El Lado Más Oscuro de La Modernidad Occidental

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12 de mayo de 2024

Radar / Entrevista realizada por Enrique Foffani

Walter Mignolo y el lado más oscuro


de la modernidad occidental
Escrito originalmente en inglés y publicado en la Universidad de Duke
en 2011, ahora se tradujo al castellano El lado más oscuro de la
modernidad occidental (editorial Prometeo) del crítico Walter Mignolo,
una suerte de secuela -con mayor énfasis en la realidad
latinoamericana- de su ya clásico El lado más oscuro del Renacimiento.
De paso por Buenos Aires, en esta entrevista Mignolo reflexiona sobre
la modernidad occidental en crisis, las opciones decoloniales y su
propio lugar como intelectual entre fronteras culturales, lingüísticas y
sociales.

Acaba de salir, hace apenas unas semanas, la traducción al español del


libro de Walter Mignolo El lado más oscuro de la modernidad occidental:
Futuros globales, opciones descoloniales, escrito originalmente en inglés
y publicado en la Universidad de Duke en 2011. Para esta edición el

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autor actualiza el presente histórico de Latinoamérica, al que escruta e
interroga con el propósito de conjugar lo nacional y lo global, dos escalas
imprescindibles a la hora de fomentar el pensamiento crítico. Lo que antes
era un preludio del tiempo histórico, en esta edición en castellano, trece
años después, son hechos consumados. No se trata de una profecía por
parte de Walter Mignolo sino de constatar la eficacia de la lógica analítica
que subyace a los fundamentos de la teoría de la colonialidad del poder y
del saber, la cual toma como punto de partida las ideas decoloniales del
intelectual y activista peruano Aníbal Quijano a partir del inicio de los años
90 del siglo pasado. En otro de sus libros publicado en 1995, también en
inglés, El lado más oscuro del Renacimiento: Alfabetización. Territorialidad y
Colonización apelaba ya a la imagen de una oscuridad superlativa, cuya
experiencia corresponde a América y no a Europa porque el planteo se
centra en el patrón colonial del poder -y patrón en varios sentidos- como
ese otro lado del tapiz de la modernidad occidental. Para decirlo con
Buñuel, se trata de ese obscuro objeto del poder colonial amasado de
racismo, exterminio, explotación y de los distintos dispositivos de
dominación que se expanden y capilarizan de tal modo que las prácticas
coloniales no han cesado y continúan hasta hoy, aun cuando la situación
política del colonialismo ya no exista.

En su paso por Buenos Aires, Walter Mignolo hace del “giro decolonial” de
sus investigaciones un relato oral, apasionado, cuya matriz es la
conversación y explica “que se trata del lugar de enunciación donde somos
y pensamos, como traducción del “I am where I think”. Sin dudas, Mignolo
es un causer: imbuido de la tradición literaria argentina, su estilo diáfano del
decir y del escribir rehúye los lenguajes crípticos como una forma de
desprenderse de la colonialidad del saber, de democratizar la charla. Crítico
de la literatura latinoamericana y cultor de la filosofía analítica, reconoce
como caja de herramientas la semiología: recuerda, de los años parisinos, al
maestro Roland Barthes, director de su tesis doctoral. Habla con nostalgia
de los tres Barthes que conoció: el Barthes profesor de l’Ecole, el de las

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reuniones en el Café Bonapart y el más íntimo, el de su casa de Saint-
Sulpice.

Mignolo es un extraterritorial que habita la frontera y, además, la


teoriza, o la teoriza porque la habita, de ahí que consiga aunar el
mundo de las ideas y el de la vida. Este continuum perfila el giro
decolonial como una geopolítica gnoseológica y en ella inserta el buen vivir
de las culturas amerindias. Se describe a sí mismo como un ítalo-
argentino nacido en la pampa inmigrante, en la encrucijada del
español y piamontés. Así como en el tiempo en París y Toulouse el
español coexistía con el francés, desde hace décadas lo hace con el
inglés. Nepantla de, dice en náhuatl ese vivir en un cruce de culturas. La
frontera, sin embargo, suscita otras reminiscencias: la historia y la lengua.
De un lado, las lanzas ranqueles enclavadas todavía en las verjas de las
casas de campo de los alrededores de la Corral de Bustos natal que hablan
del pasado y del otro, el acento, esa tonada tenaz que estampa en el habla
el signo de lo imborrable que, con los años, deviene el signo de una
identidad fronteriza. La chicana Gloria Alzandúa, de quien hablamos, lo dice
de modo impecable en uno de sus textos más luminosos, titulado “Cómo
domar una lengua salvaje”: el acento como el núcleo indomable de la
identidad. Si se le pregunta cómo llega a la teoría de la decolonialidad, si
acaso no hubo algún vestigio antes del encuentro decisivo con el
pensamiento de Aníbal Quijano, surge de pronto como una iluminación
repentina un nombre propio, el del historiador y antropólogo francés
Georges Baudot, a quien conoce en Toulouse: “Por él me empecé a
interesar por el náhuatl”. Sus estudios sobre América Latina tienen en la
charla otro comienzo: una lengua amerindia.

Después de tantas modernidades en América Latina -periféricas,


subalternas, disonantes- volvés al meollo subyacente a todas ellas: la
modernidad occidental. César Vallejo escribió con x el vocablo:
Oxidente.

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-La idea de Modernidad es un invento en la constitución misma de
Occidente, de Europa y del Eurocentrismo. Sin duda, las vanguardias
comenzaron a intuir que algo no andaba bien. El juego verbo-semántico de
Vallejo es justo, y más hoy: Occidente está Oxidado, allá y acá, en Argentina,
en Perú, en Ecuador. Quién capturó este sentimiento fue el santiagueño
Bernardo Canal Feijóo en su libro Los confines de occidente, en 1954. Eso es
América del Sur y Latina, confines de occidente: occidente en el Tercer
Mundo no en el Primero.

Hay en tu libro el pasaje inquietante de cuando se mutó, en nuestra


historia cultural, de recursos naturales a recursos humanos. ¿Se trata
sólo de las prácticas económicas que admitían prescindir de las vidas
humanas, vueltas ahora desechos para beneficio del capitalismo?
¿Qué implica entonces la opción decolonial?

-La colonialidad del poder opera sobre todas las áreas de la experiencia. El
instrumento es el patrón colonial de poder: control del conocimiento y de la
comprensión; control de la gobernabilidad; control de la economía; de las
relaciones subjetivas e intersubjetivas mediadas por un concepto universal
de Humanidad que justifica la deshumanización. Toda destitución
(deshumanización, por ejemplo) instala la herida colonial. Las tareas
decoloniales en este rubro consisten en la sanación de las heridas
coloniales, lo cual implica la reconstitución de lo destituido. “Recursos
naturales” y “recursos humanos” son dos expresiones de la retórica de la
modernidad para justificar y ocultar la explotación, la opresión y la
deshumanización utilizando expresiones que suenan a positividad. Es un
buen ejemplo de cómo la retórica de la modernidad oculta y disfraza la
lógica de la colonialidad.

¿Cuáles son entonces los referentes históricos de estas expresiones


surgidas de la retórica de la modernidad?

-Es indudable que “recursos naturales” es una expresión que justifica la


devaluación de las fuentes y energías del vivir convertidas en recursos para

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alimentar la Revolución Industrial. Al parecer Adam Smith habló de “capital
natural” para referirse a lo mismo. “Recursos humanos”, por su parte, fue
introducida al comienzo del siglo XX para ¨dignificar¨ la explotación del
trabajo. ¿Recursos para qué y para quienes? Una expresión equivalente de la
segunda en los años 90 fue “capital humano”, que modificó la expresión
¨capital natural¨ en Adam Smith.

-Tu propuesta crítica de la decolonialidad se inscribe en la estela de


Aníbal Quijano y de tantos intelectuales como los argentinos Enrique
Dussel, Rodolfo Kusch, el intelectual musulmán Malik Bennabi, el
caribeño Loyd Algernon Best, el iraní Amr G. E. Sabet, la jamaiquina
Sylvia Wynter y la chicana Gloria Anzaldúa. Ahora bien, el aspecto
reconstitutivo de la opción decolonial se halla ya inscripto en las
cosmogonías amerindias. ¿Sería viable esta posibilidad de recuperar
las cosmovisiones de los Pueblos Originarios en un momento del
mundo atravesado por este capitalismo financiero tan feroz?

-En las Américas todas, incluidos Estados Unidos y Canadá y el Caribe, hay
tres grupos internamente diversos y diversos entre ellos, que a partir de
1500 le dieron forma demográfica. Primero los Pueblos Originarios, desde
los Mapuches en Chile a las Primeras Naciones de Canadá, que habitaron
estas tierras desde tiempo largo. Algunas fechas de algunos grupos como
Caral en Perú o los Olmecas en lo que es hoy México, datan al menos 5000
años AC. Segundo grupo, diverso, los españoles y portugueses que llegaron
sin invitación, sin pasaporte, se instalaron, desplazaron los saberes de los
Pueblos Originarios y sus instituciones e impusieron los suyos. Conventos,
universidades, escuelas, iglesias e impusieron el castellano y el portugués.
Este segundo grupo se encargó de traer forzadamente, el tercer grupo
diverso extraído por captura y transporte a millones de seres humanos
africanos y africanas a estas tierras. Son mayoría en el Caribe insular, son
numerosos en Brasil, en Colombia, en Ecuador. Han legado cuatro prácticas
que son ejemplos de la reconstitución que ellas y ellos hicieron de lo que la
modernidad occidental los privó cuando les arrancó de sus civilizaciones

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africanas: el Candomblé en Brasil, el Vudú en el Caribe Francés, la santería
en el Caribe español y el rastafarianismo en el Caribe inglés. Bob Marley es
un filósofo que no paró de reconstituir tanto el legado de sus antepasados
africanos como el de sus legados isleños deshumanizados por el
imperialismo inglés.

¿Dónde opera la decolonialidad?

-El pensamiento decolonial no comienza en la academia, ingresa en ella. No


se trata de proyectos estatales, opera en el espacio público. La conciencia
de la colonialidad te interpela fuertemente.

Sí, claro, en tu libro aparece un rol más activo de la figura del autor:
hay alusiones a tus objetos de estudio, a proyectos, a la tarea del
intelectual, hay menciones a acontecimientos gravitantes del presente
como Rusia-Ucrania, Israel-Palestina o la situación de Africa ¿Responde
a un cambio de rol en cuanto intelectual e investigador académico,
como si bregaras por una suerte de activismo o de intervención sobre
la realidad? ¿Se trata de una salida de la academia para seguir el
diálogo por otra vía?

-En el proceso de escritura de El lado más oscuro del renacimiento en los


años 80 y principios de los 90, fui dándome cuenta de que no tenía sentido
investigar para mejorar, transformar, modificar o corregir las disciplinas.
Que las disciplinas eran y son estructuras reguladoras que te embretan con
una serie de principios genealógicos y metodológicos: tienes que conocer a
las y los maestros de la disciplina y tienes que conocer los principios
metodológicos de la disciplina. Nada en mi formación me autorizaba a
meterme en esos temas. Contaba con la licenciatura en filosofía y literatura
y el doctorado en semiología. Pero claro, para que nuestros argumentos
puedan intervenir en los debates contemporáneos, es necesario respetar
ciertas reglas de investigación y de argumentación. Eso es todo lo que
necesitamos. Qué queremos investigar, por qué queremos investigar
esto y no aquello, para qué lo queremos investigar, no lo dictan las

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disciplinas sino los conflictos del presente, nuestra inserción en ellos,
como nos afectan sensorialmente, que nos enoja, que nos entusiasma, que
nos empodera, cuáles son los factores sociales que intentan descalificarnos,
deshumanizarnos, convertirnos en “capital humano”. Se trata de no dejar
que las regulaciones disciplinarias sometan la necesidad y los esplendores
del pensar. Ni menos aún los medios sociales y la comunicación digital.
Todo apunta hoy a manejarnos con lugares comunes e insultos.

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de-la-modernidad-occiden

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