La Maldición
La Maldición
La Maldición
(Cruella de Vil)
Me he dormido viajando y he soñado muy intenso. Tanto, que me despierto y sigo viendo el
sueño, estoy ahí, con los pelos al viento. Pero no, estoy acurrucada en el piso, en un rincón de
mi dormitorio con la cabeza puesta sobre la almohada en la pared. La mayoría de los días los
paso encerrada ya que mi madre me castiga por INSOLENTE como dice ella cada vez que
hago o digo algo que no le gusta. El castigo consiste en mandarme a la pieza y con el
condicionante de no poder jugar con mis juguetes. Solo estar. Y de tanto estar me duermo y
sueño. En ese sueño iba viajando en el asiento de atrás en el auto con mi padre, con la
ventanilla baja y el viento me pegaba en la cara. Lo disfruté mucho, me gusta cuando el viento
me da fuerte en la cara y me despeina porque siento que soy libre, a veces lloro, aprovecho
para llorar porque el aire me seca las lágrimas y cuando me chorrea la nariz les digo a mis
padres que es culpa del viento. Estoy con la nariz enrojecida, chorreando y los ojos húmedos
así que soñé intenso y profundo. Mi madre no me habla, solo me mira, mira alrededor y se va.
Volverá cuando sienta que ya he cumplido con el castigo o antes de que llegue mi padre.
Mis compañeras de la secundaria me han invitado a salir a tomar mates en la plaza como se
acostumbra acá en el pueblo. Digo que pediré permiso pero estoy segura de que no me lo
darán ya que mamá me ha llevado al doctor porque me ve ojerosa y pálida, sin ganas de nada.
El doctor le pide a mamá que salga un momento del consultorio ya que quiere hacerme unas
preguntas sencillas. Ofuscada y con su mirada penetrante hacia mí, ella se retira. El doctor
charla conmigo, me hace preguntas fáciles, le respondo que me gusta leer, pintar, ir a la plaza
a tomar mates con mis amigas, escuchar música. La pregunta difícil es cuando me pregunta
cómo me alimento, qué consumo. Ahí me tiemblan las manos y las piernas. Él me tranquiliza y
me dice que está para ayudarme, le cuento que como todo lo que mamá me sirve aunque no
me guste porque si no lo hago me castiga y me manda al dormitorio. Como todo, le digo.
Muchas veces me atraco con comida cuando nadie me ve y después voy al baño y vomito. Me
pongo nerviosa, siento sed, náuseas y un fuerte dolor en la boca del estómago, me siento
mareada. El doctor hace entrar a mamá al consultorio, indica una serie de estudios y análisis y
le dice que tendremos que hacer un tratamiento. El doctor le cuenta y escucho la palabra:
BULIMIA, a lo lejos. Me desmayo.
Esa noche mis padres discuten, es una pelea absurda e inútil. Mi padre le echa la culpa a mi
madre por no prestarme atención porque ella es la que está en la casa todo el día. Mi madre le
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dice que la culpa es de él porque no está nunca y no me pone límites y que la única que se
ocupa de todo es ella.
Ahí está mi madre que otra vez entró sin golpear, parada frente a mí diciéndome que lo mío es
una maldición, que tendremos que aprender a convivir con esa maldición en la familia. No
puedo asociar el dolor que siento en medio del estómago y que me atrapa las costillas, con una
maldición. No le digo a mi madre que estuve buscando información en internet, ¿para qué?
Vomito y vomito todo el tiempo. Me veo gorda, fea; no quiero verme en el espejo. Siento que el
corazón me va a fallar en cualquier momento cuando me quedo sin aire, cada vez que me
peino queda mucho de mi pelo en el cepillo, me duele el cuerpo pero también el alma. Evito
mirarla a la cara y decirle que la necesito, que con una caricia, con un abrazo suyo todo sería
más lindo. No se lo digo porque ella está convencida de que es una maldición familiar que
alguien le envió a ella solo porque la envidian. Sigo acurrucada en el piso, en el rincón con mi
almohada como respaldo. Mi madre sale y cierra la puerta de mi dormitorio con llave. Mi mirada
la sigue, no habrá mates en la plaza con mis amigas.
Eso supongo por cómo me mira cada vez que vuelvo de la biblioteca a donde voy a la hora de
la siesta. Allí lo conocí a Patricio que ya me invitó a varios cafés. De a poco se acercó a mí. Él
ya es profesor de Filosofía, yo comienzo a transitar la formación docente para ser maestra de
primaria. Muchas siestas pasaron. ¿Podría contarle mi historia?, ¿se alejaría cuando la sepa?
Los pensamientos se agitan en mi mente, me asaltan muchas dudas y la angustia comienza a
ganarme la pulseada. Siento, cada día, que debo trabajar mucho en mi niña interior para
mantener alejada a “la maldición”, me es necesario estar fuerte. Durante una semana falté a las
siestas en la biblioteca, decidí no responder a sus mensajes ni llamadas, nunca le di la
dirección de mi casa así que no sabe dónde vivo. Mi historia es solo mía, no la compartiría con
nadie.
Hoy él me abrazó a la salida del instituto. Es viernes por la noche y apresuro el paso pues sé
que a mi madre no le gusta que llegue tarde, ella transforma todo en un escándalo y mis
fuerzas están jugando al TA-TE-TI. La voz de Patricio surge a mi lado, confundida me paro en
seco y lo veo; su mano se posa sobre mi brazo. No logro pensar ni reaccionar, él aprovecha mi
confusión y me abraza. En ese abrazo siento el viento golpear contra mi cara, despeinarme y
secar mis lágrimas. En ese abrazo siento que puedo ser feliz como cuando de niña sacaba la
cabeza por la ventanilla del auto de mi padre. En ese instante, no freno el impulso de querer
contarle todo. Caminamos hacia la plaza, nos sentamos y me confieso. Aguardo a verlo correr
espantado por lo que ahora sabe de mí. Me mira, me sonríe y me abraza en silencio; mis
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demonios se aquietan. Aliviada siento un cúmulo de sensaciones navegando por mi cuerpo.
Nos despedimos con un tímido beso.
Patricio entra. ¿Un poco de poesía?, pregunta. Lo miro con una mirada cómplice, de picardía.
Hace frío, pero desde el ventanal del dormitorio las estrellas se manifiestan con total intensidad,
no cierro las cortinas porque me gusta llenarme los ojos con la noche. Estoy en mi refugio, en
mi guarida donde me siento segura y protegida. Se mete a la cama, me sonríe y me abraza;
me abraza y yo sé que todo estará bien. Nos convertimos en madrugada surcada de estrellas.
Cruella de Vil