GRECIA - MUNDO HELENI üSTICO Completo
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TEMA 6
EL MUNDO HELENÍSTICO
1.- INTRODUCCIÓN
El término hellenismós se aplicó en la Antigüedad (s.III a.C.) al uso de la lengua griega
y a la adopción de la cultura y religión helénicas por otros pueblos. Hasta finales del s.
XIX no se configura el Helenismo como época de la Historia Antigua con rasgos
propios. Fue el historiador Droysen quien atribuyó ese nombre al período comprendido
entre la muerte de Alejandro Magno (323 a.C.) y la consolidación definitiva del dominio
romano (finales s. I a.C.), sobre todas las tierras que bordean el Mediterráneo. Lejos
de considerarla una fase decadente (por la desaparición de la polis), Droysen destaca
su importancia en la evolución del Mundo Antiguo, dado el contacto entre pueblos y la
mezcla de culturas que provocan las conquistas de Alejandro.
Los atenienses estuvieron divididos ante Filipo: unos lo veían como tirano y otros
como agente conciliador. Demóstenes lo declaró enemigo de los atenienses,
recomendando una alianza con los persas y predicando abiertamente la guerra contra
él, lo que llevó a formar una coalición de estados griegos, vencidos por Filipo en
Queronea (338 a.C.).
Filipo reunió a todos los griegos independientes en un gran congreso en Corinto (337
a.C.), donde proclamó la paz general, la koiné eirene, creando una alianza de todos
los griegos bajo la hegemonía personal del monarca. Las condiciones de la paz eran
de autonomía e independencia formal, pero estaban dirigidas al mantenimiento del
status quo. Este tratado de paz y alianza implicaba en realidad el fin de la polis como
organización autónoma y soberana; las poleis griegas siguieron siendo dependientes
entre ellas y de una poder soberano superior.
en Grecia, con el rey de Persia apoyando a Demóstenes. Esta vez Tebas desapareció
para siempre, y Atenas se salvó, renunciando Alejandro a que le fuera entregado
Demóstenes. Con esta baza política y la capacidad militar tebana cercenada, ya podía
dedicarse a la empresa iniciada por su padre.
En 334 a.C., cruzó el Helesponto para no regresar nunca. Llevaba 35.000 hombres y
se proponía atacar un reino mucho más grande y más poblado que el suyo: desde el
Helesponto hasta la India y desde el mar de Aral hasta las cataratas del Nilo. Alejandro
contaba con la superioridad táctica de su ejército, su capacidad de resistencia y su
adhesión incondicional. Pero la geografía era su mayor enemigo. Por esa razón, el rey
Dario III de Persia actuó a la defensiva, aunque no le sirvió de nada, ya que perdió las
piezas de su imperio. Babilonia, Susa y Persépolis se entregaron sin resistencia a
Alejandro, quien incendió el palacio real de Persépolis como represalia por la
actuación del rey Jerjes en territorio griego durante las Guerras Médicas. Con este
gesto, Alejandro se erigía oficialmente en vengador de todos los griegos. Para
entonces, ya se había convertido en el faraón de Egipto, substraído al dominio persa, y
había fundado Alejandría.
En 327 a.C., inicia la expedición a la India, donde vence al rey Poro, haciéndose luego
su amigo. Tiene que afrontar un motín de los soldados por su afán de seguir adelante.
Decide regresar porque sus soldados tienen la moral debilitada tras dos meses de
lluvias. El regreso hasta Susa fue penoso.
Nearco exploró una ruta naval que unía la desembocadura del Indo con las del
Éufrates y el Tigris. Alejandro aún tuvo que reprimir la insumisión de algunas zonas
persas, licenció a la mayoría de soldados, formando un nuevo ejército con persas, a
los que instruyó militarmente a la manera macedónica. Regresó a Babilonia con el
propósito de iniciar una expedición naval por el Éufrates. Cuando estaba a punto de
salir, murió.
Alejandro no quería limitarse a la conquista del Imperio Persa, sino que también quería
dar una organización a los territorios sometidos desde un punto de vista civilizador,
aplicando una política de fusión que tendía a la mezcla de poblaciones y a la
confluencia de rasgos diferenciadores hacia elementos comunes.
Alejandro no atesoró riquezas personales, sino que acuñó una gran cantidad de
moneda de oro y plata, con su efigie, fomentando las actividades comerciales. En la
expedición a Asia se hizo acompañar por ingenieros, geógrafos y naturalistas,
enriqueciendo los conocimientos sobre Oriente.
A su muerte, Alejandro deja una obra grandiosa, pero frágil. El elevado número de
macedonios y griegos en Oriente y el diseño de la política imperial, favorable a la
mezcla de culturas, fue el germen para la helenización de esas regiones y la influencia
oriental sobre los griegos.
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Sin embargo, las poleis más fuertes habían tiranizado a las demás. Algunos ven en la
política dominante de Filipo de Macedonia, el poder unificador que podía acabar con el
problema. Pero es la figura carismática de Alejandro Magno la que deja sentadas las
bases para el desarrollo de una ideología monárquica. La exaltación del poder
personal se basa en una magnificación de la persona del rey, que lo hace distinto a los
demás mortales e imprescindible para la supervivencia de la comunidad.
La opulencia de los reyes irradia sobre las comunidades, porque una parte de sus
riquezas las utilizan para ejercer la prodigalidad: donaciones de grano a las ciudades,
restauración de murallas o construcción de edificios civiles. La dádiva genera un
decreto de agradecimiento por parte de la comunidad, en el que se ensalza al
soberano. Otras donaciones y privilegios se dirigen a los templos, donde se ofrendan
valiosos objetos procedentes del botín de guerra.
Entre la familia real y las comunidades están los Amigos, grupo heterogéneo de
personas, de distinto rango y procedencia (filósofos, médicos, artistas, etc.), que tienen
el privilegio de compartir mesa con el rey y asesorarlo en los aspectos más variados,
siendo recompensados por su lealtad y cooperación. El rey elegía entre ellos a su
consejo permanente de asesores, a los mandos del ejército, altos funcionarios y
embajadores.
La presencia de filósofos y sabios junto al rey conecta con el ideal platónico del rey-
filósofo, como garantía de que recibe el asesoramiento necesario para gobernar con
providencia y sentido de la justicia.
asumieron de buen grado, pues estaban acostumbrados a hacerla solo ante los
dioses.
El culto que exigió Alejandro para sí a las ciudades griegas, sirviendo de precedente
para sus sucesores, no implicaba un reconocimiento como dios. Los reyes más
antiguos de las ciudades griegas pertenecían al colectivo de héroes (seres humanos,
con un supuesto progenitor divino, que les había transmitido una naturaleza superior a
la del resto de los mortales), y a juzgar por las monedas, parece que Alejandro quería
mostrarse como un nuevo Heracles, de quien pretende descender; su trayectoria lo
asemejaba a éste y demostraba el favor de los dioses hacia su persona.
Los ejércitos de los soberanos helenísticos tenían una composición compleja. El punto
de partida fue el gran ejército de Alejandro, estacionado en las distintas satrapías,
reforzado con reclutamientos en Grecia y Macedonia. Funcionar como mercenarios al
servicio de esos grandes reyes era una buena salida para muchos jóvenes. Llegó un
momento en que esos recursos humanos resultaron insuficientes, lo que obligó a los
reyes a crear una auténtica cantera de soldados profesionales.
Las relaciones de Macedonia con las poleis griegas resultaban conflictivas. No era un
estado imperialista, pero tampoco quería que cayeran en manos de reinos rivales. Se
trataba de mantener una hegemonía sobre Grecia como ya hicieron Filipo y Alejandro,
lo que fomentaba cierta resistencia en algunas poleis y confrontaciones ideológicas
constantes.
La hierá chora (“tierra sagrada”), poseída por los templos y cultivada por los “esclavos
sagrados”. Ptolomeo no quiso confiscarlas, pero las sometió a registro, controlando así
los cultivos y fiscalizando las rentas.
La doreá (“regalo”), lotes de tierra que el rey cedía a funcionarios importantes. Estos
lotes contaban como propiedad privada, transmisible por herencia o compraventa.
Estas tierras estaban sometidas la pago de impuesto y al control de la siembra.
Los egipcios seguían siendo la fuerza de trabajo; superposición de una clase dirigente
greco-macedónica y clerucos diseminados por los campos. No se fomentó la creación
de ciudades. Sólo existían: Naucratis (comercio entre Egipto y los griegos), Ptolemaide
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A finales del s. III a.C., los reyes tienen dificultades económicas y recurren a los
egipcios para mantener sus ejércitos, lo que coincide con un aumento del poder de los
sacerdotes y la reactivación del nacionalismo egipcio. Rechazo frente a lo griego, por
lo que la clase dirigente y el rey se egiptizan en los aspectos formales y religiosos. Así
consigue aguantar la dinastía hasta la conquista romana, en medio de la anarquía y la
corrupción.
También existía gran cantidad de basiliké chora (“tierra real”) asignada en lotes a la
nobleza macedonia y cultivada por campesinos (laoí basilikoi), de los que sabemos
que debían pagar un impuesto (phoros) y realizar prestaciones de carácter personal.
Los templos también tenían propiedades trabajadas por laoí.
Los judíos de la época helenística estaban muy divididos: por lo difícil que resultaba
interpretar los designios de Yahveh y por la oposición en términos socioeconómicos,
ya que los sumos sacerdotes y la clase dirigente se entendían con los poderes
dominantes y cargaban sobre el resto de la población todo el peso económico.
Algunos profetas atribuían las desgracias a la corrupción de su pueblo. Cada vez que
se agudizaban las dificultades económicas, aumentaba la tensiónsocial.
La mayor división fue de orden cultural frente al fenómeno del helenismo. Algunos se
mostraron receptivos y aprendieron el griego, pero otros lo consideraban una amenaza
para su identidad. El fanatismo de los yavistas extremados provocaba el rechazo de
muchos judíos. Como consecuencia, se había desarrollado una imagen tópica de los
judíos muy desfavorable que les perjudicaba. Su conciencia de comunidad cultural
hace que muchos traten de dar a Jerusalén un carácter más abierto.
Es el caso del sumo sacerdote Jasón (175-172 a.C.), que, con el rey Seléucida
Antíoco IV, configuró Jerusalén como una polis al modo helenístico, que recibiría el
sobrenombre de Antioquía; quedaba fuera de la ley mosaica (Torah) y los sacerdotes
vieron recortados sus privilegios económicos, por lo que provocaron una situación tal
que Antíoco se vio obligado a deponer a Jasón y terminar con su proyecto.
Con ocasión de un motín de los judíos, el rey llevó a cabo una represión feroz y adoptó
medidas extremas para terminar con el poder de los sacerdotes hostiles al helenismo.
Estableció una colonia militar en Jerusalén, abrió el templo a divinidades paganas y
prohibió celebrar el sabbath, circuncidar y tener rollos de la Tora. La consecuencia fue
la rebelión del sacerdote Matatías y de su hijo Judas el Macabeo. Durante años se
mantuvo el territorio al margen del poder Seléucida y sin pagar los tributos debidos.
Antíoco V, ante la gravedad de la situación, permitió que los judíos volvieran a sus
antiguas costumbres, pero Judea ya se había convertido en la “tierra prometida”
(estado que Yahveh había prometido a los judíos). Los Seléucidas, a la defensiva,
toleraron una especie de autonomía de Judea, con un rey. Acabó en el 63 a.C.,
cuando Pompeyo Magno derrotó a Antíoco XIII y convirtió Siria y Palestina en
provincia romana.
Tesalia: Liga que asume como jefes vitalicios a los monarcas macedonios.
Asia Menor y Egeo: tres ligas de poleis costeras e isleñas. Monarcas
Antigónidas.
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