El Sustantivo. Los Morfemas de Genero y Numero Haacch
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El sustantivo:
los morfemas de género y número
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© 2001-2021 I.G.C. SIGLO XXI S.L. - WWW.LICEUS.COM
María Luisa Montero Curiel
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BIVIRHUM
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ISBN: 978-84-9822-312-5
RESUMEN:
El propósito de este tema es el estudio del sustantivo, a partir de su definición,
ligada históricamente a la del adjetivo, su forma, en la que se estudiarán las variaciones
de género y número y su vinculación con el artículo, su clasificación en nombres
comunes (contables, no contables, individuales, colectivos, concretos y abstractos) y
nombres propios (antropónimos y topónimos) y, por último, se analizará la función del
sustantivo como núcleo del sintagma nominal. Se verá el sustantivo como una clase de
palabra fundamental en el conjunto oracional.
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1. El concepto de sustantivo
Los clásicos ofrecían una definición amplia, procedente del gramático Dionisio, y
decían que el sustantivo es una parte de la oración con caso pero sin tiempo y que
significa cosa corporal e incorporal y añadían la posibilidad de que fuera común o propio,
definición en la que puede intuirse incluso una primera clasificación; desde el punto de
vista lógico, se consideró el sustantivo como la palabra que expresa ‘sustancia’, frente al
adjetivo, por ejemplo, que indica ‘cualidad’. Para otros autores posteriores el sustantivo
es sustancia incidente en sí misma, y así palabras como tierra o blancura solo se pueden
aplicar a sí mismas, en ese sentido son formas “cerradas”; en cambio, adjetivos como
terregoso o blanco serían formas “abiertas”, pues son aplicables a otros elementos
diferentes, inciden sobre otros elementos: aspecto terregoso o camisa blanca.
Para otros autores lo fundamental del sustantivo es que puede poseer accidentes
de derivación: aumentativos y diminutivos, de los que no se ven libres, sin embargo,
otros tipos de palabras, como el adjetivo: perro > perrito > perrazo.
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La unión en el estudio de las dos clases de palabras no era fortuita, pues son
elementos que comparten rasgos y funciones, entre ellos la flexión de género, número y
caso (en las lenguas que lo tengan), la frecuencia con la que aparecen juntos en un
sintagma nominal, la capacidad de admitir morfemas derivativos (aumentativos,
diminutivos) o las múltiples relaciones semánticas; además, las diferencias entre
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sustantivos y adjetivos –que existen– en ciertos contextos no están del todo claras,
aunque es posible afirmar hoy sin reservas que son dos clases diferentes de palabras.
Entre las múltiples divergencias que permiten hablar de dos clases léxicas distintas se
han destacado las siguientes (están muy bien expuestas en Ignacio Bosque, 1999: 58-
70):
a) mientras que el sustantivo puede aparecer y subsistir por sí solo, el adjetivo no
puede hacerlo, pues es de naturaleza dependiente,
c) desde el punto de vista formal, el sustantivo es el único de las dos clases que
admite al artículo indefinido (un periódico pero no *un excelente); por el contrario, el
adjetivo es entre los dos el único que admite el artículo lo (lo bueno pero no *lo reloj),
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Sin embargo, no puede afirmarse que esas expresiones vocálicas estén siempre
asociadas a un género determinado: radio, mano, dinamo, moto o foto son formas
masculinas, mientras que otras como día, clima, mapa, fantasma, poeta, fonema o
programa son masculinas a pesar de la terminación -a.
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También por moción se explican las diferencias entre parejas del tipo monje /
monja, jefe / jefa, sirviente / sirvienta o infante / infanta, en los que la oposición
morfemática es –e / -a.
Por último, en este primer grupo se incluyen los sustantivos cuya oposición
genérica se expresa en -Ø / -a, del tipo doctor / doctora, león / leona, conductor /
conductora o profesor / profesora, en los que, como puede apreciarse, el masculino
termina en consonante y el femenino añade una –a. En este grupo domina el sufijo –tor.
2.1.1.3. Heterónimos
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Junto a ellos pueden estudiarse otros sustantivos que sólo con el cambio de
género establecido por el artículo son capaces de significar realidades diferentes: el
frente / la frente, el corte / la corte, el orden / la orden, el cometa / la cometa, el coma /
la coma, el parte / la parte, etc.
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Otro aspecto relacionado con el número permite hablar de dos conceptos distintos
pero complementarios: singularia tantum, expresión latina para referirse a aquellos
sustantivos que solo admiten el singular, como la tez, el caos, el cariz, la salud o la sed; y
pluralia tantum, que alude a aquellos nombres que solo admiten el plural, como los
víveres, los comestibles o los enseres.
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(4) El niño clasifica dentro de la categoría con rasgos de ‘humano’, ‘que tiene
pocos años, etc.
(5) Manolito Gafotas, en cambio, identifica a uno conocido entre un grupo.
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anterior y considera que en el plano abstracto del código de la lengua resulta que tanto
en nombre común como el propio no ofrecen prácticamente datos; es en el habla, en las
realizaciones concretas, donde existe la distinción, ya que el nombre propio no sólo
significa, sino que también aporta más datos que el nombre común, o sea, el nombre
propio connota más datos que el nombre común, pero siempre en un CONTEXTO
CONOCIDO (¿de qué le vale a un niño japonés oír hablar de Manolito Gafotas, por
ejemplo, si no lo conoce?). Así, la diferencia entre nombre común y nombre propio sería
una diferencia de grado.
Muy adecuada parece la definición que Bello dio del “nombre común o apelativo”,
y que valora Ignacio Bosque (1999: 5-8), como el “que conviene a todos los individuos de
una clase, especie o familia, significando su naturaleza o las cualidades de que gozan”.
En cambio, en el nombre propio se ha resaltado su falta de contenido léxico codificado,
por lo que su valor debe establecerse mediante factores extralingüísticos y contextuales.
(6) Los juguetes de LA NIÑA son muy bonitos (niña conocida, intercambiable por
un nombre propio concreto: Ana, Sofía, Leonor...)
(7) Los juguetes de NIÑA son muy bonitos (niña desconocida, nunca
intercambiable por un nombre propio y conocido)
Ejemplos como estos han llevado a pensar que el nombre común se convierte en
identificador (función del nombre propio) cuando va con artículo. Es decir, si el sustantivo
sin artículo vale como clasificador y designa una clase de objetos (nombre común), el
sustantivo con artículo ya no sólo clasifica el objeto denotado, sino que lo identifica
dentro de la clase en cuestión como único, igual que el nombre propio. Así, pues, puede
decirse que el artículo funciona como un accidente que es capaz de transformar el
sustantivo clasificador o común en sustantivo identificador o propio.
En cambio, en los nombres propios el uso del artículo es diferente: unos lo llevan
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(8) Lo llevan siempre: Los Alpes, Los Andes, Los Pirineos, La Mancha, etc.
(9) Lo rechazan (en contextos ‘normales’): Europa, Madrid, Cáceres, México, etc.
(10) Lo llevan o no: Coruña / La Coruña, China / La China, Perú / El Perú...
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refieren a entidades simples y que se pueden usar en singular como tales o se pueden
pluralizar con el morfema de número correspondiente. Son nombres como: mano,
caballo, taza, lápiz, etc. En cambio, sustantivos “colectivos” son nombres que ya en
singular designan una multiplicidad, un conjunto, aunque pueden admitir plural: gentío,
multitud, público, arboleda, coro, grupo, entre otras.
Ésta parece ser la clasificación que más polémica ha suscitado entre la crítica,
pues no hay unanimidad. En principio, puede decirse que un sustantivo concreto es el
que designa entidades materiales, palpables (mesa, cuadro, pastel); en cambio, los
sustantivos abstractos designan nociones de mayor complejidad que no se sienten como
materiales o físicas, en el sentido de palpables, les falta una existencia real (inteligencia,
madurez, belleza, valor, etc.). Así, a simple vista, puede parecer una división clara, sin
embargo, plantea muchísimos problemas, pues resulta difícil negar que voces como
hambre o delgadez sean concretas, aparte de poder cuestionar el hecho de que muchos
nombres de los considerados concretos pueden tener usos figurados y utilizarse en más
de una ocasión como abstractos.
3.3.1. Antropónimos
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3.3.2. Topónimos
Son los nombres propios de lugares, que pueden referirse a ciudades, pueblos,
ríos, montes, valles, etc. Suponen un testimonio vivo del paso de civilizaciones por un
territorio, pues por lo general la toponimia es muy resistente a la sustitución o
desaparición, salvo por cuestiones eufemísticas, políticas o porque la voz haya adoptado
connotaciones negativas; son nombres como Madrid, Cáceres, Tordesillas, Arroyo de la
Luz, Tajo, Duero, Magasca, Los Pirineos, Los Apeninos, etc.
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Bibliografía
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