Fabulas y Leyendas Ediba 1 - 240424 - 222900

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©2013 Fábulas y leyendas


Octubre de 2013 1ra. edición.

¿Qué son las fábulas?


ISBN 978-987-583-373-9
IMPRESO EN ARGENTINA
Fecha de catalogación: 03/09/2013

Las fábulas son relatos generalmente breves cuyos


Editora Responsable y Propietaria: EDIBA SRL Brown 474,
Bahía Blanca, Buenos Aires. Argentina.
Impresión: World Color Argentina, Calle 8 y 3, Parque
Industrial, Pilar. Buenos Aires.
personajes pueden ser animales u objetos. Esta característica
Distribución: Argentina: para el interior del país: D.I.S.A., Luis favorece que los niños se sientan interesados por saber de
Sáenz Peña 1832 (1135) Capital Federal, Tel. 011-4304-2532 /
4304-2541. Para Capital Federal: Vaccaro Sánchez, Moreno ellos y entren con mucha naturalidad en la historia.
794, Piso 9 (1091) CABA. Tel. 011-4342-4031.
Tratan sobre los comportamientos y las actitudes de los
Bertolino, Ivanna seres humanos, tanto individuales como sociales y fueron
Fábulas y leyendas. - 1a ed. - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires : Ediba, 2013. concebidas para dejar una enseñanza sobre ellos.
24 p. ; 27x20 cm.

ISBN 978-987-583-373-9
Desde la antigüedad, son muchos los pensadores y
escritores que relataron fábulas, transmitiéndolas con un fin
1. Fabulas. 2. Leyendas Argentinas. I. Título
CDD 398.2 educativo.
En la actualidad conocemos fábulas que pertenecen
preferentemente a Jean de La Fontaine, Esopo, Félix María
Equipo de Samaniego y Tomás de Iriarte.
Directora: Ivanna Bertolino. Diseño y diagramación: Estas composiciones nos permiten, sin establecer
Viviana Kuhn. Colaboradores: Alicia Ferzola.
Dirección general: Adrian Balajovsky. Administración: contenidos moralizantes, comparar y opinar sobre los
Claudia Traversa, Sergio Vicente. Asistente de
dirección general: Darío Seijas. Archivo digital: Cecilia
comportamientos humanos para comprendernos mejor.
Bentivegna. Ilustración: Alberto Amadeo, Roque
Angelicchio, Fernando Cerrudo, Emmanuel Chierchie,
Gabriel Cortina, Mariano Martín. Color digital: Gonzalo
Angueira, Mónica Gil, Natalia Sofio. Comercio
exterior: Walter Benítez, Pablo Fusconi.
Comunicación y atención al cliente: Carlos Balajovsky,
Maia Balajovsky. Congresos y capacitaciones: Micaela
Benítez, Adriana Salvatori, Consuelo Pérez Fernández.
Corrección: Elisabet Álvarez, Marcelo Angeletti,
Nicolás Fernández Vicente, Agustín Hernandorena,
Adriana Serrano, Liliana Vera. Recursos humanos:
Mariana Medina. Recursos multimedia: Francisco Del

¿Qué son las leyendas?


Valle, Leticia Magni, Mauricio Pérez, Pablo Yungblut.
Fotografía: Fernando Acuña, Mónica Falcioni, Aldana
Meineri, Laura Monzón, Susana Natol. Marketing y
publicidad: Favio Balajovsky, Fernando Balajovsky,
Gastón Monteoliva, Reinaldo Perdomo, Maite Valiente
Matilla. Recepción: Mauro De Los Santos, Patricia Las leyendas son narraciones maravillosas que explican
Perona. Sistemas y web: Leandro Regolf, Raúl
Robbiani, Javier Canossini. Servicio técnico: José hechos reales de una forma imaginaria.
Celis. Taller de manualidades: Valentina Di Iorio,
Daniela Mas, Luciana Sabatini. En ellas conviven seres reales con seres imaginarios que
Esta es una publicación de pueden habitar tanto las aguas, como el cielo o la tierra,
según la cultura.
Los hechos explicados tienen relación con el origen de
la existencia de plantas, animales o fenómenos de la
naturaleza, y a veces también se explica el origen del propio
pueblo que las creó.
Escribinos a través de www.ediba.com
Anunciate con nosotros: [email protected]
Estos relatos se transmiten de generación en
Asociados al generación, en forma oral, como sinónimo de la tradición
popular. Y se convierten en creación colectiva dado que
cada narrador los va modificando. No obstante, algunos
pueden tener un autor identificado.
Miembro de la Asociación Argentina de
Editores de Revistas.
Prohibida la reproducción total o parcial
Las leyendas crean lazos de unión en una
del contenido de esta revista, excepto comunidad debido a que se comparten historias y
los fotocopiables.
Esta revista solo se vende en los kioscos. creencias que forman parte de su identidad.
No hemos implementado ningún sistema
de suscripciones y ninguna empresa está
autorizada a realizarlas.
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Editorial
Las fábulas y las leyendas son relatos muy atractivos para los niños y propician una oportunidad de
acercamiento a los textos y la lectura, teniendo como mediador al docente.
La voz del docente que lee es la conexión que tiene el niño con el mundo de la imaginación y la
creatividad que lo estimulará a construir subjetividades y representaciones internas, enriqueciéndolo
como persona única.
Instalar en la sala la interacción con los textos literarios y el sostenimiento de la rutina lectora, inicia
la formación de los pequeños lectores en sus primeras prácticas o continúa la iniciada en el hogar.
Es ideal preparar el espacio de lectura y planificar el tiempo destinado a ella. Sin dudas, es uno de los
momentos más especiales y esperados para los niños, por lo que sería ideal que no haya interrupciones y
que todos los demás sepan que “estamos leyendo”.
El docente hará posible que los niños intervengan en la práctica social de leer proponiendo y
estimulando los quehaceres propios del lector.
Después de haber leído una historia, todos tenemos algo en común que nos brinda un tema de
conversación; comentar o expresar opiniones son acciones propias de los lectores que comparten lo leído,
y a partir de allí: preguntar, cuestionar, dudar, pedir o buscar explicaciones serán prácticas diarias
naturales en los niños.
Aprovechando sus comentarios sobre los relatos, el docente puede ofrecer relecturas, tantas veces
como sea necesario, para revisitar una parte que les gustó, chequear algún dato en particular, recordar
un nombre o volver a una “palabra desconocida”. De este modo los niños detectan que se puede leer
con diferentes propósitos.
Los niños siempre opinan, tanto sobre la historia, sobre los personajes o sobre cómo estos se
comportaron. Esa es la oportunidad para que el docente interrogue sobre el porqué de la preferencia o el
rechazo, dando la opción de expresar sensaciones y sentimientos. Puede surgir en la sala que pidan historias
con sapos o donde alguien se convierta en otra cosa, dando lugar a construir gustos y preferencias como
primeros pasos para elegir luego, como lectores críticos, determinadas lecturas, autores o temáticas.
Los conflictos de las fábulas y las leyendas constituyen un elemento clave para invitar a los niños a
dar sus puntos de vista y ponerlos a consideración de los demás. El docente puede intervenir abriendo
esos puntos de vista para que puedan reflexionar abiertamente, superando ideas moralizantes, es decir,
tratando de comprender en lugar de juzgar.
En síntesis, la sala donde se construye una comunidad lectora, es la sala donde:
El docente lee habitualmente.
Los niños leen a través de su voz y por sí mismos mediante los soportes textuales.
Se escucha preguntar, buscar explicaciones, pedir la relectura.
Se relacionan historias diferentes porque tienen temas o personajes comunes.
Se comparan los relatos y se expresan preferencias.
Se hacen anticipaciones atendiendo a las imágenes y luego se verifican leyendo el relato.
Se hacen y escuchan recomendaciones.
Se detectan matices del lenguaje escrito que lo diferencian de la oralidad coloquial.
Y es donde esencialmente se disfruta de leer, de entrar sin permiso al universo donde todo es
posible -donde los animales pueden hablar, los dioses bajar a la tierra o las personas transformarse en
flores-, fortaleciendo la visión lúdica del mundo, que reside en la infancia, pero puede conservarse,
gracias a la lectura, para toda la vida.

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La cigarra y la hormiga (fábula)


La cigarra disfrutaba del verano acostada panza arriba
sobre las hojas frescas. Cantaba todas las tardes sin ninguna
preocupación más que pasar las horas tranquila y relajada.
Las hormigas, en cambio, no paraban de trabajar. Con la
carga de comida en sus espaldas iban en fila hacia el hormiguero para
guardar los alimentos, esforzándose como un verdadero equipo.
La cigarra las invitaba a cantar con ella, bajo la sombra de los árboles, pero las hormigas
siempre le respondían lo mismo:
_No, gracias. ¡Tenemos que trabajar!

Así pasó el verano, su calorcito se fue y comenzó a sentirse el frío; las hojas amarillas se caían
de los árboles, el viento y la lluvia mandaban a todos los animales a sus refugios.
Después de unos días, la cigarra estaba hambrienta. En todo el campo no quedaban bichitos,
ni gusanos, ni hojas frescas para una ensalada.
_¿Qué puedo hacer?_se preguntaba.

Entonces recordó a las hormigas trabajadoras que habían estado todo el verano guardando
comida. Fue hasta el gran hormiguero y llamó. Una de las hormigas abrió la puerta y le preguntó
qué necesitaba.
_Vengo a pedirles ayuda, mis queridas vecinas. Necesito alimentos para pasar este frío.
Cuando pueda se los devolveré, seguramente el próximo verano.
_Pero… ¿es que durante todo el verano no has guardado ni un poco de comida?_preguntó la
hormiga asombrada.
_Bueno…, yo cantaba, ¿te acuerdas? Y tenía que descansar, y dormir, y estar a la sombra…
_Muy bien. Si cantabas y dormías, ahora tendrás que andar a los saltos para conseguir tu
alimento. Nosotras te daremos algo pero tendrás que buscar más para el resto del invierno.
La cigarra les agradeció la ayuda a las buenas hormigas y se fue pensando que, además de
descansar y cantar, sería bueno ocuparse de conseguir las cosas que se necesitan y algún día
también poder compartirlas con los demás.
“Ayudar a trabajar y el esfuerzo disfrutar: un
poquito cada uno, no le hace mal a ninguno.”

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El ñandú y el sapo (fábula)


Un día iba el ñandú corriendo,
con sus largas y fuertes patas, y casi pisa a un sapo.
_¡Eh, ñandú! ¿Qué hace, no ve que casi me pisa?
¡Mire para abajo de vez en cuándo!_protestó el sapo.
_Bueno, bueno, no es para tanto, si no lo pisé. Es que yo
soy tan veloz, corro tan bien, con tanta fuerza, no como otros… _dijo el ñandú
haciéndose el importante.
_Así que usted piensa que otros no corren tanto como usted, ¿no?_le preguntó el sapo.
_Claro, mi amigo, usted sabe muy bien que nadie puede correr como yo. Soy el mejor.

Y ahí nomás, el sapo le propuso al ñandú jugarle una carrera. El ñandú se sorprendió pero
le pareció divertido y aceptó.
_Hay un camino junto al río, ahí podemos correrla, ¿qué le parece?_dijo el sapo.
_Lo que usted diga, don sapo, y donde usted quiera. De todas maneras sepa que le voy a ganar.
_Eso lo veremos…_dijo el sapo haciéndose el misterioso.

¿Cómo iba a hacer el sapo bajito y con patas cortas para ganarle al mejor corredor?
Tenía un ingenioso plan: reunió a sus amigos, que estaban entre los yuyos a la
orilla del río y les dijo que durante la carrera se escondieran al costado
del camino, separados, formando una fila.
Cuando el ñandú se acercara, debían
saltar delante de él y correr.
Llegó el momento esperado y se
largó la carrera. El ñandú corría tranquilo
viendo que el sapo con sus saltitos nunca
podría ganarle. De repente vio al sapo
saltar delante de él.
_¡Epa! Este sapo me pasó, mejor que me apure. Ya
va a ver con quién se ha metido a correr _pensó el ñandú.
Pero aunque el ñandú corría rápido, el sapo
siempre aparecía adelante.
Y así fue como el sapo llegó antes y ganó la
carrera. Todos se sorprendieron y nadie supo que
hubo trampa, porque los sapos son todos iguales.
El ñandú se quedó pensando que quizá se
había creído demasiado bueno.
Y los sapos se fueron a festejar
el triunfo a la orilla del río
con música y bailes.

“El ñandú se quedó


pensando y reconoció
su error: uno puede
ser muy bueno pero no
creerse el mejor.”
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El perro y el trozo de carne (fábula)


Era un perrito juguetón y muy glotón. Con manchas blancas y marrones, orejas paradas y
cola juguetona. Sus dueños lo alimentaban muy bien pero él siempre andaba de aquí para allá
buscando comida.
Todos los días se escapaba de su casa y se iba a la puerta de algún mercado, allí movía la
cola y ladraba mirando a la gente que entraba y salía, esperando algo rico. ¡A él le gustaba todo!
Con su mirada dulce lograba que las personas, rascándole la cabecita, le dieran galletas,
pan, fruta, alguna salchicha, en fin… ¡Toda una panzada!
Resultó que un día, pasando por la parte de atrás de una carnicería, el perrito encontró
tirado un gran trozo de carne, lo olfateó y vio que estaba fresco y sabroso.
_¿Quién pudo haber dejado este maravilloso pedazo de carne aquí?_se preguntó.

Muy rápido lo tomó entre los dientes, apretando bien para no perderlo, y salió corriendo en
busca de un lugar para comer tranquilo. Llegó hasta una laguna rodeada de pastos altos y le
pareció el mejor escondite para saborear su carne sin que nadie se la sacara.
Se acercó a la orilla y, al mirar de reojo hacia el agua, ¡qué
sorpresa! Vio flotando un trozo de carne tan grande
y tan apetitoso como el que llevaba en la boca. Se
quedó muy quieto mirando fijamente el agua y
cuanto más miraba más le parecía que ese
pedazo de carne era mejor que el suyo.
Creyó ver que otro perro lo llevaba entre los
dientes, pero lo quería para él, entonces
fue acercando el hocico al agua, muy
despacio y… ¡Sácate! Abrió la boca
para agarrar la carne que veía flotar.
Pero, ¿qué pasó? ¡Se cayó al agua el
trozo que llevaba en la boca! Y el otro
también desapareció, pues solo era el
reflejo de su carne.

“Pobre perrito, todo lo quería tener, pero


terminó perdiendo y se quedó sin comer.”

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La zorra y la cigüeña (fábula)


Una tarde la zorra invitó a la cigüeña a cenar a su casa. Le dijo que haría una riquísima
comida para compartir con ella. La cigüeña aceptó entusiasmada.
Llegada la hora, fue la invitada con mucho apetito a la casa de la zorra. Tuvo un alegre
recibimiento y se sentó a la mesa, muy bien puesta, con mantel y flores.
La zorra apareció con una sopa muy apetitosa servida en dos platos. No bien los puso en la
mesa empezó a comer de lo más contenta mientras la pobre cigüeña, con su pico largo, apenas
podía picotear el plato sin tomar nada de aquella riquísima sopa.
La zorra lamió hasta la última gota de su plato y siguió con el de su amiga, que parecía no
tener hambre.
Se despidieron con un amable saludo, pero la cigüeña estaba muy ofendida. La zorra había
sido egoísta y desconsiderada con ella, y eso la ponía triste y enojada.
Pasaron unos días y la cigüeña le dijo a la zorra que la esperaba a cenar para agradecerle
su invitación. La zorra aceptó y apareció esa noche muy sonriente y ansiosa por comer; no bien
entró se sentó a la mesa olfateando el exquisito aroma del guiso preparado por la dueña de casa.
_Mmmmm… ¡Se me hace agua la boca! _dijo la zorra_. ¡Siento un olor delicioso!

Cuando apareció la cigüeña con una bandeja, la zorra sorprendida vio que traía la comida
en dos jarros de vidrio muy altos y angostos. Trató de meter el
hocico y la lengua en el frasco, pero nunca pudo llegar a tocar
la riquísima comida. La cigüeña, en cambio, saboreaba con
gusto cada bocado.
_¡Por qué no tendré un pico
largo y fino! _se lamentó la
zorra. Y sin haber
podido comer ni un
poquito, se dio por
vencida, se despidió
y se fue, con más
hambre que antes.
Camino a su
casa, pensaba
que la cigüeña
le hizo ver cómo
nos sentimos
cuando alguien
nos trata mal.
Y prometió:

“Desde ahora,
a nadie trataré
mal, porque no
me gustaría
que conmigo
hagan igual.”

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El ratón de campo y el ratón de ciudad (fábula)


En el campo, tranquilo y feliz, vivía un ratón. En un rinconcito del galpón guardaba sus granos de
trigo, de maíz, algunos frutos pequeños y todo lo que podía conseguir en ese lugar y se pudiese comer.
Un día, el ratón invitó a su primo de la ciudad a pasar una semana con él en el campo, ya que
había llegado la primavera y todo se veía hermoso por allí: las flores, el cielo, los pastos tiernos, el
aire tibio y perfumado… Su primo aceptó la invitación y fue a verlo.
El ratoncito de campo le dio una gran bienvenida, ofreciéndole las cosas ricas que tenía para
comer, una buena cama hecha con el pasto seco más suave y un pedazo de servilleta a cuadros
para cubrirse a la noche.
El primo de la ciudad se sorprendió por las pocas cosas que el campesino comía.
_¿Solo esto comés? ¿Te conformás con tan poco? ¡Qué pobre vivís, querido primo! ¡Y qué vida
aburrida llevás, por lo que veo!
_No te creas, yo soy feliz aquí, con toda esta naturaleza para disfrutar… _contestó el ratón del campo.
_Es porque no conocés la ciudad. ¡Cuando veas dónde vivo yo, sabrás lo que es bueno! Ya
mismo te venís conmigo a conocer lo que es una vida divertida.
Partieron los dos ratones hacia la ciudad y llegaron de tarde, con calor y cansados.
¡Cuántos ruidos, cuántos autos, cuánta gente! El ratón de campo no sabía para dónde mirar,
mientras su primo lo llevaba de la mano casi corriendo y tratando de que nadie los pisara.
Cruzar la calle fue toda una aventura, las ruedas de los autos pasaban junto a ellos a toda
velocidad y las calles eran demasiado anchas para llegar a la vereda de enfrente. Por fin llegaron
a la casa donde vivirían; entraron por el agujero de una puerta rota que daba a la cocina.

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El ratón de ciudad le mostró orgulloso a su primo todo lo que allí había sobre una mesa:
miel, frutas, galletas, quesos... Mmmmm….
_¡Primo, sos rico! ¡Qué manjares! _exclamó el campesino.

Justo cuando se preparaban para comer, la señora de la casa entró de pronto a la cocina.
Espantados y asustados, los dos ratones corrieron a esconderse antes de que los viera y los
corriera con una escoba. Cuando la señora se fue, volvieron los primos a buscar la comida, pero
en ese mismo instante entraron corriendo y gritando los niños de la casa. Los ratoncitos, con los
bigotes de punta, corrieron otra vez a esconderse, y ahí nomás apareció un gato feo y gordo con
ganas de comérselos a los dos.
_¡Huyamos, primo! _gritó el ratón de campo. Y en un periquete, enrollando sus colas,
salieron por el mismo agujero por el que habían entrado.
Otra vez a la calle. ¡Oh, no! ¡Ruidos, autos, gente, perros, motos, bicicletas!
_¡Esto no es vida, querido primo! Nunca podré acostumbrarme a vivir nervioso y en un
lugar con tantos peligros. Disculpá pero quiero volver a mi hogar.
_Bueno, si es lo que querés, allá vos.

El ratón de campo se despidió de su primo con un abrazo y se volvió a su casa. En el


camino todavía seguía latiendo muy rápido su asustado corazón.
_Nunca cambiaré la paz de mi campo y su aire puro por nada que quieran darme, porque
no necesito más para ser feliz -pensó el ratoncito con una sonrisa.

“Y tranquilo caminó, tarareando una canción,


con un pastito en la oreja y cargado de emoción.”

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Una jirafa muy ocupada (fábula)


Una mañana bien temprano, ya estaba la jirafa ocupada en su belleza. Se pintaba los ojos de
color verde loro y se arqueaba las pestañas para que su mirada fuese la más hermosa. En eso
andaba cuando la tortuga llegó desesperada a verla y le pidió que le alcanzara de un árbol muy
alto algunas hojitas que servirían para curar el resfrío de su tortuguito.
_¡Ay, cómo me gustaría hacerlo, pero es imposible! Me he pintado un solo ojo y así no puedo
_
salir se lamentó la jirafa.
Pasó un rato y apareció corriendo una abuela hormiga a pedirle a la jirafa que le bajara su
sombrero de una rama, pues se le había volado con el viento.
_¡Pero, mi querida, estoy con las uñas recién pintadas! Si no, con gusto se lo hubiese
alcanzado _dijo la jirafa pestañeando muy coqueta.
Algo más tarde, el camaleón, llorando por su hijito perdido, le rogó a la jirafa que lo levantara
en su cabeza para poder ver si, desde lo alto, lograba encontrarlo.
_¿Qué me está pidiendo, señor camaleón? ¿Cómo lo voy a subir a mi cabeza? ¡No ve que
tengo los ruleros puestos! _protestó la jirafa.
Era ya el mediodía cuando el mono avisó que se acercaba el gran león.
_¡A la cueva, a la cueva! _gritaban mientras corrían a esconderse. Todos entraron menos la
jirafa que, por su cuello tan largo no podía hacerlo. Algunos dijeron que era injusto ayudarla
porque ella no había ayudado a nadie cuando la habían necesitado. Pero la tortuga, con su bondad
y dulzura, los convenció para que le dieran a la jirafa una oportunidad.
El león ya estaba cerca de la jirafa
cuando sus amigos salieron todos juntos
y lo espantaron.
_¡Bien, lo logramos! _festejaban
todos. Y la jirafa no pudo menos que
abrazarlos con su largo cuello y darles las
gracias, arrepentida por no haber sido
solidaria. Desde ese mismo día se propuso
ayudar a todo el que necesitara de ella.

“Si yo escucho y ayudo a mis amigos,


ellos harán lo mismo conmigo.
¡Esa cadena solidaria
es para todos muy necesaria.”

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El cuervo y el trozo de queso (fábula)


Un buen día, un cuervo hambriento, se robó un pedazo de queso.
Estaba feliz, pues el queso era una de sus comidas preferidas. Lo tomó
muy fuerte con su pico y voló rumbo al bosque; mientras volaba pensaba
que no podía ir a su cueva porque allí debería compartir el queso
con su familia. Y este cuervo lo quería todo para él, era muy
angurriento. ¡Y nunca había tenido un queso así, tan fresco y sabroso!
Se le ocurrió entonces esconderse en algún árbol con muchas hojas, en medio del bosque.
Ahí comería tranquilo sin tener que compartirlo con nadie.
El cuervo se posó en un árbol que era perfecto: grande y rodeado de árboles más altos, el
escondite ideal. Y se preparó para saborear su manjar. Justo cuando estaba por morder el
primer bocado, escuchó de repente una voz muy fuerte que le dijo:
_¡Cuervo! ¡Esperá!

El cuervo, asustado, pensó enseguida que alguno de sus hermanos lo había descubierto y
venía a pedirle una porción de su queso. Temeroso, miró para todos lados y vio allí abajo quién
era el que hablaba. ¡No era uno de sus hermanos! Era un pequeño zorro inofensivo. ¡Qué alivio!
Pero el cuervo decidió no hablarle, para que se fuera más rápido y lo dejara comer en paz.
El zorro desde abajo lo saludó y le dijo:
_Querido amigo, antes de que comas ese queso te diré que estoy asombrado. ¿Y sabés por
qué? Porque vi tus plumas y me di cuenta de lo brillantes que son, cuando les da el sol parecen
azules en lugar de negras. Y tus ojos… ¡Qué ojazos! Son tan grandes que seguramente ves más
que cualquiera de nosotros.
El cuervo se quedó maravillado con lo que escuchó, era la primera vez que alguien le decía
cosas tan lindas. Empezó a sentirse importante y bello. El zorro siguió hablándole de lo elegante
que se veía con ese plumaje tan hermoso.
Por las dudas, el cuervo se mantenía callado, porque no confiaba mucho en el zorro, pero lo
que este le decía lo ponía cada vez más contento, hasta se había olvidado del queso. Ahora el
zorro hablaba de lo bien que le quedaba el amarillo del pico
con el color del plumaje y que su pico era uno de los
más fuertes y vistosos.
_Y me imagino _dijo el zorro_ que tu voz
debe ser mil veces más hermosa que tu pico.
Seguro que tu canto suena como el de un
príncipe encantado. Pero bueno, no quiero
molestarte más, solo quería que supieras que sos el
ave más especial de este bosque, te dejo comer tranquilo.
El cuervo, más que feliz, creyendo que tenía esa grandiosa
voz, abrió la boca para impresionar al zorro, pero no solo le salió
un horrible graznido, sino que se le cayó el queso.
_¡Gracias! _dijo el zorro y, rápidamente, lo tomó y salió
corriendo con el rico bocado_. Creo que hoy aprendiste una
lección, cuervo feo _se burló el zorro.

“El cuervo se dio cuenta del engaño y eso lo puso triste y le hizo daño,
porque el zorro, astuto y mentiroso, le hizo creer que él era hermoso.”
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La liebre y la tortuga (fábula)


En el bosque, los animales comentaban preocupados que últimamente la liebre
estaba muy burlona y se creía la mejor.
_Sí, la hemos escuchado burlarse de la pobre tortuga, diciéndole que era lenta,
torpe y “pata corta”_decían todos_. Y no se lo dijo solo una vez, sino muchas.
Esto era muy cierto, la liebre no dejaba en paz a la tortuga y cada vez que la
encontraba le decía, orgullosa, que nunca llegaría a ningún lado caminando así.
_En cambio yo _decía la liebre_ soy veloz como el rayo y rápida como el viento.
¡Nadie me supera! ¡Soy la mejor!
La tortuga, cansada ya de escuchar a la liebre con sus discursos, le propuso
correr una carrera.
_¿Correr una carrera vos y yo? ¡Ja, ja, ja! Me hacés reír, tortuga _dijo la liebre
agarrándose la panza de la risa.
_Sí, una carrera vos y yo. Y prometo ganarte _dijo muy tranquila la tortuga.

Así fue que se pusieron de acuerdo, y el domingo a la tarde se haría la gran carrera.
La liebre se reía y les decía a todos los animales que no se perdieran la carrera
más corta de la historia, en la que ella ganaría en cinco minutos.
Todos colaboraron armando la largada y la llegada con grandes carteles
de colores. Colocaron mesitas para la venta de nueces, frutas, bebidas y
banderines. Compraron una medalla como premio y mandaron a hacer
remeras con las caras de la liebre y la tortuga.
¡Cuánta emoción! Todo estaba listo, el público ansioso por ver esa
insólita carrera y las corredoras ubicadas en sus puestos.
_Preparadas, listas... ¡ya! _gritó la lechuza desde
un árbol, y ahí nomás empezó a caminar
la tortuga muy concentrada,

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mientras que la liebre les decía a todos que le iba a dejar ventaja porque ella solo necesitaba
dos o tres saltos para llegar cómoda a la meta.
Al rato la liebre arrancó a correr y dejó atrás a la tortuga. Luego caminó un poco,
mirando que todavía estaba muy lejos la lenta corredora.
_Me sobra el tiempo _pensó_, así que voy a descansar un rato en la hierba fresca y a
retomar la carrera más tarde, total, siempre le ganaré. Por algo soy la más veloz y no
necesito más que unos minutos para alcanzar la llegada _se dijo la liebre. Y recostada en la
hierba, mirando pasar las nubes, y mordiendo una ramita, la liebre se quedó dormida.
Un rato después pasó por ahí la tortuga, que venía despacio pero sin detenerse nunca.
Vio a la liebre profundamente dormida y siguió su ruta sin distraerse con nada.
Cuando la liebre se despertó fue hacia el camino y vio a lo lejos que la tortuga se estaba
acercando a la meta. Salió corriendo con todas sus fuerzas, ¡pero ya era tarde! La tortuga
había ganado la carrera.
_¡Vivaaaa! ¡Vivaaaa!_gritaban todos festejando el triunfo de la tortuga. Casi no lo podían
creer pero la tortuga demostró que el esfuerzo nos ayuda a lograr lo que queremos, y la
liebre comprendió que creerse más que los demás y burlarse de ellos no es de buenos amigos.
Así que pidió disculpas y dijo:

“Todos somos diferentes, cada uno es especial,


yo no soy mejor que nadie y valemos por igual.”

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El lobo y la piel de cordero (fábula)


Como todos sabemos, los lobos son muy astutos y a veces pueden
ser mentirosos. El lobo del que hablaremos estaba pensando cómo hacer
para conseguir comida.
_Esas ovejas regordetas deben ser de lo más sabrosas. ¡Debo hacer algo para
robarme una! _pensaba mientras las miraba escondido entre los árboles.
Y se le ocurrió una idea: se disfrazó con una piel de oveja y se puso a pastar con el
rebaño, que comía tranquilamente al cuidado del pastor. Nadie se dio cuenta del engaño
del lobo, ni siquiera el pastor, porque representaba muy bien a una oveja y hasta había
practicado decir meeeee, meeeee.
Así pasó el día y, al llegar la nochecita, el pastor llevó al rebaño a su corral para que
descansara. A la mañana siguiente, con el canto del gallo, se despertó el pastor recordando
que ese día comenzaba la esquila, para vender la lana de sus ovejas.
_Debo desayunar rápido y ponerme a trabajar _pensó mientras preparaba su tazón de
leche y café.
Ya preparado, con las tijeras y todo lo necesario, fue para el corral a buscar a la primera
de sus ovejas; tomó al lobo, creyéndolo una oveja, y con una soga, lo llevó para esquilarlo.
No bien lo acomodó, el lobo dio un salto con todas sus fuerzas y se escapó corriendo lo
más que pudo, dejando su disfraz de piel volando por los aires.
¡Qué sorpresa para el pastor! Recién ahí reconoció el disfraz y la mentira del
lobo. Había estado poco atento para ser burlado así, pensó.

“Desde ese día el lobo no dejó de recordar


que vivir con mentiras siempre termina mal.”

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El ombú (leyenda de la región pampeana)


Hace mucho pero mucho tiempo, la gente de una tribu había sembrado maíz por primera vez
y festejaban felices bailando y cantando. Todos se ocuparon, desde ese día, de cuidar las pequeñas
plantitas que estaban por crecer. Pero ocurrió que la tribu tuvo problemas con otro pueblo y los
hombres debieron ir a defender sus tierras. Quedaron solo mujeres, niños y algunos ancianos.
El cacique, antes de partir, le recomendó a su esposa, Ombí, que se ocupara de la siembra
que era tan importante para ellos. Ella así lo hizo.
El tiempo pasó, y un día Ombí vio con alegría los primeros tallitos y hojas de las plantas.
_Cuando estas plantas crezcan nos darán alimento a todos _pensó mientras sonreía.

Pero al pasar los días, la lluvia que se esperaba para regar el maíz no llegaba. Pasaron más
y más días. La tierra quedó reseca. Las plantas se empezaron a secar. Los ancianos de la tribu
pedían a los dioses protectores que les mandaran un poco de lluvia, pero no caía ni una gota.
Ombí descubrió que de todo lo sembrado solo quedaba viva una sola plantita. Antes de
perderla se arrodilló y la tapó con su cuerpo para que el sol no la siguiera quemando, y mientras
lloraba, la regaba con sus lágrimas. No quiso moverse de ahí.
Al otro día todos salieron a buscarla pero lo único que encontraron fue una planta de maíz
que había vivido gracias a la sombra de una hierba gigante que crecía a su lado.
Esa hierba gigante era Ombí transformada por los
dioses para proteger el cultivo y dar sombra
para siempre. La tribu, para
recordar a la joven, llamó a esa
nueva planta: Ombú.

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La yerba mate (leyenda del litoral)


La luna, llamada Yací, miraba desde el cielo y sentía muchas
ganas de bajar a la Tierra. Tenía curiosidad por ver qué había entre
los árboles, cómo eran las flores y los sonidos de la selva. Llamó a
su amiga Araí, la nube rosada, y le contó su deseo, pidiéndole que
la acompañara a bajar a la Tierra para realizar su sueño.
Y así fue que las dos, convertidas en doncellas, pisaron por primera vez la
Tierra y conocieron las bellezas que allí había: aguas cristalinas, flores coloridas
y perfumadas, pájaros cantores, mariposas inquietas… ¡Qué hermoso era todo!
Estaban disfrutando de caminar por la hierba cuando un yaguareté apareció cerca de ellas
preparado para atacarlas. Justo en el momento en que se acercaba, un hombre se presentó
delante del animal con su arco y su flecha, le apuntó y logró que el animal escapara asustado.
Yací y Araí le agradecieron al cazador por haberlas salvado y este las invitó
amablemente a su choza. Allí conocieron a su esposa y a su dulce hija. La familia les ofreció
los únicos panes que tenían para comer y les prepararon un lugar para que las doncellas
descansaran hasta el otro día.
A la mañana siguiente, las jóvenes agradecieron tantas atenciones y se marcharon.
Cuando ya se habían alejado bastante de la choza, volvieron a transformarse en luna y nube
rosada y se elevaron al cielo. Tanto Yací como Araí se quedaron pensando mucho en la
bondad de esas personas tan humildes y sintieron ganas de premiarlas por su ayuda.
Entre las dos prepararon una sorpresa: bajaron una noche a la selva, mientras todos
dormían, y sembraron delante de la choza de la familia unas semillas celestes. Luego subieron
al cielo y desde ahí Yací iluminó el lugar con su luz resplandeciente y Araí regó las semillas
con una suave lluvia.
Al despertar, la familia no podía creer lo que veían sus ojos: unas hermosas plantas de hojas
muy verdes y flores blancas habían crecido frente a su choza. ¡Estaban maravillados! Pero eso
no fue todo, de repente una luz brillante bajó ante ellos y tomó la forma de una joven, era Yací.
_No se asusten _les dijo_. Soy Yací, la luna. Y vine a traerles, como regalo, estas plantas con
las que podrán hacer una rica bebida para compartir entre todos. Solo tienen que tostar y moler
sus hojas para tomarla con agua caliente. Es la yerba mate, la bebida de la amistad.
Y así, la familia preparó el mate como les enseñó Yací: tostaron y molieron las hojas, las
colocaron en una calabaza, echaron agua caliente y, con una pequeña caña, tomaron esa rica
bebida que les daba energía, alimento y momentos de unión, pues
el mate nació para ser compartido.

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Las luciérnagas
(leyenda del litoral)
Cuenta la leyenda que al principio de
los tiempos, cuando el dios Tupá creo el
mundo, les entregó a los hombres el fuego
para abrigarse en las noches frías.
Con el fuego se protegían del frío y
cocinaban. Hacían grandes fogatas y sentados
alrededor contaban historias, cantaban canciones y
disfrutaban de estar juntos frente al calor del fuego.
Añá, un dios que no era bueno, los vio tan felices que
se llenó de rabia. Pensaba que los hombres estarían pasando frío
pero se encontró con que tenían fuego y estaban contentos y en paz.
Muy enojado se transformó en viento y pasó por cada fogata soplando con todas sus
fuerzas para apagarlas.
Soplaba y soplaba para que no quedase ni una encendida, las chispas volaban de aquí
para allá y Añá las perseguía desesperado.
Las personas se quedaron asustadas, casi sin poder moverse del miedo.
Pero Tupá lo estaba viendo todo, y decidió engañar a Añá transformando las chispas
que perseguía en pequeños insectos que volaban prendiendo y apagando una lucecita, a los
que llamó isondúes.
Añá, sin darse cuenta del engaño, siguió persiguiendo a los insectos que se alejaban,
soplando y soplando para apagarlos.
Tupá volvió donde estaban los hombres y les enseñó a reavivar el fuego con las brasas
que habían quedado aún encendidas.
Fue así como nacieron las isondúes, que nosotros llamamos luciérnagas o bichitos de
luz, y que todavía andan volando de aquí para allá, con sus lucecitas, engañando a Añá que
aún las persigue para apagarlas.

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fabulasyleyendasok 04/09/13 11:35 Página 18

Los teros (leyenda pampeana)


Hace tantísimo tiempo, en el campo, los teros se dedicaban a vender telas, vestidos y
sombreros. Las mejores clientas que tenían eran las vizcachas. Tan coquetas y bien vestidas les
gustaba andar que compraban y compraban cada día más.
Las vizcachas se lucían estrenando vestidos, y los acompañaban con sombreros enormes.
Iban a dar paseos para que todos pudieran ver lo elegantes y bonitas que eran.
Los teros aprovechaban y no
paraban de animarlas para que
siguieran comprando.
_¡Ay, doña vizcacha!, mire
qué belleza este sombrero
rojo que traje para usted. Va
a quedar como una reina
_dijo el tero.
_¿Le parece, don tero?
Bueno, me lo llevo, no quiero que nadie
venga y lo compre antes que yo. Y ya
que estamos, muéstreme algunos
vestiditos para las nenas. Si no, se me
van a poner celosas _le dijo la vizcacha
mientras se abanicaba entusiasmada.
Llegó un momento en que a las
vizcachas ya no les alcanzaba el dinero
para pagar, así que quedaban debiendo,
pero los teros seguían ofreciéndoles ropa,
diciéndoles que se la pagaran más adelante.
Y así fue como los teros tuvieron que cerrar
el negocio porque habían vendido todo y no habían
cobrado nada. Solo se habían quedado con sus
chalecos negros y sus pantalones blancos, y caminaban
derechitos para no ensuciarlos.
Enojados, les reclamaban a las vizcachas que pagasen las
deudas, mientras gritaban: ¡teruteru! Y ellas corrían a esconderse
en sus cuevas.
La ropa de las vizcachas se ponía vieja, estaban avergonzadas
y no querían que las vieran, así que salían solo de noche.
Desde aquellos tiempos, los teros siguen gritando cerca de las
cuevas de las vizcachas pidiendo que les paguen, y las vizcachas no
salen de día para no encontrarse con ellos.

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Los peces (leyenda del litoral)


Era el comienzo del mundo. En el agua no había peces.
El Sol brillaba mucho porque recién había nacido; brillaba tanto que
secaba el pasto y quemaba los pelitos de los animales.
Todos los frutos de los árboles se secaban, y las personas
empezaban a tener hambre.
_¡Vamos a morir si no comemos! _decían todos muy preocupados.

De repente, entre la gente, apareció una señora bajita y sonriente que dijo:
_No nos quejemos, hay tantas cosas hermosas para mirar en nuestro mundo: miren el
cielo celeste, las montañas, los pájaros, los ríos…
El dios Tupá, desde lejos, escuchó las palabras de la mujer y se puso
contento, entonces le arrojó un ramo muy grande de flores.
_¡Miren, miren! Tupá nos manda de regalo estas flores.
¡Qué bellas son! _dijo la señora.
_¿Y para qué queremos ramos de flores si no nos sirven
para comer? _dijo un señor de grandes bigotes.
_¡Oh! Pero lo más importante no es la comida _respondió
la señora_. Las flores dan alegría y embellecen nuestro mundo;
voy a ponerlas a la orilla del río, junto al agua, para que no se marchiten.
De repente, las coloridas flores empezaron a saltar al agua.
¿Cómo podía ser esto posible? ¡Es que se habían convertido
en peces! Alegres peces rojos, plateados, dorados, azules,
naranjas, que saltaban buscando el agua, para vivir.
Desde ese día hay peces en los ríos y mares, y
muchos de ellos son un gran alimento para las
personas. La gente agradeció a Tupá por
los peces, y a la señora por haberles
enseñado a mirar y disfrutar de las
maravillas del mundo.

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El jacarandá (leyenda del litoral)


En la selva, hace mucho tiempo, vivía un pueblo muy unido y feliz. Entre los jóvenes de la
tribu se encontraba Mbareté, el más trabajador y fuerte de todos.
Un día, mientras Mbareté trabajaba la tierra, se encontró con una joven de piel blanca, que
no era de su pueblo. Ella había llegado con su padre, desde lejos, en un gran barco, para vivir en
estas tierras.
Mbareté y la muchacha se miraron un rato sin poder decirse una palabra, porque hablaban
diferentes idiomas, pero se sonrieron y eso sí pudieron entenderlo.
El muchacho le pidió a un sacerdote que le enseñara a hablar el español para poder ser
amigo de la joven, que se llamaba Pilar. Al tiempo, ya podían comunicarse y pasaban las tardes
juntos, conociéndose. Pero el padre de la joven se enteró de esa amistad y le prohibió a Pilar
volver a ver a Mbareté. Los jóvenes quedaron preocupados, pero se las arreglaron igual para
encontrarse a escondidas junto al lago.
Una tarde, el padre de la muchacha, muy enojado, se apareció donde estaban los jóvenes
conversando, y a los gritos quiso llevarse a su hija. Pilar le rogó que los dejara seguir siendo
amigos, pero el padre no la escuchó y la tomó de un brazo para que se fuera con él. En ese
momento, el dios protector de la tribu los quiso ayudar y con una luz muy brillante cubrió a Pilar
y a Mbareté. El padre no podía ver por el brillo de aquella luz y tuvo que soltar a Pilar para
taparse los ojos.
No se supo qué pasó, pero cuando la luz desapareció, en el lugar donde estaban los jóvenes
había un árbol muy hermoso. Ellos se habían transformado en ese árbol, con el tronco alto como
Mbareté, y flores azules como los ojos de Pilar. Así, todos comprendieron que la
amistad y el amor pueden florecer
aunque las personas
sean diferentes.

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El pehué
́n (leyenda de la patagonia)
Al principio de los tiempos, el pueblo tehuelche
adoraba a un árbol llamado pehuén. Bajo sus ramas
hacían sus pedidos a los dioses y les ofrecían regalos
como plantas, flores y piedras. Pero no comían los
frutos que daba este árbol, porque pensaban que
eran venenosos.
Una vez, en invierno, hizo muchísimo frío y a la tribu
no le alcanzaba el alimento. Muy preocupado, el cacique mandó a sus
hombres más fuertes para que fueran a buscar por todo el bosque
algo que pudiesen comer.
Pasaron los días y los hombres volvieron, ¡sin haber encontrado
nada! Solo un joven llegó con una bolsa sobre la espalda. Pero, ¿qué había
conseguido? Cuando abrió la bolsa vieron que estaba llena de frutos del pehuén.
_¿Y para qué queremos esto _le dijeron todos_ si no los podemos comer?
_Es que en el camino me encontré con un anciano y me dijo que los frutos del pehuén eran un
excelente alimento, solo debemos hervirlos y tostarlos para que resulten exquisitos –les explicó el joven.
Todos se miraron asombrados, un poco desconfiados, pero pusieron manos a la obra.
Hirvieron y tostaron los piñones. Y al probarlos, se encontraron con que eran riquísimos. Y,
según había dicho el anciano, un piñón alimenta a una persona por varios días.
El cacique, con su sabiduría, se dio cuenta de que el anciano era el mismo Huenechén, dios
de los tehuelches, que había bajado para ayudarlos. Desde ese día, el pehuén es el árbol
sagrado para ellos, porque los ayudó a no pasar hambre nunca más.

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El calafate (leyenda de la patagonia)


Los pueblos del sur cuentan una hermosa leyenda.
Dicen que hace muchos años, la mujer más anciana de la
tribu amaba a los pájaros y podía hablar con ellos.
Cierta vez les preguntó a los pájaros por qué, cuando
llegaban los primeros días de frío, ellos se iban y la dejaban sola.
_Es que cuando empieza el otoño ya no encontramos tanto
alimento, y cuando llega el invierno no tenemos un lugar donde estar bien
abrigados _le explicaron los pajaritos.
_Pobrecitos _dijo la anciana_, los comprendo muy bien, y voy a
ayudarlos para que puedan quedarse aquí. ¡No quiero estar sin ustedes!
Les daré comida en otoño y abrigo en invierno. ¡Nunca más tendrán que irse!
Después de decir esto, la anciana quedó envuelta en un viento
luminoso. Cuando el viento se calmó, donde estaba la anciana había
aparecido un arbusto espinoso con flores amarillas muy
perfumadas. En verano esas flores se hacían frutos y
antes del otoño empezaban a madurar, poniéndose
azules y muy dulces.
Desde ese día los pájaros no se fueron más del
lugar, la anciana les había dado alimento para la época
de frío y abrigo en ese hermoso árbol.
La gente de la tribu también probó los frutos y les
gustaron tanto que sembraron sus semillas en todo el lugar.
Ese fruto se llama calafate
y dicen que el que lo come
siempre querrá volver al
lugar donde lo probó.

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Las manchas del


sapo (leyenda del litoral)
Hace muchísimo tiempo, los sapos eran todos
verdes y su piel era muy lisa.
En esa época se organizó en el cielo una fiesta
muy grande, donde fueron invitadas las aves de la Tierra.
Todas estaban muy entusiasmadas con los preparativos,
peinando sus plumas y lustrando sus picos.
El águila, que era cantora y guitarrera, preparó también la guitarra para poder cantar en la
fiesta. El sapo, curioso, andaba siempre entre el pasto escuchando todo, y así fue como se enteró
del festejo. ¡Y le dieron muchas ganas de ir! Pero claro, él no volaba.
Se quedó pensando y pensando, y tuvo una buena idea: se metería en el agujero de la
guitarra y así el águila lo llevaría sin darse cuenta.
Así fue que pudo disfrutar de la fiesta, que estuvo muy divertida. Bailaron y cantaron hasta
tarde y, cuando todos se preparaban para irse, el sapo de un salto volvió a meterse en la guitarra.
El águila levantó vuelo con la guitarra colgada de un ala sin saber que otra vez llevaba un
pasajero escondido. El sapo, contento y calladito, se felicitaba por su idea genial.
De repente, el viento movió la guitarra y la dio vuelta, y el sapo cayó desde las alturas,
mientras gritaba:
_¡Pongan una red! ¡Pongan un colchón! ¡Pobre de mí! ¡Auxilio!

Y como nadie alcanzó a poner nada, el pobre sapo cayó sobre piedras y plantas con espinas
que lo lastimaron todo. Tuvo la suerte de que sus heridas sanaron muy pronto, y en su lugar
quedaron manchitas como las que tienen todos los sapos que conocemos ahora.

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