Masculinidades, Proocion de La Salud y Ts

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La promoción de la salud desde el trabajo social,

en perspectiva del cuidado de sí masculino


Resumen

En este artículo se hace referencia al género y, específicamente, al cuidado de sí como potenciador


de la reflexión en dos vías: una referida al cuidado de sí en la salud masculina como un tema de estudio
y un escenario de intervención novedoso y necesario para el trabajo social en la actualidad en el campo
de la salud pública, a través de la educación y la promoción de la salud. Otra, referida al cuidado de sí
como principio posibilitador de cambios en las formas de pensar el trabajo social en América Latina

Palabras clave: cuidado de sí, salud pública, masculinidades, promoción, educación.

Health promotion from Social Work, through masculine self care


Abstract

This article refers to gender, and specifically, to self-care as a reflection enhancer in two ways:
one referred to self-care in masculine health as a topic to be studied and an intervention scenario that
is new and necessary for social work nowadays in the field of public health, through education and
promotion of health. Other way referred to self-care as a principle that allows changes in social work
thoughts in Latin America.

Key words: Self-Care, public Health, Masculinities, promotion, education.

Nora Eugenia Muñoz Franco. Trabajadora social, Magister en Salud Colectiva y Doctora en Salud Pública de la
U de A. Profesora asociada adscrita al Departamento de Trabajo Social e investigadora activa integrante del Grupo de
Investigación en Intervención Social, de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, de la misma universidad.
Revista Trabajo Social N.os 26 y 27, julio, 2017-junio, 2018, pp. 87-111

La promoción de la salud desde el trabajo social,


en perspectiva del cuidado de sí masculino

Nora Eugenia Muñoz Franco

Introducción
E n vista de que la formación en Trabajo Social en la contemporaneidad
requiere la ampliación de la mirada hacia nuevos horizontes de sentido para la
generación de conocimiento y la intervención profesional, deben involucrarse
nuevos ángulos de reflexión, análisis y acción, en un intento por mostrar mane-
ras alternas de problematizar la realidad social en la cual se construye su objeto.
Hay en ello un deber ético que apuntala los avances en el campo disciplinar
precisamente, y en el ejercicio profesional.

Planteado lo anterior, en este artículo se hace referencia al género y, espe-


cíficamente, al cuidado de sí como potenciador de la reflexión en dos vías: una
referida al cuidado de sí en la salud masculina como un tema de estudio y un es-
cenario de intervención novedoso y necesario para el Trabajo Social en la actua-
lidad en el campo de la salud pública, a través de la educación y la promoción de
la salud. Otra, referida al cuidado de sí como principio posibilitador de cambios
en las formas de pensar el Trabajo Social en América Latina.

Por tanto, las reflexiones que se exponen se derivan de un proceso inves-


tigativo de unos quince años aproximadamente, durante los cuales se vienen
desarrollando ejercicios sistemáticos de estudio que posibilitan y potencian la

Recibido: Febrero-8-2019 • Aprobado: Mayo-29-2019

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generación de herramientas desde la formación profesional,1 para comprender


las lógicas bajo las cuales se ha construido el cuidado de sí en la salud masculina
en ámbitos específicos y cómo, en perspectiva ética, se puede ir resituando el
Trabajo Social en los contextos latinoamericanos.

1. Cuidado de sí, masculinidades y salud pública como ámbito


de intervención profesional
Sin duda, la globalización conlleva la transferencia internacional de opor-
tunidades para la salud y riesgos de enfermar, hecho que exige identificar las
formas como se desarrollan los procesos de salud-enfermedad en las poblaciones
humanas, específicamente en los varones para el caso que nos ocupa. Estos ele-
mentos exigen al Trabajo Social volver sobre uno de los escenarios tradicionales
para la intervención, referido al ámbito de la salud, y específicamente la salud
pública, considerada como espacio en el cual se desarrollan procesos interdisci-
plinarios en tanto la educación, la promoción, la prevención y la atención le son
propias, así como le son propias al Trabajo Social, pero este dirige la mirada,
desde tales tipos de intervención (Vélez Restrepo, 2003), a la comprensión de
los procesos de salud-enfermedad en el plano de lo social, con la finalidad de
intervenir en ellos para aportar a su transformación desde el quehacer profesio-
nal. Es decir, desde su componente social, el trabajo social aporta disciplinar y
profesionalmente a los procesos de comprensión y acción en salud.

Lo social remite, en este sentido, a la capacidad que tiene el o la profesional


de trabajo social para comprender y actuar en la esfera relacional que define
formas, posturas, posiciones y lugares de los seres humanos como sujetos ge-
nerizados (Nuñez Noriega, 2004) con respecto a las instituciones que regulan
la vida cotidiana y al Estado como garante del derecho a la salud (Hernández,
2008). Para Uribe, lo social está asociado a

1 Investigación: Representaciones sociales del cuidado de sí en salud en adultos jóvenes


universitarios. Medellín: Universidad de Antioquia, 2006. Tesis doctoral: Cuidado de sí y
masculinidades: los costos del privilegio para la salud masculina. Medellín: Universidad
de Antioquia, 2013.
En esta misma línea, se adscribe la investigación titulada “Configuración del cuida-
do de sí masculino en los discursos y prácticas de la salud pública, periodo 2000-2013”,
adscrita al Grupo de Investigación en Intervención Social y aprobada por el CODI me-
diante convocatoria Programática del Área Ciencias Sociales, Humanidades y Artes 2014,
Universidad de Antioquia, de la cual se derivan las reflexiones que se presentan en este
artículo.

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[…] la absorción del mundo doméstico y su integración a un conjunto


muy amplio y de vastas complejidades dominado por los grandes núme-
ros, que empezó a denominarse la sociedad; de esta manera la labor y
el trabajo transitaron hacia la formación de un mercado indeterminado
regido por un sistema de economía nacional, configurándose lo que ha
dado en llamarse la socialización de lo privado, y al mismo tiempo y por
el mismo movimiento se estatalizó lo público; es decir, la política cedió su
espacio a la armazón institucional de un aparato formal llamado Estado,
instrumento útil para la gestión de lo social; o en otras palabras para la
gestión del mundo de la necesidad (Uribe de Hincapié, 2011).

Lo social, entonces, incluye la salud como un asunto a gestionar desde el Es-


tado, como institución que debe garantizarla. A través de la historia, la salud ha
estado permeada conceptualmente por múltiples acepciones. Se ha hecho alu-
sión a un pensamiento que la ubica como una norma/desviación, o sentirse sano
o enfermo, integrado/desviado, hasta la concepción de que esta es una realidad
socioconstruida (Moral Jiménez, 2008).

Según los planteamientos anteriores, se concibe el binomio salud-enferme-


dad como un proceso multicausal que hace parte del ciclo vital de los seres hu-
manos y que, por tanto, está altamente influido por el contexto sociocultural,
económico y político que demarca sus condiciones de posibilidad (Muñoz Fran-
co, 2013). Su potencia y su real capacidad de realización se construyen mediante
las interacciones humanas, lo que implica tener presentes las diferencias de
género, porque tanto hombres como mujeres tenemos una manera distinta de
ver el mundo y, por consiguiente, realizamos una construcción sociohistórica
particular en torno a nuestros procesos de salud-enfermedad, como sujetos ge-
nerizados, productores de sentido y participantes activos en la gestión del desa-
rrollo (Faur, 2004).

Tanto las instituciones como los diferentes sectores de la sociedad y hombres


y mujeres desde nuestra condición de ciudadanos debemos asumir conjuntamen-
te las responsabilidades y recibir las recompensas de los procesos de desarrollo
social, humano y económico, en la búsqueda de una buena vida, de acuerdo con
las aspiraciones diferenciadas de los seres humanos en el plano individual, gru-
pal y comunitario.

En cuanto al ejercicio profesional desde el trabajo social en el ámbito de la sa-


lud pública, a través de la intervención educativa y promocional, debe ser objeto
de preocupación la sobremortalidad masculina por causas externas, consideran-
do que ello está asociado a los aprendizajes de género en los varones, como lo

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demuestran estudios realizados (Connell, 1995; Keijzer, 2003; Bonino Méndez,


2005, y Figueroa Perea, 2006, entre otros). Tales discursos tienden a comprobar
que los hombres asumen comportamientos que implican riesgos para su salud
y la de sus seres queridos. En tal sentido, un estudio realizado por la Organiza-
ción Panamericana de la Salud (ops, 2002) indica una mayor propensión de los
hombres hacia los comportamientos de riesgo que disminuyen las expectativas
de vida, en comparación con las mujeres (citado por Muñoz Franco, 2013).

El trabajo social, como disciplina y profesión que forma parte de las ciencias
sociales, históricamente ha centrado su preocupación en la intervención social
como el eje que la constituye y como categoría científica que posibilita la produc-
ción de conocimiento, no solo para avanzar en la consolidación del saber discipli-
nar en sus diferentes dimensiones (epistemológica, teórica, metodológica, ético-
política), sino también como acto que potencia y sustenta la acción profesional
reflexiva, crítico-propositiva y transformadora, a través del acompañamiento
a procesos de organización y participación social de las diversas poblaciones
—hombres y mujeres— que conforman las sociedades contemporáneas.

En este marco, es necesario revisar el saber que hemos acumulado discipli-


narmente y potenciarlo con nuevas categorías y perspectivas teóricas que nos
ayuden a comprender de manera amplia las complejidades sociales hoy. Dichas
complejidades conllevan una serie de problemas sociales derivados de la crecien-
te desigualdad e inequidad, implicando costos sociales elevados para hombres y
mujeres (ellos por ser portadores del privilegio, y ellas por su subordinación en
razón del género) en cualquiera de los momentos de su ciclo vital.

En su sentido social, la salud ha sido uno de los escenarios tradicionales para


nuestro ejercicio profesional, y fue allí donde nació la intervención como aquella
que nos ha permitido construir una historia disciplinar, de la mano de prác-
ticas de asistencia, prevención, promoción y educación en diferentes sectores
poblacionales (Miranda Aranda, 2010:170-171). La salud, entonces, en y para el
Trabajo Social debe ser entendida como proceso social que, además de ser parte
del ciclo vital humano (Franco, 1993, pp. 1-8), es el resultado de condicionantes
contextuales y relacionales en el orden de lo político, lo económico y lo cultural,
y de formas de organización de las sociedades según el género.

La salud desde lo social alude a esos procesos de relacionamiento que se


construyen en los colectivos humanos y que posibilitan determinadas formas de
cuidar y mantener la salud, en corresponsabilidad con las instituciones creadas
por el Estado para atender este derecho fundamental (Corte Constitucional,

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sentencia T-760 de 2008), y las comunidades, considerando el cuidado como par-


te del ethos humano. Para el Trabajo Social, este ámbito de acción es indudable-
mente esencial, en perspectiva de la intervención comunitaria, vía la promoción
y la educación en salud como tipos de acción que rompen con la visión tradicio-
nal instrumental que se le ha dado a nuestra participación en este ámbito.

En tal dirección, los propósitos de la promoción de la salud desde el trabajo


social debieran estar orientados al cuidado de sí como una práctica autorreflexi-
va que nos ayude a forjar nuestra subjetividad, a forjar un sentido ético-estético
de la existencia (Sossa R., 2010); este debiera referirse al cuidado de la activi-
dad. La autorreflexión se entiende en perspectiva habermasiana, en tanto esta
es crítica y se orienta a la emancipación, se forma socialmente y se configura
con base en relaciones sociales organizadas a partir de una comunicación libre
de dominación (Habermas, 1986). La autorreflexión tiene carácter histórico,
está condicionada por el contexto en el que se sitúa, y su interés emancipatorio
deviene como consecuencia de la comunicación distorsionada por el ejercicio
normativo del poder (Habermas, 1986).

Urge realizar el análisis del lugar de los hombres frente a su propio cuidado
en contextos específicos. Es necesario conocer las reales posibilidades de estos
como sujetos generizados, que asumen actitudes —concebidas estas como aque-
llas estructuras particulares de la orientación en la conducta de las personas,
cuya función es dinamizar y regular su acción, así como guiar, de manera global
positiva o negativa, favorable o desfavorable, el comportamiento desde el punto
de vista afectivo y cognitivo (Araya Umaña, 2002)— y desarrollan prácticas de
salud de acuerdo con el condicionante del género que, como construcción socio-
cultural, alude a un conjunto de prácticas, ideas, discursos y representaciones
sociales que dan atribuciones a la conducta objetiva y subjetiva de las personas
en función de su sexo (Palacio Valencia, 2001, pp.31-33).

Dado lo anterior, se parte de comprender que el Trabajo Social es un saber


autorizado académica y políticamente, para aportar a la construcción del cuida-
do de sí en la salud masculina, en la esfera sociocultural, en la medida en que
su conocimiento tiene lugar en el ámbito de las relaciones humanas, buscando
promoverlas mediante procesos educativos y dispositivos pedagógicos para la re-
flexión y la acción familiar, grupal y comunitaria. Es por ello que le urge vincular
a su saber disciplinar y profesional la perspectiva de género en clave del cuidado
de sí en la salud masculina, con la finalidad de generar conocimiento teórico y
metodológico que le dé potencia a la promoción de la salud como tipo de inter-
vención profesional (Vélez, 2003). Sin duda, ello requiere tener en cuenta que

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el cuidado de sí es un proceso que se construye mediante las relaciones con los y


las otras. En esta medida, compete al Trabajo Social construir conocimiento al
respecto, sobre todo si se visibiliza este concepto como una construcción social
referida al desarrollo de una actitud relacional en los sujetos, que le da un carác-
ter ético-político. Es decir, se hace alusión a las formas de relación de los sujetos
con su cuerpo, con su entorno y con los otros en el escenario social, donde este
direcciona los comportamientos, las conductas, las actividades cotidianas y las
prácticas sociales que proporcionan salud (Muñoz Franco, 2006).

1.2 Desafíos desde el género para el desempeño profesional en el escenario


de la salud pública
El sistema económico hegemónico en las sociedades occidentales ha gene-
rado condiciones de exclusión que vulneran el acceso a los derechos humanos
y, por tanto, las garantías para su efectiva realización (Arredondo y Recaman,
2002). Bajo este panorama es necesario que, en el escenario de la salud pública,
desde el Trabajo Social se generen reflexiones hoy alrededor de las prácticas y
discursos que sustentan su tarea de contribuir al bienestar humano.

Es mediante desarrollos investigativos y acciones efectivas que se logra el


mejoramiento de las condiciones de salud de las poblaciones, bajo una perspecti-
va de género, y poniendo el énfasis en la intervención educativa para el fomento
del cuidado de sí como núcleo básico de la promoción de la salud. Esta última
entendida como práctica que se desarrolla en el seno de las actividades cotidia-
nas (Chapela, Jarillo, Consejo y Cerda, 2004) y como impulsadora de acciones
participativas que posibilitan el ejercicio de la ciudadanía para la consecución
del buen vivir.

Los planteamientos anteriores se configuran como un desafío para el Traba-


jo Social desde el punto de vista teórico y metodológico, si se considera su carác-
ter interdisciplinario y la intervención como eje estructurante en su conforma-
ción como campo disciplinar (Vargas y Muñoz, 2011). En tal sentido, desde esta
área de conocimiento se deben recrear saberes que involucren el cuidado de sí
masculino como potenciador de otras maneras de actuar profesionalmente en
las complejas realidades que afectan la salud de las poblaciones, por lo menos
en tres direcciones:

1. La construcción de conocimiento propio que permita avanzar en la con-


figuración del Trabajo Social como campo disciplinar y como área de

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conocimiento que aporta a la intervención social como categoría científi-


ca, buscando la comprensión y explicación de los temas de salud contem-
poráneos en los diferentes grupos poblacionales sujetos de sus interven-
ciones, con énfasis en el tema de las masculinidades, el cuidado de sí y la
promoción de la salud.
2. La cualificación de la formación en Trabajo Social, recreando la en-
señanza en escenarios de intervención en salud pública, mediante la
vinculación de ejes de discusión teórica, conceptual y metodológica tales
como: la diversidad cultural vista desde el género y la construcción de las
masculinidades, estableciendo su relación con la promoción de la salud
y el cuidado de sí.
3. La recreación del vasto saber metodológico que caracteriza nuestra dis-
ciplina, mediante la reflexión sistemática de los procesos de intervención
psicosocial y socioeducativa propiamente dichos en el ámbito de la salud
pública, mediante los cuales se participa en la transformación de las con-
diciones de vida en el escenario colectivo, desde su saber específico, con
la finalidad de incidir en la toma de decisiones que atañen a la genera-
ción, ejecución y evaluación de políticas públicas en salud.

La mirada desde el género contribuye también a la construcción del objeto


de intervención en Trabajo Social, particularmente si se busca explicar fenóme-
nos contemporáneos como el cuidado de sí en la salud masculina, que exigen
abordajes de gran envergadura y complejidad, debido a que es un área de interés
relativamente nuevo en las ciencias sociales y en el trabajo social, por lo que no
existe prolija producción al respecto. El desarrollo de estos nuevos centros de
interés para esta disciplina pueden direccionar acciones desde los tipos de in-
tervención que la caracterizan,2 así como aportar al diseño de políticas públicas
incluyentes.

Por último, la lectura y la acción profesional direccionadas desde la pers-


pectiva de género conllevan el reconocimiento de hombres y mujeres, de sus
deberes y derechos como integrantes de la sociedad, y como seres humanos que
deben aunar esfuerzos para lograr formas de relacionamiento igualitarias, equi-
tativas y respetuosas de las implicaciones que para la salud de ambos tiene el
ejercicio del poder social centrado en los varones (Tena Guerrero, 2010).

2 Se alude, según Olga Lucía Vélez Restrepo, a intervenciones de tipo prestacional,


preventivo, promocional y educativo.

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1.3 Cuidado de sí en salud y Masculinidades en el Trabajo Social


Para el Trabajo Social hoy, es necesario comprender el cuidado de sí como
categoría de análisis en el campo de intervención de la salud pública, pero tam-
bién como construcción social referida al desarrollo de una actitud relacional en
los sujetos, lo que le da a este un carácter ético-político. Es decir, se hace alusión
a las formas de relación de los sujetos con su cuerpo, con su entorno y con los
otros en el escenario social, porque este direcciona los comportamientos, las
conductas, las actividades cotidianas y las prácticas sociales que proporcionan
salud (Muñoz, 2006).

Cuando relacionamos la actitud vital que constituye el cuidado de sí con la


promoción de la salud, estamos despertando un comportamiento ético por
la vida, por la adopción de la responsabilidad y la preocupación de cómo vivir,
en la medida en que cuidar de sí es crear conciencia para tener una relación
saludable consigo mismo, con los otros y con el entorno en el cual se desarrolla
nuestra vida diaria.

Según Foucault, cuidado de sí es un concepto histórico y, por tanto, relacio-


nal. Es la actitud que se tiene frente a la vida y la posición que, como sujetos,
asumimos frente a ella, frente a nuestros procesos vitales y la capacidad de
respuesta personal y política con respecto a la propia salud, la enfermedad y la
muerte. En esta medida, él está transversalizado por la reflexión, la ética y el
aprendizaje socialmente construido. Esta actitud vital, que es el cuidado de sí,
se materializa en una serie de prácticas de autocuidado que posibilitan el man-
tenimiento de la buena salud. En esta dirección,
[…] el autocuidado debe entenderse como las prácticas cotidianas y
las decisiones sobre ellas, que realiza una persona, familia o grupo para
cuidar de su salud; estas prácticas son ‘destrezas’ aprendidas a través de
toda la vida, de uso continuo, que se emplean por libre decisión, con el
propósito de fortalecer o restablecer la salud y prevenir la enfermedad;
ellas responden a la capacidad de supervivencia y a las prácticas habitua-
les de la cultura a la que se pertenece (Tobón Correa, 2010).

El cuidado de sí engloba el autocuidado en tanto es una actitud que configura


los significados de las actividades que se realizan para mantener o mejorar la
salud. El cuidado de sí en estas lógicas, es «una política del arte de vivir» (Cubi-
des, 2006).

La noción de cuidado de sí está constituida no solo por la relación que esta-


blecemos con el cuerpo sino también con los otros y con nuestro entorno; en esa

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medida, es una actitud derivada de un acto reflexivo del sujeto, una motivación
que se materializa en prácticas de autocuidado. Este proceso se estructura sobre
tres líneas de evolución que, según Foucault, se actualizan como práctica de uno
mismo.

Las líneas a las cuales se alude son: la dietética, o sea, la relación entre el cui-
dado y el régimen general de la existencia del cuerpo y el alma; la economía, que
hace alusión a la relación entre el cuidado de uno mismo y la actividad social; y
la erótica, que consiste en la relación entre el cuidado de uno mismo y la relación
amorosa (Foucault, 1996). En el ámbito de la salud, estas tres dimensiones se
convierten en escenarios de aplicación del proceso de la práctica de uno mismo
y están correlacionados; es decir, los tres espacios se actualizan en el contexto
social y cultural en el que se ubican los sujetos, lo que conlleva pensar el con-
cepto en su dimensión histórica, esto es, en un espacio y un tiempo específicos
(Muñoz, 2009) y condicionantes de diversas maneras de vivir, enfermar y morir.

2. El cuidado de sí, posibilitador de cambios en las formas de pensar


el Trabajo Social
Pensar en la importancia de potenciar nuevas rutas teóricas, conceptuales y
metodológicas para el trabajo social en la salud pública relacionadas con el gé-
nero, las masculinidades, el cuidado de sí, la promoción y la educación en salud
exige una atención de los profesionales de trabajo social, desde su constitución
como sujetos que adquieren, mediante su formación, un compromiso con la so-
ciedad. El sujeto profesional también se forma de acuerdo con los contextos en
los cuales el proyecto educativo tiene lugar, pero hay un componente reflexivo
de gran peso que influye en unas maneras particulares de pensar y actuar, de
acuerdo con la configuración que este quiere darles a sus prácticas cotidianas y
profesionales, y a su vida. Aclaramos que no se hace referencia al individualis-
mo contemporáneo, sino a la posibilidad de progresar en una tarea crítica que
se corresponda con el grado en el que el presente limita lo que es factible hacer;
así, las críticas teórico-prácticas deben dirigirse hacia lo que ya no es indispen-
sable para la constitución de nosotros como sujetos autónomos. En esta línea, el
cuidado de sí puede ser un dispositivo ético para recrear y avanzar en la cons-
trucción del trabajo social como campo disciplinar.

Los procesos que, a causa de una masculinidad heterosexual hegemónica


aprendida, desarrollan los varones en relación con su salud, no necesariamente
se vinculan con una actitud proactiva de cuidado de sus actividades y cómo estas

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traen consecuencias desafortunadas para su vida y la de quienes se relacionan


con ellos en el plano social. Asimismo, no puede olvidarse que en Colombia y
América Latina en general existe una institucionalidad cómplice y reforzadora de
las diferencias de género dadas por la división sexual del trabajo y que, por ende,
apuntala las respuestas que mediante las políticas públicas han dado los Estados.

Dado lo anterior, se parte del supuesto de que la red institucional —repre-


sentada en los organismos internacionales, en el Estado, en la familia,en la es-
cuela, en el trabajo y en la mayoría de los múltiples escenarios en los cuales se
desarrolla la vida social y la cotidianidad de hombres y mujeres— ha procurado,
aun hasta hoy y sin desconocer el movimiento que se ha ido consolidando por
parte de los hombres en el ámbito internacional, el sostenimiento de la división
sexual del trabajo como criterio para el desarrollo de sus acciones.

2.1 El cuidado de sí y su dimensión ético-política para el/la profesional


de Trabajo Social
Como sujetos libres, existen posibilidades para la acción que incluyen la capa-
cidad para emprender, según Foucault, la actividad autocrítica: para realizar el
trabajo de nosotros sobre nosotros (ascética). Es decir, supone el poder de actuar
sobre las propias acciones (autogobierno) y frente al poder que inhibe el uso y
desarrollo de las capacidades personales con el fin de someternos y gobernarnos.

En tal sentido, la autonomía a la que se refiere Foucault no es la del sujeto


esencialmente libre, trascendental o en una acepción metafísica. Esta se refiere
a una ontología histórica que parte de un análisis de las relaciones de poder.
“Aquí la libertad no es la condición trascendental de la acción moral, como para
Kant, sino más bien la condición histórica contingente de la acción sobre las
acciones de otros (política) y la acción sobre el yo (ética)” (Cubides, 2006).

Para hacer la reflexión, entonces, resulta útil la noción de cuidado de sí tra-


bajada por Foucault, ya que esta tiene una capacidad heurística que permite el
estudio de diferentes formas de configuración del sujeto, en este caso profesio-
nal. La noción implica una constitución activa en la medida que el individuo
desarrolla prácticas de sí que, si bien no son inventadas por él, pues existen en
su comunidad o grupo social, sí requieren ser asumidas de manera dinámica.
Involucran la libertad no solo como derecho sino también como poder.

En la vía de ubicar el Trabajo Social como saber autónomo, se busca centrar


el cuidado de sí como aquel posibilitador de cambios en las formas de pensar

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nuestra disciplina, en un intento por romper con esa figura colonizadora que
ha pervivido en nuestra historia. El cuidar de sí es una acción que se realiza
entre el yo y el otro —este último está constantemente presente en nuestra
praxis profesional— y denota al mismo tiempo una actitud reflexiva que busca
confrontar permanentemente “lo que se piensa y lo que se dice, con lo que se
hace y se es” (Foucault, 1993). Y de otra parte, la reflexividad es un proceso me-
diante el cual la expresividad y la narrativa estructuran nuestras experiencias
e implica siempre la noción de cambio propia de la imaginación; se concluye
entonces que promover narrativas y expresiones alternativas, e interpelar aque-
llas que ejercen como dominantes, puede permitir dilucidar el sentido de ambas,
el contexto cultural de donde surgen y las posibilidades de acción que el sujeto
despliega para transformar su mundo personal y social (Cubides, 2006).

Por tanto, el cuidar de sí y la reflexividad terminan siendo mecanismos para


desdibujar los límites entre el adentro y el afuera, en otras palabras, entre el yo
y el otro, y también para quebrar las fronteras mismas tanto del adentro como
del afuera, es decir, las de la subjetividad y las del mundo. Esta es, precisamente,
la fuerza, la potencia, la condición ético-política del cuidado de sí.

Pero, ¿por qué ubicamos el cuidado de sí como posibilidad de repensarnos?


Porque queremos centrar la atención en la responsabilidad ética y política que
tenemos, no solo las instituciones que nos profesionalizan, que nos forman, sino
nosotros como profesionales de Trabajo Social que tenemos una responsabilidad
de autoformación, lo que incluye un compromiso social de gran talante, que
nos obliga a pensar nuestras prácticas, nuestra postura frente a esta profesión,
pero también frente a sus reales condiciones de posibilidad. Y, en esta misma
vía, nuestro aporte para que este avance y se consolide precisamente como cam-
po disciplinar. ¿Cómo hacer lo que pensamos? ¿Cómo pensar lo que hacemos?
¿Cómo pensar lo que pensamos? Son tres desafíos que siguen vigentes en el
Trabajo Social para América Latina.

Las anteriores insinuaciones exigen la crítica, pero también la autocrítica, la


reflexión permanente como parte del cuidar de sí, lo que conlleva interrogantes
en varias direcciones:

2.2 En torno al saber epistemológico


En esta dimensión, en el Trabajo Social es histórico el hecho de que la ar-
ticulación teoría-práctica, la construcción del objeto y la diferenciación entre

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método y metodología se configuran como puntos de quiebre en la praxis profe-


sional; entonces, ¿cómo realizar una acción profesional pertinente y oportuna?
¿Cómo contribuir a la reflexión disciplinar desde mis opciones profesionales?
¿Cómo aportar a nuevas formas de construir epistemologías para el Trabajo So-
cial? Esto es, crear, recrear o cocrear nuevas formas de construir conocimiento
desde nuestra praxis profesional. Indudablemente, tales interrogantes aluden a
las grandes preguntas epistemológicas de qué conocer y cómo conocer, para qué
conocer y por qué conocer.

¿Debemos partir de cero o, como indica Boaventura de Sousa Santos, de-


bemos reconfigurar, redefinir las teorías eurocéntricas y pensar en unas epis-
temologías propias? Como sujetos profesionales, ¿cómo resolvemos la tensión
teoría-práctica? ¿Cuál es el sentido de la teoría, la metodología y los conceptos
en nuestros procesos de intervención? ¿Qué nos autoriza a llamarnos profe-
sionales? ¿Cuál es el papel de la teoría en la intervención profesional? ¿Qué
tipo de profesionales queremos ser? ¿Cómo, desde dónde, y hasta qué medida
problematizamos la realidad y construimos nuestros objetos de intervención?
¿Cómo configuramos la relación sujeto-objeto? ¿Cuál es nuestro lugar frente al
conocimiento? ¿Cómo estamos entendiendo la cientificidad y la objetividad en
trabajo social?

2.3 En relación con nuestra posición frente a la política pública


En primer lugar, debemos autorreflexionar acerca de nuestro lugar como
profesionales en el diseño y ejecución de las políticas públicas, máxime si se con-
ciben como un proceso sociopolítico en el que se da la construcción colectiva de
iniciativas, decisiones y acciones respaldadas y legitimadas por el Estado, para
dar respuesta a problemas socialmente reconocidos, en un contexto económico,
político, social y cultural determinado (Roth, 2008). En tal escenario intervie-
nen diferentes actores, lo que conlleva reconocer que la interacción, el debate y
los aportes colectivos son sus elementos constitutivos para que gobierno y socie-
dad establezcan la ruta a seguir, las actividades a desarrollar y la asignación de
los recursos necesarios para ello.

Sin embargo, la política pública implica un acto de poder de quienes lo deten-


tan, materializando sus intereses por encima de los del colectivo. Tal hecho sos-
laya el ideal de garantizar la participación democrática de las bases en la prio-
rización de los problemas y la toma de decisiones que se encarnen en normas o
en un conjunto de estas (Roth y Molina, 2008), de tal manera que se consideren

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las condiciones reales, los medios y recursos para darle solidez, viabilidad y fac-
tibilidad a la política.

Estos elementos tienen implicancias para el cuidado de sí. Desde las políticas
públicas este debiera reconocerse como su elemento consustancial, en la medida
que constituye un proceso de aprendizaje social en el que no solo se participa
individualmente sino también con otros, con quienes compartimos nuestra vida
cotidiana, así como también el Estado mediante el cumplimiento de sus respon-
sabilidades con los y las ciudadanas como hombres y mujeres que habitan un
territorio sociocultural.

Los anteriores son elementos constituyentes del componente ético de la pro-


fesión en tanto indican la responsabilidad de pensarnos hacia adentro y de pen-
sarnos en relación con los otros en el quehacer profesional, como fundamento y
sentido del Trabajo Social.

2.4 En lo concerniente a nuestras formas de movilización o militancia


La movilización y la militancia no son posibles solo desde la participación
activa en movimientos sociales, organizaciones de base u otro tipo de formas
organizativas. Es necesario revisar nuestra actitud frente a nuestro hacer, nues-
tro pensar y nuestro decir. Ello implica una actividad profesional mediada por
la criticidad y la reflexión permanente, de tal manera que se puedan realizar ac-
ciones innovadoras. La crítica propositiva es una forma de resistencia que a su
vez aporta avances en la fundamentación de la intervención en Trabajo Social.

2.5 En torno a la acción profesional


En el ámbito de la acción, constantemente debemos hacernos preguntas que
posibiliten la reflexión en términos de: la relación que establecemos con las
instituciones; nuestras posturas frente al quehacer profesional; las apuestas en
términos de intencionalidades y objetivos profesionales; los valores que median
en las relaciones sujeto profesional-sujeto de la intervención, y el papel del aná-
lisis de contexto en nuestras intervenciones.

El componente pedagógico adquiere un lugar relevante para el trabajo so-


cial en la contemporaneidad, considerando que la promoción y la educación en
salud se ubican como posibilidad de actuar y de participar profesionalmente en
los procesos de cambio y transformación social. La educación, en este sentido,
debe entenderse como un proceso que en el largo plazo conlleva el cambio de

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La promoción de la salud desde el trabajo social... / Nora Eugenia Muñoz Franco

mentalidades y genera plena conciencia en los sujetos con los cuales desarrolla-
mos nuestra acción, para la subversión del orden establecido (Vélez, 2003).

2.6 En lo relacionado con la investigación


En la investigación, los cuestionamientos se dirigen hacia ¿qué investiga-
mos?, ¿qué decimos sobre el objeto de estudio? Es necesario trascender la des-
cripción y adentrarnos en el porqué concreto del objeto de estudio. Nuestro
compromiso ético está dado por la necesidad de cuestionar permanentemente
nuestro ejercicio profesional desde todas sus dimensiones, teniendo en cuenta
la experiencia como componente fundamental para la construcción de un sa-
ber situado, dialogante con los contextos habituales en los cuales desarrollamos
nuestro ejercicio profesional, y posibilitador de mejores prácticas en cualquier
ámbito de acción, en los cuales la defensa de lo público y la construcción de
ciudadanía deben transversalizar la intervención, en tanto a través de ella se
genera valor público, se construye ciudad y se construye país, como forma de
participación profesional en la sociedad contemporánea.

3. Trabajo Social, promoción de la salud y cuidado de sí masculino…


Asuntos a visibilizar en la praxis
Para el ejercicio profesional en el ámbito de la promoción de la salud, es
necesario entender que esta tiene el propósito de fortalecer los vínculos de los
sujetos en sus múltiples escenarios de interacción, sus relaciones con las diver-
sas instituciones que regulan su vida cotidiana y con las estructuras sociales
que condicionan sus prácticas. En tal sentido, media la educación como tipo de
intervención que da sentido ético-político al trabajo social, en tanto es un dis-
positivo pedagógico que nos permite contribuir, mediante nuestra praxis, a la
construcción de sujetos políticos autónomos y con capacidad para transformar
su mundo.

Comprender que la visión de mundo se estructura a través de la introyec-


ción de una serie de aprendizajes que demarcan en ellos y ellas un estilo y una
manera de instalarse en el escenario social, de acuerdo con una experiencia de
vida en la que la sociedad y la cultura han tenido gran incidencia, debido a que
ambas han estado presentes en la configuración de las actitudes y las prácticas
orientadas al propio cuidado de la salud que los seres humanos realizamos en
nuestra vida diaria. Las maneras de construir la masculinidad llevan implícitas

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dimensiones sobre el cuidado de sí en salud que orientan las decisiones que


frente al mismo toman los sujetos.

Entre dichas dimensiones, desde Trabajo Social se debe explicitar y hacer


visible el enorme peso que continúan teniendo las normas y reglas sociocultura-
les tradicionales que han sido estipuladas para el género masculino, las cuales
incitan a estos varones a mantener códigos y maneras de hacer tendientes al
“descuido” de la salud, debido a la carga que la cultura y la sociedad han atri-
buido a las diferencias genéricas. Ser hombre ha significado asumir el poder y
autoafirmar esta condición genérica con base en la renuncia a la posibilidad de
exteriorizar componentes fundamentales para los procesos de humanización,
tales como los sentimientos y las emociones, las flaquezas y la indecisión, el
afecto y la tolerancia, el amor y la ternura. Ser hombre es tener el privilegio
de pertenecer al sexo dominante y, por tanto, invisibilizar muchos rasgos que
humanizan la existencia, lo que revierte en el desconocimiento de las subjetivi-
dades masculinas y de la construcción que estos sujetos hacen de sí mismos, de
los otros y de la vida.

Sin embargo, existe una contradicción en la configuración del cuidado de sí


en salud, demarcada por las transformaciones culturales que, en la época con-
temporánea, han permitido dar inicio a una ruptura frente a viejos esquemas y
configuraciones hegemónicas y tradicionales; se hace referencia a la incursión
de la mujer en la esfera pública y a sus luchas por lograr la equidad en el acceso
a los derechos sociales, políticos, económicos y culturales, en una organización
social hecha a la medida del sexo masculino, asunto que lleva a los hombres a
debatirse entre roles tradicionales y modernos, y a reestructurar su masculini-
dad en medio de las tensiones que las relaciones genéricas les está imponiendo
hoy. Esto exige que, a partir de nuestros procesos de intervención en salud, ge-
neremos espacios posibilitadores de que ellos adopten una permanente reflexión
sobre sí mismos para poder continuar compartiendo el mundo con las mujeres,
quienes hoy hemos asumido una posición con mayor protagonismo sociopolítico
y cultural, lo que invita a aceptar que tanto hombres como mujeres habitamos
el mundo, un mundo que ambos construimos participando activamente en su
transformación (Muñoz, 2006).

En tal sentido, este documento se constituye en un referente inicial que con-


tribuye a la comprensión del cuidado de sí en salud que construyen los varo-
nes; por tanto, se establecen reflexiones que bien pueden ser propuestas para
la discusión en el marco de la configuración de la promoción de la salud como
subcampo de conocimiento en y para el Trabajo Social, permitiendo a su vez

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La promoción de la salud desde el trabajo social... / Nora Eugenia Muñoz Franco

continuar tejiendo hilos que develen la complejidad del mundo masculino y las
implicaciones que esta forma de ser y hacer cotidiano tiene para la salud de este
sector poblacional.

Por consiguiente, la invitación implica el desarrollo de procesos investigati-


vos y de acción, a través de los cuales se identifiquen posibilidades y oportuni-
dades de construcción en torno a elementos de análisis y aportes que permitan
avanzar en el campo de conocimiento de la promoción de la salud, bajo la pers-
pectiva del trabajo social; así mismo, dimensionar la factibilidad de lineamien-
tos de acción que permitan involucrar tanto a hombres como a mujeres en la
construcción de una sociedad más equitativa y con mayores garantías para el
desarrollo de los seres humanos, de tal manera que se orienten las propuestas
de promoción de la salud hacia un proceso mediado por la participación activa y
el reconocimiento de los contextos particulares y singulares de los grupos huma-
nos, con la finalidad de que las acciones que se despliegan desde las diferentes
instancias institucionales y de base (locales, regionales, nacionales e internacio-
nales) tengan el impacto social deseado.

La promoción de la salud busca potenciar las capacidades humanas, para


lo cual es indispensable dimensionar la importancia del cuidado de sí en salud
como categoría de análisis que permita adquirir mayores niveles de compren-
sión de esas prácticas que potencian u obstaculizan el desarrollo de los hombres
como seres humanos y como sujetos activos en los procesos de transformación
social. Desde esta perspectiva, se propone la configuración del cuidado de sí en
salud como una categoría que se construye socialmente y que se articula como
la actitud previa para el desarrollo de prácticas de autocuidado orientadas al
mantenimiento de la salud.

Es decir, si bien la promoción de la salud busca potenciar acciones integrado-


ras y pertinentes para cada grupo poblacional, debe previamente dilucidar las
formas de ser, hacer y de estar en el mundo de estos grupos, con la finalidad de
rescatar las dimensiones contextuales que limitan o posibilitan el éxito de dichas
acciones, las cuales se desarrollan mediante procesos educativos que no pueden
desconocer los universos de significación que construyen los seres humanos a
través de su interacción diaria, ya que la educación debe estar orientada hacia el
acompañamiento de procesos individuales y colectivos que permitan subvertir
lo establecido para lograr la reproducción y generación de actitudes y valores
constructores de sujetos, identidades y subjetividades, lo que ubica esta estra-
tegia en el plano de la acción social, mediante el afianzamiento de los valores

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necesarios para la convivencia y la constitución de sujetos sociales capaces de


asumir e interpretar la realidad de manera ética y responsable (Vélez, 2003).

Ahora bien, teniendo en cuenta que la promoción de la salud implica la arti-


culación entre lo individual y lo comunitario, en la medida en que la cualifica-
ción de las capacidades y potencialidades del ser requieren de la interacción con
los otros, de la convivencia con otros seres sociales y con la sociedad en general,
debe fortalecerse la capacidad de los hombres para orientar y dirigir su propia
existencia, lo que debe incluir la posibilidad de influir en la orientación de su
entorno y en los destinos de su comunidad. Complementando lo dicho, es esen-
cial recordar que las comunidades deben reorientar la capacidad de autonomía
para su reproducción social, es decir, son las mismas comunidades quienes tie-
nen la capacidad y el poder de transformar su cotidianidad, de autorregularse,
de producir alteraciones en su rutina diaria. En este orden de ideas, el poder es
entendido como la posibilidad de compartir responsabilidades: “todos los siste-
mas de poder dependen de las formas de interacción social en las cuales estamos
inmersos en el curso de nuestra vida diaria” (Calderón F., 2000).

La vida diaria se refiere a las prácticas concretas que los seres humanos de-
sarrollan en su diversidad, en condiciones particulares y diferenciadas de vida,
lo que lleva a pensar en las vivencias subjetivas ante esas diferencias de vida
social, política y cultural cotidiana como fuerza transformadora de la misma
cotidianidad. La promoción de la salud halla su sustento en ese transcurrir co-
tidiano y en sus posibilidades de transformación por medio de las capacidades
que posee cada individuo; ella necesita del compromiso individual y colectivo
para adquirir sentido. Es por esto que el cuidado de sí en salud y el autocuidado
no son categorías que puedan comprenderse de manera independiente; ambas
se complementan y se sustentan en las posibilidades de mantenimiento de la
vida para los seres humanos, por lo que, en el marco de la promoción de la salud
como práctica social, deben orientarse conocimientos y acciones dirigidas hacia
el fortalecimiento de las estructuras sociales en términos del desarrollo integral
e integrado de todas las dimensiones humanas.

Desde la perspectiva de las prácticas en promoción de la salud, es necesario


concretar en ellas los aportes del Trabajo Social; este antepone la alteridad,
la negociación y la solidaridad procesal como principios fundamentales en la
transformación social. Invita igualmente a reflexionar sobre las miradas que se
han tenido y a modificar sustancialmente los conceptos y enfoques en los cuales
se han basado las prácticas en promoción de la salud.

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La promoción de la salud desde el trabajo social... / Nora Eugenia Muñoz Franco

En este sentido, en trabajo social deben recrearse teorías y metodologías


que potencien un nuevo modo de interpretar las realidades que se evidencian
en las prácticas de promoción de la salud; ello a su vez obliga a repensar dichas
prácticas, a ver y a evaluar las realidades, el mundo, las personas y sus procesos
de una manera distinta a la convencional. En esta medida cobra pertinencia el
reconocimiento y la comprensión de las subjetividades de los hombres, con la
finalidad de hacer visible la construcción del cuidado de sí en salud como com-
ponente previo para el desarrollo de prácticas de autocuidado que promocionan
la salud, en el escenario de la vida cotidiana (Muñoz, 2006).

La experiencia de vida de estos sujetos se configura con base en sus posibili-


dades reales de existencia y de acción en los diferentes ámbitos (social, político,
económico y cultural) que conforman la vida humana, lo que los induce a ge-
nerar prácticas de cuidado que son el resultado de su proceso de socialización,
mediante el cual desarrollan la capacidad para enfrentar o sortear las diferentes
situaciones y vivencias que constituyen su forma de habitar un mundo que com-
parten con otros, por y con los cuales construyen sentidos y significados para la
estructuración de sus modos de vida, sus actitudes, sus acciones, sus creencias,
sus valores y sus prácticas.

La promoción de la salud, como un tipo de intervención desde el Trabajo


Social, debe conllevar el análisis contextual de las formas de organización de las
sociedades, basadas en el género, como componente que debe considerarse para
desarrollar acciones educativas intencionadas, dirigidas a fomentar el cuidado
y el fortalecimiento de prácticas orientadas a potenciar las capacidades de los
varones para su propio bienestar, el de sus familias y el de sus comunidades.

La propuesta de la promoción de la salud lleva implícita, como condición in-


dispensable, la interdisciplinariedad. Reflexionar sobre las posibilidades desde la
promoción de la salud invita a que sus prácticas se rectifiquen como dirigidas a los
hombres en el rasgo que los hace humanos, la dimensión social de su existencia.
Permite, además, recordar que la promoción de la salud solo es posible desde un
“nosotros” como única forma de construir acciones que propendan por la vida y el
bienestar de los seres humanos, desde una perspectiva real y equitativa.

4. Los varones en la gestión en salud, un reto en la construcción


de ciudadanía
La construcción de las masculinidades en nuestro medio, no solo local, sino
nacional y mundial, al menos en Occidente, se gestó en la rivalidad y en la pelea,

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en la competencia por ser siempre el mejor en cualquier campo, constituyendo


lo que se ha denominado la “masculinidad hegemónica” (Faur E., 2004). Las de-
terminaciones de género producen formas de vivir y formas de padecer especí-
ficas. Si bien “ser hombre” es un a priori que puede explicar muchos comporta-
mientos, esa misma condición tiene que reafirmarse constantemente. “Hacerse
hombre” supone rituales de pasaje y una práctica militante para acercarse a un
histórico ideal masculino que ha llevado implícito el privilegio. Ello ha conduci-
do a la paradoja de fomentar la invisibilización de los hombres en las propuestas
de desarrollo (Faur E., 2004) y, particularmente para el caso que nos ocupa, la
promoción, ha abanderado políticas públicas en salud dirigidas a las mujeres
y los niños, desconociendo la relevante importancia de la participación de los
hombres como actores en la gestión de salud. Se parte entonces de una concep-
ción de políticas públicas que hace referencia a la forma en que se materializa
la acción del Estado hacia los colectivos y los ciudadanos, con el objetivo de
cumplir con sus responsabilidades, en el marco de los derechos fundamentales,
sociales, económicos, políticos y culturales a los cuales cualquier ser humano
debe tener la posibilidad de acceder.

Para involucrar a los hombres como actores en la gestión de salud, es funda-


mental incluir y concebir la educación como un proceso mediante el cual estos
puedan adquirir elementos que, de acuerdo a su contexto familiar y sociocultu-
ral, permitan mejorar sus condiciones de salud de manera responsable y críti-
ca. Se plantea entonces la posibilidad de realizar procesos educativos con este
grupo poblacional, de tal forma que ellos se informen y se concienticen de la
necesidad del cuidado de la salud, en el ámbito individual y comunitario. Este
tipo de propuestas tienen éxito, siempre y cuando exista voluntad política para
incluir a los varones en todos los momentos de su ciclo vital, en las políticas
públicas en salud, lo que hace indispensable la convergencia de diferentes secto-
res sociales: organismos gubernamentales, no gubernamentales, organizaciones
de base, instituciones educativas, instituciones de salud, entre otros, ya que se
debe aunar esfuerzos para promocionar la salud a diferentes escalas, bajo una
mirada generizada de los varones, trascendiendo la de victimarios.

Es necesario propiciar espacios de reconocimiento de otras alternativas en


las relaciones de género que permitan potenciar el desarrollo de acciones con-
ducentes al mejoramiento de la situación de salud, independientemente del
condicionante genérico. En esta vía, las propuestas educativas adquieren gran
importancia porque parten de la base de que la tendencia del ser humano a re-
petir modelos de relación, pautas de comportamiento y experiencias vividas en
los diferentes grupos sociales con los que interactúa llevan a que se origine una

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La promoción de la salud desde el trabajo social... / Nora Eugenia Muñoz Franco

larga y triste cadena que solo se interrumpe con una adecuada metodología de
intervención que se sustente en la promoción de alternativas que potencien y
fortalezcan otras posibilidades de estar y ser en el mundo. En este sentido, ver
para analizar, analizar para comprender y comprender para actuar se consti-
tuye en premisa y piedra angular de la promoción de la salud desde el Trabajo
Social, como posibilidad y como práctica social contextualizada que se orienta a
la potenciación de la salud desde sus determinantes sociales.

5. Para seguir construyendo


La promoción apunta a la generación de procesos de producción social de la
salud, en los cuales es fundamental la participación organizada de todos los gru-
pos poblacionales que conforman los colectivos. Se busca, conjuntamente con
la acción intersectorial y el trabajo en red, el empoderamiento de la población
para gestionar su propio desarrollo. En esta dimensión, las propuestas de ac-
ción que se construyan deben permitir generar dispositivos que respondan a los
desafíos que plantea nuestra realidad social hoy, por lo que deben constituirse
como posibilidad de visibilización de los hombres como partícipes de su propio
desarrollo, desde una perspectiva incluyente y equitativa, independientemente
de las condiciones genéricas.

Así, para el desarrollo de acciones eficaces en el marco la promoción de la


salud, como concepción que implica la formulación de políticas públicas saluda-
bles, la intersectorialidad y la participación social en las decisiones (Granados,
2004) referidas a la salud como derecho fundamental, se debe considerar la ca-
pacidad de estos hombres para generar su propio bienestar, el de sus familias
y el de sus comunidades. Por tanto, estos hombres estructuran a lo largo de
su ciclo vital formas de pensar, ser y hacer mediante procesos de subjetivación
que tienen lugar en un mundo del que forman parte y en el cual los universos
simbólicos se construyen con base en juegos intersubjetivos mediados por la
reciprocidad y la interacción social; esto los aleja de ser seres autorreferencia-
dos (Figueroa, 2006) y, por tanto, no sujetos vulnerables o para los cuales no es
necesario legislar.

Las anotaciones hechas bien podrían convertirse en un dispositivo que im-


plica, en futuras indagaciones desde el trabajo social en salud, la posibilidad de
confrontación con los estudios de mujeres realizados hasta el momento, contri-
buyendo a la equidad de género en las acciones que se desplieguen desde la insti-
tucionalidad para la prestación de los servicios de salud en escenarios concretos,

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incluyendo las actividades de promoción. Para abordar un objeto desde los ele-
mentos plantados hasta el momento, es importante tener claro que la equidad
de género debe partir de la distribución y acceso a los recursos (tecnológicos,
financieros, humanos) según las necesidades particulares de cada sexo, y una
distribución social justa de las responsabilidades, el poder y las recompensas
para la contribución de las mujeres y los hombres en la gestión, la toma de deci-
siones y las acciones en salud.

En otro orden de ideas, desde la investigación en trabajo social, desde el


subcampo de la promoción de la salud y el cuidado de sí masculino, se pueden
generar aportes que contribuyan al esclarecimiento de cuáles son los aspectos
sociales que influyen en la prevalencia de muerte temprana en este grupo pobla-
cional, por lo que pueden aunarse esfuerzos desde la interinstitucionalidad y la
intersectorialidad para la promoción de la salud, la cual solo es posible a partir
del compromiso individual y colectivo de los diferentes grupos humanos.

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