La última Palabra (Cap. 2) - Thomas Nagel
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II
Yo explicaría el tema del cogito de Descartes de esta manera.
[3] Nos muestra un límite al tipo de autocrítica que comienza
cuando nos contemplamos desde el exterior y consideramos las
formas en las que nuestras convicciones podrían haber sido
producidas por causas que no logran justificarlas o validarlas.
Aquello que se revela a través de este procedimiento de crítica
progresivamente destructiva es que resulta inevitable apoyarse
en una facultad que genera y comprende todas las posibilidades
escépticas. El escepticismo epistemológico, lo mismo que el
relativismo selectivo, no es posible sin una confianza implícita en
la capacidad para el pensamiento racional: éste procede por
medio de la identificación racional de posibilidades lógicas
compatibles con los datos disponibles, entre las cuales la razón
no nos permite escoger. Así, el escéptico llega gradualmente a
una concepción de sí mismo como alguien situado en un mundo
cuya relación con él no puede penetrar.
Sin embargo, el escepticismo que es el resultado de un
argumento, no puede ser completo. En el cogito la confianza en
la razón se hace explícita, revelando un límite a este tipo de
duda. El elemento filosófico verdaderamente significativo no
consiste en la conclusión de Descartes de que él existe (un
resultado mucho más restringido de lo que él presupone
posteriormente) ni tampoco en el descubrimiento de algo
absolutamente cierto. Antes bien, lo principal es que Descartes
muestra que hay ciertos pensamientos respecto de los cuales no
podemos ubicarnos en el exterior. Pienso que él estaba en lo
cierto, aunque pienso también que pudo haber sostenido ese
principio de manera más consistente.
Para ubicarnos del todo fuera de nosotros mismos, de una
manera que nos permita reclasificar algunos juicios como meras
apariencias, debe haber otros juicios que pensemos
directamente. Finalmente, este procedimiento nos lleva a un nivel
de razonamiento, en el cual, si bien es posible pensar que
algunos de nuestros pensamientos pueden ser equivocados, su
rectificación sólo puede ser particular, y no puede consistir en un
rechazo general a toda esta forma de pensamiento, como una
ilusión o un conjunto de reacciones localistas. En tanto depende
de adoptar un punto de vista externo sobre nosotros mismos, el
desacreditar afirmaciones universales de la razón como
meramente subjetivas o relativas, tiene límites internos
ineludibles, ya que el punto de vista externo no admite un punto
de vista aún más externo, y así ad infmitum. Hay ciertos tipos de
pensamientos que simplemente no podemos evitar tener, y es
estrictamente imposible que se analicen desde el exterior,
porque están incluidos inevitable y directamente en cualquier
procedimiento de considerarnos desde el exterior. Y estos
pensamientos nos permiten construir una concepción de un
mundo que nos incluye a nosotros y a nuestras impresiones
subjetivas como algo objetivo de hecho.
Y una vez que se admite la existencia de un solo pensamiento
fuera del cual no podemos ubicarnos, resulta claro que la
cantidad y variedad de tales pensamientos puede ser
considerable. No es solamente «yo existo» lo que resuena una y
otra vez en respuesta a cada esfuerzo por ponerlo en duda: algo
parecido sucede con otros pensamientos que, aunque no tengan
siempre el mismo grado de certeza, continúan resistiéndose a
ser socavados por consideraciones sobre nuestro carácter
contingente, o sobre la posibilidad de estar engañados, etcétera.
Los pensamientos lógicos y matemáticos más sencillos, por
ejemplo, forman parte de la estructura dentro de la cual debe
situarse cualquier cosa que se nos ocurra para socavarlos o
condicionarlos, y pensamientos del mismo tipo deben, de modo
inevitable, jugar un papel en los propios argumentos de
socavación. No existe ningún punto de vista que podamos
adoptar, desde el cual sea posible considerar todos los
pensamientos de este tipo como meras manifestaciones
psicológicas, sin pensar algunos de ellos al mismo tiempo.
Aunque es menos obvio, creo que algo similar sucede en el caso
del razonamiento práctico, incluyendo el razonamiento moral: si
tratamos de adoptar un punto de vista completamente fuera de
él, habremos de fracasar.
El pensamiento siempre nos retrotrae al uso de la razón
incondicional, si intentamos cuestionarla globalmente, porque
no podemos criticar algo con nada; y no podemos criticar lo que
es más fundamental con lo que es menos fundamental. La lógica
no puede ser desplazada por la antropología. La aritmética no
puede ser desplazada por la sociología, o por la biología. En mi
opinión, tampoco puede serlo la ética. Creo que una vez que se
reconoce esta categoría de los pensamientos fuera de los cuales
no podemos colocarnos, el número de ejemplos aumenta
bastante.
El señalamiento de las influencias culturales en nuestras
convicciones aritméticas o morales puede llevamos a
reexaminarlas, pero el examen debe proceder mediante
razonamientos aritméticos o éticos de primer nivel: no puede
simplemente dejar dichas esferas detrás y sustituirlas por la
antropología cultural. Es decir, debemos preguntamos si las
explicaciones «externas» propuestas hacen razonable
abandonar o condicionar de algún modo nuestra aceptación de
cualquiera de estas proposiciones. Esto es igualmente verdadero
si se supone que el punto de vista extemo tiene por efecto
persuadirnos de abandonar un juicio de primer nivel, o
reconocer su carácter subjetivo (o el carácter subjetivo de todo el
campo de pensamiento) sin cambiar su contenido. Estos son
interrogantes que están dentro de la aritmética o de la ética,
interrogantes acerca de la relevancia aritmética o ética de los
argumentos.
Por tomar algunos ejemplos toscos, aunque conocidos: La
única respuesta posible a la acusación de que una moral de
derechos individuales no es más que un montón de ideología
burguesa, o un instrumento de dominación masculina, o de que
la exigencia de amar al prójimo es, en verdad, una expresión de
miedo, odio y resentimiento hacia el prójimo, consiste en
considerar nuevamente, a la luz de estas propuestas, si las
razones para respetar los derechos individuales u ocuparse de
los demás pueden fundamentarse o si esconden algo que no
constituye para nada una razón. Y esta es una pregunta moral.
No podemos salimos, sin más, del dominio de la reflexión moral:
éste permanece allí. Lo único que podemos hacer es proseguir
con la reflexión a la luz de las nuevas informaciones históricas o
psicológicas, cualesquiera que sean, que se puedan ofrecer. Esto
es igual en todas partes. Los cuestionamientos a la objetividad
de la ciencia solamente pueden ser confrontados por medio de
un razonamiento científico adicional, los cuestionamientos a la
objetividad de la historia, por medio de la historia, etc.
Esto no significa que los resultados no se puedan revisar, sino
solamente que dicha revisión debe llevarse a cabo continuando
con el mismo procedimiento. Cualquier propuesta subjetivista
debe sobrevivir como adición a nuestro cuerpo de creencias, en
competencia con aquellas a las que trata de desplazar: no puede
reclamar una prioridad automática. Dado que siempre se trata
de un intento de vernos a nosotros mismos parcialmente desde
el exterior, deberá suministrarnos inevitablemente alguna razón
para abandonar o reinterpretar algunos de los pensamientos
básicos que continuamos encontrando plausibles desde el
interior.
Resulta usual hacer una distinción clara entre el enfoque
cartesiano, fundacionalista, de la justificación del conocimiento,
y el enfoque mucho más flexible y más holista que
supuestamente caracteriza a la ciencia actual, que prescinde de
las premisas evidentes por sí mismas e indudables. Pero pienso
que ésta es una distinción superficial y que los métodos
ordinarios de la ciencia son, básicamente, cartesianos. Donde se
alejan de Descartes es en la relajación de la exigencia de certeza:
Principios racionales que juegan un rol fundacional en una etapa
pueden ser superados o revisados como producto de la crítica
racional en una etapa posterior. Pero la empresa tiene una
estructura fundamentalmente racional: avanza a través de la
operación de métodos que aspiran a una validez universal en la
información empírica, y el esfuerzo por construir un cuadro
racional del mundo, con nosotros dentro de él, es lo que le da
sentido a esa información. Por más holista que sea el
procedimiento, observaciones empíricas particulares no pueden
derrotar los principios generales excepto a la luz de otros
principios generales superiores que le den a las observaciones la
fuerza necesaria.
El proyecto científico, como el de Descartes, aísla o deja de
lado las impresiones ingenuas como meras apariencias hasta
que puedan ser reintroducidas en una concepción abarcadora
sobre un fundamento más firme, y este fundamento requiere un
análisis acerca de cómo surgen dichas impresiones en nuestra
interacción con el mundo. De modo que la ciencia, como lo viera
Descartes, requiere que, en la medida de lo posible, nos
ubiquemos fuera de nosotros mismos; pero al hacer esto, la
ciencia también tiene que emplear la razón, y también al
determinar qué hacer con los datos resultantes; y respecto de
dichos pensamientos no nos ubicamos afuera. En cada paso de
nuestra investigación habrá pensamientos que, aun cuando
reconozcamos que ellos mismos son en algún sentido parte de
las cosas que suceden en el mundo, no pueden ser objeto de
una comprensión psicológica externa que no utilice también
estos pensamientos. No hay nada más fundamental para la
construcción del conocimiento humano que el razonamiento
que procede por medio de la generación y eliminación de
hipótesis científicas guiadas por la información disponible.
La concepción del conocimiento de Descartes, en resumen,
es ésta: se desarrolla a través de la interacción entre los dos
polos, el de las apariencias subjetivas y el del razonamiento no
subjetivo, para formar una descripción creíble de un mundo que
existe en forma objetiva. La experiencia por sí sola no produce
teorías científicas, y el razonamiento que sí las produce no
puede ser considerado por nosotros meramente como una
especie más elaborada de impresiones subjetivas. Para pensar
eso, deberíamos llevar la visión aún más al exterior de nosotros
mismos, y la construcción de una visión como esa tendría que
reposar en ciertos pensamientos que, a su vez, pretendan para sí
una validez objetiva. Revoluciones conceptuales de tal
importancia son posibles,[4] pero deben estar basadas en
razonamientos que nos involucren efectivamente. La principal
diferencia entre esto y la concepción cartesiana, como dije, es
que su dependencia de juicios indudables es menor; aunque
cuánto más podamos acercamos a la certeza en el razonamiento
científico, mejor será, y en sus aspectos matemáticos este
objetivo es alcanzable.
La tesis general de Descartes sigue siendo correcta:
descubrimos la razón objetiva descubriendo que tropezamos
con ciertos límites cuando nos preguntamos si nuestras
creencias, valores, etcétera, son subjetivos, culturalmente
relativos, o de alguna forma esencialmente dependientes de
cierta perspectiva. Ciertas formas de pensamiento suceden
directamente cuando consideramos dichas hipótesis, revelándose
a sí mismas como objetivas en su contenido. Y si imaginamos la
posibilidad de llegar a considerarlas, después de todo, como
subjetivas, esto debe significar que nos las imaginamos como el
foco de otros pensamientos cuya validez es verdaderamente
universal. La idea de razón emerge del intento de distinguir lo
subjetivo de lo objetivo. Por lo que sé, eso es lo que sucede
inevitablemente si tratamos de tomarnos en serio las propuestas
subjetivistas y tratamos de determinar si ellas pueden ser
creídas, y no simplemente pronunciadas.
Esta respuesta al subjetivismo puede aparecer simplemente
como una petición de principio. Después de todo, si alguien
respondiera a cualquier puesta en duda de la lectura de las hojas
de té como un método para decidir cuestiones fácticas o
prácticas apelando a consultas adicionales a las hojas de té, esto
sería visto como un absurdo. ¿Por qué es diferente el
razonamiento acerca de las puestas en duda de la razón?
La respuesta es que la apelación a la razón está autorizada
implícitamente por el propio cuestionamiento, de modo que éste
es realmente una forma de mostrar que el desafío es
ininteligible. La acusación de ser una petición de principio
implica que hay una alternativa, a saber, la de examinar las
razones a favor y en contra de la afirmación que se cuestiona
mientras se suspende el juicio acerca de ella. Para el caso del
razonamiento, sin embargo, ninguna alternativa como esa está
disponible, desde que cualesquiera consideraciones contra la
validez objetiva de un tipo de razonamiento son,
inevitablemente, intentos de ofrecer razones en contra de éste, y
tales intentos deben ser evaluados racionalmente. El uso de la
razón en la respuesta no es introducido injustificadamente por el
defensor: es una exigencia del carácter de las objeciones
ofrecidas por el atacante. En cambio, un ataque a la autoridad de
las hojas de té no nos conduce nuevamente a las hojas de té.
Aquí, nuevamente, nos encontramos en territorio cartesiano:
generalmente se le critica a Descartes por la circularidad con la
que defiende la autoridad de la razón a través de un argumento
racional a favor de la existencia de un Dios no engañoso. Pero,
dejando a un lado la debilidad de sus pruebas particulares de la
existencia de Dios, el procedimiento de replicar a los
cuestionamientos de la razón con otros argumentos racionales
me parece intachable. Cualquier cuestionamiento formulado
contra el razonamiento tendrá que contener su propio
razonamiento, y esto solamente podrá ser evaluado
racionalmente, o sea, por medio de métodos que aspiren a una
validez general.[5]
Esta es la consecuencia inevitable de tratar a esa propuesta
como algo sobre lo que se nos pide que pensemos; ¿y cuál es la
alternativa? Aquellos que impugnan la posición racionalista
argumentando que aquello a lo que apela en cada paso son, en
verdad, intuiciones, prácticas o convenciones, contingentes y
quizás particulares, pueden intentar aplicar este análisis hasta el
final, cada vez que un cuestionamiento a la razón sea
confrontado por medio de un razonamiento adicional. Pero no
veo cómo pueden terminar el procedimiento con un
cuestionamiento que no invite, a su vez, a una evaluación
racional.
Una estructura como esa aparece constantemente en los
procedimientos reales de nuestro pensamiento; en su
fenomenología, por así decirlo. La pregunta es, ¿qué significa?
¿Cuál debería ser nuestra actitud frente a ella? ¿Cómo podemos
reconciliarla con el reconocimiento de que somos especímenes
biológicos, criaturas falibles sujetas a un gran número de
influencias que podríamos no comprender, y formadas por
causas respecto de muchas de las cuáles no tenemos ningún
control? Si miramos cómo la gente piensa realmente,
descubrimos que la pretensión de un contenido objetivo es
omnipresente. Se la encuentra aun en el juicio estético, que
(aunque no es una forma de razón porque no sigue principios
generales[6]) no puede ser desplazado íntegramente por una
explicación sociológica, psicológica, histórica o económica de sus
orígenes. Pero yo voy a concentrarme en el razonamiento lógico,
empírico, y práctico. Este no puede, según creo, ser considerado
como un fenómeno meramente psicológico o social, porque eso
significaría intentar colocamos por fuera de él de un modo en
que no podemos hacerlo. La pregunta es, ¿de qué otra manera
podemos entenderlo? ¿Qué tipo de comprensión de nosotros
mismos tornaría comprensible nuestra capacidad para pensar?
III
Creo que no hay ninguna respuesta general con contenido
informativo para esta pregunta, porque la autoridad de las
formas más fundamentales del pensamiento se revela
solamente desde el interior de cada una de ellas y no puede ser
avalada por una teoría sobre el pensador. Y hay que resisitir
precisamente contra la primacía de la autocomprensión.
Hay una especie de desigualdad en las disputas acerca de la
autoridad incondicional de la razón: sus contrincantes, según
una versión, se contentan con decir la misma cosa sencilla una y
otra vez, mientras que sus defensores tienen que resistir
recurriendo a algo diferente y más complicado en relación a
cada forma de aplicación de la razón. La resistencia debe ser
hecha pieza por pieza aún si se esgrime, además, un argumento
general de que no todo puede ser subjetivo; porque dicho
argumento no nos dice en qué lugar de la red cognitiva habrá de
encontrarse la validez universal o la autoridad de la razón. (Más
aún, el límite puede moverse como resultado del razonamiento.)
Debemos descubrir la respuesta viendo qué tipos de juicios
sustantivos vencen a una interpretación de ellos basada en la
perspectiva. No hay alternativa alguna a la consideración de las
alternativas y al juicio de sus méritos relativos.
El comentario para todos los propósitos del subjetivista, que
se aplica a cualquier cosa que digamos o hagamos, incluyendo
cualquier procedimiento de justificación y de crítica, consiste en
que éstas son, en última instancia, la manifestación de
disposiciones contingentes para las que no hay justificaciones
ulteriores. La justificación se desarrolla sólo en el interior de
prácticas que son sustentadas por esas disposiciones, son
prácticas que reflejan las formas comunes de vida de nuestra
cultura o de nuestra especie, pero nada más universal que eso.
Este argumento, cualquiera sea su valor, puede ser utilizado
respecto de casi todo. Siempre es posible decir, después de que
la justificación final ha sido dada: «Pero eso es sólo algo que lo
satisface a usted, algo que usted dice con la convicción de que no
requiere más justificación: y todo lo que usted dice es una
manifestación, simplemente, de las contingencias propias de su
constitución personal, social y biológica. El punto final en esta
línea no es el contenido de su razonamiento sino el hecho de
que para usted, las justificaciones concluyen aquí; y ese es un
hecho de la naturaleza».
La réplica a esto no puede ser tan general, ya que a veces
puede mostrarse a través de una explicación alternativa del
procedimiento que la aspiración a una objetividad más universal
es espuria. Por lo tanto, el defensor de la razón debe montar su
defensa separadamente en cada dominio del pensamiento,
intentando mostrar desde el interior de una forma de
razonamiento, que sus métodos son ineludibles y que el uso de
éstos en el nivel de base se resiste a ser desplazado por una
explicación de la práctica en otros términos que no empleen
dichos métodos. El desafío general en el metanivel debe
reinterpretarse como un conjunto de propuestas explicativas
acerca de la subjetividad de formas particulares de
razonamiento aparente, de manera tal que pueda ser
enfrentado con múltiples respuestas particulares en el nivel de
base. Esas respuestas deben mostrar, para el caso de las
matemáticas, o de la ética, o de la ciencia natural, que los
métodos internos a dicho campo del pensamiento tienen una
autoridad que es esencialmente inagotable, de modo tal que sus
resultados no pueden ser encorchetados o relativizados en la
forma propuesta. Debe mostrarse que no podemos tener lo
subjetivo sin lo objetivo, en este caso.
Esto significa que una crítica suficientemente simple y
persistente de las pretensiones de la razón universal lo tiene
más fácil que sus defensores. La primera puede simplemente
decir lo mismo una y otra vez; pero la única forma de defender la
objetividad de la ética, por ejemplo, es por medio de la
argumentación ética en el nivel de base, mostrando que es
imposible ubicarse por completo detrás o fuera de él. Para
contraatacar al subjetivista se debe tomar su propuesta, no
como una fórmula hueca aplicable a cualquier cosa, sino como
una afirmación específica acerca del área del pensamiento cuya
autoridad no relativizada está siendo cuestionada. Solamente de
esta forma puede salir a la luz el conflicto entre la sustancia
interna de los pensamientos y la visión relativizadora externa.
Aquí hay dos ejemplos flagrantes de la interpretación de la
razón como consenso, ambos provenientes de filósofos. Admito
que son blancos fáciles, pero la visión que ellos expresan es
bastante común. Sabina Lovibond se refiere a
Y le atribuye a Wittgenstein: