La Ranita Marinera
La Ranita Marinera
La Ranita Marinera
La ranita soñaba con viajar a Europa y no por dárselas de turista, sino por un
motivo muy particular.
Un día, cuando ella era casi un renacuajo, sus padres, sus hermanos y toda su
larga parentela, se metieron a saltos - y sin pagar pasaje - en un buque carguero
que zarpaba para el viejo mundo.
Ella andaba distraída, zambulléndose en un pequeño charco, a la orilla del mar, y
sus padres la dejaron olvidada. Cuando las ranas de su pandilla vinieron corriendo
a contarle la noticia, el barco ya estaba en alta mar.
La ranita, sin pensarlo dos veces, se tiró al agua y nadó tras el barco, pero como
supondrán ustedes, no pudo alcanzar la embarcación que se perdió en el
horizonte.
- No importa. Iré nadando hasta Europa - dijo la pobrecilla. Pero esto no pasaba
de ser un sueño.
La realidad se le presentó en forma de un tiburón que venía abriendo la boca.
Felizmente pudo escapar de aquel monstruo y volvió muerta de susto a la orilla. Al
poco tiempo se clausuró aquel puerto y nuestra amiguita perdió toda esperanza de
viaje.
Entonces se fue a vivir a otro barrio desde donde no se veía siquiera el mar. Era
un suburbio alejado por donde corría un pequeño arroyo que iba a dar al
alcantarillado.
Una mañana, dos niños mal entretenidos vieron a la ranita, la metieron en una
botella vacía y la hicieron nadar, arroyo abajo. La rana embotellada llegó flotando
hasta la alcantarilla. Cayó en ella y siguió su viaje subterráneo, en medio de una
obscuridad espantosa, navegó todo aquél día por debajo de la ciudad, hasta que
¡Clak! , sintió que caía desde una gran altura. Era que la alcantarilla desembocaba
en el mar.
La botella dio unas vueltas y luego se fue a la deriva. ¿A dónde iba a parar la
ranita, metida dentro de ese barco de cristal? Sólo el mar lo sabía.
Pasado el primer susto, vio que todo era hermoso. Estaba cruzando por un
verdadero paraíso submarino, poblado de seres que jamás había sospechado que
existían. Algunos parecían plantas cargadas de flores y resultaba que eran
animales que estiraban sus tentáculos hacia la botella.
¿Quién entendía todo esto? La viajera iba de asombro en asombro y su única
preocupación era que su cabina de vidrio no se rompiera. Felizmente los peces
grandes no intentaban morder la botella, que podían hacerla trizas, sino que se
contentaban con mirarla de lejos.
Algunos peces eran eléctricos y pasaban echando llamaradas. La botella se
llenaba de resplandores y la viajera se tapaba los ojos de puro susto. En cambio
había peces pequeños que parecían joyas. Estos, pegaban los ojos al vidrio y
miraban sin cansarse a la ranita.
Pero en la noche todo cambió de aspecto. El cielo se puso negrísimo y el mar se
llenó de grandes oladas. ¿Era que se avecinaba una gran tempestad? Eso era en
efecto. Todos los peces se fueron al fondo del mar para protegerse.
Sólo la botella quedó flotando en la superficie. Un rato más y la ranita se iba a
volver loca de espanto. La botella era arrojada hasta tocar el cielo y volvía a caer
en el. Agua. Parecía un pez volador dando saltos sobre el mar.
Son de suponerse los golpes que sufría la pobre dentro de su cárcel de vidrio.
Cuando pasó la tempestad, estaba con las patitas estiradas y parecía muerta.
Pero felizmente no era así. Y apenas calentó el sol, abrió los ojos y se movió.
Todo aquel día estuvo enferma y recién al día siguiente se dio cuenta que tenía un
hambre tremenda. En efecto, ¿cuánto tiempo no había comido? Nada tenía para
comer dentro de la botella. Examinó la tierra que
Había en el fondo de la misma y sólo descubrió unas semillitas. ¿Pero acaso una
rana podía comer semillas?
Al sexto día de navegación, se aventuró a destapar un poquito la botella. Entró un
torrente de vida:
Huevecillos, peces pequeños, cangrejos diminutos, quién sabe qué cosas más.
Ella comió de todo, con deleite. Al otro día repitió la operación. La ranita estaba
dichosa con tantos alimentos a domicilio. Le bastaba con abrir la puerta para que
los víveres llegaran.
Hacía tiempo que una de las semillas había germinado en una alegre plantita. Y
un ala floreció. Era una flor roja y extraña, que llenaba de aroma la casa flotante
de la ranita.
A la viajera se le humedecieron los ojos, pues es sabido cómo aman los sapos y
ranas a las flores.
Así pasó un mes, dos meses, un año, quién sabe cuanto tiempo
la botella flotante por fin llegó
la costa. Una ola la hizo rodar suavemente sobre la arena, donde jugaban unos
niños.
- ¡Miren lo que arrojó el mar! Gritó uno de ellos. - ¡Una ranita y una flor metidas
dentro de una botella!
- ¡La rana se mueve y la flor está viva! - advirtió otro niño.
- ¿Y de dónde vendrán? - preguntó un tercero.
- ¡Vienen de América! ¡Fíjense en las letras de la botella!
- ¡Es cierto! ¡Han cruzado todo el Océano! ¡Qué cosa increíble!
Los muchachos llevaron la botella a la plaza del pueblo para que todos vieran a la
ranita que había realizado tan grande hazaña y... era el colmo de la casualidad.
¡Allá se encontró la pequeña viajera con toda su familia! ¡Había llegado a Europa!