Basta de Mentiras - Lisa Cullen

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BASTA DE MENTIRAS

UN REVERSE HAREM ROMANCE - UNA


CHICA Y LOS MATONES DEL INSTITUTO
LISA CULLEN
ÍNDICE
Blurb
1. Jade
2. Jade
3. Xander
4. Jade
5. Bryce
6. Jade
7. Dane
8. Jade
9. Jade
10. Bryce
11. Jade
12. Xander
13. Jade
14. Dane
15. Xander
16. Jade
17. Jade
18. Bryce
19. Jade
20. Jade
21. Dane
22. Bryce
23. Xander
24. Jade
25. Dane
26. Jade
27. Jade
28. Xander
29. Jade
30. Jade
31. Dane
32. Jade
33. Bryce
34. Dane
35. Jade
Jade
Mis Tres Papis Maestros (Avance)
Copyright © 2024 by Lisa Cullen
All rights reserved.
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review.
Creado con Vellum
BLURB

Cuando mi ex me engañó, juré vengarme de él de la única


forma que conocía: seduciendo a sus tres mejores amigos, los
matones del Instituto.
Xander es el guapo niño rico destinado a la Ivy League.
Ninguna chica puede resistirse a su aspecto frío, y su glacial
presencia no hace más que atraerme.
Bryce, el payaso de la clase, puede que sea gracioso, pero
también es una estrella del fútbol americano al que todas las
chicas del colegio codician por su magnífico aspecto y su
intimidante tamaño físico.
Y luego está Dane, el chico malo del Instituto, cuya lengua es
tan afilada como sus cincelados pómulos.
Solo hay un problema con mi plan de venganza que va
creciendo…
Un inesperado regalo de uno de esos chicos que cambiará mi
vida… para siempre.
1
JADE

“¡D adColdwater,
todos la bienvenida a la recién llegada al instituto
Jade Wells!”
Hubo un tosido incómodo en medio del silencio, pero por
lo demás, nadie dijo nada. No se desplegó ninguna alfombra
roja, ni se levantó ningún aplauso para saludarme tras la
entusiasta presentación de mi nueva profesora. Aquella tibia
respuesta al menos tenía una explicación; ni siquiera la
detonación de una bomba habría bastado para atraer la
atención de una clase llena de alumnos de último curso que ya
habían abandonado mentalmente el instituto.
Sin embargo, mientras sonreía a mis nuevos compañeros,
deseaba un poco más de entusiasmo.
Era el comienzo de mi nueva identidad y Jade (mi nueva
yo) se merecía una ceremonia más grande de lo que Hannah
(mi verdadera yo) habría deseado jamás.
Todos me miraban mientras me dirigía a un asiento vacío
en medio de una clase que me resultaba extraña. Algunas
miradas desdeñosas, mucho escepticismo claro mientras todos
intentaban averiguar quién era.
Que lo intenten, pensé con una sonrisa. Jade Wells también
era un misterio para mí.
Cuando me senté, la silla crujió, pero al menos parecía
limpia. No esperaba gran cosa de un instituto público, después
de haber acudido a un lujoso colegio público durante los tres
últimos años. Las feas luces fluorescentes de neón y los
aburridos suelos de linóleo parecían sacados de todas aquellas
series de televisión para adolescentes que mis padres me
habían prohibido ver porque se suponía que estaba estudiando.
Estaba sentada entre unos chicos muy guapos,
completamente ajenos al hecho de que yo estaba allí para
vengarme.
A mi izquierda estaba Bryce Fisher. No me conocía, no
podía repetir mi nombre ni siquiera después de que el profesor
acabara de anunciarlo a la clase porque no estaba escuchando
en absoluto. A primera vista, era un tipo de una belleza
predecible: alto, robusto, con unos músculos impresionantes
de jugador de fútbol americano que amenazaban con salirse de
su camiseta ajustada. Su pelo rubio oscuro era un poco
ondulado, lo justo para darle el encanto surfero que yo
asociaba de California, pero sin tener los tópicos ojos azules.
Los suyos, por el contrario, eran de un marrón intenso, una
mezcla de miel y canela. Me recordaban al hermoso pelaje
marrón de mi yegua favorita, Sequoia, a la que estaba
deseando volver a ver en los hermosos establos de mi abuelo,
aunque la había montado desde mi infancia.
Luego estaba otro chico: Xander Townsend me miraba
desde mi derecha y, por contra, sus ojos eran de un azul
intenso. Tenía una mirada gélida, más parecida a un lago
helado que a un cielo soleado.
Mientras Bryce casi me eclipsaba con su estatura física, la
elegante figura de Xander era muy esbelta. Su pelo, corto y
arreglado, era castaño claro y mostraba un toque de rizo bajo
el gel que lo mantenía en perfecto orden; su ropa no era
llamativa, pero las líneas limpias y la calidad evidente
reflejaban la clase de riqueza a la que yo estaba acostumbrada
viniendo de la Academia Worthington.
Su mejor amigo, Owen, nunca había entendido por qué
Xander había preferido asistir a un colegio público, a pesar de
que su familia podía permitirse enviarlo donde él quisiera. Por
otra parte, mi ex podía ser muy obtuso en muchos aspectos.
Dejé que ese pensamiento, y la punzada de ira que me
había provocado, fueran mi motivo de venganza mientras me
volvía hacia Bryce.
“¿Por qué me miras? ¿Me pasa algo en la cara?”, pregunté
inocentemente, moviendo las pestañas para mostrar el verde de
mis ojos, resaltado por el delineador oscuro y el pelo teñido de
rojo.
Owen, mi ex, también se había quedado impresionado en
el pasado, así que esperaba que este fuera un buen primer paso
en mi plan.
Bryce parpadeó y luego dejó que su mirada se deslizara
desde mi cara por todo mi cuerpo. Mientras me observaba por
todo mi metro ochenta, su expresión no cambió, pero sentí un
calor en la piel que sabía que no era solo mi reacción a que me
observaran así. Con calma, volvió a dirigir su vista a la mía,
recorriendo cada una de mis curvas con un placer que ni
siquiera intentaba ocultar. Cuando terminó de examinarme de
arriba abajo, me dedicó una sonrisa mordaz y torcida.
“No, a tu cara no le pasa nada, novata, pero, con mucho
gusto te haría cambiarla… si quieres.”.
El guiño que finalmente me hizo me golpeó de lleno,
calentándome la sangre hasta el bajo vientre. Era realmente
vergonzoso lo sexy que era.
Luego, a pesar de todo, sus palabras me golpearon.
Aquella insinuación tan obvia. Qué asco.
Había conocido a gilipollas engreídos en la Worthington,
pero la gente del instituto al menos mantenía su misoginia
oculta bajo capas de presumida amabilidad. Oí a Xander soltar
una suave carcajada en mi lado opuesto y me volví
bruscamente hacia él.
“¿Te hace gracia algo?”
Xander siguió el ejemplo de Bryce y me observó,
evaluándolo todo de mí, desde mis botas negras hasta el escote
de mi top. De nuevo, el calor me erizó la piel a pesar de su
frialdad.
Cuando terminó de mirarme, enarcó una ceja perfecta,
mientras el resto de su rostro escultural no se movía. Me
molestaba que fuera tan guapo, incluso cuando me escuadraba
de arriba abajo. Era un tipo raro de belleza, como un modelo
de pasarela, un aspecto que resultaba incluso difícil de captar
en fotos. De hecho, nunca me había dado cuenta de lo guapo
que era en todas aquellas que Owen me había enseñado en las
redes sociales, pero ahora lo entendía.
“Puedes retratar las garras”, dijo en tono molesto, con la
voz tan fría como sus ojos. “Me reía de cómo mi amigo te
miraba sin intentar disimularlo. No has causado una buena
impresión…”.
Antes de que pudiera pensar en una respuesta, Xander
apartó la mirada de mí y se volvió hacia los complicados
problemas matemáticos que estaba resolviendo en un
cuaderno. Fue un despido tan fácil, tan casual, que no supe
muy bien qué hacer.
Bryce también se rio, así que me volví hacia él.
“No te preocupes, novata. Xander es un hueso duro de
roer, pero si quieres divertirte, aquí estoy”.
“Preferiría que no, gracias”, contesté, y la sonrisa de Bryce
no vaciló. Se tomó otro momento para mirarme el escote - que,
sí, tenía que admitirlo, me había esforzado en resaltar con mi
atuendo del primer día, con la esperanza de llamar su atención
- y luego se encogió de hombros.
“Oh, vamos. Soy un tipo divertido”, dijo sonriendo
mientras señalaba su cuerpo. “Puedo garantizarte que después
de que te toque, nada de ti volverá a ser lo mismo”.
Como si la mera idea de tocarme fuera algo irrisorio para
alguien de su estatus social.
El hecho que tanto él como Xander me ignoraron durante
el resto de la clase, dolió un poco.
Cuando me había trasladado a aquel instituto y me había
rebautizado como Jade, había jurado dejar atrás a Hannah y su
frágil ego, igual que había dejado atrás a Owen, a mis
supuestos amigos y a toda la Academia Worthington.
Quizá Hannah se preocuparía después de enfrentarse a
aquellos dos matones, pero ¿Jade? Estaba preparada para el
desafío, para mi venganza personal.
En aquel preciso instante, recordé que aún me quedaba un
tercer objetivo por alcanzar. Maldita sea. Debería haber estado
allí.
Mis ojos recorrieron la sala en busca de otro rostro que
reconociera en las fotos, pero se posaron en una silla vacía al
fondo de la sala. De algún modo, sabía que ese asiento estaría
ocupado por el tercer y último amigo de mi exnovio.
No podía ser tan odioso como Xander y Bryce, ¿verdad?
Volví a interpretar mi papel de Jade antes de que pudiera
pensar cobardemente, como habría hecho Hanna, que todo
aquello era una mala idea. En lugar de eso, me senté más
erguida y pensé: Que empiecen los juegos.
2
JADE

C uando entré en la cafetería a la hora de comer, me sentí


como en una de esas películas, con la ansiedad
atenazándome el estómago.
¿Cómo podía ser tan intimidante una cafetería tan
ordinaria? Claro, había montones de estudiantes por todas
partes, extraños a los que no había visto nunca en los últimos
tres años, pero si había conseguido sobrevivir al esnobismo de
la Worthington, estar en aquel lugar debería haber sido pan
comido.
En cambio, allí estaba yo, con la bandeja del almuerzo en
la mano, contemplando un mar de caras desconocidas y
demasiadas sillas vacías que parecían igualmente poco
atractivas. Estaba pensando en hacer como en la película
“Chicas Malas” y llevarme la comida al baño, cuando se me
acercó una chica de cara redonda y gafas.
“¿Quieres sentarte en algún sitio?”, me preguntó ella, con
los labios carnosos entreabiertos en una sonrisa que dejaba ver
unos dientes blancos y brillantes, un bonito contraste con el
tono aceitunado de su piel. Parecía demasiado auténtica para
que pensara que se trataba de algún tipo de engaño, pero quizá
se estaba colando un poco de mi antigua Hannah, que siempre
confiaba en gente en la que no debería haber confiado.
Así es; aquella ansiedad se debía a que mi antigua yo venía
a aguarme la fiesta. Me encogí mentalmente de hombros y le
sonreí.
“Sería estupendo”.
“¡Sí! Siempre estoy deseosa de conocer nuevas amigas. De
hecho, me llamo Leah”, dijo mientras tomábamos asiento en
una mesa.
“Jade, encantada de conocerte”, respondí, y ya empezaba a
parecerme más natural presentarme así. “Acabo de mudarme
aquí”.
“¡Oh! Eso explica por qué pareces tan perdida. ¿De dónde
te has mudado?”
“De la ciudad más cercana. Mis padres tuvieron que irse
del País por culpa del trabajo de mi madre y yo no quería irme,
así que vine a vivir aquí con mi tía Lynette.”
Mierda. Aquello no estaba tan lejos de la realidad, pero
parecía inverosímil.
A mi madre, una poderosa ejecutiva de negocios, le habían
ofrecido trabajos en el extranjero en el pasado y los había
rechazado, más para asegurarse de que me esforzaba lo
suficiente en la escuela que porque le preocupara tener que
mudarse de donde había nacido. Luego añadí: “Y además mi
antigua escuela estaba a punto de cerrar sus puertas, así que…
“.
Ah, cómo deseaba que fuera verdad.
Leah no cuestionó mi temblorosa historia, sino que suavizó
su expresión en señal de simpatía.
“Parece que fue una situación difícil. Seguro que echas de
menos a tus padres. ¿Al menos tu tía es una tipa guay?”.
“Lo es”, respondí, y esa fue la primera cosa verdadera que
le había contado.
En realidad, me había mudado para alejarme de mi ex, tras
la catastrófica ruptura que había echado a perder, incluso la
finalización de mi tercer año de estudios.
Owen Prescott, el novio perfecto hasta que me había
engañado, era de allí, pero como se había quedado en la
escuela a la que yo había asistido, sabía que tenía pocas
posibilidades de encontrarme con él allí. Más escasas aún eran
las posibilidades de que alguien recordara a Hannah Wells, la
novia de Owen desde hacía mucho tiempo, que rara vez
publicaba fotos en las redes sociales y nunca iba con él a las
fiestas del instituto. Nadie podría haber sumado dos más dos y
haberse dado cuenta de que iba por mi segundo nombre.
Había costado muchos intentos convencer a mis padres de
que me dejaran ir a vivir con la hermana de mi madre durante
mi último año de instituto, pero después de que vieran lo
destrozada que estaba por culpa de Owen, por fin cedieron. A
papá le preocupaba un poco lo que pudiera hacer huyendo de
mis problemas, pero a mamá no le importaba dónde fuera a
estudiar mientras mantuviera mis notas altas y estuviera en
camino de obtener un título respetable. En cuanto a echarlos
de menos… bueno, nunca habíamos estado tan unidos
emocionalmente.
¿Qué daño podía hacer un poco de distancia física?
Sin embargo, no estaba acostumbrada a vivir una mentira.
No me parecía bien mentir a una chica tan agradable, que
quizá se convertiría en mi primera amiga, sobre todo porque
ahora compartía conmigo detalles de mi vida.
Si Owen no me hubiera mentido durante meses, ninguno
de los dos estaríamos en aquella situación. Lo que Leah y las
otras chicas no sabían no podía haberles hecho daño, al menos
no de la forma en que Owen me lo había hecho a mí.
Mi nueva casi amiga y yo comparamos los horarios de
clase y descubrimos que teníamos una clase juntas más tarde,
lo que me llenó de alivio. Tener una cara comprensiva a mi
lado siempre era útil en un colegio nuevo, aunque yo solo
intentara concentrarme en mi ira, en mi sed de venganza.
Estaba escuchando a Leah contarme los mejores dramas de
Coldwater High cuando una figura sombría captó mi atención.
Se detuvo en una esquina y, cuando me volví para mirarlo,
supe inmediatamente que era mi tercer y último objetivo. Su
pelo oscuro excesivamente largo que caía sobre unos ojos
oscuros y melancólicos; la ropa completamente negra, la
postura demasiado chulesca para un instituto como aquel. Sí,
no podía ser otro que el temible Dane Schwartz.
“Oh, mala idea, Jade”. Leah interrumpió su historia sobre
unos chicos a los que habían pillado practicando sexo en el
baño cuando se dio cuenta de que estaba mirando a Dane. “Es
bonito, seguro, pero lo único que conseguirás es que te rompa
el corazón. Hay opciones mucho más fiables si buscas una cita
guapa para el baile, créeme”.
“¿Quién es?”, le pregunté, fingiendo que no lo sabía. Más
mentiras.
“Es Dane”, contestó Leah en voz baja. Nos apoyamos la
una en la otra mientras se preparaba para contármelo todo, y
mi mente criminal ya estaba en pie de guerra.
“Dane Schwartz. Es como todos los tipos malos de los que
te advirtió tu madre, pero con el añadido de que tiene una
moto. Es un tipo que causa muchos problemas. Siempre está
de fiesta, se salta las clases y hace cosas mucho peores que ni
siquiera puedo imaginar que no sea lo bastante guay como
para saberlo”. Se rio sola y se encogió de hombros. “Sé que
una vez suspendió porque no pudo terminar el curso, aunque
aparentemente es muy listo. Nunca va a clase”.
Esto confirmó mi teoría sobre el asiento vacío en mi aula.
Así que Dane sería un poco más difícil de localizar. Me hice
una nota mental y seguí escuchando los cotilleos de Leah.
“En fin, tiene diecinueve años y, sinceramente, a todos nos
sorprende que no haya abandonado los estudios, ya que actúa
como si estuviera por encima de todo. También he oído que ha
estado en el reformatorio, pero no sé si es solo un rumor o no”.
Leah volvió a encogerse de hombros y su rostro se volvió
avergonzado. “Lo peor, sin embargo, es lo juguetón que es.
Por lo que he oído, se ha acostado con todas las animadoras y
con muchas de las bailarinas de las clases de danza. Algunos
dicen que incluso sedujo a buena parte de las antiguas novatas
antes de que se graduaran”.
“¡Vaya!”, exclamé, y Leah se echó a reír.
“Sí, es un auténtico animal. A estas alturas todos sabemos
que tenemos que mantenernos alejados de él, pero ha hecho
falta que sufriéramos muchos desengaños para que todas nos
diéramos cuenta. Él y sus dos mejores amigos son una especie
de trinidad nefasta por aquí, así que si conoces a Xander y
Bryce, yo también me mantendría alejada de ellos”.
“Oh, ¿hablas en serio?”, le pregunté, con un tono ingenuo
que transmitía inocencia, tanto que parecía una actriz
profesional. Después de todo, quizá realmente estaba
cogiéndole el truco a aquel modo de vida mentiroso. Siempre
había aprendido rápido.
“Sí, Xander Townsend viene de una familia muy rica y eso
se nota”, explicó Leah, poniendo los ojos en blanco. “Es tan
egocéntrico. No siempre anda por ahí como Dane, pero eso es
solo porque se cree demasiado bueno para nosotros, los
campesinos. Destila esnobismo por todos los poros”.
“Parece repugnante”. Solté una carcajada y ella se rio
conmigo.
“¿A que sí? ¡Pero también es guapo! Parece un modelo”,
suspiró. “Bryce, en cambio, parece Thor supersexy, con un
toque de chico con personalidad complaciente en el que
puedes confiar”.
“No creía que alguien así pudiera existir en la vida real”,
dije, sin pudor, y Leah resopló.
“¿Verdad? Es tan injusto que los tres chicos más guapos
del instituto sean unos gilipollas acosadores y que la fiesta de
Xander de este fin de semana sea una especie de asistencia
obligatoria si quieres ser guay aquí dentro.”
“¡¿Fiesta?!”, pregunté, con los oídos bien abiertos.
Sonaba como un lugar perfecto para llevar a cabo una
venganza.
“¡Sí! Suele organizar fiestas y él y sus amigos estarán allí”,
me explicó.
“Ah… y entonces ¡casi voy yo!”, le dije, con una
expresión pícara en la cara y una pizca de amenaza. Leah soltó
una carcajada.
“Oh, Jade, me gustas. Eres guay y además simpática”.
Aquello me pilló por sorpresa por un momento. Maldita
sea, ¿cuándo fue la última vez que me felicitaron por mi
personalidad?
Desde luego, Owen nunca lo hacía, y tampoco mis
supuestas amigas de la Worthington.
Inmediatamente, Leah me gustó aún más de lo que ya me
gustaba. Aunque acababa de conocerla, notaba que era amable,
que no me juzgaba, que era una persona auténtica.
Sin embargo, antes de que pudiera decirle que me gustaba,
estalló una escena en la cafetería que llamó mi atención.
“¡Sr. Schwartz!” Un hombre severo con un traje aún más
estricto - creo que el subdirector - lo llamó lo bastante alto
como para que me diera cuenta de que no era la primera vez
que lo hacía. Mi mirada se desvió hacia Dane, que fumaba
tranquilamente en la cafetería. Observé el velo de humo que
salía de sus fosas nasales como si fuera una especie de dragón;
nunca había pensado que me gustaran los chicos malos, pero
Dios, le ponía sexy.
Juraría que incluso me miró durante un segundo. Sus ojos
oscuros cruzaron la cafetería y se detuvieron en mí un
segundo, antes de mirar finalmente a los ojos de aquella figura
de autoridad cabreada.
“¿Tienes algún problema, Hanson?”, preguntó Dane.
El rostro del Sr. Hanson se ensombreció.
“Jovencito, ¡sabes perfectamente que no puedes fumar en
este edificio! Apaga ese cigarrillo ahora mismo. Eres
demasiado joven para arruinar tu salud con un vicio tan
repugnante”.
Dane se quitó el cigarrillo de los labios, pero se limitó a
sostenerlo en la mano, sin hacer nada por apagarlo.
Podía ver los tendones deliciosamente masculinos de sus
antebrazos, la insinuación de un tatuaje oscuro en el dorso de
una muñeca. Obviamente, debía de tener más de uno.
Mientras el Sr. Hanson resoplaba de rabia, llegando
incluso a gritar de forma verdaderamente vergonzosa, Dane se
dio la vuelta y salió corriendo, con una estela de humo
pisándole los talones. Observé cómo salía por una puerta
lateral y pude ver a través de las ventanas de la cafetería que
había salido a un espacio verde con un banco y flores
marchitas. También había un pequeño cartel que indicaba la
zona de fumadores. En mi antiguo colegio nunca había nada
parecido, pero eso no significaba que los chicos pudieran
fumar en todas partes.
Al ver a Dane solo, me di cuenta de que era una buena
oportunidad para poner en marcha mi plan. Ya me había
familiarizado con Bryce y Xander, pero ahora era su
escurridizo tercer mosquetero, que prácticamente estaba
esperando a que me acercara a él.
Me disculpé con Leah, diciéndole que la vería en clase más
tarde, antes de guardar la bandeja del almuerzo y salir.
Nunca antes había intentado seducir descaradamente a
alguien, pero esa era la carga que esperaba desprender al
acercarme a Dane en el jardín.
Moví las caderas más de lo normal, caminando despacio y
contoneando el trasero, haciendo crujir las hojas de principios
de otoño bajo mis zapatos para anunciarle mi presencia.
La expresión de su rostro, cuando su mirada volvió a
posarse en mí, me hizo saber que mi retorcido plan estaba
funcionando, al menos un poco.
Aquellas pupilas marrones, profundas y misteriosas,
brillaron de interés al escrutarme de pies a cabeza. Enarcó una
ceja gruesa y oscura al profundizar su mirada. El duro perfil de
su mandíbula era el contrapunto a sus labios carnosos que
sonreían, y yo, si tenía que ser sincera conmigo misma,
deseaba lamerlos.
Por supuesto, no tenía intención de seducir realmente a
Dane, y mucho menos a Bryce o Xander. Mi malvado plan
consistía en hacer ver que había seducido a todos los amigos
más íntimos y antiguos de Owen. Se trataba de humillación, de
venganza por el infierno por el que me había hecho pasar
aquel cabrón, para lo cual no tenía que rebajarme a acostarme
con tipos a los que ni siquiera conocía, y mucho menos que me
gustaban.
El problema era que… sí me gustaban.
Nunca me habían atraído los chicos malos, pero siempre
había una primera vez para todo.
“¿Tienes un cigarrillo de sobra?” Pregunté sin siquiera
pensarlo, señalando con la cabeza el suyo que se estaba
apagando. Sus labios se movieron en un intento de contener la
risa.
“¿Fumas?”, preguntó escéptico, y disfruté del subidón de
adrenalina que me recorrió mientras me acercaba a él y subía
mi flirtómetro a diez.
“No”, admití, en voz baja y sensual. “Pero lo haces parecer
tan bueno que pensé en intentarlo”.
Dane resopló burlón, pero tuve la sensación de que
apreciaba mi audacia. Eso fue hasta que abrió la boca.
“Buen intento, chica, pero… paso”. Apagó el cigarrillo y
pisoteó la colilla bajo sus anfibios. “Tienes un cuerpo
precioso, la verdad, pero normalmente me gusta cuando una
chica es un poco más difícil de conseguir”.
Cuando su mirada volvió a pasar por mi cuerpo,
evaluándome, había un aire de desinterés.
Me sentí completamente repelida y, cuando llegaron sus
palabras, también me sentí completamente furiosa. ¿Estaba
diciendo que yo era fácil?
“Vaya, un mal tipo con una actitud aún peor. Eres
demasiado predecible”, solté.
“No tanto como tú, que pareces una chica buena fingiendo
ser mala. Por favor. Deja de mirarme así”, se mofó. “Puedo
leerte por dentro. Déjame adivinar. ¿Eres una especie de
princesa de colegio público que ha venido aquí para cabrear a
papá? ¿O simplemente tienes una crisis de identidad?”.
¿Qué demonios le pasaba?
La rabia que me recorría en aquel momento era lo bastante
poderosa como para hacerme estallar. Realmente estaba a
punto de explotar.
Sin embargo, no iba a quedar bien en mi primer día allí y
estaba desesperada por mantener el control de la situación.
Dane no podía ganar. Habría sido como dejar ganar a
Owen, y eso no era una opción.
En lugar de perder el control por completo, me encogí el
pelo pelirrojo por los hombros y solté: “No eres tan listo como
te crees. Y por cierto, yo también tengo un nombre. Es Jade”.
“Soy Dane”, contestó, en tono aburrido.
Parpadeé, sorprendida de que me hubiera dicho su nombre
después de todo lo que había pasado.
Se apartó de mí, dando completamente la espalda a la
escuela y dirigiéndose hacia el bosquecillo de árboles que
había en los límites del campus.
“Encantada de conocerte a ti también”, despotriqué,
añadiendo un ‘gilipollas’ en voz baja que él no oyó.
Estupendo. Ya somos tres de tres en el recuento de
“gilipollas totales”. Todos mis objetivos, las razones por las
que me había matriculado en aquella estúpida escuela, habrían
sido absolutamente insoportables incluso para acercarme a
ellos, para vengarme de su amigo.
Pero entonces, solo tardé un segundo en recordar aquel día
en que había descubierto las mentiras de Owen.
El dolor de aquel recuerdo hizo que mi motivación fuera
más fuerte que nunca; por nada del mundo esos tres matones
del instituto bastarían para detenerme.
Iba a vengarme a costa de mi vida, y ya había puesto mis
ojos en la fiesta más importante del momento.
3
XANDER

P uede que yo fuera el rey indiscutible de la Coldwater


High, pero vigilar mi reino no era todo sol y rosas. Mi
casa - la casa de mis padres, en realidad - estaba llena de
jóvenes adolescentes, alcohol comprado ilegalmente y música
basura a todo volumen que salía del modernísimo equipo de
sonido que mi padre utilizaba sobre todo para ver deportes en
directo y en alta definición.
Muchos chicos soñaban disfrutar de esa gloria en el
instituto. Sin embargo, tras cuatro años organizando las fiestas
que marcan la juventud, me había cansado de todo aquello.
Incluso las chicas vestidas con poca ropa me aburrían. Allí
estaba Marissa James, al lado de la última obra de arte de un
millón de dólares que había comprado mi madre, con un
vestidito de terciopelo rojo que abrazaba sus curvas tan
femeninas. El problema era que Bryce se había acostado con
ella meses antes, así que ya no me interesaba.
Luego estaba Hallie Maynard, la reina del equipo de baile,
que exhibía sus habilidades en medio de un montón de cuerpos
contoneándose; tenía un aspecto deliciosamente curvilíneo con
su piel bronceada y estaba lista para que se la follaran, pero
Dane ya le había roto el corazón. Luego estaban las chicas que
eran demasiado tontas o huecas o imperfectas para captar mi
interés, y en conjunto el panorama era bastante aburrido.
Docenas de caras y nombres se mezclaban en una nube poco
impresionante y ruidosa.
Sin embargo, extrañamente, seguí buscando a alguien que
aún pudiera captar mi atención.
No podía deshacerme de la imagen de aquel pelo rojo
brillante, un color que evidentemente me había impactado, así
como de sus ojos verdes.
Tal vez Jade Wells tuviera alguna afición secreta por la
brujería. Por lo que contaba, era una chica preciosa, y cada día
desde que había entrado en nuestro colegio había encontrado
formas de hacer que mi curiosidad por ella fuera imposible.
Solía observar el contoneo de sus caderas en el pasillo después
de clase, preguntándome cómo había acabado allí con
nosotros. Era una especie de misterio, mezclado con un
picante descaro que me parecía un desafío. La mayoría de las
chicas de Coldwater habían renunciado hacía tiempo a
ponerme a prueba.
Quizá solo me atraía porque era nueva. Un juguete nuevo y
brillante que conquistar. Además, ni Bryce ni Dane la habían
tocado aún, lo cual ayudaba.
Mientras me dirigía a la cocina, bailé al ritmo de la música
que salía de los altavoces. Mi vaso rojo de plástico estaba
peligrosamente vacío y necesitaba emborracharme para salir
indemne de aquella noche dejada de la mano de Dios. Algunos
de los compañeros de fútbol de Bryce me gritaron al pasar
junto a ellos, así que los saludé con una sonrisa indiferente y
un movimiento de cabeza, interpretando el papel de chico
bueno de la casa. Unas cuantas doncellas me rozaron, calientes
y sudorosas, objetivos fáciles si quería follar aquella noche.
Sin embargo, antes de que ese pensamiento se me pasara
por la cabeza, una cara familiar apareció de la nada,
sonriéndome.
“¡Xander! ¡Tío! Menuda fiesta!”
Owen Marcum, mi amigo más antiguo, me dio una
palmada en el hombro en señal de felicitación. Tenía los rizos
castaños encrespados y las mejillas coloradas. Podía oler el
vodka barato en su aliento. Qué actitud más mezquina, pensé.
“Gracias, tío. ¿Cómo estás?” Mi tono aburrido no le habría
parecido tan claro aunque hubiera estado sobrio.
“Bien, genial. Estoy viviendo mi sueño”. Sonrió
alegremente, pero había algo punzante en aquella sonrisa. “¿Te
has enterado de que Hannah se ha mudado?”.
Tardé un segundo en recordar quién era Hannah.
“¿Esa chica con la que estuviste durante años?”. Nunca
había conocido a la ex de Owen en persona, pero nada de lo
que había oído sobre ella me hacía desear hacerlo. No era más
que otra aburrida chica de instituto, llevada por el mal camino
por el chico que había conocido muchos años antes.
“Sí, tío, mi ex. Se ha mudado a todos los efectos. Incluso
ha cambiado de instituto y todo. Se nota que quería cambiar de
aires después de lo que le hice. En fin, ahora estoy muy bien
con Rebecca”. Se rio.
Sabía que Rebecca era su nueva chica. Me había estado
hablando de ella incluso antes de romper con Hannah,
alardeando de sus furtivas conquistas como si no solo
estuviera siendo despreciable, sino que estuviera poniendo en
marcha algún tipo de plan genial.
Desde luego, no era ningún santo, pero ese tipo de traición
no me sentaba bien. Prefería la honestidad dura y brutal a las
mentiras. Además, mi madre había estado engañando a mi
padre durante años, lo cual, como bien sabía Owen, me había
molestado cuando aún tenía fuerzas para preocuparme por
cosas como tener una familia normal y feliz. Así que aquello
no hizo más que debilitar nuestra amistad. En aquellos días,
sentí que nos distanciábamos cada vez más.
Ya era hora, pensé; no sentía nostalgia por una amistad de
la infancia que ya no existía. Los dos habíamos cambiado y al
año siguiente ya no necesitaría su peso muerto cuando me
fuera a Harvard.
“De todos modos, lo que hace Hannah ya no tiene nada
que ver contigo. Sinceramente, es un poco raro que sigas
obsesionado con lo que ella hace”, le dije a Owen, chocando
con su frágil ego.
Noté que su rostro se hundía, y su expresión se transformó
en furia. En aquel momento solté un lacónico “Me alegro de
verte, tío”, antes de aprovechar la oportunidad para
escabullirme.
Cuando por fin conseguí atravesar la laberíntica casa y
entrar en la enorme cocina, que no era más que un escaparate,
me sentí condenadamente cansado de la vida de casero.
Atrás habían quedado los años en que chocaba los cinco
con mis amigos y trataba de entretener a los compañeros de
fútbol de Bryce. Me daba igual cuántos comentarios del tipo
“mira qué gilipollas” llegaran a mis oídos, simplemente quería
llegar al licor.
Me serví una copa, di un largo trago y suspiré. En aquel
momento, sin embargo, noté un poco de jaleo procedente del
precioso comedor de mi madre, escenario de muchas cenas de
negocios y de ningún momento feliz de Acción de Gracias.
Maldije en voz baja y me llevé la bebida para investigar y
encontré a Jade Wells, concentrada en una partida de beer
pong. Sus cejas, de un color cobrizo oscuro a juego con su
pelo, estaban fruncidas en el centro de la frente.
“¡No, ya me encargo yo!”. Jade se dirigió juguetona hacia
el chico que tenía a su izquierda, Craig Washburn, del equipo
de hockey, que claramente intentaba ayudarla a lanzar la
pelota contra el cristal. Se inclinó hacia abajo, con los ojos
escrutando la parte superior de los vasos de plástico. Al
apartarme, me quedé embelesado al ver su seductor escote
entre los pechos, que se adivinaban en su vestidito negro.
También tenía un poco de maquillaje oscuro alrededor de los
ojos verdes, lo que aumentaba el efecto.
Joder, qué sexy estaba.
Pensé que no tenía nada de malo imaginarme esos ojos
mirándome fijamente, con Jade de rodillas y sus labios
carnosos alrededor de mi polla. Entonces, interrumpí la
fantasía antes de que mi cuerpo pudiera ir demasiado lejos.
Cuando por fin lanzó la pelota de ping-pong y la hizo
aterrizar directamente en el cristal del centro, el regocijo que
iluminó su rostro me hizo sentir una punzada en la ingle. Me
encogí de hombros, entré en la habitación y empecé a dar
palmadas lentas y condescendientes.
“Muy bien, novata”.
Sus ojos se entrecerraron y sonreí automáticamente.
“Me llamo Jade, pero tengo la sensación de que ya lo
sabes”.
“Da igual”, dije, haciéndola enfadar a propósito.
Funcionó a las mil maravillas. Se encogió de hombros y se
apoyó los puños en las caderas, acentuando sus curvas
seductoras y realzando al mismo tiempo sus pechos chillones.
Ni siquiera intenté disimular cómo lo notaba, recorriendo
su cuerpo con la mirada en señal de agradecimiento.
En aquel momento, casi podía ver el vapor que salía de sus
orejas…
“Joder, ¿tanto te diviertes comportándote como un capullo
insufrible?”.
“Por supuesto”, respondí.
Jade empezó a girar sobre sus talones y a salir del
comedor, separando a la multitud de chicos, en su mayoría
cachondos, que había atraído hacia sí sin darse cuenta.
Intenté detenerla, levantando un poco la voz.
“¿Cuál es tu problema, Jade? ¿Eres demasiado una gallina
para terminar tu juego conmigo mirándote?”.
Su postura se endureció, se despeinó mientras se giraba y
volvía a mirarme.
“No me das miedo, guapito“.
“Así que admites que soy guapo”, dije, levantando una
ceja en señal de desafío.
Me hizo bastante gracia, sobre todo cuando los labios de
Jade se tensaron en una fina línea de enfado y volvió a poner
las manos en las caderas.
Me pregunté qué se sentiría al acabar en la cama con ella y
qué sonidos haría de placer; si se derretiría como la
mantequilla en mis manos.
“Claro que lo admito”, se rindió, con la voz un poco
entrecortada. Sin embargo, solo se estaba preparando para su
siguiente ataque, así que soltó su comentario cortante como
una flecha. “Pero eres tan guapo como un muñeco, como Ken
de Barbie. Producido en serie, poco original y francamente
poco inspirador”.
El murmullo que se elevó por todo el comedor fue en parte
de risa. Me volví hacia ellos e inmediatamente se callaron,
como plebeyos que recuerdan volver a sus asientos.
¿Cuándo había sido la última vez que alguien del instituto
Coldwater había tenido el valor de decirme algo así?
Diablos, incluso la gente de fuera de la escuela solía
tratarme como a un príncipe, ensalzando la riqueza de mi
familia sin tener en cuenta mi actitud.
Y lo que era más importante, ¿por qué la desvergüenza de
Jade me intrigaba más de lo que me enfurecía?
Una cosa era cierta. La recién llegada estaba alterando las
cosas en nuestro territorio.
Solo que no sabía si lo hacía de forma positiva o
demasiado negativa…
4
JADE

S olo había bebido un vaso y medio, pero cuando había


insultado a Xander, en medio de su fiesta, me había dado
cuenta de que el alcohol se me había subido a la cabeza.
Aún estaba aprendiendo a entender bien mi nueva identidad,
pero realmente había ido demasiado lejos, teniendo en cuenta
que él también era el anfitrión.
La buena chica que solía ser, Hannah, en realidad nunca se
emborrachaba. Apenas había probado a tomar unos tragos
robados del lujoso armario de licores de mis padres durante las
fiestas de pijamas, y mis risueñas amigas y yo siempre
escupíamos el vil líquido por el fregadero de la cocina. Por
supuesto, en mi antiguo colegio había muchas fiestas donde se
bebía y se realizaban otras actividades ilícitas. Owen iba a
menudo, pero nunca había querido llevarme. En aquel
momento pensé que quería cuidarme y evitar que me metiera
en líos; además, siempre me decía que no me gustaría, que no
era mi ambiente ideal. Ahora me doy cuenta de que no me
llevaba allí porque las fiestas estaban llenas de putillas.
Le resultaba mucho más fácil ligar con otras chicas sin que
su novia se interpusiera en su camino.
“Me alegra saber lo que piensas de mí”, comentó Xander
tras un largo momento de expectación. “Al menos, además de
ese bonito cuerpo, también tienes algo de carácter”.
Sentí que se me sonrojaban las mejillas, pero no era solo
por la vergüenza. La forma en que Xander Townsend me
miraba podía parecer tan fría y calculadora, pero bajo aquellos
gélidos ojos azules había un hambre lobuna, que a primera
vista alguien menos concentrado en cada uno de sus
movimientos podría haber confundido con una apatía total.
Solo pretendía mantener el control, pero, en realidad, quería
llevarme a la cama.
“Si vas a decir cosas así, al menos tráeme una copa antes”,
repliqué. Leah, a quien podía ver al fondo de la habitación
observando la escena, emitió un ‘Oh’ de ánimo. Esto me hizo
sonreír a pesar de que se me había ocurrido una idea realmente
mala, aunque no por ello menos atractiva. “De hecho, tómate
otra tú también. ¿Qué tal si bebemos juntos, guapo?”.
“Oh, no, yo diría que podríamos hacer algo más
interesante. ¿Un juego, tal vez?”, dijo.
Maldita sea. Era imposible que esto llevara a algo bueno.
Sin embargo, mi terquedad, mi reticencia a dejarle ganar, me
hizo morder el anzuelo y preguntar: “¿Qué clase de juego?”.
Se acercó a mí, despacio pero con firmeza. Ni siquiera me
estremecí cuando se acercó a menos de un metro de mí, lo
bastante como para que viera su rostro apuesto y sus ojos
azules aún más hambrientos que antes.
Joder, estaba buenísimo.
“Quiero conocerte mejor, preciosa”, dijo Xander casi
ronroneando. “Un Verdad o Reto a la antigua podría ser
interesante. Pero te advierto que no te lo pondré fácil”.
“¿Qué tenemos, doce años? Nada de Verdad o Reto. Nunca
lo he hecho”, repliqué, pensándolo mientras las palabras salían
de mi boca. “Tomemos una buena copa juntos y luego ya
veremos”.
Los labios de Xander se ensancharon en una sonrisa
diabólica.
“Eso podría funcionar. Aunque te garantizo que mis
verdades serían mucho más interesantes”. Se encogió de
hombros. “Soy demasiado bueno contigo”, añadió.
Puse los ojos en blanco hasta el punto de sorprenderme de
que no se me cayeran de la cabeza al suelo.
“No te conozco de nada, Xander Townsend, pero dudo que
alguien pueda describirte como un tipo condescendiente.
Apostaría dinero a que sí, pero quizá me equivoque. Pronto lo
veremos basta…”.
La multitud de compañeros que se había reunido a nuestro
alrededor para aquel pequeño y maravilloso espectáculo soltó
algunos abucheos con comentarios picarescos. Los miró y
todos se callaron, al ver el miedo y el respeto que sentían por
Xander.
Mientras le observaba intimidar a sus compañeros con una
sola mirada, se me ocurrió una idea realmente descabellada.
Puede que fuera un gilipollas de talla mundial, pero al menos
decía las cosas como eran. En muchos aspectos, Xander podría
haber sido igual que Owen. Habían crecido juntos y ambos
tenían caras bonitas que les permitían salirse con la suya en
casi todo. Pero mientras Owen me había atraído al principio
con su falsa dulzura, Xander tenía algo genuino en su gélido
exterior. No era una actuación ni una especie de mecanismo de
defensa y no se molestaba en intentar ser alguien que no era
para llamar mi atención. Xander tenía confianza en sí mismo y
le gustaba que le temieran.
Por Dios, si estaba empezando a admirar su sinceridad,
quizá Owen me había hecho más daño en el cerebro de lo que
pensaba.
“Tú lo has dicho”, dijo Xander, con la mirada fija en la mía
en una clara táctica intimidatoria. No quise rendirme. “No me
conoces. Así que vamos a conocernos, ¿vale?”.
Con un gesto indiferente de las manos, todos los
compinches de Xander se apresuraron a preparar el juego antes
de que yo pudiera oponerme.
Cogieron una botella de algún tipo de brebaje de frutas que
no era ni de lejos tan alcohólico como el licor que nos habían
servido. El hecho de que yo hubiera sido tan estúpida y
achispada como para retar a Xander a un juego de beber, y
aunque él pareciera completamente sobrio y fuera mucho más
alto que yo, no significaba que fuera tan boba como para
asquearme con chupitos de vodka.
“Las damas primero”, dijo y yo negué con la cabeza.
“Tienes tanta curiosidad por mí que empiezas tú primero”.
“Me parece justo”. Se quedó pensativo durante un largo
momento y luego dijo: “De todas formas, nunca me transferí
misteriosamente a otro instituto en mi último año”.
Maldita sea. Debería haberlo previsto.
Mientras nuestros espectadores se reían entre dientes, bebí
un sorbo rápido del vaso que tenía en las manos, y luego
contesté: “Y yo nunca he estado con nadie sin siquiera haberle
enviado un mensaje”.
Era una posibilidad remota, pero también me parecía una
apuesta segura. En el pasado había obtenido esa información
de Owen, que siempre parecía envidiar la forma en que su
amigo trataba a las chicas.
Xander enarcó una ceja, cogió un chupito de la mesa y se
lo bebió en un segundo.
¿Estaba subiendo la apuesta en respuesta a mi primer
movimiento o solo intentaba demostrar su hombría manejando
más bebida?
No importaba. En cualquier caso, no iba a dejarle ganar.
“A diferencia de… alguien… nunca me he acostado con
un tío al que le importe una mierda dónde tengo el clítoris”,
dijo Xander sin rodeos y sentí que toda mi cara se ruborizaba.
Sin duda había oído eso de mi ex. Owen y yo habíamos pasado
buenos momentos, pero sexualmente nunca se había
preocupado por mi placer. Cuando había perdido la virginidad
con él, se había portado bien conmigo, asegurándose de no
hacerme daño. A partir de entonces, cada vez que
manteníamos relaciones sexuales, solo se preocupaba de su
propio placer, sin atender al mío.
Cuando levanté el vaso para llevármelo a los labios, sentí
un poco de vergüenza, pero luego me encogí de hombros y me
lo bebí. No me avergonzaba en absoluto haberme acostado con
alguien que, al menos la primera vez, se había preocupado por
mí. A pesar de los valores excesivamente tradicionales que
mis padres habían intentado imponerme, no veía motivo
alguno para avergonzarme del sexo. Lo único que lamentaba
era no haberme dado cuenta de quién era realmente Owen
hasta mucho después: me había permitido ser tan vulnerable
con alguien a quien no le importaba lo más mínimo darme
satisfacción, sexualmente hablando o de otro tipo.
“Es una pena”, comentó Xander, mirándome fijamente a
los ojos como si buscara algo importante. “Un cuerpo así solo
debería ser venerado”.
La multitud que nos rodeaba pareció tomar aliento. Juraría
que algunas de las chicas que presenciaban la escena también
se abanicaban el rostro bajo las tenues luces de la gran sala.
Incluso cuando la energía sexual de su declaración me
recorrió el cuerpo, instalándose entre mis piernas, no quise
ceder ni un ápice.
Parecía como si quisiera burlarse de mí, así que respondí
de sopetón: “¿Te has masturbado alguna vez pensando en la
novia de un amigo íntimo?”.
La risa molesta de Xander sonó como una bofetada. Hizo
un gesto con el vaso para indicar que no bebería. Maldita sea.
Me esforzaba por asestar golpes perfectos, por descubrir los
secretos que esperaba desenterrar. También intentaba pensar en
cuál podría ser mi siguiente frase, cuando él replicó.
“Una cosa que deberías saber de mí, Jade, es que siempre
consigo lo que quiero. Nunca he tenido que suspirar por algo
inalcanzable”.
Tragué saliva y esperé su siguiente movimiento, pero
entonces Bryce se acercó a él y le tocó el hombro en señal de
compañerismo.
“¿Qué pasa aquí, Xan? ¿Estás jugando con la nueva
muñeca que viene de lejos?”.
Lo único que podía romper la tensión sexual entre Xander
y yo, al parecer, era la participación de una tercera persona.
Miré a Bryce, cuya sonrisa desenvuelta me cabreó. Yo no
era la muñeca de nadie, no desde que había dejado de serlo de
Owen…
“Nuestra novata me retó a beber”, explicó Xander a Bryce
sin apartar la vista de mí. Sus ojos se deslizaron hasta mis
pechos y se detuvieron allí. “Por cierto, ahora es mi turno,
¿no? Así que…” Me miró con intenciones algo incómodas.
“Solo quería confirmar… Un amigo mío, al que conocías muy
bien, me dijo que siempre te atragantabas cuando se la
chupabas… aunque no la tuviera muy larga”.
Bryce se atragantó con su propio whisky mientras me
miraba. Sonreí dulcemente a Xander y me encogí de hombros.
“Es curioso, Xan. Yo no tengo ese tipo de problema. A mí
nunca me da la sensación de sequedad…”.
Prácticamente podía oír el rechinar de dientes de Xander
por la forma en que estiraba su molesta y perfecta dentadura.
La risa de Bryce, algo hilarante y alegre, se elevó por encima
del escandalizado parloteo de la multitud. Se movió por la
sala, pasando del lado de Xander al mío con zancadas largas y
lánguidas. Dios, cuando estuvo frente a mí parecía enorme, de
metro ochenta y con un físico increíblemente atractivo. Me
sorprendió con una sonrisa e hizo lo mismo que había hecho
con Xander: me puso una mano amistosa en la espalda y su
cálida palma se encontró con la piel desnuda por encima de mi
vestidito
“Vale, querida novata”, dijo Bryce con sincera admiración.
“Es muy emocionante ver que hay fuego en ti. Quiero formar
parte de tu equipo”.
Estaba borracha y veía el mundo al revés: Bryce Fisher
parecía agradable y divertido. Era un poco grosero, claro, pero
era la primera vez que lo veía juguetón y amistoso y no como
un matón acérrimo.
“Traidor”, exclamó Xander, y mientras Bryce y yo nos
reíamos juntos como si fuéramos cómplices, el juego continuó.
Al oír la ira contenida que emanaba de Xander, sentí que
ya había ganado.
5
BRYCE

V er a Jade machacando a Xander durante aquel juego era


mi nueva actividad favorita. La diversión era
probablemente mi mayor motivación en todo momento,
especialmente en las fiestas de Xander, y maldita sea, aquella
chica estaba resultando más divertida de lo que esperaba.
Aquella noche mi misión era conseguir que mis dos
mejores amigos también se divirtieran de una maldita vez…
pero Jade Wells lo estaba consiguiendo más que yo. Fue muy
amable por su parte ayudarme sin que yo se lo pidiera.
Quizá la chica nueva, con todas sus extravagantes
cualidades, es justo lo que necesitamos, pensé.
Dane y Xander llevaban demasiado tiempo arrastrando sus
flácidos traseros. Al principio de la velada, mientras yo bailaba
y flirteaba y me divertía de verdad, a Dane le gustaba
merodear por rincones oscuros y observar a la gente, con una
expresión que decía que solo estaba allí porque se había visto
obligado a hacerlo. Xander no había hecho más que hablar de
lo aburrido que estaba, pero mi madre me había enseñado que
si uno se aburría, se volvía aburrido a su vez y por eso yo
siempre había intentado ser todo lo contrario.
Sin embargo, a Xan no le gustaba que le dijeran eso. A
veces era tan sensible como una mariquita. Nunca habría
sobrevivido creciendo con mis despiadados hermanos
mayores.
La gente pensaba que yo era un matón. Claro, puede que a
veces me pasara con las bromas, pero mis verdaderos amigos
sabían que en realidad no lo era. No sabían cómo mis
hermanos mayores se habían reído de mí toda la vida y cómo
me había jurado a mí mismo no volver a ser una víctima.
Por fin tenía el control de mi vida, sacudiéndome de
encima el pasado y prometiéndome que nadie volvería a
dominarme.
“Maldita sea, Xan”, dije, ignorando el hecho de que los
ojos de Xander se habían oscurecido como si quisiera
matarme. “Esta novata está arruinando tu perfecta reputación y
solo lleva aquí una semana. Muy impresionante”.
Jade sonrió con suficiencia, e incluso me chocó los cinco.
Era tan interesante la facilidad con la que podía pasar de
picante a dulce… y definitivamente quería saborearla.
Unos minutos antes, había estado buscando a Dane cuando
me había cruzado con Xander y Jade, enzarzados en un
desafío, y la escena que había encontrado era demasiado
divertida para dejarla pasar.
El pelo pelirrojo de aquella chica tan sexy era salvaje,
espeso y bien peinado, y hacía juego con su sensual vestidito
ajustado. La energía que desprendía en oleadas era puro poder
y por un momento pensé en cómo desataría ese poder en la
cama.
Nunca me habían rechazado, así que tal vez Jade no
tardaría en divertirse conmigo. No había nada malo en
relajarse un poco.
Sin embargo, de repente vi que Jade se ponía rígida a mi
lado. Xander iba por la mitad de su pregunta, pero ella parecía
no haber oído sus palabras mientras miraba fijamente entre
nosotros con sus grandes ojos verdes. Antes de que pudiera
decir nada, había desaparecido en una nube de humo,
atravesando la multitud a una velocidad de vértigo.
“¿Qué demonios?”, exclamó Xander, volviéndose para
mirarla mientras salía de la sala y se dirigía a la puerta trasera.
Tenía una expresión cabreada en la cara.
A mí tampoco me entusiasmó la huida de mi nueva
muñeca favorita, así que me puse al lado de Xander mientras
los demás curiosos se dispersaban.
“Parece que haya visto un fantasma”, dije en voz alta, y me
sorprendió el nivel de preocupación que había empleado.
¿Por qué demonios iba a preocuparme por una chica a la
que no conocía de nada? Y lo que era peor, ¿por qué aquella
preocupación hizo que una especie de sentimiento protector se
alzara en mi pecho, como si quisiera golpear a lo que fuera que
la había asustado?
“Típico de alguien que no quiere perder”, dijo Xander
burlonamente. Ocultó su reacción ante la desaparición de Jade
Wells y lo hizo con la altivez que llevaba como una coraza.
“Seguramente sabía que se metía en problemas por jugar
conmigo”.
“No todo en el mundo gira a tu alrededor, tío”, le dije sin
pensar.
Aquella mirada afilada solía reservarse para la gente por
debajo de nuestro estatus social, y enfrentarme a él me hizo
estremecerme un poco. Sin embargo, ya me había enfrentado a
rivales que me doblaban en tamaño en el campo de fútbol, así
que no me asustaba.
Además, Xander era mi amigo. Le conocía desde que era
un niño y llevaba aparato en los dientes.
Suspiró. “Claro que no, pero últimamente parece que todo
gira en torno a Jade. Eso no me gusta”.
“Es una chica… luchadora”.
“Quizá necesite un poco de disciplina”, comentó Xander, y
me asaltó la imagen de Jade de rodillas, suplicante. Mi polla se
crispó, pero me obligué a no pensar en ello.
Xander parecía estar imaginando lo mismo. Había una
especie de tensión en su mandíbula, una mirada aturdida en
sus ojos.
¿Estaba tan obsesionado como yo con aquella chica
nueva? ¿Y qué habría significado eso para nuestra amistad?
Por Dios, ¿qué habría significado para los dos estar
obsesionados con la misma chica por primera vez? En el
pasado solo me habían interesado los coños en general y ahora
incluso me sentía protector con Jade Wells y casi arrepentido
de que se hubiera marchado.
Era mucho más fácil interesarse por una chica solo por el
sexo.
De eso se trataba, ¿no?
No conocía a Jade Wells lo suficiente como para
preocuparme por su corazón bajo aquellas increíbles tetas.
Mientras cavilaba, Xander me observaba, sus ojos azules
parecían escrutarme. Era demasiado listo para no entender las
cosas.
“Creo que sé exactamente qué podría ayudarla a mantener
bajo control su actitud exuberante. Y creo que tú también
piensas lo mismo”, añadió.
Vale, sí, tenía razón: yo también pensaba lo mismo.
Xander siempre había conseguido todo lo que quería y
nunca había tenido que competir con nadie para conseguirlo.
Era el más listo, rico y seguro de sí mismo de los tres, lo
cual era aún mejor porque Dane y yo siempre estábamos a su
lado, aunque fuéramos menos ricos y menos seguros de
nosotros mismos.
En realidad, había dejado atrás mis inseguridades cuando
un verano crecí quince centímetros. Me había fortalecido y me
había convertido en un hombre fornido.
Mis miedos a no ser lo bastante bueno me habían
pertenecido cuando era un hermano pequeño que se
acobardaba bajo la mesa de la cocina ante el autodenominado
humor de Devin y Mitch.
Ahora me había convertido en atleta y, además, había
crecido en una familia despiadadamente competitiva: si
hubiera querido a aquella chica, lo habría conseguido. Le
dediqué una sonrisa a Xander, dejándole entrever la respuesta
implícita en mi mirada antes de responderle. “Oh, confía en
mí. Ya tengo unas cuantas ideas en la cabeza”.
6
JADE

E l único pensamiento que tenía en la cabeza mientras


atravesaba a toda prisa la casa de los padres de Xander
era: ‘Aquí no puede alcanzarme’.
Había empezado en el momento en que vislumbré la
estúpida cara de suficiencia de Owen Prescott al otro lado del
umbral del comedor. Estaba en el salón, charlando con una
chica que no era su novia. Típico cabrón de mierda.
Lo siguiente que recuerdo es que había salido con el piloto
automático. Hacía un poco de frío en el patio de Townsend,
pero eso no impidió que un grupo de chicos de la Coldwater
hicieran honor a su nombre escolar, retándose a meterse en la
piscina. Sus estruendosas risas y gritos de sorpresa cuando se
lanzaban al agua hacían de fondo.
La casita que había junto a la piscina parecía un escondite
seguro. Cuando llegué a ella, descubrí que la puerta estaba
abierta, aunque dentro no había ninguna luz encendida. Una
vez dentro y cerrada la puerta, respiré hondo.
Sin embargo, cuando los latidos de mi corazón empezaron
a calmarse, me di cuenta de que se oían ruidos procedentes de
mi izquierda. Fuertes gemidos y luego bofetadas y una voz
jadeante.
Maldita sea. ¿Era lo que creía que era?
Por alguna estúpida razón, mis pies me llevaron hacia
aquellos gemidos. Debería haberme dirigido en dirección
contraria y lo sabía bien mientras avanzaba lenta y
silenciosamente hacia la oscuridad. Había una pequeña puerta
abierta al final de la habitación y cuanto más me acercaba, más
claro me parecía que alguien estaba practicando sexo allí
dentro. Un sexo muy bueno, al parecer. Entonces oí gemidos
femeninos que fueron interrumpidos por un grito ahogado.
“¡Dios mío, Dane!”
Espera. ¿Había oído bien? Se me trabaron los pies, pero
me incliné hacia delante, arqueando un poco el cuello para
asomarme por la rendija de la puerta. Era imposible que me
topara con la conquista sexual de Dane Schwartz. Debía de
haber oído mal: cualquier nombre podía sonar a Dane.
Sin embargo, por la parte de atrás de su cabeza me di
cuenta de que no había oído mal y que la chica había soltado
un grito de éxtasis.
Su pelo oscuro caía artísticamente, sus ropas negras, sus
hombros anchos, sus brazos suaves y bien esculpidos
agarraban un par de piernas abiertas, sujetando sus rodillas
alrededor de las caderas de él mientras empujaba. No me había
equivocado.
Como estaba de espaldas a mí y su compañera
presumiblemente estaba tumbada en la cama, no podía ver
gran cosa, pero vi que los pantalones de Dane estaban
desabrochados y caían, dejando al descubierto la pálida
redondez de su trasero. Mis ojos se fijaron en sus músculos
fuertes y esculpidos, absolutamente mordaces.
Mi corazón se aceleró y mis pezones asomaron bajo la fina
tela de mi escotado vestido. Me costó no soltar un gemido.
Sabía que estaba mal mirar. Diablos, había sido un error no
haberme dado la vuelta cuando oí los gemidos en el momento
en que sospeché en qué me estaba metiendo. Aun así, el
erotismo absoluto de aquella escena era demasiado
hipnotizante como para apartar la mirada.
Dane follaba como… bueno, como alguien mucho más
experimentado de lo que había sido mi única pareja.
El movimiento de sus caderas era tan fluido y seductor que
de repente sentí que mis paredes internas se tensaban como si
fuera yo quien estuviera cogiendo su polla. Aún más loco fue
el hecho de que, por un absurdo segundo, deseé que fuera
verdad.
Le odias, repetí en mi cabeza, mientras veía sus dedos
clavarse en la carne de su muslo con una posesión sexy que
dejaría huella. Su otra mano se apartó de la pierna de ella,
desapareciendo delante de él. El agudo sonido que emitió la
chica me hizo darme cuenta de que había encontrado una
forma de aumentar su placer y quise saber qué le había hecho.
¿Le había pellizcado un pezón? ¿Le había frotado el
clítoris con movimientos expertos?
Sentí un deseo ardiente recorriendo mis piernas y me
retorcí.
Al parecer, había sido un error. Toda aquella estúpida
noche había sido un error, pero aquel pequeño movimiento, un
intento de aliviar parte de la necesidad que palpitaba en mi
cuerpo mientras participaba en mi primer acto de voyeurismo,
fue con diferencia el mayor paso en falso. Una tabla del suelo
crujió con fuerza, casi cómicamente, como un efecto de sonido
exagerado de una película. Por desgracia, mi reacción fue
mala. Me quedé helada y entonces la cabeza de Dane se giró
bruscamente y sus ojos oscuros se fijaron en los míos.
En un instante, todo se hizo añicos. Dane y su nueva
conquista se separaron bruscamente, haciendo que la chica se
cubriera a toda prisa. Salió corriendo de la habitación,
maldiciendo con vehemencia al pasar junto a mí y salir de la
casita de la piscina, con las piernas temblándole de
incomodidad.
Tomando su marcha como una señal de advertencia, me di
la vuelta, instando a mis pies congelados a moverse. Sin
embargo, antes de que pudiera dar más de un par de pasos,
Dane me agarró de la muñeca, impidiéndome escapar. Me
volví rápidamente hacia él, con la cara encendida por la
vergüenza, aunque intenté convertirla en ira.
“¡Suéltame!”, exclamé, pero él soltó una carcajada cruel.
“¿No es una situación absolutamente deliciosa, sobre todo
teniendo en cuenta lo que acabas de presenciar?”, se burló. Su
agarre de mi muñeca seguía firme. “¿Necesitas ver a otros
ocupados follando, novata? ¿Eres incapaz de darte satisfacción
sexual por ti misma y por eso recurres a estos trucos para
poder espiar a los demás mientras lo hacen?”
“Vete al infierno”, exclamé.
“Oh, cómo te gustaría que lo hiciera, ¿verdad?”, replicó
Dane, escrutando mi cuerpo con una mirada que encerraba
tanta lujuria como repugnancia. “De ninguna manera me
moveré de aquí. Y si esperas que te folle, te digo que no ahora
mismo. Puedo encontrar fácilmente todas las chicas que quiera
sin rebajarme ante una desesperada como tú”.
Me acercó más a él, atrapándome contra su frente al
ponerme un fuerte brazo alrededor de la cintura, mientras su
polla presionaba violentamente contra mi estómago gracias a
sus vaqueros desabrochados. La excitación me invadió como
una ola y tragué con fuerza para contenerla, electrocutándole
con toda la rabia que pude reunir.
“¡Suéltame!”, exigí, a pesar de que mi cuerpo decía todo lo
contrario.
“No estoy seguro de que hayas aprendido la lección”,
gruñó contra mi oído, y una imagen se abrió paso en mi cabeza
que no hizo más que amplificar el calor bajo mi piel: un Dane
furioso poniéndome sobre su regazo y azotándome, dejándome
marcas rojas en el trasero desnudo, igual que las que había
dejado en la chica a la que se estaba follando.
Maldita sea, ¿por qué aquella situación era tan excitante?
Solo me daban ganas de cabrearlo aún más con la
esperanza de que pusiera en práctica mi fantasía.
Venganza, Jade, repetí en mi cabeza. Recuerda por qué
estás aquí.
La tensión irradiaba entre nosotros. Mi respiración era
agitada, como si me hubiera tocado en algún lugar muy
íntimo, y la expresión de Dane estaba llena de ardor, sus ojos
oscuros eran seductores.
“Me deseas, ¿verdad, Jade? Admítelo”. Su voz era sensual
y profunda en mi oído, su aliento me hacía cosquillas en los
tirabuzones y me estremecía.
Casi involuntariamente, me acurruqué más contra él. Me
costó contener un gemido cuando Dane volvió a apretar su
dura polla contra mí y dijo: “¿Quieres terminar lo que ella
empezó, cariño?”.
Esta vez gemí de verdad. El tono tranquilo de su voz, la
forma en que me apretaba cada vez más: era demasiado.
Ya no tenía la sartén por el mango, y al principio ni
siquiera estaba segura de tenerla.
Solo había una forma de conseguir que soltara su agarre
sobre mi cuerpo y me quitara aquellas manos fuertes y sexis de
encima.
Con una mirada de desafío, miré fijamente a Dane durante
un largo e intenso segundo antes de agarrarle la nuca y tirar de
él hacia abajo para saborear su boca con la mía.
7
DANE

E l beso de Jade fue salvaje, casi violento, un choque de


labios y lenguas y una mezcla de suspiros jadeantes
dictados por el momento. La forma en que la atraje
contra mí, manoseando su trasero con una satisfacción que iba
directa a mi ingle, me había parecido completamente natural.
No sabía exactamente qué podía esperar de aquella nueva
chica sexy, pero la pasión que estaba mostrando sin ningún
reparo no coincidía en absoluto con la imagen que tenía de ella
en mi cabeza: una buena chica que quería ser interesante solo
para ganarse la aprobación de los demás.
Lo que estaba ocurriendo me parecía mucho más real que
su pelo teñido o los vislumbres de falsa garra que había
mostrado cuando había intentado discutir verbalmente
conmigo.
Sus manos estaban frenéticas, una me agarraba el pelo
mientras la otra me arañaba la espalda como si quisiera
desgarrarme la camisa. Solo me separé de ella un segundo para
quitármela de la cabeza, tirándola al suelo. Un momento
después aproveché para tirar de su vestido por el cuerpo hasta
que cayó a sus pies.
No llevaba sujetador y sus tetas llenas y redondas eran
mejores de lo que había esperado. Eran turgentes y firmes,
rematadas por unos pezones sonrosados que ansiaba llevarme
a la boca.
Pasé mi mirada hambrienta por el resto de su cuerpo: su
vientre, sus caderas perfectas y luego la pizca de humedad que
distinguí en la parte delantera de sus bragas de encaje. Eran
blancas, como habría esperado de una chica tan buena; no, tal
vez eran de un azul pálido… ¡Solo sabía que quería
arrancárselas con los dientes!
Cuando volví a besarla, tomando la iniciativa, casi jadeó
entre mis brazos, rodeando mis caderas con las piernas. La
levanté y la conduje hacia la cama, girando para que se sentara
a horcajadas sobre mí.
Me rodeó los hombros con los brazos, tirándome de las
puntas del pelo.
Cuando Jade había llegado y nos había espiado, yo ya
llevaba un rato empalmado, pero aún no me había corrido. En
cualquier caso, la chica con la que me estaba acostando ya
estaba completamente olvidada. Había sido una más en una
larga serie de distracciones.
En cualquier caso, seguía duro como el acero, excitado por
la idea de que Jade me hubiera visto follando con otra persona
y por el ansia sexual que emanaba de los dos. Mientras ella
mecía sus caderas contra mí, sentí cómo mi erección golpeaba
contra sus bragas tentadoramente empapadas. Solo una capa
de encaje me impedía alcanzar lo que sabía que sería el
paraíso.
Ella parecía igualmente excitada por esa posibilidad. Su
pequeña mano bajó e intentó agarrarme la polla, pero la detuve
agarrándola de nuevo por la muñeca.
“Solo las chicas obedientes pueden tener mi polla”, le dije,
siguiéndole el juego. “Y tú no has sido muy dócil esta noche”.
Sus ojos se llenaron de pasión, luego soltó la mano y giró
las caderas, frotándose en mi polla para que yo pudiera sentir
un poco de lo que me esperaba. Maldita sea, ¡quizá debería
haberlo hecho! Follármela sin restricciones y disfrutar de su
cuerpo. Perseguir ese orgasmo que la otra chica no había
tenido tiempo de darme.
Sin embargo, Jade no se lo merecía. Concederle el éxtasis
de ser llenada por mí habría sido una recompensa fácil y no
podía permitirlo, aunque lo deseara más de lo que creía
posible.
Aun así, la necesidad que había en su voz cuando pasé mis
labios por su garganta y ella pronunció mi nombre al oído…
bueno, era difícil detenerse.
Necesitaba hacerle saber el poder que podía ejercer sobre
su cuerpo, haciéndola mía en todos los sentidos posibles.
Mientras le mordisqueaba la piel sensible donde el cuello
se unía con el hombro, le agarré el culo con fuerza,
empujándola contra mí. Su jadeo tembloroso me hizo pensar
que ya estaba a medio camino del orgasmo. Estaba tan
necesitada y apenas la había tocado.
Para elevar el nivel de tensión sexual, bajé y apreté la cara
entre sus tetas, pasando la lengua de un pecho al otro y
chupando sus pezones turgentes.
Maldita sea, el sabor salado de su piel, su calor, me
hicieron empujar aún más fuerte contra su cuerpo, deseando
que desaparecieran los pocos trozos de ropa que nos
separaban. Cuando le chupé los pezones, ella gimió, así que
los mordí ligeramente con los dientes. Me tomé mi tiempo
para dedicarle mi cálida atención, y luego pasé mi mano
derecha entre sus muslos.
No me molesté en provocarla, no rastreé su humedad con
un dedo desde el exterior ni mostré ninguna ternura en mi
exploración. Me limité a quitarle las bragas y sumergirme con
los dedos en su empapada tibieza, encontrando enseguida su
hinchado clítoris y rozándolo simplemente para torturarla.
Jade maldijo, echando la cabeza hacia atrás para que sus
cabellos se balancearan por encima de mis rodillas.
Le solté los pechos, abofeteándola con fuerza, y luego le
agarré la cara mientras le metía un dedo con la otra mano.
La besé con fuerza para poder saborear su grito de placer.
Jade empezó a cabalgar mi mano con movimientos rápidos
y bruscos. Ya no se preocupaba de nada, excepto de alcanzar el
orgasmo. Así que llené su apretado coño con un segundo dedo,
disfrutando de cómo se estrechaba a mi alrededor y de cómo
me mordía el labio inferior con una mezcla de gratitud y
frustración.
Sonreí contra su boca mientras le masajeaba lentamente el
clítoris con el pulgar.
Gracias a unos cuantos círculos rápidos y firmes contra sus
nervios sensibles y a los correspondientes empujones de mis
dedos que la llevaban al límite, por fin sucedió: sus paredes
internas se tensaron sobre mis dedos, ella tuvo un espasmo y
luego soltó un grito de placer.
Se aferró a mis hombros para encontrar un punto de apoyo
mientras cabalgaba en su placer, que continuó gracias a mis
cuidadosas maniobras. El balanceo de sus hermosas tetas
desnudas mientras intentaba recuperar el aliento fue casi
suficiente para que me corriera en los pantalones.
En lugar de eso, aguanté hasta que se calmó y retiré
lentamente los dedos de su coño. Entonces sus latidos se
estabilizaron y me miró con los ojos muy abiertos mientras yo
me metía los dedos en la boca y chupaba sus fluidos calientes,
con una mueca de satisfacción en los labios.
La expresión de su cara me hizo algo. Era dulce, casi
asustada como un cachorrito perdido.
Tal vez fuera solo la rudeza de aquel momento, la
intimidad de su sabor aún en mi lengua, que de algún modo
llegaba a mi cerebro. Casi quería atraerla contra mí, abrazarla
fuerte, respirar el aroma de su pelo, pero eso habría sido
estúpido, por no decir totalmente contrario a todo lo que yo
representaba.
Podría haber sido agradable verla venir, pero aquella chica
seguía siendo una nulidad que no merecía la atención que yo
ya le había prestado. No era diferente de cualquier otra alumna
de nuestro instituto.
Tuve que recordármelo un par de veces antes de conseguir
decir algo.
“Bien. Se acabó. Ahora, niñita, ¿me harías el favor de salir
de aquí y decirle a mi amiguita Gina que puede volver y
terminar el trabajito que hemos interrumpido antes?”.
Jade se apartó de mí como si la hubieran abofeteado. Casi
se cae de mi regazo en un intento de alejarse de mí lo más
rápido posible. Luego volvió corriendo hacia la puerta, donde
su vestidito seguía en el suelo.
“Eres un gilipollas”, dijo. La miré descaradamente
mientras volvía a meterse en su ajustado vestido.
“Lo siento, ¿quieres quedarte a vernos follar un poco
más?”, dije con una sonrisa, ignorando la culpa que se apoderó
de mí en cuanto vi que sus ojos brillaban con lágrimas no
derramadas.
No es tu problema, Schwartz, me dije. “No creo que a Gina
le guste tener a alguien mirando, así que no pienso que te deje
quedarte. Si quieres, siempre puedes chupármela”.
Su arrebato de furia se convirtió casi en un gruñido. Se
pasó una mano por los ojos, emborronándose el maquillaje,
pero secándose las lágrimas antes de que pudieran correr por
su cara.
“¡Puedes chupártela tú mismo, gilipollas! O siempre
puedes pedirle a uno de tus estúpidos amigos de mierda que lo
haga por ti”.
Salió de la habitación y luego de la casita junto a la
piscina, dejándome aún con la polla dura.
Cuando la puerta se cerró tras ella, me encontré en
completa oscuridad, enfrentado a una nueva sensación que
nunca antes había experimentado. Como si sintiera un poco de
pena por lo que había dicho, aunque desde luego yo no era de
los que se disculpan.
El arrepentimiento en el fondo de mi garganta surgió como
una ola de remordimiento por haberla tratado como siempre
había tratado a todo el mundo.
¿Qué demonios me estaba pasando? ¿Qué me estaba
haciendo Jade Wells?
8
JADE

D espués de un comienzo de fin de semana tan agitado, no


tenía esperanzas de hacer nada. Me atormentaban las
fantasías y los recuerdos de la boca de Dane en la mía,
de su mano en mis bragas, reclamando su posesión de una
forma tan sexy que amortiguaba la ira que había desatado en
mí. Y también estaban los sueños reales: escenarios eróticos
con imágenes vívidas del culo de Dane, de mis caderas y
muslos en sus manos, de su pelo alborotado y mucho más.
Lo peor era que Dane no era el único presente en las
fantasías que rondaban mi subconsciente. También soñaba con
los ojos azules de Xander y los anchos hombros de Bryce, y
todo ello hacía que me despertara sudorosa y agitada,
necesitando desahogarme con la ayuda del vibrador que había
pedido en secreto por Internet cuando Owen y yo aún
estábamos juntos.
A veces, después de haber estado en su casa, me follaba a
mí misma con aquel consolador morado. Él siempre quería
sexo, pero yo volvía a casa a menudo insatisfecha, con una
necesidad aún palpitante entre las piernas.
Owen era egoísta en muchos sentidos, pero su falta de
atención a mi placer era algo que yo había conseguido pasar
por alto en aquel momento, inexperta como era.
Ahora, sin embargo, mi vibrador era un triste sustituto del
orgasmo que me había proporcionado Dane, pero no sabía si
sería suficiente.
Ni entonces ni después había fingido preocuparse por mí,
dejando claro que el placer que me daba no era más que para
controlarme. Y luego había estado el acalorado juego de
“¿Alguna vez has…?”, que había aumentado mi curiosidad por
Xander. Por no mencionar el dulce encanto de Bryce, que se
había alineado brevemente conmigo, poniéndose de mi lado al
volverse contra su amigo.
Todo era tan confuso.
No debería haber pensado en salir con los amigos de
Owen, y mucho menos dejar que uno de ellos me tocara.
Debería haberlos acosado y haberme burlado de Owen con
publicaciones en las redes sociales, haber difundido rumores
sobre lo fácil que había seducido a sus amigos y lo rápido que
me había alejado de él. Desde luego, no debería haber dejado
que Dane me hiciera llegar al orgasmo, ni soñar con
experimentar más momentos de éxtasis con aquellos tres
estúpidos mosqueteros.
Por dios, la verdad es que no me apetecía nada volver a
verlos a todos en clase. ¿Cómo iba a presentarme en las aulas,
en la cafetería, en los pasillos iluminados por el neón?
Si pensaba que podría escapar de ellos, estaba muy
equivocada: Xander estaba en mi clase de Física, Bryce tenía
Español conmigo y la única clase en la que Dane aparecía
todos los días era Literatura Inglesa. No podía perder toda mi
media de notas solo para evitar algún drama. No si quería
apaciguar a mis padres y entrar en una buena universidad.
El lunes llegó tan rápido como siempre, pero lo afronté con
una capa añadida de temor. Afortunadamente, cuando llegué a
la sala de conferencias, ninguno de los chicos seguía allí.
Tomé asiento en uno de los pupitres vacíos que había al fondo
de la clase, pero no tan lejos como para encontrarme
inevitablemente al lado de Dane, en caso de que decidiera
presentarse ese día en la escuela solo por el placer de
atormentarme.
Saqué mis deberes de matemáticas, ya casi terminados,
cuando alguien reclamó el asiento de al lado.
Levanté la vista y vi a Xander ocupando la silla contigua.
Tenía la costumbre de sentarse siempre en el mismo sitio, en la
parte delantera de la clase, pero estaba ocupado. Lo que
significaba que esta vez había elegido sentarse a mi lado… a
propósito.
“¿Te has perdido en tu asiento habitual, Xander?”.
Pregunté en tono firme, pero el descaro de él… ni siquiera me
miró. Como si no hubiera oído lo que le había dicho, a pesar
de que había hablado a un volumen alto y estaba justo a su
lado. Entonces volví a intentarlo.
“Espero que no pienses que ahora nos hemos hecho
amigos…”.
Otra vez silencio. Empecé a atacarle de nuevo, negándome
a dejarle ganar también esta vez. “Un estúpido juego en una
fiesta de mierda no crea una amistad, para tu información”.
Todavía nada.
Maldita sea, esperaba que su actitud arrogante se sintiera
herida por mis insultos, pero no.
Parpadeé, contemplando su perfil imposiblemente
perfecto. Como si yo no existiera, miraba al frente.
Finalmente se movió, pero solo para rascarse la nariz y
luego empezó a rebuscar en su mochila de marca en busca de
algún deber para mantenerse ocupado. Antes de que pudiera
murmurar alguna respuesta indignada, Bryce se hizo notar,
entrando en el aula como una bala de cañón y tomando asiento
en el lado opuesto al mío con igual teatralidad.
“¡Eh, Jade! ¿Te importa si me siento aquí?”
“Sí, me importa”, contesté, pero Bryce me ignoró.
“Hola, Xan”. Señaló con la cabeza a su amigo, que miró
más allá de mí para saludarle. Bryce sonrió, despreocupado
por mi presencia. “Bonita fiesta, ¿eh?”
Ante la mención de aquella velada, sentí inmediatamente
que mis mejillas se sonrojaban. Volví a bajar la mirada hacia
mis deberes para intentar disimularlo.
“Quizá fue la mejor que he organizado nunca”, contestó
Xander, y me olvidé de ocultar mi rubor para lanzarle una
mirada incrédula.
“¿Así que le contestas a él pero no a mí?”.
Xander ni siquiera se dio cuenta de que le había hablado,
lo que me dio ganas de arrancarle todo el pelo perfectamente
peinado de su estúpida cabeza. Entonces me volví hacia Bryce,
que sonreía, evidentemente divertido por la situación.
“He oído que has pasado una buena noche, Jadie”, dijo
Bryce bruscamente, frunciéndome el ceño. “La casita junto a
la piscina nunca había sido escenario de tanta acción…”.
Mierda. ¿Eso significaba que Dane le había contado a todo
el mundo nuestro encuentro sexual? ¿Estaba difundiendo
rumores con tanta facilidad como yo me había abierto de
piernas para él?
Esta vez, en lugar de ruborizarme, sentí que se me helaba
la sangre en las venas.
“No sé a qué te refieres”, exclamé, cuando sentí que
Xander inclinaba su cuerpo hacia mí.
“Yo también lo he sentido, Bryce”. Xander habló con
mucha calma, sin dejar de ignorarme. Habló como si yo no
estuviera en el aula. “Es increíble cómo pasó de follarme con
los ojos a follarse a una de mis mejores amigos en menos de
una hora. Solo hay una palabra para alguien así, pero no la
diré”.
Había un velo de satisfacción bajo el desprecio en la voz
de aquel imbécil. Sabía que querría llamarme puta, pero
también podía imaginar cómo disfrutaría diciéndomelo
mientras follábamos: “mi putita”. Solo de pensarlo sentí un
escalofrío de deseo.
“Creo que sé a qué te refieres”, respondió Bryce. Me volví
y lo vi observando mi cuerpo, cada una de mis curvas, con
ojos hambrientos. El hijo de puta incluso tuvo el valor de
lamerse los labios y luego sonreír con inquietud. “Imagina lo
que podríamos hacerle a una mujer así”.
Inmediatamente me vino a la cabeza una imagen excitante,
cruda y totalmente demencial. De repente me vi entre Xander
y Bryce, desnudos y esperando, cada uno de ellos tocándome y
diciéndome que era una buena putilla.
Mi fantasía era, en efecto, supersexy, pero en la vida real
estaba atrapada entre dos matones que solo debían ser mi
medio de vengarme de mi ex.
Sin embargo, allí estaba yo, retorciéndome en mi silla
intentando aliviar parte de la necesidad caliente que se
acumulaba entre mis piernas.
Bryce y Xander me observaban como depredadores a la
caza de su presa más deliciosa, con las miradas encendidas,
como si pudieran darse cuenta de lo excitada que me ponía la
mera idea de tener sus manos sobre mí.
Aún estaba intentando averiguar quién era realmente y
quién era Jade, y por primera vez me preocupaba haber
cambiado demasiado deprisa en mi intento de convertirme en
una nueva yo.
Hannah nunca habría soñado con acostarse con dos tíos a
la vez, y mucho menos con tíos que quizá ni siquiera le
gustaran.
Owen no podía satisfacerla sexualmente, pero nunca
esperé algo tan sexy como Xander, Bryce y Dane.
Me hizo falta mucha fuerza de voluntad para no derretirme
ante los ojos de aquellos dos y también del resto de nuestra
clase.
Una cosa era cierta: cuanto más me adentraba en mi nuevo
papel de Jade, más real me parecía todo.
¿De verdad me estaba convirtiendo en ella?
9
JADE

“N oXander”,
puedo creer que me hayas abandonado en la fiesta de
refunfuñó Leah mientras comía su almuerzo
escolar. Con un tenedor de plástico, pinchó en su plato lo que
parecía comida para perros, y luego lo dejó sobre la mesa para
mirarme. “Sé que no somos amigas desde hace mucho tiempo,
pero ¿dónde está la lealtad entre mujeres? Más te vale haberte
acostado con alguien increíblemente caliente. Me refiero a un
bombón espacial”.
Contuve una risita mientras Leah me fulminaba con la
mirada.
“¡Lo siento!”, exclamé. “Lo siento, de verdad. Bueno, de
todas formas ha pasado algo…”.
“¿Lo dices en serio?”
“Sí, lo digo en serio. Tengo una historia bastante picante
que contarte”.
Se me revolvió el estómago al recordar mi noche en la
fiesta de Xander y el lío en el que me había metido. Al menos
habría sido una buena historia para mi nueva amiga.
Inmediatamente, Leah abandonó su actitud airada y se
dispuso a escuchar.
Le hablé de las atenciones casi coquetas de Bryce y
Xander y luego de mi encuentro fortuito con Dane. Omití la
parte en la que lo había espiado acostándose con otra chica
porque era demasiado embarazoso admitirlo. Además, no
necesitaba que mi única amiga en aquel nuevo instituto
conociera el alcance de mi locura.
“Dios mío, debes de ser una chica muy afortunada o algo
así”, chilló Leah, pero la hice callar. “Encontrar la forma de
conocer a Dane Schwartz tan poco después de empezar a estar
en la Coldwater es realmente un milagro y te aplaudo. Llevo
tres años haciendo todo lo posible para que ese tipo se fije en
mí”.
Me eché a reír.
“Créeme, todo ocurrió por accidente”, dije.
Nuestras risas se vieron interrumpidas por la llegada de la
persona menos esperada de la cafetería; en un momento
estábamos hablando tranquilamente y al siguiente, Dane
Schwartz acercaba una silla y se sentaba a mi lado, tan cerca
que casi me derretía al sentir su cálido muslo presionando
contra el mío.
“¿Qué tal, novata?”, preguntó, mirándome solo un segundo
antes de que su mirada se desviara hacia Leah. “¿Y tú quién
eres?”, le preguntó descaradamente.
“Soy Leah”, respondió ella y Dane asintió, sonriendo al
recordarla.
“¡Claro! Claro que sí. Fuimos juntos a clase de teatro hace
unos años, ¿no?”.
“Sí, así es”, contestó Leah con una media carcajada,
claramente sorprendida de que Dane no se hubiera acordado
de ella. “El lugar donde me di cuenta de que no estaba
destinada a una vida en el escenario”, añadió.
La risa de Dane era cálida y dulce, su comportamiento
despreocupado y, antes de aquel momento, nunca había
imaginado que fuera capaz de parecer tan tranquilo.
“A mí me pasa lo mismo. Me limitaré a leer a
Shakespeare, pero nunca volveré a intentar actuar”.
Leah soltó una risita ante su frase y yo me ruboricé al
sentir que su pierna presionaba con más fuerza contra la mía.
¿Estaba siendo amable con Leah solo porque era mi
amiga?
Me sentí como en las primeras etapas de la vida de novia,
cuando tu pareja intenta hacerse amiga de tus amigas. Sin
embargo, yo solo había tenido una experiencia así con Owen,
quien, sin embargo, sí que había intentado acercarse a mis
amigas, pero con fines mucho más lujuriosos.
Lo que Dane estaba haciendo en aquel momento me
parecía… normal, genuino, amistoso.
Había algo extraño en todo ello.
Mientras los dos charlaban, rellenando los huecos que
dejaba mi total falta de palabras, me maravillé de la
normalidad del asunto. No había ningún atisbo de flirteo en las
interacciones de Dane y Leah, a diferencia de Owen, que solía
lanzar miradas descaradas a mis amigas delante de mí, solo
para hacerme creer que me lo estaba imaginando.
Una parte de mí también estaba resentida con Owen
porque había arruinado mis amistades femeninas. Cassie y
María habían sido mis dos mejores amigas en la Worthington y
al final Owen se había acostado con las dos, no sin antes
convencerlas de que cortaran toda relación conmigo para que
yo no me enterara de sus flirteos.
Seguía echando de menos la forma en que Cassie y yo
pasábamos los días y la obsesión de María por los horóscopos,
que siempre parecían extrañamente ciertos.
Sin embargo, aunque conocía a Leah desde hacía tan poco
tiempo, ya sentía que era mejor sustituta que mis supuestas
amigas, que tan fácilmente me habían abandonado por un
gilipollas como Owen.
Leah era una chica divertida y amable, y la forma en que
me había perdonado por abandonarla en la fiesta de Xander
me había enseñado que realmente tenía un alma bondadosa.
Lástima que hubiera construido nuestra amistad sobre
mentiras…
“¡Oh, vamos!” Dane se reía más fuerte esta vez, lo que me
hizo apartar la mirada de mis pensamientos. “No pareces una
chica estilo Kardashian, Leah. Por favor, dime que tienes
mucho más cerebro que eso”.
Antes de que pudiera inmiscuirme en la angustiosa
conversación de Leah, una enorme sonrisa iluminó su hermoso
rostro. “Escucha, Dane, yo también puedo ser muy inteligente,
pero a veces no todo es lo que creemos que es. ¿Crees que a
Einstein solo le interesaba la física todo el tiempo? No, no.
Seguro que le encantaba cotillear sobre otros científicos como
pasatiempo”.
Dane soltó una risita. Entonces sentí su mano posarse en
mi rodilla bajo la mesa y su tacto, sumado al recuerdo de
nuestro encuentro en la casita junto a la piscina, me inflamó la
ingle.
“Pues sí, entiendo lo que quieres decir. Yo también estoy
hablando de una cosa ahora y puede que tenga muchas más en
la cabeza…”, le respondió con una frase que evidentemente se
refería a mí.
De alguna manera, ya había pasado la mitad de la pausa
para comer, y allí estábamos los tres juntos, manteniendo una
conversación normal. Además, el esnobismo de Dane ni
siquiera había intentado arruinar el momento.
En cualquier caso, no era solo la mano caliente de aquel
gilipollas que casi me estaba haciendo un agujero en la tela de
la falda, o la forma en que me la subía lentamente por el
muslo, lo que me hacía sentir un poco extraña.
De algún modo, sus modales amables me habían revelado
un lado de su personalidad que en realidad era bastante…
atractivo. Era una palabra demasiado fuerte para describirlo,
pero definitivamente parecía un poco más humano que el tipo
que me había regañado después de provocarme el orgasmo
más fuerte de mi vida.
“Ha sido un placer hablar contigo, Dane, pero ahora tengo
que irme”, dijo Leah de repente, levantándose con la bandeja
vacía en la mano. “Hay algunas cosas que tengo que terminar,
¡pero vosotros seguid!”, añadió.
Luego me hizo un guiño que significaba muchas cosas.
Antes de que pudiera encontrar la forma de reprenderla por
dejarnos solos, salió de la cafetería en un abrir y cerrar de ojos.
Lo que nos dejó solos a Dane y a mí, con su mano
deslizándose lentamente por mi muslo y mi deseo cada vez
más fuerte.
Antes de que pudiera formular un pensamiento coherente,
por no hablar de una frase, se inclinó hacia mí, presionando su
boca contra mi pelo, justo al lado de mi oreja.
Su aliento contra mi piel me puso la carne de gallina. Me
apretaba el muslo con una posesividad que me hizo querer
revivir nuestra escenita sexy.
Al diablo con el hecho de que la cafetería estuviera llena
de estudiantes.
“Tengo ganas de volver a ponerte las manos encima como
es debido”, me dijo Dane con descaro. “Ese dulce coñito es
demasiado bueno para haberlo tocado solo una vez”.
Joder. Estaba todo tan mal, pero a mi cuerpo no le
importaba lo más mínimo.
Deseaba que me cogera allí mismo, sobre esta mesa, me
azotara como había fantaseado todo aquel tiempo y luego me
metiera la polla dentro. Apreté las piernas mientras él se
echaba a reír.
“Quedemos después de clase”, dijo. Su mano volvió a
subir hasta acariciarme el coño por encima de mis bragas
empapadas. Sabía muy bien cómo podían volverme loca
aquellos dedos.
Me costaba respirar.
“¿Dónde?”, pregunté jadeando.
Dane apretó un momento su sonrisa contra mi cuello, y mi
piel sensible casi se incendió por aquel contacto demasiado
rápido.
Me susurró algunas instrucciones al oído, indicaciones
sobre dónde debía reunirme con él para terminar lo que
habíamos empezado el viernes por la noche.
Luego se separó de mí, se levantó y yo me quedé allí como
una idiota. La realidad se aclaró, o eso me pareció. Dane
desapareció en un instante y yo me quedé allí, con la boca
seca, húmeda y caliente, esperando a hacer lo que me dijera.
10
BRYCE

S in duda amaba el fútbol americano más que ninguna otra


cosa, pero aquel día no estaba de humor, joder. No había
nada que me apeteciera menos que escuchar al
entrenador Pritchard gritar hasta que su cara, ya de por sí roja,
se pusiera morada. Nos hacía entrenar como esclavos y
cambiaba, sin cesar, nuestros esquemas de juego antes de la
vuelta, que se acercaba rápidamente. Seguía siendo un deporte
de equipo y yo era la indiscutida estrella.
Así que me fui a los vestuarios con el piloto automático.
Aunque quería pensar que mi mal humor se debía al
tiempo nublado o a la tarea de clase que había suspendido en
la tercera hora, o incluso al hecho de que se hubieran quedado
sin vasos en la cafetería, sabía que la verdadera razón era
aquella maldita Jade Wells. Se estaba convirtiendo en la
pesadilla de mi vida.
En realidad no era más que una frustración sexual que se
manifestaba en forma de insatisfacción. Desde que aquella
chica nueva se había inscrito en nuestro instituto, lo único que
deseaba era ponerle las manos encima, o la boca, o cualquier
otra parte de mi cuerpo. Después de nuestro acercamiento
coqueto durante el juego de beber entre ella y Xander, y ahora
que sabía que se había acostado con Dane en la casita de la
piscina, mi polla necesitada estaba poniendo mi cerebro a mil
por hora. Mi imaginación rozaba lo salvaje, en todos los
sentidos de la palabra.
Puede que incluso hubiera algo de celos. Me molestaba un
poco que Dane hubiera hecho algo con ella antes que yo.
Además, ver el comportamiento de mi amigo, que llevaba
actuando un poco raro desde el viernes por la noche, en parte
debido a su malhumor, no hizo más que reforzar mi obsesión.
De hecho, mis dos mejores amigos estaban claramente tan
intrigados por Jade como yo, a pesar de que nuestros gustos en
chicas nunca se habían cruzado en todos nuestros años de
amistad.
¿Qué clase de coño mágico debía poseer esa chica nueva
para poder abrirse paso de esa manera? Joder, tenía que
aprenderlo.
Cuando llegué al vestuario estaba completamente vacío, lo
cual era extraño. Tuve que parpadear un par de veces para
asegurarme de que el sueño agitado del fin de semana, debido
a una serie de sueños cachondos con cierta pelirroja, no me
había provocado alucinaciones. No, no había nadie. Sin
embargo, me había arrastrado hasta el entrenamiento aunque
había llegado unos minutos tarde.
Me pregunté si por casualidad me había equivocado de
hora y había llegado demasiado pronto, pero Vince Trullilo, mi
obsesivo-compulsivo compañero de equipo, siempre estaba
allí a aquella hora, como mínimo. Y no había rastro de ese tipo
por ninguna parte.
“¡Siempre la misma historia!”, gruñí, sacando el móvil.
Debían de haber cancelado el entrenamiento y no había
recibido ningún aviso de mensaje.
Envié un mensaje de voz a Xander para pedirle que me
llevara a casa mientras volvía hacia la salida, con la intención
de marcharme de los vestuarios para esperarle.
Mi mejor amigo, siempre se quedaba hasta tarde después
de clase para alguna actividad extraescolar que le ayudara a
compensar los gastos de la universidad, así que probablemente
seguía por allí.
Toda mi obsesión por Jade Wells volvió en un abrir y
cerrar de ojos; de hecho, cuando me marchaba, tropecé con la
causa misma de todos mis deseos sexuales.
Al chocar, Jade maldijo y yo la agarré instintivamente
antes de que pudiera caer debido a la fuerza del choque de
nuestros cuerpos. Desde pequeño siempre había sido grande y
grueso, tanto que mi madre solía llamarme su pequeña pelota
de bolos, hasta que fui lo bastante mayor como para
considerarlo un poco ofensivo.
La cálida piel de Jade parecía querer atraerme a través de
su ropa y me costó mucho esfuerzo soltarme. Al menos
entonces, pude calmarme un poco mirándola a la cara.
Estaba sorprendida y pensé que aquella expresión no debía
de estar muy lejos de la de su orgasmo.
Mi polla empezó a endurecerse en mis pantalones solo de
pensarlo. Sus exuberantes labios rojos se entreabrieron en una
O perfecta, sus mejillas estaban deliciosamente sonrosadas por
la vergüenza y aquellos relampagueantes ojos verdes eran
realmente enormes en su delicado rostro.
“¿Por qué estás tan sorprendida, cariño? ¿No esperabas
verme en el… vestuario de hombres?”. Le sonreí.
Me encantaba ver cómo se sonrojaba cada vez más. Me
preguntaba qué tonos de rosa adquiriría el resto de su cuerpo
cuando me la follara…
“Lo siento”, soltó. “Yo… estaba buscando otro sitio. No
quería… Quiero decir, no te buscaba a ti”.
“¿De verdad? Qué pena”. Se me ocurrió un pensamiento
malvado y le dediqué una sonrisa lenta y lobuna. Observé
cómo se le movía la garganta al tragar. “O quizá estás donde
querías estar, ¿eh? Sé que te gusta espiar, ¿verdad? Quizá
esperabas ver a algún macho desnudo, o algo que no debías
ver, como en la casita junto a la piscina.”
“¡No!”, exclamó Jade. Me acerqué más a ella, nuestros
cuerpos casi se tocaban.
“No hay por qué avergonzarse, guapa. A muchas chicas les
encantaría verme la polla. Apuesto a que a ti también te
encantaría ver cómo puedo usarla para dar placer a una chica
como tú, ¿verdad?”.
Podía oír cómo se aceleraba la respiración de Jade, ver
cómo se le hinchaban ligeramente los pechos con cada
bocanada desesperada de aire que tomaba en los pulmones.
Nunca se me había dado bien mantener la boca cerrada, no
abusar de las palabras, pero en aquel momento estaba
demasiado aturdido por mis pensamientos lujuriosos para
detenerme.
“Nunca he tenido quejas en la cama. A las chicas parece
gustarles cómo las toco, cómo sigo follándolas hasta que
gritan mi nombre. Además, al ser atleta tengo mucha
resistencia, querida. Además, lamo coños como si hubiera
nacido para ello”.
Los labios de Jade se abrieron aún más en un gemido y,
maldita sea, ansiaba oír qué tipo de ruidos podría hacer si la
tocaba de verdad.
Puede que fuera un arrogante hijo de puta, pero también
era sincero: todas las chicas con las que me había follado
habían vuelto para su segunda y tercera monta.
“Estás diciendo tonterías”, dijo Jade, y a pesar de su voz
entrecortada, consiguió mantener el tono desafiante que yo
había llegado a asociar con ella.
Su mirada se apartó de la mía y pasó a fijarse en mis
labios, así que me los lamí, saboreando cómo ella empezaba a
hacerlo también, humedeciéndolos con la lengua.
“Quizá deberías dejar de hablar, guapo, y enseñarme de
qué es capaz esa bonita boca tuya”.
11
JADE

I rresponsable. Quedarme en aquel vestuario, coquetear con


Bryce, no alejarme de él… cada parte de aquel momento
absurdo era la definición de imprudente. La velocidad con
la que todo había cambiado me daba vueltas a la cabeza.
Tendría que haberme encontrado a hurtadillas con Dane,
en aquel mismo momento, y, en cambio, me había enfrentado
a un jugador de fútbol verdaderamente irresistible en un
vestuario desierto, desafiándole a que me violara en contra de
mi propia cordura.
En cualquier caso, no me habría apartado de Bryce por
nada del mundo; de su mirada melosa y del calor que irradiaba
en oleadas de su gran cuerpo.
Aquel tipo era un atleta, y aunque no hacía mucho que lo
conocía, no era difícil darse cuenta. La vibración que
desprendía, además de la de gilipollas que yo ignoraba
obstinadamente por el momento, era algo que me atraía
seductoramente hacia él.
Cuando me había burlado de él, ya sabía que aceptaría mi
desafío, incluso antes de que nos empujáramos contra las
taquillas y me besara. Por Dios, la intensidad de aquel gesto
bastó para que me derritiera entre sus poderosas manos. Le
correspondí como si fuera lo último que haría en mi vida.
Nunca había besado a nadie más que a Owen antes del
viernes, y ahora había besado a dos chicos distintos en el
espacio de unos pocos días. Dos besadores increíbles, además,
cuya sensualidad masculina superaba los intentos infantiles de
Owen de darme algún tipo de satisfacción en la cama. Aunque
ambos sabíamos que era una idea estúpida, Bryce no intentó
calmar el fuego de la lujuria que se había desatado entre
nosotros.
Mientras que con Dane había sido una seducción oscura y
turbia, un peligro real con cada golpe de lengua experta, besar
a Bryce era como sumergirse en una Supernova.
Era sexy, ardiente, lleno de una energía salvaje que casi me
hacía girar la cabeza cuando se burlaba de mi lengua con la
suya.
Dios, lo que habría dado por unirme a ellos en la cama al
mismo tiempo. El lado oscuro de Dane y la luminosidad de
Bryce se habrían mezclado en un solo matiz seductor, y mi
coño ya estaba húmedo ante la mera idea de que cualquiera de
los dos me metiera la polla dentro. Una en mi boca, sofocando
mis gritos lujuriosos, mientras la otra se clavaría en mi coño,
dándome lo que Owen nunca había podido hacer.
Con tan poco esfuerzo, Bryce y Dane me embriagarían,
llevándome al límite.
Volviendo al presente, me agarré a las caderas de Bryce y
tiré de ellas hacia mí, demasiado excitada para detenerme.
Mi pasión creció hasta que gruñó en mi boca; entonces se
apartó, bajando para besarme el cuello antes de que pudiera
protestar por la interrupción.
“Estás jodidamente buena”, le oí susurrar mientras su
lengua saboreaba mi delicada piel, provocándome un
escalofrío de placer.
Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, y una de ellas
se movió para agarrarme las nalgas, arrugando mi falda en un
puño ansioso.
“¿Es… todo lo que tienes, Fisher?”. Me esforcé por
provocarle, pero con resultados muy atrofiados y poco
convincentes.
Bryce me chupó el cuello, intentando dejarme una marca,
y luego me dio una palmada en el culo con un movimiento
rápido que me hizo estremecerme.
¿Era un castigo por mi condena o una recompensa?
En cualquier caso, necesitaba algo más.
Mi clítoris clamaba por su atención y, por mucho que me
esforzara en balancear las caderas contra él, no conseguía que
la fricción fuera la adecuada.
“Eres bueno besando…”, continué, esta vez con un tono de
voz más confiado. Quizá estaba poseída por algún tipo de
demonio cachondo. “Pero no me estás volviendo loca. Métete
en la cabeza que tienes que volverme loca”.
Como si hubiera accionado un interruptor, Bryce se volvió
casi animal. Gruñó e inmediatamente me estampó contra la
taquilla y se puso en cuclillas a mis pies. Antes de que pudiera
recuperar el aliento, me estaba separando las piernas,
colocando bruscamente un pie de modo que quedara apoyada
en el banco detrás de él, con mis muslos abiertos
obscenamente delante de su cara. Sentí que todo mi cuerpo se
ruborizaba ante las implicaciones de aquella situación,
mientras Bryce me dedicaba una sonrisa diabólica.
“Me has convencido, Jadie. Siempre estoy preparado para
un reto. Ahora veamos lo dulce que eres ahí abajo”.
Me costó respirar mientras me subía la falda. Todavía
sonriente, con las pupilas hinchadas de lujuria, apretó la cara
contra la parte delantera de mis bragas mojadas y grité por la
suave presión.
Bryce me besó a través de la fina y empapada tela, luego
respiró hondo y emitió un siseo grave.
“Jesús, Jade, estás tan lista para que te folle. Puedo olerlo,
maldita sea”. Entonces me bajó la cremallera de las bragas y
deslizó un dedo dentro de mí, sintiendo toda mi humedad
mientras yo soltaba un chillido de satisfacción.
Sin embargo, cuando esperaba que me provocara aún más
con los dedos, volvió a sorprenderme: bajó con la boca
directamente a mi clítoris.
Esta vez, el sonido que salió de mi boca fue un gemido
agitado.
Bryce arrastró la punta de su lengua por mis pliegues, de
abajo a arriba, rozándome el clítoris con unas rápidas caricias
que me hicieron retorcerme. Otro lametón largo y sensual y
me volví loca mientras me tapaba la boca con la mano,
conteniendo un grito de placer.
“Qué coño más bonito”, dijo Bryce, y sentí su aliento fluir
sobre mi piel acalorada como la seda. “¿Es eso lo que me
ocultabas, novata? Porque entonces la espera ha merecido la
pena. Jodidamente perfecto. Y tan bueno, además”.
Estaba casi en un frenesí de lujuria.
Nunca me había planteado la vulgaridad, pero en aquel
momento deseé que Bryce me susurrara dulces obscenidades
al oído por el resto de los tiempos.
Bajó la mirada hacia mí, tirando de mis caderas hacia
delante para poder mantener el contacto visual conmigo
mientras volvía a lamerme entre las piernas.
“¡Oh, mierda!”, dejé escapar esas palabras
accidentalmente. Ver su cabeza entre mis muslos, vislumbrar
el jugueteo aún visible en sus pupilas marrones mientras su
lengua trazaba un círculo perverso en mi clítoris, era más
excitante de lo que podía imaginar.
Nunca nada me había hecho sentir tan bien, al menos
desde que Dane me había follado con los dedos el viernes por
la noche.
Tal vez fuera la chica más afortunada del mundo por tener
a aquellos dos experimentados hombres centrando su atención
en mi placer.
Dejé que mis dedos se enredaran en el suave pelo rubio
dorado de Bryce mientras se alimentaba de mí, devorando mi
coño como si fuera su última comida.
Sentí la señal de que mi orgasmo estaba a punto de llegar y
mis piernas empezaron a temblar como antes de un terremoto
mientras Bryce me agarraba con más fuerza las caderas y
bajaba, enterrando su cara en mi coño caliente.
Le miré fijamente mientras me lamía por todas partes,
provocándole otro gemido de agradecimiento. Su lengua
contra mi clítoris, era puro éxtasis.
Cuando me corrí, lo hice tan fuerte que no pude respirar
durante varios segundos insoportables, el intenso placer
rebotaba por todo mi cuerpo. Mi cabeza cayó de espaldas
contra la taquilla cuando por fin conseguí tomar aliento
después de quién sabe cuánto tiempo. Tiré del pelo de Bryce,
en parte para intentar mantenerme en pie y en parte para que
dejara de lamerme, para que yo bajara de mi pico de lujuria. Y
en lugar de eso, tras un breve instante en el que me miró
fijamente con un hambre insaciable aún ardiendo en sus ojos,
mientras mis húmedos jugos empapaban su boca, Bryce volvió
a zambullirse entre mis piernas, apretando sus regordetes
labios contra mi clítoris aún palpitante.
Cuando se lo metió en la boca e hizo algo mágico con la
lengua, no pude evitar gritar. Fue el empujón adecuado, el más
dulce de los placeres, así que en cuestión de segundos volví a
estar presa de un nuevo orgasmo, el segundo, que fue incluso
más fuerte que el primero.
“¡Joder, Bryce!”, grité descaradamente en el vestuario
vacío, cuyo estridente sonido resonó contra las paredes.
Cabalgué mi orgasmo contra su cara, moviendo las caderas
sin gracia, solo con necesidad animal.
Volvió a tocarme las nalgas para sostenerme. Era algo
necesario, ya que me flaqueaban las piernas.
En cualquier caso, había tenido dos orgasmos, pero aún no
le había tocado.
Cuando Bryce se levantó, no pude evitar fijarme en la
abultada erección que casi sobresalía de su pantalón de
chándal gris. No podía verla entera, pero sí lo suficiente como
para darme cuenta de que tenía una polla grande y, sin duda,
dolorosamente dura.
La mera visión del contorno de su polla hizo que mis
paredes internas volvieran a palpitar, listas para otra ronda con
él.
Y, maldita sea, ¿por qué no?
Ya había superado el límite, así que no había problema.
Me acerqué a Bryce y bajé para presionar con la mano el
contorno de su polla. Se tensó al contacto, pero desde luego no
se echó atrás. De hecho, soltó una suave carcajada.
“¿Quieres que continuemos, Jadie?
“Dios, sí”, exhalé.
“¡Qué gran chica!”, comentó.
Fue entonces cuando su poder atlético me resultó útil. En
un par de movimientos rápidos, mis bragas habían
desaparecido, rotas, desintegradas, me daba igual cómo, y
entonces Bryce se sentó en un banco de los vestuarios,
colocándome a horcajadas sobre él.
Me acomodé entre sus musculosas piernas, hundiéndome
en su regazo, disfrutando de su dura erección debajo de mí, a
pesar de que seguía completamente vestido.
¿Quién necesitaba solo dos míseros orgasmos?
Un tercero habría sido aún mejor y tan fácil de conseguir si
él me hubiera penetrado.
Quería seguir disfrutando todo lo posible antes de que
Bryce pudiera tener también el suyo.
Aprovechando la audacia que me había concedido mi
nueva vida de mentiras, metí la mano en sus pantalones de
chándal y saqué su polla dura como una roca, jadeando al
verla: larga, gruesa, venosa… Estaba chorreando de deseo por
tenerla dentro de mí.
Bryce me miró, por primera vez asombrado, y lanzó su
desafío.
“¿A qué esperas? ¿Tienes miedo de no poder metértela
toda?”.
“Mira”, le contesté. Abrió mucho los ojos cuando guié la
punta de su polla hasta mi entrada caliente y empecé a meterla
dentro de mí.
Estaba empapada, preparada para él, pero aún así me costó
tiempo y un poco de esfuerzo acomodar su considerable
longitud. Empecé a jadear ya después del primer centímetro,
saboreando el placer de una polla después de tanto tiempo, y
aun así Bryce se mostró sorprendentemente cariñoso,
tomándome la cara entre las manos.
“Lo estás haciendo muy bien, nena. Mira qué bien te lo
estás tomando”. Me besó con fuerza y bajó las manos para
sujetarme las caderas. “Estás tan apretada, pero tan mojada
para mí… vas a aguantarlo todo, ¿verdad?”.
“Sí, lo quiero todo”, jadeé mientras él se hundía aún más
dentro de mí.
Bryce apretó los dientes y soltó un gemido bajo.
“Joder, eres perfecta, cariño, nunca había sentido una
sensación tan intensa. Nunca me había follado un coño así en
mi vida”. Sus manos se apretaron contra mí, con un rápido
apretón. “¡Ahora tómalo todo!”
Parecía estar dándome instrucciones y yo solo estaba
dispuesta a cumplirlas. El gemido que lancé a continuación
casi se dio por sentado. Estaba encima de él y ya me la estaba
metiendo hasta el fondo del vientre mientras mis paredes
internas se estrechaban en torno a él.
No podía esperar más. Respiré hondo y me eché sobre él,
enterrando toda la longitud de Bryce dentro de mí.
Los dos soltamos un grito ahogado.
Fue cuando empecé a cabalgarlo, persiguiendo la exquisita
sensación de plenitud que me hacía querer sollozar de placer
mientras él movía mis caderas con sus fuertes manos y
maldecía suavemente en mi oído, cuando me di cuenta de lo
mucho que me estaba desviando del plan que me había
propuesto seguir.
Debería haber sido pura venganza, en lugar de eso estaba
disfrutando como una perrita en celo.
Aun así, me sentía demasiado bien y no habría parado por
nada del mundo.
12
XANDER

E staba molesto, rozando el cabreo, mientras me dirigía a


los vestuarios. Se suponía que había quedado con Bryce
allí al menos diez minutos antes, para poder llevarle a
casa cuando terminara de dar clases particulares a un pobre
estudiante de primer año; sin embargo, no había aparecido por
el aparcamiento, así que había ido a buscarle.
Mi mejor amigo tenía tendencia a hacer cosas
imprevisibles como esa, y ya habíamos discutido bastantes
veces por el mismo motivo, así que no tenía excusa.
Sin embargo, la imagen que me recibió cuando irrumpí en
el mismo viejo vestuario que había visitado con Bryce docenas
de veces antes borró todo el cabreo de mi cuerpo. No había
lugar para nada más que una oleada de excitación ineludible
que me inundó, congelándome en el sitio.
Lo primero que vi fue la cara de Jade, con los ojos
cerrados y la boca abierta de placer. Un gemido resonó en el
vestuario, haciendo eco en el aire, y fue directo a mi polla, de
modo que me encontré ya medio empalmado.
Nada podría haberme preparado para la belleza de aquel
sonido, ni para la visión de sus hermosas tetas bailando arriba
y abajo mientras se frotaba contra la polla de Bryce.
Empezó a tocarse los pechos, pellizcándose ella misma los
pezones, mientras era follada lujuriosamente, por mi amigo.
Joder, cómo deseaba esas manos en mi polla. Y aquellos
pezones rosados eran perfectos para mi boca.
Bryce estaba de espaldas a mí, con la camisa en el suelo,
revelando los fuertes músculos bajo su piel bronceada. Pude
ver la flexión de su espalda mientras complacía el ritmo de
Jade con sus empujones ascendentes. Su respiración salía en
fuertes jadeos entremezclados con obscenidades, alabanzas
susurradas a las tetas de Jade y a lo apretado que tenía el coño.
En aquel momento, pensé que mi amigo era el hijo de puta
más afortunado del mundo, mientras daba un paso adelante,
incapaz de contenerme.
Mis pasos no hicieron ningún ruido, pero los ojos de Jade
se abrieron de todos modos, fijándose al instante en los míos.
Al verme, jadeó un instante sin que Bryce se diera cuenta. Aun
así, sus caderas mantuvieron un ritmo implacable y su mirada
no se despegó de la mía.
Parecía estar provocándome, premiando mi deseo de
mirarlos. Entonces se agarró los pechos con más fuerza,
volviéndome aún más loco.
Una energía salvaje y desenfrenada me llevó más adentro
del vestuario, hasta que estuve a pocos pasos de aquella escena
tan sexy. Mi polla palpitaba de deseo cada vez que me
acercaba, como si un imán me atrajera hacia ellas.
En aquel mismo momento, Bryce también se fijó en mí.
“¡Qué coño haces aquí!”, exclamó, sacudiéndose un poco
por la sorpresa.
Jade seguía a horcajadas sobre él, aparentemente
despreocupada, mientras volvía la cara hacia mí. La expresión
pecaminosa de su rostro era una mezcla de placer intenso,
conmoción, pasión y rabia, pero también algo más.
¿Era tal vez… ¿Curiosidad hacia mí? Lo mismo debía de
notarse en mi cara, sobre todo porque Bryce casi pareció
detenerse.
Seguía dentro de ella y no intentaba apartarla de él, taparle
los pechos desnudos ni detenerse, ya que los había
descubierto. Simplemente me miraba.
Tanto él como Dane siempre me habían considerado el
líder de nuestro grupito de amigos y en aquel momento casi
parecía como si me pidiera permiso para continuar.
“No pares”, le dije con voz ronca, llena de lujuria. La
indecisión brilló un instante en los ojos de Bryce.
“No pasa nada”, dijo Jade jadeante.
Lo rodeó con los brazos y empezó a acariciarle el pelo.
Luego se inclinó para darle un beso en la boca y, cuando él
retrocedió, volvió a mirarme fijamente.
Aquella chica tenía las pupilas dilatadas, la piel enrojecida
y los labios hinchados por los besos. Era la imagen perfecta de
la tentación sexual.
Jade nos miró a los dos, por turnos, y luego exclamó: “No
paremos… No tengo ningún problema si tú también te
quedas…”.
Eso fue todo: se rompió el hechizo y se hizo una elección
silenciosa. Estábamos decididos a cruzar una nueva línea, los
tres juntos.
Mi amigo asintió con la cabeza y volvió a apretar las
caderas de Jade. En cuestión de segundos, los dos reanudaron
su ritmo implacable, dejándome ver cómo se empujaban
mutuamente hasta el éxtasis.
Los sonidos del sexo llenaron el vestuario, absolutamente
estimulante para mí.
Yo me senté en un banco que me permitía ver mejor
aquella escena de película porno; el pelo rojo de Jade estaba
suelto y se mecía más allá de sus hombros al ritmo de su
frotamiento contra la polla de Bryce. Sus exuberantes labios
estaban muy abiertos, dejando escapar sonidos entrecortados,
gemidos de necesidad e incluso un chillido agudo cuando
Bryce le cogió uno de los pezones entre los dientes.
A pesar de que mi polla estaba completamente dura dentro
de los pantalones, dolorida por la necesidad de Jade y
presionando con fuerza contra mi cremallera, no me uní a ellos
porque ambos estaban a punto de correrse. Así que me quedé
disfrutando de la escena, en lugar de intentar aliviar mi
necesidad con las manos.
Al fin y al cabo, las cosas buenas les ocurren a los que
saben esperar. Además, no era tan difícil ser paciente sabiendo
que las dos personas que follaban como animales delante de
mí harían lo que yo quisiera.
Sabía muy bien que esa espera serviría para hacerme
saborear a Jade Wells tan bien como yo quería.
13
JADE

F ollarme a Bryce Fisher mientras su mejor amigo miraba


no formaba parte, sin duda, de mis planes. Sin embargo,
Owen Prescott - mi ex - ya no parecía importar ante los
gélidos ojos de Xander que prácticamente me quemaban la
piel, aumentando el placer con la adición de aquella situación
extremadamente excitante.
Me encontré dando un espectáculo, observando la reacción
de Xander y Bryce mientras aumentaba el ritmo,
aprovechando mis años de montar a caballo de niña. En
cuestión de segundos, volví a tomar la polla de Bryce hasta
que me temblaron las rodillas y me dolieron las paredes
internas. Xander no se movió, pero pude ver cómo sus manos
se cerraban en puños sobre el banco en el que estaba sentado.
Ansiaba tocarme, igual que yo anhelaba que él lo hiciera.
“Eh, pequeña”, jadeó Bryce cuando volví a mover las
caderas a un ritmo más lento. El placer iba en aumento,
incrementándose con cada roce de su polla contra mi punto G,
tanto que dejé escapar un gemido bajo. “¿Sabes que si
seguimos así te vas a correr en mi polla?”.
“Sí”, gemí mientras me volvía para mirar a Xander y la
boca de Bryce se cerraba en torno a uno de mis pezones,
mordiéndolo y provocándolo. “Joder, Bryce, voy a…”.
Me estaba llevando al límite mientras él también estaba a
punto de alcanzar su propio orgasmo, con la respiración
agitada y la frente sudorosa por el esfuerzo.
Quería quedarme en esa posición, esclava del placer que
latía en mi interior, el resto de mi vida.
Entonces ocurrió: sentí que todo mi cuerpo temblaba
mientras me corría violentamente y mis paredes internas se
tensaban en torno a su polla de mármol. Estaba casi
hipnotizada por el palpitar de su polla y el chorro hirviente de
su esperma.
A pesar del éxtasis, no quería que terminara.
Antes de que pudiera recuperar el aliento y de que siquiera
pensara en salir de los vestuarios - o al menos intentarlo, ya
que lo había cabalgado con tanta fuerza que no estaba segura
de poder andar- Xander rompió el silencio con un lento y
teatral batir de palmas.
El eco resonó en el vestuario.
“Menuda performance, nena”, dijo casi ronroneando,
observándome atentamente.
Por un momento deseé cubrirme, ya que estaba
prácticamente desnuda, pero era un poco tarde para ese tipo de
pudor. “Sin embargo, creo que estás dispuesta a repetir. ¿No te
parece, Bryce?”
“Absolutamente”, convino mi amigo con un gruñido bajo.
Lentamente, sin vacilar, me acerqué al banco ocupado por
Xander, deteniéndome frente a él. Aunque seguía sentado,
nuestras miradas estaban prácticamente a la misma altura, ya
que él era mucho más alto que yo. Sus ojos me retaban a hacer
algo, a moverme, así que empecé a acercarme para besarle,
ignorando todas las señales de mi cerebro que me decían que
le odiaba y que no debía hacerlo.
Sin embargo, ahora estaba presa de la lujuria y nada podía
detenerme.
Cuando mis labios estaban a un centímetro de los suyos, se
apartó, sonriendo al ver mi cara de asombro. Ahí estaba de
nuevo esa expresión de matón, siempre provocador, siempre
seguro de tener ventaja sobre los demás.
“Aún no estoy convencido de que te hayas ganado un
beso”, dijo Xander. “Ponte de rodillas, Jade”.
El fuego de la rebeldía se encendió en mi interior. La ira, la
rebeldía, la negativa a dejar que me mandara, pero también un
profundo deseo de cumplir sus órdenes. Ansiaba someterme a
él, que me utilizara para su placer. Ver su polla delante de mí y
llevármela a la boca, demostrándole que sería capaz de hacer
todo lo que él quisiera.
“Tú no eres mi jefe, Xander”. Apoyé las manos en las
caderas y aprecié cómo sus ojos se apartaban de los míos solo
un segundo para mirar la tentadora turgencia de mis firmes
tetas.
“Puede que aún no lo sean”, respondió. “Pero pronto lo
estarán. Arrodíllate, no te lo diré otra vez”.
“¿Qué gano yo?”, le pregunté burlona.
No recordaba haber sido nunca tan traviesa, ni siquiera de
niña, con mis padres. Me excitó ver cómo movía los labios,
conteniendo una sonrisa.
“Deberás probar mi polla, mocosa. Y si tienes suerte,
incluso podrás tragarte mi semilla caliente”.
No pude evitar soltar un pequeño gemido.
Una onda expansiva llena de deseo llegó directamente a mi
coño y fue demasiado intensa para seguir comportándome
como una niñata. Sobre todo cuando sentí que Bryce se
levantaba y venía hacia nosotros. Cuando me arrodillé delante
de Xander, incluso el tacto del duro suelo de cemento aumentó
mi excitación. Entonces las fuertes manos de Bryce me
apartaron el pelo de la cara. Fue un gesto increíblemente
suave.
Cuando llegué a la cintura de sus pantalones, Xander me
miró directamente a los ojos. Lentamente, con cuidado, le bajé
la cremallera, manteniendo el contacto visual hasta que estuvo
completamente abierta, y luego metí la mano en sus bóxeres.
En aquel instante, no podía apartar los ojos de su polla; de
algún modo era fascinante, hermosa, larga, se me hacía la boca
agua.
Lo cogí con la mano. Sabía que iba a disfrutar aún más
cuando me llenara la boca.
Al primer contacto, hice un lametón exploratorio, en la
base, subiendo lentamente hasta la punta, y estuve a punto de
entrar en éxtasis. El pecho liso y delgado de Xander se
contrajo, sacudiendo su polla en mi suave agarre, aunque
intentaba mantener una expresión fría y distante en el rostro.
Como si le aburriera. Esto no hizo sino aumentar mi deseo de
complacerle, de hacerle perder la compostura y la calma al
seguir utilizando mi pervertida boca.
Cuando volví a tomar su polla entre mis labios, oí gemir a
Bryce detrás de mí mientras disfrutaba de la escena.
Oh Dios, su perfecta textura de sabor salado era celestial y
la forma en que se la chupaba era casi automática. La
respiración de Xander empezó a acelerarse cuando me llevé
todo su miembro a la boca con más énfasis y con la otra mano
le toqué los huevos. En aquel momento, empecé a chuparlo
con soltura, llevándomelo hasta la garganta.
“Buena chica”, gruñó Xander con los ojos entrecerrados.
En respuesta, dejé que su polla caliente llegara hasta lo
más profundo de mi paladar, chupándola con fuerza y
profundidad. “¡Sí, así! Sigue así!”
“Es tan encantadora con tu polla en la boca”, comentó la
voz de Bryce desde detrás de mí, llena de una especie de
asombro.
“Claro que lo es”, convino Xander.
Empecé a mover la cabeza hacia delante y hacia atrás
mucho más deprisa, ansiosa por saborear su polla y presentir
lo que sería su orgasmo en mi garganta.
Desde atrás, Bryce me agarró del pelo y empezó a
empujarme arriba y abajo sobre la polla de su amigo,
provocándome un escalofrío. Empecé a mojar la polla de
Xander con más vigor del que había probado con Owen en el
pasado.
De todos modos, Xander Townsend tenía mucho más
material con el que trabajar… y gemí alrededor de su grosor,
presionando con más fuerza la lengua en la parte inferior de su
polla.
En perfecta sincronía con mis esfuerzos por hacerle
correrse, lanzó una exclamación, mientras gotas dulces y
saladas se derramaban de su punta húmeda y cubrían mi
lengua.
Redoblé mis esfuerzos, deseando que se corriera en mi
boca, pero cuando Xander también se aferró a mi pelo,
creyendo que estaba a punto de eyacular, en lugar de empujar
más profundamente en mi garganta, se apartó.
Jadeé, de repente sorprendida por la idea de no poder
saborearlo. Me dirigió una sonrisa maliciosa, con las mejillas
completamente sonrojadas.
“Ja, ja”, exclamó, sin aliento. “Has sido una buena chica,
pero creo que aún no te has ganado el derecho a beber mi
semilla caliente. Me correré en tus tetas y todavía lo
disfrutarás”.
Mierda. El tono autoritario de su voz, la punta de su polla
palpitando a punto de correrse… Me había parecido
demasiado bueno para ser verdad.
Me hizo un gesto con la cabeza y comprendí lo que me
pedía sin necesidad de que hablara; así que rodeé su polla
palpitante con ambas manos, masturbándolo mientras me
inclinaba sobre él, con las tetas desnudas apoyadas en su punta
húmeda a punto de estallar.
Cuando Xander se corrió, gritó y, de algún modo, me
alegré de verlo conmocionado. Su polla vibró en mis manos y
su semilla caliente golpeó mis pechos en varios lugares.
La visión de su cara, con la mandíbula relajada por el
placer, las pupilas dilatadas, la piel enrojecida… era todo
realmente maravilloso ahora que ya no se contenía.
Aquella versión de él había sido demasiado artificial, en
cambio en aquel momento, mientras me rociaba por todas
partes, parecía tan crudo y salvaje como me gustaba.
Por mi causa, jadeaba con fuerza y luego aflojaba la mano
que me sujetaba el pelo, como si ya no tuviera energía para
apretar.
Maldita sea, nunca pensé que pudiera tener tal efecto en
alguien tan fuerte como Xander. Hasta me daba vueltas la
cabeza de pensarlo.
Sin embargo, cuando se recuperó de su orgasmo, fue casi
imposible ir con calma. Con unos movimientos rápidos, volvió
a ponerse los bóxeres y luego los pantalones, subió la
cremallera y luego asintió a Bryce como si acabaran de
concluir un intercambio de negocios.
En cuestión de segundos, los dos caminaban y empezaban
a salir de los vestuarios. Bryce me guiñó un ojo y la sonrisa
perversa de Xander fue la única muestra de agradecimiento
que me concedió. Como si aún no hubiera estado arrodillada
en el suelo, cubierta de su semen caliente, con el sabor de su
polla todavía impreso en mis labios.
Cabrón. Incluso a través de la nube roja de rabia que me
nublaba la vista, por debajo de aquella humillación me
gustaba. El hecho de que todo esto fuera privado y que nadie
lo supiera me excitaba como una loca.
Puede que Xander y Bryce siguieran sin gustarme como
personas, pero mi cuerpo adoraba todo lo que me hacían, y
aunque me había corrido tres veces, seguía sintiendo
demasiado deseo caliente entre las piernas como para sentir
siquiera una pizca de arrepentimiento.
14
DANE

P uede que fuera mezquino, pero cuando salí de la escuela


sonreí para mis adentros y no tenía intención de ver a
Jade Wells.
Aquella chica tenía demasiado poder sobre mí. Me daba
cada vez más cuenta de ello a medida que reproducía en mi
cabeza, como un bucle sin fin, el tiempo pasado en la casita
junto a la piscina, luchando por controlar la respuesta natural
de mi cuerpo al recuerdo de su sabor, a la sensación de tenerla
entre mis manos.
Normalmente, las chicas no permanecían en mi mente
después de habérmelas follado.
Quizá me sentía así porque en realidad no la había
penetrado. Ni siquiera había conseguido satisfacer mi
necesidad de correrme, en mi único afán de hacerla llegar al
orgasmo.
Sí, tal vez por eso ella seguía constantemente en mis
pensamientos: en cualquier caso, el hecho de haberla dejado
plantada, de haber recuperado algo de poder, era una gran
satisfacción.
Me moría de ganas de ver su expresión de cabreo la
próxima vez que la viera en la escuela. No parecía en absoluto
una chica estúpida y, desde luego, era lo bastante atrevida y
potencialmente engreída como para pensar que me tomaría la
molestia de concertar una cita secreta solo para terminar lo que
habíamos empezado.
Casi me reí al pensar en ella esperándome fuera de la
escuela, completamente sola.
Una niña rica y mimada como ella, porque eso era lo que
se suponía que era, merecía que le pusieran las cosas en su
sitio. Habiendo crecido en una caravana con una abuela
apática y unos padres drogadictos que no se preocupaban por
mí, no soportaba a la gente como ella. En realidad era un
milagro que fuera amigo de alguien como Xander. No podía
fingir que no estaba molesto con él y con su vida tranquila,
pero llevábamos demasiado tiempo siendo amigos y eso estaba
bien.
Maldita sea, incluso la gran y cariñosa familia de clase
media de Bryce era difícil de soportar a veces. Parecía que
todo el mundo a mi alrededor tenía algo que yo no poseía, y
era difícil vivir mi vida sin enfadarme por ello.
A pesar de todo, mis amigos siempre me recordaban mi
posición poco estelar en la vida, sobre todo porque Xander
siempre invitaba cuando salíamos, gracias al dinero de su
padre.
Ahuyenté la amargura y me subí a mi viejo y destartalado
monovolumen. Respiré hondo un par de veces y me di cuenta
de que podía manejar las cosas con mis dos mejores amigos,
como siempre había hecho. Teníamos una rutina regular:
quedábamos en casa de Xander y jugábamos a videojuegos en
su sótano después de clase, junto con Bryce cuando no tenía
entrenamiento de fútbol y los dos solos cuando sí lo tenía.
Sin embargo, cuando aparqué mi cacharro en la entrada de
la preciosa mansión de Xander, en su barrio pijo, y envié un
mensaje a los chicos para comunicarles que había llegado, no
recibí respuesta. El coche de Bryce no estaba allí y tampoco el
Mercedes de Xander.
¡Dónde demonios se habían metido esos dos!
Esperé mucho tiempo porque, maldita sea, ser leal a mis
amigos era una cuestión de principios.
Pero me sentí realmente molesto cuando, tras una hora de
espera, por fin vi llegar el coche de Xander, con mis dos
estúpidos amigos a bordo, mientras notaba una extraña
sensación.
Esa era la única forma de describirla, mientras bajaban
lentamente del coche y se reunían conmigo en la entrada.
Parecían… ¿Culpables? ¿Impresionados por algo que habían
visto?
Una mezcla de emociones que nunca había visto en sus
caras en todos los años de nuestra amistad.
Tal vez me equivocara, pero algo dentro de mí me decía
que Jade Wells, mi perdición en el instituto Coldwater desde
que había entrado en él, estaba detrás.
No sabía por qué ni cómo, pero podía sentirlo.
Cuando llegamos juntas al sótano, nuestro lugar habitual
de reunión, ninguno de mis amigos dijo una palabra. Sin
embargo, no tenía intención de preguntarles qué había
ocurrido, así que fingí no percibir la extrañeza en sus miradas.
Finalmente, me derrumbé.
“¿No has tenido entrenamiento hoy?”, le pregunté a Bryce,
intentando hacer nuestras cosas habituales mientras Xander
preparaba la PS5. Parecía que no se había duchado, algo que
siempre hacía después del entrenamiento, lo que reforzaba aún
más la extrañeza de lo tarde que habían llegado a casa de
Xander.
¿Qué demonios habían estado haciendo todo ese tiempo?
¡Había pasado más de una hora!
“No, se ha cancelado”, respondió Bryce. Se aclaró la
garganta y evitó mi mirada. Xander tampoco me miraba.
“Entonces, ¿dónde coño habíais estado vosotros dos
durante la última hora?” Me limité a gruñir en señal de
asentimiento, esperando que alguno de ellos cediera. Sin
embargo, a medida que el silencio se alargaba, no podía
soportarlo más. Tenía que iniciar una conversación.
“No os vais a creer lo que ha pasado hoy entre la novata y
yo”, les dije, y las orejas de mis dos amigos se levantaron
prácticamente como las de un perro que oye la palabra
“golosina”. Naturalmente, eso llamó su atención.
“¿Qué ha pasado?”, preguntó Bryce, con la voz un poco
entrecortada.
“Bueno, después de lo que pasó en la casita de la piscina,
por lo visto, aún no había tenido bastante”, le dije. “Así que
hoy le he pedido que quedáramos después de clase para
divertirnos un poco más. Lástima que no me haya presentado”.
“Así que a eso iba. A encontrarse con él”, soltó Bryce
como si respondiera a una pregunta candente. No entendía de
qué estaba hablando. Sus ojos se abrieron de par en par y
Xander le lanzó una mirada como si lo fulminara ferozmente.
“Vale, ¿qué coño os pasa?”, pregunté en un arranque de
frustración. “Está claro que hay algo que no me estáis
contando, y tengo la sensación de que se trata de por qué
habéis llegado tarde hoy. Por Dios, ahora me lo decís”.
“Bueno, en primer lugar, parece que tu plan de dejarla
plantada fracasó”, replicó Xander con su habitual tono
presumido y exagerado.
“¿Qué quieres decir?”
“No tuvo el efecto deseado, Dane, porque da la casualidad
de que Bryce y yo tuvimos un… interesante encuentro con ella
en los vestuarios. Por eso llegamos tarde”.
Hice una larga pausa, mirándoles a los ojos a los dos por
turnos, en busca de respuestas que no estaba seguro de querer
saber. ¡”¿De qué… de qué estás hablando! ¿Os la habéis
follado o qué?”.
Era una afirmación atrevida, casi una burla, aunque sentía
que tenía razón. Excepto que no podía tener razón, porque la
idea de que aquella chica nos hubiera hecho meterle mano en
el coño, en el breve espacio de tiempo que llevaba allí, era
completamente absurda, ¿no?
En cambio, Bryce hizo una mueca de dolor, nunca había
sido muy bueno ocultando sus sentimientos, mientras que la
sonrisa de Xander me daba la confirmación que no quería
tener.
“Técnicamente, fue Bryce quien se la folló”, explicó
Xander con gran sencillez. “Yo solo fui el cabrón afortunado
que entró y pudo mirar. Y luego esa zorrita me chupó la polla.
Fue una tarde agradable”.
Se encogió de hombros como si no hubiera pasado nada.
Parpadeé un par de veces, esperando que estuvieran
bromeando. En lugar de eso, Bryce hizo un solemne gesto de
confirmación y tuve que cerrar los ojos durante un minuto,
mientras la ira se acumulaba en mi interior, zumbando como
un enjambre de abejas a punto de picar.
Estaba cabreado con aquellos dos gilipollas por no
habérmelo contado enseguida y también por acostarse con la
chica por la que yo intentaba no interesarme.
Sin embargo, no me parecía la verdad absoluta, ya que yo
no tenía ningún derecho sobre Jade, y de todos modos no me
parecían celos posesivos. Al contrario, la idea de que fuera una
putilla, yendo de polla en polla en el espacio de una tarde, casi
satisfacía una excitación profunda y primaria en mí. Además,
no podía enfadarme con mis amigos por aprovechar aquella
oportunidad: mejor ellos que algún otro imbécil de nuestra
escuela.
Por supuesto, seguía sintiendo celos de que Bryce y
Xander lo hubieran conseguido de una forma que yo aún no
había experimentado. En ese punto, ya no tenía excusas: tenía
que follármela, aunque solo fuera para sentirme igual que ellos
y más.
Pero entonces lo pensé: la verdadera fuente de mi ira, el
motivo real de mi disgusto, era el hecho de que Jade no
hubiera caído en mi trampa; yo la había dejado plantada, pero
a ella no le había importado, y en lugar de una polla había
tenido dos. Joder, había destruido todo el poder que yo creía
tener sobre ella follándose a Bryce y Xander, demostrando que
tenía ventaja sobre mí y sobre cualquier otro tío de su entorno
inmediato. Por no mencionar que saber que la dulce y sexy
Jade Wells era una devoradora de hombres no hizo sino
aumentar mi deseo por ella.
Saber que, a pesar de su apariencia inocente, era alguien
que iba por ahí espiando a las parejas follando e incluso se
atrevía con un poco de sexo en trío cuando se le presentaba la
oportunidad, me estaba volviendo loco.
“Bueno”, dije con calma, para romper la tensión, ya que
mis amigos estaban esperando claramente que les gritara, “¿el
hecho de que hayas practicado sexo en grupo con ella significa
que ahora estoy fuera del equipo? Esto es un nuevo nivel de
unión entre amigos, al menos eso creo. Sinceramente, quizá
debería ofenderme por no haber sido invitado”.
Bryce fue el primero en reírse, alto y orgulloso como de
costumbre. Sonreí, y entonces los tres nos pusimos a jugar a
los videojuegos.
Aunque, en realidad, no pensaba en jugar. Mi cerebro
estaba sumido en una excitante vorágine de fantasías sobre
Jade suplicándome que la perdonara después de haberse
follado a uno de mis amigos y después de habérsela chupado
al otro, ofreciéndome su dulce cuerpo en bandeja de plata.
Y otra vez: Jade de rodillas, expiando sus pecados con sus
labios regordetes alrededor de mi polla. Jade, cogiéndola por
detrás, con lágrimas corriéndole por la cara de una mezcla de
placer y dolor, mientras la penetraba, duro y crudo.
Afortunadamente, el sótano estaba demasiado oscuro para
que mis amigos vieran la frustración contenida que se
apoderaba de la parte delantera de mis pantalones.
Sin embargo, los tres sabíamos que algo iba mal, dado
cómo estaba transcurriendo nuestra estúpida partida de
videojuegos.
Después de que mi héroe muriera por tercera vez
consecutiva, había maldecido como un loco, resistiendo el
impulso de destruir el caro televisor de Xander lanzándole mi
mando. Se callaba cuando normalmente nos daba órdenes
claras, incluso entonces asumía el papel de líder para el que
había nacido. Mientras tanto, el habitualmente alegre Bryce
jugaba sin piedad, destruyéndonos tanto a Xander como a mí,
aunque normalmente jugábamos más en equipo.
“¡Joder!”, gritó, perdiendo el control de la situación.
“¿Qué demonios, tío? Estás jugando como un loco. Esto no
es nada divertido”, le dije.
“¡No sé de qué estás hablando!”.
“Y una mierda. Sé lo que es”, dije, en tono bajo y
amenazador. Mis amigos me miraron con expresión seria, sus
ojos fijos en mí con gran preocupación. Yo mantuve mi
expresión seria. “He visto esto antes, chicos, y no es bueno.
Estáis nerviosos porque queréis follarla como es debido”.
“Cállate”, dijo Bryce riendo. Luego me empujó del sofá.
Me eché a reír de pie en el suelo mientras Xander nos sacudía
la cabeza.
“Idiotas”, murmuró.
Sin embargo, a pesar del aire pretencioso que llevaba, no
podía convencernos de que él tampoco era tan joven y
estúpido como nosotros: lo conocíamos mejor que nadie. Así
que se dejó llevar y volvió a ser un adolescente normal en vez
de un presumido hijo de puta.
Cuando volvimos a acomodarnos en el sofá, dejamos la
PlayStation, al darnos cuenta de que algo más grande ocupaba
nuestras mentes. Algo de metro ochenta, con unas tetas
preciosas y una boca carnosa.
“Esa chica nueva es todo un problema”, comentó Xander.
“No hay duda”, coincidió Bryce.
“Yo también lo creo”. Hice una pausa y me encogí de
hombros. “Pero todos sabemos que no me detengo ante nada,
así que es justo que también me la folle a ella”.
“Eso si ella también, después del viernes, quiere algo más
de ti”, señaló Xander.
“Lo quiere, de lo contrario no habría accedido a verme a
escondidas después de clase”, respondí. “Y está claro que,
después de cómo se comportó con vosotros dos, es
jodidamente insaciable”.
“Dios, sí que lo es”. Bryce suspiró, volviendo claramente
con la mente al vestuario. “La hice correrse tres veces, pero
solo sé que si alguno de nosotros quisiera follársela otra vez,
se abriría de piernas allí mismo, en el suelo”.
Tanto Xander como yo soltamos un gemido y los tres
fingimos no darnos cuenta de la forma en que cada uno
cruzaba las piernas o se aferraba a las almohadas para taparse
la polla.
Jade Wells era una maldita bruja o algo así, ya que tenía
todo ese magnetismo sexual hacia nosotros tres.
Antes de su llegada, desde luego no nos faltaban coños.
“No vamos a acabar peleándonos por culpa de esa zorrita,
¿verdad?”, preguntó Xander, esforzándose por adoptar un tono
distante y desinteresado.
Sin embargo, podía sentir la vulnerabilidad que había
debajo de la pregunta.
Bryce y yo éramos probablemente las únicas personas que
podían ver las grietas en la brillante armadura de Xander, y
sabía que éramos importantes para él, incluso más que su
imagen inmaculada, su dinero o su sueño de ir a Harvard.
En cualquier caso, su preocupación era la misma que la
mía en el fondo. Que de algún modo Jade Wells y su coño
mágico pudieran separarnos.
“No”, intervino Bryce. “De ninguna manera, tío. Tú
también estabas en el vestuario. No tuve ningún problema en
compartirla contigo”.
“Y no veo por qué no puede follarnos a los tres si quiere”,
intervine razonablemente.
“Aunque no necesariamente todos juntos”, se apresuró a
señalar Xander.
“¡Yo estaría bien con los tres!”, solté.
“Sí, sería divertido, pero también me parece bien follar a
solas”. Bryce soltó una media carcajada.
Era casi extraño lo poco que les importaba a él y a Xander
compartir la misma chica.
“Oye, Dane, como mínimo vas a masturbarte solo, ¿no?”.
Levanté el dedo corazón, ganándome otra risa
característica de Bryce.
Una vez establecido nuestro caballeroso acuerdo sobre
compartir a Jade Wells, continuamos nuestro día en el gran
sótano.
Xander y Bryce empezaron a hacer sus deberes, mientras
yo me afanaba en los míos, mirando las redes sociales en mi
smartphone a falta de algo mejor que hacer. Al menos en
Internet, Jade Wells no podría atormentarme. Ya había
confirmado que extrañamente no tenía página.
Sin embargo, mientras hojeaba publicaciones sobre
astrología, selfies y mensajes sobre el próximo baile de
graduación, el universo decidió lanzarme otra flecha con
forma de Jade Wells.
Aparté la mirada de Xander y Bryce, que estaban
trabajando juntos en sus deberes de matemáticas, y pasé
frenéticamente el pulgar por la pantalla, deseando que volviera
la imagen que acababa de vislumbrar.
Y allí estaba: un selfie en sombras de tres amigos, dos
chicas y un chico, con las caras juntas y sonrientes. La foto la
había compartido alguien a quien no conocía, pero había
aparecido en mi feed porque Owen había sido etiquetado. Era
una foto antigua de él y en el centro estaba su cara. La chica de
la izquierda era la que la había publicado, aunque no la
reconocí; a la derecha de Owen había una chica rubia con una
sonrisa familiar. Pasando el dedo por la foto descubrí de quién
se trataba: una tal Hannah Wells, que había cerrado su cuenta
un año antes.
Fue como si me hubiera atropellado un tren. La forma en
que todas las verdades y misterios que rodeaban a Jade Wells
se abalanzaron sobre mí en una oleada de conciencia, me hizo
perder el equilibrio.
Hannah: ¡ese era su verdadero nombre!
Por eso no podía encontrar a Jade en ningún sitio de
Internet.
Era Hannah, la novia de Owen de la que siempre se
quejaba con Xander, Bryce y conmigo hasta que habían roto
hacía algún tiempo. La misma Hannah de la que se había
burlado por cambiar de instituto después de que hubieran roto.
Nunca la había conocido cuando estaban juntos, porque él
decía que era “una aguafiestas” y siempre quería evitar
nuestros eventos. Por lo tanto, nunca había querido conocerla,
pues no tenía ningún interés en conocer mejor a la novia de
Owen, ya que él y yo nos habíamos distanciado con los años.
¿Significaba que Jade Wells, la tentadora que nos había
embrujado a los tres, no era real? ¿Qué incluso el placer que
habíamos compartido con ella era falso?
Un paquete de tinte pelirrojo y un nuevo nombre ya no
podían borrar el hecho de que era la ex de Owen Prescott.
Había llegado a Coldwater de forma completamente
anónima, fingiendo no saber nada de ninguno de nosotros, y
no podía ser una coincidencia.
Ahora sabía que había entrado en mi cabeza con la misma
facilidad con la que había entrado en la de Xander y Bryce. No
podía ser una coincidencia que fuéramos amigos de su ex
desde hacía mucho tiempo.
Me justifiqué ante Xander y Bryce diciendo que tenía que
volver a casa para ver cómo estaba mi abuela.
Quizá debería habérselo contado a los chicos enseguida,
pero sentía que aferrarme a aquel jugoso secreto me devolvía
algo de poder.
Había una forma mejor de utilizar aquella información que
compartirla con mis amigos.
Iba a urdir un plan para derrotarla en su puto y retorcido
juego: Jade Wells ni siquiera iba a saber por dónde se había
metido.
15
XANDER

L a vez siguiente que entré en clase de Física, Jade Wells


ya estaba en su asiento habitual, preciosa, con un top
negro escotado y una falda floreada que dejaba ver sus
piernas perfectas.
Se dio cuenta de mi llegada y, por alguna razón, su
expresión pasó de relajada a tensa y enojada.
Recordaba bien cómo la había dejado de rodillas y llena de
mi semen caliente por todas partes en aquel vestuario. Me
sentí culpable, aunque disfrutaba recordando sus pechos
desnudos salpicados de mi semen. Maldita sea, aquella chica
me estaba volviendo loco.
Abandoné mi asiento habitual al principio de la clase para
acercarme a Jade hacia el fondo del aula. Me apoyó contra el
borde de su pupitre, acentuando mi estatura en una
satisfactoria demostración de poder.
“Hola de nuevo, novata”, la saludé como si fuéramos
desconocidos. “¿Te importa si me siento aquí?”
Inmediatamente su postura se puso rígida y, aparte de la
breve mirada que me dirigió para hacerme saber que no era
bienvenido, intentó no reaccionar. No salió ninguna palabra de
sus hermosos labios regordetes y casi se partió de risa. No era
tan buena como yo fingiendo.
Desde mi asiento, a su lado, observé cómo se le tensaba la
mandíbula y cómo golpeaba nerviosamente el escritorio con el
lápiz. Me gustaba la facilidad con la que conseguía dominarla.
No era fácil verla allí sentada sin pensar en el aspecto que
tenía cuando me chupaba la polla, con sus ojos verdes llorosos
mientras la metía hasta el fondo de su garganta.
Volví a comportarme con mi altiva arrogancia habitual,
como si fuera mi segunda piel, pero en mitad de la clase, me
encontré pensando en aquel vestuario, en lugar de escuchar al
profesor explicando el curso práctico de aquel día.
Independientemente de lo gélido que me presentara ante el
mundo, puesto que todos los Townsend éramos personas frías
y llevaba la altanería en la sangre, por desgracia aún tenía
conciencia. El hecho de que Jade siguiera enfadada por cómo
me había marchado, me molestaba.
No era una persona a la que le gustaran los mimos ni
ningún otro tipo de atención después del sexo. Apenas había
recibido afecto de mi familia, pues mis padres, de mentalidad
empresarial, siempre habían dejado claro que les importaba
más el dinero que yo. Mi hermana mayor y yo éramos para
ellos más accesorios que miembros de la familia, simplemente
otro símbolo de estatus del que presumir ante los amigos.
Sin embargo, independientemente de mi reputación en
aquel colegio, nunca había sido tan descuidado con ninguna de
mis compañeras, al menos antes de Jade. Nunca había dejado a
una chica tan cabreada conmigo por haberla ignorado por
completo después de follar.
“Hoy tendréis que trabajar con un compañero”, anunció la
Sra. Parsons a la clase, sacándome de mis extraños
pensamientos. “Será vuestro colega durante el resto del
semestre”.
Jade y yo nos miramos. Ella abrió mucho los ojos. Resistí
el impulso de sonreírle, sabiendo que no iba a ser bien
acogido.
“Si alguien tiene algún problema con su compañero de
laboratorio, que venga a hablar conmigo después de clase”,
continuó la señorita Parsons con su voz brillante. “Pero por
hoy, permaneceréis junto a vuestro vecino o vecina durante
nuestro experimento”.
“No te preocupes, novata”, le dije a Jade, sin poder resistir
las ganas de provocarla. “Soy un alumno excelente, así que
conmigo estás en buenas manos”.
Ella abrió los ojos ante mi sutil insinuación. Me di cuenta
de que le molestaba mi presencia.
“Tengo buenas notas, gilipollas. No necesito tu ayuda”,
exclamó.
Al menos sabía que mi media de notas estaba a salvo.
Para el laboratorio debíamos construir una especie de
máquina de Rube Goldberg, hecha con objetos domésticos.
Algo para demostrar el impulso, la inercia y otras tonterías por
el estilo que apenas me importaban, porque, para entonces, ya
estaba mentalmente fuera de la Coldwater y de camino a
Harvard. Además, era claramente un intento de la dulce
señorita Parsons de hacer “divertida” la física, pero a mí no me
entusiasmaba en absoluto.
Por lo menos era bastante sencillo, aunque Jade evitaba
mirarme mientras desarrollaba su tarea. Prácticamente
trabajábamos individualmente, solo que estábamos en la
misma estación de laboratorio. Al final, sin embargo, su
evidente frustración conmigo se manifestó en que dejó caer
más de una vez el vaso de plástico que era crucial para nuestro
aparato. Al tercer derrame, soltó un “¡maldita sea!” apenas
susurrado.
La Sra. Parsons no era de las que habrían regañado a Jade,
pero frunció el ceño con firmeza y actuó como si quisiera
acercarse para hacer cumplir alguna disciplina. Jade Wells se
estaba portando como una niña mala y a las partes más
cachondas de mi cerebro les encantaba. Calmé a nuestra
profesora con una sonrisa impasible y luego me volví hacia mi
enfurecida compañera de laboratorio.
“¿Cuál es el problema? Es agradable de ver cuando te
agachas a recoger el vaso. Me recuerda a cuando estabas de
rodillas… toda llena de mi…”.
Mi tono de voz la estaba enfadando aún más y lo sabía,
pero quizá por eso seguía provocándola, fingiendo que no me
importaba.
“¡Dios mío!”, exclamó Jade entre un gruñido y un susurro.
Sus mejillas se habían sonrojado de un precioso tono rosa
intenso que me recordaba a sus pezones turgentes, mientras
que la expresión de su rostro era lo bastante escandalosa como
para hacerme desistir de mi lujuria.
Cuando volvió a hablar, tras un largo segundo de
respiración lenta por la nariz, temblaba de rabia.
“En realidad, Xander, tú eres el problema. No has hecho
más que comportarte como un gilipollas arrogante y engreído
desde que nos conocimos, y aunque es evidente que me atraes,
mi odio hacia ti como persona se ha multiplicado por mil
desde que me trataste como basura después de… bueno, ya
sabes. El vestuario”.
Se había vuelto de un furioso color fucsia, pero continuó
su serena perorata, casi susurrando para que no la oyeran
nuestros compañeros. Luego continuó.
Pude oír cada sílaba clara y distintamente.
“Me da igual lo jodidamente rico, guapo e inteligente que
seas. A mí me interesa cómo tratas a la gente que te rodea…
como si no importara. Es una actitud sin clase, cruel y
jodidamente horrible. El problema es que quizá estoy
acostumbrada a ese tipo de trato indiferente por parte de los
chicos con los que he salido, y por eso me dejé involucrar
tontamente contigo de la forma en que lo hice. Me dejé llevar
por el momento y me sentí bien. Cuando mi ex terminaba el
sexo, no le importaba una mierda, así que ¿por qué iban a ser
las cosas diferentes ahora?”.
Joder, ahora hasta su voz estaba temblando.
Parecía a punto de echarse a llorar, y aquel chisme sobre su
historial de citas me afectó mucho. La hacía más humana, y
supongo que de eso se trataba: nunca se me había dado bien
ver a la gente que me rodeaba como individuos reales,
completos y elocuentes.
Sentí una punzada dolorosa en el pecho. Sin embargo, Jade
aún no había terminado de asestar sus golpes mortales.
“Ahora, sin embargo, he aprendido la lección y no volveré
a tocar a ninguno de vosotros tres. Si tú y tus estúpidos amigos
solo queréis… utilizarme como juguete, os habéis equivocado
de chica. De hecho, tú y tus dos lameculos podéis
considerarme fuera de vuestras vidas. He terminado con esto”.
La agotada derrota en su voz, la caída de sus hombros una
vez hubo terminado de hablar, realmente solidificaron lo
jodidamente mal que me sentía. Me sentía tan pequeño, tan
indefenso, tan desesperado incluso.
No me gustó que eso atenuara el brillo de sus ojos verdes.
Empezaban a gustarme esos ojos y también la personalidad
burbujeante que había por debajo.
Lo único que pude decir, sin una gota de ironía, fue:
“Tienes razón. Lo siento”.
Jade me miró fijamente, sin pestañear, en silencio.
Debería haber continuado, haberle dicho algo más.
“He sido grosero y terrible contigo, y así he sido desde que
llegaste a la Coldwater. No puedo justificarme diciendo que he
tenido un mal día, una mala semana o un mal año. Se me da
mejor fingir que intentar ser… humano. Pero, aunque odio
admitirlo, hay algo en ti que me intriga lo suficiente como para
querer intentarlo. Rara vez quiero conocer mejor a una chica,
Jade Wells, pero si me das la oportunidad, me encantaría
hacerlo contigo”.
Su silencio se prolongó lo suficiente como para que casi
temiera que se hubiera encerrado en sí misma. Como un
ordenador bloqueado, necesitaba reiniciarse… y me habría
encantado pulsar su botón de encendido, estuviera donde
estuviera. Incluso delante de toda una clase de estudiantes de
física. Me daba igual.
Al final, Jade asintió lentamente con la cabeza. No fue una
aceptación total de mis disculpas, que me absolviera de mi mal
comportamiento, pero aun así me pareció un indulto. Una
oportunidad perfecta para izar la bandera blanca.
“Después de clase, pásate por mi casa”, le dije. No estaba
seguro de por qué lo había dicho, y no estaba tampoco
convencido de nada, salvo de que necesitaba tocarla… que ella
volviera a tocarme. “Puede que no se me den bien el calor y el
afecto humano en el sentido común de la palabra, pero sé
cómo hacerte sentir bien. Te lo mereces después de cómo te he
tratado”.
No había inocencia en sus verdes pupilas, solo una llama
de deseo casi sobrenatural que encendió la misma mecha en
mí. Sabía que la estaba invitando a sexo, algo auténticamente
explosivo que duraría toda la tarde. Si tan solo me hubiera
dejado compensarla…
Quería hacer que Jade Wells se corriera de todas las formas
posibles: en mi cara mientras la lamía, alrededor de mi polla,
en todos lados.
Dane solía ser el más imaginativo y creativo del grupo,
pero de repente se me ocurrieron todo tipo de ideas
deliciosamente perversas, y con ellas sentí que mi polla se
agitaba bajo la mesa del laboratorio.
Jade me estaba inspirando de todas las formas posibles.
No dijo que sí, ni asintió ni hizo gran cosa para aceptar mi
invitación, excepto morderse el labio inferior, lo que hizo que
mi polla se crispara.
Pero… tampoco dijo que no.
Fue todo lo que me faltaba para darme cuenta de que aquel
día iba a follarme a Jade Wells hasta dejarla inconsciente.
Fuera lo que fuera lo que ella quisiera, yo se lo iba a dar.
16
JADE

H abía superado la etapa de la temeridad y había llegado a


la de la locura total. En realidad, esa era la única
explicación plausible. La locura era la única excusa
válida para justificar mi exploración sexual con aquella “tríada
sexual”, con la que había tropezado, y era lo único que podía
dar sentido a mi comportamiento.
Era imposible que me lo hubiera pedido. Ni siquiera podía
plantearme hacerlo, excitándome con solo pensarlo de camino
al comedor.
Lo más absurdo de todo esto era lo lejos que parecía haber
retrocedido de mi mente mi plan de venganza. Claro que
Owen seguía estando en mi lista negra, y seguía deleitándome
con la idea de darle el castigo que se merecía. Solo sabía que
lo que estuviera haciendo con Dane Schwartz, Bryce Fisher y
Xander Townsend, en aquel momento, no tenía absolutamente
nada que ver con mi estúpido plan. En cambio, tenía que ver
con la pura lujuria.
Nunca había sentido nada tan fuerte en mi vida.
Bajo la nube de deseo que llenaba mi visión, me
aterrorizaba la idea de que, al seguir aquel camino, volvería a
sentirme utilizada.
Por mucho que me dijera a mí misma que odiaba a Dane,
Bryce y Xander, una parte de mí empezaba a detestarlos cada
vez menos, lo que significaba que mi estúpido e ingenuo ego
pronto volvería a hacerse añicos.
Me di cuenta de que tenía muy mal gusto para los chicos.
Cuando vi la mesa habitual donde solíamos sentarnos Leah
y yo, me dirigí hacia allí, con la lonchera colgada del brazo.
Me di cuenta de que Dane se marchaba allí mismo.
Fruncí el ceño y pensé en preguntarle qué hacía allí hasta
que se acercó lo suficiente para que pudiera hablarle. Antes de
que pudiera formular una frase con sentido, me heló la sangre.
“Me alegro de verte, querida… Hannah“, se mofó.
¡Mierda, mierda, mierda!
Dane desapareció en cuestión de segundos, no pude verlo
por ninguna parte y entonces me encontré en la mesa del
almuerzo y la expresión de Leah me hizo comprender
exactamente lo que acababa de ocurrir.
De algún modo, no sabía cómo, aquel gilipollas había
descubierto mi supuesta identidad secreta y ahora le había
dado la noticia a mi única verdadera amiga en aquel instituto.
Maldita sea, después de que Owen lo arruinara todo con
mis antiguos amigos, Leah era la única que tenía.
“Hola”, dije entrecerrando los ojos mientras me sentaba
frente a ella.
Por favor, sigue siendo mi amiga. Por favor, quédate
conmigo.
“Hola, Jade. ¿O debería llamarte Hannah?” Levantó una
ceja y pensé en felicitarla por cómo se había maquillado aquel
día, pero sabía que no soltaría prenda tan fácilmente. Ni
siquiera se sobresaltó cuando mi expresión se volvió triste y
abatida.
“No, puedes seguir llamándome Jade, ¿vale? Es mi
segundo nombre. Cuando cambié de instituto necesitaba
empezar de cero”.
“Sí, respecto a eso”, exclamó Leah, señalándome con el
dedo. “Dijiste que el colegio en el que estudiabas había
cerrado. Pero fuiste a un lujoso colegio público, la
Worthington. Apuesto a que tus padres ni siquiera están en el
extranjero. ¿Hay siquiera una tía llamada Lynette?”.
Me apresuré a aclarar. “Lo de… mi tía es cierto. Mis
padres, en cambio, siguen en Estados Unidos y… no les
importa lo que me ocurra mientras mis notas sean buenas. No
sé por qué me he inventado todo lo demás, pero es que…
después de lo que me pasó en mi último colegio, necesitaba
empezar de cero. ¿Puedes entenderlo?”.
“¿Fuiste sincera en algo? ¿Sobre lo de ser mi amiga, por
ejemplo?”
“¡Por supuesto, Leah!”, le espeté, suavizando mi expresión
y mi tono de voz para hacerle saber que realmente la quería.
“Tú has sido increíble desde el primer momento en que llegué
aquí. Es solo que… Vine a esta escuela por una razón
concreta, y es algo complicado y raro de explicar, y ni siquiera
sé si quieres saber todo el drama que se ha montado”.
Leah se echó a reír, pillándome por sorpresa.
“Tía, me encanta el drama. Claro que quiero saberlo. Si me
lo cuentas todo, creo que podré olvidar todas las mentiras
hasta ahora y podremos empezar de cero. En cualquier caso, tu
vida conmigo es totalmente nueva. No es como si en el pasado
hubiéramos sido amigas durante años”. Me dio un rodillazo
por debajo de la mesa, una burla amistosa que borró al instante
toda mi ansiedad.
“¿De verdad quieres saberlo?”, le pregunté una vez más,
para estar segura.
“Oye, amiga, si no me lo cuentas todo ahora mismo, te
devolveré a la escuela primaria de una patada en el culo”.
Esbocé una leve sonrisa.
“Vale, pero no me juzgues, ¿vale?”.
“¿Por qué? ¿Se trata de un chico estúpido?”
Me estremecí. Leah dejó escapar un gemido de frustración.
“No puedo creer que todo esto sea por un gilipollas.
Además, tú pareces muy fuerte. De todos modos vale, no te
juzgaré. Cuéntamelo todo”.
Y así lo hice.
Le conté a Leah cómo Owen había sido mi primer novio
importante, cómo le había dado mi virginidad y la mayor parte
de mi vida, solo para que utilizara cada una de mis
vulnerabilidades como un arma contra mí.
Incluso antes de engañarme con mis supuestas amigas,
alardeando de la facilidad con la que se salía con la suya
delante de todos los imbéciles con los que salía, me había
menospreciado constantemente.
“Hannah, no eres nada divertida”. “Hannah, ¿por qué no te
relajas?”. “Hannah, cariño, ese vestido no te queda bien. Sabes
que creo que estás preciosa, pero en esa fiesta habrá un
montón de amigos míos. ¿Quieres avergonzarme?”.
Con el tiempo, había dejado de invitarme a todas las cosas
posibles: actos escolares, fiestas privadas, veladas informales
con sus amigos. Cualquier actividad en público, en realidad.
Siempre estábamos los dos solos, en esas tardes aburridas en
las que Owen siempre elegía una estúpida película de Netflix,
y luego, al final o a mitad de la película, siempre teníamos
sexo horrible. En aquel momento, había destruido mi
autoestima hasta el punto de pensar que todo era culpa mía.
Que yo era demasiado monótona, demasiado banal para él, y
que era inevitable que se cansara de mí. Incluso cuando resultó
que todo era un intento de ocultar su traición desenfrenada y
desvergonzada, fue difícil levantarme hasta el punto de darme
cuenta de que no era culpa mía.
Ahora, por supuesto, sabía quién era el verdadero
responsable.
“Owen viene de aquí”, seguí explicándole a Leah, que
escuchaba más como una amiga amable y empática que como
una reina del drama hambrienta de cotilleos.
La dulzura de sus grandes ojos marrones me rompió un
poco el corazón, pero a estas alturas ya se merecía saberlo
todo. Así que continué.
“Creció con Bryce, Xander y Dane. Eran muy buenos
amigos cuando eran niños. Así que venir a la Coldwater…
significó, para mí, alejarme de él, por no hablar de todas mis
viejas amigas de mierda que se acostaban con él y hablaban
mal de mí a mis espaldas”. Solté una carcajada histérica que
pretendía ser un sollozo, pero Leah me apretó la mano contra
la mesa para darme fuerzas. Continué: “Así que elegí esta
escuela por una razón muy concreta”.
Leah se lo pensó un momento, luego sus ojos se abrieron
de par en par y se quedó con la boca abierta.
“No puede ser, Jade. ¡Querías mofarte de esos tipos! ¿Cuál
era el plan?”
“Venganza”, respondí simplemente. Encogiéndome de
hombros, le expliqué: “Mi plan era acercarme a los amigos de
Owen, flirtear un poco con ellos y luego compartir mis
escapadas en las redes sociales. Sé que se habría puesto
furioso. Sabes, aunque cuando estábamos juntos no me quería
de verdad, siempre se mostraba muy celoso y posesivo, y
siempre me acusaba de flirtear con otros chicos. Así que si
tonteaba con sus amigos, se ponía hecho una furia. Odiaría el
efecto que tendría en su reputación. Su ex acostándose con sus
amigos de la infancia. Qué vergüenza”.
Las injusticias clasistas y el esnobismo de la Worthington
eran terribles. Aunque la familia de Xander era incluso más
rica que la de Owen, todos los chicos de la escuela privada a
los que había asistido veían a los de la pública como
mendigos, por debajo de ellos.
“Aparte de eso, no sé qué más decirte. Tenía grandes
esperanzas cuando vine aquí. Quizá podría haber puesto a los
amigos de Owen en su contra como él hizo conmigo”.
La forma en que había envenenado a las amigas de mi
vida, incluso antes de la traición, había sido el mayor crimen
de Owen. Ninguna de aquellas chicas había vuelto a llamarme.
“Oye, quizá aún puedas conseguirlo. A veces los tíos se
vuelven locos cuando una chica les presta atención. Es el
poder del coño”, dijo Leah en un tono guiñolesco que me
sorprendió sobremanera. “¡En serio! Creo que fue inteligente
ser una seductora en toda regla. Esos tíos están muy buenos,
así que puede que consigas algo para ti mientras te vengas”.
“¡Pero en realidad no quería sentirme atraída por ellos!”,
refunfuñé. Leah volvió a levantarme una ceja.
“Puedes ser muy sexy… lo llevas dentro sin proponértelo,
así que no veo nada malo en que eches un buen polvo.
Considéralo tu recompensa por haberle ganado la guerra a ese
imbécil de Owen”.
Al final de la comida, Leah estaba más concentrada que yo
en mi plan de venganza. Me juró guardar el secreto y prometió
ser mi compañera y ayudante mientras yo seguía buscando
venganza contra mi ex.
Fue genial y me encantó volver a sentir esa solidaridad
femenina. Sin embargo, estaba más centrada en las otras cosas
que me había dicho. Sin duda podría vengarme con un montón
de orgasmos.
Después de todo mi sufrimiento estando junto a Owen,
sexo mediocre, confianza rota y absoluta falta de diversión, me
merecía divertirme todo lo posible con Dane, Xander y Bryce.
No había ninguna razón por la que no pudiera infligirle a
Owen su merecido dolor, pues necesitaba curarme de las
heridas que me había causado, y al mismo tiempo ahogarme
en placer.
Era lo que Jade se merecía y, maldita sea, Hannah también.
Me lo merezco, me repetí a lo largo de la tarde, mientras
mi cuerpo prácticamente moría de anticipación. Me acercaba
cada vez más al momento en que iría a casa de Xander
Townsend para hacer mis travesuras en la cama con él.
Me lo merecía.
17
JADE

“Y este es el sótano”, anunció Xander mientras bajábamos


juntos las escaleras de su preciosa mansión familiar.
“Claro que aquí, también, es precioso”, exclamé mientras
él dejaba escapar una risa blanda y sexy.
“Y está completamente insonorizado…”, añadió.
Eso era sin duda lo más positivo.
No era ajena a las casas de los ricos, al fin y al cabo había
crecido en una, aunque mis padres no fueran tan adinerados
como los Townsend.
Durante la fiesta había estado demasiado distraída con la
gente, las bebidas, aquel juego y, por último, Dane, como para
fijarme en los interiores. El sótano era espacioso y de estilo
minimalista, pero en cierto modo acogedor, con una
iluminación cálida y un sofá enorme que me invitaba a
hundirme en sus cojines.
Como el Sr. y la Sra. Townsend no estaban en casa, lo que
parecía ser lo habitual, Xander pudo enseñarme las
habitaciones más importantes de la mansión antes de guiarme
escaleras abajo. Recorrimos rápidamente todos los hermosos
colores suaves y los caros muebles que no parecían muy
usados. En cualquier caso, ambos sabíamos la verdadera razón
por la que estaba allí.
“Arriba tengo un dormitorio grande, pero en realidad paso
la mayor parte del tiempo aquí abajo”, me dijo Xander
mientras cruzaba la gran sala hacia una zona de bar
completamente surtida. Me trajo un agua con gas en una
botella de cristal y se lo agradecí.
“Mis padres no están especialmente interesados en pasar
tiempo con la familia, como seguro que puedes imaginar. Lo
suyo son los negocios, el dinero y el trabajo. Así que estoy
bastante abandonado a mi suerte”.
“Parece una vida solitaria”, comenté.
Xander me miró. La belleza de sus ojos azules me
sorprendía siempre, pero en el sótano, donde parecía más
relajado y tranquilo, sin la armadura que llevaba a la escuela,
su mirada era menos gélida y distante.
“Un poco, sí”, admitió. También bebió un sorbo de agua
con gas, absorto en sus pensamientos. “Probablemente por eso
mi hermana eligió ir a la escuela en la otra punta del país, para
alejarse del vacío de aquí. Va a una universidad muy
prestigiosa, por supuesto. A los Townsend no les gustan los
colegios públicos”. Parecía casi nervioso.
“¿Echas de menos a tu hermana?”, le pregunté, sin
entender por qué estaba tan interesado en conocerlo de aquella
manera. Sabía que probablemente sería mi única oportunidad.
Incluso la perspectiva del sexo ya no era tan tentadora, dado
que estábamos hablando con tranquilidad.
“Sí, le echo de menos”, respondió sin rodeos. “Aunque
nunca estuvimos especialmente unidos. Un clásico de esta
familia”, explicó.
Sin embargo, en aquel momento sentí lástima por Xander.
Claro que mis padres tampoco eran perfectos. Eran esnobs
y estaban sedientos de prestigio y demasiado obsesionados con
que sacara buenas notas para que yo creciera en un mundo
completamente normal, donde el fracaso también suele existir.
Sin embargo, me querían, y tenía unos abuelos cariñosos y una
tía Lynette muy simpática.
Xander desprendía el mismo encanto que un príncipe de
cuento de hadas que hubiera estado atrapado en una torre toda
su vida. Pero en lugar de buscar a su verdadero amor, se había
vuelto frío y distante para sobrellevarlo.
“Pero basta de hablar de mí y de mi puta familia”.
Se acercó a mí en el sofá donde ambos estábamos
sentados, tocando mi pierna con la suya. Luego puso la mano
en mi rodilla, y el calor de aquel contacto impregnó mi piel.
Admiré la sutil elegancia de sus dedos, me pregunté si alguna
vez había tocado el piano y pensé que la respuesta era
“probablemente sí”. Al fin y al cabo, arriba había un hermoso
piano de cola y casi me entraron ganas de pedirle que tocara
algo para mí.
Aunque a estas alturas ya sabía adónde iba esto y ya podía
sentir cómo se me derretía el corazón de deseo, pensé que tal
vez la cercanía emocional no era su fuerte, pero que la
proximidad física me parecía bien en aquel momento.
“No estás aquí para oír hablar de mí, ¿verdad?”. Ronroneó
Xander, deslizando la mano por mi pierna a paso de tortuga.
Me apretó ligeramente y estuve a punto de gemir. Pero no,
tenía que mantener la calma.
Después de cómo había manejado la situación en los
vestuarios, no podía confiar en él de inmediato. Habría sido
como caer en una trampa.
“Estoy aquí para una disculpa sincera”, le dije,
dedicándole una pequeña sonrisa. “Signifique lo que
signifique para ti”.
“Significa mucho”, respondió, y luego se acercó para
besarme.
Fue un movimiento lento, una anticipación de lo que
ocurriría a continuación; el sonido de su respiración
aumentaba mi deseo. Por alguna razón, quizá la curiosidad,
necesitaba avanzar, llegar a la parte buena.
Fue un beso suave y sensual, cuyo sabor cálido y lujurioso
llenó mis sentidos.
Sorprendentemente, aquel día había algo dulce y tierno en
la forma en que besaba a Xander: la suave presión de sus
labios, la suavidad de su aliento. Nada que ver con el rostro
frío que solía llevar. Abrió los labios, animando a los míos a
hacer lo mismo, con la suavidad de quien teme no saber lo que
hace.
En cambio, lo sabía muy bien, y eso se hacía más y más
claro a cada segundo, con cada pequeña chispa de deseo que
se encendía en mi interior.
No había nada incierto ni desgarbado en ello, y el calor
aumentaba cada vez más.
Me besaba como si realmente se estuviera disculpando,
como si supiera cómo hacer que aquel momento fuera lo más
adorable y desgarrador posible. Me eché hacia él, rastreando
su labio inferior con la lengua para saborearlo por completo.
Cuando me acerqué más, presionando mi pecho contra el
suyo, Xander suspiró con fuerza. Un alivio, o más bien el
crecimiento de su propio deseo.
Sus hermosas manos de pianista empezaron a vagar, una
de ellas subió para acariciarme amorosamente la cabeza, con
los dedos entrelazados en mi pelo, mientras que la mano que
había estado en mi rodilla subió para agarrarme la cintura. Se
acercó aún más, tiró de mí contra su cuerpo, y yo hice mejor y
lancé la pierna sobre sus muslos, subiéndome a su regazo.
Sentí el pecho de Xander retumbar bajo mis manos. Se
apartó y su mirada recorrió mi cuerpo de arriba abajo.
“De verdad pensaba pedirte disculpas”, dijo con voz
persuasiva, y luego me hizo volcar.
Fue un movimiento fluido y me encontré de espaldas en el
sofá y él encima de mí.
Sus ojos azules brillaban de deseo, pero antes de que
pudiera intentar recuperar el aliento o mantener algún tipo de
conversación, se acercó y me mordisqueó el lóbulo de la oreja.
Solté un gritito. Xander empezó a besarme el cuello y luego
subió hasta la barbilla y suspiré. Me alegré de que lo hiciera.
Me besó por el lateral del cuello y luego volvió a subir,
dibujando deliciosas formas con la punta de la lengua que me
hacían vibrar todos los nervios del cuerpo.
Sabía cómo hacerlo sin dejar su marca en mí, aunque la
idea de que pudiera grabarme con sus labios ejercía cierta
fascinación. Me quedaría con el recuerdo de aquel momento.
No se detuvo mucho en mi garganta; movió las manos para
liberar mis pechos del vestido, el escote de mi top era
realmente tentador, así que me lo quitó y puso la cara en él. Se
acurrucó entre mis pechos, inhalando profundamente,
agarrándolos con cada una de sus manos como si fueran algo
precioso.
Empecé a retorcerme, arqueando la espalda para animarle,
pero él no tenía prisa. Jadeaba, a punto de suplicarle, cuando
por fin me pasó la lengua por el pezón.
Todas aquellas caricias, aquel lento crescendo, me hicieron
sentir realmente deseada.
Cuando se metió el pezón en la boca y lo apretó
suavemente contra sus dientes, grité. También en eso era un
perfeccionista y estaba avivando las llamas del deseo.
Luego, cuando me mordió simultáneamente un pezón y
pellizcó el otro con sus dedos expertos, me llevó al límite.
Grité mitad de placer y mitad de sorpresa, moviendo
involuntariamente las caderas mientras me mojaba. Todo esto
mientras seguía completamente vestida.
Dios, era tan sorprendentemente dulce y no pude evitar
acariciarle la mejilla.
“Disculpa aceptada”, le dije.
Oí su dulce risa y se me puso la carne de gallina, a pesar de
que su calor envolvente se alzaba sobre mí.
“Esto es por empezar”, respondió.
Al cabo de un momento, sus manos empezaron a
desnudarme con cuidado. Mantuvo sus ojos fijos en los míos,
pidiéndome permiso mientras me levantaba el vestido por
encima de la cabeza. Asentí frenéticamente, deseosa de que
me tocara, y le correspondí quitándole la camisa y
desabrochándole los botones con manos temblorosas.
Cuando estuve completamente desnuda y Xander se quedó
en calzoncillos, me miró, escrutando cada detalle de mi
cuerpo. Parecía no saciarse de mí, como si no pudiera creerse
la suerte que tenía de tenerme allí, a su disposición.
“Eres sencillamente perfecta”, dijo.
Me sonrojé de satisfacción. Entonces volvió a llevar sus
labios a mi cuello, deslizando dulces besos desde aquel punto
sensible y bajando entre mis pechos, por el centro de mi
abdomen, dirigiéndose lentamente hacia mi coño.
Cuando sentí su aliento contra mis pliegues húmedos, se
detuvo para aspirar mi aroma.
“Sabía que no eras pelirroja por naturaleza”, murmuró, y
mi risa se vio interrumpida por un jadeo cuando apretó la boca
contra mi clítoris.
Mientras Bryce me había devorado con ferocidad, Xander
era más controlado y cuidadoso. Se acercó a mi entrada como
si fuera una misión que cumplir, haciendo que mis muslos se
abrieran para dejarle más espacio para trabajar.
Seguía siendo muy erótico.
Algo en su fría autoridad me hacía desear seguir todas sus
órdenes, darle todo lo que quisiera. Cuando envolvió mi
clítoris entre sus labios, jadeé. Ya podía sentir la presión
creciendo de nuevo en mí, un orgasmo suave pero no por ello
menos estremecedor.
Empecé a mover las caderas lentamente contra su boca,
saboreando la fricción de su barba desaliñada. Entonces
Xander me agarró con fuerza de las piernas, inmovilizándome
contra las almohadas.
“Quédate quieta”, me ordenó, y gemí asintiendo mientras
me lamía lentamente el clítoris con toda la lengua. Volvía a
ejercer ese control seguro sobre mí.
“Por favor”, le supliqué mientras él calmaba sus esfuerzos,
ralentizando el ritmo con la lengua. “Te lo suplico, Xander.
Necesito correrme”.
Se detuvo un momento, como si se lo estuviera pensando,
preguntándose si debía darme lo que yo quería.
Su tacto estaba provocando oleadas de placer en mi coño y
aquella suave vibración era solo una pequeña muestra de lo
que necesitaba.
Pero entonces decidió complacerme. Me lamió lentamente
desde la entrada del coño hasta el clítoris, y luego sopló aire
frío sobre mi piel sensible, haciéndome gemir.
Habló bruscamente: “Ahora córrete para mí, Jade. Ahora”.
Joder. A su orden, empecé a mover las caderas aún más
deprisa, pues la tensión se me hacía insoportable.
Juro que dejé de respirar durante un largo rato mientras
aguantaba el orgasmo, jadeando e intentando no gritar.
“¡Déjame oír tus gritos!”, me dijo Xander, con voz áspera.
“Quiero oírte cada vez que te corras. Aquí nadie puede oírnos,
¿recuerdas?”.
“Dame más”, grité sin más límites y Xander se puso
inmediatamente en acción, pasando a chuparme con fuerza con
la lengua, tragándose todos mis jugos calientes.
“¿Tomas la píldora?”, preguntó rápidamente. Su erección,
aún cubierta por los calzoncillos, me presionaba
insistentemente el vientre.
Dios, era tan larga. Me moría de ganas de sentirlo dentro
de mí.
“Sí”, respondí. “Y estoy en perfecta salud”.
Xander asintió como si no tuviera ningún problema con
eso.
El hecho de que no tuviera reparos en acostarse conmigo
después de que Bryce lo hubiera hecho, decía mucho de su
amistad y de la extraña dinámica que había establecido tan
rápidamente con los mejores amigos de mi ex.
Xander me susurró al oído.
“Me hago análisis de sangre con regularidad y estoy
perfectamente sano. Quizá sea una tonta competitividad
masculina, pero después de que Bryce consiguiera tenerte,
tengo que hacerte mía también”.
Joder, tenía tanto sentido para él que solté una risita
sincera. Se puso más serio.
“Por favor, Jade. Necesito saber qué se siente al meterse
dentro de ti. Necesito follarte hasta el fondo”.
“Sí, vale, hazlo”, jadeé, y entonces deslizó lentamente sus
caderas contra mí.
Lo necesitaba tanto como él, quería sentir el calor de su
piel contra la mía, sin ninguna barrera entre nuestros cuerpos.
Incapaz de esperar más, le ayudé a quitarse los
calzoncillos, para que pudiéramos estar completamente piel
con piel.
La mera visión de su polla me hizo la boca agua,
recordándome que se la había chupado en los vestuarios,
aunque ahora necesitaba metérmela en el coño.
Con una mano, agarré la punta de su polla y la empujé
dentro de mí, ya que la humedad de mi orgasmo me lo ponía
más fácil, a pesar de su gran tamaño. Grité. Le sentí tan
profundamente dentro de mí que jadeé, anticipando ya que me
correría de nuevo.
“¡Sí!”, grité, mientras él se retiraba de mí un momento y
volvía a penetrarme, golpeando perfectamente mi punto G.
Le rodeé el cuello con los brazos y él encontró un ritmo
constante, tan metódico y preciso como siempre. Mientras me
follaba, enterró la cara contra mi cuello y yo le agarré la nuca,
mientras con la otra mano le despeinaba el pelo, habitualmente
perfecto.
Podía oír nuestros latidos palpitando erráticamente el uno
contra el otro, así como sentir y oír nuestras respiraciones
mezcladas calentando el aire.
Xander mantenía un ritmo implacable, aporreándome de
una forma que habría parecido inapropiada si lo hubiera hecho
cualquier otra persona. Sin embargo, nunca parecía un animal,
ni siquiera cuando follaba como había nacido para hacerlo,
manteniendo siempre un aire seguro de poder sexy y posesivo.
Mis piernas acunaron perfectamente sus esbeltas caderas,
mientras mis paredes internas se tensaban en torno a su polla.
Xander maldijo en mi oído, pero incluso ese sonido
parecía de algún modo natural y apropiado.
Luego me agarró el culo con ambas manos para hacer
fuerza, mientras seguía bombeando dentro de mi coño
hinchado y deseoso.
“Necesito que te corras otra vez”, me dijo al oído antes de
besarme con fuerza en la boca y entrelazar mi lengua con la
suya. Su calor era tan embriagador que casi me mareaba, y no
estaba segura de poder cumplir su petición.
Pero entonces Xander ajustó el ángulo de las caricias y
aumentó la velocidad, de modo que golpeó directamente mi
punto G. La sensación de bienestar en mi interior se desbordó
hasta que grité.
“¡Joder, Xander!”, sollocé, sintiendo rodar por mis mejillas
lágrimas de perfecta y dulce agonía.
La fuerza de sus empujones fue algo que recordaría para
siempre. Mi pobre vibrador era una risa en comparación.
“Sí, quiero correrme otra vez. Pero quiero que tú te corras
dentro de mí”.
“Lo haré”, dijo jadeando. “Cuando sienta que te corres,
chorrearé dentro de ti y tu dulce coño goteará lleno de mi
semen. Ven para mí, Jade”.
Empujó dentro de mí casi con una violencia inaudita, una,
dos, tres veces, y entonces su propio deseo fue la señal de mi
orgasmo. Sentí otra oleada de placer que me envolvía por
todas partes, que incluso me pilló por sorpresa.
Grité, aprovechando la insonorización del sótano, mientras
cabalgaba el orgasmo que me sacudía por completo a través de
mis torpes empujones, mis paredes internas mamando la polla
de Xander hasta que explotó en mí.
El calor de su esperma dentro de mí era pura perfección.
Quería sentirme para siempre llena de esa tibieza y esa
sensación de poder.
En el momento en que pudimos recuperar el aliento, el
placer disminuyó hasta convertirse en un confort dulce y
satisfactorio que me hizo desear acurrucarme junto a Xander.
Él me acomodó, necesitando estar al mando incluso
entonces, de modo que quedó tumbado contra los cojines del
respaldo y yo acurrucada contra su pecho.
Le di besos suaves en los pocos pelos de su pecho, justo al
lado de su corazón.
Había cruzado otra línea con aquellos chicos.
Nunca había esperado ese comportamiento de mí misma,
sobre todo después de que la insensibilidad de Owen tras el
sexo me hubiera enseñado a esperar el mismo desapego con
los demás.
En un momento dado, tras el fin de la relación, el sexo casi
no había tenido ningún atractivo para mí, pero después de
experimentarlo de nuevo con Bryce y ahora con Xander (y,
diablos, incluso con el juego al que Dane y yo habíamos
jugado en la casita junto a la piscina, aunque no hubiéramos
llegado hasta el final), las cosas habían cambiado por
completo.
“Gracias”, dije suavemente, besándole la mejilla antes de
acurrucarme contra su pecho, enterrando allí la cara. “Ha
sido… ha sido mucho mejor de lo que esperaba. Nunca lo
olvidaré”.
“Yo tampoco”, admitió.
Fue una admisión tan dulce, tan diferente del Rey de Hielo
que había sido cuando nos conocimos.
¿De verdad había pasado tan poco tiempo antes?
Me parecía que el tiempo se aceleraba hacia un futuro
nuevo y más emocionante.
“Me has sorprendido, dulce novata.
¿Fue una buena sorpresa?”, pregunté en un susurro,
mientras ocultaba una sonrisa.
“La mejor posible”, confirmó.
Hicimos una pausa, en la que me di cuenta de que ambos
estábamos pensando en el punto de partida, cuando nos
habíamos conocido: la crueldad de Xander, mi desprecio por
todo lo que representaba.
Aún no conocía el motivo oculto que me había llevado
hasta él y sus dos amigos, aunque yo era lo bastante mayor
como para admitir que acostarme con ellos había sido una
locura, más allá de mi necesidad de venganza.
Sinceramente, ¿qué sentido habría tenido mi venganza si
no hubiera ido acompañada de un momento tan hermoso, la
seguridad y el consuelo que sentí en los brazos de Xander?
“A mí también me has sorprendido mucho”, le dije en voz
baja. “Tu sinceridad. La bondad que tienes y que desde fuera
es muy difícil poder percibir”.
Los dos nos detuvimos, pero no sentí que Xander se
apartara de mí. En todo caso, me estrechó más contra él,
saboreando la cercanía de la que evidentemente carecía en
otras partes de su vida.
La tía Lynette solía decirme que el contacto humano tenía
poderes curativos, y tal vez fuera cierto. En cualquier caso,
estaba curando la brecha que nos separaba a Xander y a mí.
Aspiró el aroma de mi champú de fresa y suspiró. Su voz
sonó un poco adormilada, pero perfectamente comprensible
cuando volvió a hablar.
“Lo siento”, susurró contra mi pelo. “Lo siento de verdad”.
En la perfecta serenidad de su abrazo, en la calidez de su
disculpa, ya ni siquiera recordaba por qué debería haberme
enfadado con él…
18
BRYCE

“D ane, tío, ¿quieres decirme qué demonios está pasando?


Esto del misterio me cabrearía si no estuviera de tan
buen humor”.
“Ya te lo he dicho”, espetó Dane. “No te lo diré hasta que
estemos con Xander. Esto nos afecta a todos”.
“Lo que tú digas, rarito“. Me encogí de hombros, silbando
sobre las notas de la enojosa canción pop que sonaba en la
radio, con el único fin de molestar aún más a mi amigo.
Después del entrenamiento de fútbol estaba cansado, pero
al mismo tiempo eufórico. Estaba listo para salir, la ducha
caliente que me había dado había aliviado mis músculos
cansados, pero no había hecho nada para apagar mi energía
electrizante. Los entrenamientos habían ido muy bien y sabía
que dominaríamos en el partido de vuelta. Así que, como de
costumbre, fui yo quien llevó a Dane a casa de Xander, con un
optimismo ansioso, aunque no había nada habitual en la
tensión que había traído al coche.
Cuando nos habíamos encontrado después de salir del
entrenamiento, Dane me había dicho que necesitaba hablar
tanto conmigo como con Xander sobre algo muy importante, y
yo no era precisamente famoso por ser paciente. Teniendo en
cuenta entonces que era el menos hablador de los tres, el
hecho de que quisiera hablarnos de algo serio, era aún más
extraño. A cada momento que pasaba, me hacía imaginar
escenarios cada vez más absurdos.
Una parte de mí intuía, o más bien sabía, que tenía que ver
con Jade. En los últimos tiempos, ella había sido el único
cambio real en nuestras vidas, y el más emocionante. Todos
estábamos un poco obsesionados con aquella chica.
Era curioso pensar que una tía buena como ella pudiera
alterar las cosas de un modo tan profundo.
Aparqué ligeramente ladeado delante de la casa de Xander
y cuando salí di un fuerte portazo. Hice señas a Dane para que
me siguiera al interior de la mansión, irrumpiendo sin llamar a
la puerta principal, como hacíamos siempre.
El Sr. y la Sra. Townsend volvían tan pocas veces que
Xander nunca se molestaba en activar el sistema de alarma ni
en hacernos llamar para entrar. Incluso habíamos bromeado
con que tendrían que instalar algún tipo de megadeslizador en
el exterior que fuera directamente al sótano, para que Dane y
yo ni siquiera tuviéramos que pasar por la entrada.
“¡Xan!”, le llamé mientras bajábamos las escaleras hacia el
sótano. “¡Ya estamos aquí y Dane se está portando como un
gilipollas!”.
Dane estaba fuera de sí. Parecía que iba a tener que
contarnos el secreto del siglo. Yo también me moría de ganas
de oír lo que tenía que decir… Sin embargo, los dos nos
detuvimos al llegar a la sala principal del sótano y ver que
Xander… no estaba solo.
Junto a él, en el sofá, estaba sentada Jade Wells,
acurrucada a su lado como si fuera algo perfectamente normal.
Había una manta mullida sobre sus regazos y habría jurado
que Jade llevaba una de las camisas de Xander, una de esas
XXL que anunciaban el country club al que pertenecía su
padre. Sin embargo, ambos estaban envueltos en una manta y
no podía ver lo que había debajo, pero sí que estaba
indudablemente desnuda. Y eso me hizo la boca agua.
“¿Qué coño está pasando aquí?” Dane rompió el silencio
momentáneo, expresando mis propios pensamientos. “¿Y qué
haces tú aquí?”
“Llámame loco, Dane, pero creo que ambos podemos
averiguar qué hace ella aquí”, intervine, frunciendo el ceño
para hacerle saber lo que quería decir. “Parece que la novata
tiene el pelo bastante revuelto, como alguien a quien acaban de
follar. Buen trabajo, Xan”.
“No sabía que ibas a venir hoy”, contestó Xander en un
tono casi lameculos. Se levantó del sofá, interponiéndose entre
nosotros y Jade. Al menos iba algo vestido: no llevaba camisa,
pero llevaba un mono gris que le colgaba de las delgadas
caderas.
Sin duda, los dos habían practicado sexo.
“Sí, bueno, tenía algo importante que deciros tanto a ti
como a Bryce”, continuó diciendo Dane, y quizá fuera solo
porque estaba mirando fijamente a Jade, pero me dio la
sensación de que casi huía.
Dane dirigió una mirada a Jane entrecerrando los ojos, y
luego continuó.
“Nuestra querida novata, la recién llegada que nos está
complicando la vida, no es la persona que dice ser. ¿Y quieres
saber quién es? Es Hanna, joder. Es decir, la exnovia de
Owen”.
El silencio se apoderó de la habitación como si fuera una
tumba.
Jade hizo una mueca de dolor, mordiéndose el labio de una
forma que habría sido adorable si no nos hubiéramos
encontrado en semejante situación.
Por un momento, esperé a que lo negara todo. Que nos
diera una explicación y que todo empezara a tener sentido.
“No lo entiendo”, dije por fin en voz baja.
Nunca habíamos conocido a la exnovia de Owen Prescott,
ni siquiera cuando aún no era una “ex”, pero todos habíamos
oído historias sobre ella. Owen se quejaba bastante de que era
una chica incapaz de divertirse, tanto que todos habíamos
pensado que era una pesada. Una carga para nuestro amigo.
También sabíamos que Owen la había traicionado varias
veces. En cada fiesta en la que nos cruzábamos, llevaba una
chica nueva cogida del brazo y nos hablaba a todos con actitud
chulesca, como si estuviera orgulloso de salirse con la suya.
Desde luego, mis dos amigos y yo no éramos unos santos,
pero en aquel momento su actitud no nos gustaba. También
follábamos a diestro y siniestro, pero no teníamos novias,
joder. Había sido gran parte de la razón por la que ya no
salíamos tanto con Owen como antes.
A estas alturas ya me había acostumbrado a que nuestro
grupito de amigos estuviera formado solo por mí, Xander y
Dane y, al parecer, también por Jade, o mejor dicho… Hanna.
“Cambió de nombre y de instituto después de que ella y
Owen rompieran”, siguió explicando Dane, en tono frío. “Se
ha burlado de nosotros. Se acercó a los tres en un puto intento
de… vengarse de Owen”.
“No es así”, afirmó Jade en voz baja, y todas nuestras
miradas se posaron en ella. Lentamente, se levantó del sofá
cubriéndose con la manta - confirmado, estaba definitivamente
desnuda - y se acercó a nosotros. Sus piernas descalzas eran
tan suaves y curvilíneas como las recordaba, pero joder, si
todo era una farsa, también había que reevaluar nuestro tiempo
juntos.
“Nos has utilizado”, dije, incrédulo y dolido.
El hecho de sentirme traicionado, me quemaba como
veneno bajo la piel. ¿Podría ser que lo estuviera fingiendo
todo? ¿Qué incluso había fingido todo el placer y la dulzura
que me había mostrado cuando habíamos follado? ¿Cómo
podía fingir algo así?
La había visto y oído con mis propios ojos, y sabía cuándo
una chica estaba excitada más allá de todo límite, incapaz de
controlarse. Para convencerme, Jade Wells tendría que ser una
maldita actriz profesional.
“Has venido al vestuario solo para… ¿Para qué?
¡¿Follarme simplemente porque soy amigo de ese idiota de
Owen?! Eso es jodidamente perverso. ¿Quién se acuesta con
alguien solo por un segundo interés?”. Me cabreé muchísimo.
“¡No!”, se apresuró a decir Jade, acercándose a mí.
Me puso la mano en el pecho y casi la agarré para
quitármela de encima. “No, Bryce, te juro por Dios… que no
fue así. Ni siquiera tenía intención de acostarme contigo.
Simplemente… ocurrió”.
“Conmigo también, supongo”, añadió Xander secamente.
Tenía los ojos fríos como el hielo. “¿No fue un intento
enfermizo de vengarte del tipo que te traicionó? ¿Follarte a sus
amigos solo para vengarte?”
“No”, respondió ella, con la voz entrecortada. Luego miró
a Dane. “Joder, chicos. Yo no… No pensaba acostarme con
ninguno de vosotros”.
“Pues menos mal que tú y yo acabamos de follar”, dijo
Xander con frío sarcasmo. “Sin ningún daño, ¿eh, princesa?
“Os equivocáis los tres”, dijo, y el temblor de su voz me
hizo saber que estaba a punto de llorar.
Podría haber sido otra táctica de manipulación contra
nosotros, pero Jade parecía haberse dado cuenta de que esta
vez no íbamos a caer en ella tan fácilmente.
Dio un paso atrás, alejándose de nosotros tres. Eché de
menos su contacto, pero ignoré esa estupidez e intenté
recuperar la compostura.
“Si me dais un minuto para eso, podré explicarlo todo…”.
Los ojos de Dane se abrieron de par en par y se echó a reír
histéricamente; Xander, en cambio, permaneció en silencio,
cruzándose de brazos. Tal vez yo fuera el más tonto de los tres,
el más ingenuo y el más confiado, pero no podía dejarla de
lado tan fácilmente.
Asentí lentamente con la cabeza y Jade lo asimiló con
evidente asombro a través de sus brillantes ojos verdes.
“Quiero oír lo que tienes que decir”, dije finalmente. “No
te aseguro que vaya a perdonarte, pero al menos quiero oír
toda la historia. Más vale que sea una buena versión de los
hechos, niña”.
Observé cómo se movía la garganta de Jade mientras
tragaba con dificultad. Luego miró fijamente a mis otros dos
amigos para ver si también querían oírlo; Xander la asintió
mientras Dane se encogía de hombros y eso pareció bastar.
“Yo… bueno… vine a Coldwater por Owen”, explicó. Me
negaba a pensar en ella como Hannah: se había presentado
como Jade por una razón y, aunque aún no sabía cuál era, no
podía pensar en ella como otra cosa. Luego respiró hondo y
continuó.
“Y es verdad… Intenté acercarme a cada uno de vosotros
por algún estúpido plan de venganza. Lo admito, ¿vale? Sé
que es una estupidez y que está bastante mal, pero vosotros no
sabéis lo mal que me trató Owen. Parecía la única forma de
volver a tener algo de influencia sobre él. Vosotros sois sus
amigos, y lo sé. Cuando estaba saliendo con él, creo que
estaba casi celosa de la relación que había entre vosotros”.
Soltó una carcajada histérica y se pasó nerviosamente una
mano por el pelo.
“Owen fue mi primer novio de verdad, ¿vale? Para mí era
tan guapo y encantador y mandaba en casi toda la
Worthington. Probablemente ya lo sepáis, aunque nunca
hayáis ido a ese colegio. Parecía un tipo seguro de sí mismo, o
al menos eso pensaba yo antes de darme cuenta de que no era
más que arrogancia total y desprecio por los sentimientos de
los demás.”
“Conmovedor, ¿y qué?”, se burló Xander.
“Bueno… Yo siempre estaba… No sé. Sentía que no
formaba parte de aquel mundo. Estúpidas tonterías de
adolescente, supongo. No me interesaban las compras, los
bolsos de diseño ni cuidar excesivamente mi cuerpo como
hacían mis amigas, y además mis padres siempre fueron muy
estrictos con que fuera bien en la escuela. Y tampoco soy la
clásica chica delgada que no come nada”. Se encogió de
hombros y resistí el impulso de rebatir su comentario
autodespreciativo, de decirle que las exuberantes curvas con
las que nos provocaba, cada día, eran perfectas. La forma en
que su trasero podía llenar un par de vaqueros ajustados, la
forma en que sus abundantes pechos rebotaban cuando se
montaba en mi polla… Dios mío, de solo pensarlo, ya no
conseguía concentrarme en escucharla.
Obligué a mi polla a calmarse. Había algo fascinante en
poder descubrir sus secretos, del mismo modo que yo ya había
descubierto su cuerpo.
“Owen era como el rey de la Worthington. Así que cuando
se fijó en mí, una simple chica llamada Hannah… fue difícil
resistirse a él. No percibí ningún indicio del imbécil que
resultó ser, cuando había empezado a ser amable conmigo y a
cortejarme como si fuera una especie de princesa. Parecía tan
perfecto. Fuimos felices durante un tiempo. Yo… le di mi
virginidad a Owen”, admitió con las mejillas sonrojadas, “y
creo que incluso pensé que algún día quizá nos casaríamos. Sé
que es una tontería pensar eso, siendo estudiante, pero
realmente lo creía. Hasta que todo se vino abajo”.
Jade se mantuvo fuerte mientras explicaba el lento
deterioro de su relación.
Habiendo estado cerca de Owen durante años, viendo
cómo trataba a las chicas incluso cuando éramos más jóvenes,
podía percibir la verdad en cada una de sus palabras. Cómo él
había empezado a mostrar su carácter crítico y grosero, al
principio con pequeños comentarios sobre su cuerpo o su
personalidad, y acabando por no invitarla a ningún acto
público al que, en cambio, debería haber asistido una novia.
“Fui tan estúpida”, añadió temblando, con lágrimas
rodando por sus mejillas. “Debería haberme dado cuenta
mucho antes de que me engañaba, pero supongo que ignoré
todas las señales porque… bueno, sinceramente, porque veía
que mis amigas fingían que no lo hacían. Todas las chicas que
me habían dejado entrar en su círculo íntimo, que me habían
invitado a sus fiestas de pijamas, estaban enamoradas en
secreto de ese gilipollas y él me las fue arrebatando una a
una.” Una lágrima brillante corrió por su mejilla y luego cayó
sobre la alfombra.
Joder, no podía imaginarme lo que se sentía. Nunca había
estado tan solo como Jade Wells antes de venir a Coldwater.
Había crecido con unos padres estupendos, una familia
preciosa y mis tres amigos íntimos.
Resistí el impulso de ir hacia Jade, de rodearla con mis
brazos y quitarle todo aquel dolor, aunque sabía muy bien que,
a pesar de la historia que nos había contado, debía seguir
enfadada con ella.
Dane y Xander tenían un carácter más fuerte que el mío, y
a mí nunca se me había dado bien guardar rencores.
Mi determinación se desmoronaba por momentos, y ella
aún no había llegado a la verdadera explicación final.
“Así que cuando finalmente rompimos, ya no soportaba
cruzarme con él en ningún sitio. Cambié de colegio y, cuando
elegí la Coldwater, no fue solo porque mi tía viviera en ese
barrio. Sabía que vosotros ibais allí y… Supongo que pensé
que la mejor forma de darle a Owen un poco de su propia
medicina, de hacerle sentir una fracción del dolor que me
había infligido, era vengarme utilizando a sus amigos.”
“Que somos nosotros. Los tres capullos, ¿no?”, comentó
Xander.
“Maldita sea, nunca tuve la intención de… Sentirme
realmente atraída por vosotros. Os aseguro que cuando nos
acostamos no estaba fingiendo, y creo que todos lo visteis. Ni
siquiera sabría fingir un orgasmo de forma convincente, ya que
a Owen nunca le importó si me corría o no. Cuando rompimos,
prácticamente agoté mi vibrador…”.
Aquel último comentario suyo consiguió por fin atravesar
el muro casi impenetrable de Dane. Dejó escapar una
carcajada sincera, a costa de Owen. En cualquier caso, era
muy consciente de que, para empezar, ellos dos nunca habían
estado muy unidos.
“Solo deseaba flirtear con vosotros”, admitió Jade,
pensativa.
Jugueteó con su pelo, haciendo girar nerviosamente una
punta alrededor de un dedo. “Yo… sinceramente, no lo he
pensado del todo, pero mi plan era básicamente acercarme a
vosotros, flirtear un poco y hacer algunas fotos para
compartirlas en Internet. Pensé que solo así se iba a dar cuenta
de lo que me había hecho pasar. Sé que Owen aún vigila mis
actividades en las redes sociales, no porque se preocupe por
mí ni nada de eso, sino porque sigue cabreado porque tuve el
valor de romper con él. Es un gilipollas de primera”, añadió, y
Dane volvió a reírse.
“No sé cuándo ni cómo me dejé llevar por… por mis
sentimientos hacia vosotros”, continuó Jade. Sus mejillas se
sonrosaron y evitó nuestras miradas. “Sentimientos de
naturaleza sexual, por supuesto. Aún no sé si me gustáis tanto
como personas. Sois… Bueno, sois unos auténticos matones.
La gente del colegio os tiene miedo. Os paseáis como si
fuerais los dueños del lugar, y cuando nos conocimos al
principio, también fuisteis unos capullos conmigo, aunque no
sabíais quién era. Sinceramente, me odio por sentirme tan
atraída por vosotros tres y actuar en consecuencia. Es como si
no hubiera aprendido la lección después de estar con aquel
jodido imbécil de Owen Prescott”.
A Dane le irritó la comparación y, de algún modo, mi
reacción fue la misma que la suya. Sentí que me desinflaba
como un globo pinchado, pensando que yo contaba mucho
más.
Por supuesto, en cuanto a lo de ser considerado un matón,
era muy consciente de que nunca había sido el chico más
simpático y amable del colegio, pero antes de conocer a Jade
nunca me había parado a pensar en cómo mis acciones podían
herir realmente a la gente. Cómo proyectar mis inseguridades
secretas en los chicos más débiles de mi entorno podía
perjudicar a los chicos del colegio.
Xander, Dane y yo teníamos caracteres difíciles y yo, de
los tres, era el que menos excusas tenía para ser tan imbécil.
Claro que tenía problemas como todos los demás, pero Dane
venía de una infancia infernal y la familia de Xander trataba a
sus hijos como si fueran compañeros de trabajo y pensaba
únicamente en los negocios. Yo, al menos, había tenido dos
padres que me habían criado bien y me querían de verdad.
“¡No me parezco en nada a ese gilipollas!”, le gritó Dane a
Jade, que, sin embargo, se clavó en sus talones.
“Lo eres, sin embargo. En público siempre me
menosprecias tanto como él y luego en privado ¡quieres
follarme! Exactamente igual que él. La única diferencia es que
todos me habéis hecho sentir sexy y deseada, aunque fuera en
el plano sexual. Eso es importante para mí, y por poco que me
gustéis como personas, me encanta cómo me hacéis sentir
cuando estamos a solas”.
Tragué con fuerza, pensando que el silencio significaba
que había terminado su explicación.
Cuando las palabras salieron de mi boca automáticamente,
me parecieron correctas.
“Lo… Lo siento mucho, Jade. También por lo de ser unos
matones…”.
Di unos pasos lentos hacia ella, sin detenerme, hasta que la
miré a la cara, ahuecando su mejilla en la palma de la mano.
Sus ojos verdes brillantes eran desconfiados, pero también
había en ellos una dulce esperanza. Le acaricié la mejilla con
el pulgar, quitándole una de las lágrimas que le quedaban.
“No hay excusa para haber sido un capullo contigo, de
verdad. Así que no voy a tratar de culpabilizarte con alguna
historia triste sobre por qué necesitaría ver a un psicólogo o
alguna gilipollez”. Cuando soltó una carcajada sibilante, le
dediqué una sonrisa. “Pero en serio, Jade. Quiero ser un tipo
mejor. Nunca jamás querría ser como Owen. Nosotros
también… hemos notado su cambio a lo largo de los años. Y
después de lo que nos ha contado… No te culpo por querer
vengarte”.
Ella agrandó los ojos y abrió mucho la boca mientras
Xander y Dane se callaban.
“¡Perdona! ¿Te he oído bien? ¿Qué estás diciendo?”
“Estoy diciendo”, comencé lentamente, midiendo las
palabras con más cuidado del que nunca antes las había
utilizado, “que no me importa que al principio intentaras
utilizarnos para tu venganza. No nos conocías y encaja. Parece
que tu ex se merece todo lo que le pase, y de todas formas no
me arrepiento de lo que ocurrió en el vestuario. Ahora me has
metido esto en la cabeza y… si quieres joder a Owen… Joder,
estoy dispuesto a acompañarte en tu plan”.
19
JADE

“¿H ablas en serio?”, pregunté a Bryce, incrédula ante sus


palabras. “¿Dejarías… la amistad que has tenido con
él durante tanto tiempo… para ayudarme?”.
“Bueno, para eso y… también para asegurarme de que
puedo volver a follarte”, aclaró con una sonrisa pícara.
“Suponiendo que aún sea posible. No sé por qué, pero dudo
que hayas tenido suficiente después de aquella vez”.
Me eché a reír y le di una palmada en el pecho,
juguetonamente, mientras él me devolvía una sonrisa y movía
las cejas como un loco.
Pero tenía razón. Incluso la mera proximidad a su cuerpo
enorme y encantador, mientras yo estaba prácticamente
desnuda, me incitaba a tocarlo de nuevo.
Sin embargo, mi mente seguía luchando por comprender
aquel repentino cambio de rumbo.
“Ya te he pedido disculpas hoy”, intervino Xander,
caminando hacia mí con los brazos aún cruzados, con el pecho
desnudo. Se detuvo cuando Bryce y él estaban hombro con
hombro, mirándome con aquellos preciosos ojos de hielo.
“Pero ahora, sabiendo lo que te impulsó a dejar a Owen y
mudarte a la Coldwater, también me apunto a ponerme de tu
parte”.
“¿En serio?”, respondí aún más incrédula.
“Por supuesto. Él y yo ya nos hemos distanciado,
independientemente de ti”. Se encogió de hombros,
sacudiéndose un mechón de pelo de la frente. “Prefiero estar
del lado de la chica a la que tanto ha menospreciado que del
lado de un gilipollas que no tiene sentido de la lealtad ni de la
fidelidad”.
Era lógico que la lealtad le importara tanto a Xander, ya
que había mantenido una amistad inquebrantable con sus dos
mejores amigos durante toda su vida.
Los lazos con los miembros de su familia eran tan tenues e
inciertos que ahora comprendía lo mucho que Dane y Bryce
significaban para él: ellos eran su verdadera familia.
Me hacían sentir como si yo también formara parte de su
pequeño círculo de amistades y, aunque sabía que era ridículo,
no podía deshacerme de la sensación de que pertenecía allí con
ellos tres.
“Sinceramente, nunca me gustó ese hijo de puta”, comentó
Dane. Se acercó más, ya que después de mi triste historia,
incluso su enfado se había desvanecido. Llegó junto a los otros
dos, pero en lugar de alinearse, me agarró del brazo, tirando de
mí hacia él, con mis pechos rozándole el suyo.
“Siempre salía con Owen porque era amigo de Xander y
Bryce, pero desde el principio tuve una mala impresión de
aquel tío. Lo que te ha hecho es algo asqueroso. Estoy
totalmente a favor de arruinar su existencia privilegiada, pase
lo que pase, sobre todo si eso significa que puedo volver a
tenerte”. Miró de reojo a sus dos amigos y sonrió cuando se
encontró con mi mirada. La profundidad de aquellas pupilas
marrones me sorprendió. Luego continuó.
“De todas formas, aún no te has disculpado por haberte
portado como una tonta con nosotros”, señaló.
En aquel momento podríamos haber sido aliados
temporáneos, pero no éramos realmente amigos. Aún no había
suficiente confianza para ello. Luego añadió
“Entiendo lo de la venganza y todo eso, pero ¿qué
teníamos que ver nosotros? Nos tomaste el pelo cuando se
suponía que lo estabas haciendo con él”, dijo, dándome una
pausa. Luego se encogió de hombros, pero la expresión dulce
y preocupada de su rostro decía otra cosa. Le importaba
mucho más de lo que me hacía creer.
Casi parecía su necesidad de mandar también esta vez, más
que una negativa a ser amable conmigo, y mi estúpido y
maltrecho corazón se rompió un poco al darme cuenta de ello.
Me puso suavemente la mano en la nuca, y la sensación de
protección hacia mí me heló la sangre.
“Me gustas, Jade, a pesar de que creo que la has cagado
con los tres. En realidad no me importan tanto tus mentiras
como para no quererte más. Y lo realmente loco es que me
importa mucho saber que te gusto. Sin embargo, sabes muy
bien que no soy el chico agradable que probablemente siempre
soñaste tener, ni siquiera un poco. No soy el tío que te compra
rosas ni ninguna de esas chorradas que buscan la mayoría de
las chicas, ¿vale? Pero te defenderé de gilipollas como Owen,
y siempre estaré al lado de mis dos amigos. Por último”, dijo,
haciendo una pausa y dándome un beso sorpresa y apasionado
en la boca que prometía más, “después de vengarte, espero que
quieras seguir saliendo y follando con nosotros… porque yo…
te daré todo lo que quieras y más. Te lo garantizo”.
Realmente fue suficiente para que mi cuerpo volviera a
calentarse, convirtiéndose en una maraña de nervios. Solo de
pensar en sus proezas sexuales, ya podía sentir la humedad
entre mis piernas desnudas y ese deseo me hacía querer
entregarme completamente a ellos, una y otra vez.
Gracias a ellos, ahora podía comprender plenamente el
atractivo de los chicos malos.
No podía negar que estaba a punto de caer presa de la
lujuria, ya que aquellos tres chicos estaban en la misma
habitación, al mismo tiempo que yo. Había demasiada tensión
sexual entre los tres. Demasiadas fantasías eróticas sin
desarrollar.
Me miraban fijamente en un sótano perfectamente aislado
e insonorizado: el marrón oscuro de los ojos de Dane, el ámbar
dorado de los de Bryce y el azul helado de los de Xander.
Una combinación perfecta.
“¿Eso significa entonces que estáis dispuestos a ayudarme
a destruir a Owen Prescott de una vez por todas?”, pregunté,
sin ocultar un tono sensual en mi voz.
“Depende de lo que quieras decir”, respondió Xander.
“Estoy dispuesto a todo”, añadió Bryce alegremente. “Y
creo que si los cuatro trabajamos juntos en ello, podemos
hacer mucho más que volverlo loco publicando fotos en las
redes sociales”.
“También podríamos darle donde realmente le duele”,
añadió Dane, prácticamente ronroneando. Me atrajo hacia él y
solté un gritito que hizo reír a los tres chicos. “Si quieres
vengarte, ¿qué mejor manera de vengarte de tu ex que
follándote a sus tres amigos aquí presentes?”.
“¿Perdona? ¿Al mismo tiempo?” Solté una carcajada, pero
el silencio atónito que me recibió me hizo comprender que no
había nada de que reírse.
Se me aceleró el pulso de excitación, inquietud y Dios sabe
qué más. No podían hablar en serio, ¿verdad?
“Espera”. Bryce detuvo aquel loco tren, levantando una de
sus enormes manos. “En primer lugar, Jade, estoy totalmente
de acuerdo en follarte otra vez por venganza, pero quiero
recalcar que te deseo a pesar de todo. Venganza o no, eres sexy
como el infierno para mí y he estado soñando con tu coño sin
parar. Así que sí, a pesar de todo, habría querido follarte
incluso sin saber lo tuyo con Owen”.
Dios, ¿alguna vez iba a dejar de sonrojarme por las cosas
que Bryce acababa de decirme?
Era desvergonzado en su coqueteo, en sus palabras sucias,
en sus constantes elogios hacia mí que siempre me
avergonzaban.
“Seamos sinceros, yo también quiero follarte más por mí
que por la mierda de tu ex”, aceptó Dane. “Pero si puedes
matar dos pájaros de un tiro, por qué no, me parece justo”.
Xander asintió. “No pensarías que esta tarde íbamos a ser
mucho más que tú y yo, ¿verdad, Jade? Porque los dos
sabemos que vas a conseguir mucho más, y no veo por qué
puedes negarnos ese placer.”
“¡Vaya!” Solté una carcajada, mirando a cada uno de sus
rostros serios por turnos. “Imagínate lo cabreado que se
pondrá Owen cuando se entere de cuántas pollas he cogido.
Entonces se dará cuenta de que sin él he disfrutado el triple”,
dije sin censura.
“Ahora mismo no quiero pensar en él”, me gruñó Dane al
oído. “Solo quiero entrar en ti, por fin. ¿Me das permiso para
follarte, aquí mismo, delante de mis amigos? Me parece una
buena forma de demostrarme que no lo haces solo para
fastidiar a tu ex”.
Mis latidos empezaron a descontrolarse.
Había demasiada excitación. Temía que los jugos de mi
coño se derramaran por mis piernas desnudas, ya que no
llevaba bragas. Imagínate.
Cuando Dane empezó a besarme el cuello, miré a Bryce y
a Xander.
“Chicos, ¿qué os parece?”.
En respuesta, Bryce se acercó y me apartó suavemente el
pelo del cuello. Se inclinó para besarme la barbilla, en el lado
opuesto al que estaba Dane, y suspiré ante la perfecta plenitud
de la situación.
Estar encerrada entre ambos cuerpos… ¿Acaso era eso el
paraíso?
Antes de que se me cerraran los ojos de placer, dejé vagar
la mirada hasta encontrar a Xander, que estaba de pie a uno o
dos pasos de nosotros. No hizo ningún movimiento para
acercarse. Al contrario, se limitó a observarnos a los tres con
una expresión fría e impasible que podría haber engañado a
otra persona, pero que a mí no me sorprendió en absoluto,
habiéndolo conocido tan íntimamente aquella tarde.
Tenía los ojos fijos en la escena, el cuerpo tenso como si
quisiera abalanzarse hacia delante como un lobo hambriento, y
juraría que vi su polla ondulando bajo el pantalón de chándal
gris.
Cuando Dane rozó con sus labios el punto donde mi cuello
se unía a su hombro, sentí que la mano de Bryce se acercaba a
mi pecho. Jadeé.
“Suelta esa puta manta”. La voz autoritaria de Xander
irrumpió en ese momento.
Mis ojos se abrieron de par en par al darme cuenta de que
estaba tomando el control de la escena desde fuera, sin
intervenir aún directamente.
La idea de que nos diera órdenes, de que me pusiera en las
posturas que él quería, como si fuera su muñeca folladora…
me produjo un escalofrío de calor directo a la ingle.
Obedecí la orden, siguiéndole el juego hasta el final. Dejé
caer la manta, exponiendo al aire mis tetas, mi culo y mi coño,
y cuando estuve completamente desnuda, de pie ante ellos, los
tres chicos se tomaron un largo momento para disfrutar de la
vista.
“Joder, guapa”, dijo primero Bryce, con voz asombrada.
“Has salido de un cuento de hadas”.
“Lo es, ¿verdad, chicos?”. Intervino Xander desde detrás
de nosotros. Retrocedió unos pasos, como si quisiera ver mejor
todo el escenario, y entonces sus ojos pasaron de mi cara a mis
pezones turgentes, a mi coño lleno de lujuria. Se lamió los
labios, y yo dejé escapar un pequeño gemido, recordando la
forma en que me había lamido hasta el frenesí solo un par de
horas antes.
“Dane, dile lo jodidamente deliciosa que está”.
“Tan buena como para comérsela toda”, jadeó Dane. Él
también fijó su mirada en el calor ruborizado que había entre
mis piernas, fascinado por él. “Veo que ya estás empapada
para nosotros. Eres una putilla insaciable, ¿verdad?”.
Sentí que me ruborizaba aún más, incapaz de ocultarlo,
mientras llegaba en cada centímetro de mi piel desnuda.
La voz de Xander era aguda cuando dijo: “Respóndele,
Jade. ¿Eres una putilla insaciable sí o no?”.
“S-sí, lo soy”, balbuceé, mirándoles a los ojos a cada uno y
fijándome finalmente en los de Dane. “Y también estoy muy
mojada por vosotros. Por cada uno de vosotros”.
“Dilo otra vez, Jade. Dinos cuanto zorra eres. Dinos lo que
quieres de nosotros. Alto y claro”. La voz de Xander no
vaciló.
Dane me miró. “¿Lo has oído? Dilo”.
“Soy… soy una putilla guarra y lujuriosa”, susurré, y
aunque sentí cierta humillación, fue superada por una oleada
de profunda satisfacción. Y entonces, casi sin aliento, añadí:
“Y quiero que todos me folléis”.
Aquella frase sirvió para acelerar las cosas.
Con un gesto de Xander que demostraba cómo los tres
podían actuar juntos como una máquina bien engrasada, Bryce
me cogió en brazos, como si no pesara nada. Sentí que mi
humedad rozaba su pecho, el calor de su piel casi quemaba mi
carne sensible. Grité e inmediatamente Dane levantó la mano
para darme una palmada en el culo, convirtiendo mi chillido
en un gemido. Bryce prácticamente me tiró al sofá, el mismo
en el que me había follado a Xander a solas no hacía mucho, y
entonces Dane se puso encima de mí.
“Llevo días esperando este momento”, dijo mientras se
desabrochaba el cinturón y sus fuertes manos hacían un trabajo
rápido y decidido. Luego lo tiró al suelo. Cuando la hebilla
cayó al suelo, solté un grito ahogado. Bryce se quitó la camisa
y se sentó en el sofá, junto a mi cabeza, para que pudiera
apoyarla en su regazo.
Era difícil saber dónde mirar: Dane también se había
quitado la camisa y se estaba bajando los pantalones,
quedándose en unos calzoncillos negros que luchaban por
contener su erección. Si hubiera girado la cabeza hacia un
lado, también habría estado frente a la polla de Bryce, aún en
calzoncillos, pero no menos tentadora.
En cambio, Xander se sentó en un pequeño sillón al otro
lado de la habitación, disfrutando de la vista.
“No tan rápido, Dane, déjala sufrir un poco”, intervino
Xander. “Ábrele las piernas”. También chasqueó los dedos,
instando a Dane a que se diera prisa.
Me miró, sonriendo, y me separó las piernas para que una
colgara del sofá y la otra subiera hasta engancharse en el
respaldo. Estaba completamente a la vista, abierta de par en
par como si fuera un banquete a su disposición, y me
encantaba. Entonces Dane se arrodilló en el sofá frente a mí,
acomodándose entre mis muslos abiertos.
“No hace falta que me des órdenes, jefe”, murmuró Dane a
Xander mientras colocaba las manos a ambos lados de mi
coño, antes de acercarse lo suficiente para saborearme. Se
detuvo un segundo, dejándome sentir su aliento contra mi
entrada, lo que me puso la piel de gallina. “Llevo deseando
lamer este dulce coñito desde que entraste en el instituto
Coldwater”.
“Es dulce”, gruñó Bryce, apartándome el pelo de la cara.
“¿Verdad, Xan? Lo más dulce del mundo y ahora es nuestro”.
Nuestro; aquella palabra cariñosa y reivindicativa me hacía
sentir poseída y adorada por aquellos tres jóvenes sementales
que estaban cachondos por mi culpa.
Suspiré, relajándome aún más en los cojines del sofá.
“Basta de insinuaciones”, soltó Xander. “Dane, antes de
follártela, haz que se corra con tu lengua. Quiero verla correrse
a mil por hora”.
“Sí, jefe”, murmuró Dane irónicamente, pero en realidad
se inclinó para lamerme, incapaz de resistir su propio deseo.
Cuando su lengua apenas encontró mi entrada, mis caderas
se sacudieron involuntariamente, escandalizándome con mi
propia lujuria. Estaba tan excitada por la anticipación, por la
presencia de aquellos tres sexis tíos, que hasta la atención más
delicada se sentía como una chispa. Dane jadeó satisfecho,
lamiendo lentamente primero mis labios mayores y luego mi
clítoris, pero en lugar de centrarse en aquel nudo turgente,
trazó sus bordes, haciéndome retorcerme y estremecerme.
Bryce suspiró, observando cómo Dane me devoraba mientras
me acariciaba el pelo con una mano.
“Más”, dejé escapar un gemido. “Necesito más”.
“Tócale las tetas, Bryce”, ordenó Xander. “Haz algo útil”.
Tomándose su directiva al pie de la letra, me manoseó el
pecho derecho casi desesperadamente, como si hubiera estado
esperando permiso para hacerlo. Emitió un gemido bajo
mientras lo masajeaba y manoseaba con fuerza. “Esas tetas tan
grandes en un cuerpecito tan esbelto, son jodidamente
perfectas, guapa. La forma en que llenan mis manos… es
fantástico”.
Ya estaba casi mareada de placer, y no habían hecho más
que empezar.
Dane abrió la boca y apretó sus labios carnosos contra mi
clítoris, con el calor húmedo de su lengua lamiéndome cada
centímetro, mientras Bryce me apretaba los pezones entre los
dedos.
Arqueé la espalda, con la respiración entrecortada y
agitada.
“Dios, mira cómo rebotan”, gruñó Bryce, inclinándose
para besar el pezón que acababa de pellizcar mientras me
agarraba el pecho izquierdo con la otra mano, haciéndolo
temblar. Luego los apretó entre sí. “Podría pasarme todo el día,
toda la vida, jugando con estas tetas y no aburrirme nunca”.
Sentía que la presión aumentaba en mi interior, que el
deseo ardiente alcanzaba su punto álgido, mientras Dane
seguía lamiendo dentro y fuera de mi coño caliente.
Joder, me sentía tan reclamada, como si perteneciera a
aquellos dos chicos y al placer que podían darme.
Dane soltó un gruñido, casi un grito de guerra, mientras
enterraba la cara con más fuerza en mi coño, su lengua se
deslizó hasta mi entrada para probarla rápidamente antes de
volver a subir para arremolinarse de nuevo alrededor de mi
clítoris. Cuando lo cogió entre sus labios y lo chupó aún más
fuerte, el orgasmo me sacudió mientras el sonido agudo y
quejumbroso que salía de mis labios se hacía cada vez más
fuerte.
Oí a Xander soltar una lenta palmada mientras Dane me
besaba el coño con más suavidad para ayudarme a bajarme de
mi pico de placer. Lamió con avidez la humedad del interior
de mis muslos y luego se apartó para sonreírme, con la cara
reluciente.
Bryce inclinó la cabeza para besarme en los labios,
acariciándome ligeramente las tetas.
“Eres tan jodidamente hermosa cuando te corres, Jade”,
susurró contra mi boca. “Estoy deseando verte hacerlo aún
más”.
“Buena chica, Jade”. La voz de Xander captó mi atención
y giré la cabeza para encontrarme con su mirada. Su larga
polla ya estaba totalmente erecta en la parte delantera de los
pantalones, y su postura no hacía más que acentuar su
longitud: la espalda apoyada en la silla y las piernas abiertas.
“¿Quieres que Dane te meta ahora la polla y te empape de
semen hasta el fondo?”.
“¡Sí!”, respondí con una voz sorprendentemente firme.
Miré a Xander y luego a Dane, cuyos ojos oscuros eran
intensos, con las manos apoyadas en el elástico de los
calzoncillos. El vello que cubría su pecho descendía en una
línea oscura que desaparecía en sus calzoncillos, tan sexy y
masculina que quise meter la boca en ella. Pero estaba
demasiado lejos para hacerlo y ya habría tiempo para ello más
tarde.
Cuando los tiró al suelo, jadeé. Su polla dura, larga y
palpitante, con la punta húmeda, era el espectáculo más
excitante que había visto en mi vida. Al menos desde que
había visto por primera vez las pollas de Bryce y Xander…
Cada una de ellas ofrecía algo diferente y me sentía la chica
más afortunada del mundo por poder experimentarlas así.
Sentí que Bryce se movía debajo de mí, sujetándome para que
pudiera desabrocharse los vaqueros y liberar su polla. Cuando
hizo que me tumbara sobre su regazo, sonrió, mirando más
allá de su erección mi cara de asombro.
“¿En qué estás pensando, pequeña?”, preguntó, e
instintivamente me volví hacia Xander para ver si podía
responder.
Exclamó bruscamente: “¡Respóndele, Jade!”.
“Yo…”, oh mierda, ¿realmente podía decir lo que estaba
pensando? Claro, todos ellos ya me habían visto llegar al
orgasmo, me habían hecho correrme. Pero dejarles escuchar lo
depravada que era aún me daba un poco de miedo.
“¡Contéstale!”, gritó Xander, casi haciéndome estremecer.
“O Dane te follará el culo en lugar de tu dulce coño”.
Oh, Dios. Aquella perspectiva aterradora me produjo una
confusa onda expansiva: preocupación, pero también deseo.
Quizá aún no estaba preparada: nunca había practicado
sexo anal, ni siquiera me lo había planteado antes, pero la idea
de sentirme tan llena, con el coño y el culo follados al mismo
tiempo, mientras otra de sus pollas me follaba la boca… era
muy tentadora.
Algún día, tal vez. Pero no en aquel momento.
“Estoy pensando en cómo me gustaría chuparle la polla a
Bryce mientras… mientras Dane me folla duro”. Solté esas
palabras precipitadamente, y Bryce murmuró un improperio
excitado. Observé cómo su polla se crispaba contra su
tonificado vientre.
“Realmente es una zorrita insaciable”, comentó Xander
con una sonrisa amenazadora. “Bueno, chicos, ya la habéis
oído. Dadle lo que quiere”.
Dane no necesitó más estímulo. Se acercó a mí en el sofá y
me agarró de las caderas, poniéndome boca abajo en un
movimiento rápido que me excitó aún más. Por Dios, me
encantaba que me manejaran así. Luego me puso a noventa
grados con el culo hacia él mientras delante de mí estaba
Bryce, esperando a que se la chupara.
Entonces sentí una enorme punta húmeda apoyarse contra
mi entrada y, antes de que me diera cuenta, Dane estaba
penetrándome por fin con un gemido profundo y varonil.
Grité de placer, por la deliciosa sensación, y antes de que
pudiera recuperar el aliento, la mano de Bryce me agarró por
el pelo. Tiró de mi boca abierta hacia abajo para que se
encontrara con la punta de su polla, y entonces empecé a
chupársela ferozmente.
“¡Oh, mierda!”, exclamó.
Detrás de mí, Dane no perdió el tiempo y, en cuanto estuvo
completamente dentro de mí, empezó a mover las caderas.
Joder, podía sentirle hasta el fondo, y mientras me follaba con
un ritmo constante, yo me mecía contra él, complaciéndole
embestida tras embestida.
“¡Chupa más fuerte!”, gritó Xander desde el otro lado de la
habitación, aunque notaba que ahora estaba más cerca que
antes y se dirigía hacia nosotros a paso lento.
La mano de Bryce seguía en mi pelo, pero aflojó su agarre
para que pudiera tener más control, así que hundí los labios a
lo largo de su miembro hasta introducirlo por completo en mi
garganta, chupando con fuerza.
“¡Maldita sea!”, exclamó Dane desde detrás de mí
mientras aumentaba el ritmo y me penetraba con toda su
fuerza. “¡Me estás volviendo loco!”
Yo gemí con los labios chupando la polla de Bryce
mientras mis paredes internas se tensaban.
Ambos reaccionaron de inmediato, Bryce echando la
cabeza hacia atrás contra el sofá, Dane agarrándome las nalgas
con ese toque varonil suyo.
Entonces, cuando sentí un par de labios cálidos posarse en
mi hombro, me aparté un momento de Bryce para mirar a mi
alrededor y descubrir que Xander se había arrodillado junto al
sofá y que su polla también estaba libre por fin. Me miró a los
ojos mientras se acariciaba lentamente, saboreando el
momento desde mucho más cerca.
“Sigue”, exclamó Xander, acercándose y rodeándome la
cintura con un brazo. Se aferró a mí mientras Dane seguía
volviéndome loca con sus embestidas, y su otra mano ágil se
alzó para agarrarme la barbilla. La inclinó hacia abajo,
abriéndome bien la boca, y ayudó a su amigo Bryce a
introducirla una vez más en mi garganta.
En aquel momento estaba casi sobreestimulada por todo
aquel placer, pero no habría podido parar aunque hubiera
querido. No cuando estaba tan cerca de correrme de nuevo y
podía sentir que Dane y Bryce también lo estaban.
Las caderas de Dane se volvieron frenéticas mientras su
polla salía de mi coño solo unos centímetros y luego volvía a
entrar, haciéndome estremecer en el sofá. Ahogué toda la
longitud de Bryce, no quería renunciar a su sabor salado, así
que agarré la base de su pene con una mano y lo apreté con
fuerza mientras lo lamía.
“Toma, Jade”, me dijo Xander al oído. “Coge sus pollas
como una buena putilla y quizá te deje correrte otra vez”.
Se me llenaron las mejillas de lágrimas mientras gemía
contra la polla de Bryce y Dane se abalanzaba sobre mí, rápido
y duro, piel con piel. Sentí su mano caer sobre mi culo, un
azote duro y firme que me hizo retorcerme y sisear como una
gata salvaje. Hizo lo mismo con mi otra nalga, gruñendo al
hacerlo.
No quería que se detuviera, quería tentar a la suerte para
provocarle hasta que me diera una bofetada más fuerte,
castigándome por mi mal comportamiento. La idea de que me
dejara marcas rojas en el trasero que coincidieran con los
moratones de la forma de sus dedos… era todo tan delicioso.
Cuando Xander se movió, apartando el brazo que me
rodeaba la cintura, quise protestar, pero era difícil con la boca
llena…
Por la forma en que su respiración se hizo más pesada, me
di cuenta de que se había movido para acariciarse la polla con
la misma mano. En cuestión de segundos, utilizó la otra para
bajar por mi ingle y encontrar mi clítoris palpitante. Lo tomó
entre sus dedos y lo acarició con firme presión justo cuando
Dane cambió el ángulo de sus embestidas, golpeándome más
profundamente.
Esta vez me corrí con tanta fuerza que me temblaron las
piernas y casi me desplomé en el sofá antes de que Dane me
agarrara y me sujetara como a una muñeca de trapo,
recostándome sobre sus caderas. Volvió a follarme con fuerza
y velocidad, prolongando mi orgasmo hasta que tuve que
apartarme gritando con todas mis fuerzas.
Incluso cuando mi placer alcanzó de nuevo su punto
máximo, mi orgasmo pareció intensificarse aún más. Entonces
Dane jadeó fuerte y me dio las dos últimas embestidas con
más fuerza aún, de modo que el sofá se desplazó unos
centímetros y su orgasmo llegó con un grito casi doloroso que
resonó en todo el sótano.
No había nada como la sensación de su polla chorreando
líquido caliente dentro de mí mientras sus pulsaciones se
sincronizaban con las descargas de mis paredes internas, que
seguían apretándose a su alrededor.
Cuando Dane se apartó de mí, sentí cómo su semen me
resbalaba por las piernas mientras se movía hacia el sofá para
recuperar el aliento y dejar sitio a Xander, que increíblemente
y sin ceremonias hundió toda su longitud en mi coño.
Joder, era tan excitante pensar que su semilla mezclada me
llenaría en tándem, y aunque acababa de correrme, los dedos
expertos de Xander empezaron a provocarme de nuevo el
clítoris, masajeándolo lentamente, haciéndome correrme una
vez más.
Mientras tanto, yo seguía chupando la polla de Bryce hasta
el fondo de la garganta, jadeando mientras Xander me follaba
con empujones largos y firmes.
En aquel momento, no había nada más que necesidad y
éxtasis absoluto en el aire mientras aceleraba el ritmo para
hacer que Bryce disparara su carga de semen en mi garganta.
Por un momento, me saqué la polla de los labios para
escupir en su punta hinchada, y luego descendí para volver a
chupársela aún más deprisa.
“¡Joder, Jade! Voy a…”, gritó Bryce, tirándome del pelo lo
justo para que me doliera, y luego sacudió sus caderas casi sin
querer contra mi boca. En ese momento sentí el calor líquido
de su orgasmo salpicar mi garganta.
Mis labios complacieron los estremecimientos de su polla,
mi lengua se deslizó hacia delante y hacia atrás sobre su punta,
para saborear cada sabrosa gota.
“Seguro que si te follo una vez más, te corres otra vez,
zorrita”, oí decir a Xander desde detrás de mí.
Entonces, se retiró, haciéndome gemir por el repentino
vacío. Bryce y yo lo miramos, mientras Dane observaba desde
el otro lado del sofá, con los ojos oscuros, pensativo pero
saciado, con la polla ahora flácida entre las piernas.
Respiré hondo, estremecida, y me di la vuelta, apoyando la
espalda en el pecho de Bryce. Sus brazos me rodearon,
reconfortantes y cálidos.
“¿Qué vas a hacer?”, le pregunté a Xander.
Me dedicó una amplia sonrisa, como nunca le había visto,
antes de agarrarme con fuerza, ponerme a noventa grados y
volver a clavarme toda su longitud.
Sabía que solo tardaría un minuto más. Xander era el único
que aún no se había corrido y sabía que quería ser el último en
llenarme con su semilla. Pronto se cerraría el círculo.
Aquel día, todo el asunto sexy y desvergonzadamente
depravado empezaría y acabaría con el semen de Xander
Townsend goteando de mi coño.
Me dio una palmada en el clítoris, un dolor agudo que me
hizo gritar, antes de follarme como un animal, sin control
alguno, lo bastante rápido y fuerte como para hacerme
comprender que al día siguiente iba a estar dolorida. Como si
eso no estuviera ya previsto, después de todo el delicioso sexo
que me había regalado aquella tarde, Bryce empezó a
susurrarme dulces guarradas al oído.
En aquel momento todo fue demasiado: Xander y yo nos
corrimos juntos mientras los ojos oscuros de Dane no se
apartaban de mi cuerpo.
Cuando llegó mi tercer o cuarto orgasmo - había perdido la
cuenta - y Xander se retiró, sintiéndose tan derrotado, como
yo, que sentí mi coño ardiendo.
Los tres chicos me cogieron en brazos, después de que
todo aquel sexo transgresor se hubiera disipado.
Sabíamos muy bien que las cosas habían cambiado entre
nosotros, que habíamos cruzado una línea y que, por muchas
mentiras que nos hubiéramos contado sobre la venganza,
ninguno de nosotros lo había hecho solo por eso. De hecho,
por lo que a mí respecta, quería mucho más de aquellos tres
chicos.
Desde luego, no habríamos tenido tiempo suficiente en
nuestro último año de instituto, pero ¿quién sabía lo que
pasaría después?
Ahora los cuatro estábamos hablando, riéndonos y
tomándonos el pelo como si fuéramos amigos, aunque no
estaba segura de que realmente lo fuéramos. Los amigos no
solían follarse así, pero sobre todo seguía sin estar segura de lo
que sentía por ellos como personas.
Peor aún, ahora tenía una nueva preocupación que no
desaparecía, por mucho que intentara alejarla y disfrutar del
momento, dejando de pensar tanto: ¿acaso acostarme con
aquellos tres tipos, querer hacerlo una y otra vez mientras me
lo permitieran, me estaba convirtiendo, a su vez, en una mala
persona?
¿Mi ex no había sido capaz de ser fiel, de follar solo
conmigo, y yo en su lugar? Pues parecía que yo seguía sus
pasos, follándome a tres chicos cuya amistad mutua debía
contar más que nuestra intensa sexualidad.
Aunque entendieran en lo que se metían y se ofrecieran
libremente a hacerlo, ¿qué implicaba para mí el hecho de no
poder conformarme con uno solo de ellos?
¿Era yo también una mala persona, como Owen?
20
JADE

A quella noche, después de que Xander me dejara de


vuelta, colarme dentro de la casa de mi tía Lynette fue
una sensación tan típicamente colegiala que me costó
no soltar una risita. La casa estaba a oscuras y era lo bastante
tarde como para que pensara que estaba dormida, ya que ella
tenía que trabajar a la mañana siguiente. En cualquier caso, no
era en absoluto una mujer estricta, así que tal vez no le hubiera
importado que volviera después de medianoche, con olor a
sexo y el pelo alborotado como mínimo.
Bueno, era una posibilidad remota, pero pensé que tenía
muchas posibilidades de llegar a mi habitación antes de que
ella se percatara de mi presencia.
Obviamente, sin embargo, las cosas no siempre salían
como yo quería: la luz del salón se encendió justo cuando
llegaba a las escaleras y me sacudí, soltando un grito,
sobresaltada.
“Hannah Jade Wells, ¿dónde demonios has estado toda la
noche?”.
Mi tía estaba sentada en su sillón tapizado favorito junto a
la ventana, con el pelo canoso cayendo suavemente sobre su
rostro aún joven. “¿Tienes idea de la hora que es?”.
“Yo… sí, sé que es tarde”, respondí con dificultad, dando
un paso lento hacia ella.
Las piernas me flaqueaban un poco y, de hecho, me dolía
el coño, así que no podía arriesgarme a caminar mucho más.
Entonces ella se habría dado cuenta y podría haberme
preguntado qué me pasaba.
Aunque ella y yo estábamos muy unidas, no creía que
pudiera decirle: ¡tres matones buenorros del colegio me
acaban de follar durante horas! Ni siquiera estoy segura de
poder volver a andar recta…
“Claro que es tarde”, respondió ella, poniéndose de pie,
pero sin perder la compostura. Siempre había dicho que era
una persona cariñosa, que no se enfadaba. Soltó un gran
suspiro, pasándose una mano frustrada por el pelo. “¿Quieres
un té?”
Aquello la convertía en una tía realmente estupenda y un
tomar una bebida caliente con ella me pareció una muy buena
idea en aquel momento. Seguí a tía Lynette hasta la cocina y
me senté en la encimera mientras ella jugueteaba con la tetera.
Luego me trajo un gran tarro de cristal, lleno de diferentes
bolsitas de té y se puso delante de mí, inclinándose hacia
delante para entregármelo.
“Elige el sabor que prefieras, cariño. Venga, charlemos un
poco”.
“No hay nada de que hablar”, empecé, pero ella me
interrumpió.
“¿Qué? ¿No puedo charlar con mi sobrina aunque no tenga
nada concreto en mente? Últimamente no estás mucho por
aquí y, pequeña, me siento un poco excluida”. Me dedicó una
sonrisa triste y volvió a indicarme que eligiera el té que
prefiriera. Rebuscando en la jarra, encontré algo con notas de
melocotón y jengibre.
“Escucha, ahora soy yo quien cuida de ti, así que
necesariamente tengo que regañarte un poco por volver a casa
tan tarde, ¿vale? Aunque, para serte sincera, en realidad nunca
establecimos un horario estricto, así que en parte también es
culpa mía.”
“¿De verdad me estás diciendo que también es culpa tuya?
¡Qué bonito! Me gusta ese razonamiento”, bromeé, y ella me
soltó la misma reprimenda que solía darme desde el otro lado
de la mesa en Acción de Gracias cuando era niña. Me dio
mucha ternura.
“Eres una buena chica, Jade, así que no creo que hayas
salido a fumar hierba o a emborracharte, Dios no lo quiera.
Tampoco creo que hayas salido con un grupo de marimachos”.
Había empleado un tono jocoso y escandalizado al pronunciar
esa última frase, así que supe que no intentaba sonsacarme
información al respecto.
Sin embargo, siempre me había resultado casi imposible
ocultarle nada a mi tía: era demasiado sensible y avispada para
entenderme y yo siempre mostraba todos mis estados de ánimo
en mi cara.
Cuando se dio cuenta de mi pequeño grito ahogado y de
mis mejillas enrojecidas, sus ojos verdes, cuyo tono
combinaba perfectamente con el mío, se abrieron de par en
par.
“Ah, así que lo he pillado, ¡es un chico!”.
Tres, en realidad, pero ¿quién lleva ya la cuenta?. Pensé.
“Tía Lynette, por favor, no hagas un drama de esto”,
refunfuñé, y por suerte la tetera empezó a silbar, así que se
dispuso a prepararnos el té.
“¿Taza con forma de corazón?”, preguntó, mostrándome
una roja que guardaba dentro del armario. Me la trajo junto
con un tarro de miel local, porque recordaba que siempre me
gustaba ponerla en el té.
Si no fuera por mis logros escolares, mi madre nunca se
habría acordado de esos detalles sobre mí, ni siquiera
pagándole. Mi tía, en cambio, sí lo hacía.
Preparó su clásico té inglés con un poco de leche de avena
y miel, y durante un largo segundo, removimos nuestras
cucharas, haciéndolas chocar contra la vajilla.
El ruido se extendió por toda la silenciosa casa y pronto
Gizmo, su gato gris y blanco, entró en la cocina y se abrió
paso entre mis piernas, bajo el taburete, frotándose contra él.
“¡Oh, mira, querida! Hasta Gizmo quiere saberlo todo
sobre ese chico con el que sales. Espero que sea mejor que el
anterior. Dime que lo es, por favor”.
Su comentario sobre Owen me hizo soltar un bufido.
“¡Tía Lyn! Basta!” Entonces solté una carcajada y ella me
sonrió.
“¿A qué viene eso? Creía que tú y yo odiábamos a ese
imbécil de Owen”.
“Claro que le odiamos”.
“Entonces, ¿ves que no me equivoco?”, asintió la tía
Lynette con un solemne movimiento de cabeza. Dio un largo
sorbo a su té y me miró de reojo. “En fin, bromas aparte,
espero que este nuevo chico te haga feliz y te trate bien. El
último solo te hizo perder el tiempo, pero eres una chica lista,
así que confío en que no vuelvas a cometer el mismo error”.
“Pues te sorprenderías”, murmuré, y ella me dirigió una
mirada inquisitiva. “De todos modos, no, él no es así, ellos no
son… Quiero decir, él no es…”.
“Espera un momento. ¡¿Ellos?! ¿Me estás diciendo que te
gusta más que un chico?”.
Suspiré, cayendo hacia delante y apoyando la frente en la
fría mesa.
¿Cómo era posible que nunca pudiera guardar mis
secretos, como todas las adolescentes?
“¿Así que son dos chicos? Bueno, vamos… no es para
tanto”.
Mi silencio fue condenatorio. La tía Lynette parecía casi
impresionada. Entonces dijo: “¡¿Son tres?!” Y solté un
gemido mortificado. “Cariño, no pasa nada. A menudo,
cuando tienes tu edad, te pueden gustar varios chicos a la
vez… no es que te acuestes con los tres a la vez”.
“Tía, me voy a la cama”, dije, levantándome del taburete
con tal rapidez que volcó y echó al pobre Gizmo corriendo de
la habitación.
La tía Lynette, sin embargo, me agarró del brazo antes de
que pudiera escapar también, y cuando me volví hacia ella, su
rostro era dulce pero también muy preocupado.
“Tú… ¿Realmente estás saliendo con tres tíos a la vez?”.
No tenía sentido mentir tampoco esta vez.
Suspiré, asentí y, tras reacomodar mi taburete en lo que
parecía el silencio más largo de mi vida, solté un silbido.
“Niña, parece que te has metido en una situación bastante
complicada. Estás… ¿Estás enamorada de los tres chicos?”.
“¡No! Por Dios, no. Es solo que…” ¿Cómo iba a
explicarle, de forma tranquila y racional, lo que estaba
pasando entre ellos y yo si ni siquiera entendía lo que me
estaba pasando a mí misma? Simplemente le dije: “Es… una
relación diferente a la habitual. Sinceramente, ni siquiera sé
por qué me gustan tanto. La verdad es que son los tres
gilipollas”.
“¿Son malos contigo?”, preguntó la tía Lynette en tono
preocupado, dispuesta a defenderme.
“Pues no. Al principio quizá… pero ya no. De todos
modos, la situación es un poco complicada de explicar, ¿vale?
Pero te aseguro que todo está bajo control y que no habría
querido decírtelo así. Aún tengo que conocerlos bien…”.
“Cariño, por favor. Ya deberías saber que a tu vieja tía
Lynette no se le puede ocultar nada. Casi me contrató la CIA,
¿sabes?”.
“¡¿Qué?! No, no lo sabía”.
“Ahahah, eso te lo contaré otro día”. Asintió para descartar
el tema, aunque yo me moría de ganas de acabar ahí. “¿Estos
tíos te tratan bien o no?”.
Pensé primero en sus disculpas hacia mí y también en la
honestidad de la “no disculpa” de Dane, que aún tenía algo de
admirable. Y luego, por supuesto, estaba la forma en que los
tres me adoraban cuando practicábamos sexo. Si asegurarse de
que tuviera orgasmos múltiples no era una forma de tratarme
bien, ¿entonces qué lo era?
“Pues sí. Si hubieran sido horribles conmigo, me habría
escapado”.
“De acuerdo. Estupendo. No queremos otro Owen,
¿verdad?”.
“No tranquila”, sonreí. “Ellos son otra cosa de Owen.
Están completamente de mi parte y creo que si les pidiera que
le hicieran estallar el coche o algo así, seguro que lo harían.
No es que quiera pedírselo”, me apresuré a añadir.
“Cariño, sé que nunca harías eso. Siempre has tenido
mucha cabeza, así que confío en que no tomarás decisiones
estúpidas, sobre todo con la universidad a la vuelta de la
esquina. Además, hoy en día hay un montón de nuevas
dinámicas de relación modernas, estrafalarias y en su mayoría
absurdas. En cualquier caso, salir con tres chicos distintos no
es lo mismo que tener tres novios”.
“No son mis novios, eso seguro”, respondí.
Sin embargo, antes de que pudiera ponerme demasiado
soñadora y tonta, recordé el asunto anterior y cambié de
expresión. Cogí mi taza de té, que se enfriaba rápidamente, y
me bebí la mitad de un trago nerviosa.
“¿Qué tienes en mente?”, preguntó la tía Lynette. No se le
escapaba nada en absoluto.
“Es que… Estoy un poco preocupada porque… bueno,
obviamente no estamos saliendo los tres, pero ver a tres tíos a
la vez… ¿Me convierte eso en una persona tan mala como
él?”.
“¿Owen? ¿Tu mentiroso ex? En absoluto”, afirmó con la
suficiente convicción como para quitarme parte de la
preocupación de encima. “Porque él te mentía, Jade. Te dijo
que erais una gran pareja, se comprometió y no lo cumplió.
¿Estás mintiendo a esos… pretendientes tuyos?”.
“No. Ellos lo saben todo. Saben… que salgo con los tres
porque quiero conocerlos mejor y luego decidiré”.
“Exacto”, dijo Lynette, quitándose el polvo de las manos
como si su trabajo hubiera terminado. “Tenéis más de
dieciocho años, ¿verdad?”.
“Sí”, acepté.
“Así que sois adultos. Por lo que a mí respecta, sigue
saliendo con ellos y acabarás eligiendo al que más te
convenga. No te pareces en nada a ese idiota malcriado que te
rompió el corazón, cariño. En primer lugar, eres mucho más
guapa que él…”, me acomodó un mechón de pelo detrás de la
oreja, como hacía siempre que yo era niña, y le dediqué una
leve sonrisa. Sin embargo, cuando volvió a hablar, se puso más
seria. “Tú tienes una integridad moral que él nunca tendrá”.
Terminada la hora del té, ayudé a tía Lynette a recoger la
mesa y luego las dos subimos a acostarnos. Mientras me
lavaba los dientes, recordé la conversación que había
mantenido con ella y luego me acomodé en la cama.
Mi tía había sido muy amable al apoyarme, y tenía razón
en cuanto a la sinceridad. Ya no había más mentiras entre
Xander, Dane, Bryce y yo.
El problema, sin embargo, era la parte sobre la integridad
moral. Me sentía mal por ella porque la estaba tomando el pelo
y quizá también me estaba lo estaba haciendo a mí misma.
De algún modo, no me parecía real que me hubiera
comportado así con ellos, sobre todo después de aquel
increíble e impactante encuentro sexual que habíamos
compartido, y menos aún después de las dulces atenciones que
me habían dedicado al final.
En cualquier caso, no podía imaginarme tener una relación
real con tres tíos a la vez, por muy amable y complaciente que
hubiera sido mi tía. No era algo que se pudiera hacer, sobre
todo por mi parte. Nunca habría podido organizar una
verdadera cita a cuatro bandas, presentar mis tres novios a mis
padres, casarme con tres hombres a la vez. Nunca se iba a dar
un escenario en el que estuviéramos yo y tres chicos guapos,
dos de ellos forrados, en la misma casa, con un gran
todoterreno y una cama que compartir cada noche con uno
diferente.
No era tan deshonesta como Owen y lo sabía a ciencia
cierta, pero seguía sintiendo que me estaba mintiendo a mí
misma.
Tener sexo no significaba amar. Solo lo hacían porque
querían mi cuerpo y me dije a mí misma que me parecía bien
no tener un futuro con aquellos tipos, mientras me dormía
llevando aún las marcas de lo que me habían hecho en aquel
sofá. Y lo había disfrutado como una loca…
21
DANE

S i me hubiera importado lo suficiente, me habría


presentado en clase aquel día porque quería seguir
adelante. Tal vez debería haberme dicho a mí mismo que
no era cierto que la escuela y sus malditas normas no me
interesaran y que debía asistir a ella para mejorar.
Sin embargo, a pesar de todo, yo no era un buen objetivo
para las mentiras y siempre era capaz de ver cuál era la verdad.
Así que también sabía que estaba allí no porque me importara
la escuela, sino solo porque quería volver a ver a Jade.
Cuando ella llegó y me vio sentado allí, en mi asiento
habitualmente vacío, tuvo que echar un doble vistazo, como si
no creyera que yo estuviera realmente allí.
Le sonreí, le indiqué que se sentara a mi lado y me tomé su
media sonrisa como una señal positiva. Al fin y al cabo, ahora
éramos aliados, estábamos conspirando juntos para arruinar a
Owen Prescott y además estábamos practicando un sexo
estupendo juntos.
No era una mala forma de pasar el último año de instituto.
Jade se sentó un poco torpemente, mostrándome su trasero
perfecto que, sinceramente, no era adecuado para pasar horas
sentada en pupitres escolares. De hecho, era ideal para ser
apretado, mordido y azotado, así que me lo tomé como una
victoria.
“Me alegro de volver a verte, Jade”, le dije, haciéndole
saber que me la imaginaba desnuda, en aquel sofá.
“Igualmente, Dane”, respondió ella con frialdad. “¿Has
pasado buena noche? ¿Has dormido bien?”
“Como una roca”, contesté. “Y también me desperté así de
duro…”.
Jade soltó una carcajada sorprendida, echando una rápida
mirada a su alrededor para asegurarse de que ninguno de
nuestros compañeros me había oído. No estaban prestando
atención y ni siquiera me habría importado si lo hubieran
hecho.
“Es tan trivial. Creía que ibas a decirme algo menos
obvio”, dijo.
“Qué curioso, yo pensaba que era algo sexy”, respondí, y
Jade volvió a sonreír. Joder, daba gusto verla sonreír así, sin
inhibiciones, ahora que ya no éramos enemigos y acerca de
nuestra nueva asociación… “Esta noche he tenido una gran
idea”.
“¿Sobre qué?”, preguntó.
“Sobre la operación Destruir a Owen Prescott“.
“¿En serio?”, preguntó Jade, incrédula.
“Sí. Sinceramente, estoy entusiasmado con nuestro
pequeño plan de venganza. Siempre ha sido un gilipollas y el
trabajo de justiciero me va como anillo al dedo. Mi abuela
siempre dice que soy demasiado inteligente y creo que se
refiere a mi talento natural para este tipo de cosas”.
La cara de Jade era escéptica, pero interesada. Me hizo un
gesto con la cabeza.
“Bien, entonces escuchemos tu plan”.
“Creo que tú y yo deberíamos tener una cita”, le dije con
sencillez. Me quedé un buen rato mirándola inquieta antes de
continuar: “¿Qué mejor manera de poner celoso a alguien que
demostrarle por todos los medios que estás bien sin él? Así
que tú y yo vamos a salir en una cita, a algún sitio donde
seguramente otros chicos nos verán y hablarán de nosotras.
Nos divertiremos, haremos algunas fotos para publicarlas, y…
boom. Owen morirá de un infarto inducido por la rabia”.
“Sabes, Dane, es bonito que tengas tantas ganas de salir en
una cita que tengas que inventarte toda esta historia tan
convincente”, dijo burlonamente. “¿No podrías invitarme
directamente a salir si quisieras? Soy una chica tranquila”.
“Hah. ¿Tranquila? Ni hablar”. Sin embargo, la idea de
invitarla simplemente a salir tenía un atractivo especial.
“Por supuesto, eso no significa que dijera que sí con toda
seguridad, ya que sigues siendo un capullo, pero ¿quién
sabe?”. Continuó Jade, encogiéndose de hombros y resaltando
un momento sus pechos. “A lo mejor hoy estoy de humor para
ser dulce y condescendiente, ¿qué te parece?”. Me guiñó un
ojo y recordé la última vez que mis amigos y yo nos la
habíamos follado, saboreando y tocando centímetros de su
cuerpo.
Sabía perfectamente qué estaba haciendo.
Sin embargo, la respetaba sinceramente como persona,
pero me moría de ganas de llenar aquella boca de sonrisa
traviesa con mi enorme y dura polla, acallando su
impertinencia, al menos por una vez.
“Has dicho una cosa muy inteligente, pero no soy de los
que invitan a una chica a salir, princesa. Así que… era
simplemente un plan”.
“Ajá”, se echó a reír. “De acuerdo, Dane Schwartz. Solo
voy a salir contigo por tu estúpido y obvio plan”. Ante
aquellas palabras, mi corazón pareció estallar en mi pecho.
“Quizá podríamos ir a ese club de East Cameron”, sugirió
inmediatamente Jade, con los ojos iluminados ante la idea. “Sé
que a Owen le gustaba pasar el rato allí, así que quizá
tengamos suerte y nos encontremos con ese idiota”.
Al instante, mi humor se volvió un poco sombrío. Fruncí el
ceño y aparté la mirada de Jade para que no pudiera leer
fácilmente mi expresión.
“Claro”, le contesté, aunque cada fibra de mi ser quería
decir “que le den por culo a Owen Prescott”.
Había tenido muchas citas estupendas a lo largo de los
años, pero nunca había reaccionado así.
¿Qué importaba si Jade solo quería salir conmigo para
vengarse de su ex? Sabía que ese era nuestro plan. Yo había
sido el primero en descubrir su subterfugio.
Al principio había sido un gran shock, pero para entonces
ya me había hecho a la idea.
Por suerte, mis dos amigos llegaron antes de que pudiera
experimentar más estúpida agitación interior. Bryce me saludó
con el típico apretón de manos de atleta antes de sentarse al
otro lado de Jade. Xander nos dedicó su habitual saludo de
“buenos días, colegas” mientras ocupaba el asiento frente a
ella, girándose en su silla para poder hablar con todos
nosotros.
Aunque fingíamos no hacerlo, nos estábamos replanteando
en silencio las cosas que habíamos hecho en el sótano,
sabiendo perfectamente que la situación entre nosotros nunca
volvería a ser la misma. Conseguimos mantener la cabeza fría.
La charla se convirtió en bromas, algunas de nuestras
habituales burlas a Jade, pero sin exagerar como solíamos
hacer. Ella se reía con nosotros, se burlaba y nos atacaba con
su típica ferocidad, todo ello manteniendo un aire
desenfadado.
“Eh, vais a venir al partido, ¿verdad?”, nos preguntó Bryce
cuando terminamos de contar una anécdota graciosa ocurrida
durante el entrenamiento de fútbol. “Es un partido importante.
Por supuesto, me aseguraré de que ganemos pase lo que pase,
pero también estaría bien contar con vuestro apoyo. Jade
puede ser un amuleto de buena suerte”, añadió, guiñándole un
ojo.
“Allí estaré”, respondió Xander con sencillez.
“Cuenta conmigo”, asentí yo.
Jade interrumpió con un dulce: “Suena divertido”.
Mis dos amigos y nuestra novia, ya que empezaba a
considerar a Jade Wells como nuestra, estaríamos juntos fuera
de la escuela y sería genial.
Joder, después de la tarde que habíamos pasado juntos el
día anterior, quería que estuviéramos juntos todo el tiempo.
En aquel momento, sentí una fuerte sensación de
pertenencia. Como si por una vez formara realmente parte de
algo que se parecía a una familia para mí.
En mi experiencia, familia nunca había sido un concepto
tan agradable, entre otras cosas porque cuando nací no había
podido elegir a las personas con las que viviría. Pero aquella
pseudofamilia que habíamos creado con Jade y mis mejores
amigos… superaba todo lo que había soñado. No había padres
alcohólicos a los que hacía años que no veía y a los que les
daba igual que yo estuviera en la cárcel o muerto. No había
una abuela indiferente y gruñona que me trataba como a una
carga, siempre haciendo comentarios sobre lo impaciente que
estaba por que saliera de aquel lugar.
Cada momento con Xander, Bryce y Jade era diez veces
más agradable que los que pasaba en aquella puta caravana, y
por fin sentía que yo también contribuía al grupo.
Nos estábamos convirtiendo en un verdadero equipo y esto
de estar los cuatro no habría funcionado si faltara uno de
nosotros. Éramos como un hermoso coche clásico con cuatro
neumáticos perfectos.
Incluso el partido de fútbol de Bryce habría sido una gran
oportunidad para formar equipo. Y diablos, era agradable tener
todo eso, aunque fuera un poco aterrador pensar que podía
desvanecerse en cualquier momento.
22
BRYCE

“H ola, chica“, le dije a Jade, con mi acento español tan


embrutecido que ella se rio. Habíamos hecho lo
imposible por estar juntos en clase de español y me hacía
ilusión poder estudiar a su lado. Solía emparejarme para hacer
los deberes con una chica callada, que se llamaba Rebeca, ya
que intentaba convencer a cualquier friki con la mejor nota
para que se quedara conmigo, pero ahora que estábamos
compinchados y follábamos, supongo que las cosas habían
cambiado.
Las miradas de sorpresa de nuestros compañeros no
pasaron desapercibidas e incluso nuestra profesora, la señora
Sánchez, enarcó una de sus oscuras cejas. Sus labios se
curvaron en una sonrisa divertida.
“¿Jade y Bryce estudiando juntos? Increíble!”, exclamó,
provocando una oleada de risas en toda la clase.
Jade me lanzó una mirada.
“Si esto resulta ser un desastre, te tiraré debajo del autobús
más rápido de lo que puedas pensar”. No pude contener la risa,
disfrutando del cambio en nuestra relación.
Con un encogimiento de hombros despreocupado, nos
lanzamos a la tarea, traduciendo frases relacionadas con los
planes de vacaciones de nuestra familia imaginaria.
Sorprendentemente, el ambiente era ligero y tranquilo,
aunque mi cuerpo me recordaba que me había sumergido en el
suyo y quería más. Deseaba más y más de aquella chica.
El agudo ingenio de Jade combinaba sorprendentemente
bien con mi humor chistoso e intercambiábamos bromas sin
problemas mientras trabajábamos en la tarea, con ella al timón
de aquel barco.
“Mi hermano se llama Juan”, me esforcé por decir,
disfrutando demasiado de su evidente diversión como para
avergonzarme por mi acento.
Miró el papel con escepticismo, conteniendo otra sonrisa
que esperaba arrancarle al final de la clase. “Bueno, si te
refieres a un hermano tuyo, puedo decir que os lleváis muy
bien”.
“No, se diría que sí, pero mis verdaderos hermanos son
todos unos gilipollas”, admití con una risa seca.
No me gustó cómo cambió su expresión ante aquella
admisión, pero la irreprimible necesidad de compartirlo con
ella me estaba haciendo efecto de todos modos. “No es un
problema. Soy el menor de cinco hermanos, así que se meten
mucho conmigo, ¿sabes? Es lo normal con los hermanos.
Supongo que es su forma de demostrar afecto”.
Los ojos de Jade se ablandaron y me dio un empujoncito.
“Yo no tengo hermanos ni hermanas, así que… Supongo
que no lo entiendo. Me parece mezquino que se metan con los
más jóvenes y débiles”.
“Eh, yo no he dicho que fuera la más débil”, repliqué,
hinchando el pecho para mostrar mi robusto cuerpo. “Cuando
era niño, sí. Pero ahora soy más grande que todos esos
gilipollas. Se burlan de mí por mis notas, pero al menos están
todos fuera de casa y tienen menos oportunidades de hacerlo.
Claro que todos eran unos malditos genios en el colegio, como
tú y Xander”.
“Tú también eres inteligente”, dijo ella en voz baja. “Hace
falta cerebro para recordar todas esas jugadas en el campo de
fútbol, y de vez en cuando eres ingenioso incluso cuando
haces bromas. Hay muchas formas de ser inteligente, ¿sabes?”.
No podía expresar con palabras lo mucho que significaba
para mí oírla decir aquello. Oír que era sincera y que no me
estaba embaucando.
¿Qué razón tendría ahora para mentir?
Me encogí de hombros, sintiéndome sorprendentemente
vulnerable. “Sí, tienes razón. De todos modos, no es por
ponerte en un aprieto ni nada por el estilo, pero quizá por eso
soy… una especie de matón. Después de todos esos años en
los que me han pateado el culo, a veces está bien cabrear a la
gente aunque solo sea para sentir que controlo un poco más la
situación, ¿sabes? Estoy trabajando en ello, pero es un hábito
difícil de romper”.
Jade asintió, su empatía era evidente.
“Lo comprendo. Pero tú eres más que eso, Bryce. Y si te
sirve de algo, me gusta esta faceta tuya”.
Para aligerar el ambiente, no pude resistir la tentación de
hacer una broma coqueta.
“Entonces, Jade, ¿voulez-vous coucher avec moi?”. Sonreí
mientras masacraba otro idioma, con la esperanza de que
volviéramos a nuestras bromas habituales.
Jade soltó una carcajada, un sonido pleno y fuerte que se
convirtió en una risa adorable.
La Sra. Sánchez nos miró mal, pero utilicé mi
característica sonrisa encantadora para convencerla de que lo
dejara estar y volviera a su ordenador.
“¡Lenguaje equivocado, gilipollas!”, exclamó Jade en un
tono lo bastante cariñoso como para suavizar la situación.
Entonces, sin que nadie se diera cuenta, alargó la mano para
apartarme un mechón de la frente y el tierno paso de sus dedos
por mi piel me llenó de calor.
Dios mío, podría haberme acostumbrado a aquella
sensación.
“Muchas gracias, guapa“, le respondí.
23
XANDER

“E sEstábamos
tan frustrante”, soltó Jade, en vez de maldecir.
en clase de física y, desde luego, sabía que
no debía molestar más a la señorita Parsons con un mal
comportamiento después de nuestra última incursión como
compañeros de laboratorio. “Normalmente se me dan bien
estas cosas, pero esta tarea no tiene ningún sentido”.
Después de lo que había pasado en mi casa el día anterior,
veía todo lo que hacía Jade Wells bajo una nueva luz.
En lugar de otra mundana lección de física, en aquel
momento todo parecía una aventura. Disfrutaba viéndola
trabajar, intentando descifrar con ella los misterios del
universo como podía. Tenía su propia manera de hacer más
interesantes incluso las tareas más mundanas, y en parte se
debía a que me la imaginaba desnuda.
Estaba encorvada sobre nuestro equipamiento de
laboratorio, sus cejas teñidas de rojo daban una bonita forma a
su frente. Quería besarla, pero no era un maníaco, así que me
quedé sentado y me guardé las manos.
“Quizá deberías hablar directamente con Sir Isaac
Newton”, dije.
Jade entrecerró los ojos.
“Qué gracioso, Xander. ¿Por qué no lo intentas, si eres tan
listo?”.
“Creo que puedes hacerlo tú sola”, respondí, esforzándome
por no sentirme incómodo ante su cara de sorpresa por mi
amabilidad. “Volvamos a mirar las variables, ¿vale? Veamos
qué ha fallado”.
Con unos cuantos ajustes e intentos más, nuestro
experimento funcionó y pude notar en la sinceridad de su voz
lo aliviada que se sentía Jade por haber terminado.
“Muchas gracias, Xander”. Hizo una pausa, sacudió un
poco su melena pelirroja para despejarse y volvió a mirarme.
“Estoy muy estresada por las asignaturas del colegio y por eso
me encierro en mí misma. Así que agradezco tu ayuda”.
“Eh, ¿estás agradeciéndome mi ayuda? No me lo puedo
creer!”
Se rio, el sonido resonó un poco en la silenciosa aula, y
cuando lanzamos una mirada hacia el escritorio de la señora
Parsons para asegurarnos de que no estábamos molestando
demasiado, se limitó a dedicarnos una media sonrisa.
Al parecer, Jade no era la única de la clase a la que le
costaba entender el experimento. Al final ayudé a las dos
parejas que había a ambos lados de nuestro laboratorio y ellas
me correspondieron, ayudando a los alumnos de toda la clase
hasta que todos terminaron la tarea.
La Sra. Parsons me dio las gracias y casi me sentí
avergonzada por el elogio. Luego, cuando volví a mi asiento
junto a Jade, ella me miró con ojos verdes asombrados, lo que
hizo que todo aquello resultara menos embarazoso.
“Vaya”, dijo con auténtico asombro en la voz, aunque con
su habitual velo de impertinencia. “Eres… muy bueno en esto.
Sabía que eras inteligente, pero la verdad es que también se te
da muy bien enseñar…”.
“He tenido algo de práctica”, admití, removiéndome en la
silla. Evité mirarla. “De hecho, también doy clases particulares
gratuitas una vez a la semana en una organización educativa
sin ánimo de lucro”. Vi que su expresión se suavizaba, pero
antes de que pudiera pensar que estaba siendo demasiado
dulce y sincera conmigo, me apresuré a recalcar el punto.
“Parece que también puedo utilizarlo para conseguir puntos en
la universidad. Necesito toda la ayuda posible si quiero llegar
a Harvard”.
Jade asintió, conteniendo la sonrisa socarrona que sabía
que querría esbozar. Aprecié que fuera más graciosa de lo
habitual y resistí el impulso de burlarme de ella.
“Sí, Harvard te va como anillo al dedo. Estoy segura de
que entrarás. Pero mientras tanto, deberías demostrar a la
gente de aquí que no eres un capullo egoísta. Quizá tendrías
más amigos y menos gente besándote el culo solo porque te
temen”.
Sonreí satisfecho. “¿No tienes curiosidad por saber qué
pienso estudiar en Harvard?”.
Entrecerró los ojos. “Ah, sí, claro”.
“Bueno, no te sorprenderá que me interese mucho el
Derecho”, empecé, dándole vueltas al lápiz entre los dedos.
“Pero, a diferencia de mis padres, no lo hago por dinero”.
“Sí, espero que no”, comentó con una media carcajada.
“Ya tienes un buen fondo fiduciario. ¿Qué más podrías
necesitar?
“Oh, eso lo descubrirás más tarde”, le dije en voz baja, y
era absolutamente delicioso lo fácil que era hacerla pensar en
sexo. Era evidente en cada punto rosado de sus mejillas, en la
forma en que se le cortaba la respiración, en la manera en que
evitaba mi mirada. “Bromas aparte, Jade. No se trata del fondo
fiduciario, aunque reconozco que tenerlo ayuda”.
“Por supuesto…”
“Me interesa ser abogado para la protección de los
derechos de las personas”, admití con orgullo. “A diferencia
de los miembros de mi familia, me sigue importando defender
a los más débiles y prefiero arruinarme trabajando por algo
importante que enriquecerme cada vez más a costa de los
pobres, como hacen ellos”.
“¡Vaya! ¡¿Un matón que por debajo quiere defender a los
más débiles?! Y yo que pensaba que te interesaban más las
travesuras de los hombres”, se burló de mí, pero su expresión
era amable, más abierta de lo que probablemente me merecía.
“Si tanto te importa defender a los más débiles, ¿por qué dejas
que todos los que te rodean piensen que solo te preocupas de ti
mismo?”.
Me puse tenso bajo su mirada seria. No tenía una respuesta
para ella, no realmente, así que me encogí de hombros.
“No sé qué decirte”, respondí.
“Me gusta la gente dulce y buena, Xander”, dijo en voz
baja, poniendo su mano sobre la mía. Ni siquiera miró a su
alrededor para asegurarse de que nadie observaba la escena, lo
que me llenó de orgullo. “Solo digo que deberías mostrarlo
más. Eso es todo”.
Tragué saliva y asentí en silencio. Necesitaba encontrar
otro tema para que no se hablara más de mí.
“Hablando de presumir más, tengo una proposición para ti,
Jade”.
Sonrió ligeramente, con el ceño fruncido por la confusión.
Absolutamente y adorablemente perpleja. Sentí ganas de saltar
sobre ella.
“¿Qué clase de proposición?”
“¿Irías al baile de graduación conmigo?”, le pregunté.
Parpadeó un par de veces, como si se hubiera vuelto loca.
“¿Quieres decir… como tu dama de honor?”.
“Sí. ¿Es una locura?”
“No. Claro que no”. Sonrió, sus mejillas se ruborizaron de
ese dulce color que me recordaba lo encantadora que era.
Luego la picardía brilló en sus ojos cuando continuó:
“¿Pero Bryce y Dane no se pondrán celosos?”.
“Tal vez”, le respondí con una sonrisa. “Sospecho que
también tendrás que darles un baile. Pero estarás a mi lado
cuando entres esa noche”.
Me había dado cuenta de que la tenía antes incluso de
pedírselo, pero aun así fue satisfactorio que aceptara.
Reclamarla delante de todo el instituto me satisfaría a un
nivel más profundo y primario, e incluso compartirla con mis
amigos me parecía correcto de alguna manera.
Mi falta de celos, mi disposición a compartir a Jade, me
sorprendieron. Siempre había tenido todo lo que quería y,
desde luego, aprender a compartir algo no había formado parte
de mi infancia, ya que mi hermana era varios años mayor que
yo y éramos lo bastante ricos como para tenerlo todo, pasara lo
que pasara.
Jade, sin embargo, no era un estúpido juguete de la
infancia. Era una chica preciosa con mucha atención y afecto
que dispensar, y Bryce y Dane eran mis dos mejores amigos.
Aunque me invadió una abrumadora sensación de
pertenencia al pensar en Jade, Dane, Bryce y yo juntos: había
algo en todo aquello que me resultaba difícil de aceptar. Quizá
el tabú del asunto o el hecho de que no era lo que siempre
había imaginado para mí. Sin embargo, como no era una
relación duradera, pensé que podría funcionar.
Si pudiera superar mi rígida concepción de la forma de
hacer las cosas de los Townsend y aceptar las emociones que
estaba acostumbrado a reprimir, aquello podría convertirse en
algo extraordinario.
24
JADE

C uando le conté a Leah todo lo que había pasado desde la


última vez que hablamos, se quedó con la boca abierta y
se negó a cerrarla durante el resto del almuerzo.
Ignoró su comida mientras me pedía más detalles.
“Entonces, ¿qué es lo siguiente, señorita Encantadora? ¿Vas a
hacer que los tres chicos se peleen a muerte por quién será tu
novio a tiempo completo?”.
Sonreí, haciendo una pausa dramática antes de revelar la
noticia del día.
“No, nada de Juegos del Hambre ni nada parecido. En fin,
Dane me ha pedido hoy una cita como es debido”.
Leah chilló y se golpeó contra la mesa, casi volcando su
bebida energizante.
“¿Así que vas a salir con el chico malo del instituto
Coldwater? Amiga, qué suerte tienes. ¿Cómo lo has hecho tan
rápido? Llevo años intentándolo”.
“Bueno, en realidad es para aparentar. Forma parte del plan
de venganza. Dice que vamos a colgar las fotos en Internet
para que Owen se vuelva loco”. Me encogí de hombros,
intentando ocultar las mariposas que revoloteaban en mi
estómago, cita falsa o no.
“Esto está sacado literalmente de una comedia romántica.
Dios mío”. Leah negó con la cabeza. “Ya son tres citas, ¿no?
El partido de fútbol con Bryce, el baile con Xander y ahora
esto con Dane. ¡Es un maldito harén, Jade! Estás viviendo
literalmente mi sueño”.
“No es un harén”, le dije, pero después de reconsiderarlo,
solté una breve carcajada. “Técnicamente, supongo que sería
un harén inverso”. De hecho, una de mis antiguas amigas de la
Worthington solía leer montones de esos libros electrónicos
llenos de sexo. Pero no es así”.
“¡Tienes literalmente tres novios!”, insistió ella,
asombrada.
“No son mis novios. Son solo… novios informales”.
Sin embargo, Leah parecía pensar lo contrario, es decir, no
se lo creía en absoluto.
Si pudiera hacer desaparecer toda aquella energía ansiosa y
excitada, la vida habría sido mucho más fácil.
Ya me había follado a las tres. ¿Por qué iba a estar tan
nerviosa?
Salir en citas con ellos lo habría hecho más real de alguna
manera.
Aunque el partido de fútbol sería más bien una reunión de
grupo y mi cita con Dane solo serviría para hacer evolucionar
la trama de la venganza, todo empezaba a parecer mucho más
serio de lo que era mientras me ahogaba en recuerdos de mis
múltiples orgasmos.
“¿Ya sabes qué te vas a poner para tu cita con Dane?”,
preguntó Leah con indiferencia, volviendo por fin a su
almuerzo. Me sentí mejor porque ella también lo había
guardado ya.
“Aún no lo he pensado. Dice que cuanto más nos veamos,
mejor, así que ni siquiera estoy segura de lo que vamos a
hacer”.
“Qué romántico. Puedes decir que es casual todo lo que
quieras, Jade, pero ese tío está planeando de verdad una cita
contigo”.
Si tenía que ser sincera conmigo misma, yo sentía lo
mismo. Pero entonces los ojos de Leah se iluminaron con una
extraña excitación, una idea que se le había ocurrido.
“Dios mío, espera. Esta es la oportunidad perfecta para un
cambio de imagen. Siempre he querido darle a una amiga un
aspecto impecable. ¿Puedo ayudarte a vestirte y maquillarte?
Por favor”.
Su entusiasmo de niña ante el árbol de Navidad me hizo
sonreír, pero ¿qué había de malo en ello?
Me encogí de hombros y Leah soltó otro chillido. Luego se
echó hacia mí, con voz conspiradora y diabólica.
“Cariño, nos aseguraremos de que estés aún más guapa
que de costumbre. Reúnete conmigo en mi casa después de
clase y mostraremos a todo el mundo el aspecto de la Reina de
la Venganza”.
La casa familiar de Leah era pintoresca y confortable, y
una vez que su madre hubo terminado de refrescarnos con una
serie de tentempiés extraescolares, empezó la transformación.
Leah utilizó sus habilidades de maquillaje para crear un
“smokey eye” realmente sexy y con clase, con una línea de
eyeliner bien marcada.
Ella y yo teníamos una talla parecida, así que me prestó un
vestidito verde oscuro con bonitos volantes en el dobladillo, y
cuando me lo probé me silbó como un marimacho.
“Chica, le vas a provocar un infarto a ese chico”.
“No quiero causarle ningún daño a Dane, sino a Owen”,
contesté, sonriendo.
Cuando me arregló el pelo con suaves ondas y completó el
look, tuve mi típico momento frente al espejo: me había
transformado en una chica que casi no conocía, una chica sexy
y desenfadada que desprendía confianza por todos los poros.
Leah me hizo una foto, con los ojos brillantes de picardía.
“Jade, esta es tu nueva foto de perfil. Créeme, Owen se
cuestionará todas las decisiones que ha tomado en la vida”.
Solté una risita y puse la foto como imagen de perfil con
unos pocos clics. Luego, en broma, añadí un toque de
dramatismo y puse mi estado sentimental en ‘En desarrollo’.
Leah no paraba de hablar de mi cita, emocionada por mí y
aún más por recibir todas las novedades cuando acabara la
noche.
Luego, a pesar de mis protestas, no pudo resistirse a
stalkearme en Internet.
“Solo quiero ver por qué tanto alboroto por ese tal Owen”,
me dijo cuando intenté oponerme.
Sin embargo, una parte enferma de mí seguía sintiendo
curiosidad por lo que pasaba con mi ex, así que me lo
justifiqué, diciéndome que era Leah quien quería hacerlo,
aunque yo era totalmente cómplice y me enteraría enseguida
de cualquier cosa que averiguara.
Cuando descubrí una foto suya con una rubia monísima
besándole, me golpeó un poco más fuerte de lo esperado.
Al parecer, Owen no solo tonteaba. En realidad salía con
una de las chicas con las que me había engañado, y publicaba
todo tipo de fotos de pareja con ella siempre que podía.
“Eres mucho más guapa que ella, si eso te hace sentir
mejor”, me dijo Leah.
No la culpé por investigar.
Lo que realmente me molestaba era que aquel gilipollas lo
hiciera de forma tan explícita y orgullosa, publicando pies de
foto ñoños, el tipo de cosas que nunca compartía en Internet
cuando estaba conmigo.
Me dolía, pero, en cierto modo, también me parecía una
forma de acabar con él para siempre.
Además, ahora tenía a tres tíos que ocupaban toda mi
atención y no había ninguna parte de mí que añorara los
“buenos tiempos” con Owen.
Pensar en la próxima cita con Dane borró todo rastro de
tristeza de mi mente. No solo iba a terminar la velada con un
montón de fotos bonitas y románticas para utilizarlas como
arma contra mi ex, sino que también me entusiasmaba la idea
de pasar un rato a solas con él. Me moría de ganas de ver qué
organizaba.
Sonó un mensaje en mi smartphone justo cuando oímos el
rugido del motor de un coche en la entrada de Leah. Al
comprobar la pantalla, vi un mensaje muy breve de Dane, que
aquel mismo día había añadido mi número de teléfono a sus
contactos.
“Está aquí”, le dije a Leah.
Ella sonrió, me acompañó hacia la puerta principal y me
puso en la mano una bolsa a juego que me prestó. “Esto va a
ser genial. Estás estupenda. Vale, ¡ahora recuerda no hacer
nada que yo no haría! Así que, básicamente, ¡usa condón!”.
Me eché a reír mientras ella prácticamente me empujaba
hacia la puerta y hacia aquella noche especial y única.
Un coche negro de época brillaba en la entrada y quizá,
aunque no fuera un cuento de hadas, por un momento pensé
que era un carruaje…
25
DANE

“¿A dónde vamos?”, preguntó Jade desde el asiento del


copiloto de mi coche negro. Mantuve la vista fija en
la carretera, porque al haberla visto perfectamente mientras
subía al coche, sabía que no podría pensar con claridad
mientras la observaba. Maldita sea, se había arreglado muy
bien. No recordaba que tuviera tan buen aspecto ni siquiera la
noche que me había pillado en la casa de la piscina, y
pensándolo ahora, me parecía que había pasado tanto tiempo.
“Ten paciencia, guapa”, le contesté. “Ya casi hemos
llegado”.
Cuando me detuve frente al pequeño centro comercial y
aparqué, Jade aún parecía confusa, pero resistió el impulso de
hacer un millón de preguntas hasta que salimos del coche.
Allí, sin distracciones y sin nada que me impidiera
admirarla, pude ver realmente lo hermosa que era. Su rostro
encantador estaba realzado por el maquillaje y probablemente
algún encantamiento, y sus encantadoras curvas resaltaban a la
perfección con aquel ajustado vestido verde. Y maldita sea,
ese color también resaltaba sus ojos. “Por Dios, eres preciosa”,
le dije. “No puedo creer que pueda tocarte”.
Jade me sonrió, una sonrisa soleada para protegerse del
invierno que se avecinaba. Se alisó la falda contra sus
exuberantes piernas y noté que se contoneaba un poco y era
tan deliciosamente receptiva. Me moría de ganas de volver a
estar dentro de ella, de provocar una reacción aún más fuerte.
“Tú también eres muy guapo”, dijo suavemente, con un dulce
tono de santurronería en la voz, y maldita sea, quería besarla
con fuerza allí mismo, en el aparcamiento.
Aun así, teníamos planes. Una cita que cumplir. La cogí de
la mano y la conduje a uno de mis lugares favoritos del
mundo.
La pequeña tienda no era impresionante desde fuera, solo
un escaparate polvoriento y un viejo letrero descolorido, pero
el interior de la librería de libros usados era como mi meca. En
cuanto vio dónde estábamos, Jade soltó una risita encantadora.
“¿Una librería?”
“La mejor librería de libros usados del mundo”, la corregí
con una sonrisa. “Prácticamente vivo en este lugar. Mi abuela
siempre se enfada cuando abarroto su caravana con más
libros”.
“No te creía muy lector”, admitió mientras entrábamos. El
dueño de la librería estaba de pie junto al mostrador y nos
saludó con la mano.
“¿Es por mi actitud o porque mi nota media es muy baja?”.
“Un poco por las dos cosas, la verdad”, respondió
sonriendo. Luego, mientras recorríamos las estanterías, me
cogió de la mano.
Era sorprendentemente fácil hablar con Jade mientras
recorríamos la librería. Señalaba las portadas más bonitas y los
títulos más absurdos, diciendo “esos se parecen a nosotros”
sobre cada dúo animal gracioso de los libros infantiles
expuestos. Se reía de mis chistes cuando me inventaba
historias sobre viejos thrillers con fotos posadas de los autores.
Escogió un par de libros que le parecieron interesantes,
uno de fantasía con un caballo en la portada y un ejemplar de
una trilogía de cuentos de hadas que seguía en perfecto estado
a pesar de ser de segunda mano.
Ya tenía un montón de libros abarrotando mi pequeña
habitación. Muchos de ellos los colocaba en la mesa de la
cocina o los escondía debajo del sofá de mi abuela para evitar
que me gritara.
Así que, en lugar de elegir algo para que me lo comprara,
le señalé algunos de mis títulos favoritos y hablé con Jade de
ellos, ganándome su atención incluso cuando me esforzaba por
recordar detalles estrafalarios de la trama de historias que
había leído años atrás.
Cuando le enseñé algunas de mis colecciones de poesía
favoritas, pareció realmente impresionada, sobre todo cuando
le dije al oído un poema corto que había memorizado. Jade se
sonrojó y me dio un rápido beso en la mejilla que hizo que yo
también me sonrojara.
“Es estupendo saber que lees tanto”, me dijo al fin.
La tienda estaba vacía, aparte del dueño, que estaba en la
caja, y nosotros estábamos escondidas en un rincón tranquilo
del fondo. “¿Has pensado alguna vez en buscar trabajo en un
sitio como este?”, me preguntó.
“Estar en contacto con los clientes no es lo mío. ¿Te
imaginas que fuera amable con un gilipollas que no recuerda
el nombre ni el autor del libro que busca, solo que tiene la
portada azul?”, señalé, levantando una ceja hacia ella. “Más
bien, siempre he soñado con ser escritor”.
“¿Qué tipo de temas te gustaría tratar?”, preguntó mientras
salíamos, con los libros recién comprados en la mano. Volví a
meterme la cartera en el bolsillo, satisfecho de que me hubiera
permitido pagarlos.
“No sé exactamente cuál es mi género de referencia”,
expliqué mientras caminábamos por la acera hacia una
pequeña pizzería donde pensábamos ir a cenar. “De niño solía
escribir todo tipo de historias tontas de ciencia ficción.
Extraterrestres y cosas así. Ahora, sin embargo, supongo que
escribiría algo un poco más serio. A menudo tomo notas y
tengo muchas ideas, pero…”.
“Es difícil empezar”, terminó la frase por mí y yo asentí.
Mientras pedíamos y comíamos una pizza deliciosa y
barata, Jade me hizo más preguntas. Me dejó hablar sobre el
tipo de libros gruesos e importantes que siempre había soñado
publicar algún día, y me di cuenta de que muchas de las
historias que contaba sobre sus pasiones infantiles tenían que
ver con los caballos que montaba en la granja de su abuelo.
“Seguro que también eres muy sexy montando a caballo”,
le dije bromeando. “¿Has probado alguna vez a montar a
caballo sin silla? Ya sabes, como esas mujeres guerreras que se
ven en las películas o como Lady Godiva”.
“Eres un bicho raro”. Se rio, dándome un codazo en
broma, pero tiré de ella hacia mí extendiendo un brazo, seguí
mis instintos por un momento y la besé en la parte superior de
la cabeza.
Me pareció muy extraño ser tan discretamente cariñoso
con ella, como si de algún modo fuera completamente normal.
Luego, cuando terminé la pizza, la miré de reojo y noté un
pequeño cambio en su expresión, que se volvió más seria.
“¿Qué pasa ahora?” Pregunté con cuidado, temiendo que
me respondiera que era yo. En cambio, cuando Jade negó con
la cabeza, me di cuenta de que no era así.
“Es que… Me parece estupendo que sepas lo que quieres
hacer con tu vida mientras yo sigo tan indecisa”.
“Bueno, deberías hacer algo que te importe”, dije, y los
ojos de Jade se abrieron de par en par.
“Bueno, sí, es una afirmación bastante obvia, pero no es
tan sencillo. Mis padres esperan mucho de mí. La universidad,
las mejores prácticas, una carrera lucrativa. Hablan de mí
como si debiera seguir sus pasos y licenciarme con las mejores
notas en la facultad de medicina. Sin embargo, lo único por lo
que he tenido un interés real… es algo que ellos ni siquiera
consideran”.
“¿Y qué es? ¿Algo sobre caballos?”
Adiviné, y la sorpresa en su rostro era increíblemente
obvia, como si no esperara que a nadie le importara lo que ella
sentía.
Una pequeña oleada de ira me recorrió al pensar en Owen,
que había salido con ella durante tanto tiempo y nunca le había
prestado ese tipo de atención.
La había destrozado hasta el punto de que incluso la
amabilidad de los demás le resultaba difícil de aceptar.
“Sí, efectivamente. Creo que lo has sacado de todas las
historias de caballos que te he contado”. Soltó una media
carcajada y yo cogí su mano, me la llevé a los labios y la besé
para apaciguar su vergüenza. “Me encantan desde que era
niña. Son seres tan gentiles y majestuosos, y además la historia
que llevan consigo… prácticamente nos ayudaron a construir
toda nuestra civilización, ¿sabes? Suena tan estúpido decirlo”.
“En cambio, es algo hermoso”, repliqué, y ella volvió a
reírse.
“Es que no sé qué tipo de trabajo puede existir que me
haga trabajar con caballos todo el día. Se me dan bastante bien
las asignaturas de ciencias, así que incluso me he planteado
estudiar veterinaria, pero no estoy segura de que trabajar con
animales en general sea realmente lo mío. Hacerlo con
caballos está bien, pero con el resto de animales tampoco”. Se
encogió de hombros, con aire derrotado.
“Aún tienes tiempo, Jade. No tienes que averiguar lo que
quieres de la vida a los dieciocho años”.
Cuando terminamos de comer y nos dirigimos a otro sitio a
tomar un helado (por sugerencia de Jade), ya habíamos
abandonado los temas serios y estábamos riendo y hablando
como viejos amigos.
Cuando terminamos los helados, volvimos al coche, ya que
le había dicho a Jade que estaba prohibido comer cualquier
cosa en mi querido coche. Seguía tomándome el pelo cuando
llegamos a nuestro destino final: un pequeño bosquecillo a las
afueras de la ciudad con una vista perfecta del cielo nocturno y
los bosques a lo lejos.
“¿Ese era tu gran plan, Dane? ¿Llevarme a un lugar donde
podáis enrollaros y, si tienes suerte, follar incluso más?”,
preguntó Jade.
Había un matiz sensual en su voz que me decía que podría
estar pensando lo mismo.
Aparqué el coche y salimos juntos, empapándonos del frío
aire nocturno.
“No creo que necesite un gran plan para tener una
oportunidad contigo, princesa”, le dije.
Cuando tiré de ella hacia mí, jadeó un poco. Sus pechos
eran una cálida almohada en la que quería hundirme y no salir
jamás.
Cogiéndola por sorpresa, la besé fuerte y salvajemente, y
jadeó un poco cuando me retiré. Saqué mi smartphone y le dije
“De todas formas, hemos venido aquí para hacer unas
fotos perfectas. Ya sabes, para vengarte…”.
Jade sonrió malvadamente y me arrebató el teléfono de las
manos, ajustando los ángulos y los filtros para conseguir el
selfie perfecto. Intercambiamos el teléfono de un lado a otro
para que yo pudiera sacar mejores fotos con mis brazos más
largos y luego nuestras fotos se fueron volviendo cada vez más
coquetas hasta que hubo una especialmente caliente: las dos
apoyadas en el capó de mi coche, con la cabeza de Jade echada
hacia atrás disfrutando mientras yo le mordía el cuello con los
dientes. Era una foto muy excitante que tendría el efecto
deseado.
Cuando volvió a mirar las fotos, empezó a respirar
agitadamente, luego las envió a su teléfono mientras se reía,
mientras yo seguía provocándola con besos en el cuello y la
barbilla.
“Son todas perfectas y estoy deseando publicarlas. Pero la
última… probablemente sea mejor que nos la guardemos para
nosotros”. Tocó la pantalla de mi smartphone mientras lo
sostenía entre las manos, lo que hizo que se desbloqueara y
pude ver que había cambiado mi pantalla de bloqueo. Allí
estábamos, felices y lujuriosos, perfectamente iluminados por
el flash de la cámara y la luz de las estrellas.
“Trato hecho”, le dije, mientras el calor crecía al ver su
expresión tan sensual. “Guardaremos esa para nosotros”.
Joder, cómo me gustaba el sonido de ese ‘nosotros’…
26
JADE

M i cita con Dane hasta aquel momento había sido


absolutamente perfecta. Y mirando su rostro sexy y
pensativo, bajo la fría luz plateada de la luna, supe
exactamente lo que la noche necesitaba. Follármelo otra vez
pasaría a la historia como la mejor cita de la historia.
Dane pareció leerme el pensamiento cuando me besó con
fuerza contra el capó de su coche, robándome el aliento con su
bruta intensidad. Su lengua se entrelazó con la mía en un ritmo
erótico que mantuvo incluso cuando pasó de mis labios a mi
cuello, comunicándome sus intenciones para aquella noche.
“Gracias a Dios, esta vez te tengo toda para mí”, casi
gruñó Dane, y gemí cuando me atrapó el lóbulo de la oreja
entre los dientes con un tirón rápido y sexy. “¿Tienes idea de
cuánto te he deseado desde el primer momento en que nos
conocimos?”.
“Al principio pensé que me odiabas”, tartamudeé cuando
trazó suaves círculos en el hueco de mi cuello con su lengua
experta. Me hizo sentir el cálido zumbido de su risa y luego
volvió a besarme en la boca, en lugar de bajar como mi cuerpo
deseaba. Cuando se apartó, mirándome a los ojos, sus pupilas
eran una negrura profunda y reflectante en la oscuridad.
“No, princesa. Creo que solo estaba enfadado porque
quería tenerte. Si me hubieras dejado, te habría follado allí
mismo contra las ventanas de la cafetería y todo el instituto
habría podido ver lo guapa que estás cuando te corres”.
No pude contenerme más. Aquella imagen era tan
excitante que gemí y con la mano levanté la falda de mi
vestidito y me aparté las bragas de encaje. Dane soltó una
risita y volvió a apartar la boca para ver cómo me masajeaba el
clítoris. Luego se lamió los labios.
“Estás impaciente, ¿verdad?”, preguntó en tono travieso.
Asentí frenéticamente, mirándole a los ojos mientras movía las
caderas contra mi mano. Cuando me levantó la falda para ver
mejor lo que hacían mis dedos, jadeé. “Oh, tus preciosas
bragas ya están empapadas, nena. Pobrecita. ¿Por qué no dejas
que papaíto se encargue de eso?”.
Di un gritito involuntario mientras seguía masturbándome.
Nunca había sido un deseo mío, pero ahora que lo había dicho,
era lo más excitante que había oído nunca.
“Sí, por favor, encárgate de ello”, respondí jadeando, y su
mirada se ensombreció mientras me agarraba de la muñeca,
deteniendo mis esfuerzos por satisfacer mi necesidad.
Mi coño exigía atención y me retorcí en su agarre durante
un segundo.
Dane soltó una carcajada cruel mientras me agarraba las
dos muñecas. En cuestión de segundos, me sujetó con una sola
mano, dejando mi clítoris palpitando de necesidad.
Torturándome aún más, llevó su mano libre a trazar un círculo
en mi bajo vientre con el dedo, un toque ligero como una
pluma que casi me hizo cosquillas. Me retorcí, hosca, cuando
se apartó de mi coño en lugar de continuar.
“Oh, Jade. Eres tan guapa cuando te pones traviesa. Puedo
darte lo que necesitas, pero primero tienes que pedírmelo
amablemente”. Deslizó un dedo bajo el elástico de mis bragas
y luego me lo quitó de un tirón, causándome un fuerte escozor
en la piel. Gemí. “Dime lo que quieres, princesa, y te lo daré”.
“Quiero tu boca”, exclamé, sintiendo que me ruborizaba al
oír mis propias palabras. Cuando Dane me miró expectante,
como diciéndome que continuara, volví a intentarlo. “Quiero
tu boca ahí abajo, por favor”.
“Eres tan sexy cuando te comportas como una niña
educada”, dijo mientras se inclinaba para besarme en el vientre
desnudo. Cuando mis caderas se sacudieron, intentando
obtener más, se limitó a reírse de nuevo. “Tienes que ser más
específica, Jade. ¿Dónde quieres mi boca? ¿Qué quieres que
haga?”.
Los latidos de mi corazón eran una explosión en mis oídos.
Ni siquiera me había tocado, pero notaba que estaba
empapada, mis grandes labios hinchados de deseo. Tragué con
fuerza y le dije, esta vez con más confianza: “Quiero que me
lamas el coño hasta que me corra, papaíto. Te lo suplico”.
Dane no necesitó más. Con una confianza que me hizo
desearlo aún más, me puso las manos en el pelo, indicándome
que me agarrara a él mientras se arrodillaba delante del coche.
Tiró de mí hacia delante para poder alcanzarme, colocando sus
manos en la cara interna de mi muslo tras quitarme las bragas
y tirarlas al suelo. Imaginé que estaba tan ansioso como yo y
entonces se lanzó de cabeza sobre mí, devorándome como un
animal salvaje.
Era excitante, Dane lamiéndome de un modo tan sensual
mientras yo estaba medio desnuda, ahí fuera, bajo el cielo,
donde cualquiera podría haber pasado y habernos sorprendido.
El erotismo de la escena me hacía retorcerme de
necesidad, cada roce de su lengua contra mi coño parecía
amplificado de algún modo. Estaba segura de que me correría
rápidamente, sobre todo por la habilidad de su boca y la forma
en que disfrutaba claramente lamiéndome.
Su placer era tan agudo como el mío. Jadeaba satisfecho
contra mí, emitía profundos sonidos de lujuria sin ningún
pudor y me agarraba las piernas con fuerza mientras me
chupaba el clítoris.
Maldita sea, las irresistibles sensaciones parecían provenir
de cada parte de mi cuerpo, enviando cosquilleos por cada
centímetro de mi piel. Me agarré a su pelo oscuro mientras me
lamía, devorándome con el doble de pasión que antes, y me
estaba volviendo loca.
Me chupó el clítoris y luego lo soltó con un fuerte golpe, y
cuando grité hacia la noche, no me preocupé de que hubiera
alguien cerca.
Dane no tardó en hacerme gritar de nuevo mientras me
corría y luego, cuando aún temblaba con las rodillas
tambaleantes, volvió a besarme los labios, acallando mis gritos
de placer.
Cuando se apartó de mi boca, su dulce expresión me hizo
desearle aún más. Le dije
“Ahora te toca correrte a ti”.
Nos deslizamos en el asiento trasero del coche de Dane. El
pequeño y espacioso interior estaba limpio y bien cuidado,
porque era evidente que él se preocupaba por aquel vehículo.
Quería corresponder a su atención y, después de que se
hubiera ocupado de mí, no perdí el tiempo. Me subí a su
regazo y le bajé rápidamente la cremallera de los pantalones
mientras nos besábamos, luego liberé su dura y enorme polla
de los bóxeres, sujetándola firmemente con la mano. Soltó un
gruñido de felicidad, claramente tan sensible y excitado como
yo antes de lamerme.
En cuestión de segundos, me encontré manteniendo un
íntimo contacto visual con él mientras lo guiaba hacia mi
apretada y húmeda entrada. Ambos jadeamos cuando su punta
se apoyó en mi entrada caliente.
Fue tan satisfactorio, tan intenso, ver cómo Dane apretaba
la mandíbula cuando lo metí dentro de mí.
Cuando bajé más sobre su regazo, para introducirlo aún
más, solté un pequeño grito ahogado.
“¡Es tan grande!”, susurré, y luego lo besé con fuerza,
intentando transmitirle cada gota de emoción que sentía fluir a
través de mí en aquella noche mágica.
Me aparté y coloqué las manos sobre su pecho, recorriendo
lentamente la longitud de su impresionante tamaño mientras él
me miraba atónito, completamente fascinado, como si yo fuera
una especie de diosa. Entonces estiró la cara hacia delante y
besó mis dos pezones con suavidad y adoración.
“Eres perfecta. Esto es tan bonito, princesa. No puedo
creer que seas mía”.
Mía: fue una confesión tan cruda y apasionada que me
pregunté si estaba cuerdo, si recordaría haberlo dicho a plena
luz del día, al día siguiente.
Aun así, no quería que se retractara y realmente esperaba
que lo dijera en serio. Porque para mí, yo era suya en aquel
momento y quería que lo comprendiera. Así que respiré hondo
y me hundí completamente en su polla.
Cabalgué sobre Dane a un ritmo lento, mis caderas se
balanceaban, como la marea, mientras subía y bajaba
suavemente, intentando complacerle. Mientras tanto, sus
labios no dejaban de moverse, para dedicar atención a cada
uno de mis pechos, luego besar el espacio entre ellos, y
después besarme la boca.
Entre beso y beso, murmuraba una serie prácticamente
interminable de elogios.
“Estás tan apretada, cariño. Tu coño perfecto, tan dulce y
húmedo solo para mí. Bien, vamos, cabálgame así. Qué bien te
sienta mi polla. No quiero que pares nunca. Me gustaría estar
siempre dentro de ti”, etc.
El orgasmo iba creciendo en mi interior con un lento
ascenso, que recordaba el delicioso viaje nocturno que
habíamos hecho para llegar a aquel hermoso lugar. El placer
de Dane también crecía gradualmente, ambos hipnotizados por
el suave movimiento de nuestros cuerpos, hasta que parecía
que llevábamos allí horas, días, y sin embargo ninguno de los
dos quería que terminara.
Al final, sin embargo, todo se volvió irresistible.
Con mano experta, bajó a acariciarme el clítoris y luego
me meció hasta llevarme a un orgasmo alucinante, y los
espasmos de mi coño contra su polla también le llevaron al
límite y se corrió copiosamente.
Tras el orgasmo, nos tumbamos juntos en el asiento trasero
del coche de Dane, yo con la cabeza sobre su pecho y sus
dedos recorriendo perezosamente mi pelo. Lo único que pude
decir a continuación fue hilarante: “¡¿Y tuviste el descaro de
prohibirme comer helado aquí dentro?!”.
La risa de Dane retumbó contra mí.
“Sí, bueno, es mi bebé. La compré con el dinero que gané
siendo jardinero y ayudando a mi tío en su garaje. Es un coche
antiguo y en aquel momento estaba en mal estado, así que la
arreglé”.
“Vaya”, dije, impresionada por cada nuevo detalle que
aprendía sobre él. “¿Lo hiciste todo tú?”
“Más o menos. Además, estoy acostumbrado a hacer las
cosas yo mismo, así que no pasa nada. Además, me gustan los
coches y me gusta arreglarlos. Probablemente es lo que
acabaré haciendo después de la escuela, al menos hasta que
pueda abrirme camino como escritor…”
“Pero tienes a Bryce y a Xander, así que en realidad no
estás solo”, señalé.
“Sí, pero no están ahí todo el tiempo. Sinceramente, tardé
un tiempo en encariñarme con ellos y empezar a salir con
ellos. Y luego siempre tenía el problema de mis padres”.
“Parece que a menudo te abandonaban a tu suerte”. Esto
me hizo comprender mejor muchas cosas de su carácter tan
gruñón y malhumorado, su odio hacia todo el mundo.
“Así suelen ser las cosas cuando tus padres son unos
yonquis podridos que no te querían. Mi abuela está bien, pero
nunca me ayudó mucho a criarme. Tenía que trabajar para
pagar las facturas”. Se encogió de hombros y volvió a
acariciarme el pelo. “Vivimos vidas muy diferentes, tú y yo,
princesa”.
“Ahora lo entiendo. Pero…”, tragué saliva, insegura de si
decir lo que quería. Tal vez fueran las hormonas posteriores al
sexo, pero decidí que no me importaba si me salía el tiro por la
culata.
“Me alegro de que tú y yo hayamos aclarado las cosas y
hayamos tenido una cita después de todo lo que pasó”.
“Yo también”, dijo sin añadir nada más.
Cuando Dane y yo por fin pasamos a los asientos
delanteros, aceptando que nuestra cita había terminado, deseé
más que nada que pudiera venir a casa conmigo y acurrucarse
en mi cama.
Por supuesto, sabía muy bien que tía Lynette no se
mostraría tan amable con Dane, a pesar de ser una tía
vanguardista, así que me conformé con mantener mi mano
sobre sus muslos mientras conducía, pasando mis uñas por sus
tonificados músculos durante un rato hasta que me pidió con
un gruñido que parara.
“Si no quieres que pare, princesa, mantén las manos
quietas”.
Sin embargo, me tomé aquella amenaza como un desafío,
así que le desabroché los pantalones y cogí su polla con la
mano, acariciándola arriba y abajo lentamente hasta que
maldijo y pisó el acelerador.
Cuando llegamos a la calle de la tía Lynette, le pedí a Dane
que parara unas casas más abajo, indicándole que aparcara
delante de un enorme árbol que había frente a la casa de uno
de los vecinos. Allí me agaché para llevármelo a la boca,
chupándolo profundamente y sin escrúpulos, como se merecía
después de haber organizado una velada tan memorable.
“¡Maldita sea, Jade!”, jadeó mientras yo le lamía
lentamente desde los huevos hasta la punta, y luego me lo
tragaba entero, hambrienta, forzando una mordaza medio
amordazada. “¡Me vas a ensuciar todo el coche!”, dijo.
Me aparté de él con un chasquido seco y húmedo de mis
labios y luego le dediqué una sonrisa traviesa.
“Eso no ocurrirá si te corres en mi garganta”.
Tras unos segundos más en los que mi boca siguió
trabajando sobre su enorme polla, hice exactamente eso: me lo
bebí con avidez mientras le miraba a los ojos, sintiendo un
inmenso orgullo por lo que había hecho.
Luego le besé intensamente, le di las gracias por la cita y
salí del coche para despedirme.
“Por fin”, exclamó tía Lynette cuando crucé el umbral y le
anuncié mi presencia.
Esta vez le había avisado de que volvería tarde para que no
se preocupara.
La saludé y luego le dije que estaba cansada y quería irme
a la cama, así que no hablamos mucho tiempo, pero se detuvo
un momento a mirarme, fijándose en el pelo revuelto típico del
after sex que había estado intentando arreglar.
Juraría que había entendido algo sobre mi accidentada cita
con Dane cuando me preguntó en voz baja y con una sonrisa
de satisfacción: “¿Has pasado una buena noche, Jade?”.
“Sí”, respondí en voz baja. Luego le di las buenas noches
mientras subía las escaleras a toda prisa, sin dejar de pensar en
Dane, Xander, Bryce y el lío de sentimientos que estaba
desarrollando hacia todos ellos.
Me hubiera gustado contestarle de otra manera.
Tía Lynette, he pasado una de las mejores noches de mi
vida, de hecho… Tuve la mejor cita de mi vida.
Pero no lo hice…
27
JADE

“¡J ade, ven aquí!”, me llamó Leah desde las gradas,


indicándome que me sentara con ella y con un chico
guapo con el que salía y al que aún no conocía.
La situación iba a cambiar precisamente aquella noche, y
me ponía un poco nerviosa que ella estuviera allí, por primera
vez, conmigo, Xander, Dane y Bryce.
Al menos Dane ya lo había conocido aquel día en la
cafetería, mientras que Bryce estaría un tiempo ocupado en el
campo de fútbol. Era la noche del partido de bienvenida y
todos estábamos allí para animarle hasta la victoria.
Cuando los chicos y yo llegamos a los buenos asientos que
nos había reservado, abracé a Leah, que me presentó a Aiden,
su nuevo novio.
“Encantada de conocerte, Aiden”, le dije al guapo pelirrojo
con el que, al parecer, salía desde hacía tiempo. Me sonrió,
pero luego su mirada amable se posó en los otros dos chicos.
“E… Aiden, puede que ya sepas que estos amigos míos son
Xander y Dane. Estamos todos aquí para ver jugar a Bryce
Fisher”.
“Sí, um, hola a todos”, saludó Aiden a los chicos con cierta
vacilación. “Oye, Leah, voy a por palomitas. ¿Quieres algo?”
“Sí, tráeme un refresco de naranja y una bolsa de
cacahuetes”.
Aiden sonrió mientras se alejaba.
Yo me puse más seria.
“¿Te pasa algo, princesa?”, preguntó Dane mientras
tomaba asiento. Él y Xander habían elegido sentarse en la fila
de detrás de mí, para que yo pudiera sentarme al lado de Leah,
ya que el resto de nuestra fila ya estaba abarrotada de
seguidores entusiastas. Cuando tenía la cara vuelta hacia el
campo de fútbol, Xander, desde atrás, me animó a apoyarme
contra sus piernas.
“No pasa nada”, mentí, aunque me preocupaba mucho que
toda la velada pudiera resultar incómoda. No era fácil salir en
público con dos matones, después de que hubieran
atormentado a la mayoría de los alumnos presentes durante
años.
Sin embargo, cuando Aiden regresó, Xander y Dane lo
saludaron como si ya fueran buenos amigos.
Aunque al principio Leah y Aiden parecieron un poco
sorprendidos por aquella cálida bienvenida de vuelta, al
empezar el partido todos nos habíamos instalado en un
ambiente de amistosa camaradería.
“Quizá por eso a la gente le gusta tanto el deporte”,
murmuré a Leah mientras observábamos a los chicos
enfrascados en una animada conversación sobre el partido que
se avecinaba. Ella sonrió en señal de asentimiento y pronto
empezó el partido.
Tras el alboroto inicial, quedé hipnotizada por la fuerza y
la gracia de Bryce Fisher. Siempre había sido un tipo
impresionable, con su personalidad audaz y su magnetismo
sexual, pero en el campo de fútbol era literalmente una
estrella. Sus movimientos eran como un baile lleno de fuerza
en medio del campo, una intrincada coreografía que me dejó
atónita.
Me encontré aplaudiendo el doble de fuerte que el resto del
público, sin importarme que Dane y Xander se burlaran de mí
por lo poco que entendía de fútbol.
“Sé lo que es un touchdown”, les grité tras una jugada
especialmente buena, y todos se echaron a reír.
Mi conocimiento de las reglas del juego era limitado, pero
el talento de Bryce lo superaba. Había en él un arte, una
sinfonía de fuerza y estrategia que me dejaba sin aliento.
Mientras los vítores del público nos rodeaban, me
maravillaba no solo la destreza física de Bryce, sino también la
forma en que se integraba a la perfección con sus compañeros
de equipo. Se notaba que tenía un fuerte vínculo con los demás
atletas y que todos ellos, a su vez, le adoraban.
En un momento, entre jugada y jugada, Bryce se quitó el
casco y nos buscó entre la multitud. Cuando nos encontró, me
llamó la atención y, con una sonrisa pícara, me lanzó un beso
amistoso. Fue un gesto a la vez dulce y atrevido, una pequeña
chispa romántica que encendió un calor en mi pecho.
En aquel momento fugaz, entre el rugido de la multitud y
el ruido rítmico de los tacos contra el césped, no pude evitar
sentir las chispas de algo más profundo, un afecto creciente
hacia él, amplificado por los sentimientos que también sentía
por los dos chicos que estaban sentados en las gradas conmigo.
De alguna manera, en aquel momento, todos éramos un
equipo.
El partido terminó con un triunfo final. Cuando el
marcador final mostró que nuestro equipo había demolido al
otro, Xander, Dane y yo nos abrazamos, saltando en las
gradas, haciéndolo bailar todo, pero no nos importó. Cuando
nos separamos, yo, junto con Leah, Aiden y mis dos chicos,
nos unimos a un coro de vítores y aplausos. Aquella noche
estaba llena de energía y no pude evitar sentir una sensación
de pertenencia por toda la gente con la que estaba.
Ahora, para completar la tarea, solo nos faltaba encontrar a
Bryce.
Bajamos despacio los escalones, moviéndonos entre la
multitud que nos aclamaba lo mejor que podíamos sin caernos.
Tropecé una vez, pero Xander me atrapó, dándome un beso
rápido cuando estaba en sus brazos, ya que nadie nos estaba
mirando. Cuando llegamos al patio de recreo, caminé entre
Xander y Dane, cada uno cogido de una de mis manos, y ni
siquiera pude preocuparme por lo que la gente pudiera pensar
de nosotros.
Juntos, nos reímos y charlamos sobre las jugadas de Bryce
y mi incapacidad para comprenderlas del todo, celebrando
juntos la victoria.
“Aun así, tengo que admitir que está guapísimo con el
uniforme del partido”, les dije a los chicos después de que
llevaran dos minutos enteros pronunciando una serie de
palabras en jerga deportiva que casi carecían de sentido para
mí.
Ambos me fulminaron con la mirada, pero al final
esbozaron una media sonrisa. ¿Estaban celosos?
Cuando nos acercamos a la entrada de los vestuarios para
reunirnos con Bryce, que seguía inundado de elogios por parte
de sus compañeros y de una docena de estudiantes, el aire era
ligero y despreocupado. Podía sentir la calidez que irradiaban
Xander y Dane, y me regocijé con nuestros roces juguetones y
las miradas que intercambiamos.
“¡Bryce, lo has hecho genial!”, exclamé, corriendo hacia él
y abrazándolo con fuerza. Aún estaba todo sudado, pero
cuando sus fuertes brazos me rodearon, estrechándome con
fuerza, ya no me importó.
Soltó una carcajada profunda y sonora como Papá Noel,
me hizo girar y me levantó los pies del suelo.
“¡Eh, Jade! ¡Todo es gracias a ti! Eres mi amuleto de la
suerte”.
“Vaya, ¿Bryce Fisher atribuyéndole el mérito de su gran
victoria a otra persona? ¿Hemos entrado en algún tipo de
universo paralelo en el que te has vuelto humilde?”. Bromeó
Dane y Bryce lo ignoró, haciéndonos reír a todos.
“¿Estás listo para venir con nosotros, campeón?” Preguntó
Xander a Bryce, que inmediatamente empezó a quejarse de
que se moría de hambre y de que necesitaba reponer todas esas
calorías que acababa de perder.
“Invitáis vosotros, ¿verdad?”, dije yo mientras
caminábamos todos juntos. “En realidad no, espera: paga
Xander. Es el papito que paga la cena esta noche” bromeé.
Desde detrás de mí, sentí una palmada en el trasero. Miré
hacia atrás y vi que Dane me había dado una palmada
juguetona en el culo, así que le dirigí una mirada de fingida
indignación.
“¡Eh! Cuidado, chico malo, ese culo es sagrado”, le dije.
“No puedes llamar papito a otro, princesa”, dijo a modo de
disculpa, e inmediatamente sentí cómo se me encendían las
mejillas ante su reprimenda.
Evidentemente se refería a nuestra primera cita a solas,
pues sus ojos echaban chispas de ardiente pasión.
El ambiente cambió totalmente cuando una voz familiar
irrumpió entre los aplausos; una voz que no esperaba oír ni
aquella noche ni, posiblemente, nunca más.
“¡Qué coño!”, dijo la voz entrecortada de nada menos que
Owen Prescott. Cuando me volví, Owen se dirigía hacia
nosotros con una fea sonrisa en la cara, mientras sus
compañeros le seguían como obedientes lameculos.
“¿Qué demonios está pasando aquí, Hannah?”, preguntó,
con los ojos puestos en mis dedos entrelazados con los de
Xander, y luego moviéndose rápidamente hacia mi brazo, que
había agarrado con el de Bryce.
Dane dio un paso adelante, enderezando los hombros como
si estuviera dispuesto a luchar, mientras los ojos de Owen se
abrieron de par en par.
“Ahora se llama Jade”, le corrigió Bryce, y yo le dirigí una
mirada cariñosa, pronunciando un silencioso “Gracias”.
“Ah, ahora entiendo lo que pasa”, exclamó Owen
lentamente.
“Lo dudo mucho”, replicó Xander, pero mi ex me miraba
fijamente, sin prestar atención a sus tres amigos traidores.
“Esas fotos tuyas con Dane en las redes sociales… ¿Son de
verdad? Y ahora estás encima de mis tres antiguos amigos”.
Dane, siempre tan descarado, le reprendió con una sonrisa
poco divertida.
“Tú y yo nunca fuimos amigos, gilipollas”.
“Y Xander y yo ya no lo somos”, añadió Bryce, y su
rostro, habitualmente radiante, se contrajo de rabia. “No desde
que trataste a Jade como a una mierda”.
“Lo confirmo y estoy de acuerdo”, soltó Xander.
La mandíbula de Owen se apretó y sus mejillas, ya
sonrojadas, se pusieron aún más rojas, casi moradas, y
entonces intervine.
“Owen, hace tiempo que no estamos juntos e incluso
cuando éramos novios, te follabas a todas mis amigas. Así que,
francamente, no es asunto tuyo”.
Mi ex de mierda, alimentado por el coraje, soltó una
carcajada que solo un enfermo mental podría haber hecho. “Sí,
bueno, ¡que te jodan, Hannah! ¡De todas formas eras y
siempre serás una zorra estúpida! Para empezar, ¡nunca
debería haberme liado contigo!”.
Sentí que la ira hervía en mi interior, pero antes de que
pudiera responder, se desató la ira de Dane. Se movió como si
fuera a golpear a Owen, pero Xander y Bryce intervinieron
para evitar una posible pelea. Solté un chillido y la tensión
flotaba en el aire como una tormenta a punto de desatarse,
pero aún no sofocada.
“Sí, de hecho, Hannah… Jade…”, se mofó Owen, mientras
se reía con sus compinches. “Espero que disfrutes siendo su
putita todo el tiempo. Y cuando acaben y todo el mundo lo
sepa, ya nadie te querrá”.
Inesperadamente, el comportamiento habitualmente
distante de Xander se hizo pedazos. Avanzó con dos pasos
rápidos y lanzó un puñetazo a Owen, impactando con un
sonoro golpe.
Conmocionados, contemplamos la escena.
“¡Mierda!”, gritó uno de los amigos de mi ex. Bryce y
Dane agarraron a Xander por los hombros y tiraron de él para
apartarlo, mientras Owen maldecía enfadado.
Salimos a toda velocidad hacia el aparcamiento, momento
en el que resonaron nuestras risas, que nos siguieron hasta el
reluciente coche de Xander, donde subimos todos, alejándonos
en la noche y dejando que Owen Prescott comiera polvo detrás
de nosotros.
28
XANDER

“P uede que sea un puto matón, pero nunca le había dado un


puñetazo a nadie”, dije riendo cuando Jade, Dane y yo
estábamos en mi sótano.
Tras huir de la escena de mi ataque a Owen Prescott, Jade
había tenido que enviar un mensaje de texto a su amiga Leah
para hacerle saber que no podíamos ir todos juntos a cenar.
Bryce se estaba duchando en el baño contiguo, así que
decidimos elegir una película que pudiéramos ver todos juntos.
Yo quería ver algo como Interstellar, pero a Dane
únicamente le gustaban las películas de David Fincher y luego
Jade, por alguna razón oculta, quería que viéramos Shrek.
Sinceramente, aunque la hubiera visto docenas de veces,
habría sido la mejor elección para aquella noche.
“Siempre hay una primera vez en la vida, así que esta
noche ved lo que yo quiera”, dijo Jade, guiñándonos un ojo.
Luego continuó: “Yo, por mi parte, nunca me había follado a
tres tíos a la vez antes de los recientes acontecimientos…”.
Esto nos hizo reír aún más.
Pedimos comida china mientras Bryce aún se estaba
quitando el sudor del partido, y hasta que no comimos todos
juntos y vimos un par de episodios de Love Island,
posponiendo ver Shrek, no volvimos a pensar en Owen.
Cuando un enfrentamiento verbal en el segundo episodio
del programa nos recordó la pelea que había tenido lugar poco
antes entre Owen y yo, Jade apagó el televisor, ayudó a Dane a
limpiar los recipientes de comida para llevar, ahora vacíos, y
se volvió hacia nosotros tres con expresión seria.
“Siento mucho lo que ha pasado antes”, nos dijo ella. Se
sentó en el sofá para poder mirarnos a la cara. “No pretendía
que mi drama os afectara tanto, y juro que esto acaba aquí,
¿vale?”.
“No puedes prometer eso, Jadie”, le dijo Bryce, con voz
suave. “No pasa nada. Elegimos involucrarnos”.
“Igual que elegimos involucrarnos contigo”, asentí, “y lo
volvería a hacer, sin la menor duda”.
Me miró y me dedicó una sonrisa conmovedora.
“Me lo imagino y me alegro mucho de que me eligierais.
Gracias a todos por defenderme como lo habéis hecho.
Significa mucho para mí. Más de lo que podéis imaginar”.
De repente se levantó y se apresuró a besarme suavemente
en la mejilla, un momento dulce que no debería haberme
llenado la cabeza de pensamientos extraños, pero no podía
evitarlo cuando se trataba de Jade.
Por suerte, ella también pareció pensar en algo más
pecaminoso. Luego continuó.
“Por eso me gustaría daros las gracias a todos como es
debido, siempre que os interese”, dijo, mirándonos a cada uno
por turno con una mirada guiñolesca e invitadora.
Por supuesto, ninguno de nosotros protestó. Extendió las
manos hacia Bryce y luego hacia mí, que mientras tanto nos
habíamos sentado a ambos lados del sofá.
No entendí exactamente lo que estaba pensando hasta que
empezó a desabrocharse los vaqueros, contoneando las caderas
mientras se los quitaba lentamente.
Jade nos estaba haciendo un striptease privado y nosotros,
su público, eramos los hijos de puta más afortunados del
Universo.
Se quitó la ropa despacio, con mucho cuidado; primero los
pantalones, luego la camiseta y después el top, y se quedó
delante de nosotros con un sujetador y unas bragas a juego, de
un rojo intenso, como los colores del escudo de nuestro
colegio. Ese color resaltaba perfectamente sobre su piel color
crema. Todos admirábamos su cuerpo perfecto, la espectacular
curva de sus caderas, sus piernas curvilíneas, sus pechos
abundantes y deliciosos con unos push-up que desde luego no
necesitaba.
Incluso pude ver la capa de vello dorado justo por encima
del elástico de sus bragas, insinuando el tesoro que había
debajo.
Volví a pensar que debía de ser un sueño.
Me pareció aún más real cuando se desabrochó el sujetador
y liberó aquellas enormes y suculentas tetas, tomándolas entre
sus manos un instante antes de bajar a quitarse las bragas.
Gemí al ver cómo sus pechos rebotaban y se balanceaban
con sus movimientos, deseando tocarlos y llevármelos a la
boca.
Cuando estuvo completamente desnuda, una diosa que
había venido a complacernos desde algún otro planeta sexy,
con su coño atrayendo todas nuestras miradas, se arrodilló en
la alfombra delante de mí y metió la mano en la parte
delantera de mis vaqueros. Empezó a desabrochármelos con
sus manos expertas, mientras me sonreía, batiendo las
pestañas.
“Has sido muy valiente al enfrentarte así a ese gilipollas”,
dijo, casi en un susurro. “Y también muy sexy. Tan varonil y
fuerte. Me mojaste con solo mirarte”.
Para entonces ya me había bajado completamente la
cremallera y cuando me sacó la polla de los calzoncillos, con
su suave y pequeña mano, ya se me había puesto dura.
Tragué saliva mientras ella empezaba a masturbarme,
relamiéndose los labios en preparación para lo que había
planeado a continuación. Oí a Bryce susurrar en voz baja
“¡Joder!”
“No te preocupes, tú serás el siguiente”, le dijo Jade,
volviéndose hacia él. “Eres una auténtica estrella en el campo,
guapo, además has ganado, así que te has merecido tu
premio”.
Había algo tan deliciosamente depravado en que ella le
hablara tan descaradamente mientras me apretaba la polla con
una presión perfecta, moviendo la mano arriba y abajo
lentamente mientras mi longitud y grosor crecían a cada
segundo.
Se inclinó hacia delante para lamerme la punta, haciéndola
palpitar. Luego cambió de mano, de modo que la otra estaba
más cerca de Dane. Cuando ella le extrajo la erección
completamente dura, él suspiró.
“Aquí se puede decir que alguien está dispuesto a que se la
chupen”, murmuró, inclinándose hacia la polla de mi amigo.
Los tres maldecíamos por la lentitud y sensualidad con que
se movía, por el erotismo de su confianza y control mientras
Dane le metía la polla en la boca.
Sin embargo, Jade se echó hacia atrás, pronunciando unas
palabras de reproche.
“No tan deprisa. Quiero que también sea algo agradable de
mirar”.
Entonces empezó un juego provocador y burlón con cada
uno de nosotros, utilizando sus labios perfectos para hacernos
sufrir y gozar al mismo tiempo. Empezó a chupármela, lenta y
constantemente, no tan profundamente como todos sabíamos
que podía.
Cada vez que la tensión sexual aumentaba, llevándome a
querer correrme en su boca, se apartaba de mí y pasaba a
chupar la polla de Bryce, haciendo que se saltara Dane,
claramente frustrado.
Entonces, justo cuando Bryce empezaba a excitarse,
follándole la boca, claramente al borde del orgasmo, Jade hizo
otro cambio de rumbo y pasó a chupar la polla de Dane hasta
su ansiosa garganta. Esto continuó unas cuantas veces hasta
que todos jadeábamos, gemíamos y prácticamente le
rogábamos que nos hiciera corrernos.
Esto me escandalizó en gran medida, ya que normalmente
nunca me comportaba así: Xander Townsend nunca suplicaba
a nadie.
No, yo estaba hecho para tomar el control, y por muy sexy
que fuera ver a nuestra tímida novata tomar conciencia de su
poder sexual de aquella manera, ya era hora de que recuperara
mi papel.
Mientras Jade volvía loco a Bryce con sus perfectos labios
chupadores de pollas, aproveché el momento de pausa como
una oportunidad para cambiarme y ponerme detrás de ella.
Observé cómo su cabeza oscilaba de un lado a otro y los ojos
de Bryce se abrieron de par en par mientras yo también me
quitaba la camiseta y la tiraba al suelo. Entonces oí el sonido
de su boca apartándose de la polla de mi amigo y se volvió
hacia mí, dejando tras de sí un reguero de saliva caliente.
Dios, era preciosa y me miraba con los labios húmedos y
las mejillas sonrojadas.
Observé cómo aquel rubor se extendía por su piel,
mientras ella se volvía tímida ante mi proximidad. Contuve mi
lujuria lo suficiente para poder hablar con claridad, sin vacilar,
mientras le daba una orden.
“Ya basta, Jade. Bryce ha ganado el juego esta noche, y es
hora de darle su verdadero premio. Ponte a horcajadas sobre
él”.
Estaba claramente demasiado excitada para discutir,
aunque era una pena, porque me gustaba mucho cuando se
comportaba como una mocosa rebelde. Sin embargo, cuando
se puso a horcajadas sobre Bryce, agarré los brazos de Jade y
la sujeté, colocándome detrás.
Gritó cuando tiré de ella contra mí, con la espalda pegada a
mi frente y mi polla dura como una roca prácticamente junto a
la raja de su culo. Sin embargo, resistí el impulso de
follármela, únicamente porque tenía otra cosa en mente.
“Esto es lo que va a pasar ahora”. Le hablé suavemente al
oído, lo suficiente para que mis amigos, que la observaban con
los ojos muy abiertos, pudieran oírme. “Cabalgarás la polla de
Bryce como una buena putilla, para darle la recompensa que se
merece. Sin embargo, mantendré tus brazos firmes todo el
tiempo y te guiaré para que no puedas acelerar ni frenar sin mi
permiso. Así que relájate, preciosa, y no te atrevas a intentar
desenredarte de mí. No decidirás nada por tu cuenta y no te
atrevas a intentar tomar el control como hiciste antes cuando
nos la chupabas”. Oí su respiración agitada, antes de ponerle
una mano sobre la boca para cerrársela. “Recuerdas quién
manda aquí, ¿verdad? ¿Recuerdas que eres nuestra putilla y
que nosotros mandamos?”.
Asintió y las cosas volvieron a ser como debían ser.
29
JADE

N uestra.
El simple y firme significado de posesión de aquella
frase hizo que mi coño se empapara por completo y empecé a
gotear por completo, literalmente.
Antes de que pudiera siquiera procesar el significado de
aquellas palabras, Xander me estaba dando más órdenes y en
mi cabeza no cabían pensamientos más complejos que otros.
“Agarra la polla de Bryce, Jade, pero no la muevas. No la
acaricies ni intentes metértela hasta que yo te lo diga”.
Lentamente, agarré la polla de Bryce y apreté ligeramente
su palpitante erección, mirándole a los cálidos ojos castaños
dorados. Sonrió de un modo que me hizo saber que pensaba
que estábamos en el mismo barco. Él también se estaba
sometiendo involuntariamente a las órdenes de su amigo.
“Dane, quieres ver cómo nuestra Jade se zampa toda la
polla de Bryce, ¿verdad?”.
“¡Claro que sí!”, aceptó, acercándose para ver mejor.
“¿Por qué no te tocas mientras ella lo hace? Así verá lo
que le espera después”.
“Eres un demonio”, refunfuñé, lo que hizo sonreír a
Xander. Apoyó los dientes en mi cuello, justo donde pulsa la
vena, y me hizo estremecer.
“Aún no has visto nada, Jade Wells. Al final de la noche
estarás rogándonos que dejemos de hacer que te corras”.
“Adelante, empieza”, exclamé, mientras Xander ajustaba
su agarre sobre mí, tirando de mis brazos hacia arriba y por
encima de su cabeza, ordenándome que juntara las muñecas.
Obedecí, juntando las manos detrás de la cabeza. Sus largos
brazos me rodearon por detrás y una mano fue a posarse en
una de mis tetas, apretándola posesivamente, mientras su otra
mano me agarraba por el costado. Así guiaría mis embestidas,
la velocidad y la profundidad de la polla de Bryce dentro de
mí.
Con un movimiento de cabeza, le dijo a su amigo que se
colocara en el orificio de mi entrada y Bryce obedeció,
emitiendo un siseo de satisfacción al menor contacto con mi
húmedo coño.
Quería frotarme contra su polla, pero el agarre de Xander
era fuerte y limitante. Lo único que podía mover libremente
era la cabeza.
Miré a Dane, que sonreía mientras subía y bajaba
perezosamente la mano por la considerable longitud de su
polla, ofreciendo un espectáculo privado.
Era lo más excitante que me había pasado en la vida, al
menos hasta que Xander empezó a guiarme más abajo,
ayudándome a empalarme literalmente en la polla de Bryce.
Aquella deliciosa expansión de mi coño, me hizo gemir y
entonces Xander empezó a utilizar su fuerza para levantarme y
bajarme, simulando los empujones que yo misma me habría
dado.
Estar completamente a su merced era un placer totalmente
nuevo y me encontré cerca del orgasmo en un santiamén,
sobre todo cuando su mano empezó a masajear uno de mis
pezones, pellizcándolo y retorciéndolo en función de cómo me
moviera.
Sin embargo, cuando mis paredes internas empezaron a
tensarse en torno a la polla de Bryce y mi respiración se volvió
errática, anunciando mi orgasmo, Xander redujo su ritmo,
sacándome casi por completo de la polla de su amigo,
dejándome solo unos centímetros dentro para volverme loca.
La enorme polla que tenía dentro apenas rozaba mi punto
G, y grité de frustración cuando Xander me apartó de él,
negándome lo que realmente deseaba.
“¿Quieres correrte, Jade?”, preguntó jadeando por su
propio deseo aún insatisfecho.
“¡Joder, sí, por favor!”, respondí en voz alta.
Xander guió mis caderas hacia unos movimientos más
rápidos y fuertes que casi me llevaron al orgasmo, pero
entonces aquel maldito provocador volvió a quedarme
inmóvil.
“No hasta que Bryce se corra”, proclamó, pellizcándome
de nuevo el pezón. Una tortura perfecta. “Bryce, ¿estás tan
lejos?”.
“¡Estoy a punto de correrme!”, gruñó Bryce, con los ojos
fijos en el lugar donde se unían nuestros cuerpos. “Voy a
necesitar que esta putilla me folle duro y rápido para correrme
a chorros”.
“Vale”, dijo Xander, meciendo mis caderas con las manos
para conseguir algo más de fricción mientras me trataba como
si fuera una muñeca de trapo.
“Démosle lo que quiere. Dane, ven aquí, deja de sacudirte
la polla y empieza a masturbarle el clítoris. Ha sido una buena
chica. Nuestra Jade se merece correrse pronto”.
De un golpe, la experta mano de Dane subió a jugar con mi
coño, deslizando mi mojada resbaladiza alrededor de mi
clítoris en círculos perfectos para lubricarlo. En cuestión de
segundos ya estaba en pleno éxtasis, y entonces él y Xander
trabajaron juntos para llevarme al orgasmo junto con Bryce.
Xander empleó toda su fuerza, embistiendo a Bryce
mientras enterraba su polla profundamente en mí, una y otra
vez, cada vez más fuerte. Al mismo tiempo, Dane seguía
apretándome el clítoris y yo ya no podía prescindir de su
mano.
Estábamos todos jadeando, sudando por el esfuerzo, por el
placer abrumador de toda la situación, cuando sentí que Bryce
finalmente se ponía rígido dentro de mí, disparando su carga
de semen muy dentro de mí, mojando todas mis paredes
internas.
“¡Oh, mierda!”, gimió mientras empujaba sus caderas
dentro de mí.
Mientras el calor de su semen cubría mi coño, sentí que mi
orgasmo estaba a punto de llegar al clímax. De repente lo vi
todo negro y grité con fuerza, luego empecé a sollozar
mientras Xander seguía empujando a Bryce mientras duraba
mi orgasmo.
Pensé que habíamos terminado, pero no fue así.
Los tres juntos me empujaron como si fuera una
marioneta, desnuda y caliente. Sentí el esperma de Bryce
goteando fuera de mí y por mis piernas. Me colocaron a
horcajadas encima de Xander, mientras Bryce, desnudo y
sonriente, me miraba desde el otro lado del sofá, felizmente
saciado y satisfecho, aunque su expresión decía que no estaría
fuera de juego mucho tiempo…
“Dane”, exclamó Xander en tono despreocupado, mirando
por encima de mi hombro para encontrarse con los ojos de su
amigo. “¿Has traído lo que te dije?”.
Pude oír la sonrisa en su voz al responder:
“Claro que sí”.
Xander me besó profundamente, quizá para distraerme,
mientras Dane se apartaba. Le oí rebuscar y luego volvió
detrás de mí. Sentí que se pasaban algo entre las manos y,
cuando me separé del beso, Xander tenía un frasco de
lubricante entre los dedos.
“Si te interesa, Jade, esta noche me gustaría follarte… el
culo”.
Nunca me había ruborizado tanto en mi vida. Antes de que
pudiera negarme, pensando en todas las razones por las que
sería una experiencia aterradora o aún demasiado desconocida
por mi parte, le di a Xander un rápido y frenético asentimiento
con la cabeza, reprimiendo mis dudas.
Volvió a besarme y luego se apartó, sonriendo.
Sin embargo, al cabo de unos segundos, volvió a
mostrarme toda su fuerza, haciéndome girar para que quedara
frente a Dane. De nuevo, mi espalda descansaba sobre el
pecho de Xander, pero esta vez me dejó libertad para moverme
y pude disfrutar de la visión de un Dane Schwartz de cuerpo
entero, con el torso cubierto de vello oscuro y sexy, la polla
incircuncisa hinchada y sonrojada por la necesidad.
Xander fue cuidadoso y suave cuando empezó a
prepararme el culo para lo que me esperaba. Roció un poco de
lubricante en sus elegantes dedos y empezó a trabajar en mi
agujerito virgen, dándome un ligero masaje erótico.
En cuanto deslizó un dedo en mi interior, tardé unos
segundos en acostumbrarme a la sensación, pero entonces me
susurró sucias promesas al oído y, en unos instantes, me
balanceaba contra su mano, suplicando más.
“Lo coges tan bien en tu dulce culito”, me dijo Dane,
observando la escena. Se acarició la polla con la mano un par
de veces y luego dio un paso adelante. “Estoy deseando
follarte el coño mientras él te folla el culo. Vamos a llenarte
tanto, princesa sexy, que no podrás andar derecha en una
semana”.
Estaba en éxtasis total y recordé que había empezado la
velada provocándoles, así que no podía quejarme de nada.
Gemí ante sus palabras, me agarré las tetas y me las masajeé
para aliviarme. Xander introdujo un segundo dedo en mi
trasero con más lubricante y jadeé mientras me retorcía.
“Oh, esto va a ser una escena muy sucia”, dijo Bryce desde
el otro lado del sofá. Me volví para mirarle, pero estaba
colocada de tal manera que no podía ver si ya se le estaba
poniendo dura de nuevo o no, pero sus ojos estaban
ciertamente llenos de deseo. “¿Vas a cogerles la polla a los dos
como una auténtica profesional, cariño?”.
“Joder, sí”, jadeé mientras Xander retiraba suavemente los
dedos y luego… oh Dios… volvía a colocar suavemente la
punta de su durísima polla en mi jadeante agujerito.
Estaba ansiosa, dispuesta a experimentar la doble
penetración de aquellos dos magníficos machos y, diablos,
quizá Bryce también estaría listo pronto.
Al principio me dolió, pero luego Xander encontró una
solución e hizo que Dane me follara el coño de tal forma que
aquel goce sirviera para aliviar el dolor de atrás.
Luego, Xander, que seguía de pie detrás de mí, me dijo que
me relajara empezando a penetrarme el culo, cada vez más,
pero con calma, para que no me doliera.
“Así, Jade, así está bien. Tienes un culito tan prieto y
perfecto. ¿Estás lista para que Dane vuelva a follarte tu
precioso coño?”.
“¡Sí!”, suspiré mientras Xander me penetraba cada vez
más fuerte. Cerré los ojos y sin tener un ápice de vergüenza le
dije: “Por favor, papaíto, lléname el coño con tu enorme
polla”.
Dejó escapar una risa diabólica y dijo: “No hace falta que
me lo digas dos veces”. Entonces, con su rudeza característica,
me la metió hasta el fondo.
“¡Oh, Dios!”, grité, saboreando la nueva sensación de dos
pollas juntas.
Xander permaneció quieto mientras le daba a Dane la
oportunidad de acelerar el ritmo, y cuando el movimiento de
su amigo se asentó en un rápido y perfecto tejido de
empujones, Xander volvió a azotarme el culo con más fuerza.
Gruñó detrás de mí levantando las caderas y, tras unas cuantas
embestidas, los chicos encontraron una sincronía perfecta.
Sentí que las lágrimas me corrían por la cara, arruinando
todo mi rímel, mientras sentía un placer que me consumía por
completo y que nunca antes había sentido.
Cuando volví a correrme, fuerte y largamente, cada uno de
los dos chicos, al follarme así, prolongó perfectamente mi
orgasmo, haciéndome gritar más fuerte de lo que nunca lo
había hecho.
Hubiera jurado que cada célula de mi cuerpo estaba a
punto de estallar de placer en aquel nuevo nivel de éxtasis.
Incluso las sacudidas tardías, los espasmos de mis paredes
internas, eran más intensos de lo que había sentido nunca.
Pero los dos no se detuvieron, al contrario, aumentaron sus
embestidas; cuando Xander explotó dentro de mí, casi me eché
a llorar, luego fue el turno de Dane e incluso de Bryce que, a
petición mía, subió a rociarme las tetas con su semilla.
Después de correrse, me ayudaron a limpiarme y, cuando
terminaron, me secaron las lágrimas con un beso.
Luego Bryce me levantó del suelo y me llevó con ellos al
dormitorio de Xander, donde me sentí protegida y adorada.
Los cuatro nos acurrucamos en las suaves sábanas y nos
abrazamos en un apretón de proporciones épicas.
En aquel momento se me pasó por la cabeza una idea
tonta, y no pude evitar soltar una risita para mis adentros.
“¿Por qué te ríes, Jadie?”, preguntó Bryce. Dane me
acariciaba el pelo al otro lado de la cama y Xander estaba
tumbado con las piernas enredadas sobre las mías.
“Estaba pensando que…”, empecé, y luego tuve que hacer
una pausa para soltar otra risita, “quizá deberíais pelearos con
mi ex más a menudo, si me vais a follar así”.
Hubo más risas y suaves burlas que parecían muy
cariñosas, en marcado contraste con lo que había sido nuestro
primer encuentro.
Los tres chicos - a estas alturas podía decir “mis chicos” -
habían sido mucho más cariñosos de lo que yo pensaba,
aunque únicamente conmigo y en momentos como aquellos.
Un instante antes de que todos nos durmiéramos, me di
cuenta de que estaba perdiendo la cabeza por los tres y de que
tenía que calmarme, pues de lo contrario se me iría la olla.
30
JADE

C omo si no hubiera pasado nada, en aquel caos de citas,


folladas e intrigas con tres chicos distintos al mismo
tiempo, los días pasaban como si fueran normales. Pasó
algún tiempo y por fin llegó la noche del baile de graduación.
¿Cómo había podido pasar tanto tiempo desde aquel primer
día en la Coldwater, cuando habían cambiado tantas cosas?
La mañana en el colegio había pasado rápidamente y,
cuando llegó el momento de empezar a prepararme para el
baile, me asaltó una mezcla de nerviosismo y excitación. Leah,
preciosa con aquel vestido fucsia brillante que combinaba
perfectamente con su tez, se reunió conmigo en casa de mi tía
para repasar juntas los preparativos. Se comportó como una
perfecta mejor amiga, ayudándome con el pelo y colmándome
de cumplidos, aplaudiendo el resultado que veía ante sus ojos
cuando me enfundé en un reluciente vestido amarillo dorado
que combinaba a la perfección con mi pelo teñido de rojo.
“Oh, cari, estás guapísima”, dijo la tía Lynette, con unos
ojos ligeramente vidriosos como nunca había visto. “Dejad
que coja mi cámara, chicas. Solo tardaré un minuto”.
“Claro, tu tía todavía tiene una cámara que no es un
smartphone”, dijo Leah riendo. “Me encanta”.
“Es una nostálgica”. Me reí junto con mi amiga.
La tía Lynette no encontró la cámara que esperaba usar y,
tras convencerla de que un móvil también valdría, nos hizo un
montón de fotos. Posamos de mil maneras, riéndonos a
carcajadas cuando poníamos caras graciosas, y enseñándonos
unas cuantas fotos al final. La felicidad contenida en aquellas
fotos reflejaba una alegría que nunca antes había
experimentado. Brillaba y centelleaba, igual que mi vestido y
el de Leah, y aunque nunca lo hubiera dicho en voz alta, sabía
que gran parte de aquella emoción se debía a mis chicos.
Últimamente los llamaba así todo el tiempo, incluso en voz
alta a la tía Lynette. ¿Cuándo se habían convertido
oficialmente como tal, Xander, Bryce y Dane? ¿Quizá, había
ocurrido cuando habían aceptado ponerse de mi lado contra
Owen? En aquel último periodo era como si siempre hubieran
estado ahí, como si siempre hubieran pertenecido a mi vida,
hasta el punto de que incluso la tía Lynette había aprendido a
aceptar su existencia. Incluso los había invitado a todos a
cenar, aunque yo no estaba del todo de acuerdo. Era
demasiado pronto.
Poco después sonó el timbre, anunciando la llegada de
Xander. Leah chilló y yo la hice callar mientras, nerviosa,
bajaba las escaleras. Pero, sorpresa de sorpresas, cuando abrí
la puerta… no estaba solo.
“Mi señora”, dijo Xander, intentando contener una mueca
y permanecer serio, “su carruaje la espera”.
Señaló hacia el final del camino de entrada, donde nos
esperaba una lujosa limusina de la que, para mi deleite,
también bajaron Bryce y Dane. Los tres llevaban trajes negros
con pequeños elementos de color amarillo dorado, igual que
mi traje: Xander llevaba una pajarita amarilla, Bryce una
corbata del mismo color y Dane una chaqueta deportiva con
un pañuelo amarillo en el bolsillo del pecho.
Todos estaban allí por mí, un gesto tan dulce e inesperado
que no pude evitar reírme a carcajadas. Incluso Dane, que
afirmaba despreciar los bailes, lo había aceptado por mí. Besé
brevemente a cada uno de ellos para no escandalizar a mi tía -
o incluso a Leah y Aiden, que compartían la limusina con
nosotros - e hice una nota mental para darles las gracias más a
fondo en cuanto estuviéramos solos.
No hubo ninguna incomodidad durante nuestro viaje juntos
al baile. La principal broma que habíamos hecho en la
limusina había sido fingir que Dane no solo era poco
convencional y demasiado guay para algo tan cursi como el
baile, sino que en realidad tenía una extraña fobia al baile.
Cada vez que surgía esa broma, todos estallábamos en
carcajadas: aquella sensación de unión que todos
experimentábamos había conseguido incluso derribar los
muros que Dane había levantado en su defensa.
“Qué idiotas, tenéis suerte de que acepte que me vean por
ahí con vosotros”, bromeó Dane, pero cuando llegamos al
instituto Coldwater estaba sonriente, radiante y amistoso.
Habiendo asistido antes a los bailes de la Academia
Worthington, no había esperado gran cosa de un gimnasio de
un colegio público. En cambio, todo había sido
magníficamente organizado y de repente me vi catapultada a
un cuento de hadas: la gran sala estaba adornada con luces de
colores y animados adornos que se movían al compás de la
música. Leah y Aiden se separaron de nosotros para vivir la
velada en mayor intimidad y esto complació a todos los
demás.
Aunque yo había entrado del brazo de Xander, como
habíamos acordado previamente, los otros dos estaban a mi
lado y nuestros trajes a juego hablaban por nosotros, revelando
a todo el mundo la verdad sobre nuestra relación. Sin duda
causamos revuelo, tanto que una serie de susurros y miradas
parecían seguirnos a cada paso. A mí, sin embargo, me daba
igual. Me estaba divirtiendo, bailando por turnos con cada uno
de mis chicos. Que piensen lo que quieran, pensé. Era feliz
con nuestra relación poco convencional y sin etiquetas, y nadie
podía arrebatárnoslo.
Hacia la mitad de la velada, o al menos eso creo, un
miembro famoso de la escuela subió a un escenario situado al
fondo del gimnasio. Comprobó el micrófono, obligándonos a
taparnos los oídos por el silbido del equipo, y luego se aclaró
la garganta.
“Chicos y chicas, distinguidos invitados”, dijo en voz alta.
“¡Ha llegado el momento de anunciar a los ganadores de la
edición de este año de la Bienvenida!”.
Nuestros compañeros gritaron y chillaron, emocionados
por ver quién había ganado el segundo concurso de
popularidad más importante después de la elección del rey y la
reina de la noche. Xander, Dane y yo nos miramos con
complicidad y todos a la vez exclamamos: “¡Va a ganar
Bryce!”, y luego nos echamos a reír a carcajadas, como si nos
hubiéramos leído el pensamiento. Bryce estaba al otro lado de
la sala, charlando con una de las muchas fans que le
admiraban tras su gran victoria en el partido de vuelta. Ahora
que había dejado de comportarse como un matón, o al menos
lo hacía mucho menos, con la ayuda de sus amigos y de su
probable novia, estaba asumiendo el papel del perfecto atleta
de instituto, destinado a tener el éxito que merecía por su
talento.
“¡No olvidéis escribir vuestra preferencia y votar todos! Se
contarán las papeletas y se anunciarán los ganadores a las diez
en punto!”
Aparte de apoyar a Bryce, no tenía ningún interés en aquel
concurso, así que en el momento del anuncio me alejé de la
mesa de refrescos para tomar algo. Leah se acercó a mí, con
los ojos un poco asustados, ocultos tras unas gafas graduadas,
adornadas con joyas para la ocasión, y me sonrió
forzadamente.
“¿Por casualidad no tendrás un tampón?”. Me preguntó
ella con la mayor discreción posible en una sala tan ruidosa.
“Creo que no”, respondí, comprobando el pequeño bolso
de mano que había traído por si acaso. Negué con la cabeza,
encogiéndome de hombros a modo de disculpa. Mientras
miraba por la habitación, buscando a alguna otra chica a la que
preguntar, un pensamiento se coló en mi cabeza.
Tenía la sensación de haber olvidado algo, pero ¿qué?
“¡Oh!”, exclamó Leah, aliviada. Estaba mirando la pantalla
de su smartphone, en la que vislumbré la aplicación que
utilizaba para controlar su ciclo menstrual. “Dios mío, es
evidente. Creía que me había olvidado del comienzo de la
regla, pero acabo de darme cuenta de que conté mal. Se
supone que llegará la semana que viene. Gracias a Dios”.
De repente me asaltó una sensación de preocupación y mi
amiga me miró con una expresión interrogante en el rostro.
Percibí sus siguientes palabras como procedentes de un túnel.
“¿Jade? ¿Estás bien?”
Buena pregunta. La respuesta dependía únicamente de una
cosa que tenía que saber. Al percibir mi malestar, Leah me
arrastró fuera de la pista de baile, actuando como una
verdadera amiga.
Se limitó a observarme durante unos instantes, intentando
calmarme mientras hablaba sola, diciendo tonterías mientras
miraba el móvil y contaba por enésima vez. La aplicación de
mi ciclo menstrual no desmentía mis cálculos.
Sólo una cosa podía haberlo hecho.
En cuestión de minutos, Leah y yo salimos corriendo del
instituto, escabulléndonos por una salida lateral oculta que
Dane me había revelado. No teníamos coche, ya que habíamos
llegado por la noche en limusina. En aquel momento, teníamos
problemas mucho mayores de los que preocuparnos que las
ampollas que nos podrían salir por caminar con tacones altos.
Habríamos ido andando. Por supuesto, si hubiera sido
necesario.
“Que no cunda el pánico, Jade”, me dijo Leah, en tono
tranquilizador, mientras dábamos media vuelta, intentando
evitar los baches del pavimento para no destrozarnos los
tacones. “Nos haremos una prueba de embarazo y todo irá
bien, ¿de acuerdo?”.
“Vale”, repetí en voz baja. No estaba en condiciones de
preocuparme por aparentar que estaba bien. Lo único en lo que
podía pensar era en la última vez que me había venido la regla
y en lo que podría averiguar cuando me hiciera la prueba de
embarazo.
31
DANE

P ercibí la ausencia de Jade en el baile como si faltara una


nota en la canción que estaban tocando, una desafinación
que me perturbó. Las luces vibrantes y los ritmos de la
música se desvanecieron en el fondo mientras recorría el
abarrotado gimnasio. Me atenazó un nudo en el estómago
mientras buscaba aquel pelo rojo fuego que normalmente
destacaba como un faro, encontrando solo destellos de ropa
brillante y ningún vestido amarillo dorado.
“¿Dónde demonios se ha metido?” Refunfuñé para mis
adentros, cruzando la habitación en busca de mis amigos.
Primero vi a Bryce, junto al podio.
Había sido premiado por el concurso, por supuesto, y así
fue como me enteré, por primera vez, de que nuestra chica
había desaparecido. Jade habría estado allí, riéndose con
nosotros de que Bryce hubiera ganado y apoyándolo,
animándolo mientras lo premiaban con su habitual estilo tan
despreocupado. La habría mirado y habríamos intercambiado
algunas bromas al respecto, pero ella no estaba a mi lado. Ni a
la de Xander. Ya había examinado toda la sala con
detenimiento y estaba seguro de que ella ya no estaba allí con
nosotros, en aquel gimnasio olvidado por Dios.
Poco después de la ceremonia, a Bryce le llovían
admiradoras y admiradores, la mayoría chicas, pero no le
llamaban la atención en absoluto. Incluso la sexy animadora
que había sido nombrada reina parecía invisible a sus ojos. Tal
vez fuera solo mi imaginación, pero incluso en medio de los
festejos, había vislumbrado una preocupación similar en los
ojos de Bryce. Era como si ambos nos hiciéramos la misma
pregunta sin respuesta, dándonos cuenta en silencio de que
algo iba mal. Había desaparecido.
Xander estaba manteniendo una conversación con un
profesor que se ocupaba de las cartas de recomendación para
Harvard. Pasaron unos segundos preciosos mientras esperaba a
que terminara de lamerle el culo, y por fin conseguí apartarme
de él.
“¿Cuál es el problema, Dane?”, me preguntó inicialmente
Xander y yo lo interrumpí.
“Tío, no tengo ni idea de adónde ha ido Jade. Ha
desaparecido”.
En cuanto mencioné lo de la desaparición de Jade, la
expresión atenta de Xander vaciló.
“¿Desaparecida? ¿Estás seguro de que no está… en el
baño?”.
“Que te jodan, tío. Sí, sin duda. Lleva fuera demasiado
tiempo para que sea así”.
“No hace falta que actúes así”, me dijo Xander,
silenciándome con una mirada extremadamente cortante.
“Vamos a recuperar a nuestro ganador del concurso. Hablemos
todos juntos antes de volvernos locos”.
Llegamos hasta Bryce y, en cuanto pudimos apartarlo de
todos sus admiradores, le explicamos también la situación.
Intercambiamos una mirada. Fue una de las que solo pueden
compartir los amigos de toda la vida. De repente, el ambiente
despreocupado y divertido del baile se volvió ansioso y lleno
de preocupación. No podía saber qué le había ocurrido a Jade
y no podía dejar de preocuparme. Algo terrible, decía mi
cerebro pesimista, mientras yo intentaba ser optimista, igual
que habría hecho Jade, para contrarrestar aquellos
pensamientos negativos.
Sin embargo, era demasiado jodidamente difícil hacerlo
sin ella a mi lado.
Empezamos a buscarla frenéticamente. Bryce, Xander y yo
parecíamos locos sueltos, moviéndonos por aquel laberinto de
gente y llamando a gritos a Jade sin resultado. Fue Aiden, la
cita de Leah, quien nos contó lo que había pasado: había visto
a las dos chicas salir del gimnasio, para luego recibir un
mensaje de Leah.
“Ella… se disculpó, por supuesto”, murmuró el chico.
Estaba claro que aún nos tenía miedo y, sinceramente,
estábamos todos tan nerviosos y fuera de sí que probablemente
yo también me habría asustado en su lugar. “Pero Leah me
explicó que había habido algún tipo de emergencia y que
tenían que irse. Creo que se trataba de Jade…”.
Me sentí invadido por la ira, aunque me di cuenta de que la
ansiedad que sentía no hacía más que aumentar. Cada uno
cogimos nuestro teléfono, pero en cuanto encendimos la
pantalla y entramos en la aplicación de mensajería, nos
encontramos dentro de un grupo creado por un número que
nadie tenía en sus contactos.

H OLA , chicos, ¡soy Leah! Perdonad si os hemos asustado, pero


Jade no se encontraba bien y la he ayudado a llegar a casa
porque su teléfono se había quedado sin batería. ¡Os echa de
menos! <3

U NA SENSACIÓN de alivio nos invadió a todos, pero no podía


evitar la impresión de que algo iba mal. Jade, siempre tan
orgullosamente independiente, al menos nos hubiera enviado
un mensaje antes de que su teléfono se quedara sin batería y
corriera a casa de su tía.
Aquella sensación de inquietud persistía, como si reviviera
las mismas sospechas del pasado que me habían llevado a
enfrentarme a Jade por su antiguo colegio y su antigua vida.
Ya entonces me había dado cuenta de que algo iba mal, pero
más tarde descubrí que había algo más en su historia. Para
entonces había aprendido a confiar en mis instintos y en aquel
momento estaban haciendo efecto. Mi chica no estaba bien y
sin duda había algo que nos ocultaba.
32
JADE

A cababa de hacer el acto más aterrador que había hecho


en mi vida. Me había meado en aquel estúpido palito, o
mejor dicho, palitos. Para ser exactos, en tres de ellos.
Había esperado debidamente tres minutos, como estaba escrito
en el paquete, y luego había mirado el resultado, aunque me
aterrorizaba hacerlo.
Las tres pruebas habían dado el mismo resultado.
Por un extraño capricho del destino, estaba embarazada.
Seguía sin creérmelo. Siempre había sido muy cuidadosa,
nunca había tenido el menor problema cuando estaba con
Owen. Tomaba la píldora todas las noches y Owen y yo
siempre habíamos utilizado preservativo.
Sin embargo, cuando los chicos, mis chicos, habían
entrado en escena, todo mi sentido común había volado por la
ventana. Por una vez, había decidido depositar mi confianza en
alguien, hasta tal punto que dejé de sentirme tan cuidadosa y
centrada en las precauciones todo el tiempo, porque me sentía
segura en sus brazos. Y en mi delirio inducido por el placer,
debí de olvidarme de tomar una o dos pastillas de mi blíster
mensual.
En aquel momento, mientras iba y venía a mi habitación en
casa de la tía Lynette, que era mucho más acogedora que la
que tenía en casa de mis padres, decidí comprobarlo. Cogí mi
blíster de pastillas de la mesilla de noche y, con manos
temblorosas, lo abrí.
La confirmación estaba ante mis ojos. Quedaban dos
pastillas en el blíster. Se me había retrasado la regla y, ante la
evidencia, aunque ya era suficiente el resultado de las tres
pruebas de embarazo que había escondido en el cuarto de baño
de enfrente de mi habitación… todo se había vuelto aún más
real. Me invadió un pánico que me atenazó el pecho y la
garganta.
Tenía dieciocho años y estaba embarazada. El peor cliché
de un drama.
Nunca había tenido un bebé en brazos. Había cuidado
caballos, claro, pero un ser humano… joder. Definitivamente,
no estaba preparada para ser madre. Cuanto más pensaba, más
detalles nuevos sobre la maternidad me venían a la cabeza y
sentía cada vez más miedo. Me temblaban las manos y sentía
que me iba a volver loca. ¿Cómo podría haber ido a la
universidad? ¿Qué carrera podría haber elegido? Dios, ¿qué
habrían dicho mis padres cuando se enteraran? ¿Y los niños?
Aquel último pensamiento me tenía tan preocupada que
casi tenía ganas de vomitar. ¿Qué demonios iba a decirles a
Dane, Bryce y Xander? Ni siquiera sabía quién de ellos era el
padre.
Me entraron ganas de llorar y las lágrimas se derramaron
por mi cara como un torrente a raudales. Me sentía fatal,
rozando la vergüenza, porque no tenía ni idea de quién, entre
los tres hombres con los que había mantenido relaciones
sexuales sin protección, me había dejado embarazada. De qué
vida estaba a punto de arruinar junto con la mía. Qué futuro
tan brillante iba a descarrilar.
¿Habría sido el de un joven con futuro, con un fondo
fiduciario, y una carrera futura como abogado de derechos
humanos? ¿O el de un joven problemático, criado sin dinero y
con aún menos amor, que tendría que enfrentarse a un
embarazo no planificado antes de poder convertirse en escritor
como soñaba? ¿O habría destruido la vida de un chico soleado
y despreocupado, que vivía con la alegría de que iba a tener un
bebé, y que estaba destinado a conseguir una beca de fútbol?
Entre sollozos, me obligué a respirar hondo unas cuantas
veces, forzándome a calmarme. Necesitaba paz. Al menos
durante un minuto, y entonces tal vez todo este caos se
desvanecería. Todo volvería a ser como antes, todo perfecto,
feliz y fácil, solo mis chicos y yo.
Cuando conseguí calmarme, la situación no había
cambiado, pero había conseguido tomar una decisión. Me
había convertido en adulta, aunque hacía poco tiempo, y sabía
que necesitaba el apoyo y la orientación de alguien mayor y
más inteligente que yo.
La tía Lynette estaba sentada en un sillón del salón,
leyendo un libro de cubierta gastada. Me detuve en la puerta,
demasiado aterrorizada para hablar. Por suerte, ella misma se
percató de mi presencia y me dedicó una cálida sonrisa
mientras cerraba el libro y lo apoyaba en su regazo.
“Hola, cielo. Estaba leyendo una de esas novelas
policíacas cursis que te gustaban cuando eras pequeña. Las de
las carreras de caballos, ¿recuerdas?”.
“Sí, me acuerdo”, contesté, con un deje de voz. Al notar
que mi tono era demasiado débil, frunció el ceño.
“¿Qué pasa?” Observó cómo abría y cerraba la boca,
mientras las palabras que debía decir no querían salir. La tía
Lynette se levantó y corrió hacia mí, cogiéndome suavemente
de las manos y haciéndome sentar a su lado en el sofá. Una
vez allí sentada, volvió a preguntarme: “Jade, cariño, no pasa
nada, sea lo que sea. Por favor, dime qué te pasa. Sabes que
puedes contarme cualquier cosa”.
Cuando por fin conseguí confesarle que estaba
embarazada, no se produjo el estallido de ira que mi ansiosa
mente predijo por parte de mi tía. Al contrario, sus ojos se
suavizaron aún más y su apretón de manos se hizo más fuerte,
demostrándome todo el amor que necesitaba en aquel
momento.
“Oh, cariño… Ya veo lo asustada que estás y por eso
intentaré contenerme para no decirte exactamente lo que
pienso y, puesto que el daño ya está hecho, poco puedo hacer
ahora. Pero dime… ¿Quién es el padre de los tres?”.
Sus palabras provocaron nuevas lágrimas que corrieron por
mi rostro. Comprendí su punto de vista y aún así me consideré
muy afortunada de que hubiera decidido quedarse a mi lado y
escucharme. También pareció comprender instintivamente que
yo no tenía forma de saberlo y sus ojos se abrieron de par en
par, sorprendida.
“Pobrecita. Debes de estar muerta de miedo. Ven aquí”.
Me abrazó con fuerza contra su pecho y me dejó llorar
durante un buen rato. El interminable torrente de lágrimas y
sus dulces y tranquilizadoras palabras parecieron barrer toda la
oscura preocupación que atenazaba mi alma. Cuando me
recuperé un poco y pude hablar, ella se incorporó a su papel de
adulta, intuyendo que era justo lo que necesitaba en aquel
momento.
“Tienes opciones, ¿sabes, Jade? No tienes que enfrentarte a
la maternidad si no te sientes preparada. Estoy aquí para ti,
elijas lo que elijas, y…”. Hizo una pausa, una pequeña mueca
y volvió a empezar. “De momento no se lo diré a tu madre ni a
tu padre, ¿vale? Si decides terminar…”.
“No”, dije, antes incluso de ser consciente de mis propias
palabras. Repetí esa palabra, cada vez más convencida a cada
segundo que pasaba. “No, yo… no creo que pueda hacerlo. Yo
y esos chicos… este bebé es nuestro”.
“Pero primero, cariño, tienes que pensar en lo que
quieres… ¿Quieres quedártelo?”, me preguntó, sin juzgarme,
pero asegurándose de que tenía la cabeza lo bastante despejada
como para darle una respuesta sensata.
“No lo sé”, dije con sinceridad. Me pasé una mano por el
pelo, con la tonta idea de que tal vez, si tenía este bebé, podría
ser pelirrojo de verdad. Aunque tenía la sensación de
conocerlos de toda la vida, en realidad no sabía el origen de las
familias de Bryce, Xander y Dane. No sabía lo suficiente sobre
ellos como para poder determinar con seguridad cuál era su
genética o, mejor aún, cuál de ellos había contribuido al
nacimiento de este niño. Las posibilidades eran infinitas. Casi
tuve que reírme. “No lo sé, tía Lyn. Lo único que sé es lo que
siento por esos chicos y… son muy especiales para mí. No sé
si sería capaz de poner fin a este embarazo y perder una parte
de ellos”.
Dios, quizá me había vuelto loca. No podía plantearme
seriamente tener un bebé cuando ni siquiera había terminado el
instituto. Claro, en nueve meses sería verano y se acabaría la
escuela, pero… ¿Habría sido capaz de caminar por los pasillos
del Instituto Coldwater, embarazada, presentarme a la semana
de los finales y luego enfrentarme a toda la clase mientras
recibía mi diploma en el pupitre? Más aún, ¿habría sido capaz
de aprender a ser una madre decente para mi bebé y de
manejar a los tres hombres que, para mí y en lo más profundo
de mi corazón, eran todos ellos el padre de mi bebé?
“Está claro que quieres mucho a estos chicos”, dijo la tía
Lynette con cautela, rompiendo el largo y conmovedor silencio
de mis pensamientos. Aunque no había dicho esas palabras en
voz alta ni siquiera para mí misma, sabía que era cierto y que
mi tía me comprendía mejor que nadie. Estaba colada por
Xander Townsend, Dane Schwartz y Bryce Fisher, y me
preocupaba profundamente por ellos. Aquellos tres chicos, que
habían sido capaces de despertar mi cuerpo y, por lo que podía
sentir, mi corazón en tan poco tiempo, ahora formaban parte
de mí para siempre. Asentí, confirmando las palabras de tía
Lynette.
“Sabes que te quiero, cariño, así que sabes que estaré aquí
para ti, decidas lo que decidas. Pero si de verdad quieres a
Bryce, Dane y Xander y estás pensando en tener este bebé,
tienes que hablar con ellos. Con todos ellos. Lo sabes,
¿verdad?”.
Tenía razón y por fin yo misma era consciente de ello.
Incluso antes de que lo dijera, sabía que eso era lo más
importante. Tenía que hablar con mis hijos de esta cosa nueva,
loca, aterradora y emocionante en nuestras vidas, y aunque
creía conocerlos bastante bien, aún no estaba segura de cómo
iría aquella conversación.
33
BRYCE

H abían pasado unos días desde el baile de graduación y la


ausencia de Jade se había convertido en algo
insoportable. Había cambiado, nos ocultaba algo
extraño, igual que nos había mentido sobre todo cuando
empezábamos a conocernos. Estábamos experimentando un
cambio en el aire que nos dejaba a Dane, Xander y a mí en la
más absoluta incertidumbre, y maldita sea, nunca había
sentido nada igual en mi vida.
Sí, Jade venía a clase y, como de costumbre, siempre se
cuidaba mucho de mantener su media de notas. Sin embargo,
mientras estábamos en la escuela, sin dejarnos plantados
descaradamente, siempre era capaz de evitarnos a los tres,
desapareciendo por los pasillos sin decirnos una palabra ni
sonreírnos a esa manera suya tan descarada. Incluso en clase,
su vivacidad se había transformado, era callada y silenciosa,
una manera que no le iba. Quizá no fuera muy varonil por mi
parte admitirlo, pero me aterraba la idea de que la
estuviéramos perdiendo.
Durante la clase de español me contuve, evitando
provocarla como solía hacer. Todo me parecía tan mal, como
si una pieza de nuestro rompecabezas hubiera desaparecido del
marco, de una vez por todas. Sentí que se apoderaba de mí un
sentimiento que me era completamente ajeno, una especie de
preocupación: tal vez había cambiado de opinión sobre
nosotros, a causa de aquella mezcla de sentimientos
indistinguibles que todos estábamos experimentando. Por no
hablar de lo que yo sentía en mis momentos de debilidad: tal
vez Jade se había dado cuenta de lo profundos que eran mis
sentimientos por ella y mantenía las distancias en un intento de
alejarme con delicadeza.
El vacío que dejaba su ausencia después de las clases era
cada vez más palpable. Xander, Dane y yo continuamos con
nuestra rutina, dirigiéndonos al sótano de Xander al final del
último toque de campana, pero se respiraba un aire de tensión
sin la risa contagiosa ni los comentarios impertinentes de Jade.
Mientras intentábamos jugar a los videojuegos, era como si en
la habitación descendiera un vacío insalvable. Incluso había
llegado a ser absurdo escuchar los pitidos y los efectos de
sonido de los videojuegos, en tal contraste con el estado de
ánimo que nos invadía a todos.
No pude soportarlo más. Sentí una opresión en el pecho,
igual a la tensión que se filtraba en los rostros de Xander y
Dane. Alguien tenía que decir algo y, maldita sea, sabía que
tenía que ser yo.
“Chicos”, dije, rompiendo el incómodo silencio que
reinaba en la sala. Nuestros tres protagonistas estaban muertos
y ninguno de nosotros había reaccionado siquiera al mensaje
de GAME OVER que había aparecido en la pantalla. “Siento
mucho tener que ser yo quien tome una decisión importante.
Ya sabes que este tipo de retos no son mi fuerte. Pero… creo
que tenemos que ir a ver cómo está Jade. No podemos seguir
fingiendo que todo está bien”.
Mis dos mejores amigos intercambiaron una mirada y
Xander, que siempre había sido nuestro líder, asintió
lentamente. “Tienes razón, Bryce”.
“Vaya, quizá sea la primera vez que admites que tengo
razón”, bromeé débilmente, y todos intercambiamos sonrisas
ensombrecidas. La verdad flotaba pesadamente en el aire: Jade
era importante para nosotros, más de lo que aún habíamos
admitido en voz alta. Las emociones que sentíamos habían
creado una especie de enredo que, inconscientemente, nos
había unido a ella. “Y ya que hablo de cosas sensibleras y
pesadas…”.
“Es un oxímoron, no se puede decir…”, comentó Dane,
pero le ignoré.
“Creo que cuando tengamos la oportunidad de hablar con
ella, deberíamos confesarle lo que sentimos”.
No había forma de que los tres lo expresáramos en voz alta
sin que Jade estuviera allí para restarle importancia. Sin
embargo, llevábamos siendo amigos el tiempo suficiente para
entendernos sin necesidad de palabras, así que todos
comprendieron lo que quería decir. Jade nos importaba de un
modo especial, algo que ninguno de nosotros había sentido
nunca por ninguna chica, y ella merecía saber que todos
queríamos que se quedara, para siempre, tal y como era entre
nosotros.
Tras subir al coche de Xander, por primera vez desde la
noche del baile, aquella en que algo había ido mal, nos
dirigimos a casa de la tía de Jade. Cuando nuestra chica abrió
la puerta, una expresión de inquietud parpadeó en sus ojos.
Parecía enferma, asustada o ambas cosas, no sabría decirlo,
pero desde luego estaba más pálida de lo habitual. Incluso su
pelo, siempre brillante y luminoso, parecía opaco.
“Chicos”, dijo, pero su voz sonó más como un suspiro.
¿De alivio o de resignación? Aun así, me alegraba oír su voz.
“Déjanos entrar, Jade”, dijo Xander con su típica actitud
autoritaria.
“Tenemos que hablar”, añadió Dane, y cuando ella miró en
mi dirección, asentí con una sonrisa preocupada. El aire estaba
cargado de tensión mientras ella nos observaba a los tres,
inmóviles en el umbral de su puerta, mordiéndose ese labio
perfecto suyo con el que, cada uno de nosotros, había tenido
que lidiar en circunstancias mucho más felices.
Jade vaciló, mirando de uno a otro. Finalmente, se decidió
a abrir la puerta de par en par. Los cuatro nos reunimos en el
modesto y acogedor salón de su tía, los chicos y yo en el sofá
mientras Jade permanecía de pie frente a nosotros,
abrazándose a sí misma, en busca de seguridad. Quería ser yo
quien la protegiera, quien la hiciera sentir segura, pero, al
mismo tiempo, necesitaba oírla hablar. Me resultaba difícil
mantener la lucidez sin poder tocarla, pero hacía todo lo
posible por seguir concentrado.
“Jadie”, dije con voz suave y preocupada. “Dinos qué está
pasando. Nos estamos volviendo locos”.
“No estamos enfadados”, añadió Dane, y Xander asintió.
“No estamos enfadados contigo, cariño. Solo necesitamos
saber qué te pasa, para poder solucionarlo todos juntos”.
Respiró hondo, con los ojos llenos de lágrimas, pero se
levantó como si intentara resistirse a llorar. Aquellas palabras
no pronunciadas me hicieron estremecer. Fue como si de
repente me diera cuenta de que mi vida iba a cambiar. Como
cuando había conocido a Jade por primera vez.
“Estoy embarazada”, dijo Jade finalmente, y la habitación
empezó a dar vueltas.
34
DANE

D ecir que tardé un minuto en procesar las palabras de


Jade era un eufemismo. Desde el momento en que
pronunció las palabras ‘estoy embarazada’, me pareció
que habían pasado horas, no minutos. Aún no había sido capaz
de comprender lo que significaban. Para ella, para mí, para
todos nosotros.
Tal vez simplemente no quería y por eso, durante lo que
me pareció un momento interminable, había sido incapaz de
comprender el verdadero significado de aquellas palabras. Mi
principal preocupación era Jade. ¿Qué quería hacer? ¿Se
encontraba bien físicamente? ¿Cómo iba a terminar la escuela,
ir a la universidad y trabajar con caballos como soñaba?
Entonces todas las piezas del rompecabezas encajaron y
únicamente pude preguntar con firmeza: “¿De quién es?”.
Aquellas lágrimas que había estado intentando contener
todo aquel tiempo se derramaron por sus hermosas mejillas.
Era tan hermosa incluso cuando lloraba.
Balbuceó: “No lo sé. Es… uno de vosotros, pero… no
tengo ni idea de quién es”.
Me zumbaban los oídos. No soportaba seguir viéndola
llorar. Sin decir una palabra, me levanté del sofá y me dirigí a
la puerta.
“¡Dane!” Jade me llamó y su voz desgarrada me rompió el
corazón… o tal vez lo habría hecho si me hubiera permitido
admitir que tenía uno. En aquel momento me sentí frío como
una piedra, incapaz de emocionarme, listo para huir. Tanto
ella, como mis amigos, me llamaron cuando entré por la puerta
principal. Como habíamos llegado a su casa en el coche de
Xander, salí a pie, con el eco de la desgarradora voz de Jade en
mi cabeza, y me alejé cada vez más rápido de la casa de su tía.
Mientras caminaba, el ritmo de mis pasos resonaba en mi
mente mientras el aire frío del otoño me picaba en la piel.
Ni siquiera sabía adónde iba hasta que me encontré, sin
darme cuenta, en un lugar que me resultaba muy familiar.
Después de mucho tiempo, me encontré frente a la librería de
segunda mano que adoraba, mi lugar de confianza, un paraíso
de libros polvorientos e historias fantásticas que me atraían,
como la que estaba viviendo en aquel momento. Fue aquí
donde, durante nuestra primera cita, Jade y yo habíamos
hablado por primera vez de nuestros sueños para el futuro. En
aquel momento me di cuenta de que este era el lugar perfecto
donde tenía sentido estar. Justo cuando parecía que todos
aquellos sueños se escapaban de mi vida a una velocidad
súbita.
Dentro de la tienda, el aire olía a papel envejecido y a
limpiador de suelos con limón, así como al tenue aroma del
café de la vieja Keurig de la trastienda: venía aquí con la
suficiente frecuencia como para que algunos de los empleados
me conocieran por mi nombre y me ofrecieran uno de aquellos
cafés, si se lo pedía. Mis latidos se ralentizaron por primera
vez desde que Jade nos había dado la noticia, y encontré alivio
entre aquellas estanterías familiares. Cuando pasé por la caja,
un amable dependiente con gafas y pelo gris me saludó. No
recordaba su nombre, pero sin duda ya lo conocía.
“Bienvenido”, me dijo en tono amistoso. “¿Buscas algo en
particular? ¿Un regalo para una dulce amiga, tal vez?”.
Sus ojos brillaban con complicidad. Parpadeé, al darme
cuenta de que había estado en la tienda la misma noche que yo
había traído a Jade, y que debía de ser por eso por lo que me
hablaba así. No, pero parece que tienes un regalo inesperado
para mí, quise responderle. O mejor dicho, bueno, tal vez para
mí, o tal vez para uno de mis amigos. No hay forma de
saberlo.
“Ah, entiendo perfectamente”. Aunque no había hablado,
el anciano sonrió ante mi expresión, cortésmente. “Debes de
estar aquí para poder pensar, supongo. Parece que tienes
muchas cosas en la cabeza. Quizá hayas llegado al último
cuarto de tu historia, cuando la trama alcanza su desenlace”.
Solté una carcajada amarga. “Sí, algo así”.
“Ah, chaval”, dijo el anciano caballero, mirándome por
encima del borde de sus gafas. “No pretendo saber por lo que
estás pasando, pero ¿quieres un consejo?”.
Por supuesto que no lo quería, pero si quería volver a mi
librería favorita, probablemente tendría que mantener una
relación cordial con el personal. Me esforcé por no poner los
ojos en blanco y le dirigí una débil inclinación de cabeza,
invitándole a continuar si realmente lo deseaba.
“He vivido mucho tiempo, hijo, y un simple conocimiento
me ha ayudado a afrontar todos los cambios de la vida con
lucidez mental y sentido de la aventura. La vida es como un
hermoso libro, lleno de giros imprevisibles que nos empujan a
pasar las páginas. A veces nos encontramos en capítulos que
nunca esperábamos escribir o leer, pero siempre hay un final
feliz”.
Claro, sonaba como cualquier otra estupidez habitual que
un personaje secundario podría decir al protagonista de una
película cutre para televisión. Pero, por alguna razón, su voz
tranquilizadora y sus palabras extrañamente sensatas
parecieron aliviar parte de mi tensión de todos modos. “Un
final feliz, ¿eh? ¿Estás seguro de que siempre es así? ¿Y si mi
vida fuera una novela distópica o un thriller psicológico?”.
Se rio entre dientes. “Eres uno de esos tipos, ¿eh? ¿Uno
melancólico? ¿Quién es tu escritor favorito, McCarthy?”.
Inmediatamente empujé el ejemplar de Meridiano de
sangre que tenía en la mano hacia la estantería, haciendo reír
al viejo.
“No te preocupes demasiado, hijo. Se nota que vives en un
libro con final feliz. Quizá una historia de amor, ¿eh?”. Me
hizo fruncir el ceño, riéndose de nuevo cuando mi expresión se
agrió. Asintió para alejar mi pesimismo y me dio su última
perla de sabiduría. “Aún te queda mucha vida por vivir. Un
libro se desarrolla página a página, igual que la vida. Algún
día tendrás que aprender a aceptar la incertidumbre. Una
historia no es divertida si sabes cómo acaba. Es en los
capítulos inexplorados de la vida donde descubrimos nuestra
fuerza”.
Mientras deambulaba por los pasillos en silencio, mi
teléfono recibió los innumerables mensajes de desesperación y
rabia de Bryce y Xander, invitándome a volver. Estaban
enfadados conmigo por marcharme, por evitar la discusión que
tan desesperadamente necesitábamos tener. Juntos. Jade no me
escribió nada, pero ahora que me había calmado, comprendía
por qué. Mi cobarde respuesta había sido equivocada,
aparentemente, y aunque me había dado cuenta en cuanto salí
por la puerta de la tía de Jade, lo había hecho de todos modos.
Había provocado una ruptura y sentía el peso de la culpa.
Cuando regresé a casa, a la caravana de mi abuela, aquella
noche, me tumbé en mi pequeña e incómoda cama con sus
mantas de franela descoloridas, luchando contra el caos que
había en mi interior. La idea de que Jade estaba embarazada
era ahora una realidad, por fin me había dado cuenta y aquel
miedo que sentí al principio se había convertido en algo
inesperado: entusiasmo. Quizá me estaba volviendo loco, pero
la idea de que pudiéramos convertirnos en una especie de gran
familia me provocaba un calor en el pecho. Por supuesto, el
hecho de que no supiera quién era el padre biológico era un
problema y aún tenía que averiguar cómo podía afrontar el
dilema interior que experimentaba a tal respecto.
Jade, Bryce y Xander podrían haber sido miembros de mi
nueva familia ampliada… por absurdo que sonara, me
resultaba tranquilizador.
Había vivido una vida dictada por la soledad y ahora que
teníamos una excusa, si podía llamarla así, que nos unía, me
negaba a volver a aquel lugar desolado del que había salido.
Me di cuenta, por tanto, de que experimentaba esa mezcla
de sentimientos por el temor de estar solo, y por eso había
decidido intentar que funcionara, fuera cual fuera la decisión
que había tomado Jade.
Seguía recibiendo mensajes de texto frenéticos de mis
amigos y la situación de emergencia que estábamos viviendo
me había empujado finalmente a afrontar la situación. Había
llegado la hora. Quería estar ahí para acompañar a Jade en el
viaje que tenía por delante. Por desgracia, nuestra historia no
podía seguir una trama convencional, pero aquellos silenciosos
pasillos de la librería me habían ayudado mucho a encontrar el
valor para aceptar lo inesperado y a creer que, pasara lo que
pasara, yo también podría tener mi final feliz.
35
JADE

S i antes pensaba que el instituto era agotador, ahora que


estaba realmente cansada por el embarazo, era casi
insoportable. Y no ayudaba que, por dentro, siguiera
pensando en cómo habían ido las cosas cuando había contado
lo del bebé a los chicos.
Al menos Xander y Bryce no habían sido groseros
conmigo, aunque se habían mostrado poco habladores al ver
que Dane se había ido corriendo.
Por supuesto, tampoco vino a clase aquel día, lo que me
dejó preocupándome sin cesar por él, intentando averiguar si
estaba bien y si volvería a hablarme después de lo que había
pasado.
No obstante, cuando salía del colegio al final del sexto
curso, resignada a coger el autobús para volver a casa de tía
Lynette, vi que un coche negro de época, que conocía
demasiado bien, se había parado en la calle. La ventanilla del
lado del pasajero se bajó y, cuando vi la cara de Dane, quizá
debido a las hormonas, lloré de alegría. Se echó hacia atrás en
el asiento y me miró con aquellos ojos oscuros y
maravillosamente complicados.
“¿Puedo llevarte a casa, princesa?”.
Se me apretó el corazón en el pecho y se me cortó la
respiración al llamarme.
Ahora que estaba allí conmigo y mi alivio inicial al verle
se había desvanecido, empecé a preguntarme si realmente
debería haberme ido con él. Quizá debería haberme cabreado
por cómo me había abandonado con respecto al primer
problema.
“Puedo coger el autobús”, respondí fríamente, y Dane
suspiró.
“Mira, sé que tengo que dar muchas explicaciones y
también necesito disculparme, pero este no es ni el lugar ni el
mejor momento para hacerlo”. Miró a su espalda mientras otro
coche tocaba el claxon para invitarle a salir de la estrecha
calzada donde se había detenido. “Entonces, ¿quieres subir al
coche? Quiero ir a algún sitio y hablar. Solucionar las cosas”.
Dudé solo un momento más y luego subí a su coche, con
media idea de adónde íbamos.
Cuando llegamos a casa de Xander y bajamos al gran
sótano, esquivando a sus padres, que por una vez estaban en
casa, los otros dos chicos me esperaban en el mismo sofá
donde habíamos tenido, más de una vez, un sexo alucinante.
Nuestro hijo podría haber sido concebido en ese sofá, pensé, y
se me escapó una carcajada histérica.
“Hola, Jade”. Bryce, con su dulce voz, me saludó primero,
moviéndose para que pudiera sentarme entre él y Xander. Me
limité a responderle con una inclinación de cabeza, pero luego
hice lo que él hubiera querido, pensando en cuándo me
costaría hacerlo. “Gracias por venir a vernos”.
Como si tuviera elección…
Racionalmente, sabía que la situación relativa al embarazo
aún debía resolverse, pero emocionalmente seguía apegada a
ellos y quizá siempre lo estaría.
“No he elegido venir aquí. ¿De qué va todo esto?”,
pregunté, aunque tenía una intuición.
Los chicos se intercambiaron una mirada, y entonces
Bryce se aclaró la garganta, decidiendo empezar primero.
“Jade”, exclamó suavemente, cogiéndome la mano con las
dos suyas. “Sabemos que ahora mismo estás pasando por algo
muy importante y espantoso. Y como somos la razón por la
que estás en este lío, sentimos que es nuestro trabajo…
digamos… aligerar la carga”. Hizo una mueca avergonzada y
solté una risa nerviosa, debido a la emoción. “Dios, me
encanta el sonido de tu risa”, comentó Bryce, pillándome por
sorpresa, y entonces salieron de su boca más palabras
hermosas y dulces, como si se hubiera roto una barrera entre
nosotros.
“De eso se trata exactamente, Jade… algún tipo de amor,
¿correcto? Desde que llegaste a nuestras vidas, todo se ha
vuelto una locura. No es que hayas estropeado nada”, se
apresuró a añadir, y luego se rio de sus propias palabras. “Lo
siento, no se me dan muy bien estos temas. De todos modos, lo
que intento decir, Jade, es que creo que me encanta toda esta
situación que se ha creado, la relación que se ha creado entre
nosotros dos y nosotros cuatro. Me gustaría seguir teniéndote
en mi vida, estar a tu lado, y quiero estar allí cuando nazca el
bebé, por supuesto si tú también lo quieres”.
Su declaración me golpeó hasta la médula, dejándome sin
habla y sin aliento.
Jadeé, pero entonces intervino Xander, así que me volví
hacia él y lo miré fijamente a sus ojos azules cristalinos.
“Yo siento lo mismo, Jade. Antes de conocerte, no estaba
seguro de ser capaz de sentir verdadero amor y sigo sin
estarlo”, dijo, y su rostro serio se suavizó lo suficiente como
para que una pequeña sonrisa se formara en sus labios. “Pero
lo que quiero, más que nada en el mundo, es estar a tu lado
como te mereces. Quiero que seas tan feliz como me haces
feliz a mí cada vez que entras en una habitación”. La sonrisa
que cruzó su rostro era hermosa y resaltaba su clásico encanto,
tanto que me sentí realmente bendecida.
Miré a Xander y luego a Bryce, desconcertada por la
alegría que amenazaba con estallar en mi pecho.
Finalmente, incluso Dane se aclaró la garganta y vino a
arrodillarse ante mí, colocando una mano sobre mi rodilla. El
mero roce de sus dedos bastó para que empezara a llorar, y
cuando se dio cuenta de mis lágrimas, sus ojos oscuros se
ablandaron.
“No llores, princesa”, susurró suavemente, levantando la
mano para secarme las lágrimas con un ligero toque como de
pluma. “Te debo una disculpa y quiero que sea perfecta porque
te la mereces. Jade, sabes que esto es difícil para mí. Maldita
sea, siempre tengo tendencia a hacer las cosas más difíciles de
lo que tienen que ser y tú eres una santa por entregarte a mí, a
nosotros, a pesar de ello. Siento mucho haber huido en un
momento de necesidad, más de lo que mis palabras pueden
expresar. Te prometo que si me perdonas, si me dejas
permanecer a tu lado, no volverá a ocurrir.
¿Estaba viendo mal o se estaban formando lágrimas en sus
ojos? Esto me hizo llorar aún más, pero entonces Dane me
calmó y siguió hablando
“No hace falta que te repita que en mi vida las cosas nunca
han sido fáciles. Nunca he tenido a nadie que cuidara de mí y
es tan difícil dejar que un sentimiento de afecto tan fuerte entre
en mi mundo por primera vez. Eres lo mejor que me ha pasado
en esta vida desordenada. Todos vosotros, en realidad”, dijo,
mirando también a sus mejores amigos, sentados a ambos
lados de mí. Luego volvió a encontrarse con mi mirada y dijo:
“Te quiero de verdad, Jade, y si decides quedarte con este
bebé, yo también lo querré. Seguirá siendo nuestro, al menos
hasta que averigüemos quién es realmente el padre biológico”.
Xander y Bryce asintieron, rompiéndome el corazón y
recomponiéndolo de un solo golpe.
Cada uno de sus discursos fue tan perfecto, ejemplificando
sus diferencias y las razones por las que quería a cada uno de
ellos de forma diferente, y mucho más juntos. Entonces las
palabras salieron de mí a toda prisa, antes de que pudiera
siquiera fingir que pensaba en las cosas que habían dicho.
“Yo también os quiero, de hecho más que cariño. No sé si
es amor, ya que tendríamos que conocernos aún mejor para
entenderlo bien”, exclamé mientras miraba a Dane, que hizo
una pausa, dejando caer una lágrima. Me volví hacia Xander y
se lo repetí también, viendo cómo se derretía al decirlo.
Finalmente, el rostro sonriente de Bryce llenó mi vista,
brillante y cálido como el sol.
“Os quiero a todos y me he acostumbrado a teneros en mi
vida. Y… Creo que ya quiero a este bebé. Aunque sé que será
difícil que funcione, ya que tendríamos que ir a la universidad
en lugares distintos, me gustaría intentar de alguna manera
criar al bebé con vosotros tres y ver cómo van las cosas…”
“Podemos intentarlo. Quizá el padre biológico sea yo y
nazca una copia de mí. Así vosotros tendréis dos”, intervino
Bryce, haciéndonos reír a todos.
Gracias a su broma para suavizar el momento, nuestra
seria conversación se convirtió en más risas, besos cariñosos
de cada uno de los chicos y, finalmente, hubo un cálido abrazo
de grupo que me cubrió de seguridad y calidez.
Ahora ya no había mentiras, sino confianza y afecto, así
que suspiré, maravillándome de cómo habían cambiado las
cosas desde que había llegado allí.
Ahora todo era más fácil: allí, en aquel sótano, aunque
lujoso, donde por primera vez me había entregado a aquellos
tres fantásticos chicos, volvía a darles una parte de mí, esta vez
quizá incluso una parte de mi corazón, segura de que no me
quedaría sola para afrontar la situación, como tanto había
temido…
JADE

El sol de principios de verano bajaba por el horizonte,


proyectando un cálido resplandor sobre el parque donde se
celebraba la ceremonia de graduación. Las risas llenaban el
aire y la música resonaba por los altavoces como si fuera una
sinfonía para nosotros cuatro y nuestros éxitos.
Había sido un año infernal, lleno de visitas al médico,
intentos de montar muebles para el bebé y miradas críticas de
gente que no importaba. A pesar de todo, Bryce, Dane, Xander
y yo lo habíamos conseguido y nuestros diplomas lo
demostraban. Habíamos cruzado oficialmente el umbral hacia
el siguiente capítulo de nuestras vidas.
Mientras me sentaba a la sombra y bebía un vaso de
limonada, descansando los tobillos hinchados y doloridos, la
tía Lynette se ocupaba de la barbacoa, preparando perritos
calientes y hamburguesas de distintas variedades para
alimentarnos a todos.
Me cuidaba constantemente, se ocupaba de todos nosotros,
de un modo en que nuestros padres habían fracasado en gran
medida. Mi madre y mi padre estaban en alguna parte, pero
nunca habían estado constantemente a mi lado durante las
últimas treinta y pico semanas como lo había estado la tía
Lynette.
Leah, Aiden y muchos otros compañeros también estaban
por allí, charlando en alegres grupos, y sus sonrisas reflejaban
la alegría del acontecimiento. Observé a Aiden y Leah
mientras se relajaban al sol, a Bryce jugando a la pelota con
uno de los hijos de su hermano y guiñándome un ojo cada vez
que podía.
Dane y Xander estaban sentados a mi lado, aparentemente
tranquilos, disfrutando de la fiesta mientras permanecían cerca
de mí. Había llegado a comprender que harían cualquier cosa
por mí. Por el mío y el de la niña que estaba a punto de nacer.
Aquel día, la pequeña que llevaba en el vientre me daba
muchas patadas, pero estaba demasiado contenta para que me
importara. Todos saboreábamos el calor de un verano que
acababa de empezar, la promesa del futuro flotando en cada
soplo de viento.
Ni siquiera el motivo que nos había llevado hasta allí podía
mellar el momento.
“He oído que la Universidad de Yale ha rechazado a Owen.
El karma existe de verdad”, me había dicho Leah, unos
minutos antes, riendo entre dientes, con los ojos brillantes.
Owen Prescott, la sombra de nuestro pasado, ya no
importaba. Lo habíamos dejado atrás como una figura lejana
que se ve a través del retrovisor, mientras que delante
teníamos únicamente un camino luminoso, abierto a todas las
posibilidades.
En el coche de Xander ya se había colocado una sillita que
Dane había elegido tras una minuciosa y sorprendente
búsqueda para determinar cuál era la más segura.
Afortunadamente, Xander siempre estaba dispuesto a pagar la
factura.
Cuando todos nos reunimos para escuchar un par de
discursos ñoños de nuestros seres queridos, intercambié
miradas con los tres chicos, estrechándoles la mano a cada uno
por turno.
La vida avanzaba de forma impactante y estábamos
preparados para ello. Ninguno de los pequeños problemas que
habíamos tenido en el instituto podría haber empañado aquel
momento.
Ay. Un dolor bastante fuerte en el abdomen sin embargo,
sí. Tuve que ajustar la silla para sentarme mejor después de
que pasara el repentino dolor y cada uno de mis increíbles
chicos me miró con una expresión de preocupación en el
rostro.
“No pasa nada”, les dije una vez que el dolor hubo
remitido.
Pensé que también se debía a toda la excitación que estaba
experimentando, pero cuando, unos minutos después, una
segunda oleada de dolor me sacudió, empecé a sentir pánico.
Cuando sentí que se me mojaban las piernas, mi ansiedad
se disparó. Aquel dolor agudo e intenso me hizo darme cuenta
de que había llegado el momento.
Me volví hacia los chicos, con los ojos muy abiertos.
“Dios mío. Creo que es hora de ir al hospital”.
Me agarré el estómago con las manos mientras otra
punzada me atenazaba.
Me miraron un momento con caras de preocupación, y
entonces Xander fue el primero en darse cuenta de que me
sujetaba torpemente el vestido, ya que estaba mojado.
Aquellos ojos azules nunca se habían alarmado tanto.
“¡Joder!”, exclamó, inusualmente agitado. “¡Es demasiado
pronto! El parto no está previsto hasta dentro de unas
semanas”.
“Ya lo sé”, exclamé dolida.
“Parece que al bebé no le importan las fiestas de
graduación ni lo que hayan planeado los médicos”, comentó
Dane con una sonrisa, claramente eufórico aunque estaba
muerto de miedo por mí.
“Sí, se parece a su mamá”, se burló Bryce, pasándome un
brazo por los hombros.
Otra punzada de dolor me hizo gritar y entonces cesaron
las bromas. Los tres chicos me ayudaron a subir al coche,
mientras Leah se apresuraba a despejar el camino entre la
gente.
El trayecto hasta el hospital fue confuso y, una vez allí,
continuó el caos. Por muy preparados que pareciéramos, por
muchos planes de contingencia que Xander nos hubiera
obligado a hacer, nada podía prepararnos para la extraordinaria
energía de la sala de partos. El médico y un puñado de
enfermeras nos guiaron hasta allí con perfecta calma. Los tres
chicos, vestidos con batas de hospital que chocaban
terriblemente con sus intentos de compostura, permanecieron a
mi lado cada segundo, tal y como yo sabía que harían.
A medida que las contracciones se intensificaban, Xander
intentaba recordarme estúpidas técnicas de respiración que
había visto en un vídeo de YouTube, Dane me ponía un
pañuelo húmedo en la frente y Bryce se las arreglaba de algún
modo para enganchar los cables del monitor de ultrasonidos.
En medio de todo aquel pandemónium, el médico anunció que
era hora de empujar con fuerza.
Tras unos cuantos empujones, una última explosión de
fuerza y voluntad, y muchos gritos de los chicos y el médico,
nuestra bebé hizo su entrada triunfal en el mundo; cuando me
entregaron aquel cuerpecito, delgado y vulnerable, en mis
brazos, las lágrimas corrieron por mi cara aún más
copiosamente que antes.
“Dios, es tan pequeña”, sollocé entre sus lamentos,
mientras contemplaba con extremo amor el rostro sonrojado y
arrugado de mi hija. Su cabeza estaba cubierta por un fino velo
de pelo rubio, igual que el mío ahora que ya no estaba teñido,
y cada pequeño movimiento suyo parecía un milagro.
Se hizo un extraño silencio en la sala de partos mientras
los chicos se maravillaban ante el milagro que tenían delante,
pasándosela unos a otros después de abrazarla lo suficiente.
Los ojos de Bryce se abrieron de par en par con asombro, el
comportamiento habitualmente estoico de Xander se
desvaneció en un instante y Dane, siempre atento, acunó al
bebé con toda la suavidad que pudo.
“Es perfecta”, susurró Xander.
“Fantástica”, coincidió Dane.
Bryce, entre lágrimas, dijo: “¿Y? ¿Crees que se parece a
mí o no?”.
Incluso en el momento más importante de todas nuestras
vidas hasta ese momento, todos conseguimos reírnos.
Eso era, en parte, por lo que me encantaban aquellos
chicos.
En los momentos de tranquilidad que siguieron, hablamos
de nuestro futuro. Xander nos dijo que ahora que se había
licenciado, su fondo fiduciario se había hecho efectivo
definitivamente e insistía en pagar los gastos futuros.
“Podríamos alquilar un piso en Boston y reunirnos allí de
vez en cuando, cuando estéis libres de vuestros estudios en
vuestras universidades”, proclamó, mientras acunaba con
cuidado a la recién nacida. “Algo lo bastante grande para los
cinco y cerca del campus”.
Le habían admitido en Harvard, por supuesto.
Con todas las hormonas desbocadas luchando aún por
estabilizarse en mi organismo, el mero hecho de pensarlo me
hizo llorar de nuevo.
“Estoy muy orgullosa de ti, Xander”, le susurré. “Y ella
también estará orgullosa de ti”.
Bryce había conseguido una beca para jugar al fútbol en
una universidad lo bastante cercana a Harvard como para que
pudiéramos vernos con suficiente frecuencia. Dane pensaba
quedarse conmigo y la niña, ayudándome mientras él intentaba
perseguir su sueño de convertirse en escritor, aunque insistía
en que contribuiría al coste del alquiler trabajando de vez en
cuando en algún garaje.
Mi camino profesional seguía siendo incierto, aunque
sabía que cuando la bebé creciera un poco, volvería a estudiar
en la universidad. Seguía queriendo hacer algo relacionado
con los caballos y, aunque aún no había identificado la carrera
perfecta a la que dedicarme, todavía tenía tiempo.
Con los chicos a mi lado, aunque fuera a tiempo parcial,
tendría libertad para explorar mis pasiones, al tiempo que
disfrutaba de los primeros momentos de la maternidad. No
tenía ninguna duda de que, con su ayuda y mi pequeña a mi
lado, encontraría el camino correcto.
“¿Cómo la vas a llamar?”, preguntó Dane, frunciendo el
ceño. “¿Ya está decidido?”
“Personalmente, sigo apostando por Bryce Junior. ¡No me
mires así, cariño! Funciona muy bien para una niña aunque
suene a nombre de chico”, dijo riendo.
“¡No me jodas, tío! Alguna vez nos has oído sugerir
nombres como Danielle o Alexandra!” Replicó Xander, que
sin embargo se estaba riendo.
El calor de la bebé que tenía en brazos me devolvió a la
realidad.
“En realidad tengo una idea”, dije, acariciando aquella
cabezita con un dedo. Los chicos se pusieron en círculo
alrededor de la cama, esperando impacientes mis siguientes
palabras. “Estaba pensando en… Ruby, como ‘rubí’. Algo así
como mi nombre, Jade, aunque sea una piedra distinta. Creo
que es un nombre muy bonito”.
Cuando Dane empezó a emocionarse, supe que había
elegido el nombre adecuado.
Nuestra historia juntos, un poco extraña y ciertamente
poco convencional, no acabaría ahí. Aunque nos viéramos
menos, debido a los compromisos de cada uno, seguiríamos
viéndonos mientras criábamos a la pequeña Ruby con amor y
amistad.
En cualquier caso, los cinco seguiríamos estando unidos en
todo momento y, a medida que avanzábamos hacia el futuro,
no podía evitar sentir una sensación de gratitud por todo lo que
había ocurrido.
No quería que fuera un “felices para siempre”, porque
éramos demasiado jóvenes e inexpertos para ese tipo de
relación, y además todos queríamos conseguir algo importante.
Sin embargo, en mi interior, sentía con fuerza que era el
primer paso para convertirme en una persona mejor, una mujer
y una madre que enseñaría a su hija que las mentiras no
cambian las cosas, sino que solo pueden empeorarlas.
Gracias por leer ‘Basta de Mentiras’. Espero que te haya
gustado.
Descubre aquí “Mis Tres Papis Maestros“, el siguiente libro
de la serie.
MIS TRES PAPIS
MAESTROS (AVANCE)

Blurb
Se suponía que era un trabajo sencillo como modelo de
trajes de baño…. Sin embargo, mis tres jefes me obligan a
ponerme de rodillas y me piden que haga algo extra.
Uno de ellos es el papá de mi bebé…. y ni siquiera lo sabe.
¿De dónde saqué la idea de aceptar un trabajo de modelo y
ponerme encima un biquini? Ya lo había hecho antes, pero
ahora mi vida es tan diferente… Cuando me contrataron, era
simplemente una madre soltera tratando de llegar a fin de mes.
Ahí está Harper, un multimillonario alto, tatuado, serio y
guapo que quiere cambiar el mundo.
El Playboy Desi es un estilista guapo y despreocupado que me
toma el pelo sin descanso y me hace querer más…
Y también está Silver, el irresistible fotógrafo tan encantador
y misterioso que se encarga de la sesión de fotos.
Quizá me equivoque… pero creo que los tres me desean.
Sé que no es apropiado mezclar los negocios con el placer….
Mi principal preocupación siempre ha sido ganar lo suficiente
para mantener a mi hija, pero justo cuando estos tres
multimillonarios del mundo de la moda empiezan a colmarnos
de atenciones a mí y a mi pequeña, me doy cuenta de que
quizá mi vida está cambiando.
Cada vez que tengo ocasión, me entrego a mis irresistibles
jefes…. y en poco tiempo se enciende tal pasión entre nosotros
que me encuentro con un bebé en camino…
Y no tengo ni idea de quién es el padre entre los tres.
1
LUNA

“L o siento, pero no te creo”.


Aquellas palabras me golpearon como el primer
chorro de una ducha fría en un caluroso día de verano.
Necesité todo mi autocontrol para mantener una sonrisa en el
rostro mientras el creciente calor de la taza que sostenía
amenazaba con quemarme.
“Puedo asegurarle”, respondí tan suavemente como pude,
“que definitivamente he utilizado leche de avena”.
“Te estaba observando”, replicó la clienta, “y no te he visto
utilizar ese paquete de avena en absoluto”.
El tono de su voz encajaba perfectamente con la manera en
que me señalaba apuntándome con un dedo con sus bien
cuidadas uñas azules. La áspera arrogancia de su tono era
evidente y, mientras nos mirábamos fijamente, me di cuenta de
que no tenía ninguna posibilidad de ganar aquella discusión.
Aunque hubiera preparado otra ante sus ojos, no habría sido
suficiente. A juzgar por sus labios apretados y el mechón rubio
de su pelo, estaba bastante segura de que simplemente estaba
intentando polemizar.
“Señora, como puede ver, hoy estamos muy ocupados y
tengo que preparar varias bebidas al mismo tiempo”.
“¡Ese no es asunto mío!”, interrumpió ella con tal
impaciencia que tuve que luchar contra el repentino impulso
de arrojarle la copa y salir corriendo.
“Lo entiendo, simplemente intento explicar que antes,
cuando me viste, estaba preparando otras bebidas y no su
capuchino…”.
“No me importa”, volvió a interrumpirme.
Su voz aguda hizo que varios clientes que estaban allí
sentados levantaran la vista de sus bebidas y comidas para ver
el alboroto. Joder. Ya me dolían los músculos de la cara por
mi sonrisa forzada y mantenerla delante de la clientela era aún
más difícil.
“Quiero otro capuchino. Esta vez bien hecho”.
Sus grandes ojos se entrecerraron tras las gafas y durante
unos segundos pensé en arrastrarla hasta el mostrador y dejar
que viera de cerca cómo lo preparaba.
Aquella fantasía sería mi única venganza de aquel día.
“Enseguida, señora”.
No se me escapó la sonrisa victoriosa que se curvó en sus
labios cuando me aparté, y entonces la imagen se me quedó
grabada en la mente mientras abría la leche de avena: puede
que estuviéramos ocupadas, pero había preparado aquel
capuchino correctamente, y ahora estaba preparando otro. En
la cola que se había formado detrás de la señora ‘Leche de
Avena’, durante su pequeña perorata, se oían murmullos de
insatisfacción por la prolongada espera. El murmullo hizo que
una oleada de calor ardiente y avergonzado me subiera por la
nuca y me bajara por la columna vertebral.
Pasar todas las horas que podía trabajando hasta la
extenuación sirviendo café y pasteles a la élite empresarial de
Chicago no era la forma en que quería pasar mis días, pero
seguía siendo un trabajo. Un empleo en el que había puesto mi
corazón y mi alma durante los últimos cinco años, únicamente
para llegar a fin de mes. Sin embargo, cada vez que me
enfrentaba a alguien como aquella señora - alguien que se
complacía en hacer más duro el trabajo de los demás para su
propio placer perverso - me hacía pensar en mi tasa de
supervivencia si dejaba el trabajo y vivía a base de fideos
enlatados hasta el fin de mis días.
Una fantasía egoísta que, sin embargo, no tenía en cuenta a
mi encantadora hija Hazel y su odio a los fideos…
El deseo de algo mejor ardía más y más cada día que
pasaba.
Preparando de nuevo el capuccino, me volví hacia la
clienta y le ofrecí la bebida con la misma sonrisa falsa
dibujada en mi rostro. Ella resopló y abrió su elegante bolso
negro que probablemente costaba más que todo mi sueldo
mensual.
“Podrías aprender un par de cosas de lo ocurrido”, dijo con
severidad. “Si hubieras hecho el trabajo correctamente la
primera vez, no habríamos tenido que quedarnos todos
esperando a que arreglaras tu error. Al final era cuestión de
hacer café y mancharlo con leche de avena, ¿tan difícil puede
ser?”. A sus palabras siguieron estruendosas carcajadas, un
sonido melodioso que hacía juego con la naturaleza sacarina
de sus palabras.
Lancé una rápida mirada a lo largo de la fila con toda la
disculpa que pude reunir, pero no vi ninguna mirada
compasiva. Claro que no, aquella gente era toda igual.
Paseaban por la ciudad con sus buenos trabajos, sus bonitas
ropas, y ni siquiera les sobraban cinco minutos para hacer
cola.
“Deberías tener más cuidado”, continuó la mujer, mientras
el calor avergonzado de antes se iba convirtiendo poco a poco
en ira mezclada con tensión en mi pecho. “Te hago un favor
viniendo a tomar café aquí en vez de a la oficina. Sin gente
como nosotros, las pequeñas cafeterías como esta quebrarían.
¿Y te parece aceptable intentar envenenarme con productos
lácteos?”.
Arrojó unas monedas sobre el mostrador con tanta fuerza
que una rebotó contra la dura superficie antes de rodar por el
borde y golpear en algún lugar del suelo.
“Pues no voy a recogerlas por usted”, exclamé. Sus ojos
brillantes se entrecerraron una vez más, momento en el que la
ira que se había ido acumulando en mi pecho se disparó. Mi
falsa sonrisa desapareció.
“Sin gente como usted, este mundo sería mejor”, continué.
“¡Luna!”
Una voz chillona y soleada, con un ligero matiz de acento
francés, rompió mi reacción explosiva y una mano cálida se
posó en mi hombro.
Me giré y vi a Cerise, mi mejor amiga y compañera, a mi
lado. Antes de que pudiera reaccionar, me quitó de la mano mi
café macchiato, que en principio iba a ser un capuccino, y lo
depositó sobre el mostrador.
“Aquí tiene su bebida, señora, ¡que tenga un buen día!”,
dijo alegremente mientras su mano se enganchaba a mi codo y
me arrastraba unos metros lejos del mostrador.
“Cerise…”, empecé y mi pecho se tensó como el
chasquido de una goma elástica cuando la ira que estaba a
punto de descargar sobre aquella horrible mujer se congeló sin
tener adónde ir.
“Luna…”, me amonestó Cerise con suavidad, “… lo sé.
Son unas personas terribles con unas exigencias terribles, pero
si hubieras seguido gritándoles, Dickie se habría cabreado
contigo antes de tiempo. De todos modos, tienes mal genio,
jovencita. Tan enmarañado como tu pelo”.
En aquel momento, una pequeña carcajada brotó de mi
garganta y rompió la tensión de frustración que sentía. Cerise
se refería, por supuesto, a mi llameante pelo.
Ante la mención de Dickie, miré el reloj de la pared y
suspiré.
“Mierda”, Cerise tenía razón. Había tardado días en
convencer a mi jefe, Dickie, de que me dejara salir temprano
aquel día para coincidir con la salida anticipada de mi hija de
la guardería.
La alegre voz de Cerise llenó la cafetería cuando empezó a
disculparse por la espera y a tomar rápidamente los pedidos de
la descontenta cola de gente. Me despedí y salí corriendo por
las puertas dobles grises que daban a la parte trasera de la
cafetería.
Cerise siempre me había apoyado, desde que me encontró
sollozando en los cubos de basura, dos semanas después de
que empezara a trabajar allí. También había sido muy amable
cuando le conté que no tenía ni idea de cómo iba a poder
comprar ropa de bebé para mi hija, después de que Dickie me
hubiera negado un anticipo de mi sueldo. Al día siguiente
había llegado al trabajo y ella me había prestado algo de
dinero, que luego le había devuelto, con el que podría haber
comprado todo lo necesario para mi niña. Nunca había estado
tan agradecida a nadie por un gesto tan amable y desde
entonces nos habíamos convertido en mejores amigas.
Entré en el cuarto de baño, cerré la puerta tras de mí y me
hundí en el asiento helado con un gemido. Mi corazón empezó
a ralentizarse en ausencia del bullicio del bar. Respiré hondo
unas cuantas veces y la tensión que me quemaba por dentro
empezó a aliviarse.
¡Joder!
Había perdido casi por completo la compostura y algo así
podría haberme hecho perder fácilmente el trabajo. Si lo
hubiera perdido, habría tenido que volver a trabajar en el sitio
de blogs para el que trabajaba como autónoma como único
ingreso, y eso desde luego no habría sido suficiente para vivir.
“Vamos, Luna”, suspiré, “mantén la calma”, me dije.
Solo había sido una clienta pesada. Una hora más y me
habría ido.
Rebusqué en el delantal y saqué el smartphone. Si tenía
alguna posibilidad de llegar a tiempo a la guardería, tendría
que llamar a un taxi, un gasto en el que no quería incurrir, pero
que, en aras de llegar a casa de Hazel antes de que se
marchara, sería imprescindible.
Abrí la aplicación para llamar a un taxi, añadí mis datos,
hice la solicitud y esperé la confirmación de la reserva. Sin
embargo, cuando miré la pantalla, algo nuevo llamó mi
atención.
New Leaf
Un temblor de consternación me recorrió las entrañas
cuando abrí el correo electrónico.

E STIMADA SEÑORITA L UNA Q UINN ,


Espero que le llegue este e-mail.
Le ruego que disculpe mi franqueza, pero le escribo en
relación con una oportunidad de modelaje que creo que
podría ser extremadamente lucrativa para ambos. Me
encontré con su cuenta de Instagram y me fascinaron sus
fotos.
Por si no nos conoces, me llamo Harper Saunders. Soy
diseñador jefe y copropietario de New Leaf. Somos una marca
de ropa de prestigio especializada en lencería, trajes de baño
y mucho más para quienes necesitan un pequeño impulso de
confianza. Cada año producimos varios calendarios con fines
benéficos. En estos calendarios aparecen las modelos de ese
año. Si por casualidad nunca nos has visto en las tiendas, he
incluido algunos enlaces en este correo electrónico para que
eches un vistazo.
Comprendo que pueda parecer un poco insistente, pero
creo que su estilo y seguridad al posar pueden realzar
realmente la marca New Leaf. Si estás interesada, me gustaría
proponerle una entrevista en nuestra oficina del centro de la
ciudad para hablar más a fondo de esta oportunidad.
Dicha oportunidad incluiría un viaje de tres semanas con
todos los gastos pagados a una de nuestras localizaciones
fotográficas en la playa, así como el reembolso de cualquier
trastorno que esto pudiera causar en su vida cotidiana. He
visto en algunas de las fotos que tiene una hija pequeña, por
lo que también se incluirá el cuidado infantil, y al final del
viaje se le pagará un total de 1.000.000 $.
He introducido mis datos a continuación y espero recibir
una respuesta.
Mis mejores deseos,
Harper Saunders
Director General de New Leaf

¿¡U N millón de dólares!? Era una broma, ¿verdad?


Leí el correo electrónico varias veces, incapaz de
comprender lo que estaba leyendo. ¡¿Harper Saunders, ese
Harper Saunders, me había enviado un e-mail?! ¿El
multimillonario director general de una de las marcas de moda
más famosas del mundo me había escrito? ¿Y por qué a mí?
Comprendí que aquella marca también necesitaba modelos no
profesionales para demostrar a la gente que lo que creaban era
apto para todo el mundo, pero no, eso no era posible. Tenía
que ser un mensaje falso.
A pesar de mis dudas, comprobé rápidamente el remitente
del correo electrónico y toda la información adjunta y la
comparé con el sitio web de la empresa New Leaf, y todo
coincidía.
Maldita sea, ¡era verdad!
Había estado siguiendo a New Leaf en todas sus redes
sociales desde que me había topado con uno de sus programas
benéficos, no mucho después de que naciera Hazel. Me
atrajeron de inmediato porque exhibían lencería y ropa interior
para madres que ya no se sentían sexis después de sufrir un
cambio tan importante en su cuerpo. Algunas de sus
fotografías se habían convertido incluso en una fuente de
inspiración para mí.
Antes del nacimiento de Hazel, el modelaje no profesional
había sido mi pasión, pero el embarazo había obstaculizado
definitivamente mis planes. Había intentado recuperar la
confianza en mí misma en mi perfil de Instagram. Al tener
unos cuantos followers, no podía quejarme, pero la idea de que
aquellas fotos pudieran atraer la atención de Harper Saunders,
eso no.
“Es imposible que sea así de verdad”, exclamé en voz alta
y volví al correo electrónico, releyéndolo varias veces más.
Entonces volví a pensar en el beneficio: un millón de
dólares.
¡Un maldito millón de dólares!
Un correo así, escrito por un director general
multimillonario… vamos… tenía que haber trampa.
Los hombres ricos como él seguro que tenían asistentes y
secretarias para ese tipo de cosas, ¿no?
Sin embargo, daba igual cuántas veces lo comprobara,
pues toda la información seguía siendo la misma y todo lo que
ofrecía parecía auténtico.
¿Estaba soñando? Por supuesto. Era demasiado bueno
para ser verdad.
“¡Luna!” Un golpe seco de nudillos contra la puerta del
baño me devolvió de nuevo a la realidad, pero incluso cuando
el tono de voz cabreado de mi jefe traspasó la puerta, el correo
electrónico permaneció en mi teléfono mirándome fijamente.
“¡Luna! Llevas diez minutos meando, ¡vuelve al puto
trabajo!”.
De repente, la perspectiva de tener que volver a salir para
enfrentarme a mi mandona y a una sala llena de gente mucho
más rica que yo me resultó agotadora, así que bajé la mirada
hacia el correo electrónico.
La tentación iba en aumento.
“¡Luna!”, mi jefe volvió a llamar rápidamente a la puerta.
“Enseguida voy”, respondí lo más educadamente que pude.
Aún necesitaba aquel trabajo para ganarme la vida
decentemente.
Mientras tiraba de la cadena para demostrar que había ido
al baño a por algo, volví a guardarme el móvil en el bolsillo,
mientras el e-mail se me quedaba grabado en la mente.
Solo era una entrevista, ¿no?
Abrí la puerta del baño y me encontré cara a cara con mi
jefe, cuyas mejillas barbudas se transformaron en una sonrisa
desdentada cuando se cruzó con mi mirada.
“¡Ya era hora! No te pago para que finjas trabajar”.
“Lo siento, Dickie”.
Le dediqué mi sonrisa más dulce y pasé junto a él,
evitando por los pelos la habitual palmada en el trasero que le
encantaba dar a cualquiera que llevara falda.
Solo era una entrevista… y la perspectiva de algo distinto
a donde ya trabajaba era emocionante, a pesar de mi
incredulidad.
Si hubiera dicho que sí… ¿Qué habría sido lo peor que
podría haberme pasado?
Fin de la vista previa. Lee la historia completa aquí.

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