Hoyos, P. 2015 ART Autoetnografia

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 29

Apalabrando el oficio del poeta.

Un acercamiento a la autoetnografía reflexiva


para analizar el quehacer del dispositivo de la poesía

Dr. Pablo Hoyos


Profesor e investigador de tiempo completo, Colegio de Psicología
Universidad del Claustro de Sor Juana
[email protected]

Resumen
El presente artículo presenta la autoetnografía reflexiva como espacio metodológico
para repensar el quehacer del dispositivo de la poesía. Con este motivo, se exponen las
características y las vicisitudes metodológicas y epistémicas de la autoetnografía
reflexiva, la cual fue desarrollada para mi tesis doctoral “Devenir poesía. Un estudio del
discurso poético desde la noción de dispositivo”, a partir de los planteamientos del
feminismo de frontera sobre el cuerpo, la noción de performatividad y el enfoque de la
memoria social. Posteriormente se pasará a mostrar el proceso metodológico
autoetnográfico, en el cual se reflexiona sobre cómo la escritura de poesía sería una
práctica semiótico-material a la que se le atribuyen una serie de características
lingüísticas específicas, antinómicas a las del lenguaje ordinario cuya pragmática nos
permite construir un conocimiento positivo sobre la realidad. Finalmente, regresaré
sobre el texto autoetnográfico para presentar una relectura contagiada por la noción de
oficio construída por Agamben.

Palabras clave: autoetnografía reflexiva, dispositivo de la poesía, memoria social,


performatividad.

Después de dos años de doctorado (2010-2012) enredándome en lecturas,


abriendo temas en lugar de concretar un índice, escribiendo y rescribiendo, caí en
cuenta, gran medida gracias a las conversaciones con Félix Vázquez, que se prestaba al
interés académico hacer parte del entramado de la tesis1, el mar de fondo por el que ésta

1
Me sonrojo al retroceder hasta el 2 de diciembre de 2010, día visionario en el que palpé el
planteamiento que les traigo, sobre todo después de haber estado sentado encima de él, dentro de él, en
varias discusiones, lecturas y búsquedas bibliográficas sobre Reflexividad y Etnopoesía desde el Máster
de Investigación en Psicología Social (2008-2009). Cursado en el mismo departamento Psicología Social
de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en que postulo al doctorado.
2

viene a plantearse y ser escenario de trabajo académico a lo largo de cuatro años 2: el


análisis reflexivo sobre mi vínculo con el hacer poético. Con este propósito revisé las
opciones aproximativas disponibles en el campo de los métodos de investigación de las
ciencias sociales (véase en Denzin y Lincoln, 2000), y como expondré, decidí realizar
una autoetnografía reflexiva alrededor de mi vínculo histórico con eso circulante en el
imaginario social llamado poesía.
El proceso de trabajo analítico de la tesis convivió y formó parte de la
incubación, la incorporación, de una posición de enunciación sobre la poesía que no es
el hacer mismo de la práctica poética. El objetivo del aparato empírico consistió en
reconstruir los modos de subjetivación que a través del dispositivo de la poesía pudieran
haber acontecido3. Para trabajar sobre esta idea acudo a la noción “reflexividad”
contagiada por los postulados de la Etnometodología (Garfinkel, 1967). Advertí a
través de T. S. Eliot que poética y poesía no son lo mismo, sino que serían primas
lejanas. Los datos biográficos de la vida de un poeta en relación a su quehacer, más que
revelarnos como, por ejemplo Rainer María Rilke “llegara a escribir” las Elegías a
Duino (1922)4, a través de qué vínculos con diferentes personajes y lugares en su vida,
estarían hablando sobre los medios que la Teoría Literaria, de corte positivista, emplea
para la construcción de este tipo de discursos explicativos. Mirar solamente lo que
pudieron significar, para la poesía de Rilke, los encuentros del poeta con Lou Salomé o
Rodin, resultaría intrascendente. El enfoque reflexivo señala que tales descripciones, en
el momento de ponerlas sobre el tapete, se convierten en partes constitutivas de lo que
describen. Describir tal situación en la que los vaivenes amorosos serían el motor, y una
necesidad, para el poeta, habla de una política del discurso, del cliché que éste menciona
o evocaría en su formulación. Argüiré en el presente artículo cómo es que decidí
realizar una autoetnografía reflexiva; por qué tiene en cuenta y trata de hacer explícitos
los problemas de la política del discurso, hablando con ellos, sobre ellos, en el proceso
de elaboración del texto. No es mi objetivo desentramar el quehacer del poeta para, de
este modo, acercarme a su psicología, así como tampoco plantearé la posibilidad de que

2
Dentro de los cuatro años, tomo en cuenta el año académico del Máster en Investigación en Psicología
Social (2008-2009). El trabajo de maestría, también dirigido por Félix Vázquez, llevó por título “Esbozo
de una estrategia de análisis que asuma la Poesía como una práctica discursiva específica” (2009).
3
Trabajo la noción de “dispositivo” desde Giorgio Agamben (2015).
4
Rilke tardó una década en completar los diez poemas que conforman las Elegías a Duino (1912-1922).
Y sin embargo, en febrero de 1922, para escribir los cincuenta y cinco sonetos de Sonetos a Orfeo, se
demoraría tres semanas.
3

lo escrito en el texto autoetnográfico sea contemplado como el ejemplo de la trayectoria


de un poeta en la que se pudieran observar una serie de estadios o momentos clave.
El artículo quiere ir aterrizando, en sus sucesivos apartados, que lo que el texto
plantea es la expresión-construcción de la experiencia histórica de una persona nacida
en España, de clase media, blanco, cooperante en ONGs, doctorando en Psicología
Social, involucrado en el hacer de las “artes”… y cómo es que a partir de la generación
reflexiva de lo que recuerda, de lo que construye, respecto de su (mi) relación con eso
llamado poesía en el entramado de relaciones sociales, el texto autoetnográfico vendría
a aportar un conocimiento parcial sobre algunos devenires posibles de la poesía en el
hojaldrado social.
A continuación presentaré los rasgos generales de la autoetnografía reflexiva,
justificando cómo es que podemos hablar de lo que hacemos desde una disposición
crítica e íntima. Una vez planteado el panorama y las vicisitudes metodológicas, me
encaminaré a plantear los presupuestos teóricos que hacen de la propuesta metodológica
una propuesta musculada, y sin los que, por eso de que la metodología y la teoría sean
los goznes que disponen un modo de mirar. Plantearé, primero los aportes de la
perspectiva de la Memoria Social (Vázquez, 2001). A continuación, decantaré esta
perspectiva hacia los planteamientos sobre el cuerpo del Feminismo de Frontera
(Mohanty, 1991; Anzaldúa, 1980, 1999) y la noción de “performatividad” (Butler,
1993/2010). Tras la escenografía teórica, volveré de nuevo sobre la textura más
metodológica, construyendo a partir de la corriente de los apartados anteriores el
proceso de elaboración del texto autoetnográfico. Para terminar, recojo algunos recortes
de la bitácora de escritura del texto reflexivo autoetnográfico: Poética vitae. Cómo será
que vengo escribiendo poesía.

Autoetnografía reflexiva: política de la investigación social


La autoetnografía de énfasis reflexivo5, encuentra sus orígenes en los debates
propiciados en el campo de la Antropología a mediados de 1980, momento en el que se
reabren discusiones epistemológicas sobre el quehacer y el papel de la disciplina, siendo
criticadas las formas (positivas y cuantitativas) y las consecuencias de los modos de
producción de conocimiento tradicionales; desde donde se consideraba que el
antropólogo era objetivo recolector de datos culturales. Peso considerable de las críticas
5
Algunos ejemplos de autoetnografías reflexivas: The Performance of Silence in Cristian Mungiu's 4
Months, 3 Weeks, and 2 Days, de Palmer-Mehta y Haliliuc (2011); y Reflections on Being/Performing
Latino Identity in the Academy de Delgado (2009).
4

en este debate, son enunciadas por Clifford y Marcus en su libro Writing Culture
(1986), quienes aseveran que el antropólogo, y por consiguiente el científico social, no
puede seguir considerándose un mediador aséptico, sino que se trataría de un intérprete
del medio al que llega, de un escritor-constructor del medio. Esta brecha, ha sido
caracterizada por Denzin y Lincoln (2000) como la crisis de la representación o de las
formas textuales. Esta crisis habría contribuido a la apertura de los métodos de
investigación, mediante la reivindicación de una vía alterna al método cuantitativo, el
método cualitativo. Esta crisis de la representación perdura, junto con dos crisis o
problemáticas asocias: la crisis de legitimación o de autoridad etnográfica y la crisis del
autor o del punto de vista situado. Debido a la apertura, posiblemente infinita, de estos
debates, y de la sensibilidad que tienen en el carácter investigativo, ya que de su
abordaje penda el valor, la justificación y la política de la investigación, resulta que me
preocupo por exponer explayadamente una soporte teórico y ético que avale el texto
autoetnográfico que presento.
Siguiendo a Joel Feliu (2007), aunque la etnografía circule en la esfera de los
métodos cualitativos, no implica que los usos que se hagan de la técnica de
investigación se erijan desde el plano que les acabo de mostrar. El debate primero,
citado en la crisis de la representación, aunque parezca mentira, sigue vigente en el
plano observador-escritor. Según los trabajos de corte etnográfico pueden ser
clasificados en relación a las coordenadas parciales establecidas en el crucero de dos
caminos: un primero que iría “de lo individual a lo social” (describir el proceso personal
vs. describir la cultura en la que se dan) y un segundo tendido “entre el realismo y la
ficción” (énfasis en la voluntad por producir conocimiento objetivo —con o sin
reflexión sobre el propio proceso de la investigación— vs. énfasis ficcional y literario
de toda producción escrita). A lo largo de estos dos ejes podemos encontrar diferentes
tipos de trabajos como: (1) Etnografías reflexivas: etnografías del Otro que incorporan
la experiencia personal y la voz del etnógrafo. (2) Etnografías nativas o de miembros
del grupo: etnografía del ‘nosotros’. El etnógrafo forma parte completamente de la
sociedad o el grupo estudiados y lo aprovecha para contrarrestar la visión que se ofrece
por parte de los que no son miembros. (3) Narrativas personales evocativas: se
conforma por el contexto personal y dialógico del etnógrafo. La figura del otro se
convierte en secundaria. (4) Autobiografías: memorias del autor. (5) Etnografías
literarias o poéticas: Cuentos, novelas, poesía... basadas en la experiencia etnográfica.
5

Entrando en vereda de lo que vendría a ser lo reflexivo de la etnografía, en mi


caso, autoetnografía, el ayuntamiento del término recalca que la práctica investigativa se
funda en la ebullición de los conflictos y las crisis de la producción del conocimiento
desde las Ciencias Sociales. Al hablar desde la falla, desde el sismo, el trabajo de
investigación ha de enfocarse a la actualización de las preguntas que construyen la
problemática porque nada es lo mismo y esto que pasa no es lo de siempre. Los
investigadores tienen que contarnos de la investigación, su transcurrir: la ruta que
voluntaria y accidentalmente ha llevado; cómo es que investigaron lo que investigaron,
quienes son, de dónde vienen; todo eso intentado dar cuenta de las relaciones de poder,
instituidas e instituyentes, que podrían estar atravesando la investigación. Este
movimiento crítico y enfocado sobre las importantes consecuencias investigativas que
tiene tener en cuenta la particularidad del lugar de enunciación y considerar el trabajo
investigativo como producciones personales, parciales y situadas (véase en Denzin,
1997), es lo que ha sido denominado “reflexividad”.
El texto “reflexivo”6 tiene que ser consciente de sus propios aparatos narrativos,
sensible a las relaciones en que el mundo es socialmente construido, entendiendo el acto
de escritura como la configuración de versiones sobre cómo estarían sucediendo las
cosas en la vida social. Habrá quien desconfíe de los textos reflexivos porque le
convendrá mantener, soportar en alza, la imaginería de la Ciencia Social como
aparataje explicativo de los aconteceres cotidianos, y por tanto, sostener su capacidad
predictiva. Capacidad de predicción que sería “explicada” por la regularidad sostenida a
través de los mecanismos de categorización y la estadística, los cuales que caerían en
desgracia con el advenimiento de cambios históricos que modifiquen su contexto o nodo
relacional. La cara prudente de la desconfianza, me lleva a pedir y a hacer el esfuerzo
por conseguir que, consecuentemente con los planteamientos que defiendo, mi texto
autoetnográfico reflexivo esté a la altura de los planteamientos éticos y políticos.
Toda práctica investigativa, cualitativa o cuantitativa, es un hacer político.
Confiarse a ciertos modos investigativos porque son los dominantes lleva consigo una
mirada particularmente reduccionista sobre la vida social, sobre la humanidad, aspecto
6
“Reflexividad” es un término enunciado desde vertientes epistemológicas diversas y antagónicas. Por
ejemplo, desde una facción de la psicología educativa inspirada fundamentalmente en los postulados de
Jean Piaget, denominada “constructivismo”, se enfoca la reflexividad como una técnica mejorar el
proceso de enseñanza/aprendizaje, consistiendo ésta en una técnica por la que el alumno podría “aprender
a aprender” a través de la exploración crítica de sus experiencias de aprendizaje (actividades intelectuales
y afectivas) (Boud et al, 1985; Mezirow, 2000). La reflexividad nos dispondría para conseguir un
aprendizaje significativo o un cambio conceptual a través de este proceso de autoexamen racional (véase
en Coll, 2005).
6

al que me parece que se refiere Denzin (1997), cuando dice que la metodología
cualitativa viene a traer en sí una dosis de “humanización” para Ciencias Sociales.
Estamos violentamente adoctrinados, atravesados, en este reduccionismo, que tiene la
función, además de mantenernos miopes, de “tener” que hacer miope al resto del mundo
que no vea, produzca, cuente, como dominantemente se ha propuesto en estos tiempos
globales. Para agrietar esta terquedad y dureza de los modos de conocer coloniales
occidentales, se hace necesario abrir la investigación social a otras epistemologías
alterizadas, por no decir, asesinadas; abrir la Ciencia Social a otros modos de ver y
conocer el mundo desde sus propias formas, así como entre otros viene a proponer
Boaventura de Sousa Santos en Una epistemología del sur (2009). Se hace necesario
que seamos críticos con los modos de producción y legitimación de las Ciencias
Sociales, y que tomemos seriamente a éstas como un género discursivo mediante el cual
construimos parcialmente cómo somos nosotros y las cosas.
Podía haber escogido investigar el hacer poético de otras personas a través de
métodos como la observación participante, o mediante la construcción de narrativas
(Biglia y Bonet-Martí, 2009) sobre su vínculo con el hacer de la poesía, pero, viniendo
yo de la formación académica y siendo usuario de la poesía, hacedor de poesía,
consideré apropiado generar un texto autoetnográfico recogiendo, recreando, la
multiplicidad de factores por los que vengo escribiendo poesía, con el fin de
presentarles un texto complejo por el cual podamos juntos construir-adentrarnos en las
formas y modos de hacer/leer/pensar/sentir la poesía a finales del s. XX y principios del
XXI. Para dotar de inteligibilidad al conjunto del texto, he de señalarles que los
“intertextos” no quieren tener mayor presencia que la de, con su voz, dotar de mayor
cuerpo referencial, contextual, al texto7. Y si alguno de ustedes gustara escoger para
analizar o estudiar con otros fines, bienvenido sea. Podrían preguntarse, cómo es que no
ha optado por analizar conjuntamente los poemas8 o en decir a través de la poesía,
apoyándome en lo que Denzin (1997) denomina “ethnopoetics”. No estoy de acuerdo
con la postura del autor para quien “la poesía funciona como una exploración entre los
significados del poeta y los del grupo socio-cultural con el que convive” (1997; 204), y

7
Se trata de explicitar la intertextualidad inherente a cualquier texto, poniendo fragmentos de todos
aquellos textos que “resuenen” en él: ya sean diálogos con los informadores, artículos de enciclopedia,
fragmentos de otras monografías, piezas literarias como novelas, poesía, o notas de campo del autor.
8
En el texto, durante el proceso de elaboración, decidí introducir poemas a modo de notas al pie, a modo
de acompañamiento e ilustración de las referencias a los mismos que iba generando en el texto, lejos de la
línea que Denzin (1999) plantea.
7

el poema vendría a ser un claro escaparate de tal exploración 9. Una poesía, unos
poemas, en los que pudiésemos encontrar, rastrear la función antropológica que el autor
anticipa. A lo largo de todo el trabajo trato de no estabilizar el hacer de la poesía, por
ello no hablo de funciones que la poesía tendría, tal y como poetas, como Alejandra
Pizarnik10, y enfoques teóricos señalan11. Estas consideraciones sobre la poesía,
construyen versiones situadas sobre la misma, lo que no quiere decir que la poesía sea ni
haga lo que algunos dicen. Sino una muestra del crisol de enfoques, perspectivas y
caracterizaciones que la construyen.
Conociendo las limitaciones, y potenciales, así como las críticas al género
autoetnográfico, escribí Poética Vitae, aparte de con mucho esfuerzo y algo de escozor,
siendo leído por gente cercana, poco condescendiente y crítica, como mis amigos
investigadores sociales (los trianguladores que más adelante les presento). El texto
autoetnográfico es una producción socio-personal, colectiva, es decir, espacio abundante
de clichés y de lugares comunes, por eso es tan conveniente acudir a los trianguladores,
para que valoren con nosotros huecos, enredos o maniqueísmos. El desafío creativo del
texto no sería el de escribir lo nuevo ni explicar los acontecimientos sociales, sino el de
tratar de en la narración conectar el texto con nuestra comunidad semiótico-material, de
que el texto sea una propuesta crítica, singular, además de inteligible, empática. Por
otra parte, no quería que el texto se tornara en un análisis explícito de ciertas
incorporaciones, ni en un relato en torno a prácticas detectadas y nominadas con
nombres y apellidos por autores académicos. El desafío, y para lo que, consideré,
merecería la pena hacer una autoetnografía reflexiva, consistía en realizar un ejercicio
de memoria sobre mi vínculo con la poesía., tratando de aproximarme, tantear, de

9
Por ejemplo, Salavert Pinedo (2007) en su estudio sobre la poesía ecologista australiana, muestra como
la poetisa Judith Wright en el poema ‘Gum-trees stripping’ (Two Fires, 1955) nos invita reflexionar sobre
la función poética del lenguaje frente a la naturaleza, que en el poema nombrado está encarnada por los
eucaliptos. Algunas especies de eucaliptos se desprenden de la corteza que los recubre hasta formar una
sublime imagen que nos recuerda a una fuente. En ese marco, la pequeña captura que el ser humano
pueda realizar con la palabra termina resultando inútil: “de nada le valen a un árbol las palabras” (“words
are not meanings for a tree”). Versos con los que según el autor, Judith Wright reconocía la dificultad, si
no la imposibilidad, de usar el lenguaje para expresar con plenitud las diferentes hermosuras que nos
ofrece la naturaleza.
10
“Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar
al Malo. Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría
exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la
desgarradura. Porque todos estamos heridos” (Pizarnik, 2001: 312).
11
Por ejemplo, desde un enfoque vigotskiano pudiera fijarse un uso de la escritura de poesía alrededor de
los postulados del autor sobre pensamiento y lenguaje. Enmarcando la poesía como una herramienta
psicológica que nos ayudaría en la construcción de equilibrio con el entorno, permitiéndonos inventar
algo que falta.
8

manera sencilla, a la historicidad de mis apropiaciones sobre la poesía junto con el


enjundioso entramado socio-histórico (véase en Ellis y Bochner, 2000).
La autoetnografía reflexiva no es la solución al reduccionismo
occidentalocéntrico, simplemente se presenta como una práctica con potencial
desmovilizador, entre otras ya hoy en día tenidas en cuenta, sobre todo por las
Epistemologías Feministas. La autoetnografía presenta varios problemas por eso que los
investigadores quieren-esperan de ella. En este sentido, mi preocupación se dirige al
potencial empático del texto. Autores como Holman (2005) sugieren que el texto ha de
provocar en la audiencia la obligación de reaccionar, no sólo en el momento de la
lectura, sino que ha de desembocar en el desarrollo de una práctica política externa.
Creer que lo que uno hace investigando le va a cambiar la vida a quien lo lea, de por sí
me parece pretencioso, y después, llamar al lector: espectador pasivo para verbigracia
convertirle en sujeto activo, me resulta cuanto menos extraño. Primero, no somos nadie
como comunidad científica para, desde nuestros cubículos, llamar a nuestros lectores
sujetos pasivos de los fenómenos o de las complejidades barrocas o minimalistas que
inscribimos parcialmente en nuestro quehacer literario. Segundo, parece muy
pretenciosa, mesiánica, elitista, además de panfletaria, esta postura o impostura
salvacionista mediante el gesto y el texto reflexivo. Aunque resulte obvio, la pasividad,
es también una manera de acción social, pues no todo va a ser levantar la voz, sobre
todo cuando la vida corre peligro. Esta oda a la acción suena más bien a la mala
conciencia del investigador que querría ser parte de una transformación social “radical”
desde su despacho (véase en Scott, 2000). Considero que los investigadores sociales
debemos dejar de lado “la misión” de cambiar el mundo y volver entre la gente para
sostener misiones de cambio distribuidas y conjuntas o para entonar un testimonio que
sea eso y no una maquinaria impostada.

Consideraciones teóricas
Hacer recuerdo del quehacer: Memoria Social
El acceso a la historia de mi vínculo con la poesía no es, en ningún caso, como
extraer la caja negra de un avión. Recordar implica reconstruir, reinventar, y ésta
remembranza se sitúa en contexto de recuerdos particulares que hacen de su producto
algo variable o mutable. La escritura autoetnográfica reflexiva, en tanto que trabaja con
el pasado, se propone como una tarea de Memoria Social (véase en Vázquez, 2001). En
el caso de Poética Vitae, hago recuerdo desde el comienzo aparente de mi vínculo
9

histórico con la poesía, que no porque ser más o menos lejano sería diferente, pues el
recuerdo que se “trae”, que se construye en la narración, viene a participar en la
interpelación y elaboración de una posición relacional en el presente.
El contenido, sentido y afectos de Poética Vitae , después de meses de escritura
y revisión del texto, miran las exigencias éticas y teórico-metodológicas que les vengo
presentando, pues el cometido de la escritura consistía en redactar, en generar, un texto
para la que fue mi tesis doctoral. Retomando el cariz teórico, la Memoria Social es un
proceso y un producto construido a través de las relaciones y prácticas sociales en cada
momento histórico. Trata con personas sin ser individualista, ya que la mente no anida
aislada en la oscuridad del cerebro, sino que es un organismo social (Fernández
Christlieb, 2004). Lo social es aquello que “es instituido como tal en el mundo de
significados comunes propios de una colectividad de seres humanos. Es decir en el
marco y por medio de la intersubjetividad. Esto implica que lo social no radica en las
personas sino entre las personas, es decir en el espacio de significados del que
participan o que construyen conjuntamente” (Ibáñez, 1989: 118-119). Narramos nuestra
experiencia a través del filtro de los recursos catacréticos y significados compartidos de
nuestra comunidad de hablantes. Aunque la experiencia es un hecho lingüístico forjado
en el uso de los significados establecidos, lo que no implica que quede encerrada en este
orden fijo de significación.
Al hacer memoria hacemos lugar de enunciación, desde el cruce de vectores
instituyentes e instituidos que nos atraviesan controversialmente. Nos construiríamos
discursivamente como sujetos de enunciación a partir de las interpelaciones que nos
invitarían a ocupar, a posicionarnos en algún lugar identificado (virtual), a establecernos
en una posición parcial de sujeto. Estamos invitados a vivir, a ser “sujetos”, a
condiciones definidas de existencia, lo que no quiere decir que vivamos amoldados ni
completamente sometidos a estos ideales discursivos. La tarea de memoria del presente
trabajo es alrededor de la práctica poética, en torno a lo que he venido haciendo y
dejando de hacer, pensando y dejando de pensar respecto de algo más o menos
abstracto, aterrizado, llamado poesía, que circula en el imaginario social.
Para la autoetnografía reflexiva no hay un standard fijo para valorar, lo que
desde los métodos cuantitativos se establece como “validez” (véase en Denzin, 1997),
cuestión por la que hoy en día, desde diversos flancos, se la sigue criticando. Los
criterios de bondad de esta práctica investigativa provendrían de la minuciosidad
informe del proceso y del potencial evocador de la narración, de que narrado sea
10

verosímil, posible y factible (véase en Feliu, 2007) 12. La “realidad” necesita intérpretes
de lo social que asuman reflexivamente la posición que ocupan en el mundo, así como
también marcos, saberes y metodologías más heterodoxas, híbridas y plurales.
Siguiendo a Richardson (2000), para que nuestro trabajo llegue a buen puerto podemos
tener en cuenta cinco dimensiones: (1) Contribución substantiva a las Ciencias Sociales,
(2) Mérito estético, (3) Reflexividad, (4) Impacto y (5) Realismo y verosimilitud.
Dimensiones, valga decir, tuve en cuenta en el apartado Sobre la escritura. Cinco
Vueltas o aproximaciones.
Para disparar la escritura de Poética Vitae, me guié por preguntas comunes que
nos hacen a los que hacemos poesía alrededor de nuestro hacer ¿Cuándo empezaste a
escribir? ¿Por qué? ¿Cómo calificarías tu poesía? Preguntas, interpelaciones que invitan
a establecer posiciones que invitan a, parcialmente, sostener un discurso, a “ser”, de
alguna forma, congruente, o al menos, aparentemente verosímil con la posición
construida. La memoria se construye a partir del imaginario instituido, a partir de las
preguntas y de los modos de tramar, establecidos en un grupo social en un tiempo
histórico determinado, por ello, la memoria es social.
Como vengo remarcando, el interés en la escritura autoetnográfica reflexiva,
sería que el ejercicio de memoria convocara consigo una disposición crítica, atenta a las
disposiciones convencionales de construcción discursiva. Teniendo en cuenta que lo que
se recuerda, así como las cosas que hacemos con eso llamado poesía, no sería exclusivo
de un momento particular, sino que, también, se encuentra en conexión con el
hojaldrado de prácticas pululantes en el imaginario social. Por lo que no podemos hablar
del quehacer de la poesía más que en los términos de un acontecer en las circunstancias
de su uso, más allá de los nudos discursivos que la acoten en prácticas y características
determinadas.
Habremos de intentar interrogarnos desde nuestro cuerpo para localizar las
intersecciones y fricciones de los tendidos del imaginario que nos atraviesan e
incorporan, y las singularidades que en este espacio particular se producen. El cuerpo
sería el espacio primigenio de la memoria (Aguiluz-Ibargüen, 2010), donde habitan los
recuerdos en forma de marcas, huellas, hitos, como heridas, tatuajes, accidentes,
sensaciones, propiocepciones, que al nombrarlas, declararlas y relatarlas nos permitirían
seguir, re-construir, re-inventar, su rastro. El cuerpo se propone como el espacio propio,
12
A este respecto Jerome Bruner en Actos de Significado (1990) nos remite a las palabras de Cronbach:
“la validez es subjetiva más que objetiva: la plausibilidad de una conclusión es lo que cuenta. Y la
plausibilidad, por modificar el dicho, reside en el oído del espectador” (1990: 108).
11

singular, desde dónde las personas, la sociedad, construye, actualiza, las narraciones
sobre sí alrededor de vivencias y problemáticas, tal y como abordaré en el siguiente
apartado.

Desde el cuerpo hacer testimonio


La memoria se hace desde el cuerpo, ahí donde nos afectamos y afecta la
experiencia singular. La materialidad de la experiencia corporal está fuera del discurso,
es sensacional, pero sólo puede ser interpretada y comprendida mediante este. Al mismo
tiempo, no podemos reducir la experiencia del cuerpo a un juego de lenguaje. Las
feministas del subdesarrollo, de la frontera (véase Mohanty, 1991; Anzaldúa, 1980,
1999), a través de las cuales, daré cuenta de la actitud y los términos que manejo, han
sorteado esta barrera, podríamos decir, teórica, respecto a la incapacidad de hablar sobre
el cuerpo, hablando desde el cuerpo, diciendo palabras encarnadas, palabras
conmovedoras, con capacidad de afectar, de transformar, de hacer espacio de encuentro,
diálogo, de re-contar, re-decir, re-palabrear historias con potencial de restituir el sentido
de los acontecimientos que vivimos.
Las feministas de frontera, preocupadas por la despolitización del énfasis
retórico del posestructuralismo occidental de los ochentas, más inclinado a analizar los
discursos que a beligerar contra la dominación, reivindican su voz, su experiencia
corpórea. Estas feministas subalternas y subalterizadas, proponen romper el silencio
resistente, la invisibilización obligada y/o estratégica, a través del rescate de las
experiencias “situadas” (véase en Haraway, 1993). Pero fundamentalmente, para
proponer una posición política, una acción política feminista, contra-hegemónica y
anticapitalista. Por ejemplo, Gloria Anzaldúa (1999) usa la categoría “chicana”
apropiándose de ella, resignificándola, rehaciéndola, cooptando y convirtiendo la
categoría discriminatoria en emancipadora. Considérese aquí que la noción de
experiencia conlleva una propuesta política, una alternativa de resistencia, de nuevos
estilos de comportamiento, con potencial para transformar las condiciones de vida. Salir
del silencio, estratégico y/o obligado, para co-construir, co-fundar voces que digan lo
que las mujeres han callado.
Desde otro flanco, en los noventas Judith Butler (1993/2010) presenta al cuerpo
en el encierro de las operaciones discursivas, encierro que lo desmaterializa, lo
virtualiza como un modelo a ser habitado, y no como un cuerpo históricamente
construido. La materialización del cuerpo consiste en hacerse al cuerpo virtual
12

(desmaterializado), al cuerpo deseable, al “cuerpo que importa”. La autora propone


tratar de comprender los mecanismos por los cuales los cuerpos que no son
convencionales, los cuerpos abyectos, los que no han sido capturados por el discurso,
son los cuerpos que más importan y, por consiguiente, han sido sometidos a distintos
tipos de violencia: el silencio, la relación de semejanza y la adecuación o la corrección.
Montura teórica que la autora articula mediante el concepto de “performatividad”. La
performatividad es una teatralidad que sucede en la medida en que se oculta la
historicidad del cuerpo. Los cuerpos desmaterializados traen consigo actuaciones que
son reiteración de una norma o conjunto de normas.
El “cuerpo que importa” está producido por el discurso. Podemos identificar los
modos de actuación, los modos de experiencia: situados y parciales, en una mujer:
adolescente, madre, esposa, abuela, trabajadora, amiga, amante, seductora. Ironizando
con la nostalgia del amor pasado, Javier Bergia tiene una frase que muestra bien esto:
“para qué sentirme mal si tú no estás ahora”. Habría disponible un deber de sentirse
mal, un deber estar aquí ahora, un deber decirte que estés, cantarte para que estés. Estos
cuerpos virtuales con los que podemos jugar como en un juego de realidad virtual, a que
tengan la vida que hay que tener. Son cuerpos fríos, deshabitados por la historia, por los
matices, por la rabia, la carcajada y el amor que mata. Las feministas fronterizas
reivindican el calor de la singularidad de la historia de vida, y por ende del “testimonio”
como un manifiesto de vida, como un hacer diálogo contagioso, enunciado desde una
comunidad “real”, vívida, alegre y sufriente, reintegrando la vida, el cuerpo, la
experiencia de habitar/ser un cuerpo.
Para dar consecución al anudado, retomaré, para argumentar cómo podría
articularse la voz propia, la noción de reflexividad, ampliando así sus repercusiones
teórico-metodológicas en el presente trabajo.

La articulación de la voz propia


La escritura autoetnográfica reflexiva constituiría un ejercicio analítico-creativo,
una labor literaria en cuyo objetivo versaría en la articulación de una voz propia, de una
expresión-contenido mediante la cual el investigador nos brindaría, en el orden de los
aspectos teórico-metodológicos desarrollados hasta el momento, su experiencia
investigativa correspondiente creación analítica.
Retomando trochas abiertas hasta este entonces, el motivo del investigador sería
localizar y conectar las telas de araña sin perder de vista que el tejer es una práctica
13

común y a su vez un acontecimiento singular y que, por tanto, no puede separarse


históricamente de una disposición colectiva, de un nosotros. El yo de la autoetnografía
reflexiva, sería un pretexto estratégico, “una violación habilitante” (véase en Butler,
1993/2010), que nos permitiría entrever aspectos colectivos en la articulación de la voz
glosolálica y testimonial del yo, porque repito, lo que decimos, lo que pensamos y lo
que sentimos, serían, en general, prácticas discursivas estabilizadas en el estrato
instituido del imaginario social. Discursos que proponen disposiciones (clasistas,
racistas, sexistas…) y que orientan las interpretaciones de la experiencia a través de
arquitecturas discursivas anteriores al cuerpo y al acontecimiento. El enfoque reflexivo
vendría a abrir esta vía, esta posibilidad investigativa, mediante la cual podemos
discursivamente construir, plantear el paisaje crítico de nuestro vínculo con las
tensiones y presiones del imaginario instituido, además de ofrecernos la posibilidad de
construir un discurso minucioso en el que prepondere la construcción y la observación
sobre la especificidad del acontecimiento.
No todo puede ser dicho porque, como vengo diciendo, hacemos memoria en
circunstancias concretas, construimos el discurso desde diferentes nodos tensionales que
simultáneamente nos atravesarían en diferentes intensidades. Las palabras no están
hechas de antemano, no corresponden con una semiótica previa al lenguaje. Para hacer
voz, tenemos que fajarnos con las discursividades dominantes, con los cuerpos que
importan, en un fuerte nivel de presión del cliché. Por eso el lenguaje del texto
autoetnográfico reflexivo puede presentarse como un lenguaje titubeante presentando,
simultáneamente, diferentes niveles de cocción, puesto que se trata de una búsqueda de
voz que, por ir hacia el descentrarse, no está disponible, no está del todo articulada.
La escritura en la atmósfera de la reflexividad nos invita a tomar las palabras
enunciadas desde diversos contextos, para resignificarlas en el componer el texto, un
hacer movimiento visceral de las palabras (y de sus contextos de uso dominantes), un
reconocerse las áreas posibles en las que el cliché o el cuerpo desmaterializado se
instala en su suceder inscrito en un acontecimiento. Generar un movimiento discursivo
corpóreo, desde el decir particular del cuerpo.
El enfoque reflexivo implica entrar en la frecuencia del no hay camino, de la
incertidumbre de la práctica creativa, porque viene a decir lo no dicho, lo que el cliché
amordaza, la voz experiencial, testimonial. Viene a embadurnarnos, a conmovernos, de
historicidad, de “realidad”, porque trata de generar y proponer discursos que permitan
14

recordar y relatar (hacer observable) la complejidad de las vivencias cotidianas en


condiciones de dominación y resistencia en una textura colectiva e histórica concreta.

Método: de cómo escribí Poética Vitae


A continuación voy a narrar el procedimiento de elaboración del texto
autoetnográfico. Valga decir, de nuevo, que no habría un camino, ni caminos dados,
para la elaboración de este tipo de textos, porque su sentido político nos invita a que
cada cual trace la trocha por donde su caminar en el terreno particular le oriente en pos
de articular una voz propia alterna a los estratos discursivos estabilizados. La intuición y
el hacer que nos propone el terreno, sería particular de cada persona-en-el-terreno, por
tanto las recetas sólo sirven para despejar la ansiedad que pudiera traer la incertidumbre
del “cómo lo hago”, “por dónde voy”, “a dónde ir. Para analizar, re-combinar, las
relaciones entre nosotros, los otros y el mundo, tendremos que decir, hacer, las
relaciones de nuevos modos, si vemos éstas como formas estables y ahistóricas, será
difícil platearse si quiera la pertinencia de la potencia de la resistencia y la posibilidad, y
cabida, de otros modos de decir. Un viejo combate éste que sigue siendo actual.
El presente apartado se divide en tres apéndices. La primera versa sobre cómo
fue que escribí el texto autoetnográfico, “Sobre la escritura. 5 Vueltas o
aproximaciones”; el segundo, la justificación de los complementos que acompañan al
texto, “Complementos que acompañan al texto”; el tercero, habla del proceso de
triangulación en la escritura, “Soporte metodológico al proceso: Trianguladores”.

Sobre la escritura: cinco Vueltas o aproximaciones


En el caso de Poética Vitae, intento construir la voz testimonial a partir de la
identificación de la aparición, los tránsitos y encabalgamientos entre diferentes cuerpos
que importan que me atraviesan y expreso en distintos momentos históricos.
Retrospectivamente puedo dividir el proceso de escritura en 5 vueltas o aproximaciones
sobre el ejercicio de escritura, acercamientos que incluye relectura, reescritura,
inclusión de notas aclaratorias y documentos históricos a pie de página, de los cuales
doy cuenta a continuación.
15

(1) Para iniciar el proceso analítico realicé tres modos de aproximación


complementarios. (a) Rememorar mi vínculo con la poesía desde la infancia, (b)
preguntar a la gente que me rodeaba qué me podían decir de la poesía y (c) leer la
poética de poetas reconocidos y publicados, así como los desarrollos teóricos de críticos
y estudiosos de la literatura.

(a) Para iniciar la rememoración, la creación de mi vínculo con la poesía, comencé


por, una serie de tardes, sentarme a hacer traer, a disparar, la memoria en tormenta
de experiencia bruta, imprecisa; y de gran interés por esa imprecisión por la que
asomaba ya el cliché, los lugares comunes de n cantidad de usuarios de poesía.
Debido a que en 2010 publicara mi primer libro de poesía 13, mi primer atrevimiento
en poesía, se generaron una serie de presentaciones y entrevistas en las que me
empezaron a preguntar por qué escribía poesía, desde cuándo y cuestiones en esa
tesitura. Esta experiencia de interpelación anterior al contexto de creación de
recuerdo, me fue de ayuda, porque me guió para analizar desde este primer
ejercicio nemónico qué me estaba queriendo decir yo, qué estaba construyendo, a
partir de los hechos que iba cocinando. Cómo estaba dando más importancia a unas
cosas que a otras y cómo ese torrente primero venía ya casi configurado con una
historia sobre yo y la poesía, algo muy interesante para el curso posterior del
trabajo pues se abría una veta que empezar a analizar críticamente.

(b) Para ayudarme en el ejercicio reflexivo, contrasté y construí lugares comunes


preguntando a varios colegas casi nada puestos en materia poética, para qué
consideraban ellos que habían podido utilizar alguna vez la poesía en lugar de otras
formas literarias. La mayoría -siete personas de nueve consultadas- atribuyeron a la
poesía la capacidad de solucionar una fuerte necesidad por comunicar algo que sólo
es comunicable mediante la poesía (pensamiento, sentimiento, historia…). Mi
amiga, Belén (26 años), respondió: “Escojo el poema porque me decía imágenes
muy bonitas, quería decirle algo bonito y venía en forma de poesía. no podría ni
pensarlo de otra forma”. Ligando la función de la poesía a la transmisión afectiva:
“el sentimiento me salió más por esa estructura. La vía de la estructura y como era
corto se me hacía que contenía todo el sentimiento en pocas palabras”. En el proceso
fui detectando, sin ningún procedimiento, los lugares comunes en su discurso,

13
Hoyos ,P. (2010). Quince volcanicocefalia 5 y otras gonorreas. Buenos Aires, Editorial Retazos
16

formas de la poesía que también me valieron para preguntarme en cuáles aspectos


compartía imaginario y en cuáles difería y por qué.

(c) Además de a mis amigos, para el proceso de interpelación y disparo, acudí a la


lectura de las poéticas de José Lezama Lima (1988/2007), Leopoldo María Panero
(1993), Luis Cernuda (1962/2005), Julio Cortázar (2005), Haroldo de Campos
(2000), Rimbaud (1873/2001), Pavese (1935/1993), Valéry (1957/2009), Poe,
Mallarmé, Eliot (véase en Marí, Casado y Doce, 2011). Y en crítica y teoría literaria
me venía acercando, fundamentalmente, desde hace tres años a los planteamientos
de Harold Bloom (1973/2009) y Maurice Blanchot (1955/1992). En este estrato de
revisión sobre qué se dice de la poesía por parte de poetas y críticos, con posiciones
muy dispares, influidas por corrientes filosóficas y movimientos artísticos situados,
jugué sintéticamente con los siguientes planteamientos: Los poetas consideran, así
como Cesare Pavese, que el hacer poético es un oficio, que para escribir bien poesía
hay que escribir mucho, cuestión de sentarse día tras día voluntariosamente a
escribir porque a escribir sólo se aprende escribiendo (y leyendo). La incubación,
más que la acumulación de sensaciones, momentos, imágenes, en un baúl, se basaría
en la sensibilidad perceptiva-constructiva, en su rumiación, refinería o decantación.
Además de ser “sensibles” y dejarnos al afuera mediante la “tergiversación de todos
los sentidos”, como le leí a Rimbaud. Se ha escrito, también, que la escritura de
poesía dependería de la llegada de un estado corporal a través del cual ésta nos
brotaría de la mano o el oído, llámese inspiración, posesión, trance. El poeta como
mediador, escriba, conductor de lo advenedizo que no tiene por qué conocer bien los
pliegues de la lengua. Ya sea por la vía estoica o por la vía mística, mediante la
escritura de la poesía se llegaría a algo, a descifrar un ocultamiento, a nombrar las
cosas, a crear lo nuevo, a persuadir a los dioses, a enamorar al chico o a la chica;
una iluminación vinculada con los sentidos, con la sensación. Eso sucedería en la
carne de los poetas, pero, una vez canalizados, llevados, puestos, disparados,
arrojados al poema esos deseos o constelaciones de significantes, significados,
configuraciones sonoras, ¿serán espejo de la iluminación que los generó? Y si
consiguen iluminar, ¿cómo es que esto sucede, particularmente, en la poesía?
Atolladeros estos abordados a lo largo de la tesis. En todo caso, estas posiciones me
dieron cauce para jugar con su “estereotipicidad” en la lectura del cuerpo textual que
ya estaba entrando en musculatura. Me previne sumamente de hacer categoría de
17

estas “esterotipicidades”, y más que mirar a través de ellas, lo que hice fue jugar a
decantar la singularidad de mi vínculo con el dispositivo de la poesía o poético, a
partir de comparaciones nada metódicas.
Decir, además, que la escritura académica de la tesis, relacionada también
con las lecturas mencionadas, habría estado presionando, constituyendo, siendo
parte de la escritura del texto autoetnográfico. Al tratarse de un texto de carácter
reflexivo y, la tesis estar influida por la perspectiva del Socio Construccionismo,
sobre todo a través de los planteamientos de Michel Foucault (1996), el proceso de
escritura del texto autoetnográfico estuvo medidado por la exigencia (sumando el
recurso de los trianguladores) de que el texto no se convirtiera en una impostura
cercana a una corriente poética concreta, sino que el carácter histórico y situado de
la experiencia del vínculo fuera el exponente y la constante en el trabajo de
escritura.

(2) La segunda vuelta fue de otro calado, de otra intensidad. Tiré líneas hipotéticas en
relación a la subordinación y resistencias alrededor de esos usos en bruto de la poesía y,
los fui contextualizando referencialmente con otros acontecimientos y prácticas
históricas de mi vida. No se trata de hacer listas, agrupaciones, esquemas de relaciones,
cuando lo que escribes “te toca”, “te atraviesa”, como manifiestan las compañeras
feministas, dispone un devenir escritural plagado de baches, saltos, retenes y agujeros
negros. Travesía por las llagas y los poros de uno que nos dan pie para pensar y sentir la
historicidad. En mi caso, siendo sarcástico, me sentí un histórico panoli usuario de la
poesía; no es muy amable estar haciendo algo sin saber por qué, o quizá sí, no hay que
darle tanta cancha al discurso utilitarista de que todo tiene que tener sentido, pero los
humanos hacemos muchas cosas porque los demás humanos las están haciendo. Lo
importante es el soporte histórico, que supone quizá un punto de apoyo para comenzar a
elaborar una voz lo más “honesta” posible sobre la tensión histórica entre la captura en
los cuerpos discursivos y el sudor, la úlcera, la voz rota de uno.
El texto se iba dando por fragmentos. Escribiendo sobre ciertos episodios y
sentimientos iba saltando de repente a otros sin conexión aparente, saltos que fui
registrando por si más tarde pudieran ser recurrentes. El desbarajuste de la escritura
construía momentos como en 2006 cuando un afamado crítico español, después de que
un amigo le pasase una compilación de poemas, para decirme que era un gran poeta no
leído o, el momento aparentemente inaugural en el que empiezo a copiar poemas de
18

Pablo Neruda para, escondidamente, entregárselos a mis compañeras de aula con 10


años. Voy identificando ciertas condiciones en las que aparezco “yo” como agente
indiscutible, voluntarioso, en el acercamiento a la poesía, como sí desde muy joven el
camino hubiese estado predispuesto para transitarlo, predisposición y saturación del
“yo” bastante sospechosas. Así que fui confrontando, re-escribiendo, estos montajes y
tratando de contármelos en relación, en articulación, a otros fenómenos de mi contexto
social y de mi historia de vida.

(3) Corresponde con dejar descansar el texto, con la toma de distancia sobre la intensa
experiencia de encuentro y desencuentro con los recuerdos que construí lo más
críticamente que pude. Considero sumamente importante este desprenderse del texto
porque como valoré después del alejamiento por seis meses, el escrito estaba
enmarañado, era poco explícito con el propósito reflexivo, y tendía más hacía
valoraciones y apreciaciones mías en relación a mi historia de vida. Durante estos
meses, mis amigos y trianguladores habían leído y comentado el texto, documentos que
guardé en la carpeta correspondiente, y que no abrí hasta la siguiente vuelta, la cuarta,
en la que retomo el texto. En esos seis meses estuve inmiscuido en el cierre final del
borrador de la tesis.

(4) Una cuarta aproximación, citada en el punto anterior, son las relecturas. Durante los
seis meses de distanciamiento, estuve volviendo al texto, releyéndolo, escuchándolo,
cuando se me venía alguna idea o de repente se me proponían ciertas conexiones, a
veces súbitamente, respecto de partes del texto con las que no me sentía conforme.
Mirando atrás, doy a la relectura, el rol de ampliar y plantear otras lentes para trabajar
sobre las fallas donde la fuerte fricción emotiva no me permitió más que plasmar la
vorágine en torrente bruto.

(5) Tras dejar orear a la intemperie de los días del mes de junio de 2012 donde tenga,
por motivos de fechas en relación al depósito de la tesis, que cerrarlo definitivamente.
En este dejar el texto abierto he seguido escribiéndolo en silencio, es decir, haciendo
algunos apuntes breves y rebajando la intensidad emocional del proceso de escritura. La
paciencia es la actitud, que considero, debe prevalecer tanto para construir el texto, para
encontrar y mover con la carne las palabras, como para aguantar intensidades afectivas
que podrían distraernos de la labor reflexiva. También la distancia con el “yo” narrativo,
19

creo que colabora, en la tentativa analítica y escritutaria. En mi caso, en los intentos por
desapegarme de las narraciones predominantes y, así abrir camino a escritura y el
análisis de las relaciones entre fenómenos que pudieran formar parte de la construcción
de las circunstancias de la trama del texto, así como intervenir en el hacer de la
escritura. ¿Cómo se hace para tratar de conseguir paciencia y distancia? ¿Serán estas
actitudes, en el proceso, las que colaboren a los demás investigadores que se planteen
realizar un autoetnografía reflexiva? Humildemente, no puedo hablar más que de los
andamios que se me han presentado y han ido participando de mi proceso de escritura.
Soy una persona impaciente y que suele ser implicada afectivamente, tal vez por eso, le
de tal dimensión en el trabajo, y usted con otros hábitos y costumbres señale otro tipo de
movilizadores para la escritura del texto autoetnográfico reflexivo.

Complementos para el hacer del texto


Para dotar al texto de más contexto que sí mismo, para complementarlo y tejer
una red relacional con mayor capacidad expresiva, y acorde a las herramientas teóricas
que vengo exponiendo, decidí incluir varios elementos a pie de página y figuras
(fundamentalmente fotografías).
A pie de página añadí algunos poemas dialogando con la acción de la narración
y con los enclaves de hacer poético construidos. Así como señalé en los inicios del
capítulo, los poemas no han sido puestos con la intención de ilustrar nada, y como he
insistido e insistiré, todo lo que se diga de ellos en relación a su contexto relacional de
producción, sería limitarlos a una vertiente interpretativa. Quise introducirlos como
enclave y como voz, así como hace Anzaldúa en Boderlands/La frontera. The new
mestiza (1987/2007), aunque los poemas y canciones que ella introduce son parte del
cuerpo del texto. No he querido hacer del texto poema, poesía; porque he considerado
que la narración sería lo más adecuado para tratar de elaborar un texto sobre el que
podamos dialogar en clave de Ciencias Sociales. Revisión tras revisión, escuchando los
comentarios de los trianguladores o de mi mano personal, he ido añadiendo, quitando,
limando, cosas.
En la misma tónica, añadí dos entrevistas de un periódico de España, e-mails
(con la entrevistadora de una de las entrevistas, Luis Eduardo Aute y José Kozer), algún
fragmento de diario personal y comentarios en Facebook de amigos poetas (sobre un
encuentro de poetas). También las ligas de diferentes enlaces en internet (vídeos,
páginas web y música) con los que he dialogado.
20

Respecto de las figuras (son un total de 15), decidí incorporar material gráfico
para además mostrar visualmente los haces de relaciones por los que se construye el
imaginario de la poesía. Porque las Casas del Poeta, las cantinas, las reuniones, las
lecturas, los cuartos, son parte igualmente importante, fundantes, mantenedoras y
potencializadoras de la variación en la construcción del dispositivo poético.

Soporte metodológico al proceso: trianguladores


Para tratar de prevenir al máximo que el texto autoetnográfico reflexivo torne en
una tentativa insuficientemente crítica y desmovilizadora, tal vez en un texto matizado
por tintes egocéntricos, en el que la estética de vida del etnógrafo sature más que el
análisis crítico en cuestión; pedí a dos amigos que hicieran de trianguladores. En este
caso, los trianguladores tienen el rol de, en el curso de la escritura, hacer de comité de
vigilancia de las desviaciones del propósito reflexivo. El cuerpo del egocentrismo es
una forma de lo social, una prisión en el cruce de las relaciones de poder, expresión de
la urdimbre del imaginario social. No se trata de desligar tampoco el “yo” de la escritura
autoetnográfica, pues el “auto” habilita la oportunidad de, por el hecho de estar (yo)
implicado en las relaciones de poder, analizar críticamente la articulación de tales
relaciones (véase en Butler, 1993/2010). Nuestro cuerpo, nuestra experiencia, no es
explosivamente algo puesto ahí para tratar de ser comprendido en su unidad, sino el
complejo de las prácticas sociales, las posiciones de sujeto disponibles en las que se nos
propone que nos situemos. La ayuda de los trianguladores es necesaria para aumentar el
potencial de visión y valentía en los puntos fuertes donde satura la heteronormatividad.
Mirar relaciones que le atraviesan a uno, que duelen, y que le son complicadas a uno
mirar con distancia crítica.
Las instrucciones que les di a ambos a la hora de que fueran revisando el
resultado de las aproximaciones 1 y 3, fueron las siguientes. Para la primera vuelta, les
pedí que, por favor, me ayudaran a descomponer los clichés que pudiesen llegar a
detectar en la amalgama, movidos por la intuición de nuestro vínculo, indicándome
dónde y cómo creían que estaría sosteniendo patrones discursivos sobresaturados por el
protagonismo del “yo” en el texto. En la tercera vuelta, seis meses después, primero les
pedí que valoraran la reescritura de los puntos que habían señalado en la revisión
anterior, por si quedase más reelaboración crítica por hacer. Después, como última
instrucción, les sugerí que detectaran si en el texto sentían ausencias o inconexiones, y
21

en caso de que así fuera que señalaran dónde y de qué forma consideraban que el texto
se perdía o evadía de ampliar o abordar ciertos pasajes.

Resultados. Volver sobre Poética Vitae: retrabajando la autoetnografía reflexiva


En la autoetnografía reflexiva que escribiera con motivo del abordaje
metodológico de mi tesis doctoral, se entrecruzan dilemáticamente (Billig, 1991),
distintas temáticas sobre las condiciones semiótico-materiales del quehacer poético.
Como vengo exponiendo, el trabajo de fondo de tal escritura consistió, grosso modo, en
detectar y escribir en relación a la articulación de diferentes nociones sobre el oficio de
la escritura de poesía a través de la reconstrucción nemónica de mi vínculo con el
entramado del dispositivo poético y el quehacer de la escritura de poesía en relación a
las posibilidades de habitar lo poético que devienen de mi paso, en el ir perteneciendo, a
una serie de colectividades y confrontando con otras.
Para realizar el análisis que se presenta, siguiendo a Soyini Madison (2012) fui
creando mi “mapa de la musa”, a partir de la lectura de la autoetnografía, línea por
línea, en tres ocasiones. En las lecturas, primero, volví a familiarizarme con el texto tras
tres años de lejanía; segundo, se me fue ocurriendo cómo abordar el análisis del oficio
del poeta, para el cual simultáneamente acudí a la lectura de Opus Dei (2012) de
Giorgio Agamben. ¿Por qué este libro? Desde hace dos meses vengo leyendo la obra del
autor, Homo sacer, introduciéndome en sus planteamientos, proceso en el que tras
tomar varias notas y pensar qué es lo que puedo y quiero decir, traer a colación, de la
autoetnografía reflexiva que concierne a este artículo, doy en regresar al texto para
sobre él reflexionar sobre el oficio de la escritura de poesía. En este camino, expondré
los planteamientos que me llevan a seleccionar, a agrupar, una serie de partes de Poética
Vitae, y a proponer un nuevo marco interpretativo sobre este “nuevo” texto creado a
partir de recortes del original (Emerson, Fretz y Shaw, 2011).
Trataré de jugar con la idea de que la escritura de poesía forma parte de un
ejercicio colectivo de enunciación, asentado en el imaginario social, en una red de
relaciones y materialidades por las que se hace efectiva. En mi caso, como relato en
Poética Vitae, a los once años comencé a escribir poesía a través del visionado de dos
películas, El cartero, y Cyrano de Bergerac¸ y a partir de que empezara a copiar
poemas de Los versos del capitán, de Pablo Neruda. Escribía poesía buscando
aceptación, buscando resaltar usando el lenguaje de un modo extraño para un niño de
22

esa edad, un uso que tenía sentido en relación a mi historia personal de hijo único, de
clase media, con lentes y parche en el ojo por la conjunción del estrabismo y la
hipermetropía. Tras los primeros pasos en el género, siguiendo el modo del citado poeta,
seguí escribiendo a través de tales motivos por los que reivindicaba mi condición de
forma positiva. A partir de los diecisiete años, a través de una serie de voluntariados en
América Latina, situados en mi posición de clase media española, la que permitía la
posibilidad de viajar a otro continente a “colaborar y aprender con y de los
desfavorecidos” comienzo a escribir diarios con asiduidad, y a utilizar la poesía como
un medio para la protesta tanto de las condiciones de vida de los pobres como del modo
de vida de la sociedad del bienestar en Europa. Tras darme de bruces con la buena
voluntad del salvacionismo que venía socavadamente sosteniendo, de nuevo por mi
posición de clase y de raza, tengo la posibilidad de regresar a España para reflexionar
sobre mis prácticas en el marco de una maestría y un doctorado en la Universidad
Autónoma de Barcelona. Es aquí cuando comienzo a pensar cómo es que era que venía
escribiendo poesía, utilizándola en ese momento para tratar de hacer frente la crisis
existencial en la que me encontraba inmerso. En esta línea comienzo a pensar la que
será mi tesis doctoral, y de la que resulta el texto del que ahora me encargo desde otro
ángulo.

Labor de deconstruir construyendo el enclave enunciativo. Crisis bruta. Mucha


mierda para meterme a deshollinar, resistencia a revivir lo que, sin grandes
pretextos, salía por los poros erupcionando (…) Escribí guillotinándome una tras
otra cabeza que expulsaba y necesitaba, lo que creí y creía haber tantito sido
(Hoyos, 2012, p. 148).

Discusión y Conclusiones

Alumbrado por la noción de oficio en Agamben, me centraré en cómo habría ido


cambiando, reconstruyendo, mi lugar de enunciación poética, desde que llegara a
México en 2010 y comenzara a frecuentar y a hacer vínculo con personas que se
dedicaban a escribir literatura, y en concreto poesía. Cómo por el contagio, la
seducción, la provocación, fui tejiendo un volumen discursivo entorno al oficio de quien
escribe poesía, y pasando por diferentes lecturas, prácticas y espacios de escritura que
no había consumido. Y así mismo, plateándome cuál quería que fuera mi lugar en
relación a la posición del poeta sobre sus escritos, a la posición del poeta en la sociedad
23

y en el mercado, algo que ya venía problematizando desde 2006 como podrán leer en el
siguiente recorte:

…en 2006, por medio de un buen amigo, le llegaron algunos de mis poemas a un
medianamente considerado crítico literario español. Este señor leyó los poemas
y un domingo en la mañana me llamó por teléfono para presentarse y, acto
seguido, llamarme “revelador poeta no leído”. Nos encontramos en un bar a las
afueras de Madrid, que si Rimbaud, Vallejo y no sé qué más Poetas de los que
yo no había oído hablar nunca. Mi destino se perfilaba por recalar en la lectura
de todo lo que no había leído. Así empecé a leer y a dejar de escribir. Por la voz
de este señor y las referencias y poetas de lo que debía ser mi generación: “la
poesía del fragmento”, jóvenes más mayores que yo, cuyo gran acervo y
especialización no me generó mucha simpatía (ni yo a ellos) (Hoyos, 2012, p.
149).

¿Por qué dejar de leer y empezar a escribir? Asumí que para escribir podía leer
poesía, se abría el universo literario letrado. Mi escritura hasta ese momento se fundaba
en la referencia de la canción de autor y del rock y el punk ibérico, en parte escribía a
través de la música y los juegos semánticos que en ella se proponían. Se podía ser poeta,
te podían decir poeta, y ello acarreaba un reconocimiento, una valorización sobre lo que
uno escribe porque un día comenzó a escribir a la sombra de un género literario
afincado en la economía del sentido común, y en mi caso, sin cuestionar las violencias
por las que se afirma en prominente red de citas que tal persona es poeta, que escribe
desde una generación, que es hombre, y que ha de ser mejor o peor que otros poetas. En
este sentido el oficio del poeta toma un cariz meritocrático, construye su sentido desde
el valor de lo que el poeta hace a través de la escritura del poema, de la poesía.
Llegando a la Ciudad de México, tengo la oportunidad de dedicarme a escribir,
en precariedad económica pero a sabiendas de la posibilidad de rescate que siempre
serían mis padres. Vivo al día, no gasto más que en lo necesario: comida, cama y
alcohol. Me acerco a la incorporación del poeta romántico, del poeta que frente a la
pragmática del lenguaje cotidiano se propone refundar el mundo. Hastiado de la soledad
del investigador social, me proyecto en la soledad de la escritura literaria, y arribo a los
grupos de gentes que intentan hacer de la poesía vida y de la vida poesía.
24

Llegando al DF busco cómo conocer, husmear, integrarme en grupos de gentes


convocadas por la poesía. Orientado por desconocidos comienzo a participar en
lecturas de poesía en el Estado de México promovidas por la Casa del Poeta José
Emilio Pacheco de Tlalnepantla. Quiero repartir el libro, compartir, oír
opiniones, conocer otras poesías. Repetidos fines de semana viajamos por
distintos municipios participando en diferentes actividades poéticas, sobre todo
lecturas. (Hoyos, 2012, p. 163)

Conocer la poesía que hacen otras personas, así como los circuitos donde
éstos/as se mueven y comparten su quehacer, como decía, entro en esa distribución de
poéticas, de los modos de hacer, concebir y vivir la poesía. Escucharles y leerles me
aporta un nuevo flanco desde el que pensar lo que hago, desde el que incorporar nuevas
formas de invocar a la escritura, de explorar y trabajar sobre los textos, de interesarme
por otras formas de concebir y desarrollar la escritura.

Desde hace pocas semanas (estamos en febrero de 2012) que me empecé a juntar
más con Yaxkin, Enmanuel y más amigos conocidos y desconocidos. Estoy
experimentando un nuevo cuerpo poético, la Poesía-manada. Afecto, cariño, da
igual qué escribas, cómo, si agrade o no. Tampoco es un alteruniverso puro,
impoluto, obviamente. Pero las gentes con las que me junto leen, escuchan,
hablan de poemas, poetas, sugieren, palpan versos con la lengua, los chupan. El
clima es el de un grupo de aficionados que se toman en serio, en vida, lo que les
convoca, que insisten en llevar lo que hacen a otras esferas, que lo gritan a
megáfono, aman la poesía, hacen poesía, miran poesía, enamoran poesía. (…)
No están al amparo de Casas del Poeta, Programas, Registros, Padrotes. La cosa
funciona por el boca a boca, facebook, mail, sms, por simpatía, casualidad. Lo
que sucede es un modo de colectivismo-activismo sin institucionalizar, sin
nombre ni apellidos ni número de serie. No importa exactamente quien llegue,
venga, no importa que haya publicado o sea inédito, no importa. (…)El figurar
es de otro modo más como un abrazarse, dar abrazo, dar escucha. David, Moska,
Omar, Mali, Lisa, Alex, Jonathan (quien no vino y postea en facebook: “Me
perdí el encuentro intergaláctico, será para otra, le mando un abrazo fraterno a
todos, en estos tiempos las expresiones de cariño o empatía también son gestos
radicales”), Boss Cabrón, Fernando. (…) No hace falta mucho para escribir, para
25

escuchar, para preguntar, para querer. No hace falta casi nada (Hoyos, 2012 pp.
165-166).

Comienzo a aspirar a escribir la poesía que no escribo, a jugar con otras formas
de escritura. Anteriormente trataba de escribir poemas porque sí, y/o de escribir cada
vez mejores poemas. Se va construyendo una necesidad de ir más allá de lo que escribo,
una necesidad que podemos identificar con el nuevo vínculo con la profesionalización
de la escritura. Estando de trasfondo la idea abstracta de la posibilidad, el objetivo, la
ambición, de conseguir vivir de la escritura, incluso el merecer vivir de la escritura.

Uno se siente capaz de dialogar sobradamente con la máquina de captura del


mercado y del enclasamiento, sentimiento de autosuficiencia engañoso
que se justifica amparado en la táctica por la cual se estaría resistiendo (y
afortunadamente escapando de la captura) al operandum del sistema
haciendo uso de sus recursos y tentáculos. Claro, que el sistema no ni un
ente ciclope ni tiene garras objetivables, pero sí atrapa, atrapa en la
conjunción y diferencia entre intensidades relacionales. Es decir, yo me
puedo sentir muy haciendo uso del sistema, pero cuidado, el régimen del
mercado entiende de afectos, entiende de deseo. En mi caso experimento
una especie de insaciabilidad, de insatisfacción, de nada es suficiente
disfrutando la insuficiencia también, y mirando al cielo y sintiendo la
nimiedad de la vida humana, lo idiota del afecto por la trascendencia.
(Hoyos, 2012, p. 158)

En esta sintonía, en 2012, me propongo escribir un nuevo libro de poesía, para


ello me lanzo a la búsqueda de la interlocución con escritores y editores coetáneos con
los que dialogar para ña publicación de un libro, Varaderos de la vida varia, que tengo en
ciernes.

(…) después de enviárselo a algunos amigos que también le hacen a la poesía, le


pregunto al poeta Yaxkin Melchy cómo ve que lo publiquemos en su editorial
alternativa, 2.0.1.2. (…) Varaderos de la vida varia no es un Libro de poesía,
producto que ellos buscan (también cuando escriben). El libro de poesía ha de
tener una idea detrás, un tema aunador, desarrollado, transversal; una tesis de
26

afecto (revelación, drama, fluido); una misión en el lenguaje porque incluso lo


lúdico ha de ser conductor de un tema; un conjugar la ética, la estética y la
actitud, comentan. Quiero publicar con ellos para entrar en diálogo con otras
poesías que no contemplo, con otras poesías que sin gente, experiencias, no se
presentan. La reunión la vivo como una convocatoria, una invocación, un ir
hacia una escritura con ellos, abrir paso. (Hoyos, 2012, p. 161)

En los recortes presentados, se lee la tensión entre los dos polos del continuo donde se
cierne la noción de oficio, lo objetivo y lo subjetivo. Desde lo objetivo, el oficio se
presenta como una estructura donde podemos aspirar a conseguir un valor, y, desde lo
subjetivo se concibe el oficio como un hacer, una poiesis.

Bibliografía

Agamben, G. (2012). Opus dei. Arqueología del oficio. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
Agamben, G. (2015). ¿Qué es un dispositivo?; El amigo; La iglesia y el Reino.
Barcelona, Anagrama.
Aguiluz Ibargüen, M. "Cuerpos y corporalidades: Microacercamientos". En Aguiluz
Ibargüen, M. y Lazo Briones, P. (Coords). (2010). Corporalidades. México:
CEIICH- UNAM/Universidad Iberoamericana. (pp. 381-396).
Anzaldúa, G. (1980/1998) “Hablar en lenguas. Una carta a escritora tercermundistas”
En Esta puente, mi espalda. Voces de mujeres tercermundistas en los Estados
Unidos. Editado por Moraga, C. y Castillo, A. San Francisco: Ism Press.
Anzaldúa, G. (1999) “La conciencia mestiza. Towards a New Consciousness”. En Aunt
Lute Books. Pp. 99-113. San Francisco: Routledge.
Anzaldúa, G. (1987/2007). Borderlands/La frontera. The new mestiza. San Francisco:
Aunt Lute Books.
Baudrillard, J. y Nouvel, J. (2006). Los objetos singulares. Arquitectura y filosofía.
México: Fondo de Cultura Económica.
Blanchot, M. (1955/1992). El espacio literario. Barcelona: Paidós.
Bloom, H. (1973/2009). La ansiedad de la influencia. Una teoría de la poesía. Madrid:
Editorial Trotta.
Biglia, B. y Bonet-Martí, J. “La construcción de narrativas como método de
investigación psicosocial. Prácticas de escritura compartida. FQS 10(1). 2009.
27

Disponible en:
http://www.qualitativeresearch.net/index.php/fqs/article/viewFile/1225/2666
Billig, M. (1991). Ideology and opinions. Studies in rethorical psychology. London,
SAGE.
Braidotti, R. (2004). Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nomade, Barcelona:
Gedisa.
Butler, J. (1993/2010). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos
del “sexo”. Buenos Aires: Paidós.
Cernuda, L. (2005). La realidad y el deseo (1924-1962). Madrid: Alianza Editorial.
Clifford, J. y Marcus, G. E. (Eds.). (1986). Writing culture. Berkeley: University of
California Press.
Coll, C. (2005). (comp.). Desarrollo psicológico y educación T. 2: Psicología de la
educación escolar. Madrid: Alianza Editorial.
Cortázar, J. (2005). Obras completas IV. Poesía y poética. Barcelona: Galaxia
Gutemberg y Círculo de lectores.
de Campos, H. (2000). De la razón antropofágica y otros ensayos. México: Siglo XXI.
de Sousa Santos, B. (2009). Una epistemología del sur. La reinvención del
conocimiento y la emancipación social. México: CLACSO y Siglo XXI.
Denzin, N. K. (1997) Interpretative Ethnography: ethnographic practices for the 21st
century. London: Sage.
Denzin, N. & Lincoln, Y. (2005). Introduction. The discipline and practice of
qualitative research. En N. Denzin & Y. Lincoln, Y. (Eds.), The Sage
Handbook of Qualitative Research (3ra. ed., pp.1-32). London: Sage.
Ellis, C. y Bochner, A. (2000). Autoethnography, Personal Narratives, Reflexivity:
Researcher as Subject. En Norman K. Denzin & Yvonna S. Lincoln (Eds.).
Handbook of Qualitative Research. (2da, ed., pp. 733-768). London: Sage.
Emerson, R. Fretz, R. y Shaw, L. (2011). Writing ethnographic fieldnotes. Chicago,
The University of Chicago Press.
Feliu, J. (2007). Nuevas formas literarias para las ciencias sociales: el caso de la
autoetnografía. Athenea Digital 12, 262-271. Disponible en
http://psicologiasocial.uab.es/athenea/index.php/atheneaDigital/article/view/
447
Fernández Christlieb, P. (2004). La sociedad mental. Barcelona: Anthropos.
Foucault, M. (1996). De lenguaje y literatura. Barcelona: Paidós.
28

Garfinkel, H. (1967). Studies in ethnomethodology. Englewood Cliffs, N.J: Prentice-


Hall.
Haraway, D. (1993). Saberes situados: el problema de la ciencia en el feminismo y el
privilegio de una perspectiva parcial. En De mujer a Género, Cangiano, C. y
Dubois, L. Buenos Aires: CEAL.
Holman, S. (2005). Autoethnography. Making the personal political . En Denzin, N. y
Lincoln, Y. (Eds.). The Sage Handbook of Qualitative Research (3ra. ed.,
pp.763-791). London: Sage.
Hyde, L. (1979/2007). The gift. Creativiy and the artist in the modern world. New
York: Random House.
Hoyos, P. (2012). “Devenir poesía. Un estudio del discurso poético desde la noción de
dispositivo.” Tesis doctoral, Departamento de Psicología Social de la
Universidad Autónoma de Barcelona. (Noviembre, 2012) Disponible en:
http://www.tdx.cat/handle/10803/107889
Ibáñez, T. (1989). "La psicología social como dispositivo deconstruccionista". En
Ibáñez, T. (Coord.) El conocimiento de la realidad social. Barcelona: Sendai.
Lezama Lima, J. (1988/2007). Confluencias (Ensayos sobre poesía). Madrid: Editorial
Dilema.
Madison, S. (2012). Critical ethnography. Method, ethics and performance. London:
SAGE.
Marí, A., Casado, M. y Doce, J. (2011). Poe, Baudelaire, Mallarmé, Valéry, Eliot.
Matemática tiniebla. Genealogía de la poesía moderna. Barcelona: Galaxia
Gutenberg y Círculo de Lectores.
Mohanty, C. T. “Under western eyes. Feminist scholarship and colonial discourses”. En
Mohanty, C. T. Russo, A., Torres, L. (1991). Third Word Woman and the
Politics of Feminism. Indiana University Press: Bloomington and Indianapolis.
(pp. 51-80)
Panero, L. M. (1993). Y la luz no es nuestra. Madrid: Librerias Prodhufi S.A.
Pavese, Cesare. (1935/1993). El oficio de vivir. Barcelona: Seix Barral
Pizarnik, A. (2001). Poesía completa. Barcelona: Lumen.
Richardson, L. (2000). Writing: A method of inquiry. En N. Denzin & Y. Lincoln
(Eds.), Handbook of qualitative research (pp. 923-948). Thousand Oaks, CA:
Sage.
29

Rimbaud. A. (1873/2001). Una temporada en el infierno. Iluminaciones. Madrid:


Alianza Editorial.
Salavert Pinedo, J. (2007). Un apunte sobre poesía ecologista australiana: De Judith
Wright a Samuel Wagan Watson. Espéculo. Revista de estudios literarios 35.
Disponible en http://www.ucm.es/info/especulo/numero35/poecoaus.htm.
Scott, J. C. (1990/2000). Los dominados y el arte de la resistencia. Discursos ocultos.
México: Ediciones Era.
Valéry, P. (1957/2009). Teoría poética y estética. Madrid: Machado libros.
Vázquez, F. (2001). La memoria como acción social. Barcelona: Paidós.

También podría gustarte