Jones, H.S. Las Variedades Del Liberalismo Europeo en El Siglo XIX

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LIBERALISMO Y PODER

Latinoamérica en el siglo XIX

Prólogo
NATALIO BOTANA

Editores
lvÁN ]AKsré y EDUARDO PosADA CARBÓ

Epílogo
FRANK R. SAFFORD

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


CAPÍTUL02

Las variedades del liberalismo europeo en


el siglo XIX: perspectivas británicas y francesas 1

HS. Jones

EL LIBERALISMO EN LA HISTORIA

Cuando Eric Hobsbawm escribió su ya clásica obra The Age of Revo!utíon, el sig-
nificado fundamental de la ideología liberal parecía suficientemente claro. El li-
beralismo era una doctrina esencialmente moderna que celebraba el progreso y
proporcionaba la base ideológica de la "doble revolución" -política e industrial- a
partir de la cual Hobsbawm enmarcó su descripción del período. El liberalismo
era inseparable del surgimiento del capitalismo y rompía de manera fundamental
con las corrientes intelectuales del período moderno temprano. Era "rigurosa-
mente racionalista y laico": de hecho, Hobsbawm lo transformó en el tema central
de su capítulo titulado "Ideología: laica''. 2 El liberalismo moderno -era común
pensar- repudiaba también la fijación republicana clásica en los modelos políticos
de la antigüedad. Cuando el liberalismo adquirió una forma republicana, como
en Estados Unidos, radicó las bases del orden republicano en mecanismos consti-
tucionales como las declaraciones de derechos individuales y la separación de los
poderes, y no en la virtud cívica o en el espíritu público. 3 Sus supuestos acerca
de la naturaleza humana estaban "marcados por un fuerte individualismo", y sus
postulados sicológicos eran hedonistas y asociacionistas. 4 El liberalismo, en su.ma,
era la expresión política de las ideas de la Ilustración.

1
Traducción de los compiladores.
2
E.J. Hobsbawm, The Age o/Revolution (Londres: Abacus, 1977 [1962]), p. 286.
3 Véase la introducción de Lawrence Goldman a la obra de Alexander Hamilton, James Madison y

John Jay, The Federalist Papers, Lawrence Goldman, ed. (Oxford: Oxford University Press, 2008), p. 10.
4 Hobsbawm, 7he Age of Revolution, p. 286.

43
44 LIBERALISMO Y PODER

Como se demostrará en este capítulo, la historiografía de la última mitad de si-


glo ha modificado e incluso erosionado esta representación tan en blanco y negro
del liberalismo decimonónico, y ha mostrado un cuadro inconmensurablemente
más rico y complejo. Los historiadores son ahora mucho más conscientes de que
los movimientos y doctrinas liberales han sido profundamente influidos p'or los
contextos nacionales. Así, por ejemplo, cuando los liberales franceses se enfren-
taron con un fuerte movimiento republicano a su izquierda, no pudieron evitar
involucrarse (de una manera frecuentemente negativa) con el problema de la de-
mocracia, mientras que en Gran Bretaña la democracia no fue una preocupación
central de los liberales hasta el último tercio del siglo XIX. 5 El inicio temprano
del sufragio universal masculino en Francia en 1848 hizo que el "Partido Liberal"
fuese escurridizo y difícil de definir en la segunda mitad del siglo, contrariamente
a Gran Bretaña, en donde la existencia de un fuerte y duradero Partido Libe-
ral proporcionó una sólida base para la identidad política liberal. lvlientras que
Hobsbawm insistía en que el liberalismo era esencialmente laico, los historia-
dores desde entonces han demostrado convincentemente que el pensamiento y
la práctica liberal tienen raíces religiosas. Esto es particularmente claro en Gran
Bretaña, y ha sido demostrado de manera impactante, precisamente por ser tan
sorprendente, por Boyd Hilton en su estudio sobre la economía política evangé-
lica: un discurso que los historiadores veían como típicamente laico resultó ser
definitivamente influido por la teodicea evangélica, y de esta manera Hilton nos
ha proporcionado un cuadro más completo y plausible de cómo la economía po-
lítica clásica conquistó a una polis cristiana y aristocrática. 6 Pero en el caso francés
también es ahora claro que las preocupaciones religiosas estaban en el centro del
pensamiento liberal. Un número importante de liberales destacados eran protes-
tantes, como Benjamin Constant, cuya gran obra fue el contundente estudio De
la religión, que revela que su liberalismo dependía de una comprensión de lo que
para él era la creencia religiosa auténtica. Constant era un fuerte defensor de la
neutralidad del Estado en materias religiosas, pero para él esto no implicaba que la
religión no fuese importante: por el contrario, aquella era una precondición para
el surgimiento de la verdadera religión.l Franyois Guizot, a quien sólo Gladstone
precedía como el liberal intelectual altamente involucrado en política en el siglo
XIX, era un activo y devoto protestante que dedicó gran parte de los últimos años

5
Michael Freeden, "The Family of Liberalisms", en James Meadowcroft, ed., 7he Liberal Política!
Tradition (Chdtenham: Edward Elgar, 1996), p. 26.
6
Boyd Hilton, The Age ofAtonement: 7he lnfluence ofEvangeLicalism on Social and Economic 7hought,
1795-1865 (Oxford: Clarendon Press, 1988).
7
Helena Rosenblatt, Liberal Values: Benjamin Comtant and the Politics ofReligion (Cambridge: Cam-
bridge University Press, 2008), especialmente p. 248. Véase también Alan Pitt, "The Religion of rhe
Moderns: Freedom andAuthenticity in Constanr's De la Religion", History ofPolítica! 7hought 21 (2000),
pp. 67-87.
EL LIBERALISMO EUROPEO EN EL SIGLO XIX 45

de su vida a los asuntos de la Iglesia Francesa Reformada. 8 La corriente teológi-


camente liberal del catolicismo también -influyó en el liber.alismo político. La tra-
yectoria del discípulo más notable de Constant, Edouard Laboulaye (1811-1883),
demuestra la interdependencia del liberalismo político y religioso, y Lucien Jaume
ha identificado "le catholicisme liberal" como una de las tres corrientes que distin-
gue en su pionero estudio sobre el liberalismo francés. 9
Esta variedad de tendencias historiográficas ha generado una comprensión más
sofisticada del pensamiento y la práctica política liberal. Sin embargo, la tradicio-
nal interpretación del liberalismo continúa dominando la teoría política en los
círculos académicos, la que opera con una construcción curiosamente estilizada
de lo que es el liberalismo. Esta construcción descansa, para citar a dos escritores
recientes, en "una serie de oposiciones que lo identifican exclusivamente con la
primacía de lo correcto por sobre lo bueno; los procedimientos legales neutrales
por sobre los valores sustantivos; los intereses y no las virtudes; la libertad negativa
por sobre la positiva; y las personas individuales corno distintas de las colectivi-
dades y del bien común" . 10 Quienes proponen la revitalización del republicanis-
mo en la teoría política, corno Philip Pettit y Quentin Skinner, han usado esta
construcción esencialmente utilitaria del liberalismo para enfatizar su perspectiva
sobre la rivalidad y la fundamental incompatibilidad en torno al concepto de
política entre el republicanismo y el liberalismo. 11 Pero ninguno de estos elemen-
tos puede aplicarse con facilidad al liberalismo decimonónico. Como doctrina y
como práctica está enraizado en una perspectiva sólidamente ética, y generalmen-
te religiosa también; los liberales ade1nás han utilizado una concepción positiva de
la libertad, en el sentido en que está unida a una perspectiva específica de lo que
es el bien para los seres humanos, y muchos de ellos han reconocido plenamente
tanto el que la libertad depende de un compromiso virtuoso con el bien común,
como el que tal compromiso por el bien común se nutre mejor en 'las "pequeñas
comunidades" (!ittle platoons) que reciben nuestros afectos más profundos.

8
Pierre-Yves Kirschleger, La religion de Guizot (Ginebra; Labor et Pides, 1999). Guizot se equivocó
respecto de Constant al considerarlo un "sofista escéptico y burlónn que carecía de toda convicción.
9
Lucien Jaume, L1ndividu effacé ou le paradoxe du libéralism franrais (París: Fayard, 1999), cap. 3.
10
Andreas Kalyvas e Ira Katznelson, eds., Liberal Beginnings: Making a Republic far the Moderns
(Cambridge: Cambridge University Press, 2008), p. 15.
11
Véase en particular Philip Pettit, Republícanism: A Theory of Freedom and Government (Oxford:
Clarendon, 1997), especialmente pp. 41-50; y Quentin Skinner, Liberty befare Liberalism (Cambridge:
Cambridge University Press, 1998).
46 LIBERALISMO Y PODER

No obstante haber sido un movimiento de tal ascendencia política e intelectual,


el liberalismo europeo del siglo XIX ha tenido pocos historiadores interesados en
realizar una síntesis. Esto se debe en parte a que la hiStoriografía reciente ha com-
plicado a tal punto nuestra comprensión del liberalismo, que la tarea de síntesis
se ha hecho muy difícil. Pero quizá tiene que ver también con que en su cúSpide
-entre más o menos las décadas que van desde 1830 hasta 1880- el liberalismo
gozó de tal hegemonía que era difícil distinguirlo en forma clara de sus rivales.-
Esto cambió solamente con lo que se ha llamado la "crisis del liberalismo" a finales
de siglo, cuando los opositores de derecha e izquierda desarrollaron sus críticas
del liberalismo, y así delinearon sus propias posturas en contraste con las de los
liberales -aunque no sin caricaturizar las de estos últimos, basando su perspectiva
artificialmente en las formas liberales de mediados de siglo.
El liberalismo era (y sigue siendo) resistente a la sistematización, de modo
que es mejor presentarlo como una serie de oposiciones que ayuden a definir sus
límites. Un buen punto de partida es la distinción de Pierre Rosanvallon entre
las ideas británicas y francesas sobre la libertad. "El legado de la Ilustración en
Francia", sostiene Rosanvallon, "no es comparable al liberalismo inglés" .12 Ambos
representan maneras opuestas de entender el problema de la relación entre poder
y libertad. El liberalismo británico, en general, buscó obtener la libertad a través
de la limitación del poder, lo que debía lograrse mediante frenos y contrapesos.
El liberalismo francés, por su parte, concibió la libertad como el control racional
del poder antes que su limitación. Así, por un lado tenemos la idea "gótica" de
la libertad, que entiende la concentración de poder como el enemigo arquetípico
de la libertad liberal y, por otro, la idea racionalista, que ve al Estado como el
emancipador del individuo respecto del poder de las "feudalidades" y las garras
de los privilegios corporativos. Desde un punto de vista, el desafío de los liberales
era estrechar las fronteras del Estado, dado que este representaba los intereses
establecidos de las elites privilegiadas. Desde el otro, los liberales debían derrocar
tales intereses establecidos y, lejos de limitar al Estado, debían ponerlo al servicio
de un interés público racionalmente definido. E.ita es una antítesis importante,
en la medida en que reconozcamos que se encuentra al interior de cada tradición
nacional. La idea racionalista de la libertad puede haber sido la dominante en el
liberalismo francés, que fue poderosamente influido por Voltaire, Condorcet y
Sieyes, pero siempre tuvo como rival la de los anglófilos, desde Montesquieu en
adelante. 13 Por otra parte, Bentham, quien fue indudablemente una influencia
clave en el liberalismo británico, se entiende mejor como un racionalista de corte

12
Pierre Rosanvallon, "Political Rationalism and Democracy in France'', en su Democracy Past and
Future, Samuel Moyn, ed. (Nueva York: Columbia University Press, 2006), p. 127.
13
Este es el tema central de Annelien de Dijn, French Political Thought fromMontesquieu to Tocqueville:
Liberty in a Levelled Society? (Cambridge: Cambridge University Press, 2008).
EL LIBERALISMO EUROPEO EN EL SIGLO XIX 47

francés que fue tan implacable como Sieyes en su crítica de la tradición "gótica",
a
que detectaba, por ejemplo, en la apología de Blackstone los absurdos del dere-
~ho consuetudinario (common law).
La otra antítesis clave es la definida por Elie Halévy en su famosa obra The
Growth of Philosophic Radicalism. Allí distinguió una fase del radicalismo filo-
sófico, que creía en ia identificación natural de los intereses mediante la "mano
invisible" del mercado, de la otra fase -personificada al menos en parte por Ben-
tham-, que invocaba la necesidad de la acción gubernamental para lograr una
identificación artificial de los intereses. 14 Esta es una antítesis que Charles A. Hale
ha encontrado particularmente útil en sus trabajos sobre el liberalismo latinoarne-
ricano.15 ¿Tiene el liberalismo una actitud necesariamente negativa respecto del
Estado? Los liberales que se enfrentaron a los Estados del antiguo régimen domi-
nados por los intereses de una aristocracia en el poder definitivamente favorecían
la prescindencia del gobierno y la liberación del comercio de las restricciones y
aranceles que generalmente favorecían a los intereses privados antes qlie al bien
público. Estas eran precisamente las fuerzas en disputa en Gran Bretafia durante
la generación anterior al Great Reform Act: la "reforma económica'' era una fuerza
progresista contra un Estado sumido en la "Vieja Corrupción"; el "liberalismo
manchesteriano" de Cobden y Bright tenía una gran deuda con este tipo de radi-
calismo. Pero ¿qué ocurría con un Estado reformado sujeto al control parlamenta-
rio y una opinión pública cada vez más influyente? En particular, hasta qué punto
un Estado de esta naturaleza podría ser un arma efectiva contra los poderosos in-
tereses privados, o "feudalidades"? La tradición jacobina en Francia veía al Estado
republicano como un aliado en la causa de la emancipación, pero los Jacobinos
no eran, por lo general, liberales. 16 En América Latina, los liberales se encontraban
frecuentemente en pugna con los terratenientes y con la Iglesia (esta última era
también una gran poseedora de tierras), y en estas luchas era necesario el poder
del Estado para la formación de un orden social liberal. Si bien los liberales creían
en la santidad de los derechos de propiedad, esto se aplicaba a la propiedad indi-
vidual y de ninguna manera a la propiedad legalmente vinculada o corporativa. 17

14
E!ie Halévy, The Growth of Philosophic Radicalism [1901-1904] (Londres: Faber & Faber, 1972),
especial1nente pp. 489-491.
15
Charles A. Hale, Mexican Liberalism in the Age of Mora, 1821-1853 (New Haven: Yale University
Ptess, 1968), p. 39; y especialmente su "The Reconstruction ofNineteenth-Century Politics in Spanish
America: A Case for the History ofldeas", Latín American Research Review, 8 (1973), pp. 62-63.
16
Para considerar una excepción, véase Sudhit Hazareesingh, "A Jacobin, Liberal, Socialist, and Re-
publican Synthesis: The Original Political 1hought of Charles Dupont-White (1807-1878)", History of
European Ideas, 23 (1997), pp. 145-171. Dupont-White era ciertamente tanto liberal como centralista,
pero se puede cuestionar el que haya sido al mismo tiempo jacobino.
17
Charles A. Hale, "Political and Social Ideas in Latin America, 1870-1930", en Leslie Bethell, ed.,
The Cambridge History ofLatinAmerica, vol. rv, c. 1870 to 1930 (Cambridge: Cambridge University Press,
1986). p. 381.
48 LIBERALISMO Y PODER

Si bien estas luchas eran particularmente intensas en América Latina, también


en Europa hay ejemplos. Los revolucionarios franceses nacionalizaron y luego
privatizaron las tierras de la Iglesia -no en primera illstancia por razones anticle-
ricales, sino para emancipar la agricultura de la "mano muerta'' del terrateniente
corporativo. Los liberales británicos de mediados del siglo XIX hasta mediados.
del XX veían la tierra como un recurso económico intrínsecamente diferente a
otros, y por lo general defendían una política cercana a la nacionalización, que-
concebían como un ideal. 18 El anticlericalismo era un aspecto particularmente
importante del liberalismo político en las sociedades católicas, y en sociedades
como la Alemania unificada, en donde la mayoría protestante, veía a la minoría
católica como retrógrada, carente de educación y como un obstáculo para la mo-
dernización. Los gobiernos republicanos en Francia no tenían reparos en utilizar
el poder del Estado en contra de la Iglesia: la notable ley liberal, la Ley de Aso-
ciaciones del primero de julio de 1901, liberó a las asociaciones del requisito de
obtener autorización del Estado, pero exceptuó a las congregaciones religiosas. Y
cuando Emile Combes reemplazó a Waldeck-Rousseau como Primer Ministro en
1902, utilizó los poderes que la ley le daba para autorizar las congregaciones. En
Alemania, los mayoritarios Liberales Nacionales Protestantes (más que Bismarck)
fueron los principales instigadores del Ku!turkampf dirigido contra la Iglesia Ca-
tólica; y quizá sea significativo el que si buscamos a un admirador del On Liberty
de J.S. Mill entre los políticos alemanes del período, lo encontraríamos no entre
los liberales nacionales, sino que en la persona de Ludwig Windthorst, el líder del
Partido (Católico) Centrista. 19

LAJSSEZ-FAIRE y AUTOAYUDA

Si hubo algún programa liberal susceptible de export~ción fue sin duda el de libre
mercado. El liberalismo de libre mercado fue formulado en oposición a lo que
Adam Smith llamó "La Política (po!icy) de Europa'', bajo cuya rúbrica incluyó el
modo mercantilista de comercio exterior, como también la organización corpo-
rativa del comercio e industria nacional: el sistema de gremios. De hecho, pocas
veces se toma en cuenta el que en la primera acepción del término "libre comer-

18
La importancia de la libertad agrícola para el liberalismo es discutida, con referencia al ca.so francés,
por Guido de Ruggiero en su clásica obra, History of European Libera!ism (Londres; Oxford University
Press, 1927), pp. 32-43.
19
Margaret Lavinia Anderson y Kenneth Barkin, "The Myth of the Puttkamer Purge and the Reality
of the Kulturkampf: Sorne Reflections on the Re cent Historiography of Imperial Germany", ]o urna! o/Mo-
dern History, 54 (1982), pp. 647-686; y, sobre Windthorst y Mill, Margaret Lavinia Anderson, Windthorst:
A Politica! Biography (Oxford: Clarendon, 1981), p. 57.
EL LIBERALISMO EUROPEO EN EL SIGLO XIX 49

cio" en el Wea!th ofNations, su antÍtesis no era el mercantilismo, sino la incorpo-


ración: "un comercio pbre" en el sentido de contrario al comercio organizado por
un gremio o corporación.2° La crítica de Smi.th estaba además dirigida contra esa
particular "Política de Europa" y no contra el Estado como tal. Entendía perfecta-
mente que el mecanismo del mercado -para usar un término del siglo XX más que
del XVIII o XIX- dependía de un marco legal que podía, por ejemplo, frenar la
tendencia de los empresarios a confabularse contra el público y también entendía
perfectamente el papel que el Estado podía jugar a través de la educación prima-
ria, que era esencial para resistir la tendencia de la división del trabajo a debilitar
las bases del espíritu público.
El fundamentalismo de libre mercado era sorprendentemente escaso entre los
pensadores políticos liberales del período -si exceptuamos a un par de extremistas
como el francés Frédéric Bastiat, más conocido ahora como el economista clásico
favorito de Ronald Reagan. El liberalismo "clásico" -el hermano gemelo de la
economía política clásica- fue una invención retrospectiva que atraía particular-
mente a los individualistas de última hora que deploraban el giro colectivista del
liberalismo de alrededor de la década de 1880. 21 En su punto álgido, el laissez-faire
hizo uso de una gama heterogénea de recursos intelectuales que incluían no sólo
la economía política clásica, sino también la teología evangélica y la teoría social
evolucionista. Herbert Spencer -quien entre los liberales victorianos cercanos a
Mill fue sin duda el que tuvo la mayor influencia internacional- basaba sus con-
clusiones altamente individualistas en una "ley de progreso orgánico" que estaba
en las antípodas de Benrham: todos los organismos, sostenía, progresaban desde
una "homogeneidad incoherente" hasta una "coherencia heterogénea''; la sociedad
era también un organismo, y su progreso se podía medir por la magnitud de la
diferenciación social, con los órganos de la actividad económica, diferenciándose
de una manera cada más pronunciada de los órganos de gob,ierno, tal como los ór-
ganos de gobierno se diferenciaban respecto de los órganos de la vida religiosa. Los
historiadores han podido apreciar, con certeza, la perspectiva ética que estaba en la
base del individualismo decimonónico. La "autosuficiencia'' o "autoayuda'' era un
valor central, especialmente para los liberales británicos de la era victoriana, cuan-
do Samuel Smiles le dio una formulación canónica en su mal entendido SelfHelp
(1859) y en una serie de títulos similares pero menos conocidos. 22 El evangelio
autoayuda de Smiles ha sido visto como anticipándose a los valores empresariales

20
Adam Smith, An lnquiry into the Nature and Causes ofthe Wea!th ofNatiom [1776], R.H. Campbell,
A.S. SkinneryW.B. Todd, eds. (Oxford: Clarendon, 1976), p. 145 [l.x.c.J.
21
Un ejemplo influyente se encuentra en A.V Dicey, Lectures on the Relatiom between Law and Public
Opiníon during the Nineteenth Century (Londres: Macmillan, 1905).
ii Smiles recibe una discusión más detallada en H.S. Jones, Victorian Politica! Thought (Basingstoke;

Macmillan, 2000), pp. 32-35.


50 LIBERALISMO Y PODER

rhatcherianos. 23 Sin embargo, se le entiende ahora como una figura más empática
y compleja. Él insistía, por ejemplo, en que la acumulación de grandes riquezas
no era un fin en sí mismo: más bien, la riqueza moderada (en la forma de ahorros
personales a los que los obreros especializados podían aspirar) era clave, ya que
proporcionaba las bases para la independencia personal. La persona con ahorros
no podía "ser comprada o vendida''. 24 La "independencia", hay que decirlo, era un
valor clave en el pensamiento político y la cultura del siglo XVIII, con fuertes ecos
de la tradición republicana. 25
La autosuficiencia podía ser erosionada por un Estado intervencionista, y en
ese sentido la causa de la autoayuda podía ser movilizada a favor de un individua-
lismo antiestatista, pero, en los hechos, varios liberales de mediados de siglo de-
mostraron una comprensión mucho más sutil de las instituciones y mecanismos
que podían favorecer o debilitar la autoayuda. Por ejemplo, convencionalrnente
podríamos suponer que los individualistas victorianos preferían la asistencia ca-
ritativa antes que mitigar la pobreza mediante rentas de capital (poor relief on the
rates). Pero eran las instituciones caritativas tradicionales -especialmente las que
se beneficiaban de fondos históricos para usarlos en dispensaciones de caridad- las
que resultaban un anatema para los defensores de la autosuficiencia que fundaron
el Charity Organization Society en 1869. 26 Si el Estado limitaba tales organiza-
ciones caritativas, podría ser visto como apoyando la autosuficiencia: eso es preci-
samente lo que intentó hacer Gladstone con su abortada propuesta para gravar el
ingreso de los trusts y las corporaciones en 1863. También lo fue el explícito plan
de redestinar el ingreso de las organizaciones caritativas parroquiales de Londres
para los propósitos educacionales de la metrópolis a través del Parochial Charities
Act de la ciudad de Londres en 1883.

23
Véase Samuel Smiles, Se{fHelp: with Iilustrations ofConduct and Perseverence, resumido por George
Bull con una introducción de Keith Joseph (Harmondsworth: Pengllin, 1986). Este título fue publicado
como parte de una serie de "Management Classics" en el Penguin Business Library.
24 Geoffrey Searle, Morality and the Market in Victorian Britain (Oxford: Clarendon, 1998), pp. 260-

261. Este libro es muy importante para comprender el marco ético de la economía política victoriana. Véase
también Peter Mandler, ed., Liberty and Authority in Victorian Britain (Oxford: Oxford University Press,
2006), especialmente caps. 9-10.
25 Matthew McCormack, 1he Independent Man: Citizemhip and Gender PoLitics in Georgian England

(Manchester: Manchester University Press, 2005).


26 Esta línea de crírica a las donaciones caritativas fue primeramente elaborada por el religioso y econo-

mista evangélico de la Iglesia de Escoda Thomas Chalmers en su influyente Christian and Civic Economy of
Large Towns (Glasgow: Chalmers and Collins, 1821-1826).
EL LIBERALISMO EUROPEO EN EL SIGLO XIX 51

LA LIBERTAD MODERNA Y EL REPUBLICANISMO CLÁSICO

Los historiadores del siglo XIX han ido reconociendo gradualmente que los libe-
rales no eran exactamente apologistas de un capitalismo desenfrenado, sino que
más bien insistían en que el mercado debía operar dentro de los marcos de una
disciplina moral y legal, y que lo que apreciaban de un mercado disciplinado eran
sus saludables consecuencias éticas. Al mismo tiempo, la investigación reciente
ha avanzado bastante en el sentido de cuestionar la narrativa que sugiere que el
liberalismo de libre-1nercado barrió con el énfasis republicano en la virtud cívica
como pilar de la libertad -aunque debe decirse que quienes celebran la "libertad
republicana", notablemente Quentin Skinner y Philip Pettit, insisten en que su
tradición favorita fue marginalizada en el siglo XIX. La antítesis entre la libertad
antigua y la moderna fue planteada de la manera más clara por Benjamin Cons-
tanr, primero en su Principes de Politique y luego en su charla de 1819, "On the
Liberty of the Ancients Compared to that of the Moderns". 27 Debe mencionarse
que la presentación de Constant no tuvo el lugar privilegiado del que goza hoy.
Aparte de Edouard Laboulaye, quien ediró el Cours de Polítique Constitutionnelle
de Constant en 1861, es difícil encontrar discusiones explícitas sobre su charla a
propósito de la libertad antigua y moderna en el siglo XIX-" Pero las ideas que
expone (y en particular la interpretación de la polis antigua) eran familiares a par-
tir de otras fuentes, incluyendo a Hegel. 29 Su distinción central aparece destacada
en los escritos del jurista germano-estadounidense Francis Lieber, mientras que la
misma interpretación de las polis antigua figura también en el clásico de Fustel de
Coulanges, La Cité Antíque.30 En pocas palabras, Constant argumentó -siguien-
do a Condorcet- que los antiguos no tenían noción de la libertad individual, ni

27 Benjamin Constant, Principies of Politics Applicable to All Govemments [1815], Dennis O'Keeffe,

trad., Etienne Hoffinan, ed. (Indianapolis: Liberty Fund, 2003), pp. 351-371; Benjamin Constant, "The
Liberty of rhe Ancients Compared to that of the Modetns'', en Constant, Political Writin¡;, Biancamaria
Fontana, ed. (Cambridge: Cambridge University Press, 1988), pp. 307-329.
28 Freeden, "The Family of Liberalisms", p. 26, se refiere a "la publicitada discusión de 1819 sobre

la libertad" de Constant, pero tal publicidad ha provenido fundamentalmente de la década de 1980. No


debemos caer en la trampa de asumir que los textos del siglo XIX que nos son conocidos ahora lo eran del
mismo modo en el siglo XIX. Yo no he encontrado evidencia alguna de que John Stuarr Mili lo haya leído,
aun cuando estaba reconocida.mente familiarizado con el pensamiento francés y admiraba específicamente
a Constant.
29
Laboulaye publicó también un ensayo sobre "La liberté antique et la liberté moderne" en su L'Etat
et ses limites. Suivi d'essais politiques (París, 1868). Esto se discute en Annelien de Dijo, French Política!
Thought from Montesquieu to Tocqueville: Liberty in a Levelled Society? (Cambridge: Cambridge University
Press, 2008), pp. 159-160.
3° Francis Lieber, On Civil Liberty and Self-Government, tercera edición revisada, Theodore D.

Woolsey, ed. (Filadelfia: Lippincott, 1883), pp. 43-50; Wilfried Nippel, Antike oder moderne Freiheit?
Die Begründung der Demokratie in Athen und in der Neuzeit (Frankfurt am Main: Fischer Taschenbuch
Verlag, 2008), cap. 7.
52 LIBERALISMO Y PODER

31
tampoco noción de derechos individuales opuestos a la comunidad. Para ellos,
la libertad consistía en la participación política. En el mundo moderno, por con-
traste, la libertad significaba por sobre todas las co.Sas, el derecho del individuo a
buscar la satisfacción de sus deseos de la manera que más le conviniera. Además,
la idea de libertad de los antiguos era imposible de lograr en la sociedad moder-
na por la inmensa brecha que separaba económica, social y políticamente a las ·
sociedades modernas de las antiguas. De manera específica, mientras la sociedad
antigua estaba orientada hacia la guerra, la sociedad moderna estaba orientada
al comercio, y el comercio generaba una proliferación de intereses privados que
dejaba muy poco lugar a la participación política activa, con el resultado de que
la gente invertía más en su interés privado que en su aporte al bien público. La
erradicación de la esclavitud removía la base económica a la clase acomodada de
ciudadanos de la polis antigua. Y, finalmente, el mayor tamaño de los Estados sig-
nificó que la participación política directa de toda la ciudadanía era prácticamente
imposible, y también significaba que los ciudadanos tenían un sentido bastante
menor de la importancia del bienestar del Estado al que pertenecían. El it'\tento
por recrear la libertad de los antiguos en el mundo moderno conducía a una nueva
forma de despotismo: en la Revolución Francesa, el Terror.
Si la antítesis entre la libertad moderna y la antigua era tan familiar para los
liberales decimonónicos, con seguridad (podríamos preguntarnos), ¿confirma
esto aquella narrativa que plantea un quiebre entre el republicanismo clásico y el
liberalismo moderno? Incluso en la Revolución Francesa, el liberalismo moder-
no tenía algunos defensores influyentes, y ninguno más influyente que el gran
constitucionalista de la Revolución, el abate Sieyes -el hombre más famoso, o
infame, del siglo XIX como archiconstitucionalista, quien supuestamente tenía
las constituciones distribuidas en diferentes casilleros para ser usadas en diferentes
circunstancias. Sieyes era bastante explícito en que el gobierno representativo y
no la virtud republicana era el principio en el que debía basarse la sociedad mo-
derna. La sociedad comercial está basada en la división del trabajo y el gobierno
representativo es la forma apropiada de gobierno en tal sociedad, porque significa
la aplicación de ese principio al manejo del Estado. Empleamos a otros para go-
bernar en nombre nuestro -cosa que Rousseau consideraba como el ejemplo más
claro de la dependencia. 32
Sieyes fue uno de los arquitectos del golpe de Estado de Bonaparte, el 18 de
brumado y, al menos desde un punto de vista, el Consulado y el Imperio represen-
taban la reducción al absurdo de la separación que hacía Sieyes entre el gobierno

31
Emma Rothschild, "Condorcet and the Conflict ofValues", Historical]ournal, 39 (1996), p. 685.
32
Emmanuel-Joseph Sieyes, Ecrits politiques, Roberto Zapperi, ed. (París: Editions des Archives
Contemporaines, 1985), pp. 62, 89, y 262 en adelante.
EL LIBERALISMO EUROPEO EN EL SIGLO XIX 53

republicano y la ciudadanía virtuosa: "El gobierno de la República se confía a un


emperador", declaraba la Constitución de 1804. Esta era la consecuencia misma
de la "libertad moderna'' de la que Constant se había apartado. Lamentaba el
deceso de la idea antigua de libertad y daba una gran importancia a la participa-
ción política -tanto como prerrequisito para la posesión de la libertad individual,
como en cuanto componente intrínseco de una vida buena. Es decir que incluso
Constant no puede encasillarse fácilmente como parcial a la libertad moderna.
Una de las tendencias más impresionantes en la historiografía reciente sobre
el liberalismo ha sido el énfasis en la sobrevivencia de los conceptos republicanos
clásicos de virtud y corrupción en el liberalismo moderno. 33 Bernard Semmel, y
otros más que le siguieron, han enfatizado la importancia del concepto de virtud
cívica para John Stuart Mill, y Eugenio Biagini con Nadia Urbinati han mostrado
que la fascinación de Mili respecto de la antigua polis ateniense influyó en su pers-
pectiva sobre la democracia moderna. 34 John Burrow ha llamado la atención sobre
las numerosas e intrincadas continuidades entre el whiggismo del siglo XVIII y
el liberalismo del XIX en Inglaterra, y Paul No!te ha enfatizado la importancia
de los ternas republicanos clásicos en el liberalismo alemán del Vormiirz. 35 El que
Tocqueville estuviera convencido de que la libertad depende de la virtud cívica
realmente no necesita ser cuestionado, pero sí es cierto que sentía una profunda
ansiedad acerca de los efectos corrosivos de la sociedad comercial. Esto hace que
su liberalismo parezca "extraño" -o quizás es el liberalismo histórico real el que se
parece poco a la ideología capitalista burguesa caracterizada por Hobsbawm. 36
Otra tendencia igualmente importante en la historiografía sobre el liberalismo
-y que engarza con el tema del republicanismo clásico-- ha sido el "giro ético" en el
estudio del liberalismo decimonónico. Los defensores más influyentes del liberalis-
mo entre los teóricos de la política actuales ven como la única versión defendible
del liberalismo aquella que es neutral respecto de las concepciones particulares de

3·' Un importante ejemplo reciente se encuentra en Andreas Kalyvas e Ira Katznelson, eds., Liberal

Beginnings: Making a Republic far the Moderns (Cambridge: Cambridge University Press, 2008). Constant
es el ten1a del capítulo 6.
34 Bernard Semmel, ]ohn Stuart Mili and the Pursuit o/Virtue (Londres: Yale University Press, 1984);

H.S. Jones, "John Stuart Mili as Moralist", ]ournal ofthe History of Ideas, 53 (1992), pp. 287-308; Eldon
J. Eisenach, Mil! and the Moral Character o/ Liberalism (University Park: Pennsylvania State University
Press, 1998); Robert Devigne, &fanning Liberalism: JS. Mill's Use ofAncient, Religious, Liberal, and Ro-
mantic Moralities (New Haven: Yale University Press, 2006); Eugenio F. Biagini, «Liberalism and Direct
Democracy: John Stuart Mill and the Model of Ancient Athens", en Eugenio F. Biagini, ed., Citizenship
and Community: Liberals, Radicals, and Collective ldentities in the British Isles, 1865-1931 (Cambridge:
Cambridge University Press, 1996), pp. 2 I-44; Nadia Urbinati, Mil! on Democracy: From the Athenian Polis
to Representative Government (Londres: University of Chicago Press, 2002).
·15 J.W. Burrow, Whigs and Liberals: Continuity and Change in Englis.l• Política! 7hought (Oxford: Cla-
rendon, 1988); Paul Nolte, "Biirgerideal, Gemeneide und Republik: 'Klassischer Republikanismus' im
friihcn deutschen Liberalismus'', Historische Zeitschrift 254 (1992), pp. 609-656.
36
Roger Boesche, 7he Strange Liberalismo/Alexis de Tocqueville (Ithaca: Cornell University Press, 1987).
54 LIBERALISMO Y PODER

lo que constituye el bien. "El liberalismo político", como lo define John Rawls,
no busca un consenso liberal sustantivo, sino que intenta proporcionar un mar-
co para la coexistencia pacífica de diferentes visiones del mundo. 37 Sin embargo,
como Rawls, Gray y otros han reconocido, esto no es lo que el liberalismo repre- ,;,
sentó históricamente, lo que resulta cada vez más claro para los historiadores a
partir del pionero artículo de Stefan Collini, que nos permitió entender con ma-
yor precisión el lugar de las categorías éticas, y especialmente el del concepto de
"carácter" en el pensamiento político de la era victoriana. 38 Incluso el On Liberty
de Mill, como es ahora ampliamente reconocido, se basaba en una concepción
distintiva del bien humano y no meramente en establecer la neutralidad valórica
de los legisladores. 39 Los críticos conservadores de Mill han visto este texto como
un intento elitista por imponer valores humanistas y anticristianos. Para ellos,
Mill valoraba la libertad sólo instrumentalmente, y su propósito verdadero era
el establecer un consenso poscristiano. 40 Pero nosotros no necesitamos suscribir
esta crítica esencialmente conservadora para reconocer que el liberalismo de Mili
estaba enraizado en una decidida preferencia por una idea sustantiva del bien de
la humanidad.

DEMOCRACIA Y OPINIÓN PÚBLICA

Si bien la virtud cívica era importante para el liberalismo del siglo XIX, esto no
implicaba democracia, corno por lo demás tampoco lo hacía el republicanismo
clásico. El liberalismo floreció en sistemas de gobierno representativo antes del
advenimiento del sufragio masivo: en Francia) en la Monarquía de Julio; en Gran
Bretaña, en el período entre el primero yel tercero de los ReformActs (1832-1884);
en Italia, entre la unificación y la guerra de Libia; en Alemania (los estados del sur
en particular), antes de la era de Bismarck, e incluso después de la unificación en
los estados y ciudades (con restricciones electorales) más que en el Reich (que em-
pleaba un sistema de sufragio masculino universal desde 1867). ¿Era el liberalismo
inherentemente no-democrático? Varios historiadores han dicho que sí. 41

37
John Rawls, Political Liberaiism (Nueva York: Columbia University Press, 2005); John Gray, Two
Faces of liberalism (Cambridge: Polity, 2000).
18
· Stefan Collini, "The Idea of 'Character' in Victorian Political Thought", Transactions of the Royal
Historical Society, Sta. Serie 35 (J 985), pp. 29-50.
39
Janes, "Mili as Moralist", pp. 287-308.
40
Esta fue la famosa tesis de Maurice Cowling en Mili and Liberaiism (Cambridge: Cambridge Uni-
versity Press, 1963). Mis recientemente ha sido acogida en d trabajo póstumo de Joseph Hamburger,John
Stuart Mili on Liberty and Control (Princeton: Princcton Univetsity Press, 1999).
41
Ejemplos incluyen Anthony Arbla.ster, 7he Rise and Decline ofWestern Liberalism (Oxford: Blac-
kwdl, 1984); David Blackbourn and Gcoff Eley, 7he PecuLiarities ofGerman History: Bourgeois Society and
EL LIBERALISMO EUROPEO EN EL SIGLO XIX 55

Es indiscutible que en el período en que el liberalismo se encontraba en la


cúspide de su influencia, la' mayoría de los liberales pensaba que la participación
en el gobierno del Estado no era un asunto de derechos de las personas, sino que
de la posesión de una "capacidad". En la Revolución Francesa, Sieyes, uno de los
arquitectos de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, fue
también el autor de la famosa distinción entre ciudadanos "activos" y "pasivos"
que estaba en la base de las prácticas electorales revolucionarias. La meta, desde
el punto de vista de Sieyes, era el asegurarse que la asamblea legislativa estuviera
compuesta por los más competentes para deliberar en nombre de la nación. Este
permaneció corno el modelo liberal más distintivo en materias de sufragio durante
gran parte del siglo XIX: los liberales rechazaban tanto la concepción conserva-
dora del sufragio corno una forma de propiedad, co1no también la perspectiva
radical respecto del derecho a voto. Para los liberales, se trataba de un deber de
confianza, una responsabilidad, para ejercerlo en nombre de la comunidad, y esta
confianza debía entregársele a quienes demostraran ser, o pudiera suponerse que
eran, competentes. Este principio fue inicialmente formulado en oposición a la
concepción conservadora del sufragio como una forma de propiedad. "Yo niego
que el poder de elegir a los Miembros del Parlarnenro deba ser considerado [ ... ]
propiedad", declaró Lord Grey en los debates sobre el Grear Reforrn Bill de 1831:
"No es una propiedad, sino un deber de confianza". Pero el argumento también
podía ser utilizado contra los radicales y demócratas que veían el sufragio simple-
mente como un derecho. 42 John Stuart Mill -quien era mucho más democrático
que la mayoría de los liberales de su generación- abandonó su juvenil defensa del
sufragio secreto puesto que llegó a pensar que el voto abierto era más congruente
con la idea del sufragio como un deber de confianza, una responsabilidad, en
cuyo ejercicio el votante era en principio responsable ante el público. El institu-
cionalizar la concepción del sufragio como un derecho alentaría la idea de que el
voto era para usarlo en nombre de los intereses del votante, mientras que el punto
principal de la idea de "confianza", de responsabilidad, es que el sufragio se ejerce
en nombre de los intereses del beneficiario de esta confianza y no en los intereses
del que la entrega. 43 Obviamente, "confianza'' es aquí una metáfora derivada de
una institución legal peculiarmente anglosajona, aunque el mismo principio fue
formulado por aquellos liberales europeos continentales que definían el.ejercicio

Politícs in Nineteenth-Century Germany (Oxford: Oxford University Press, 1984); Alan Kahan, Liberalism
in Nineteenth-Century Europe: The Po!itical Culture of Limited Sujfrage (Basingstoke: Palgravc, 2003).
42
Alan Kahan, Liberalísm in Nineteenth-Century Europe, p. 24.
43
Véase Bruce L. Kinzer, Yhe Ballot Question in Nineteenth-Century Englísh Politics (Nueva York: Gar-
land, 1982); y Malcom Crook yTom Crook, "The Advenr of the Secret Ballar in Britain and France: From
Public Assembly to privare c01nparrment", History, 92 (2007), p. 458.
56 LIBERALISMO Y PODER

del voto como una "función pública'' o "puesto público" (,fonction publique en
francés). 44
En cualquier caso, para los liberales el asunto de quién vota estaba subordina-
do a la importante cuestión sobre la composición del Parlamento. Había dos razo-
nes para ello. En primer lugar, los liberales creían en el gobierno vía discusión, y.el
papel primordial del Parlamento era servir de foro en donde la nación deliberara.·
Tal proceso de deliberación parlamentaria tenía también un efecto poderosamen-
te educativo, debido en gran parte a los extensos reportajes sobre los debates par-
lamentarios que aparecían en la prensa diaria. En segundo lugar, muchos liberales
creían que el buen gobierno importaba más que las formas constitucionales, y
que eso dependía al menos en parte de una competencia a nivel técnico. Hay una
obvia tensión entre ambos principios, y en alguna medida vemos una transición
del primero al segundo en el curso del siglo XIX.
"Discusión" era algo que importaba mucho a los liberales, puesto que era
un medio por el que se formulaba la razón pública. Por lo tanto era antitético
a las doctrinas que afirmaban la soberanía de la mera voluntad -ya sea la del
monarca absoluto o la del pueblo. Los Doctrinaires franceses, con Guizot a la
cabeza, formularon esta antítesis corno doctrina de "la soberanía de la razón":
la representación, para Guizot, enfáticamente no era "una máquina aritmética
diseñada para juntar y contar las voluntades individuales", sino más bien "un
procedimiento natural para extraer del interior de la sociedad la razón pública
que sólo ella tiene el derecho a gobernar''. 45 Tal como otros liberales franceses,
incluyendo a Constant, Guizot entendió la crucial importancia de la libertad de
prensa en la sociedad moderna: era, afirmó, equivalente en la esfera intelectual
al vapor en la industrial. Pero mientras que Constant veía la libertad de pren-
sa corno una libertad fundamental, cuya importancia residía principalmente en
ranto medio de oposición, y por lo tanto un freno al poder del Estado, Guizot la
veía por sobre todo corno un medio de gobierno. 46 Los liberales británicos eran
aún más enfáticos en señalar la importancia de la deliberación y del debate en la
formación de la razón pública. En su Physics and Po!itics, Walrer Bagehot presen-
tó la "discusión" como la cualidad definitoria de la modernidad, y en otra parte
sugirió que esto era lo que hacía del gobierno parlamentario la forma distinti-
vamente moderna de gobierno: "Un Gobierno Parlamentario es esencialmente
un Gobierno por discusión; mediante la oratoria y la escritura se va formando

44 Kahan, Liberalism in Nineteenth-Century Europe, p. 115.


45 Citado por el editor en Franc;ois Guiwt, Histoire de la civilization en Europe, Pierre Rosanvallon, ed.,
(París: Hachette, 1985), pp. 312-313.
46
Pierre Rosanvallon, Le Moment Guizot (París: Gallimard, 1985).
EL LIBERALISMO EUROPEO EN EL SIGLO XIX 57

una op1n1on pública que decide toda acción y toda pol.ítica". 47 En el sistema
inglés, caracterizado por la fusión antes que por la separación de los poderes, el
Parlamento ejercía un poder real y por tanto podía jugar un papel clave al no
meramente reflejar, sino formar y liderar la opinión pública. 48 En un importante
libro reciente, Nadia Urbinati ha sostenido convincentemente que la delibera-
ción y la discusión se encuentran en el centro mismo del modelo de John Stuart
Mi!l para el gobierno representativo: "Él no veía al gobierno representativo como
un conjunto de instituciones clise.fiadas para limitar el elemento democrático. De
hecho, se enfocaba primordialmente en el papel, composición y estilo discursivo
del espacio deliberativo y su relación con la ciudadanía, y exaltaba además la
función de aprendizaje de la discusión en el debate público y reiterado". 49 Por
ejemplo, Mill estaba ansioso por asegurar la representación de las minorías -lo
que le llevó a considerar la idea de votos plurales para los más educados, pero
que eventualmente le llevó a apoyar el plan de representación proporcional de
Thomas Hare. Sin embargo, sería claramente erróneo ver en esto la expresión de
instintos antidemocráticos. Más bien, él entendió que la diversidad de opinión
en el Parlamento era un prerrequisito para un debate abierto y educativo: por
tanto, no era necesario que las minorías estuvieran sobrerrepresentadas, pero sí
era esencial que tuvieran una representación acorde con sus números y ser, por
ende, escuchadas. 50
El segundo principio -que el buen gobierno importa a lo menos lo mismo
que las formas constitucionales- conduce nuestra atención a la difundida fe li-
beral en la posibilidad de una "ciencia de la política''. 51 Esto se puso de moda a
principios del siglo XIX, como resultado de la Revolución Francesa: la objetivi-
dad científica y la prudencia históricamente informada servían a los liberales post
revolucionarios como un antídoto contra la voluntad democrática y la pasión
revolucionaria. "La noble ciencia de la política", declaró Macaulay, era, de todas
las ciencias, "la más importante para el bienestar de las naciones"; en tanto que
en Francia Alexis de Tocqueville precedió su gran obra Democracy in America
con la afirmación de que "se necesita una nueva ciencia política para un mundo

47
Walrcr Bagehot, "\'ifhy an English Liberal may look withour Disapproval on the Progress ofimpe-
rialism in France" [1874], en Norman St. John Srevas, ed., Bagehot's Historical Essays (Londres: Dobson,
1971), p. 448.
48
Sobre Bagehot, véase Janes, Vlctorian Political Thought, pp. 66-72.
49
Nadia Urbinati, Mill on Democracy: From the Athenian Polis to Representative Government (Chicago:
University ofChicago Press, 2002), p. 3.
'º Urbinati, Mil! on Democracy, pp. 77-78.
51 He discutido este tema con mayor detalle en H.S. Jones, "Theorics of State and Society: The Science

of Politics", en Gregory Claeys, ed., Encyclopaedia of Nineteenth-Century Thought (Abingdon: Rourledge,


2005). pp. 479-483.
58 LIBERALISMO Y PODER

nuevo". 52 Al mis1no rien1po, los liberales alemanes Totteck y Welcker lanzaron su


enormemente influyente Staats!exikon, o enciclopedia de la política, con el pro-
pósito explícito de forjar un nuevo credo político racional basado en un sentido
empírico de la realidad política y social: este sería capaz -así lo esperaban- de
atraer a los moderados de ambas partes del conflicto entre revolución y reacción,
quitándoles de esta manera el apoyo a los extremistas.
Los liberales estaban casi todos convencidos de que, en la sociedad moderna,
la opinión pública debe prevalecer en el largo plazo. Esto es lo que distinguía fun-
damentalmente al gobierno representativo del despotismo. En 1798-1799, pen-
sando en cómo "cerrar" la Revolución Francesa, Germaine de Stael argumentó
que el imperio de la opinión pública representaba la única esperanza de trascender
el conflicto político que había dividido a Francia por una década. Pero, tal como
la mayoría de los liberales, Stael aceptaba que la opinión debía ser guiada por un
liderazgo educado e informado, y esperaba que los "hombres de letras" constituye-
ran este poder espiritual laico. 53 Varios liberales asumían que el propósito central
de la ciencia de la política era asegurar que la opinión sería guiada efectivamente.
Debía ser una ciencia práctica más que teórica, basada en el conocimiento induc-
tivo de una política derivada principalmente de la historia y que sirviera como
base del arte del liderazgo político.
Algunos liberales se inclinaban por un mayor énfasis en que la opinión pública
era un hecho que debía prevalecer y ante la cual el gobierno debía ceder. Cons-
tant se manifestaba a favor en este sentido. Otros, como Guizot, enfatizaban su
maleabilidad: podía ser guiada, y para él, el gobierno debía actuar no sólo como
poder ejecutivo, sino como instructor del público (instituteur public). "El gran
misterio de las sociedades modernas", declaró, "es el gobierno de las mentes". 54 La
mayoría de los liberales se ubicaban en posiciones intermedias entre estos polos,
no por indecisión, sino por pensar que la dialéctica de liderazgo y opinión se en-
contraba en el corazón mismo de la política liberal. Los defensores de la ciencia
de la política típicamente la veían como una potencial resolución a la dialéctica
entre elite y pueblo, Estado y sociedad: alentaría un tipo de prudencia política que
sabría cuándo las instituciones debían reformarse para continuar ejerciendo una
autoridad legítima en la sociedad civil. Este era un proyecto característicamente
liberal, y fue acuñado de manera clásica en los discursos de Macaulay durante los

51
Resella de Maeaulay al Esay on Governmentde Mili, reimpreso en Jack Livelyy John Rees, eds., Uti-
litarian Logic and Politics: james Mil!'s "Essay on GOvernrnent''. Macaulay's Critique, and the Ensuing Debate
(Oxford: Clarendon, 1978), p. 128; Alexis de ]Ocqueville, De la Démocratie en Amérique (París: Gosselin,
1835), cap. l, p. 11.
:'i:! Madame de Stael, Des circonstances actuelles qui peuvent terminer la Révolution et des principes qui

doivent fonder la République en France, J. Viénor, ed. (París: n.p., 1906), pp. 89-95 y 183-211.
5
" Rosanvallon, Le Moment Guizot, pp. 232, 223.
EL LIBERALISMO EUROPEO EN EL SIGLO XIX 59

debates parlamentarios que precedieron a la aprobación del Great Reform Act de


1832. Pero era también lo que Gladstone tenía en mente én 1865, cuando con-
ri::astó el principio liberal -"confianza en el pueblo hasta donde lo dicte la pruden-
cia''- con el principio conservador -"desconfianza en el pueblo hasta que el temor
termine". 55 La ciencia de la política se encontraba cercanamente relacionada con
ideas liberales clave como el constitucionalismo y el gobierno representativo. El
gobierno representativo era importante porque institucionalizaba la interdepen-
dencia del Estado y la sociedad. El papel distintivo del Parlamento era actuar
como una avenida de dos sentidos entre el Estado y la sociedad. La sociedad era
potencialmente un mecanismo autorregulado que tendía al equilibrio, y por lo
tanto no requería ser regulado desde fuera: más bien, la ley debía surgir de los
intereses sociales interpretados por el Parlamento.
La ciencia liberal de la política no era un proyecto puramente académico, sino
que estaba dirigido a formar la opinión pública y a educar a los líderes que guia-
rían esta. Los editores del Staatslexikon proclamaron que su propósito era educar
a los ciudadanos activos, propósito que compartían con la Asociación de Ciencias
Sociales, aquel "Parlamento al aire libre" que tanto hizo por formar y expresar la
opinión pública liberal a mediados de la era victoriana en Gran Bretaña. 56 Del
mismo modo, en Francia, la Ecole Libre des Sciences Politiques, aunque después
fue más conocida como una institución que proporcionaba entrenamiento es-
pecializado a los aspirantes a los altos puestos del servicio público, en su primer
momento surgió de la convicción de que el desastre del Segundo Imperio se debía
a la ausencia de una opinión de clase media educada y autosuficiente. Bajo la in-
fluencia de pensadores como Emilio Boutmy e Hipólito Taine buscó formar una
opinión pública políticamente informada.

CÓMO CAlvlBIÓ EL LIBERALISMO

Los historiadores han resistido con razón la reificación de las ideologías como el
liberalismo. No hay ideología que tenga una esencia más allá de la historia, porque
si así fuera no podría evolucionar legítimamente para enfrentar nuevos desafíos.
La fortaleza de una ideología no radica en la rigidez de su doctrina, sino en la
posesión de un arsenal de armas conceptuales que puedan utilizarse de diferente
manera en diferentes circunstancias. Michael Freeden, en una obra fundamental,

5
" Sigo el reportaje del 1he Times, 2 de junio, 1865.
56 Sobre esto, véase Lawrence Goldman, Science, Refarm and Politics in Victorian Britain: 7he Social
Science Association, 1857-1886 (Can1bridge: Cambridge University Press, 2002); y en versión más breve,
"The Social Science Association, 1857-1886: A Context fot Mid-Victorian Liberalism", Eng/ish Historical
Review, 101 (1986), pp. 95-134.
60 LIBERALISMO Y PODER

ha advertido contra la tentación de asignar una "corrección léxica" a una versión


particular del liberalismo -usualmente al "liberalismo clásico"- y considerar a las
sucesivas como secundarias o derivativas. 57
Durante la mayor parte del siglo XIX, los recursos ideológicos del liberalismo
estaban dirigidos en contra del Estado, es decir, estaban a favor de la retir<ida d~l
Estado a una esfera más reducida. Como hemos visto, los liberales no fueron ·
nunca defensores completos del !aissezfaíre, y sería un error concebirlos como
simplemente "individualistas". Sin embargo, en el período de ascendencia liberal,
los Estados europeos eran Estados limitados.
Fue el liberalismo británico el que probó tener más flexibilidad para respon-
der a las demandas de una era más colectivista, y lo hizo tanto en la teoría (TH.
Green, L.T. Hobhouse, ].A. Hobson) como en la práctica (jubilaciones, el Pre-
supuesto del Pueblo, el Seguro Nacional). Hay algún desacuerdo entre los histo-
riadores del Nuevo Liberalismo acerca de cuánto debe este al idealismo filosófico
y cuánto al organicismo biológico; asimismo, sobre cuán radical es su diferencia
respecto del liberalismo victoriano. Lo que sí resulta claro a partir de un texto
clave como el de L.T. Hobhouse, Líberalísm, es que los nuevos liberales alcanzaron
su mayor fuerza cuando utilizaron los recursos intelectuales proporcionados por
los liberales "antiguos" como J .S. Mili -quien había apoyado un "socialismo" más
bien distintivo.
La tendencia al colectivismo generó resistencia por parte de los "individualis-
tas" en organizaciones como el Liberry and Properry Defence League (fundado en
1882), quienes veían su papel como una reafirmación de los principios inmutables
del liberalismo victoriano: especialmente la libertad contractual y la santidad de la
propiedad. Estos principios, pensaban, fueron atacados por el segundo gobierno
de Gladstone (1880-85), que estaba influido por la necesidad de desarmar el na-
cionalismo irlandés y por la presión del ala radical del Partido Liberal, encabezada
por Joseph Chamberlain y Sir Charles Dike.
Francia también produjo un "nuevo liberalismo" -un movimiento conocido
como "solidarismo" -, que alcanzó el punto de mayor influencia durante el go-
bierno de Léon Bourgeois, su mayor defensor, en 1895-1896. Sus teóricos clave,
como el filósofo Alfred Fouillée, intentaron establecer un término medio entre el
individualismo y el colectivismo -la sociedad, pensaba Fouillée, era un "organis-
mo contractual" (concepto característicamente sintético). 58 Si bien el movimiento
fue menos productivo que su contrapartida británica, la razón se debe probable-
mente a las características de la polis francesa y su base social: en la época que

57
Mi ch ad Freeden, ldeologies and Political 1heory: A Conceptual Approach (Oxford: Clarendon, 1996),
p. !42.
58
Véase J.E.S. Hayward, '"Solidarity' and rhe Reformist Sociology of A!fred Fouillée", American]our-
nal ofEconomics and Sociology, 22 (1963), pp. 205-222 y 303-312.
EL LIBERALISMO EUROPEO EN EL SIGLO XIX 61

Stanley Hoffman ha denominado "la síntesis republicana" no había un consenso


social a favor de un Estado intervencionista. Sin embargo, debe decirse que el so-
lidarismo era un artefacto ideológico mucho menos impresionante que el Nuevo
Liberalismo británico, y una razón para ello era que el liberalismo había sido ideo-
lógicamente marginado por el triunfo del republicanismo. Muchos republicanos
eran liberales, es cierto, pero era la tradición republicana más que el liberalismo
la que poseía legitimidad ideológica. Nadie se preocupaba en exceso de cómo re-
conciliar lo que el gobierno ya hacía con los principios enunciados por Constant
o Royer-Collard.
Una vez dicho todo esto, la tendencia de este capítulo ha sido la de sugerir
que el liberalismo del siglo XIX puede ser mejor conceptualizado no como una
doctrina bien empaquetada -al margen de si era o no capaz de evolucionar-, sino
como un estilo político con raíces en una concepción distintiva de la política.
Esta concepción instalaba la deliberación racional en la esfera pública como una
cualidad distintiva de la política moderna (liberal). Fue quizás ese estilo político,
más que el liberalismo como doctrina, el que encontró que el ambiente del siglo
XX era mucho menos amistoso.

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