AES2 La Trampa
AES2 La Trampa
sin saber que las fuerzas imperiales los están esperando. ¿Podrán librarse de la
trampa que les tienen preparada?
Libro 2
La trampa
Cavan Scott
Esta historia está confirmada como parte del Nuevo Canon.
Digitalización: Bodo-Baas
Revisión: holly
Maquetación: Bodo-Baas
Versión 1.0
01.07.17
Base LSW v2.21
Star Wars: Aventuras en el espacio salvaje: La trampa
Declaración
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CAPÍTULO 1
FALLO DE ENERGÍA
El Ave Susurro tenía problemas y Lina Graf lo sabía. En cuanto la sacó del hiperespacio,
la nave empezó a sacudirse como un bantha revoltoso.
—Lina, ¿qué estás haciendo? —se quejó su hermano Milo cuando estuvo apunto de
caerse de su asiento, en la parte trasera de la estrecha cabina.
—Intentar volar en línea recta —contestó ella bruscamente, mientras pulsaba
interruptores en la consola principal. Las luces de emergencia parpadeaban y, por mucho
que Lina lo intentara, la palanca de control no giraba.
La nave se sacudió, zarandeando a ambos niños en sus asientos.
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—¡Señor Milo, por favor! —replicó el droide, que estaba sentado a la derecha de Lina,
conectado directamente al ordenador de navegación—. La señorita Lina lo hace lo mejor
que puede.
—¿Y si lo mejor que puede no es suficiente? —refunfuñó Milo.
—Pues su actitud tampoco será de mucha ayuda —dijo CR-8R.
CR-8R, o Cráter para sus amigos, era un droide mosaico, improvisado por Rhyssa a
partir de distintas piezas. Su cuerpo era una carcasa astromecánica conectada a una base de
probot flotante, dotada con brazos manipuladores que se agitaban mientras hablaba. Era
quisquilloso, terco y extraordinariamente molesto pero, en ese momento, también era lo
único que tenían.
Sus padres no estaban: Auric y Rhyssa Graf, exploradores, realizaban mapas de los
desconocidos recovecos del Espacio Salvaje hasta que fueron capturados por un capitán del
ejército Imperial llamado Korda. Lina siempre había pensado que el Imperio luchaba por el
bien, que propagaba la paz y el orden por toda la galaxia. ¿Cómo pudo estar tan
equivocada? Korda había robado sus mapas, capturado a sus padres e intentado destruir el
Ave Susurro con Lina y Milo en su interior.
Ahora estaban solos, con la sola compañía del viejo cascarrabias de CR-8R y de Morq,
el mono-lagarto kowakiano de Milo. Lina no podía confesárselo a su hermano pequeño,
pero estaba aterrorizada. Y, por mucho que éste intentara aparentar valentía, sabía que Milo
estaba igual de asustado.
Pero, de momento, tenían problemas más urgentes. El Ave había sufrido daños
considerables al escapar de las cargas explosivas de Korda y a duras penas se mantuvo de
una pieza en el hiperespacio.
—Llegando a Thune —anunció CR-8R.
Lina miró hacia arriba a través de la cabina y se fijó en un pequeño planeta marrón y
azul que se encontraba sobre ellos.
—¿Vamos a lograrlo? —preguntó Milo, colocándose en su asiento mientras Morq se
colgaba de él, gimiendo lastimosamente.
—Por supuesto —dijo Lina—. Siempre y cuando la nave no se rompa en pedazos
primero.
—¿Y qué probabilidades hay de que eso ocurra?
Se oyó un golpe en la parte superior y saltaron chispas desde los indicadores de
potencia de la consola.
—¡Van en aumento! —admitió apartándose el humo de la cara—. Cráter, ¿qué está
pasando?
El droide consultó el localizador de desperfectos del Ave.
—¿Por dónde quiere que empiece? Se están apagando los sistemas de toda la nave. ¡Los
propulsores se están sobrecalentando y el sistema de soporte está en estado crítico!
—¿Hay algo que funcione? —preguntó Milo.
—El sintetizador de comida está operativo.
—Genial. ¿Alguien tiene hambre?
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—El generador está aquí —dijo ella, señalando una luz roja intermitente en el centro de
la nave—. Y la escotilla atascada está allí.
—Vale, entonces, ¿cómo se supone que vas a entrar?
Lina tragó saliva.
—Pues usando la escotilla externa, aquí. —Apuntó hacia una pequeña compuerta sobre
la nave.
—¿Externa? ¿Quieres decir «fuera»?
Lina intentó que su voz no delatara el miedo que sentía.
—Sí.
—Estamos en el espacio, hermanita. ¡No puedes salir fuera de la nave mientras estemos
en el espacio!
—¿Para qué te crees que están los trajes espaciales? Además, si no lo hago, nunca
aterrizaremos de forma segura.
Antes de que Milo pudiera responder, la voz de CR-8R crepitó por el sistema de
comunicaciones.
—Señorita Lina, sea lo que sea lo que vaya a hacer, ¿puedo sugerirle que lo haga
deprisa? Los retropropulsores han fallado. No podemos frenar.
Lina, frustrada, golpeó con su mano una unidad de comunicación.
—Entonces cambia el rumbo. Aléjanos de Thune.
—No puedo. Los controles no responden. Si no cambiamos el rumbo enseguida… Me
temo que el Ave Susurro va a chocar directamente contra el planeta.
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CAPÍTULO 2
PASEO ESPACIAL
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—Todo correcto —dijo Lina en el comunicador, pero Milo sabía que no era cierto.
Nada de aquello era correcto, en absoluto. Deseó poder ocupar el lugar de ella, pero sabía
que no serviría de ayuda: mientras que Lina entendía de máquinas, el gran amor de Milo
era la naturaleza. Él era feliz revolcándose en un pantano o descubriendo nuevas especies,
no reorientando la energía de los generadores.
Ahora no podía ser de mucha utilidad.
—Ve con cuidado, ¿eh, hermana? —dijo, intentando parecer animado—. ¿A quién voy
a molestar si no estás por aquí?
—Me molesta a mí —señaló CR-8R, que recibió un tortazo de la cola de Morq.
—No te preocupes, Milo, puedo hacerlo. Cráter, abre la cámara.
Milo se preguntó si estaba intentando convencerlo a él o a sí misma. En el asiento de
copiloto, el droide pulsó algunos botones antes de anunciar:
—Abriendo la cámara de descompresión en cinco, cuatro, tres, dos…
—¡Uno!
Lina contuvo la respiración cuando el aire salió de la cámara, y la puerta hexagonal se
abrió ante ella y reveló estrellas muy lejanas. Se le revolvió el estómago y estuvo a punto
de gritar que aquello era un grave error y había cambiado de idea.
Con la puerta completamente abierta, sólo un campo magnético la protegía del vacío.
Tragó saliva y presionó un interruptor en el panel de control que llevaba cosido a la manga
del traje espacial.
—Deteniendo la gravedad artificial de la cámara.
Se oyó un pitido y Lina empezó a flotar por la sala. Cuando eran pequeños, su madre
solía desactivar la gravedad artificial en la bodega principal para que Milo y Lina jugaran
en gravedad cero, gritando y aplaudiendo mientras nadaban por el aire. De pronto, ya no
parecía tan divertido como antes.
—Reduce el campo magnético —ordenó.
—Campo magnético desactivado —respondió CR-8R a través del comunicador. Con
una repentina ráfaga de luz, la puerta azul que había entre ella y el espacio abierto
desapareció.
Lina se imaginó a su madre diciéndole que podía lograrlo y se impulsó hacia el exterior.
Se agarró al borde de la puerta abierta y se colocó boca arriba para subir por el casco del
Ave Susurro.
Ya estaba en el exterior de la nave.
Su estómago se contrajo, y por un momento pensó que iba a marearse dentro de aquel
casco. «No es una buena idea, Lina. En absoluto». Trató de recordar una de las muchas
cosas que CR-8R sabía y les había recitado:
—Cuando se sale al espacio exterior, hay que concentrarse en la nave, no en las
estrellas. Si miran hacia arriba, quedarán hipnotizados por la inmensa extensión del
espacio. Si miran hacia abajo, verán el casco, sólido y seguro. Caminen paso a paso y no
corran: no querrán resbalar y perder la sujeción.
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En efecto, aquello era lo último que Lina quería. Para ser un droide tan molesto, a veces
CR-8R tenía mucha razón.
Todavía agarrada del borde de la puerta, pulsó un botón en su manga. Las almohadillas
magnéticas de sus rodillas y guantes se activaron, por lo que las extremidades se le pegaron
al exterior de la nave.
—Funciona —dijo en voz alta.
—¡Lo estás haciendo genial, hermanita! —la animó Milo.
—Sí —confirmó CR-8R—. Pero, por una vez, le agradecería que lo hiciera un poco
más rápido.
—¿Y qué pasa con lo de no correr?
—Perdone, debería haber añadido que no corra, a menos que esté a punto de estrellarse
contra el costado de un planeta.
Lina suspiró.
—Vale. Tú concéntrate en mantener operativos esos repulsores.
—¿Qué cree que estoy haciendo? —contestó el droide.
Lina no respondió, sino que dedicó unos segundos a orientarse antes de emprender el
largo gateo hacia la parte superior de la nave. Las alas del Ave Susurro estaban extendidas a
ambos lados, y ella no perdía de vista el planeta contra el que se precipitaban. Thune
parecía enorme en ese momento, y distinguió unos puntos alrededor del planeta, cada vez
más grande: eran naves en órbita; estaciones espaciales, quizá.
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CAPÍTULO 3
ATERRIZAJE
—Se acercan deprisa —afirmó Milo, revisando los sensores traseros.
—¡Demasiado! —coincidió CR-8R.
—¡Pues imaginaos estar aquí fuera con ellos! —gritó Lina por el comunicados
—Entra en la sala de máquinas, hermana. A lo mejor no te…
Los cazas volaron sobre la parte superior del Ave Susurro, produciendo un zumbido.
—Se han ido —dijo Lina, respirando aliviada.
Milo se sentó de nuevo en su asiento.
—Creí que nos estaban persiguiendo.
—Se dirigen a Thune —informó CR-8R—; ¡como nosotros, por si no se acordaban!
—Estoy en ello —respondió Lina, y Milo cambió las imágenes a las de la cámara de
alimentación interna para ver cómo se introducía en la sala de máquinas.
—Te veo. ¿Cómo está todo?
—Ahumado. Ha habido un incendio. Algunos de los cables deben de haberse quemado.
Vio que Lina se giraba hacia un panel de acceso y tiraba de él para coger la caja de
herramientas de emergencia de su madre.
—No tardaré mucho —prometió. Milo confiaba en que así fuera. Echó un vistazo a
través de los cristales frontales de la cabina. Thune era inmenso y ya podía distinguir cada
una de las naves que estaban en órbita.
—Esas naves son los nuevos modelos imperiales, los cazas TIE. Se están acoplando a
aquella estación espacial.
Como si hubiera esperado el momento idóneo, una luz empezó a parpadear en la
consola de control.
—¿Y ahora qué?
CR-8R revisó las lecturas.
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—¡Contesta la llamada, Milo! —ordenó Lina a través del comunicador—. ¡Lo último
que necesitamos es otro vuelo de reconocimiento!
Milo presionó el botón de comunicación con un dedo tembloroso.
—Ho… hola —dijo, agravando la voz en un intento de sonar como su padre—. ¿En qué
podemos ayudarles?
—Les habla el Control portuario imperial, y estábamos a punto de hacerles la misma
pregunta —contestó una voz femenina—. Se están acercando al planeta a gran velocidad.
—Entendido, Control portuario —fingió Milo, a pesar de que no tenía ni idea de lo que
estaba diciendo—. Estamos experimentando problemas eléctricos, pero los solucionaremos
en un plis.
—¿En un plis? —repitió Lina desde la sala de máquinas.
Milo la miró en la pantalla.
—¡Lanzadera clase Mu no identificada! Por favor transmita su identificación —pidió el
Control portuario. Milo cortó la comunicación.
—¿Qué está haciendo? —preguntó CR-8R.
—No podemos decirle al Imperio quiénes somos —insistió Milo—. Creen que el Ave
Susurro está destruida. Si descubren que estamos vivos, ¡nos arrestarán como a mamá y a
papá!
—¿Así que va a ignorarlos y punto? —preguntó el droide.
—No funcionará —dijo Lina, todavía envuelta en cables—. En cuanto estemos lo
bastante cerca, el Ave enviará nuestro código IAE automáticamente.
—¿Nuestro qué?
—Identificación Amigo o Enemigo —explicó CR-8R—. Por ley todas las naves
transmiten automáticamente un código de identificación.
—Pero Lina puede anularlo y ya está, ¿verdad?
—Incluso si pudiese, estoy un poco ocupada.
Una luz brilló en la consola.
—Están contactando de nuevo —informó CR-8R.
A Milo le entraron ganas de gritar. No era posible que, después de llegar tan lejos, les
detuviera algo tan tonto como un código de identificación. Delante, los cazas TIE se
dirigían de nuevo hacia ellos en lo que parecía una sospechosa maniobra de interposición.
—¿Cómo vas con la energía? —preguntó, agarrado a los brazos del asiento de piloto.
—Sólo necesito unos minutos más —respondió Lina.
—No tenemos unos minutos. Cráter tiene que hacer… —vaciló, sin encontrar las
palabras adecuadas.
—Maniobras evasivas —dijo CR-8R por él.
—¡No conmigo al lado del generador!
Los cazas TIE estaban tan cerca que Milo podía distinguir los cañones láser.
—¡No creo que nos dejen elección!
—Entrando en el campo de transmisión IAE —anunció CR-8R.
—Cráter, tienes que poder hacer algo.
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—Pero ¿qué? —empezó CR-8R—. Aun en el caso de que anular el código no fuese
ileg…
El droide se quedó helado, con la cabeza inclinada hacia un lado.
—¿Cráter?
—¿Qué pasa? —preguntó Lina.
—Ha dejado… de funcionar.
—¿Qué?
La cabeza de CR-8R se alzó de nuevo y sus ojos brillaron. Un brazo sonda salió
disparado de su cuerpo y se estrelló contra el ordenador de navegación.
—Anulando códigos —anunció.
—Pero has dicho que no podíamos…
Antes de que Milo pudiera acabar la frase, CR-8R contestó la llamada del Control
portuario. La voz femenina retumbó por toda la cabina.
—Tormenta Estelar Uno, hemos recibido su transmisión.
Milo, sorprendido, se quedó mirando a CR-8R. ¿Tormenta Estelar Uno? ¿De qué iba
aquello?
—IAE verificado. Todo correcto.
Milo observó los altavoces del comunicador mientras los cazas TIE se marchaban de
vuelta a la base.
—¿Sí? Quiero decir…, sí. Bien. Entonces, ¿podemos dirigirnos hacia Thune…, por
favor?
—Todavía necesita reducir la velocidad —fue la respuesta—. ¿Necesita un rayo
tractor? Podemos estacionarles en el hangar de la estación.
—¡No! —gritó Milo, un poco precipitado, antes de reprimirse—. Negativo, no
precisamos el rayo tractor; lo tenemos todo bajo control.
Cambió de canal para hablar con su hermana.
—Lina, por favor, dime que lo tenemos todo bajo control.
—Reorientando la energía… ¡ahora! —comunicó Lina.
El Ave Susurro tembló, por lo que Milo estuvo a punto de caerse del asiento de piloto.
Con un chillido, Morq aterrizó sobre sus manos.
—Repulsores respondiendo —dijo CR-8R, aparentemente en su estado habitual—.
Retrocohetes encendiéndose. Compensador de aceleración activado.
—Lo has conseguido, hermanita —gritó Milo—. Ahora vuelve a la cámara de
descompresión.
—No hay tiempo para eso —insistió CR-8R, mientras el ordenador de navegación
emitía pitidos salvajemente—: Estamos a punto de entrar en la atmósfera del planeta.
Señorita Lina, voy a cerrar la escotilla.
—¿Qué? ¡No!
—Estará a salvo en la zona de motores durante el aterrizaje. Bueno, tan segura como lo
estemos nosotros.
—¿Qué se supone que significa eso? —resopló Milo.
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CAPÍTULO 4
NAZGORIGAN
Era como estar en un torbellino de Utapau. Cabría pensar que una persona zarandeada en
el interior de una reducida sala de máquinas no se haría gran cosa, pero no es cierto. Con
cada vuelta y giro de la nave, Lina salía por los aires y rebotaba de pared a pared.
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Lina soltó las almohadillas magnéticas, pero se quedó esperando donde estaba. Un
ruido desde arriba hizo que dirigiera la mirada en aquella dirección. Alguien estaba
andando sobre la nave, justo encima de su cabeza.
¿Quién era? Recordó las tropas de asalto que habían capturado a mamá y a papá, con
sus impolutas armas y sus imperturbables máscaras.
Y los blásters. Desde luego, se acordaba de los blásters.
Lina se puso en cuclillas, buscando desesperadamente un lugar donde esconderse. No
había ninguno, aparte de la escotilla interna que habían cerrado antes, la razón por la que
había tenido que realizar un paseo espacial. ¡Sí!
Al acercarse a la puerta, confirmó que los controles seguían sin funcionar. Se levantó de
nuevo y cogió con mano temblorosa el cortador de fusión del kit de herramientas de su
madre. Si conseguía realizar un corte a través de la puerta, podría escapar por la bodega
principal…, a menos que ya estuviera repleta de soldados. Tenía que intentarlo.
Apuntó el filo de energía del cortador hacia el punto exacto donde la escotilla se abría
sobre su cabeza. Lina miró hacia arriba, levantando una mano para proteger sus ojos de la
luz solar que entraba por la abertura superior. Era demasiado tarde: una monstruosa silueta
miraba a través de la brecha, con múltiples brazos agitándose en torno al cuerpo. ¿Qué era
esa cosa?
—¿Señorita Lina? —Lina se echó a reír y soltó el cortador de fusión—. Señorita Lina,
¿está usted bien?
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—Un poco magullada y dolorida, pero me recuperaré. Sólo necesito un poco de aire
fresco —dijo. Pero, en cuanto se quitó el casco, la abrumó el hedor—. ¡Uf! Eso no es
fresco.
—Lo siento —dijo Milo—. Debería haberte advertido: este sitio apesta.
Entonces, sin previo aviso, le dio un abrazo. Ella le devolvió el gesto, sujetándolo con
fuerza.
—Lo has conseguido —dijo ella—. Has logrado traernos aquí abajo.
—Siendo honesto, ha sido cosa de Cráter, no mía —confesó Milo, apartándose.
El droide retrocedió un par de pasos.
—Pero no necesito un abrazo; un simple gracias será suficiente.
—Pero ¿se puede saber qué ha ocurrido? —preguntó Lina—. Creía que querían nuestro
código de identificación.
—Y eso es lo que Cráter les ha dado.
—¿Cómo?
—Sé tanto como usted —admitió CR-8R—. Estaba buscando en mi base de datos una
solución para el problema de nuestro IAE y, de repente, he descubierto un montón de
archivos con falsos documentos de registro.
—¿Falsos? ¿De mentira?
—Eso es lo que la palabra significa, señorita Lina. Me alegra ver que todos los años de
clases han valido la pena.
—Pero ¿cómo llegaron esos códigos falsos a tu base de datos? —preguntó Milo.
—Bueno, en realidad no estaban allí antes —dijo el droide, mortificado con sólo
pensarlo—. Tengo el presentimiento de que forma parte de los datos que envió su madre.
Eso aún tenía menos sentido. Antes de ser capturados, Rhyssa Graf había transferido
información encriptada a la memoria de CR-8R, y el droide había estado desencriptándola
desde entonces. Pero ¿por qué sus padres tenían una provisión de identificaciones falsa?
—¿Puedes decirnos qué más hay en los datos? —pidió Lina.
—Todavía estoy descodificando la mayor parte —admitió CR-8R—.
Aproximadamente, el 12 por ciento completado.
—¿Por qué tardas tanto? —se quejó Milo.
—Oh, lo siento. He estado demasiado ocupado intentando que no chocáramos.
¿Recuerda? ¿Cuando salvé nuestras vidas?
Ignorando al droide, Lina se dio la vuelta para contemplar la escena. El Ave Susurro
había aterrizado en un concurrido puerto espacial. A través de los bancos de naves se podía
apreciar una gran ciudad, llena de altos edificios de piedra.
—¡Ay! —Algo picó a Lina en la nuca. Ella se golpeó la piel con la mano y un insecto
se le pegó en la palma.
—Ah, sí, lo olvidaba —dijo Milo, apartando un zumbido que volaba frente a su cara—.
Hay insectos por todas partes. Son brillantes. Además de que pican y muerden. Es un poco
molesto.
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—Necesitáis una espray para mosquitos, ¿no? —dijo una voz desde abajo. Los niños se
asomaron y vieron un alienígena grande y arrugado que se balanceaba en un platillo
flotante individual, a un metro del suelo.
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CAPÍTULO 5
CIUDAD THUNE
—Todavía apesto —se lamentó Milo, secándose el pelo mientras entraba en la cabina
del Ave Susurro.
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—Mamá y papá han sido capturados, Dil —dijo Lina al holograma—. Por el Imperio.
—¿Que han sido qué?
Lina le explicó todo lo ocurrido, desde que habían encontrado el campamento vacío y
descubierto la grabación de sus padres siendo capturados.
Cuando hubo terminado, Dil frunció el ceño.
—Ese oficial imperial, ¿era el capitán Korda?
El nombre provocó un escalofrío en Milo. Korda había irrumpido en el planeta
pantanoso que ellos estaban explorando, para exigir a sus padres que le entregaran todos los
datos. Era aterrador, un monstruo con una horrible mandíbula metálica.
Lina asintió.
—Pero creemos que mamá no le dio todo lo que él quería: antes de ser arrestada nos
envió archivos encriptados.
—¿Qué clase de archivos?
—No lo sabemos todavía, estamos trabajando en su descodificación.
—¡No! —espetó Dil—. Podría ser peligroso. Dádmelos a mí. Les echaré un vistazo y
veré qué son.
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—Lo que en realidad queremos es encontrar a mamá y a papá. Creemos que los han
llevado a los Mundos Centrales. ¿Crees que puedes averiguarlo?
—No debería de ser demasiado difícil —sopesó Dil—. Conozco a unas cuantas
personas del ejército Imperial. Podría pedir algún favor. ¿Dónde estáis?
—En Thune —contestó Lina.
Dil abrió la boca sorprendido.
—¿Estáis aquí? Oh, eso es una muy buena noticia. Venid a verme y veré qué puedo
hacer. Mirad, os envío mi localización.
La mesa de hologramas produjo un pitido y un mapa apareció en la pequeña pantalla
sobre la superficie.
—La tenemos —le dijo Lina.
—Buena chica. Sigue el punto rojo. —El sullustano suspiró—. Siento mucho todo esto,
niños.
—No es culpa tuya, Dil.
—Sí lo es, Lina: yo envié a los Imperiales a ver a tus padres. Creí que sería un buen
trato para ellos, para todos nosotros. Debería habérmelo imaginado. Había algo en Korda
que no me gustó desde el primer momento.
—Tampoco se puede decir que a mí me caiga muy bien —admitió Milo.
Dil ofreció una sonrisa reconfortante.
—Les encontraremos, Milo: lo prometo. Tú recuerda…
El holograma parpadeó y la cara de Dil se quedó estática.
Lina revisó los controles, tratando de despejar las interferencias.
—¿Dil? Dil, ¿me escuchas?
La imagen de su amigo permaneció congelada un segundo antes de desvanecerse. El
holoproyector se había apagado.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Milo.
Lina revisó de nuevo los controles.
—Hemos perdido la señal. Lo llamaré de nuevo.
Esta vez no hubo respuesta.
—¿Le pasa algo al transmisor?
—Probablemente. Cráter, ¿le has hecho algo al transmisor de comunicaciones?
El droide bajó flotando de la sala de máquinas.
—Creo que no. Hay un verdadero desastre ahí arriba. Podré volver a hacer funcionar el
Ave Susurro, pero necesitaré tiempo.
—En ese caso, iré a ver a Dil —dijo Milo mientras Morq saltaba sobre su hombro.
—¿Tú? —dijo Lina.
—Pues sí. Tú puedes ayudar a Cráter.
—Estoy bastante capacitado para reparar la nave yo solo, muchas gracias —respondió
el droide.
—Milo, no puedes ir solo —advirtió Lina—. No es seguro.
—Todo irá bien. Morq vendrá conmigo; ¿a que sí, chico?
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CAPÍTULO 6
DIL PEXTON
Lina se alegró de tener a Morq a su lado mientras caminaba por Ciudad Thune. Se había
descargado el mapa de Dil en su tableta, pero intentaba no mirar demasiado la pantalla,
pues no deseaba parecer una turista. Las calles estrechas corrían junto a los malolientes
canales y las aceras rebosaban de alienígenas de diferentes tipos y tamaños. Lina se
adentraba en la multitud y volvía a salir, lejos de las atestadas aceras del mercado y
apartándose al paso de los speeders, que se elevaban y descendían sin tener en cuenta a los
peatones.
Había ruido por todas partes, desde los botes que circulaban por los canales, escupiendo
abundantes gases al ya nauseabundo aire, a las lanzaderas que rugían en lo alto. En un
momento dado, un trío de cazas TIE inspeccionó la zona volando a poca altura sobre los
edificios, y Lina se convenció de que los estaban buscando a ella y a su hermano.
Y en todo momento, los insectos y las moscas zumbaban a su alrededor, en busca de un
delicioso aperitivo.
—Estos bichos son asquerosos —dijo, apartándolos con la mano. No se esperaba que
Morq rebuscara en su bolso y sacara una lata plateada y alargada—. ¡Es el repelente de
Nazgorigan! —exclamó al reconocer el tubo—. El de verdad, no esa cosa que le vendió a
Milo. ¿Cómo lo has conseguido?
Morq puso cara de inocente y Lina se echó a reír.
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—Lo que no logro entender es cómo conseguisteis burlar las defensas planetarias. Si
pensaban que el Ave Susurro estaba destruida…
—Fue Cráter: transmitió un código de identificación falso, anulando el IAE.
—Pero ¿cómo podía tener…? —La voz de Dil se fue apagando, hasta que sus ojos se
abrieron de par en par—. Claro.
—¿Qué?
—Hace un par de años, hice un trato con un contrabandista trandoshano. Tu padre
estaba furioso, pero como pago recibí un montón de identificaciones falsas. Se las envié a
Auric, sólo por si acaso.
—¡Y estaban en los datos que mamá envió a Cráter! —entendió Lina.
Dil asintió.
—Si estaba a punto de entregar los archivos a Korda, lo último que querría era que
encontrara un montón de códigos IAE poco fiables.
—El registro de Cráter debe de haberlos activado.
—Le dije a tu padre que serían de ayuda. —Dil miró la pantalla de su ordenador—.
Veamos, he hecho algunas indagaciones y me temo que nadie sabe nada de tus padres.
Lina dejó caer los hombros. Ella que creía que Dil podría ayudarlos… El alienígena
percibió su gesto e intentó animarla.
—No te desanimes: acabo de empezar. Además, cuando me des el resto de esos
archivos, estoy seguro de que llegaremos a algún lugar.
Lina arrugó las cejas.
—¿Los archivos? ¿Qué tienen que ver?
Dil echó un vistazo a la puerta corredera antes de mirarla a ella de nuevo.
—Pues son importantes. El Espacio Salvaje se está convirtiendo en una propiedad muy
atractiva. —Le tendió la mano—. ¿Están en esa tableta?
Lina bajó la mirada hacia la tableta en su regazo y negó con la cabeza.
—No, no los he traído.
—¿No? —espetó Dil un poco airado—. Te dije que los necesitaba.
—Cráter sigue trabajando en ellos.
—¿Tu droide? ¿Qué tiene que ver él en esto?
—Le dije que te los enviara después —dijo Lina, y Dil golpeó la mesa, provocando que
Morq saltara sobre el regazo de la niña. Los escarabajos quedaron desperdigados por la
mesa y el suelo.
—Eso no me sirve —dijo Dil con voz repentinamente áspera—. Los necesito ahora.
El sudor empezaba a caer por las mejillas del alienígena.
Morq escaló por el hombro de Lina para esconderse tras su cabeza.
—Dil, no hay necesidad de gritar —dijo ella—. Estás asustando a Morq.
El representante presionó un botón sobre el escritorio y se activó un holoproyec-tor.
—¿Los tiene Milo? Contacta con él ahora. Dile que los envíe o, mejor aún, que venga él
mismo.
Lina se levantó.
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Star Wars: Aventuras en el espacio salvaje: La trampa
—Y ahora me estás asustando a mí. Lo mejor será que volvamos más tarde.
Dil se puso en pie, lanzando su silla contra la pared.
—No —exclamó—. Tenéis que quedaros.
Agarrando su tableta, Lina retrocedió hacia la salida.
—Lo dicho: investiga sobre mamá y papá y nosotros te enviaremos los archivos en
cuanto Cráter haya acabado con ellos.
—Me temo que no puedo permitir eso —dijo una profunda voz a su derecha.
Lina se volvió y vio una silueta dibujada en la puerta lateral. Llevaba un uniforme de
color verde oliva y la fulminaba con la mirada bajo la visera de un sombrero. Lo peor de
todo era su sonrisa, que mostraba los dientes metálicos de su mandíbula robótica.
—Hola, Lina —gruñó el capitán Korda del ejército Imperial—. Es un placer conocerte
al fin. Tu madre me ha hablado mucho de ti.
Lina miró a Dil incrédula.
—¿Cómo has podido?
El traidor no apartó la mirada del escritorio mientras sacudía la cabeza.
—Lo siento —murmuró débilmente, pero Lina no se quedó a escuchar nada más. Se dio
la vuelta, dispuesta a correr de nuevo hacia el pasillo, pero una pareja de soldados de asalto
le bloquearon el paso. Sus blásters la apuntaron, listos para disparar.
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Cavan Scott
Morq gritó aterrado y saltó en dirección a la ventana desde los hombros de Lina. Uno
de los soldados se giró y disparó su bláster, que retumbó como un trueno en la pequeña
oficina de Dil. Morq esquivó el disparo, que impactó contra la ventana, y se lanzó contra
las persianas escapando por la ventana abierta. El soldado hizo ademán de ir tras él, pero
fue detenido por la mano enguantada de Korda.
—El animal no es importante —dijo el capitán arrastrando las palabras—. Lo único que
quiero son los archivos.
Avanzó hacia Lina mientras ella retrocedía.
—Ella no los tiene —se apresuró a decir Dil—. No, no le hagas daño.
La cabeza del capitán se volvió en dirección al sullustano.
—¿Hacerle daño? Por Coruscant, ¿por qué querría hacer eso?
—¡No puedo creer que nos hayas vendido! —espetó Lina a Dil—. Te conocemos desde
que éramos bebés.
Dil seguía sin levantar la mirada.
—Me amenazaron, Lina. Estaba asustado. Hi… hice cosas en el pasado de las que no
me siento orgulloso, antes de conocer a tus padres. Tus padres me enderezaron, pero…
—Pero sus antiguos crímenes han vuelto para atormentarle —le interrumpió Korda—.
Era una decisión muy sencilla: traicionaros o pasar el resto de sus días en una mina de
carbonita de un campo de prisioneros de Kalaan. No seas muy dura con él: tardó dos
segundos enteros en decidirse.
Korda dio un paso hacia Lina, que retrocedió hasta golpearse con la cabeza en la pared.
No tenía escapatoria.
El capitán se inclinó hacia ella.
—Te aseguro que no hay nada que temer. Como les dije a tus padres, el Imperio desea
llevar la paz y el orden al Espacio Salvaje. Para hacerlo, necesitamos sus mapas. Es
realmente sencillo.
—Entonces, ¿por qué los arrestaste? —dejó escapar Lina.
La sonrisa de depredador se evaporó de la cara de Korda.
—Tu madre sólo me dio una parte de los datos: mapas de rocas inútiles. Pensé que
Prexton debía de tener el resto. Qué suerte que sigáis vivos. Confío en que querréis seguir
estándolo.
Tras él, Dil avanzó un paso con la intención de ayudar a Lina.
—Capitán, por favor. Es sólo una niña.
Korda hizo callar al sullustano con una sola mirada.
—Es una criminal, como tú.
Lina gimió cuando Korda utilizó una de sus manos para levantarle la barbilla,
obligándola a mirar fijamente sus helados ojos azules.
—Dime, ¿dónde están esos mapas?
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Star Wars: Aventuras en el espacio salvaje: La trampa
CAPÍTULO 7
UN MENSAJE NO DESEADO
Lina le había dicho a Milo que no saliera de la nave, así que, por supuesto, él hizo
exactamente lo que ella le había prohibido: no iba a permitir que le diera órdenes. Sí, ella
era mayor, pero sólo un año. No era mamá o papá.
Sentirse tan inútil no ayudaba. Antes, cuando el generador falló, Lina había salido al
espacio exterior hasta hacer funcionar el motor de nuevo. Ni siquiera le había dejado pilotar
la nave.
Siempre lo mismo: Milo se meterá en un lío, Milo se va a hacer daño…
¡Bueno, pues Milo no estaba dispuesto a seguir haciendo caso!
Sentado junto al canal, tiró de la cuerda que había echado por el borde. Al final de dicha
cuerda, Milo había colocado una trampa para insectos: un frasco con un muelle en la tapa.
Una extraña criatura se arrastraba por el cuello. Tenía alas multicolores como una libélula
gorsiana, pero el cuerpo hinchado de un reptil viscoso.
—Eso es —susurró Milo, convenciendo a la bestia—. Entra en el tarro. Encuentra tu
dulce recompensa.
Había extendido pasta de azúcar por el fondo del frasco para ver qué podía atrapar, y
éste era el mejor ejemplar por el momento. De todos los insectos que pululaban por el
espeso aire de Thune, éstos eran los más fascinantes, con verrugas palpitantes en el lomo
que emitían un resplandor azul verdoso mientras volaban alrededor del agua turbia.
El curioso bicho vaciló y, finalmente, se precipitó al interior, arrastrándose por el cuello
del frasco. Milo sacudió la muñeca, y la tapa se cerró y atrapó aquella especie de sapo
volador. El niño alzó su trofeo, sujetándolo con ambas manos, y miró a través del cristal
transpirable.
—Oh, eres precioso —comentó con un sonrisa mientras la criatura revoloteaba en su
prisión temporal. Sus verrugas se oscurecieron por la ira hasta volverse de un morado
oscuro.
Lina podía quedarse con sus motores y sus máquinas; sin duda, él prefería las criaturas
vivas a los cascos de acero y los conductos de energía defectuosos.
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Una copia holográfica de la mosca-sapo apareció junto al tarro, trazando cada parte del
cuerpo de la criatura desde su esqueleto hasta los sacos de veneno que almacenaba en sus
mejillas.
Tras él, Cráter descendió de la sala de máquinas.
—Ahí está, señor Milo. ¡Creí que la señorita Lina le había dicho que no se marchara!
—La señorita Lina dice muchas cosas —dijo Milo, entusiasmado por enseñar a CR-8R
lo que había encontrado—. Mira.
El droide se inclinó para escudriñar el interior del frasco.
—¡Qué buen ejemplar! —exclamó—. Una verruga-avispón thuniana.
Milo se desanimó de repente.
—¿Sabes algo sobre ellos?
—Oh sí —respondió el droide—. Son bastante comunes por estos lugares, y muy
feroces también. Tiene usted suerte de que no le haya lamido.
—¿Lamido?
—Su lengua está cubierta de veneno. Un simple toque y se hubiese hinchado como un
globo. Muy desagradable.
Milo suspiró.
—Pensaba que había capturado un ejemplar raro.
—Le contaré todo sobre ellos más tarde —le prometió el droide—. Su padre realizó un
estudio hace tres años. Pero, antes, ¿sabe algo de su hermana? He recalibrado el generador
principal y he hecho un diagnóstico completo de los sistemas del Ave Susurro. Todo está en
orden.
—¿Así que podemos despegar de nuevo?
—¡En cuanto tengamos noticias de Dil Pexton, sí!
Se oyeron ruidos en el pasillo y, de repente, Morq apareció corriendo y chillando cuanto
podía.
—Pero, bueno, ¿qué te pasa?
—¿Qué ha hecho ahora este repulsivo bicho enano? —preguntó CR-8R. El droide y el
mono-lagarto no se tenían demasiado cariño.
—Está temblando —dijo Milo, tratando de apartar a la aterrorizada mascota de su
pecho—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Lina?
Una luz empezó a parpadear sobre la mesa de hologramas.
—Señor Milo —dijo CR-8R, señalando la alerta.
—Quizá sea Dil —dijo Milo, corriendo a través de la bodega para comprobar los datos.
Sí, la señal se estaba transmitiendo desde la oficina de Dil.
—Déjeme a mí —insistió CR-8R, planeando hacia la mesa; pero Milo no estaba
dispuesto a que le volvieran a decir lo que tenía que hacer. Se sentó antes de que CR-8R
llegara y pulsó un botón para contestar la llamada.
El holoproyector cobró vida y una imagen apareció sobre la superficie, pero no era Dil
Pexton, ni siquiera Lina.
Era el capitán Korda.
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Morq gritó asustado y se escabulló pared arriba para esconderse en un rincón del techo.
—Milo Graf, supongo —gruñó el oficial imperial, con su oscura voz metálica—.
Bienvenido a Thune.
Milo no sabía qué hacer. ¿Debía apagar el holoproyector? ¿Debía correr a esconderse?
En lugar de eso, optó por preguntar lo único que le vino a la cabeza:
—¿Qué has hecho con mi hermana?
Korda rio irónicamente.
—Un chico inteligente. Me gusta que vayas al grano. No tienes de qué preocuparte: tu
hermana está a salvo. Me recuerda a tu madre.
Con un grito lleno de rabia, Milo se levantó de un salto, lanzándose hacia la cabeza
holográfica. Pero sólo la atravesó, y la imagen se distorsionó por un segundo antes de que
los rasgos burlones de Korda se reajustaran.
—Deberías solicitar el acceso a la Academia Imperial. Podríamos hacer buen uso de
toda esa energía.
—Nunca trabajaré para el Imperio —espetó Milo.
—Todo el mundo trabaja para el Imperio tarde o temprano. Ya hablaremos de tu futuro
cuando nos reunamos. Porque nos reuniremos si quieres volver a ver a Lina.
Las lágrimas se agolpaban en los ojos de Milo, pero no tenía intención de llorar delante
de aquel ser despreciable.
—Por supuesto que sí.
La sonrisa de Korda desapareció:
—Entonces, envíame tus coordenadas. Debo decir que estoy impresionado: mis
hombres no han sido capaces de desencriptar vuestro canal de hologramas y Lina
mantiene la boca cerrada. Por ahora.
—Yo iré donde estés —dijo Milo, intentando parecer lo más sereno posible.
—Señor Milo, no… —empezó a decir CR-8R, pero Milo lo silenció levantando la
mano.
—Quieres los datos, ¿no? —preguntó Milo.
El busto de Korda asintió.
—Inteligente y perspicaz.
—Un lugar público, entonces —dijo Milo—. Sin guardias. Lleva a Lina y yo llevaré los
archivos.
El oficial rio de nuevo.
—Creo que alguien ha estado viendo demasiados holodramas, pero, si es lo que
deseas… ¿Qué te parece el Puente de Comercio? ¿Lo conoces?
—Lo encontraré.
—Tienes treinta minutos. Si no estás allí, tu hermana pagará por ello.
—¡No le hagas daño!
—No se lo he hecho todavía, pero puedo y lo haré. Es una promesa, no una amenaza.
El Puente de Comercio. Espero que estés allí.
La señal se cortó y la imagen de Korda se desvaneció.
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Milo volvió a sentarse y las lágrimas comenzaron a fluir. Con un gemido lastimero,
Morq bajó de la pared y envolvió al chico con sus brazos, estrechándolo con fuerza.
—Deberíamos llamar a las autoridades y denunciar a ese hombre horrible —dijo CR-
8R, yendo de un lado a otro de la bodega.
—Te recuerdo que Korda es la autoridad —resopló Milo, devolviendo el abrazo a
Morq.
—Entonces, ¿qué? ¡No podemos enfrentarnos a él solos!
Milo miró la verruga-avispón, que graznaba furiosamente en el tarro de muestras.
—Tal vez no sea necesario. —Se limpió la nariz con el dorso de la mano—. ¿Dónde
está el Puente de Comercio?
CR-8R se acercó flotando y se conectó a la mesa de hologramas. Un mapa
tridimensional de Ciudad Thune apareció en el aire, y se amplió hasta mostrar un gran
puente que cruzaba el canal. Estaba lleno de puestos de mercado y comerciantes.
—Aquí está —dijo el droide—. Una de las mayores arterias de la ciudad.
—¿Cuánto tardaríamos en llegar allí? —preguntó Milo.
—Diez minutos, más o menos; pero ¿cree que podemos confiar en Korda? ¿No habrá
enviado ya a sus hombres para capturarnos?
—No saben que el Ave Susurro sobrevivió a la explosión en el planeta pantanoso, y
obviamente Lina no les ha dicho nada. Según tus códigos falsos, esto es la Tormenta
Estelar Uno, ¿recuerdas?
—Aun así, ahora que saben que ustedes están vivos…
Milo interrumpió al ansioso androide.
—Las verrugas-avispón: han intentado atacarme cuando he atrapado a una de ellas.
—Pues sí —contestó CR-8R, confundido 9B por el repentino camuio de tema—.
Probablemente intentaban proteger a uno de los suyos.
—Pero ¿cómo sabían que estaba en peligro?
—Ahora no es el momento para clases de biología, señor Milo. Su hermana…
Milo se puso en pie y Morq saltó al asiento de al lado.
—Vamos, Cráter. Te encantan las lecciones. Además, si vamos a rescatar a Lina, ahora
es exactamente el momento.
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CAPÍTULO 8
DESPEJAR EL PUENTE
El Puente de Comercio estaba tan concurrido como había dicho CR-8R. Milo estaba de
pie en el centro, intentando que no le entrara el pánico. Los alienígenas llegaban de todos
los rincones, sudando a causa del calor. El viejo puente era amplio y los puestos se
extendían alo largo de la estructura. Los adoquines se desmenuzaban bajo sus pies,
desgastados por los miles de seres que los habían pisado a lo largo de siglos. Junto a Milo,
CR-8R movía sus brazos manipuladores mientras se quejaba.
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para escapar; la hembra peluda estuvo a punto de arrollar a CR-8R en su aterrorizada huida.
Milo se volvió hacia su hermana.
—¡Vamos, ahora!
—Ni se te ocurra —dijo burlándose Dil, mientras sacaba un pequeño bláster de su
cinturón. Apuntó directamente a Milo.
—No puedes dispararnos —respondió Milo, aunque no estaba tan seguro de que eso
fuese verdad.
—No me obligues a comprobarlo —advirtió Dil.
El puente ya estaba prácticamente desierto, y Milo, Lina y CR-8R se encontraban en el
centro, con Pexton. Morq estaba sentado en un puesto cercano, con la boca llena de pulpa
de rakmelón y escupiendo pepitas. Sólo cuando alzó la mirada y se dio cuenta de que todo
el mundo se había ido, saltó sobre los adoquines y corrió hacia los niños.
En el otro extremo del puente, flanqueado por una fila de soldados de asalto armados,
se encontraba el capitán Korda. Otra fila similar de soldados bloqueábala otra salida. No
había escapatoria.
Por si fuese poco, los tres cazas TIE rugían sobre sus cabezas, controlando la ciudad.
Korda empezó a caminar hacia los niños, con las manos tras la espalda. Las dos filas de
soldados de asalto también comenzaron a seguirle, en formación y con los blásters
preparados.
Dil se acercó a Milo arrastrando las piernas.
—No discutas con él —susurró—. Sea lo que sea lo que te pida, dáselo, por lo que más
quieras.
—Milo Graf —dijo mientras se aproximaba—. El chico inteligente y su valiente
hermana. Oh, en la Academia estarán encantados con vosotros. ¿Escuela de soldados de
asalto, quizá? A lo mejor tenéis potencial para ser oficiales. ¿Os gustaría? ¿Con un
uniforme como el mío?
Milo no contestó, sino que se limitó a seguir sujetando la mano de su hermana.
—Tal vez conozcáis al Emperador en persona, quizá lleguéis a lo más alto. Un chico
inteligente como tú. No hay nada que no puedas hacer. Tu hermana también. Tan segura de
sí misma. Tan tenaz. Pocas personas mantienen la compostura cuando las interrogo.
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Se detuvo frente a ellos, con los soldados en posición, colocados a ambos lados.
Milo intentó actuar como si no le importara. Tenía una pregunta para el capitán:
—¿Qué has hecho con nuestros padres?
Korda sonrió.
—¿Qué has hecho tú con mis archivos?
—¿Por qué os los deberíamos entregar?
Su sonrisa se desvaneció.
—Porque si no lo haces, mis hombres empezarán a disparar. Podríamos empezar con
vuestro droide.
El soldado de asalto más cercano alzó su fusil, apuntando a CR-8R. El robot produjo un
gemido electrónico y levantó sus seis brazos.
—Espera —dijo Dil, avanzando—. Conozco bien a Auric y a Rhyssa, y diría que han
escondido los archivos en ese droide. No parece gran cosa, pero a ellos les encanta ese viejo
cacharro.
—¿Viejo? —protestó CR-8R, a pesar de su evidente miedo.
—¿Es eso cierto? —preguntó Korda, dirigiéndose a Milo y Lina—. ¿Los archivos están
en el droide?
Ninguno respondió, pero eso no perturbó al capitán imperial.
—Muy bien —dijo—. Desmantelaremos su memoria, por si acaso. Gracias, Pexton. Lo
has hecho muy bien. —Se volvió hacia el soldado de asalto—. Arréstale.
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—¿Qué? —gritó Dil—. ¡No puedes! ¡He hecho lo que me dijiste! ¡Todo!
—Yo puedo hacer lo que quiera —rugió Korda—. ¡Por tu bien, suelta el arma!
Dil suspiró y, por un momento, Milo pensó que iba a lanzar su bláster al suelo.
Entonces, a la desesperada, levantó de nuevo el arma y apuntó directamente a Korda.
No llegó a apretar el gatillo: un anillo de energía azul, procedente del rifle del soldado,
impactó en los pies de Dil, que cayó al suelo totalmente paralizado.
Milo no pudo evitar soltar un gemido. Por mucho que lo disimulara, estaba aterrado.
—El alienígena está aturdido —les informó Korda—. Nada más. Le espera toda una
vida en una mina. ¿Y a vosotros? —Korda los observó con una mirada insoportable—. Es
vuestra última oportunidad. ¡Dadme los archivos! ¡Ahora!
Milo tragó saliva.
—De acuerdo —dijo.
—¡Milo! —replicó Lina, agarrándole la mano—. No puedes dárselos.
—Estoy de acuerdo —añadió CR-8R—. ¡Sobre todo, teniendo en cuenta que están en
mi cabeza!
—Tú eres más importante, hermanita —dijo Milo, sonriendo con tristeza a Lina antes
de volverse hacia el capitán Korda—. Si tanto deseas esos archivos, te los daremos. ¡Cráter,
transmítelos ya!
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CAPÍTULO 9
ENJAMBRE
Lo que pasó a continuación no era lo que Lina esperaba. Tras ellos, CR-8R emitió un
pitido muy agudo, que Lina nunca le había escuchado.
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Milo y Lina se agacharon junto a CR-8R y Morq se refugió entre ellos. Una verruga-
avispón pasó zumbando junto a la cabeza de Lina, demasiado cerca.
—¡Ha funcionado! —gritó Milo, triunfante.
—¡No lo entiendo!
—Las verrugas-avispón emiten un grito de socorro cuando están siendo atacadas. Cráter
lo ha imitado, cien veces más alto de lo que debería ser. Cada verruga-avispón en ocho
kilómetros a la redonda ha venido para hacer frente a la amenaza.
—Pero ¿no nos atacarán a nosotros también?
—¡No, mientras nos mantengamos cerca de Cráter y él siga gritando!
Pero CR-8R se quedó en silencio.
Milo golpeó al droide en su pecho metálico.
—¿Qué haces? ¡Sigue chillando!
CR-8R sacudió su cabeza frenéticamente mientras apuntaba hacia sí mismo.
—Se le ha quemado el vocalizador —explicó Lina.
Una verruga-avispón se fijó en ellos, se acercó mostrando la lengua y alcanzó a Lina en
el hombro, dejando una marca pegajosa en su túnica.
—No dejes que te toquen la piel —advirtió Milo.
—¿Cómo? —gritó Lina, y entonces tuvo una idea—. ¡Espera!
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Mientras CR-8R intentaba apartar a los bichos con sus brazos manipuladores, Lina
rebuscaba en su bolsa.
—¿Qué estás haciendo? —gritó Milo, agachándose para esquivar un avispón.
—Buscar esto —dijo Lina, sacando un tubo cilindrico de la bolsa.
—Eso es…
—¡El repelente de insectos auténtico de Nazgorigan! —Lina roció una nube de vapor
alrededor de ellos, sofocando primero a Milo y después a Morq—. Huele casi igual de mal,
pero funciona.
Las verrugas-avispón se apartaron enseguida, centrándose en los apurados soldados de
asalto.
—¿Cuánto tiempo dura esta cosa? —dijo Milo, asfixiándose con el espray.
—No lo sé —admitió Lina, sacudiendo la lata—. ¿Lo suficiente para escapar? ¿Cuál es
el plan?
Milo parecía avergonzado.
—Sí, el plan. Yo… A ver, la verdad es que no tengo ninguno.
—¿Qué?
—He traído los avispones aquí, ¿no?
No había tiempo para discutir. Lina miró a su alrededor y, cubriéndose la cara con las
manos, atravesó el enjambre hacia un lado del puente. Las verrugas-avispón se apartaron
para dejarla pasar, pero algunas de ellas volaban más cerca de lo que le hubiera gustado.
Tal vez el espray de Nazgorigan no durase tanto, al fin y al cabo.
Se asomó al borde y miró el canal que pasaba por debajo. Consciente de que era una
posible salida, llamó a su hermano.
—Venid los tres. Por aquí, rápido.
En el centro del enjambre, el capitán Korda se puso de cuclillas, con los brazos alrededor de
la cabeza. Le ardía la cara y sólo podía ver con uno de sus ojos. El dolor se apoderó de él
cuando una de esas cosas voladoras aterrizó sobre su mejilla. Había intentado golpearla con
una de sus manos enguantadas, pero ella fue más rápida. La mejilla se le empezó a hinchar
y los ojos se le llenaron de lágrimas.
A su alrededor, todo era un caos: sus hombres disparaban al aire indiscriminadamente o
caían al suelo retorciéndose de dolor. Qué inútiles. Desde siempre, Korda había sido
bendecido con una alta tolerancia al dolor, más aún desde que entró en la Academia. De lo
contrario, no habría podido sobrevivir a la Batalla de Maraken. Todavía llevaba su
mandíbula postiza como trofeo de aquella refriega. Un droide de batalla había intentado
detenerlo y lo pagó caro. Con aquellos niños no sería distinto.
Pero ¿dónde estaban?
Frente a él, un soldado de asalto agarraba su casco, intentando sacárselo de la hinchada
cabeza. Korda se incorporó y tomó al soldado para usarlo como escudo: lo empujó en
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dirección a la nube de bichos, con el fin de despejar el camino. Fue entonces cuando vio a
Milo correr hacia el borde del puente, apremiado por la chica.
No iría a…
Korda gritó que se detuvieran mientras el chico, abrazado a su mono-lagarto, saltaba del
puente para sumergirse en el agua. El droide lo siguió, sobrevolando la barandilla en su
base repulsora.
Korda apartó al soldado de asalto, sin importarle si aquel idiota sucumbía a las
picaduras venenosas o no. Esforzándose por ver con claridad, sacó el bláster de su funda y
apuntó a través de la nube de criaturas voladoras. Medio cegado por el enjambre, su disparo
impactó en el muro del puente justo cuando la chica se preparaba para seguir al droide por
el borde. El disparo hizo saltar fragmentos de piedra que alcanzaron ala chica en la pierna y
ésta gritó, antes de dejarse caer hacia delante.
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Maldiciendo, miró a su alrededor y corrió para coger la pistola bláster que Pexton había
dejado caer. Era un modelo SoruSuub de gama baja, primitiva y de corto alcance en
comparación con el armamento imperial, pero serviría.
Apoyándose en la pared, Korda volvió a asomarse por el borde del puente, pero la chica
ya no se encontraba a la vista. ¿Se habría ido buceando bajo la superficie del canal?
¿Quién sabía qué habitaba en aquel montón de basura?
Entonces Korda oyó el rugido de un motor. ¡Allí! El droide flotante estaba sacando a
Lina fuera del agua y subiéndola a un pequeño bote de madera atracado aúna de las orillas
del canal. Su hermano ya estaba al timón.
—No, no —escupió Korda, y disparó con el arma del sullustano.
El disparo golpeó un costado de la embarcación, cuyo casco chamuscó, pero la chica ya
estaba a bordo. Sin esperar al siguiente disparo, Milo Graf aceleró el motor y el barco
avanzó, a la vez que su desafortunado dueño salía de un edificio cercano y reprendía a
gritos a los jóvenes ladrones.
De repente, habían desaparecido, retumbando por el canal.
Korda dio un puñetazo al muro de piedra. Ya estaban fuera del alcance del ridículo
bláster.
Echó un vistazo alrededor con su ojo bueno, ignorando los gritos de sus hombres.
Ahora que el droide había dejado de emitir aquel penetrante ruido, el enjambre parecía estar
dispersándose, aunque no le importaba: el daño ya estaba hecho.
No podía creerlo. Dos críos pequeños se la habían jugado.
Maldiciéndose, Korda corrió por el puente, apartando un avispón que aterrizó en su
pecho. Al final del puente había una civil encorvada en una moto speeder, con un manto
echado sobre su cabeza para protegerse del enjambre. La cogió del hombro y la arrojó a un
lado. Sin volver a mirar a la mujer, saltó sobre el asiento del vehículo y encendió el motor.
La moto speeder salió disparada y dispersó a las verrugas-avispón que había alrededor.
Korda giró a la izquierda y tocó el suelo de adoquines con las rodillas. Pisando el
acelerador, el capitán imperial salió rugiendo del puente.
Aquellos niños no escaparían una segunda vez.
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CAPÍTULO 10
PERSECUCIÓN POR EL CANAL
—¡Cuidado!
Milo giró el volante a la derecha y esquivó, por poco, una gran barcaza que iba en
dirección opuesta. Los miembros de la tripulación klatooiniana los maldijeron a gritos, pero
ésa era la menor de sus preocupaciones. Echó un vistazo a su hermana, que estaba
empapada y se masajeaba la pierna.
—¿Te ha alcanzado?
—No —contestó ella—. Algunos escombros de la pared me han dado en la pierna, eso
es todo.
CR-8R se dio la vuelta sosteniendo un espray de bacta en uno de sus brazos
manipuladores. Lina lo apartó.
—En serio, estoy bien. Ni siquiera me he roto la…
Su voz se apagó.
—¿Qué pasa? —preguntó Milo, mirando hacia atrás.
No hizo falta que Lina le respondiera: una moto speeder avanzaba velozmente por el
camino que recorría la orilla izquierda del canal, persiguiéndolos.
—¡Korda! —dijo Milo con dificultad.
El capitán imperial estaba inclinado sobre el manillar de la moto speeder, con el motor
del vehículo al límite para alcanzarlos. Incluso a esa distancia, Milo pudo ver que le pasaba
algo en la cara: el lado izquierdo tenía el doble de su tamaño habitual, con la piel irritada e
inflamada. Una de las verrugas-avispón debía de haberle alcanzado. Aunque no parecía que
eso lo frenara. ¿Nunca se daba por vencido?
Morq chilló alarmado y Milo volvió la vista al frente, justo a tiempo de evitar chocar
con un pequeño bote.
—Eso ha estado demasiado cerca —dijo—. ¿A cuánto estamos del puerto espacial?
Lina sacó su tableta y activó el mapa.
—¡No sé dónde estamos!
—¡Ni yo!
—Tú encontraste el puente, ¿no?
—¡Pero viniendo de la dirección opuesta! ¡Tú fuiste la que nos dijo que saltáramos al
bote!
La tableta produjo un pitido que indicaba que había encontrado su localización.
—¡Izquierda! —gritó Lina—. Gira a la izquierda.
—¿Cuándo?
—¡Ahora!
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—Te agradecería que me avisaras con un poco más de tiempo la próxima vez —dijo
Milo, dando otro giro brusco al bote robado.
Al tambalearse hacia la izquierda, rociaron con la maloliente agua a los desafortunados
transeúntes que paseaban por la orilla del canal.
No hubo tiempo para pedir disculpas: Korda había cruzado un puente y aún los seguía
muy de cerca. Tenía una mano en el manillar, mientras con la otra buscaba algo en su
cinturón.
—¡Tiene un bláster! —gritó Lina cuando el oficial apuntó y disparó. El proyectil
impactó en la popa del barco, de la que salieron volando astillas de madera en todas
direcciones.
Milo zigzagueó por entre los barcos del canal; o, al menos, ése era el plan. Pero golpeó
el costado de una barcaza, lo que provocó un intenso crujido y casi lanzó a CR-8R por la
borda.
—¿Estás intentando hundirnos? —exclamó Lina. Morq saltó y se agazapó sobre su
cabeza, tapándole los ojos con los brazos.
Otro disparo impactó en el barco, peligrosamente cerca del motor fueraborda que los
propulsaba por el agua.
—No, pero Korda sí. ¿Hacia dónde?
—No puedo ver —dijo Lina, intentando apartar al aterrado mono-lagarto.
Milo se volvió hacia ellos:
—Morq, bájate de ahí. Si necesitas abrazar a alguien, abraza a Cráter.
Todavía incapaz de hablar, el droide no pudo protestar cuando Morq dejó la cabeza de
Lina para subirse a la suya.
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—Mucho mejor —dijo Lina mientras revisaba el mapa—. A la derecha, y justo después
a la izquierda. Korda se quedará atrapado al otro lado del canal.
—¿Por?
—Su moto speeder no podrá cruzar por el agua. Tendrá que ir por el camino más largo.
—Vale —contestó Milo—; ¡pero recuerda lo que me has dicho sobre chocarme con
cosas!
El bote derrapó hacia la derecha, muy cerca de una de las esquinas, mientras los
disparos de Korda se desvanecían en el agua. Entonces Milo giró a la izquierda. Ambos
niños gritaron cuando el bote estuvo a punto de hundirse, pero finalmente volvió a
enderezarse.
—¿Todavía está allí? —preguntó Milo, manteniendo la vista al frente.
Lina echó un vistazo a su alrededor; no había ni rastro de la moto speeder de Korda.
—Ya no, creo.
—Entonces regresemos al Ave antes de que vuelva a encontrarnos.
Lina leyó en voz alta las direcciones y Milo hizo todo lo posible por reaccionar. No una,
sino dos veces rozó los muros del canal y estuvo a punto de chocar contra una barcaza llena
de cereales, pero cada amago de accidente los llevaba más cerca del puerto espacial.
Milo sonrió tras el timón: iban a conseguirlo. ¡Iban a escapar!
De pronto llegó a sus oídos un sonido parecido al grito de un animal.
—Oh, no —dijo Lina.
—¿Qué? —preguntó Milo, mirando por encima del hombro.
Sobre sus cabezas, volando bajo, había uno de los cazas TIE, a la misma velocidad que
el bote. Descendió un poco más sobre el canal, tan cerca que pudieron ver la oscura
armadura del piloto a través del parabrisas.
—¡Detengan el vehículo y entréguense! —ordenó el piloto por los altavoces del caza.
—¿Qué hacemos? —dijo Milo.
—Ignorarlo y continuar —respondió Lina.
—¿Ignorar la gran nave con cañones láser?
—No es tan grande —mintió Lina.
—¡Sí, cuando estás en un Destructor Estelar, no en un barco!
Milo volvió a doblar una esquina, seguido de cerca por el caza TIE.
—Repito —insistió el piloto—: ¡paren o disparo!
—No lo hará —insistió Lina—. Ya has oído a Korda en el puente: no pueden
arriesgarse a dañar a Cráter.
Rayos de energía verde impactaron contra el agua a cada lado del bote, levantando
nubes de vapor.
—¿Quieres contárselo a él? —gritó Milo.
Lina señaló al frente:
—Baja por allí.
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Star Wars: Aventuras en el espacio salvaje: La trampa
Milo puso unos ojos como platos cuando vio a qué se refería Lina: era una estrecha
franja de agua, no mucho más ancha que el barco; un canal de carga para los almacenes que
se alzaban a cada orilla.
—No lo conseguiré —dijo Milo—. Viene demasiado rápido.
—¡Gira ya!
—¡No!
El caza TIE disparó de nuevo, levantando agua, con la única intención de asustarles
para que se detuvieran. En lugar de acobardarse, Lina se inclinó hacia delante, agarró el
volante y giró bruscamente a la derecha. El bote derrapó sobre el agua y chocó contra el
canal de carga, rebotando en las estrechas paredes.
Instintivamente, el piloto del caza giró para seguirles, pero se dio cuenta de su error
demasiado tarde: incapaz de pasar por el hueco, la nave se estrelló contra el almacén;
perdió los paneles solares que llevaba a los lados y luego explotó como una bola de fuego.
Los ardientes pedazos de la nave que empezaron a caer silbaron al impactar contra el agua
fría.
Milo volvió a tomar el control del timón, pero el motor se detuvo, lo que dejó el barco a
la deriva.
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Cavan Scott
—¿Qué ha pasado?
Lina se arrastró hacia el motor; un orificio circular lo atravesaba de lado a lado.
—Está sin combustible: Korda debe de haberle disparado y ha habido una fuga. Hemos
tenido suerte de que no haya explotado.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? ¿Nadar?
Lina se volvió hacia CR-8R:
13 a
—Cráter, tendrás que usar tus repulsores.
El droide se quedó boquiabierto, negando con la cabeza.
—Mira —continuó ella, poniéndole la tableta frente a la cara—. Estamos a un par de
manzanas del puerto espacial. Apunta los repulsores hacia atrás y propúlsanos. ¡Vamos,
Korda puede llegar en cualquier momento!
El droide sacudió la cabeza, negándose en redondo.
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Star Wars: Aventuras en el espacio salvaje: La trampa
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CAPÍTULO 11
¡DESPEGUE!
—¡Deteneos ahora mismo! —bramó Korda.
—Me parece que no —respondió Milo.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Lina.
—Esto —dijo Milo, girando el timón—. ¡Danos un último empujón, Cráter!
El bote se impulsó hacia delante y subió por una fila de escalones de piedra que salían
del agua. Salieron disparados por los aires, planeando sobre el puente, justo encima de
Korda. El capitán se dio la vuelta y empezó a disparar su bláster. Los rayos láser
impactaron contra la parte inferior del bote y atravesaron la cubierta, pero sin acertar a Lina
ni a Milo. El bote aterrizó sobre la orilla del canal, chocando contra el suelo de baldosas, y
se deslizó por la calle, hasta chocar con un puesto de mercado.
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Star Wars: Aventuras en el espacio salvaje: La trampa
Korda salió corriendo del puente, pero cuando llegó al puesto en ruinas, los niños ya no
estaban allí.
—Rápido —apremió Lina, corriendo por entre las naves estacionadas.
—No me digas —respondió Milo, que llevaba a Morq en brazos. CR-8R los seguía de
cerca, con sus motores de repulsión sacando humo a causa del esfuerzo.
El Ave Susurro estaba justo delante. Lina sacó su tableta y, pulsando varios botones,
abrió la rampa de acceso. Tras ellos, Korda intentaba alcanzarlos, corriendo
sorprendentemente rápido para ser un hombre tan grande.
—No lo conseguiremos —jadeó Milo. Ya casi tenían a Korda encima. Enfrente, la
rampa acabó de descender, y los motores recién reparados se encendieron automáticamente.
De pronto, una figura apareció frente a ellos, flotando sobre su pequeño platillo volante.
—¡Eh! —dijo Nazgorigan—. Ésa es la lagartija que me robó el espray.
—¡Lo siento, no podemos pararnos! —gritó Lina mientras esquivaba al enfadado
estafador. Por detrás, Korda no tuvo tiempo de reaccionar, y se estrelló contra Nazgorigan y
lo lanzó fuera del platillo. El oficial imperial y el jablogiano rodaron por el suelo como una
masa de brazos y piernas furiosas.
Era la oportunidad que los niños necesitaban. Subieron por la rampa, que CR-8R cerró a
su paso, mientras Korda intentaba separarse del rollizo alienígena.
—¿Cuánto tardaremos en despegar? —preguntó Milo cuando entraron en la cabina.
Lina se abalanzó sobre el asiento del piloto y empezó a tocar los interruptores.
—Desacoplando el tren de aterrizaje.
CR-8R se colocó en la posición de copiloto, vinculándose al ordenador de navegación
y, a la vez, intentando arreglar sus altavoces.
—¡Agarraos! —dijo Lina, tirando con fuerza de la palanca de control.
* * *
Apártate de mí —gruñó Korda, mientras daba patadas a Nazgorigan.
El alienígena rodó hacia un lado, pero era demasiado tarde: el suelo vibró cuando los
motores del Ave Susurro aceleraron y la nave despegó hacia el cielo.
—¡No! —Korda se puso en pie rugiendo—. ¡Vader me cortará la cabeza!
No podía permitir que escaparan. El capitán arrancó el comunicador de su cinturón.
—Korda al Control portuario. Nave enemiga en vector de escape. ¡Bloqueadla!
—¿No te has olvidado de algo? —preguntó Milo. Morq temblaba casi tanto como los
motores.
—¿Qué?
—Aquella estación espacial de allí arriba, y todas aquellas naves. Seguro que ya no se
creen que somos Tormenta Estelar Uno.
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CAPÍTULO 12
SIN ESCAPATORIA
En tierra, Korda corrió hacia su lanzadera. El piloto se volvió hacia él, con la boca
abierta. —¡Capitán, su cara!
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Star Wars: Aventuras en el espacio salvaje: La trampa
—¡Allí! —dijo Lina, señalando los puntos en la pantalla—. Hay una brecha.
—Apenas —dijo Milo, aunque ajustó el rumbo del Ave en aquella dirección—. Incluso
si pudiéramos pasar por allí, las naves tendrían tiempo de cortarnos el paso.
Lina pensó rápidamente.
—No, si saltamos al hiperespacio.
—¿Cuándo?
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—¡Ahora!
—Pero todavía estamos en la atmósfera de Thune.
—Señorita Lina —intervino CR-8R—. Como usted bien sabe, los motores de
hiperpropulsión no se encenderán en el campo gravitacional de un planeta. Se activarán los
protocolos de seguridad.
—No, si los apagamos.
La cabeza de CR-8R se sacudió tan rápido que Milo pensó que iba a explotar.
—No puedes hacer eso.
Lina asintió.
—En realidad, sí que puedo. Cuando estuve trabajando en el generador principal tuve
que pasar por alto los sistemas de seguridad. Podríamos hacer lo mismo para el salto a
velocidad luz: parar el ordenador apagando los motores. Es simple.
—¡Pero altamente peligroso! —añadió el droide.
—Sólo si explotamos.
—¿Es posible? —preguntó Milo.
—También puede ser que nos desintegremos al entrar en el hiperespacio.
Los niños se miraron el uno al otro.
—Entonces, lo mejor será que lo probemos —dijo finalmente Milo.
—¿Qué? —chilló CR-8R.
Rayos de energía pasaron junto al Ave Susurro, a pocos centímetros del casco de la
nave.
—Eso han sido los cazas TIE —dijo Milo—. Son disparos de advertencia.
—Estamos recibiendo un mensaje —informó CR-8R, asustado por la situación.
—Vamos a escucharlo —dijo Lina.
La voz del capitán Korda resonó por los altavoces.
—¡No tenéis escapatoria! ¡Rendios y os dejaré vivir!
Milo apagó el comunicador.
—¿Confiamos en él?
—La única persona en la que confío eres tú —le dijo Lina. Morq dejó escapar un
chirrido—. Y en el mono-lagarto.
—Encantador —resopló CR-8R.
Milo observó el bloqueo de naves imperiales, que cada vez estaba más cerca. La
libertad estaba al otro lado, y sus padres, en algún otro lugar.
Agarró el control de mando.
—Sólo tendremos una oportunidad. Hagamos que salga bien.
—¿Listo? —preguntó Lina.
—¡No! —insistió CR-8R.
—¡Hazlo! —dijo Milo.
Lina volvió a los controles, donde accedió a los sistemas de potencia de la nave y dio
órdenes que normalmente el ordenador nunca obedecería. Se oyó un pitido de advertencia y
ella asintió.
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Star Wars: Aventuras en el espacio salvaje: La trampa
—No habrá un mejor momento —dijo Milo, agarrando el nivelador del hiperpropulsor.
Antes de poder cambiar de opinión, tiró de él con fuerza.
El Ave Susurro se lanzó al hiperespacio, pasando a través del bloqueo. Tras ellos, los
pilotos de los cazas TIE quedaron tan desconcertados que chocaron con las naves
imperiales sin darse cuenta y explotaron al impactar.
En su lanzadera, el capitán Korda se quedó mirando las llamas y gritó, lleno de rabia:
—¡No!
Contra todo pronóstico, los niños Graf habían escapado. Pero ¿hacia dónde se dirigían?
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LA AVENTURA CONTINÚA EN
STAR WARS
AVENTURAS EN EL ESPACIO SALVAJE
Tercer libro: EL NIDO
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