Hume Por Carpio
Hume Por Carpio
Hume Por Carpio
ADOLFO CARPIO
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La inducción es el razonamiento que va de lo individual a lo general -observando lo que ocurre con
un cuerpo sometido a la acción del calor, y luego con otro, y con otro, etc., se termina por llegar al
juicio universal: "el calor dilata los cuerpos". La deducción, en cambio, sigue el camino inverso: de
lo universal a lo particular o singular -por ejemplo, el silogismo lógico "todos los hombres son
mortales, Sócrates es hombre, por lo tanto, Sócrates es mortal".
sutileza que convierten sus análisis en piezas maestras de la argumentación filosófica;
sus profundas críticas a los dos principales conceptos de que se valía el racionalismo,
los conceptos de causalidad y de substancia (lo veremos más adelante), preparan el
camino para las investigaciones de Kant.
Como filósofo empirista. Hume sostiene que todo conocimiento en última
instancia procede de la experiencia; sea de la experiencia externa, vale decir, la que
proviene de los sentidos, como la vista, el oído, etc. Estas son las llamadas
“impresiones”. Dice Hume:
“Con el término impresión significo, pues, todas nuestras percepciones más vivaces cuando
oímos o vemos o palpamos o amamos u odiamos o deseamos o queremos. Y las impresiones
se distinguen de las ideas -que son las percepciones menos vivaces de que somos conscientes
cuando reflexionamos sobre cualesquiera de esas sensaciones o movimientos antes
mencionados”
Ahora bien, tanto las ideas cuanto las impresiones pueden ser a su vez
complejas o simples, según que se las pueda descomponer (complejas) o no (simples).
En definitiva, todos nuestros conocimientos derivan directa o indirectamente de
impresiones. Incluso las ideas o nociones más complejas, aquellas que -por lo menos
ante un primer examen- parecen más alejadas de la sensibilidad, en definitiva, si
observamos y nos fijamos bien, provienen también ellas de impresiones. Por ejemplo,
me puedo hacer la idea de una montaña de oro, dice Hume, y podría creer que se trata
de un hecho originario de mi mente; pero no es difícil darse cuenta de que no se trata
de una percepción originaria, sino que es simplemente el resultado de una
combinación operada por mi mente, que ha unido la idea de oro, de un lado, con la de
montaña, por el otro, ideas que yo poseía ya de antes y que derivan de impresiones.
Según esto, entonces, la mente humana no tiene otra posibilidad como no sea la de
mezclar o componer, dividir o unir los materiales que las impresiones suministran. Y
en esta actividad la mente no responde a otra legalidad que a la de las leyes de
asociación de las ideas. Según Hume, son tres: asociación por semejanza, asociación
por contigüidad en el tiempo y en el espacio, y asociación por causa y efecto.
Por ejemplo. la idea de Dios es la idea de un ente infinitamente sabio,
infinitamente poderoso, infinitamente bueno, etc. Hume se pregunta de dónde procede
tal idea, y observa que ella no es más que la reunión y multiplicación al infinito de
ideas de cualidades características de nuestro propio ser. Pues mediante la reflexión
me doy cuenta de que poseo algunos conocimientos, un cierto saber; la reflexión me
permite también observar en mí cierta capacidad para hacer cosas, un cierto poder; y
me percato asimismo, de la misma manera, que hay en mí cierta bondad. Multiplico
luego al infinito la idea de saber, y obtengo la idea de sabiduría infinita y perfecta;
hago lo mismo con la idea de poder, y formo la idea de poder infinito u omnipotencia;
y extendiendo igualmente la idea de bondad, llego a forjarme la idea de bondad
absoluta y perfecta. Enlazo por último estas tres ideas -omnisciencia, omnipotencia y
bondad suma- en una sola idea compleja, y entonces tendré formada la idea de Dios.
En tanto que para Descartes la idea de Dios era una idea innata, que el hombre no es
capaz de producir. Y mientras que el filósofo francés se sentía forzado a sostener que
a esa idea correspondía en la realidad un ente efectivamente existente, Hume se limita
tan sólo a comprobar que de hecho tenemos tal idea, pero que, por el momento al
menos, no es sino una idea más, sin ningún privilegio respecto de las otras, y
comparable por tanto a la idea de centauro, a la de sirena o a la de montaña de oro.
Quizás a la idea de Dios corresponda una realidad, es posible que haya Dios (como
tal vez haya sirenas en algún remoto lugar del océano), pero también es posible que
no exista; por lo tanto, Dios no es por lo pronto, según Hume, nada más que una mera
idea.
Conocimiento demostrativo y conocimiento fáctico
Hume distingue dos tipos respectivamente, de ciencias. Por una parte,
fundamentales de objetos de conocimiento y, posible objeto de conocimiento lo
constituyen las relaciones entre las ideas: éste es el tema de las matemáticas ciencia
demostrativa -es decir, que se vale tan sólo de la razón-, cuyas verdades son necesarias
(a priori), no dependen para nada de la realidad, sino que se fundan exclusivamente
en el pensamiento. Dice Hume:
“La proposición: el cuadrado de la hipotenusa es igual a los cuadrados de los dos
lados expresa una relación entre estas figuras. Tres veces cinco es igual a la mitad de treinta
expresa una relación entre estos números. Las proposiciones de esta clase pueden descubrirse
por el mero trabajo del pensamiento, sin que dependan de algo existente en alguna parte del
universo. Aunque en la naturaleza no hubiera jamás un círculo o un triángulo, las verdades
demostradas por Euclides siempre conservarían su certeza y evidencia”.
El otro género de conocimientos es el que se refiere a los hechos (matters of
fact), a cosas existentes (existences), y es evidente que se trata de un tipo de saber
muy distinto desde el momento en que sus afirmaciones son siempre contingentes, no
necesarias (a posteriori). Dice Hume:
“La segunda clase de objetos de la razón humana, los hechos, no son descubiertos del
mismo modo, ni nuestra evidencia de su verdad; por más grande que sea, es de naturaleza
igual a la anterior. Lo contrario de todo hecho es siempre posible, porque nunca puede
implicar contradicción. La afirmación el sol no saldrá mañana no es menos inteligible y no
implica mayor contradicción que la afirmación mañana saldrá. Sería en vano, pues, tratar de
demostrar su falsedad”.
Este tipo de conocimientos referentes a la realidad no ofrecen propiamente el
sol, lo vimos ayer, anteayer, etc. Pero ocurre que problema alguno en la medida en
que estén constituidos tan sólo por impresiones o recuerdos -vemos hoy salir
constantemente vamos más allá de las impresiones mismas, y aun de los recuerdos,
para hacer afirmaciones concernientes al futuro, a algo de lo que no hay ni impresión
ni recuerdo, como cuando se afirma que "el sol saldrá mañana". ¿Qué es, se pregunta
Hume, lo que nos permite ese pasaje? Dice Hume:
“Todos los razonamientos que se refieren a los hechos parecen fundarse en la relación
de causa y efecto. Sólo mediante esta relación podemos ir más allá de los datos [evidence]
de nuestra memoria y de los sentidos. [...] Un hombre que encuentra un reloj o cualquier otra
máquina en una isla desierta sacará en conclusión que alguna vez ha habido hombres en la
isla” Por lo tanto es preciso investigar esta idea de causalidad”.
La idea de causalidad es de enorme significación, como el mismo Hume se
apresura trata de una noción que se nos impone y empleamos constantemente. Por
ejemplo, nos encontramos en una habitación a obscuras y oímos una voz;
inmediatamente suponemos que esa voz proviene de una persona, pues a nadie se le
ocurriría imaginar que esa voz no procede de alguien que la ha emitido. Establecemos
entonces un enlace causal entre la voz (efecto) y la fuente productora (causa). De
modo semejante, esperamos en el futuro que las mismas causas irán acompañadas por
los mismos efectos; que, por ejemplo, si pongo la mano en el fuego, me quemaré. Y
es obvio que sin este tipo de previsiones, la vida humana no podría desenvolverse de
manera adecuada. El agricultor siembra los granos esperando que luego habrán de
producir su fruto, tal como hasta ahora ha ocurrido. La importancia de esta idea de
causalidad, pues, es patente, incluso en las manifestaciones más corrientes de la vida
cotidiana. Ahora bien, se trata de una idea compleja, en la que el análisis revela cuatro
elementos o componentes, a) Ante todo un primer hecho, lo que llamamos "causa",
que inicia el proceso, b) En segundo lugar, otro hecho, como término del proceso
causal, y que es lo que se llama "efecto", c) En tercer lugar, una cierta relación
temporal entre a) y b), a saber, una sucesión: primero aparece la causa, más tarde el
efecto, d) Por último, para que pueda hablarse de relación causal, el primer hecho
tiene que producir el segundo, o, dicho con otros términos, el primer hecho posee una
cierta fuerza o energía que hace que aparezca el segundo, y ello de tal manera que,
dado el primer hecho, el otro necesariamente tiene que darse; la relación de
causalidad, pues, y esto es lo esencial, es una relación de conexión necesaria. Un
ejemplo aclarará lo dicho, y a la vez permitirá comprender la crítica de Hume.
Tómese el caso más sencillo que pueda ocurrírsenos: En una mesa de billar,
una bola en movimiento se dirige hacia otra, que se encuentra en reposo; la golpea, y
entonces también se mueve la segunda bola. Se dice entonces que el movimiento de
la primera es la causa del movimiento de la segunda. Pues bien, lo que ahora
corresponde hacer, según las premisas de Hume, es comprobar si cada uno de los
cuatro elementos encontrados en la idea de causalidad tiene su correspondiente
impresión, o no a) Sobre la base del ejemplo anterior, está claro que hay impresión
del primer hecho, porque veo la primera bola en movimiento, b) Y es obvio que lo
mismo ocurre con el segundo hecho: también percibo el movimiento de la segunda,
c) En tercer término, también se percibe la sucesión: primero se observa un
movimiento, el otro se lo percibe más tarde, d) El problema, en cambio, aparece con
el cuarto factor, que sin embargo -es preciso observarlo- es el que tiene mayor peso o
importancia en la cuestión, porque constituye la esencia misma de la causalidad; sin
él, en efecto, nos encontraríamos con una mera sucesión, no con una conexión causal,
pues ésta requiere, además de la sucesión, que el segundo hecho sea necesariamente
producido por el primero. Y bien, ¿hay impresión de la conexión necesaria del primer
hecho con el segundo?
¿Percibo, o percibe alguien, que el primer hecho produce el segundo? O, para
expresarnos con el lenguaje de la física, que constantemente emplea el concepto de
causa, y según la cual hay una fuerza, o energía cinética, que se transmite de una bola
a la otra, ¿vemos u oímos la fuerza? ¿la olemos, palpamos o saboreamos? ¿Tenemos
impresión de ella? Hay impresiones visuales de rojo, azul, verde, etc., y auditivas de
sonidos y ruidos, y táctiles de lo duro o lo blando, etc., pero no hay impresión ninguna
de fuerza o conexión necesaria, no hay absolutamente ninguna impresión de que el
movimiento de la segunda bola resulte necesariamente del movimiento de la primera,
de que ésta transmita a aquella alguna fuerza. Sostiene Hume:
“Cuando miramos los objetos externos a nuestro alrededor, y consideramos la acción
de las causas, ni en un solo caso somos capaces de descubrir alguna fuerza o conexión
necesaria, alguna cualidad que ligue el efecto a la causa y que hace que el uno sea la infalible
consecuencia de la otra. Sólo encontramos que el primero realmente, de hecho, sigue a la
otra. El impulso de una bola de billar va acompañado del movimiento de la segunda”.
La experiencia nos muestra sólo sucesiones -que después del movimiento de la
primera bola ocurre el segundo-; pero no nos enseña absolutamente nada más. No nos
dice, en modo alguno, que entre los hechos haya una relación necesaria tal que, dado
el primer hecho, forzosamente tenga que ocurrir el segundo
que esta persona ha adquirido más experiencia y que ha vivido tanto tiempo en el
mundo que ha observado que los objetos o sucesos familiares están constantemente
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ayuntados.
La experiencia, las repetidas observaciones, le han permitido notar que los dos
hechos del ejemplo, el movimiento de una bola de billar y el de la otra, han estado
siempre acompañados o ayuntados (conjoined); que constantemente un hecho ha
seguido al otro; en un caso, en dos, en cien, en todos los casos que han caído bajo su
observación. Y entonces, como consecuencia de toda esta experiencia, después de haber
visto muchas veces que cuando una bola de billar golpeaba a otra la segunda se movía,
ocurre algo nuevo en su espíritu: que si ahora, una vez más, ve una bola de billar en
movimiento dirigirse hacia otra, concluirá, antes de ver lo que va a suceder, que la
segunda bola también se va a mover:
Nuestro hombre ha observado multitud de casos en los cuales una bola de billar
golpea a otra y la segunda se mueve, y se pregunta entonces Hume si esa persona,
después de haber visto tal número de casos, ve, en rigor, algo más que lo que había visto
en la primera ocasión. La primera vez, cuando apareció de repente en el mundo, no vio
más que sucesiones; ahora, después de la observación de muchos casos, ¿ve acaso algo
más? Es evidente que no, que no hay ninguna nueva impresión. Ni tampoco hay nada con
que la razón pueda haber contribuido, según se mostró más arriba. Y, sin embargo, ahora
el personaje del ejemplo hace algo que antes no había podido hacer: con sólo ver el
primer movimiento, infiere el segundo. ¿Qué ha ocurrido, entonces, para que pueda
24
op. cit., sec. V, parte I, p. 42 (trad. p. 84).
25
loc. cit.
26
loc. cit.
27
loc. cit.
Parece, pues, que esta idea de una conexión necesaria entre los sucesos surge
de casos similares en que ocurre la ayuntación constante de estos sucesos, ya que
ninguno de estos casos [por sí solo] puede sugerirnos esa idea, aunque fueran
examinados por todos sus costados y desde todos los ángulos. Pero en un número de
casos que se suponen similares, no hay ninguna diferencia con cada uno de los casos
aislados, salvo que después de una repetición de casos similares el hábito conduce al
espíritu, al aparecer un suceso, a esperar su acompañante usual y a creer que existirá.
Por tanto, esta conexión que sentimos en el espíritu, esta acostumbrada transición de la
imaginación de un objeto a su acompañante usual, es el sentimiento o impresión a partir
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de la cual formamos la idea de fuerza o de conexión necesaria. Eso es todo.
28
op. cit. , p. 43 (trad. pp. 84-85).
29
op. cit. , scc. VII, parle II, p. 75 (Irad. p. 126, retocada).
Si [la idea de substancia] nos fuese comunicada por nuestros sentidos, pregunto:
¿por cuál de ellos, y de qué manera? Si fuese percibida por los ojos, debe ser un
color; si por los oídos, un sonido; si por el paladar, un sabor; y lo mismo respecto
30
Treatise. lib. I, parte I, sec. VI, p. 16.
31
loc. cit. (trad. esp.. Madrid, Calpe, 1923, tomo I, p. 44, retocada).
32
The Letters of David Hume (ed. by J.Y.T. Greig. Oxford, At the Clarendon Press, 1932). tomo I, p. 94.
33
Treatise, lib. I. parte IV, sec. VI, p. 252 (trad. esp.. I, p. 390, retocada).
34
loc. cit. (trad. loc. cit., retocada).
35
loc. cit (trad. loc. cit.)
36
loc. cit (trad. loc. cit.)