179 Los Combates Feminismo
179 Los Combates Feminismo
179 Los Combates Feminismo
LE LE
MONDE MONDE
diplomatique diplomatique
Fortaleza en la diversidad
por Sofía Barahona
Los combates
Feminismo: Auténtica democracia
Editorial
www.editorialauncreemos.cl Aún Creemos
www.lemondediplomatique.cl en los Sueños
179
Este libro ha sido publicado con el apoyo de la
Fundación Friedrich Ebert
Fortaleza en la diversidad
por Sofía Barahona M. 9
Violeta Inconcusa
(O Violeta y el feminismo)
por Ana María Devaud Oberreuter 35
*Feminista, fundadora del Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC Chile) www.ocac.cl.
Artículo publicado en Le Monde Diplomatique edición chilena, marzo de 2017.
5
la existencia de leyes, pero sabemos que son insuficien-
tes y que los cambios culturales son necesarios. Esto se
ve reflejado en ejemplos como la ley de femicidio, que a
pesar de ser promulgada el 2010, la tasa de femicidios en
Chile permanece intacta en los últimos diez años.
Somos las que hemos podido aprender de la historia de
compañeras que en otras épocas creyeron y construyeron
sus propias formas de pelear la igualdad. Las feministas
reconocemos sus triunfos y sabemos que sin su convic-
ción y lucha el contexto actual sería diferente. Si bien los
logros existen, el patriarcado neoliberal ha encontrado la
forma de mutar ante esos cambios preservando una base
de desigualdad que continúa reproduciéndose en nues-
tra educación, tradición y cultura.
Es una realidad que algunas mujeres hemos podido
ingresar a la política, economía, estudios universitarios y
muchos otros espacios que históricamente fueron consi-
derados exclusivos de los hombres, sin embargo ¿Cómo
es ese acceso en realidad?
Parte importante de los nuevos movimientos femi-
nistas, tiene que ver con cuestionar el entramado social
que hace posible que aún ingresando mujeres a espa-
cios masculinizados, el machismo sobreviva. Roles,
estereotipos y construcción social de esos espacios que
hemos aprendidos desde el momento que nacemos,
hacen posible esta desigual realidad. Ejemplo de ello
es la feminización de carreras universitarias que en el
mercado son mal remuneradas respecto de las carre-
ras masculinizadas. Otro ejemplo es que las mujeres
han aumentado su ingreso al mercado del trabajo, sin
embargo las labores domésticas y de cuidado siguen
siendo realizadas muchas veces por esas mismas muje-
res o por otras que si bien son remuneradas, tienen un
alto nivel de precarización laboral. Esto último no sólo
es funcional a un sistema patriarcal, sino también a la
reproducción de lógicas de mercado que incrementan
aún más las brechas entre hombres y mujeres.
La base socio-cultural y los mecanismos que la forman,
es uno de los principales focos de trabajo de las nuevas
generaciones de feministas. La educación es una dimen-
6
sión relevante para generar cambios y problematizarla
es una de las principales tareas que el feminismo lleva a
cabo actualmente.
De este modo el concepto “violencia” ha adquirido
importancia, ya que sus múltiples expresiones logran
explicar desde lo cultural, la naturalización de la opre-
sión y desigualdad que existe hacia las mujeres. La vio-
lencia contra las mujeres es un problema que nace con
el patriarcado, sin embargo su visibilización y proble-
matización comenzó a masificarse en la década de los
noventa. En Chile y América Latina, el comienzo fue
bastante institucional y ligado al retorno de las demo-
cracias, de allí la consolidación de Sernam en 1991.
Estos procesos iniciales de abordar el tema “violencia”
no fueron acompañados de un movimiento social, por
lo que recién hoy, veintiséis años después, vemos la
apropiación de la lucha y reflexiones desde una vereda
feminista respecto a la violencia contra las mujeres. Sin
embargo no podemos desmerecer el trabajo previo que
compañeras realizaron durante la década de los ochen-
ta, espacios en los que el feminismo chileno luchando
por la democracia, permitió la posterior existencia de
instituciones de derechos para las mujeres.
M.F.V.
8
Las razones de por qué las luchas deben ser
feministas
Fortaleza en la diversidad
por Sofía Barahona M.*
Al mercado laboral
Importante es el trabajo, por ejemplo, de Estelle Freedman
y Hester Eisenstein, que ha arrojado luz sobre el movi-
miento de trabajadoras estadounidenses de comienzos de
siglo XX. Mientras el sufragismo parecía estar rindiendo
sus frutos -al menos para las mujeres blancas- otro gran
proceso se abría paso en la nación del norte: la entrada al
mercado laboral y con ella un nuevo debate social sobre el
camino a seguir. Para comienzos de siglo, la concepción
hegemónica sobre el rol de la mujer se enmarcaba, claro
está, en su papel de madre, esposa y cuidadora del hogar.
La mujer asalariada, en su gran mayoría soltera, era consi-
derada un sujeto precario que por desgracia no podía con-
10
tar con la protección de un marido. Tres diferentes estrate-
gias para avanzar en los derechos de la mujer se ocuparon
en ese momento: Un igualitarismo estricto que abogaba
por darle a la mujer la misma condición que la ciudadanía
masculina disfrutaba. Otro que buscaba el equilibrio entre
el rol de madre y el rol de trabajadora, como en la Unión
Soviética, donde se exigió cuidados gratuitos a la mater-
nidad. Una tercera posición, el maternalismo, enfatizaba
la “naturaleza maternal” de la mujer y valoraba la familia
como su espacio predilecto, como fue el ideal de Amanda
Labarca, que contrastaba el “exagerado individualismo” de
lo que ella llamaba “feminismo sajón”.
El estallido de la Primera Guerra Mundial acelera la
entrada de la mujer al mercado laboral y el movimien-
to feminista se debate entre el igualitarismo de las cla-
ses medias y el maternalismo de los sectores populares.
Para el primero, toda diferencia de género para acceder a
puestos de trabajo debía ser eliminada. Esta posición era
apoyada por el exclusivo mundo de mujeres con estudios
superiores que deseaban competir de igual a igual con los
hombres. Por otra parte, los sectores populares se veían
beneficiados por la legislación paternalista de principios
de siglo XX, que permitía cierto intervencionismo esta-
tal para compensar la supuesta debilidad de la mujer y
ayudarla en su rol de madre, como fue el fallo Muller v.
Oregon (1908). Mientras el Partido Nacional de las Muje-
res proponía, en 1923, una enmienda de igualdad de
derechos laborales, las maternalistas se opusieron hasta
bloquear el proyecto, que finalmente fue debatido recién
en la década de 1960. Aunque, bajo nuestra mirada, el
debate pareciera resolverse fácilmente a favor de dicha
enmienda, para Eisenstein las cosas no eran tan simples;
insistir, dadas las condiciones sociales de la época, en una
enmienda que estableciera igualdad formal entre trabaja-
dores y trabajadoras, era condenar a los sectores popula-
res a probables abusos y discriminaciones de facto.
Feminismo contemporáneo
El debate laboral de la primera parte del siglo XX ilustra
lo que Freedman sostiene es el origen de toda estrategia
11
argumentativa del feminismo: tanto la Ilustración euro-
pea como las ideas revolucionarias que dieron origen a
la lucha por la emancipación de las mujeres se sostenían
en ciertas tensiones internas. Por una parte, se aboga por
derechos universales que niegan el estatus heredado, al
mismo tiempo que dicho universalismo se basa en un
principio de ley natural que hacía distinciones biológicas
entre los sexos y razas. Así, cuando asiáticas o africanas
reclamaban derechos universales, sus críticos replicaban
que sus diferencias biológicas las convertían en inadmisi-
bles candidatas para la ciudadanía.
De esta manera, el feminismo debió operar a través de
dos vías argumentativas distintas, el lenguaje universa-
lista de los derechos y un particularismo biológico que
enaltecía ciertas características femeninas y hacía a las
mujeres poseedoras de autoridad política, como era la
importancia de la maternidad. Esta tensión se replica en
los debates teóricos del feminismo contemporáneo entre
quienes sostienen un ‘feminismo de la igualdad’ versus
un ‘feminismo de la diferencia’.
La revisión de estos procesos, lejos de desalentar las
luchas o alimentar a los críticos, deben ser importantes
y permanentes ejemplos de que la reivindicación de las
mujeres es siempre más rica y fuerte cuando tenemos
una mirada integral de la desigualdad de género y cuan-
do esta se abre constantemente al diálogo y la solidaridad
con otros movimientos de clase, raciales y ambientalistas.
En un año electoral que comenzó con preocupantes con-
signas xenófobas, es nuestro deber luchar por los dere-
chos de todas las mujeres, sean nacionales o inmigrantes.
Como destacó Angela Davis en su reciente visita a Chile,
son los estudiantes los llamados a empujar las deman-
das sociales y radicales que cuestionan el poder estable-
cido. En este, un año en donde el machismo parece ser
la política oficial de gobierno de Estados Unidos, somos
las mujeres quienes debemos liderar los movimientos en
todos los frentes y mostrarle al mundo, una vez más, por
qué la lucha debe ser feminista. u
S.B.M.
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La lucha por derechos básicos
*(Ana Ciudadana) Guionista y escritora- Escribo desde una ciudadanía dudosa, de a pie. Me
declaro feminista, aprendiz y observadora. Experta solo en mi ejercicio de mujer. Artículo
publicado en la edición chilena Le Monde Diplomatique, marzo de 2017.
13
peza, en este último tiempo en Chile dan cuenta de aque-
llo. Aquí algunos ejemplos: en un año, 56 feminicidios, y
el lapso de un par de meses hemos visto: asunto muñeca
inflable (empresario regala a ministro de Economía, una
muñeca inflable como símbolo de “la estimulación de la
Economía”). Caso Nabila (un hombre arranca los ojos a
su mujer). Caso profesores de la Facultad de Historia de la
U. de Chile (alumnas denuncian a profesores por acosos
“naturalizados” durante años).
La fuerza de la denuncia
El feminismo, ante estos últimos acontecimientos, surge
con fuerza para denunciar. Para ello ocupa medios de
comunicación conscientes, redes sociales y marchas multi-
tudinarias donde las nuevas generaciones se han manifes-
tado como una sabia vital, augurio de nacientes estructu-
ras con bases en el feminismo, fuente de inspiración como
alternativa social y política. En este mismo sentido, surgen
grupos a través de todo el país: Red Mujer Norte; Abra-
zadas y Autónomas; Patiperras; Organización Feminista
Libertaria; Pan y Rosas; Red contra la Violencia; Nosotras
las Constituyentes, por nombrar solo algunas; pero espe-
cialmente Ni una Menos, un movimiento que emerge en
la Argentina con motivo de una seguidilla de feminicidios,
particularmente el de la joven Lucía Pérez, violada y empa-
lada por sus agresores. La reacción ante el alevoso crimen
tiene repercusiones a nivel latinoamericano y mundial.
En Chile el movimiento es encauzado por la organiza-
ción Autoconvocadas, quienes llaman a una marcha por
similares razones a las de sus pares argentinas: el brutal
feminicidio de Florencia, una niña chilena de nueve años.
La marcha se transforma en la expresión clara del repudio
ciudadano a tales delitos y abusos. A partir de este objeti-
vo cumplido, Ni una Menos se reformula como una coor-
dinación sui generis. Quizás este orden peculiar para con-
certarse sea el presagio de las nuevas configuraciones que
esperamos; las nuevas maneras de relacionarnos y las nue-
vas miradas del poder.
Ni una Menos reúne libremente a un conjunto de muje-
res, algunas pertenecientes a otros grupos feministas, o
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autónomas, donde se delibera sobre temas puntuales, pre-
vistos o no, durante la asamblea. Condición primordial es
la participación colectiva sin distinción alguna. La organi-
zación y vocería de las asambleas es rotativa: un pequeño
universo realmente democrático con sus fortalezas y debi-
lidades. Seguramente acostumbrados a las duras estruc-
turas impuestas por siglos, algunos criticarán el carácter
“asistémico”, la falta de “planificación”, etcétera. Sin embar-
go, al observar los resultados acuerdos y acciones pode-
mos pensar que en estos diferentes o antiquísimos modos
de reunión (se lo dejo a la Antropología) estén los nuevos
paradigmas, la mirada de auténtica democracia.
Por otra parte, la llamada “atomización” del movimiento
feminista podría ser interpretada, de igual manera, como
una articulación propia dentro de este proceso, es decir,
grupos autónomos, que a pesar de sus diferencias parti-
culares -temáticas, especialmente- son capaces de llegar a
acuerdos en torno a grandes objetivos comunes.
Confiar en estas propuestas feministas no es difícil (para
las mujeres y diversidades) porque emergen justamente
desde el día a día, desde el fondo de la discriminación his-
tórica; desde la solidaridad ante el abatimiento y la violen-
cia; desde la emoción ante los logros, paso a paso, a pesar
del cíclope patriarcal, aquel ente de un solo y soberbio ojo
que ignora la otra visión del mundo con argumentos ana-
crónicos alimentados por sus mismos convencimientos a
pesar de su evidente y rotundo descalabro. Es extraño que
quienes confían solo en los resultados o en el “producto de
la gestión exitosa” no sean capaces de observar el actual
desastre del sistema y los igualmente fracasados intentos
de otros. Entonces, ¿por qué insistir en modelos aniquila-
dores? ¿Por qué no dejar espacio a otras formas?
Por supuesto, sabemos que los dividendos del poder
patriarcal son de una inmediatez tentadora y también
conocemos la dificultad de modificar visiones fundamen-
tadas en teorías intocables. Cambiar la visión significa
cambiar filosofías, textos y subtextos construidos sobre
bases cuya solidez se derrite ante la abrasadora realidad.
Pero frente a la negación abstracta, basta abrir los ojos a
los rostros humanos serviles y sin esperanza apretados en
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carros de traslado, aletargados de consumismo, medios de
comunicación hipnóticos y falsas expectativas en seguri-
dades inexistentes.
Pues bien, ante este escenario, que es una derrota en
todos sus flancos es inconcebible (y además, a estas altu-
ras, ridículo) negar la alternativa que ofrece el más impor-
tante sector de la sociedad -considerado todavía por
muchos como una minoría a la que se “conceden graciosa-
mente” ciertos beneficios o cuotas-.
La mirada patriarcal es, en cualquier circunstancia,
incluso dentro del feminismo, una profecía de nuevos
descalabros ante intentos de renovación o avance. Espe-
cialmente al ámbito político. ¿Cómo es posible que inte-
lectuales y políticos, aparentemente de primer nivel se
aferren a creencias y dogmas dictados por un patriarcado
inhumano? ¿Es el pensamiento humano un fósil que ya
contiene todas las respuestas? La tónica contemporánea
debería ser una permanente actitud de sospecha y duda la
filosofía que nos ha regido hasta hoy. No significa desechar
sino reformular, observar minuciosamente y sin prejuicios
lo que tenemos frente a nuestros ojos. Reconocer la ruina
actual, y luego valorar las opciones que nacen como signos
novedosos: el feminismo, su mirada, su visión y experien-
cia, en conjunto con las diversidades organizadas, lo que
oculta una historia de acción en la adversidad, que contie-
ne respuestas vitales para nuestra existencia.
Dudosa democracia
La democracia, resignificada en su auténtica amplitud,
necesita incorporar estos nuevos paradigmas a través de la
paridad y su consecuente relación con aspectos tan olvi-
dados e infravalorados como la emoción, la diversidad, los
derechos reproductivos; solidaridad, cooperativismo, nue-
vas formas de comunidad -llámese familia u otras- y reco-
nocimiento del trabajo gratuito, todos lejanos y desprecia-
dos por un sistema esencialmente fanático cuyos objetivos
comienzan y terminan en una forma de poder ambicioso e
inhumano, donde el patriarcado es el gran contenedor.
Lamentablemente, en el Chile actual son pocas las pro-
puestas políticas, que van más allá de las tradicionales fór-
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mulas de dudosa democracia, o que no siguen los mismos
caminos de invisibilización y violencia (negación de la pari-
dad y temas de género). Entonces, ¿volveremos a dejar nues-
tras demandas en manos de quienes no tienen real interés
en su concreción, y por siglos se han aferrado a un sistema
fatal? El gravísimo error es utilizar los mismos canales y for-
mas de organización que “supuestamente” combatimos.
Reiteradamente, a las mujeres se nos promete “otor-
gar cupos”, una especie de “cuartito propio” dentro de un
esquema político que no logra, o más bien teme, tomar
conciencia de que el nudo está donde por siglos no se ha
querido mirar. La real búsqueda implica nuevos esque-
mas, nuevos planos pensados en el conjunto de la diversi-
dad humana. Solo de este modo el resultado final respon-
derá y reflejará a la sociedad completa.
Por nuestra parte, como mujeres feministas, no pode-
mos caer en la misma trampa y trabajar “para” o esperar
“dádivas”. Si alguna vez el gran logro fue un cuarto propio,
hoy debemos estar conscientes de que la casa se construye
en conjunto. No es hora de pedir: es hora de exigir nuestro
lugar. Exigir que nuestra visión esté presente, no solo por el
bien nuestro, sino por el bien de todas, todos y todes.
Es decir, si no logramos erradicar los vicios patriarcales,
la historia se volverá a repetir más allá de cualquier magní-
fica propuesta teórica funcionando, exclusivamente en el
solitario e incierto pensamiento del patriarca en medio de
un mundo devastado. Seguramente, este ente cada noche
pregunta a su espejo: ¿Espejito, espejito quién es el más
sabio? Las respuestas del espejo no son las más auspicio-
sas y la reacción no es menor. Como mujeres la sentimos y
también la denunciamos, pero al mismo tiempo exigimos
la visibilización de las injusticias y promovemos el feminis-
mo como una propuesta crítica y auténticamente demo-
crática. Esencialmente humana. u
1. Patriarcado: estructura de pensamiento, relaciones sociales, políticas
y sexuales, impuesta sobre la humanidad, mediante la fuerza (guerras y
violencia en todas sus formas) por una elite masculina. (AMD).
A.M.D.O.
17
Un feminismo político para un
futuro mejor
por Ina Kerner* y Philipp Kauppert**
Interseccionalidad
Una de las cuestiones centrales que exploran las teorías
feministas contemporáneas deriva de una problemática
antes relegada a los márgenes del movimiento: el reclamo
de las feministas menos favorecidas contra la miopía del
feminismo tradicional, cuya agenda se acotaba en gran
medida a los problemas de las mujeres que vivían en si-
tuaciones de relativo privilegio; en otras palabras, las oc-
cidentales, mayoritariamente blancas, heterosexuales y
de clase media. La incorporación de este reclamo a la ela-
boración teórica del feminismo actual se entiende ante
todo bajo la categoría de «interseccionalidad»: el aborda-
je que percibe la diversidad y la estratificación dentro de
todo grupo social (incluidos los de género) y comprende
que los ejes en torno de los cuales se articulan la diferen-
cia, la estratificación social y la discriminación/opresión
–como «raza»/etnia, clase, género o sexualidad– están
entrelazados e interrelacionados (1).
La decisión de tomar en serio este reclamo –que no-
sotros auspiciamos– implica en potencia una apertura
radical de los horizontes del feminismo político, porque
entonces su agenda tiene que integrar las complejas im-
bricaciones del sexismo con el racismo, con el naciona-
lismo y con las desigualdades ligadas a la religión o la
casta; tiene que abordar los efectos de la heteronorma-
tividad, la asociación de la femineidad a la maternidad
y las tareas hogareñas, no solo como un problema de las
mujeres heterosexuales, sino también de las lesbianas,
21
gay y queer; y además necesita incorporar en su enfoque
la clase social, así como, posiblemente, todas las otras
formas de la desigualdad. Tomar en serio la interseccio-
nalidad también implica concebir el feminismo político
como una disciplina cuyo objeto es sumamente hetero-
géneo y que contiene potenciales divisiones internas,
y por ende como una disciplina cuyas prioridades po-
líticas, lejos de establecerse a priori, deben dilucidarse
en el transcurso de un debate político abierto, basado
en el conocimiento de las diferencias internas y los po-
tenciales conflictos. El abordaje interseccional también
entraña la necesidad de revisar algunos de los supuestos
básicos que sustentan la cooperación internacional para
el desarrollo. Por ejemplo, la promoción de la democra-
cia se ha centrado ante todo en la representación polí-
tica femenina y en los aspectos legales de los derechos
humanos para las mujeres de sociedades patriarcales.
En consecuencia, ni el feminismo ni los movimientos
prodemocráticos han prestado suficiente atención al
contexto socioeconómico de sus luchas; peor aún, tanto
los movimientos sociales como las organizaciones de la
sociedad civil –un buen ejemplo son los sindicatos– per-
manecen en general bajo dominio masculino. En mu-
chos países del Sur global, las experiencias de opresión
son multidimensionales e incluyen mecanismos discri-
minatorios basados en la economía, la pertenencia ét-
nica, el género, la clase y la casta. Por eso es importante
aplicar herramientas analíticas interseccionales en cada
contexto cultural y político específico para desentrañar
los procesos transicionales de las sociedades en vías de
democratización. De esta manera es posible trascender
los enfoques de actores y reclamos particulares –cuyo
horizonte suele ser muy estrecho– para obtener un pa-
norama exhaustivo de los desafíos, las perspectivas y los
puntos de incursión en toda su diversidad.
Feminismo y neoliberalismo
Varios teóricos sociales han analizado en tiempos re-
cientes las amplias repercusiones que tuvieron en
nuestro mundo actual los movimientos emancipadores
22
surgidos después de los años sesenta. Hace ya más de
una década que Manuel Castells (2) acuñó la expresión
«sociedad de redes» para definir nuestra sociedad glo-
bal de hoy, que ha sustituido las estructuras verticalistas
del pasado por una configuración flexible con múltiples
vínculos horizontales; entre los diversos factores que
auspiciaron el surgimiento de esta sociedad, Castells
incluye los movimientos sociales de la segunda mitad
del siglo XX, con sus característicos reclamos contra el
autoritarismo y las jerarquías. En una concepción simi-
lar, aunque con una nota más pesimista en el tono y el
análisis, Luc Boltanski y Éve Chiapello (3) ponen de re-
lieve la naturaleza flexible y la capacidad de renovación
del capitalismo actual y sostienen que las sociedades
capitalistas contemporáneas, debido a que se rigen por
ideales de autonomía, creatividad, movilidad y trabajo
en equipo, abrevan precisamente en la crítica (artística)
al autoritarismo, la burocracia y las estructuras rígidas
que heredaron de esos movimientos sociales, pero no
en aras de liberar verdaderamente a las personas, sino
a fin de integrarlas en el nuevo régimen de dominación
que ejerce el capitalismo bajo su forma flexibilizada y su
organización en redes.
La intelectual feminista Nancy Fraser dice algo simi-
lar en relación con el feminismo: «los cambios culturales
fomentados por la segunda ola, saludables en sí mismos,
han servido para legitimar una transformación de la so-
ciedad capitalista que se opone directamente a las es-
peranzas feministas de alcanzar una sociedad justa» (4).
Esta nueva forma de capitalismo –sintetiza Fraser– es
«posfordista, transnacional, neoliberal» (5). Abrevando
en los argumentos de Boltanski y Chiapello que mencio-
namos más arriba, Fraser sostiene que la oposición de la
segunda ola feminista a los cuatro aspectos cardinales del
capitalismo estatal –el economicismo, el androcentrismo,
el estatismo y la organización westfaliana– en parte pre-
paró el terreno para la renovación que condujo a la for-
ma actual del sistema capitalista, en cuyo transcurso los
ideales del feminismo adquirieron nuevos significados,
más cercanos a la legitimación que al cuestionamien-
23
to del sistema. En primer lugar, el creciente énfasis de la
segunda ola en la política de la identidad como impug-
nación del sesgo economicista evolucionó con el tiem-
po en un culturalismo igualmente sesgado, distante del
paradigma inicial que combinaba la redistribución con
el reconocimiento. En segundo lugar, la crítica feminista
al salario familiar terminó por allanar el camino hacia la
precarización universal. En tercer lugar, el antiestatismo
feminista legitimó el desmantelamiento neoliberal del
Estado benefactor mediante la transferencia de respon-
sabilidades a organizaciones no gubernamentales (ONG)
y el fomento de la iniciativa económica individual (fi-
nanciada con microcréditos), un resultado que nada tie-
ne que ver con el sueño feminista original de conquistar
derechos sociales universales para todos los ciudadanos,
independientemente de su situación laboral. Por último,
el cuestionamiento feminista al Estado-nación ha redun-
dado en meras formas profesionalizadas de un transna-
cionalismo más ligado a la actuación en los foros de la
política internacional y el sector del desarrollo (neolibe-
ral) que al intento de consensuar una senda de cambio
hacia la justicia de género a escala mundial. Fraser sugie-
re que el feminismo solo puede salir de esta constelación
problemática si adopta una posición inequívoca en favor
de la justicia de género y en contra del neoliberalismo,
orientada a reconectar la crítica feminista con la crítica a
la dominación capitalista (6). Este nuevo enfoque crítico
debe integrar las dimensiones de la redistribución, el re-
conocimiento y la representación (es decir, las cuestiones
socioeconómicas, culturales y políticas), a la vez que ac-
tualiza sus demandas a contrapelo del orden neoliberal.
A lo largo de las últimas décadas, los feminismos del Sur
global dejaron de ser movimientos políticos amplios en
pos del empoderamiento femenino para convertirse en
grupos dedicados a la realización de proyectos específi-
cos cuyos fondos suelen provenir de donantes internacio-
nales. Este proceso transicional –también conocido como
oenegización (7)– modificó la agenda de muchas agrupa-
ciones feministas, que adaptaron su trabajo con el género
para integrarlo funcionalmente al sector del desarrollo y
24
se enfocaron en la adquisición de capacidades no guber-
namentales con el fin de brindar asistencia social. Este
viraje se debió en parte a la primacía del «ajuste» neolibe-
ral, que restringió las capacidades y los presupuestos gu-
bernamentales destinados a las políticas públicas, en un
tiro de gracia que marcó el final de los «Estados desarro-
llistas» tal como existieron hasta los años 80. También en
los contextos del Sur global, entonces, es interesante eva-
luar la contribución del feminismo al desmantelamiento
del Estado desarrollista (patriarcal), o bien, en palabras
de Fraser, reflexionar acerca «de cómo cierto feminismo
se convirtió en criada del capitalismo» (8).
En Pakistán, un país cuya sociedad se rige por las
normas de la familia patriarcal, la matrícula femenina
de la escuela secundaria y la educación superior se ha
incrementado de manera contundente en los últimos
años (9). Pero esta mejora no se refleja en el mercado de
trabajo, ya que las mujeres están subrepresentadas en
los cargos oficiales y gerenciales, continúan trabajando
en condiciones precarias y padecen diversas formas de
explotación en el sector manufacturero (por ejemplo, el
trabajo a domicilio de la industria textil). La lenta pero
creciente participación femenina en el mercado labo-
ral ha suscitado un interesante debate, ya que aún no
está claro si el resultado ha repercutido positivamente
en el empoderamiento de las mujeres o si, por el con-
trario, ha generado nuevas formas de dominación. En
algunos casos es posible incluso que haya favorecido la
violencia doméstica, como reacción a los conflictos fi-
nancieros en el seno de la familia. La feroz competen-
cia entre diversos países asiáticos que abaratan la mano
de obra y reducen al mínimo la regulación estatal de las
industrias exportadoras para atraer inversiones extran-
jeras también contribuyó a la «feminización del trabajo
asalariado» (10). Hay numerosos estudios de casos es-
pecíficos relacionados con las cadenas de valor (y los
cuidados domiciliarios), como las industrias textiles en
Bangladesh o Vietnam, o las industrias de asistentes do-
miciliarios en Tailandia y Filipinas, por mencionar unos
pocos ejemplos.
25
Desde una perspectiva más auspiciosa, y pese a los de-
rroteros problemáticos que siguió la política de los mo-
vimientos feministas descriptos más arriba, también es
cierto que la teoría feminista ofrece varios puntos de in-
cursión aptos para poner en tela de juicio el neoliberalis-
mo dominante que ha colonizado nuestras percepciones
y nuestros relatos durante los últimos años. Los relatos
contrahegemónicos que necesitamos con tanta urgencia
para presentar batalla contra el gran proyecto capitalista
pueden construirse sobre las percepciones y los ejem-
plos feministas del Sur global, así como del Norte global.
A pesar de los innumerables debates que suscitó la crisis
económica y financiera de los viejos centros capitalistas
(EEUU y Europa), los representantes del progresismo lo-
cal siguen prestando escasa atención a las luchas de lo
que algunos perciben como «las periferias». La reducción
de la esfera pública y la privatización de los servicios es-
tatales –incluidos los de seguridad, educación, salud y
agua– ya han recorrido una historia más larga en el Sur
global que en el mundo euroatlántico. Las experiencias
acumuladas por los movimientos sociales de América
Latina, África, Oriente Medio y Asia pueden ser las pie-
dras angulares para construir una visión alternativa, la
«utopía práctica» que necesitamos para orientarnos en la
confrontación de los múltiples desafíos que nos reserva el
siglo XXI en todo el mundo (11).
A modo de cierre
En las últimas décadas se ha observado una tendencia
interesante –que muchos denominan «tercera ola del
29
feminismo»– de militantes jóvenes que retoman cier-
tas reivindicaciones básicas de la segunda ola: la lucha
contra el acoso sexual y la violencia de género, las li-
bertades sexuales en general, la distribución y la orga-
nización social de los cuidados familiares o la crítica a
normas persistentes sobre las relaciones de género. Las
activistas de la tercera ola abordan los viejos temas con
nuevas formas de praxis, desde el uso de redes sociales
hasta prácticas más o menos festivas de resignificación,
como la SlutWalk o «Marcha de las Putas» (17). Lo más
interesante de estas nuevas formas de praxis es la de-
terminación de establecer lazos con una amplia red de
actores y grupos de acción que luchan por la justicia so-
cial. En esta renovada praxis feminista, los reclamos clá-
sicos del movimiento (que en sí mismos podrían alejar
a algunas jóvenes por los éxitos del feminismo o por la
mala reputación que lo pinta como un rejunte de mu-
jeres que se victimizan y odian a los hombres) se plan-
tean en el marco de nuevas alianzas, que incluyen movi-
mientos estudiantiles o activistas contra el consumismo
y la precarización. Estas alianzas no implican necesaria-
mente la búsqueda de otros grupos feministas –o siquie-
ra de otros grupos de mujeres– para forjar o promover
un movimiento feminista mundial, sino que responden
a la intención de ponerse en contacto con el conjunto
general de movimientos nacionales, regionales y mun-
diales centrados en diversos reclamos en el marco de
la justicia social. De esta manera, las reivindicaciones
feministas se dispersan (por expresarlo positivamente)
o se descentran (por expresarlo negativamente). Hacer
hincapié en el primer término, que implica aplaudir y
fomentar la dispersión, o subrayar el segundo, proble-
matizando el descentramiento, es una cuestión de pre-
ferencias y prioridades políticas. Lo que sí parece haber
quedado en claro es que si el feminismo quiere atraer a
las nuevas generaciones no debe quedarse atrincherado
en sus prácticas anteriores, sino sumarse a la tercera ola.
Si a la luz de estas consideraciones optamos por to-
mar en serio lo que nos enseñan las teóricas feministas
poscoloniales, interseccionales, socialistas y de la ter-
30
cera ola, hay al menos cuatro cosas que debemos tener
presentes.
En primer lugar, un feminismo político que lucha por
mejorar el futuro del mundo no puede encerrarse en una
estrategia única, sino que debe conceptualizarse como un
movimiento amplio que articule las batallas contra las di-
ferentes facetas que puede adquirir la injusticia de géne-
ro: políticas, culturales y socioeconómicas. Esto requiere
emprender un esfuerzo colectivo para comprender cues-
tiones ligadas a la interseccionalidad, que debería tradu-
cirse en la disposición a aceptar la diversidad de actores,
intereses y objetivos. En segundo lugar, las coaliciones y
los enlaces entre estos feminismos políticos y otros gru-
pos que integran el colectivo de movimientos por la jus-
ticia social deben considerarse un avance. Este principio
incluye esferas y ámbitos que eran ajenos a los clásicos
movimientos de mujeres: por ejemplo, los sindicatos y
algunos partidos progresistas del Sur global que suelen
tener un perfil androcéntrico. Aún queda por ver cuál es
la mejor manera de fomentar los enlaces. Esta cuestión
reviste particular importancia cuando se trata de actores
externos a los movimientos feministas, cuyas agendas
hasta ahora han sido no solo ajenas al feminismo, sino
además impugnables desde una perspectiva feminista.
Un buen ejemplo son los sindicatos que priorizan las lu-
chas en favor del salario familiar, ya que el salario familiar
estabiliza la noción de familia tradicional sostenida por
un proveedor masculino heterosexual. Mejores perspec-
tivas se vislumbran para los enlaces con sindicatos que
ponen de relieve las luchas por los empleos universales
de medio tiempo, en aras de posibilitar una combinación
mucho más eficaz del trabajo asalariado con los cuidados
familiares, la militancia política u otras actividades para
todas las personas.
En tercer lugar, el feminismo político debe trabajar en
la formulación de alternativas al neoliberalismo y mante-
nerse alerta para evitar todo riesgo de entrar en el juego
del razonamiento neoliberal o de servir a sus procesos de
reestructuración. Además, en una era de redes que amol-
dan su cosmovisión a las circunstancias cambiantes, se
31
necesita un «feminismo fluido», es decir, un feminismo
que sea adaptable a los cambios de la sociedad sin renun-
ciar a su propia esencia, e interpretable en diferentes nor-
mas culturales y contextos políticos, si es que no proviene
ya de diversos contextos locales. El feminismo político
también debe ser capaz de atraer un amplio apoyo po-
pular y de cambiar las culturas políticas que subordinan
la democracia a la lógica del capitalismo y los mercados
desregulados, o bien que la ponen en peligro debido a
otros factores de la dominación autocrática.
Por último, dado el espíritu netamente transnacio-
nal del nuevo sistema capitalista, el feminismo siempre
debe buscar conexiones globales al determinar las cau-
sas de las injusticias pasadas y presentes en materia de
género, así como las posibilidades de cuestionar –o bien
combatir– esas causas y sus efectos. Una senda posible
es la (re)politización del movimiento feminista trans-
nacional y la creación de una visión de justicia que esté
inserta en una nueva utopía práctica. Los riesgos no son
menores, sin duda. Pero tampoco existe una alternativa
mejor. u
1. Patricia Hill Collins y Valerie Chepp: «Intersectionality» en Georgina
Waylen, Karen Celis, Johanna Kantola y S. Laurel Weldon (eds.): The Oxford
Handbook of Gender and Politics, Oxford University Press, Oxford, 2013, p.
57 y ss.
2. M. Castells: La era de la información. Economía, sociedad y cultura, 3 vols.,
Siglo xxi, Ciudad de México, 1990-1999.
3. L. Boltanski y É. Chiapello: El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, Madrid,
2002.
4. N. Fraser: Fortunas del feminismo. Del capitalismo gestionado por el
Estado a la crisis neoliberal, Traficantes de Sueños / Instituto de Altos
Estudios Nacionales del Ecuador, Madrid-Quito, 2015, p. 245.
5. Ibíd.
6. Ibíd., p. 260 y ss.
7. Ver Sonia E. Alvarez: «The Latin American Feminist ngo ‘Boom’» en
International Feminist Journal of Politics vol. 1 No 2, 1999; Islah Jad: «The
ngo-isation of Arab Women’s Movements» en ids Bulletin vol. 35 No 4;
Verónica Schild: «Empowering ‘Consumer-Citizens’ or Governing Poor
Female Subjects? The Institutionalization of ‘Self-Development’ in the
Chilean Social Policy Field» en Journal of Consumer Culture vol. 7 No 2,
2007.
32
8. N. Fraser: «How Feminism Became Capitalism’s Handmaiden – And How
to Reclaim It» en The Guardian, 14/10/2013.
9. Jaffar Ahmed y Zaffar Junejo: Social Contract in Pakistan, fes, Islamabad,
2015.
10. Rubina Saigol: Feminism and the Women’s Movement in Pakistan: Actors,
Debates and Strategies, fes, Islamabad, 2016.
11. Boaventura de Sousa Santos (ed.): Democratizing Democracy: Beyond the
Liberal Democratic Canon, Verso, Londres-Nueva York, 2005; Jean Comaroff
y John L. Comaroff: Theory From The South: Or, How Euro-America Is
Evolving Toward Africa, Paradigm, Boulder-Londres, 2012.
12. C.T. Mohanty: Feminism Without Borders: Decolonizing Theory,
Practicing Solidarity, Duke University Press, Durham-Londres, 2003, p. 230.
13. Ibíd., p. 231.
14. Ibíd., p. 231 y ss.
15. G. Sen y C. Grown: Desarrollo, crisis y enfoques alternativos. Perspectivas
de la mujer en el Tercer Mundo, piem, Ciudad de México, 1989.
16. En octubre de 2015, fes Pakistán organizó un taller regional sobre
feminismo político con expertas y activistas de Bangladesh, China, Alemania,
la India, Indonesia, Tailandia y Pakistán. Cuando finalice con los estudios
sobre actores, discursos y estrategias feministas locales, fes planea establecer
un proyecto regional de feminismo político.
17. Rebecca Walker: «Becoming the Third Wave» en Ms., 1-2/1992, p. 39 y
ss.; R. Walker (ed.): To Be Real: Telling the Truth and Changing the Face
of Feminism, Anchor, Nueva York, 1995; Barbara Findlen (ed.): Listen Up:
Voices from the Next Feminist Generation, Seal Press, Seattle, 1995; Leslie
Heywood y Jennifer Drake (eds.): Third Wave Agenda: Being Feminist, Doing
Feminism, University of Minnesota Press, Minneapolis-Londres, 1997; Laurie
Penny: Unspeakable Things: Sex, Lies, and Revolution, Bloomsbury, Londres,
2014.
I.K. y P.K.
33
VIOLETA INCONCUSA
(O Violeta y el feminismo)
por Ana María Devaud Oberreuter*
36
A Santiago se ha dicho
En 1932, por motivación de su hermano Nicanor, ingresa a
otra escuela, la Escuela Normal. Nuevamente las ganas de
crear superan ampliamente las posibilidades de una edu-
cación, donde la creatividad es rápidamente “enrielada”
hacia cauces repetidos y tradicionalistas, que impiden avi-
zorar más allá de los límites de un pobre esquema. Cuan-
do el color o la forma se salen del molde, las aplastantes
calificaciones terminan (hasta el día de hoy), por apagar
los entendimientos. Pero en este caso “el Dios de los cielos”
dota a Violeta de un arma eficaz: su seguridad, aquella
posesión que le permite exigir respeto y plantarse frente
a un mundo hostil o tratar de tú a ciertas autoridades con
injustificables cintas en la cabeza.
Dando la batalla, comienza su recorrido por el Santiago
de los años 30. Efectivamente, Violeta se hace parte de un
mundo donde la guitarra y el vino se convierten en el aula
de una juvenil música y poeta. Con sus hermanos van a los
bares de barrio e interpretan boleros, rancheras y corri-
dos mexicanos. Más tarde canta flamenco, recorre el país
como “Violeta de Mayo” y gana un concurso en el Teatro
Baquedano.
Y así va bordando una existencia dedicada a buscar las
respuestas en las observaciones propias. Pronto la seduce
aquel folclore descubierto en los campos; se vuelve su gran
amor y le dedica su vida. La experiencia y sabiduría de las
personas con las que se encuentra pasan a formar parte de
sus saberes, de sus “díceres” (expresión que ocupa en lugar
de “decires”) y se convierten en fuente de inspiración. Para
Violeta no existe la sociedad del mutuo elogio ni la auto-
complacencia; se vincula al ser humano y la naturaleza,
tantas veces más sabios.
La carpa y la parca
En 1967, en La Reina, las culpas, penurias y el desamor vola-
ban con el soplo invernal de la cordillera. La carpa se llovía
por todas partes, mientras Violeta con los pies en el barro
y uno que otro asistente, cantaba con su guitarra y un vino
navegao para entrar en calor. Llegó el verano, pero no la
luz, ni claridad. Solo sobrevivieron las causas perfectas, y
propias de una sociedad patriarcal, para llevar a una mujer
creadora, pero cansada de “batallar”, a un final sin salida. Es
complejo discernir un motivo único. Es complejo precisar
esa sensación de disgusto que se ancla desde los primeros
momentos, en el mundo de las mujeres, en forma de exigen-
cias y discriminaciones naturalizadas e invisibles. Antes de
pegarse un tiro en la sien, escribió una carta que muy pocos
conocen, y que se encuentra en poder de su hermano Nica-
nor. Dicen que no deja títere con cabeza.
Finalmente, es en el ballet El Gavilán, una de sus obras
máximas, donde Violeta, precisamente, hace una síntesis de
los símbolos y el significado de un sistema aplastante pero
aún vigoroso. Ella dice:
“El tema de fondo es el amor. El amor que destruye casi
siempre, no siempre construye. El gavilán representa el hom-
bre, que es el personaje masculino y principal del ballet. La
gallina representa a la mujer y que es el personaje, también
de primer orden, pero el personaje sufrido, el que resiste todas
las consecuencias de este gavilán con garras y con malos sen-
timientos, que también sería el poder, como dijiste tú, y el
capitalismo, el poderoso” u
A.M.D.O.
39
El debate sobre el trabajo sexual
W.I.
47
Sexismo y discriminación por edad en las mujeres
La experiencia de envejecer
Pero si esta mujer, dotada de una salud de hierro, pudo
imprimir hasta el final su voluntad a sus actividades coti-
dianas y a la elección de sus sitios de residencia, ¿cómo
envejecer cuando uno está impedido de realizar ciertas
acciones habituales? Con más de 60 años, mientras tra-
bajaba y cuidaba a sus nietos, Thérèse Clerc debió aten-
der durante cinco años a su propia madre, gravemente
enferma. Este tipo de pruebas no es inusual para aque-
llos -y sobre todo, para aquellas- que cumplen el papel de
proveedoras (o proveedores) de cuidados, tanto para sus
descendientes como para sus ascendientes. Evitar con-
vertirse a su vez en una carga para sus hijos, fue una de
las motivaciones de Thérèse Clerc, cuando a fines de los
años 90, fundó la Casa de las Baba Yagás. Este proyecto de
un hogar de ancianos autogestionado, basado en la ayuda
mutua y la solidaridad entre sus integrantes, fue conce-
bido para las mujeres de la generación de Thérèse, que
durante mucho tiempo fueron amas de casa o trabaja-
doras a tiempo parcial y disponen de una jubilación muy
modesta. Creada en 2012, la Casa de las Baba Yagás no
corresponde del todo al sueño de su fundadora (la asig-
nación de nuevas viviendas está en manos del provee-
dor de fondos, y no de las residentes), pero se convierte,
con todo, en un lugar de militancia. En particular, alber-
ga la Unisavi, universidad popular que pone en común
las luchas y los saberes relativos a la vejez. Allí se debate
sobre autogestión, economía social y solidaria, feminis-
mo, envejecimiento de los inmigrantes, e inclusive, sobre
sexualidad de las viejas y los viejos.
En un documental de 2005, Benoîte Groult menciona
una experiencia habitual de la persona de edad avanza-
52
da: ella se vio envejecer, primeramente, a través de las
miradas de los otros. Se sentía “igual a sí misma”, o inclu-
so, más enérgica que en épocas anteriores. Pero veía
cambiar la actitud de los demás hacia ella, veía surgir
una suerte de indiferencia o conmiseración, y hasta de
desprecio, apenas velado. Notaba, a través de palabras y
gestos, que dejaba de tener un verdadero lugar en cier-
tos eventos propios de la vida social, e iba cayendo en la
cuenta de que estos se organizaban con unos límites de
edad implícitos. En su entorno, el del mundo literario,
el espectáculo y la política, donde muchos hombres de
su edad tienen como pareja a mujeres mucho más jóve-
nes, empezó a notar también que su imagen envejecida
era una forma de estigma, y que con la misma edad, su
marido podía seguir sustrayéndose a esa vivencia. En su
impotencia de cambiar las reglas de juego, admite que se
hizo un lifting: “No veo por qué las feministas no debe-
rían tener el mismo derecho a los progresos de la medici-
na. (…) La preocupación por la belleza no es en sí misma
antifeminista”, declaró, justificándose (5). Thérèse Clerc
no se movía en el mismo mundo social, y sus arrugas no
parecieron impedirle seducir a hombres y mujeres hasta
una edad avanzada. Sin duda, habría respetado la aspira-
ción de Benoîte Groult de exhibir un rostro que su entor-
no consideraba más agradable. Pero quizá habría añadi-
do que no todas las mujeres tienen los medios financieros
para salvar su piel a golpes de bisturí.
En la Casa de las Baba Yagás, la “belleza”, de ser una
técnica personal y exclusivamente individual que se apli-
ca tras bambalinas, pasa a ser un motivo de intercambio
colectivo. A Thérèse Clerc le interesaban las obras de arte
que muestran cuerpos envejecidos y tenía el proyecto de
organizar un “festival des cannes” (**) donde se presen-
tarían las mejores películas que muestran la vejez. Junto
a varias “Baba Yagás”, participó en una coreografía pro-
vocadoramente titulada “Viejas pieles”, donde se inven-
taban movimientos danzados, anclados en la situación
subjetiva de las personas de edad muy avanzada (6). Se
preguntaba qué ropa, perfumes o joyas serían capaces de
embellecer un cuerpo de mujer anciana, sin que su único
53
objetivo fuera disimular los signos de la edad. En octu-
bre de 2015, coorganizó, junto a alumnos de artes apli-
cadas del liceo Eugénie Cotton de Montreuil, un desfile
de moda cuyas modelos eran las “Baba Yagás”. Vestidos
brillantes, amplios y coloridos, fabricados por los alum-
nos con retazos de corbatas descartadas por mayoristas
del barrio parisino del Sentier, lucidos por mujeres mayo-
res de 80, entre ellas, Thérèse. Con una mezcla de malicia
y capacidad de reírse de sí mismas, simulaban el andar
convencionalmente altivo de las modelos: demasiado
viejas para jugar el juego, aprovechaban para burlarse de
las normas, bajo la mirada seducida y turbada de espec-
tadoras y espectadores de todas las edades.
Boleto vencido
Tradicionalmente, una mujer que no disimula su vejez
y asume que sigue teniendo (todavía) sus deseos, inco-
moda y hasta causa disgusto a más de un hombre. Para
analizar colectivamente esa ansiedad, se necesitan “vie-
jas deseantes (7)” que salgan del armario adonde se las
conmina a permanecer escondidas. Provocadora por sus
acciones militantes, su rechazo de todo eufemismo al
hablar de las miserias de la vejez, sus alusiones explíci-
tas a la sexualidad de las personas ancianas y su entrega
a la voluntad de cambiar el mundo, Thérèse Clerc asumió
el papel de contestataria del orden de las edades. Entre
aquellas y aquellos que eran un poco más jóvenes, logra-
ba destilar, dentro del íntimo desasosiego, una forma de
curiosidad, cuando no de deseo, en relación a esa singu-
lar etapa venidera: la vejez.
Para ella, no se trataba en absoluto de negar el cuer-
po que se debilita, ni el temor de ver que se acerca
el momento del final. Pero mientras Benoîte Groult,
como escritora, buscó dar cuenta lo más fielmente
posible de su experiencia y darle una forma literaria,
la relación de Thérèse Clerc con la vejez fue ante todo
política: ella vio, en esa condición desacreditada, una
situación de privilegio para cuestionar una serie de
normas sociales que constriñen más directamente a
54
los adultos “en la plenitud de la edad”. Ella considera-
ba a la vejez como un momento propicio para desa-
fiar, a través de acciones concretas, la organización
social discriminadora de la vejez, y para cuestionar
estas díadas: actividad/inactividad, rendimiento/vul-
nerabilidad, autonomía/dependencia.
Divulgar esas experimentaciones es, en sí mismo,
un periplo jalonado de obstáculos. En una época en
la que todo está organizado para que una parte de la
población acepte la idea de haber “superado la edad”
de contribuir a la (re)producción de la sociedad y
quizá incluso a su resistencia, sigue siendo necesario
que en sus márgenes, se desarrollen espacios de crí-
tica social receptivos, para aquellas y aquellos cuyo
“boleto ya está vencido (8)”.
(*) Fue publicado en español bajo el título Así sea ella, por editorial Argos Vergara, en
1978.
(**) Juego de palabras intraducible, entre festival de Cannes y festival “des cannes” (en
francés: de los bastones).
J.R.
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