Fabulas y Leyendas Ediba 1 - 240424 - 222900
Fabulas y Leyendas Ediba 1 - 240424 - 222900
Fabulas y Leyendas Ediba 1 - 240424 - 222900
ISBN 978-987-583-373-9
Desde la antigüedad, son muchos los pensadores y
escritores que relataron fábulas, transmitiéndolas con un fin
1. Fabulas. 2. Leyendas Argentinas. I. Título
CDD 398.2 educativo.
En la actualidad conocemos fábulas que pertenecen
preferentemente a Jean de La Fontaine, Esopo, Félix María
Equipo de Samaniego y Tomás de Iriarte.
Directora: Ivanna Bertolino. Diseño y diagramación: Estas composiciones nos permiten, sin establecer
Viviana Kuhn. Colaboradores: Alicia Ferzola.
Dirección general: Adrian Balajovsky. Administración: contenidos moralizantes, comparar y opinar sobre los
Claudia Traversa, Sergio Vicente. Asistente de
dirección general: Darío Seijas. Archivo digital: Cecilia
comportamientos humanos para comprendernos mejor.
Bentivegna. Ilustración: Alberto Amadeo, Roque
Angelicchio, Fernando Cerrudo, Emmanuel Chierchie,
Gabriel Cortina, Mariano Martín. Color digital: Gonzalo
Angueira, Mónica Gil, Natalia Sofio. Comercio
exterior: Walter Benítez, Pablo Fusconi.
Comunicación y atención al cliente: Carlos Balajovsky,
Maia Balajovsky. Congresos y capacitaciones: Micaela
Benítez, Adriana Salvatori, Consuelo Pérez Fernández.
Corrección: Elisabet Álvarez, Marcelo Angeletti,
Nicolás Fernández Vicente, Agustín Hernandorena,
Adriana Serrano, Liliana Vera. Recursos humanos:
Mariana Medina. Recursos multimedia: Francisco Del
Editorial
Las fábulas y las leyendas son relatos muy atractivos para los niños y propician una oportunidad de
acercamiento a los textos y la lectura, teniendo como mediador al docente.
La voz del docente que lee es la conexión que tiene el niño con el mundo de la imaginación y la
creatividad que lo estimulará a construir subjetividades y representaciones internas, enriqueciéndolo
como persona única.
Instalar en la sala la interacción con los textos literarios y el sostenimiento de la rutina lectora, inicia
la formación de los pequeños lectores en sus primeras prácticas o continúa la iniciada en el hogar.
Es ideal preparar el espacio de lectura y planificar el tiempo destinado a ella. Sin dudas, es uno de los
momentos más especiales y esperados para los niños, por lo que sería ideal que no haya interrupciones y
que todos los demás sepan que “estamos leyendo”.
El docente hará posible que los niños intervengan en la práctica social de leer proponiendo y
estimulando los quehaceres propios del lector.
Después de haber leído una historia, todos tenemos algo en común que nos brinda un tema de
conversación; comentar o expresar opiniones son acciones propias de los lectores que comparten lo leído,
y a partir de allí: preguntar, cuestionar, dudar, pedir o buscar explicaciones serán prácticas diarias
naturales en los niños.
Aprovechando sus comentarios sobre los relatos, el docente puede ofrecer relecturas, tantas veces
como sea necesario, para revisitar una parte que les gustó, chequear algún dato en particular, recordar
un nombre o volver a una “palabra desconocida”. De este modo los niños detectan que se puede leer
con diferentes propósitos.
Los niños siempre opinan, tanto sobre la historia, sobre los personajes o sobre cómo estos se
comportaron. Esa es la oportunidad para que el docente interrogue sobre el porqué de la preferencia o el
rechazo, dando la opción de expresar sensaciones y sentimientos. Puede surgir en la sala que pidan historias
con sapos o donde alguien se convierta en otra cosa, dando lugar a construir gustos y preferencias como
primeros pasos para elegir luego, como lectores críticos, determinadas lecturas, autores o temáticas.
Los conflictos de las fábulas y las leyendas constituyen un elemento clave para invitar a los niños a
dar sus puntos de vista y ponerlos a consideración de los demás. El docente puede intervenir abriendo
esos puntos de vista para que puedan reflexionar abiertamente, superando ideas moralizantes, es decir,
tratando de comprender en lugar de juzgar.
En síntesis, la sala donde se construye una comunidad lectora, es la sala donde:
El docente lee habitualmente.
Los niños leen a través de su voz y por sí mismos mediante los soportes textuales.
Se escucha preguntar, buscar explicaciones, pedir la relectura.
Se relacionan historias diferentes porque tienen temas o personajes comunes.
Se comparan los relatos y se expresan preferencias.
Se hacen anticipaciones atendiendo a las imágenes y luego se verifican leyendo el relato.
Se hacen y escuchan recomendaciones.
Se detectan matices del lenguaje escrito que lo diferencian de la oralidad coloquial.
Y es donde esencialmente se disfruta de leer, de entrar sin permiso al universo donde todo es
posible -donde los animales pueden hablar, los dioses bajar a la tierra o las personas transformarse en
flores-, fortaleciendo la visión lúdica del mundo, que reside en la infancia, pero puede conservarse,
gracias a la lectura, para toda la vida.
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Así pasó el verano, su calorcito se fue y comenzó a sentirse el frío; las hojas amarillas se caían
de los árboles, el viento y la lluvia mandaban a todos los animales a sus refugios.
Después de unos días, la cigarra estaba hambrienta. En todo el campo no quedaban bichitos,
ni gusanos, ni hojas frescas para una ensalada.
_¿Qué puedo hacer?_se preguntaba.
Entonces recordó a las hormigas trabajadoras que habían estado todo el verano guardando
comida. Fue hasta el gran hormiguero y llamó. Una de las hormigas abrió la puerta y le preguntó
qué necesitaba.
_Vengo a pedirles ayuda, mis queridas vecinas. Necesito alimentos para pasar este frío.
Cuando pueda se los devolveré, seguramente el próximo verano.
_Pero… ¿es que durante todo el verano no has guardado ni un poco de comida?_preguntó la
hormiga asombrada.
_Bueno…, yo cantaba, ¿te acuerdas? Y tenía que descansar, y dormir, y estar a la sombra…
_Muy bien. Si cantabas y dormías, ahora tendrás que andar a los saltos para conseguir tu
alimento. Nosotras te daremos algo pero tendrás que buscar más para el resto del invierno.
La cigarra les agradeció la ayuda a las buenas hormigas y se fue pensando que, además de
descansar y cantar, sería bueno ocuparse de conseguir las cosas que se necesitan y algún día
también poder compartirlas con los demás.
“Ayudar a trabajar y el esfuerzo disfrutar: un
poquito cada uno, no le hace mal a ninguno.”
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Y ahí nomás, el sapo le propuso al ñandú jugarle una carrera. El ñandú se sorprendió pero
le pareció divertido y aceptó.
_Hay un camino junto al río, ahí podemos correrla, ¿qué le parece?_dijo el sapo.
_Lo que usted diga, don sapo, y donde usted quiera. De todas maneras sepa que le voy a ganar.
_Eso lo veremos…_dijo el sapo haciéndose el misterioso.
¿Cómo iba a hacer el sapo bajito y con patas cortas para ganarle al mejor corredor?
Tenía un ingenioso plan: reunió a sus amigos, que estaban entre los yuyos a la
orilla del río y les dijo que durante la carrera se escondieran al costado
del camino, separados, formando una fila.
Cuando el ñandú se acercara, debían
saltar delante de él y correr.
Llegó el momento esperado y se
largó la carrera. El ñandú corría tranquilo
viendo que el sapo con sus saltitos nunca
podría ganarle. De repente vio al sapo
saltar delante de él.
_¡Epa! Este sapo me pasó, mejor que me apure. Ya
va a ver con quién se ha metido a correr _pensó el ñandú.
Pero aunque el ñandú corría rápido, el sapo
siempre aparecía adelante.
Y así fue como el sapo llegó antes y ganó la
carrera. Todos se sorprendieron y nadie supo que
hubo trampa, porque los sapos son todos iguales.
El ñandú se quedó pensando que quizá se
había creído demasiado bueno.
Y los sapos se fueron a festejar
el triunfo a la orilla del río
con música y bailes.
Muy rápido lo tomó entre los dientes, apretando bien para no perderlo, y salió corriendo en
busca de un lugar para comer tranquilo. Llegó hasta una laguna rodeada de pastos altos y le
pareció el mejor escondite para saborear su carne sin que nadie se la sacara.
Se acercó a la orilla y, al mirar de reojo hacia el agua, ¡qué
sorpresa! Vio flotando un trozo de carne tan grande
y tan apetitoso como el que llevaba en la boca. Se
quedó muy quieto mirando fijamente el agua y
cuanto más miraba más le parecía que ese
pedazo de carne era mejor que el suyo.
Creyó ver que otro perro lo llevaba entre los
dientes, pero lo quería para él, entonces
fue acercando el hocico al agua, muy
despacio y… ¡Sácate! Abrió la boca
para agarrar la carne que veía flotar.
Pero, ¿qué pasó? ¡Se cayó al agua el
trozo que llevaba en la boca! Y el otro
también desapareció, pues solo era el
reflejo de su carne.
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Cuando apareció la cigüeña con una bandeja, la zorra sorprendida vio que traía la comida
en dos jarros de vidrio muy altos y angostos. Trató de meter el
hocico y la lengua en el frasco, pero nunca pudo llegar a tocar
la riquísima comida. La cigüeña, en cambio, saboreaba con
gusto cada bocado.
_¡Por qué no tendré un pico
largo y fino! _se lamentó la
zorra. Y sin haber
podido comer ni un
poquito, se dio por
vencida, se despidió
y se fue, con más
hambre que antes.
Camino a su
casa, pensaba
que la cigüeña
le hizo ver cómo
nos sentimos
cuando alguien
nos trata mal.
Y prometió:
“Desde ahora,
a nadie trataré
mal, porque no
me gustaría
que conmigo
hagan igual.”
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El ratón de ciudad le mostró orgulloso a su primo todo lo que allí había sobre una mesa:
miel, frutas, galletas, quesos... Mmmmm….
_¡Primo, sos rico! ¡Qué manjares! _exclamó el campesino.
Justo cuando se preparaban para comer, la señora de la casa entró de pronto a la cocina.
Espantados y asustados, los dos ratones corrieron a esconderse antes de que los viera y los
corriera con una escoba. Cuando la señora se fue, volvieron los primos a buscar la comida, pero
en ese mismo instante entraron corriendo y gritando los niños de la casa. Los ratoncitos, con los
bigotes de punta, corrieron otra vez a esconderse, y ahí nomás apareció un gato feo y gordo con
ganas de comérselos a los dos.
_¡Huyamos, primo! _gritó el ratón de campo. Y en un periquete, enrollando sus colas,
salieron por el mismo agujero por el que habían entrado.
Otra vez a la calle. ¡Oh, no! ¡Ruidos, autos, gente, perros, motos, bicicletas!
_¡Esto no es vida, querido primo! Nunca podré acostumbrarme a vivir nervioso y en un
lugar con tantos peligros. Disculpá pero quiero volver a mi hogar.
_Bueno, si es lo que querés, allá vos.
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El cuervo, asustado, pensó enseguida que alguno de sus hermanos lo había descubierto y
venía a pedirle una porción de su queso. Temeroso, miró para todos lados y vio allí abajo quién
era el que hablaba. ¡No era uno de sus hermanos! Era un pequeño zorro inofensivo. ¡Qué alivio!
Pero el cuervo decidió no hablarle, para que se fuera más rápido y lo dejara comer en paz.
El zorro desde abajo lo saludó y le dijo:
_Querido amigo, antes de que comas ese queso te diré que estoy asombrado. ¿Y sabés por
qué? Porque vi tus plumas y me di cuenta de lo brillantes que son, cuando les da el sol parecen
azules en lugar de negras. Y tus ojos… ¡Qué ojazos! Son tan grandes que seguramente ves más
que cualquiera de nosotros.
El cuervo se quedó maravillado con lo que escuchó, era la primera vez que alguien le decía
cosas tan lindas. Empezó a sentirse importante y bello. El zorro siguió hablándole de lo elegante
que se veía con ese plumaje tan hermoso.
Por las dudas, el cuervo se mantenía callado, porque no confiaba mucho en el zorro, pero lo
que este le decía lo ponía cada vez más contento, hasta se había olvidado del queso. Ahora el
zorro hablaba de lo bien que le quedaba el amarillo del pico
con el color del plumaje y que su pico era uno de los
más fuertes y vistosos.
_Y me imagino _dijo el zorro_ que tu voz
debe ser mil veces más hermosa que tu pico.
Seguro que tu canto suena como el de un
príncipe encantado. Pero bueno, no quiero
molestarte más, solo quería que supieras que sos el
ave más especial de este bosque, te dejo comer tranquilo.
El cuervo, más que feliz, creyendo que tenía esa grandiosa
voz, abrió la boca para impresionar al zorro, pero no solo le salió
un horrible graznido, sino que se le cayó el queso.
_¡Gracias! _dijo el zorro y, rápidamente, lo tomó y salió
corriendo con el rico bocado_. Creo que hoy aprendiste una
lección, cuervo feo _se burló el zorro.
“El cuervo se dio cuenta del engaño y eso lo puso triste y le hizo daño,
porque el zorro, astuto y mentiroso, le hizo creer que él era hermoso.”
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Así fue que se pusieron de acuerdo, y el domingo a la tarde se haría la gran carrera.
La liebre se reía y les decía a todos los animales que no se perdieran la carrera
más corta de la historia, en la que ella ganaría en cinco minutos.
Todos colaboraron armando la largada y la llegada con grandes carteles
de colores. Colocaron mesitas para la venta de nueces, frutas, bebidas y
banderines. Compraron una medalla como premio y mandaron a hacer
remeras con las caras de la liebre y la tortuga.
¡Cuánta emoción! Todo estaba listo, el público ansioso por ver esa
insólita carrera y las corredoras ubicadas en sus puestos.
_Preparadas, listas... ¡ya! _gritó la lechuza desde
un árbol, y ahí nomás empezó a caminar
la tortuga muy concentrada,
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mientras que la liebre les decía a todos que le iba a dejar ventaja porque ella solo necesitaba
dos o tres saltos para llegar cómoda a la meta.
Al rato la liebre arrancó a correr y dejó atrás a la tortuga. Luego caminó un poco,
mirando que todavía estaba muy lejos la lenta corredora.
_Me sobra el tiempo _pensó_, así que voy a descansar un rato en la hierba fresca y a
retomar la carrera más tarde, total, siempre le ganaré. Por algo soy la más veloz y no
necesito más que unos minutos para alcanzar la llegada _se dijo la liebre. Y recostada en la
hierba, mirando pasar las nubes, y mordiendo una ramita, la liebre se quedó dormida.
Un rato después pasó por ahí la tortuga, que venía despacio pero sin detenerse nunca.
Vio a la liebre profundamente dormida y siguió su ruta sin distraerse con nada.
Cuando la liebre se despertó fue hacia el camino y vio a lo lejos que la tortuga se estaba
acercando a la meta. Salió corriendo con todas sus fuerzas, ¡pero ya era tarde! La tortuga
había ganado la carrera.
_¡Vivaaaa! ¡Vivaaaa!_gritaban todos festejando el triunfo de la tortuga. Casi no lo podían
creer pero la tortuga demostró que el esfuerzo nos ayuda a lograr lo que queremos, y la
liebre comprendió que creerse más que los demás y burlarse de ellos no es de buenos amigos.
Así que pidió disculpas y dijo:
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Pero al pasar los días, la lluvia que se esperaba para regar el maíz no llegaba. Pasaron más
y más días. La tierra quedó reseca. Las plantas se empezaron a secar. Los ancianos de la tribu
pedían a los dioses protectores que les mandaran un poco de lluvia, pero no caía ni una gota.
Ombí descubrió que de todo lo sembrado solo quedaba viva una sola plantita. Antes de
perderla se arrodilló y la tapó con su cuerpo para que el sol no la siguiera quemando, y mientras
lloraba, la regaba con sus lágrimas. No quiso moverse de ahí.
Al otro día todos salieron a buscarla pero lo único que encontraron fue una planta de maíz
que había vivido gracias a la sombra de una hierba gigante que crecía a su lado.
Esa hierba gigante era Ombí transformada por los
dioses para proteger el cultivo y dar sombra
para siempre. La tribu, para
recordar a la joven, llamó a esa
nueva planta: Ombú.
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Las luciérnagas
(leyenda del litoral)
Cuenta la leyenda que al principio de
los tiempos, cuando el dios Tupá creo el
mundo, les entregó a los hombres el fuego
para abrigarse en las noches frías.
Con el fuego se protegían del frío y
cocinaban. Hacían grandes fogatas y sentados
alrededor contaban historias, cantaban canciones y
disfrutaban de estar juntos frente al calor del fuego.
Añá, un dios que no era bueno, los vio tan felices que
se llenó de rabia. Pensaba que los hombres estarían pasando frío
pero se encontró con que tenían fuego y estaban contentos y en paz.
Muy enojado se transformó en viento y pasó por cada fogata soplando con todas sus
fuerzas para apagarlas.
Soplaba y soplaba para que no quedase ni una encendida, las chispas volaban de aquí
para allá y Añá las perseguía desesperado.
Las personas se quedaron asustadas, casi sin poder moverse del miedo.
Pero Tupá lo estaba viendo todo, y decidió engañar a Añá transformando las chispas
que perseguía en pequeños insectos que volaban prendiendo y apagando una lucecita, a los
que llamó isondúes.
Añá, sin darse cuenta del engaño, siguió persiguiendo a los insectos que se alejaban,
soplando y soplando para apagarlos.
Tupá volvió donde estaban los hombres y les enseñó a reavivar el fuego con las brasas
que habían quedado aún encendidas.
Fue así como nacieron las isondúes, que nosotros llamamos luciérnagas o bichitos de
luz, y que todavía andan volando de aquí para allá, con sus lucecitas, engañando a Añá que
aún las persigue para apagarlas.
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De repente, entre la gente, apareció una señora bajita y sonriente que dijo:
_No nos quejemos, hay tantas cosas hermosas para mirar en nuestro mundo: miren el
cielo celeste, las montañas, los pájaros, los ríos…
El dios Tupá, desde lejos, escuchó las palabras de la mujer y se puso
contento, entonces le arrojó un ramo muy grande de flores.
_¡Miren, miren! Tupá nos manda de regalo estas flores.
¡Qué bellas son! _dijo la señora.
_¿Y para qué queremos ramos de flores si no nos sirven
para comer? _dijo un señor de grandes bigotes.
_¡Oh! Pero lo más importante no es la comida _respondió
la señora_. Las flores dan alegría y embellecen nuestro mundo;
voy a ponerlas a la orilla del río, junto al agua, para que no se marchiten.
De repente, las coloridas flores empezaron a saltar al agua.
¿Cómo podía ser esto posible? ¡Es que se habían convertido
en peces! Alegres peces rojos, plateados, dorados, azules,
naranjas, que saltaban buscando el agua, para vivir.
Desde ese día hay peces en los ríos y mares, y
muchos de ellos son un gran alimento para las
personas. La gente agradeció a Tupá por
los peces, y a la señora por haberles
enseñado a mirar y disfrutar de las
maravillas del mundo.
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El pehué
́n (leyenda de la patagonia)
Al principio de los tiempos, el pueblo tehuelche
adoraba a un árbol llamado pehuén. Bajo sus ramas
hacían sus pedidos a los dioses y les ofrecían regalos
como plantas, flores y piedras. Pero no comían los
frutos que daba este árbol, porque pensaban que
eran venenosos.
Una vez, en invierno, hizo muchísimo frío y a la tribu
no le alcanzaba el alimento. Muy preocupado, el cacique mandó a sus
hombres más fuertes para que fueran a buscar por todo el bosque
algo que pudiesen comer.
Pasaron los días y los hombres volvieron, ¡sin haber encontrado
nada! Solo un joven llegó con una bolsa sobre la espalda. Pero, ¿qué había
conseguido? Cuando abrió la bolsa vieron que estaba llena de frutos del pehuén.
_¿Y para qué queremos esto _le dijeron todos_ si no los podemos comer?
_Es que en el camino me encontré con un anciano y me dijo que los frutos del pehuén eran un
excelente alimento, solo debemos hervirlos y tostarlos para que resulten exquisitos –les explicó el joven.
Todos se miraron asombrados, un poco desconfiados, pero pusieron manos a la obra.
Hirvieron y tostaron los piñones. Y al probarlos, se encontraron con que eran riquísimos. Y,
según había dicho el anciano, un piñón alimenta a una persona por varios días.
El cacique, con su sabiduría, se dio cuenta de que el anciano era el mismo Huenechén, dios
de los tehuelches, que había bajado para ayudarlos. Desde ese día, el pehuén es el árbol
sagrado para ellos, porque los ayudó a no pasar hambre nunca más.
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Y como nadie alcanzó a poner nada, el pobre sapo cayó sobre piedras y plantas con espinas
que lo lastimaron todo. Tuvo la suerte de que sus heridas sanaron muy pronto, y en su lugar
quedaron manchitas como las que tienen todos los sapos que conocemos ahora.
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