Hatman - La Red Clandestina - Carlos Letterer
Hatman - La Red Clandestina - Carlos Letterer
Hatman - La Red Clandestina - Carlos Letterer
CAPÍTULO 0
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
Para Marga, sin cuya influencia mi vida
hubiera seguido siendo el descontrol que era.
Eres mi equilibrio, la luz que me guía,
el calor que me reconforta, la paz que me llena
y el genio que me inspira. Desde que te conocí,
el propósito de mi vida siempre ha sido intentar ser
mejor,
para que te sintieras orgullosa de mí.
.
AGRADECIMIENTOS
Tal y como siempre hago en todas mis novelas, el primero va dirigido a ti, mi
lector o lectora, por permitirme compartir mis historias contigo. Reconozco que
disfruto mientras escribo, y me encantaría saber que tú también lo haces cuando
las lees.
También quiero agradecer el interés de mi esposa, Margarita Ramos, de mis
amigos, Carlos Almoslino, Roser Pinsach, Nuria Santamaría y José Daniel
Rodríguez Alijas . Ellos han sido mis lectores cero.
Y reconocer la magnífica labor de Sonia Martínez Gimeno, mi correctora.
Espero que Hatman te guste y que, aunque yo nunca llegue a saberlo, pases
un buen rato mientras estás en ese sitio especial, ese lugar en el que te gusta
relajarte en compañía de un libro. Ese será mi mejor premio.
Mis más sinceras gracias.
Carlos Letterer
lectuepub2.com
CAPÍTULO 0
MILA
Mila no sabía lo que iba a cambiar su vida en las próximas horas. Después de
que su vuelo procedente de Londres tocara tierra en Madrid esa tarde, ella y
Nerea desembarcaron con un plan meticulosamente planeado. Sin el
conocimiento de sus familias, decidieron adelantar su llegada a España.
Anhelaban una noche de libertad, lejos del escrutinio de sus padres y sin las
ataduras de horarios. Era la oportunidad perfecta para entregarse a la diversión
sin límites, disfrutando al máximo y sin restricciones.
Mientras los padres de Nerea estaban ocupados en un viaje de trabajo, los
de Mila disfrutaban de un crucero por el Mediterráneo, programado para atracar
en Valencia el domingo y llegar a Madrid más tarde.
Las expectativas para aquella noche eran perfectas: fiesta y baile hasta el
amanecer. Mila pensó: «Y… ¿sexo?». Su sonrisa lo dijo todo.
Nada más entrar en la habitación de Nerea, ilusionadas por estar lejos de la
férrea disciplina del colegio inglés, sacaron la mayor parte de la ropa que tenía
en el armario. Mila, al instante, se enamoró de un vestido muy corto y ajustado.
Era de color blanco y se ceñía a su cuerpo como una segunda piel. Su amiga se
decantó por un suéter que marcaba su firme pecho y por una minifalda de piel de
color negro que la hacía irresistible.
En el estricto internado inglés en el que estudiaban el último curso antes de
ir a la universidad, estaban obligadas a vestir el recatado uniforme. Necesitaban
aquello como agua de mayo.
Se pidieron una pizza y, tras darse una ducha, se esmeraron en ponerse el
maquillaje adecuado.
***
***
La cabeza le daba vueltas. No era la primera vez que consumía alcohol o drogas,
pero se sentía muy extraña. Cristian, que estaba sentado a su lado, en el
reservado donde se habían tomado media botella de cava, puso una mano sobre
la suya y desplegó la irresistible sonrisa que la había encandilado una hora antes.
Aquel chico rubio, de azules y penetrantes ojos, era el mejor premio para la
noche loca que habían organizado. La cosa se estaba torciendo.
Mila miró hacia la pista de baile. Entre el tumulto pudo ver a Nerea.
Apoyada en una de las columnas que la rodeaban, se dedicaba en cuerpo y alma
a devorar la boca de una chica mulata que había saludado al entrar. Cuando
pensó en decirle que no se encontraba bien, escuchó la voz de Cristian.
—Mila, creo que es mejor que salgamos. Necesitas que te dé un poco el
aire.
Su voz, pausada y envolvente, la invitaba a una realidad que no podía
ignorar. Aceptó de inmediato.
—Sí, creo que será lo mejor. Estoy un poco mareada —reconoció.
Cristian tomó su mano y la ayudó a levantarse. Se aferró a ella, a su tabla
de salvación, y a duras penas consiguió hacerlo, mostrando cierto tambaleo. Él
se apresuró a sujetarla entre sus fuertes brazos. Se sintió segura.
Abrazada a él, avanzaron hacia la salida de la discoteca. Durante el
trayecto se desequilibró un par de veces. En una de ellas chocó con una chica
rubia, que la miró con reproche y le dio un ligero empujón. Unos segundos
después, apreció el fulgor del rótulo que cubría la entrada y sintió en su rostro el
frescor de la brisa nocturna de aquel viernes de finales de octubre.
Entre la neblina que se le empezaba a formar, miró a Cristian. Se alarmó al
ver que sacaba el móvil. Supuso que iba a llamar a una ambulancia, y pensó que
sus padres no podían saber que estaba en España. Si la llevaban a un hospital, se
acabarían enterando. Estaba a punto de pedirle que no lo hiciera, cuando le
escuchó decir:
—Ya estoy fuera. Te espero.
Cuando cortó la llamada, por si acaso, Mila le dijo:
—Por favor, Cristian, no pidas ninguna ambulancia. Solo estoy un poco
mareada —murmuró con dificultad, asimilando que le costaba pronunciar las
palabras.
—No te preocupes, preciosa. He llamado a Iris, que es enfermera —le
respondió mientras sonreía—. Le he pedido que salga y nos ayude.
Aquello la tranquilizó. Hasta que empezó a sentir aquel repentino malestar,
todo parecía ir de maravilla. Nerea había encontrado unos brazos en los que
desbordar su pasión y ella había conocido a Cristian. Marearse de esa forma no
entraba dentro de sus planes. No lo acababa de entender, no había bebido tanto
para estar tan mal.
Asumió que lo que Cristian decía tenía sentido. Además, Iris le había caído
bien. Fue quien la abordó.
***
Entabló conversación con ella, alabando el ceñido vestido blanco que delimitaba
su silueta. Mila, orgullosa, no le confesó que todo lo que llevaba puesto, incluso
la ropa interior, era de Nerea.
—Hola, soy Iris —le dijo con una sonrisa.
—Encantada, soy Mila —respondió, y le dio dos besos.
De repente, apareció un chico guapísimo y besó la mejilla a Iris. Mila notó
la intensa mirada que aquel dios del Olimpo le regalaba. Al principio pensó que
eran pareja, pero ella le dijo que solo eran amigos. Eso despertó su interés. Se
sentía muy atraída por aquel chico, y dada la férrea disciplina del centro
educativo, hacía tiempo que no tenía relaciones con un chico.
El último con el que había estado era el idiota de James, y acabó
quitándoselo de encima. Le parecía inmaduro, un cretino. Nada que ver con el
ejemplar que la acompañaba aquella noche. Su idea inicial de no desperdiciar la
ocasión de mantener sexo con aquel macho alfa se estaba yendo al garete. Cada
vez se encontraba peor.
***
ROSA PONCE
Rosa Ponce acababa de cumplir los veintidós años cuando se puso de parto y dio
a luz a Alejandra. Fue el 1 de agosto de 1986, tras un embarazo sin
complicaciones, a pesar de ser primeriza, todo fue como una seda. El personal
médico se extrañó de que aquella chica tan guapa no recibiera ninguna visita tras
el alumbramiento. Ni padres, ni pareja, ni hermanos… A pesar de ello, de esa
soledad, su cara era de radiante felicidad. No necesitaba a nadie. Aquella
preciosa niña que la miraba con los ojos más bonitos que había visto en su vida
era lo único que parecía importar.
La mañana posterior al nacimiento de Alejandra, una de las enfermeras,
que estaba recién salida de la facultad, se atrevió a preguntar por la ausencia del
padre. Curtida por años de experiencia, su compañera le dio un codazo. Rosa lo
advirtió. Estuvo a punto de llorar, pero se contuvo. Abrió su corazón y les dijo:
—Alejandra no tiene padre. Si el muy miserable no ha sido capaz de venir
a ver a su hija, no merece estar en nuestras vidas —aseguró con convicción. Al
momento, en un tono de voz que transmitía dolor y decepción, declaró—:
Tampoco perdemos mucho.
No la creyeron. «Aún está enamorada de él», pensó la veterana. Lo había
visto muchas veces, aunque nunca en una madre tan desolada como Rosa. No
recibiría ni un solo ramo de flores. Al salir de la habitación, tomó el móvil y
llamó a una floristería que les servía a menudo. Rosa y Alejandra se lo merecían.
***
***
Un futuro que cada vez se complicaba más, porque tres meses después del
nacimiento de Alejandra seguía sin encontrar trabajo. A pesar de la ayuda que
Encarna les prestaba, incluso económica, Rosa estaba desesperada. Menos mal
que la lactancia estaba funcionando muy bien, y sabía que la niña estaba bien
alimentada. Cada día le parecía más guapa. Encarna ratificaba su opinión.
Ella, por su parte, ya había recuperado aquella belleza natural que todo el
mundo apreciaba, lo avalaban los miles de comentarios que había escuchado en
sus cerca de veintitrés años. El último había sido hacía un par de semanas, y
ocurrió en la cafetería a la que iba a diario. Lo más curioso fue que vino de una
mujer. Coincidía con ella casi todos los días, era una dama muy elegante y
trajeada. Estaba sentada en la mesa de al lado y su voz, dirigiéndose a ella, la
sacó de su abstracción.
—Supongo que ya lo sabes, solo tienes que mirarte al espejo, eres una
mujer muy guapa. Permíteme decirte que tienes una belleza muy singular.
Rosa, agitando su pelo rubio y lacio al girarse hacia ella, le devolvió la
sonrisa. Al mirarla, sus inmensos ojos azules mostraron sorpresa y gratitud.
Pensó que ella también lo era, aunque con veinte años más. Rondaría los
cuarenta.
—Gracias —respondió halagada—. Tú también lo eres.
—¿Puedo sentarme contigo? —le preguntó la desconocida—. Te veo por
aquí muchas veces.
—¡Claro! Yo también te había visto. Me llamo Rosa —se presentó.
—Yo soy Olga. Encantada de conocerte —respondió, tendiendo su mano.
Olga se comportó de una forma muy agradable y educada. Le explicó que
se dedicaba al mundo de la moda, aunque no le dio demasiados detalles. Le
preguntó si tenía empleo, y Rosa le confesó que lo necesitaba, aunque le estaba
resultando muy complicado encontrarlo. El mayor problema residía en que tenía
un bebé de tres meses. Cuando lo mencionaba en las entrevistas de empleo, la
despachaban de forma rápida.
No hablaron de trabajo, pero quedaron en volver a verse al día siguiente.
En el mismo lugar y a la misma hora. Rosa era feliz. Había encontrado una
amiga. Adquirieron la costumbre de coincidir allí todos los días. Encarna se
quedaba con la niña, y ella disponía de una hora para tomarse un café y hablar
con alguien que no fuera la entrañable anciana.
Esa cadencia continuó durante un par de semanas. No obstante, un par de
días antes, había ocurrido algo desconcertante. Olga le dijo:
—Rosa, no te tomes a mal lo que te voy a decir. Por nada del mundo me
gustaría perder tu amistad, y me encantaría seguir compartiendo contigo este
ratito de café de cada tarde, pero quiero comentarte algo —confesó, con voz
grave y serena. Rosa se puso a la defensiva y entrecerró los ojos, recelosa y
sorprendida. Olga continuó—: No he sido del todo sincera contigo. En realidad,
no me dedico al mundo de la moda, aunque conozco a varias modelos. Trabajan
conmigo. —Hizo una pequeña pausa y dio un sorbo al cortado que se estaba
tomando—. Mi labor consiste en organizar encuentros entre caballeros muy
generosos y chicas especiales.
Rosa abrió los ojos como platos. Si lo había entendido bien, y tonta no era,
Olga se dedicaba a la prostitución.
—¿Tú te acuestas con…? —dejó la frase en el aire.
Vio la serena mirada de Olga mientras le confesaba:
—Ya no, pero hace unos años no me quedó más remedio. No obstante,
conozco a varias chicas que lo hacen. Yo las pongo en contacto con hombres que
requieren sus servicios.
—¡¿Sexuales?! —preguntó Rosa, abriendo los ojos como platos.
—Sí, por supuesto, aunque no siempre —admitió Olga—. Algunos solo
necesitan a alguien a quien llevar a una fiesta, o simplemente a cenar con ellos.
Pero no te voy a engañar, Rosa, casi siempre hay sexo.
—Y… ¿qué tiene que ver eso conmigo? Ni soy modelo, ni soy puta —dijo
un tanto ofendida. Negó con la cabeza y abrió un poco los brazos—. Olga, ¡solo
soy una madre!
—Las tres cosas son ciertas, Rosa. ¡Claro que eres una madre!, y hasta
donde yo sé, magnífica. Quieres a tu hija como a nada en el mundo. Yo no he
tenido la suerte de ser madre, pero lo veo en ti —declaró con sinceridad—. No
eres modelo, y… ¿puta…? Rosa, eres lo más lejano a una chica de alterne que he
visto en mi vida. Eres dulce, y tienes una voz envolvente y femenina. Derrochas
clase, aunque tu ropa desmerezca tu auténtica realidad.
—¿Entonces? —preguntó confusa, aunque halagada con la respuesta.
—Si te lo he dicho, no ha sido para convencerte de nada. Lo que quiero es
que sepas que si algún día lo necesitas, te ayudaré a ganar más dinero del que
nunca has podido imaginar. Y es compatible con el hecho de ser madre. Un par
de días al mes, trabajando conmigo, o un mes de dependienta en una tienda de
ropa. Eso sería una buena equivalencia.
Rosa no podía creer que se pudiera ganar tanto dinero en aquel negocio del
que Olga hablaba.
—¿Quieres decir que…? —Se la quedó mirando. Aunque negó con la
cabeza, le preguntó—: ¿Solo un par de días al mes?
—Sí —respondió sincera—, te lo aseguro. Puedes trabajar los días que
quieras, o necesites. Mis clientes son muy especiales, y mis chicas también.
Rosa le daba vueltas. No se veía haciéndolo. Aunque deseaba lo mejor
para su hija, su mente se negaba a admitir la idea de acostarse con hombres por
dinero. «No, no sería capaz», pensó. Se lo dijo:
—No me ha ofendido que me lo confesaras, Olga. Te agradezco que hayas
sido sincera conmigo. Por supuesto, si tú quieres, nuestros cafés juntas se
mantendrán. Me encanta este rato que pasamos juntas, y lo que hagas con tu vida
no cambia nada. —Tímidamente bajó los ojos y añadió—: Pero no me veo
capaz.
—Me alegro de que me digas esto, Rosa. Te aprecio mucho y te valoro en
la medida de lo que vales, te lo aseguro. Solo debes saber que si algún día me
necesitas, puedes contar conmigo. Yo haré que nunca te arrepientas —le dijo,
poniendo una mano sobre la suya.
Rosa, bastante confusa, volvió a casa. La revelación de Olga había sido
impactante. Era una mujer muy especial, rebosante de clase y, por lo que
parecía, también de dinero. Y había reconocido haberse dedicado a la
prostitución. Nadie lo hubiera imaginado.
Al llegar a su edificio y subir al rellano de la primera planta, donde
Encarna y ella vivían, llamó al timbre de la anciana y obtuvo el silencio por
respuesta. Sabía que estaba allí, cuidando de su hija Alejandra. Al insistir,
escuchó el llanto de la niña. Imaginó que se habría despertado por el timbre, pero
su vecina seguía sin abrir la puerta.
Gritó su nombre y la aporreó hasta que los nudillos empezaron a dolerle.
El vecino de arriba, al escuchar los gritos, bajó hasta su rellano y la vio llorando
frente a la puerta. Llamó a emergencias. Tres minutos después, mientras Rosa
era un mar de lágrimas y un manojo de nervios, una patrulla subía hasta allí.
La puerta no era de seguridad. De un fuerte golpe, uno de los policías, un
chico muy recio, pudo echarla abajo. No la dejaron entrar hasta comprobar el
piso. Un minuto después, la agente que acompañaba al grandullón salió llevando
entre sus brazos a su amada Alejandra. La niña, nada más verla, dejó de llorar y
le regaló su mejor sonrisa.
Encarna estaba muerta. La autopsia reveló que había sido un ataque
fulminante al corazón.
***
Tardó tres días en volver a la cafetería. Pensó que Olga se habría extrañado al no
verla por allí, o que lo habría achacado a su última conversación. Al entrar, la
vio sentada en su mesa habitual.
Olga se la quedó mirando. La notó triste, muy desmejorada. Vio que se
acercaba a la barra, le decía algo a la camarera y se dirigía a su mesa. Se levantó
para darle dos besos y se sentaron. Lo primero que hizo Rosa, sin explicar nada,
fue preguntar:
—¿Tu oferta sigue en pie?
***
A medida que los primeros rayos del sol se filtraban entre las copas de los pinos,
Alex se adentraba en su propio universo de serenidad y determinación. Con el
corazón latiendo al ritmo de sus zancadas y el sudor perlado en su frente, dejaba
atrás el sopor del amanecer para sumergirse en la frescura del bosque matutino.
Aquel era su santuario, el lugar donde encontraba la claridad mental que
necesitaba para desentrañar los enigmas que su trabajo le presentaba. A sus
treinta y nueve años, sabía que en la soledad de aquel camino podía hallar las
respuestas que buscaba. Allí no era la detective Hatman, con su carga de
responsabilidades y casos por resolver; era simplemente Alex, una mujer
corriendo hacia la tranquilidad que se escondía entre los árboles.
Mientras el ritmo de su música favorita la impulsaba a seguir adelante, el
sonido inesperado de su teléfono interrumpió la armonía de su carrera. Alex
redujo el ritmo, con una mezcla de sorpresa y curiosidad pintada en su rostro
sudoroso mientras sacaba el teléfono del bolsillo de su chaqueta deportiva.
—¿¡Iván!? —preguntó con una combinación de extrañeza y expectación al
reconocer la voz al otro lado de la línea.
La voz de Iván, su amigo y socio en la Agencia de Investigación, sonaba
seria al otro lado de la línea. Alex se detuvo. No era normal que la llamara a esas
horas.
—Buenos días, Alex. Imagino que estás corriendo. No es urgente, pero he
preferido llamarte. Como te conozco, sé que luego me hubieras reñido por no
hacerlo —dijo con sarcasmo—. He recibido nueva información sobre el caso de
chantaje, Alex, y hay más grabaciones —añadió Iván, en un tono grave que
transmitía seriedad.
La detective frunció el ceño.
—¿A qué te refieres con eso de que hay más grabaciones? —preguntó
extrañada.
—Anoche llamé a Norma, para preguntar por un caso diferente, y me lo
dijo. Existen más videos, y son con un segundo hombre.
—¡Vaya con la santurrona! —refunfuñó la detective.
El corazón de Alex comenzó a latir con fuerza. No le gustaban ese tipo de
complicaciones, y menos que una clienta le mintiera. Pensó unos instantes y
reconoció que aquello obligaba a una inmediata aclaración.
—Estoy en camino —respondió con determinación—. Nos reuniremos en
la oficina en una hora. Tenemos que hablar.
—Lo estoy deseando —ironizó él.
Alex retomó la carrera. El eco de sus zancadas en la senda quedó eclipsado
por el murmullo de sus pensamientos tratando de procesar la nueva información.
La adrenalina se apoderó de su cuerpo.
IVÁN HAAS
07:29 horas
Tras cortar la llamada con Alex, Iván fijó su mirada en la luz tenue de la mañana
que se filtraba a través de las cortinas entreabiertas. Cuando ya suponían que
todo se iba a solucionar de forma inmediata, pensó en el nuevo rumbo que había
tomado el caso. Sin querer, se le escapó una sonrisa.
Sabía que no era necesario llamarla, podría haber esperado, pero le
apetecía romper los esquemas de Alex. Según su opinión, era muy dada a
empatizar con los clientes y demasiado crédula, aunque odiaba equivocarse.
«Nos vamos a divertir», pensó, y soltó una carcajada.
Preparó dos tazas de café, dejando que el aroma oscuro y reconfortante
llenara la estancia. Miró el temporizador del horno y en unos minutos tendrían el
pan crujiente. Con las tazas en la mano, Iván se encaminó hacia la habitación
contigua. Al abrir la puerta, la suave claridad pintaba destellos dorados sobre las
blancas paredes de la estancia. Su mirada se posó en la figura de la mujer que
dormía sobre la deshecha cama, desnuda y tranquila.
Con el suave resplandor del amanecer, observó su precioso rostro. Se
acercó con cuidado, depositando una de las tazas de café en la mesita de noche,
junto a ella.
—Buenos días, dormilona —le dijo con dulzura, mesurando la firmeza de
su voz, grave y viril, con un claro acento alemán—. Son las 07:52. Hora de
levantarse.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿¡Estás de broma, Iván!? —se quejó y, con voz quejumbrosa, argumentó
—: Nos hemos dormido a las cinco. Estoy agotada, eres una máquina.
—¡Te podrás quejar! —exclamó, vanagloriándose.
—No, no me quejo, cielo. Lo que me fastidia es que no me dejes dormir —
soltó enfurruñada.
—Tengo que estar en el despacho en una hora, Laura, al igual que tú —se
excusó comprensivo—. El desayuno ya está preparado. Te dejo el café. Voy a
ducharme.
Ella estiró los brazos, desperezándose. Tenía razón.
—¡Vale, joder!, ya me levanto —replicó irritada, y añadió—: No cierres el
agua caliente, que yo voy detrás. Pero «detrás», Iván, cuando salgas —especificó
—. Ya te conozco.
Él soltó una carcajada. Para provocarla, le dijo:
—Yo creo que uno rapidito…
—Iván, no puedo más. Te lo digo en serio —aseguró mientras lo miraba
sorprendida.
Se topó con su socarrona sonrisa. El moreno teutón irradiaba una presencia
imponente. No solo por su estatura, un metro y noventa centímetros, sino
también por su corpulencia. Noventa y cuatro kilos conformados por una
impresionante musculatura aderezada con artísticos tatuajes, en especial en su
brazo izquierdo.
En el derecho solo lucía uno: el escudo del KSK. Lo llevaba tatuado en el
interior de su antebrazo. Era el cuerpo de operaciones especiales del ejército
alemán, y estaba formado por soldados de élite seleccionados en las distintas
ramas de las fuerzas armadas.
Su tez morena, bronceada por el sol y la vida al aire libre, contrastaba con
la intensidad de sus ojos azules y su pelo negro, muy largo.
—Que no puedes más… —repitió Iván con sarcasmo—. Yo también estoy
para el arrastre. No soy Superman, guapa.
Laura soltó una carcajada.
—¡Pues ayer me hiciste dudar! —comentó resoplando—. ¡Buf!, estabas
desatado.
Riendo, Iván le dijo:
—Por eso me voy a la ducha, necesito recuperarme. —Cruzó los dos dedos
índices frente a ella en un claro signo de protección religiosa y exclamó—: ¡No
te acerques a mí, pecadora!
Laura soltó una carcajada. Cuando Iván se dio la vuelta, se fijó en su culo.
Pocos hombres entendían que a ellas también les gustaba ver aquella parte de su
cuerpo. Sonrió para sus adentros. Se dijo: «A veces, son muy básicos».
Se levantó de la cama, se puso una camisa de él y se la arremangó. Al
entrar en el cuarto de baño escuchó el sonido del agua cayendo sobre el cuerpo
de Iván. Se sentó en la taza y vació su vejiga.
Su ensortijado cabello pelirrojo estaba aplastado y enmarañado por la
noche de pasión, sus vivaces ojos pardos mostraban signos de evidente fatiga.
Pensó que necesitaba una buena ducha. Cuando él salió y se cruzaron, ella le dio
un pico.
Iván se puso desodorante, su colonia preferida y, cubierto por el albornoz,
se acercó a la cocina para acabar de prepararlo todo. Sacó del horno la barra de
pan y los tomates, que colocó en un plato. Dispuso varias lonchas de jamón,
otras tantas de queso semicurado, AOVE y sal, en una tabla cerámica de color
negro.
Le encantaba el pa amb tomàquet. Se había enamorado de ese exquisito
manjar gracias a un amigo catalán con el que trabajó durante su época de guardia
de seguridad, poco antes de conocer a Alex. Vertió en la sartén el salteado de
setas y ajos tiernos que había dejado a medio hacer la tarde anterior, y en un bol
cascó cuatro huevos para hacer el revuelto.
La entrada de Laura en la cocina, envuelta en una toalla blanca que cubría
su desnudez, lo sacó de su abstracción.
—Huele de maravilla, cielo, estoy hambrienta —dijo en un tono alegre—.
Necesito recuperar fuerzas para poder trabajar. Entre lo poco que me has dejado
dormir y el desenfreno de anoche…
—¿Atraparás a algún criminal?
—Eso espero, aunque hoy no es lo prioritario. Tengo un caso complicado.
Por lo visto, ha desaparecido una niña rica, la sobrina de alguien del
ayuntamiento. Ricardo me ha mandado un mensaje hace diez minutos. Se lo ha
dicho el comisario. —Lo miró mimosa y le preguntó—: ¿Me preparas un
bocadillo de esos que sabes hacer?
—¿Pa amb tomàquet? —Vio que asentía y añadió—: ¿Lo quieres con el
revuelto o con el jamón?
Ella lo miró, mimosa, y le respondió:
—Con revuelto, y… ¿un poco de queso?
Chica lista. ¡Marchando dos de lo mismo! —anunció él, aceptando la
sugerencia.
—Perfecto —dijo Laura—. Mientras tanto, hago otros dos cafés. Los
vamos a necesitar hoy.
LAURA SANDOVAL
08:29 horas
ALEX HATMAN
08:57 horas
Entró en la rampa del garaje y aparcó el Audi Q7 en su plaza. Recorrió los pocos
metros que la separaban del ascensor, entró en él y pulsó el botón de la séptima
planta.
Al salir del ascensor que la llevaba a su despacho, la sede central de
Hatman & Haas, Agencia de Investigación, Alex Hatman irradiaba una mezcla
de elegancia y determinación. Recién cumplidos los treinta y nueve años,
transmitía una sensación de fuerza contenida y seguridad en sí misma.
Su rubio cabello caía en suaves ondas hasta los hombros, enmarcando un
rostro de rasgos finos. Los ojos pardos, profundos y expresivos, reflejaban la
agudeza de su mente analítica. Vestía un traje impecable, hecho a medida, que
realzaba su esbelta y elegante figura. Su cuerpo atlético, moldeado por años de
disciplina y entrenamiento, modelaba el conjunto.
Alex caminaba con paso firme y decidido. Cada gesto y cada movimiento
estaban impregnados de la confianza de una mujer que no temía enfrentarse a
cualquier desafío que se le presentara. Abrió la puerta y entró en las oficinas de
la agencia. Todo el recinto estaba delimitado con un grueso cristal que separaba
las estancias, excepto el cuarto de baño y los despachos de Iván y ella, que
requerían cierta privacidad. El resto de la planta mantenía esa norma.
Desde su lugar de trabajo, que estaba situado nada más entrar, Cristina, la
simpática y espabilada secretaria, le mostró su habitual sonrisa. Alex recordó
que solo una vez la había visto seria. La singular circunstancia ocurrió el día en
que un nuevo cliente, nada más entrar y de forma despectiva, le dijo: «Hola,
bombón, quiero hablar con tu jefe». En menos de un minuto estaba en el rellano
de la escalera. No le gustaban los machistas, en especial los maleducados. Nada
más echarlo de la oficina, se acercó a su despacho y se lo explicó. No hubo
objeciones, ella pensaba igual.
La preciosa administrativa la recibió con una sonrisa, mostrando una hilera
de dientes perfectos y la chispa de aquellos verdes y atigrados ojos. Su pelo,
negro y liso, abierto en un irregular flequillo, reposaba en sus hombros. Al
entrar, Alex la saludó.
—Buenos días, Cris —dijo cariñosa.
—Buenos días, jefa —respondió la morena—. Iván ha llegado hace unos
minutos.
—Voy a hablar con él. Cuando acabemos, llama a la señora Hidalgo, por
favor. Prefiero que lo hagas tú. Ha habido un… malentendido —comentó,
eligiendo la palabra adecuada—, y quiero que la llamada sea oficial. Cuando la
tengas al teléfono, dile que me pasas la llamada.
No quería transmitir sensación de confianza con aquella mentirosa. La
muy santurrona les había engañado, y todo lo que confesó para justificarse eran
paparruchas. Ella la pondría en su sitio. Se adentró por el pasillo en dirección a
los despachos del fondo, el de Iván y el suyo. Pasó por delante del de Raquel y
no estaba. Le extrañó, porque era muy puntual. Miró el reloj. Solo eran las
08:58.
Mientras en su mente aparecía la idea de que faltaban dos minutos para la
hora de entrada, apareció por la puerta. Llevaba una bandeja con cuatro cafés.
Todos diferentes, elegidos en función del gusto de cada uno. Le apetecía el
capuchino que le correspondía.
Entró en el despacho de Iván, que permanecía abierto. Estaba enfrascado
en la pantalla del ordenador y no la vio entrar.
—Buenos días, Iván.
—Alex… —replicó, a modo de saludo, sin apartar los ojos del monitor—.
Estoy mirando los datos que me han llegado de tu «amiga». El folleteo le gusta
más de lo que ha confesado —dijo con cinismo.
—Explícamelo, Iván —ordenó molesta, y aclaró—: ¡Y ya sabes que no es
mi amiga! Sé que pequé de ingenua. ¡Joder!, me creí lo de que había sido una
única vez.
—Pues quítate la venda de los ojos, Alex. No todos los fanáticos de la
religión son fieles, o célibes. Y las fanáticas tampoco —afirmó, soltando una
carcajada.
—Tienes razón, pero no me gusta que me tomen el pelo —replicó airada.
—Lo sé. ¿Qué quieres hacer?
—Lo primero, hablar con ella. Le he dicho a Cris que la llame y que me la
pase.
Iván sonrió. Sabía que Alex podría hacerlo ella misma, pero en algunos
casos, o en momentos puntuales, prefería dar profesionalidad a la llamada.
—¿Cómo lo has sabido, Iván? —le preguntó ella.
—A diferencia de ti, ella no me dio buena espina. Cuando llamé a Norma
por el otro tema, le sugerí que la investigara.
—¿A mis espaldas?
—No pensé que fuera importante, Alex —dijo alzando los hombros—.
Imaginé que todo quedaría en nada. Solo abrí otra línea de investigación.
—¡Pues has tenido más ojo que yo! —respondió, aceptando la evidencia.
Odiaba perder, y no soportaba cometer errores. Era una maniática del
perfeccionismo. Pensó que aquello que acababa de pasar, la intuición de Iván, no
podía enmarcarlo dentro de una competición. La confianza entre ellos era
absoluta. Siempre valoraba el talento que él tenía para percibir la auténtica
naturaleza humana.
Lo que más le dolía era que, a pesar de saberse una persona muy perspicaz,
se había dejado engañar. No era plato de buen gusto. No para ella.
MILA DE LA TORRE
08:44 horas
***
09:32 horas
Ricardo y ella llegaron a la garita que estaba situada en una de las entradas de la
urbanización de la Moraleja. Le enseñaron las credenciales al guardia de
seguridad y le dijeron su destino: la vivienda de la familia De la Torre. Él lo
apuntó en el programa del ordenador, y se acercaron al chalé.
Dejaron el coche frente al mismo, en la calle, y llamaron al timbre de la
puerta de la cancela. Se identificaron como policías. Cruzaron el jardín y, antes
de llegar, la puerta se abrió. Aparecieron una mujer de mediana edad y un
hombre unos diez años mayor que ella. Sus caras, en especial la de ella,
reflejaban una profunda preocupación.
—Buenos días, señores —dijo Ricardo, llevando la voz cantante—. Soy el
inspector Garcés, y mi compañera es la inspectora Sandoval.
—Buenos días, inspectores. Soy Guzmán de la Torre. Ella es mi esposa,
Yolanda Cruz. Somos los padres de Mila. Si quieren pasar… —dijo mientras
tendía su mano para estrechársela, al igual que su mujer.
Entraron en la vivienda. Era un chalé impresionante, de auténtico lujo y
decorado con exquisitez, cuidando cada detalle. Laura se quedó extasiada. Jamás
había estado en un lugar como aquel. Pensó que el recibidor-distribuidor era más
grande que su piso.
Llegaron a un enorme salón que, a través de unas amplias cristaleras, daba
al jardín. El dueño les invitó a sentarse en un sofá de piel que estaba situado
frente al butacón en el que se aposentó. Su esposa, con los ojos llorosos, lo hizo
en otro sofá, anexo a este.
A Laura le extrañó que en un momento tan delicado como el que estaban
pasando no se sentaran juntos. No distinguió ningún gesto cariñoso entre ellos.
Serenidad en el padre y verdadera desazón en la madre. Fue él quien tomó la
palabra.
—Imagino que aún no tendrán ninguna novedad sobre la desaparición de
mi hija —comentó sin formular la pregunta.
—Hace poco más de una hora que nos ha llegado el caso, señor De la
Torre. Si estamos aquí es para intentar recabar el máximo de detalles, y ustedes
son quienes mejor pueden informarnos. Lo único que tenemos es un móvil, que
se encontró en el aparcamiento de la discoteca. Necesito que me confirmen que
pertenece a su hija —dijo mientras les enseñaba la foto de un aparato que estaba
machacado. Llevaba una funda de lunas y estrellas.
El llanto de la madre fue suficiente. Guzmán, por su parte, comentó de
forma seca:
—Todo lo que sabemos consta en la denuncia que hemos interpuesto esta
mañana, a primera hora.
—Aunque hemos tenido acceso a esa información, nos gustaría hacerles
unas preguntas —argumentó Ricardo—. Sus respuestas nos ayudarán a entender
mejor la situación.
—Responderemos a cualquier cuestión que planteen, si con eso podemos
ayudar a encontrar a mi hija.
Laura miraba a aquel hombre tan estirado. Su voz denotaba arrogancia y
don de mando. No le gustó.
—Según el informe, Camila desapareció el viernes por la noche. ¿Por qué
no lo han denunciado hasta hoy? —preguntó el inspector Garcés.
—A mi hija la llamamos Mila. —aclaró él—. Fue culpa de Nerea, su
amiga. Nos ha tenido engañados todo este tiempo —se quejó con reproche—.
Nosotros hemos estado de crucero y llegamos ayer a Valencia. El pasado sábado,
desde el barco, intentamos ponernos en contacto con ella, pero su teléfono estaba
apagado o fuera de cobertura.
Laura, de forma inconsciente, alzó las cejas. Era la segunda vez que se
refería a la desaparecida como «mi hija», en ningún momento aludió a que
también había una madre. No solo le extrañó, tampoco le gustó.
—Al no poder contactar con Mila, llamé a Nerea. Me dijo que estaban en
su casa, con sus padres, y que su móvil se había quedado sin batería. Nos
comentó que se iban al cine, que unos amigos ya las estaban esperando y que
Mila estaba en la ducha. —Abrió los brazos en señal de incredulidad—. Que ella
nos llamaría al día siguiente. Le dije que lo entendía, pero no llamó, y al hacerlo
yo, el teléfono seguía estando inactivo. —Ricardo y Laura lo miraban con
detenimiento. Aparentaba ser un hombre muy frío, muy seguro de sí mismo,
acostumbrado a situaciones difíciles. Su esposa, a diferencia de él, parecía
encerrada en sí misma, muy afectada. Continuó—: Ayer, al llegar a casa y ver
que la situación continuaba igual, me acerqué a casa de Nerea para recoger a mi
hija. —denotaba enfado—. Cuál fue mi sorpresa, cuando esa estúpida me
confesó que me había mentido, que no sabía nada de ella desde el viernes por la
noche.
Laura, viendo el carácter de aquel prepotente, imaginó que Nerea había
querido cubrir a su amiga. Era urgente hablar con ella. Miró a la mujer y vio que
tenía los ojos llorosos.
—¿Qué opina usted, señora Cruz? —le preguntó con delicadeza—. ¿Qué
cree que puede haber pasado?
No tuvo tiempo de contestar. Él, con la arrogancia que derrochaba,
exclamó:
—¡Pues que la han secuestrado, coño! —exclamó él, maleducado y
dominante—. ¿Qué va a pensar?, lo mismo que yo. Estoy dispuesto a pagar el
importe que me pidan.
Laura y Ricardo se miraron. Ella era un cero a la izquierda. Mientras
estuviera él, no diría una palabra.
—Está muy afectada, señora Cruz —le dijo, con un tono de voz que
intentaba transmitir seguridad y confianza—. Aunque no me puedo poner en su
lugar, la comprendo. Lo que ha pasado es terrible. —Se la quedó mirando y le
preguntó—: Mientras mi compañero continúa hablando con su marido, ¿qué le
parece si salimos a tomar un poco el aire? Así me enseña el precioso jardín que
he visto al entrar. Creo que le iría bien.
—Sí —dijo levantándose—, me irá bien. Acompáñeme, por favor.
Laura la siguió hasta la entrada y Ricardo se quedó hablando con el padre.
Al salir, tomaron un camino que llevaba hasta un invernadero. Estaba situado en
uno de los laterales del amplio jardín.
—Se lo agradezco, inspectora —dijo ella con los ojos llorosos—. Me
estaba ahogando allí dentro.
Laura no sabía si lo decía por el ambiente que se respiraba o por la actitud
de su marido y el menosprecio que mostraba hacia ella.
—Sí, aquí se está mucho mejor —comentó sin definirse, y añadió—: Su
marido es un hombre acostumbrado al mando. A pesar de la situación, parece
estar muy entero.
—No anda desencaminada, inspectora. Por supuesto, pagará cualquier
cantidad que se nos pida. Quiere a Mila, pero… —se detuvo un instante y
desentrañó la duda que Laura tenía—. Si ya hubiéramos puesto la denuncia y
nuestra hija volviera sin más…
—Quiere decir, «si volviera de fiesta», ¿no? Por eso han esperado a esta
mañana para ponerla. ¿A eso se refiere?
Cruzaron sus miradas y Laura no necesitó una respuesta.
—Yo quería ir ayer por la tarde, cuando Nerea le dijo a mi marido que no
sabía nada de Mila desde el viernes —comentó afectada—, pero él me dijo que
era mejor esperar y hacerlo esta mañana. Que, tal vez, nuestra hija regresaría —
hizo una pequeña pausa y añadió—: Mi cuñado estuvo de acuerdo.
Laura se la quedó mirando. Era una mujer sometida. El carácter de su
marido lo había dejado muy claro y aquello lo confirmaba. Si ponían la denuncia
y al final solo estaba de fiesta… Era mejor preservar los intereses personales.
Posición social y política. En ese entorno, un escándalo haría mucho daño. Sintió
rechazo, asco.
Laura sabía que, para que todo se solucionara lo antes posible, la rapidez
era fundamental en los casos de desaparición. Cada minuto que pasaba el caso se
complicaba más, y nadie sabía nada de Mila desde hacía más de cuarenta y ocho
horas. En ese momento vio llegar al equipo de agentes de la UDEV. Se
encargarían de pinchar los teléfonos, para grabar cualquier petición de rescate
que llegara. Miró a su interlocutora y le comentó que ya había llegado el equipo
que esperaba.
—Son los compañeros de la Unidad de Delincuencia Especializada y
Violenta, la UDEV. Van a intervenir los teléfonos. Entre en la casa, por favor.
Iré a darles unas instrucciones.
Laura se acercó a ellos. Conocía a Loyola, el inspector que estaba al
mando. Se saludaron, les explicó la situación y entró con ellos. Ricardo se
levantó y se los presentó a los padres. Les dijo que, por el momento, allí no
podían hacer nada más. Necesitaban hablar con Nerea.
Salieron de allí. Los padres no habían aportado nada nuevo, salvo la
postura de inacción que Laura detestaba. Si la había, la llave de todo aquel
enredo estaba en poder de Nerea. Era urgente hablar con ella.
ALEX HATMAN
09:32 horas
Al salir del despacho de Iván, Cris tomó el teléfono para hacer la llamada a
Mercedes Hidalgo. Unos segundos después, escuchó el tono de la línea interna.
Iván entró luciendo una cínica sonrisa.
Sus labios se la devolvieron, disimulando. Él, al ver el brillo de sus ojos,
supo lo que pasaba por su mente y cortó de raíz su expresión, mostrando un
rostro sereno. Se sentó frente a ella.
—¿Cris…? —preguntó Alex a su empleada.
—Te la paso —respondió la secretaria.
Instantes después, Alex saludó:
—Buenos días, Mercedes —su tono de voz era seco.
—Buenos días, Alex. ¿Cómo va todo?
—Necesito verte en mi despacho. Creo que será lo mejor, y es urgente.
Tenemos novedades.
—Me estás alarmando. ¿Habéis podido solucionar el tema? —preguntó
con preocupación.
—Las novedades no son de esa naturaleza, es mejor que lo hablemos aquí.
¿Puedes acercarte ahora?
—Claro —respondió. Su voz sonó tensa—. En unos treinta minutos estoy
ahí.
—Te espero.
Iván, que la miraba con el rostro impasible, no quiso traslucir su interior
sonrisa. La conocía demasiado, y aunque se controlaba muy bien, sabía que Alex
estaba furiosa.
—Estará aquí en media hora —respondió satisfecha—. Le voy a tocar las
pelotas.
—Alex, solo es una clienta más —le reprochó Iván, alzando los hombros
—. No te lo tomes como algo personal.
—Es una clienta que me ha engañado, Iván —especificó ella—. La jodida
santurrona… —Movió la cabeza de lado a lado y añadió—: Y yo, como una
imbécil, mostrando empatía hacia ella. —Lo miró furiosa, e imitando la
sensiblera voz de su clienta, añadió—: «… solo fue una vez. El Señor me puso a
prueba y caí, pero ya he aprendido de mi error» —recordó—. Eso me dijo, la
muy… —Entrecerró los ojos, mostrando el cabreo que llevaba.
Iván alzó los hombros, comprendiéndola. Si un cliente te engañaba,
estabas perdido. Intentó quitar hierro al asunto.
—¡Joder, Alex!, somos humanos y tenemos deseos. Las hormonas están
para algo, y ella no es una excepción.
—¡Lo sé, coño! —estaba indignada—. Puede acostarse con quien quiera.
—Abrió los brazos y afirmó, enfurruñada—: Yo lo hago, pero no voy por ahí
pregonando mi virginal comportamiento. Nos lo tenía que haber dicho.
Volvió la cabeza hacia la pantalla y buscó el archivo que la hacker que
trabajaba con ellos les había enviado. Iván, viendo el cabreo de Alex, se lo
estaba pasando en grande. Decidió tocarle un poco las narices.
—En vez de ir a salto de mata, podrías buscar a alguien que te colmara de
amor y de cariño —le dijo, mientras intentaba contener la risa—. Búscate un
novio, Alex.
Alex levantó la mirada y la clavó en la suya. Era una pantera a punto de
atacar. Entrecerró los ojos y le reprochó:
—Yo no me meto en tus asuntos, Iván, no te metas en los míos. No me
importa con quién te acostaste ayer, aunque lo sé. Yo no necesito a un macho
alfa para que me diga lo que tengo que hacer. Estoy muy bien sola, gracias. —
Sus ojos echaban chispas. Lo miró con suficiencia y añadió—: Podrías buscar
una novia para ti. De esa forma dejarías de ser tan libertino. Cualquier día
cogerás una venérea.
Iván, incapaz de aguantar más, soltó una carcajada. En un primer instante,
Alex se sorprendió. Una milésima de segundo después, se reía con él.
—Eres un cabrón, Iván —le dijo, entrecerrando los ojos—. Me estás
tomando el pelo.
—Pero… ¿me quieres? —preguntó cariñoso, mostrando su sonrisa
arrebatadora y arrancado una nueva carcajada de Alex.
—Ya sabes que sí —respondió Alex.
Se preguntó quién podía enfadarse con aquel encanto de hombre. Junto
con su físico, esa era la razón por la que en su cama nunca faltaba una mujer.
Tomó el teléfono y llamó a Cris.
—Mercedes Hidalgo viene hacia aquí. Avísame cuando llegue. Yo te diré
cuando puede pasar.
—Vale, jefa —respondió la morena.
Alex miró a Iván. Muy satisfecha, le dijo:
—La tendré esperando diez minutos.
—Buena idea. Así sabrá con quién está jugando —contestó él, conociendo
la competitividad de Alex.
—Iván… —reprochó ella.
—¡Vaaale, ya me callo! ¿Quieres que esté presente?
—Sí, será divertido. Con lo puritana que dice ser, ya veremos cómo
justifica sus adulterios. Quiero saber si se siente cohibida por el hecho de que tú,
un hombre, seas confidente de sus deslices. La voy a apretar.
Soltó una carcajada que él acompañó.
MILA DE LA TORRE
09:53 horas
LAURA SANDOVAL
10:11 horas
10:11 horas
***
10:21 horas
Bron la dejó encerrada en su celda y le quitó las bridas, Mila se quitó el saco de
la cabeza y se lo devolvió. Cuando él salió de allí, vio que en el calabozo que
estaba frente al suyo había una chica nueva. Era rubia platino, y estaba dormida.
El carcelero la miró y les dijo:
—Otra preciosidad para la subasta del jueves —dijo con un despreciativo
tono de voz—. Alguna de vosotras, si tengo suerte, follará conmigo. Lo estoy
deseando.
Solo de pensarlo, Mila tuvo que reprimir la ganas de vomitar. No podía
imaginar un destino peor que el de mantener sexo con aquel repugnante sujeto.
Luego recordó que, si eso ocurría, su destino sería un burdel en cualquier parte
del mundo. No, eso no podía pasar. Sus padres no lo permitirían.
Miró a Marta y la vio acurrucada a un lado de la celda. Era el lugar donde
se ponía cuando querían hablar. Estaba llorando. Ella no tenía una familia que
abriera ese rayo de esperanza, la de intercambiarla por dinero. Su destino, si no
ocurría algo, estaba escrito.
—Marta, siento lo que ha pasado, pero… —dijo excusándose.
Suponiendo que la hubiera, era obvio que ella no entraba en la
negociación. No sabía si había conseguido hacer recapacitar al señor Val, que
parecía ser el jefe de aquel entramado. Escuchó la voz de Marta, cortada por el
sollozo.
—No te justifiques, Mila —la consoló—. Entiendo que lo hayas hecho. Yo
hubiera actuado igual. Estoy segura de que, si encontraras la forma de sacarme
de aquí, me ayudarías.
—No te quepa duda, pero… —se excusó, de nuevo, con un lamento.
—Lo sé —respondió Marta, mientras arreciaba en su llanto.
Mila no encontraba argumentos. La dejó llorar, ambas lo hicieron.
Al cabo de unos diez minutos, cuando ya se habían calmado, escucharon
un lamento. Mila miró hacia la celda de enfrente y vio que aquella chica, rubia
como el oro, se despertaba. Sabía que estaba aturdida, con una sensación que
conocía.
La nueva miró a su alrededor y puso cara de espanto. Llevaba la misma
túnica que ellas. Imaginó que Bron se la habría puesto. Solo de pensar en lo que
aquel degenerado habría hecho mientras las desvestía y cambiaba de ropa, sintió
asco. Cruzaron sus miradas. Al verla, su estupor se convirtió en llanto.
—¿Qué sitio es este? ¿Dónde estoy? ¿Dónde estamos? —preguntó
aterrorizada, en español, pero con un marcado acento que parecía del este de
Europa.
Mila no sabía qué responder. Sintió renacer las pocas lágrimas que le
quedaban y pensó que la verdad, aunque cruel, era su única respuesta.
—Yo soy Mila, y la chica que está en la otra celda, junto a la tuya, es
Marta. Es horrible, pero… hemos sido secuestradas por una red de tráfico de
personas.
La rubia arreció en su llanto. Se sujetaba la cabeza, fruto de la
desesperación y del dolor que Mila sabía que tenía. La dejó llorar. Parecía ser
algo menor que ellas.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Natasha —dijo con un hilo de voz—. Soy rusa. Estoy de Erasmus.
—¿De Erasmus? —preguntó Mila extrañada, mientras la miraba. «Una
universitaria», pensó. Pero la edad que Natasha representaba no parecía encajar
con aquello—. ¿Qué edad tienes, Natasha?
—Solo dieciséis, pero voy adelantada un par de años —respondió. Estaba
acostumbrada a que la gente no la creyera.
Mila reconoció el ligero acento que tenía. En el colegio inglés en el que
estudiaba había varias chicas rusas, entre ellas, la que la había denunciado a la
jefa de estudios, la idiota de Irina. Se fijó en Natasha. Era capaz de reconocer la
auténtica belleza. Pensó que ella misma la tenía, y Marta era una chica preciosa,
pero la rusa destacaba.
Sus atigrados ojos verdes refulgían en una enrojecida mirada que, a pesar
de las lágrimas, transmitía dulzura. Le conferían la idílica imagen de una diosa
griega, bella como ninguna. El pelo rubio platino, que le caía en cascada hasta
reposar en sus hombros, acompañaba a un rostro angelical, que denotaba
bondad. Era lo más parecido a una diosa virgen que había visto en su vida. Se
preguntó si era una más, una chica secuestrada al azar y elegida por el mero
hecho de ser guapa. Entonces recordó que el señor Val había hablado de
encargos específicos. ¿Natasha lo era?
***
Bron recibió el mensaje en el móvil y subió al despacho del señor Val. Al entrar,
le vio hablando por el móvil, de espaldas a la puerta. Utilizaba el que llevaba la
funda roja. Ya sabía lo que eso significaba. Le escuchó decir:
—… creo que tienes razón —confirmó con voz grave—. Todo lo demás
continúa igual. —Escuchó a su interlocutor y respondió—: Vale. No te
preocupes, lo haremos así. —Se dio la vuelta y su mirada se cruzó con la del
carcelero—. Ahora se le digo a Bron, que acaba de entrar. Voy a llamar a
Cristian para decirle que se pase por aquí y darle instrucciones. —Volvió a
escuchar y contestó—: No, no te preocupes, seguiré tus indicaciones al pie de la
letra. —Cortó la llamada.
Dejó el móvil en la mesa, se dirigió a Bron y le dijo:
—Necesito que hagas algo. Acércate al pueblo y…
***
Mila advirtió el inconfundible ruido del montacargas por el que Bron les bajaba
la comida, un instante después, sus acostumbradas pisadas bajando por la
escalera. Supuso que ya era la hora de comer, pero ocurrió algo diferente. El
carcelero no se detuvo frente al elevador para coger las bandejas, sino que
apareció por el centro del pasillo. Miró a Natasha, derrochando vicio en su
mirada.
—Ya te has despertado, bombón. Sé que te duele la cabeza, pero me
importa una mierda. Ya se te pasará. —Se agarró el paquete, y añadió—: Si
tuviera suerte, tú y yo seríamos muy buenos amigos, pero será difícil. Es una
lástima que estés tan buscada.
Aquello desató una marea de lágrimas en el rostro de la rusa. Se encogió
sobre sí misma y se refugió en el rincón más alejado de las rejas que cerraban el
espacio. Mila, mientras escuchaba su amenaza, se fijó en dos cosas: llevaba un
periódico bajo el brazo y había algo encerrado en una de sus enormes manos, la
que no sujetaba la pistola Taser.
Se puso en mitad del pasillo y tiró un periódico dentro de su celda.
—Ya sabes lo que hay que hacer, guarra. Ponte guapa para la foto.
Levantó el brazo y Mila pudo ver un móvil que apuntaba hacia ella. Cogió
el periódico deportivo y vio que la fecha correspondía a la actual: lunes 30 de
octubre de 2023. Escondiendo una esperanzadora sonrisa, lo colocó sobre su
pecho. Su sugerencia había sido aceptada.
CAPÍTULO 4
LAURA SANDOVAL
11:20 horas
***
11:23 horas
***
***
Alex salió de su abstracción. Era él. Ahora ya sabía quién era el marido de
Mercedes, el alto cargo del que Iván hablaba. «Y es una jodida casualidad»,
pensó.
—Tengo una ligera idea de quién es —admitió, con cara de póker—. ¿Eso
cambia algo?
Mercedes abrió los ojos como platos. «¿Qué pregunta es esta?», se
preguntó. Era obvio que siendo una mujer casada, siempre era relevante, en su
caso aún más, porque su marido era una persona pública. Se molestó.
—Mi marido tiene un cargo muy importante en el Ayuntamiento de
Madrid. Eso lo cambia todo —respondió, preocupada pero firme—. La delicada
situación requiere la máxima discreción y privacidad.
—Esa es la que le damos a cualquiera de nuestros clientes, Mercedes, sean
de la condición social que sean. Y en cualquier tipo de casos: adulterios,
chantajes, fraudes al seguro…
—No quiero un escándalo, Alex. No me importa mi marido, pero… mis
hijas —balbuceó preocupada—. Ellas no tienen la culpa de nuestros errores.
Tenéis que arreglar esto, por favor.
Alex sabía que las adolescentes tenían veinte y diecisiete años. Se lo había
comentado el primer día. Se apiadó de ella. En realidad, y más conociendo a
aquel impresentable, Mercedes tenía razón. «La ley del Talión: una argucia muy
interesante para justificarse», pensó. Según ella, estaba reflejada en la Biblia, y
hasta cierto punto aceptada por la iglesia. En realidad, era lo que su esposo se
merecía. Al fin y al cabo, si él lo hacía, ella podía acostarse con quien quisiera.
Si su Dios lo aceptaba, ¿quién era ella para cuestionarlo?
—Nos ha quedado claro, Mercedes. Iván y yo lo hablaremos, y ya te
diremos algo. Danos veinticuatro horas —le dijo mientras se levantaba, dando
por concluida la conversación—. Creo que lo podremos solucionar. Te llamo
cuando sepa algo.
LAURA SANDOVAL
12:03 horas
12:10 horas
LAURA SANDOVAL
12:41 horas
13:02 horas
Hacía más de una hora que Bron le había hecho las fotos. Mila estaba muy
nerviosa. «Ahora es cuestión de tiempo», se dijo a sí misma. Todo lo que podía
hacer ya estaba hecho. Su sugerencia había dado resultado. Enviarían aquella
foto a sus padres, y sabía que no habría ningún problema. Dado el especial
carácter de su padre, se pondría furioso, más con ella que con los secuestradores,
pero pagaría. Eso era seguro.
Natasha les había estado explicando su historia. Todo había ocurrido en la
misma discoteca que Marta, el chico era el mismo, y no conoció a la tal Ruth/Iris
hasta que llegó al aparcamiento. Era enfermera y dijo que la ayudaría. Estaba tan
mal que no puso reparos.
Comentó que ella no era una rica heredera rusa, al contrario. Sus padres
vivían en un pequeño pueblo a unos doscientos kilómetros de Moscú. Si
estudiaba en España era por su extraordinario expediente académico. Aunque
solo tenía dieciséis años, iba dos cursos por delante. Gracias a eso, estudiaba en
la universidad el Grado de Ingeniería Informática.
Mila se puso a pensar en que todo aquello era una locura, subasta de chicas
para millonarios, para burdeles, por encargo… ¡Chicas a la carta! Ni en las más
sórdidas películas que había visto aparecían casos como el suyo. Las buscaban
de cualquier condición y las vendían al mejor postor, para el placer de los más
ricos. Sintió náuseas.
Se preguntó si su padre, perteneciente a ese grupo social, también estaría
metido en asuntos de ese tipo. Supuso que no, aunque tenía muy claro que su
madre no era la única mujer en su vida. Tuvo dudas. Él era un hombre muy
especial, nada familiar, y ella, a diferencia de algunas de sus amigas, no era la
niña de sus ojos. Pero, al fin y al cabo, era su padre.
La presencia de Bron, que bajó con las bandejas para dejarles la comida, la
sacó de su abstracción.
—Poneos al final de las celdas —dijo mientras se acercaba por el pasillo
llevando una bandeja.
Cuando comprobó que las tres habían obedecido, abrió la de Marta,
manteniendo la pistola Taser en la otra mano. La dejó en la pequeña mesa que
tenían a un lado, alejada del cubo donde hacían sus necesidades, que se situaba
en un rincón. Salió y cerró con llave. Cogió la segunda bandeja y se acercó a la
de Mila.
—De momento, te seguiremos alimentando bien. Si tu papi es generoso,
tal vez salgas de aquí. Si se pone tonto, el jueves sabré si puedo hacer lo que
quiera contigo. —La miró con descaro y añadió—: Supongo que pagará y no te
podré dar lo que necesitas.
Mila, aunque tenía fe en que todo se resolvería, sollozaba. Marta y
Natasha, a quienes ya habían explicado lo que sabían de todo aquello,
empezaron a llorar de forma visible. Bron se acercó a la celda de Natasha.
Estaba acurrucada en el rincón más alejado de la entrada.
—Con la pija no pude, porque Cristian estaba allí —dijo señalando a Mila,
mientras dejaba la bandeja sobre la mesa—, pero contigo me lo pasé de miedo
mientras te quitaba la ropa para ponerte eso —comentó, aludiendo a la especie
de túnica que llevaban—. Para que no te despertaras, te volví a drogar. Valió la
pena.
Se relamió mientras la miraba. Se quedó allí, en pie, frente a ella. Natasha
se sentía como un gusano al que alguien pudiera aplastar. Y Bron podría hacerlo.
Aquel enorme monstruo, porque no se le podía definir de otra forma, las tenía
aterrorizadas. Por su aspecto y por su poder. Le escuchó decir, recreándose:
—Te chupé todo el cuerpo. He pasado mi lengua por cualquier lugar que
se te ocurra —soltó una carcajada y añadió—: Fue una suerte que él se tuviera
que ir. Casi nunca lo hace.
Se agarró el miembro por encima del pantalón. El recuerdo de aquello le
provocaba una erección.
—Lo pasaría muy bien contigo, preparándote para el burdel. El problema
es que las vírgenes estáis muy buscadas. Además, tú eres un encargo: rubia y
pura —dijo con crueldad mientras soltaba una carcajada—. Si te hago algo, el
señor Val me mata; y te aseguro que no sería el primero. Pero las tres pajas que
me hice en tus tetas, mientras te sobaba… —Se volvió a reír y se agarró el
paquete—. Eso no me lo quita nadie.
LAURA SANDOVAL
13:06 horas
***
IVÁN HAAS
14:32 horas
Iván había quedado con Klaus, uno de sus mejores amigos. También era alemán,
y se encontraba en Madrid por motivos de trabajo. Dirigía la delegación de
Barcelona, de una de las empresas de seguridad más importantes del país. Klaus
y él se conocieron en el ejército, mientras servían en la Unidad de las Fuerzas
Especiales Alemanas: en el llamado KSK.
***
Para ser aceptado en el KSK había que superar una serie de pruebas de una
exigencia extrema. Estaban destinadas a comprobar la resistencia física,
capacidad para trabajar en equipo, fortaleza mental, inteligencia y discreción de
los aspirantes.
La primera parte del proceso de selección duraba dos semanas. Consistía
en desafíos extremadamente exigentes que estaban diseñados para evaluar la
aptitud física y psicológica de los aspirantes. Más de la mitad de los candidatos
se descartaban en esa etapa inicial.
La segunda fase, de tres meses, ponía a prueba los límites de la resistencia
física, incluyendo desafíos extremos, como una prueba de supervivencia en
condiciones extremas, en la Selva Negra, y una carrera de noventa horas. Los
que la superaban avanzaban a un curso de entrenamiento, en un centro
especializado.
Después de casi cinco meses de intensas etapas y rigurosos procesos de
selección en los que la gran mayoría de aspirantes eran descartados, Iván logró
superar todos los desafíos y acceder al curso de formación y especialización.
Solo el nueve por ciento de los aspirantes conseguía llegar a este punto de la
selección. Iván fue uno de ellos, al igual que Klaus.
Durante los dos años siguientes se especializó en operaciones de rescate y
liberación de rehenes, protección de individuos en situaciones críticas, captura
de criminales de guerra y operaciones encubiertas. Fue la etapa más dura de su
vida. Adquirió habilidades en paracaidismo y técnicas de supervivencia extrema
en situaciones de combate.
Las pruebas de acceso habían sido demasiado exigentes, las diferentes
etapas de su formación, agotadoras, pero lo peor de todo fueron las misiones que
tuvo que realizar. Esa experiencia, obligándolo a vivir con extrema violencia, fue
la clave para decidir salir del ejército.
Ya en la vida civil, Klaus y él coincidieron en una empresa de seguridad y
estuvieron trabajando juntos durante un año. Iván recibió una oferta de una
empresa española, que se dedicaba a la protección personal. Le ofrecían trabajar
como chófer y guardaespaldas de empresarios y altos cargos políticos. Decidió
aceptar la oferta y se trasladó a la Península Ibérica.
La decisión la tomó porque ya había estado de vacaciones en España, y le
encantaba todo lo que conocía de este país. En especial, y en este orden, las
españolas y la paella. Pensó que era un buen lugar para vivir.
A los tres meses de llegar, cuando vio el abanico de negocio que se le
ofrecía, llamó a Klaus, su amigo, y le insistió en que lo probara durante unos
meses. Compartieron el piso de Iván durante apenas quince días, cuando Klaus
recibió una oferta para irse a la delegación de Barcelona.
Desde entonces, aunque vivían en ciudades diferentes, siempre intentaban
quedar, si el trabajo lo permitía. Klaus había llegado aquella mañana y volvía a
casa en el vuelo de la noche.
***
15:57 horas
Al llegar a la agencia, tuvo que abrir con su propia llave. Aunque llegó un par de
minutos más tarde, ni siquiera Cristina estaba allí. Miró el reloj y aún faltaban
diez para la reunión con Iván. La había llamado aquella mañana, mientras
vigilaba a aquel engreído abogado. Pensó que, tras la reunión, hablaría con Alex.
Tenía buenas y malas noticias del seguimiento.
Ahora ya sabía que le era infiel a su esposa, a su clienta. Había conseguido
información para romper dos matrimonios, porque ambos estaban casados. No
obstante, había dos circunstancias que rizaban el rizo: eran rivales acérrimos en
los litigios de divorcio, porque su amante era la dueña de otro bufete, y, además,
era la íntima amiga de la esposa. Se consoló al pensar que la única buena noticia
para la mujer de aquel impresentable sería la de comprobar que sus sospechas
eran fundadas.
Oyó que la puerta se abría. Al girarse, vio entrar a Alex. La saludó con la
cabeza y se sentó tras la mesa de su despacho. Mientras abría el ordenador para
comprobar los datos del informe que Norma habría enviado, lo que Iván y ella
debían saber para la movida de aquella noche, pensó que nunca podría
agradecerles lo mucho que la habían ayudado.
Hacía ya siete años que trabajaba con ellos, desde 2016, poco después de
que abrieran la agencia. Era lo mejor que le había pasado en aquella vida de
mierda que había tenido. Fue Alex quien la fichó, en Barcelona.
***
14:02 horas
Alex miró a la señora Jones, la profesora de biology del selecto colegio inglés en
el que estudiaba. Ese era el diminutivo que le había puesto su maravilloso padre,
porque Alejandra le parecía demasiado largo.
Aquello del fenotipo, el genotipo y lo de los caracteres dominantes y
recesivos la desconcertó. Según Mendel, si un gen dominante estaba presente en
cualquier par de cromosomas homólogos, se hacía dueño del carácter
cromosoma. Le pareció algo muy curioso. No obstante, cuando supo que para
que se manifestara el recesivo ambos genes debían ser de ese tipo, le resultó
inquietante.
Una duda le vino a la cabeza. Para hacer más visible la exposición de la
clase de genética, la profesora puso en la pantalla del aula un gráfico con todos
los elementos comentados. Lo de los guisantes no le importó una mierda, pero su
mirada se posó en una parte de él, la que representaba a unos ojos de diferentes
colores. Marrón y marrón, marrón y azul… y… ¡azul y azul!
Se quedó en shock. Según la teoría de Mendel, que no dejaba lugar a
dudas, si ambos progenitores tenían los ojos azules, los hijos… ¡¡siempre
nacerían con los ojos azules!! No le hizo falta mirar de qué color eran los suyos.
Recordó los de su madre, Rosa, y se asemejaban a un precioso mar en calma, al
igual que los de Alfred, su padre. Bruno y Andrea, sus hermanos pequeños, los
habían heredado. «¿Y yo no?», se preguntó.
Era urgente mantener una conversación con su madre.
***
Tras entender la teoría de Mendel, las dos clases que le quedaban se le hicieron
eternas. Cuando sonó el timbre que marcaba el fin del horario de tarde, Alex se
fue a su habitación, cogió su móvil y llamó a su madre. Al momento escuchó la
cálida voz de una de las dos personas que más quería en el mundo, incluso por
encima de Bruno y Andrea, sus hermanos pequeños.
—Hola, cielo. No esperaba que me llamaras hoy.
—Lo sé, mamá…, pero ha pasado algo que me gustaría hablar contigo.
—Me estás preocupando, Alex —la voz de su madre sonó alarmada—.
¿Qué te ha pasado?
—He estudiado las leyes de Mendel, las que tienen que ver con la herencia
genética.
Rosa, su madre, se quedó en estado de shock. Con lo inteligente que era
Alex, y sabiendo que en algún momento se estudiaría aquello, deberían haberle
explicado la verdad. No tenía la menor importancia, no para ella y Alfred,
pero… ¿la tendría para Alex? Esa era la pregunta más importante en aquel
momento.
—Eso deberíamos hablarlo en persona, cielo.
Alex asintió con la cabeza. Aquello confirmaba lo obvio.
—Tu consejo solo tiene una respuesta, papá no es mi padre.
***
***
La pilló en época de exámenes y tardó diez días en poder ir a casa. Fueron los
más largos de su vida. Su progenitora había insistido en que era algo que debían
hablar en persona, y, a pesar de que su ansiedad la instaba a saber la verdad, le
tuvo que dar la razón.
Al tomar el vuelo estaba nerviosa, como si algo en su vida hubiera
cambiado, convencida de que su madre la estaría esperando en el aeropuerto con
tantos nervios como ella. Tras recoger la maleta, se dirigió a la puerta de salida.
Hizo un abanico con la mirada intentando encontrar el rostro de Rosa entre
todas las personas que esperaban a sus amigos y familiares, y entonces vio a
Alfred, su padre, con su imponente aspecto alemán. Alto y fornido como un
guerrero vikingo, con su rubio pelo, ya teñido de canas, y aquellos preciosos ojos
azules que ella no había podido heredar.
Alfred comenzó a andar hacia ella, y Alex corrió hacia él. Soltó su maleta,
se refugió entre sus brazos y se puso a llorar de alegría, pero también de
incertidumbre, de temor… Alfred, mientras la besaba con el mismo cariño con el
que lo había hecho miles de veces, le dijo:
—Eres mi niña, Alex, y siempre lo serás. —Tras apartar el rostro de ella,
que estaba refugiado en su hombro, la miró a los ojos y añadió—: Mi hija
mayor, la que me llena de orgullo cada vez que pienso en ti.
Aunque el trayecto hasta su casa fue el de siempre, le resultó diferente.
Quería a su padre, era el mejor del mundo, pero, ahora, tras estar a punto de
saber la verdad sobre su concepción, aún le amaba más. Al entrar en el chalé,
situado en la urbanización de La Moraleja, su madre les estaba esperando en la
puerta de la casa. Alex salió del coche y corrió hacia ella.
—Me apetecía ir a buscarte, pero tu padre se ha negado. Ha insistido en ir
él —le dijo con los ojos anegados en lágrimas.
—Tengo el mejor padre del mundo —respondió Alex, llorando a su vez y
abrazándola con todo su cariño—. Ambos lo sois. No pude tener más suerte.
Rosa la apretó con fuerza. Se apartó de ella y cogió su mano. Mientras su
padre se acercaba con la maleta que había sacado del coche, su progenitora le
dijo:
—No quiero esperar, Alex. Te mereces saber toda la verdad, cielo. Vamos
al salón.
***
Rosa le explicó las especiales circunstancias de su nacimiento. La soledad y
tristeza que sintió al descubrir que el padre no solo se había desentendido de
ellas dos desde el mismo momento del parto, sino que todos los enseres y
muebles de la casa en la que vivían habían desaparecido. El que creía su novio,
Jorge, renunció al derecho de ser padre de la niña más bonita que ella había visto
en su vida.
Le explicó la ayuda que les prestó Encarna, la entrañable anciana que vivía
en el piso de enfrente. Su infructuosa búsqueda de trabajo y la desgracia del
fallecimiento de su protectora cuatro meses después de su nacimiento. Le habló
de Olga, de la sorpresa que tuvo cuando aquella preciosa mujer con la que
compartía café le dijo que se dedicaba a organizar encuentros entre caballeros
acomodados y chicas especiales.
A pesar de que el dinero del que disponían ya casi se había evaporado,
descartó la idea. Olga, que ya se había convertido en su amiga, le dijo que si
alguna vez necesitaba ayuda podía contar con ella. Cada vez estaba más
angustiada por la situación, que se agravó con la repentina muerte de su vecina.
No tenía a nadie que pudiera cuidarla, tampoco un trabajo, ni dinero para
comprar comida.
Según las palabras de Olga, la solución que le había propuesto le
permitiría ganar lo suficiente, aunque solo trabajara unos pocos días al mes. Hizo
de tripas corazón y se reunió con ella. Le explicó la situación. Al cabo de un par
de días tuvo su primera cita con un hombre a cambio de dinero.
En ese momento del relato, Alex dijo:
—Mamá, no es necesario…
—No te preocupes, cielo. No te asustará lo que te quiero explicar, pero
debes saberlo todo. Te lo mereces, y no hay mucho de lo que me pueda
arrepentir, al contrario.
Cuando vio que Alex asentía, Rosa cogió la mano de Alfred, que estaba
sentado junto a ella, lo miró y lo besó en los labios.
—Aquella primera vez fue… —se mordió los labios, buscando la palabra
adecuada, y dijo—, tensa, muy tensa. El hombre, a quien apenas recuerdo, fue
muy educado y amable. Olga le había dicho que era mi primera vez, y él era un
caballero, uno de sus mejores clientes. Aunque se portó bien conmigo, resultó
una experiencia bastante traumática.
Alex la miraba muy sorprendida. Nunca habían hablado de eso. Le pareció
normal, estaba claro que no era algo para ir pregonando por ahí. Ese era el
auténtico valor de su madre, de algunas madres. Entendió que, por desgracia, ese
sórdido intercambio era la única salida a su trágica situación. De repente, en su
rostro apareció una sonrisa que había estado oculta desde el principio de la
explicación. Rosa continuó:
—Y, eso, lo que a priori era una solución desesperada, se convirtió en un
sueño hecho realidad. Mi segundo cliente fue tu padre —dijo, mirándolo con
profundo cariño. Volvió a besarlo y añadió—: Fue un flechazo. Lo que iba a ser
una sola noche, se alargó tres días. Olga me había presentado a una amiga suya
que tenía dos hijos pequeños, uno de ellos de tu misma edad, y le pidió que
hiciera de canguro. Esa primera noche, te dejé con ella, para que te cuidara.
Rosa la miró con cariño y apretó la mano de Alfred.
—A la mañana siguiente, tras lo que supuestamente había sido una noche
de pasión con aquel cliente alemán, llamé a Olga. Le dije que aún estaba con él,
y que por primera vez en mi vida sentía que era alguien especial. Le comenté
que Alfred insistía en que estuviese con él un par de días, que pagaría lo que
hiciera falta, que insistía en conocerme. Olga me dijo que no me preocupara por
el dinero. Que mi hija estaría bien atendida y que descubriera si algo de todo
aquello era real. Y lo fue, lo ha sido siempre.
Alex los miraba y sentía envidia. Ojalá ella encontrara a alguien con quien
compartir una vida parecida a la que ellos habían tenido juntos.
—Unos meses después, nos casamos. Al cabo de un año nació Bruno, tu
hermano, y Andrea, el siguiente. Ya éramos la familia completa que siempre
habíamos querido. Tres hijos, eso es lo que acordamos desde un principio.
Su padre, a su lado, asentía con la cabeza. Quiso participar.
—Alex, ya sabes lo mucho que tu madre y yo siempre nos hemos querido.
Y mis tres hijos sois el mejor regalo que la vida me podía haber hecho. —Por
primera vez en su vida, Alex escuchó que se le entrecortaba la voz, y balbuceó
—: Eso se lo debo a tu madre, y ya sabes que hace las cosas muy bien —
comentó, poniendo un punto de humor en la conversación—. Sin ella, ninguno
de nosotros sería el que es.
—Es la mejor —confirmó Alex mientras clavaba sus ojos en los de ella.
Alfred tomó aliento y continuó:
—No podemos negar la evidencia, Alex, no eres mi hija biológica. Pero te
aseguro que eres mi hija mayor, y eso nadie lo puede desmentir. Desde el primer
día, cuando tu madre nos presentó, te he querido tanto como la quiero a ella —
dijo, girando la cara y mirándola con cariño—, y siempre será así.
Alex lloró de felicidad, al igual que Rosa, aunque Alfred, dado su frío
carácter alemán, se contuvo. Cuando pudo dejar de llorar, le dijo a su madre:
—No quiero saber nada de ese… cabrón que nos abandonó —dudó,
eligiendo las palabras, aunque ella ya había pronunciado su nombre, «Jorge»—.
No existe. Tengo al padre más maravilloso del mundo.
Se levantó del sofá y se abrazó a ellos.
LAURA SANDOVAL
14:02 horas
***
IVÁN HAAS
Raquel miró a Iván y este asintió con la cabeza. Todas las luces de piso se
habían apagado hacía más de una hora. Salieron del coche, cruzaron la calle y se
acercaron al portal del edificio en el que vivía Antonio Pérez, el chantajista y
abusador que acosaba a Mercedes Hidalgo y a otras mujeres.
La detective, dado su turbio pasado en un barrio marginal de Barcelona,
abrió el portal sin dificultad. Subieron a la segunda planta. El silencio imperaba
en el lugar. Iván miró el reloj, la 01:44. Raquel, con suma facilidad, abrió la
cerradura de la puerta que correspondía al piso número cinco. Se adentraron
unos pasos y se quedaron en silencio. Todo iba bien.
Con extrema prudencia, cerraron la puerta y recorrieron el pasillo. Norma
se había encargado de aleccionarles con un plano de la vivienda. Al entrar en el
dormitorio principal vieron el bulto en la cama. Se acercaron con sigilo. Ambos
sabían cómo debían actuar. No era la primera vez que realizaban una acción
como aquella.
El sujeto estaba de medio lado, con los ojos cerrados, dormido y ajeno a lo
que estaba pasando a unos centímetros de él. Iván, con una de sus manos, tiró
abruptamente de él, lo tumbó sobre su espalda y con la otra tapó su boca.
Raquel, por su parte, sujetó la mano que le había quedado libre y apoyó el cañón
de la Glock en su pecho.
La mirada del hombre mostraba pavor. No entendía cómo, en mitad de un
plácido sueño, se veía inmerso en aquella situación. ¿Qué querían esos
individuos que iban a cara descubierta? Pudo ver al hombre moreno, su pelo
largo, los brazos tatuados que le estaban sujetando con extrema fuerza. Parecía
un deportista de élite. Y a la chica de los tatuajes, su mirada, que infundía miedo
y mostraba odio. Miró la pistola que se clavaba en su pecho y notó su presión.
Entonces escuchó una pregunta que lo dejó perplejo:
—¿Quieres morir, Antonio?
Negó con la cabeza. ¿Qué tipo de pregunta era aquella? ¡Claro que no
quería morir!, pero cada vez estaba más asustado. Supuso que tendría que ver
con lo que había pasado con su ordenador, el bloqueo que tenía desde hacía unas
horas y la amenaza policial que había recibido.
Pensó en el porno que tenía, todo era legal, aunque sabía que algunos de
los archivos, los de las grabaciones de las chicas, le podrían crear problemas. Ya
había obtenido satisfacción gracias a ellas, en dinero y en sexo, aunque solo se
había prestado aquella niñata asustada. Volvió a oír aquella voz grave y
profunda. Hablaba español, pero con un acento que le pareció alemán.
—Te vamos a soltar las manos, pero la pistola seguirá en su lugar. Al más
mínimo movimiento, o intento de hacer algo por tu parte, mi compañera apretará
el gatillo. Ya sabes lo que eso significa. Si lo entiendes y estás de acuerdo,
asiente con la cabeza. No quiero oír tu voz a menos que te pregunte algo. ¿Lo
entiendes todo? —Asintió. Notó que lo dejaban libre. No se atrevió a hablar.
Iván continuó—: Sabemos lo que has estado haciendo, Antonio, lo del chantaje a
esas pobres mujeres que simplemente se dejaron llevar. Te has aprovechado de
su debilidad, y has obtenido un dinero ilícito —le recriminó el alemán—.
También sexo, practicándolo con una chica que sentía náuseas cada vez que la
tocabas. Pero… no tenía otra salida, ¿verdad? Estaba en tus manos. Debía hacer
lo que le ordenaras o su vida se desmoronaría. —Iván lo miró con odio. Le
preguntó, sin esperar respuesta—: ¿Le eres fiel a tu novia? No me respondas, no
hace falta. Estás de mierda hasta arriba. Tenemos grabaciones tuyas. Si llegan a
las altas esferas de tu partido, podrás decir adiós a los vínculos que mantienen tu
trabajo. —Mientras Antonio se ponía lívido y permanecía mudo, Iván alzó los
hombros, despreocupado—. Si hacemos público lo que sabemos de ti, tu vida se
romperá. Las personas que te pusieron ahí romperán su vínculo contigo, querrán
evadir su responsabilidad por el delito de chantaje que has cometido. Huirán
como de la peste, y yo me encargaré de que reciban una copia personalizada de
los ingresos en la cuenta de Andorra.
Antonio no entendía cómo podía haber ocurrido aquello. Estaba contra las
cuerdas. Escuchó de nuevo su voz:
—La primera de esas copias está a punto de recibirla tu novia, junto con la
grabación en la que obligas a mantener sexo a aquella chica. No verá su lloro,
porque su cara está pixelada, pero el audio lo deja claro.
La cara de aquel cerdo era un poema. Estaba desencajada. Iván le advirtió:
—Lo primero que hará es romper vuestra relación. Cuando presentemos la
denuncia por chantaje y extorsión, con las grabaciones que tenemos, tu nombre
aparecerá en todos los listados de delincuentes sexuales.
Antonio lo miraba con los ojos abiertos, estaba desbordado, temblando.
—Toda la gente que te importa se enterará de que te dedicas a espiar, a
grabar y a chantajear mujeres. Te recuerdo que son delitos tipificados en el
Código Penal, lo suficientemente importantes como para que acabes en la cárcel.
Imagino que ya sabes cómo tratan allí a los delincuentes sexuales. ¿Te gustaría
llegar a eso, Antonio? Responde.
Negó con la cabeza. Estaba temblando, aquello se le había ido de las
manos. Pudo balbucear:
—No…, por supuesto que no… ¿Qué queréis?
—Que te olvides de todo. Toda la información que aparecía en tu
ordenador ya se ha borrado. ¿Tienes algún disco externo que contenga alguna
copia?
Antonio supo que no podía jugar con aquello. Era demasiado lo que estaba
en juego.
—En mi mesa hay un disco externo. Es el único lugar donde guardo los
archivos.
—¿Está aquí?, ¿en tu casa?
—Sí, en la habitación de al lado.
—Vigílalo —le ordenó el detective a Raquel mientras salía de la estancia.
Volvió al cabo de un par de minutos. Lo llevaba en la mano.
—¿Es este? —le preguntó, mostrándoselo.
—Sí —respondió con un hilo de voz.
—Si me engañas, si aparece algún otro archivo de fotos o de vídeo, o mi
hacker me dice que has hecho algo nuevo relacionado con el que ya es tu
antiguo negocio, volveré y te mataré. —Su voz sonó con una firmeza que
despertó un escalofrío en Antonio. Iván dejó pasar un par de segundos, para que
asimilara la amenaza—. En este juego siempre saldrás perdiendo. ¿Lo tienes
claro? Olvídate de esas mujeres y no comprometas a ninguna más. —Iván vio
que asentía con la cabeza—. Recibirás un número de cuenta. Harás una
transferencia por el importe total que has recibido gracias a tus chantajes.
Nosotros nos encargaremos de devolver el dinero a cada una de tus víctimas.
Antonio temblaba.
—Quiero que sepas que no nos vamos a olvidar de todo esto. Si cometes
otro error, dentro de un año, dos… los que sean…, lo sabremos. Y la
información que tenemos contra ti acabará en manos de la policía. Descubrirán
que Antonio Pérez, uno de los guardaespaldas del Área de Igualdad del
Ayuntamiento de Madrid, se dedica a espiar, a grabar y a chantajear a mujeres
—dijo Iván con toda su crudeza—. Acabarás en la cárcel. Con lo guapo que eres,
es fácil que acabes como esclavo sexual de algún compañero cariñoso.
Antonio estaba temblando. Aquello le superaba.
—Haré lo que me digáis, de verdad —balbuceó, a punto de llorar—. No
quiero problemas.
—Tampoco a mí me gustan, por eso no los busco, pero tú lo has hecho. —
Clavó su fría mirada en sus llorosos ojos y agregó—: Ahora nos vamos a ir, y
quiero que te quedes tumbado en la cama. ¿Dónde tienes tu arma?
—En una caja de seguridad. Está en el primer cajón de ese mueble —dijo
señalando un chifonier que había en una de las paredes.
Iván se acercó al mueble y comprobó la veracidad de la información. Era
de metal y estaba protegido por una clave de seguridad. Estaba seguro de que no
lo intentaría, pero tampoco tendría tiempo de abrirlo antes de que ellos salieran
del piso.
—Que permanezca donde está —le ordenó—. Cumple lo que te he dicho y
no tendrás problemas. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, te lo prometo, no volverá a pasar —aseguró derrotado.
—Eso espero —aseguró Iván, y añadió—: por tu bien.
Le hizo un gesto a Raquel y salieron de la habitación. Unos segundos
después, Antonio, que permanecía tumbado en la cama, aterrado, escuchó cómo
se cerraba la puerta del piso. Cinco minutos después, recibió una serie de
números de lo que sin duda era un número de cuenta. Tardó solo dos en
transferir el dinero. No pudo dormir en toda la noche.
LAURA SANDOVAL
09:12 horas
Hacía una hora que, desde uno de los móviles desechables, había enviado el
escueto texto que iniciaba la negociación.
09:22 horas
Cuando recibió la llamada interna desde la mesa de Cris, Alex estaba revisando
el informe que iban a presentar a una compañía de seguros, por un caso de
fraude que habían cerrado hacía unos días.
—Dime, Cris.
—Es alguien que te llama de parte del señor Rubén Gallardo. Dice que es
muy importante.
—¿Cómo se llama? —preguntó, recordando al gerente de la cadena de
inmobiliarias más importante de Madrid, uno de sus mejores clientes.
—Guzmán de la Torre —respondió la secretaria.
Al oírlo se puso en guardia. El día anterior habían estado hablando de
alguien con ese apellido, el marido de Mercedes Hidalgo. Sin duda eran familia.
—Pásamelo, Cris, por favor.
Esperó un par de segundos. Al oír el tono, dijo:
—Buenos días. Alex Hatman al aparato. Tengo entendido que es usted el
señor Guzmán de la Torre.
—Sí, soy yo, señora Hatman. He estado hablando con el señor Gallardo,
que, según tengo entendido, es cliente suyo, y me ha aconsejado que nos
pusiéramos en contacto con usted. Se trata de un asunto muy delicado —dijo con
la voz muy serena—. Tenemos un grave problema y nos ha aconsejado su
colaboración. Me ha asegurado que su agencia es muy profesional y discreta.
—Esa es nuestra prioridad, señor De la Torre. ¿De qué trata el caso?
—Del secuestro de mi hija —lo dejó caer como una losa—. En concreto,
del pago del rescate. El secuestrador quiere que todo se haga al margen de la
policía.
Alex no se sorprendió. Disponían de una cantidad ingente de recursos, y
ningún delincuente quería que todo el estamento policial le persiguiera.
—No sé si es una buena idea, señor De la Torre. Ellos están muy
preparados. ¿Qué le ha dicho la policía?
Alex oyó una especie de resoplido, denotando contrariedad, y escuchó:
—Me lo quieren quitar de la cabeza —respondió molesto. Alex notó un
tono dictatorial en su voz. Pensó que parecía estar acostumbrado a utilizarlo—.
Yo soy quien toma las decisiones, y no quiero arriesgar la vida de mi hija.
—¿Quién está al mando de la operación policial? —le preguntó Alex.
—Un tal Loyola, de la UDEV —dijo con cierto desprecio, y añadió—:
También dos inspectores de la Brigada de Homicidios y Desapariciones.
—¿Sabe sus nombres? —preguntó, mientras visualizaba la cara de Loyola.
—Son un hombre y una mujer. Espere un momento —Alex imaginó que lo
estaba consultando. Un segundo después escuchó—: Ricardo Garcés y Laura
Sandoval.
«Vaya, vaya. ¡Qué casualidad! La amiguita de Iván», pensó Alex. Asintió
con la cabeza.
—Conozco a los tres, y son muy buenos en su trabajo —reconoció—. Lo
que usted decida, señor De la Torre. Si necesita nuestra colaboración,
deberíamos hablarlo en persona.
—Ya he tomado la decisión —respondió.
—Deme su dirección. Mi socio y yo estaremos en su casa en media hora.
¿Vive en Madrid?
—Sí, en la Moraleja.
—Perfecto —respondió. La mayor parte de su infancia la había pasado
allí, donde aún vivían sus padres.
—Aquí estaremos, esperando —concluyó él.
Alex se acercó al armario que tenía en su despacho y sacó unos vaqueros,
un suéter gris, las zapatillas de deporte y una de las americanas de piel que tanto
le gustaba utilizar. Fue al cuarto de baño y se cambió de ropa.
Tras avisar a Iván de la llamada que acababa de recibir, llamó a Norma. Le
pidió que investigara a la familia de Guzmán de la Torre: padres, hijos, cuentas
bancarias, negocios, propiedades, familia… Fue entonces cuando recibió una
pregunta que temía:
—¿Quieres que averigüe a fondo las relaciones sociales de los miembros
de la familia? ¿De algún hombre en concreto?
Alex sabía que Norma, conociéndola, habría investigado todo el entorno
de Mercedes Hidalgo.
—Limítate a lo estrictamente necesario, Norma—le dijo. Se le escapó una
sonrisa y añadió—: Y al secreto profesional.
Al momento escuchó su carcajada.
***
09:53 horas
Hacía una hora que Bron les llevó el desayuno. En la penumbra del húmedo y
frío calabozo, apenas iluminado por las cuatro bombillas del pasillo, Mila yacía
sentada en un rincón, abrazando sus rodillas mientras sus ojos cansados
reflejaban una mezcla de temor y esperanza. Su mente daba vueltas sin cesar,
preguntándose si su familia habría podido reunir el dinero del rescate. No sabía
la cantidad. Sería muy alta, por descontado, pero sabía que ella, en especial para
su madre, valía todo el dinero de mundo.
No confiaba tanto en la actitud de su padre. Pagaría, eso lo tenía claro,
aunque sabía que, una vez en casa, le reprocharía lo ocurrido. Ahora se
arrepentía de la decisión que Nerea y ella habían tomado para pasar la mejor
noche de su vida, la de llegar a España el viernes. «¿Mejor noche?, la peor
pesadilla», se preguntó y respondió a la vez.
De repente, escuchó el sonido amortiguado de la puerta al abrirse y los
conocidos pasos de Bron bajando la escalera. Con un destello de ansiedad, se
puso en pie. El corazón le latía con fuerza, mientras se preguntaba si su
presencia tendría relación con alguna noticia de su liberación. Se acercó a la reja
y vio que su imponente figura se detenía un instante frente a la celda de Marta.
—Ya te queda poco para saber tu destino, Martita. Dentro de un par de
días, tal vez pueda disfrutar contigo. Creo que, si tengo suerte, eres la única que
estrenaré esta vez. La pija, si su papi es generoso, volverá a su vida —dijo,
asomándose a la celda de Mila—, y la rusa está muy buscada, una Marilyn de
dieciséis años, y virgen. Sacaremos una pasta en la subasta.
Eligió la llave correspondiente y se acercó a la puerta de la celda de
Natasha.
—Saca las manos y ponte esto en la cabeza —le ordenó.
Ella, aleccionada por sus compañeras de cautiverio, sabía que le iban a
hacer la correspondiente sesión de fotos. «Solo fotos», pensó aliviada. Sentía
náuseas al percibir la presencia de aquel monstruo tan cerca, y más después de
saber lo que había hecho con ella cuando le quitó la ropa. Le habían explicado
que debería ducharse y maquillarse. Eso era lo único bueno de la situación, saber
que podría eliminar cualquier resto de él que quedara sobre su cuerpo.
Mila, agarrada a los barrotes, la vio salir tras Bron, mientras escuchaba el
llanto de Marta. Él sujetaba la brida que se cerraba en torno a sus muñecas.
Andaba descalza, con pasos vacilantes. Estaba muerta de miedo, como ellas dos.
CAPÍTULO 8
ALEX HATMAN
10:27 horas
***
Cuando iban hacia la puerta de la casa, Guzmán bajaba por la escalera. Iba
hablando con un hombre trajeado que portaba un maletín. Yolanda lo saludó con
la mano y salieron al jardín. Era un lugar sereno y encantador, desplegaba
belleza con una armonía exquisita. Las rosas, en una paleta de colores vibrantes,
perfumaban el aire con su fragancia embriagadora. Varios senderos empedrados
serpenteaban entre parterres meticulosamente cuidados, donde las flores
bailaban al compás de la brisa suave.
En el centro, una piscina de diseño griego invitaba al baño en las
cristalinas aguas que reflejaban la luz del sol, creando mágicos destellos. En sus
cuatro esquinas, esculturas de dioses antiguos parecían presidir la serenidad de
ese oasis, donde la naturaleza y la elegancia se fundían en armonía.
Alex, a pesar de que no era demasiado aficionada a ese tipo de escenarios,
se extasió. Ella, aunque prefería la salvaje frondosidad del bosque en el que cada
mañana, durante una hora, realizaba su recorrido habitual, se lo dijo:
—Señora Cruz, este es un lugar de ensueño.
Una tímida sonrisa apareció en el rostro de la aludida.
—Por favor, mi nombre es Yolanda. Y preferiría que nos tuteáramos.
Tanta formalidad me abruma un poco.
—Pienso lo mismo. Yo soy Alex —respondió. Se fijó en Mercedes y le
dijo—: Tú también pareces muy afectada por lo que ha ocurrido.
Yolanda la miró con cariño y tomó su mano. Mercedes, al apretarla, sonrió
y comentó:
—Algunas veces, los acontecimientos que nuestro Dios dispone para
nosotras nos desbordan. No sabes las crueles circunstancias que te depara la
vida.
Yolanda afirmó con la cabeza.
—Mercedes quiere muchísimo a mi hija. Por lo visto, las mujeres de la
familia tenemos una sensibilidad de la que carecen nuestros hombres —dijo con
pesar.
Alex apenas conocía a su marido, pero las referencias que tenía de su
hermano Cristóbal, por su experiencia personal y los comentarios de su esposa,
apuntaban en una dirección que acababa de definir muy bien. Era un hombre
engreído y arrogante.
—No me refiero a vuestros maridos, por supuesto, pero os aseguro que
algunos hombres se comportan de forma cruel e insensible. Incluso se atreven a
chantajear a personas que no han hecho ningún daño a nadie —dijo, en un
comentario que parecía hecho al azar—. Ayer, sin ir más lejos, acorralamos a
uno que se dedicaba a grabar vídeos comprometedores de mujeres. Las
amenazaba con hacerlos públicos y, para evitarlo, debían pagarle. Con dinero o a
cambio de sexo.
—¿Se puede ser más rastrero? —preguntó escandalizada Yolanda.
—Así es la vida y sus circunstancias, al menos las que nos encontramos a
menudo en la agencia. Os puedo asegurar que ya está solucionado, no volverá a
chantajear a nadie. Las mujeres a las que amenazó pueden estar tranquilas.
Sin que Yolanda se diera cuenta, Alex vio que Mercedes dejaba caer la
cabeza hacia atrás y cerraba los ojos, en un gesto muy significativo.
En ese momento, Rocío apareció por el sendero e informó.
—Acabamos de recibir dos cosas: el segundo mensaje y el retrato robot
que han hecho en comisaría.
SEÑOR VAL
10:39 horas
Ya había hablado con Cristian para que se apostara en las inmediaciones del
primer lugar indicado. Aunque sabía que irían de paisano, era fundamental
confirmar la ausencia de policías en el parque. La persona que recogiera la
primera pista dispondría de cerca de media hora para llegar a todos los puntos.
Le insistió en que se recogiera el pelo, que se pusiera algún tipo de gorra y
llevara unas gafas de sol. A esas alturas, y dada la seriedad de la investigación
que habrían hecho, conocerían sus rasgos, y no era una persona que pasara
desapercibida. Cuando se asegurara de la recogida de la primera nota, debía
desplazarse al lugar de la última, para culminar la acción. Le sobraría tiempo.
Cristian era la persona indicada para hacerlo, Iris ya tenía su trabajo
asignado, y Bron llamaba demasiado la atención. Por otro lado, tal como le había
dicho el jefe, Mila conocía el aspecto del carcelero. Eso podría crear problemas.
Sin duda, la chica le explicaría a la policía que estaban custodiadas por un sujeto
enorme, y, si buscaban a un hombre de más de dos metros y con cara de bestia,
era muy fácil que llegaran hasta él.
Como guardián era ideal, cumplía su cometido a la perfección, e infundía
terror a las cautivas, pero… lo único importante era el negocio, y el rescate que
pagarían por Mila era demasiado significativo. Sabía que a veces era necesario
tomar decisiones inevitables. A pesar de que siempre había sido un activo
importante, y dentro de la cárcel un guardaespaldas formidable, se había
convertido en un problema.
Lo llamó por el móvil y le pidió que se acercara a su despacho. Hacía un
rato que le había ordenado que subiera a Mila a la habitación, para que la chica
se pusiera la ropa que llevaba cuando la trajeron. Estaba seguro de que, mientras
se vestía, la habría estado espiando tras el espejo.
Era un puto enfermo, una bestia que resultaba muy útil para mantenerlas
aterrorizadas, y para las películas, donde se comportaba como el degenerado que
era. Pero carecía de la inteligencia necesaria para asumir otro papel que ese. Sus
órdenes eran las de prescindir de él. Encontrarían a alguien que pudiera
sustituirlo. Cuando entró, le dijo:
—Acabo de enviar el mensaje. ¿La chica ya está lista?
—Sí, y está muy buena. Es una lástima que no pueda pasar un rato con ella
—comentó con la desagradable voz que acompañaba su desafortunado aspecto
—. Sabría lo que es un hombre de verdad.
—Ya tendrás otras oportunidades, no te preocupes —le mintió—. Ahora
pasará Iris a recogerla y llevarla al lugar indicado. Los pasos y los tiempos se
deben cumplir a rajatabla. En cuanto sepamos que se ha entregado el rescate, la
dejará libre.
CHALÉ DE LA MORALEJA
10:53 horas
11:31 horas
11:44 horas
Alex aparcó el coche en una de las calles que rodeaban la plaza. Se adentró en el
parque y con la mirada buscó el tobogán. Lo vio frente a ella, pero había dos.
Varios niños jugaban por allí. Las madres no quitaban ojo, pendientes de todos
ellos. Se dirigió al azul, que era más pequeño, y reconoció el suelo de tierra. Casi
al final, le pareció ver un abultamiento. Se agachó, y, al escarbar, encontró lo
que buscaba. Era una pequeña bolsa con autocierre. Dentro encontró una
pequeña llave, de lo que parecía una taquilla, y una nota. La sacó y la leyó:
Mercadona:
C /Del General Ricardos, 188.
La leyó en voz alta, para que Iván, a través de la llamada abierta que
mantenían, pudiera oírla. Puso la dirección en el Google Maps y estaba a unos
minutos andando. Se dirigió hacia allí. La taquilla era la número seis. Atisbó, de
forma disimulada, y vio que Iván se había bajado de la moto y se disponía a
seguirla. Raquel, tal como habían quedado, se quedó sentada en ella, por si debía
salir pitando. El alemán, que sabía la dirección a la que se dirigía, no fue tras
Alex, sino que bordeó la plaza, intentando disimular. A la vez, se fijó en si
alguien iba tras ella, nadie se movió.
***
Cristian estaba vigilando desde uno de los bancos. Llevaba el pelo recogido y
una gorra de béisbol, además de las gafas de sol. Necesitaba saber quién iba a
rebuscar bajo el tobogán para encontrar la nota. Aunque tenía órdenes de saber
quién lo hacía, no debía seguir a la persona. Cuando ya era la hora, vio llegar un
Audi Q7. Una mujer que le llamó la atención se bajó de él. Pensó que estaría en
mitad de la treintena, pero tenía el cuerpo de una atleta. Iba enfundada en unos
vaqueros ajustados y llevaba una preciosa americana de piel. «Ropa cara y clase
a rabiar, una rica», se dijo a sí mismo.
Estaba un tanto fuera de lugar en aquel barrio. No le extrañó ver que se
acercaba al tobogán. Pensó que podía ser alguien de la familia de Mila. Desde
luego, no parecía policía. Vio cómo rebuscaba y pronto dio con el lugar. Extrajo
la nota y, tras leerla, tecleó en el móvil y comenzó a andar en la dirección
correcta. «Chica lista», pensó.
Tardaría un rato en hacer el recorrido. Pensó que si el jefe le preguntaba
quién había realizado la entrega de los diamantes, necesitaba hacer algo que
podía resultar útil. Dejó pasar cinco minutos y se acercó al Audi. De forma
disimulada, hizo una foto de la matrícula del coche.
Ahora ya era el momento de ultimar el plan. Se subió al suyo y se fue al
lugar indicado, al último, donde debía hacerse la entrega.
***
Alex abrió la taquilla seis y se encontró con lo mismo que ya tenía: una llave y
otra dirección:
Mercadona:
Camino viejo de Leganés, 58
—Está muy cerca —comentó, tras leer el mensaje en voz alta—. Voy
hacia allí.
—Perfecto. Me acerco yo también —respondió Iván, a quien Alex escuchó
a través del pinganillo.
Pensó que aquello tenía trazas de continuar. Todos los pasos estaban
pensados para ponerlos a prueba y confirmar que nadie la seguía. Apenas unos
minutos más tarde, al abrir esa segunda taquilla, se repitió la escena: nota y
llave.
Mercadona:
Camino viejo de Leganés, 104
Alex empezó a impacientarse. No sabía cuántos pasos más tendría que dar
para hacer la entrega y conseguir la liberación de Mila. Miró el móvil y, al poner
la dirección, se dio cuenta de que también estaba muy cerca. Al menos habían
sido coherentes en eso. Repitió la lectura en voz alta, para avisar a Iván, y siguió
el recorrido que Google le marcaba.
Cuando llegó y abrió con la llave que acababa de recoger, vio que, dentro
de la taquilla, a diferencia de las anteriores, había un móvil y un papel doblado.
—No hay llave, Iván. Tenemos un móvil y una nota. Te la leo.
IRIS
12:06 horas
12:06 horas
***
12:13 horas
Unos minutos después, Cristian veía la esbelta figura de Iris. Llevaba puesta la
peluca rubia, pero la reconoció al momento. Estaba en una de las aceras que
bordeaban el parque de la Emperatriz María de Austria. Llevaba unos vaqueros
negros, con la cazadora a juego, y una camiseta blanca, al igual que sus
zapatillas de deporte. Se acercó a la calzada en cuanto lo vio llegar. Cristian se
detuvo e Iris abrió la puerta del Audi para sentarse junto a él.
—¡Joder, Iris! ¿Estás bien?
—¡¿Cómo voy a estar bien?! —exclamó, dejando de lado el dolor en el
hombro—. ¡Es una puta mierda, Cristian, la he cagado! Tu padre se va a
cabrear… ¡Pero ha sido un accidente, joder! Se me ha cruzado un patinete y…
—Estaba a punto de llorar.
Cristian la entendía. Ya no por su padre, que tenía un carácter difícil, sino
por el de arriba. Ese no toleraba los errores ni se casaba con nadie. Aparte de
Bron, que era un cero a la izquierda, Iris era la más prescindible. Solo hacía un
par de años que estaba en el equipo. Hasta entonces, nunca habían necesitado a
una mujer para que hiciera de gancho, pero un cliente les encargó encontrar a
una lesbiana. Cristian comentó que conocía a una chica que podía servir y que se
lo comentaría. Iris aceptó la oferta de inmediato. No tenía demasiados
escrúpulos y el dinero que podría ganar cubría de sobra sus necesidades. Cristian
sabía que Iris era el eslabón más débil de la cadena. Ella continuó:
—Se lo dirá —comentó preocupada, mirándolo—. Solo espero que tu
padre lo entienda y lo convenza. ¡No he tenido la culpa, joder! —En ese
momento cayó en que no le había preguntado por el dron—. ¿Has podido
cambiar el punto de aterrizaje?
—Sí, no te preocupes. Lo he enviado fuera de Madrid, a un lugar
tranquilo. Es la casa de una amiga que está estudiando en Cádiz, tengo una llave.
Habrá aterrizado en el jardín, es muy grande.
Aquello pareció tranquilizar a Iris.
—Al menos podremos llevar los diamantes —dijo aliviada.
—Sí. Lo entenderán —admitió Cristian—. Todo irá bien.
Iván y Raquel les seguían a suficiente distancia como para pasar
desapercibidos, pero sin perderlos de vista.
***
Aunque seguía manteniendo la línea abierta con Iván, Alex, por su otro teléfono,
estaba hablando con Loyola. Este le decía que el helicóptero que estaban
utilizando no tenía tecnología para rastrear el dron. Alex le comentó que, cuando
supo que Mila estaba libre, no había dejado el paquete en el interior del dron, y
que Iván, junto con Raquel, una de sus mejores colaboradoras, seguían a un
sujeto que les había parecido sospechoso.
Le explicó que el coche al que perseguían había recogido a una chica que
vestía de blanco y negro. Loyola le comentó que, según la declaración de los
primeros testigos, era la conductora del vehículo implicado en el accidente de
Mila. De repente, escuchó la voz de Iván:
—Alex, creo que saldrá de Madrid. Ya te informaré.
—Te tengo localizado en la aplicación —respondió, mientras en el móvil
veía el punto que marcaba la situación de Iván y Raquel en el plano de Madrid.
Siempre que realizaban alguna acción conjunta, abrían la aplicación de
seguimiento. Solo la activaban en esas situaciones. La vida privada era
confidencial.
—Por cierto, Alex, con seguridad es nuestro hombre. Mientras sujetaba el
móvil con el que habrá activado el dron, al pasar junto a su coche he visto en su
mano derecha un anillo muy vistoso. Debe ser el que ha comentado Laura.
Aunque Alex ya estaba segura de que aquel vehículo estaba implicado en
el secuestro de Mila, lo que acababa de decir Iván lo confirmaba.
—Vale. No lo perdáis. Corto esta línea, mantenedme informada. Yo voy al
chalé de los De la Torre —comentó Alex—. ¿Sabéis la matrícula del coche en el
que van?
—Es un Audi A6. 3866 KSD.
—Le pediré a Norma que lo investigue.
Llamó a la hacker y le pidió que investigara a su propietario. Le dijo que la
llamaría en quince minutos.
LAURA SANDOVAL
12:27 horas
Laura y Ricardo acababan de llegar al lugar del accidente. Dos coches patrulla
señalaban el lugar, y un grupo de gente observaba desde la acera. Había una
ambulancia aparcada junto al vehículo, y unos sanitarios atendían a una chica
joven que estaba sentada en la parte de detrás. Uno de los agentes estaba
hablando con ella. Se acercaron y, tras identificarse al compañero, Laura le dijo:
—Buenos días, Mila. Soy la inspectora Sandoval, mi compañero es el
inspector Garcés. Ayer nos ordenaron investigar tu desaparición. ¿Cómo estás?
Mila alzó la vista. Aunque tenía el codo vendado y un apósito en una
herida en la frente, parecía estar bien.
—Bien. Gracias, inspectora. ¿Saben mis padres…?
—Sí, ya están avisados. Si te parece bien, te vamos a llevar a tu casa.
Podemos hablar por el camino, porque imagino que tendrás ganas de verlos.
—Sí, por favor —pidió angustiada—. Necesito estar con ellos.
Se levantó y los acompañó hasta su coche. Se sentó en el asiento de detrás
y les dijo:
—Allí hay otras dos chicas retenidas, ¿sabe?
—¿Cómo dices? —preguntó Laura sorprendida.
Mila se reafirmó en su comentario.
—Que hay dos chicas más, inspectora, Marta y Natasha. Las van a
subastar pasado mañana, el jueves.
—Espera, no estoy segura de entender lo que me estás diciendo. ¿No te
secuestraron por ser quién eres? ¿Qué quieres decir con eso de la subasta?
—Pues que supongo que se trata de una red de tráfico de mujeres. Marta lo
sugirió. Su familia no tiene dinero —dijo mientras retenía las lágrimas que
pugnaban por salir—. Yo iba a ser una de las chicas ofertadas, pero al decirles
quién era, decidieron pedir un rescate.
Laura y Ricardo se miraron. Aquello era mucho más gordo de lo que en un
principio habían pensado.
CAPÍTULO 9
IVÁN HAAS
12:28 horas
Nunca le había dado importancia al hecho de haber cumplido los dos años
cuando sus padres se casaron en 1988. No era la única niña del colegio que había
nacido de penalti, así lo llamaban. Cuando apenas tenía nueve años, se lo explicó
una amiga, pero la auténtica verdad salió a la luz a los catorce, al enterarse de
que Alfred no era su padre biológico.
Junto con Bruno y Andrea, sus dos hermanos pequeños, Alex tuvo una
infancia muy feliz. Él era un calco de su padre, el típico adolescente alemán:
rubio, alto, guapo… Después de estudiar la carrera de empresariales en
Inglaterra, y trabajar desde entonces junto a su progenitor, estaba empezando a
coger las riendas del imperio económico de la familia.
Aunque su padre argumentaba que aún no había cumplido la edad de
jubilación, le faltaba un año, Rosa, su madre, ya le había convencido para que
dejara de trabajar y se dedicaran a vivir la vida y a viajar. Alex sabía que Alfred
era incapaz de negarle nada. Viendo lo mucho que se amaban, siempre había
deseado encontrar un amor como el suyo, desde que era una niña. Sin embargo,
su matrimonio con Tomás salió rana, y hacía ya ocho años que se divorciaron.
Andrea, su hermana, había heredado la belleza de su madre. Tenía unas
facciones muy femeninas, perfectas. Podría haber sido modelo, pero se decantó
por estudiar económicas. Ella, por su parte, lo hizo por criminología, una carrera
que le apasionaba. Al finalizar la universidad, decidió ingresar en el ejército.
Estuvo tres años en la Escuela Militar de Alta Montaña, en Jaca.
Nada más dejar el ejército, y mientras esquiaba en las pistas de
Candanchú, conoció al que más tarde sería su marido, Tomás Ramírez, un
inspector de la Policía Nacional. Se casaron en 2012, y su matrimonio duró el
mismo tiempo que su carrera militar, tres años.
En aquella época ya estaba trabajando en una agencia de detectives
privados. La casualidad hizo que mientras estaba vigilando las infidelidades de
un cliente, se encontrara con la de él. Le vio entrar en un hotel con una
compañera de su departamento, una inspectora que trabajaba en narcóticos y que
también estaba casada. Con lágrimas en los ojos, hizo las fotos correspondientes
y destapó una realidad que la atormentaría durante años.
Aquella noche, cuando Tomás llegó al piso en el que vivían, y que había
sido un regalo de Alfred, su padre, se encontró, junto con un sobre, las maletas
en la puerta. Al abrirlo, las fotografías le mostraron el porqué de aquello.
Cuando intentó abrir con su llave, la cerradura había sido cambiada. La conocía
muy bien y ni siquiera llamó al timbre. La llamó al móvil, varias veces, pero no
le contestó. Tomás sabía que jamás le perdonaría.
Alex lo pasó muy mal. Él era su todo. Desde que se conocieron en las
pistas de esquí, siempre lo había sido. A esa dolorosa rabia que sentía, se juntó la
actitud de su jefe. Cuando se enteró de que estaba falta de amor, comenzó a
acosarla. Presentó la dimisión y decidió dejar de trabajar hasta que su herida se
curara. Unos meses después, en una cena benéfica a la que asistió con sus
padres, coincidió con uno de los mejores clientes de la agencia.
Le comentó que ya no trabajaba allí. Él le dijo que era una lástima, que la
agencia no era lo mismo sin ella. Le preguntó si aún le atraía ese mundo, porque
quería investigar a un empleado del que sospechaba. Era uno de sus directivos.
Tenía acceso a información reservada y había sido visto con altos cargos de una
empresa de la competencia. Según su íntimo amigo, gastaba el dinero a manos
llenas, en drogas y burdeles.
Alex le dijo que lo investigaría. En menos de una semana consiguió las
pruebas que demostraban su traición a la empresa. Ese fue el principio de lo que
poco tiempo después, cuando conoció a Iván a finales de 2015, se convertiría en
H&H, Agencia de Investigación.
Eso ocurrió unos meses antes de que Raquel se incorporara, para crear el
equipo perfecto.
CHALÉ DE LA FAMILIA DE LA TORRE
12:48 horas
***
Alex había desconectado la línea con Iván. Sabía que, si había algo importante,
la llamaría. Lo hizo en ese preciso instante. Se levantó y salió de allí.
—Alex, ya sabemos dónde están. Han entrado en una vivienda asilada, en
una finca. Está cerca del núcleo urbano de Boadilla del Campo. Hay dos coches
de alta gama en el exterior. Quién sea que vive ahí tiene dinero.
—Envíame la ubicación, para pasársela a Loyola, y permaneced de guardia
hasta que os llame —le pidió a Iván—. Si no estamos equivocados, en esa casa
hay encerradas dos chicas que serán subastadas en un par de días.
—¿Cómo dices?… —preguntó Iván muy sorprendido.
—Ahora no tengo tiempo para explicártelo, estamos reunidos. Si todo es
como parece, estamos ante una red de trata de personas. Ya te lo explicaré. Estad
muy pendientes, y, si salen de allí, no los pierdas. Vuelvo a la reunión y en un
rato te digo algo.
—Vale, aquí estaremos.
—Otra cosa importante, Iván, llama a Norma y pídele que averigüe quién
es el propietario de esa finca, ¡y lo necesito ya! Después, quiero saber todo lo
que encuentre de esa persona. Su vida y milagros, que serán pocos —dijo Alex
con cierta ansiedad—. Mila también ha hablado de un tal Bron, un tipo con
aspecto muy peligroso que mide dos metros. Es quien se encarga de vigilar a las
chicas. Que averigüe si alguien del entorno del dueño coincide con esa
descripción.
—Ahora mismo la llamo, Alex.
—Otra cosa, si sabe el nombre del propietario del coche, que me lo envíe
por WhatsApp.
—No te preocupes, yo me encargo —respondió él.
SEÑOR VAL
13:06 horas
En cuanto Val vio entrar a Cristian y a Iris en su despacho, supo que algo había
salido mal. Sus caras eran el reflejo de la decepción, y la de Iris mostraba miedo.
Ya había hablado con ella, cuando le llamó para explicarle lo del accidente. Era
una fatal casualidad y debía reconocer que ella no tenía la culpa, pero aquello
había desencadenado el principio del fracaso.
—Lo siento, Val —dijo Iris, compungida—. Todo lo que ha pasado ha
sido culpa mía. Ese maldito patinete…
—Déjalo, Iris —la cortó él, y con voz seria ordenó—: Explicadme qué ha
pasado.
Cristian tomó la palabra:
—En realidad, no lo sé con certeza. Todo iba bien. Como ya sabes, llegó
una mujer, rebuscó bajo el tobogán y sacó la llave y la nota. Tal como dijiste, no
la seguí, sabíamos dónde iría. Me quedé allí para ver si alguien iba tras ella.
Nadie en el parque se movió de su lugar. Solo había un grupo de madres y unos
jubilados que estaban en un banco —comentó con la voz serena—. Cuando me
aseguré de ello, me acerqué con el coche al último punto. Vi entrar a la mujer en
Mercadona, y salió al cabo de un momento. Con la mirada buscó el coche, y
llegó hasta él. Yo estaba bastante cerca y pude ver que seguía las instrucciones.
Me aseguré de recibir la fotografía y puse a volar el dron hasta el lugar marcado.
En ese momento, Iris me llamó y me explicó lo que había pasado.
—¿¡Y no cambiaste la trayectoria de dron!?
—¡Claro que lo hice!, lo envié a Leganés, a la casa de una amiga mía.
Cuando llegamos allí y lo abrimos… ¡estaba vacío!
Val asentía con la cabeza. Había sido cuestión de segundos, pero se había
jodido todo.
—El accidente llamó demasiado la atención, y más si había una persona en
el maletero. Debieron llamar a la policía y cuando les dijo su nombre, se activó
todo. Han sido muy rápidos. —No sabía que un coche patrulla había pasado por
allí unos segundos más tarde—. Debieron avisar a la mujer que llevaba el
paquete y, al enterarse de que Mila estaba libre, nos la jugó.
—Pues fue muy lista. No parecía policía. Pensé que era algún familiar, por
la pasta que parecía tener. Llegó en un pedazo de Audi que…
Val le interrumpió:
—¿No se te ocurriría tomar la matrícula? —preguntó con avidez.
—Soy un chico listo —le dijo, mientras buscaba la foto en su móvil. Se la
enseñó.
—Envíamela —le ordenó, y añadió—: Esperadme en el salón. Debo hacer
una llamada.
Cristian e Iris salieron de allí. Val, antes de llamar, analizó la situación.
Mila debía permanecer encerrada en el maletero del coche hasta que el
saquito con las gemas estuviera dentro de la caja Faraday colocada en el interior
del dron. La foto que habían enviado así lo atestiguaba, no obstante, el hecho de
que descubrieran a Mila antes de tiempo había permitido que aquella mujer que
hacía la entrega los engañara y retirara los diamantes antes de iniciarse el vuelo.
Si Iris no hubiera tenido el accidente, jamás hubieran dejado de hacer el
pago y estarían en su poder. Esa mierda de casualidad había trastocado todos los
planes, pero ya no podían hacer nada. Estaba tranquilo con respecto al coche.
Era robado y llevaba una matrícula falsa. No podrían relacionarlo con ellos.
Marcó el número de la persona que estaba esperando su llamada. Sabía
que aquel fracaso conllevaría cambios significativos en la organización.
ALEX HATMAN
13:11 horas
Volvemos a hablar.
13:15 horas
***
Media hora después recibía el informe. Se puso a leerlo. Pensó que Cristian tenía
razón, que era una mujer muy guapa, con clase. Era socia fundadora de una
Agencia de Investigación: H&H. Comprobó que su cuenta bancaria estaba muy
saneada, y que vivía en La Finca. Eso, y el coche de lujo que tenía, mostraban su
posición social. Tenía treinta y siete años, estaba divorciada, tenía dos hermanos
y sus padres vivían en La Moraleja…
Ella era la que le había ganado. Cuando acabó de leer el informe al
completo, se quedó un buen rato pensando. Su mente era un maremoto de
sensaciones contrapuestas.
ALEX HATMAN
13:44 horas
MARTA Y NATASHA
14:04 horas
Bron les acababa de dejar la comida y se había ido arriba. No fue sarcástico y
provocador como siempre, al contrario. Ambas se dieron cuenta de que estaba
serio, sin el cinismo que acostumbraba a derrochar.
Llegó, sin apenas hablar, siguió con el ritual de alejarlas de las rejas, y, con
manifiesta rabia, dejó la bandeja sobre la mesa. Contra su costumbre, se fue sin
articular palabra. Cuando se vieron libres de su presencia, Marta se atrevió a
hablar.
—Tiene que haber pasado algo, Natasha. Ese cabrón no ha actuado como
lo hace siempre.
—Seguro. Y me alegro, porque me aterroriza cuando se comporta de esa
forma—comentó la rusa.
—Espero que eso signifique que lo de Mila ha salido bien —dijo Marta.
—Creo que es más bien lo contrario —respondió Natasha—. Si todo
hubiera ido como esperaban, nos lo habría restregado. En cambio, parecía
ausente. No sé lo que pasará, ni si eso cambiará algo, pero prefiero creer que, a
través de Mila, la policía descubra algo para poder ayudarnos.
Marta asintió con la cabeza. Pensó en ella y en sus palabras, diciéndoles
que haría lo imposible para ayudar a la policía a encontrarlas.
—Mila se comprometió con nosotras. Estoy segura de que les habrá
explicado todo lo que sabe.
—¿Y qué sabe? —pregunto Natasha, alzando los hombros—. Lo mismo
que nosotras, que estamos encerradas en una asquerosa celda en el sótano de una
casa que está en algún lugar que desconocemos. Eso es lo único que sabe.
—Y sus nombres, no te olvides, Bron y señor Val. Si la policía hace bien
su trabajo, eso podría aportar pistas.
—Espero que tengas razón —respondió esperanzada—, y que nos
encuentren antes del jueves. ¿Sabes rezar?
—No acostumbro a hacerlo.
—Pues creo que ya es el momento de que empieces. Es lo único que nos
queda, la esperanza.
LAURA SANDOVAL
14:09 horas
Laura y Ricardo llevaban casi una hora en comisaría. Ya había hablado con el
comisario y en un par de horas estaría preparado todo el dispositivo para entrar a
rescatar a las dos chicas. Se acercó al despacho de Néstor. Le había pedido que
buscara a las compañeras de cautiverio de Mila entre las denuncias de
desaparición. La semana anterior constaba la de una chica llamada Marta Sierra,
pero de la rusa, Natasha Alexandrova, no aparecía nada.
No obstante, le había dicho que su prioridad era investigar a Valerio
Fuentes y a su hijo. La información que obtuvo sobre el que suponía era es señor
Val, como no podía ser de otra forma, era muy parecida a la que había recibido
Alex. Entre los compañeros reclusos de su época en prisión también localizó a
Bron. No obstante, cuando leyó el informe del analista surgió un nombre que
había salido en la investigación, aunque de pasada, y que no imaginaba que
pudiera tener relación con el caso.
Se acercó a su despacho. Allí estaba Ricardo coordinando la operación de
rescate con Loyola y Gerardo Manzano, el inspector que estaba al mando de la
Unidad Especial de Intervención (UEI). Era la unidad de élite de la Policía
Nacional especializada en situaciones de alto riesgo, entre ellas, los secuestros.
Sus agentes se entrenaban para ese tipo de operaciones de rescate. A pesar de
que también estaban preparados para negociar, allí no habría que hacerlo. Se
trataba de entrar, minimizando el riesgo, y rescatar a las dos chicas. Les dijo:
—Escuchad, creo que Néstor ha descubierto algo muy importante. Acaba
de aparecer un nombre que ha salido durante la investigación, aunque solo de
una forma superficial —comentó la inspectora—. Se trata del padre de una de las
amigas de Mila, el de Susana Puig. Es la chica que les recomendó esa discoteca.
—Vio que Ricardo asentía—. Ahora sabemos que su padre, Jordi Puig, fue
compañero de celda de Valerio Fuentes en Alcalá Meco. Fue detenido por estafa
y pasó varios años en la cárcel. Néstor también ha averiguado que Bron
coincidió con ellos durante su estancia en prisión. Estaba cumpliendo una pena
por violación.
Ricardo movió la cabeza, analizando a situación.
—Por lo tanto, el grupo lo conforman: Valerio, su hijo Cristian, Bron e
Iris. De momento, no tenemos constancia de nadie más, aunque podría haber
más sujetos vinculados a la red. Tampoco sabemos si Jordi Puig participa en este
entramado, aunque, conociéndolo —dijo, recordando al cretino sujeto que les
había recibido—, podría ser el jefe, el inductor de todo.
Laura asintió:
—No me puedo creer que sea una casualidad. Si eran compañeros de
celda, con toda seguridad tiene que estar relacionado. Le he pedido a Néstor que
investigue todo lo que tenga que ver con él.
Ni Ricardo ni Loyola la desmintieron, parecía obvio. El de la UDEV dijo:
—Lo que también ignoramos es la forma en que se realizan las subastas,
aunque sospecho que tendrán que ver con la dark web. Venden a las chicas y se
las envían a los compradores. Ya lo averiguaremos, pero ahora la prioridad es
rescatarlas. —Miró a Gerardo y preguntó—: ¿Qué sabemos de ese lugar?
El inspector comentó:
—Según el informe que tenemos, es una finca de veintiuna hectáreas y
está a tan solo seis minutos de Boadilla del Monte. Tiene acceso a la carretera
por la M-516. Es de los años cuarenta. Valerio la compró en 2017, un año
después de salir de la cárcel. Se hizo una reforma integral de todo el interior.
Dispone de todos los servicios y un pozo con agua abundante. La luz es de
Iberdrola y tiene fibra óptica de última generación. —Revisó los datos y añadió
—: No se desarrolla ninguna actividad agrícola, forestal o cinegética. Las
infraestructuras de que consta son una construcción de dos plantas, con un total
de doscientos sesenta y nueve metros. En los planos no aparece ningún sótano,
pero podría haberse hecho de forma ilegal. Existe un vallado exterior y hay un
edificio cercano, a unos doscientos metros, que estuvo destinado a caballerizas,
pero está derruido.
—Recuerdo que en el informe de la científica se reflejaba que en el móvil
de Mila se halló una microscópica fracción de pelo de caballo. Supongo que se
adhirió en él cuando fue pisado para destruirlo —comentó Laura.
Ricardo asintió con la cabeza.
—Todo lo que conocemos sugiere que podría ser el lugar donde están
retenidas. Lo único que me hace dudar es lo del sótano —comentó Gerardo
mientras reflexionaba—. Está claro que Cristian, la persona que se la llevó, tiene
relación con ese lugar. Esperemos que estén allí. Si no es así, todo se complicará,
pero cuando los detengamos, nos dirán dónde están retenidas. El problema es
que todo se retrasaría y, para evitar más testigos, podrían tomar represalias
contra ellas.
—Seamos positivos, chicos. Están allí —dijo Laura con convicción—.
Encontraremos ese sótano.
—Ojalá aciertes.
ALEX HATMAN
14:33 horas
Ya había hablado con Laura, para decirle que se iba a la finca y que se
encontrarían allí. Llevaba bocadillos para los tres, y quería ayudar en la
vigilancia. Se llevó el 4x4 de Iván. Suponía que todo iría bien, pero, por si acaso,
el BMW X3 era mejor para transitar por aquellos caminos.
Cuando llegó, Iván estaba oculto a unos cincuenta metros de la moto y en
una zona plagada de robles, justo antes de que el camino girara para dirigirse
hacia la casa. Raquel, para poder vigilar la parte trasera, había dado un rodeo por
un pequeño bosque de pinos que envolvía un lado de la casa.
El detective vio llegar a Alex y aparcar su coche a un lado el camino. Ella
se le acercó. Llevaba la cámara de fotos colgada del hombro y una bolsa de
plástico en la mano.
—¿Cómo va todo, cielo? —preguntó al llegar hasta él.
—Aquí, aburrido. No ha habido novedades. Raquel está en la parte
posterior. Me ha dicho que hay un porche descubierto y una puerta de acceso a la
casa, pero está cerrada.
—Lo tenéis todo controlado —comentó, aun sabiendo que sería así.
—Sí, y también tenemos hambre —dijo mirando la bolsa que ella llevaba
—. Este caso va a acabar conmigo, Alex. No he comido nada en toda la mañana.
Ella se rio. Sabía lo glotón que era, aunque necesitaba muchas calorías
para cubrir las necesidades de aquel musculoso cuerpo de metro noventa de
estatura.
—Bocadillo de calamares, el que le gusta a mi chico —dijo Alex y tendió
el brazo, sonriendo.
Iván, al abrirla la bolsa, vio tres bocadillos, uno sensiblemente más grande
que los otros, y dos botellas de agua de litro. Se quedó mirando a Alex y, en tono
de reproche, le dijo:
—Me quedo el más grande y uno de los pequeños, con uno no tengo
bastante. Necesito fuerzas para lo que nos espera.
—¡Ni se te ocurra, listillo! Ya sabes cuál es el tuyo. Los otros son para
Raquel y para mí —le aclaró—. Si te parece poco, llama a tu novia, que vendrá
dentro de un rato.
—¡Serás…! ¡Que llame a mi novia, dice!… Me quedaré con hambre,
débil… —comentó con falsa aflicción.
—¡Pues come frutos secos, dan mucha energía! —exclamó Alex,
sarcástica—. Si en vez de quejarte, miras bien, verás que hay un paquete de
nueces y otro de almendras.
—Ya me quedo más tranquilo, piensas en todo —le vaciló, sonriente, y
preguntó—: ¿Qué sabes de lo de esta tarde?
—Acabo de hablar con tu chica y lo están preparando. Creo que quieren
entrar a primera hora de la tarde, tras la comida. Le he dicho que le enviaría
fotos del lugar. —Miró el reloj. Eran las 13:52—. Voy a rodear la casa, para
llevarle el bocadillo a Raquel y hacerlas desde todos los ángulos.
Se fijó en las ruinas de un edificio que estaba a unos doscientos metros.
Eran unas antiguas caballerizas, pero estaban derruidas. Le preguntó a Iván:
—¿Habéis mirado aquello? —dijo señalando la medio derrumbada
edificación.
—No. Raquel ha dado la vuelta a la casa por el otro lado. Es difícil llegar
hasta allí porque hay una brecha en la vegetación —dijo señalando un punto—.
Al cruzarla, quedaríamos visibles desde la casa.
—Sí, tienes razón, pero no estaría de más echarle un vistazo.
Iván, aunque asintió con la cabeza, le dijo:
—Creo que es mejor que lo haga la policía, Alex. Hasta que llegue todo el
operativo, no podemos arriesgarnos a que nos descubran.
La detective valoró la idea. Hubiera preferido revisar el lugar, pero pensó
que Iván tenía razón.
—Me voy a ver a Raquel —le dijo, y, a través del bosque, siguió la misma
dirección que había tomado su compañera.
OPERACIÓN DE RESCATE
15:42 horas
Alex e Iván estaban advertidos de su llegada. Laura había hablado con ella hacía
apenas unos minutos, para darle la hora de llegada del operativo policial. La
detective le había recomendado que situaran los vehículos donde estaba el suyo.
Ese lugar, dado el giro del camino y la frondosa vegetación, era invisible desde
la casa.
Laura comentó que iban cuatro vehículos. Dos eran de la UDEV, con
Loyola al frente, otro de la Unidad Especial de Intervención y el cuarto, el de
ellos. Habían dejado otros dos cruzados en el camino que llegaba hasta la casa.
Nada más llegar al lugar, el grupo de agentes se quedó junto a los coches y
Laura, Loyola y Gerardo Manzano, el inspector que estaba al mando de la UEI,
se acercaron hasta los detectives.
La inspectora les presentó a Gerardo y, para que Alex e Iván estuvieran al
corriente, se pusieron a revisar el desarrollo de la acción. El equipo que lideraba
el inspector Manzano entraría por delante, con cuatro hombres. Otros dos lo
harían por la parte posterior. Detrás de ellos, una vez asegurado el lugar, entraría
la UDEV y los dos policías. La prioridad era llegar lo antes posible al sótano,
para liberar a las dos chicas.
Alex e Iván no participarían en la acción. Gerardo les ordenó que se
mantuvieran fuera de la casa hasta que todo hubiera terminado. Les aseguró que
ya tendrían tiempo de revisar el lugar una vez estuviera asegurado. Les preguntó
si llevaban chaleco antibalas. Alex le respondió que sí. Sabía que el maletero de
su coche, al igual que el de Iván, contenía una caja con cuatro unidades.
A Alex le hubiera gustado participar, pero entendía la postura del policía.
Si alguno de ellos resultaba herido en la acción policial sería un problema.
Gerardo comentó que, para que cada uno de sus efectivos estuviera colocado en
su lugar, necesitaban diez minutos. En ese momento empezaría la acción. Alex
comentó:
—¿Habéis revisado aquellas ruinas?
—Tenemos una foto aérea —dijo Loyola—, y solo son eso, unas ruinas sin
techo y un viejo armario de pared.
Alex alzó los hombros. Sabía que era demasiado perfeccionista —«en
exceso», pensó para sí—, pero no le gustaba dejar cabos sueltos. No obstante,
ella no mandaba. Se mordió los labios y asintió.
—Volvamos allí, con el equipo —comentó el de la UEI señalando al grupo
—, y coordinamos la acción.
Se acercaron a los agentes, que se agruparon entre ellos. El inspector se
dirigió a los presentes:
—Ya sabéis dónde debéis situaros cada uno, lo hemos repasado varias
veces, y esta será la última. —Definió el plan de acción, señalando quién debía
estar en cada uno de los accesos y su lugar asignado. Al ver que todos asentían,
añadió—: Vamos a sincronizar el tiempo. Son las 15:53. Poned el temporizador
para dentro de diez minutos —comentó, mientras se disponía a activar el suyo.
Miró a los demás y dijo—: Empiezan… ¡ahora!
Todos activaron la cuenta atrás.
***
15:59 horas
Iris estaba en la habitación de arriba. Aún estaba afectada por lo que había
pasado. Esperaba que Jordi entendiera que tan solo había sido un accidente y no
una falta de celo por su parte. Las dos veces que lo había visto le pareció un
hombre demasiado arrogante y autoritario. Además, tenía aquel malsonante
acento catalán que no le gustaba. Comenzó a odiarlo cuando se enteró de que
aquel estúpido Barcelonés que fue su primer novio, el amor de su vida, le ponía
los cuernos con su mejor amiga. Desde entonces odiaba ese acento en general, y
a los catalanes en particular. Se levantó de la cama, donde se había tendido
después de comer, y se acercó a la ventana para abrir las cortinas. Le gustaba
que el sol de la tarde entrara en la habitación.
El bosque que rodeaba la casa por aquel lado era precioso. Cuando iba allí
le encantaba disfrutar de él en sus paseos. Al abrirlas, vio una figura que subía
por la ligera pendiente que, al acabar, descendía hacia la casa. El hombre iba
vestido de negro y llevaba un casco. Lo primero que le vino a la cabeza fue:
«nos han encontrado».
Salió de la habitación y bajó las escaleras a toda velocidad. Cristian y
Valerio estaban en el salón. Acababan de tomar un café y disfrutaban de una
copa de Cardenal Mendoza. Al verla entrar tan alterada se sobresaltaron.
—¡Nos han descubierto, están aquí! —gritó Iris.
—¿Cómo dices? —preguntó Valerio, alarmado.
—Acabo de ver a un policía subiendo por el bosque. Estoy segura de que
nos han encontrado.
Cristian se levantó y se acercó a la ventana. Atisbó a través de los visillos
y no apreció nada raro. Valerio llevaba su Glock 17, y le había puesto un
silenciador. Jordi le había dicho que Bron era un sujeto demasiado fácil de
localizar. Sabían que, gracias a la declaración de Mila, la policía daría con él, y
cuando ataran cabos, llegarían hasta ellos.
Le había insistido en que era un tema que debía solucionar. Tenía pensado
sacarle de la casa, con la excusa de cargar unos sacos en el maletero del coche, y
descerrajarle dos disparos en la cabeza. Ya no sería necesario. Aunque no sabía
cómo, lo que decía Iris significaba que les habían encontrado, y Bron ya no era
prescindible.
No obstante, lleno de rabia, hacía responsable del fracaso a Iris. Sacó el
arma y, sin mediar palabra, le disparó dos veces. La vio caer como un saco, de
medio lado. Un charco de sangre comenzó a manchar la alfombra. Cristian
estaba en shock. Valerio pensó que no les quedaba tiempo.
—Están aquí, Cristian, debemos darnos prisa. En cinco minutos entrarán
—comentó sin equivocarse—. Nos escaparemos por el pasadizo. Coge lo que
necesites. Yo voy a mi despacho, a sacar lo de la caja fuerte. Nos vemos en tres
minutos en las escaleras. ¡Rápido!
Subió hasta su despacho. Imaginó que Bron estaría en su habitación, pero
no le avisó. Cuando intentaran detenerle, se defendería, y eso podría hacerles
ganar tiempo en su huida. Al bajar con el contenido de la caja de seguridad,
Cristian salía, llevando con él una pequeña mochila negra.
—Vamos al túnel —le dijo el padre—. Espero que la hayas mantenido en
buen estado, Cristian. Si no, estamos jodidos.
—No te preocupes. La comprobé la semana pasada.
Valerio agradeció que su hijo hubiera seguido sus instrucciones. Pensó que
algún día les podría resultar útil tener un plan de escape, y hoy lo iba a
comprobar. A toda prisa, bajaron las escaleras que llevaban al sótano,
sobresaltando a las chicas. Pasaron corriendo frente a sus celdas. Al final del
pasillo había una gruesa puerta de madera.
Ni Marta ni Natasha pudieron ver lo que pasaba, solo oyeron un fuerte
portazo y el silencio más absoluto. Este se rompió cuando escucharon el sonido
del timbre de la casa. Gritaron como locas, aun a sabiendas de que nadie podría
oírlas, y, al momento, el atenuado sonido de un fuerte golpe. Apreciaron que el
suelo de madera del piso superior temblaba. Notaron los firmes pasos que
recorrían la planta baja, y varias voces, que en la distancia estaban amortiguadas.
—¡¡Policía Nacional!! No se muevan…
—¡¡Policía Nacional!!
La casa parecía temblar. De repente, comenzaron a oírlos gritándose unos
a otros:
—¡Despejado!
—¡Despejado!
La puerta del sótano se abrió. Cuando temían que Bron bajara por la
escalera para acabar con ellas, escucharon dos disparos lejanos y vieron aparecer
a dos policías que se paraban frente a sus celdas. Iban vestidos de negro, con
casco y chaleco antibalas, y el distintivo de la Policía Nacional con unas extrañas
siglas. Se pusieron a llorar de alegría.
—Cristian y el señor Val se han ido por ahí —dijo Marta, señalando la
puerta que estaba al fondo del pasillo.
En ese momento, Gregorio Manzano, el inspector que estaba al frente del
grupo especial, bajaba por la escalera con dos efectivos más. Escuchó lo que
acababa de decir Marta.
—Yo me quedo con ellas —dijo, y ordenó a sus hombres—: ¡Seguidlos!
Los cuatro agentes abrieron la puerta y se adentraron en el túnel. Era lo
suficientemente ancho como para que una persona, un poco inclinada, pudiera
desplazarse por él. Gerardo se dirigió a las chicas y las tranquilizó:
—Ya estáis a salvo.
Marta y Natasha arreciaron en su llanto. Aparecieron Loyola, Laura y un
agente de su unidad que llevaba un manojo de llaves en la mano. En unos
minutos, las sacaron de las celdas. Natasha y Marta se abrazaron entre ellas y se
refugiaron entre los brazos de la inspectora. Ambas, de forma convulsa, no
podían dejar de llorar.
—Tranquilas, todo se ha acabado —les dijo Laura, mientras notaba los
espasmos de angustia de las dos adolescentes.
ALEX HATMAN
16:02 horas
Estaba frente a la casa, refugiada tras una pila de leña cortada y a salvo de
miradas inconvenientes. Ya era la hora, miró el temporizador y faltaban unos
pocos segundos. Se giró para observar las ruinas. No le gustaban los cabos
sueltos, y, aunque le habían dicho que tenían una visión aérea de la zona,
prefería comprobar el lugar. Por el pinganillo que llevaban les dijo a Iván y a
Raquel que se quedaran a la expectativa.
Su socio estaba en la parte derecha de la mansión, oculto tras unos
arbustos, y Raquel, para cubrir la otra salida, aunque nada parecía indicar que
pudiera pasar algo, se mantenía en el exterior de la parte trasera. No le gustaba
esa inacción, pero esas eran las órdenes que tenían, las de no inmiscuirse. Hasta
que no empezara todo, debían permanecer quietos.
Cuando Alex escuchó el fuerte golpe en la puerta para echarla abajo, y las
voces de los agentes avisando de su entrada en la vivienda, salió de su escondite
y se dirigió hacia las ruinas. Estaban a unos doscientos metros.
Aún no habría recorrido la mitad de la distancia, cuando escuchó dos
disparos. Provenían de la casa. Miró hacia atrás y vio a Iván agazapado tras unos
arbustos. Era mejor mantenerse oculto. Si alguien aparecía por su lado, podría
sorprenderlo.
De repente, escuchó un ruido que creyó reconocer. Provenía de las ruinas.
Comenzó a correr hacia allí.
VALERIO FUENTES
16:04 horas
Llegaron al final del túnel. Valerio abrió una rendija en la puerta que daba al
exterior y que estaba disimulada en un viejo armario. Necesitaba comprobar que
nadie les esperara fuera. Se quedó atisbando unos minutos. Incluso desde la
distancia, había oído el fuerte golpe con el que suponía que habían echado la
puerta abajo. Sin duda, llegarían hasta allí. Le hizo una señal a Cristian y este
puso en marcha la Honda CRF 450R.
Cristian la usaba algunas veces, con la única condición de dejarla siempre
allí, en el recoveco que tenía el túnel en el extremo que daba al exterior. Esa era
la única exigencia de su padre. Aunque al chico siempre le había parecido una
estupidez, ahora entendía el porqué. Valerio abrió la puerta un palmo y se subió
tras Cristian, que se puso al manillar de la moto. En contra de lo que el joven
suponía, le dijo:
—No corras, no quiero hacer ruido. No debemos llamar su atención. Si no
están aquí, desde la casa no podrán vernos.
Cristian obedeció y condujo la moto a media velocidad durante unos
doscientos metros, hasta alejarse lo suficiente. La dirección que llevaban
quedaba oculta tras la edificación de las caballerizas y nadie los pudo ver. El
plan de huida que Valerio había preparado cuando se hizo la reforma, a
instancias de Jordi, había dado resultado. Recorrieron un buen trecho, Valerio
miró hacia atrás y pudo ver la figura de una mujer que corría hacia ellos.
—Ya puedes darle caña, Cristian, alguien intenta alcanzarnos, pero no
salgas a la carretera —le advirtió—. Seguro que hay controles.
—No te preocupes, he hecho el trayecto varias veces. Llegaremos hasta la
casa de San Martín por caminos de montaña. Tardaremos una hora, más o
menos.
Sabía que allí estarían seguros. Era una vivienda alquilada a nombre de
Lucía Hornos, la mujer de Jordi Puig. Ella pensaba que la vivienda, a la que
habían ido un par de veces, era de un amigo de su marido. Se trataba de un chalé
adosado de dos plantas, con dos habitaciones y un cuarto de baño. Suficiente
para pasar algún que otro fin de semana, aunque ella prefería ir al chalé de
Navacerrada, y Jordi era de la misma opinión. No iban casi nunca.
Nada más llegar, metieron la moto en el garaje, lo cerraron y entraron en la
vivienda. Al mirar en la nevera vieron que no había nada. En uno de los armarios
de la cocina encontraron unas latas de atún y otras de legumbres. Con aquello
podrían aguantar un par de días. Debía hablar con Jordi. Cogió el móvil y lo
llamó.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó, entre molesto y preocupado.
—Nos han encontrado, Jordi —respondió Valerio, nervioso—. No sé
cómo, pero han aparecido en la finca. Cristian y yo hemos podido escapar por el
túnel. Estamos en Costa de Madrid.
—¡¡Mierda!! Tenéis que salir del país. ¿Has cogido los pasaportes?
¿Tienes dinero?
—Sí, lo que tenía en la caja fuerte. Me ha dado el tiempo justo para
cogerlo todo.
—¿El ordenador…?
Valerio sabía que aquello era un problema, pero no había tenido tiempo.
—Todo lo demás se ha quedado allí, Jordi. Era urgente salir pitando.
—¡Joder! Por el ordenador lo averiguarán todo —comentó mientras
pensaba—. ¿Has hecho lo de Bron?
—Han entrado antes, pero ya lo conoces, estoy seguro de que no se dejará
coger.
—Queda Iris —apuntó, preocupado.
—Por ella no te preocupes, apenas sabe nada de ti. Además, le he pegado
dos tiros —dijo orgulloso—. Ese puto accidente que ha tenido lo ha fastidiado
todo.
Jordi reconoció que era cierto, y tampoco le preocupaba el futuro de
aquella chica. Tras meditar unos instantes, dijo:
—Si Bron no se deja coger e Iris está muerta, les costará encontrar algo
contra mí. Pero vosotros debéis desaparecer. Tengo un amigo en Plasencia. Está
a poco más de dos horas de donde estáis. Esta madrugada os vais hasta allí. Os
enviaré la dirección. Desapareced durante un par de días y luego idos a Portugal,
a pasar una buena temporada.
—Como digas —accedió Valerio.
—Si todo va bien, podremos salir de esta —respondió Jordi.
IVÁN HAAS
16:08 horas
FINCA
16:13 horas
—Vaya mierda —exclamó Gerardo—. ¿Cómo se pudo hacer un sótano sin que
nadie lo supiera? Los planos que constan en Catastro, en el Registro de la
propiedad, en urbanismo… Todos están mal —se quejó el inspector de la
Unidad Especial de Intervención.
Loyola, mientras oía el peculiar sonido de la ambulancia llegando allí,
dijo:
—Suponíamos que el sótano existía, Gerardo. El problema ha sido el túnel
por el que han escapado.
—Es cierto, con eso no contábamos —vociferó decepcionado—. Teníamos
que haber hecho caso a Alex y no fiarnos de la foto aérea. Gracias a ella
sabemos que se han ido en una moto. Supongo que será de montaña, no creo que
vayan por carretera. Irán monte a través.
Loyola, asintiendo, confirmó su opinión.
—Daré la orden de avisar a toda la policía en un radio de cincuenta
kilómetros. Necesitamos que envíen patrullas y monten controles.
Loyola salió de la casa para hacer la llamada y Gerardo se reunió con sus
hombres. Las dos ambulancias estaban aparcadas en la explanada de la entrada
de la vivienda, y ya habían acercado todos los vehículos policiales.
Ricardo había avisado al juez de guardia para que hiciera el levantamiento
del cadáver de Bron, la forense estaba avisada, y el equipo de la científica en
camino. Los sanitarios atendían a Iris. Aunque había recibido dos disparos, uno
cercano al hígado, que no había afectado al órgano, y el otro en un hombro, solo
estaba malherida y permanecía consciente. La habían subido a una camilla y
estaban a punto de llevarla a la ambulancia.
Laura se le acercó, quería hacerle algunas preguntas. Necesitaba vincular a
Jordi Puig con los Fuentes. No tenían nada en su contra, y sabía que cuando
Valerio hablara con él, podría intentar salir del país.
Necesitaba algo sólido que le permitiera presentarse en su casa, o en su
despacho, y detenerlo. Luego ya tendría tiempo para interrogarlo con calma.
Paró al sanitario que llevaba la camilla y se colocó a un lado de esta.
—Iris, soy la inspectora Laura Sandoval. Necesito hacerte unas preguntas.
Sabemos que tienes poca implicación en el caso —la tranquilizó, mientras
pensaba que solo era una verdad a medias—, estamos al corriente de la
responsabilidad de Valerio, de Cristian, y la de Bron, el carcelero, que ha
fallecido hace unos minutos.
Iris la miraba con una expresión cansada, dolorida.
—No tengo muchas fuerzas para hablar ahora —alegó, con un quejido.
—Lo sé, pero lo que me digas hablará en tu favor. Debes ayudarnos. Diré
que has cooperado y serán benévolos contigo, ¿lo entiendes? —le preguntó. Ella
asintió con la cabeza—. Sabemos que por encima de Valerio hay alguien, y
necesitamos saber quién es.
—Solo le he visto un par de veces. Es un asqueroso catalán —dijo con
desprecio, frunciendo el ceño y apretando los labios—. Un tío prepotente y
arrogante, muy frío. Según Cristian, es muy agresivo.
—¿Su nombre?
—Jordi. El apellido no lo sé.
Al escuchar aquello, Laura disimuló un respingo de alegría. Aun así, debía
estar completamente segura.
—¿Es un hombre rubio?, ¿de unos cincuenta años? —le preguntó.
Iris, mientras hacía una mueca de dolor, negó con la cabeza.
—¡Para nada!, no es ese. Jordi tiene el pelo negro y algo canoso. Tendrá
unos sesenta años, aunque se conserva muy bien. Lleva perilla y gafas —
respondió, mientras el sanitario alzaba la mano, parando la conversación.
—Ya está bien, inspectora. Nos la llevamos al hospital.
Laura ya tenía lo que necesitaba, la confirmación de quién era el jefe de
aquella red de trata de personas. Por lo que sabían hasta el momento, de chicas
adolescentes. Se acercó hasta el salón, donde estaba Alex acompañando a las
chicas. Se habían calmado y permanecían sentadas en un sofá. Alex se levantó
para hablar con Laura.
Le reveló que habían confirmado que nadie abusó de ellas, al menos de
forma consciente, porque el asqueroso carcelero les dijo que había manoseado el
cuerpo de Natasha mientras permanecía drogada. Alex y Laura sabían que,
dentro del episodio de terror que habían sufrido, era un problema menor.
Las chicas le preguntaron a la inspectora si habían detenido a Bron, porque
habían oído que el señor Val y Cristian habían conseguido huir. Laura les
explicó que cuando intentaron detenerle atacó a dos de los policías y que estaba
muerto.
***
No les dijo que a uno de ellos le dislocó un hombro y que tenía la nariz rota; que
cuando se abalanzó sobre el otro y lo tenía agarrado por el cuello, un agente que
entraba en la habitación, al ver la envergadura del sujeto que intentaba
estrangular a su compañero, le disparó. Aunque consiguió que lo soltara, Bron se
incorporó y se lanzó sobre él. Le dio una patada en los testículos, noqueándolo.
Escapó por la ventana de su habitación, pero se encontró con Iván. Laura,
en silencio, agradeció que todo hubiera acabado bien.
***
Alex y Laura vieron la cara de satisfacción de ambas al saber que, tras resistirse
a la detención, Bron estaba muerto.
—Alex, acabo de hablar con Iris y me ha confirmado lo que ya
imaginábamos, que el jefe del grupo se llama Jordi. Durante la investigación
había aparecido un tal Jordi Puig, el padre de Susana, una de las amigas de Mila.
Ella fue la chica que les recomendó esa discoteca —le aclaró Laura—. Esta
mañana hemos sabido que ese tipo fue compañero de celda de Valerio Fuentes
en Alcalá Meco. Desde entonces, lo teníamos en el punto de mira —le reveló—.
Iris me ha dicho que solo le ha visto dos veces, pero que se acuerda de él. Tengo
a mi analista investigando su vida.
—¿Puede ser una casualidad? —preguntó Alex—. Y, si no lo es…, ¿ha
implicado a su hija para que le consiga chicas?
Laura se quedó pensativa. Él era un auténtico gilipollas, como todos los
ricos que estaba conociendo desde hacía un par de días, pero Susana parecía una
buena niña.
—Si lo ha hecho, que lo dudo, no creo que la hija esté al corriente de nada.
La interrogué ayer y me pareció una chica normal —comentó.
—Pues si es una casualidad… ¡Bendita casualidad! —exclamó Alex con
determinación.
Laura se alzó de hombros. No creía que Susana tuviera nada que ver.
—Sin esa coincidencia no habríamos llegado tan pronto hasta él. Cuando
los detengamos, Valerio y Cristian nos dirán la verdad —dijo convencida, y
añadió con satisfacción—: Voy a hablar con el comisario. Ricardo y yo nos
vamos a casa de ese cabrón arrogante, para detenerlo. Sé que montará la de Dios,
pero me apetece darme el gusto.
Alex acompañó la carcajada que soltó Laura. Pensó: «Me gusta esta
inspectora. Es la chica ideal para mi querido Iván».
LAURA SANDOVAL
17:03 horas
***
Cuando Jordi Puig abrió la puerta de su piso, el portero del edificio ya le había
advertido que dos policías subían a hablar con él. Su rostro estaba serio,
mostraba enojo. Era imposible que hubieran llegado tan pronto hasta él. No
estaba preparado para lo que iba a pasar.
—Buenas tardes, agentes. Estoy muy ocupado, y mi hija no está.
Laura se puso tensa en cuanto escuchó sus palabras.
—Solo será un minuto, señor Puig, y le recuerdo que somos inspectores.
En concreto de la Brigada de Homicidios de la Policía Nacional. —Se recreó
mientras se lo mencionaba—. No es algo banal. ¿Está solo en casa?
—No, estoy con mi esposa. Ella se está preparando para ir a una reunión
de la ONG a la que pertenece. Está en la directiva y se reúnen todos los martes.
—¿Podríamos hablar un momento con los dos? Tiene que ver con Susana
—le mintió, para que no sospechara.
Él frunció el ceño y con un gesto los invitó a entrar. Los llevó al salón y
les pidió que esperaran allí. Fue a buscar a Lucía, su esposa. Tardaron un par de
minutos en salir. Ni siquiera se sentaron. Laura, de sopetón, le preguntó:
—¿Para qué utiliza el adosado que tiene alquilado en Costa de Madrid,
señora Hornos?
—¿Cómo dice? —La cara de sorpresa de ella lo dijo todo—. No sé a qué
se refiere.
Laura, que estaba más pendiente de Jordi que de ella, se percató del
resultado de la pregunta en la gestualidad de su rostro. Se puso pálido.
—¿Usted no tiene una propiedad alquilada en San Martín de
Valdeiglesias? —insistió Laura.
—¡Pues claro que no! ¿De dónde ha sacado esa tontería, señorita?
—¿Usted sabe algo, señor Puig?
Su ágil mente buscó una respuesta convincente a la pregunta.
—Lo alquilé yo, a nombre de ella. Fue para hacerle un favor a un amigo,
ya sabe… Para que su esposa no supiera…
Laura y Ricardo lo miraban con sarcasmo. La confesión de Iris era un
motivo más que suficiente para llevarlo a comisaría e interrogarlo, pero Laura
quiso jugar aquella carta. Necesitaba comprobar que Valerio y Cristian estaban
allí. Tras ver su expresión, apenas le quedaron dudas.
—Tengo entendido que conoce al señor Valerio Fuentes —soltó Laura,
para acabar de rematarlo—. Pasaron varios años juntos en la cárcel.
—Eso pertenece al pasado, inspectora —manifestó, blanco como el papel.
—Deberíamos hablar de eso, señor Puig. Debe acompañarnos a comisaría.
Allí podremos charlar con calma.
—Voy a recoger… —intentó decir Jordi.
—No va a recoger nada, salvo su chaqueta y su cartera —ordenó Laura
con firmeza—. ¿Prefiere venir de buen grado o prefiere que le esposemos?
Lucía no entendía nada. Se quedó mirando a su marido y le preguntó:
—Pero… ¿qué está pasando, Jordi?
—No te preocupes, es solo un malentendido. Llama a mi abogado y
explícale lo que está pasando.
Comenzaron a andar hacia la puerta y, antes de salir, Laura le preguntó:
—¿Necesita un abogado, señor Puig?
Jordi, sin responder, la fulminó con la mirada.
ALEX HATMAN
17:30 horas
Alex recibió la llamada de Laura. Le explicó que tenía a Jordi Puig en una sala
de interrogatorios y que había hablado con la Policía Local de San Martín de
Valdeiglesias. Necesitaba comprobar si había alguien en una vivienda que
habían localizado y que estaba alquilada a nombre de su esposa.
Le acababan de confirmar que, aunque no habían podido ver a nadie en el
interior, las ventanas estaban abiertas. Suponía que los sujetos se escondían allí.
Estaba preparando el dispositivo y cerrando las carreteras, incluso las de
montaña. Le comentó que estarían en el lugar en algo más de una hora.
—¿Vais a ir? —le preguntó Laura.
Era una operación policial, y Alex sabía que ellos no pintaban nada allí.
Aun así, le dijo:
—Si no te importa, y ya que el padre de Mila ha insistido, nos encantaría
saber cómo acaba todo esto.
—¿Te vas a llevar a tu socio, Alex?
—¿A «tu chico»? —le preguntó con sorna.
Escuchó la carcajada de Laura.
—No sé si llamarlo así —respondió con ciertas dudas—. Reconozco que
me gusta mucho, pero eso ya lo sabes.
—Es que soy detective, Laura —dijo con sarcasmo.
—¡Claro!, es por eso —se rio la policía—. Y yo soy la madre Teresa de
Calcuta.
—No creo que seas tan célibe como ella.
—¡Calla, calla! Puedes poner la mano en el fuego, y más cuando estoy con
él —pareció reflexionar y le preguntó, sin denotar curiosidad—: ¿Vosotros
nunca…?
—¡Jamás! —respondió con rotundidad—. Es algo que tuvimos claro desde
el principio, no mezclar el trabajo con el placer.
—¿Y lo aceptó? —inquirió sorprendida. Conocía la fogosidad de él, y
Alex era una mujer preciosa y muy sexi.
—No le quedó otra. Cuando le ofrecí abrir la agencia como socios, le dije
que esa era una de las prioridades. Se hizo el remolón y rechazó mi propuesta —
aclaró, soltando una carcajada—. Al ver que me mantenía en mis trece, agachó
la cabeza y aceptó. Desde entonces, hace ya siete años, es el mejor hombre que
ha pasado por mi vida, aunque sea de esa forma tan extraña.
—Pues esa es la suerte que tengo, que yo no necesito cumplir esa regla.
—Yo me lo pierdo y tú lo aprovechas, cabrona. Pero es mejor así.
Ambas se rieron al unísono.
—Te mando la ubicación. Nos vemos allí en algo más de una hora.
Nosotros salimos en cinco minutos —dijo Laura.
—Perfecto —respondió Alex.
***
20:22 horas
Nada más llegar a comisaría, Ricardo ordenó que llevaran a los dos detenidos a
salas diferentes. Había hablado con Laura y decidieron empezar por Valerio. Por
lo que sabían, Jordi estaba de los nervios, eso era lo que buscaban. Se había
quejado varias veces, y su abogado ya había hecho acto de presencia. Insistía en
que le explicaran las razones para tener retenido a su defendido tanto tiempo,
pero nadie sabía nada.
El letrado conocía a Ricardo. Este solo le dijo que estaba involucrado en
un secuestro. No quiso dar más explicaciones, las conocería en el interrogatorio.
Sabía que antes debían recabar toda la información que pudieran del
funcionamiento de la red. Valerio y su hijo se la darían. Entró en su despacho y
Laura, junto con Alex e Iván, estaba revisando la información que tenían sobre
ellos dos.
Los detectives sabían que no podrían estar presentes mientras interrogaban
a los detenidos, pero el comisario había accedido a que pudieran seguirlos a
través del espejo que separaba las dos salas.
—Pasó seis años en la cárcel —dijo Laura—. Allí conoció a Bron y a Jordi
Puig. Este fue su compañero de celda durante cuatro. Supongo que en esa época
se fraguó el negocio de las subastas.
Alex asintió.
—¿Cuatro años compartiendo conversaciones…? Muchos matrimonios no
hablan tanto entre ellos, se rompen antes —ironizó, recordando el suyo con
Tomás, que solo había durado tres.
—Se deben conocer muy bien el uno al otro —comentó la inspectora—.
Valerio sabrá el mal carácter que tiene Jordi y la arrogancia que derrocha. Lo
utilizaré mientras le interrogo.
—Sí —opinó Alex—. Creo que es un lacayo de lujo, la cara visible del
negocio, pero es importante que implique a Jordi. Sugiérele esa idea, que Jordi te
ha confesado que todo lo tramó él. Caerá en la trampa.
Laura estaba de acuerdo. Lo utilizaría. Miró a Ricardo y le preguntó:
—¿Vamos allá?
ALEX HATMAN
Cuando Alex e Iván salían del despacho, ella vio avanzar en su dirección a
alguien a quien no veía desde hacía mucho tiempo, a Tomás, su exmarido. Él iba
distraído, hablando con uno de los inspectores jefe del Departamento de
Homicidios. Vio que su acompañante reparaba en ella y se lo decía. Se separó de
él y se acercó a Alex.
—Cada día estás más guapa, princesa.
—Tú tampoco te conservas mal, comisario —respondió, recordando esa
forma tan sutil de dirigirse a ella, «princesa»—. El trabajo de despacho te sienta
bien.
—Y las horas de gimnasio que hago cada día, joder —añadió, riendo—. Si
no fuera por eso, pesaría veinte kilos más. Ya sabes, demasiado sedentarismo.
Alex se rio. Era cierto. A ella tampoco le gustaba el trabajo de oficina,
prefería la acción.
—No me creo nada. Aunque sé que eres de buen comer, nunca has
engordado ni un gramo, Tomás. Tienes una constitución excepcional. —dijo,
recordando lo devorador que era, en especial los platos de cuchara. Le preguntó
por su esposa—: ¿Cómo está Gisela?
—Bien. La han ascendido a inspectora jefa —comentó orgulloso.
—¿Sigue en narcóticos?, ¿contigo?
—Sí. Es mi subordinada. Esa es la suerte que tengo, que mando yo —
comentó, y con una carcajada, añadió—: Al menos fuera de casa. Allí es un
sargento de hierro.
—En tus relaciones siempre has necesitado mantener la disciplina.
Cuando lo dijo, supuso que había sido su subconsciente. Pensó en lo que
habían sido sus tres años de matrimonio. Se habían casado en 2012, poco
después de que Alex dejara el ejército. Ella lo hizo muy enamorada, y lo estuvo
durante toda su convivencia. A veces pensaba que, de alguna manera, lo seguía
estando. Por supuesto, ya no era amor, pero Tomás seguía siendo alguien muy
especial. Aunque no supo mantenerlo a su lado, siempre lo había considerado el
hombre de su vida.
—¿Lo dices con retintín?, ¿lo de la disciplina? —preguntó él, frunciendo
el ceño.
—Sabes que no, pero reconozco que ha sonado mal —se disculpó—. Me
alegro de que hayas encontrado a tu media naranja. Os complementáis.
Alex tenía la convicción de que ella se había comportado de forma
demasiado sumisa durante su matrimonio. Y era raro, porque, aunque podía ser
una mujer muy dulce, tenía un carácter demasiado perfeccionista. En aquella
época, aún era muy ingenua, y con Tomás actuó así. Se dejó llevar, y él la tiró a
un abismo del que tardó varios años en salir.
—Eso es algo que tú y yo no conseguimos nunca, complementarnos —
justificó él.
—Es cierto, pero eso ya es agua pasada —replicó con cierto desdén.
Aunque seguía dolida con él, no quería demostrar nada. Tomás se la quedó
mirando. Prefirió callar.
—Me ha alegrado verte, Alex —le dijo Tomás.
—Lo mismo digo —respondió ella, pensando que parecía sincero—. Dale
un beso a Gisela de mi parte.
El comisario de narcóticos asintió con la cabeza y le preguntó:
—¿Hay alguien a quien yo debería mandarle alguno?
Alex lo miró divertida. Era una curiosa forma de averiguar si estaba con
alguien.
—No —afirmó con rotundidad—. Ninguno es lo suficientemente
importante.
—Carpe diem —dijo Tomás, mientras le daba dos besos.
—Carpe diem —respondió con su mejor sonrisa, confirmando que estaba
de acuerdo con esa filosofía de vida.
Mientras se acercaba al despacho de Laura, Alex pensó: «Lástima no
haberla descubierto antes».
***
Uno de sus grandes defectos, y lo aceptaba, era ser muy rencorosa. Ella también
había tenido oportunidades para acostarse con otros hombres durante su relación,
pero no quiso caer en la tentación. Valoraba demasiado lo que creía que había
entre ellos como para cometer ese error y jugarse su matrimonio. Tuvieron
criterios distintos.
Cuando lo descubrió, su primera reacción fue arrepentirse de no haber
aprovechado alguna de las ocasiones. Lo inquietante fue tener que reconocer que
esos pensamientos solo eran fruto de su resentimiento, los de una persona
despechada. Lo amaba demasiado como para serle infiel, y la fidelidad era una
de sus virtudes, si es que podía considerarse como tal.
Tomás intentó disculparse, arreglar lo irremediable, pero si de algo estaba
segura, era de que ya no podría vivir tranquila junto a él. Siempre dudaría,
cuando llegara tarde a casa, al irse a cenar con sus amigos, en los eventos de la
comisaría a los que asistía… No, no quería vivir eso. No creía en las segundas
oportunidades, y menos en algo tan grave como una infidelidad.
CAPÍTULO 12
INTERROGATORIO A VALERIO
FUENTES
20:32 horas
21:04 horas
***
Cuando Alex entró en el despacho, Laura estaba hablando con Iván de forma
acaramelada, aunque sin rozarse. Supuso que, aquella noche, tras el intenso día
que estaban viviendo, encontrarían la forma de disfrutar del relax que se
merecían. Ella tendría que conformarse con su bañera abarrotada de sales y el
juguete que guardaba en su mesita de noche. Inconscientemente, recordó a su
último amante, a Cristóbal, y, sin dudarlo, apostó por su baño íntimo.
«Gilipollas, engreído y prepotente», pensó. Escuchó la voz de Laura.
—Estoy esperando a Ricardo —le dijo, apartándose un poco de Iván—.
Nos vamos a registrar el piso de Jordi Puig. Luego os llamo y os explico lo que
hemos encontrado.
—Nosotros… —cuando Alex comenzaba a hablar, sonó su móvil. Se calló
al ver que la llamada era de Guzmán de la Torre, el hermano de aquel gilipollas,
engreído y prepotente en el que acababa de pensar. Respondió:
—Buenas noches, señor De la Torre. —Escuchó lo que decía—. Por
supuesto. La policía va a estar ocupada haciendo un registro y disponemos de
tiempo. Si le parece bien, nos acercamos a su casa. —Su interlocutor siguió
hablando—. Perfecto. Tardamos quince minutos —dijo a modo de despedida—.
Vamos para allá.
Cortó la llamada, miró a Laura y le dijo:
—Luego nos llamamos, Laura. Me ha dicho que le gustaría tener algo de
información sobre cómo se está desarrollando todo. Al fin y al cabo, es nuestro
cliente —se justificó. Movió la cabeza de lado a lado, con rapidez, y alzó los
hombros mientras fruncía el ceño—. Aunque su esposa Yolanda es un encanto,
debo admitir que ese hombre no me gusta nada; y su cuñado aún menos —
masculló—. Espero que no esté en la reunión —miró a Iván y le dijo—. Nos
vamos, socio.
Laura pensaba lo mismo, y lo manifestó:
—Es un ególatra. ¡Un puto machista y un manipulador! Cuando los
interrogamos, su mujer parecía un cero a la izquierda. Me produjo rechazo. Y su
hermano, el político ese, es igual que él. ¡Menuda familia!
Iván saltó al momento:
—No entiendo cómo hay mujeres que se acuestan con hombres como ese.
Imagino que no será un buen amante, muy diferente a m —Miró a Laura,
sonriendo—. Al tener el ego tan grande, seguro que es muy egoísta y solo piensa
en él. La mujer y su placer no importan, solo el del macho alfa. —Volvió la vista
hacia su socia y le preguntó—: Alex, ¿tú crees que, siendo así, se acostará con
muchas mujeres?
—La mujer tendría que estar muy borracha —respondió, intentando que, al
menos Laura, no reconociera la implícita respuesta. A Iván no le quedó ninguna
duda.
Laura se despidió de ellos y, junto con Ricardo y cuatro compañeros del
departamento, además de un agente de la UDEV que estaba especializado en
abrir cajas fuertes, se dirigieron al piso del confirmado jefe de la red.
Necesitaban encontrar la libreta roja. Quedaron en hablar a última hora, cuando
se hubiera acabado todo.
ALEX HATMAN
21:26 horas
21:33 horas
Lucía Hornos no entendía nada. Hacía varias horas que se habían llevado a su
marido, y Susana y ella, a pesar de haber hablado con su abogado, solo tenían
constancia de que le habían acusado de secuestro. Por supuesto, se referían al de
Mila de la Torre, la amiga de su hija. Aquello era descabellado. El letrado la
llamó para decirle que la policía tenía una orden de registro y que iban a ir a su
casa. Esa fue la gota que colmó el vaso de su serenidad.
Cuando sonó el timbre de la puerta y se acercó a abrir, se encontró con
aquellos dos inspectores que habían estado hablando con ellos, y a media docena
de agentes más.
—Buenas noches, señora Hornos —le dijo la inspectora, enseñándole un
papel—. Tenemos que registrar su casa.
—Pero… no entiendo nada, inspectora —comentó asustada—. ¿De qué se
acusa a mi marido?
—Todo está bajo secreto de sumario. No podemos hablar de ello, pero
estoy segura de que su abogado la mantendrá al corriente.
—Me ha dicho que está acusado de secuestro —balbuceó sorprendida—.
¿Del de Mila?
—Eso parece, aún debemos aclarar muchos puntos —dijo Laura. Tampoco
quería hacer leña del árbol caído, y ellas no parecían saber nada de los negocios
de Jordi—. El registro que vamos a hacer aclarará la inocencia o culpabilidad de
su esposo.
—Están ustedes equivocados. Todo lo malo que hizo, ya lo pagó —
argumentó—, ahora es un empresario de éxito. Se dedica a la importación y
exportación de vino.
Laura pensó que el negocio relacionado con la exportación era uno muy
diferente al que ella pensaba. Si no sabía nada, que era lo que parecía, se iba a
llevar una buena sorpresa. Susana, a su lado, permanecía callada y con los ojos
llorosos.
—¿Dónde tiene su marido la caja fuerte? —preguntó Laura.
—En su despacho. Tras una copia de un cuadro de Monet, el de unos
nenúfares.
—¿Sabe usted la combinación? —le preguntó sin demasiadas esperanzas.
—¡Por supuesto que no! —exclamó, sorprendida de la pregunta—. Es muy
reservado para sus cosas, y yo no la utilizo, solo lo hace él. Guarda algo de
dinero y algunos papeles de su negocio.
—¿No guarda sus joyas allí?
—No. —Alzó los hombros—. Yo tengo una en mi dormitorio.
—También necesitaremos abrirla —puntualizó Laura.
Lucía no se lo podía creer. ¿Sospechaban de ella?
—¿A mí también me van a acusar de secuestro? —inquirió con sarcasmo.
—Dependerá de lo que contenga su caja. ¿Está usted implicada en el
negocio de su marido? —le preguntó Laura, molesta por su respuesta.
—¡Claro que no! —respondió airada.
La inspectora alzó los hombros y comentó:
—Entonces no tiene nada que temer, señora Hornos. Colabore con
nosotros y todo se acabará rápido. Indíqueme dónde está el despacho de su
marido —le pidió. Señaló a Ricardo y añadió—: El inspector Garcés irá con
usted a su habitación, para comprobar el contenido de su caja.
—No encontrarán nada ilegal en ninguna de ellas —replicó orgullosa—.
El despacho de mi marido es la puerta que está al final del pasillo.
Laura se acercó hasta allí y Ricardo se fue con Lucía. El inspector apenas
tardó unos segundos en comprobar que su caja fuerte solo contenía unos dos mil
euros en efectivo y un joyero que estaba repleto de collares, pulseras y anillos.
Todos eran de gran valor y estaban colocados en el interior de un estuche.
La inspectora entró en el despacho de Jordi y vio el cuadro de los
nenúfares. Estaba situado en la pared, tras el butacón de su mesa. Junto con dos
de los agentes, se acercó hasta él y lo descolgó de la pared. La caja quedó a la
vista. Javier Sanz, el compañero de la UDEV que Loyola había enviado para
realizar aquel cometido, dijo:
—Es una Arregui, una evolution de 52 x 38,5. Tiene un código de ocho
dígitos. No es demasiado difícil de decodificar, tardaré un rato, pero no tenemos
la llave. Por el código no hay problema, aunque disponer de ella nos ayudaría.
—Voy a llamar a comisaría. Les pediré que comprueben si está entre sus
pertenencias.
Hizo la llamada y el compañero que la buscó en el llavero que llevaba el
detenido al llegar a comisaría le informó de que no aparecía.
Mientras comenzaba a decodificar la serie numérica, el de la UDEV dijo:
—La necesitamos. Si no está en su llavero, debe tenerla a mano, porque
hay que utilizarla tras introducir el código. Buscad en los cajones.
Lo abrieron todo, pero no la encontraron. En un momento dado, Ricardo,
que había entrado hacía un par de minutos, dijo:
—¿Habéis mirado bajo los cajones? —preguntó, mientras miraba la
biblioteca que cubría parte de las paredes—. Si nos tenemos que poner a buscar
entre todos estos libros…
Se acercó al principio de una de las estanterías y cogió el más grueso, una
lujosa Biblia que destacaba entre los demás. Al abrirla no encontró nada. Miró
las estanterías, que estaban repletas de libros, y se desesperó, pero tuvieron
suerte.
Laura estaba sentada en el butacón de la mesa. Tiró del segundo cajón, tras
fracasar con el primero, y, al pasar la mano por debajo, notó que algo sobresalía.
Lo sacó del mueble y lo alzó para poder mirar sin desparramar el contenido. Allí
estaba, un estuche fijado bajo el cajón.
—¡La he encontrado, chicos! —exclamó contenta—. Tenías razón,
Ricardo.
Era estrecho y alargado, con una abertura, y la llave estaba encajada allí.
La sacó y se la tendió a Javier, que veía correr los números en el dial que
marcaba la pauta del código. Solo faltaban los dos últimos. Un par de minutos
más tarde, un pitido señalaba la resolución de la secuencia numérica. Javier
introdujo la llave y abrió la puerta sin dificultad.
La caja fuerte era bastante amplia, con dos estantes interiores. Lo primero
que Laura vio fue la libreta roja. Estaba encima de los demás documentos. Hizo
varias fotos y se pusieron a revisarla. El estante de arriba estaba lleno de fajos de
billetes. —Según supo más tarde, cuando se hizo el recuento del dinero,
trescientos noventa y cuatro mil euros—. El de abajo contenía varias decenas de
carpetas, una segunda libreta, y tres lingotes de oro de 1 kg. Según comentó
Javier, su valor era de unos doscientos mil euros. También había dos cajas. Una
de ellas estaba repleta de fotografías de chicas, y la otra guardaba una pistola
Glock con dos cargadores.
Ojearon los documentos que contenían las carpetas. Eran de cuentas en el
extranjero y de transacciones bancarias. La otra libreta contenía datos y
direcciones de gente importante. Por último, encontraron la llave electrónica de
un coche, de la marca Porsche, y otra, convencional, que colgaba de un llavero y
llevaba un número impreso, el dieciséis.
Pidió que le trajeran cajas y dispuso que colocaran en ellas todo el material
perfectamente etiquetado. Fue al salón, junto con Ricardo. La esposa y la hija
estaban sentadas en el sofá.
***
***
ALEX HATMAN
22:22 horas
Alex e Iván vieron entrar a Laura. Nada más ver la cara de felicidad de la
inspectora supieron que todo había ido bien. Ella cruzó el salón del bar de tapas
y se acercó a ellos, sonriente.
—Una que conozco viene muy contenta —dijo Iván, con su característico
acento alemán—. Disimula un poco, cielo, que Alex se dará cuenta de que estás
loca por mí.
—Eso no es cierto —respondió, guiñándole un ojo a Alex—. Si fuera sí,
que no es el caso, tampoco debería ocultarlo.
Alex alzó su mano hacia ella y, mientras se reía, le dijo:
—Déjalo, Laura. Se ha tomado dos tanques de cerveza. Ya sabes cómo se
ponen estos teutones cuando beben un poco.
Iván la miró de medio lado.
—Tú eres medio inglesa, guapa —le recordó, picado. Y, con cinismo,
añadió—: Será que los británicos lo lleváis mejor.
—Soy española, ¡y a mucha honra! —Ese era el único secreto que Alex se
guardaba para ella. Solo su familia sabía la verdad—. No bebas más, Iván, que
empiezas a decir sandeces —se burló.
En ese preciso instante, la camarera llegaba a la mesa. Mientras levantaba
el tanque vacío, Iván le dijo:
—A estas dos tráeles un zumito. Yo ya sé lo que quiero —comentó,
mientras le guiñaba un ojo y asentía con la cabeza.
La camarera se las quedó mirando. Vio que negaban con la cabeza. La
inspectora fue rotunda:
—No le hagas ni caso. El que necesita el zumito es él —afirmó,
señalándolo con el dedo—. Mi amiga y yo tomaremos una caña. ¿Habéis comido
algo? —les preguntó—. Yo me muero de hambre.
La regordeta y simpática chica, que ya conocía a Alex e Iván de otras
veces, dijo:
—Os traigo la carta de tapas, y ahora mismo os lo sirvo.
En cuanto se alejó, Alex preguntó:
—¿Lo tenemos, Laura?
—¡Crucificado! —dijo con rotundidad—. Aunque no teníamos dudas, todo
se ha confirmado.
Les explicó que en la caja fuerte habían encontrado la libreta roja, varios
cientos de miles de euros, los lingotes de oro, fotos de chicas… Explicó lo de la
cabina número dieciséis, que la mujer no conocía su existencia, y del contenido
de esta, el Porsche, la bolsa negra con más dinero y un disco duro…
—Lo tenía todo preparado para escapar de forma urgente —comentó
mientras daba un gran sorbo a la cerveza.
—Has hecho un trabajo excelente, Laura —le dijo Alex.
—Sin vosotros todo hubiera sido más complicado. Juntos hemos trabajado
muy bien —confesó la inspectora.
Iván, al que la tercera cerveza ya le pautaba una marcha más, dijo:
—¡La podríamos fichar para la agencia, Alex! Sería una detective
impresionante.
—Sin duda lo sería, y me parece muy bien —dijo Alex—. Nos iría de
maravilla tener a una colaboradora con su experiencia, Iván. ¿Le has hablado de
la norma que impusimos al principio? Ya sabes…, lo de las relaciones entre
compañeros de trabajo.
Laura recordó lo que le había explicado Alex. Nada de sexo. El alemán
alzó los brazos y dijo:
—Pensándolo bien, creo que desestabilizaría la armonía que reina en
nuestra empresa Y, por otro lado, tener una persona de confianza en la Policía
Nacional resulta muy útil.
Alex soltó una carcajada. Laura la acompañó, contagiada.
—Casi prefiero seguir en la policía. No quiero renunciar a este portento —
comentó riendo.
—Aunque nunca tendrás la suerte de saberlo, Alex, porque trabajamos
juntos, las palabras de esta preciosidad solo confirman lo que siempre te digo —
respondió Iván—. No hay nadie como yo, soy un portento.
—¡Un fantasma!, eso es lo que eres —respondió la aludida.
Al acabar de pronunciarlas, por el rabillo del ojo, vio a Laura negar con la
cabeza.
INTERROGATORIO A JORDI PUIG
***
Nada más entrar, Jordi clavó su mirada en Alex. Su rostro mostró satisfacción.
Alex se lo quedó mirando. Pensó que aquel hijo de puta era el responsable de
enviar a una cantidad ingente de chicas a vivir un destino infernal. Sintió
verdadero asco. Laura dijo:
—El comisario nos ha autorizado a que la señora Hatman esté presente en
este interrogatorio, pero bajo la premisa de que usted colabore. Si no lo hace,
ella saldrá, al igual que yo, y todo se dejará en manos de la justicia. Le aseguro
que tenemos una enorme cantidad de pruebas contra usted. Las suficientes como
para que su letrado no encuentre ningún resquicio que le permita eludir sus
responsabilidades.
—Encantado, señora Hatman —dijo Jordi, sin quitar la vista de ella e
ignorando a la inspectora.
Alex no respondió al saludo. Laura comenzó a hablar.
—Conoció a Valerio Fuentes y a Juan García, alias Bron, al coincidir en la
cárcel de Alcalá Meco, donde cumplió cuatro años de condena.
—Veo que está muy bien informada, inspectora Sandoval —bromeó Jordi.
—Es mi trabajo.
—Y lo realiza muy bien, al igual que yo el mío —ironizó él.
—Señor Puig, ¿me está hablando de la importación y exportación de vino?
—preguntó con sarcasmo.
Jordi soltó una carcajada.
—¡Eso solo es una fachada!, si ya lo sabe —exclamó, haciendo un gesto
de desdén—. Mi verdadero negocio es traficar con mujeres. En realidad, las
subasto al mejor postor. Se sorprenderían, pagan muy bien.
La forma en que lo dijo despertó un escalofrío en los policías. Incluso el
abogado, aunque estaba curtido en mil batallas, disimuló su desprecio. Tenía dos
hijas mellizas de la edad de Mila. Laura intentó calmarse.
—Aunque imagino que las tendrá anotadas en su libreta roja, cuántas…
La carcajada de Jordi la interrumpió. Laura lo miró con repulsa. Alex
estaba muy incómoda. Se estaba mordiendo la lengua. Quería decirle a aquel
malnacido lo que pensaba de él. No sabía que el guion que él había trazado muy
pronto la obligaría a hacerlo.
—¿Por qué se ríe, señor Puig? —preguntó la inspectora.
—Porque de ahí apenas sacarán nada sin mi ayuda, solo algunas iniciales y
números inconexos. Supongo que ya lo habrán mirado. Eso les obligará a
compararlos con su base de datos de personas desaparecidas. Pero no saben
desde cuándo buscar. —Mostró una sonrisa de satisfacción—. Tampoco llegarán
al nombre de los compradores. Ese dato está guardado en mi cabeza. Yo soy la
única persona que puede ayudarles a interpretar las referencias que están
anotadas en la libreta roja.
Jordi clavó sus ojos en Alex. A pesar de buscar una explicación, la
detective no entendía la actitud de aquel hijo de puta hacia ella. Escuchó la voz
de la inspectora.
—Se lo agradezco —respondió Laura, sin entender, todavía, la forma de
actuar de Jordi Puig—. Puede empezar.
—Lo haré, pero antes quiero conocer un poco a la persona que me ha
ganado por la mano.
Alex lo miró. Era su turno.
—¿Por qué me ha hecho entrar, señor Puig? —preguntó, interviniendo en
la conversación.
Jordi no respondió a su pregunta.
—Cristian, además de un portento de belleza, es un chico muy listo,
¿sabe? —comentó con su grave voz y aquel acento catalán tan marcado—. Es
usted una mujer muy atractiva, señora Hatman. Eso hizo que el chico se fijara en
usted desde el momento en que se bajó de su coche, incluso antes de que se
acercara hasta el tobogán y encontrara la primera pista.
—¿Eso es un halago? —le preguntó retadora. Añadió—: ¿Y usted quería
comprobar que lo soy?
—Lo es, eso lo reconozco, aunque puede estar tranquila. Mis clientes no
solicitan mujeres de su edad, les gustan más jóvenes —dijo con desprecio.
Alex estuvo a punto de saltar sobre él. Lo evitó la mano de Laura, que se
posó sobre su muslo en señal de tranquilidad y paciencia.
—Su natural belleza ayudó a que Cristian supiera en que coche había
llegado, un lujoso Audi Q7. Es un chico listo y decidió tomar la matrícula.
Entonces supe su nombre.
—No perdamos el tiempo, señor Puig. Vayamos al grano —dijo la
inspectora.
—Deme solo unos minutos y luego seré condescendiente. Les diré todo lo
que quieren saber. Pero antes me gustaría hacerle algunas preguntas a la señora
Hatman.
—Señora o señorita, como prefiera —especificó Alex, con cierto cinismo
—. Estoy legalmente divorciada.
—Lo sé. Tengo entendido que nació en agosto de 1986. ¿Sabe que la hice
investigar, señorita detective? Sé algunas cosas de usted, pero otras me son
desconocidas.
—Yo no lo he investigado a usted, aunque ahora lo lamento. Solo sé lo que
me ha dicho la inspectora Sandoval, y siento una profunda repulsa hacia usted.
Jordi disimuló haber oído aquello y le preguntó:
—¿Hatman es un apellido inglés?
—¿Está interesado en la sociología o la antropología? —preguntó Alex
con sarcasmo.
—No especialmente, sin embargo, no es un apellido español. ¿De qué país
es originario su padre, Alex?
No le gustó que aquel cerdo la llamara por su nombre de pila, pero se
contuvo.
—Si, como dice, me ha investigado, es una pregunta bastante trivial —
comentó Alex, sin entender el juego. Pensó que no tenía nada que perder—. Se
lo diré. Sin embargo, ¿que obtenemos a cambio?
Jordi mostró una sonrisa de prepotencia, de superioridad. Respondió
preguntando:
—¿Qué le parece el nombre de la persona que se corresponde con el
número tres de la lista que hay en mi libreta? Se habrán dado cuenta de que solo
constan números, fechas y cantidades. Cada uno de esos números, diecisiete en
total, corresponde a uno de mis clientes —puso una sonrisa de triunfo y añadió
—: Sin sus nombres, nunca averiguarán nada. Su identidad solo la conozco yo, y
está en mi mente.
Alex decidió seguir el juego.
—Mi padre es inglés. De Brístol.
—Deme algo más y tendrán el primer nombre. ¿A qué se dedica?, ¿tiene
usted algún hermano? No me mienta, porque lo sabré.
Alex estaba furiosa. Le daban ganas de mandarlo a la mierda y salir de allí.
Estaba segura de que Laura lo entendería, todos lo harían, pero sería imposible
acceder a la información que guardaba. Para obtenerla debía responder. Se armó
de paciencia y le dijo:
—Mi padre se dedica a las finanzas. También tiene una empresa de
promociones, invierte en valores inmobiliarios… varios negocios. Tengo dos
hermanos menores, Bruno y Andrea.
—Es usted la hermana mayor —afirmó, mientras clavaba sus ojos en ella.
Hizo una pequeña pausa y dio su primer nombre—: Tomen nota. El número tres
es Emiliano Méndez. Es un mexicano al que le gustan las vírgenes, un auténtico
cerdo. Tiene cincuenta y dos años y vive en Monterrey. Tiene una pequeña
cadena hotelera. Les resultará fácil de localizar. —Hizo un gesto, denotando
prepotencia, y añadió—: En la libreta, junto al número tres, encontrarán la fecha
de la subasta, el importe que se pagó por cada una de las chicas y sus iniciales.
Tengan en cuenta que permanecen retenidas durante dos o tres días. En la base
de datos de personas desaparecidas, con esa fecha y sus iniciales, estoy seguro
de que no les resultará difícil llegar hasta sus nombres. Descubrirán qué chicas
compró. Ninguna mayor de diecisiete. Habrá varias, porque es uno de mis
mejores clientes. —La indiferencia y naturalidad con la que expresaba aquello
era espeluznante. Alex pensó que era un loco, una persona con una frialdad sin
límites—. Me toca preguntar —dijo a continuación—. ¿Cuándo se casaron sus
padres?
Alex empezó a inquietarse. Ese tipo de preguntas no eran normales. ¿Por
qué le interesaba tanto su familia? Todos habían supuesto que la conversación
iría por otros derroteros. En querer descubrir el plan que habían trazado, saber
cómo habían conseguido llegar hasta ellos… Pero aquel cabrón se descolgaba
con preguntas que no tenían sentido.
—No me gusta hablar de mi vida privada, señor Puig.
—Te prometo que esta es la última, Alex, pero no me mientas porque lo
sabré. Si lo haces, se romperá el trato —la amenazó, tuteándola con excesiva
familiaridad—. Si me la respondes, os doy mi palabra de que lo confesaré todo.
—Alzó los hombros y añadió—: Ya he cumplido los sesenta. Aunque me
rebajaran la pena por colaborar, sé que voy a pasar lo que me queda de vida en la
cárcel.
Alex supo que era cierto.
—¿Tengo su palabra? —le preguntó Alex.
—Por supuesto. Excepto con la ley, soy una persona muy seria —comentó
riendo, y sentenció—: Tienes mi palabra.
—Se casaron el día 22 de agosto de 1988.
Jordi asintió con la cabeza. Ese era uno de los datos que ya sabía, pero
necesitaba que Alex pensara en ello. Ese era el verdadero fin de todo aquello.
—Naciste dos años antes de la boda —comentó con una sonrisa—. Es muy
curioso. —Dejó sus ojos fijos en los de ella y preguntó—: ¿Está grabando la
cámara? Les voy a dar los datos que necesitan —comentó, mostrando una
sarcástica sonrisa.
Alex se levantó. Ya no podía más y su mente no hacía otra cosa que dar
vueltas. Cuando ya iba a salir por la puerta, escuchó su voz:
—Dale un beso a tu madre de mi parte. Era una buena chica, pero no era la
mujer que buscaba. No tenía dónde caerse muerta, era una donnadie.
Alex se giró como impulsada por un resorte. Clavó sus ojos pardos en los
de él y se encontró con un reflejo de los suyos. El color era el mismo, la forma…
Entonces su mente explotó.
—¿Qué tiene que ver mi madre con usted? —preguntó Alex, alertada por
el comentario, y segura de la respuesta.
—Pregúntaselo —dijo con su marcado acento catalán, tuteándola—. Dile
que has estado con Jorge. Seguro que aún se acuerda de mí. —Le guiñó un ojo y
añadió—: Y tú también lo harás.
Alex lo miró y su mente se desbocó. Fue cuando se dio cuenta de que
había estado manipulándola, condicionando sus respuestas para llegar a una
conclusión que nunca hubiera esperado. Todo aquello solo tenía una finalidad,
que ella reflexionara. Sin decirle nada, se lo había dicho todo.
«¡¡No puede ser cierto!!», pensó.
Iván, nada más ver que Alex salía de allí, hizo lo mismo. Se sorprendió al
ver que ella se apartaba unos metros y sacaba el móvil. Mientras empezaba a
alejarse, hizo un gesto hacia él, extendiendo el brazo para evitar que la siguiera.
Alex marcó uno de los pocos números que sabía de memoria.
Nada más responder su madre, Alex le dijo:
—Mamá, hay una persona relacionada con el caso que acabamos de cerrar
que ha hecho algo muy extraño. Tengo que hacerte una pregunta —tomó aire y,
frenando sus nervios, la realizó—: ¿mi padre era catalán?
Alex percibió la sorpresa de su madre. Notó que se le rompía la voz al
decir:
—No entiendo tu pregunta, cielo —balbuceó, confundida y muy alterada.
—Es muy sencilla mamá, ¿mi padre biológico era catalán? —especificó.
—Sí —respondió Rosa con un hilo de voz—. Tenía un acento muy
cerrado.
Con los nervios a flor de piel, Alex le dijo:
—Espera un momento. —Buscó en su móvil el expediente del caso.
Constaban las fotos de todos los implicados. Seleccionó una—. Te envío una
foto.
Apenas pasaron unos segundos cuando, al otro lado de la línea, escuchó el
llanto desgarrador de su madre.
NOTA DEL AUTOR
En primer lugar, quiero darte las gracias por leer Hatman. Espero que te haya
gustado. Si es así, te agradecería que escribieras una reseña. No hace falta que
sea muy larga, basta con unas líneas, pero para mí significa mucho y servirá para
que otros lectores descubran mis libros.
Eso me ayudará a mejorar como escritor, y servirá para que otros lectores
conozcan tu opinión y puedan tomar la suya.
Gracias por tu colaboración.
Un saludo,
Carlos
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Sandra de la Rosa, una joven inspectora del Departamento de Homicidios de la Policía Nacional, lidera la
brigada DLR, un grupo especializado en resolver los crímenes más intrincados.
Cuando una chica de la alta sociedad desaparece misteriosamente, Sandra y su equipo se sumergen en
una investigación que revela un patrón macabro: están tras la pista de un asesino en serie.
Con cada pieza del rompecabezas que descubren, la tensión aumenta, y Sandra se enfrenta al desafío
más grande de su carrera. En una carrera contra el tiempo, deberá desentrañar el enigma antes de que el
asesino vuelva a actuar.
Pero ese puzle que pieza a pieza se recompone, la llevará a darse de bruces con una realidad que
nunca hubiera podido imaginar.
Una trama de suspense, intriga y giros inesperados que mantendrán al lector al borde del asiento.
Volumen 2
https://relinks.me/B0B64JY7L2
Después de un período de ausencia, Sandra de la Rosa regresa al trabajo justo a tiempo para enfrentarse a
un nuevo desafío: el descubrimiento de seis cadáveres en una carretera remota cerca de Madrid. Todo indica
que un asesino en serie ha estado matando durante varios años, con total impunidad.
Mientras ella y su equipo investigan, se topan con un patrón inusual: chicas desaparecidas, que
vuelven a casa después de tres días, y otras a las que nunca se vuelve a ver.
A medida que profundizan en el caso, se enfrentan a una disyuntiva excepcional: perseguir a un
asesino en serie, y atajar un delito que desafía la lógica convencional.
Con la incorporación de un nuevo inspector, Mario de Vargas, asignado al equipo de Homicidios de
forma provisional, Sandra se verá obligada a trabajar con alguien cuyo carácter contrasta con el suyo.
Pero, a pesar de sus diferencias iniciales, la inspectora pronto descubrirá que Mario es un
extraordinario policía. Y, aunque ella aún no lo sabe, es la persona que va a cambiar su vida. Tanto como
jamás pensó.
Volumen 3
https://relinks.me/B0BF31Q8BF
Durante una cena de gala, la inspectora Sandra de la Rosa se ve envuelta en una inesperada agresión que
desencadena una serie de eventos perturbadores, involucrándola a ella y al inspector Mario Vargas como
blancos de un misterioso mensaje: “Cuídate de La Dama Francesa”.
Sandra se sumerge en la búsqueda de un depredador que ha logrado eludir la justicia durante años.
Con la ayuda de su dedicado equipo, se enfrenta a la difícil tarea de desentrañar una compleja red de
recientes crímenes.
A medida que avanza en la investigación, Sandra se ve arrastrada a un mundo oscuro y peligroso,
donde la verdad está entrelazada con mentiras y secretos inquietantes.
En una carrera contrarreloj para detener al culpable, Sandra se enfrentará a un enemigo formidable,
La Dama Francesa, que pondrá a prueba sus habilidades y su determinación hasta el límite.
Volumen 4
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En las frías montañas de Madrid, el descubrimiento de un cadáver congelado y mutilado desencadena una
investigación que llevará a la inspectora Sandra de la Rosa más allá de las fronteras de su jurisdicción, hasta
la provincia de Barcelona.
Con la colaboración de los Mossos d’Esquadra, Sandra se sumerge en un oscuro laberinto de
secretos y traiciones, donde la verdad se entrelaza con la mentira en una maraña de engaños y
manipulaciones.
A medida que avanza la investigación, Sandra se enfrentará a sus propios demonios, desenterrando
secretos que preferiría haber dejado escondidos en su memoria.
Lo que comienza como un caso más, pronto se convierte en una compleja red de intrigas y
conspiraciones, poniendo a prueba, como nunca, la determinación y la capacidad deductiva de Sandra.
Aunque no lo sabe, se enfrenta a la persona más peligrosa que va a conocer durante su carrera como
inspectora de policía.
Volumen 6
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La inspectora Sandra de la Rosa y su brigada, junto con una nueva subinspectora, se embarcan en una
investigación que los lleva a una remota población de Castellón.
El motivo del desplazamiento es el macabro descubrimiento de cenizas humanas en un maravilloso
paraje de una población costera.
No tienen ninguna pista, pero el nombre de la víctima surge entre los restos, identificada por una
prótesis humana que es encontrada en la escena.
Cuando cierran el perímetro e inician una nueva búsqueda, descubren que esa pauta se ha repetido
más veces. Un asesino en serie está actuando en la zona.
La reciente desaparición de otra joven confirma una profunda conexión entre ambos sucesos.
A través de una profunda investigación, conseguirán llegar hasta alguien vinculado con la trama, el
sospechoso perfecto, pero no todo es lo que parece.
Sin siquiera saberlo, acaban de abrir la caja de los truenos y han destapado una cruel realidad que
nadie supo durante años.
TÍTULO INDEPENDIENTE
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Novela autoconclusiva.
LOS CASOS DE LA DETECTIVE ALEX HATMAN (H&H)
“Hatman: La red clandestina”
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Alex Hatman y su leal socio Iván Haas están al frente de H&H, la agencia de investigación más afamada de
Madrid. Cuando una joven de la alta sociedad desaparece en circunstancias enigmáticas, y sus padres
reciben una demanda de rescate que prohíbe la intervención de la policía, la familia de la menor recurre a
H&H en busca de ayuda.
Después de efectuar el pago del rescate, lo que parecía ser el final feliz se convierte en el inicio de
una peligrosa misión para Alex e Iván. Se ven arrastrados a una operación de rescate en la que se enfrentan
a una realidad desgarradora: la subasta de chicas adolescentes al mejor postor.
Mucha acción, en una novela que te mantendrá al borde del asiento, una mezcla explosiva de
suspense, acción y giros inesperados.