Laicos en El Año de La Misericordia

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LAICOS EN EL AÑO DE LA MISERICORDIA

Asamblea diocesana, Diócesis de Valdivia, Sábado 5 de marzo de 2016

PABLO PALET ARANEDA

Introducción: Texto modificado en su presentacion personal, para adecuarlo a requerimiento de Escuela


de Formacion MCC 2016 . Los comentarios en azul corresponden a mi autoria.

Yo soy Luis. Casado con Alejandra que esta aca a mi lado en esta aventura. Tengo dos hijas, una ya
profesional del area salud y la menor pronto a ser -por Gracia de Dios- profesional del area Educacion. Soy
obrero que trabaja para la Facultad de Medicina de la UACH, interesado en el area de formacion sindical a mis
compañeros de trabajo. Soy un feliz y gracioso pecador, y por añadidura, Aprendiz de Cristiano.

Esta presentacion esta desarrollada en cuatro puntos: un diagnóstico de la realidad socio-eclesial que sirve
de contraste para hablar de la iglesia en la que los laicos participamos. Sólo entonces trato de definir qué es ser
laico y cuál es nuestra misión. Termino la presentación con 4 ideas sobre la espiritualidad laical. Vamos de a
poco.

El diagnóstico

El texto inspirador de las Orientaciones Pastorales de la Iglesia de Valdivia nos propone “Ánimo, soy yo, no
tengan miedo” (Mt, 14:27). Me parece que esta frase es un eje medular porque nos retrata el contexto –
tempestad, peligro, inquietud- y a la vez la actitud del Señor Jesús –compañía, serenidad, fe-. Es fascinante y
debiéramos repetirlo como un mantra todos los días: “Ánimo, soy yo, no tengan miedo”. Lo digo porque me
parece que el diagnóstico de nuestra realidad social y eclesial es efectivamente turbador, tormentoso.

Destaco algunos aspectos que aparecen en las OOPP:

Respecto de la identificación religiosa continúa la tendencia de disminución de los católicos (10-11), lo que
se expresa también como una disminución del entusiasmo y participación en las instancias eclesiales (19g).

Catástrofes naturales y movilizaciones sociales han hecho tambalear nuestras estructuras como país (13 a
y b).
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Cambio cultural transversal (13d) que se expresa entre otras cosas en la importancia de las redes sociales y
las comunicaciones (13g); pero también en una creciente valoración de la diversidad étnica y cultural (12).

Una diócesis con notoria falta de sacerdotes (19a), fuerte presencial laical (18) y envejecimiento de la
población y de las comunidades (19h).

Por otra parte, en la encíclica Laudato si' (Alabado Seas), el papa Francisco nos plantea también otro gran
desafío: la crisis ecológica y social; el clamor de la tierra y el clamor de los pobres (49). Denuncia sus raíces en
“los «mitos» de la modernidad basados en la razón instrumental (individualismo, progreso indefinido,
competencia, consumismo, mercado sin reglas)” (210). Critica el “antropocentrismo desviado” (115ss)
[consecuencia de un Ecologismo contaminado en donde la naturaleza ya no es la madre proveedora, sino que
una de tantas fuentes de poder y de manipulacion], el relativismo práctico (121-2) [todo se vuelve irrelevante si
no sirve a los propios intereses inmediatos. Esta lógica explica «cómo se alimentan mutuamente diversas
actitudes que provocan al mismo tiempo la degradación ambiental y la degradación social. ] y la economía
globalizada homogeneizante (141-4).

Los medios de comunicación se empeñan en mostrarnos diversas formas de violencia en nuestra realidad
contemporánea, con el agregado posmoderno de la falta de certezas [ En la situación actual estamos viendo a
toda una generación de adultos bautizados cuyas experiencias formativas en relación con la religión o con la
Iglesia han sido tan insignificantes que prácticamente son inexistentes. Rahner hablaba de “cristianos
anónimos”; hoy habría que hablar más bien de “ateos anónimos”. En otras palabras: la tonalidad típica de la
increencia ha pasado de una negación definida e incluso militante de Dios, a un distanciamiento vago de toda
fe religiosa. Para algunos se trataría de una transición de la “modernidad” –con su confianza típica en la razón,
en el control humano y en la tecnología- a la “postmodernidad”, escéptica respecto de las pretensiones
humanistas, encontrando incómodo todo discurso sobre significados y valores. La palabra “ateísmo” sugería
una decisión personal de rechazo a Dios, una auténtica toma de postura deliberada; hoy, en cambio, se
prefiere hablar de “increencia”, término que evoca la confusión y la duda en vez de una decisión neta. Y no es
tanto que la gente niegue la fe religiosa; más bien, la percibe como irreal. Por tanto, parece que hoy en día la
forma más común de increencia es la indiferencia religiosa, aliada a veces con un agnosticismo no dogmático.
( Michael Paul Gallagher – El Desafio de la Increencia)]. Lo que genera angustia y temor. Por eso me hace tanto
sentido el relato de los discípulos en la barca en medio de la tormenta. Lo ejemplifico con la violencia e
irracionalidad de algunas manifestaciones que nos toca presenciar. Muchas veces expresamos una gran
amargura por el futuro y el no comprender lo que nos sucede como sociedad, la radical falta de confianza que
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parece ganarnos la partida. “Todo está podrido” dicen unos; “que se vayan todos” he dicho yo mismo. Creo
que en la iglesia con frecuencia caemos en esa dinámica social de pesimismo y negatividad, apuntando con
dedo acusador hacia afuera... de la misma manera que desde afuera nos apuntan a nosotros por abusadores,
discriminadores, oscurantistas, aliados del poder.

Esto me permite apuntar a un último aspecto: la crisis de la Iglesia. Hay quienes no les gusta que se hable
de crisis en la Iglesia (a lo mejor a algunos de ustedes... a lo mejor algunos siguen creyendo en la Autoridad
Moral de ella... esto nos hace ruido a menudo...no escondamos la cabeza.... si la embarro me avisan). Pero es
que, por una parte, hace años que las dificultades son evidentes (ya mencionamos el tema de la disminución en
números por ejemplo). Por otra parte los psicólogos nos enseñan que las crisis son parte del desarrollo, etapas
naturales de la vida personal y social. Teniendo en mente esta visión constructiva, me permito todavía un par
de ideas sombrías.

Lo peor de esta crisis es la falta de credibilidad. ¿Cómo ser testigos de Jesucristo si nuestro testimonio de
vida cristiana es desacreditado por diferentes escándalos? Como no creo que hayamos alcanzado el punto más
hondo del despeñadero pienso que se viene peor. No lo digo con orgullo ni mucho menos con satisfacción, sino
con la “parresía” [ De manera más precisa, la parresia es una actividad verbal en la cual un hablante expresa su
relación personal a la verdad, y corre peligro porque reconoce que decir la verdad es un deber para mejorar o
ayudar a otras personas (tanto como a sí mismo). En parresia, el hablante usa su libertad y elige la franqueza en
vez de la persuasión, la verdad en vez de la falsedad o el silencio, el riesgo de muerte en vez de la vida y la
seguridad, la crítica en vez de la adulación y el deber moral en vez del auto-interés y la apatía moral (M.
Foucault – 1983) ] a la que nos invita el papa Francisco. Me duele y angustia la situación actual, de la misma
forma en que imagino a Jesús en el Getsemaní diciendo “Padre, si quieres, líbrame de este trago amargo; pero
que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22:42 DHH).

Los abusos sexuales, destapados en Chile por el caso Karadima pero que constituyen un triste fenómeno
en todo el mundo, son la cara más visible de la crisis. Me atrevo a sugerir otros cuatro elementos de la crisis en
la Iglesia que son menos explícitos pero igualmente preocupantes:

La liturgia se desalineó radicalmente de los cánones estéticos y musicales de la sociedad contemporánea,


perdiendo su capacidad de transmitir los contenidos de la fe y vida cristiana.

La distancia entre la vida cotidiana de la gente y las orientaciones doctrinales sobre moral cristiana es de
tal magnitud, particularmente en el ámbito sexual, que lisa y llanamente se ignoran sin cuestionamiento. La
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ética cristiana parece haber perdido su carácter de reflexión comunitaria sobre los criterios de acción en el
seguimiento de Jesús.

Mucho de la organización, los tiempos, y las estructuras institucionales de la Iglesia quedaron desfasados
de la dinámica social siendo ineficaces para encauzar la vida cristiana, y en algunos casos, constituyéndose en
signos de contradicción con el mensaje del Evangelio.

En el anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo los privilegiados son los pobres porque de ellos es el Reino
de Dios (Lc. 6, 20), pero en la práctica de la Iglesia parece que nos pusimos nosotros mismos como centro de
preocupación, y los vínculos con el poder que aseguren la estabilidad institucional.

Entonces, ¿cómo no va a ser maravilloso escuchar “¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!”, “Yo estaré con
ustedes hasta el fin de los días” (Mt 28:20).

Laicos… ¿para qué Iglesia?

Todavía como parte del diagnóstico, quiero presentar un trasfondo eclesial diferente, el llamado del papa
Francisco a una Iglesia en salida. El santo padre usa frecuentemente esta expresión para impulsar el carácter
misionero connatural de la Iglesia. Lo dice explícitamente en los números 20-24 de Evangelii gaudium, donde
recuerda el éxodo en la experiencia de Israel y el envío de las primeras comunidades cristianas. El papa
también nos desafía a romper la comodidad y seguridad, a aceptar la libertad de la Palabra y a vivir la alegría
del encuentro. Nos habla de comunidades que “primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican
y que festejan”(EG24).(Este es un importante desafio para el MCC:La Evangelizacion de los ambientes. Con
absoluta seguridad, el llamado del Santo Padre es una mirada desde el Estudio, en donde el Precursillo debe
nutrirse de esta invitacion). Es un discurso que no se centra en la auto-preservación de las estructuras
institucionales sino en la gozosa tarea de anunciar el Evangelio (EG27), asumiendo todos los riesgos de dejarse
llevar donde el Espíritu sople (EG280). Nos dice: “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir
a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”
(EG49).

Evangelii Gaudium propone una comprensión de la Iglesia como “comunión misionera”. Con eso recoge la
eclesiología de comunión de Lumen Gentium, y a la vez una dinámica extrovertida y evangelizadora típicas de

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Aparecida. Ustedes lo recogen muy bien en los criterios pastorales. Quisiera acentuar dos aspectos de esta
eclesiología, la valoración de la diversidad y la Iglesia pueblo.

Respecto de lo primero; podría alguien caer en la tentación de reducir la comunión a la unidad,


uniformidad, homogenidad. Y entonces verificar dicha comunión mediante las estructuras institucionales, los
planes pastorales, o la centralización de las decisiones. Pero el énfasis actual es diferente, la comunión se
verifica en la tarea evangelizadora, y esta dimensión misionera permite entender que “la comunión es
diversidad.” (afirmacion que fue tomada en los inicios del Movimiento: la heterogeneidad en el llamado a
descubrir la maravilla de Jesus en un Cursillo) Las diferencias entre personas y comunidades, entre iglesias
particulares y movimientos, entre colegios y parroquias que a veces nos hacen problema, no son una amenaza
para la unidad, porque es el Espíritu Santo quien suscita esa diversidad y sólo el Espíritu Santo “puede suscitar
la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad” (EG 131). 1 Nuestra tarea no
es anular las diferencias sino mostrar que la diversidad de carismas responden a la única misión de la que
formamos parte: que todos se salven.

El otro aspecto interesante de esta eclesiología es la insistencia del papa Francisco en la Evangelii gaudium
para que la Iglesia se convierta y sea pueblo. Más de 12 números de la exhortación hacen alusión a ello. 2 A mí
esto me parece excelente. Y me pregunto si no es verdad que la Iglesia ya es pueblo y misionero, como se
puede deducir de lo que dicen los obispos latinoamericanos en Aparecida:

Damos gracias a Dios y nos alegramos por la fe, la solidaridad y la alegría, características de nuestros
pueblos trasmitidas a lo largo del tiempo por las abuelas y los abuelos, las madres y los padres, los catequistas,
los rezadores y tantas personas anónimas cuya caridad ha mantenido viva la esperanza en medio de las
injusticias y adversidades. (DA 26)

Fíjense que, si ampliamos de esta manera nuestra idea de lo que es la Iglesia, entendiéndola como un
movimiento mediante el cual el Evangelio se encarna, por acción del Espíritu, en múltiples y diversas formas
de comunión y fraternidad, que suscitan esperanza, vida y alegría, más allá y más acá de las estructuras
actuales de la institución, entonces muchas de las sombras descritas en la primera parte del diagnóstico
1 Cristián Roncagliolo, “Iglesia «en salida». Una aproximación teológico pastoral al concepto de Iglesia en Evangelii Gaudium”,
TEOLOGÍA Y VIDA, 55/2 (2014): 359.

2 EG 28, 82, 96, 135, 139, 154, 220, 268, 269, 271, 273-4 Ver Sergio Silva sscc, “La Exhortación Apostólica del papa Francisco
como desafío a los teólogos,” TEOLOGÍA Y VIDA, 55/3 (2014): 549-570.

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empiezan a iluminarse. Sin duda, como dice el papa, necesitamos una profunda transformación misionera de la
Iglesia. Pienso que esa conversión eclesial consiste en abrir los ojos a la realidad, en reconocernos parte de ella
y en descubrir la presencia del Espíritu Santo en ella.

Este es el contexto para preguntarme por el laicado, sus características, vocación específica y su
espiritualidad.

Los laicos y las laicas

¿Quiénes son los laicos?

Es bastante evidente que los laicos somos la gran mayoría de los fieles. Sin embargo la forma más usada de
describir al laicado ha sido por oposición al clero y en forma más amplia, también en contraste con la vida
religiosa; es decir una descripción negativa [Una antigua acepcion del Diccionario Apologetico decia que “los
laicos tienen la oportunidad de salvacion si hacen obras de caridad, son obedientes a la iglesia, y viven en
estado de oracion]. Laicos son los que no son curas ni monjas. Por otra parte, sabemos que lo que nos
constituye cristianos es la fe y el seguimiento de Jesucristo expresados sacramentalmente en el bautismo. El
sacramento del orden en cambio, ha permitido constituir la jerarquía de la Iglesia; y los religiosos se consagran
mediante votos de castidad, pobreza y obediencia. Todos nacemos laicos por el bautismo y luego sólo algunos
dejan de serlo. En realidad, habría que decir que sacerdotes y religiosos son los ‘no-laicos’.

Fuera del ámbito eclesial, al hablar de laico, laicismo o laicidad se hace referencia a la independencia de la
sociedad civil de toda influencia confesional o eclesial. El ciudadano, independiente de sus creencias o
convicciones, es laico en la medida que rige su conducta por criterios racionales, participa de la esfera pública y
demuestra autonomía de los líderes religiosos. Nos topamos con una nueva dicotomía, la separación fe – vida,
y/o fe – razón.

Una tercera dificultad, mencionada por el papa en Evangelii Gaudium, está en la identificación de laico y
agente pastoral, limitándolo a “tareas intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la
transformación de la sociedad” (EG102)( desafio siempre vigente en el MCC). Aquí se da una separación Iglesia-
mundo.

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Pero parece obvio que no basta la mera constatación demográfica ni el contraste con el clero. Tampoco
son útiles las dicotomías fe-vida, iglesia-mundo. Como lo reconoce el mismo Concilio Vaticano II es necesario
una definición positiva. Reconocernos laicos es decirnos fieles cristianos, seguidores de Jesús en la comunidad
eclesial. Los laicos somos iglesia, pueblo de Dios. En línea con Aparecida entenderemos el carácter laical como
“discípulos y misioneros de Jesucristo” (DA213), es decir como una manera de ser seguidor de Jesús en el
anuncio del Reino. Y esto puede ser tarea de todos, varones y mujeres; niños, jóvenes, adultos y ancianos; los
pobres, la clase media y los ABC1; mapuche, chilenos, colonos, inmigrantes y turistas; obreros, empleadas,
profesionales y empresarios; de derecha, centro, izquierda y anarcos; dentro y fuera de la comunidad eclesial,
incluso reconociéndose o no creyentes. Entonces, una primera nota distintiva de comprensión del laicado es la
diversidad propia de todos los hijos e hijas de Dios sin mayores distinciones.

¿Y qué hacen los laicos y las laicas?

La definición anterior, aun cuando enfatiza la diversidad y la amplitud de carismas en el laicado, no olvida
que los laicos somos Pueblo de Dios, es decir iglesia. Si, como está insistiendo el papa, la naturaleza propia de
la Iglesia es la misión, también el laicado participa esencialmente de la tarea evangelizadora. Desde el concilio
hemos adquirido la convicción que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación del
mundo para que en toda actividad humana se exprese el Evangelio. Dicho con otras palabras, nuestra misión
como seguidores de Jesús en el anuncio del Reino de Dios es la santificación de la sociedad, la construcción de
la civilización del amor, el dejar un mundo mejor.

Dentro de esta amplia tarea, la Iglesia latinoamericana ha descubierto una “punta de lanza” sin la cuál no
es posible una efectiva transformación social. Me refiero a la opción evangélica por los pobres como imitación
de la opción de Dios por el otro. Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la
justicia social dice el papa; y parece claro que a los laicos nos corresponde con tanto o más brío que los
ordenados por cuanto, al decir de Puebla, «el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo».

En Evangelii gaudium, entre los números 268 y 274, el papa describe “el gusto espiritual de ser pueblo”.
Son páginas maravillosas que, aunque también están dirigidas al clero y los y las religiosas, se adecúan más
directamente al laicado. Les leo una frase:

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La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un
apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero
destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo
como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar.

Así, una segunda nota esencial de esta comprensión del laicado es su vocación misionera, exocéntrica, de
servicio al otro.

Se me ocurre que el padre Esteban Gumucio, con maestría poética y mística describe mucho mejor lo que
significa el laicado en su poema “Iglesia de todos los días.” Dice peregrina del tiempo, que se asoma en los ojos
del padre y en las manos de la madre, con rostros de hombres y mujeres, que cantan, que luchan, que sufren,
los pobres construyendo catedrales de paja, desperdicio y leño, con ojivas de pizarreño y lo mejor de su
pobreza; Iglesia que crió los hijos que no eran suyos y rezó por muertos que la humillaron; tumultuosa de surcos
milenarios, de borrachos sin remedio, de ciudadanía, De pobres en su casa, de pueblos en Fiesta, ancha y
materna, Iglesia de lo imposible, la Iglesia de todos los días. 3

Ideas fuerza para una espiritualidad laical

¿Cuáles son los anhelos más profundos que mueven a los seguidores de Jesús a lo largo de la vida y en
medio de la sociedad, ahí donde no se perciben como tales, sin etiquetas ni liturgias? ¿las mociones profundas
de mujeres y hombres, ancianos y jóvenes que en nuestra sociedad actual, y movidos por el soplo del Espíritu,
buscan incesantemente la plenitud de la vida personal y social? Brevemente les propongo cuatro
características de la espiritualidad de hombres y mujeres que viven su existencia como cualquier otro ser
humano, pero de quienes se dice: “mírenlos cómo se aman”. 4

La fiesta, la alegría, el pasarlo bien

Para hablar de la fiesta hay que reconocer dos niveles distintos. El primero se refiere a la situación puntual
y concreta de tener un buen rato, divertirse, estar contentos, con buena compañía, haciendo algo que nos

3 Esteban Gumucio sscc, Poemas (Santiago: Fundación Coudrin, 2005), 55-59; disponible en http://www.estebangumucio.cl/wp-
content/uploads/2015/01/capitulo_06.pdf

4 Tertuliano, Apologeticum, 39.

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agrada, riéndonos, conversando, jugando, comiendo y tomando. El mismo Jesús describió al Hijo del Hombre
como aquel que come y bebe, y es acusado de comilón y borracho (Mt 11:19).

Un segundo nivel de la celebración hace referencia al gozo que provocan diferentes situaciones de la vida.
La euforia de un nuevo amor, la contemplación de un amanecer o de una noche estrellada, la dicha del
nacimiento de un hijo o hija, la satisfacción de un éxito alcanzado o una meta cumplida, la felicidad de ver un
sueño realizado. En estos casos, el pasarlo bien puede ser menos intenso y llamativo, sin fanfarrias, pero es
más profundo y estable.

No hay contradicción alguna entre ambos niveles. No son lo mismo, pero tampoco se oponen. Puede
haber un perfecto fluir entre uno y otro. Muchas veces las relaciones de amistad se profundizan y se afianzan
en torno a una parrilla bien conversada y acompañada de un buen vino. La broma certera rompe el hielo y el
humor agudo abre diálogos estancados. Jugando los niños y niñas crecen, aprenden, se desarrollan. La
humanidad ha transitado desde siempre entre estos dos tipos de bienaventuranza. Los busca, los recrea, los
diversifica. El Nuevo Testamento ocupa 155 veces el término alegría y sus acepciones relacionadas. Después
del amor, el primero de los frutos del Espíritu Santo es la alegría (Gal 5,22), característica esencial de la
presencia de Jesús y de su mensaje, prueba de la autenticidad de cualquier vida cristiana.5 El sacerdote
Guillermo Rosas sostiene que “Toda fiesta humana es una manifestación culminante de vida (culmen). En cierto
modo, la vida siempre “desemboca” en la fiesta. Y toda manifestación de vida es en cierto modo una invitación
a la fiesta, a la expresión comunitaria gratuita de la alegría que se experimenta.” 6 (Ultreya?)

Si el dolor y la muerte no son castigos divinos sino parte de la condición humana, también el ansia de
felicidad, la música, la belleza, el bienestar, la agradable compañía de otros seres humanos que nos permiten
estar bien son parte de nuestra existencia y formas de expresión del único Espíritu. En los tiempos de estrés
que vivimos, ¿qué mejor fermento en la masa y luz del candil que una espiritualidad que contagie buen humor
y encienda la fiesta? En este sentido, una buena imagen antropomórfica del Espíritu Santo puede ser la de un
jamaicano tocando reggae en una fiesta multicultural.

La valoración de la diversidad, el reconocer entrar en diálogo con él otro

5 José Castillo y Juan Estrada, El Proyecto de Jesús, (Salamanca: Sígueme, 1987).

6 Guillermo Rosas sscc, “Celebración de la vida en las comunidades de América Latina” en Teología y Vida Vol. XLVIII (2007),
p.60

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Jóvenes y adultos se movilizan y marchan para defender la diversidad sexual, las diferencias étnicas, de
género, de capacidades intelectuales o físicas. La diversidad cultural, expresada por ejemplo en la preservación
de las lenguas, se considera tan necesaria como la diversidad biológica, amenazada por la crisis
medioambiental. El estudio de las religiones y/o del pluralismo religioso es una de las ramas con más desarrollo
en la teología actual. Por otra parte, aunque la globalización tiene una tendencia cultural homogeneizadora
sustentada en el poder y penetración de los medios de comunicación social, esos mismos medios, además de
los masivos movimientos migratorios, ponen la diversidad mundial a una escala local. Cuando era niño, la
comida china era una novedad. Hoy en muchas ciudades ya tenemos restaurantes japoneses, tailandeses,
coreanos, peruanos, colombianos, mexicanos, indios…

La diversidad está instalada desafiándonos a crear nuevas relaciones inter-étnicas, inter-culturales, inter-
religiosas, inter-nacionales, inter-todo. Se establece con su enorme mercado de posibilidades de sentido para
el individuo (¡sí, también las visiones de sentido son diversas!) y muchas veces esto nos deja sin certezas ni
centros de poder frente a lo cual ¿cómo estar seguros que tanta diversidad es una señal del Espíritu? Pues
porque Dios es Amor gratuito y el amor exige la diferencia, la otredad. “Si aman a los que los aman, ¿qué
mérito tienen?” nos desafía Jesús (Lc 6:32).

El impulso misionero de la fórmula ‘Iglesia en salida’ no es desde adentro hacia afuera, como si allá hubiera
otros a quienes llegar con el anuncio del Evangelio. La Iglesia no tiene una misión propia sino que participa de
la misión de Dios y “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17:28 DHH). El Espíritu nos antecede. Y
entonces sucede que el anuncio del Evangelio sólo es efectivo cuando lo hacemos en diálogo, buscando la
expresión de ese mismo Evangelio en la verdad de nuestro interlocutor. La diversidad característica de nuestra
época no es una amenaza sino que se transforma en una oportunidad para profundizar nuestro conocimiento
de la Palabra de Dios en su continua comunicación con nosotros. En aquello que defiende y sostiene el otro
distinto de mí puedo llegar a escuchar la voz de Dios. (Estudio)

La sacralidad de la tierra

El Santo Padre en su última encíclica denuncia la crisis socio-ambiental, cuyas raíces están tanto en el
modo en que la humanidad ha asumido la tecnología como paradigma homogéneo y unidimensional (106),
como en “la cultura consumista, que da prioridad al corto plazo y al interés privado” (184). Declara
reiteradamente la convicción de que “en el mundo todo está conectado,” es decir, la clave de interpretación es
el ser humano en relación. Por eso nos pide “escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los

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pobres.” (49) “Simplemente se trata de redefinir el progreso” (194), de “apostar por un nuevo estilo de vida”
dice el papa.

Me parece que estas ideas propuestas guardan estrecha relación con los conceptos propios de la
cosmovisión mapuche y huilliche. Ramón Curivil, filósofo mapuche, sostiene que la identidad de su pueblo
tiene que ver con una forma de relacionarse y comprender el mapu (la tierra) en su dimensión material e
inmaterial.

En la mentalidad mapuche, lo sagrado se materializa principalmente en aquello lugares o espacios


territoriales, que están cargados y protegidos de una fuerza y de un poder misterioso ( newen) personificados
en los geh (dueños y protectores de ciertos espacios de la naturaleza)... lo sagrado está al alcance de todos
porque está disperso en el mapu... en la mentalidad religiosa mapuche la naturaleza es “el templo” por
excelencia.7

En este sentido, la Ñuke Mapu (Madre tierra, nuestra Casa común) es la que fundamenta, posibilita y da
sentido al küme mongen (buen vivir), que es una articulación de la espiritualidad y la ética mapuche.

el anhelo de una vida en armonía con todos los seres, con los demás hombres y mujeres, con Dios y las
fuerzas espirituales, y con la naturaleza en sus infinitas manifestaciones. (...) el ser humano no se adueña ni
posee la naturaleza y sus bienes; interactúa con ella. El mapuche pide permiso a los ngen, para hundir el arado,
para recolectar los frutos o para entrar en el mar en busca de sustento. Se busca proveer lo necesario para vivir
bien sin acumular ni destruir. El Küme Mongen nos recuerda que no estamos solos en el mundo y que debemos
aprender a convivir con la tierra y todos sus seres. 8

Comunidades pequeñas que vinculan

Probablemente, cada uno de nosotros podría contar una anécdota que plasme la experiencia existencial
humana de que lo único que llena de sentido es el amor, la amistad. San Juan lo expresa de otro modo: “Ya no
los llamo sirvientes sino amigos. Ámense los unos a los otros como yo los he amado. Les he dicho esto para que

7 Ramón Curivil, La Fuerza de la Religión de la Tierra. Una herencia de nuestros antepasados (Santiago: Ediciones UCSH, 2007),
39-40.

8 Misión Mapuche de la Compañía de Jesús, “Küme Mongen: Propuesta espiritual del pueblo Mapuche,” MENSAJE 619 (junio
2013): 40-41.

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participen de mi alegría y sean plenamente felices” (Jn 15:11-15 DHH). ¿Dónde, cómo y con quién vivir este
amor que nos constituye?

Si volvemos la mirada sobre el vaso medio vacío de nuestro diagnóstico, la sociedad actual con sus
incertidumbres y violencias parece encerrarnos en el núcleo más íntimo, apenas la familia (y mirando la tasa de
rupturas matrimoniales, parece que ni eso). Pero resulta que tenemos incorporado en nuestro chip humano el
interés por los semejantes, una solidaridad básica, una empatía antropológica. La fraternidad universal es un
deseo profundamente humano que nos lleva a decir “prefiero morir en comunidad bajo el bombardeo antes
que salvarme en solitario,”9 y de eso hay miles de ejemplos en la historia. Son tan hondos o primitivos estos
vínculos que no hacen diferencia entre cristianos, creyentes de otras religiones o ateos. La solidaridad humana
universal, es un vínculo que me ata a todo ser humano y que, en la medida que lo fortalezco, me hace más
plenamente persona. Pero, ¿cómo transitar entre el amor inmediato y la fraternidad universal?

Esta, creo, es una clave para esta búsqueda tan hondamente humana de solidaridad y amor. Pequeñas
comunidades de personas que se aman, se cuidan, se escuchan, se desafían; rezan juntas y juntos se juegan la
vida por lo que creen que vale la pena. Ya no son las grandes instituciones, los partidos o movimientos sociales,
la empresa en la que trabajo toda la vida, la nación de pertenencia. Sí pueden ser familias, clubes deportivos,
amigos de colegio, juntas de vecinos, centros de apoderados, equipos de trabajo, la patota de la esquina
incluso; también las comunidades de base. Ni cerradas sobre sí mismas, ni expuestas a la masividad
globalizadora. Construir pequeñas comunidades cotidianas en las que pueda florecer lo más humano de cada
uno.

A modo de síntesis conclusiva

Partí presentándome para que ustedes pudieran interpretar mejor mis palabras. (Me presento como un
fiel cristiano, laico, padre de familia y Aprendiz de Cristiano que comparte con ustedes sus reflexiones).

Luego hice una especia de diagnóstico de nuestra situación social y eclesial, resaltando aspectos de la crisis
que atravesamos pero también entendiendo la expresión ‘iglesia en salida’ como afirmación de que la Iglesia,

9 Andrea Palet, “La Corredora de cintas” EL MALPENSANTE 118 (abril 2011), disponible en
http://www.elmalpensante.com/articulo/1867/la_corredora_de_cintas

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por acción del Espíritu, ya es pueblo y misionero en múltiples y diversas formas de comunión y fraternidad que
suscitan esperanza, vida y alegría.

Al hablar del laicado, lo hice tomando de Aparecida la descripción de laicos y laicas como “discípulos
misioneros en el mundo, en la perspectiva del diálogo y de la transformación de la sociedad” (DA283), e intenté
ampliarlo todavía más sobre vivencias comunes a todos los seres humanos, experiencias que nos conforten y
abran a la acción del Espíritu, donde quiera que este se manifieste.

Luego expuse cuatro principios orientadores sobre la espiritualidad laical. En el contexto descrito,
podemos realizar nuestra misión si nos empapamos de una espiritualidad de la alegría, celebrando la vida y
riéndonos de las penas compartidas; en apertura a la diversidad y el diálogo con otros diferentes; aprendiendo
del pueblo mapuche el valor sagrado de la tierra y fomentando la vivencia de pequeñas comunidades
humanas, articuladoras del amor inmediato y la fraternidad universal.

Dicho todo esto, los dejo con algunas preguntas para su reflexión personal. Me parece que, más allá de
discutir los temas planteados, pueden servirles como estructura para pensar en sí mismos. Por eso les planteo
tres preguntas:

• ¿Quién soy yo, como laico o laica? ¿Cómo defino mi carácter laical?

• ¿Cuál es mi misión? ¿En la Iglesia o en el mundo? ¿Cómo vivo esa misión?

• ¿Qué notas o características distinguen mi espiritualidad? ¿Cómo ellas alimentan mi misión laical?

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