Patriarcado Capitalismo Clases Sociales

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Patriarcado, capitalismo y clases sociales

Chapter · January 2005

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Enrico Mora
Autonomous University of Barcelona
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Versión pre-print. Publicado en: El género quebrantado. Sobre la violencia, la libertad y los derechos de la mujer en
el nuevo milenio, Edition: La Catarata, Chapter: Patriarcado, capitalismo y clases sociales, Publisher: La Catarata,
Editors: Joaquin Giró, pp.143-181

PATRIARCADO, CAPITALISMO Y CLASES SOCIALES


1
Enrico Mora

Si tuviéramos que decir cual es la dificultad más extendida que encierran las
diversas nociones al uso de clase social para analizar las sociedades occidentales
contemporáneas, es su marcado sesgo patriarcal. Nos referimos a que se considera que
las clases sociales hay que analizarlas a partir de las relaciones capitalistas de
producción (fijándonos, por ejemplo, en la propiedad privada de los medios de
producción) o a partir de sus efectos (fijándonos, por ejemplo, en los ingresos). Ese
sesgo fundamental se construye ignorando unas determinadas relaciones de producción
en la formación de las clases sociales: las patriarcales. La introducción en el análisis de
las clases sociales de la dimensión patriarcal lo ha desarrollado a fondo la tradición
feminista, con sus evidentes debates y confrontaciones, pero ésta queda silenciada en
los análisis convencionales de las clases sociales. Basta ojear algunos manuales de
estructura social que encontramos en las librerías españolas (Bretones, 2001; Kerbo,
1999; Miguélez, García, Rebollo, et altri 1997; Feito, 1995a, 1995b; Crompton, 1994;
Giddens, 1991), de los más recientes a los más antiguos. Es cierto, se habla del
problema de la mujer (cómo si fuera sectorial), a veces como temática de capítulos
cajón de sastre rubricados como otros elementos a tener en cuenta. A veces como el
problema de la unidad de análisis en las discusiones sobre si hay que tomar al individuo,
a la familia, a una combinación de ambos. A veces como posiciones contradictorias de
clase. A veces como análisis de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo.
A veces...

¿Clases sociales capitalistas patriarcales?

Entendemos que las relaciones de producción pasan por su concreción histórica


capitalista, pero, al mismo tiempo patriarcal (adelantamos que manejamos una
concepción de clase que se apoya en la noción de relaciones de producción, punto que
tratamos en el apartado siguiente). Eso quiere decir que analizar las clases sociales pasa
por analizar las relaciones de producción capitalistas patriarcales. Esta forma de enfocar
las cosas (que se apoya en autoras como Delphy, Walby, Hartmann e Izquierdo) se aleja
de las concepciones que asignan en exclusiva la noción de clase social y el de relaciones
de producción al análisis del capitalismo occidental contemporáneo. Véanse, como
ejemplos de estas concepciones a: Wright, Bourdieu, Miliband, Goldthorpe, Giddens,
Parkin, Poulantzas y Lockwood. En estas propuestas se consideran que determinadas

1
El presente texto es fruto de una investigación, bajo la forma de tesis doctoral, titulada Las clases
sociales como forma de interacción social. Una estrategia de aproximación, dirigida por María Jesús
Izquierdo, y defendida en la Universitat Autònoma de Barcelona. Esta investigación se ha llevado a cabo
en el marco del Grup d'Estudis sobre Sentiments, Emocions i Societat (GESES) de la UAB, coordinadora
del cual es M.J. Izquierdo. Específicamente, se ha desarrollado en la línea de investigación Relaciones de
producción, subjetividad, sentimientos y acción. Esta línea tiene por objeto analizar la relación entre la
creación de la subjetividad y su objetivación. Es decir, se interesa por la relación entre las condiciones
que producen subjetividad y las condiciones en las que ésta se expresa y actúa. La noción de relaciones de
producción es un concepto clave para abordar este interés, leído en sus dimensiones capitalista y
patriarcal. Agradezco a M.J. Izquierdo sus comentarios a lo aquí expuesto, y a S. Melero por su constante
apoyo.
relaciones de producción las podemos conceptualizar en términos de clase social,
mientras que otras no. No se tiene en cuenta que la producción de nuestra existencia no
sólo pasa por su dimensión capitalista.

Dos ejemplos radicalmente distintos: Miliband y Delphy

Un ejemplo muy vistoso de entender las clases sociales en términos capitalistas


y dotadas de centralidad ontológica, repetidamente discutida por distintas autoras
(Mouffe, Laclau, Hartmann, Walby, Rubin, etc.), es para nosotros el análisis que hace
del asunto Miliband (1990). Para Miliband, las críticas hechas al análisis de clases en
tanto es incapaz de explicar el sexismo, el racismo, los nacionalismos, etc. ignoran el
potencial de la explicación del análisis de clase (entendidas de la forma convencional y
definidas en términos capitalistas). Si bien reconoce la importancia de dichas formas de
desigualdad, para el autor la principal y a la cual de algún modo se pueden reducir todas
las demás es la de clase. Nos dice que se pasa por alto, muchas veces, que las mujeres,
los negros, y los miembros de otras minorías son también miembros de una clase y
están inevitablemente situados en algún punto de la estructura social. Es perfectamente
legítimo, sostiene el autor, que,

"(…) las mujeres, los negros y otros, afirmen y sientan con gran intensidad que por encima de
todo son mujeres, negros o cualquier otra cosa y que es esto más que ninguna otra cosa lo que les
confiere su identidad y lo que define su ser social. Pero su sentido de una identidad particular no
reduce la importancia de la clase en tanto que componente intrínseco de su «ser social» y, yo
añadiría, en tanto que componente decisivo de su «ser social»" (Miliband, 1990: 440).

La desigualdad por razón de sexo o de raza2 queda conceptualizada como una


desigualdad que tiene que ver con la subjetividad de quien vive «sentirse por encima de
todo mujer»3, mientras que la de clase, dada su posición central, a juicio del autor, es
algo que está más allá de la subjetividad. Es una cuestión de objetividad. Nos dice,

“[esos individuos son de clase obrera] tenga o no conciencia de su status proletario. (...)
Tampoco el hecho de que formen parte de la población subordinada significa que sean
necesariamente conscientes de su posición de subordinación. La noción de conciencia es un
problema enteramente distinto a la cuestión de su “posición objetiva” en la sociedad.” (Miliband,
1990: 427).

El sexismo o el racismo tiene que ver más con la conciencia, la subjetividad, las
cuales dependen de las "bases" objetivas de la desigualdad, que son las de clase. ¿En
qué concreta Miliband esa dependencia? Para Miliband, la relación del sexismo y el
racismo con la sociedad de clases puede entenderse de dos formas distintas: 1) Es fácil
ver que gran parte de la discriminación que los obreros blancos ejercen respecto de las
mujeres y los negros se deriva, nos dice, de lo que podemos llamar motivos
económicos, y debe considerarse una expresión de su posición de clase y de su deseo de
fortalecer o mantener su posición negociadora frente a los empresarios, enfrentados a lo
que consideran una amenaza a esa posición. Desde este punto de vista, la segregación
social tiene fuertes razones económicas y está estrechamente ligada a la competencia
entre trabajadores que les impone el capitalismo. 2) Es claro que puede afirmarse, nos

2
Como veremos un poco más adelante tanto el sexo como la raza son lecturas sociales del cuerpo, que lo
producen como cuerpo sexuado y racial.
3
Lo que no implica que el autor niegue que la propiedad de ser mujer es algo objetivo. Lo que no es
objetivo es tomar dicha propiedad como base explicativa de su desigualdad. La desigualdad sexual es,
según el autor, reducible a la desigualdad de clase.
2
dice Miliband, que existen prejuicios, odios, y exclusión incluso cuando no existe
ninguna causa “económica” plausible; un ejemplo, nos dice, es la violencia masculina
en contra de las mujeres, ejercida por la clase trabajadora tanto como por los hombres
de la burguesía, y tanto en contra de las mujeres pertenecientes a la clase burguesa como
en contra de las mujeres que pertenecen a la clase obrera. Pero tampoco en este caso
parece, nos dice Miliband, un reduccionismo injustificado afirmar que estas son
expresiones patológicas de los profundos “rencores de clase”, de las múltiples
alienaciones y deformaciones psicológicas producidas por la sociedad de clases, con
todas las crueldades, brutalidades y represiones y traumas que engendran. Los hombres,
continua Miliband, (y mujeres) buscan salir de sus dificultades y problemas privados y
con frecuencia lo hacen de forma irracional, enfermiza o perversa. (Miliband, 1990:
441-442). En última instancia, el sexismo o el racismo responden a las relaciones
capitalistas de clase. Podemos esquematizar su razonamiento del siguiente modo:

Si
La desigualdad de clase está más allá de la conciencia
La desigualdad por razón de clase es una
de ello Dicha desigualdad no depende de si es sentida
cuestión “objetiva” è como tal.
Y
La desigualdad por razón de sexo (por poner un La desigualdad por razón de sexo depende de sentirse
ejemplo) es una cuestión “subjetiva” è mujer. La base objetiva de dicha desigualdad no es el
sexo.
Entonces
La desigualdad por razón de sexo no equivale La desigualdad por razón de sexo no se puede
epistemológicamente a la desigualdad por razón determinar de forma “objetiva”, sino sólo de forma
de clase è subjetiva, mientras que la desigualdad por razón de
clase se puede determinar de forma “objetiva”, sin la
necesidad de la “subjetiva”. La explicación de la
desigualdad por razón de sexo está en la base objetiva:
la desigualdad de clase.

De esta argumentación se deriva que, en un marco epistemológico que privilegia


“lo objetivo” sobre “lo subjetivo” (“lo objetivo” tiene una pretensión de validez y de
verdad “superior” a “lo subjetivo”) la desigualdad por razón de clase es más
fundamental que la de sexo, o depende de ella, dado que podríamos equiparar el sentir
de clase con el sentir de sexo, puesto que sólo en el nivel de la conciencia son
equiparables. La consecuencia es que la base “objetiva” de dicha desigualdad es la
clase. Una objetividad que obliga. Como dice Maturana (1996), siempre que queremos
compeler a alguien para que actúe según nuestros deseos, y no podemos o no queremos
usar la fuerza bruta, ofrecemos lo que pretendemos en un argumento objetivo racional.

La réplica, también quizás más vistosa, y para nosotros especialmente sugerente,


la encontramos en Delphy. Una replica, evidentemente no en un orden cronológico, sino
conceptual. En la propuesta de Delphy encontramos los primeros elementos que nos
permiten interrogarnos sobre el concepto de clase que trasciende la definición
capitalista. Se apoya en una lectura del patriarcado en términos de modo de producción
caracterizado por relaciones de producción explotadoras. Sitúa su propuesta como una
forma de responder a los análisis que se llevaban a cabo en su época (y que no están tan
alejados de los más recientes, como hemos ejemplificado) los cuales,

3
"(...) prescinden pura y simplemente de analizar las relaciones específicas de las mujeres con la
producción, es decir, que no se realiza un análisis de clase." (Delphy, 1985:11)
El planteamiento de Delphy es que las mujeres casadas, que realizan
gratuitamente4 tareas domésticas, están explotadas por los beneficiarios de esta
situación, esto es, sus maridos. Este modo de explotación, basados en el trabajo
doméstico concebido como producción, da lugar a un modo de producción doméstico
autónomo5. Así, el trabajo doméstico es tal, no en tanto las tareas específicas a realizar,
sino en tanto la organización y conjunto de relaciones sociales en que se constituye. La
propuesta de Delphy tiene la virtud de poner sobre la mesa algunas de las cuestiones
que hay que afrontar para una propuesta de análisis de las clases sociales en sus
dimensiones capitalista y patriarcal. Es bien sabido que su planteamiento, no iba
dirigido a la elaboración de una noción de clase capitalista patriarcal sino más bien al
establecimiento de clases sexuales (y por lo tanto desligadas de las relaciones de
producción capitalistas). Si bien no compartimos ese propósito6, sus reflexiones sobre la
noción de producción, de explotación y de clases sexuales se nos revelan muy
sugerentes. Compartimos la preocupación de analizar estas cuestiones para proponer
una concepción de clases que supere, como hemos dicho, la enajenación de las
relaciones patriarcales, sin embargo estas mismas cuestiones han estado en el centro de
diversas críticas (como por ejemplo, Molyneux, 1994; Benería, 1981; Crompton, 1994)7
cuestionando su viabilidad y pertinencia para hablar de la desigualdad de las mujeres.

Más allá de las ambigüedades terminológicas y conceptuales que han puesto en


evidencia dichas críticas, podemos destacar algunas de sus aportaciones particularmente
útiles para clarificar qué quiere decir introducir la dimensión patriarcal en la definición
de clase. Un primer aspecto es que Delphy entiende que las "esposas" (a veces las
denomina mujeres, a veces esclavas, con las ambigüedades8 que ello conlleva), o lo que
nosotros denominamos amas de casa, participan de unas relaciones sociales comunes,
más allá de si tienen un contrato matrimonial con un empresario o con un obrero. Esto
implica trascender la noción de clase, más allá del capitalismo y que difícilmente se
pueden subsumir en las clases capitalistas. Así, nos dice,

"(...) las prestaciones de la mujer casada no son concretas, sino que dependen de la voluntad del
patrono, esto es, del marido. Las prestaciones tampoco se remuneran según un baremo fijo; el
sustento que recibe la mujer no depende del trabajo realizado, sino de la riqueza y la buena
voluntad de su marido. Por un mismo trabajo, la crianza de tres hijos, por ejemplo, la mujer de
un obrero y la mujer de un ejecutivo reciben un sustento, que varía en una proporción de uno a

4
Para nosotros es discutible el concepto de gratuidad, pues, cómo mínimo, el ama de casa hace las tareas
a cambio de la supervivencia. Lo que reciben ellas no guarda relación con lo que han dado. Depende de la
recursos del marido y su voluntad: en buena parte es arbitrario.
5
Es discutible hablar de un modo de producción doméstico autónomo, al entender que patriarcado y
capitalismo están estrechamente relacionados. Tampoco podemos hablar de un modo de producción
capitalista autónomo.
6
Propósito que cae en aquella tendencia a subsumir el concepto de clase en las categorías patriarcales.
7
Quizás una de las críticas más conocidas es la de Molyneux (1994), la cual cuestiona la aplicación de los
conceptos de modo de producción, explotación, relaciones de explotación y de clase al contexto
patriarcal. Si bien Molyneux hace una lectura marxista de estas categorías bastante estrecha (y en
ocasiones muy discutible, como cuando cuestiona a Delphy la pertinencia de definir a los maridos como
explotadores, usando como argumento que los niños también son explotadores en cuanto recibe el trabajo
de sus madres en calidad de amas de casa), y no siempre precisa (cuando habla de explotación a veces se
confunde la reciprocidad con la apropiación), hay una objeción de fondo que compartimos: la
imposibilidad de definir un modo de producción doméstico desvinculado del modo de producción
capitalista.
8
Spelman (1991) avisa del problema.
4
diez. A cambio del mismo sustento, la mujer realiza prestaciones muy distintas según cuales sean
las necesidades de su marido. Así, las mujeres de burgués deben realizar menos prestaciones de
trabajo doméstico a cambio de un aumento de las prestaciones de representación social. Puesto
que las prestaciones recibidas no guardan relación alguna con las prestaciones aportadas, las
mujeres no tienen la posibilidad de mejorar sus servicios y así aumentar su nivel de vida y la
única solución posible para ellas es prestar los mismos servicios a un hombre más rico; la
consecuencia lógica del no valor de su trabajo es la carrera para hacer una buena boda. Pero si su
matrimonio con un hombre de la clase poseedora puede elevar el nivel de vida de una mujer, eso
no la incorpora a dicha clase. En efecto, ella misma no posee los medios de producción. Por
tanto, su nivel de vida no depende de las relaciones de producción de clase que pueda mantener
con los proletarios, sino de las relaciones de producción de servidumbre que mantiene con su
marido. En la mayoría de los casos, las mujeres de burgués cuyo matrimonio se acaba tienen que
ganarse la vida como asalariadas; con ellos pasan a ser en términos concretos con la desventaja
añadida de la edad y/o la carencia de formación profesional las proletarias que ya eran en
potencia." (Delphy, 1985: 23).

Desde este punto de vista, la concepción de la actividad de las amas de casa, o si


se prefiere de las mujeres, no se reduce a la reproducción de la fuerza de trabajo, que
para un nutrido sector del feminismo, especialmente marxista, reducía la producción
doméstica, encarnada en las amas de casa, como un proceso estrechamente vinculado
con la clase trabajadora. Desde el punto de vista de Delphy, la producción doméstica no
es reducible a la clase trabajadora, insinuando lo que Izquierdo (1998b) ha denominado
la producción de fuerza de explotación para referirse a la actividad de las amas de casa
casadas con los ganadores de pan empresarios. Lo que se está diciendo es que una ama
de casa no deja de serlo aunque se cuide de la casa de un empresario.9 Un segundo
aspecto, es la insistencia en analizar la producción doméstica en clave de relaciones de
producción, y por lo tanto atender mucho más a las relaciones sociales que la definen,
que a las actividades en si mismas que se llevan a cabo (cuestión esta, que no queda
siempre muy clara cuando aplicamos el binomio producción/reproducción, que parece
que atienda más a la sustancia de las actividades que a las relaciones en que se llevan a
cabo). Un tercer aspecto, es situar como un eje central para analizar la desigualdad de
las mujeres respecto de los hombres las relaciones de explotación donde los unos se
quedan con lo que producen las otras.

En una dirección similar, Walby sitúa también la noción de explotación como un


elemento fundamental para analizar las relaciones patriarcales. Considera que las amas
de casa y sus maridos constituyen y son constituidas en clases sociales distintas. De
acuerdo con Walby, todas las amas de casa son explotadas por sus maridos. Y ello con
independencia de las horas dedicadas a las tareas domésticas y con independencia de los
ingresos del marido dado que son las relaciones sociales en el ámbito del modo de
producción patriarcal las que definen su situación. Así mismo, entre ellos existe una
relación de subordinación y sobreordenación en cuanto a la división del trabajo familiar
y el control de los recursos y de las prioridades. Sin embargo, a diferencia de Delphy,
Walby, al analizar las relaciones patriarcales en relación con las capitalistas, nos ofrece
una importante sugerencia: leer en términos patriarcales las relaciones de producción

9
Eso no quita que para las amas de casa impliquen condiciones para desarrollar las propias actividades, el
tipo de actividades, así como los estilos de vida, diferenciados, si hablamos de amas de casa de una
familia de un trabajador o de un empresario. Lo que nos interesa es identificar, en el contexto de las
relaciones de producción capitalista patriarcales, cuáles son los procesos fundamentales que rigen la
producción de la vida (aunque la vida sea un efecto no previsto de dichas relaciones) y por lo tanto que es
lo que hay más en común, y no lo que más se diferencia, desde una mirada contingente.
5
capitalistas. A continuación indicamos la noción de relaciones de producción que
manejamos y las consecuencias que ello tiene para la noción de clase social.

Relaciones de producción, capitalismo patriarcal y clases sociales

Hablar de clases sociales es remitirse al análisis histórico de las relaciones


existentes entre quienes producimos nuestra vida en el momento en que la producimos,
es decir, a las relaciones que establecemos los sujetos en la actividad de orientar las
propias acciones para satisfacer nuestras necesidades. Relaciones que, cuando hablamos
de clases, son de explotación. Para llevar a cabo dicho análisis nos apoyamos en la
perspectiva marxiana de las relaciones sociales en general y de las clases sociales en
particular, donde el concepto de relaciones de producción desempeña un papel
fundamental para la definición de las clases sociales. Tanto en la manera de hacer
(desde los medios hasta la realización del trabajo pasando por la planificación) como en
lo qué hay que satisfacer (utilidad del trabajo)10 intervienen una gran variabilidad de
posibilidades a lo largo del tiempo y del espacio. Marx considera que esta variabilidad
de modos y de contenidos constituye a lo largo de la historia diversos modos de
producción de vida. Cada modo de producción está vinculado con determinadas
relaciones de producción. Los seres humanos producimos siempre socialmente, es decir,
como miembros de una determinada forma de sociedad, en relación los unos con los
otros, incluso cuando lo hacemos aisladamente (la presencia del otro puede ser
inmediata face to face o mediata, en los objetos de trabajo, en los instrumentos, etc.).
Toda sociedad se fundamenta sobre un determinado conjunto de relaciones de
producción que históricamente han dado lugar a las clases sociales.

Desde estas premisas, entendemos que actualmente estas relaciones y vínculos


que establecemos en la producción de la vida tienen la forma capitalista y patriarcal.
Para clarificar que entendemos por capitalista y patriarcal y las relaciones entre ambos
nos apoyamos en el planteamiento de Izquierdo. Su propuesta nos permite
contextualizar la noción de relaciones de producción y de clase social desde una
concepción analítica abierta al problema de la interacción11.

La propuesta de Izquierdo

Para Izquierdo, el patriarcado y el capitalismo no son objetos separados de sus


productores, su realidad está sostenida por los seres humanos en su práctica vital, y
tienen tanta duración como la práctica vital de los seres humanos que encarnan ese
conjunto de relaciones. Eso es lo que hace de las relaciones sociales algo precario y a la
vez tan consistente. Es más, esos haceres tienen lugar en relación, aunque a menudo no

10
En un sentido estricto, lo que producimos son bienes y servicios que alguien puede encontrar útiles.
Producción es generación de objetos que tienen como mínimo un valor de uso.
11
En el marco de la investigación en la que se apoya este texto, proponemos situar también en el centro
del análisis de clase las interacciones sociales. Partimos de la premisa de que las interacciones sociales de
les sujetos constituyen, sostienen y transforman lo social, de forma precaria y contingente en unas
circunstancias no elegidas. Nuestra propuesta de entender las relaciones de producción en términos de
interacción social se entronca directamente con aquel enunciado tan conocido de Marx, “Los seres
humanos hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo circunstancias elegidas por ellos
mismos, sino bajo circunstancias directamente dadas y heredadas del pasado. La tradición de todas las
generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” (Marx, 1982: 11). Esto implica
que nuestra lectura de nociones como capitalismo, patriarcado, clase social, género, edad... estén
impregnadas por una mirada interesada en la interacción.
6
dejen ver la relación, o mejor dicho se conviertan en relaciones fetichistas. Desde esta
perspectiva, nos dice Izquierdo, el capitalismo no es algo que los capitalistas hacen a los
trabajadores, ni algo que el sistema les “hace” a los unos y a los otros, sino algo que los
unos y los otros producen conjuntamente; es el proceso de relacionarse. De igual modo
ocurre con el patriarcado: es efecto de las relaciones que se establecen entre las mujeres,
los hombres y su descendencia que toman las diferencias entre sexos y generaciones
como anteriores a esas relaciones y por ello autónomas (Izquierdo, 1998b: 220).

Por patriarcado Izquierdo entiende un conjunto de relaciones sociales entre los


sujetos que se apoya en las diferencias físicas de edad y de sexo y al mismo tiempo las
dota de significado social, produciendo subjetividades. Su fundamento son las,

"relaciones sociales de explotación sexual y económica que hallan su expresión política en el


poder personal y/o social de los patriarcas. Aunque se basa en la explotación, por tanto en
acciones humanas que tienen consecuencias materiales objetivas, los actores del drama se
separan emocional y cognitivamente de sus propios productos. El resultado es que toman las
diferencias entre sexos y generaciones, fruto de las relaciones que establecen, como anteriores a
esas relaciones y por ello autónomas. (...) a pesar de las diferencias históricas y geográficas, hay
un mínimo común denominador, la pérdida de control económico de los productos de las
mujeres y la decisión arbitraria sobre el ingreso en la edad adulta, sobre la que no tienen control
los propios sujetos." (Izquierdo, 1998b: 2234)

El patriarcado se constituye en la separación básica entre el patriarca y el


patrimonio. Se trata de la separación entre quienes tienen el control efectivo, lo ejerzan
o no, del proceso de generación inmediata de la vida humana, los patriarcas, y quienes
la generan, las mujeres, y sus productos, las criaturas. Las bases que han permitido ese
control de la mujer y de las hijas e hijos por parte del patriarca se han ido modificando a
lo largo de la historia y son distintas geográficamente. Esto quiere decir, que en cuanto a
las relaciones de sexo y género, el patriarcado implica un conjunto de relaciones
sociales en el cual hay relaciones jerárquicas entre los hombres y una solidaridad entre
ellos, que les permiten controlar a las mujeres. El patriarcado es por lo tanto el sistema
histórico de explotación de las mujeres por los hombres. Pero el patriarcado implica
también relaciones sociales de edad, lo que supone también un sistema de opresión de
los niños y niñas y de las viejas y viejos por los adultos12.

Por capitalismo Izquierdo entiende un conjunto de relaciones sociales entre los


sujetos caracterizadas por relaciones de explotación económica cuya finalidad es la
acumulación de capital. Se funda en la separación entre trabajo y capital, mediante la
cual los medios de producción quedan separados de los trabajadores, razón por la cual
estos pierden el control de las decisiones sobre la producción. En esas relaciones, la
propia capacidad de trabajo se convierte en mercancía, la riqueza humana de
experiencias, conocimientos, capacidades, aspiraciones, afectos, habilidades, se presenta
bajo la forma de mercancía, lo que significa que no se concibe sino como algo vendible

12
En el discurso sobre el patriarcado es poco usual referirse a la dimensión de la edad, como un elemento
definidor, y cuya importancia, como se especula en los orígenes de la humanidad, fue central, al
establecer la primera división social, entre aquellos que pueden producir y aquellos que no (algo evidente
para los muy niños o niñas y los muy viejos y viejas), (Izquierdo, 1983). Y es precisamente el ignorar esta
dimensión que lleva a algunas autoras, como Rubin, a considerar que el término de patriarcado (que
considera inadecuado aplicarlo en el análisis de las sociedades occidentales) debería substituirse por el de
sistema sexo/género o por el de orden del género de dominación masculina (maledominated gender
order).
7
(Izquierdo, 1998b: 230). Así, lo que mueven las relaciones sociales capitalistas no es la
producción de la riqueza, ni siquiera la producción de riqueza en forma de mercancías,
sino la producción de capital. En el capitalismo, el ser humano y su capacidad de
producir riqueza en forma de mercancías se vuelve superflua y el capital se hace
necesario. La separación entre trabajo y capital hace que el trabajador no tenga garantía
de obtener sus medios de vida por el hecho de ser capaz de producir riqueza (en cuanto
trabajo excedente). Su supervivencia depende de algo fuera de su control, y también, al
menos en parte, fuera de control de quien ha comprado su fuerza de trabajo. Depende de
que su trabajo sea valorizado, es decir, que alguien lo compre, al comprar los bienes o
servicios que lo llevan incorporado (Izquierdo, 1998b: 232).

En este contexto, hablar de capitalismo patriarcal se apoya en el implícito de que


hay una estrecha relación entre ambas nociones. Como dice Hartmann (1980), no hay
un capitalismo puro, como tampoco hay un patriarcado puro, ya que los dos deben
coexistir necesariamente. El análisis de dicha relación ha sido objeto de amplios
debates13 (eso sí, básicamente en el contexto feminista), y cuya propuesta que nos
ofrece Izquierdo permite aproximarse de forma dinámica e histórica a dicha relación,
evitando reificar dichos conceptos14. En unos momentos pesa más el patriarcado, en
otros el capitalismo. Para Izquierdo (1998b) no podemos decir que la sociedad es
fundamentalmente capitalista o es fundamentalmente patriarcal, porque el capitalismo
es hacer capitalismo y el patriarcado es hacer patriarcado.

Nuestros intereses, intenciones, propósitos, son cambiantes y contradictorios, y


además, rara vez se reflejan con fidelidad los propósitos que teníamos al emprender
nuestras acciones, en los resultados que obtenemos. El grado en que la manera de hacer
capitalista supedita a la manera de hacer patriarcal se evidencia en el tratamiento
privilegiado que reciben los ganadores de pan, los patriarcas, en términos comparativos
respecto del resto de los trabajadores, con relación al nivel de ingresos, seguridad en el
empleo o condiciones de contratación. De hecho, el hacer del ganador de pan se produce
en ese tratamiento privilegiado. El grado en que la manera de hacer y relacionarse
patriarcal se supedita a la capitalista, se evidencia y hace posible por la autonomía
financiera del patrimonio, respecto del patriarca, y por las condiciones de distribución
del trabajo en el hogar en función del sexo y de la edad. Así pues,

"La organización de la producción de mercancías se puede hacer persiguiendo como objetivo


prioritario la maximización de los beneficios. Incluso si ese objetivo genera tensiones en la
estructura de relaciones familiares, en el sentido de estabilizar o debilitar las relaciones de poder
en el seno de la misma. Esto significa que podría ponerse en crisis la figura del 'ganador de pan'
atribuyendo el salario y el empleo a individuos y no a representantes de familias, o para ser más
exacta a individuos, al margen de sí representan o no a una familia. Si se supedita la
maximización de beneficios a la estabilidad familiar, se protege la figura de ganador de pan
aunque sea posible producir lo mismo a un coste más bajo, que si se contratara a personas que en
la familia no ocuparan la posición de patriarca. Patronal y sindicatos coinciden en considerar
prioritarios en cualquier proceso negociador los efectos que puedan provocar sobre los
trabajadores las decisiones tomadas, no tanto como individuos, sino como miembros de una

13
La articulación conceptual del patriarcado y del capitalismo ha sido objeto de interés casi
exclusivamente en el contexto del feminismo, y sobre la misma no ha habido un consenso (Izquierdo,
1998b: 238, ofrece una útil tipología sobre la relación entre patriarcado y capitalismo).
14
Este ha sido precisamente uno de los riesgo del empleo de la noción de patriarcado, entendido como un
universal ahistórico que reenvía a un supuesto proceso de dominación global, unidimensional y
unidireccional, tal y como nos alerta Butler (2001) y Varela (1997). Pero lo mismo se podría aplicar a la
noción de capitalismo.
8
familia. Esto nos autoriza a sospechar que el fundamento del capitalismo se encuentra en el
patriarcado. En situaciones límite, se acuerda preservar el salario y el empleo de los 'ganadores
de pan', aquellos asalariados que en su casa tienen la posición de cabezas de familia". (Izquierdo,
1998b: 2434)

La historia y nuestra experiencia nos enseñan que estos dos aspectos de la


producción están estrechamente interrelacionados. Los cambios en el uno crean
habitualmente movimientos, tensiones o contradicciones en el otro15. Es en este sentido
que podemos decir que el patriarcado transforma el capitalismo moderno de la misma
manera como el desarrollo del capitalismo transforma las instituciones patriarcales
(Hartmann, 1980). Es en este marco conceptual donde nos remitimos para hablar de las
relaciones de producción y con ello de las clases capitalista patriarcales. Pero esto tiene
consecuencias sobre el análisis de clase que habitualmente conocemos. En especial
sobre la noción de clase, la definición del concepto de producción y el establecimiento
de la unidad de análisis de clase.

Hacia un concepto de clase capitalista patriarcal

No compartimos el reduccionismo clásico que toma la noción de clase desligado


de las relaciones de producción patriarcal. Eso no quiere decir que pretendamos reducir
las categorías de análisis del patriarcado, como por ejemplo las nociones de patriarca,
patrimonio, sexo, género, edad... a la noción de clase. Entendemos que sería un grave
error. Como dicen Laclau y Mouffe (1987), lo que actualmente está en crisis es la
centralidad ontológica de la clase obrera, en la afirmación de la Revolución como
momento fundacional en el tránsito de un tipo de sociedad a otra, y en la ilusión de la
posibilidad de una voluntad colectiva perfectamente una y homogénea que tornaría
inútil el momento de la política. El carácter plural y multifacético que presentan las
luchas sociales contemporáneas ha terminado por disolver el fundamento último en el
que se basaba este imaginario político, poblado de sujetos “universales” y constituido en
torno a una “Historia” concebida en singular: esto es, el supuesto de “la sociedad” como
una estructura inteligible, que puede ser abarcada y dominada intelectualmente a partir
de ciertas posiciones de clase y reconstruida como orden racional y transparente a partir
de un acto fundacional de carácter político. La misma riqueza y pluralidad de las luchas
sociales contemporáneas ha generado, por consiguiente una crisis teórica. Así, por
ejemplo, ignorar esas consideraciones sería recuperar los esquemas de análisis que, al
definir la mujer como parte de la clase obrera (dado que parten de la relación de la
mujer con el capitalismo y no con el hombre), subsumen la relación de la mujer con el
hombre en la relación del trabajador con el capital (Hartmann, 1980). La consecuencia

15
Ejemplo de ello, es el vínculo entre patrimonio y propiedad capitalista, desde los intereses de los
propietarios de los medios de producción. Como dice Humphries, se ha asociado la construcción de la
sexualidad burguesa a los intereses materiales de las familias de la elite en la concentración y transmisión
hereditaria de las propiedades. Para unos hombres cuya subjetividad y significación venían determinadas
por las propiedades que poseían, la pureza de las mujeres antes del matrimonio y su fidelidad durante el
mismo eran esenciales para garantizar que no pudieran plantearse dudas con relación a la herencia. Las
instituciones encargadas de controlar la sexualidad de las mujeres, la monogamia, las leyes matrimoniales
y de divorcio, la profesión médica, las normas de urbanidad, etc., se vieron reforzadas por un estereotipo
del rol sexual femenino, generado y reproducido por las mismas instituciones que presentaban la castidad
y la modestia como la quintaesencia de las virtudes femeninas. Es este contexto, el control y dominación
de las mujeres para salvaguardar los derechos de propiedad dio paso a la concepción de las mujeres
mismas como propiedad de los hombres (Humphries, 1994: 338).
9
de ello es que los intereses de los trabajadores son comunes a los de las mujeres, cuyas
consecuencias políticas son aglutinar los movimientos de mujeres con los de
trabajadores, pero a partir de convertir las primeras en los segundos (las mujeres, y en
especial las amas de casa formarían parte de la clase obrera, dado que su situación se
consideraría un efecto de las relaciones capitalistas de producción).16

Desde un punto de vista teórico perseguimos liberar la noción de clase social de


su asimilación a sólo las relaciones de producción capitalista. Entonces tampoco nos
vale analizar las relaciones entre las desigualdades de clase y las de sexo (Combes y
Haicault, 1994), entendiendo que las primeras corresponden a la participación en la
producción y las segundas en la reproducción. No pretendemos analizar cómo influyen
las relaciones de sexo en las relaciones de clase, y las de clase en las de sexo. Nuestra
propuesta va en una dirección más restringida: señalar la necesidad de un concepto de
clase social, y por tanto de relaciones de producción, en cuya definición formen parte de
manera interrelacionada tanto los conceptos mediante los cuales analizamos el
patriarcado como los conceptos mediante los cuales analizamos el capitalismo.17 En este
sentido, decir que las relaciones de clase (definidas en términos capitalistas) están
afectadas, por ejemplo, por las relaciones de sexo no implica adoptar necesariamente
una perspectiva que incluya la dimensión patriarcal en la definición del concepto de
clase. Nos llevaría a fijarnos, por ejemplo, en la participación de mujeres y hombres en
la división capitalista del trabajo, o atendiendo tanto a la situación profesional para la
obtención de ingresos del marido como de la esposa para la asignación de las familias a
las clases sociales. En pocas palabras, definiríamos el concepto de clase de forma ciega
al sexo, si bien lo tomaríamos en cuenta en un segundo paso: cuando nos preguntamos
sobre la composición por sexo de las clases sociales en el capitalismo. En contraste,
decir que las relaciones de clase están formadas, por ejemplo, por las relaciones de sexo
nos llevaría a preguntarnos qué aspectos de las relaciones de sexo intervienen en la
definición de las clases sociales, cuestión que pasaría inexcusablemente por la
dimensión patriarcal de las relaciones sociales. Esto tiene por consecuencia que desde
nuestra perspectiva el concepto de clase no corresponde al mismo nivel analítico de, por
ejemplo, sexo o género o edad, para analizar las desigualdades. Esto significa
reinterpretar la noción de clase a la luz de las nociones elaboradas en el marco analítico
que tiene por objeto el patriarcado. Así, por ejemplo, si consideramos que las relaciones
de explotación son un criterio fundamental para definir las clases sociales, hay que
precisar qué tienen de patriarcal y de capitalista así como su relación. Eso quiere decir,
desde el punto de vista de la dimensión patriarcal analizar la explotación, por ejemplo,
en términos de las relaciones de sexo, de género y de edad. En la definición del
concepto de clase intervienen las relaciones de producción patriarcal. Clase no es un
concepto equivalente a los conceptos de sexo, género o edad: el de clase depende para
su formulación del aparato conceptual que analiza el patriarcado, de la misma manera

16
Es más, como dice Nicholson, si empleamos como criterio para demarcar la posición de clase, las
relaciones con los medios de producción, entendidas históricamente como relaciones con los medios de
producir alimentos y objetos la división de clase surge de la lucha por la apropiación de la primera
plusvalía social, es decir, el excedente social de alimentos y objetos. "Una consecuencia de semejante
definición de clase es que se elimina la consideración de conflictos históricos referentes a otras
actividades socialmente necesarias como el parto y la crianza de los hijos. Una segunda consecuencia es
que se elimina la consideración de los cambios en la organización de tales actividades en tanto que
componentes del cambio histórico. La teoría elimina de este modo de su consideración actividades que
históricamente han sido al menos un componente de las relaciones de género" (1990: 39-40).
17
Como diría Scott, nuestro intento no es el de colmar una ausencia sino más bien el de reelaborar el
conjunto conceptual que nos ocupa.
10
que depende del apartado conceptual que analiza el capitalismo. Y sexo, género o edad,
son precisamente conceptos centrales en el análisis del patriarcado, lo que no excluye un
amplio debate sobre su definición y la conveniencia de todos ellos (en especial el de
edad). Con esto compartiríamos el comentario de Wright (1995) que considera que la
noción de clase y de sexo (no habla de género), no corresponden al mismo nivel de
abstracción pero en un sentido muy distinto al que él propone. Para Wright (1995: 47),
el concepto de sexo, aunque puede ser útil para comprender las vivencias concretas de
las personas, no por ello se sigue que se deba incorporar la dimensión sexual al
concepto abstracto de clase. Incorporar esta noción significaría renunciar a la
diferenciación de la noción de clase y de sexo. Con ironía ofrece como alternativa la
noción de clexo (clasesexo). Su argumento es el de plantear que al nivel de más
abstracción el modo capitalista puro de producción no hay amas de casa. Y en eso tiene
toda la razón. Sin embargo, y ahí radica la dificultad que presenta su argumento, la
producción no es sólo capitalista sino también patriarcal. El problema no está tanto en la
categoría de sexo, sino en pensar que el concepto de clase es sólo aplicable al
capitalismo para analizar las relaciones de producción occidentales contemporáneas.
Pero si consideramos que es aplicable al patriarcado, en cuanto a lo que de relaciones de
producción tiene (claro, si pensamos que se produce algo), entonces la noción de sexo, y
en especial de género devienen fundamentales para definir la noción abstracta de clase e
igual resulta que en esa definición no sería tan absurdo, como sostiene Wright, hablar de
los clexos sociales, sin que ello quiera decir que el sexo se agote en las clases.

Si deseamos que el concepto de clase social sea un potente instrumento para


analizar algunas de las desigualdades más fundamentales que se producen cuando
producimos nuestra vida, es necesario redefinirlo teniendo en cuenta las distintas
dimensiones que caracterizan y explican la producción de la vida. A lo largo de las
últimas décadas se han puesto en evidencia que estas dimensiones no sólo se refieren a
las relaciones de producción capitalistas, sino también patriarcales. Es más, no excluye
otras fuentes, vinculadas, por ejemplo, a las relaciones étnicas.

Así pues, lo que proponemos es ver, como diría Butler (2001), qué le pasa a la
concepción de clase cuando trata de habérselas con el sexo y el género, lo que es muy
distinto a decir que la teoría de clases se puede transponer al sexo y al género. En el
primer caso las teorías y conceptos sobre el sexo y el género son herramientas analíticas
que transforman la noción de clase, subvirtiéndola, en el segundo pretenderíamos
analizar las relaciones de sexo y género como si fueran clases sociales, reduciéndolas a
las clases. Analizar la desigualdad de las mujeres adultas en sus relaciones con los
hombres adultos y no sólo con el capital, es una de las ideas de fondo de la propuesta de
abrir el concepto de clase a una conceptualización capitalista patriarcal. Es decir, definir
la desigualdad de las mujeres apelando sólo al capital es una forma de diluir sus
reivindicaciones y su opresión (Hartmann, 1980). De ahí la importancia de clarificar la
relación entre hombres y mujeres, a través del concepto de género, en el marco del
patriarcado. Tampoco pretendemos que el concepto de clase quede engullido en el de
sexo o género, en el sentido que podría darle el feminismo radical de los años setenta
(ejemplificado en el documento de 1971 "The politics of the ego", elaborado por las
feministas radicales de New York), según el cual la expresión "lo personal es político"
significa que, la división de clase original y básica es la división entre los sexos, y que
el motor de la historia es el esfuerzo del hombre por conseguir el poder y la
dominación sobre la mujer. Tomamos la cita de Hartmann (1980: 94), y como ella no lo
suscribimos.
11
Usamos las nociones patriarcales como herramientas analíticas para redefinir las
relaciones de producción y con ellas a las clases. Entonces, nuestra aproximación a las
categorías patriarcales como a las capitalistas está orientada por el interés de elaborar
esa conceptualización de las clases que venimos apuntando. Este es nuestro
reduccionismo.

Así pues ni pretendemos hablar de capitalismo en todas sus dimensiones, ni del


patriarcado. Pretendemos analizar la producción social de la existencia a partir del
análisis de los procesos fundamentales de interacción social que llevan a cabo los
participantes en la división social del trabajo, reivindicando un concepto de clase que no
sea ni androcéntrico ni adultocéntrico.

Relaciones de producción y patriarcado

Hablar de patriarcado en las relaciones de producción actuales quiere decir


fijarse en unas determinados aspectos de las interacciones sociales que llevamos acabo
cuando producimos. Nos fijamos en su carácter sexista y adultocrático. El sexismo es un
proceso mediante el cual se forman los seres humanos mediante una operación
reduccionista que consiste en tomar una parte, los órganos procreativos, en
representación del todo, la persona. Ese proceso reiterado mediante el recurso a
prejuicios, estereotipos y modelos de acción constituye a los seres humanos en seres
clasificados jerárquicamente, perfilando las subjetividades y posibles objetivaciones de
las mismas. La persona queda reducida a una de sus características, el sexo. Ese
reconocimiento de un ser humano como mujer o como hombre no tiene otro
fundamento material que las diferencias en los caracteres sexuales primarios, los
directamente relacionados con la procreación (Izquierdo, 2001: 15). Ese fundamento es
el primer acto de género. Con ello queremos decir que la construcción llamada sexo está
tan culturalmente construida como el género. Es decir, siguiendo a Butler no
entendemos el género como la interpretación cultural del sexo, al entender que éste es
ya una categoría dotada de género. El género no debe concebirse sólo como la
inscripción cultural del significado en un sexo predeterminado, también debe designar el
aparato mismo de producción mediante el cual se establecen los sexos en sí. Eso quiere
decir que el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza. El género es
también el medio discursivo mediante el cual la naturaleza sexuada o sexo natural se
establece y se produce como prediscursivo, previo a lo social, una superficie sobre la
que actúa lo social (Butler, 2001).18 Entonces el sexo no es un dato sensible, un rasgo

18
Esta noción del género como medio discursivo mediante el cual lo sexual se establece de forma
prediscursiva, lo podemos ver, en otros términos, en la relación filial. La noción de hija e hijo ¿es una
noción que describe un vínculo natural o más bien no deja de ser también un constructo social? ¿Hijos e
hijas como construcciones sociales? Es habitual referirse a las hijas y a los hijos como una relación cuya
raíz es natural, presocial, y eso no deja de ser una forma discursiva de referirse a un vínculo social.
Podemos ejemplificar lo que estamos apuntando a través de una noticia que apareció en la prensa sobre el
fallo judicial de la Sala Tercera del Tribunal Supremo del 3 de diciembre del 2001, a raíz de una denuncia
por discriminación tributaria entre dos hermanas, una hija adoptiva y una hija biológica. En ella leemos
"Que una hija adoptiva pague más impuestos por una herencia que su hermana, hija biológica, no es
inconstitucional, según se desprende de la sentencia del Tribunal Supremo. Desde 1988, las leyes
establecen la igualdad de los hijos con independencia de su origen y ya no se puede dar este supuesto,
pero el Supremo interpreta que la discriminación que existía hasta ese año en las leyes tributarias no es
inconstitucional ya que «(...) el nacimiento genera un vínculo totalmente distinto de la adopción, que es
una mera ficción legal, que incluso podría no ser reconocida en el ordenamiento y que, cuando lo está, es
modulable»." ('El Periódico' de Cataluña, 30-01-2002). En ese fallo se ponen en evidencia, la concepción
12
físico que pertenece al orden natural. El hecho de que el pene, la vagina, los senos...
sean denominados partes sexuales es tanto una restricción del cuerpo erógeno a esas
partes como una fragmentación del cuerpo como totalidad (Butler, 2001 y 1990; Wittig,
1981). Los rasgos físicos parecen en cierto sentido estar allí en el extremo lejano del
lenguaje, no marcados por un sistema social.19 El sexo impone una unidad artificial a un
conjunto de atributos que de otra manera sería discontinuo (Wittig, 1977). Y lo que
vincula la construcción de los sexos en lo hembril y lo machil tiene que ver con la
procreación de la especie y la constitución de la dictadura heterosexual.

Para Wittig, cuando nombramos la diferencia sexual, la creamos. Restringimos


nuestro entendimiento de las partes sexuales relevantes a aquellas que intervienen en el
proceso de procreación, haciendo con ello de la heterosexualidad una necesidad
ontológica binaria. Lo que distingue a los sexos son esos rasgos anatómicos que se
refieren a la procreación directa o indirectamente (los rasgos indirectos se construirían
como rasgos heterosexuales para contribuir al logro de la procreación aunque no
dependa de ellos). La capacidad de respuesta sexual del cuerpo es restringida por la
institucionalización disciplinaria de la diferencia sexual binaria. En este contexto, Wittig
se pregunta por qué no nombramos como rasgos sexuales a nuestras bocas, manos y
culos... La respuesta que nos da es que únicamente nombramos sexual los rasgos
funcionales para la actividad procreativa. Con ello no pretende Wittig negar la
existencia de determinadas diferencias que son evidentemente binarias (en cuanto
individuos sexuados de una especie). Lo que pretende es contestar la práctica social de
valorizar determinados rasgos anatómicos como si fueran definitorios no sólo del sexo
anatómico sino de la subjetividad sexual. Señala que existen otros tipos de diferencias
entre la gente, diferencias de forma y tamaño, de formación del lóbulo de las orejas y el
tamaño de la nariz. Sin embargo, no preguntamos cuando un niño viene al mundo qué
clase de lóbulo de las orejas tiene. Preguntamos inmediatamente por determinados
rasgos anatómicos sexualmente diferenciados porque suponemos que esos rasgos de
algún modo determinarán el destino social de ese bebé, y ese destino, cualquiera que
sea, es construido por un sistema de género predicado sobre la supuesta naturalidad de
las oposiciones binarias y, en consecuencia de la heterosexualidad. Wittig no discute la
existencia o facticidad de las distinciones sexuales, sino que cuestiona el aislamiento y

presocial del vinculo filial, de su naturalización, como si "hijo" tuviera una base natural, aunque sea en
última instancia. No deja de ser una forma de naturalizar y universalizar un vínculo social histórico, que
como todo vínculo, se conecta con lo natural, pero no lo causa. No discutimos la evidencia de la
dimensión biológica de cuando se gesta y pare a una criatura. Pero la distancia entre lo que paren las
hembras y su conversión en "hijo" o "hija", no deja de ser una operación de construcción social. Tan
construida como la adopción. Probablemente la adopción, práctica que en el discurso cotidiano
contemporáneo no deja de ser vista básicamente como algo incómodo e incluso amenazante (quizás por
eso se la justifica con la típica expresión "es que no pueden", para señalar que adoptar es sinónimo de
fracaso heterosexual, que en una sociedad sexista y bajo dictadura heterosexual no es baladí), pone en
evidencia la artificialidad social de todo vínculo filial (lo que no quiere decir que no sea ni auténtico ni
vaya de por medio la vida afectiva de los implicados). De algún modo nos dice que para amar un hijo no
es necesario haberlo parido, y eso quiere decir que amar, no depende de instancias naturales, sino de
procesos psicosociales profundos y complejos, sobre los cuales podemos tener algún papel activo. Pero
esa sentencia nos avisa sin embargo de algo más profundo, y eso hay que tenerlo en cuenta: lo social, sea
naturalizado o no, es mucho más firme, más enquistado, que la mera práctica legal. Expresa, de algún
modo que la ficción legal es frágil, mudable, mucho más mudable que la social.
19
Este proceso es similar al que se aplica en el caso de la construcción de la "negritud", que combinado
con el de sexo y sexualidad, crea el mito heterosexual del "coño caliente" y del "pene bestial" que
construye la sexualidad de los negros como una sexualidad animalesca (Hooks, 1998).
13
valorización de determinados tipos de distinción por encima de otros (Butler, 1990:
203)20.

La posición de que hay una mujer o un hombre natural o biológico que después
se transforma en una mujer socialmente subordinada o en un hombre socialmente
supraordenado, implica apoyarse en una concepción que entiende el sexo anterior a la
ley en el sentido de que no está cultural ni políticamente determinado, proporcionando
así la materia prima de lo social, por así decirlo, que empieza a tener significado sólo
mediante su sometimiento a las reglas de parentesco y después de hacerlo (Butler, 2001:
71). Sin embargo, la consideración del sexo como materia, sexo como instrumento de
significación cultural, es una formación discursiva que funciona como un fundamento
naturalizado para la distinción naturaleza/cultura y para las estrategias de dominación
que esa distinción apoya (Butler, 2001: 71). Implica caer en una lectura de lo natural
como algo ajeno a lo histórico, a lo social. Sin embargo, podemos entender que lo
natural es un acontecer con lo social, con el hacer de los seres humanos, y en este
sentido no hay más naturaleza que la que acontece con los seres humanos21. La
naturaleza no es sólo natural22.

Eso implica entender el sexo como una forma de acontecer del ser humano con su
propia naturaleza, y por lo tanto es incomprensible si se desliga de las prácticas sociales
que históricamente afrontan, en primer término, la procreación de la especie.23 La
procreación de la especie y la dictadura heterosexual24 van de la mano, y el análisis de
los nexos de esos procesos sociales ofrecen claves explicativas de la sociogénesis del
sexo y de lo sexual como actos de género25. En realidad entender el sexo y la sexualidad

20
Sin embargo, no hay que olvidar que la procreación es una cuestión de vida o extinción de la especie y
los lóbulos de las orejas no.
21
Ese devenir, en el cuerpo queda marcado, queda forjado. En los orígenes del capitalismo, por poner un
ejemplo, las mujeres que trabajaban en las minas quedan destrozadas por el pesado trabajo de transportar
los canastos de mineral, y ya eran "viejas a lo treinta". Los niños y las niñas que desde temprana edad
trabajaban en la mina, si lograba escapar a la muerte violenta o a un accidente grave, entumecía sus
piernas y atrofiaba su desarrollo. Los hombres, se retiraban antes de los cuarenta con artritis, asma y
neumoconiosos. (Humphries, 1994).
22
Para Marx, la noción de naturaleza quiere decir también resistencia, obstáculos, efectos imprevistos que
desencadenamos en cada proyecto, en cada ley que los seres humanos establecemos. La naturaleza es lo
que escapa al control del ser humano, en el tiempo y el espacio. La historia son los intentos precarios de
controlar, de sujetar la naturaleza. Para Marx naturaleza e historia están estrechamente vinculados (Marx
y Engels, 1988). Cada determinación humana, histórica, genera una nueva naturaleza, aquello que no
controla. Lo cual quiere decir, que el ser humano forma parte de su propia naturaleza, no sólo en calidad
de material biológico necesitado sino especialmente como aquello que pretende controlar, sujetar. Pero en
cada intento produce una naturaleza nueva, y por lo tanto es al mismo tiempo un producto histórico, el
resultado de la actividad de toda una serie de generaciones (Marx y Engels, 1988).
23
En este sentido, como dice Wittig (1981) la categoría sexo no es ni invariable ni natural, más bien es un
uso específicamente político de la categoría de naturaleza que sirve a los propósitos de la sexualidad
procreativa. En otras palabras, no hay razón para dividir los cuerpos humanos en los sexos masculino y
femenino salvo que tal división es útil para las necesidades económicas de la heterosexualidad y le da un
brillo naturalista a esta institución. Para Wittig no hay distinción entre sexo y género; la categoría de
"sexo" es en sí una categoría con género, investida por completo políticamente, naturalizada pero no
natural (Butler, 2001).
24
Decimos dictadura porque se trata de una forma autoritaria de resolver el problema de la procreación.
25
Sin embargo, eso no quiere decir, que el cuerpo es algo a ignorar. El cuerpo es el equipamiento que
apuntala nuestras relaciones. Como tal, forma parte de la realidad, de nosotros. Pero su significación
biológica no implica una trascendencia social significativa como para fundar las desigualdades entre los
sexos, reduciendo las personas a los sexos como artefactos genitales para la heterosexualidad. Es
necesario su combinación con un devenir sociohistórico que implique que en el conjunto de las
14
como algo anterior a la ley es en sí la creación de la ley (Butler, 2001: 107). En este
sentido, estar sexuado, significa estar sujeto a una serie de reglamentaciones sociales y
mantener que la ley dirige esas reglamentaciones como formadoras del sexo, del género,
de los placeres, de los deseos. La categoría sexo es inevitablemente reglamentadora
(Foucault, 1998). Pero una reglamentación que siempre nos es contemporánea. Es decir,

"Qué no se nazca mujer, sino que se llegue a serlo no implica que este 'llegar a ser' atraviese un
sendero de libertad desincardinada hasta la incardinación cultural. Uno es, desde luego, su
cuerpo desde el principio, y sólo posteriormente llega ser su género. El movimiento que lleva del
sexo al género es interno a la vida incardinada, como esculpir el cuerpo original dándole forma
cultural. (…) El origen del género no es temporalmente discreto precisamente porque el género
no se orienta súbitamente en algún punto del tiempo después del cual su forma quedaría fijada.
En un sentido importante, no se puede rastrear el origen del género de forma definible porque él
mismo es una actividad originante que está teniendo lugar incesantemente. Al dejar de ser
entendido como producto de relaciones culturales y psíquicas pasadas hace mucho, el género es
una forma contemporánea de organizar las normas culturales pasadas y futuras, una forma de
situarse en y a través de esas normas, un estilo activo de vivir el propio cuerpo en el mundo."
(Butler, 1990: 197)

Pero en esta amplia discusión sólo nos interesa tomar el apunte del carácter
construido de la propia noción de sexo, de que no es una dato a priori. De que el
sexismo es, entre otras cosas, la reiteración de una lectura interesada de los cuerpos que
toma los datos físicos de estos como causas de las prácticas sociales y no como efectos
de procesos sociales que instituyen dispositivos disciplinarios que forman a los propios
cuerpos en algo relevante desde el punto de vista de la clasificación jerárquica de los
sexos. Pero junto a la formación de los cuerpos forma las prácticas, los cursos de
acción, la subjetividad, el orden de lo posible. Desde este punto de vista el sexismo es el
proceso mediante el cual las interacciones sociales que encajan los seres humanos están
sujetas a esa construcción originaria de los sexos bajo la dictadura heterosexual. El
sexismo es un modo de cierre social, una fijación de las posibilidades de vida, que de
por sí están abiertas y son indeterminadas, a patrones estables que una vez establecidos
facilitan predicciones (Izquierdo, 2001). Su efecto es eliminar la incertidumbre, o al
menos limitarla a través de un acto de poder y del ejercicio de intereses que es su
institucionalización, que produce a los seres humanos en cuanto al despliegue de sus
cursos de acción y por ende de sus subjetividades. En este contexto el género es una
noción que nos permite designar los procesos sociales mediante los cuales se fijan
(aunque nunca completamente) las formas de participar en la vida social, apuntalándose
sobre el carácter "heterosexual" de la procreación, que reduce el ser humano, su cuerpo,
su subjetividad, sus haceres, sus potencialidades a la dictadura "heterosexual" del
"sexo".

La producción del género es interacción. El género da forma a los cursos de


acción porque es acción de un género con el otro. Eso quiere decir que la construcción
de los seres humanos en machos y hembras, en masculinos y femeninos se lleva a cabo
en el devenir del encaje de las interacciones sociales. En este sentido las actividades
devienen actividades de género. Construyen subjetividad, porque los procesos de
realización de las actividades son de género lo que implica que en el devenir histórico y
cotidiano de esas actividades que llevamos a cabo nos subjetivan como seres sexuados y
objetivamos productos y procesos sexuados. Apoyándonos en Izquierdo podemos decir

interacciones sociales se considere lo biológico como ley de la desigualdad (sea esta ley definida a partir
de argumentos tradicionales, religiosos o científicos).
15
que las actividades que llevamos a cabo en nuestra participación en la vida tienen
carácter de género entendido como proceso histórico y cotidiano que implica tres
aspectos: en el proceso de formación de cada sujeto se le sexualiza, mediante la
instauración del sexo y de la sexualidad que corresponden a los rasgos físicos
considerados pertinentes. Y en ese devenir se va instalando de forma reiterada, en la
interacción cotidiana, los haceres posibles y los imposibles para cada sexo, así, por
ejemplo, si eres "hembra" te "toca" hacer unas cosas y no otras, mientras que si eres
"macho" te "toca" hacer unas cosas y no otras, siendo excluyente (sino no serían
actividades de género), que contribuyen a fijar la propia subjetividad sexual. De esas
actividades que llevamos a cabo cotidianamente a partir del primer acto de género (el
sexo), históricamente se convierten en femeninas las actividades que hacen las que se
definen como hembras y en masculinas las que hacen los que se definen como machos
en las interacciones sociales que sostienen. Y esas actividades se pueden llevar a cabo
porque dependen mutuamente. No sólo hombres y mujeres hacen cosas distintas, sino
que lo que hacen los unos depende de lo que hacen las otras y viceversa. Cuando esas
actividades implican para las personas que realizan las actividades femeninas un
tratamiento desigual (en cuanto reconocimiento, medios de vida, condiciones de
trabajo...) respecto a quienes realizan las actividades masculinas y se llevan a cabo en
una relación de mutua dependencia es cuando decimos que esas actividades tienen
carácter de género. Eso quiere decir que el género es una forma de interactuar que
implica desigualdad. Desde este punto de vista sexo y género se refieren a aspectos
distintos, donde el segundo incluye al primero y por ello el sexo es una dimensión del
género. La importancia de diferenciar ambos aspectos, en términos analíticos radica en
que informan de dos procesos sociales bien diferenciados: la discriminación por sexo y
la desigualdad por género, en tanto determinadas actividades consideradas de un género
las pueden realizar, en el devenir histórico sujetos cuyo sexo no es el mismo de quienes
participaron en la configuración histórica de dichas actividades. En pocas palabras,
actualmente, hay actividades consideradas históricamente femeninas que realizan
machos, y viceversa.

Izquierdo nos ofrece un buen ejemplo para clarificar la distinción. Una


enfermera está peor pagada que un cirujano, no importa el sexo al que se pertenezca. Al
mismo tiempo, es posible, que se dé desigualdad salarial entre los enfermeros y las
enfermeras. La desigualdad salarial podría ser el resultado combinado de la
discriminación por razón de sexo y la desigualdad de género. Es probable que los
hombres que trabajan de enfermeros, en su casa, no realicen ningún trabajo doméstico
porqué su mujer es ama de casa y se ocupa de todo. Son ganadores de pan. Esto les
permite pasar más horas en el trabajo, relacionarse con sus compañeros y con sus
superiores, mientras que las mujeres enfermeras hacen estrictamente la jornada laboral,
dado que, además de su trabajo remunerado, son las principales responsables de las
tareas domésticas. Además de enfermeras son amas de casa. Nos encontramos que
siendo femenina la profesión de enfermera las personas que la ejercen no forman parte
de un grupo homogéneo, sino que hay "modos de hacer" más o menos femeninos. Sería
más "femenino" irse a casa nada más acabar la jornada laboral porque se tienen
responsabilidades domésticas. Quien actúa de este modo tiene una posición de género
femenino tanto en el trabajo como en casa. En el trabajo porque no alarga la jornada
laboral y se atiende a la presencia imprescindible para conservar el empleo o incluso
tiene jornada reducida, en casa porque es la responsable del trabajo doméstico. Si nos
encontramos, cosa más que probable, con que los hombres enfermeros generalmente
ganan más dinero que las mujeres enfermeras, eso no significa inmediatamente que

16
haya discriminación por razón de sexo, sino desigualdad por razón de género, porque el
enfermero de nuestro ejemplo no gana más dinero por ser hombre, sino porque se pasa
más horas en el hospital, estrechando vínculos con los compañeros de trabajo y los
jefes, cosa que facilita su promoción laboral. La explicación de fondo de por qué gana
más dinero es que tiene distinta disponibilidad para el trabajo remunerado que sus
compañeras, debido a que no tiene que hacerse cargo de las tareas domésticas, ya que su
mujer es ama de casa (Izquierdo, 1998a: 35-36). También es desigualdad de género
definir socialmente la enfermería como una actividad más simple que la cirugía,
asignándole menos recursos para la formación, el desempeño de las actividades, etc.

Así pues, la producción de la vida es una producción sexuada, en cuanto se


apoya en la división sexual del trabajo, donde las actividades que llevamos a cabo
adquieren carácter de género, jerarquizando y segregando a quienes las realizamos.
Según Izquierdo (2001), la manifestación por excelencia del sexismo es la división
sexual del trabajo, que sostiene una dictadura heterosexual. El sexismo da lugar a una
forma jerárquica de administrar la procreación: en la cima de la jerarquía se halla un
varón adulto que representa el conjunto de la familia y respecto del cual el resto de los
miembros, la mujer y las criaturas, se hallan en posición de dependencia y
subordinación. La posición en la cima de la jerarquía, que tiene innegables
implicaciones sociales, depende en primera instancia de ser clasificado como hombre,
pero no todos los hombres son patriarcas, ni lo son en todo momento. En la actualidad,
la cima está ocupada por un varón adulto, pero en otras épocas lo estaba por un varón de
más edad. El patriarcado no sólo articula los sexos y sus relaciones, sino que articula
también las edades y las relaciones entre edad y sexo. Eso se traduce en una
considerable prioridad de los hombres adultos en el acceso al trabajo remunerado. Lo
que nos revela esta relación entre edades y sexos es que el colectivo privilegiado, los
hombres, está fraccionado internamente.

A nosotros nos interesan especialmente de esas formas de participar en la vida


las relaciones de producción. Desde el punto de vista de nuestra participación en las
relaciones de producción capitalistas patriarcales, el patriarcado, como conjunto de
relaciones sociales articuladas de forma sexista y adultocrática actualmente, implica que
nuestra participación se haya ido configurando históricamente a través de un conjunto
de relaciones de mutua dependencia asimétrica entre "hombres adultos" y "mujeres
adultas". En ese proceso se han ido fraguando lo que denominamos "amas de casa" y
"ganadores de pan asalariados" y "ganadores de pan empresarios", que son las formas
de designar las relaciones que establecemos al producir en el capitalismo desde el punto
de vista patriarcal.

La principal característica de las relaciones de producción patriarcales en el


capitalismo contemporáneo es que su forma sexista y adultocrática implica que para
participar en la producción capitalista hay que disponer de un ama de casa que se
encargue de la producción doméstica, la cual depende de que quien participa en la
producción capitalista obtenga los medios de vida como empresario o como asalariado,
que podemos denominar ganadores de pan empresario o ganadores de pan asalariado.26

26
Según Izquierdo, se reconoce el derecho de las mujeres a un trabajo remunerado, pero no se tiene en
cuenta que la integración en las actividades remuneradas, según las exigencias actuales, requiere una
"infraestructura" logística doméstica que libere a los trabajadores del trabajo de recuperación de sus
propias fuerzas, de los cuidados de la población dependiente, y de la procreación que garantice su
17
La explotación caracteriza las relaciones de producción entre amas de casa y ganadores
de pan empresarial y ganadores de pan asalariado, en una relación caracterizada por la
subordinación de las primeras a los segundos. Desde este punto de vista el patriarcado
es un modo de producción y recuperación de las fuerzas vitales (Izquierdo, 2001) que
institucionaliza la desigualdad por razón de sexo y edad, entendiendo el sexo como el
primer acto de género. Esas fuerzas vitales devienen fuerza de trabajo o fuerza de
explotación en su relación con el capitalismo. Desde este punto de vista, se hace
evidente que ya no es viable hablar de, por ejemplo, trabajadores y empresarios, para
referirnos a las clases sociales. Al incorporar la dimensión patriarcal proponemos un
punto de partida para el análisis de clase que pasa por las relaciones de producción que
definen las amas de casa, los trabajadores ganadores de pan y los empresarios ganadores
de pan en términos de relaciones de mutua dependencia.

El binomio producción/reproducción: algunas dificultades para la subversión del


concepto de clase

Nuestro argumento principal para construir un concepto de clase subvertido por la


incorporación de las categorías de análisis del patriarcado gira alrededor de la noción de
relaciones de producción. Como decíamos antes, clase es una forma de referirse a las
relaciones que establecemos en la producción de nuestra vida y que significa la
generación de bienes y servicios socialmente útiles. Eso abarca desde las actividades
que llevamos a cabo en, por ejemplo, una empresa hasta las actividades domésticas. Sin
embargo este supuesto no es generalmente aceptado. Una de las formas más al uso de
diferenciar las actividades de hombres y mujeres es el recurso al binomio
producción/reproducción, usando el término producción para referirse a las actividades
desarrolladas en el capitalismo (típicamente masculinas) y el de reproducción para
referirse a las actividades domésticas (típicamente femeninas). Esta conceptualización
se ha desarrollado a partir de los años ochenta con el firme propósito de
reconceptualizar la noción de trabajo. Éste ha implicado, según Borderías, Carrasco,
Alemany (1994: 77-80) tres cambios centrales: 1) Cualquier conceptualización de
actividad económica debe incluir todos los procesos de producción de bienes y servicios
orientados a la subsistencia y reproducción de las personas, independientemente de las
relaciones bajo las cuales se produzcan. 2) Introducir una conceptualización
globalizadora del sistema social, en el sentido de interpretar como un todo constituido a
su vez por diversos subsistemas entre los que destacan el de reproducción humana y el
de producción de mercancías. La existencia de una requiere la existencia de la otra.
Ahora se rechaza la idea de que la esfera de la reproducción sea subsidiaria de la esfera
de la producción y se entiende el sistema como una estructura en la cual ambas esferas

reemplazo cuando ya no estén en condiciones de trabajar. En los casos en que la mujer trabaja, su
participación en el trabajo asalariado lo combina con su participación en el trabajo doméstico. El hombre
adulto, aun siendo el principal responsable del mantenimiento económico de la familia, no lo hace en
solitario. La mujer adulta “ayuda” aportando ingresos al hogar, o dispone de ingresos para “sus gastos”.
En situación similar se encuentra las criaturas. Como su imagen invertida en el espejo, este modelo
comporta que, en lo fundamental, las tareas domésticas no sean objeto de reparto igualitario. El hombre
“ayuda” a la mujer con las tareas de la casa como ésta “ayuda” aportando ingresos (Izquierdo, 2001: 56).
La participación en el empleo remunerado no se debe ver desde la óptica falsa de una equivalencia entre
hombre y mujer en el mercado de trabajo, dado que hombre es igual a trabajador más ama de casa,
mientras que mujer es igual a trabajador menos ama de casa. Al uno le hacen el trabajo doméstico, la otra
lo tendrá que hacer cuando llegue a casa. Adicionalmente, nos dice Izquierdo, la obtención de ingresos no
reviste la misma importancia en ambos casos: si el hombre no puede mantener a su familia, está
fracasando en lo fundamental, mientras que la mujer vive los ingresos que aporta como secundarios, pero
experimenta como un fracaso básico que su familia esté mal cuidada. (Izquierdo, 2001: 62)
18
aparecen articuladas entre sí, sin que exista necesariamente dependencia de una respecto
de la otra (aunque, como veremos a continuación ese propósito no está tan claramente
fundado). 3) Se considera que la reproducción también implica la reproducción
biológica y de la fuerza de trabajo, la reproducción de los bienes de consumo y de
producción, y la reproducción de las relaciones de producción. Este punto introduce más
ambigüedad conceptual, dado que mientras parece que todos los ámbitos de lo social se
reproducen, lo único que no se produce son los seres humanos.

Sin embargo, plantear este binomio no es neutro para nuestros propósitos.


Siguiendo a Izquierdo (1998), producción se puede definir como la acción de producir y
producir es el verbo transitivo con significado más amplio a continuación de hacer. La
reproducción es el acto o efecto de reproducir, lo cual es producir una cosa otra vez, por
tanto repetir. El concepto de reproducción es un derivado de producción, se trata de una
forma particular de producción, la que consiste en repetir lo producido. Es decir,
describe la reiteración a través del tiempo de la producción. Es un modo de
aproximación que establece una jerarquía implícita. Alternativas al binomio
producción/reproducción como forma de referirse a tareas masculinas o femeninas,
desde una concepción que las entienda ambas como producción son, por ejemplo, la de
Ann Ferguson y Nancy Folbre que usan la categoría de producción afectivo sexual en
lugar de reproducción (Nicholson, 1990). Quizás una salida más eficaz es la que sugiere
Izquierdo (1998), que propone que consideremos que en todo quehacer humano hay
componentes de continuidad y cambio, productivos y reproductivos y no que hay
actividades específicas que dan cuenta de la continuidad y otras del cambio. Así, por
ejemplo,

"cuando una madre sueña con tener un hijo, cuando se cuida de su familia, no hay nada que nos
permita suponer que en su mente está la idea de que la hija o el hijo sea la repetición de sus
padres, ni desde el punto de vista físico ni desde el intelectual ni desde el social. Los hijos se nos
parecen, cosa que deseamos y a menudo más de lo que desearíamos, pero no tienen que ser como
nosotros, los queremos mejores que nosotros" (Izquierdo, 1998a: 306).

De ello se desprende que si nos acogiéramos a una concepción que entiende el


trabajo doméstico en términos reproductivos ello no nos permitiría hablar de clases
sociales en el mismo sentido que en el contexto productivo, lo que implicaría o bien no
hablar en términos de clase, o bien hablar de una clase reproductiva para, por ejemplo,
referirnos a las actividades de las amas de casa. Sin embargo eso nos llevaría a
subordinar analíticamente una clase a otra, lo que no está para nada claro27. Para
nosotros, la distinción producción/reproducción, puede ser útil como dimensiones para
analizar una misma actividad y no como formas de referirse a una especialización
sexual.

Un comentario sobre largas disputas. La unidad de observación de clase desde una


perspectiva capitalista patriarcal
27
Un ejemplo es el modelo de Harrison (1975) y su noción de modos de producción subsidiarios, donde
sitúa la actividad de las amas de casa. Si bien este autor no habla en absoluto del binomio
producción/reproducción, al dar un estatuto analítico distinto al trabajo doméstico que al capitalista
(efecto, al fin y al cabo, similar al de la aplicación del binomio), subordina unas actividades a otras,
llegando a la conclusión que esas actividades dependen, fundamentalmente, de la relaciones capitalistas
de producción, propuesta que no compartimos, dado que hay que tener en cuenta las relaciones
patriarcales de producción, perspectiva que ponen en evidencia que el trabajo doméstico no sólo se puede
explicar a partir de sus vínculos con el capitalismo.
19
La incorporación de la dimensión patriarcal en la definición de la noción de
clase implica también una postura específica entorno a la unidad de observación de
clase. Si bien en el origen del análisis de clase (pensamos en Marx y Weber), se daba
por descontado que para su definición era sólo necesario fijarse en el cabeza de familia
(un hombre, asimilando a éste toda su familia), a partir de las críticas desde el
feminismo, se plantea en los análisis convencionales de clase (sea neomarxista,
neoweberiano...) la cuestión de qué hacer con las mujeres.

Las respuestas elaboradas han sido múltiples y controvertidas, pero teniendo la


gran mayoría en común un mismo elemento que ya hemos indicado unas páginas más
arriba: las clases sólo se pueden definir en función de nuestra posición en el capitalismo
(para el occidente actual). Desde esa premisa se afronta el problema de cómo incorporar
las mujeres al análisis de clases capitalistas debatiendo la unidad de observación a
emplear, dando lugar a diversas propuestas. Desde nuestro punto de vista, podemos
hablar de dos grandes enfoques: el familiarista y el individualista. El enfoque
familiarista toma como unidad de observación la familia de modo que todos lo
componentes de una familia pertenecen de una forma u otra a la una misma clase, al
entenderla como una unidad solidaria de cara al exterior de rango equivalente. Dentro
de este enfoque podemos indicar tres formas diferenciadas de asignar las familias a las
clases. La forma convencional, la dominante, y la combinada. La forma convencional
consiste en considerar que quien determina la posición de clase de la familia es el
cabeza de familia, habitualmente un hombre adulto dada su mayor implicación en el
trabajo (Goldthorpe). La forma dominante consiste en determinar la posición de clase de
la familia a partir de la situación de clase del cónyuge cuyo trabajo sea más decisivo sin
privilegiar de entrada al masculino (Erikson, 1984). La forma combinada considera la
familia como unidad de observación pero su posición de clase se hace a partir de tomar
en cuenta la situación profesional tanto del marido como de la esposa. Esto da lugar a
tener en cuenta las familias compuestas por parejas heterogéneas, es decir aquellas
donde los cónyuges pertenecen a situaciones profesionales distintas. A partir de ahí se
pretende ver como afecta a la definición de clase de la familia28 lo que puede implicar
que en el seno de la misma haya posiciones contradictorias o mediatas, pero en el seno
de la unidad familiar (Leiulfsrud & Woodward, 1987; Wright, 1995). El enfoque
individualista considera que la unidad de observación no es la familia sino el individuo.
El individuo, viva en familia o no, pertenecerá a una clase según su propia participación
en las relaciones de clase. En el caso del problema que comentábamos antes de las
familias heterogéneas, la mujer pertenecerá a una clase y el marido a otra29 (Walby,
1986a; Stanworth, 1984; Delphy, 1985). De estos enfoques, el que se abre a nuestra
perspectiva es el que toma a los individuos (los sujetos30), en cuanto es compatible con

28
En este caso, no se contempla la situación de ama de casa como elemento a tener en cuenta en la
definición. Se equipara la situación de ama de casa a la del marido. Se equipara porque finalmente la
unidad de análisis es la familia, cuyo representante es el marido. Eso quiere decir que se toman como
equivalentes el ama de casa y el ganador de pan, algo incompatible con un planteamiento que incorpore la
dimensión patriarcal en el análisis de clase.
29
Dado que se contempla al individuo, según el marco teórico, se puede contemplar a la ama de casa
como perteneciente a una clase distinta. En este contexto, si consideramos que las amas de casa no son
equiparables a la clase de sus maridos, entonces podríamos decir que la inmensa mayoría de familias son
heterogéneas, en tanto están formadas por ganadores de pan (empresarios o asalariados) y amas de casa, y
cuyos antagonismos y conflictos son sostenidos por los vínculos afectivos.
30
De todas formas en términos de interacción social, la misma noción de unidad de observación queda
modificada: al definir las clases desde una perspectiva de la interacción, implica que según en que nos
20
un cuestionamiento de raíz del concepto de clase (lo que no quiere decir que
necesariamente va ligado a él, como es el caso de Stanworth, 198431). En los otros
casos, al tomar como unidad de observación la familia, más allá de la pluralidad de
propuestas, implica en primera o última instancia que la familia es algún tipo de unidad
y por lo tanto no puede ser clasificada simultáneamente en clases distintas. Aún a riesgo
de simplificar, en el fondo del asunto, cuando tomamos la familia como unidad de
observación de clase, con todos los matices que queramos, nos apoyamos en una
concepción de la familia, como diría Becker, coherente, armoniosa y sin conflictos
internos que la fracturen y donde la familia como unidad interna intenta obtener el
máximo bienestar.

Un punto de partida

Consideramos que las relaciones de producción son formas históricas de


interacción social mediante las cuales producimos nuestra vida, que se refieren a la
forma de participación histórica de los sujetos en la división social del trabajo. Si
adoptamos este punto de vista entonces es difícil sostener esa segregación conceptual
que atribuye la noción de clase en exclusiva a las relaciones sociales no sexuales, al
capitalismo. Definimos las clases sociales como forma histórica de las relaciones de
producción a partir de las relaciones que establecemos en el proceso de producción de
nuestra vida. Si ésta la reducimos a la forma capitalista, lo que estamos diciendo es que
fuera de ella no producimos la vida. Y esto, con el estímulo recibido por las teorías
feministas es una pretensión insostenible. La producción de nuestra vida no se puede
explicar cabalmente si no se incluye en su análisis la producción doméstica no mercantil
en su forma patriarcal.

Hablar de clases sociales requiere remitirse al análisis de los procesos de


producción de nuestra vida lo que implica interrogarse sobre qué relaciones de
producción tomamos en consideración para su definición. Hemos señalado que al
incorporar la dimensión patriarcal al análisis de clase ya no es viable hablar de, por
ejemplo, trabajadores y empresarios, para referirnos a las clases sociales. Proponemos
como punto de partida para el análisis de clase analizar las relaciones de producción
(relaciones de mutua dependencia) que definen las amas de casa, los trabajadores
ganadores de pan y los empresarios ganadores de pan desde una perspectiva que
entiende las relaciones de producción, y por ende, las clases sociales, como
circunstancias en acción. Circunstancias que son fruto de interacciones pasadas que
marcan las acciones futuras, que en las circunstancias hay el hacer de los seres humanos
que limitan sus propios haceres.

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fijemos será útil tomar a los sujetos agentes individuales, en otras a los sujetos agentes colectivos, y en
otras a las interacciones que sostienen.
31
Considera que las amas de casa forman parte de la clase trabajadora, pero a diferencia de los otros
enfoques que lo establecen a través de los maridos trabajadores, lo establece por el tipo de trabajo que
realizan (lo que implica tomar como objeto de análisis el modo en como producimos más que las
relaciones en las cuales lo hacemos).
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