Un Padre y Una Madre Breve Biografia de Los Padres de Monseñor Marcel Lefebvre

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índice de materias

proincio de Monseñor Tissicr de Mallerais................... 5


V^dcnmicntos............................... ............................ 6

1»parte: Madame Lefebvre


“Una madre de familia”
Nota preliminar..................................................................... ...... 9
1. La familia...................................................................... 11
2. La infancia y la juventud.......................................... 15
3. La esposa......................................................................21
4. La madre de fam ilia.............................................. ....29
5. Resplandor apostólico........................................... 39
6. La terciaria franciscana......................................... 49
7. La vida espiritual................................................... 59
Su ascensión ya se dibuja claramente 61
Los medios de santificación.......................65
Las características de su vida espiritual 67
8. La última enfermedad.......................................... ...... 77

IIaparte: Monsieur Lefebvre


“El calvario”
Nota preliminar............................................................................. 87
9. Breve biografía....................................................... ...... 89
10. Relato de su hija M arie-Thérése............................. 95
11. De Bruselas a Sonnenburg
Carta de M onsieur B o m m el................ 99
Carta de M onsieur Piérard................... 105
12. Extracto del"N ord Libre” ................................... m

Apéndice
*¿Dónde encontrar la Santa Misa con la cual se
santificaron Monsieur y Madame René Lefebvre?...
- Algunas fotos de familia.............................................
Voz en el Desierto
Miguel Shultz #91
Colonia San Rafael
06470 - México, D.F.

Título original de la obra:


Un Pére et Une Mere
Publication de Journal Controverses
(1993)

Traducción:
de la Maestra María Teresa Cuevas Renner
para mayor gloria de Dios
[email protected]

© Voz en el Desierto (para esta edición)


© Voz en el Desierto (para la traducción)
Primera parte:

Una madre de familia


Madame René Lefebvre
( 1880- 1938)
Nota preliminar

Si acepté presentar este proyecto biográfico, escrito a partir de tes­


tim onios directos e irrecusables, es porque creo en la santidad de
Madame Lefebvre. Ciertamente, no debemos prejuzgar decisiones
de la Iglesia, pero, en plena sumisión a su autoridad, ¿no nos está
permitido expresar nuestros sentimientos de admiración por almas
que parecen haber realizado el ideal de la perfección cristiana? Entre
ellas se encuentra Madame Lefebvre. Este es el parecer unánime de
las personas que se beneficiaron de su afecto, de sus ejemplos o de
su apostolado.
Son numerosas las terciarias que desean penetrar más ínti­
mamente en su vida interior para conocer los secretos que ésta guar­
da. Igualmente son numerosas las almas consagradas a María según
el espíritu de San Luis María Grignion de Montfort, que lograrán
alcanzar su m eta al seguir su ejemplo.
Se ha constatado, en estos últimos tiempos, que entre r
los
Santos canonizados se contaba sobre todo a fundadores de Ordenes,
R eligiosos y R eligiosas. ¿No sería oportuno atraer la atención de los
fieles hacia los laicos, dado que la Iglesia los llama de manera urgen­
te al apostolado? A l dar a conocer a una madre de familia generosa
en el cumplimiento de sus deberes y dócil a las inspiraciones del
Espíritu Santo, este librito quisiera responder a este deseo.
Está dirigido principalmente a los hijos y a los nietos de la
sierva de Dios: la nueva generación debe mirar detenidamente este
modelo para imitar su conducta, ¡y qué mejor modelo que una mamá!
Agradezco a todos aquellos que, mediante su aprecia-
ble colaboración, proporcionaron los elementos necesarios para la
publicación de estas páginas.

París, a 31 de octubre de 1948


R.P. Le Crom
Monsieur et Madame Watine - ^
padres de Madame Rene
27 de junio de
1. La familia
Sobre las vastas llanuras del norte, tan lisas y faltas de vegetación
como las de la B eau ce1, se desprenden las poderosas aglomeraciones
de Lille, Roubaix, Tourcoing que cierran el horizonte de Francia;
erizadas de chim eneas de fábricas se envuelven, aun en los días de
sol, en una bruma de hum o. A l viajero que se retrasa, le ofrecen múl­
tiples contrastes: “plazuelas de vecindad” miserables y residencias
opulentas, calles llenas de baches y entradas a mansiones relucientes,
poblaciones activas que no pierden el tiem po afuera y recibimiento
descansado en la intim idad del interior.
L ille tiene el aspecto de una capital, mientras que Roubaix
y Tourcoing conservan la fisonom ía de ciudades modestas. Estas
dos últimas están unidas la una a la otra, sin que se pueda al primer
vistazo separar sus fronteras. Roubaix sin embargo se distingue por
un carácter más abierto, más alegre, más universal, se podría decir;
Tourcoing está más replegada en sí misma.
Madame Lefebvre, de la que quisiéramos esbozar una bio­
grafía, tenía familiares en estas tres ciudades. Su madre era de la
familia Lorthiois de Tourcoing y su padre de la familia Watine de
Roubaix: dos fam ilias industriales, laboriosas, de espíritu muy cris­
tiano.
Con ocasión del 150 aniversario de los Establecimien­
tos Lorthiois de Tourcoing, el periódico de la región escribía: “Si se
quiere conocer y comprender la razón fundamental de este ascenso
magnífico de un familia y de una empresa, basta con consultar la
genealogía de los Lorthiois. A hí se leerá en cada generación como un
refrán de un himno m agnífico de confianza en la vida presente y en

1N. de la T. Región natural francesa, agrícola y muy fértil, que abarca


alrededor de seiscientas mil hectáreas, situada al suroeste de París.

11
la vida futura... Se puede ver en ella la familia típica de la
Francia y bajo esta forma particular que constituía una em p re^ X
sanal, comercial, industrial.
Pero también podemos ver muy bien en la familia Lom,·
como el resumen y el sím bolo de las virtudes de la raza de Tour . 1
y, en la historia de la extensión y del éxito de sus empresas°01^
síntesis y una justificación del desarrollo de la prosperidad de ^
ciudad.” (14 de septiembre de 1930). 6st*
Optimismo realizador y fe vivaz, tales fueron, en efecto,
características notorias de esta familia que se convirtió muy proilto
en legión. En 1940 podían contarse m il doscientos descendientes de
Louis Lorthiois-Duquesnoy (1764-1810), que incluían a sesenta sa.
cerdotes, religiosos y religiosas, repartidos en los cinco continentes.
En esta línea bendecida por D ios, nació el ^5 jde niarzoje
1855, siendo ja número doce de dieciocho hijoSj G a tó e lle L^hiois^
madre de Madame Lefebvre. Heredó plenamente las virtudesjeju
raza.-
¡Nada de educación dulcificada! N o se conocíajnás^jgue el
método virilmente cristiano. Si hubiéramos podido penetrar, una
noche, en el santuario de la familia, habríamos contemplado a todo
un pueblo de niños, de rodillas, con los brazos en cruz, recitar la
oración en común, y, atrás, ¡los padres que vigilaban las actitudes
indolentes! No se podía ser cristiano ajn ed ias.
Dos hermanas de Gabrielle se hicieron religiosas. Si ella
misma no oyó el llamado divino, se consoló al ver a trece de sus
nietos consagrarse al Señor.
De temperamento infatigable y dinámico,.creía siem pre estar
viviendo íá meior época de su existencia. La Tercera Orden fran­
ciscana, de la que era presidente, estaba lejos de absorber su activi­
dad. Tomó muy en serio la tarea de sostener los numerosos conven­
tos de Roubaix. Con su paso enérgico que se hacía pesado con los
años, recorrió en todos sentidos las calles de la ciudad, con el fin de
proporcionar ayuda y trabajo a sus queridas comunidades
SiLYÍ^m¡smallcvabaunse|lo_distintiyo_de austeridad cla­
ramente monástica. Despuésde la muerte de su esposo q u e i ^ e v i -
no en 19)9, se abstiene de usarla'calefacción eñiñviVr^". ^ S2L
y a simple, se vp lv ió .fn ig a l^ S tíev a n ta teT ia s^ íU ----- “ ’
' « *yu ? Para ir a la
Misa y a comulgar; no se retiraba a descansar sino hasta las 1 1 :00
p.m. 5^a veces~ala medianoche. Solamente a los 80 años, luego de un
ataque al corazón, consintió en levantarse a las 5:30 a. m.
Sus hijos podrán escribir sobre su blasón de 80 años: Fe,
Energía, Simplicidad. Con ocasión de este cumpleaños, hubo una
fiesta de familia sobre la que recogemos, en una carta de su hija,
la nota siguiente: “La fiestecita de Buena Mamá tomó tanta ampli­
tud que estamos todavía nosotros mismos muy sorprendidos (...) En
todo caso, una cosa es segura, y es que la fiesta hizo bien (...) En fin,
habrá sido un bonito y buen día, creo que el Buen Dios habrá estado
contento también, ya que Buena Mamá había querido darle primera­
mente su parte, y el todo no ha sido primeramente sino una simple
expresión de acción de gracias.”
Lo que no agrega la corresponsal, que no es otra sino
Madame Lefebvre, es que ella misma.fu_e_la.animadQra de esta bonita
fiesta.
Un canto de acción de gracias hacia la divina Providencia,
así es como hay que resumir la existencia de esta gran cristiana: des-
pués de haber recitado el Credo en voz alta exhaló el último suspiro.
1 - , || - ____- _______ I ni , .lili — — <p< | _ |, ,, , --------- MI ■ m

Gabrielle Lorthiois se había casado el 27 de junio de 1874


con un industrial de Roubaix, Louis Watine. En él encontró el mejor
de los esposos, un apoyo sólido, un guía seguro; su bondad, com­
prensiva atemperaba la escuela más bien, austera deja. mamá. líue
un matrimonio muy unido. La promesa no fue una palabra vana. Se
cuenta que Monsieur Watine acudió fielmente a la Misa cantada los
domingc^Jj)^.n,oJaltaiia.una.piojne,sajie,siLCompromiso matrimo­
nial. ü S j o l a v e ^ s e g ú n sus hijos, se molestaron los esposos entre
sí. Madame Watine, siempre entusiasta e impulsiva, respondiendo a
la invitación de un religioso, fiabía comprometido a su esposo a hacer
un retiro cerrado. Hubo un movimiento de sorpresa de partejde este
hombre de negocios pqco acpsUimbra enclaustrarse por tresjdías.
Luego, rectificando, declaró que aceptaba y, después de los días de
recogimiento, tuvo la bondad de decir -lo que era cierto- que este
retiro le había hecho bien.
Hombre sabio, justo y bueno, se consagraba plenamente a
sus deberes de estado. Nada sorprende que, en este hogar fecundo y
estable, Dios haya hecho nacer un alma de elite.
A la edad de 20 años con una amiga,
1900.

2. La infancia y la juventud
Esta alma de elite fue Gabrielle, que nació en Roubaix el 4 de julio
de 1880. En el hogar de Monsieur y Madame Watine-Lorthiois, tres
cunas la habían precedido, tres cunas la siguieron. La Providencia la
colocó así en medio de sus hermanos y hermanas para ser su vínculo
y su alegría.
Como una flor bajo los rayos del sol, se abrió en el ambiente
familiar. A riesgo de molestar a los críticos, hay que decir que los
testigos de sus primeros años no guardaron ningún recuerdo de sus
defectos.
En ese tiempo, no lejos de la iglesia de San Martín de
Roubaix, las Hijas de la Sabiduría2 dirigían un internado próspero. Es
en esta escuela donde la niña, como externa, aprendió sus primeras
lecciones. Su Maestra, la Madre Marie-Louise, pudo comunicamos
su testimonio. Aquí está textualmente: “Era dada a la piedad de una
manerajneguívoca, uniendo los actos a la oración e involucrando in-
cluso a sus co ^ a ñ era s, cuando tenía.oportunidad jdeshacerlo. Desde
su más tierna infancia, cuando.entró A Í a _ e ^ e h _ ^ l^ H ij a s _ d e la
Sabiduría, hasta.eLdía en eLqueJa-conocLy.aprecié_más,_nuncase
contradijo ni un solp„instante,_y .seJe_puede_xepresentar en.una sola
palabra: era la hija del deber.,]
Durante mucho tiempo creimos que Gabrielle estaba
llamada a una vida perfecta, pero el Buen D ios había decidido de otro
modo, y no tuvimos más que inclinamos cuando se comprometió en
matrimonio.

2N. de la T, Congregación religiosa fu n dada en 1703 p o r San Luis M aría


Grígnion de Montforí con la Beata M aría Luisa Trichet (M aría Luisa de
Jesús), para asistir en los hospitales, que am plió rápidam ente su actividad
a la enseñanza de los niños pobres.

15
Pero no anticipemos. D e una inteligencia viva, con
marcadas por la música, el dibujo, la poesía, era de las
su d a se. eras ^
Del resto, la educación que recibió en familia favorecía
esfuerzos. Cada mañana, M adame Watine, antes de dirigirse SUs
Misa de 7:00 a. m. con su esposo, pasabaportodas las recám a¿|a
los
^ niños para ofrecerle a D ios el día.

En las comidas del m ediodía y de la noche, bendecían ia


mesa y daban gracias juntos. A l finalizar el día, recitaban la oración
en común.
Dios presidía así todas las acciones de los padres, cuya
preocupación constante y esencial era foimarjij>ijj> hijos en la vida
cristiana.
D os tías eran religiosas. Una de ellas, la Madre Marie-
Clotilde, en el convento de las Bernardinas, tenía una salud frágil. Su
vida no fue más que un largo sufrimiento; la otra, Sor Ambroisine,
pequeña hermana de los pobres en B lois, se dedicaba al cuidado de
sus buenos ancianos. Ambas enviaban c a r t a s ^dificantes_a_la_casa,
cuya lectura en familia cultivaba en e £ corazón de los n iñ o sel espíritu
de renuncia y de sacrificio.
¡Sin embargo no había nada sombrío en esta educación!
Por su franqueza, su abnegación, su rectitud, Gabrielle sembraba la
alegría: los ataques de risa estallaban a menudo en el círculo infantil.
Sucedía que la mamá incansable no sabía moderar sus exi­
gencias. Un día, habían cortado un árbol en el jardín y se tenía que
limpiar el lugar. Juntar las ramas, amarrarlas, apilarlas, parecía un
juego para Gabrielle y su buen humor, que aceptaba todo con una
sonrisa y animaba a su hermana menor, m enos decidida que ella.
En otra ocasión, cierto sábado, emprendieron la tarea
de subir al segundo piso la biblioteca de la planta baja. Los niños
sucumbían bajo el peso de los gruesos libros. Con ánimo, Gabrielle
alegraba su mundo y comunicaba su entusiasmo, se debía completar
la tarea, pero el tiempo pasaba demasiado rápido. D e pronto, el reloj
dio la medianoche y, por obediencia a la ley de la Iglesia, hubo que
parar.
A estos trabajos suplementarios a los que su franca alegría
arrastraba a sus hermanos y hermanas, Gabrielle agregaba actos de
caridad. Para aliviar a los que escupían sangre, había puesto de moda
el “vino de ortigas”. En el tiempo indicado, Madame Watine se iba
con sus niños a la legendaria granja de Wattrelos. Ahí, recogían las
ortigas, las molían a martillazos y luego las exprimían con sus pro­
pias manos: un verdadero deporte en el que participaba casi siempre
Gabrielle. Se compadecía de los sufrimientos de los desdichados. Por
lo demás, la mamá la hacía visitar a las familias obreras del tejido,
así como a los pobres de la Conferencia de San Vicente de Paúl. Así
pues, conoció a temprana edad los cuartuchos de los leprosos y la
palidez de los rostros de los pequeños anémicos.
Cuando se acercaba la Navidad, organizaba reuniones para
confeccionar prendas de lana tejidas con ganchillo, que colocaba
después alrededor del nacimiento: eran sus regalos para los niños
pobres. Pero, sin olvidar las almas, reunía en la casa a grupos de
colegiales y de colegialas para enseñarles el catecismo.
Un viaje a Blois le permitió ver la caridad en acción en la
persona de su tía, Sor Ambroisine. Para esta visita, Monsieur Watine
se hizo acompañar de dos de sus hijas: Marguerite-Marie y Gabrielle.
Juntos sirvieron a los ancianitos y a las ancianitas. El papá se ha­
bía puesto un bonito delantal blanco, mientras que, bajo la dirección
maternal de Sor Ambroisine, sus dos hijas distribuyeron con genti­
leza las racionéis, a las que no faltaron muchos mimos para con estos
ancianitos.
Durante las horas de esparcimiento en familia, Gabrielle,
siempre lista para hacer un favor, acompañaba al piano el canto de su
hennanoXim,jque era el compañero asiduo de sus juegos. Lo que le
era menos agradable era, cada sábado, el invariable fragmento a cua­
tro manos, “Le trot du cavalier”, que tenía que tocar con su madre.
Sin embargo, en lugar de considerarlo como fastidioso, se entregaba
a esta tarea con entusiasmo, para reír a ratos a lágrima suelta.
Poco antes de cumplir los 16 años, la joven ingresó al inter­
nado de las Madres Bernardinas de Esquermes en Lille. Muy con­
movida se alejó de su querido “campanario de San Martín”, como lo
canta en una poesía más reveladora de su alma que de sus talentos:

“En reverente sueño revi mi Roubaix tan querido,


Luego mi espíritu distraído alentando a sus alas,
Guiado p o r San Martin y p o r su viejo campanario,
Hubo vuelto pronto a la casa paterna.
Pero hay que regresar, ¡ay! a la realidad
Me vuelvo alumna otra vez y no tengo más que el deseo
De cumplir con mi deber, siendo muy alegre.
Me gusta mi reglamento, quiero siempre obedecer,
Rezar, jugar, cantar, en una palabra ser fe liz

Se representa a sí misma como a esta alumna grande qye


se volvió “la hijita del deber”, siempre cuidadosa de su trabajo y de
su aseo personal. En Esquermes, encontramos en los labios de sus
compañeras el elogio sin reticencia, el panegírico continuo, del qUe
sacamos algunas notas: “carácter parejo, energía sonriente, agrada
ble con todos, modesta y delicada.”.. Es para desanimar a las mejores'
buenas voluntades y a los biógrafos a la moda.
Por más que sea un modelo, o más bien porque es un mode­
lo, Gabrielle no tiene nada de afectada: la atrae el aire libre, le gusta
caminar a pasos largos, es “guía” por anticipado.
El santuario de Nuestra Señora de la Marliére se venera en la
región del norte. Durante el mes de mayo, en compañía de su madre,
la joven iba ahí a hacer una novena de comuniones. Entonces en ayu­
nas y recitando el rosario recorría alegremente los ocho kilómetros
que separaban Roubaix de la Marliére.
Un día incluso, en acción de gracias por el éxito en los
exámenes de su hermano, recorrió a pie 45 kilómetros. Al llegar a
Nuestra Señora del Buen Socorro, sobre la frontera belga, su herma-
no y ella se dan todavía el lujo de dar un paseo en el bosque antes de
cenar.
Más tarde, la peregrinación a Lourdes le encantará por el
fervor que de ahí saca y por la exaltación que siente ante el grandioso
paisaje que forma el entorno de este lugar.
Ama la naturaleza. Con amor confecciona su herbario de co­
legiala, decorándolo con marcos y con dibujos coloreados. Lo adorna
con una gran variedad de plantas y de flores, desde las que recoge en
los jardines, en los invernaderos, en los bosques, hasta los musgos y
los edelweiss de las montañas de Suiza.
Durante! asbell as noches.estrelladas, mientras que.su_padre,
sentado en el jardín, escuchaba, ftimando_tranquilamentesu.pipaJ[Qs
ensayps_del coro Nadaud que se ílevaban a cabo en el café Pando-
re_cerca_de.la.casa, mientras que su madre trabajaba en su escrito­
rio para terminar su correspondencia y prepararJos asuntos del día
siguiente, Gabrielle no dejaba de hacer admirar a su hermana menor
las constelaciones, buscando enriquecer su geografía del cielo.
Ahí donde vibraba sobre todo su alma ardiente era en los
viajes, pero los viajes en plena naturaleza: se quedaba pasmada_ante
una flor para hacer resaltar a la mirada de sus hermanos y hermanas
lgsjonos-dejnatices-variadosy escuchaba, encantada, el murmullo cíe
un arroyo.
Cerca de las Cascadas del río Rin, no podía arrancarse del
espectáculo de los raudales bordeados de espuma blanca que se
precipitaban de roca en roca con un estrépito de trueno. El papá, que
no había olvidado su pipa, descansaba en una banca a cierta distancia
y sonreía de la alegría de sus hijos.
El Puente del Diablo, Andermatt, el Monte Rigi, dejaron en
las jóvenes imaginaciones un recuerdo magnífico.
Después de estas excursiones en las que la vida parecía tan
bella, se aplicaba con más ahínco a los humildes trabajos de cada día.
En el internado de Esquermes, donde Gabrielle pasó
tres años, se trabaron sólidas amistades. Volvió a encontrar a sus
amigas en la obra de Santa Isabel. Ahí, platicaban seguramente, pero
realizaban sobre todo un trabajo seriof confección y compostura de
ornamentos para las iglesias pobres^
En el futuro, estas reuniones de antiguas compañeras, que
despertaban nobles sentimientos haciendo olvidar la monotonía de
la vida cotidiana, ejercerán una poderosa atracción sobre su corazón.
Ya que tenía un alma dulce e indulgente, que se olvidabaj e sí mis­
ma para animar a los demás ,y_hacerlos destacar. Pero no la creamos
de carácter amorfo: en lo, esencial, era inflexible. En Slough, donde
pasó algún tiempo para familiarizarse con el inglés, se prohibía a sí
misma toda conversación en francés. Delante de ella, sus amigas no
se arriesgaban ni a hablar mal de nadie ni a divulgar chismes malin­
tencionados: se le sentía entonces ausente y su reserva deseada las
comprometía a cambiar de propósito. Su personalidad se afirmaba
otra vez en las discusiones de ideas que dirigía con animación, sin

19
labra de la Madre Marie.

e' hcn" Í n « sU'tC8


e sU P crs0'
todo."
3. La esposa
Una vez terminados sus estudios, Gabrielle Watine cumplió sus
veinte anos: era hora de elegir su futuro. ¿Será religiosa? Se murmu­
raba en su entorno, ella misma había pensado en eso. Reflexión, ora­
ciones, consultas, se usaron todos los medios para conocer la volun­
tad de Dios. Después de una diligencia cerca de Monseñor Fichaux,
su antiguo director de Esquermes, ella se decidió por el matrimonio.
No hubo nada de precipitado en su elección: descartó a dos
pretendientes. Ahora bien, un .amigo de la familia, el Padre Debont,
vicario en Nuestra Señora de Tourcoing, viene a presentar a uno de
sus feligreses,.Monsieur René Lefebvre.
Nacido el 23 de febrero de 1879, el joven tenía entonces
la edad de 23 años. Antiguo alumno del Colegio de los Jesuítas de
Bouíogñe-suf^ir, al corriente de la técnica alemana que estudió en
ese lugar, René pertenecía a una familiamuyhonorableycristiana.
Por el lado de su padre, su familia era de Tourcoing desde
hacía mucho tiempo, su madre era originaria de Lille. La madre y la
abuela fueron mujeres de un gran valor espiritual. A la cabeza, ambas
de la Tercera Orden franciscana, se entregaron al apostolado, una en
Lille donde, en el barrio de San Pedro y San Pablo, hizo regularizar
una gran cantidad de matrimonios, la otra en Tourcoing, en la parro­
quia de Nuestra Señora de Lourdes, donde todo el mundo la llamaba
“la buena Madame Lefebvre”.
René debía heredar de esta fe profunda y de esta piedad sóli­
da. Hijo único de temperamento delicado y sensible, un poco tímido,
era dado al retiro y a | msjamientp, más que a la vida mundana. De ahí
probablemente surgieron sus aspiraciones hacia la vida sacerdotal y
en particular hacia la vida benedictina. En su familia, se recordaba y
se hablaba con frecuencia de los antepasados con ricos vestidos de
gala, de recepciones en las que no se descuidaba ni el atuendo, ni los

21
manjares delicados, en las que la señora de la casa manifestaba $us
cualidades de reina del hogar. Al joven le gustaba, en la Iglesia^
el Estado, así como en su familia, lo que recordaba estos caracteres
de grandezay de nobleza de jos siglos pasados.
Este ideal lo hacía dudar sobre su vocación, cuando su madre
recurrió al Padre Debont para arreglar el matrimonio.
El 16 de abriLde J_90^ Gabrielle Watine se casóconRen¿
Lefebvre, en la iglesia de San Martín de Roubaix.
Lourdes, Mónaco, Roma, Suiza, la Selva Negra marcaron las
principales etapas de su viaje de bodas.
La joven pareja se instaló por seis años en el no. 17 de larué
Leverrier en Tourcoing. Durante este período, cinco niños vin ieron a
alegrar el hogar. Delante de estas cunas que captaban sus responsa­
bilidades, los padres comprendieron mejor la grandeza de su misión.
Se volvieron decididamente hacia Dios, desarrollando jíu piedad
mediante ejercicios que realizaban en común: oración de la noche,
misa y comunión cotidianas, asistencia a Vísperas yexposición del
Santísimo con bendición los domingos, oraciones-juntojil nacimien­
to conjos niños en época-de-Navjdad. Inscritos después de_algunos
años en la Tercera Orden Franciscana, practicaban las obligaciones
de ésta. Frecuentaron conventos: el Carmelo, el M o n a s te r ic T d e lo s
benedictinos de Maredsous y e l de Santa Clara.
Los ejercicios de piedad no tomaban más que una mínima
parte del día: el resto del tiempo, Monsieur Lefebvre se iba a la fábri·
ca de hilados enJa que trabajaba mucho y la mamá se ocupaba desús
hijos y del interior de su alma de cristiana. Por ía n o c h e , llegaba^!
descanso. René tocaba el violín con un verdadero talento y su esposa
lo acompañaba al piano.
Cada año, en las vacaciones, la familia se transportaba *
Knocke, en una playa belga, para respirar el aire del mar y disfruta1“
de las alegrías de alta mar. A la mamá le gustaban estas vacación^
“Por el momento, escribe, es el descanso en el mar, descanso coi#*
pleto, y realmente ideal para el tiempo que tenemos. Así, mientras
escribo a usted, tengo delante de los ojos un circo de dunas blan^’
deslumbrantes bajo los rayos de un sol de fuego. Es el gran enea·1
de la casa, tener espacio a su alrededor, de un lado la duna, del o
el mar a dos pasos”.

22
Sin embargo, no hay vida de comunidad sin pruebas y este
matrimonio aparentemente tan perfecto no debía estar exento de
ellas. Esto fue para los dos esposos la oportunidad de alcanzar una
perfección más grande.
Alma de héroe, como dio pruebas superabundantes de serlo,
idealista y tierno, Monsieur Lefebvre, a causa de su misma rectitud,
se contrariará con las pequeñas deficiencias de la vida. Pero su since­
ridad enla.búsqueda del absoluto es digna de admiración.
De carácter equilibrado, corazón abierto al cariño, compasi­
vo hacia todas las miserias, Gabrielle, a su robusta constitu­
ción, era fácilmente optimista y se las arreglaba con facilidad en las
dificultades cotidianas.
Si hubo alguna incomprensión en la intimidad del hogar,
un amor mutuo profundo, un gran espíritu cristiano salvaguardaron
siempre la unión de los, corazones.-
“Qué importa, decía Madame Lefebvre, si los pasajeros de
una embarcación se hieren con golpes de remos. ¿No es más bien
señal de que avanzan? ¡Y qué alegría tendrán cuando, habiendo
alcanzado la otra orilla, se encuentren juntos en la paz!...”. Y se ale­
graba de ver en la conducta de su esposo ese carácter de piedad que
deseaba esencialm ente.------&
También una de sus hijas pudo escribir: “Dios, mediante este
matrimonio, engarzaba en el mismo joyero dos joyas de calidad, muy
distintas la úname la otrajque mutuamente fueron llamadas a pulir-
se”. Al fortalecerse y suavizarse el uno al otro, mediante el heroísmo
de la virtud, consiguieron las palmas espléndidas de la victoria.
Sobrevino la guerra en 1914. La invasión afluyó rápidamente
en las provincias del norte: Lille, Roubaix, Tourcoing se encontraron
bajo la bota alemana. Por ser padre de seis hijos, Monsieur Lefebvre
no fue movilizado. Su esposa y él se entregaron al servido denlos
herido^.para Jos que se.había tenido que improvisar hospitales. Pero
en el ardor de su patriotismo, Monsieur Lefebvre deseaba con ansia
participar en la guerra. Al enterarse de que su clase se había movili­
zado en zona libre, no resistió más.
Guardó sus reservas de lana en una cueva, y con una falsa
tarjeta de identidad obtenida en febrero de 1915, se aventura en la
Bélgica ocupada desde donde, por Inglaterra, regresaría a Francia,

23
después de haber trabajado algún tiempo en el Intelligence Seiy
¡Qué sacrificio fue esta separación! Dejaba a su espo^
responsabilidad de sus seis hijos, de los cuales el más pequefi^ ^
nía trece meses, la responsabilidad de la fábrica en la que hay ^'
supervisar, si no el funcionamiento, al menos el mantenimiento
pruebas se van a multiplicar: restricción alimentaria por la que pa(jS
.cen. los hijos, dificultades cotidianas con e l invasor, privación de to¡
noticia sobre el amado ausente. Como valiente cristiana, Mada^
Lefebvre se pone en todo en manos de la Providencia. Hí un instante
busca huir del norte, donde juzga que su presencia es útil; cump|e
con su deber, digamos, noblemente.
Diaconisas alemanas se hospedan en su casa. A pesar de las
vehementes reclamaciones de ellas, les cierra las habitaciones de la
planta baja que ocupan ella y sus hijos. Pretende continuar siendo
la señora en su casa. En señal de duelo, todo ^instrumento musical
se prohíbe durante las hostilidades, ella rehúsa todo contacto con el
invasor. La quieren forzar a proporcionar recámaras y camas a las
tropas de paso: da Fas recámaras desnudas del segundo piso. Lacopa
se derramaba; fue encerrada en las cárceles de la alcaldía. _
El jefe de Fa Kommandatur le ofrecg la libertad a condición
de pedir perdón y prometer enmendarse. Ella tiene u n vivo deseo de
reunirse con sus hijos; la suciedad de la cárcel es repulsiva, el frío
temble, pero rechaza la oferta. En vano, una de sus mejores ami­
gas, Madame Legrand-Desurmont, interviene dirigiéndose a ella.
Finalmente, al sentirse peligrosamente enferma, escribe unas pala­
bras, no para pedir perdón, sino para reconocer que tuvo “ errores con
la autoridad alemana”.
Su hijo mayor iba a cumplir 14 años, luego debería ser
inscrito en las listas con vistas al trabajo obligatorio. Ella prefi^
separarse de él antes que ceder a esta exigencia. Una vez establecidos
los certificados médicos, lo hace pasar por Suiza, para reunirse con
su padre, en abril de 1917.
Así, al mismo tiempo que cumplía su deber de madre
familia y de francesa, su deber social en las obras del Dispensa^
y de la Tercera Orden, su deber de jefe de fábrica d e f e n d i e n d o
material, encontraba todavía la manera de pasar horas en oraci° >
lista para hacer un favor.

24
Dio hospitalidad a varios miembros de la familia de su
esposo. Su suegra sufría de un cáncer en el estómago. Para atenderla,
se ayudaba de una hermana enfermera. Profundamente conmovido
por esta dedicación, su suegro le guardará por ello un afectuoso agra­
decimiento. Él mismo, varios afíos después, fue objeto de su solicitud
cuando sufrió una congestión alarmante. Monsieur Lefebvre (padre)
no tenía la ardiente convicción religiosa de su hijo, pero antes de
presentarse ante Dios, recibió los últimos sacramentos con la piedad
de un cristiano que había sido siempre fiel a sus deberes.
Por fin, llega el armisticio que sacude Francia con un delirio
de entusiasmo. Es el regreso de Monsieur Lefebvre. La mamá prepa­
ró el corazón de sus hijos con una inmensa alegría. Cuando en plena
noche el auto se detuvo inesperadamente a la puerta, ella velaba y,
áe un salto, los niños brincaron de sus camas y se precipitaron en los
brazos del papájan amado. -
Él también había sufrido y merecido bien durante esos
cuatro años de ausencia, él también había sido fiel. En nombre de la
Virgen deT7ourdes,7jue llamaba “su Dama”, regaló a su esposa una
joya magnifica. Madame Lefebvre la recibió feliz y nunca dejó de
usarla.
Alegrías profundas pronto atravesadas por la prueba.
El trabajo, las restricciones, los problemas, el encarcela­
miento, habían quebrantado mucho la salud de la mamá. Llagas
exteriores se manifestaron; luego, en el nacimiento del séptimo hijo,
e n l920, su columna yertebral sucumbió; era el mal de Pott. Durante
trece meses permaneció encerrada en un corsé de yeso. Sin poder
dormir, la piel escoriada, incapaz de ocuparse de los suyos, por el
contrario, a cargo de todo el mundo: ¡qué martirio! No solamente
había sido gratificada con la estigmatización, como lo veremos, sino
con la crucifixión misma: vivía como Jesús sobre la cruz, el rostro
resplandeciente con una sonrisa celestial, el alma plenamente unida
a Dios.
Monsieur Lefebvre, durante esta dolorosa enfermedad,
consciente de su vocación de camillero, la transportaba de su
recámara al sofá del comedor para que pudiera encontrarse en medio
de los suyos durante el día. La condujo dos veces en peregrinación
a Lourdes. Una mejoría inesperada que se puede atribuir a Nuestra

25
Señora se manifestó: estaba en camino de la recuperación.
Madame Lefebvre se esforzó por agradecer a su espoSo
mediante una mayor delicadeza que se notaba en todos los detalles·
ella les insistía a las sirvientas para que a su regreso de la ig|esja
cada mañana, él tuviera la facilidad de tomar su desayuno a la hora
exacta. Cuando se acercaban las fiestas y los aniversarios, se llevaba
a su gente a confeccionar tejidos de lana para el papá, que era par.
ticularmente sensible al frío; constantemente se las ingeniaba para
conservar el afecto de sus hijos por él. Rumbo al hogar, jamás omitfy
exponerle susproyectos para remitirse a sus decisiones. Poi^espírítu
deunión, adoptaba inclusosusopinionespolíticas.
Dios recompensó su virtud. Como un rayo de sol, la octava
hija, Marie-Thérése, vino a alegrar el otoño de sus padres.
En los años que siguieron a la guerra, la fábrica de hilados se
vio en dificultades; el espectro de la quiebra amenazaba a Monsieur
Lefebvre, que sin embargo no malgastaba ni su tiempo, ni su for­
tuna. Los tiempos eran penosos y su buen corazón lo había llevado
demasiado lejos por el camino de la entrega.
Su esposa sobrellevó todo con valentía, esforzándose por
disminuir los gastos de la casa y sobre todo -lo que la mortificaba
más- porreducir al extremo sus obras de caridad. Después de haber
aceptado la dolorosa perspectiva de dejar Tourcoing para mudarse
a Falaise, se ofreció, a pesar de sus fatigas, a ser la contadora de la
fabrica, con el fin de remediar lo más posible la difícil situación.
En esas circunstancias, como en las horas de sus pruebas
personales, su discreción permaneció inviolable, nada se filtraba
hacía afuera.
Más allá de las divergencias de temperamentos, estas
dos almas unidas en Cristo se amaban p r o f u n d a m e n t e . jMonsieur
Lefebvre, en lo íntimo de su corazón, comprendía que su esposa era
su fuerza, su consejera iluminada y discreta en las pruebas. Por eso.
cuando ella murió, él se sintió como desamparado; nunca se imaginó
que ella pudiera ser la primera en irse. Su amor no s e extinguió en
la tumba, ja m a d a difunta continuó siendo-su ángel guardián, sus
negocios industriales se recuperaron y se mejoraron de formajnes-
perada, varias gracias testimoniaron de la solicitud afectuosa de la
esposa.

26
“Estarás muy atendido -le había dicho en su lecho de
muerte- y luego estarás solo. Aún un poquito de tiempo.y nos vol-
veremos a encontrar en una felicidad sin nube”. Esa soledad preo­
cupaba a Monsieur Lefebvrc, que no comprendía su sentido. Ahora
bien, en 1941, fue detenido por la. Gestapo y conducido a las cárceles
de Bruselas. Desde ahí, pudo todavía escribir a su familia: “Reci-
bilíiuciia ayuda en los momentos en los que me encontraba hasta
abajo”. Después de Bruselas, el campo de concentración hitleriano
de Sonnenburg. Uno de los hijos relató su martirio en un folleto in­
titulado: “Un Calvario ...” Sin más comunicaciones con la familia,
estaba solo. Comprendió. “No. cesaba,.escribió su vecino de trabajo,
de evocar la mepioria de su.esposa”.
Querida memoria que lo envolvió en dulzura hasta sus últi-
mos momentos., Ella y él habían .sembrado, en. las.lágrimas, es el des-
tinodejoda vida humana. Se volvieron a encontrar “en una felicidad
sin nube”.
Si Monsieur Lefebvre, subiendo su calvario con una ener­
gía sobrehumana, es un santo de epopeya, su esposa es la santa del
humilde deber cotidiano heroicamente cumplido.

Monsieur y Madame
Lefebvre -1909

27
Madame Lefebvre con su hijo René y su hija Jea* ^
4. La madre de familia
Madame Lefebvre fue madre de ocho hijos, cuatro varones y cuatro
niñas. Los cinco mayores se consagraron a D ios en la vida religiosa;
los tres más jóvenes fundaron un hogar .3
La mamá pudo criarlos a todos. Aunque a su muerte algunos
no habían alcanzado la m ayoría de edad, había tenido el tiempo de
impregnar sus almas con sentim ientos de piedad.
No se cuestiona la utilidad de los m étodos de educación.
Madame Lefebvre lo hizo m enos que nadie, pero quería un método
vivo y no un procedim iento m ecánico. Por eso escribió a su Tía Ber-
nardine: “Continúo, en lo que se refiere a esto tan importante de la
educación, encom endándom e a sus buenas oraciones, ya que es sólo
sacrificándome a m í jtiism a com o obtendré sobre todo gracias para
santificar (a mis hijos), y le confieso incluso, mi querida Tía, que pre­
fiero las lecturas que m e nutren a m í m ism a a aquellas que enseñan a
distribuir a los niños el alim ento de la piedad”.
La educación, sobre todo la e ducación materna, es en efec­
to mucho más una transfusión de alma que una receta pedagógica.
Monsieur Watine, que continuaba siendo un m odelo para su hija,
había siempre predicado m ás m ediante el ejem plo que mediante la
palabra.

3 Los dos hijos mayores son [fueron] misioneros del Espíritu Santo. Uno
[Monseñor Marcel Lefebvre], Vicario apostólico de Dakar, fue consagra­
do obispo por Su Eminencia el cardenal Liénart, en la iglesia de Nuestra
Señora de los Ángeles en Tourcoing, el 18 de septiembre de 1947, luego fiie
nombrado por Su Santidad Pío XII Arzobispo de Arcadiopolis in Europa
y Delegado Apostólico del África francesa. La mayor de las hijas es ¡fue]
Religiosa de la Congregación de María Reparadora, la segunda, Hermana
del Espíritu Santo y la tercera se fue al Carmelo.

29
Monsieur Lefebvre tenía para sus hijos un ideal mu
do y los hacía practicar las exigencias del mismo. “Esta sev ·
decía Ja mamá, es providencial para compensar mi debilidad’’" ^
no era, pues tenía demasiado el sentido de sus responsabilidades
perfección moral establecía un régimen de confianza que'eflaTj!^
ría a toda Nunca hubiera querido aplastar bajo el peso de su autort
dad la espontaneidad de un hijo, a quien ella quería, por el contrari0
animar mediante su optimismo.
¿Acaso había que domeñar una obstinación? Ella se refería
al espíritu de fe: “Jesús estará contento, Dios lo quiere”. Para obtener
un sacrificio, buscaba el camino del corazón: “Un alma que salvar
un enfermo que_consolar.....” Sabía pedir un favor: “¿Serías tan ama­
ble...?”. Cuando se trataba de hacer un reproche, evitaba humillar.
“¿Viniste, acaso, a estar distraído? En eso podrías no parecerte amí”.
Invitaba a sus hijos a corregirse mutuamente en su ausencia, pero
siempre “amablemente”.
Algunas-veces, era necesario actuar con rigor. El castigQjra
entonces ejemplar. Uno de sus hijos se acordará toda su vida de la
bofetada vigorosa que recibió después de proferir una mentira delan­
te de su madre; el respeto a la verdad se había grabado para siempre
ensujneníe.
La ociosidad es la madre de todos los vicios, así que
MadameLefebvre se las ingeniaba sobre todo durante lás~vacicioñes
para hacerjugar a sus hijos, mezclándose en caso necesario en sus
entretenimientos, o bien para encontrarles ocupaciones que captaran
su atención. Los tres benjamines, de edades muy diferentes, le dieron
más preocupaciones que los cinco mayores, acostumbrados a agru­
parse entre ellos. Ella se describe en una carta fechada de Knocke·
“Escogí este pequeño viaje a causa de la facilidad que tienen mis hi­
jos de estar constantemente al aire libre; una pequeña duna que sirvtf
de jardín nos separa del dique y puedo muy bien, desde mi casa,víf
el mar y cuidar los juegos; naturalmente cuando hace buen tiemp0’
bajo con ellos a la arena, pero hasta ahora el tiempo ha estado ДО
variable que me he paseado más de lo que me he sentado con ellos ·
Cuando en 1919, por órdenes del médico, debió someted
a un tratamiento a la orilla del mar, lamentó alejarse de sus hijos·
“Al dejarlos -les escribió- estaba de verdad constantemente un p°c°

30
triste. ¿Cuándo se ha visto una mamá que se va a respirar el aire puro,
a gozar del mar y del sol y que deja a sus hijos?... En fin, ustedes
saben bien por qué y pienso que ni un instante les ha venido el pen­
samiento de que partía a una partida de placer”. Luego, sin volver a
mencionar su enfermedad, en un completo olvido de sí misma, busca
animarlos:
“Mi querida pequeña Jeannette,
Mi gran hijita (fillette)...
Oigo a M. (Marguerite Marie) que dice: mamá hace versos...
¡Ah! pero eso no es todo:
Mi pequeña reemplazante maternal,
Mi amable corresponsal...
Esta vez, Jeannette es la que se ruboriza y los demás se
ponen celosos. No hay por qué, todos ustedes son muy amables
pequeños corresponsales.”

Durante el tiempo de clases, por la noche, al mismo tiempo


que les hacía recitar sus lecciones, organizaba pequeños juegos men­
tales para animarlos en su impulso hacia el estudio. Por principio,
apoyaba siempre a sus maestros y maestras, a riesgo de explicarse
directamente con las autoridades cuando sus hijos eran víctimas de
deficiencias o de injusticias demasiado grandes.
Hecha bajo el signo de la bondad, esta educación se vivifi­
caba mediante un ambiente cristiano. La mamá consideraba la Misa
y la Comunión de cada día como un deber tan importante que tenía
que despertar ellajnisma a sus hijos haciéndoles la señal de la cruz
l obre la frente. Durante las temporadas de descanso y vacaciones en
la montaña, no autorizaba abandonar una Comunión para ir a admj-
rar, por ejemplo, el amanecer: un principio quizás demasiado rígido
que no se atrevióla.mantener para los más jóvenes. Todas las noches,
tenían la oración en común, seguida de su bendición.
En época de Navidad, delante del nacimiento instalado en la
habitación de los niños, cada uno tenía un cordero y una vela que se
hacía avanzar o retroceder según el grado de obediencia del día. La
pequeña ceremonia terminaba recitando la oración y entonando un
cántico.
Para asistir a las tres Misas de medianoche, todos, padres,

31
hijos, desde la edad de cinco años, sirvientas, salían de U
quedaba un benjamín, se le confiaba al cuidado de su buerT^
guardián. ^
Cuando llegaba para los jóvenes el momento de orí
su porvenir, la mamá se hacía más receptiva a sus comunicad^
y redoblaba las oraciones. Más allá de las contingencias hurria^
buscaba la realización de la Voluntad divina. ^
“Lo que el Buen Dios quiera, decía, lo que haga de ustede
estará bien hecho. Yo no querría pedirle algo para ustedes. Él Sa^
mucho mejor que yo la vocación que les conviene a ustedes”.
Pero no retrocedía ante una pregunta precisa. Aquí está una
carta que tiende a iluminar a una de sus hijas, interna con las Madre*
Bernardinas del Buen Socorro: “La vocación religiosa es más eleva,
da y es el objeto de gracias particulares del Buen Dios, la vocación
del matrimonio es menos perfecta y, por sí misma, menos,santifican­
te. Mientras que el alma religiosa no encuentra más que alimentos
para su piedad, el alma piadosa en el mundo, por el contrario, con
mucha frecuencia no encuentra a su alrededor más que elementos
contrarios o por lo menos desazonadores. Sin embargo, el BuenJDios
no llama a todo el mundo a la vida religiosa y se puede ser santoen
todos los estados. Si se tiene una atracción hacia la vida religiosa
y el Buen Dios lo lleva a uno a ésta, es muy sencillo: después dd
doloroso sacrificio de la separación, el alma tiene su camino derecho
y bien trazado. Si el alma es llamada a la vocación del matrimonio,
yo diría más bien si es llamada a.cooperar con la obra creadora y
paternidad de Dios, es necesario que encuentre, en la grandeza de^
deberes y en un gran deseo de complacer a D ios, el alimento para^
piedad: las pruebas, las alegrías, las penas por lo demás la alimenta­
rán también. ¡Pero cuántas almas, es un gran número, no se ete'*
más allá de la mediocridad de las cosas! Se quedan por completoí#
el orden natural, en las mil necesidades de la vida, en los afectosp^0
espiritualizados, ya no saben elevarse a donde Dios las espera. N1
pequeña si fueras a tener más tarde una de esas almas vulg^
y banales, yo le pediría de todo corazón al Buen Dios llevarla a
vida religiosa, pero lo que deseo en primer lugar y únicamente es^e
se cumpla Su santa Voluntad... Y no dejo de rezar mucho para4
Él te la dé a conocer a su tiempo. N o fijes nada en tu mente pfeC[1
toramente. Pertenecemos todos al Buen Dios y no tenemos derecho
¿“disponer de nosotros mismos antes de que ¡EÍ haya, hablado y El
tiene mil maneras de hacerlo. Pues bien, en caso de que esto no sea,
no digas: ‘‘pienso que estoy hecha para casarme1’, sino simplemente
(juejjorel mólYiento no te consideras llamada a la vida religiosa. Que
el Buen Dios siga siendo el Amo y Señor que decida en un sentido
o en otro; me gusta representarte pensando en ti como una niña que
se encuentra completamente entre sus manos y totalmente dispuesta
a sujetarse a la Providencia. Así es como te recibiré alegremente, sin
tener más deseos que los que el Buen Dios tenga para ti”.
Esta carta, escrita el 14 de julio de 1922 a su hija mayor y
sobre la que había meditado en el recogimiento de un retiro, ha sido
conservada por las Madres Bernardinas y cada año sus internas escu­
chan su lectura durante su recolección, al final de sus estudios.
Cuando sus hijos se habían consagrado a Dios, Madame
Lefebvre sentía crecer sus responsabijidades, maternas.. Así, para
sostener a su hijo mayor, que acababa de tomar la sotana, ella qui­
lo como_él, romper con la vestimentajdel mundo v a partir de ese
momento, sin tener en cuenta el qué_dirán,.seje_verá de negro y de
una modestia rigurosa,.Más tarde se esforzará por recitar el breviario
romano que un trabajo demasiado pesado le obligará a abandonar; se
contentará con decir una parte del oficio de la Santísima Virgen, ‘^en
espíritu de imitación”, decía.
Cuando podía tener acceso a sus hijos en sus monasterios,
nunca faltaba a las visitas autorizadas por la Regla. ¡Cuánto deseaba
estas visitas! Por sus conversaciones simples y alegres, eran fuen­
te de consuelo y de luz. A una de sus hijas que le confiaba su feli­
cidad de estar en el noviciado y las abundantes consolaciones que
sentía, la mamá respondió: “No has comenzado aún tu noviciado”.
Pero al sobrevenir las pruebas y frente a nuevas confidencias: ‘'¡Ah!
-prosiguió, con una noble sonrisa-, ahora comienzas tu noviciado:
ten mucho cuidado de ser simplemente Jesús”.
Escribía a los que estaban lejos. Quedan alrededor de dos­
cientas cartas, quizás la quinta parle de su inmensa corresponden­
cia. Tres misioneros y dos Religiosas a seguir con tan poco tiempo
libre, era mucho. Pensó aligerar su trabajo escribiendo a máquina
cinco ejemplares, agregando en caso necesario algunas líneas per-

33
sonales para cada uno. Pero se le reclamaba: “Ya no se ve k ¡
mamá”. Entonces de buena gana volvía a tomar ¡a pluma. Despu!9^
haber terminado sus cuentas de la fábrica y haber hecho su qu^
consagraba a sus hijos Jos domingos, empezaba sus noches·
once y media (23:30 horas), escribe a su hija, comienzo por ti ^
su pluma volaba, cada uno tenía su turno. Su pensamiento, y ¡¡J
todo su corazón, era lo que prodigaba en su correspondencia. Si *
conversaciones tías las rejas del locutorio animaban a sus Religi^
sus cartas daban órdenes a sus misioneros de realizar un aposto^
do cada vez más generoso, ya que más que de acontecimientos <fe
familia, recibidos con agradecimiento, más que de considerado^
de orden social, ella hablaba de oración, de vida sobrenatural, de
amor de Jesús y de María, de extender el reino de Dios. Las fatj^
que se imponía la mamá se desvanecían con el pensamiento del¡¡
hermosa vida que llevaban sus hijos. Anotaba durante un retiro;“$0y
una madre excepdonalmeníe feliz: ¿qué puede haber mejor^y
alcanzar excelentemente la meta de la existencia a aquel]osjueia
Providencía le ha confiado a uno?” (26 de mayo de 1926).
Al contemplar su abnegación incansable en su papel deedu­
cadora, es fácil adivinar la profundidad de su amor maternal. Sis
embargo, su reserva exterior en sus manifestaciones de afecto, así
como su aparente insensibilidad en el momento de las separaciones
penosas pudieron desconcertar a algunas personas. Pero sus hijos no
se turbaban por esto. En cada uno de sus actos, en sus incomparables
sonrisas, en su beso únicoenla frente, cada noche sentían la dulzura
de un inexpresable afecto. Una mamá se debe a todos, por eso no
quería tener ninguna preferencia y cada uno podía creerse el más
amado, aunque ella tuvo una solicitud especial por su hijo mayor.
“Su primer hijo”, decía ella, alejado de la familia a consecuencia de
la guerra, desde la edad de 14 años.
Como madre atenta a los menores gestos o m o v im ien to s,
anota los detalles de los que quiere guardar el recuerdo: un pequeño
sacrificio a la edad de dos años, un sueño, una pequeña confesión. Al
temer demasiada sensibilidad en su amor, quiere sobrenaturalizarlo»
no a fuerza de prácticas austeras, sino de manera encantadora: pof
ejemplo, no da su primer beso sino al regresar del bautismo, confía ^
pequeño ser frágil a su ángel guardián y cada día recita por él, co^

34
por todos los demás, la oración siguiente: “Que mis queridos hijitos
salgan victoriosos de todas las tentaciones’’.
Otro ejercicio muy sencillo que se imponía era adorar a Dios
en el alma de sus hijos. Al partir su hijo mayor para las misiones, ella
le escribió: “Pasé el día contigo ayer y un poco también de la noche,
es decir que, habiendo sonado mi despertador a medianoche, estuve
de corazón contigo en el momento en el que dejabas la costa; adoré a
Nuestro Señor en ti, pidiéndole fuerza, gracias y casi consolaciones”.
En sus notas íntimas, vuelve a menudo a este tema, especial­
mente cuando hay primeras comuniones. Cuando el 15 de agosto de
1930, la benj amina recibió a su Dios por vez primera, la mamá excla­
mó: “Cómo le agradezco a Jesús lo,que tenemos ahora para ofrecerle:
diez tabemáculosjjara descansar.” Con esto serefena al cojazónjde
sVrfíámlo^ al suyo propio y al de cada uno de_susj3cho hijos.
Á estas alturas el amor maternal se ve transformado, mas
para llegar ahí, un gran trabajo del cual ella tenía conciencia se había
operado en ella. “¡Ah! Sí, mi Jesús, Tú me ayudarás a desprenderme,
a purificarme en los dones que me has hecho libremente y que puedes
retirarme cuando te plazca... Tenía un poco esta noche la impresión
de estas palabras: ¿Pero si te retrasas con mis dones?... Si yo me
retraso con tus dones, oh Jesús, es una mirada que te niego. ¿Puedo
querer que me ames demasiado?...
Tú me das a mis hijos, pero ¿no es únicamente para que les
haga volver hacia Ti la gloria que de ellos esperas? ¿Por qué enton­
ces no estar preocupada únicamente por este fin? Tú no me prohíbes
amarlos en Ti y gozar de la gloria que repercutirá para Ti de sus
actos, pero Te entristeces de que, al retrasarme en la consideración
de aquello que tus dones tienen de amable, no los hago desviarse de
su fin apropiándomelos un instante... Así no solamente Te olvido
mirándolos, sino que también usurpo los derechos haciéndolos servir
para otro fin”.
Con esta delicadeza quiso dirigir hacia Dios todos los mo­
vimientos de su corazón: su sensibilidad no era por ello sino más
viva. Un día que la convocaron a una reunión de las enfermeras de
Lourdes, acudió con la mayor naturalidad del mundo y tomó parte en
la discusión del programa. Era sin embargo la víspera de la partida al
convento de una de sus hijas. A la salida, la presidente, sin sospechar

35
nada, le preguntó qué nuevas tenía de sus hijos· era d
Madame Lefebvre rompió de pronto en llanto. Muy s o r S r V
misma de esta em oción imprevista, se disculpó y r e c o b r é jm u ^
la compostura. Pero esta revelación de su amor maternal, tanto^
conmovedora cuanto que había sido involuntaria, impactó tan
fundamente a su interlocutora que no cesará desde ese momento de
sentir por ella una simpatía llena de veneración.
La valiente cristiana escribió en uno de sus retiros: ‘Wohay
nada que le arranque a uno partes de sí misma como_esassep_aracio-
nes sin embargo parciales de susjnjps que ama...”. Y en una carta
del 26 de abril de 1931: “Parece que, mientras más enraizados están
los afectos en Dios, más cuesta desprenderse de elfos”.
Después de tales confesiones, se puede comprender cuán
dolorosamente probaron estas múltiples ofrendas a su corazón. Pero,
movida como estaba por un gran impulso sobrenatural, no retroce ía
ante ningún sacrificio cuando se trataba de complacer la vo unta
divina.

Los cinco hijos mayores en casa del tío Léon,


rué du Grand-Chemin á Roubaix, 1913.

36
37
E n la “C r o ix - B la n c h e ”, c o n René, 19$
5. Resplandor apostólico
El 19 de marzo de 1929, Christiane Marie revestía el hábito del
Carmelo. El predicador con ocasión de este suceso, en sus felicita­
ciones a los padres, les aplicó el texto de San Pablo: “Usan del mun­
do como no usándolo”. N o era un cumplido banal, sino verdad. La
'mamá nunca buscará sus gustos personales, con trabajos sus íntimos
conseguían adivinarlos. Nunca, por su propio placer, se la vio en el
cine ni en reuniones mundanas. Su esposo no conocía otras distrac­
ciones que la peregrinación a Lourdes, a la que asistía dos veces al
año, como camillero: estaban “en el mundo sin ser del mundo”. Por
eso, no había nada de frivolidad ni de egoísmo en sus corazones, sino
conciencia lúcida de sus obligaciones.
Así es, sin buscarlo, únicamente porque estaba disponible en
las manos de Dios, como Madame Lefebvre ejerció una influencia
durable. Irradiaba el resplandor de su fe al máximo.
Su propia familia se benefició de esto primeramente: no
había sino justicia y agradecimiento de su parte, como lo confiesa
ella misma en una carta a su Tía Bemardine, el 12 de noviembre
de 1919: “¡Y he aquí que nuestro querido Papá se nos fue! ¡Cuán­
to lo amábamos! A l verlo tan apacible en su lecho de muerte, nos
parecía verlo todavía en las mejores épocas de su vida, cuando dis­
frutaba plenamente de su pequeña familia. ¡Qué de ejemplos recibi­
mos de él! ¡Cuánto podemos agradecer al Buen Dios el haber tenido
un padre que llevaba la paz y la calma en sí mismo y alrededor de
sí mismo! ¡Llevamos en nosotros por este hecho mismo y por ima
especie de atavismo uno de los mejores elementos de felicidad sin
que hayamos hecho nada nosotros mismos para ello!
Y nuestra mamá, nuestra querida mamá, está también muy
bien físicamente y todavía más moralmente: tengo la impresión de
que atraviesa esta gran prueba como cristiana en el sentido más

39
absoluto de la palabra. A pesar de todo es todavía la acetó
lo que domina en ella, agradece al Buen Dios todas lasl ^
pasado y las del presente, ya que reconoce que en este monT* ^
maravillosamente sostenida y está tan llena de piadosos d e s ^ 1*
el futuro que no duda un instante de la ayuda divina. El recuenT'11
Papá por lo demás debe ser para ella una gran consolación: sus te
mos momentos fueron sim ples com o su vida. Papá siempre predicó
más por el ejemplo que por la palabra. Cuando íbamos a verlo, n0s
recibía siempre con la m ism a sonrisa, debía sin embargo lidiar con
el sufrimiento bajo todas sus formas, dada su minusvalidez... Ahota
goza del fruto de todas sus virtudes y nos protege.. ”.
En el norte, las reuniones de familia son frecuentes y de
importancia capital. Para hacerlas cordiales y descansadas, los Wa-
tine-Lorthiois habían establecido un código que Madame Lefebvre,
mediante su discreta influencia logró hacer observar: No hablar ni
de negocios ni de política”. Por su gran delicadeza con respecto a
la caridad, por su ánimo jovial y amable, ella era la alegría de estas
reuniones.
En 1925, esperaba un bebé. Su esposo, temiendo de nuevo
por su salud, alquiló en Bondues una hacienda donde ella residió más
de dos años. N o podía entonces trasladarse más que de una manera
muy irregular. Su madre se quejaba de esto diciendo: Cuando mi
pequeña Gabrielle no está, las reuniones ya no son alegres .
Cuando a su tumo recibía visitas en su casa, todo era sencillo
y de buen gusto; ciertos invitados quizás hubieran deseado platillos
más elaborados, pero ante la franca cordialidad del recibimiento,
salían de ahí encantados, como consta en una pequeña nota de su
director espiritual, el Padre Huré:
“Disfrutamos sn su casa de una alegría apacible y amable..·
iOhTEs muy cierto que la piedad desarrolla, agudizándolo, el sentido
.(irirdeU cáfea de ello en su recibimiento, tan
.afectuoso que era discreto>y en su simplicidad, que esla'cortesía de"
los santos”. ~~—--------------- -
Cada mes, el domingo, ella reuma a sus tres parientas vene-
radas· su madre siempre afectuosa, su tía Jeanne, a quien veía coffl0
el modelo del alma probada y serena y ñnalmente su hermana mayor,
Marguente-Mane, vuula que permaneció sola después de habeTdado
tres hijos al Buen Dios.
“Las pequeñas reuniones tan íntimas y yo diría casi tan
piadosas, escribía^ ella, son siempre de lo más~agradabíés”. Habi-
tualmente Monsieur Lefebvre participaba en ellas. Era, se decía, la
reunión de los santos de la familia.
Ella se prodigaba a todos. Su tía, quien quedó ciega, y a
quien guiaba con frecuencia, no la llamaba más que “su buen ángel”.
De buena gana se dedicaba a otro ciego, su tío político, un “familiar”
de la Trappe, que tomaba cada año ocho días de reposo en casa de
su sobrino. A propósito de estos dos ciegos, la santa mujer señalaba:
“Puedo hacer comparaciones que, llevadas al plano espiritual, son
muy interesantes: mi Tía se deja conducir, se abandona absolutamen­
te a quien la dirige, mi tío es más temeroso, se resiste a veces cuando
se cree frente a un obstáculo pX punto de que le faltaría o hacerme
tropezar a mí m ism a u obligarme a llevarlo a rastras para hacerlo
avanzar”. Y concluía que era beneficioso imitar a la Tía, es decir
abandonarse entre las manos de Dios.
Su hermana mayor, Marguerite-Marie, vicepresidente de la
Tercera Orden, era una santa alma que el sufrimiento probó dolorosa­
mente: poco a poco, el mal de Parkinson la redujo a la discapacidad.
Madame Lefebvre la ayudaba afectuosamente y llegó a pasar ocho
noches consecutivas en su casa para proporcionarle los cuidados
necesarios.
Ya que hablamos de la familia, recordemos este gesto de una
de sus sobrinas que estudiaba entonces en el externado de la Inma­
culada en Tourcoing, plaza de Nuestra Señora. Madame Lefebvre
trabajaba en el dispensario de la Cruz Roja que se encontraba y que
se encuentra todavía en la rué du Tilleul. Para regresar a su casa,
pasaba por la rué Saint-Jacques. “Todos los lunes, cuenta la sobrina,
una de mis hermanas y yo nos cruzábamos con ella en compañía de
Madame X .. enfermera com o ella. Educadamente la saludábamos:
nunca hubo respuesta. U n día, bromistas, le gritamos muy fuerte
“Buenos días, tía Gabrielle”, pero, absorta en una conversación que
debía ser interesante, no escuchó. En la reunión de familia, cuál fue
su asombro cuando le dije que m e cruzaba con ella cada semana”.
Esto no impedía a la sobrina tener en alta estima la virtud de su Tía.
Otra de sus sobrinas tenía un verdadero culto por ella: en reunión no
cesaba de verla. Irradiaba un resplandor de alen a · ·
atraía hacia la santidad. Ivin°>Sl*
Tal fue la impresión que dejaba a todos sus prójjmos
hoy la invocan y la veneran. J os>que
Más allá del círculo de la familia, estaban las amigas i
ancianas de Esquermes nos hablan de su fidelidad a las reunionesd*
estas damas. Ocupaciones domésticas, apostolado de obras, contad
Jidad de la fábrica, largo camino que recoirerTtodó se atravesáis
veces para impedirle llegar ahí. Quería al menos participar un mo­
mento y, como para hacerse perdonar por suxetraso, se anunriafa
mediante una risa explosiva que alegraba los corazones.
En cuanto alguna de sus amigas se encontraba enferma o
afligida, Madame Lefebvre sacrificaba su trabajo para hacerle una
pequeña visita. Con tacto y discreción encontraba la palabra que
animaba.
Sentía fastidio en los entornos mundanos en los que el terre­
no, demasiado impermeable, no le permitía derramar las efusiones
sobrenaturales de su corazón. “Para dar la apariencia, decía, habría
que conocer el último grito de la moda, la ultima película, la última
novela, la última obra de teatro; para aquellas que se entregan a eso,
comprendo que esto sea una preparación, pero bueno, ¡jluéj2§L_J*
de tiempo, qué esclavitudj”
¿Encontraba por el contrario un alma labrada por el surco
de la prueba o capaz de comprenderla? Entonces se entregaba con
una espontaneidad alegre: nunca se agotaba su amistad, ya qlie
origen estaba en Dios. Varias personas víctimas de la ingratitud, №
los abandonos, de las dificultades morales o financieras, podrían dar
testimonio de ello.
Dos de entre ellas fueron particularmente sus íntimas. L#
primera, que nunca tuvo hijos y quedó viuda hacia el final de su
vida, estaba demasiado concentrada en sí misma y, para disipar su
melancolía, necesitaba ser apoyada con inteligencia y bondad.
La segunda, viuda de un artista y poeta de alma elevada a
quien había amado apasionadamente, vibraba como un eco en los
cálidos acordes de su amiga. Al entrar en contacto con ese corazón
doloroso en el que se necesitaba hacer penetrar dulcemente Ja resig­
nación, Madame Lefebvre comprendió la misión consoladora que
le incumbía. Por sus visitas, sus oraciones, sus cartas, se empleó en
ello incansablemente. La mayor parte de las cartas se conservan aún,
su tono esjsimpje y tranquilo^ en ellas las reflexiones sobrenaturales
~vande la mano con los detalles de la.vida familiar. Afecto, Confian- J
za, energía, educación, toda una gama de sentimientos y de deberes
resuena en ellas.
I Él afecto: “Sabes que no te olvido cada mañana cerca del
Buen Dios. Es un privilegio que no es quizás muy grande, pero que
es en todo caso único, ya que de todo corazón pasas así revista con
mis afectos más íntimos”.
La confianza: “ ¡Con alegría te abandonaría a tu real Esposo!
¡Que el Buen Dios me humille si no soy digna de haber pronuncia­
do aquí ese nombre tan dulce! Y sin embargo no lamento haberlo
pronunciado. Aprendí desde entonces que el Buen Dios ha sido tan
bueno para conmigo, aprendí que Jesús es el Esposo verdadero de
las almas, se encuentren en la condición de vida en la que se encuen­
tren... ¡Ah! bendigámoslo juntas y merezcamos conocerlo más; tú
tienes más derechos que yo a su afecto porque tú has sido santificada
por la prueba. Si las penas en este mundo se transforman más tarde
en alegrías, ¿qué alegría pues será la tuya?”
“ ~ En todas las cosas lo mejor es no pensar en fnañana. ¿El
Buen Dios no te ha sostenido visiblemente en la aceptación de tu
prueba y no nos ha parecido ésta realmente más allá de tus fuerzas, si
no hubiéramos tenido la fe en Su socorro que no falta nunca? Te ase-
guro que tengo toda la confianza en que Su gracia dará en sabiduría
y én madurez a sus queridos pequeños (hijos) lo que les habrían dado
la aitoM ad y^ej prestigio paterno dc aqueFa quien Élllam ó para

La educación: “Volverás (de Thonon) completamente en­


vuelta en el perfume del recuerdo de Santa Juana de Chanta!, a quien
amas tanto y a quien yo quisiera conocer mejor. Habrás también
vuelto a sentir como una pequeña prefiguración de tu vida futura,
puesto que recomienzas a dedicarte a tus queridos hijitos, es una ta­
rea que debe a veces parecerte muy pesada, mi querida C., pero que
te será aún un gran motivo de mérito y de gloria más tarde”.
El agradecimiento: “Hay una pequeña frase que no me agra­
dó enteramente en lo que me dijiste: mi vida de placer terminó, los

43
sacrificios apenas comienzan... y si no me equivoco, me parecía^.·
como si hubiera un poco de desánimo oculto en ella. Pero escucha,
realmente, si sólo fuera la vida de placer, ¿valdría tanto lapenaaño.
rajia? Sé bien que a iíe c ir estas palabras quisiste decírmuchomás
pero entonces en este nuevo orden de ideas, ¿no has tenido más que
sacrificios? ¿Y el Buen Dios no se ha encargado muy seguido de
consolarte? Has perdido mucho, todavía más de lo que se puede uno
imaginar pensando en el futuro que puede reservarte todavía toda
clase de cosas. Es asunto dej^ BuenJDios, pero te aseguro que hg
ganado mucho también al entrar más enjel conocimiento y el anv^
del Buen.Dios, y me figuro, tomando de tu sacrificio, como lo sabes,
toda la parte más grandejjue yo pueda^ que serías realmente ingrata
si no tuvieras siempre este pensamknto_delante_deJo&-pjos”.
El sacrificio: “Olvido también hablarte del consejo que me
pediste. En sí, eso tiene muy poca importancia y si realmente no
debieras ya volver a encontrar esa joya, consideraría muy natural
que la compraras o, al menos, no encontraría nada que alabar ni que
censurar, pero si al hacer el sacrificio, debieras realmente provocar
en X ... un feliz efecto de tu influencia, entonces pienso que sí me
dejaría tentar por el pensamiento de ofrecer esto al Buen Dios y que
sus agradecimientos me serían infinitamente más preciosos que la
cosa sacrificada: un muy pequeño progreso que se haga en un alma
vale más que todo el oro del mundo. Tú misma lo sientes mejor que
nadie”.
La amiga agradecida afirmaba: “Gabrielle es para mi mejor
que un Padre Jesuíta”. Tullida por el reumatismo, continuó a recibir
sus visitas tan deseadas. La tumba las separó dos meses solam en*
te. Gabrielle partió primero, prediciendo a su amiga que tendría una
buena enfermera en sus últimos momentos y que después sería per­
fectamente feliz. Profecía que se realizó: aquejada de una fiebre que
desconcertaba a los especialistas de París, esta señora, que tenía tanto
miedo de la muerte, se apagó dulcemente, al asombro de los suyos.
_D e una conducta digna y_reservada hacia su persona! do­
méstico, 1a piadosa señora de la casa sabía darle el apoyojreligjpso
y moral que le hacía falta: cada mañana, algunas horas libres para
la Misa, una vigilancia di^creta dejas^ salidas y cuando s e jra tabade
frecuentaciones con vistas aí matrimonio, T m ^m vT tación_am abl£ a

44
reunirse en su casa y no en las calles.
Una de las sirvientas, de quien apreciaba su dedicación, le
expresó el deseo de entrar en la vida religiosa. Lejos de oponerse a
ello, la animó a seguir su vocación. Cada año, continuó escribiéndo­
le, gratificándola con pequeños aguinaldos. En cierta época, recogió
en su casa a dos terciarias minusválidas. Una de ellas, amargada por
su estado doloroso, era de un carácter difícil. Según el ejemplo de
los santos, Madame Lefebvre la consideraba como un tesoro y, cada
noche, le prodigaba cuidados, haciéndose reemplazar, en caso de im­
pedimento, por su hija mayor. A fuerza de paciencia y de condescen­
dencia, logró hacer de la segunda una recamarera adecuada. Tanto
una como la otra no cesaban de elogiar a su dedicada patrona.
Encontramos las mismas alabanzas en los labios de la que
fue su cocinera durante más de veinte años. Sin comprender siempre
los puntos de vista de su patrona, que le parecían sobrepasar a veces
la prudencia humana, la veía como a una santa. Con tan buena escue­
la, varias sirvientas hicieron reales progresos en la piedad.
No por prescripciones minuciosas que ahogan las iniciativas,
sino por la regularidad de la hora de las comidas y la división del
trabajo, buscaba facilitar las tareas; los menús ordinarios se fijaban
parala semana, los extraordinarios, con algunos días de anticipación.
Durante los diez años que fue contadora en la fábrica,
Madame Lefebvre atrajo la confianza de los obreros. Su situación y
su dignidad natural hubieran podido imponérseles y alejarlos de ella,
pero la sencillez de su acogida y su disposición servicial, acompa­
ñada de una sonrisa amable, disipaban sus dudas. Cuando había un
caso molesto, una dificultad particular, incluso una pena moral, iban
a buscar a “Madame René ”,4 como la llamaban con una familiaridad
respetuosa. Sucedió incluso que, ante ciertas reflexiones o gestiones,
Madame Lefebvre decía sonriendo: “¿No habría más que Madame
René en la fábrica?”

4 N. de la T En varios países católicos como Francia es común que al


t^erirse a una mujer casada se le dé no~sólo^TapeÍUdo de siTesposo^
¿BoTámElén su nombre. Por eso llamaban a la señora "Madame~Reñé
í efeb v r ^ amque su non^reera Gabrielle.

45
Velaba especialmente por su pequeño grupo de
Cuando había que cubrir una vacante, rezaba y hacía rezar n
la reemplazante fuera “de buen espíritu”. Cada día comenzad
una corta oración. Gracias a su caridad y a su actividad, creab^
atmósfera de paz que un empleado, de creencias inciertas, decía n'
ver vivir a Madame René, no se puede no creer que hay un Dios” '
También, a su muerte, la lloraron como a una madre
espontáneamente todos cooperaron para colocar sobre su tumbauna
placa conmemorativa.
Al hablar de las amistades de Madame Lefebvre, arriesga­
ríamos caer en repeticiones, por eso seremos breves. Es necesario
decir que por todas partes, en su casa, afuera, en las obras comoen
las visitas, por su compostura modesta y su conversación amable,
irradiaba con resplandor a Jesús, por todas partes encontrarse con
ella edificaba.
Una feligresa de la iglesia de Nuestra Señora en Tourcoíng
escribió: “Muy frecuentemente tuve la oportunidad de asistir ak
Misa no jejos de Madame Lefebvre y me sentí muy edificada pQLsq
piedad y por su recogimiento, sobre todo después de la santa cornil-
nión; se le sentía tan absorta enJDios que mirarla no era una distrac­
ción, era un llamado a la santidad que difundía sin darse cuentaasa
alrededor”.
Tales testimonios podrían multiplicarse, ya proporcionamos
algunos, otros seguirán.
Siempre pareja consigo misma, amada por todos lo s suyos,
no tuvo ningún deseo de pasar más allá de su medio, aunque suespo*
so pudo hacerse de ilustres relaciones en la sociedad que frecuentaba
en Lourdes. Un día, quiso a toda costa presentarla a la Emperatriz
Zita, por la que él tenía una gran veneración. Llevó a escon d id as en
su maleta el vestido más bonito de su esposa y los dos se fueron i
Bruselas para una ocasión prevista. Luego de haber arreglado
cita por teléfono, se lo informó a Gabrielle. Sorprendida, ellatennii^
por asistir de buena gana y la Emperatriz, encantada, se llevó deesta
visita un recuerdo edificante. Estas dos alnias delicadas en seguida se
habían comprendido.
Terminemos por su apostolado cerca de los enfermos.
la generosa iniciativa d e Monsieur y Madame Legrand-Desurmo^
se organizó un dispensario en 1908, en Tourcoing, rué du Tilleul.
Desde el principio las Hijas de la Sabiduría lo tuvieron a su cargo.
Para ayudarlas, se hizo un llamado a la dedicación de las personas de
la sociedad. Madame Lefebvre respondió en seguida; tomó los cur­
sos de la Cruz Roja y, el 25 de marzo de 1910, luego de haber apro­
bado los exámenes, se convertía en enfermera. A fines de ese mismo
mes, asistió a la primera reunión de presentación en el dispensario y
se inscribió para ayudar una mañana y una tarde cada semana.
Desde entonces, según su promesa, consagró su tiempo
libre a los enfermos. Las dos religiosas que se habían encargado
de la obra naciente tuvieron la bondad de transmitimos sus recuer­
dos a propósito de Madame Lefebvre. Aquí está primeramente el
de la Buena Madre Filomena del Santísimo Sacramento: “Madame
Lefebvre dirigió el Dispensario durante la guerra de 1914 sobre todo.
Tuve oportunidad de apreciarla. Vendaba las heridas del cuerpo con
extrema delicadeza, pero su rostro reflejaba la vida del interior; ella
me parecía el instrumento de la Santísima Virgen, modelándose en
su divino Modelo, como María, llena de bondad y de compasión por
todas las miserias y los infortunios. Sus rasgos me quedan muy pre-
sentes, hablaba poco, sonreía a menudo, velabaTcoñamor sobre sus
qúendos^jos^ era feliz de hacer beneficiar de los sacrificios de ellos
mismos a los poBrecitós Hel dispensario, ella se olvidaba totalmen-
-- ^ '- — ■ - - ·*«— — »■-— p«vr> II ^ 1 1 ^ - · ! JITMT I ~ -~ l~ l| < 1 — ____ J H r~ 1 1I ■ !» III , , -

t e j ara procurar a Dios toda gloria en e l cumplimiento integral del


deber de estado”—
Por su parte, la querida Sor Pascal afirma: “En el dispensa­
rio, se le veía (a Madame Lefebvre) buscar siempre a los más pobres
y hacer el trabajo que les era desagradable a las otras señoras. Cada
día, metía en la caja destinada a los desafortunados el postre de sus
hijos; sin hacer ni ruido ni alboroto, no trabajaba más que para el
Buen Dios.”
Lo que hacía de manera habitual en Tourcoing, lo realizaba
temporalmente en Lourdes, consagrando su peregrinación anual al
cuidado de los enfermos. Sin querer señalar la belleza de su gesto, sin
siquiera figurárselo, escribe: “Escojo de preferencia a los enfermos
de los carritos, que son generalmente abandonados a causa de sus
discapacidades; estos pobres desafortunados no pueden ni moverse
ni llamar a nadie...”.

47
Hacia final de su vida, con su salud debilitada, acept6 ,
servicio del hospital. Esta clase de enclaustramíento mérito^ ?'
penmtía un trato más íntimo con los enfermos. A falta de curacio
corporales, fije testigo de curaciones morales que la alegraban y jS
animaban a soportar todas las privaciones para iniciar la reparticj/
de las gracias de Nuestra Señora. n
Su felicidad era ir, com o su suegra, a visitar a los enfermos
a domicilio. Por falta de tiempo, nunca pu do realizar este sueño. Sin
embargo, a principios de la guerra de 1914, se ocupaba periódica­
mente de los heridos del hospital m ilitar ambulante, instalados en el
colegio de Tourcoing; no titubeaba entonces en recorrer 25 kilóme­
tros a pie para conseguir en Lille los m edicam entos indispensables.
Los pobres, que por lo demás se em parientan con los enfer­
mos, continuaban siendo una de sus preocupaciones. Su esposo y
ella eran miembros de la Conferencia de San V icente de Paúl. Cada
niño de las familias que visitaban encontraba en N avidad un paque-
tito junto al hermoso nacimiento que ella ponía en su casa. ELapoyo
material y la ayuda moral iban de la m a n o e n s^apostolad^cityo
'■mayor valor era de orden sobrenatural.

Al servicio de lQs ,
durante lQ er^dos y p o b r e s,
Suerrade 1 9 1 4 -1 8
6. La terciaria franciscana
Sucede que se desconoce la Tercera Orden; fácilmente se le asocia
con alguna Cofradía anticuada que se muere lentamente.
La Tercera Orden es algo totalmente diferente. Se le puede
definir así en pocas palabras: la vida religiosa puesta al alcance de los
cristianos del mundo, vida religiosa sin votos, pero impregnada del
espíritu del Fundador y que conlleva las exigencias de los consejos
evangélicos. Por consiguiente, se comprenderá que la Tercera Orden
franciscana -puesto que se trata de ésta- ofrece a las almas generosas
medios preciosos para alcanzar la perfección.
Las Fraternidades de Roubaix, dirigidas por los Padres fran­
ciscanos, florecían: se contaba en ellas con centenares de Hermanos
y de Hermanas. Madame Watine, madre de Madame Lefebvre, era
presidente de la Fraternidad de las Hermanas. Sin embargo, su hija
no formaba parte de ésta, no habiendo nunca comprendido su impor­
tancia. Instalada en Tourcoing después de su boda, continuaba sim­
plemente su vida de cristiana. Puesta delante de sus responsabilida­
des de mamá, buscó profundizar su piedad. Formar el alma del niño
que Dios le acababa de dar, orientarla hacia el cielo, en una palabra
santificarla, esta tarea le pareció por encima de sus fuerzas: recurrió
a la Tercera Orden.
Las Fraternidades de Tourcoing, menos numerosas que las
de Roubaix, habían sido confiadas, desde hacía muchos años, al
Superior de los Padres de la Compañía de María,
El 21 de noviembre de 1903, Madame Lefebvre fue admitida
a la toma de hábito, y, una vez que terminó su noviciado, profesó el
10 de febrero, con el nombre de Sor Juan de la Cruz.
Este mismo año llegaba a Tourcoing, como Superior de los
Padres y por lo tanto como director de la Tercera Orden, el Reveren­
do Padre Joseph Huré. Sacerdote de la diócesis de Angers antes de su

49
entrada en la Compañía de María, había pertenecido a la TerceraOr-
den franciscana. Por eso, se pudo escribir a propósito de él: “Es delas
armonías preestablecidas mediante las cuales la Providencia dispone
todo para lograr sus fines”. El Padre Huré era terciario en el mundo
Conocía pues esta obra: amaba a San Francisco y el espíritu francis­
cano, amaba las fiestas de la Tercera Orden como se aman las fiestas
de la familia.
Bajo su dirección, la Fraternidad de Tourcoing tomó unnue­
vo auge; seguía de cerca el reclutamiento y la formación; las ins­
trucciones bien adaptadas elevaron el nivel de la vida espiritual. Una
buena biblioteca y el esplendor de las fiestas franciscanas volvieron
a unir a los cofrades a su sociedad, mientras que los retiros anuales,
cuyos gastos pagaba el Superior mismo, la mayor parte del tiempo,
atizaron el fuego sagrado en las almas. ¿Y qué decir de lo que apor­
taban de luz y de gracias, a tales y tales almas, las conversaciones y
la dirección del Superior?
Logró crear en la sociedad de Tourcoing una atmósfera
espiritual muy elevada en la que las almas, alimentadas del espirita
franciscano, llegaban a florecer y se volvían como apóstoles. Esteen
el objetivo que se había propuesto el director.
Muy pronto, comprendió cuánta ayuda podía proporcionarle
Madame Lefebvre por su alta vida espiritual. La preparó con mano
firme para su misión. En las elecciones siguientes, fue designada pan
formar parte del Discretorio. Se le llama así a la asamblea de Herma­
nas que están a la cabeza de la Fraternidad. Mantener y desarrollarla
piedad, preparar las reuniones del mes, la celebración de las fiestas,
decidir la fecha de la visita canónica, trabajar en el reclutamiento,
identificar a los enfermos, favorecer, en pleno acuerdo con el Di­
rector, todo lo que puede contribuir al progreso de la Tercera Orden,
tales son las principales atribuciones del Discretorio, que ejerce un
papel capital en el funcionamiento de la obra.
E n 1912, Madame Lefebvre fue nombrada presidente. Hasta
entonces, se había conservado en la Fraternidad una especie de culto
por la antigüedad y, aunque ya había pasado los treinta, la nueva
elegida era considerada como una joven. Así pues, su situación re­
sultaba delicada. Habló de esto con el Padre Huré y le expuso al
mismo tiempo su poca aptitud para hablar en público. La d e c is ió n se

50
mantuvo, ella la acató y, gracias a su sencillez afable, supo amorti­
guare! asombro que causó su rápido ascenso. Logró ser aceptada por
las ancianas, pronto les haría desear su compañía.
Antes de cada reunión del Discretorio, establecía un progra­
ma preciso, y lo presentaba al Padre para recibir sus comentarios
al respecto. Animadora muy sabia, exponía su opinión y la discutía
cuando era necesario con una paciente energía. Nada cerrada a las
innovaciones razonables, sabía desechar las ideas arriesgadas y así
las reuniones se volvían apostólicas y familiares.
Con el fin de mantener el contacto con una Fraternidad
interparroquial muy extendida, el Discretorio nombró a decenas
responsables por distritos. La Presidente los convocaba cada tres
meses y manifestaba un gran celo por la santificación de las almas,
requiriéndoles esfuerzos cada vez más generosos: visitas a los enfer­
mos, obras de caridad a domicilio, distribución periódica del boletín
mensual, tantas industrias que ponía como pretexto para estimular a
las negligentes.
Estas diferentes reuniones no eran sino una preparación a las
reuniones generales de la Fraternidad,
r
que___se realizaban en la capilla
de Nuestra Señora de los Angeles, rué du Tilleul.
Construida en 1871 por los Padres montfortianos, gracias a
la generosidad de los habitantes de Tourcoing, esta capilla había sido
clausurada en el momento de la expulsión de los Religiosos, en 1901.
Sin embargo, la gente penetraba ahí a escondidas, por una puerta
lateral. En 1908, un industrial, terciario de gran corazón, Monsieur
Joseph Legrand-Desurmont, luego de haber obtenido la autorización
episcopal, la recuperó comprándola para volver a ponerla a la dispo­
sición de los Padres. A partir de ese momento, se pudieron celebrar
ahí los oficios a la luz del día.
Este santuario heredado favorece la piedad. Los vitrales, de
un colorido luminoso, dañados por los bombardeos de 1944, hoy
felizmente reparados, representan, en dibujos expresivos, los quin­
ce misterios del Rosario; el altar, en piedra blanca coronado de la
estatua demuestra Señora de las VictoriasTse preserva mal contra el
polvo de carbón que circula, sutil e impalpable, en el ambiente. Es
una hermosa obra de arquitectura, aunque la escultura demasiado de­
tallada contrasta con la simplicidad del conjunto. Si la capilla habla

51
de la Santísima Virgen, la Tercera Orden no ha sido olvidada en
El vía crucis, en estilo flamenco, los cuadros del coro, los person *
coloreados al pie de las vidrieras llevan un sello franciscano.
Es en esta capilla donde se reunían las Hermanas terciarias
los primeros domingos y los primeros lunes de cada mes. Una ter
cera reunión mensual tenía lugar en la sala de las obras parroquja
les de Nuestra Señora de Lourdes. La Superiora se imponía el deber
de asistir a todas. Nada desanimaba su vigilante actividad, incluso
a pesar de que el estado de su salud hubiera exigido más prudencia-
veía en ello un deber primordial. Un día, uno de sus hijos religioso$,
ausente desde hacía varios años, llegaba a casa. Era a la hora de la
reunión de la Tercera Orden. Sobre una mesa bien adornada, lamamá
preparó un té delicioso y, sacrificando la dulce entrevista de primera
hora, ¡se fue a la Fraternidad!
Gracias a su situación social, Madame Lefebvre atrajo ala
Tercera Orden un gran número de personas de la alta industria de
Tourcoing y, por su gran bondad, contribuyó al reclutamiento de
la clase obrera. La Fraternidad de las Hermanas registró hasta 800
miembros, nunca había conocido semejante vitalidad. Si, de ese
número, algunas cayeron en la indiferencia, la mayoría manifestaron
un gran apego a la obra. Del resto, el postulado y el noviciado las
habían instruido en sus deberes y preparado para su profesión. Las
Damas, elegidas cuidadosamente, estaban a la altura de su papel y,
cuando una u otra se ausentaba, Madame Lefebvre aceptaba siempre
reemplazarla. Nadie se quejaba de esto, al contrario, les gustaban
mucho sus lecciones improvisadas, que no eran sino el resplandor de
su alma.
En el marco de la Tercera Orden y por indicación del Padre
Director, Madame Lefebvre instituyó dos obras principales: primero
las “Cordigéres”. Sin estar inscritas en la Tercera Orden, las mujeres
que son miembros de esta asociación están emparentadas con ella
por llevar el cordón de San Francisco. El día de la fiesta de este santo
patrono, una procesión se desplegaba en la capilla y en una propie·
dad vecina. Feliz con esta ceremonia, Madame Lefebvre la prepara­
ba con entrega, ya que veía en las Cordigéres un semillero para las
Fraternidades.
La segunda obra que instituyó fue la de las vocaciones

52
montfortianas. Tenía como meta encontrar la forma de socorrer a los
candidatos al sacerdocio; al mismo tiempo que contaba con las ter­
ciarias para proporcionar el apoyo principal, la fundadora no quería
limitarse a su generosidad, sino alcanzar a todas las familias que se
beneficiaban de la dirección espiritual de los Padres. Ella se impuso
la tarea de visitar a cada una de estas familias a domicilio, al menos
la primera vez. Esta obra respondía a un deseo, puesto que después
de la muerte de Madame Lefebvre, algunas almas caritativas la con­
tinuaron espontáneamente para el mayor bien de los futuros misione­
ros de la Compañía de María.
Como San Juan de la Cruz, cuyo nombre llevaba, Madame
Lefebvre amaba el recogimiento del retiro. Cada año, el Padre Di­
rector convocaba a un cierto número de terciarias, ya fuera con las
Madres Bernardinas, ya fuera con las Religiosas del Cenáculo en
Lille. Durante la primera guerra mundial se multiplicaron los ejer­
cicios; la dedicada Presidente obtuvo de ellos incontables beneficios
para su vida espiritual. Sus notas nos revelan profundos exámenes
de conciencia, deseos de unión cada vez más íntima con Dios. Se
puede decir que abría grandemente su alma a las inspiraciones, a los
consejos, a las luces que componían el maná celestial del que estaba
ávida. Pero no saboreaba como egoísta los dones de Dios: mediante
sus conversaciones y sus conferencias, hacía partícipes de ellos a las
personas a su alrededor. Las damas que siguieron esos retiros conti­
núan estando hoy todavía bajo el encanto de su recuerdo.
Una de ellas escribió: “¡Oh! Esos días del Cenáculo,
¡verdaderos días del cielo! ¡Se necesitaría ser un ángel para hablar
dignamente de ellos! El Reverendo Padre Huré y Madame Lefebvre
hacían el programa de estos retiros; obedeciéndolos, escuchándolos,
teníamos la impresión de ser consumidas en el fuego de su amor por
Dios, de ser elevadas muy lejos de las regiones terrenales y de todas
las miserias de la guerra, de alcanzar cimas hasta entonces insospe­
chadas de nuestras pobres pequeñas almas”.
Otra ejercitante escribió: “¡Qué fervor durante la guerra
14-18 en esos retiros cerrados de Lille, predicados por el Padre Huré
y animados por Madame Lefebvre! Nunca perderé su recuerdo”,
Este contacto con las almas cobraba dimensiones de verda­
dera dirección espiritual. La guerra planteaba múltiples problemas.

53
Con toda naturalidad, la gente recurría a Madame Lefeb
para resolverlos. Una terciaria, que se repartía entre sus deberes^
familia y la urgencia de las obras, le decía un día: “A veces men*
gunto si mi deber no es quedarme en casa y abandonar las obras *
embargo, ¿qué son mis pequeñas ocupaciones domésticas al ladoj
las suyas?”. Y Madame Lefebvre le pudo responder sonriendo: “Y0
también me he hecho a veces esa pregunta y me he acordado del
catecismo: ¿Para qué nos creó Dios y nos puso en el mundo?Para
conocerlo, amarlo y servirlo y por este medio obtener la vida eterna
Entonces ya no dudé más y me entregué a las obras, abandonando a
la Providencia la preocupación de mis quehaceres. Casi siempre al
volver a casa, tuve pruebas tangibles de la maravillosa protección
divina sobre los niños y mi casa.”
También dio ejemplo de la pobreza franciscana. Nunca hubo
lujo en su arreglo personal; siempre era distinguida, pero muy senci­
lla. Toda su vida, prefirió al auto el “tren de San Francisco”.
Cuando, hacia el final de su vida, conoció reveses de fortuna,
agradecía en su corazón a la divina Providencia y decía ya no tener
que hacerse esta pregunta: ¿cómo practicar la pobreza? Pero sufríaal
no poder responder sino con poco dinero al llamado de ciertas obras.
“¡Ah! decía, no tendría mérito si pudiera dar mucho, mientras que
es verdaderamente difícil dar poco... En el cielo, creo que podré dar
mucho...”.
Al entrar en una iglesia por primera vez, pedía tres gracias,
siempre las mismas: la primera, para ella y para los suyos, teneruna
buena muerte; la segunda, estar desapegada interiormente, “que
Dios, oraba, haga el cambio en mi corazón”; la tercera, morir sin
dinero ni deudas.
En una peregrinación a Italia, con una de sus hijas, en 1928,
se detuvo no lejos de la Porciúncula diciendo: “Es más o menos en
este lugar donde el pintor representa a San Francisco m oribundo,
volviéndose hacia Asís. Así es como me gustaría morir: desnuda
sobre la tierra desnuda”.
Ahora bien, como San Francisco, murió sin dinero ni deu­
das, con el corazón desapegado de todo bien material, abrasado del
amor de Jesús; su deseo fue escuchado.
Junto con la pobreza, cultivaba la sencillez, son herm anas.

54
1 Sin embargo, el acceso a ellas le fue algo distante. El recogimiento
' del que se envolvía, así como la discreción que guardaba sobre sí
misma fueron las principales causas de esto. Los transeúntes, con
quienes se cruzaba sin notarlos, la encontraban orgullosa; aun sus
hijos, intimidados a veces, no se atrevían a atravesar el santuario
de su alma y se encontraban atormentados en sus confidencias. No
creo que la mamá se haya jamás dado cuenta de este desprecio, ya
que en realidad era muy amable con los humildes y con los tímidos;
sus preferencias iban hacia los necesitados. No había nada en ella de
la frialdad calculada, mucho menos del orgullo altivo y desdeñoso.
Quizá debió haberse interesado más en los detalles de la vida cotidia­
na; tenía un alma contemplativa, pero en cuanto se hacía un llamado
a su dedicación o percibía un deseo, se hacía presente.
Debilitada su salud a consecuencia de la guerra, el Reve­
rendo Padre Huré tuvo que dimitir de sus funciones; la influencia de
Madame Lefebvre, lejos de disminuir, no hizo sino aumentar. Acudía
a ella con plena confianza. Iluminado por las luces de la fe, ¡su juicio
demostraba ser muy acertado! En un total olvido de sí misma, escu­
chaba, animaba, aconsejaba: “Recordaré siempre los consejos muy
personales que me dio, escribe una terciaria, y ahora que está en el
cielo, le pido que me ayude a ponerlos en práctica”.
Bajo el peso de terribles pruebas de dinero y de salud, con­
servaba un corazón abierto de par en par. Nunca se acercaba al
prójimo “con un espíritu preocupado por ella misma”.
Ella verdaderamente se dejó conquistar por la espiritualidad
franciscana. La pobreza, la caridad, la sencillez que la caracterizan,
la arrebataban. Las visitas canónicas eran una fuente de luz y de fer­
vor; amaba la oración en común que alegraba su alma; disfrutaba de
las predicaciones de los Padres franciscanos. Cuando se acercaba la
fiesta de los Estigmas principalmente, una alegría profunda irradiaba
su rostro, bajo la influencia de una gracia personal de la que hablare­
mos. La Tercera Orden contribuyó grandemente a su santificación.
Durante unos treinta años, la Fraternidad, no solamente le
renovó su confianza mediante votos sucesivos, sino que con una voz
unánime proclamó su santidad: “Los santos canonizados, decían de
ella, no podían vivir con mayor perfección”.
No podemos resistir el placer de citar el testimonio

55
siguiente, que resume lo que hemos relatado:
“Todos aquellos que amaron y veneraron a la querida (Jifa
ta (Madame Lefebvre) esperan el relato de su vida. Además, ¡qu¿
beneficio para las almas conocer en lo íntimo hasta qué punto, p0r
qué, cómo, con qué fin otra alma supo mostrarse siempre tan unifor.
lilemente alegre, en el cumplimiento integral y generoso de todos sus
deberes de esposa y de madre, tan afable, que se sujetaba a la volun­
tad divina sobre ella y sobre los suyos, y supo aportar en todas partes
el consuelo y el encanto de una fe resplandeciente y luminosa!
I
Su pérdida se sintió particularmente ahí donde tenía su cam- ¡
po de acción; en calidad de terciaria, puedo decir qué vacío horrible i
dejó su muerte. Todas nosotras tenemos la impresión de que nun- !
ca podremos reemplazarla. Su profunda piedad, su regularidad en j
las visitas, en los oficios en común, su extrema sencillez, su sonrisa j
amistosa, su espíritu de pobreza, de penitencia, tan recomendado por
nuestro Seráfico Padre, llegaba con frecuencia hasta el heroísmo, su
modestia ejemplar en su arreglo personal, su humildad verdadera,
todo esto hacía de ella un modelo perfecto y sin embargo accesible,
tanta era su virtud amable para todas las terciarias. Sabíamos también
que su caridad era muy grande, al no escatimar ni su tiempo ni sus
esfuerzos, ya fuera para las obras de la Cruz Roja, ya para el reclu­
tamiento de la Tercera Orden como para el de los Padres de María,
igualmente para el sostén de sus colegios apostólicos. Fundó junto
con el Padre Huré la obra del Pan y, bajo su presidencia, todos los
distritos de la ciudad, al menos las personas simpatizantes con las
obras de los Padres, fueron visitadas...
Era así admirable en todo. Para nuestros retiros, era igual; si 1
algunas personas no podían pagar la suma requerida, pues bien, ella
arreglaba todo e incluso las más desamparadas no estaban olvidadas.
Por otra parte en nuestras asambleas privadas, de preferencia ella se
volvía hacia los humildes, los aislados por la timidez o la falta de cul­
tura, y así todo el mundo se sentía a gusto. Además, al tener con tacto
con ella, deseábamos volvemos mejores.
En las conversaciones que tuve con ella, relativas alavoca-
cióii de sus hijos,. siemprejne pareció preocuparse~unicamente por
respetar jos designiosJe_DioTs^re~^a uno de ellos, yafiieraqué|

56
Él los ljamara a una vida más perfecta o a permanecer en el mundo.
T^tapiadosa indiferencia no es otra cosa, si no me equivoco, más gue
n ñ V o t a í v generoso olvido de si”.

Foto de familia
_1017
Madame Lefebvre con el Padre Huré, su confesor
7. La vida espiritual
La ascensión de un alma

Alma orientada hacia la piedad bajo la influencia de un medio fami­


liar profundamente cristiano, así nos parece Gabrielle Watine, tan
temprano como nos remontemos en el curso de su vida. No parece
haber empañado la frescura de su bautismo; su director, en efecto,
afirma que fue rodeada de las delicadezas de la Providencia. Después
de haber recibido, en 1909, la confesión general de su penitente, le
escribió: “Sé que desde su infancia, Jesús la predestinó a usted para
.su santificación de hoy, de manera que su estado actual es como la
plenitud natural de los favores con los que Dios la colmó eñ~ofro
tiempo. Elinyierte numerosos años, nuestro Jesús, en regar la raíz^én
cuidar de la flor antes de obtener de eíía el fruto que poseemos hoy5’.
Infancia tan límpida que evoca el texto del Evangelio:
“Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y
delante de los hombres”. Así, en su pequeña medida, Gabrielle, por
su facilidad para el trabajo y por su alegre temperamento, ejercía un
ascendiente real sobre sus compañeras; su accesibilidad agradable;
sus éxitos, su fortuna la envolvían en un encanto conquistador. La
vida le sonreía, hubiera podido inclinarse hacia el egoísmo, pero su
Jejpjjjde-replegarse¡ enjjí.mismo, buscaba con ahínco aDTds.
En esa época no había aparecido todavía el decreto de Pío
X sobre la Comunión de los niños pequeños, pero después de una
preparación más bien severa, se hacía la Primera Comunión a una
edad más bien avanzada. Se comprende que un corazón puro, ávido
de piedad, experimentó vivamente, al acercarse Jesús, las efusiones
de la gracia eucarística. Este fue un momento luminoso en la vida de
Gabrielle; su confesor le hablará más tarde de los presentimientos
divinos que sintió entonces. Las aspiraciones espirituales de la niña

59
comenzaron a inquietar a su padre que, a pesar de tener una fe v
pronto le declarará que se opondría a su entrada al convento. perJ
por encima de su padre, estaba Dios, cuya Voluntad ella buscab
conocer.
Hacia la edad de dieciocho afios, quiso ver claro en ei
problema de su vocación. Ya.iq hemos_señaladotJa. respuesta de
Monseñor Fichaux, su antiguo director, fue clara: ella debiajem y
necer en el mundo y fundar una familia, así es como^haría mucho
bien... ~ ~ ' .........
Al someterse a esta decisión que ella consideraba irrevoca­
ble, conservó, al menos por algún tiempo, una cierta nostalgia dela
vida religiosa. A partir de ese momento, su gran oración será jjedira
Dios un esposo animado de piadosos sentimientos.
El compromiso matrimonial no trajo la paz esperada. Sentía
su corazón compartido y temía robarle algo al Señor. Los teólogos
no habían aún popularizado, como actualmente, la doctrina espiritual
del amor humano, que, cuando es legítimo, debe ser un medio, más
que un obstáculo, de unirse a Dios. La joven veía en éluna barrena
sus deseosjje^pjgrfecciójn. El día de su boda, .llorójnuchQ.
A partir de 1905, el año en el que fue admitida en la Terce­
ra Orden franciscana, podemos seguir mejor su itinerario espiritual
Algunas hojas sueltas proporcionan valiosas indicaciones; sin em­
bargo no son sino vagas ideas, ya que estas notas íntimas, además de
ser muy breves, están compuestas de abreviaciones que por desgra­
cia las hacen con frecuencia indescifrables. Las utilizamos sin trai­
cionarlas, esperemos.
Gabrielle Watine, que pasó a ser Madame Lefebvre, cumpla
entonces sus 25 años) madre de familia, terciariajde San Francisco,
deseosa de cumplir bien con todos sus deberes, se puso bajo la di­
rección del Padre Muré, nuevo Superior de la Comunidftd.dc
montfortianos de Santa María de los Ángeles.
Ya esbozamos la fisonomía de este sacerdote. A g r e g u e n '^
que sus preferencias lo inclinaban hacia las almas de elite ewel claus­
tro o en el mundo; era un especialista en la dirección espiritual. Pedia
mucho, exigía una obediencia total, revelaba un ideal muy alto
hacía amar presentándolo en un lenguaje evocador y singulannent*
conmovedor. Su huella fue imborrable en ciertas almas. La joven

60
mamá estaba en buenas manos, podrá recibir durante más de veinte
años los consejos del Padre Huré.
Desde 1905, luego del nacimiento de su hijo, comienza
a abrir su alma a su confesor, pero tímidamente, sin saber cómo
hacerlo: lamenta su reserva y conserva de ella cierta tristeza. Sus
progresos son reales. Se deleita con la vida de Santa Mónica; y de tan
frecuentes que eran, sus Comuniones se vuelven diarias.
Dos aflos más tarde, medita sobre la vida de Nuestro Señor y
descubre que, para permanecer fiel a Jesús en el mundo, es necesario
ser como Él, un signo de contradicción. Un sermón sobre los Estig­
mas la impresiona profundamente. Surgen dificultades domésticas.
El invierno 1907-1908 le trae decepciones. Sus hijos se enferman
uno a uno. Pide consejo y se somete a todo por obediencia, pero,
agrega, “Obedezco incompletamente”. Sin embargo, la Providencia
le responde con una superabundancia de luces interiores que surgen
de los sermones de un religioso Redentorista, el Padre Costenoble.
En agosto de 1908, la lectura de la vida de Santa Teresa de
Ávila le proporciona la oportunidad de conversar con el radre Huré,
rgraD_deyoto él mismo de la Santa:~nPor primera~viz, leemos en sus
notas, con él abordo el tema de la vida interior”. Hasta ese momento,
debido á su inexperiencia y a su discreción natural, la dirección le
había sido difícil, pero entonces su alma “se soltó”, casi a pesar de
ella. En adelante, habiendo hecho ese contacto y con los ánimos que
le dará el Padre, ella va a continuar en esta dirección con asiduidad.

Su ascensión ya se dibuja claramente

Siente una imperiosa necesidad de humildad, que la impele a pros­


ternarse y a besar la tierra, cada vez que pasa frente al nacimiento del
Niño Dios, en Navidad.
A principios de 1909, no tiene más que una petición para el
año nuevo: el amor de Dios. Es el momento decisivo.
El 18 de febrero, luego de una larga preparación dominada
por el deseo de la sinceridad y de la humildad, hace unneontesión
general en la сарШа de Santa María de los Angeles, que ama tanto.
Esta confesión Ja inunda de consolaciones y pasa la. no-
- ^ siguiente en acción .de gracias. Reíala do manera enigmática el

61
recuerdo de sus últimos actos de desapego y los favores que recibe
Algunas palabras solamente nos revelan su estado de ánimo. Se dic¿
“trasplantada, desconcertada, arrobada, sola bajo el ojo del Amo” y
se compara con un pajarito al que alejan de los suyos y lo llevan aun
palacio “por un capricho del Amo, que se alegra de su fragilidad y de
su torpeza”. Sin comprenderlo bien, ella adivina su felicidad.
¿No es en este período de su vida cuando ella pensaba al
escribir un día de retiro: “Hubo un tiempo, mi Jesús, en el que yo
no te conocía sino como a un Ser bueno al que se le rinde homena­
je con mucho gusto, a quien uno se dirige en toda dificultad y que
tenía como papel principal protegemos. Pero ¿sabía yo que Dios es
un suspirante de amor, que Su Corazón, sin cesar preocupado por
el mío, se las ingeniaba para hacerme cada vez más sensible a este
amor? Me encontraba como una morada cerrada, sin preocuparme
sólo de lo que pasaba afuera. ¿Cómo sucedió eso después? [...] Me­
diante ciertos golpes exteriores primero, pequeñas enfermedades de
mis hijos [...] Prometí vivir mejor, dar algo de mí, comprendí que
las otras promesas no tenían valor: era el primer despertar de mi vo­
luntad. Luego, después de algunos sermones que me impactaron, fue
como un deslumbramiento para mi espíritu, un encantamiento para
mi corazón, oía verdades insospechadas y extrañas que resonaban
como una música deliciosa en mis oídos... Debía forzar la puerta
de mi voluntad, golpe a golpe los avances disfrazados de Jesús se
multiplicaron”.
Durante la cuaresma de este mismo año, ella penetra pro­
fundamente en el misterio de la Cruz y desea unirse al divino Cru­
cificado mediante la mortificación y el don de sí misma: “¡Delicias
desconocidas!”, exclama.
En mavo^s.e ofrece a j a Santísima Virgen según la fórmu-
la de consagración total de San Luis María GrignÍQU,dejyiontfort.
Éste acto responde a los sentimientos de generosidad_queJa^ ani­
man. Comprende que su Madre del ciejo ja ayudará a amar mejor a
Jesús, por eso su director le declara: “Ha usted comprendido mejor a
María”.
Es todavía en 1909, durante el mes de julio, cuando parece
haber experimentado las primeras impresiones de los estigmas. Al
recordar una meditación en la iglesia de Bruja^5, escribe en efecto:
“Knockc: cuadro de Brujas... p .. .(unía) de la c .. .(spada)”. Nosotros
somos los que completamos, pues sabemos por otro lado que se ha­
bía visto en esta circunstancia “como una esponja completamente
empapada en sangre divina”.
En diciembre, hace el voto de obediencia a su director en
todo lo relacionado.con.Ja.santificación de su alma. Cada vez más,
s e en tre g a a Jesús “no solanicnjcjw a cumplir su voluntad sino para

salir al encuentro de todos sus deseos”.


~T9Ü9 es quizá la fecha más importante de su vida interior, ya
que los favores divinos que van a continuar no serán sino la plenitud
de los de hoy. El Padre Huré menciona este punto en una carta que
dirige a su hija espiritual el Io de marzo: “Las inspiraciones de la
gracia y una necesidad inmensa y profundamente probada de unión
a Dios, luego, al agregarse a estos dos favores, una inteligencia más
clara de la dirección espiritual y una facilidad desconocida hasta en­
tonces para ofrecer a usted, estos son los medios espirituales que,
al ser puestos en acción por usted y por mí, transforman su querida
alma, la elevan más desapegada y más pura, hasta la intimidad con
Nuestro Señor, a tal punto que ante la evidencia de la unión que us­
ted tiene con Jesús, siente la necesidad de declarar que, al hacerla su
esposa, Él le da por ello la preferencia y la entrega.
¡Oh! en efecto, ¡no todo se ha realizado aún! A tal predilec­
ción usted debe responder con sacrificios y generosidades sin núme­
ro. Pero ya lo que Él ha hecho en usted es admirable y cómo sentimos
la imperiosa necesidad de bendecirlo a Él por esto y de bendecirlo
aún más.”
En 1911, Madame Lefebvre renueva, después de una seria
preparación, su consagración a la Santísima Virgen, el 24 de marzo,
vigilia de la Anunciación, que coincidía con la fiesta de las Cinco
Llagas de Nuestro Señor.
Del 10 al 13 de noviembre, sigue los ejercicios de un retiro
que califica como “dichoso”. Esta madre de familia toma entonces la
resolución “de ser en todo la esposa de Jesús”.
A partir de entonces, cada año el retiro será para ella una

SN. de la T. Brujas, Bruges enfrancés, capital de la región belga de Flan-


des Occidental.

63
gracia muy grande. Durante la guerra de 19J4J9J8,.hará el voto
4e-purczj\^perfcc Un, que ales ti gu as.u, voluntadjíe. ser enteramenttdT
Dios.'v .

Hasta aquí hemos señalado su devoción a la Pasión, su unión


a los sufrimientos del Redentor, su atracción por las Llagas del Cru­
cificado; todo esto no era sino lina preparación a un favor extraor­
dinario: la Estigmatización. No tenemos ningún testimonio que nos
permita describir las particularidades de este fenómeno sobrenatural
en el caso de la sierva de Dios, pero la lectura de las cartas del Padre
Huré no deja ninguna duda sobre su existencia.
He aquí algunos extractos reveladores: “Este Esposo ‘que
incomoda*(Jesús), a fuerza de amar tan celosamente, ¿no multiplica
adrede para usted las ocasiones de sacriñcios? Él responde así a esa
necesidad imperiosa que la animaba a usted todavía esta mañana.
Con la insistencia que se le da normalmente a solicitar un favor, us­
ted suspiraba por la quinta herida, destinada a perfeccionar en usted
la efigie sagrada: como San Francisco, usted quiere poder decir ‘Lle­
vo en mi carne los estigmas de Cristo Jesús.’ En cuanto a mí, querida
hija, estoy feliz de estar asociado por mi modesta parte a la obra de
su extraordinario parecido con Jesús. Eso me tocaba a mí, su Padre
espiritual, que tuvo la misión de preparar el voto que hizo usted,
destinado a servir de palacio nupcial a su divino Esposo.
Agradezcamos juntos por lo que usted hace y lo que me tocó
hacer, es una gran gracia para ambos”.
En la carta siguiente, el Padre, después de haber solicitado
a su penitente dejar a Jesús actuar en ella con fe absoluta, agrega:
“El pequeño hecho que sobrevino ayer en la mañana y que provocó
su grito, que surgió espontáneamente de su alma, es muy revelador
sobre este asunto, no menos que lo que me escribía usted con res­
pecto a las cicatrices de la Cruz, ¡Ah! ¡Qué delicadeza para obrar de
Jesús Esposo! Logra sus fines con una seguridad que me encanta.
En lo que a mí se refiere, tengo la luz abundante para confir­
marla en su fe, que comparto con usted: Sea simplemente Jesús,
[...] Hasta el viernes por la mañana. [...] La crucifixión va
hacia su término.”
Ciertas frases permanecen oscuras, ya que no tenemos en
ellas sino respuestas y a veces alusiones a hechos que nos son ajenos.

64
Pero las palabras de “quinta herida”, de “cicatrices de la Cruz”, de
“crucifixión”, de “parecido extraordinario con Jesús”, de “estigmas”
¿no son suficientemente claras? Vamos a ver al Padre volver a la
cuestión de la “llaga del corazón”. Las dos cartas precedentes datan
de los primeros meses de 1918, la siguiente es de Pentecostés del
mismo año: “Cuando esté sola, sin testigos, junte las manos sobre la
llaga del corazón y repita en nombre de sus derechos: ‘Venid, Espíri­
tu Santo’”.
En esa época, la santa mujer había alcanzado la cima de su
vida interior. Había anotado en su retiro de 1917: ‘IVü buen Maes­
tro. .. no tengo más que un deseo: verte reinar en este ser que me has
sflá5o~ycada vez más y más; que este aliento de mi alma, que es una
jwrcióji-deJDios, permanezca puro, con una pureza divina y que mi
cuerpo sea animado por él de una vida completamente celestial”.
Ante tales acentos que no son aislados, uno se siente menos
sorprendido de este privilegio milagroso. Según el ejemplo de San
Francisco, ella escondió cuidadosamente este favor. Algunos de sus
hijos simplemente lo sospecharon. Después de esto, se comprende
que su director, aunque era tan exigente, le haya escrito: “La bendi­
go, hija mía, usted es verdaderamente el fruto de mi alma que Jesús
ha aceptado y santificado más allá de todas mis expectativas”.
Desde entonces, ella estará en cierto modo estabilizada en
la vida de unión con Jesús; continuará tranquilamente su ascensión
hacia Dios. La muerte del Padre Huré le será dolorosa, pero armada
compjo_estaba, se podría decir, estaba lista para arreglárselas sin su
apoyo, Ninguna complicación sobrevendrá en la vida de su alma,
queMllarlcon un resplandor incomparable en sus últimos instantes.
Murió como una predestinada.

Los medios de santificación

No se trata de enumerar aquí los medios ordinarios de santificación,


sino de subrayar algunos que eligió Madame Lefebvre según las
indicaciones de su director.
Asidua a la oración, a la lectura espiritual, a la asistencia
l i j Misa, a la Comunión cotidiana, en medio de sus pesados car-
gos^dejamília, agregó, mucfio tiempo antes de su muerte, la hora de
^oracJón,porla„noche..SeJevantabadiscretamente yorabadejodj-
llas: acto de amor que le imponía sacrificios penosos cuando_estaba
enferma; fue fiel a esta práctica mientras susjuerzas no le fallaron.
¿Portaba instrumentos de penitencia? Quizás pasajeramente,
pero no de manera habitual. Sus deberes de espgsa_yjjí:_rnadre la
obligaron a teneruna gran moderación. Su espíritu.de-penitencia_se
manifiesta sobre todo en los diferentes votos que pronunció.
Primero el votP_de obediencia a su director espiritual. Des­
pués de haberlo ejercitado durante un mes, lo renovó repetidas veces
y se comprometió a cumplirlo, el 23 de diciembre de 1909, mediante
esta fórmula definitiva que encontramos en una carta del Padre Huré:
“En eLnombrejdel Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En presencia
de Dios mi Creador, de Jesús, mi adorable Esposo, del Espíritu San-
to, mi luz y mi fuerza, bajo la mirada de María, Reina de mi corazón.
de mi ángel guardián y de San Gabriel, con la bendición del Padre
que Dios dio a mi almaTerftoda libertad y de buena gana, hago voto
de obediencia plena y entera a mi director en todo lo que se refiere
a mi santificación, hasta que le plazca relevarme de él^bendiciendo
y agradeciendo de antemano a Jesús y María por todos los bienes y
méritos de los que este voto será la causa.. Así. sea”-
~ E ñ e l mes de diciembre de 1916, quiso experimentar»todos
los viernes, el voto de lo más perfecto. Pronto lo renovó todos los
días, lo prolongó de semana en semana, y finalmente en 1917, de
confesión en confesión.
Podemos reconocer aquí la influencia de SÁ\ntaJTeresa de
Ayjja, sobre cuya vida y escritos había meditado con fcecugucia. Este
voto de lo más perfecto puede crear confusión en las almas inquietas;
Madame Lefebvre nunca sintió escrúpulos al respecto. Simplemente
y con generosidad, cumplía lo que le parecía más agradable a Dios.
Entre sus papeles se descubre una transcripción de una pá­
gina de San Luis María Grignion (le Montfort sobre el voto de la
Santa Esclavitud o de la consagración total a la Santísima Virgen.
Bien parece que ella misma se haya comprometido mediante u n voto
a practicar esta ofrenda a María, lüia lo anotó en efecto y terminó
con este pensamiento de Pascal: “Hacer las pequeñas cosas como
las grandes a causa de la majestad de Nuestro Señor que las h ac e en
nosotros y que vive nuestra vida, y las grandes como las pequeñas y
fáciles, a causa de su Omnipotencia”.
Sé puede decir que la consagración a la Santísima Virgen, al
despojarla de sí misma, la hacía entrar en el espíritu de pobreza; por
su voto de obediencia, había ofrecido a Dios su libertad. Me aquí un
último voto que revela su delicadeza con respecto a la pureza.
Es el de la pureza perfecta, que emite el 8 de marzo de 1918:
“Oh Jesús, yo tu esposa, al querer para pertcneccrtc mejor conservar
mi alma liberada de toda servitud, según las inspiraciones del Espíri­
tu Santo, las cuales obedecí en el pasado, confiada en mi Madre y por
obediencia, te hago hoy voto perpetuo de pureza perfecta mediante
la renunciación a mis derechos y las renuncias de mi voluntad a toda
satisfacción natural. [...] La obediencia sola podrá revocar o morti­
ficároste voto de puro amor. ¡Oh Jesús!, ya no soy mía sino tuya. Tú
eres mjLvida.”
Estaremos tentados quizás a encontrar cierta imprudencia al
obligarse mediante tantos votos. Cierto es que el Evangelio no lo
exige, y no se puede aconsejar a las almas, incluso a las avanzadas, a
imitar este ejemplo para alcanzar la perfección, aunque el voto en sí
aumente los méritos.
Pero en el caso de Madame Lefebvre, cabe señalar la recti­
tud de la conciencia, fundada sobre el equilibrio del temperamento,
la sencillez en la obediencia, la confianza en el director que le había
pedido, si no impuesto, estos diferentes votos.
En lugar de encontrar en ello una complicación para su vida
interior, sacaba de ello un impulso nuevo hacia la santidad. Así todo
se realizaba en orden, bajo el signo de la obediencia.

Las características de su vida espiritual

Una fe viva, un ardiente amor de Jesús, una devoción filial a la San-


tísima Virgen: tales fueron, al parecer, íos~rasgos dominantes de la
ví^Jjitgyríor de Madame Lefebvre. De una simple charla con ella se
sacaba la impresión de que un gran espíritu sobrenatural la animaba;
a lo largo de una conversación, sin afectación y sin esfuerzo, rela­
cionaba todo con Dios. En esta atmósfera de fe es donde respiraba a
gusto, al admirar la dirección de la divina Providencia a través de la
banalidad de los hechos cotidianos o de los alborotos de una crisis.

67
“Dios hace bien lo que hace”, decía con frecuencia. Este estado habi­
tual le confería una perfecta serenidad.
No sé si buscó descubrir las razones de su creencia, pero ha­
cia el final de su vida, era un alma impregnada de fe, fe simple y pro-
funda que nada podía quebrantar, ni los acontecimientos políticos,
ni las perturbaciones financieras que la llevaron a la ruina. Escribía
entonces: “El Buen Dios nos da en nuestros hijos riquezas espiritua.
les.., /.Podríamos nosotros desear demasiado las otras? Pudiéramos
en todo caso sacar adelante Jas principales, las que ya no cambia-
rán por la eternidad”. Así ponía en práctica sus meditaciones sobre
el éspmúfde fe. Sus notas nos transmiten este pasaje significativo:
“Para las almas que buscan con ahínco su perfección, es necesario
no solamente que tengan la fe, sino que deben vivir de su fe. Suojo
debe sobrepasar el horizonte (leí tiempo y ver, más allá de las cosas
pasajeras, las que permanecen.”
Dos niveles: En primer lugar, colocarse por encima de los
acontecimientos, según las penas y las oscuridades de este mundo,
ver las alegrías del paraíso.
En segundo lugar: no considerar las penas en sí mismas, sino
en la Providencia y la Voluntad que las ordena; San Francisco.de
Safes leTdice entonces infinitamente amables”.
Para ella, Dios no era un ser abstracto al que se invoca sin
convicción, era alguien que se había ganado su confianza. ¿Se veía
obligada a ausentarse para un servicio religioso o una obra de can­
dad? Le sucedía tener que dejar solo en la cuna a un pequeñito, bajo
la protección de su ángel de.la guarda. ¿ I m p r u d e n c i a ? S í, en el plano
de la razón humana, pero acto de fe de esta alma que creía simple­
mente en la vigilancia del Padre celestial. Del resto la experienciaje
probó lo bien fundado de su conducta.
La fe, que le hacía ver a Dios en sus directores, le inspiraba
una perfecta obediencia a sus decisiones y una gran d o c ilid ad para
adherirse a sus consejos, incluso en las cuestiones bastante ajenas a
su santificación. Los doctores se decidieron un día a proceder con una
operación delicada y muy grave, que exponía a su paciente a quedar
inválida por el resto de su vida. En el último momento, la cancelaron
y la operación no se llevó a cabo. Madame Lefebvre misma la eludió
más tarde, luego de saber que el Padre Huré la desaconsejaba por

68
razones de orden familiar, por lo demás discutibles.
De estas mismas fuentes sobrenaturales sacaba esa bondad
de alma que la inclinaba hacia los pequeños y los desgraciados.
Sin embargo, no hay que imaginarse a una mujer dedicada
al misticismo, que conñindfa la ilusión con la realidad. Es bueno
repetirlo: fue perfectaniente equ[1ib rada, bj e n pl a nta da en la línea del
buen juicíoTUna de sus hijas, religiosa misionera del Espíritu Santo,
pliclo escribir sobre ella estas palabras que la describen: “Los dones
déla gracia que el Buen Dios^ quería depararle se encontraron ma-
i^vinó^menTeTécmidados por los dones de la naturaleza: un juicio
seguro y un espíritu recto, que se aliaban a una rara energía y a un
ser dueña de sí misma poco común; un alma alegre de una delicadeza
exquisita, vibrante,.que sabía unir la libertad a la dulzura y poseía
esta medida del justo medio.”
Sencilla, „luminosa, su fe era comunicativa. “Nunca me
encontré con ella, declara una terciaria, singue se despertara en mí
ungrandeseo de perfección.” Tal es la confesión espontánea de un
gran número de personas.
Durante el tiempo de Pascua, en 1928, en compañía de una
de sus hijas que debía entrar al monasterio, la ferviente cristiana
emprendió una peregrinación a Roma, donde estudiaba su hijo. En el
camino de regreso, quiso pasar por Asís. Las horas se habían pasado
rápidamente en la visita a los diferentes santuarios; el momento de
partir se acercaba. Su hijo debía regresar a Roma y la mamá volver
a Francia; instante penoso en el que las emociones del día llenaban
los corazones. Se sentaron los dos, uno junto al otro, en una banca de
piedra en el pequeño jardín de las Clarisas. Frente a ellos se extendía
el valle de Umbría envuelto en luz y todo perfumado del alma de San
Francisco. A lo lejos, al otro lado de la iglesia de la Porciúncula, el
circo de las montañas cerraba el horizonte.
Madame Lefebvre, con la mirada perdida en esta atmósfera
apacible, permanecía en silencio y la futura religiosa, en su admira­
ción, pensaba irresistiblemente en San Agustín y en Santa Mónica:
su mamá “se deleitaba en Dios” .
El Padre Huré mismo permanecía bajo el encanto de la
virtud de su hija espiritual: “Ayer, le escribe, volví de nuestra charla
con un alma en fiesta. Es por lo demás la impresión y la atmósfera
de mi vida espiritual desde hace un año. Gracias por la parte que
usted tiene en esto.” (Pentecostés, 1918). Hacia la misma época, una
afirmación más precisa: “Nunca he tocado de tan cerca a la divini­
dad, con excepción de la Eucaristía, como en nuestras charlas, que se
volvían realmente una contemplación de pura fe. ¡Ah! Querida hija,
nunca le diré como convendría, la santa alegría que este comercio
divino produce y más aún el consuelo poderoso que de él saco. Jun­
tos agradezcamos de todo corazón”.
Ella había realizado su deseo de septiembre de 1909, en
Lourdes: “Que nada me arrebate de lo sobrenatural en donde deseo
permanecer”.
La gran pasión de su alma fue el amor de Jesús. En unión
con sus hijos religiosos, recataba diariamente la oración siguiente:
“No sería sino justo, oh Dios mío, que cada minuto, cada segundo,
os dijera eternamente: ‘Oh Jesús mío, Os am o’, y que así hiciera, de
día y de noche, tanto en los vacíos como en los desbordamientos de
mi corazón. Pero por desgracia, oh Jesús mío, mi pobre naturaleza
humana me impide realizar este acto de amor incesante. Por eso,
dignaos considerar, os lo ruego, cada palabra, cada movimiento, cada
respiración como otro tanto de actos de amor que, al latir al uníso­
no de vuestro corazón, extiendan vuestro reino, santifiquen vuestro
nombre y sean otro tanto de escalones que me lleven a Vos y me
hagan probar la verdadera alegría de los hijos de Dios. Que corra,
que vuele, triunfante sobre todos los obstáculos, que este amofseSl
lían fiiertejju e jamás nadie lo dletenga v qué as £ al exhalar el último
suspiro transportada de amor, pueda exdam ar: ‘Ya no._teñgojía&u
nada^ue„no,esté ya_dado’”.
En el atardecer de su vida, lo había dado todo: desde hacia
mucho tiempo, había buscado con ahínco este amor total. “El sacrifr
ció no entra lo suficiente en mi vida, escribe durante un retiro, Jesfis
es un Dios celoso. Debo darle cosas que no me pide. Así_piies dije
a mi Jesús, por la noche, que deseaba ser completamente de El, que
quería que El fuera lo Único para mí.”
Para intensificar su amor, medita sobre esta gran verdad: que
Jesús habita en su alma. Al desear resolver algunas dificultades, se
dirige a su Director, quien le responde con la carta siguiente: “La
cuestión que la ocupa es una de las más sublimes [...] sobre las que el

70
espíritu humano pueda ejercitarse. Monseñor Gay, a quien traduzco
o más bien transcribo, lo expresa lo más claramente posible De
hecho, la humanidad de Jesús no está excluida, ni ausente de nuestra
santificación; estamos unidos a ella como la rama lo está al tronco,
una misma savia nos anima, vivimos de una misma vida, no forma­
mos sino un solo y mismo todo [...] Sí, su humanidad (del Verbo)
está en el cielo y, según su forma gloriosa no está sino ahí. Está en
la Eucaristía según su estado sacramental y, según este estado, sola­
mente está ahí. Pero esta humanidad permanece siempre en el Verbo,
que es su subsistencia. Ahora bien, el Verbo en quien la humanidad
subsiste, está y permanece en nosotros...
En resumen, la humanidad es una con el Verbo por la unión
tiíposfaticíhy el Verbo es uno con nosotros por la gracia habitual.
Así el Verbo de Dios, nuestro huésped íntimo, siempre presente y
amante, es el vínculo con esta humanidad divina que amamos; en Él
la encontramos y nos encontramos en Él”.
La piadosa mujer no cultivaba solamente un amor de amistad
con respecto a Jesús, sino un amor de esposa. En su retiro de 1911,
tomó la resolución de ser “en todo la esposa de Jesús: ¡sea alabado,
amado, adorado por siempre jamás Jesús en nuestras almas!”
Jesús, Esposo de su alma, tal es la idea que la cautiva, en el
deseo de no robarle nada a su Dueño, sino de darle por el contrario
todos los derechos sobre su vida, ella quiere “agradarlo en todo”.
En ella, no es una simple fórmula, sino una convicción íntima y una
resolución enérgica. Ella comenta: “¡Oh Jesús mío, Tú en mí cerca
de mí, y yo perdida en Ti, cerca de Ti!... Jesús nos espía cada una de
nuestras miradas, cada uno de nuestros afectos, Él se hace en todo
mendicante de nuestro amor, nada me turba fuera de Jesús”.
De ahí su sumisión agradecida en todos los sucesos. Después
de haber examinado una colección considerable de cartas dirigidas
sobre todo a sus hijos, una de sus hijas nos afirma: “La perfección
tan atrayente y tan amable que caracteriza la espiritualidad de nuestra
querida mamá fue la acción de gracia. Esta disposición de alma que
parecía en ella como su virtud distintiva a toda hora del día, en sus
pensamientos, en sus actos, y se derramaba en sus cartas, engendraba
la alegría, la confianza, el abandono, la simplicidad que encantan
por separado y juntos a la vez. Todo es para ella causa de acción de

71
gracias”.
Guardémonos de creer que ella no ve el sufrimiento; sabe
que su Esposo es “un Esposo de sangre”.
“Cuando Jesús es dueño de un alma, medita en 1912, la firma
en seguida con su C r u z ; ella no puede acercarse a Él sin acercarse
también a la Cruz... Hasta aquí el summum de mi reljgión^yo diría,'
ha sido rendirme a la voluntad de Jesús primero, luego asusdeseosT
Por mí misma no he entrevisto todavía más alto, exceptopordeste^-
líos, comprendiendo entonces el deseo de sufrimientos de los San­
tos. Hay ciertamente grados superiores a los que mi alma demasiado
débil no puede todavía aspirar, que considera incluso como un estado
al qué rióle será jamás posible aspirar, de 1 pequeña e incapaz que
se siente en todos aspectos.
Flor divina del sufrimiento que no se desarrolla sino en la
tierra, flor amada del divino jardinero, ¿no me has seducido antes
de conocerte, no es el verte lo que ha encantado a mi mirada antes
de que se muestre a mí Aquel que te presentaba?_SLo3_place que yo
sufra, oh Jesjisjmo, lo acepto si debe ser para amaros más...
He debido interrumpirme: estos pensamientos me conmue­
ven profundamente. ¿No es abandonarse completamente viva entre
las manos del Dios vivo?”
Y en respuesta a esta pregunta, su Director le dice: “Tenga
confianza en Él... Su esposo tiene un savoir faire maravilloso. ¿Acá-
.so hasta este día no la ha guiado, formado, matrimoniado con una
bondad verdaderamente exquisjta?”
Bajo” la acción divina ella se transformará y conseguirá,
mediante el privilegio de la estigmatización, incluso el parecido ex­
terior con Jesús crucificado y las palabras ordinarias que traducirán
su vida de alma serán las de Monseñor Gay: “Sé simplemente Jesús”»
La preocupación de su santificación personal no la confinaba
en los ejercicios de piedad replegándola en sí misma, Esta madrede
familia que dio cinco hijos n Dios, de los cuales tres son misioneros»
tenía el aliña apostólica, Ardía en un gran deseo de v e r e x te n d e r e el
reino de Dios. “Escribiste un poco de todos lados, dice a uno de sus
hijos... No es malo que la familia se encuentre así metida en la vida
misionera, esto no puede sino ampliar los horizontes espirituales y
dar menos lugar en la mente a las pequeñas dificultades cotidianas

72
que se pueden aprovechar felizmente en beneficio de la extensión
del reino del Buen D ios...”. Si sus deberes de estado no se lo hu­
bieran impedido, ella se habría consagrado directa y totalmente al
apostolado.
Falta decir unas palabras sobre su vida maríana. Bajo la di­
rección del Padre Huré, Madamc Lcfcbvre no podía ignorar la doc­
trina de San Luis María Grignion de Montfort. Además, desde siem­
pre, ella había ainado a la Santísima Virgen. En el internado de las
Madres Bernardinas, había cantado su alegría de ser recibida como
hija de María. He aquí la primera y la última estrofa de este pequeño
poema:

Exaltemos en este d ía el bello nombre de María,


Lafuente dejtus favores nunca se agotaría,
Ella es para los humanos el dulce panal de miel,
La rosa sin espina y la probada del cielo.

Si a veces es muy duro beber el cáliz,


Los sufrimientos allá arriba se convierten en delicia,
Déjanos reposar en tujcorazón maternal,
Ysé para nosotros la prenda y la puerta celestial.

Fue enfermera en la peregrinación a Nuestra Señora de


Lourdes y se impuso la agradable tarea de participar en ella cada
año y de entregarse ahí a los enfermos más necesitados y a los más
desamparados.
En mayo de 1909, se consagró totalmente a la Santísima
Virgen, en el espíritu de la “Verdadera Devoción”, comprometiéndo­
se a hacer todas sus acciones por María, con María, en María y para
María, con el fin dehacerlasmásperfectarnente por Jesús, con Jesús,
en Jesús y para Jesús, En efecto, en la espiritualidad montfortiana,
María continúa siendo un medio, perfecto por cierto, pero un me­
dio de unirse a Jesús. Así es exactamente como la entendía Madame
Ufebvre, que anotaba al final de un retiro: “Me pongo, oh Jesús mío,
a nií^a mi esposo y a mis hijos, bajo la protección de Tu santísima
Madre; con alegría por cierto, le renuevo, mediante mi consagración,
deseos mf voluntad de pertenecerle siempre a título de esclava de

73
amor; que ella me dé realmente todas sus directivas, que me haga
comprender bien claramente lo que Jesús desea de mí; que yo sea
para Él la más fiel y la más amante de las esposas, delicada hasta el
punto al que mi naturaleza lo puede ser en respuesta a la delicadeza
infinita que es suya. Deposito a tus pies, oh Jesús y a los de Tu santí­
sima Madre, el corazón de todos mis hijitos, que se desarrollen como
los árboles crecen, en el sentido exacto que tú lo deseas”.
Cada mañana, meditaba algunas líneas del Tratado de la Ver­
dadera Devoción, que ella encontraba “extremadamente instructivo’’
y que deseaba recomendar a quienes desean conocer mejor a la Santí­
sima Virgen. Por eso el recuerdo de María estaba siempre en el fondo
de su corazón. Sus cartas lo demuestran. Contentémonos con atarla
siguiente, escrita poco tiempo antes de su muerte: “Mi muy querida
pequeña... Hagas lo que hagas y pase lo que pase, te diría que no
tienes más que decir que lo que tanto oímos durante el retiro: ‘Soy
la pequeña esclava del Señor’.” El Reverendo Padre nos dejó en sus
instrucciones un método muy corto, el más sencillo, el más seguro:
la devoción a la Santísima Virgen.
La Santísima Virgen tiene, para educar^a.susjiiios. el mé­
todo de las mamás: el de la imitación. Ella dice la palabra,pag_que
su hijo la balbucee, ella suple, conforme_es necesario, si el nifiojs
demasiado torpe o demasiado pequeño. Cada mañana, como para la
Encarnación, jwestroánge^deJa^guardajao^pr^enta.las.a^ifinesdd
día; nos toca a nosotros, como para la Santísima Virgen* aceptarlas o
rehusarlas.
En la Comunión primero, invitémosla a venir a nosotros; si
nuestras acciones son buenas, presentémoselas a ella, tendrán más
precio; si están llenas de pequeñas manchas y de imperfecciones,
ella hará como con la manzana de ese campesino, la cual la reina
había lavado, preparado y presentado al rey en una charola de plata,
es decir, que ella las hará “presentables]*.
En fin, si practicamos esta devoción con un corazón sincero
y la sencillez del niño, podremos decir que si María se encuentra en
nuestro corazón, nuestro nombre también se encuentra en el corazón
de María; y si nuestro nombre está en el corazón de M a ría A_sejn*
cuentra también en el “libro sellado”, que contiene el n o m b r e de los
predestinados y que (según el Apocalipsis de San Juan) no se abrirá

74
y.

sjn0 al final de los tiempos..


•i No podía terminar mejor sus cartas que con este pcnsamicn-
‘l to: la devoción a María, signo de predestinación. Lo es para las almas
* en general, lo fue para Madamc Lefcbvrc en particular.

René Lefebvre en compañía de su hermana Maiguerite


EL futuro Monseñor Marcel Lefebvre
8. La última enfermedad
(5 -12 de julio de 1938)
Desde las pinchas de la guerra, la salud de Madamc Lcfebvrc dejaba
mucho que desear. Más o menos cada mes, sufría un ataque más
o menos grave, que la obligaba a un reposo de algunos días. Estas
alternativas dieron el pego, todos se acostumbraron a ellas. Por eso
estuvieron lejos de alarmarse cuando se declararon nuevos dolores el
martes 5 de julio de 1938, por la noche. A pesar de los consejos de
pmdencia que se le dieron, el miércoles salió hacia Toumai, para ver
a su hija mayor, religiosa Reparadora.
De regreso, se quejó de espasmos penosos que sintió en el
tranvía. Antes de retirarse a descansar por la noche, quiso no obstante
revisarla situación de la fábrica para la inspección que debía llevarse
a cabo al día siguiente.
El jueves por la mañana, se ve imposibilitada a levantarse:
señal indudable de que se había agravado el mal. Al mediodía, se
utiliza el hielo sin gran éxito. Su marido comienza a inquietarse y
alerta a la familia. El Dr. Delagrange viene a visitarla y habla de una
operación. La enferma entonces declara categóricamente: “Si es para
volverme una persona disminuida y estar a cargo de la familia, es
inútil, no la deseo”. Reflexión que es un eco directo de las antiguas
directivas del Padre Huré.
La noche del jueves al viernes es muy mala. Sin dormir, bajo
los golpes del sufrimiento, la piadosa mujer ofrece a Dios su cruz por
la conversión de almas queridas. Durante el día, el Dr. Delagrange
le hace una sesión de radiotermia. Luego de un poco de alivio, los
ataques violentos se suceden a intervalos cortos. Incapaz de soportar
nada, no toma ni alimento, ni otro líquido que un poco de agua de
Lourdes.

77
El sábado, agotada, deja escapar estas palabras: “Todo loque
quieran, una operación, no importa qué, pero esto no puede conti­
nuar”. Se retuerce de dolor, busca en vano una posición que la alivie-
súplica que no la dejen sola. “No logro rezar, suspira, pero el sufri­
miento es un rezo”.
El doctor Aubert, a quien se le consultó, hostil hasta ahora
hacia toda intervención quirúrgica, afirma: “No se puede dudar ni un
segundo, una operación inmediata y sin importancia es absolutamen­
te necesaria; deberá probablemente ir seguida de una operación más
grave en un mes”.
Se propone la clínica Boucicaut en Roubaix, a cargo de las
Hijas de la Sabiduría. Así, por una disposición providencial, estas
Religiosas que habían velado por la infancia de Madame Lefebvre
van a velar por sus últimos momentos. Por lo demás, ella conocía la
clínica. En 1938, había escrito a su hija misionera: “”Fui a ver a la
Buena Madre Marie Pauline [...] visitamos todos los edificios de la
Maternidad y de la Clínica; ¡es admirable, todo está al último perfec­
cionamiento moderno! ¡Qué dirían tus Negros de ver salas así acon­
dicionadas! Había salas para la mamá y el bebé, ¡encantadoras! ¡Pa­
pel, sargas, camas, cunas que combinan! Todas rosa y blanco, azul
y blanco, muy sobrias, muy limpias. Me parece que eso debe influir
sobre el ánimo de las que duermen ahí. Tú no estás ahí, pero quizás lo
que das es aún mejor recibido; hay tantos aquí que se acostumbran a
que los mimen V que no tienen ni idea de lo que es ser agradecidos’'.
El sábado 9 de julio a las 6:20 p. m., después de ha­
ber bendecido a sus dos benjamines, la mamá, acompañada de
Monsieur Lefebvre, sale de la casa familiar en el automóvil del Doc­
tor Delagrange. A las 7:00 p. m., la operación que practicó el Doctor
Laúd, cirujano de la clínica, concluye normalmente: el optimismo
reina en el entorno. Por desgracia, la noche pasa sin resultado y los
dolores no cesan.
El Doctor Aubert, luego de una rápida visita, el domingo,
parece inquieto... El lunes a las 11:00 a. m., nueva visita: ¡no hay
esperanza! Por indicación de Monsieur Lefebvre, el doctor mismo
informa a la doliente, quien, sin decir nada, mira por un largo rato a
su marido.
Ella piensa entonces en los últimos sacramentos y se alegra

78
. ver llegar, hacia la 1:00 p. m., a su confesor, el Padre Quéméré,
rior de los Padres montfortianos. Luego de haber recibido la
E xtrem aunción con una gran piedad, dice: “Ahora puedo partir, mis
¿mbros han sido purificados.”
En la noche del 11 al 12 de julio, los dolores son intolerables
y Monsieur Lefebvre, que no se ha apartado de su esposa desde que
su entrada a la clínica, debe a cada instante, hacerla sentar en el bor­
de de la cama; ella se da cuenta de la fatiga que impone: “¿Sabes?
EsclJín..._P apá, antes de morir pedía seguido cambiar de posi-
ciórT. Entre dosj taques, intercambia algunas reflexiones: “Te había
Schojjue mandaras inscriBir sobre mi atáuH, párá cüandóéstuviera
expuesto en la sala ‘Magnificat’; de ningún modo lo hagas, porque

coffalaexistencia en este mundo, para una eternidad de felicidad!’


A las 2:00 a. m., una calma le permite, no dormir, sino
descansar. Es entonces cuando tiene un sueño extraordinario: “Me
encontraba, contó más tarde, en una caballeriza, sobre un colchón,.
cuando de pronto un carro espléndida .segujdq_,por^naJ)rillante
escolta, vino,a transportarme y lo_que tiene de,maravilloso es.quejio,
mehicieronpagarnada”, e insistía sobre la gratuidad del transporte.
Parece que ahí hay, más que un sueño febril, una verdadera
respuesta del cielo. Ella tenía una idea tan alta del paraíso que a su
sentir, la mayor parte de las almas, si no todas, deberían pasar por
?ÍPJ^atorio; no obstante, ella mismaJeJiabía pedido a Dios darle
el suyo sobre la tierra. ¿Este sueño no significabaquehabía sido
juchada?
Por delicadeza, para evitar dar molestias a las Religiosas,
expresa el deseo de que la regresen a la casa antes de su muerte, pero
a instancias de la Buena Madre y de la familia, acepta permanecer en
la clínica.
Los grandes sufrimientos terminaron. Hacia las 7:00 a. m.,
el Padre Quéméré, de regreso, celebra la Misa por las intenciones
de la enferma. Monsieur Lefebvre le responde y todos los asistentes
comulgan: reunión de familia alrededor de Jesús. La mamá absorta,
penetrada de una inmensa alegríaaj 2xc|ama: ‘‘¡Cómo me sieñtcTfe1iz
de comulgar así!”

79
Mañana tranquila. Los tres hijos más pequeños se reúnen
alrededor de la cama. La madre piensa en su futuro y, con un acento
claro y afectuoso les dice: “Hijos míos, ya sea por el[ camino^dci
matrimonio o por otro, hagan todo para complacer al Buen Dios^
Allá arriba, estaré más presente para ustedes que sobre la tienay los
ayudaré... Hijos míos, no soy Santa Teresita del Niño Jesús, pero
todo lo que me pidan en la oración, lo obtendré para usted5 ^ " y f
volviéndose hacia su esposo: “y para ti también, René”.
Sus parientes cercanos llegan, incluso su madre, Madame
Watine. Muy dueña de sus emociones, recibe a cada uno con una son­
risa dulce y tranquila y deja salir de su corazón palabras que tienen
una resonancia del más allá. A su hermano, F . . a quien ama profun­
damente, dice: “- F „ ., creo que voy al cielo”. Como no responde, ella
repite: “-F .^ m e llaman aí paraíso”. Escena conmovedora para los
testigos...
Son las 11:30 a. m.; una picadura provoca una reacción qoe
parece desastrosa; el aliento se vuelve jadeante, las mejillas se ahoc-
can, se espera un fin próximo, pero la religiosa calma las inquietudes:
se reza el rosario y la mamá, en toda su lucidez, toma parte en éL Una
vez concluida la oración, los colores vuelven, el aliento se regulariza,
todo se calma.
Uno de sus cuñados, antes de dejarla, le pregunta si no nece­
sita nada: **N0, responde, no por el m om ento, voy a descansarbasa
las 5, y luego.. y con un g e sto d e la m a n o , señala el cielo. El se fija
cuidadosamente en ¡a hora y regresará a las 5:00 p. m., fiel a la cita.
Duerme en efecto hasta las 3:30 p. m. y al volver en si: '‘¡Qué bkn
descansé! Es una gracia más que el Buen Dios me da... ¿Qué hora
es?” - “Cuarto para las cuatro, mamá”- “Es un poco nías de la cuenca»
pero no puede hacerme sino bien... Me siento mejor. Qué bien se
está aquí con la Santísima Virgen, el buen aire; estoy muy contenta
de estar descansada”.
Una media hora más tarde, los miembros se enfrian, el austro
se decolora, el corazón se debilita. La religiosa se decide a hacer
venir a la familia.
Última reunión, últimas palabras: “Allá arriba, repite, seré
todopoderosa, todo lo que me pidan en la oración, lo obtendré para
ustedes... Ño olvidaré a nadie... Mis queridos hijos, actúen siempre

80
con todajrectitud.^. Á m ense los unos a los otros. Coloquen siempre
al Buen Dios sobre todas las cosas de la tierra. Hagan todo con ía
intención de agradar a D ios,..
“A m is cinco hijos m ayores, gracias por haberme dado tantas
consolaciones. Les pido que continúen rezando por mí. Allá arriba,
estaré más presente para ustedes que sobre la tierra. Los ayudaré.”
Después, muy^ lentam ente, m irandoal cielo, la mamá traza
una gran sefiaj de. la cm z al m encionar cada nombre;. “Bendigo a
René, Jeanne, M arcel, B ernadette, Christiane Marie’’
Mira entonces a los m ás jóvenes, ahí están los tres: Joseph,
Marguerite Marie, M arie-Thérése. Bendice a cada uno en particular
y los abraza,
“Gracias a la fam ilia por haberse m olestado...”
La voz ya no es m ás que el último aliento. Monsieur
Lefebvre se inclina hacia su esposa para oír y anotar sus últimas pa­
labras: “Pido paciencia y ánim o para M amá y Marguerite-Marie...
Soy dichosa de ir al encuentro de Jesú s... Pido al Buen Dios que
nosvuelva a re u m ra todos e n e lp a ra ís o ... Gracias, oh buen Jesús...
San Francisco, rogad p o rn o s o tro s ... Jesús, María y: José, os doy mi
corazón, mi alma y m i vida . .. Jesús, M aría y José, asistidme, en mi
última agonía... Jesús, M aría y José, haced que muera en vuestra
santa compañía... N uestra Señora de Lourdes, rogad pornosotros...
San Juan de la Q u z , ro g ad po r n o so tro s...”
Monsieur Lefebvre, dice la Buena Madre, recemos las
oraciones de los agonizantes.”
Lentamente, una religiosa com ienza las oraciones, a las que
se une la moribunda, que besa el crucifijo repetidas veces.
A las 5:47 p. m., levanta de pronto los ojos a la mitad de la
altura de la habitación y los fija sobre “una visión inenarrable”; su
mirada no es sino el reflejo de su alma, su fisionomía está impregna­
da de ijn resplandor celestial, su sonrisa se vuelve extasiada.
^ “Hermana, exclam a la Buena Madre, es inútil continuar las
oraciones: la Santísima Virgen la llam a.”-}
Poco a poco los párpados se cierran, un débil suspiro y es el
fin... Monsieur Lefebvre term ina de cerrarle los párpados; son exac­
tamente las 5:50 p. m.
Y espontáneamente, sin que se lo hayan solicitado, la
religiosa enfermera entona el Magníficat al que todos responden. Así
el deseo de la difunta se había realizado.
\ “¡Morir en la paz de Cristo durante el Magníficat, el rostro
irradiado de una felicidad celestial! ¡Qué muerte ideal, coronación de
su hermosa y santa vida!”
“El 13 por la noche, la regresan en su ataúd a la casa familiar.
Fue recibida con un ramo de ocho magníficos lirios de su jardín, o
más bien siete lirios y un botón, representando a sus ocho hijos..,”
Terminemos por testimonios que fueron una de las causas
determinantes de esta reseña.
“Se apagó después de solamente algunos días de enferme­
dad, pero siempre admiramos su serenidad y se puede realmente
decir que en ella se encontraban reunidas, en su más alto grado, las
tres virtudes fundamentales de la religión: la Fe, la Esperanza y la
Caridad. ¡Se fue al otro mundo como una verdadera santa! Cuán­
tas sonrisas prodigó a su alrededor, sin jamás manifestar la menor
angustia.”
“Todo fue tan rápido y tan grave desde el principio que fue
necesario de entrada proyectar la partida de esta santa alma para
el cielo. Gabrielle, con su profunda y amable virtud, hizo su duro
sacrificio con una calma, una simplicidad y una fuerza realmente
sobrenatural, que edificó a todos los que la rodeaban. Había vivido de
una unión íntima con Nuestro Señor, dejó la vida, llena de confianza
en Jesús y en total sumisión a Su Voluntad, a pesar de sus grandes
sufrimientos y su dolor de dejar a los suyos. ¡Dios sabe cuánto los
amaba! Ya que tu querida mamá tenía el corazón más delicado, y el
más sensible, aunque lleno de fuerza, que jamás haya yo visto...”
“...Su muerte fue la de una predestinada, pero de una pre­
destinada que pone orden en sus asuntos y que sabe decir a cada uno
las palabras que convienen...”
“...No se llora por una santa y sea cual sea nuestro^dolor,
¡bendecimos al cieltfpoFliaber forjado un alma tan bella! Tu madre
tuvo cuidado de decir que estaría cerca dé nosotros enlodo instante.
Recémosle en todas nuestras necesidades y esforcémonos por hacer­
nos dignos de reunimos con ella.”
La idea del don total de sí mismo a Dios en el sacerdocio y
la vida religiosa había siempre acompañado a Monsieur Lefebvre. A

82
í |a muerte de su esposa, esta idea se concretó; la maduró en la oración
y la reflexión y se la co m u n icó a su s hijos. \in pleno acuerdo con su
f e t o ¿ e ^ a b a a'puhio de entrar a una Abadía benedictina, cuando
'S ó J a guerra.
Dios no le dio la alegría de s u b i r a ( altar, pero, subió a su
calvario con los sentim ientos de una víclim a que se inmola por sus
'semejantes y su fam ilia. “ D e todo corazón, bendigo a mis hijos, a
quienes confío a 'Nuestra S eñora; la Santísim a Virgen fue tan buena
conmigo. Quiero entonces co n tin u ar siendo su hijo muy querido y
particularmente bendecido. A ella le gustará bendecir a mi familia,
que debe perm anecer co n sagrad a amella, entregada completamente a
ella y buscar por ella ex ten d er el R eino de su divino Hijo.”
Sus hijos p en saro n que no debían dejar perder semejantes
lecciones, ni las que resp lan d ecen en la vida más humilde, pero tan
santa de su m am á. Tales alm as deben continuar salvando al mundo.
Tal es la razón de estos dos folletos: “U n calvario” y “U nam adrede
familia”.
Parte de la Familia
Segunda parte:

“Un calvario”
Monsieur René Lefebvre
(1 8 7 9 -1 9 4 4 )
86
Nota preliminar
A petición de un gran número de sus parientes y amigos, y también
con el fin de fijar en ellos la memoria para sus descendientes, quise
hacer imprimir esta cuantas hojas sobre la actividad de mi padre y
especialmente sobre los sufrimientos que soportó durante los años
de 1940 a 1944.
Al no sentirme apto para componer un informe tal, por no
haber vivido cerca de él en el transcurso de estos años, me limitaré
a transcribir íntegramente los relatos de dos de sus camaradas de
infortunio, Monsieur Bommel y Monsieur Piérard, agradeciéndoles
los detalles numerosos y conmovedores que amablemente quisieron
relatamos y las muestras de amistad que han tenido para con nuestra
familia en los momentos difíciles.

Michel Lefebvre
9 de diciembre de 1945.
L a F am ilia Lefebvre en el campo
9. Breve biografía
Nacido el 23 de febrero de 1879 en Tourcoing, mi padre debía siem­
pre mostrar, durante toda su vida, una fe intensa: fe en Cristo, fe en
su Patria, fe en una justicia social m ás grande.
Estafe era viva, efectiva, la llevaba en su mirada dulce pero
ardiente, en su paso marcial, en su actitud rígida, firme, en su espíritu
de sacrificio^
Además de una adm iración por cierto más que justificada
por su madre Marie Théry, que m urió en 1917, y cuya vida estuvo
consagrada a las obras de caridad, a los pobres y a los enfermos, tenía
una devoción muy especial hacia su M adre del cielo, la Santísima
Virgen.
Terciario de San Francisco, comenzaba siempre su día por
asistir a la Misa de las 6:15 a. m., en su parroquia de Nuestra Señora
de los Angeles y lo term inaba con el rosario. Desde 1897, entra en la
Asociación de Camilleros de Nuestra Señora de Lourdes, para vol­
verse hospitalero.
El 16 de abril de 1902, asoció su vida a la de Gabrielle Wati-
ne. Los dos juntos vivieron una existencia de una intensa espirituali­
dad y de una santidad edificante.
De su unión nacieron ocho hijos, de los cuales los cinco ma­
yores se consagraron a Dios: dos fueron misioneros (le los Píulics dcl
Espíritu Santo; una fue religipsa d^M nrí^Kepft^dorn;. ojra* misio­
nera deTíasHermanas de) Espíritu Santo y la último entró al Carmelo
de Tourcoing.
M onárquico con ven cid o, durante toda su vida se dedicó a
la causa de la M aison de France, al ver en un gobierno real el único
medio de devolverle a su país su grandeza pasada y una renovación
cristiana.

89
En 1920, mi padre entró en el Conseil des Prud’hommes6 de
Tourcoing, donde, hasta 1941, mostró un sentido muy proftindo de
las relaciones sociales. Trató, siempre con mucha justicia, de allanar
los numerosos casos que le eran sometidos.

La guerra de 1914-18

Ya que no se podía movilizar en 1914, por ser padre de seis hijos


en ese momento, ofreció sus servicios en la Sociedad de Auxilio a
los Heridos Militares de Tourcoing y se fue en auto a través de los
puestos alemanes, por los pueblos, en búsqueda de heridos franceses.
A la llegada de los alemanes, curó a los heridos franceses
prisioneros y favoreció la evasión de prisioneros ingleses.
Al enterarse de que movilizaban en Francia a quienes podían
ser movilizados, se decidió a irse de Tourcoing en enero de 1915.
Bajo el seudónimo de Alfred Dendalle, partió hacia Bruselas y pasó
a Holanda con documentos que le habían sido entregados por una
organización belga de servicios secretos. Al volver a Francia, se
enteró de que su regimiento ya estaba en el frente. No lo aceptaron en
ninguna parte; decepcionado, buscó servir a su país y logró hacerlo
por la intervención de uno de sus antiguos amigos, el Padre Cavrois.
Partió hacia Inglaterra y se puso a disposición del Intelligen­
ce Service. Su servicio fue el siguiente: contacto entre las organiza­
ciones belgas e Inglaterra. Así pasó un tiempo en Flessingue, Tilbur-
go y Maestricht-Bréden. Bajo el apellido de Lefort, recibía cartas de
mensajeros belgas e información. Emprendió frecuentes travesías de
Rotterdam o Flessingue a Tilburgo o Folkestone, las cuales no eran
para nada seguras.
Después se le volvió a encontrar en Francia como escol­
ta de los Servicios radiológicos de la S.S.B.M.7 en el frente. Fue
enviado a la región de Verdun; su servicio tuvo que soportar varios
bombardeos. Luego fiie administrador del Hospital 60 en París.
Al final de la guerra se ocupó de los repatriados en Evian y

6N. de la T. Consejo de Miembros de la Magistratura del Trabajo.


7 N. de la T. Société frangaise de secours aux blessés militaires [Sociedad
francesa de auxilio a los heridos militares].

90
encontró en relación con las autoridades suizas por la ayuda que
# tlcbto daralos enfermos, inválidos, ancianos y niños que volvían
'^rnucin.
Voluntario, hizo todo para ser útil a su país, y con frecuencia
jnicsgamlo la vida.
Hl 27 de agosto de 1920, recibió, de manos del Ministro
k'lgiulcl Interior, Monsieur l lenri Jaspar, la Cruz cívica por su noble
conducta.

Veinte años más tarde

Después de lo que acabo de señalar, no hay que extrañarse pues


de que veinte años más tarde, mi padre haya restablecido su rela­
ción con los Servicios Secretos belgas de 1914-18, durante la nueva
declaración de guerra, el 3 de septiembre de 1939.
Desde esa época, Bélgica siendo un país neutral, los planes
de defensa belgas fueron transmitidos a los aliados. Mi padre sentía
lanecesidad de servir de nuevo a su país como en 1914-1918.
Luego vino la invasión rápida de mayo de 1940. Tan pronto
como la ocupación enemiga se hubo instalado, fue a buscar directi­
vas a Bruselas, donde se encontraba la sede del Servicio Secreto al
quepertenecía.
Eslabón de una cadena, mi padre tenía dos actividades. Pri­
meramente el Servicio Secreto: transmitía mensajes que recibía a
Monsieur Lezaire, Presidente de los Antiguos Combatientes Belgas
deTourcoing, quien murió como él en Sonnenburg, que los transmi­
tía a Loos y, de ahí, eran difundidos por radio en Londres.
Además, hospedaba en su casa8 a soldados o civiles aliados
obelgas que venían de Mouscron y que él tenía la misión de dirigir
tocia la Somme. De ahí, eran enviados a Inglaterra en avión o partían
tocia la Francia Libre.
Sería difícil calcular el número de personas que, gracias
a A» recuperaron la libertad. Se trataba a veces de grupos de diez
Personas, así como de casos aislados. Este tráfico tuvo lugar sobre
todo hacia los meses de septiembre y octubre de 1940.

Rué du Docteur Deyvyn.

91
Algunos hechos

Durante tres meses, un mayor escocés, emparentado con la Reina de


Inglaterra, se alojó en su casa. Herido, no podía continuar su camino
sin saber nada de francés. Se puso a aprenderlo y se arriesgó varias
veces fuera de la casa, para ir al peluquero e incluso al cine. Cuando
se fiie, prometió transmitir un mensaje y al llegar a Londres, a los dos
días, dicho mensaje fue transmitido.
Durante el proceso de mi padre en Berlín, se hizo aparecer
delante de los acusados a dos jóvenes soldados ingleses; sabiendo
los alemanes que estos soldados se habían alojado en Tourcoing. Los
obligaron a pasar delante de los acusados alineados, mirándolos bien
a los ojos. Mi padre los reconoció inmediatamente, pero no se des­
cubrió nada. Interrogados, los soldados certificaron que se habían
detenido en una pequeña casa en las afueras de Tourcoing. La emo­
ción fue grande.
Poco antes de su arresto, un sargento alemán vino a alojar­
se en su casa; esto no le impidió a mi padre continuar su servicio e
incluso hospedar hasta a seis ingleses en su sala. Presentía que esto
resultaría mal, estaba siendo vigilado, pero no queriendo abandonar
su puesto, aceptaba el sacrificio de su vida si Dios se lo pedía, y lleno
de confianza, continúo con su servicio.

Su arresto

El 21 de abril de 1941, hacia las 2:45 p. m., tocaron a la puerta de


la casa paterna. La cocinera fue a abrir; dos civiles pidieron hablar
con Monsieur René Lefebvre sobre negocios. Se les respondió que
los negocios se trataban en la fábrica,9 pero el asunto era urgente,
volvían además de la fábrica y sabían de manera pertinente que mi
padre no estaba ahí. La cocinera les pidió que esperaran especifi­
cando que iba a ver. Cuando abría la puerta del comedor donde se
encontraba mi padre, los dos civiles entraron ahí, acompañados de
un oficial alemán. Ya no se podía intentar nada.

9 Société Anonyme Tourquennoise du Centre [Sociedad Anónima de


Tourcoing del Centro], 10, Rué du Bus.

92
Casi diario después de la comida, mi padre reposaba en un
sillón escuchando la radio, y con frecuencia dormitaba algunos ins­
tantes; éste era el caso ese día... Al despertar de sobresalto cuando
estos civiles entraron al comedor, no pudo hacer el menor gesto. La
radio emitía las noticias de la BBC de Londres...
Bajo la amenaza del revólver, inspeccionaron minuciosa­
mente la casa y un mapa de Boulogne debió ser descubierto; habien­
do avanzado un auto, fue conducido a la sede de la Gestapo, rué de
Lille. Durante este tiempo, la cocinera vuelta loca avisó al perso­
nal de la fábrica, los papeles comprometedores fueron quemados de
inmediato. Algunos instantes más tarde, siempre escoltado por esos
Messieurs, mi padre llegaba a la fábrica y, ahí también, una visita en
regla tuvo lugar. Ante el personal inquieto y la gente aterrada de ese
rumbo tuvo lugar la partida en auto hacia Loos.
Ahí comienza el calvario que no debía terminar sino tres
años más tarde con una muerte difícil, pero gloriosa, conmovedora.
La estancia en Loos no duró más que dos días, y mi padre fue
conducido inmediatam ente a Bruselas, a la prisión de Saint-Gilles,
al haberse dado cuenta los alemanes de que su servicio se originaba
ahí.10

10Notas: Desde su arresto, la familia busca un abogado para defenderlo,


Se trata de Maítre Kraehling de París. Maitre Kraehling delega a Maitiv
Franck, de Karlsruhe, durante la deportación a Alemania, Católico, Maitre
ftanck, abogado acreditado ante las autoridades alemanas, vio con ftv-
wencia a mi padre en su celda en Berlín y lo defendió brillantemente ante
Ql tribunal, sin gran éxito. Él mismo fue arrestado en junio de 1944 y fusi-
lado en enero de 1945. Ninguno de sus expedientes pudo ser recuperado.

93
L os cin co primero hijos con sus padres
10. Relato de su hija Marie-Thérése
Bruselas

Mi padre ocupó primeramente la celda 47 con un bruselense a quien


soltarondespués de tres meses; luego la celda 42, donde se encontró
con un médico belga, culto e interesante, y un flamenco que no en­
tendía francés. Pienso, según lo que decía mi padre, que la relación
entre los tres fue muy cordial y que se apoyaban mutuamente, con
muchovalor. Pero la falta de movimiento era difícil. Les era imposi­
blehacer un poco de ejercicio en la celda. Las pajas cubrían toda la
superficie (la celda estaba diseñada para un solo prisionero). Se les
concedía una caminata de media hora por día, pero se hacía en fila y
ensilencio.
Sin embargo el régimen de la prisión no era demasiado rigu­
roso: comida en cantidad suficiente, los paquetes se les entregaban
engeneral intactos y en invierno todas las celdas tenían calefacción.
Mipadre aceptaba con una resignación espléndida su situación, con-
tinuamente llevaba su rosario en la mano y estaba muy contento dé
haberpodido conservar su misal y su oficio de la Santísimá Vírgen.
Desde que fue arrestado se había hecho a la idea de su
fuerte y hablaba a su hija, durante las visitas, de la gracia que Dios
fe hacía de morir por su País. “No he hecho más que cumplir con
deber de francés y no me arrepiento de nada, estaría dispuesto
a repetirlo todo si lo tuviera que volver a hacer". Estaba, en cada
v‘s¡ta, siempre igual de tranquilo y sereno, al pedir noticias de cada
yno, Nunca se quejaba y afirmó en repetidas ocasiones que nunca ha­
bíatenido que sufrir golpes ni malos tratos, que solamente lo habían
anienazado con propinárselos. Estaba impaciente también porque el
Juicio se llevara a cabo, pero no se hacía ningunas ilusiones sobre su
^enlace.

95
“Espero la hora de la Providencia. Lo que es seguro, es que
ganamos algunos méritos y que tenemos una pequeña noción del
Purgatorio."1'1
“Hay aquí mucha gente buena, estamos persuadidos de ello
a pesar del rigor del silencio. Pienso que aquí se reza tan bien, si
no tanto, como en un claustro; pero los oficios son contados: cuan­
do mucho una misa por quincena, y, con fns[stencia,posibilidad de
comunión.”
“Si es un tiempo muy difícil, es un consuelo muy grande el
poder decirse que nada se pierde cuando las cosas se toman.corniolas
tomamos nosotros.”
“A pesar de las horas tan largas a veces, a pesar de los
sufrimientos que te imaginas, no es el infierno de Dante donde se
abandona toda esperanza. Compadezco a los que están como yo pero
que no tienen religión ” ""
“Ten valor, paciencia, la situación se aclara y tendremos
días buenos para nuestro querido país cuando vuelva a sus brillantes
tradiciones y al cual el desorden había llevado a la ruina.”
“Gracias a Dios, he sentido su auxilio, ha habido momentos
terribles pero he podido constatar que recibí ayuda en los instantes en
los que me sentía en lo más bajo.”
“Como todo hombre es mortal, vengo a dar por escrito mis
adioses a mis queridos hijos, a mis amigos, a mi familia.
Ustedes saben que muero como católico francés, monárqui-
co, ya que considero que estableciendomoñarquías cristianas Europa
y el mundo pueden recuperada-estabilidad»^verdadera paz. Si..en­
cuentro aquí la muerte, es que el Buen Dios lo habrá decidido de esta
manera y sin unrejiro especial· preparado para el'Cielo, eljmrgatorio
habrá comenzado aquí en la tierrár
Agradezco a Dios todo. El sufrimiento purifica. Sería para
mi un gran sacrificio no volver a encontrarme con mis hijos antes de
morir.
De todo corazón, bendigo a mis hijos, a quienes confío a
Nuestra Señora. La Santísima Virgen fue tan buena conmigo, quiero

11Extractos de sus cartas.


entonces continuar siendo su hijo querido y partic’jlarrrcr.^ bende­
cido. A ella le gustará bendecir a mi familia, que debe pennarscer
consagrada a ella, entregada completamente a ella y buscar per E«b
extender el reino de su Divino Hijo...** (Bruselas, a 9 de se?::?:r.bre
de 1941).
Lo mantuvieron incomunicado durante un mes. con in v e s ti­
W
gaciones e interrogatorios particularmente difíciles cada tres horas.
Incluso durante la noche, lo conducían en coche celular.': a la rué
Traversiére, donde se encontraban las oficinas de la Gestapo.
Al cabo de algunas semanas, su fatiga era tal que ya co abría
laboca, por miedo de que, en su lasitud, pudiera contradecirse o dejar
escapar alguna información.
No es sino hasta principios de junio cuando se le permitieron
las visitas, bajo el régimen de detenidos no juzgados, es decir, una
visita de 10 minutos cada quince días con un paquete de seis küos.
entre víveres y ropa. Así su hija podía verlo, después de muchos trá­
mites. Al principio, había que pedir cada vez la autorización en La
rae Traversiére, por medio de la cual se podía tomar un número de
orden a la puerta de la prisión. La afluencia era tal que se tenía que
estar en Saint-Gilles a la 1:00 p. m. para pasar hacia las 5:00 de la
tarde. Se dejaba entrar a la gente en grupos hasta la oficina de la en­
trada y ahí los trámites de justificación volvían a empezar. Un oficial
se aseguraba de que el prisionero no había recibido visitas desde el
tiempo previsto y pesaba minuciosamente los paquetes: cien gramos
más que el peso máximo hacían que el visitante tuviera que sacar
algo del paquete. Luego le daban una pequeña placa de hierro que
permitía subir a la sala de visita. Era una larga sala en enfilada que
daba a un patio de un lado y del otro al locutorio de los prisionera
Pequeñas cabinas que se parecían a las casetas telefónicas estaban
situadas ahí, a lo largo de la pared, en total 18. Estas cabinas for­
madas de tabiques o paredes delgadas tenían una puerta acristalada
Que permitía ver a los prisioneros. Éstos pasaban en fila arnis de la
ventanilla y se detenían al reconocer a un visitante. Los alemanes se
paseaban impacientes de un lado al otro de la sala, vigilaban a unos y

11 N. de la T. Vehículo dividido en comfhirtinu/itixs í/j.v .\:nv ;\jru


íransportara los prisioneros, sin que puedan ctwiunicarse cr.:ir
a otros. Todos se veían obligados a hablar en voz muy alta para poder
ser escuchados, el vidrio impedía que pasara la voz, y como todo el
mundo tenía que hacer lo mismo, había una cacofonía tal, que era
preferible hablarse por señas. Algunos se arriesgaban a hacer leer
pequeños papeles preparados con anticipación y que pegaban contra
el vidrio. Era necesario entonces tener cuidado con los guardias, pues
las represalias podían ser graves.
Al cabo de diez minutos, el toque de un timbre alineaba a los
prisioneros a lo largo de la pared y se volvían a ir en fila y marchando
a su celda.
En Saint-Gilles, el número de prisioneros aumentaba sin
cesar. La prisión podía contener a setecientos. Pero rápidamente
llegó a tener mil doscientos y luego mil quinientos.
La estancia en Bruselas duró nueve meses. El 22 de enero, a
las 10:00 de la mañana, se llevaron a mi padre hacia un destino des­
conocido en Alemania, sin que hubiera podido siquiera avisar a sus
hijos. Se enteraron más tarde de que fue en Hamburgo donde hizo su
primer alto.

Los cinco hijos mayores


en los años 1910

98
11. De Bruselas a Sonnenburg
Carta de Monsicur M. Bommcl,
de Loos, rué de Mirabeau, a 25 de julio de 1945.

Encuentro su carta del pasado día 2 a mi regreso de Hazebrouck, en


donde estuve para descansar en el seno de mi familia, y me apresuro
aresponderla lo mejor que me es posible con respecto a su añorado
Padre.
Primeramente la intermediaria Mademoiselle Leplat me
puso en correspondencia con M onsieur Lefebvre, a quien yo conocía
conel nombre de Lefort y con M onsieur Lezaire (Léopold) para ha­
cerescoltar a la Francia Libre a algunos ingleses y a un joven médico
belga que tenía yo presente en Lille.
A mi parecer, cuando Mademoiselle Leplat fue arrestada en
Bruselas durante una misión que yo le había confiado para estable­
cer contacto entre los grupos francobelgas y franceses, seguramen­
te llevaba los nombres y direcciones en su bolso de mano... Esto
es lo que debió provocar el arresto de Monsieur Lezaire y luego de
Monsieur Lefebvre. El cateo efectuado en la casa de este último per­
mitiódescubrir un mapa de Boulogne, folletos y una libreta que indi­
caba las sumas pagadas por M onsieur Lefebvre a Monsieur Lezaire
№ escoltar a los hombres a la Francia Libre.
Yo ya había sido arrestado por un primer asunto el 21 de
“toizo de 1941 y condenado a 3 años de prisión por haber ayudado a
cmzar la línea de demarcación13 a algunos jóvenes con vistas a que
incorporaran al ejército de De Gaulle. No es sino el Io de mayo

Af I
lab ^ ^ "Mnea de demarcación ” se tvfwiv al territorio que delimi-
Q¡1^2 ^ranc^a 1° zo m °eupada por los alemanes y la zona libw, de 1940
de 1941 cuando fui implicado en el asunto de Bruselas con mi me­
canógrafa, Madame Forcst, por espionaje y reclutamiento de jóvenes
para el ejército gaullista. El interrogatorio duró hasta el 17 de mayo.
Durante este período, no fui confrontado con Monsieur Lefebvre,
Monsieur Lezaire y el comandante belga Vrieslander de Bruselas; el
oficial de la Gestapo se atuvo a la declaración que yo había hecho en
esa época de no conocer ni al uno ni al otro de los tres inculpados.
El 18 de mayo de 1941, yo reingresaba en la prisión central de Loos
para purgar mis tres años de prisión. El 5 de noviembre de 1941, me
volvieron a dejar incomunicado én una celda por este asunto de Bru­
selas. Fui dirigido hacia la prisión de Saint-Gilles en enero de 1942,
luego a la prisión de Hamburgo, donde vi a Monsieur Lefebvre y
Monsieur Lezaire en la caminata diaria. Al estar en la celda enfrente
de la de su padre, podíamos hacemos señales de inteligencia, pero
era imposible que nos habláramos.
En Hamburgo estábamos completamente incomunicados. La
comida, sin ser demasiado copiosa, era sin embargo suficiente. Se
componía de sopa de col, de pastas o simplemente de harina. Dos
veces por semana teníamos algunas papas con una salsa de carne
llamada “Gulasch”; a veces recibíamos cincuenta gramos de mar­
garina, una pequeña porción de queso y una cucharada de mermela­
da, eso era todo en cuanto a la comida... Aunque nuestros guardias
nos trataban rudamente, nunca nos golpeaban, propiamente dicho.
Recibíamos la visita del capellán civil cada semana, pero no podía­
mos asistir a la Misa. La Comunión la daban en la celda v de una
manera decente, después déuñapreparación previa: dos velas encen-
didas de cada Jado de un gran Cristo, de cobre, todo dispuesto sobre
una toalla jnm aculada sobre ía mesa j i e j i uestra celda. El capellán
er^uy^correcto y hablaba un poco_de_francés. Monsieur Lefebvre '
se benefició del favor muy particular de comulgar todos los días, ya
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que eLsacerdote le había entregado Hostias para tal efecto. Me hu­


biera costado trabajo creer esto si no hubiera sido Monsieur Lefebvre
mismo quien me contara el hecho durante nuestro traslado a Berlín
el 20 de mayo de 1942. Aparte de estar completamente aislados, no
éramos demasiado infelices en esa prisión.
Salimos de Hamburgo, con esposas en las muñecas, en
coche celular; al ir esposado con su padre, pude hablar libremente

100
coii él. Así es como me platicó un poco de su familia, en particular de
santa esposa y de todos sus hijos, a quienes amaba lanío.
El 20 de mayo de 1942 en Berlín, fuimos metidos en celdas
cn el ala militar de la prisión del Nuevo Moabit, junio a la estación
principal de Berlín, donde casi la totalidad de los prisioneros estaban
condenados a muerte y esperaban el pelotón de ejecución dos o tres
veces por semana. Éramos 2 por celda, así es como a veces cambiába­
mos de camaradas, muy a menudo extranjeros (holandeses, polacos,
etcétera...). Era raro ser colocado con un francés. Nuestro proceso
duró del 21 al 28 de mayo de 1942. Monsieur Lefebvre y Monsieur
Lezaire, Mademoiselle Leplat y yo mismo fiiimos condenados dos
veces a muerte: primeramente por inteligencia con el enemigo, en
segundo lugar p o rre ^ fa m g ñ to delóvenes^^e po3janjportar lasar-
maTcontra el Gran Reich. El Comandante belga Vrieslander, muerto
igualmente en Sonnenburg, fue condenado a ocho años de trabajos
forzados, lo mismo que Madame Yvonne Perdieu, condenada a cinco
años de la misma pena. Considerado como jefe de grupo por haber
dado órdenes para la ejecución de todo lo que se nos imputaba, mi
defensa fue muy rigurosa. Es así como pedí sin cesar la audiencia
de un testigo a cargo, Vancraynest (belga que había hecho arrestar a
Mademoiselle Leplat en Bruselas por dinero); de este último no se
sabía el paradero después de varias investigaciones. Tengo la convic­
ción de que esto es lo que nos salvó del pelotón de ejecución después
de trece meses de espera en esta misma prisión^Durante el proceso,
Monsieur Lefebvre siempre tuvo una actitud muy digna y muy-vale-
rosa, sufrió el shock sin protestar, estaba resignado a su suerte y se
habia. puesto enteramente entre las manos de faSlantísima Virgen (ya
que en la celda de espera en el Palacio donde estábamos encadenados
en grupos de“cuatro, rézSüarnos^eí rosario en voz alta dirigidos por
él). Ños incitaba a confiar comt»~él'6ñ la^Reina del Cielo, en quien
tenía una gran confianza.
Nuestra vida en la celda era triste y monótona, esperába­
mos cada mañana ver aparecer a nuestros verdugos. Las ejecuciones
se hacían por grupo respectivo de diez, veinte o incluso cuarenta,
como el último grupo de prisioneros holandeses, entre los que había
un General y un Coronel, ejecutados en junio de 1943 después de
ocho meses de espera. Eran asesinados unos después de otros, de las

101
8:00 de la mañana a las 4:00 de la tarde. Hecho relatado por el cape­
llán militar de la prisión al hijo del camarero mayor de la Reina de
Holanda, implicado en el asunto y mi vecino de celda. Este joven,
cuya pena de muerte habla sido conmutada por trabajos forzados,
murió en Sonnenburg y conocía muy bien a su desafortunado padre.
En Berlín, éramos abastecidos por el ejército y la comida era copiosa
y buena. Por la mañana: despertar a las 6:00, café dulce; dos veces
por semana, aseo del cuerpo y de la celda; a las 9:00 horas inspec­
ción; a las 7:00 p. m., caminata de los condenados a muerte durante
media hora. Éramos alrededor de doscientos por caminata, caminá­
bamos a un metro de intervalo uno detrás del otro, vigilados por cen­
tinelas del ejército oficial, muy vigilantes, con el revólver listo para
disparar; por eso era extremadamente peligroso hablar o hacer señas.
La menor salida de tono nos llevaba al calabozo con un régimen
especial: trescientos gramos de pan por día y un litro de sopa ligera
cada cuatro días. El desafortunado castigado no salía de ahí sino en
camilla. Que yo sepa, Monsieur Lefebvre nunca sufrió esta suerte.
Al mediodía recibíamos ya fuera una sopa bastante espesa, ya fuera
choucroute con un pedazo de salchicha, ya fuera pastas. Dos veces a
la semana, papas con gulasch. A las 4:30, recibíamos trescientos gra­
mos de pan del ejército, margarina y mermelada y la puerta se volvía
a cerrar hasta el día siguiente a las 6:00 de la mañana. Recibíamos
por semana trescientos gramos de miel artificial, doscientos cincuen­
ta gramos de queso, una lata de caballa [pescado] o de sardinas para
dos hombres; a veces teníamos frutas o tomates frescos, en una pala­
bra la comida era buena y sana. En principio, el capellán militar nos
visitaba cada quince días o tres semanas, y nos daba la Comunión.
Venía más seguido si lo pedíamos, pero, ni en Berlín ni en Hamburgo
pudimos asistir a la Misa; las órdenes eran formales y no podíamos
salir de nuestras celdas bajo ningún pretexto. Durante los bombar­
deos, incluso si la puerta volaba en pedazos, debíamos permanecer
en nuestro lugar bajo pena de muerte inmediata. No podíamos convi­
vir unos con otros y era necesario actuar con prudencia y astucia de
sioux para comunicarnos entre nosotros, aunque nos viéramos en la
caminata diaria. En nuestras celdas, sin trabajo, no teníamos derecho
a leer ni a escribir a menos de que fuera para escribirle al Presidente
del Tribunal. Nuestros días se pasaban entonces en reflexiones o en

102
oraciones, ya que se nos había permitido conservar nuestro rosario.
A pesar de la monotonía de esta vida de reclusos, pude dar­
me cuenta de que Monsieur Lefebvre había conservado un excelente
estado de ánimo, cuando, al cabo de 13 meses (16 de junio de 1943)
nii grupo, entre ellos Monsieur Lefebvre, fue entregado en manos
de la administración penitenciaria civil. Por milagro, nos salvamos
del pelotón d^ejecución, pero, desafortunadamente, ño era sino para
hacer nionr lentamente y más cruelmente a la mayoría de nosotros en
el campo de concentración de Sonñenburg.

£1 campo de concentración

Permanecimos juntos alrededor de diez días en la prisión celular del


Viejo Moabit en Berlín. Ahí nos trataron bien. Después de esto un
convoy de un centenar de condenados de todas las nacionalidades
se formó y cada hombre, detenido con las esposas por un Schupo14,
desfiló frente a una multitud hostil en las calles de Berlín hasta la
estación, donde fuimos embarcados en vagones celulares blindados.
Eramos cuatro o cinco por celda acondicionada para un hombre so­
lamente; estábamos pegados unos contra otros y yo tuve la dicha
de estar con Monsieur Lefebvre. El viaje fue muy difícil. Habíamos
recibido dos rebanadas delgadas de pan a las 8:00 de la mañana
y fuimos vapuleados sin aire hasta las 10:00 de la noche, hora de
llegada a Sonnenburg, donde recibimos doscientos gramos de pan y
una fiambrera de té. Fuimos asignados en cuarentena durante quince
días en un granero con rejas y estábamos acostados sobre paja con
una cobija. Teníamos derecho a trescientos gramos de pan por día,
una sopa de col al mediodía y una sopa ligera de harina por la tarde.
No podíamos lavarnos y estábamos cubiertos de polillas. Al cabo de
este lapso de tiempo, nos hicieron desnudamos completamente y fui­
mos rapados de pies a cabeza, nos pasaron después a la ducha y nos
vistieron con las famosas ropas a rayas. Fuimos después encerrados,
uno o dos por celda según el caso; la vida de prisionero del campo de
concentración comenzaba,.,.

14Schutzpolizei.
La región en la que estábamos era fría, pantanosa y húme­
da. En el verano, el sol no era muy clemente con nosotros, nuestras
celdas estaban dispuestas hacia el norte, no podíamos aprovechar
sus rayos. La comida era cualquier cosa y claramente insuficiente.
Teníamos alrededor de trescientos cincuenta gramos de pan pastoso
e infecto, una sopa de col o de colinabo sin grasa, pero sin embargo
bastante espesa, al mediodía; por la tarde, una sopa ligera hecha con
granos análogos a los que se les da a las aves, o sopa de suero de leche
ligeramente endulzada. Dos veces por semana, teníamos una comida
fría por la tarde, que consistía en un cuadrito de margarina, de un
pedacito de queso fuerte o un pedazo de salchichón. Nos levantaban
a las 6:00 de la mañana. Al confeccionar zapatos de paja, uno no salía
de su celda sino para ir a la caminata. Monsieur Lefebvre trabajaba
en el sótano con una decena de camaradas, entre ellos el comandante
belga Trats d’Anvers, Marcel Prot de Dunkerque, Monsieur Guillon
de Bruselas, poseedor de su alianza, el Conde de Alcántara, y el ho­
telero de Amberes, de quien ya no recuerdo el apellido y que ya le
mencioné. La celda en la que él trabajaba clasificando briznas de paja
para confeccionar zapatos era muy húmeda y le faltaba aire. Puede
ser que la comida defectuosa y la falta de salubridad hayan provoca­
do esa furunculosis de la que Monsieur Lefebvre nunca se pudo des­
hacer, al ser los cuidados nulos o casi nulos, al aplicársele la pomada
con cuentagotas sobre las heridas y al ser las bandas de papel que se
podía poner muy limitadas. El enfermero era una bestia burda que
no era bueno ir a ver, ya que recibía a los enfermos a puñetazos. Su
ayudante, un joven alemán de unos veinte años, condenado a trabajos
forzados por un asunto de asesinato, era digno de su jefe y debió ha­
cer morir también a algunos de nuestros pobres camaradas. Monsieur
Lefebvre recibía frecuentemente cuidados para sus furúnculos en las
piernas y en los brazos, pero no sé cómo lo trataban nuestros verdu­
gos, al impedirme mí vida de celda saber exactamente lo que pasaba
en la prisión; pero a mi parecer, creo que no era más privilegiado que
nosotros y que tuvo que sufrir sevicias y vejaciones como nosotros.
Mi amigo Le Rolland, de Reims, que trabajaba en un taller y estaba
en contacto con otros camaradas, podría quizás darle a usted más
detalles sobre esto. Cambiábamos de camisa y de calzoncillos cada
quince días más o menos, pero estos últimos, de dudosa limpieza,

104
ataban \\\\\y frecuentemente llenos de polillas. ¿Quizás Monsieur
l efebm' recibía la visita tle un capellán católico? No recuerdo haber
vj$u> a ninguno en Sonnenburg. a menos de que haya habido alguno
en la enfermería. pero nunca la visité.
Recuerdo n pesar de todo que en In Navidad de 1943 asistí-
tnos a la Misa y pudimos comulgar, pero es In única vez que yo sepa.
Un día que estaba yo en la caminata, sin poder precisar el
mes. vi á M onsieur Lefebvre, sostenido por un camarada, entrar a la
enfermería. Me hizo una pequeña seña con la mano y me miró de una
manera dolorosa. Me enteré, tres días después de que entró ahí, que
había muerto de una congésti6n7Ño puedo en conciencia darle a us­
ted más detalles. Sé que el Comandante Trats, el Conde de Alcántara
v Guillon, los tres muertos en Alemania, asistieron en sus últimos
momentos. Es todo.
Perdone la larga exposición que traté de hacer lo más clara
posible, esperando que le satisfará.

Carta de Monsieur Piérard


4 rué Notre-Dcime Débonnaire, en Moons

Yo conocí muy bien a Monsieur Lefebvre en el Zuchthaus de


Sonnenburg, donde muy pronto hicimos amistad. Yo fui transferido
a esta casa de trabajos forzados el 20 de mayo de 1943. Un mes des­
pués de mi llegada, me encontraba en el ala Este, segundo Abteilung,
donde estaba Monsieur René Lefebvre, y algunos días después enta­
blaba relación con él. Podíamos de vez en cuando intercambiar una
que otra palabra, en la caminata, cuando los guardias no nos veían,
y gracias a la complicidad de un Kalfakter belga, intercambiábamos
notas en las que nos comunicábamos nuestras impresiones. Monsieur
René Lefebvre compartía su celda con dos franceses; yo estaba solo,
incomunicado.
Uno de sus camaradas a menudo buscaba reñir con él. Como
la celda estaba sucia y en desorden, el guardia, en lugar de casti­
gar al responsable (que era precisamente el mal camarada) castigó
duramente a Monsieur Renó Lefebvre porque era el de más edad y
lo hizo bajar a la celda No. 10 (en el sótano). Era en agosto de 1943.
Yo ocupaba, desde el 13 de julio, el No. 9 así pues la celda vecina,

105
donde eslaba encerrado por orden de la dirección, ya que un guardia
me había acusado de sabotaje y de propaganda política...
Estas celdas eran muy frías y húmedas, el yeso se desprendía
de las paredes, sobre las cuales se trasminaba el agua continuamen­
te. El pavimento, de piedras disyuntas, servía de refugio a toda una
fauna que no lográbamos exterminar: cochinillas, ciempiés, tijere­
tas, cucarachas, etcétera... No olvido las polillas, piojos, chinches
y las araflas que venían del jardín; una estrecha ventana, defendida
por grandes barrotes y por la que se filtraba un día dudoso, estaba
situada a ras del suelo de ese jardín. Así pues, estábamos alrededor
de dos metros más abajo. Como mobiliario, una mala cama de fierro
cuyos resortes oxidados atravesaban el montón de paja repugnan­
te, una delgada cobija de algodón, una mesita, a veces un banco,
un pequeño mueble para la fiambrera y la cuchara, nuestros únicos
utensilios, un recipiente higiénico llamado Kübel. La mirilla de la
puerta estaba frecuentemente levantada. Por la noche sobre todo, nos
dábamos cuenta de ello porque el guardia encendía el interruptor; en
otras épocas, se nos privaba de luz y se nos obligaba, particularmente
en invierno, a comer, a limpiar en la oscuridad.
Ropa: un pantalón, saco, gorro, todo en algodón, camisa
andrajosa, a veces unos calzoncillos, zuecos, sin calcetines.
Con la ayuda de golpes que dábamos en la pared, entraba en
comunicación con mi vecino, y subiéndonos en la mesa, lográbamos
entrar en conversación por la pequeña abertura de la ventana.
El 10 de noviembre de 1943, me habían enviado al taller
de la paja, a unos veinte metros de mi celda, donde Monsieur René
Lefebvre trabajaba desde hacía un mes. Este taller, formado por tres
celdas juntas, medía seis metros por dos metros. Reinaba ahí un
perpetuo olor a moho, hacía mucho frío y era muy húmedo, ya que
todo el tiempo debíamos mojar la paja que se preparaba para los pri­
sioneros que confeccionaban zapatos. Ahí se encontraban también:
Albert Lezaire, de Tourcoing (murió), Fleury Brassart, minero de
Billy-Montígny, Albert Marquis, minero de Bray-les-Mons (regre­
só), Paul Hoomaert, abogado de Lieja (murió), un peluquero francés,
Marcel... (olvidé el apellido) con quien tuvimos frecuentes riñas; se
había hecho criado de los Boches [nazis] y presionaba a la produc­
ción para que le dieran más comida, ya que era jefe de equipo.

106
Fue reemplazado luego de un robo. Después, succsivamen-
,f Albci1 De SaíVel, funcionario de correos, comandante de reserva
jcGand (murió); el Caballero Jean-Chréticn Baude, hijo del Ba-
^ Baude, secretario particular de S.A.R. la princesa Juliana de la
Hayo(murió); Clama Girón “Bougnat” [Carbonero] de París; Gérard
peprétre, enfermero militar, de Amberes, abatido por un S.S. el 24
deabril de 1945 durante las marchas forzadas, cerca de Wittsbeck; el
barón Charles Coppieter’s Wallant, que regresó a Knocke; Georges
Guillon, industrial en Bruselas (no regresó).
Éramos siempre unos diez ocupados en este trabajo. La paja
nos cortaba los dedos y, a causa de la humedad, la piel se desprendía
en pedazos. Por la mañana, recibíamos un trozo de pan negro de
alrededor de doscientos cincuenta a trescientos gramos, que termina­
ronpor reducir a la mitad, con medio litro de agua oscura bautizada
como “café”; al mediodía, un litro de sopa de col o de colinabo, por
latarde medio litro de sopa muy clara.
Estábamos obligados a cumplir con una producción que con­
trolaba el Arbeitsmeister, pero lográbamos siempre sabotear la labor.
Aproximadamente cada mes (con mayor frecuencia cada dos
meses) nos daban un pedazo de jabón (mezcla de polvo de piedra
pómez y de carbonato de sodio) que se disolvía muy rápidamente.
Durante los dieciocho meses de mi estancia en Sonnenburg,
tuve seis sesiones de duchas, de dos minutos cada una. A gritos y a
golpes de mazo, uno se desvestía rápidamente en el pasillo helado
del sótano, se le empujaba, en grupos de diez a la vez, a un cuarto
deuna suciedad repugnante (el baño); la ducha funcionaba muy mal.
Generalmente el agua era fría, y siempre, a gritos y a golpes, uno se
volvía a vestir en el pasillo sin poder secarse. Cuántas pleuresías y
neumonías se contrajeron durante esas sesiones que hubiéramos que­
rido evitar.
Desde julio de 1943 hasta su muerte, Monsieur Rene
Lefcbvrc sufrió mucho de furunculosis. La mayor parte del tiempo,
lodespachaban sin atención de Ja enfermería, donde reinaba el “vam­
piro”, enfermero en jefe que golpeaba a los enfermos con el pie, con
el puño, con las llaves. Cuando el enfermero estaba de buena luna,
cosa que era rara, aplicaba sobre los furúnculos una pomada cual­
quiera con tiras de papel o vendas que habían servido ya quién sabe

107
cuántas veces y estaban horriblemente sucias. Higiene nazi. Con mu­
cha frecuencia, yo vendé a mi amigo con medios improvisados, le
reventaba los abscesos y los limpiaba con un poco de gasolina que
tenía de un Kalfakter noruego. En las últimas semanas, Monsieur
René Lefebvre estaba aquejado de once furúnculos en el hombro y
en el brazo derecho, y de un enorme absceso en la espalda.
Era mi vecino de trabajo, me contaba su vida familiar, sus
viajes, me documentaba sobre su industria, no cesaba de evocar la
memoria de su esposa, me hablaba con todo detalle de cada uno de
sus hijos, de sus proyectos futuros.
Él había decidido recibir, cada año, en una comida fraternal,
a todos los supervivientes de nuestro sótano...
Era muy piadoso, rezaba mucho; con la ayuda de un cordón,
ceñía bajo su camisa un Misal y una Imitación de Cristo que pudo
conservar de milagro. Después.dé la sopa dél mediodía, recitaba en
voz alta el De Profundis por los camaradas que, a diario, nos enterá-

Su muerte

Una mañana de fines de febrero de 1944, tuvo una especie de con­


gestión con parálisis del lado derecho y de la lengua. El guardia no
quiso oír nada y respondió a nuestros llamados repetidos con voci­
feraciones: “Los, los, Arbeit!”. Acostamos al enfermo en la paja, ya
que tiritaba, y pudimos transportarlo a su celda al final del trabajo,
a las 6:30 p. m. Por la mañana, al salir a trabajar a las 6:30 a. m.,
y por la tarde, pude, el miércoles, el jueves y el viernes, gracias al
kalfakter noruego, decirle algunas palabras y estrecharle la mano:
ya no comía. El sábado por la mañana, tuvo un desmayo al querer
sacar su “kübel”, que se le cayó. El guardia le propinó una paliza y
quiso forzarlo a recoger los pedazos del recipiente y a limpiar, pero
el enfermo cayó en síncope y el kalfakter fue el que limpió todo. El
domingo por la mañana, durante la caminata, lo vi una última vez
que iba a la enfermería. El kalfakter lo sostenía y llevaba su cobija y
su fiambrera. Intercambiamos algunas breves palabras cuando pasó
cerca de mí. Al día siguiente, mi querido camarada moría,
Conservó siempre un excelente ánimo y tenía una fe inque-

108
brantable^nueslraVictoria. Por desgracia, nunca la conocería. Nos
había"entregado, a Marquis y a mí, sus dos libros de oraciones, un
rosario y unas medallas. N os quitaron estos objetos algunas semanas
mis larde, en el transcurso de un cacheo.
Gracias al Barón Charles Coppiter’s, de Bruselas, recupera­
mos un testamento escrito en Sonnenburg en febrero de 1944, algu­
nos días antes de su muerte.
Me permito aquí agradecer al Barón Coppiter’s el haber po­
dido durante más de un año ocultar esas preciadas líneas, demasiado
personales para que se puedan citar algunos extractos de ellas.

El futuro Monseñor Marcel Lefebvre

109
Monsieur René jugando con algunos de sus hijos
12. Extracto del “NORD LIBRE”
15 de junio de 1945
Enterarse de la muerte de un héroe desgraciadamente es algo común
en la actualidad. La barbarie nazi no respetó más las canas que la
infancia.
Hoy tenemos la triste tarea de recordar la memoria de
Monsieur Lefebvre.
En 1914-1918, Monsieur Lefebvre fue uno de esos valientes
franceses qué arriesgaban su vida para facilitar el paso de la fron­
tera a los agentes del ejército secreto. Fue uno de los principales
colaboradores de Léonie Vanhoutte.
No hay nada de sorprendente en el hecho de que, desde
1940, siguió de nuevo en la brecha para ocuparse de ayudar a cruzar
lalínea de demarcación a los soldados aliados que escapaban de los
alemanes. Pero la Gestapo vigilaba. Y un triste día de abril de 1941,
los verdugos nazis venían a detenerlo a su domicilio para llevarlo a
suguarida. La dura vida de los campos de concentración hitlerianos
nologró quitarle su buen ánimo, y sucumbió pensando en su país, en
marzo de 1944 en Sonnenburg, a los 66 años de edad.
Para conmemorar la muerte de este valeroso ciudadano, que
efa igualmente un gran filántropo, una Misa Solemne tendrá lugar
*1lunes 18, a las 10:00 horas, en la Iglesia de Nuestra Señora de los
ágeles.

“Que pueda este ejemplo magnífico dejar una viva huella en su


familia, y ésta sacar de él todas las lecciones que se imponen.

| Que pueda probar a los demás que Francia tiene todavía


| verdaderos franceses, y darles fe en su hennoso país”.
Apéndice

¿Dónde encontrar el Santo Sacrificio de la Misa,


Misa de todos los Santos, fuente de la
santificación de Monsieur y Madainc Lcfcbvrc?

MÉXICO
CIUDAD DE MÉXICO
IclesiaNtra. Sra. De Guadalupe, Miguel Schultz№ 91, Col. San Rafael,
Tel: 55/55 47 43 24
Convento De las Madres Mínimas Franciscanas. Del Perpetuo Socorro de
María, Xochiquetzal №249, Col. Sta. Isabel Tola, Tel: 55 / 55 77 29 01

CHUPAS, TUXTLA GUTIERREZ, Tel: 961 / 12 40 966 ó 67 15 350

CHIHUAHUA, CHIHUAHUA, Capilla San José, Sicomoro № 1507,


Col. Las Granjas, Tel: 614 / 4216 111
CIUDAD JUÁREZ Tel: 656 / 616 44 91

COAHUHA, SALTILLO, Tel: 844 / 414 96 86

COLIMA, VILLA DE ÁLVAREZ, Capilla San Felipe de Jesús


Plutarco Elias Calles№ 283, Col. Centro, Tel: 312 / 313 30 38

DURANGO, GÓMEZ PALACIO, Capilla Sagrados Corazones de Jesús


y María, Rueda de la Fortuna № 125, Fracc. La Feria, Tel: 871 / 723 21
44

GUANAJUATO, LEÓN, Capilla Ntra. Sra. Del Rosario, Perla esquina


Fray Juan de Zumárraga, Fracc. Guadalupe Tel: 33 / 38 25 33 54

GUERRERO, CHILAPA, Tel: 756 /100 06 19

JALISCO, GUADALAJARA, Capilla San Atnnasio, Arista № 1974


Sector Hidalgo, Col, Sta. Teresitn, Tel: 33 / 38 25 33 54
ZAPOTILTIC 49600, Capilla San Rafael Arcángel, Bravo
№ 287, Col. Zapotitic Centro, Tel: 341 / 414 04 27 ó 33 / 38 25 33 54
SAN IGNACIO CERRO GORDO, Tel: 33 / 71 60 401

MORELOS, CUERNAVACA, Tel: 777 / 113 72 51

112
VüEVO LEÓN, MONTERREY, Tel. 871 / 723 21 44
(jAXACA, OAXACA, Tel: 951 / 514 51 18
TLAXIACO, Iglesia San Nicolás, Magnolia № 40,
Barrio San Nicolás, Tcl: 953 / 552 05 80

PUEBLA, PUEBLA, Tcl: 222 / 887 46 42

QUERETARO, QUERETARO, Tel: 55 / 35 41 90 3 1

QUINTANA ROO, CANCÚN, Tel: 998 / 891 71 94 ó 843 54 63

SAN LUIS POTOSÍ, SAN LUIS POTOSÍ, Tel: 44 / 48 11 67 75 ó


44 / 42 23 51 50

VERACRUZ, DOS RÍOS, Capilla Señor del Calvario, Av. Insurgentes


s/n, Entre Cuauhtémoc y 5 de mayo, Tel: 272 / 724 73 43
JALAPA, Tel: 272 / 724 73 43
ORIZABA, Priorato Rafael Guizar y Valencia, Calle
Oriente 24 № 43 entre Sur 11 y Sur 13, Col. Centro, Tel 272 / 724 73 43

GUATEMALA,
GUATEMALA DE LA ASUNCIÓN, Capilla Sta. Ma. De la Asunción,
9aCalle A, 1-45, Zona 1, Tel. 502 /24 79 57 64
SAN CRISTÓBAL, Priorato Ntra. Sra. de Fátima, 7 calle 11-09 Sector
A-10, Mz P, Lte 20, Zona 8 de Mixco, Tel. 502 / 24 79 57 64

EL SALVADOR,
SAN SALVADOR, Misión de la Fraternidad San Pío X
Av. Alvarado № 28, Fracc. Buenos Aires, San Salvador,
Tel: 502 / 24 79 57 64 en Guatemala.

Para más información:


Sede del Distrito, Casa San José, Xochiquetzal 249 Casa 4 A,
Col, Santa Isabel Tola, México D.F., Tel: 55 / 57 8 1 21 31

Sitio web: www.fsspx.org.mx


Mail: sanpioxmexico@yahoQ,com.mx
[email protected]

Sitio web internacional; www.dici.org

113
“Todo árbol bueno da buenos frutos...
Entonces por sus frutos los conoceréis

deáde la fila b a

/uiótoy loó m&ntanaá,

brilla la áemUdad.

114
“Si acepté presentar este bosquejo biográfico, escrito a partir de
testimonios directos e irrecusables, es porque creo en la santidad de
Madame Lefebvre.” escribía en la nota preliminar de su texto el R.P. le
Crom, Superior de la Tercera Orden franciscana en Tourcoing y último
director espiritual de Madame Lefebvre, madre de Su Excelencia
Monseñor Marcel Lefebvre.

Estamos en 1948. Madame Lefebvre murió hace diez años. Su esposo


murió en el destierro en 1944 en un campo nazi. Todavía no se trata del
Concilio Vaticano II o de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Por eso
podemos echar una mirada serena a estos dos textos que reconstruyen la
vida de los padres de Su Excelencia y descubrir así la dimensión
sobrenatural que reinaba en ese hogar. También es la oportunidad de
comprender mejor la importancia de la educación cristiana que permitió a
esta familia ofrecer a la Iglesia tres religiosas y dos sacerdotes, entre ellos
un arzobispo. “Todo árbol bueno da buenos frutos... Entonces por sus
frutos los conoceréis”.

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