b1t1 Esteban Buch. La Novena de Beethoven. Historia Política Del Himno Europeo
b1t1 Esteban Buch. La Novena de Beethoven. Historia Política Del Himno Europeo
b1t1 Esteban Buch. La Novena de Beethoven. Historia Política Del Himno Europeo
origen de las lenguas— la música en su potencia original antes del momento fatal de la
degeneración; el canto es ese instante de comunión en el que los individuos se reúnen
«alrededor de las fuentes» para liberar el exceso de emoción. En el seno de esa 1
comunidad primitiva, la contradicción entre la ley y la
libertad queda disuelta en la fusión original de la
música y la poesía. «Los primeros cantos de todas
las naciones han sido cánticos o himnos», escribe
Rousseau en el Diccionario de música. Casi podría 2
afirmarse que el contrato social se establece por medio
de los himnos. Esta imagen idílica se parece a la de las
«diversiones públicas» descritas en la Carta a
D'Alembert, ideal de las fiestas republicanas inspirado
en Plutarco y en sus propios recuerdos ginebrinos de
infancia. El «espectador ofrecido en espectáculo» 3
expone su interioridad al misericordioso oído de sus
semejantes, y ancianos, hombres y niños unen sus
estrofas para asegurar la continuidad de las
generaciones y la permanencia de los valores
comunes. La música, concebida como lenguaje de las
pasiones, es el símbolo y el instrumento de un orden
social utópico donde la emoción subjetiva contribuye de modo armonioso a la institución del
colectivo.
Esa relación de lo vivido con lo social se expresa sobre todo por el canto,
preferentemente al unísono, porque es, según dice Rousseau, «la armonía más natural y,
por consiguiente, la mejor».4
Aunque también puede conseguirse con una melodía instrumental, como demuestra
el Ranz des vaches, «esa canción tan apreciada por los suizos cuya interpretación ante las
tropas se prohibió bajo pena de muerte, porque quienes la oían se fundían en lágrimas,
desertaban o morían, hasta tal punto despertaba en ellos el ardiente deseo de volver a ver
su tierra». Y las razones no deben buscarse en las característica de la melodía: «Esos
efectos, que no tienen lugar en los extranjeros, proceden de la costumbre, los recuerdos,
mil circunstancias que, recordadas por ese aire a quienes lo oyen y evocándoles su tierra,
sus antiguos placeres, su juventud y todas sus maneras de vivir, provoca en ellos un
amargo dolor por haber perdido todo eso.» El amor por la tierra, alentado por la música, es 5
más poderoso en el corazón de los mercenarios que la obediencia a las monarquías
extranjeras. Las lágrimas, la deserción y la muerte son las formas extremas de fidelidad a
una ley republicana que es como un eco de esa comunidad de cantos junto a la fuente de
las lenguas.
Ahora bien, Rousseau añade: «La Música entonces no actúa en absoluto como
Música, sino como signo memorativo.» La afirmación preludia el exilio de la música política,
ese «signo memorativo» lanzado al espacio comunitario, hacia los márgenes de la esfera
artística.
El cuadro es menos idílico cuando Rousseau, inspirándose en la Antigüedad griega y
romana, imagina el modo de gestionar lo simbólico en una sociedad real. El concepto de
religión civil, presentado en el Contrato social, es
desarrollado en las Consideraciones sobre el gobierno
de Polonia. El Estado debe encargarse de la formación
del carácter nacional, concebido por oposición a un
carácter Europeo uniforme: «Hoy ya no hay franceses,
alemanes, españoles, siquiera ingleses, por más que se
diga; sólo hay europeos. Todos tienen los mismos
gustos, las mismas pasiones, las mismas costumbres,
porque ningún país ha recibido formas nacionales por medio de una institución particular.»
Esa institución de lo nacional, del que los monumentos constituyen el instrumento
permanente, incluye el culto a los héroes desaparecidos y la conmemoración de los
grandes hechos históricos. Semejante reproducción mecánica de la emoción patriótica
exige la uniformización de la relación subjetiva con el pacto colectivo; «un niño al abrir los
ojos debe ver la patria y, hasta la muerte, verla sólo a
ella».6
El contraste entre la espontaneidad del Ensayo y
la restricción de las Consideraciones anuncia la
paradoja del canto patriótico republicano. Es
cierto que el segundo texto no prescribe
obligatoriamente el canto comunitario, lo que sugiere
que para Rousseau sigue estando más cerca de la
felicidad mítica que de las sociedades reales, que han
perdido el estado natural. Sin embargo, los hombres de
la Revolución francesa, que se inspiran directamente en
Rousseau, convertirán los himnos en un elemento
esencial de las fiestas republicanas. «Que nadie se
equivoque: no se trata sólo de canciones, sino de la
comunión de las almas, representada por el unísono de
las voces», comenta Julien Tiersot. La observación 7
afecta al corazón del proyecto musical de la Revolución,
tal como se expresa a partir de la fiesta de la
Federación el 14 de julio de 1790; concierne también
de modo directo al mito de La marsellesa. Ese proyecto y ese mito es la institución de una
voz única de la nación.
Al igual que en Gran Bretaña, la voz de la nación es la de un «nosotros» que,
apartándose de los géneros instituidos por la música monárquica de Estado, aparece como
indicio gramatical de la transformación del pueblo en sujeto político. Esto resume quizá lo
que tienen de común el Dios salve al rey y La marsellesa, modelos de todos los himnos
nacionales modernos. No obstante, las canciones que proliferan en la escena francesa son
muy diferentes de la oración inglesa, anclada de modo voluntario en la tradición; en
consonancia con un acontecimiento considerado una nueva era en la historia del mundo. La
Revolución implica la sustitución de la soberanía real por una nueva figura del soberano, el
pueblo nación, que en virtud de una ley concebida como expresión de la voluntad general
constituirá la república «una e indivisible». Y La marsellesa desempeña ahí un papel más 8
que decisivo, aunque no se cuente al principio entre las músicas de las fiestas
revolucionarias, un género representado por los himnos de Gossec, Méhul, Lesueur,
Cherubini y otros compositores del Instituto Nacional de Música creado en 1793. Se ha
destacado que la particularidad y, en cierto modo, la clave del éxito de la canción de Rouget
de Lisie con respecto a las canciones tradicionales reside en un rasgo formal nuevo —la
preparación del estribillo— que da al verso «¡A las armas, ciudadanos!» el efecto
performativo de un «grito político». Es el grito que la utopía musical oficial intentará 9
retomar por su cuenta, incorporándolo al repertorio como signo de un habla popular
extendida al conjunto de las músicas de Estado. Con todo, no es sencillo hacer cantar a
todo un pueblo al unísono. La enunciación de los himnos revolucionarios oscilará entre la
representación de la voz colectiva en el canto de músicos profesionales y los intentos de
hacer cantar a la propia población. Esas variaciones están ligadas a menudo a cuestiones
prácticas, pero también llevan la huella de debates políticos sobre la participación popular
en general y, por lo tanto, sobre el estatuto de la democracia.
Dieu puissant, d'un peuple intrépide, C'est toi qui défends les remparts;
La victoire a, d'un vol rapide, Accompagné nos étendards. Les Alpes et les Pyrénées,
Des Rois ont vu tomber l'orgueil;
Au Nord, nos champs font le cercueil
De leurs phalanges consternées.
Tras la repetición del estribillo, los dos mil cuatrocientos hombres y mujeres se unen
para la tercera estrofa:
Guerriers, offrez votre courage; Jeunes filles, offrez des fleurs; Mères, offrez pour
votre hommage Vos fils vertueux et vainqueurs.
Vieillards, dont la mâle sagesse N'instruit que par des actions, Versez (versons) vos
bénédictions Sur les armes de la jeunesse.
Guerreros, ofreced vuestro coraje; muchachas, ofreced flores; madres, ofreced
vuestro homenaje a vuestro hijos virtuosos y vencedores. Ancianos, cuya masculina
sabiduría sólo instruye mediante acciones, verted (vertamos) vuestras bendiciones sobre
las armas de la juventud.