Límite Temporal Pena Perpetua Con Accesoria
Límite Temporal Pena Perpetua Con Accesoria
Límite Temporal Pena Perpetua Con Accesoria
Sr. Juez:
I. Por el presente, y en virtud del traslado conferido, esta
Unidad Fiscal de Ejecución Penal emite opinión respecto de la solicitud
formulada por la Dra. Solari Carrillo -defensora ad hoc interinamente a
cargo de la Defensoría Pública N° 4 ante los Juzgados Nacionales de
Ejecución Penal-, orientada a que se declare la inconstitucionalidad del art.
52 del CP y, en consecuencia, se incorpore a su asistido R. S. N. al período
de prueba.
En el marco de la causa 729, con fecha 6 de septiembre de
2000, el Tribunal Oral en lo Criminal N° 8 condenó a R. S. N. a la pena
única de reclusión perpetua, accesoria de reclusión por tiempo
indeterminado, comprensiva de la pena dictada por ese Tribunal de
reclusión perpetua, accesoria de reclusión por tiempo indeterminado, por
considerarlo penalmente responsable, en calidad de coautor, del delito de
homicidio agravado por haber sido cometido con el fin de consumar otro
delito y asegurar su impunidad, reiterado (dos hechos), estos en concurso
material con robo con armas; robo simple; robo con armas en concurso
material con lesiones graves, agravadas por haber sido provocadas para
facilitar otro delito y asegurar la impunidad; y privación ilegítima de la
libertad, agravado por su comisión mediante amenazas y violencia; y autor
del delito de encubrimiento reiterado. Asimismo, la condena comprende la
pena de siete años de prisión dictada por el Tribunal Oral de Menores N° 3,
como coautor de los delitos de robo agravado por tratarse de vehículo
dejado en la vía pública, reiterado -dos hechos- y robo simple reiterado -
tres hechos- (v. fs. 1/42).
Así, toda vez que N. se encuentra cumpliendo la pena de
prisión perpetua con más la accesoria de reclusión por tiempo
indeterminado, a criterio de esta Unidad Fiscal de Ejecución Penal para
resolver la pretensión de la defensa se torna necesario fijar el término de
vencimiento de la pena cuya ejecución actualmente se controla. Tal
determinación, en definitiva, permitirá establecer el término a partir del
cual N. se encontrará en condiciones de acceder a las modalidades de
ejecución comprendidas en el período de prueba (v. art. 27, punto II, inc.
“c” del Decreto 396/99).
II. Como primera aproximación a la materia objeto de examen
corresponde señalar que, en virtud de la posición que ha sido asignada por
la Constitución Nacional y la Ley Orgánica de Ministerio Público, uno de
los deberes centrales de esta Unidad Fiscal radica en fomentar el respeto y
el cumplimiento de los principios de igualdad ante la ley, presunción de
inocencia y derecho de toda persona a ser oída públicamente y con justicia
por un tribunal independiente e imparcial, y contribuir, de esa manera, con
un sistema penal justo y equitativo y con la protección eficaz de los
ciudadanos contra la delincuencia (v. arts. 120 de la CN; 1 y 25 de la Ley
Nº 24.946 y Directrices sobre la Función de los Fiscales, adoptadas en el
VIII Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y
Tratamiento del Delincuente -27/8 al 7/9/1990-).
En ese orden, sin perjuicio que la pena de prisión perpetua
más la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado fue la sanción
alcanzada en la etapa de debate en el marco del contradictorio, el planteo
deducido por mi contraparte habilita evaluar la cuestión desde una
renovada aproximación.
Es que la aplicación de la pena de prisión perpetua, a la luz
del orden constitucional, impone el deber de cuantificar judicialmente esa
sanción.
Para justificar tal fin, corresponde partir de una serie de
premisas fundamentales.
a) A partir de la vigencia de la Constitución Nacional de 1853
cabe colegir una determinada orientación en la ejecución de la pena
privativa de la libertad, en cuanto su art. 18 dispone que las cárceles de la
Nación sean sanas y limpias para seguridad y no para castigo de los reos
detenidos en ellas y, toda medida que a pretexto de precaución conduzca a
mortificarlos más allá de lo que aquella exija, hace responsable al juez que
la autorice. De modo que, por esa vía, cristaliza un sentido humanista, que
Ministerio Público de la Nación
decir que en forma previa a la comisión del hecho la ley debe regular las
características cuantitativas de la pena. Y tal exigencia acarrea la
obligación del Congreso Nacional de definir de manera cierta las
consecuencias del delito en lo atinente al tipo de pena y a su monto (art.
75, inc. 12 C.N.).
Sin embargo, este mandato de certeza también alcanza al
poder Judicial, en tanto garante de la adecuada implementación del diseño
constitucional. Con ese norte, la jurisprudencia de nuestro máximo
Tribunal ha enfatizado el deber de agotar todas las interpretaciones
posibles de una norma antes de concluir con su inconstitucionalidad, toda
vez que es un remedio extremo, que sólo puede operar cuando no resta
posibilidad interpretativa alguna de compatibilizar la ley con la
Constitución Nacional y los tratados internacionales que forman parte de
ella, dado que siempre importa desconocer un acto de poder de inmediata
procedencia de la soberanía popular, cuya banalización no puede ser
republicanamente saludable (Fallos 328:1491).
Así, frente a la eventual lesión legislativa del mandato de
certeza por medio de la decodificación, sólo es posible la reconstrucción
técnica o dogmática por vía jurisdiccional de las disposiciones legales en
forma armónica y compatible con la jerarquía de valores que impone la
Constitución, en cuyo vértice superior se hallan la integridad y la dignidad
de la persona, conforme a la decidida esencia personalista del orden
jurídico argentino, señalada desde la Constitución de 1853 y aún desde
todos sus antecedentes a partir de la emancipación nacional (v. CSJN,
Fallo “Estévez, Cristian Andrés”, rto. 8/6/10, voto en disidencia del Dr.
Zaffaroni, considerandos 16 y 25).
De tal forma, cuando se presente una situación fáctica que no
esta resuelta legislativamente se impone al juez interpretar como medio
para garantizar el cumplimiento del mandato de certeza constitucional.
c) En el caso de autos, justamente, se presenta la anomalía
descripta en el apartado precedente.
La pena perpetua que prescribe el código penal argentino no
resulta efectivamente perpetua, toda vez que el condenado siempre tiene la
posibilidad de retornar al medio libre, luego de transitar un lapso en prisión
(v. arts. 13 y 16 del CP).
Es correcto que sea así, en tanto, como fuera señalado en el
apartado a), esa pena -la más grave del catálogo contenido en nuestro
Código Penal- no está excluida de la lógica enderezada
preponderantemente a la reinserción social exigida por el diseño
constitucional.
Sin embargo, ese esquema se desploma en casos, como en el
sub lite, en los que la persona condenada a una pena de prisión perpetua, a
su vez, es sancionada con la pena accesoria de reclusión por tiempo
indeterminado.
El Legislador ha habilitado la aplicación de la pena accesoria
en los supuestos, como el presente, en que el hecho haya sido subsumido
en alguna de las hipótesis previstas en el art. 80 del CP (supuesto
expresamente excluido de la doctrina emergente del Fallo de la CSJN
“Gramajo”, G. 560 XL, rta. el 5/9/06, v. considerando 29 del voto de la
mayoría).
Para estos casos, el art. 53 del CP prevé los requisitos que
deben verificarse para acceder a la libertad condicional, a saber: a) haber
agotado la pena de prisión o reclusión temporal impuesta; b) haber
cumplido, como mínimo, cinco años de cumplimiento de la pena accesoria
de reclusión por tiempo indeterminado; c) haber mantenido buena
conducta, demostrado aptitud y hábito para el trabajo, así como otras
actitudes que permitan suponer verosímilmente que no constituirá un
peligro para la sociedad y demás recaudos del art. 13 del CP.
Finalmente, recién luego de transcurridos cinco años de
obtenida la libertad condicional, y reunidos todos los informes requeridos
por el art. 53, podrá tenerse por cumplida la pena.
Así, el art. 53 del CP prevé una serie de pasos sucesivos para
acceder a la libertad condicional y al, eventual, agotamiento de la pena. Sin
embargo, no surge de dicha norma a partir de qué momento debe
computarse el inicio de las penas accesorias.
Cierto es que sobre este punto la jurisprudencia ha
Ministerio Público de la Nación
efecto.
III. Sentado así el deber jurisdiccional de fijar certeza sobre el
monto máximo de la pena de prisión perpetua más la accesoria de
reclusión por tiempo indeterminado y la fecha de su vencimiento, resta
ahora examinar cuál es el tribunal competente para tal fin.
La disquisición se resume a determinar si se trata de una
competencia propia del Tribunal de Juicio que fijó la pena o si sería
posible delegar tal función -en una etapa posterior al debate- al Juez de
Ejecución durante el control de la pena.
a) Al respecto, la doctrina tradicional formulaba una
distinción entre individualización legal, judicial y administrativa o
ejecución de la pena. Según esta clasificación, individualización normativa
es la que realiza el Legislador cuando preestablece distintas clases de
penas o de medidas, de manera tal que el juez encuentra una clasificación
individualizante a la que debe someterse. Pero debido al carácter abstracto
que necesariamente debe conservar la ley, queda en manos del juez el
proceso de “individualización de la pena. La pena debe adecuarse al
individuo concreto, tarea que sólo puede ser efectivamente llevada a cabo
por el juez. La individualización administrativa, por su parte, designa a
todas aquellas medidas relativas al tratamiento penitenciario, que en esa
división quedan a cargo de la autoridad administrativa. Detrás de esa
clasificación se encuentra una concepción de la pena dividida en tres
fases, una a cargo del legislador, otra a cargo del juez y otra a cargo del
personal penitenciario. (v. más ampliamente, la descripción sobre la
perspectiva tradicional que explicita Patricia Ziffer, Lineamiento de la
determinación de la pena, Ad-Hoc, Buenos Aires, 1996, p. 23/4).
Equivocadamente se afirmaba que, como consecuencia de esta
división tripartita de la individualización de la pena -y, en concreto, su
determinación en el caso de autos -, resultaba ser una competencia que el
Tribunal de debate podría delegar en la Justicia de Ejecución o, lisa y
llanamente, en la autoridad administrativa penitenciaria.
Sin embargo, la doctrina hace tiempo ha descartado
definitivamente esta posibilidad en el marco de un Estado Constitucional
de Derecho. Se ha sostenido con razón que “…la idea tradicional de
individualización de la pena considerada como un proceso con tres
etapas, no responde al marco de un estado constitucional de derecho, sino
a una distribución de tareas extraña al hoy generalizado sistema de
control de constitucionalidad. En efecto: el derecho penal debe contener
la irracionalidad del ejercicio del poder punitivo y, por ende, debe hacerlo
desde que se abre el marco abstracto para su ejercicio hasta que se agota
el que se impone sobre cualquier persona criminalizada. Pretender que el
derecho penal no puede objetar los ámbitos de arbitrio punitivo señalados
por las agencias legislativas, y que la administración tiene un cargo casi
exclusivo en la ejecución, es tanto como negar ese control sobre la
actividad criminalizante de las agencias políticas y penitenciarias.” (v.
Zaffaroni, Eugenio Raúl; Alagia, Alejandro; Slokar, Alejandro: op. cit.,
pág. 948).
b) Descartada aquella posibilidad, resulta clarificadora la
descripción realizada por Julio Maier respecto a la forma en la que los
Tribunales de Juicio avanzan ordinariamente en la determinación del fallo
penal.
Explica que la experiencia demuestra que “…el capítulo
dedicado a la individualización de la pena, además de abarcar un
porcentaje ínfimo de la sentencia, queda librada al más absoluto arbitrio
judicial que, sin sujeción a ninguna de las formas rígidas establecidas
para reconstruir el hecho y arribar al fallo de culpabilidad, mide la
reacción penal que va a aplicar con métodos que carecen de un
fundamento racional. En el mejor de los casos se halla allí un simulacro
de fundamentación que la mayoría de las veces acude a meras
abstracciones –que la ley penal contiene como parámetros para medir la
pena-, sin concretarlas ni demostrarlas en el caso particular de que se
trata.” (v. Maier, Julio B. J.: Derecho Procesal Penal. Fundamentos,
Editores del Puerto, Buenos Aires, 2004, T. I, pág. 382).
A su criterio, este procedimiento encontraba sentido en el
sistema de enjuiciamiento penal del siglo XIX, que agotaba su cometido
con el juicio de culpabilidad, respondiendo a un puro derecho penal de
Ministerio Público de la Nación