron sin respiración por su brío y hermosura. Reconocía que de no haber
sido por la intervención de Saud, no le hubieran permitido esa visita ya que
Jourdan había salido. Lo que no sabía era dónde había ido.
A la mañana siguiente de su visita a la torre, su esposo había desaparecido y en
su ausencia había pensado en la posibilidad de escapar.
Saud se mostraba amable, pero firme y por muchos intentos que ella hizo para
conseguir un coche, él se negó con toda una serie de excusas. Tenía
instrucciones precisas de no permitirle abandonar el castillo. Sin embargo, ella
debía escapar, Pues ahora sabía que no era tan fuerte como creía y podía
entregarse a él.
Qué diferente le parecía el castillo sin Jourdan, sin su alta y arrogante figura, y
aun sin su sonrisa mordaz. Nunca creyó que sería capaz de experimentar tal
sentimiento por una persona y la intensidad de sus emociones la asustó.
Jourdan no la quería ella, a Danielle, sino a lo que su persona representaba.
¿Cuánto tiempo pasaría antes de que se diera cuenta de su error y de que el
suyo no había sido más que un matrimonio por interés? Ahora recordaba lo que
le había dicho Philippe sobre las mujeres dispuestas a caer rendidas a sus pies.
Un sirviente se acercó para avisarle a Saud de que se requería su presencia para
un asunto importante, y disculpándose, se retiró.
—Ordénale a cualquiera de los hombres que ensille uno de los caballos —le
pidió a Zanaide a la vez que tramaba algo en su mente—. Me gustaría montar
hasta el oasis.
Aunque Zanaide sabía que estaba retirado, no puso objeción alguna ante su
petición y segundos más tarde, se acercó un sirviente guiando una de las
yeguas para que Danielle le diera el visto bueno.
—Dale las gracias en mi nombre —le pidió a Zanaide—, e infórmale de que
regreso en diez minutos.
Tardó muy poco tiempo en ponerse unos pantalones vaqueros y una blusa de
manga larga. No tenía la menor idea de hasta dónde cabalgaría, pero estaba
segura de que sería más allá del oasis. No sabía si estaban muy lejos de la
ciudad, sin embargo, Jourdan difícilmente viviría a mucha distancia de su
centro de acción.
Su mente trabajaba demasiado deprisa; recordaba que habían viajado hacia el
oriente por lo que ahora tendría que dirigirse al occidente.
—La acompañaré, señora — se ofreció Zanaide, pero Danielle se negó.
—Gracias, pero deseo cabalgar sola —y antes de escuchar su protesta, montó,
satisfecha de haber aprendido equitación cuando era una jovencita.
Había oído que decían que los caballos árabes eran veloces como el viento, y
ahora entendía el porqué.

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La yegua parecía no necesitar que le ordenaran que fuera al oasis; ella conocía el
camino; aunque estaba lo bastante bien adiestrada como para responder al más
ligero cambio en la rienda, por lo que Danielle pudo transmitirle su ansiedad y
se dirigió al galope por el camino arenoso. Debía tener mucho cuidado, pues no
quería exponerse a que la yegua la tirara.
Mientras galopaba, se imaginó la reacción de Jourdan cuando se diera cuenta de
que se había marchado. Para entonces, ella ya estaría muy lejos de su alcance.
Espoleando al caballo para que corriera más de prisa no prestaba atención a la
llamada de alerta de su mente que le advertía que era una tonta y que tal vez
Jourdan, con el paso del tiempo, llegaría a enamorarse de ella; pero ¿por qué iba
a hacerlo? A pesar de que corría sangre francesa por sus venas, él pertenecía al
Oriente y un matrimonio como el suyo, sólo la destruiría.
Cuando Danielle decidió dirigirse hacia el oasis, lo hizo con la idea de encontrar
alguna tribu descansando que la pudiera ayudar, pero al llegar a éste, y verlo
vacío, sintió que la desesperanza la invadía.
Por un momento, la yegua se mostró reacia a continuar.
—¿Qué es lo que pretendes? —la regañó al ver que los minutos pasaban y que
el animal se negaba a obedecer.
Cuando por fin Danielle consiguió que la yegua avanzara, habían perdido un
tiempo muy valioso. No tardaría en hacerse de noche y ella se encontraría sola
ante la vastedad del desierto. - Un sentimiento de pánico se apoderó de ella y
como si la yegua lo presintiera, con impaciencia, empezó a escarbar la tierra.
Pronto, un manto de terciopelo cubierto de estrellas cubrió el firmamento y
Danielle tuvo que frotarse los brazos para ahuyentar el frío; no llevaba nada
para cubrirse. Vio la hora en su reloj y se sorprendió de llevar cuatro horas
cabalgando Con razón le dolía tanto la espalda.
Reconocía que había planeado muy mal su fuga, y le parecía una locura. Sintió
un temor inexorable que la acometía conforme avanzaba la noche, y el frío le
calaba hasta los huesos. Qué tarde recordaba lo que su padrastro le había
contado sobre los infortunados viajeros que se perdían en esa inhóspita tierra.
Hasta la yegua se mostraba menos segura y confiada pero como si
comprendiera el motivo de sus lágrimas, elevó las orejas al sentirla estremecer.
Tal vez su imprudencia las llevaría a la muerte, era un lugar donde sólo las
águilas podían sobrevivir.
El animal tropezó y Danielle aterrorizada soltó las riendas consiguiendo
guardar el equilibrio que por un momento estuvo a punto de perder. No podía
caerse y quedarse sola.
En el fondo de su ser, Danielle sabía que sólo había una persona con la que le
gustaría estar en ese momento; un hombre que con su presencia borraría sus
temores. ¡Qué ironía reconocer que era el mismo del que había querido huir: su
esposo!
La yegua se detuvo y bajó las orejas. Danielle intentó mirar a ver si veía algo a
lo lejos, pero después de un rato, se convenció de que era imposible; entonces la
asaltaron pensamientos de serpientes y escorpiones arrastrándose en la
oscuridad.
Cuando había decidido que era mejor descansar un rato, la yegua empezó a

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avanzar con indecisión primero y con firmeza después, como si una voz lejana
la guiara. Después de unos segundos de luchar para detenerla, le permitió
tomar e rumbo que quería, pues reconocía que desde que había salido no tenía
la menor idea de la dirección que debía tomar.
Exhausta y sosteniéndose con dificultad sobre la montura, Danielle se puso a
pensar en la reacción que habría ocasionado su partida; primero interrogarían a
los sirvientes quienes dirían que se había dirigido hacia el oasis.
Se preguntaba que cómo actuaría Jourdan si Saud le había enviado un mensaje
contándole lo ocurrido. ¿Organizaría una partida de rescate como lo había
hecho con el niño, días atrás? ¿Se preocuparía por ella? De antemano, sabía que
no, pues el suyo sólo era un enlace por conveniencia. ¿Si ella muriera, su
padrastro culparía a Jourdan?
Un súbito pensamiento la hizo temblar; pensaba en la posibilidad de que su
esposo, tal vez en lugar de querer encontrarla, deseaba que se perdiera. Con
gran nerviosismo y fatiga, cerró los ojos, era como si sus sentidos se negaran a
continuar en la conciencia para aliviarla física y mentalmente de la agonía por la
que estaba pasando.
Cuando el oasis apareció en la lejanía, los párpados de Danielle se cerraban y su
cuerpo yacía desmayado sobre el cuello de la yegua. El noble animal dudaba,
resoplando inquieto y arqueando el cuello como si quisiera que Danielle
pusiera atención en los alrededores y al no obtener respuesta, avanzó con
tranquilidad a través de la arena.
¿Cómo salió de su inconsciencia para ver una sombra entre las muchas de la
noche? No lo sabía; sólo recordaba que sus ojos se abrieron sorprendidos por el
oculto temor de que no estaba sola. Con precaución, desmontó para darse
cuenta de que habían llegado al oasis y de que los músculos de la yegua estaban
tensos como esperando una orden. De no sentirse tan alarmada por la presencia
de alguien extraño, tal vez hubiera gritado pidiendo ayuda; pero de alguna
parte de su ser, sacó fuerzas para preguntar:
—¿Quién hay ahí?

La figura que salió de entre las sombras, vestía ropa de montar, y su oscura
túnica se movía por la brisa que conforme avanzaba la noche, se volvía más fría.
Al recordar la silueta, un frío estremecimiento recorrió su espalda. Ahora
entendía la prisa de la yegua por llegar, y las orejas en alerta, como esperando
alguna recompensa por su comportamiento.
—¡Jourdan! Pensé que estabas fuera. ¿Cómo...? —titubeó dándose cuenta de lo
torpe que parecían sus palabras. Danielle pudo apreciar las firmes líneas de su
rostro que se endurecían al ver las lágrimas y el polvo del suyo.
—¿Qué cómo te encontré? —La miró con reproche—. Confiaba en el buen
sentido de la orientación de Zara, del que por supuesto tú careces. Los animales
tienen un instinto que los salva de morir en el desierto; a pesar de la distancia,
huelen el agua —añadió irónico—. ¿Así será siempre nuestro matrimonio,
pequeña? ¿Cada vez que tenga que salir, intentarás escapar?
—No soy un objeto de tu posesión —repuso cansada—. Con mentiras y
engaños me obligaste a aceptar un matrimonio que no deseaba. ¿Puedes

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culparme de querer huir?


—¿Huir de qué? —le preguntó con amabilidad—. ¿Pretendes afirmar que no
has experimentado momentos de placer que tú desconocías?
La expresión de Danielle la delató a pesar de la oscuridad. Jourdan conocía sus
puntos vulnerables y sabía aprovecharlos. Era inútil decirle que le odiaba y que
renegaba del destino que los había unido; por un momento, añoró la dócil
aceptación de las mujeres árabes y su capacidad por aceptar todo con una
serena sonrisa. Ella no era así.
—Vamos, te estás durmiendo de pie —la cogió con una mano y con la otra
sujetó las riendas de la yegua.

Danielle esperaba que la condujera al castillo, pero en lugar de eso, la guió hacia
unas palmeras donde las dos bestias relincharon muy contentas al verse.
—Deberías imitar a Zara, ma petite —se burló—. Y demostrar alegría como hace
ella. ¿No merezco ni una palabra de agradecimiento por haberte encontrado?
—No estaba perdida —contestó furiosa—. Supongo que te debes haber
divertido mucho al imaginar mis temores, sabiendo de antemano que Zara me
traería sana y salva.
—Y tú, Danielle —le reclamó—, ¿tuviste compasión hacia los que dejaste
preocupados por tu tardanza? Entiendo que quieras humillarme, pero, ¿y
Zanaide y el muchacho que ensilló la yegua?
Quería decirle que no había tenido intención de mortificarlos y que reconocía lo
equivocada que estaba, pero su fría mirada le dolió tanto que no pudo articular
palabra alguna.
—Estás muy cansada —repitió—. Zanaide te quiere mucho y me pidió que no
castigue tu temeridad, pero... —se interrumpió—. Creo que no será necesario,
¿no es así, Danielle?
Lo único que pudo hacer, fue asentir, porque haber estado perdida había sido
suficiente castigo; una experiencia que no olvidaría jamás.
—No te encuentras en condiciones de viajar esta misma noche —comentó con
brusquedad—. Permaneceremos en el oasis y nuestra ausencia servirá para dos
propósitos: que tú y Zara recuperéis las fuerzas perdidas, y que mi gente piense
que te he castigado como mereces —al verla palidecer sonrió burlón—…No
temas, nunca he golpeado a una mujer, aun cuando me haya provocado como
tú lo has hecho; dejaría de considerarme un hombre cabal.
—Existen formas más dolorosas en que un hombre puede castigar a una mujer
—murmuró casi entre dientes, recordando la amarga agonía de su primer
contacto; Jourdan pudo oír sus palabras, y antes de que se diera cuenta, ya la
tenía entre sus brazos. Cuando percibió el miedo en su mirada, prefirió soltarla
en lugar de infligirle el castigo que él tanto deseaba.
—Lo lamento, pero tendremos que compartirlo —dijo él en voz alta al ver que
Danielle observaba el saco de dormir que Jourdan preparaba bajo las palmeras.
—¿Podríamos regresar al castillo? —Le sugirió ella al sentir de nuevo el temor
de que sus emociones la traicionaran si él la obligaba a dormir en la intimidad
del saco de dormir—. No está muy lejos, y me gustaría darme un baño para
quitarme la arena.

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—Si lo que necesitas es un baño, aquí puedes dártelo —señaló hacia el oasis—.
Estamos solos y nadie te molestará.
Danielle pensaba si él no entendía sus intenciones. No quería dormir a su lado.
Dando vueltas a estas ideas, no se percató de la penetrante mirada de Jourdan.
—No tiene importancia, si no... —se interrumpió.
—¿A qué temes, pequeña? —la retó—. No pensarás que por el hecho de verte
desnuda, enloqueceré de pasión. Si conocieras a los hombres, sabrías que la
forma más rápida de acabar con sus emociones, es mostrarse indiferente.
El rostro de Danielle palideció ante sus palabras. Pensaba que no era necesario
que le recordara que se había unido a ella sólo para asegurar su futuro. Por lo
contrario, a ella le bastaba su presencia para desear su amor y sus caricias.
—Disfrutarás en el agua del oasis; está templada —continuó—. Puedes nadar
mientras voy a por una toalla.
¡Nadar! Danielle dirigió una mirada hacia su fuerte y atlético cuerpo. Se
preguntaba si él iría a menudo al oasis a bañarse.
—¿Por qué te resistes? —se mofó—. No te obligaré a compartir conmigo esa
experiencia que, en otras circunstancias, sería inolvidable ya que no hay
sensación más placentera que sentir el suave contacto del agua sobre el cuerpo
desnudo y sin más testigos que la noche y las estrellas.
Estremecida por sus palabras, Danielle se volvió hacia el oasis sacudiendo los
granos de arena que se habían adherido a Su piel, mientras experimentaba el
deseo imperante de bañarse. Jourdan le había dado la espalda tratando de
encender fuego con las ramas que había encontrado mientras esperaba a que
Zara llegara.
—Era más inteligente aguardar tu regreso, que salir en tu busca —observó
como leyendo sus pensamientos—. El desierto es demasiado grande, Danielle, y
yo sabía que tarde o temprano te rendiría la fatiga y Zara volvería al oasis —
contempló las llamas—. Es un fuego primitivo, pero nos irá muy bien. Cuando
termines de nadar, cenaremos lo que nos preparó Zanaide, y tomaremos el café
que he traído en un termo. Cuando yo era niño, pasaba muchas noches aquí en
el oasis, y en otros lugares más inhóspitos. Tu padrastro, mi tío, posee una
sabiduría que no todos tienen y durante mis vacaciones, hacía que viajara por el
desierto en compañía de algunas tribus errantes. Al principio me gustaba y
disfrutaba mucho, pero al ir creciendo, fui valorando menos la libertad de la
vida nómada. Me di cuenta de la pobreza y los peligros que entraña; de esa
forma y de acuerdo a lo que había pensado mi tío, aprendí a conocer a la gente
del desierto, que también son parte de Qu'Har; así como a los poderosos del
petróleo que, lo único que han ganado, es su derecho a vivir. El dinero, las
riquezas y la porción, se ha tenido que pagar con la libertad.
Fue la charla más larga que hasta entonces habían manteado. Danielle se
preguntaba si él alguna vez añoró esa vida exenta de responsabilidades.
Había aprendido mucho sobre Qu'Har gracias a Zanaide y ahora comprendía
que, sin Jourdan guiando con sabiduría a su gente, ésta hubiera caído entre las
garras de la envidia y la soberbia y que, si a ella la había forzado a casarse con
él, era porque así convenía a sus intereses; sin embargo estaba segura de que si
le confesara cómo se sentía, la dejaría en libertad porque no era un hombre

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cruel. Quizá no tardaría en encontrar la forma de acercarse a él sin rencor, pero


no esta noche; estaba demasiado cansada, consciente de su virilidad y de sus
deseos de no separarse nunca de su lado.
Al darse cuenta de lo que estaba pensando, suspiró profundamente y se volvió
hacia Jourdan, que estaba ocupado encendiendo la hoguera. Se quitó la ropa
llena de arena y la sacudió lo mejor que pudo antes de zambullirse desnuda en
el agua.
Como Jourdan le había dicho, el agua estaba tibia por lo que le relajó mucho.
Después de un rato, se tumbó flotando boca arriba para gozar de la maravilla
del cielo estrellado.
Al día siguiente, tal vez tendría que enfrentarse a la falta de amor de Jourdan,
pero esta noche no le haría daño soñar un poco... Cuando sintió por primera vez
el roce de algo en sus hombros, pensó que era él que había cambiado de parecer
y se había unido a ella, pero al volverse no vio a nadie y la sensación persistía,
sólo que ahora en sus muslos y piernas. Su grito rompió el silencio de la noche y
cuando Jourdan llegó a su lado, el pánico se había apoderado de ella, pues sin
importar hacia donde nadara, la cosa seguía pegada a su piel.
—Permanece quieta —le ordenó mientras la frotaba el cuerpo—. No debes
temer, son algas —le enseñó cuando Danielle gritó por segunda vez—, que se
han debido pegar a tu cuerpo mientras nadabas.
—Lo siento... —se avergonzó del escándalo que había armado por una simple
alga y trató de liberarse de sus brazos, pero para su sorpresa, Jourdan no la
soltaba.
__Tal vez después de todo —murmuró—, es la voluntad de Ala y no de mis
propias emociones, que no pierda oportunidad de admirar la perfección de tu
cuerpo que nunca, como ahora bajo la luz de la luna, me ha parecido más
seductor, pequeña, y tan dispuesto a responder a las necesidades del mío.
Danielle también lo sabía, por eso se estremecía y su cuerpo, se amoldaba al
suyo, mientras los labios de Jourdan la besaban con delicadeza.

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CAPÍTULO 9
DANIELLE no sabía cuanto tiempo había pasado. Cuando sintió el roce de la
arena, volvió a la realidad. Jourdan la cogió entre sus brazos y la acercó a la
hoguera.
Nunca había admirado con tanta libertad, el escultural cuerpo de su esposo; la
mezcla de sangre oriental y occidental le daba un atractivo especial. La
amplitud de sus hombros se perdía en la estrecha cintura, y sus firmes muslos,
que la presionaron cuando se acercó a ella; Danielle extendió los brazos hacia él
como hechizada, sintiendo la ansiedad de su cuerpo y escuchando sus suspiros
entrecortados. Con gran ternura, Jourdan la besó en el rostro y los hombros,
delineando sus rasgos; como si ella necesitara de ese acto para desechar sus
temores, respondió con pasión a todas las caricias. Danielle permitió que las
últimas horas a su lado tuvieran una chispa de amargura y dulzura al mismo
tiempo.
Jourdan la colocó con delicadeza en el saco de dormir mientras murmuraba a su
oído frases apasionadas en francés que casi no entendía, pero que le transmitían
todo su fervor.
Con timidez al principio, le besó; mientras sus manos le acariciaban el cabello,
la espalda y llegaban hasta su cintura, la sensación que surgía en ella la
maravilló al descubrir que incluso el hombre más fiero, se volvía sensible ante
el contacto de una mujer.
Poco a poco se fue perdiendo en la inconsciencia del amor sólo escuchaba los
fuertes latidos de su corazón que exigían la proximidad de Jourdan. ¡Cómo
había aprendido entre sus brazos!; él era un experimentado amante y ella,
sensual e inexperta, seguía los impulsos de su amor.
Habían alcanzado juntos el éxtasis como en un torbellino de placer y mientras
que ella parecía más frágil, él la cubría de besos llenos de ternura.
—Demasiada pasión contenida —él le tocó los labios con un dedo para
impedirle hablar, y continuó—: No me vayas a decir que lo único que te inspiro
es odio, pequeña, ambos sabemos que nuestros cuerpos han vibrado al unísono
—se detuvo—, y te juro que posees una sensualidad que jamás había
encontrado en ninguna mujer —sus manos la acariciaron de nuevo.
Danielle comprendió en ese momento que las palabras no eran necesarias
cuando el sentimiento y el deseo existían; sin embargo, la había llamado
sensual; ¿es que acaso creía que podía entregarse así, guiada sólo por el deseo?,
¿no podía adivinar lo que sentía por él?, ¿o es que a él sí le impulsaba el deseo
por el placer mismo?
No pudo continuar con sus reflexiones porque Jourdan le acariciaba sus
cabellos y la contemplaba a la luz de la luna.
—Olvidemos al menos por esta noche el motivo que nos reunió en este lugar,
pequeña, y saboreemos la dulzura que hemos encontrado el uno en el otro —le
pidió acercando su cuerpo al suyo.
La proximidad de Jourdan, su propia debilidad y el amor que sentía en su
corazón, consiguieron que se entregara en un total abandono, mientras Jourdan
le repetía que no importaba lo que el futuro les deparara, al menos podían

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compartir juntos esa maravillosa experiencia.


Cuando Danielle se despertó, se encontró entre los brazos de Jourdan. Por un
momento, tuvo la certeza de que él ya había leído en sus ojos todo el amor que
le inspiraba.
—Anoche pasamos nuestra verdadera luna de miel —murmuró a su oído—.
Espero que no vuelvas a huir de mi lado, chérie.
En lo más recóndito de su corazón, sabía que nunca lo iba a intentar de nuevo,
pues Jourdan era su esposo y la deseaba; eso era más de lo que cualquier mujer
podía anhelar.
—Debemos regresar al castillo antes de que mi gente venga a buscarnos y
descubra la forma en que castigo a mi mujer, porque temo que al ver que tu
belleza me ha robado la fuerza, no me consideren la persona idónea para
guiarlos.
Antes de que Danielle pudiera responder, él ya se alejaba hacia el oasis.
Media hora más tarde, regresó y se inclinó sobre ella con una sonrisa que
transformaba su rostro, dándole una expresión juvenil.
—Levántate, mujer —le pidió fingiendo dureza—. ¿Acaso pretendes que me
olvide de todo y vuelva a acostarme junto a ti?
El corazón de Danielle latía sin control cuando se levanto del saco de dormir,
mientras se preguntaba cuál hubiera sido la reacción de Jourdan si ella hubiera
permanecido tumbada. Un estremecimiento de dolor y placer recorrió su
espalda cuando recordó los momentos que habían compartido juntos. Jourdan
se había vuelto para apagar la hoguera.
Cuando Danielle fue hacia el oasis, Jourdan le sirvió una taza de café caliente
que, junto con el calor de los primeros rayos del sol, hizo que se desvanecieran
los temores que la acechaban desde que había conocido a su esposo,
permitiéndole disfrutar en silencio de su compañía.
Sin embargo, el encanto desapareció, cuando él se levantó y llamó a los caballos
que, rápidamente, acudieron al requerimiento de su amo. Danielle ahora
reconocía que además de ser el resorte a cuyo alrededor fluía la vida del castillo,
se había convertido en el motivo principal de su existencia.
El camino de regreso fue inolvidable, ya que Jourdan era un gran conocedor de
la tierra y ella, ávida de conocer todo lo que a él concernía le escuchaba
embelesada. Era como si todo el odio que en un principio la cegara, se hubiera
consumido en el fuego de su pasión, y si la compañía que ahora ambos
compartían era menor que lo que padecía su corazón, era preferible a la
indiferencia y crueldad.
Al irse aproximando al castillo, Danielle sintió que su felicidad se esfumaba,
pues sabía que Jourdan tenía enormes responsabilidades y que ella, como
esposa de tan importante personaje árabe, tenía que conformarse con ocupar un
lugar secundario en su vida. Danielle deseó en ese instante poder detener el
tiempo y que todo fuera como había sido esa mañana, que con la mirada
pudiera expresar todas sus emociones y que los deberes de su esposo no
existieran. Sabía que se estaba comportando como una chiquilla y Zara, como
presintiendo su estado de ánimo, disminuyó el ritmo de su paso. Jourdan, en
consideración a ella, se detuvo a esperarla.

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Conforme las sombras dibujaron la silueta del castillo, el corazón de Danielle se


estremeció de pena, y lágrimas de trisca pugnaban por brotar de sus ojos. Por
primera vez había dormido entrelazada a su esposo y había podido disfrutar de
la enorme dicha de sentirse suya sin rencor en su alma
Con certeza, alguien los estaba observando, porque en cuanto llegaron, se
abrieron los enormes portones para darles paso. En el patio exterior, a Danielle
le pareció ver un Land Rover y el ceño fruncido de Jourdan confirmó sus dudas
Los momentos mágicos que juntos habían compartidos; no serían tan fuertes
como para terminar con sus diferencias, reconoció; pero, dispuesta a no dejar
entrever su dolor, sonrió al ver que Zanaide se aproximaba afligida; pero antes
de que pudiera darse cuenta, unos brazos masculinos la ayudaban a desmontar.
—Danielle, petite —la interpeló la conocida, pero inesperada voz de Philippe
Sancerre—. ¿Qué es todo ese lío de que te casaste con Jourdan? No te imagino
cometiendo tal tontería. Si lo que deseabas era un marido, ¿por qué no me lo
hiciste saber? —y antes de que Danielle pudiera poner en orden sus ideas,
Philippe la besaba en la boca ante la fría mirada de Jourdan.
—Privilegio de una vieja amistad, mon ami —le aclaró—, y espero que no me lo
niegues, mucho menos cuando en mis narices me has robado esta joya.
A pesar de que pronunció esas palabras con ligereza, Danielle sintió que
estaban cargadas de resentimiento. Jourdan la miraba con tanto reproche que
hubiera preferido que la dejara en el desierto. Quería llorar y gritarle a Philippe
que no significaba nada en su vida, y que él era el único que le había robado el
corazón, pero Jourdan se alejó dejando que el otro chico la condujera al interior.
—¿Y a qué debemos el honor de tu visita, Philippe? preguntó Jourdan mordaz
después de dar algunas instrucciones a su criado—. Si mal no recuerdo, no eres
un amante del desierto.
—-Del desierto no —reconoció—. Pero de tu dulce esposa...-, es otra cosa.
Danielle se ruborizó y buscó la mirada de Jourdan para ver cómo había
interpretado las palabras con doble sentido que había pronunciado Philippe,
pero todo fue inútil, porque su mirada era inexcrutable.
—Sin embargo, debo confesarte que no fue idea mía venir a Qu'Har sino de
Catherine —continuó Philippe—. Parece creer que su presencia no te es
desagradable; pero por supuesto, no estábamos enterados de vuestro
compromiso —'miró a Danielle—. Fue una decisión muy rápida, ¿no es así, ma
petite? O después de todo, ¿fue más sencillo ceder a la presión de tu padrastro?
—Añadió inconsciente del silencio de censura—. Eres un hombre afortunado,
Jourdan..., tienes una bella y rica esposa; tu tío supo elegir bien para ti.
Philippe cogió la mano de Danielle en un gesto de gran intimidad, pero la
apretó con tal fuerza que ella no pudo zafarse.
—Ma petite —murmuró con voz no lo bastante baja como para que Jourdan le
oyera—. ¡Vendida en matrimonio como una esclava en el mercado! Ahora más
que nunca, me arrepiento de haber rechazado por caballerosidad lo que tan
generosamente me ofreciste la última vez que nos vimos. Tal vez si hubiera
dejado que mis sentimientos se impusieran a la razón, ahora yo sería tu esposo.
¡Ah, aquí viene mi hermana! —terminó, evitando que Danielle pudiera negar
tan bochornosas insinuaciones.

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Ni siquiera se atrevía a mirar a Jourdan por temor a encontrar en sus ojos el


convencimiento de que había creído las Palabras de Philippe. No merecía la
pena que ella se esforzara en desmentirlo, sabía que Jourdan no le iba a creer.
Pensó que Philippe había sido muy inteligente al hacer tal insinuación. De
haberle confesado que habían sido amantes Jourdan lo hubiera podido
desmentir; pero había utilizado todo su veneno al verlos llegar juntos del oasis,
para sembrar la duda en el corazón de Jourdan al asegurarle que ella le había
pedido que fueran amantes.
Agobiada por la pena, se volvió hacia Jourdan con la desesperación reflejada en
su rostro, pero en ese momento vio a la joven morena, que perdida en los
brazos de su esposo, esperaba el beso de bienvenida.
—Catherine adora a Jourdan —le dijo Philippe al oído—. Chérie debo aclararte
que la noticia de tu boda no será bien recibida en nuestra familia, pues para
serte sincero, te diré que tanto mi madre como mi hermana, esperaban que
algún día Jourdan pidiera la mano de Catherine.
—¿Ella...? —dirigió su mirada hacia la otra pareja que parecía embelesada—.
Pues claro..., ahora recuerdo que tu madre comentó que no estaba preparada
para el matrimonio —mordió sus labios al recordar las palabras de madame
Sancerre. Seguramente se referiría a que no se había entrenado para llevar el
tipo de vida que requería el ser esposa de Jourdan.
—No hablaba del matrimonio en términos generales, sino en concreto del de tu
esposo con ella, ¿no lo crees así, ma chérie? —su mirada se endureció al ver la
actitud defensiva de Danielle.
Su hermana le había obligado a llevarla a Qu'Har con la promesa de que si,
como ella esperaba, Jourdan le pedía que se casara con él, él sería
recompensado, pues como esposa del jeque, estaría en condiciones de hacer
mucho por él... Philippe era realista, y a pesar de confiar en que en un futuro se
Casaría con Danielle, ahora necesitaba dinero para pagar sus deudas de juego.
Aunque la familia de Jourdan hubiera buscado una esposa para él, Catherine
sabía ser muy persuasiva, y no le importaban los medios de los que tuviera que
echar mano para conseguir lo que quería.
Philippe le había dicho a su hermana que Jourdan no sería una presa fácil, pero
ella estaba dispuesta a todo, y le dijo que no debía olvidar que su familia poseía
un gran orgullo. Si era necesario, ella haría todo lo que estuviera en sus manos
para que le obligaran a Jourdan a cumplir como caballero ante su supuesta
deshonra.
A pesar de que su madre no aceptaba los métodos de Catherine, decidió
desentenderse si con eso ayudaba a su hija, y cuando Philippe le preguntó que
cómo es que iba a vivir en Qu'Har, ella se rió diciendo que no tenía intenciones
de vivir allí, que sólo era una residencia temporal, que después de todo,
Jourdan era medio francés, y lo más probable es que en un futuro, vivirían en
París.
Ahora, al ver la expresión provocativa de su hermana y la palidez del rostro de
Danielle, Philippe comprendió que no se equivocaba al interpretar los
sentimientos de la joven. Se había enamorado de su arrogante esposo. Pensó
que ella lo pasaría muy mal pues él conocía su secreto y sabía que los

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enamorados siempre estaban dispuestos a sacrificarse. Era posible que después


de todo, su viaje no resultara inútil. Miró a Jourdan y recordó los momentos que
en su niñez habían comparado, y su propio sentimiento al reconocer la
superioridad de el en todo. ¡Qué dulce sería su venganza! El mismo Hassan le
había confiado sus recelos por el futuro de Danielle, a quien amaba hasta la
obsesión. Ahora Philippe la consideraba no sólo como un medio para cumplir
con su deseo de desagravio, sino también un medio para conseguir que él no
volviera a desear cosa alguna. Por un instante había pensado que la boda
echaba por tierra sus planes; sin embargo, ahora veía que podía sacarle
provecho.
Philippe, sonriendo, puso la mano de Danielle sobre su brazo de modo que
girara para quedar frente a su marido y Catherine.
—Mi hermana está realmente enamorada de Jourdan. De hecho... —se detuvo
indeciso, pero ya el corazón de Danielle no podía sufrir más— mi padres y yo
siempre creímos que él le correspondía, de otra forma no le hubieran permitido
hacer este viaje. La última vez que estuvo en París se mostró muy amable y
cariñoso con ella. Aunque él todavía no ha hablado con nuestro padre,
Catherine no tiene ninguna duda, y mucho menos después de llegar su
invitación.
—¿Jourdan la invitó a venir? —Danielle se quedó sorprendida.
—No creerás a mi hermana capaz de ir a un lugar donde no la han invitado —
se mostró molesto.
Danielle observaba a la pareja que seguía cogida de la mano, como si ella
necesitara su apoyo.
—¡Oh..., discúlpame, por favor! —comentó—. Es que Jourdan y yo... —hizo una
pausa esperando que creyeran el impacto que le había ocasionado mirarle.
Danielle sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Catherine Sancerre
estaba enamorada de Jourdan y él la había invitado al castillo sabiendo que
llegaría cuando ya estuvieran casados. Danielle se preguntaba si Jourdan
amaría a Catherine.
Pensaba que si así era, él nunca se enteraría de su amor. Danielle reflexionaba
en todo esto, mientras que con una fingida sonrisa y ocultando su nerviosismo,
abrazó a Philippe adoptando la postura posesiva que había adoptado Catherine
con su esposo.
—No hay nada de qué disculparse —dijo sonriente—. Al contrario, ha sido una
grata sorpresa que hayáis venido.
—¡Oh, Jourdan! qué poco romántica es tu esposa —Catherine rompió el
silencio—. Te confieso que si estuviera recién casada, me molestaría cualquier
compañía que no fuera la de mi marido.
—Danielle es inglesa —observó hiriente Jourdan—, y los ingleses ven las cosas
de modo diferente; sin embargo, parece muy complacida de ver a tu hermano
—dijo mientras observaba la mano de su esposa apoyada en el brazo del
muchacho.
—Debes tener cuidado, chérie—murmuró Catherine—, mi hermano es capaz de
robarte a tu adorable esposa. ¿Podríamos entrar? Estoy cansada por el viaje.
Recordando de pronto sus deberes de anfitriona, Danielle le ordenó a Zanaide

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que les acompañara al salón principal mientras preparaba sus habitaciones.


—Me gustaría pasar a lavarme —repuso con fastidio—; estoy llena de arena y
siento la piel irritada en infinidad de lugares. Si pudieras verla no la
reconocerías, Jourdan.
Danielle hizo como si no hubiera escuchado el comentario, pero sintió que se
ruborizaba. ¿Cómo iba a competir con una joven tan mundana? Sin duda
alguna a ella no tenían que enseñarle cómo comportarse en una relación íntima.
—Quizá Danielle te permita usar su cuarto de baño —sugirió Jourdan mirando
de tal forma a su esposa que ella no se atrevió a negarse.

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CAPÍTULO 10
NINGUNA de las dos habló mientras se dirigían a la alcoba, y cuando Danielle
se apartó para permitirle el paso, Catherine observó que la cama no parecía
haber sido usada la noche anterior.
—¡Pobre Danielle! —Exclamó con falsa compasión—. ¡Estás casada con un
hombre que no te ama! Hubiera sido mejor convencer a tu padrastro para que te
dejara casar con Philippe; él al menos se preocupa por ti, mientras Jourdan... —
la miró insolente—. Jourdan está acostumbrado a las mujeres y no a las
jovencitas inexpertas como tú. Aspirar a un hombre como él, es ambicionar
demasiado y la caída es muy dolorosa. ¿No te habló él sobre nuestros planes?
Estuvimos tan unidos en París...
—Muchas mujeres han creído haber estado muy cerca de mi esposo —se burló
sin saber de dónde sacaba fuerzas para responder.
—Querrás decir que muchas han sido sus amantes —comentó sin piedad—.
Pero nuestra relación es diferente; él conoce la alcurnia de nuestra familia y no
se atrevería a ofenderme haciéndome proposiciones indecorosas, y me hubiera
propuesto matrimonio de no haber sido por tu padrastro y su jugosa oferta.
Como ves, estoy enterada de todo —añadió sin confesarle que era una joven
práctica y que hubiera podido casarse con cualquier otro por dinero, pero sabía
que con Jourdan tendría tanto riqueza como emociones en el campo
sentimental, y que durante varios años se había esforzado por comprometerle
íntimamente, con la idea de que, como caballero, aceptaría casarse con ella.
La noticia de que el jeque Hassan deseaba que su hija se comprometiera con
Jourdan la había conmocionado pues Catherine hubiera preferido vérselas con
una árabe sumisa y no con Danielle, que era diferente; por eso cuando se enteró
de que ella estaba de visita en Qu'Har, tuvo que acelerar su planes. El saber que
se habían casado, la había ofendido sobremanera.
Pensaba que cómo era posible que Jourdan se hubiera unido a esa infiel que ni
siquiera llevaba sangre musulmana.
—Jourdan no comparte esta habitación contigo —aseguró en lugar de
preguntar.
—No siempre; algunas veces yo subo a la suya —repuso irónica.
—Así que..., has estado en el lecho con él —afirmó furiosa—. Es algo de lo que
no debes enorgullecerte, petite, pues Jourdan es un hombre de necesidades
insaciables y acepta todo lo que le ofrecen cuando no tiene algo mejor con qué
saciar su apetito —la contempló con descaro—. ¡Oh, vamos Danielle, no creo
que seas tan ingenua como para imaginar que él te buscaba por otra razón! —
Elevó las cejas—. A Jourdan le persiguen las mujeres más hermosas del
mundo...
—¿Incluyéndote a ti? —la interrogó tensa, arrepintiéndose de darle pie a que
continuara.
—Yo soy distinta —apreció—. Jourdan sabe que nunca consentiría en ser su
amante, y que uniéndose a mí, formaría Parte de una de las más respetables
familias de Francia —lo que sería un paso importante para él, ya que su madre
fue muy Pobre.

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—¿Y tú que eres una mujer de abolengo, te conformas con tan poco? —trataba
de atacarla con sus mismas armas, pero Catherine tenía más experiencia.
—Jourdan me ama, Danielle, y eso me basta: además, su invitación confirma
que desea casarse conmigo.
—Él ya está casado —le recordó.
—Un matrimonio por conveniencia; pero una vez que le des un hijo y asegure
la sucesión, te pedirá el divorcio —mostró tal seguridad que Danielle no se
atrevió a desmentirla—, ¡Me sorprendes! —Catherine aprovechó la ventaja—.
Es cierto que el actual jeque tiene varios hijos, pero ninguno posee la
inteligencia y astucia de Jourdan; por otra parte, si de Hassan dependía la
decisión final, era natural que eligiera a Jourdan, su sobrino predilecto y por
ende a su hijastra para procrear al próximo sucesor.
Todo parecía tan lógico que Danielle se preguntaba cómo no lo había
imaginado por sí misma.
Su padrastro se sentiría muy complacido si ella le diera un hijo a Jourdan, que
sería a la vez su nieto y el heredero del reino. Pensaba que había sido muy
tonta. Su matrimonio no podía anularse, según palabras de Jourdan, pero él no
le había confiado la verdadera razón para su consumación.
La habitación empezó a girar a su alrededor y se tuvo que apoyar en la cama
para evitar caerse.
Sólo el pensar que pudiera estar embarazada, la enfermaba, pues reconocía que
no podía acusar a nadie por ello; ella había tenido la culpa. Había intentado
convencerse de que su matrimonio no había sido una unión por interés, pero
una vez que le diera un hijo, Catherine ocuparía su lugar y aunque tenía la
certeza de que su padrastro no la iba a dejar desamparada, también sabía que
haría hasta lo imposible porque su nieto heredara el reino.

—Si tuvieras un ápice de orgullo, abandonarías Qu'Har inmediatamente —


añadió—. O, ¿estás tan enamorada de él que no te importa tu dignidad? Cómo
se burlará de ti al saber que, aún conociendo la verdad, permaneces a su lado —
se mofó con crueldad—. Yo no soportaría compartir mi intimidad con alguien
que sólo busca satisfacer el deseo —Catherine salió dejándola ensimismada.
Durante el resto del día, Danielle trató de eludir a Jourdan. Por la tarde tuvo
que presenciar el coqueteo descarado de Catherine, con su esposo, y soportó las
miradas comprensivas de Philippe que le sugería que les dejaran cenar a solas,
ya que no tenía ojos más que para ellos dos.
—¿Recuerdas que bailamos esta pieza en París? —le preguntó después de
insistir en que pusieran unas cintas que había traído. Era como si Philippe y ella
no existieran, por lo que Danielle no se sorprendió cuando vio que se alejaban
hacia la torre.
Jourdan casi no le había dirigido la palabra, pero cuando lo hizo se limitó a
contestarle con monosílabos, y cuando la invitó a bailar, ella se negó volviendo
el rostro hacia otro lado para evitar que viera sus lágrimas. Además, no tenía
caso aceptar si con seguridad a quien él quería tener entre sus brazos, era a
Catherine.
Danielle agradeció que Philippe le pidiera que le enseñara uno de los patios.

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Cuando regresaron, había transcurrido media hora y aunque continuaba


escuchándose la música, el salón estaba en penumbra. Philippe encendió la luz
y Danielle creyó morir, al encontrar a Catherine en brazos de Jourdan que, al
verla reaccionó soltándola; pero Philippe actuó con rapidez y cogiéndola del
brazo la sacó de allí.
Cuando él insistió en acompañarla a sus aposentos, ella no tuvo fuerzas para
negarse, y al abrir la puerta para cederle el paso, él la cogió en sus brazos y la
besó. Danielle no experimentó ninguna emoción ni placer, ni repulsión; era
como si hubiera perdido la capacidad de sentir. Philippe murmuró algo a su
oído, y ella abrió los ojos sólo para ver alejarse la varonil figura de su esposo.
Había transcurrido una semana desde la llegada de los Sancerre y durante ella,
Danielle casi no había visto a Jourdan ni a Catherine pues los dos salían con
mucha frecuencia.
Zanaide estaba muy preocupada por el estado de su señora ya que había bajado
de peso, nada parecía llamar su atención, y no tenía apetito.
Una tarde que Catherine le pidió a Jourdan que la llevara a la ciudad para estar
durante unas horas en contacto con la civilización, Philippe encontró a Danielle
sentada mirando el horizonte.
—Tienes que huir de aquí, Danielle —le aconsejó—. Te estás destruyendo tú
misma y no veo el objeto. No estás ciega, y debes haberte dado cuenta del
sentimiento que une a tu esposo y a mi hermana —la cogió de la mano—. Sé
que le amas, petite, pero, ¿dónde está tu orgullo? Eres una sombra de la joven
que conocí; ya ni siquiera sonríes. Déjalo Danielle, antes de que te destruya.
—Pero, ¿cómo hacerlo? —titubeó consciente de que Philippe tenía razón. ¿Iba a
permanecer en el castillo hasta que le diera un hijo a Jourdan? ¿Y su orgullo? Si
de verdad amaba a su esposo, ¿no era mejor alejarse de él para liberarle de su
presencia? —. Si pudiera huir, lo haría, pero no puedo.
—Si me lo pidieras, yo podría ayudarte —le prometió Tengo el Land Rover y te
puedo llevar a Qu'Har o si lo prefieres, hasta Kuwait, donde puedes coger el
primer avión que salga para Inglaterra.
—Pero... no tengo dinero.
—Yo puedo prestarte lo que necesites —explicó—. Y..., Danielle, no pienses que
hago esto por nada —le besó la mano—. Un día, cuando el dolor haya
desaparecido, me gustaría que encontraras en mí al hombre que tú mereces.
—Oh, Philippe..., yo...
—No digas nada. Creo que después de todo, no fue mala idea el dejar que
Jourdan pensara que existe algo entre nosotros.
Danielle no tenía fuerzas para hablar, pero estaba segura de que su esposo
nunca dudó de que la relación que los unía fuera sólo amistosa; sin embargo,
temblaba con la idea de que él intentara hacerla volver a ese infierno por el que
estaba pasando.
Pensaba que tal vez podría convencer a su padrastro para que le otorgara el
control de la compañía que por derecho le correspondía.
Después de que Danielle aceptó la proposición de Philippe, el joven empezó a
ocuparse de los preparativos del viaje; Catherine le había dicho que al día
siguiente Jourdan y ella irían a montar, así que aprovecharía esas horas para

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marcharse.
Philippe le dijo que no hacía falta que llevaran nada de comer, pues con suerte
llegarían a Kuwait al anochecer. La animaba diciéndole que pensara que pronto
estaría en su casa. Danielle se preguntaba si Philippe no se había dado cuenta
de que Para ella su hogar era el sitio donde estuviera su esposo. Jourdan era su
mundo y su todo, y él amaba a Catherine. El día era como cualquier otro, el sol
brillaba en todo su esplendor. Danielle vio los preparativos que hacía Jourdan
Para salir a montar. Se acercó a la ventana para contemplar por última vez su
adorada silueta y, como si él sintiera su mirada, elevó la vista buscándola. Por
un momento ella sintió el deseo de correr a sus brazos, pero se contuvo y le dejó
partir
A la media hora de haberse marchado, Danielle se reunió con Philippe que la
esperaba en el coche; antes de partir le dejó una nota de agradecimiento a
Zanaide, y a Jourdan le explicaría lo que quisiera cuando se encontrara a salvo
en el avión. Eso era lo que le había aconsejado Philippe. Estaba segura de que él
iba a entender su sacrificio y le agradaría.
Philippe no cogió la carretera que iba a Qu'Har, y cuando Danielle le preguntó,
le aseguró que no era necesario pasar por la ciudad para llegar a Kuwait.
—Pero tendremos que cruzar el desierto.
—No debes preocuparte, conozco la región desde niño.
Cuatro horas más tarde él tuvo que reconocer que se había equivocado.
Danielle empezó a sentirse enferma, pues el sol caía como brasas sobre ellos, y
el coche no tenía aire acondicionado.
—Quizá tomamos el camino equivocado en el cruce —confesó—. Debemos
regresar.
—¿No sería mejor descansar un rato? —le suplicó sintiendo estallar su cabeza.
—¿Estás loca? —se burló—. ¿Acaso no sabes que este maldito calor puede llegar
a derretir el Land Rover? —gritó dejando que por primera vez su voz sonara
petulante e hiciera reconocer a Danielle que tal vez había confiado demasiado
en él.
Se quejó del terreno, de la falta de señales apropiadas, del calor, y se comportó
como un chiquillo malcriado ante sus problemas. A pesar del peligro de estar
perdidos, Danielle no se sobreponía del dolor de haberse alejado de Jourdan.
De pronto, el coche empezó a dar tumbos hasta que se detuvo, y para su
desesperación, se dieron cuenta de que una de las ruedas se había pinchado.
—¿Acaso esperas que te ayude a cambiarla? —replicó al ver el rostro enfurecido
de Philippe.
—No tenemos rueda de repuesto.
Danielle tardó algunos segundos en volver a la realidad y darse cuenta de que
no podrían volver a Qu'Har sin rueda de repuesto. Nadie conocía su paradero y
a menos que alguien los encontrara, seguramente morirían.
Cuando llegó a esta conclusión, una especie de tranquilidad se apoderó de ella:
en cambio, Philippe hasta llegó a culparla de ser ella la causante de todo. Con
gran claridad comprendía ahora lo inmaduro que era su compañero ante la
adversidad, pues prefería echar la culpa a los demás que responsabilizarse de
sus actos.

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Como una madre a su hijo histérico, Danielle le consolaba explicándole que


pronto los encontrarían. En el Land Rover había un poco de agua que los
ayudaría a soportar algo el calor abrasador; aunque ella se sentía cada vez más
enferma, no se atrevía a quejarse por temor a aumentar el descontrol.
—Bien —comentó alterado—, no voy a quedarme aquí sentado a esperar la
muerte. Sé que a ti te da lo mismo, pues vivir sin Jourdan es como morir, ¿no es
así? —se mofó al ver que no respondía—. ¡Dios, qué desperdicio! ¡Con lo que
nos hubiéramos divertido con el dinero de tu padrastro! Vamos, no puedo
permitirme el lujo de abandonarte, ya que eres mi seguro de vida. No dudo de
que recibiré una recompensa por haber salvado a la hija de Hassan.
Las protestas de Danielle resultaron vanas, ella le aseguró que si los buscaban,
sería más fácil que vieran en la distancia el Land Rover que personas, pero no le
sirvió de nada. En contra de su voluntad, tuvo que seguirle bajo los candentes
rayos del sol.

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CAPÍTULO 11
DANIELLE no podía continuar caminando; no sabía cuánto habían avanzado,
pero a ella le parecía una eternidad. Una o dos veces intentó decirle que era más
seguro permanecer cerca del coche, pero Philippe se opuso terminantemente.
—Por amor de Dios, trata de mantenerte cerca de mí —le exigió cuando se cayó
en la arena por enésima vez.
Danielle quería preguntarle hacia dónde se dirigían porque le daba la impresión
de que habían pasado por el mismo camino varias veces.
Philippe a diferencia de ella tenía la piel bronceada y estaba acostumbrado al
sol, sin embargo, ella se había quemado el rostro, y le dolía la cabeza con
intensidad.
El agua se había terminado hacía algunas horas y en su delirio se imaginaba el
oasis donde había estado con Jourdan, y la fresca lluvia de Inglaterra.
En una de sus alucinaciones se imaginó recostada en un lecho al que se acercaba
su esposo; pero no era él, sino Philippe, que con el rostro contraído por el
disgusto la sacudía con brutalidad y le ordenaba que se pusiera de pie.
—¡Demonios! si no quieres levantarte, no importa—le gritó fuera de sí—. Así
podré caminar más de prisa.
Danielle prefería que la dejara descansar y que no la obligara a escuchar su
estridente voz que le provocaba un agudo dolor de cabeza. Se quedó tirada en
la arena imaginando que se encontraba en una playa tendida al sol, y a lo lejos
oía el murmullo de las olas. De repente se levantó un fuerte viento que le
arrojaba arena al rostro.
Tal vez Philippe había regresado, porque en su semiinconsciencia escuchó una
voz profunda que la hizo parpadear instintivamente.
—¿Puedes oírme, Danielle?
No quería responder, algo en su interior le prevenía que si contestaba volvería a
sentir dolor.
—Está bien gracias, yo la llevaré —continuó la misma voz—. Con cuidado, está
muy quemada. Voy a matar a Sancerre por esto.
De pronto se percató de cierto movimiento y calidez que no tenía nada que ver
con el candente sol. Danielle luchaba por salir de ese estado de laxitud en el que
se encontraba porque comprendía que era peligroso permanecer en esa
condición.
—No te preocupes, pequeña —la consoló la grave voz—. Sé cómo te encuentras,
pero es urgente que te lleve de regreso al castillo.
Pequeña. El velo de su memoria se corrió para dar paso a esa palabra tan
conocida; con gran esfuerzo abrió los párpados y vio al hombre que la llevaba
en brazos.
¡Cuánto había cambiado desde la última vez que le había visto! Se dio cuenta de
que sus facciones se habían afinado acentuando la arrogancia de su perfil.
Como le debía haber molestado que en lugar de verse libre de su presencia,
hubiera tenido que salir a buscarla para rescatarla, por segunda vez, de los
peligros del desierto.
—No trates de hablar —le aconsejó—. Tu piel tiene quemaduras graves y lo

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mejor será regresar cuanto antes. ¿Qué demonios...? —se detuvo al comprender
que no era el momento apropiado para reproches, pero Danielle entendió lo que
quiso preguntarle.
—Me pareció la mejor solución —murmuró como pudo— para evitarnos
mayores desdichas —no podía continuar. Jourdan ya le había indicado que
dejara de hablar y lo único que la consolaba era que él estaba con ella.
—¿Y pensaste que ésta era la mejor manera de conseguirlo? ¿Buscando la
muerte?
—Philippe me aseguró que conocía el camino, y de no haber sido por el
pinchazo, hubiéramos llegado bien —protestó omitiendo el hecho de que la
había abandonado.
—¡Oh, sí, Sancerre siempre tiene todo calculado! —reconoció mordaz—. Y me
imagino que tiene preparada una docena de excusas por haberte abandonado a
tu suerte.
—Él no quería hacerlo —le defendió, sin embargo la mirada de Jourdan la
obligó a callarse.
Llegaron al helicóptero que los esperaba y Jourdan la introdujo con cuidado, y
la acomodó sobre su regazo.
—¿Y Philippe? —intentó averiguar.
—Saud se quedará con él hasta que arreglen el Land Rover y puedan llegar a
Kuwait como lo había decidido al principio —las líneas de su boca se
endurecieron—. Y aunque me lo pidieras, nunca más volverá a poner un pie en
mi casa; estoy cansado de visitantes no gratos.
El viaje de regreso fue muy tranquilo, y cuando llegaron ya había anochecido.
Durante el trayecto se enteró de que el helicóptero pertenecía a la compañía
petrolera y que se lo habían enviado a Jourdan para que dispusiera de él en
cuanto se enteraron de su desaparición.
A pesar de las protestas del personal, decidió llevar a Danielle a la habitación de
la torre donde Zanaide la esperaba ansiosa.
—El piloto ha ido a buscar a un médico para que eche un vistazo a tus
quemaduras —le informó—; mientras tanto Zanaide te cuidará.
Danielle debió protestar, porque él se detuvo un momento en la puerta y le dijo:
—¿Deseas algo?
Danielle le hubiera contestado que sí, que a él, sin embargo negó con la cabeza
mientras las lágrimas escapaban de sus ojos.
—Danielle..., yo —no pudo continuar porque en ese momento entró Catherine
vestida a la última moda.
—¿Dónde está Philippe? —preguntó furiosa mirando a Danielle.
—Tu hermano va hacia Kuwait en compañía de dos de mis hombres —le
respondió Jourdan indiferente.
—Pero, querido, no creo que sea necesario —le abrazó—. ¡Pobre Philippe!
supongo que él no es el único culpable; se necesitan dos...
—No es porque haya intentado escapar con mi esposa por lo que no quiero
volver a verle, sino porque la abandonó a su suerte como un cobarde —replicó
con frialdad.
—¡Oh, vamos, cariño! —Le dirigió a Danielle una mirada llena de veneno—.

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¿Estás seguro de que no estás siendo injusto con él? ¿No se te ha ocurrido
pensar que pudo ser ella la que se negó acompañarle? Quizá a medio camino se
arrepintió de abandonar todas sus pertenencias; después de todo, tú eres
inmensamente rico y mi pobre hermano Philippe...
Danielle hubiera querido decir que aquello no era cierto, Pero estaba tan
cansada que lo único que deseaba era quedarse dormida.
—En otra ocasión continuaremos esta charla —le comunico Jourdan a
Catherine. No cabía duda de que aunque había salvado a Danielle, la que le
interesaba era su prima.
Por fin llegó el médico a examinarla y observó que aunque su piel era muy
delicada, las quemaduras no eran de tanta consideración, y le aplicó una
pomada que aminoró su dolor
—Es un medicamento nuevo, que le irá muy bien —-le explicó a Danielle—. La
rápida intervención de su marido fue muy afortunada; de no haber sido por él
se hubiera deshidratado —continuó a la vez que le daba a Zanaide unas
pastillas para dormir, y le indicaba que podía aplicarle la pomada cuantas veces
fuera necesario.
Danielle agradeció sus atenciones y bebió el líquido que le preparó para que
pudiera dormir.
Cuando abrió los ojos, la habitación estaba en penumbra y sintió pánico al no
recordar dónde se encontraba, por lo que al ver una silueta al pie de su cama,
gritó alarmada.
—No soy Philippe —le dijo tratando de controlarla—. En este momento debe
estar llegando a París, y si mi presencia te angustia, pequeña, recuerda que eres
mí esposa y nadie más que yo debe cuidarte.
—Sólo soy tu esposa por conveniencia —se quejó con amargura. Añadiendo—:
Ha sido un matrimonio...
—No hablemos ahora —la interrumpió con firmeza— Cuando te recuperes
aclararemos eso y nuestro futuro.
Danielle iba a decirle que podía irse a hacerle compañía a Catherine, pero esa
noche era suya y quería disfrutar de su presencia, que la hacía sentir segura y
creaba un falso ambiente de intimidad.
Hasta que no pasaron tres días no pudo levantarse para pasear por los jardines
cuando el sol no calentaba mucho. Zanaide la había dejado sola para irle a
buscar un refresco, y fue entonces cuando escuchó el ruido de los tacones de
Catherine. Sin necesidad de volver la cabeza supo que era ella.
—Se que no estás dormida —empezó a decirle cuando vio que no habría los
ojos—. ¿Me puedes decir hasta cuándo vas a continuar con esta farsa? Sabemos
que ya estás bien, entonces, ¿por qué no te marchas? ¿Es que pretendes que él
continúe a tu lado por piedad?
Danielle no encontraba palabras para defenderse; lo que Catherine le decía la
partía el corazón, pero no se atrevía a separase de Jourdan.
—¿No tienes orgullo?
Danielle vio cómo se alejaba dejando sus palabras resonando en sus oídos hasta
que Zanaide llegó.
No quería llorar, pero reconocía que Catherine tenía razón. No tenía orgullo.

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Debía marcharse, sin embargo, no como en las ocasiones anteriores; ahora


hablaría antes con Jourdan y le desearía bienestar y felicidad para el futuro.
Danielle le envió con Zanaide un mensaje pidiéndole que fuera a verla. Estuvo
todo el día a la expectativa, esperando que Jourdan entrara en su habitación. A
la caída de la tarde, cuando Zanaide la ayudó a vestirse con un ligero caftán de
seda y la acompañó al patio interior, le vio llegar. Parecía preocupado y
cansado. Danielle pensó que se debería a las grandes responsabilidades de su
trabajo.
—Zanaide me dijo que querías verme —se acercó a la fuente donde estaba
sentada. Deseó que se acomodara junto a ella en lugar de que la contemplara de
pie—. ¿De qué se trata? —indagó. Danielle no encontraba las palabras
adecuadas. Sería más fácil pedirle que no la arrojara de su lado, pero debía ser
fuerte.
—De nuestro matrimonio —sonrió fingiendo una tranquilidad que estaba muy
lejos de sentir—. Creo que es inútil engañarnos; ambos sabemos que fue un
error...
En las sombras del jardín, su rostro se tornó melancólico y sus músculos se
tensaron.
—Yo quise darle otro giro a nuestro matrimonio —expresó él emotivamente—;
esperaba que... —se detuvo dudando__
Pero ya no importa; tal vez podamos obtener la anulación si juras que entre
nosotros no existió nunca intimidad. No quiero interponerme en tu camino,
después de todo tú nunca estuviste de acuerdo con nuestro compromiso.
Danielle le miró como a través de un velo de dolor. ¿Estaba tratando de decirle
que negara que alguna vez habían estado juntos? Un sentimiento de amargura
se apoderó de ella mientras se ponía de pie y con voz afectada le pidió que
hiciera los arreglos necesarios para su partida.
Había esperado que durante la cena, Catherine la atacara de nuevo con sus
comentarios; sin embargo, la notó abstraída y preocupada. Más tarde
entendería su estado de ánimo; regresaba a Francia.
—No vayas a suponer que mi partida te devolverá a tu marido, pronto estaré
aquí de nuevo —le recalcó con ironía.
A Danielle no le cabía ninguna duda. Estaba convencida de que si Jourdan
quería que se marchara sería para alejarla del asunto de la anulación.
Cuando Danielle se retiró a sus habitaciones, Zanaide la esperaba para ayudarla
a cambiarse; sin embargo ella rechazó su ofrecimiento porque quería terminar
de hacer sus maletas. Se preguntaba qué haría su doncella cuando Catherine
ocupara su lugar. Sentía tristeza por dejarla, había llegado a tenerle gran afecto.
Desde hacía días el sueño parecía eludirla, y con mayor motivo esa noche que
sería la última en el castillo, por lo que, convencida de que sólo las pastillas que
le había dado el médico la ayudarían a conciliar el sueño, se levantó y se puso la
bata para dirigirse a la torre donde se encontraban.
La puerta cedió ante la presión de sus dedos. La luna se reflejó sobre su pálido
rostro y su cuerpo, dejando ver a través de la seda transparente las líneas de su
cuerpo que no pasaron desapercibidas para el hombre que estaba sentado ante
la ventana.

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—¡Jordán! —se sorprendió de encontrarle en la torre, porque supuso que


acompañaría a Catherine a Francia. Imaginó que ése era el motivo que le
impedía dormir.
Al verla llegar, su esposo se puso de pie dejando ver todo su atractivo que hacía
que Danielle temiera traicionarse pues su corazón palpitaba apresurado ante su
presencia. Antes de acercarse a él, se dio cuenta de que estaba contemplando
algo que puso boca abajo al ponerse de pie.
—No podía dormir —le explicó confundida—, y como mis pastillas se
quedaron aquí —continuó a la vez que Jourdan se aproximaba tanto a ella que
podía percibir el calor de su cuerpo.
De pronto, sus piernas se negaron a sostenerla y tuvo que sentarse donde estaba
Jourdan, y sin querer tiró una fotografía.
Se agachó y la recogió temiendo enfrentarse a la furia de Jourdan. En ese
momento la luna iluminó la cara del retrato.
—Así que ya lo sabes —comentó él quitándosela—. Yo estaba en Qu'Har
cuando me enteré de la boda de mi tío con tu madre y decidí viajar a Inglaterra
para convencerle de que no cometiera tal disparate; sin embargo, al llegar me
enamoré de una chiquilla... —murmuró.
—No comprendo, esa fotografía es mía —susurró Danielle—. Recuerdo cuando
mi padrastro me la hizo.
—A petición mía —confesó—. Entonces eras una adolescente de quince años y
aunque me repetía que había perdido el juicio, no podía alejarte de mi
pensamiento —continuó él— Además, Hassan no hizo nada para disuadirme.
—¿Qué es lo que dices? —preguntó turbada al ver que Jourdan la cogía con
fuerza de los brazos obligándola a ponerse de pie.
—¡Demonios, Danielle! No juegues conmigo. Sabes lo que siento por ti —casi le
gritaba—. Yo no quería que... Sabía que debía esperar a que te acostumbraras a
mí y llegaras a sentir algo, pero Sancerre me obligó a apresurarme a convertirte
en mi esposa. Él siempre ha conocido mis sentimientos hacia ti.
—¿Philippe? Pero...
—Sé que le amas —le dijo—; y si sospechas lo cerca que he estado de matarle
por ello... Los celos, al igual que el amor, son sentimientos incontrolables. Dios
es testigo de que he intentado olvidarte. Tú eras todavía una niña y yo un
hombre, y hasta Hassan, que tanto te quiere, pensó que era una buena idea que
nos casáramos, pues así aseguraba tu porvenir y a la vez el de Qu'Har —se
detuvo por la emoción—. Estaba convencido de que una vez unidos, yo te
enseñaría a quererme; por eso cuando Hassan me comentó que te habías
negado a aceptarme porque te agradaba Philippe, creí volverme loco y me fui a
París. Sin embargo, al enterarme que estabas de visita en Qu'Har abandoné todo
para encontrarte, la esposa del jeque, que conocía mis sentimientos, accedió a
ayudarme. Perdóname por ser tan ciego, y robarte la oportunidad de unirte al
hombre que amas, pero no puedo decirte que apruebo al que has...
—¿No puedes? —se burló con una increíble sensación de excitación; era como
un sueño. Jourdan confesaba que la amaba desde hacía años, parecía tan
deprimido y taciturno, que no era el mismo hombre arrogante que ella había
conocido.

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—No te burles, Danielle —le suplicó—. Aunque no te culpo por quererte


vengar. Catherine me contó cómo Philippe y tú planeasteis la huida.
Danielle relacionando todo, pensó en lo inteligentes que habían sido los dos
hermanos.
—Catherine me dijo que tú querías casarte con ella —aclaró creyendo que
soñaba.
—¡Nunca! —Endureció sus facciones—. Pero, ¿dónde están tus pastillas de
dormir? Es medianoche y no es la mejor hora para hacernos confidencias, pues
se puede desear compartir otras emociones que quizá a la luz del día no se tiene
el valor de hacerlo. No soy un hombre que se deje llevar por sus instintos, pero
tampoco soy un santo.
—¿Estás seguro de amarme? —le interrogó en voz baja.
—¿Es que todavía lo dudas? —replicó furioso—. Ahora sal de aquí antes de que
te demuestre que para mí siempre seguirás siendo mi esposa —le dio la espalda
esperando que se marchara, pero Danielle no se movió, ni intentó coger el
frasco de pastillas.
—¡Danielle! —Le tembló la voz y se armó de valor para mirarla a los ojos—. Si
no me obedeces, tendrás que atenerte a las consecuencias —la amenazó—.
Como quieras —la abrazó al ver que no se iba—, pero ¿por qué? ¿Es que tu
tierno corazón desea dejarme un dulce recuerdo antes de tu partida?
La cogió en sus brazos y la llevó al diván mientras nervioso empezaba a
acariciarla.
—¿No me vas a besar? —preguntó ella.
—¡Danielle! —pronunció su nombre con amor, llegando al límite de sus fuerzas
y la joven respondiendo a su propia necesidad le abrazó apasionada.
—Ámame, Jourdan —le pidió buscando sus labios—-. Ámame con la misma
pasión que yo te amo.
Y como si Jourdan hubiera estado esperando sus palabras, la besó con ansiedad,
obligándola a rendirse al fuego de su amor. La acarició con adoración, y le
permitió corresponderé con la misma intensidad.
Al sentir Danielle su respiración entrecortada por la emoción, recordó la noche
de su boda. ¡Qué distinta fue su reacción! ¡Cómo habría aprendido su cuerpo a
perderse en el de Jourdan y a abandonarse!
Cuando momentos más tarde Jourdan apoyaba la cabeza en el brazo de
Danielle, le dijo:
—Pequeña hechicera, ¿acaso no te bastaba mi palabra cuando te aseguré que te
amaba? ¿Era preciso que te lo demostrara?
—Catherine me aseguró que tú la querías, y cuando me comentaste que sabías
cómo me sentía, creí que te referías a que habías descubierto que te amaba, pero
que no podías corresponderme.
—Y yo hablaba respecto a tus sentimientos por Sancerre —añadió incrédulo—.
Para ser dos personas medianamente inteligentes, nos dejamos engañar con
facilidad.
—Porque estamos enamorados —le brillaban los ojos—. ¡Oh, Jourdan!
—¿Oh, Jourdan, qué? —la miró cariñoso.
—Nada. Bueno, es que..., soy tan feliz de que hayamos descubierto la verdad

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antes de que fuera demasiado tarde. ¿Te imaginas si no hubiera subido a buscar
mis pastillas?
—Prefiero no pensarlo; aunque dudo mucho que a la hora de tu partida te
hubiera dejado marchar.
—Papá estará encantado —le confesó—. Me había advertido que no creyera las
palabras de Philippe. Nunca le gustó.
—Te confieso que nunca he amado a nadie más, aunque algunas veces intenté
borrarte de mi pensamiento saliendo con frecuencia con otras mujeres; pero
nunca lo conseguí.
Danielle era demasiado inteligente como para tratar de ahondar en su pasado;
después de todo ella todavía era una niña cuando él ya era un hombre.
—¿Nos vamos a pasar toda la noche hablando? —dijo impaciente Danielle
fingiendo enfado.
—¿Tienes una sugerencia mejor? —inquirió con pereza, pero el brillo de sus
ojos indicaba lo contrarío, y aceleraba el pulso de Danielle—. Bendito sea Allah
por haberme concedido la joya más preciada del mundo.
La respuesta de Danielle se perdió en la dulzura de su beso y los dos se
sumergieron en el torbellino de su pasión, porque en ese momento lo único
importante era su amor.

FIN

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