Psicologia Del Desarollo II
Psicologia Del Desarollo II
Psicologia Del Desarollo II
Es decir que con el mismo vocablo Freud designa tanto al corpus total del psicoanálisis
como a la descripción del aparato psíquico.
Acerca de por qué adopta ese nombre, tenemos que recordar que Freud es quien
descubre la importancia del inconsciente en el desarrollo de los fenómenos mentales. Es en este
sentido que, en una carta personal a su amigo Fliess, escribe: “A propósito, quería preguntarte
seriamente si crees que puedo adoptar el nombre de ‘metapsicología’ para mi psicología que
penetra tras la conciencia” (FREUD, 1981, Carta de Freud a Fliess del 10/03/1898).
Es evidente, entonces, que ya en esos tiempos fundacionales de su teoría, Freud no
pensaba organizar una corriente más dentro de la psicología, sino que su intención era generar
una disciplina con método y objetos propios. Es decir, no quería disputar ninguna hegemonía,
sino que, por fuerza de su descubrimiento (el inconsciente), necesitaba crear nociones y
conceptos nuevos. Sin embargo la metapsicología nunca se plasmó en ninguna publicación
integral, proyecto que según algunos biógrafos estaba en las intenciones freudianas. Para
algunos autores (ASSOUN, 1994), esta ausencia de un “Tratado de metapsicología” es
consustancial al psicoanálisis por cuanto es una práctica en pleno proceso de transformación. En
esto, como en muchas otras cosas más, se ubica en las antípodas del ideal positivista.
“Así como hay arte pictórico, hay una arte metapsicológico: este ‘cuadro’ de tres
dimensiones (tópica – económica – dinámica) evoluciona constantemente, ‘por
toques’, en el incansable intento de determinar su ‘objeto’. Básicamente un
‘hecho’ salta a los ojos, cobra importancia a otros, y en consecuencia el paisaje se
modifica. Freud nos advirtió: ‘la actividad psicoanalítica (...) no se deja manejar
con tanta facilidad como los anteojos que nos calzamos para leer y nos quitamos
para ir de paseo’. Pero precisamente la metapsicología es ese ‘anteojo’ que permite
dar relieve a elementos en desplazamiento constante, cuyas metamorfosis se deben
apreciar. Visión de un cuadro de conjunto mientras todo se sostiene en el fresco
metapsicológico, pero las modificaciones pueden significarse desde cualquier
‘lado’ del cuadro, exigiendo dibujar de nuevo el conjunto o desplazar ‘paneles’ de
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diversas articulaciones para hacer lugar al ‘detalle’ nuevo.” (ASSOUN, 1994, pp. 11
y 12)
Por este motivo, en lugar de hacer una exposición conceptual, es preferible describir el
funcionamiento mismo del aparato psíquico, a través de los tres puntos de vista: tópica,
económico y dinámico.
Desde el punto de vista tópico, Freud construyó dos formas de aparato psíquico. La que
se conoce como primera tópica (por que fue la primera descripción freudiana del aparato
psíquico) distribuye tres lugares: la conciencia, el inconsciente y el preconciente. La revolución
freudiana consiste, justamente, en la valoración que se le otorga a los procesos inconscientes. La
conciencia, objeto tradicional de la psicología, no es más que una ínfima parte de nuestra psique
sobredeterminada por el inconsciente. El término inconsciente hace referencia a:
noción clave para entender este tipo de dinamismo es la de represión, tal como la vimos
anteriormente.
Pero para entender plenamente el funcionamiento del aparato hay que incluir el punto
de vista económico.
Si la psique está permanentemente en conflicto, hay que pensar la existencia de una
energía psíquica. Esta energía psíquica se denomina libido. Precisamente para que algún
elemento sea considerado por la psique –o sea que tenga existencia para ella–, éste debe estar
previamente catectizado, es decir cargado de energía libidinal. La libido tiene un origen sexual.
Y aquí se encuentra, junto con el descubrimiento del inconsciente, una de las grandes
transformaciones que el psicoanálisis aportó al pensamiento contemporáneo. Porque la
concepción de sexualidad que desarrolló la teoría psicoanalítica se aparta radicalmente de una
concepción biologista de la misma. Al postular la existencia de una sexualidad infantil es
evidente que la idea de sexualidad no se corresponde con el concepto de genitalidad. La
sexualidad humana no es primordialmente un instrumento reproductivo. Por el contrario, lejos
de entender a la sexualidad como un elemento fisiológico, como el hambre o la respiración,
habría que comprenderlo, como veremos más adelante, dentro de la transmisión cultural.
La articulación metapsicológica de esta concepción de sexualidad con la energía
libidinal la encontramos en la noción de pulsión. Definido por Freud, como “el concepto límite
entre lo psíquico y lo somático” (FREUD, 1981b), el término pulsión es introducido para sustituir
al de instinto, que se lo reserva para la vida animal. Justamente, la diferencia radica en que el
instinto tiene su fin preformado por herencia, mientras que en la pulsión, propia de la vida
humana, el objeto, lejos de ser idéntico a todos los individuos, es contingente, variable y
determinado por la historia singular de cada sujeto.
El origen pulsional siempre tiene una apoyatura funcional. Veamos por ejemplo cómo
describe Freud la pulsión oral:
“En un principio la satisfacción de la zona erógena aparece asociada con la del hambre. La actividad
sexual se apoya primeramente en una de las funciones puestas al servicio de la conservación de la vida,
pero luego se hace independiente de ella. Viendo a un niño que ha saciado su apetito y que se retira del
pecho de la madre con las mejillas enrojecidas y una bienaventurada sonrisa, para caer en seguida en un
profundo sueño, hemos de reconocer en este cuadro el modelo y la expresión de la satisfacción sexual que
el sujeto conocerá más tarde. Posteriormente la necesidad de volver a hallar la satisfacción sexual se
separa de la necesidad de satisfacer el apetito, separación inevitable cuando aparecen los dientes y la
alimentación no es ya exclusivamente succionada, sino mascada” (FREUD, 1981b).
Del mismo modo que en la epistemología genética, donde la desaparición de Piaget dio
lugar a diferentes debates entre corrientes post piagetianas, en el psicoanálisis, luego de la
muerte de Freud, aparecieron varias discusiones, no sólo sobre la continuidad de las
investigaciones metapsicológicas, sino también por la interpretación misma de su obra.
Sin embargo la diferencia con la psicogénesis es que las posturas post freudianas son tan
disímiles que han generado diferentes escuelas habitualmente enfrentadas entre sí.
Tradicionalmente, y de una forma un tanto esquemática pero sencilla de explicar, se han
distinguido tres grandes escuelas post-freudianas.
La psicología del yo
Ana Freud (1895-1982), quien fuera la hija de Sigmund Freud, aunque en realidad nunca perteneció
oficialmente a esta corriente, generalmente se la distingue como la representante más notoria de esta
escuela. Tal vez por esta condición de parentesco o porque el mismo padre hizo esfuerzos para ello, a la
muerte de Freud se la consideró como la continuadora natural del movimiento psicoanalítico. Sin embargo
las teorizaciones de Ana Freud dieron lugar a grandes divergencias por el giro que iba adquiriendo el
desarrollo de la metapsicología. En 1937, aún estando en vida su padre, publica uno de sus libros más
importantes y que despertó muchas polémicas, El yo y sus mecanismos de defensa.
Este punto generó una de las más serias controversias –hasta la aparición del lacanismo,
como veremos luego– dentro del movimiento psicoanalítico. La encargada de enfrentar las
posiciones anafreudianas fue la psicoanalista inglesa Melanie Klein (1882-1960), quien
originará la denominada escuela inglesa.
La escuela inglesa
“¡Hay que ver con qué brutalidad Melanie Klein le enchufa al pequeño Dick el
simbolismo! Comienza de entrada lanzándole las interpretaciones mayores. Le
suelta una verbalización brutal del mito edípico, casi tan escandalosa para nosotros
como para cualquier lector. (…). Este texto es valioso porque pertenece a una
terapeuta, a una mujer con experiencia. Ella siente las cosas, las expresa mal, no
podemos reprochárselo. (…) Entonces Melanie Klein, con ese instinto de bruto
que le permitió alcanzar, por otro lado, una suma de conocimientos hasta entonces
impenetrable, se atreve a hablarle” (LACAN, 1983, p. 112).
Más allá de la patética respuesta, es evidente como M. Klein se alejó, en estos
casos, de la paciente labor interpretativa que ya Freud recomendaba desde “La
interpretación de los sueños”. De todos modos es interesante como, más allá de la
violencia de sus palabras, Lacan reconoce en Klein a una terapeuta experimentada
que produjo “una suma de conocimientos hasta entonces impenetrable”.
La crítica lacaniana
A pesar de la evidente revisión teórica del kleinismo y de las fuertes disputas con los
seguidores de Ana Freud, ambas corrientes convivieron en las instituciones psicoanalíticas en
una especie de “coexistencia pacífica”. El surgimiento, a mediados del siglo XX en Francia, de
la figura de Jacques Lacan (1901-1981) trastocará definitivamente este panorama. Su incursión
en el movimiento psicoanalítico está marcada por acusaciones, expulsiones y escisiones. Es que
la crítica lacaniana no se limitó a señalar diferencias de orden teórico, sino que alcanzó a
cuestiones éticas. Lacan consideraba que los desarrollos de los post freudianos traicionaron el
espíritu innovador de su creador y por eso mantuvo la consigna de “volver a Freud” como
principio de su teorizaciones. Esta “vuelta a Freud”, sin embargo, no debe entenderse como una
vuelta ingenua, sino más bien como una re lectura de su obra a partir de los principios que el
estructuralismo 1 estaba imponiendo en la vida intelectual de la Francia de post guerra.
Sintetizar la visión de este autor es una tarea sumamente compleja. Por esa razón,
solamente comentaremos uno de sus aportes más famosos: el estadio o fase del espejo.
En 1936, en el Congreso Internacional de Psicoanálisis celebrado en Marienbad, Lacan
presenta un dato de características empíricas: los niños entre los 6 y los 18 primeros meses de
1
Podemos decir que con la publicación del antropólogo J. C. Levi-Straus, en 1949, del libro Les structures
elementaires de la parenté (Las estructuras elementales del parentesco), comienza la corriente
denominada estructuralismo que dominará gran parte de la segunda mitad del siglo XX en Francia, pero
que se extenderá a todo el mundo. Tal como dice Marc Goldshmit: “Todos lo pensamientos llamados
estructuralistas (…) comparten esa inclinación por la analogía con la lingüística, así como otros rasgos
comunes: la estructura combinatoria reemplaza el discurso metafísico de la esencia, el análisis de los
fenómenos en términos de posiciones y de relaciones intenta invalidar el empirismo, el sentido es
concebido como un efecto de funcionamiento de estructura y de desplazamiento de pociones”
(GOLDSCHMIT, 2004, p. 17). Esto hace, siguiendo a este autor, poner a la estructura en el lugar del Sujeto
(que será definitivamente cuestionado, tachado).
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vida, aún en estado de incapacidad de coordinación motriz que les permita manejar en forma
unificada su cuerpo, expresan una serie de gestos que demuestran su estado de gozo y
satisfacción al ver su imagen reflejada ante un espejo. Esto da cuenta, por lo tanto, que la
imagen especular unificada se anticipa a la unificación biológica. Lacan no duda en relacionar
este fenómeno con el complejo estatuto metapsicológico del Yo, constituyendo la fase del espejo
en la matriz misma del Yo que perdurará para toda la vida. Podemos decir que el niño al decir
Yo, no hace referencia a ese “acá” de su cuerpo, sino más bien a ese “allá” de la imagen del
espejo. Si a esto le agregamos que generalmente es el Otro 2 adulto el que le dice al niño que él
es ese del espejo, terminamos de configurar un cuadro donde el Yo, lejos de sustancializarse en
alguna unidad sintética, se diluye en una serie de referencias virtuales.
Si en última instancia yo me reconozco en la imagen que el Otro dice que soy, es obvio
que mi Yo está sujeto al Otro. Ciertamente que esta sujeción es inconsciente y no sólo
cualitativamente (no soy conciente de mi sujeción) sino también sistémica, por cuanto ese Otro
constituye en última instancia mi inconsciente. Queda claro como Lacan recupera ese espíritu
freudiano, de alguna manera olvidado por los desarrollos post freudianos –especialmente por los
de Ana Freud y la escuela americana–, espíritu que está marcado por la desconfianza a los
aspectos concientes y que él mismo definió como revolución copernicana.
“Ahora bien, al poner así de relieve lo inconsciente dentro de la vida del alma,
hemos convocado a los más malignos espíritus de la crítica en contra del
psicoanálisis. No se maravillen ustedes, y tampoco crean que la resistencia contra
nosotros se afianza sólo en la razonable dificultad de lo inconsciente o en la
relativa inaccesibilidad de las experiencias que lo demuestran. Yo opino que viene
de algo más hondo. En el curso de los tiempos, la humanidad ha debido soportar
de parte de la ciencia dos graves afrentas a su ingenuo amor propio. La primera,
cuando se enteró de que nuestra Tierra no era el centro del universo, sino una
ínfima partícula dentro de un sistema cósmico apenas imaginable en su grandeza.
Para nosotros, esa afrenta se asocia al nombre de Copérnico, aunque ya la ciencia
alejandrina había proclamado algo semejante. La segunda, cuando la investigación
biológica redujo a la nada el supuesto privilegio que se había conferido al hombre
en la Creación, demostrando que provenía del reino animal y poseía una
inderogable naturaleza animal. Esta subversión se ha consumado en nuestros días
bajo la influencia de Darwin, Wallace y sus predecesores, no sin la más
encarnizada renuencia de los contemporáneos. Una tercera y más sensible afrenta,
empero, está destinada a experimentar hoy la manía humana de grandeza por obra
2
Es muy común en los textos lacanianos encontrar diferenciado el otro (con minúscula) del Otro (con
mayúscula). Muy sintéticamente podríamos decir que el Otro habla de Otro primordial, aquél que
inicialmente nos dijo quiénes somos (en términos freudianos del complejo de Edipo, podríamos relacionar
con la función que cumple la madre) pero que luego se indetermina en una especie de Otro generalizado.
El otro (con minúscula), en cambio, es el semejante, el otro igual a mí, con el que relaciono y hago lazo
social
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Siguiendo este desarrollo, el deseo no puede entenderse como algo propio, del
individuo. Sino que el deseo proviene del Otro: por haber sido deseado es que puedo desear.
Pero justamente al definirse en ese campo virtual que configura el Yo con el Otro, el deseo no es
deseo de “algo”. El deseo no puede confundirse con las ganas o con los anhelos de
características concientes. El deseo es constitutivo del ser humano y no se realiza ni se cumple
nunca. Se diferencia de dos nociones vecinas como son la necesidad y la demanda. La
necesidad, por un lado, se dirige a un objeto específico (por ejemplo, la necesidad de alimento
de un niño) que satisface plenamente esa necesidad. Para el medio humano esa necesidad debe
formularse en término de demanda, por cuanto se dirige a otro. El deseo es lo que articula a
ambos haciendo que persista la demanda al Otro más allá de la satisfacción de la necesidad (por
ejemplo, la continuidad de la actividad de succión del bebé más allá de haberse satisfecho su
necesidad de alimento con la ingesta de leche).
Bibliografía
Ya habíamos visto que el modelo propuesto por Winnicott implica un encuentros entre la madre y el bebé.
Ese dos en uno. Antes de analizar los hitos que constituyen al infans, definamos de qué hablamos cuando
hablamos de oferta materna. Esta teta ofertada por la madres desde luego es mucho más que un fragmento
de un cuerpo al servicio de la alimentación. Para esto nos apoyaremos en Piera Aulganier quien
precisamente titula su capítulo IV del libro La violencia de la interpretación, El espacio donde el Yo debe
advenir.
Sin embrago antes caracterizar ese espacio debemos hacer un rodeo por las novedades que esta autora trae
a la metepsicología feudiana
Piera Aulagnier (1993) realiza, a partir de la metapsicología freudiana, un modelo del aparato psíquico
centralizado en su actividad de representación. Para esto retoma los procesos ya formulados por Freud, el primario
y el secundario, y le agrega un tercero: el proceso originario. Si bien cuando la psique ya está constituida funcionan
los tres procesos simultáneamente, en la historia de cada sujeto irán apareciendo en forma sucesiva en el siguiente
orden: originario, primario y finalmente el secundario.
Por actividad representativa se entiende el equivalente psíquico del trabajo de metabolización característico
de la actividad orgánica. Esto es convertir en homogéneo u elemento heterogéneo. Está claro que en la psique el
elemento absorbido no es físico sino un elemento de información. Este trabajo de metabolización no se realiza
solamente con elementos exteriores a la psique, sino que cada uno de los tres procesos (originario, primario y
secundario) intentará integrar las informaciones que provengan de los otros dos.
A fin de ser sintéticos utilizaremos un esquema para explicar el funcionamiento del modelo de aparato
psíquico.
Cada proceso tiene lo que Aulagnier denominó postulado. El postulado hay que entenderlo como el
principio sobre el cual se considera homogéneo un elemento. Tomemos por ejemplo el caso del proceso secundario,
que si bien es el más tardío en aparecer en la historia singular de un sujeto, en cuanto coincide en parte con la
2
estructura conciente puede ser el de más sencilla comprensión. El postulado del proceso secundario dice que todo
existente en la psique tiene una causa inteligible en el discurso. El Yo, que es su instancia, es decir el encargado de
realizar esta tarea de metabolización, solamente considerará como válido aquello que puede encontrarle un sentido.
El resto lo considerará extraño, sin sentido e intentará expulsarlo de la esfera de la psique. No olvidemos que cada
proceso, al considerar heterogéneo a los otros dos, considera que la representación de la psique que se hace
coincide totalmente con la instancia del proceso. En este caso, para Yo, no hay más psique que el Yo mismo. No
sabe o no quiere saber de la existencia de otras instancias psíquicas. Por lo tanto, conocer es hacer homogéneo al
Yo la heterogeneidad del mundo circundante.
“Si desplazamos a la esfera del proceso secundario, y del Yo, que es su instancia, lo que acabamos de
decir, podemos plantear una analogía entre actividad de representación y actividad cognitiva. El
objetivo del trabajo del Yo es forjar una imagen de la realidad del mundo que lo rodea, y de cuya
existencia está informado, que sea coherente con su propia estructura. Para el Yo, conocer el mundo
equivale a representárselo de tal modo que la relación que liga los elementos que ocupan su escena le
sea inteligible: en este caso inteligible quiere decir que el Yo pueda insertarlo en su esquema
relacional acorde con el propio.” (AULAGNIER, 1993, p. 26)
Pero como habíamos adelantado, cada proceso considera heterogéneo tanto a lo proveniente del exterior a
la psique, como a lo que le llega de las otras instancias. Por eso para el Yo lo que provenga del Originario o del
Primario también lo considerará sin sentido y negará su existencia.
El postulado de lo originario es el de Autoengendramiento. Este dice que todo lo existente es
autoengendrado por el mismo sistema que lo representa. Este funcionamiento, difícil de comprender para nosotros,
a quienes el sistema lógico conciente nos gobierna (o nos intenta gobernar) nuestra psique, se explica si pensamos
que lo originario corresponde a los primeros momentos de la vida, aquellos en donde aún no había diferenciaciones
yo/no yo y sólo había representaciones sensitivas. Si bien estas representaciones quedan absolutamente reprimidas
y en lo más interno de nuestra psique, no desaparecen nunca, y el proceso originario seguirá siendo un modo de
representación para toda la vida. En la vida adulta es muy difícil tomar contacto con lo originario, salvo en
patologías muy graves como la psicosis, pero si queremos tener algún indicio, aunque sea muy deformado,
podemos pensar en cuántas sensaciones (un aroma, una temperatura, una sonoridad, entre otras) nos producen
satisfacción o irritabilidad sin saber bien la razón de ese efecto.
El proceso primario coincide casi plenamente con lo que Freud denominó con el mismo nombre. Si bien ya
se cuenta con una distinción entre un yo y un Otro, la valorización de ese Otro es extrema. Su poder es absoluto
(más adelante veremos por qué), determinando que todo lo que existe en la psique es por su deseo. El producto de
este proceso son las fantasías inconscientes claramente ejemplificadas en los sueños.
Como vemos, no nacemos con un aparato psíquico constituido, sino que se va constituyendo en la historia
del sujeto. Si consideramos que no hay dos sujetos que tengan exactamente la misma historia, resulta imposible la
existencia de dos psiques iguales. De esto se desprende que no hay dos Yo iguales. En consecuencia, los
conocimientos del mundo objetivo, en tanto son interpretaciones del Yo, también son singulares.
Aulagnier afirma la existencia de una sombra hablada constituida por los deseos maternos antes del
nacimiento de su hijo y, luego de producirse el mismo, se proyectará sobre el niño. Durante un tiempo la madre
tendrá como interlocutor no al infans real sino a esa sombra hablada. Gradualmente y por el reconocimiento de las
contradicciones e incongruencias ente el infans real y la sombra, la madre abandonará definitivamente a esta ultima
para dirigirse a otro separado e independiente de ella. Ahora bien, ¿por qué hablar de separación? Es que en los
momentos iniciales el poder materno fue absoluto.
Al nacer el bebé, como hemos visto, sólo cuenta como psique a su proceso originario. Demasiado poco
para subsistir física y psicológicamente. La madre funciona, entonces, como prótesis psíquica aportándole todo su
aparato psíquico, y especialmente su proceso secundario. Este proceso secundario será el encargado de interpretar,
según los códigos de la cultura en la que está inscripta, las necesidades y requerimientos del bebé. Por ejemplo, si
el bebé llora determinará si es por hambre, porque hay que cambiarlo, porque está enfermo, etc. Esta interpretación,
dice Aulagnier, es de carácter violenta, no sólo porque la relación de la madre y el infans es de una asimetría tal que
lleva al poder materno a lugares tan extremos como la posibilidad de disponer de la vida del infans, sino también
porque esa interpretación se realiza con un sistema simbólico que el niño aún no posee. Que ese llanto sea hambre,
es una arbitrariedad de la madre. Basta recordar las dudas y las angustias de muchas madres al estar seguras de lo
que le pasa a su hijo. Pero a esta violencia, lejos de tener una consideración peyorativa, Aulagnier le otorga un
poder humanizante: la madre al realizar esta violencia interpretativa hace ingresar al bebé al mundo humano; le
dice de alguna manera que en este mundo humano las acciones siempre están mediadas por símbolos (ese llanto, a
partir de ese momento, será el signo para expresar hambre, por ejemplo).
Ahora bien, el destino del infans deberá ser la conquista gradual de su independencia para incorporarse al
mundo social. Para que esto se produzca es necesaria la intervención paterna, que ya no viene a sostener al hijo
desde las necesidades biológicas, sino desde los requerimientos culturales. Si ejerce cierta función de separación de
su madre es para ofertarle el ingreso a una cultura de la cual es su representante.
Finalmente será el mismo campo socio cultural el que a partir de la oferta de una acuerdo, denominado
contrato narcisista, terminará de constituir las bases de su aparato psíquico. Este “contrato” establece compromisos
de intercambio entre el sujeto y el cuerpo social. El primero deberá aceptar los enunciados de fundamento, esos
sobre los cuales se edifica una cultura (y que la psicosis se empeña en cuestionar), y el cuerpo social le da un lugar
de pertenencia.
El resultado de estos antecedentes psíquicos es la constitución de un Yo, pero no un Yo substancial, sino un
Yo como proyecto. Aulagnier lo denomina proyecto identificatorio, que consistiría en la realización constante y
permanente del Yo. El Yo proyecta hacia el futuro lo que quiere ser. Lo hace a partir justamente de su historia. Pero
en el momento de realización percibe que no coincide lo proyectado con lo conseguido, empujando al Yo a la
elaboración de un nuevo proyecto futuro, pero ya con una nueva historia. Esta actividad permanente del yo es la
que lleva a plantear a Aulagnier que el “Yo no es más que el saber del Yo por el Yo” (1993, p. 26).
4
AULAGNIER, P. (1993), “La actividad de representación, sus objetos y su meta”, en: La violencia de
la interpretación, Amorrortu, Buenos Aires.
Entre niños, adolescentes
y funciones parentales
Psicoanálisis e interdisciplina
EDITORIAL
ENTRE IDEAS
Metamorfosis de la pubertad:
el hallazgo (?) de objeto
Adrián Grassi
·Desde la escritura de Tres ensayos de teoría sexual (Freud, 1905) es conocido y acep-
tado que, en relación con las transformaciones de la pulsión, se produce en la puber-
tad "el hallazgo de objeto" (Freud, 1978: 202). Sin embargo, no debiera descuidarse
que tal formulación referida a la organización sexual, en la cual la genitalidad alcanza
su conformación normal definitiva, soslaya el hecho de que con la pubertad se inicia
un largo capítulo que recién comienza a abrirse.
El hallazgo de objeto, la reunificación de las pulsiones (parciales), su subordinación
a la genitalidad y orientación hacia la nueva meta, lareproducción, no acaecen auto-
máticamente por maduración del cuerpo o evolución natural del crecimiento. Las
transformaciones de lo pregenital y el escenario de lo genital con sus nuevas experien-
cias sexuales implican una exigencia de trabaJo psíquico desarrollada en el tiempo,
que se realiza en espacios determinados y su resultado final no está garantizado por
predisposición de la especie, es incierto.
Se abren con la llegada de la pubertad, a posteriori de la latencia y antes del
hallazgo de objeto, una trayectoria de recorridos pulsionales que es sinuosa, con cam-
bios, desvíos y correcciones de rumbo, impasses y actos, confrontaciones, retiros, acier-
tos, desaciertos y desconciertos. Años de turbulencias (Rother Hornstein, 2006) y
(mas)turbaciones que transcurren entre la sexualidad infantil y la conformación nor-
mal definitiva, entre el despertar genital y que la pulsión·devenga altruista. Con lími-
tes difusos e indeterminados, son los años del entretiempo de la sexuación 1 en el
espacio transicional-corporal, familiar, generacional- que especifican y diferencian
los procesos y trabajos psíquicos de lo puberal-lo adolescente.
Freud y el hallazgo
¿Qué es lo que postula Freud con el hallazgo de objeto? Sigamos su texto Las meta-
morfosis para puntuar cuáles son las distintas posibilidades llegada su hora.
El Psicoanálisis enseña que existen dos caminos para el hallazgo de en primer literalidad, hallazgo es descubrir con ingenio algo hasta entonces no conocido. Por lo
lugar el que se realiza por apuntalamiento en los modelos en la temprana infancia y en cua~, ~allaz~o no es tanto la acción de encontrar, como una cualidad de la actividad
segundo lugar el narcisista. Cada uno de estos modos de hallazgo de objeto requiere de subjetiva. SI el encuentro de objeto es un hallazgo, lo es porque el proceso estuvo
ciertas consideraciones. No hemos inferido que los seres humanos se descomponen comandado por la creatividad del sujeto. En este sentido, lo novedoso, lo imprevisto
tajantemente en dos grupos según su elección de objeto responda a uno de los dos en el. hallaz~~ se opone a lo ya dado, a lo ya conocido, a lo ya establecido y prefijado.
A la mmoviltdad.
tipos. Promovemos esta hipótesis: todo ser humano tiene abiertos frente a sí ambos
caminos para la elección de objeto, pudiendo preferir uno u otro (Freud, 1978: 203). Este objet~ es un hallazgo ,del sujeto, resulta una forni~laé;Ón cercana a los plan-
reos de Wmnico.tt (1972: capitulo 5) sobre creatividad y espacio rransicional, y como
Y como agregado nuestro -o una mixtura de ambos-, junto a otra forma de las de .P. A~l~gme~ (1991) sobre lo imprevisto del sentido que pueda tomar el pro-
encuentro que se adiciona a las mencionadas por la alteridad del objeto, por su ajenidad yec.to t~enttficatono en la adolescencia. En lo que a hallazgo se refiere, la actividad
y extrañeza, extraño por lo que conlleve de no conocido. Al considerar los procesos psíqui- espontanea (Rodulfo, 1989) creativa propia del sujeto no podría estar ausente como
cos en su vertiente saludable, destacamos la importancia de la no fijeza ni exclusividad tampoco la actividad intersubjetiva de mutuo intercambio con el mismo. '
en ninguno de los modos, sino que la combinatoria en la elección es lo que le da suti-
Hallazgo y re-encuentro
leza al hallazgo{?). El desarrollo de esta idea nos lleva nuevamente al texto de Freud:
Apoyados" en la multiplicidad de sentidos que permite desplega,r la idea "hallazgo
La pulsión ten{a un objeto por fuera del cuerpo propio: el pecho materno. Lo es r:encuent~o partamos de ese primer tiempo descripto por Freud en que "la pulsión
perdió sólo mas tarde, quizá justo en la época en que el niño pudo formarse la tenia un .O~J~to por fue~a del propio cuerpo (el pecho materno) lo perdió sólo mas
representación global de la persona a quien pertenecía el órgano que le dispen- tarde, quiza JUSto en la epoca en que el niño pudo formarse la representación global
saba satisfacción. Después la pulsión sexual pasa a ser regularmente autoerótica de la persona a quien pertenecía el órgano que le dispensaba satisfacción" (Freud,
y sólo luego de superado el período de latencia se reestablece la relación origi- 1978: 202).Las metamorfosis de la pubertad i.
naria. No sin buen fundamento el hecho de mamar el niño del pecho de su El .bebé se encuentra con un objeto exterior a sí, fuera de su cuerpo, aunque él no
madre se vuelve paradigmático para todo vínculo de amor. El hallazgo ~xpenm~nte ,~ada aún de la exterioridad del mismo, y esa exterioridad hace al objeto
(encuentro) de objeto es propiamente un reencuentro (Ibíd.: 203). ~~o-yo aJe~o · Que. en los comienzos, esa ajenidad esté al servicio del bebé y de la ilu-
Sion de obJeto propto, creado, depende de que la función materna sea suficientemente
2
La idea de hallazgo, central en este desarrollo, es un término rodeado de ambigüe- ad~~uada . ?e re~uce así ~~in que se pierda) la exterioridad del objeto y pictograma de
dades y matices, que en cadena asociativa con encuentro y reencuentro, lo convierten fus10n ~edtante , la pulston pasa a ser regularmente autoerótica; el objeto toma cuerpo
en un nudo conceptual, dando lugar a diferentes interpretaciones. Se repite con en el nmo.
demasiada frecuencia y ligereza que el hallazgo es reencuentro y su repetición, no des- L~ego ~'una vez .q~t~ alcanza la ~epresentación del objeto por fuera de la propia cor-
taca suficientemente la riqueza y complejidad que el concepto implica. Abrimos la p.~re!dad, (. · .) qutza JUsto en la epoca en que el niño pudo formarse la representa-
polémica. Clon global de la persona a quien pertenecía el órgano que le dispensaba satisfacción"
(Ibíd.: 203), se producirá la elección infantil de objeto.
Hallazgo no es encuentro ¿Cómo se prod~ce la exterioridad del objeto? Tengamos en cuenta que cuando
No es equivalente directo, no es sinónimo. Situado en un campo semántico más Fr~ud habla de obJeto ~e refiere a representaciónes psíquicas de los objetos y no al
amplio, el término hallazgo comporta elementos inesperados ligados a la creatividad, obJetd!'del mundo extenor. Ese es un trabajo que no es mera "toma de conciencia'' de
como por ejemplo cuando se dice: "el título de esta película es un hallazgo" o "el su exterioridad y su globalidad, sino que es trabajo de expulsión. Recordemos que el
encuentro del actor que representa tal personaje en una obra es un hallazgo". Nótese "lo trago lo escupo" de la denegación (Freud, 1979), lo bueno adentro, lo malo
que no es la aparición de algo pre-visto, tal como "eso estaba ahí" y sencillamente se
trataba de tomarlo. No podía preverse cómo el actor iba a representar dicho perso- ·~e pr~flere el uso de "s.~lflcientemente adecuada" al utilizado por Winnicott y conocido
naje, como tampoco se diría que el nombre de la obra ya estaba y sólo había que agre- suficientemente buena , para dejar de lado toda connotación axiológica.
garlo. Mucho más que eso, hallazgo implica la actividad que hace aparecer un objeto 3. Recordamos que para el proceso originario la extaterritorialidad del objeto no es un dato
mediatizado por la creatividad del sujeto, por su captación de lo imprevisto. En su que lo marque. S1 para el proceso primario, que registrando su exterioridad, la niega.
Adrián Grassi Metamorfosis de la pubertad: el hallazgo (?) de objeto 41
afuera, requiere de actividad agresiva por parte del bebé. Al escupir, el bebé expulsa el las vías de las corrientes tierna y sensual de la pulsión por el olor, la mirada, el tacto, la
objeto creando la exterioridad a sí. Se crean e inician las diferencias yo-no yo, sujeto voz, por todo lo no corporal propio, por todo lo no familiar ya conocido y con
objeto, interno externo, dentro fuera y la representación global de la persona a quien mucho gusto intrageneracional. Se reencontrarán en el objeto rasgos de aquellos
pertenecía el órgano que le dispensaba satisfacción. Proceso este que no se da de una bocetos de infancia, mascarada y semblante, pero hallazgo es fundamentalmente
vez y para siempre, sino que a lo largo de toda la esctructuraciópn psíquica vuelve y nueva inscripción e inscripción de lo nuevo, "creatividad propia'', por fuera del cuerpo
re-vuelve desde el pecho y lo oral, y todos los momentos de la constitución del psi- familiar. Objeto marcado a fuego con la (angustiosa) extrañ<;f.a del afuera. Re-encon-
quismo en la niñez/ adolescencia. Modelo que no va a ser ajeno a la genitalidad y al trar la exterioridad del objeto es reencontrar su recreado~. · '
hallazgo de objeto. Pasan los años y el hecho de que la pulsión, ahora genital, se dirige Al muchacho, a la muchacha les está llegando la hora de salir a crear afuera, a con-
nuevamente a un objeto exterior, entendemos un objeto exterior no conocido, un quistar-se genitalmente e inscribir diferencias de sexo, de cuerpo y nuevas categorías 4
objeto que "aún no es" en el universo de las representaciones psíquicas. en una relación o vínculo de intersubjetividad, de alteridad, apuntalada en los mode-
los de la temprana infancia, bocetos de la obra. Apuntalamiento plataforma y
momento de salida adolescente, el cuerpo requiere de nuevas inscripciones con el
objeto que es reinventado en la alteridad, se adiciona así el otro modo de elección por
El cuerpo puberal
alteridad y radical diferencia (subjetiva) del (sexo) objeto. Tomamos el concepto de
Llegada la pubertad, la sexualidad (la genitalidad) ya no puede ser diferida. Una apuntalamiento, anáclisis o apoyo Freud (1976) en el sentido de que lleva a la consi-
vez instalada la barrera de la prohibición del incesto y los diques morales que hacen al deración de primer apoyo como sostén y plataforma de lanzamiento. Espacialidad
sujeto de la ética y la búsqueda de alteridad propia de la pulsión genital con la primera donde algo se constituye para luego abrirse a otros espacios y objetos. Apun-
(im)pulsión puberal, al psiquismo le urgen trabajos específicos. En esta búsqueda, la talamiento es sostén transitorio hasta ... la partida. ·
actividad creativa por parte del sujeto, lo inesperado lo no conocido, lo imprevisto, El deambulador que en sus primeros pasos requiere para caminar tomarse de una
distancian de todo lo que puede remitir al prefijo "re" a términos que aparecen ligados mano familiar, luego se lanza a la búsqueda d,~ otro sostén. Nótese la importancia que
como la repetición, a la vuelta de lo mismo, a la anulación de sus diferencias. Reen- tiene el hecho de que primero camina agarrado, para luego dar pasos sin el apoyo con-
cuentro, repetición, revuelta. Desde sus orígenes mismos, la conceptualización freu- servando el equilibrio y lanzarse hasta la próxima parada, en un objeto sostén, no
diana de repetición, con sus ambigüedades, no puede plantearse por fuera del par que (hu)mano, no conocido, por fuera de lo ya re-presentado, hasta lograr ser su propio
constituye con el término: "la diferencia" (Derrida, 1997). Situamos la diferencia sostén.
dentro del pensamiento de los sistemas de lo múltiple o complejo, ya que planteada
desde lo simple, no queda más que como desvío forzado de la repetición. La secuencia
repetición-hallazgo-creatividad-diferencia, se va estableciendo. De lo "re" del encuen- Paradoja y cuerpo
tro se deriva hacia lo "neo". Hallazgo es también encuentro inédito, producción de
Es fundamental considerar la pubertad con relación al crecimiento y los cambios
una combinatoria novedosa, originaL
El cuerpo puberal, con sus reotganizaciones y neo organizaciones, requiere de nue- corporales posibilitados por nuevos fenómenos endocrinos que se ponen en marcha:
vas inscripciones y nuevos circuitos pulsionales. El objeto, para terminar de consti- producción de hormonas sexuales hipofisiarias, maduración de los órganos genitales,
tuirse como tal (exterior-ajeno-extraño), requiere de tiempos y espacios donde desarrollo de caracteres sexuales secundarios, etc. Pero, ¿cómo no considerar que el
hacerlo, de ensayos y exploraciones (Wasserman, 2005). cuerpo es cuerpo erógeno y que aún para el normal desarrollo de la vida somática
Le urge el hallazgo-creatividad-encuentro de objeto exterior a sí, en simultáneo con reqpiere de procesos de libidinización? Dedr que la adolescencia comienza con el
que el objeto exterior no reduplique un encuentro ya producido, sino que inscriba hecho biológico de los cambios corporales es una visión tan evolutivista como decir
como acontecimiento que diferencie lo que está investido por el niño y la familia - que un hijo comienza su existencia con el nacimiento. Pues, ¿cuándo nace el deseo de
producto de su historia corporal libidinal ligada a los primeros objetos de cuidado y hijo, cuándo nace el deseo de crecer propio de la adolescencia, que determina entre
amor (incestuosos) - de lo que deviene nuevo y que está in-vistiendo como obra pro- otros los tratos del cuerpo?
pia, por fuera del cuerpo y lo familiar. Le urge la creación, re-creación, re-presenta-
ción de objeto y espacio transicional, la frontera, el borde, la no repetición del 4. Padre -madre diferenciados de genitor-genitora, y las categorías de género: lo masculino-
adentro (familiar) conocido (Sami-Ali, 1980). Que el objeto sea investido siguiendo lo femenino.
42 Adridn Grassí
I
La experiencia del psicoanalizar adolescentes, lo mismo que
la supervisión de tratamiento de ese tipo, me ha conducido a
reflexionar sobre ciertas operaciones simbólicas, o trabajos
simbólicos como preferiría decir, que deben cumplirse en el
tiempo de la adolescencia. Es sobre uno de estos "trabajos"1 que
me detendré aquí, y que concierne precisamente a la pro-
blemática del trabajar como modo decisivo de la inclusión en
el mundo adulto, una de las metas del crecimiento. Tradi-
cionalmente, el psicoanálisis se ha ocupado poco de este
aspecto, que ha quedado más ligado a la llamada Orientación
vocacional. En mi opinión, no tiene por qué ser así, y las
hipótesis que aquí expondré van destinadas a reparar tal
omisión.
A su vez, aquéllas se apoyan en mis recientes teorizaciones
sobre el jugar, desarrolladas en otro lugar.1 Desde hace algún
* Este trabajo fue leído por su autor, Ricardo Rodulfo, en versión inglesa,
en el Congreso Internacional de Psicología que, bajo el título "Growing into
a modern worW, tuvo lugar en Trondheim, Noruega, del 9 al 13 de junio de
1987, y publicado en las Actas del congreso y en Gaceta Psicológica, agosto
de 1988.
1. Clínica psicoanalííica en niños y adolescentes (en colaboración con Marisa
Rodulfo), Buenos Aires, Lugar, 1986. Ampliado en El niño y el significante,
Buenos Aires, Paidós, 1989.
142
tiempo, basándome tanto en mi práctica como en la radical
revisión de la actividad del juego que tuvo lugar en las últimas
décadas, y que va desde Winnicott en el psicoanálisis hasta
Jean Piagety las Ciencias de la Educación, empecé a articular
una nueva teoría psicoanalítica sobre las funciones del jugar.
Tal teoría se propone ir más allá de la clásica en psicoanálisis,
que hacía arrancar la praxis lúdica con el célebre fort Ida de
Freud, modo de soportar una ausencia simbolizándola, y
retrocede en el tiempo de la ontogénesis para situar funciones
primitivas y fundamentales, como que hacen nada menos que
a la construcción del propio cuerpo en el plano psíquico. El
mismo movimiento me ha llevado también hacia adelante,
investigando las transformaciones del jugar a partir de la
pubertad y procurando descubrir cuáles podían ser en esa
época sus funciones esenciales. El presente trabajo es fruto de
aquel movimiento.
Diré que todo lo previo me acostumbró a pensar distintos
momentos clave de la niñez y de la adolescencia en términos
de tareas, tareas simbólicas fundamentales. Presentada de
forma sencilla, mi hipótesis dice que una de esas tareas
fundamentales, decisivas —que justifican considerar la ado-
lescencia como algo más que un "período" vaga y arbitraria-
mente delimitado— es la metamorfosis de lo esencial del jugar
infantil en trabajar adulto. Por lo tanto, asumo al adolescente
como operador en el cual y por medio del cual se efectiviza esta
compleja mutación. Obsérvese de paso que- el tradicional
concepto de sublimación no basta aquí con que sea invocado,
puesto que de hecho ya la actividad lúdica es en sí misma una
sublimación. Por así decirlo, hay que penetrar "más adentro"
en las capilaridades del funcionamiento inconsciente, para
poder localizar las peripecias y destinos de tal transformación.2
Complemento indisociable de esta hipótesis es que, si dicha
tarea queda sin realizar o gravemente fallida al final de la
adolescencia, se afecta de un modo fundamental todo lo que
sea del orden del trabajo en el adulto joven. Por supuesto, sería
simplificar el creer que esto forzosamente se tradujera en
143
fracaso desde el punto dé vista social. Cualquier
psicoanalista está habituado a encontrarse con adaptaciones
sociales muy exitosas que implican patología, y no pocas
veces severa, desde el punto de vista de la realización
subjetiva. (Opero con el supuesto de la distinción tajante que
traza Winnicott, pero que en realidad impone toda la
experiencia clínica del psicoanálisis entre salud y
normalidad.)
¿Qué es lo que puede ser la clave de esta mutación tan
importante, donde jugar implica trabajar? Dado que el espacio
me fuerza a ser lo más conciso posible (limitando mis objetivos
a la presentación de mis ideas), diré que en mi opinión tal clave
reside en que el deseo inconsciente, cuyo empuje y cuya carac-
terística de proliferar en ramificaciones siempre más alejadas
imprime una tonalidad decisiva a la vida humana, migre de
un campo al otro e invista subterráneamente el trabajo tal
como lo venía haciendo con el juego. Tal es el punto de una
transformación exitosa, que entonces no podría medirse
únicamente con parámetros de tipo social. Por supuesto, esto
no explica ni mucho menos todas las condiciones que se
requieren para este paso, sólo apunta a localizar "la esencia"
de la transformación que propongo. La presencia del desear
hace a ese plus de alegría (y cuando digo alegría invoco mucho
más que el "estado afectivo": alegría como plus y como índice
de la inversión libidinal cumplida), de pasionalidad lúdica, de
realización subjetiva por tanto, plus de goce en el trabajar más
allá de la "seriedad" de la adaptación social en juego (y que
concibo como resultado no buscado más que como meta
central, algo que se da "por añadidura"}. Todas estas carac-
terísticas empiezan a vislumbrarse claramente en la adoles-
cencia tardía, durante lo que Blos ha llamado consolidación,
• ora en los estudios, ora en las tareas de tipo adulto que ya se
están haciendo, cuando el proceso marcha bien. Es más, como
personalmente doy mucha importancia a esa necesidad de
i consolidación en la que Peter Blos ha insistido con tanta
justeza, considero que el buen viraje del jugar al trabajar es
una de las notas típicas de una consolidación exitosa (enten-
diendo por ello no tanto la "buena prensa" que logre como el
grado de implantación del desear en las actividades adultas
que obtenga).
144
¿Y- qué nos enseña la clínica en cuanto a destinos
paradigmáticos de un fracaso rotundo o, de modo menos grave
pero más generalizado, de una transformación en buena parte
fallida que ligue jugar a trabajar? (Quisiera insistir especial-
mente sobre esta idea de ligazón, porque es esencial a mi
teoría: esa cierta sustitución que la segunda praxis hace de
la primera no es verdaderamente lograda si no queda un cierto
lazo por el cual la "regresión" -—aquí en el sentido menos
patológico imaginable del término— o la reversibilidad per-
manecen al modo de resto.) "Jugar con el trabajo" es como lo
más heterogéneo a la alienación en él. Retomando ahora la
pregunta diré que se despliega todo un abanico de destinos
cuya existencia la experiencia clínica demuestra como muy
concreta, mientras que la "total" mutación de juego en trabajo
es, por el contrario, asintótica, punto de fuga utópico.
Puntuaré algunos de los más frecuentes, al menos ateniéndo-
me a mi propia práctica:
145
él fondo eminentemente pasiva, alienante y desprovista de
todo auténtico placer libidinal para quien la hace y/o padece,
puede proseguir indefinidamente, muchas veces con costos
adicionales de tipo psicpsomático o de depresiones más o
menos larvarias.
146
palpita, pese a todo, una posibilidad de hacer circular algo de
lo lúdico hacia el mundo del trabajo, a modo de un "bolsón" o
reserva de salud que no deja de incidir, y mucho, en las
posibilidades de recuperación del paciente. A su turno,
observamos muy a menudo cómo en casos aparentemente
mucho más "benignos" resiste como un sordo quantum de inercia
cierta "viscosidad" que no deja fluir deseo del jugar hacia el
trabajar (y no deja de poner un límite muy estricto a las
posibilidades terapéuticas apenas se propongan algo más que
aliviar el peso del síntoma).
Obviamente, esta enumeración es harto incompleta y
provisoria.
Í47
condiciones políticas adversas, nacionales e internacionales—
puede ilustrarlo (a la par que pone una valla a cierta tendencia
"de especialistas" lo cual no deja de ser una tendencia política
a "psicologizar" o a hacer "psicoanalismo" con todo lo que le
pasa a un adolescente): exposición a un tipo de estimulación
(al consumo, al deseo, al fantasear, etc.) propia o característica
de países harto más industrializados y sofisticados en su
calidad de vida; esto choca con una escasez radical de ocasiones
(y recordemos e*l valor conceptual que este término tiene, por
ejemplo, en Maud Mannoni), no sólo en el ámbito del "mercado
de trabajo" sino en tanto ocasiones de jugar con La futura
identidad, lo cual es mucho más importante; escasez que
retroactúa sobre la estimulación original convirtiéndola en
una sobreestirnulación excesiva y frustrante, que excede las
posibilidades de simbolizarla dentro de aquel campo
transicional de ensayo, condición de peso para el desencade-
namiento de respuestas de tipo antisocial o neurótico grave.
Una primera aproximación útil a los factores mencionados
nos la puede proporcionar la oposición que en psicoanálisis nos
es familiar entre el Yo Ideal y el Ideal del Yo. Bastará con
recordar la característica que denota el primero de funcionar
como una cierta estatuaria presente, un ya-ahí cuya perfección
a la vez fascina y aplasta al sujeto y que lo opone al segundo,
cuya dimensión asintótica, que implica necesariamente el
futuro, su cualidad de horizonte, de quizá llegar a ser, es lo
fundamental. Es en realidad el propio psicoanálisis de muchos
adolescentes que nos lo recuerda, en tanto pone con frecuencia
en primer plano la inercia! adhesividad a un Yo Ideal cuya
misma idealización impide el que se juegue con él, que por
ende cierra el paso a todo ensayo posible, a toda puesta en
marcha de un proceso, con lo decisivo que esto es para que la
función más global de la adolescencia no se malogre. En este
estado de cosas, encontramos a muchos pacientes o futuros
pacientes, tan fijados a un Ideal —como tal, no necesariamente
propio del sujeto, muy habitual mente un ideal familiar que le
preexiste— que les es imposible todo lo que tenga que ver con
movimiento, con devenir, lo cual naturalmente vuelve muy
difícil que la dimensión del trabajo, como tal intrínsecamente
ligada a un ideal por venir, pueda constituirse. Es interesante
148
ver cómo, en muchos de estos casos, la primera actividad con
características de procesó que el paciente realiza y aprende a
tolerar... es su psicoanálisis mismo. Moraleja posible: con el
Ideal no se juega... a menos que advenga en el estatuto de
Ideal del Yo, el cual.es impensable fuera de la dimensión
lúdica. O sea que podríamos decir, aventurándonos, que el
Ideal del Yo es lo que resulta del Yo Ideal "pasado"por el campo
del juego.
Otro ángulo de acercamiento al problema, como modo de
aislar un factor esencial a los fallos y logros de la compleja
operación que estamos investigando, es una cierta correlación
positiva, que me ha parecido poder verificar entre, por una
parte, la posibilidad de pasaje de la posición hijo a la posición
padre y, por la otra, la posibilidad de pasaje del jugar al
trabajar. En este sentido, una participación típica que el
trabajo clínico nos ha permitido reconocer marca una divisoria
de aguas entre el trabajo, que queda del lado de un padre
nunca destituido de su lugar por el sujeto y del juego que, en
su versión más anodina desde el punto de vista de transfor-
maciones estructurales (verbigracia, en forma de sueños
diurnos) queda del lado del por siempre hijo.
Pero profundizando de una manera más fina, hay un punto
de estructura que de momento expongo más o menos así. Todo
niño debe apoyarse, en su crecimiento incesante, en lo que
haya de cierto proyecto anticipatorio familiar referido a él,
proyecto en el que se producirá el encuentro con los ideales de
esa familia. Podemos decir que, del cuerpo, de la textualidad
de ese proyecto (proyecto cuya dimensión más significativa se
hunde en el inconsciente), el sujeto va extrayendo, a su propia
manera imprevisible, los materiales para irse haciendo un ser.
En mi opinión, la adolescencia se revela como un período
crítico de índole muy específica, donde por primera vez, ciertas
lagunas, ciertas fallas o agujeros en ese proyecto anticipatorio
se ponen en evidencia. El efecto inmediato es que, bruscamente,
el niño convertido en púber o adolescente se encuentra con que
ya no tiene materiales que extraer del archivo familiar, como
si éste sólo funcionara hasta cierta altura de la niñez. Y, punto
decisivo, una de las zonas temáticas que se manifiestan en
cierta forclusión resulta ser la que concierne a la problemática
149
del trabajo, y por lo tanto a la operación inmediatamente
anterior, donde éste queda investido desde una particular
^metamorfosis del jugar. Dicho de otra forma, el sujeto choca
con una particular impotencia para dar significado a una
;actividad tan importante, impotencia que no es tanto o no es
originariamente la suya propia sino la del discurso familiar.
jDe esta situación derivan muchas actuaciones en la adoles-
cencia, así cómo un sinfín de producciones de síntomas,
¡girando en torno a ese agujero negro de un trabajar no
¡realmente simbolizado por sus ancestros. Aún podemos
insistir en la conceptualización de esta idea retomando la
perspectiva del Ideal del Yo, y decir entonces que la falla
Imencionada es como un cierto agujero en aquella instancia. Si
el Ideal del Yo carece de la categoría del trabajar y de cierta
iimago anticipatoria del sujeto como adulto trabajando, el
¡crecimiento del adolescente acusa esa carencia como de la falta
de un motor para seguir avanzando. Esto puede ilustrarse
también con un ejemplo extraído del campo antropológico.
Lévi-Strauss ha mostrado cómo en el orden mítico de una
comunidad en extinción se produce lo que podríamos carac-
terizar como una verdadera hemorragia en el cuerpo de ideales
del grupo. Signo fatal de un ocaso ineluctable es esta
progresiva desintegración del Ideal director de una sociedad.3
¡Retornando a la clínica detectamos un proceso isomórfico
respecto del anterior en lo que podríamos llamar una
desublimación que se produce en muchos adolescentes a
medida que la articulación del jugar con el trabajar se revela
jeomo un problema insoluble, desublimación creciente que
empieza a afectar otras áreas de esa existencia juvenil,
lesionando incluso aquellas que hasta el momento habían
funcionado creativamente.
No quisiera finalizar sin al menos plantear el problema de
cuáles y de qué tipo son la alteraciones que debe experimentar
el jugar para transformarse en capacidad de trabajar (trans-
formación que, por supuesto, no tenemos por qué considerar
como total, toda vez que es esperable subsistan siempre ciertos
150
niveles de juego no metamorfoseados). Está claro que no
debemos entender mi hipótesis en el sentido de una pura y
simple identidad, lo cual sería una simplificación grosera. Por
lo pronto me ha sido útil apoyarme en la concepción de
bricolage que ha hecho Lévi-Strauss. Como en éste, el
principio supremo del jugar infantil es el de "todo puede
servir"4 característico, por lo demás, del proceso primario. La
conversión en trabajo implica una serie de redimensiónamientos
dirigidos ahora por el proceso secundario donde ese todo se
muta en algo. Hay cosas que deben caer en la inflexión de este
viraje, de la misma manera que a un ingeniero no le sirve todo
lo que le sirve a un bricoleiir. Concomitantemente, se debe
pasar de un código privado a un código mucho más fuertemente
consensual. Y es por cierto muy frecuente encontrarnos
adolescentes potencialmente talentosos neuróticamente atas-
cados en este cambio de código. En parte, esto involucra
también ese salto de lo familiar a lo extrafamiliar que es una
de las claves de la adolescencia.
Si el jugar culmina en la construcción subjetiva de modelos
reducidos que ayudan entre otras cosas a hacer más soportable
el peso de la realidad una vez que se ha introducido en esos
espacios transición ales, el trabajar a su turno va a implicar
otro tipo de retorno en principio, al menos, más transformador
de aquélla. Siempre que, rebote paradójico, ese trabajar
conserve el núcleo desiderativo esencial del jugar, sin lo cual
la acción potencialmente transformadora se aplanará en
rutina.
151
ILUSIONES Y DESILUSIONES
Ricardo Rodulfo
1
- no compromiso con la herencia que podría convocarlo en
términos de lo que Winnicott llamó experiencia cultural, noción
interesante que aún no hemos aprovechado ni trabajado lo
suficiente. Cabe en este punto recordar la caracterización de lo que
Marcase propuso como desublimación represiva;
- tendencia a refugiarse en sensaciones que lo vuelve proclive a la
adicción aún cuando en numerosos casos no puede hablarse
verdaderamente de ella por falta de condiciones de estructura, tanto
en lo personal como en lo ambiental, pero que lo impulsa a esos
períodos donde se bebe en exceso o se coquetea con las drogas o
con la velocidad.
Detalle que podría seguir en precisiones.
A cuenta todo de una desilusión más existencial que biográfica.
Una desilusión no tan sencilla de recorrer por su diversidad de
facetas. Una manera de ir al hueso es apelar al álgebra lacaniana y
decir que la coyuntura adolescente consiste en descubrir que A
debe escribirse tachado: A. Lo cual no por llamarlo “existencial” no
deja de ser trazo diferencial de un acontecimiento histórico, el que
constituye lo que conocemos como “Occidente”. El grafo de Lacan
engloba cosas tales como la desidealización de los padres y de
una manera más profunda -y en lenguaje menos lacaniano- el
descubrimiento más o menos claro de que la estructura cultural toda
-incluyendo sus practicas institucionales y sus regulaciones y
normas grupales junto con todo el acervo de sus saberes- no
garantiza para nada que la pudiéramos creer como verdad… salvo
que estemos demasiado dispuestos a creer… lo que ya no es
exactamente occidental. Sin garantías que den la cara el motivo de
la verdad no se puede tener en pie. El llamado “duelo por la
infancia” duela ese tiempo en que A -como designación de otro que
atesora el trabajo histórico de la diferencia que resumimos al decir
“cultura”- brillaba en todo un esplendor sin tachadura pues contenía
en sí la verdad de la verdad. Y en su ámbito estábamos
asegurados, como ha sido el caso en otras culturas con mito y con
religión pero sin filosofía ni ciencia en las cuales a nadie se le
ocurriría desconfiar de la consistencia -término introducido por
Lacan con toda precisión y pertinencia- de ese A que el vocabulario
de aquel singulariza indebidamente, ya que connota el saber-poder
de un grupo al que el sujeto en advenimiento debe referenciarse
forzosamente.
Es esta la razón por la cual no existe la adolescencia como
formación subjetiva fuera de Occidente, salvo cuando empieza a
implantarse de resultas de la entrada de lo occidental -entrada que
2
ha solido ser un impacto catastrófico- en otra cultura hasta entonces
ajena o relativamente cerrada y protegida de él. En esos casos, la
juventud de esa cultura empieza a desarrollar formas atípicas y
sumamente conflictivas o disruptivas de adolescencia
característicamente rasgueadas por un amargo rechazo y
descalificación de lo tradicional, como se puede ver en la segunda
generación de los inmigrantes africanos en Europa, los primeros
nacidos en ella. La violencia de la tachadura es cuasi-traumática
para los hijos de una cultura que creía garantizarse a sí misma.
Según esto podemos pensar la adolescencia como determinada por
la experiencia de encuentro con la inconsistencia en tanto tal.
Mucho más, pero mucho más, que la pérdida de la infancia, la
nueva actividad hormonal y todo ese tipo de cosas que en definitiva
suceden en todas las culturas y poco tendrían que ofrecer de
específico para un fenómeno tan violentamente diferente y
transformador como el que estamos considerando. El socorrido dato
de la enorme asimetría entre un ritual de iniciación que dura unos
días o semanas y una transición de varios años que tiende a
extenderse cada vez más mide la singularidad generada por la
palpación de dicha inconsistencia. Eso mismo torna banal la
reducción de la adolescencia a una pelea intergeneracional que
tanto da que hablar a padres y maestros; esa rivalidad se constata
en cualquier lado y no es lo mismo burlarse del viejo por obsoleto,
como propone Gutton, que una destitución de valores e ideales que
va mucho más lejos que el enfrentamiento con otras personas con
cuyos valores e ideales se acuerda en lo esencial.
Lo cual nos extraña más aún del empirismo que ha reducido la
adolescencia a un trámite etario, pues nos hace tomar conciencia
de que no todos los “adolescentes” lo son ya que no todos hacen
automáticamente esta experiencia y no son pocos por cierto los
que, por más de una razón, no pasan del rito de iniciación, sobre
todo teniendo en cuenta que nuestra cultura no es para nada un
espacio homogéneo para todos igual, abunda en regiones, zonas,
pequeños espacios transicionales, diversidad de experiencias
culturales y multiplicación de anacronías que hacen que no todos
vivan en la misma época por más que el calendario los unifique en
lo formal. En ningún caso es una cultura que pueda pensarse en
términos de pueblo chico, entre otras cosas porque su manera de
operar lleva a que hasta el pueblo chico deje de funcionar en
homogeneidad.
Índices de adolescencia como índices de la experiencia de
inconsistencia son entonces vectores que necesitamos precisar. El
3
“nada vale la pena” (también traducible como “nada merece el
esfuerzo” o “nada es digno de…”) nos sirve de hilo para guiarnos.
-Multiplicación de comportamientos y de síntomas cuya nota de
“superficialidad” se vuelve mucho menos superficial a la luz de
nuestra tesis. Es como si el adolescente espejara en sí la
inconsistencia de la cultura que tendría que sostenerlo y por la cual
ya no se puede sentir sostenido. Así inventariamos infinidad de
manifestaciones de inconsistencia: culto del acting-out, la evasión
como táctica de vida, actitud maníaca en el sentido propuesto por
Melanie Klein de negación radical del dolor psíquico, de que algo
me importe o me afecte de veras, (lo cual puede degenerar en
atrofias afectivas de difícil reversibilidad), recurso a la adicción
como parte de una adicción a lo que en otro campo Tustin
conceptualizó como objetos-sensación, desmantelamiento del
deseo de ser grande que conduce a atacar la propia posibilidad de
pensar, fijación a situaciones de aturdimiento, hipertrofia de lo visual
en detrimento de lo que no se ve (por ejemplo y señaladamente, del
otro), negación y banalización de la diferencia haciéndole perder
significado a su percepción (“me da lo mismo” sería el lema, en
continuidad con la designificación del esfuerzo y de la pena así
como de lo que Heidegger pensó como cura,), trabajo de lo
negativo que opera en el sentido de una deslignificación que no
desemboca en nada alternativo, hardening también, que facilita
tomar caminos abiertamente hacia la delincuencia. Contrariamente
a la descripción clásica de los procesos de represión como
potencialmente reversibles, conservando cierta fluidez que en
principio no lesionaría la afectividad de lo reprimido, Winnicott
recurrió a aquel término metafórico para nombrar un proceso de
esclerosamiento emocional sin retorno si se cronifica ya que la
capacidad de afectarse se destruye a la manera de un proceso
atrófico. En cuanto al trabajo de la designificación veremos que
dista mucho de ser patológico de por sí, el punto es la estrategia en
que esté inserto.
-No paralelamente como en otra dirección el encuentro con la
inconsistencia que ya ningún padre o dios puede cubrir –lo que
Heidegger llamaba “la retirada de los dioses”- por muy simbólicos
que fueren sus modos de intervención, puede dar paso a procesos
creativos suplementarios de lo que Lacan escribe como A una vez
tachado por el impacto de la inconsistencia de la que A pretendía no
padecer. Suplementarios: no se agregan simplemente en
continuidad con lo que ya estaba ahí; no se integran a un sistema
previo a ellos; difieren, en cambio, más o menos violentamente, sin
4
hacer avanzar ni retroceder una supuesta marcha lineal en el eje
progresión-regresión; su emergencia es otra cosa, si bien pueden
ser y son constantemente objeto de reapropiación por las
categorías y las políticas de la cultura, como lo muestra la
comercialización de géneros alternativos en el campo de la música
más ligada a los jóvenes. Nada de lo que examinamos transcurre
en la pureza.
La actividad de estos adolescentes se orienta a la invención de
alternativas en los más distintos órdenes: modos de vivir, de amar y
de relacionarse, juegos o ensayos más o menos artísticos, hábitos y
ceremonias extraños para el mundo adulto, iniciativas solidarias en
movimientos que bregan por desactivar exclusiones, lo cual lleva a
formas de actuación política, pero siempre desmarcada de los
dispositivos políticos institucionalizados. En general, todas estas
cosas se hacen bajo el signo de una fuerte crítica a los códigos de
la cultura heredada -y no sólo a las personas involucradas- y muy
en particular a las instituciones a cargo de la transmisión de esa
herencia que en conjunto no aceptan, significándola como aquello
que hay que cambiar antes que continuar o mantener. Apelan para
eso al reciclaje de multitud de fragmentos míticos, históricos, de
saberes técnicos, de injertos de culturas no occidentales y de una
generosa participación de las más añejas categorías de la
metafísica de siempre, siempre lista para reapropiarse de cuanto de
nuevo emerja en nuestra existencia… Exactamente hablando, su
praxis es un capítulo y un suplemento más del jugar, una muestra
más de sus extensas funciones en la vida humana, lo que a veces
no se ve y otras se deja ver con facilidad al haber conciencia de
que lo que están haciendo es en juego. De modo que puedo añadir
esto a todo lo que vengo desde hace mucho desarrollando acerca
del jugar y del juego. Y se deja ver también en el hecho de la
invención continua de ficciones que se genera en tales trabajos,
micro utopías inclusive, pero que se refractan sobre la vida
cotidiana, volviendo a testimoniar aquello de Winnicott sobre la
ilusión que he procurado rescatar y hacer valer en un libro dedicado
a su pensamiento: el que ella crea en lo real, no se limita, como
pretende Lacan, a circular en un plano imaginario y nada más.
(Trabajos de la lectura, lecturas de la violencia, Paidós, 2008).
Este desenvolvimiento requiere por fuerza del trabajo negativo de la
designificación, concepto éste tan notablemente plantado por
Nicolás Abraham desde la década del 70 del pasado siglo: quitar
significación, algo que está en un primer lugar entre las tareas que
el psicoanálisis tiene que encarar para liberar la posibilidad del
5
juego de otros y nuevos sentidos, lo que el paciente no es libre de
hacer mientras esté aprisionado en los que lo han llevado a su
situación actual... Pero en lo que a este grupo concierne tal
designificación no desemboca en la nada, como es el caso en el
primero que hemos considerado, puesto que revuelve y prepara el
terreno para invenciones heterogéneas al orden recibido. Dicho de
otra manera, aquí vale la producción de diferencias, aún cuando a
menudo se cierren rápidamente sobre sí mismas sin afrontar lo que
proviene de los otros. Pues entre sus muchas ambigüedades, el
adolescente es abierto y cerrado a la vez. Pero quitar significación a
una serie de emblemas, costumbres, valores, ideales, relatos, leyes
y creencias es por sí mismo un trabajo grandioso y transformador,
que no cesa de repercutir más allá de su campo de emergencia. A
veces, muchas, el adolescente hace igual que el deambulador
cuando rompe para explorar; sólo varía el objeto maltratado. Un
ejemplo posible de aquel repercutir más allá de las fronteras de la
adolescencia es el del nuevo estatuto de la homosexualidad; sin
que nadie parezca registrarlo, todo el rango inédito e insólito de
conductas y hábitos que se introdujeron a través del adolescente a
partir de los 60 (empezando por la ropa unisex) contribuyó muy
decisivamente al aflojamiento de los mandatos machistas bien
montados en pares opositivos que gobernaba la moral sexual y
todavía no ha desaparecido del todo: uno de los juegos predilectos
ya en las primeras épocas del rock era la vestimenta y la
ornamentación indecidible en cuanto a criterios de identificación de
género inequívocamente binarios y disyuntivos, como bien lo
marcaban Deleuze y Guattari: “o….o”, contra lo cual el chico hacía
su trabajo de designificar la rigidez de los códigos de género
proponiéndose a la mirada de los otros como una figura difícil de
descifrar mediante índices puramente visuales. Y eso, aunque no
tuviera la menor fluctuación en sus inclinaciones amorosas. En un
terreno bien distinto, otro tanto hacían Los Beatles cuando
mechaban escrituras y procedimientos de música “clásica” en el
seno del género más furibundo contra lo académico (v. Eleanor
Rigby).
La fragilidad o precariedad en la invención de ficciones -vale decir,
la disminución de la capacidad lúdica- que afecta al adolescente
del primer grupo tiene consecuencias severas en cuanto a la
posibilidad de espejarse en varios tipos de grupos, de relatos, de
producciones; no viéndose en lo que mira el chico se va cayendo de
diversos espacios de ficción en principio abiertos a él y que en esas
condiciones devienen inaccesibles: sigue el aburrimiento, la ninguna
respuesta emocional ante las más variadas experiencias y
6
productos culturales con la consiguiente restricción del campo de
intereses típico de ese adolescente al que nada le gusta, nada lo
convoca, nada lo “copa” como no sea el aturdimiento de un par de
noches a la semana. Tan conformista en su rebeldía, tan rebelde en
su conformismo. Se ve atrofiada o en riesgo de también la
capacidad identificatoria, lo que por supuesto debilita más todavía
sus recursos para moverse en el ámbito humano por excelencia, el
ficcional. Se verifica esto, por otra parte, en el escaso o nulo
trabajo hecho sobre su propia historia y la de su familia y
comunidad. De nuevo asistimos a una pérdida de sentido pero que
se detiene allí sin una proposición alternativa (contrariamente a la
del chico que elige cambiar de clase social para romper con la de
su familia, designificándola de todo valor genuino que mereciera
conservarse y defenderse). Además la impase de lo ficcional y de
todos los trabajos en espejo de los más diversos espejamientos –
los verdaderos trabajos de Narciso, según traté de mostrarlo en otro
lugar- (Futuro porvenir, Noveduc, 2008) acarrean una especie de
parálisis del porvenir: prohibido el porvenir, a cuyo relampagueo
sólo la máxima angustia podría responderle. Sin trabajo sobre su
pasado y sin apertura al porvenir no queda nada más que el
presente sino un presente extremadamente mutilado y reducido a
una sensación, la sensación de presente, la sensación ahora
presente, que no el discurrir de un tiempo anacrónico donde nada
es exactamente presente ni pasado ni futuro, una mezcla de
tiempos que se compone también de condicionales, subjuntivos y
potenciales.
Pero debemos precavernos de que esta descripción de caminos
divergentes no sea leída de un modo clasificatorio, y en la mejor
tradición del binarismo clásico, por añadidura. No se trata de los
malos y los buenos. El adolescente capaz de proponer alternativas
ha de enfrentar numerosas vicisitudes; sus invenciones pueden
reificarse en fenómenos de secta, de ghetto, de fundamentalismo.
Hoy lo vemos sobre todo en tantas formaciones delirantes de grupo
en torno a la comida y a su hipervaloración: se le pide a la
alimentación se haga cargo de metamorfosis espirituales –como en
su momento la conversión de paganos al cristianismo- mientras se
le depositan miríadas de fantasmas hipocondríacos de
envenenamiento, fantasmas de inmortalidad o juventud perenne,
fantasmas en que el ideal de comer sería no la comida bajas
calorías sino el cero de comida, el no comer como el colmo de la
vida sana. Tal hace que el vegetariano tradicional se vaya volviendo
una figura pasada de moda y en todo caso insuficiente en su
propuesta: ya no basta con abstenerse de carnes rojas, ahora
7
tampoco lácteos ni harinas ni….Una suerte de suicidio de la especie
si tal proyecto se expandiera lo suficiente, si tenemos en cuenta -
frente a propuesta tan “natural”, ya que por supuesto se apoya en la
escisión metafísica entre naturaleza y cultura, cargando en la
cuenta de la primera las reivindicaciones más artificiales que
pudiéramos imaginar- que estamos donde estamos porque
nuestros antepasados dejaron la recolección y se pusieron a cazar,
con el consiguiente salto cuántico en el cerebro. Y hoy los
adolescentes resultan los primeros transmisores de un ideal
anoréxico que se despliega en un abanico de manifestaciones
clínicas. Al menos los otros se conservan omnívoros.
Más allá de estos nuevos problemas, la posición desesperada del
adolescente frente a la inconsistencia del Otro en quien confiaba lo
torna especialmente propenso a salidas fundamentalistas y a
fanatismos en ocasiones mudable y pasajeros pero siempre
sumamente violentos. Cuando todo se ha detenido en el “nada vale
la pena” un recurso de este tipo es la adicción “adrenalínica” a la
violencia, no articulada a algún ideal, por sí misma, por la sensación
“copada” que procura sin tener que pensar en nada. Patear entre
todos a alguien en el suelo puede regalar una forma de éxtasis
difícil de detener y de acotar.
Sin que esto excluya que por el camino de este no-camino un chico
en particular arribe a alguna orilla inesperada descubriéndose por
casualidad muy capaz para algo que ni se imaginaba y que cumple
con eses requisito de “socialmente útil” que Freud le asignaba a la
sublimación y Winnicott a su idea más amplia e interesante –sobre
todo por saltearse una supuesta y superflua derivación pulsional- de
experiencia cultural. Por ejemplo, un talento técnico. Entre las dos
grandes direcciones cuyos contornos hemos esbozado hay circuitos
y pasos de conección; un laberinto con sus pasadizos no visibles,
nada de autopistas rectilíneas. Por eso mismo no se presta a una
dicotomía entre lo sano y lo enfermo o entre lo bueno y lo malo lo
que hasta aquí venimos pensando. Y eso sin contar con el papel del
azar en la tercera serie suplementaria que interviene
impredeciblemente (v. el capítulo 1, Serie y suplemento, en mi libro
El psicoanálisis de nuevo, Eudeba, 2004.
De modo colateral, hago notar que he insinuado un movimiento que
reemplace la referencia lacaniana al gran Otro por la noción de
experiencia cultural acuñada por Winnicott y hasta ahora poco
aprovechada, nada trabajada. Primero porque en mi perspectiva es
un término más ventajoso que desimaginariza el espacio de la
cultura de figuras ancestrales, siendo una denominación mucho
8
más abierta a lo grupal, a la vez contenido y reprimido en la de
Lacan. En segundo lugar, “experiencia” desplaza “estructura” sin
expulsarla, pero proponiendo una visión que no se limita al
formalismo de la combinatoria sin sujeto típica del estructuralismo y
da paso por eso mismo a la actividad singular: una experiencia no
es compatible con una posición pasiva de objeto manipulado por un
juego de permutaciones y sustituciones. La idea al escribir
“experiencia” no es introducir un empirismo de la presencia sino
introducir el trabajo de una subjetividad que no puede limitarse a
“ingresar” en un orden simbólico sin alterarlo en su intocabilidad
significante. Por último, nos interesa la vinculación directa que se
establece entre aquella experiencia y la categoría de lo transicional;
porque con lo transicional se rebasa una serie de oposiciones
metafísicas que están aún muy activas en los tres registros de
Lacan y en la historia textual de cómo se van acomodando y
forcejeando a lo largo de sus seminarios: transicional significa que
no hay ya que oponer nada más o menos concreto a nada mas o
menos simbólico; en cambio, si leemos atentamente como se
caracteriza el juguete ya en las primeras aproximaciones a la idea
del objeto transicional, podrá detectarse la emergencia de un
estatuto de lo ficcional -como he empezado a llamarlo- que tiene su
vida propia y constituye el medio específico de nuestra existencia
sin necesidad de hegemonizar ningún medio en particular, sea el
lenguaje u otro cualquiera. Para esto hay que avanzar sobre
Winnicott y asentar que vivimos exclusivamente en un ámbito
transicional, y no a ratos en él y a ratos en los más tradicionales
“interno” y “externo”, según aquel en un principio lo plantea, entre
otras limitaciones por ceñirse demasiado a un modelo espacial que
a la larga reifica el entre.
Y quien mejor que el adolescente para estudiándolo comprender
hasta qué punto es ficcional el mundo que habitamos; hasta el
adolescente más banalizado de resultas del impacto del “nada vale
la pena” mora en un universo pueril pero fantástico, pobre pero
arreal en el sentido positivista del término. Las mismas y a veces
pocas sensaciones que lo trasportan -la baraúnda del boliche, los
personajes de la tele o de alguna otra parte que sin tener la menor
idea de ello encarna al beberse todo de una vez o al incursionar en
la cocaína o el éxtasis- no son como las de la psicología académica,
puras y desvinculadas de la actividad imaginativa que monta y
desmonta ficción tras ficción. Hay que romper un prejuicio que ligue
lo ficcional invariablemente a maravillosas creaciones. Suele ser de
lo más trivial. En todo caso, una diferencia pasa por hacer de un
espacio transicional una suerte de burbuja donde el tiempo no es
9
admitido en lugar de un ámbito abierto no signado por la necesidad
de defenderse de la vida. Pero sin olvidar que el adolescente más
activo y contestatario, por muy alejado de la frivolidad y la evasión
que parezca, también puede poner sus ficciones transicionales al
servicio de fines fundamentalmente defensivos, si bien
apreciaremos su índole más productiva y menos comprometida con
los estereotipos sociales dominantes.
Y yendo un poco más allá, ¿no nos perseguirá toda la vida la
sombra lívida que despoja de sentido a todo cuanto hagamos? ¿Es
posible verdaderamente estar por completo a salvo de tal sospecha
o intuición o aprensión, salvo a costa de contraer alguna funesta
pasión fundamentalista?
Si lo queremos aprovechar sin descalificar el “nada vale la pena”
pretendiendo que “no vale la pena” podemos extraer una
enseñanza de lo mas radical de la posición y sufrimiento
adolescente: mantenida a cierta distancia no invasiva, esa fórmula
que nos inquieta nos permite también , contribuye con lo suyo al
menos, a cierta vigilancia crítica de las a menudo demasiado
normales certezas de la existencia del pretendido “adulto”, cuya
aparente consensualidad disimula el interrogante de que no
sabemos en verdad en qué consiste, quien es, quien responde
cuando responde.
10
1
Capítulo IX
* Una versión oral muy diferente fue traducida al portugués y publicada por Alfredo
Jerusalinsky en una complicación de las Primeras Jornadas sobre Adolescencia orga-
nizadas por la Fundación Elisa Koriat de Porto Alegre, Brasil, en 1996, y editada por
Artes Médicas, de esa misma ciudad, en 1997.
1. Ricardo Rodulfo, El niño y el significante, Buenos Aires, Paidós, 1989.
2. Ricardo Rodulfo, Estudios Clínicos, Buenos Aires, Paidós, 1992.
2
2. Los pares, los amigos. La función del amigo ha sido poco estudia
da también por nosotros. He tratado de pensar la importancia en
este período de la función de los pares.
3. Toda la dimensión contemporánea de lo tele-tecno-mediático, don
de hay que subrayar lo siguiente: no se trata de medios de comu
nicación; se trata en realidad de medios de invención de la subje
tividad, poderosísimos en este momento, y que están dando lugar
a mutaciones subjetivas de efectos incalculables y que es preciso-
pensar. La primera característica de lo tele-tecno-mediático es
que aparenta funcionar como un progreso en los medios de comu
nicación, pero es en realidad un medio de invención de la subjeti
vidad. La segunda característica es que lo tele-tecnomediático
vulnera la distinción clásica entre lo familiar y lo no familiar. Le
llega al niño y al adolescente directamente, no sólo a través de lo
familiar. Llega por sus propios caminos y socava así aquella dis
tinción clásica a la que estamos acostumbrados. La tercera carac
terística es que vulnera también las distinciones clásicas entre
realidad y ficción, o entre campo de la realidad y campo de lo
fantasmático, de lo imaginario. Para el adolescente, los medios
forman parte de la realidad; son la realidad misma. Lo que ve en
la televisión es para él tan real como lo que está a su lado, junto
a él, en carne y hueso.
Dejours, Christophe
El sufrimiento en el trabajo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
Topía Editorial, 2015. - (Psicoanálisis, sociedad y cultura; 34)
E-Book.
Pdf: ISBN 978-987-1185-86-3
1. Psicoanálisis. I. Título
CDD 150.195
Editorial Topía
Juan María Gutiérrez 3809 3º “A” Capital Federal
e-mail: [email protected]
[email protected]
web: www.topia.com.ar
48
se descubrieron las estrategias de defensa contra el sufrimiento en el
trabajo. Y en particular se puso en evidencia la construcción de defensas
del colectivo de trabajo. Estrategias colectivas de defensa que no se
conocían hasta ese momento en psicoanálisis. Estas estrategias de
defensa son extraordinarias, muy numerosas, y se ajustan muy bien a
cada situación de trabajo. No voy a insistir con esto porque después de
la patología, después de la normalidad, luego nos interesamos por las
condiciones específicas que permiten a veces acceder al placer en el
trabajo, incluso a la construcción de la salud mental gracias al trabajo.
Por la expansión progresiva de este campo de la clínica del trabajo,
una nueva apelación fue propuesta en 1992 que es la psicodinámica
del trabajo. Para reunir todas estas investigaciones que van desde el
sufrimiento al placer en el trabajo, desde las patologías mentales al
desarrollo de sí mismo por el trabajo. Esta clínica es de una gran riqueza
y extrema diversidad. Y además es una clínica en evolución, porque el
mundo del trabajo cambia y la clínica también. Porque las defensas se
deben ajustar a las nuevas formas de restricción que aparecen con la
evolución de las modalidades de organización del trabajo. Es un campo
clínico inmenso cuya descripción no terminaría nunca; ustedes tienen
trabajo por delante. La psicodinámica del trabajo no es solamente una
disciplina clínica, también es una teoría centrada en el análisis de la
etiología, es decir, de los procesos que causan la aparición del sufrimiento
tanto como en la formación del placer o de la salud en el trabajo. Porque
es muy complicado comprender por qué el trabajo se puede convertir
en un mediador de la salud mental. Una de las tesis principales de esta
teoría se formuló bajo el nombre de centralidad del trabajo para la
subjetividad. Durante mucho tiempo fue ignorada, incluso dejada de
lado en el psicoanálisis. Esta psicodinámica del trabajo se desarrolló
sobre todo gracias a la confrontación con otras disciplinas que no son el
psicoanálisis. La medicina del trabajo, después, en un segundo momento
49
la sociología, sobre todo en las dos ramas: la sociología genética y la
sociología de la división sexual del trabajo, la sociología de género.
Luego la confrontación se hizo con la antropología y luego con la
filosofía. Una rama proviene de la relación con la fenomenología, más
precisamente la fenomenología de Michel Henry que viene luego de
Merleau-Ponty. La otra rama de la filosofía es la Escuela de Frankfurt,
donde hay un debate prolongado que comenzó hace más o menos diez
años. Y más recientemente, la psicodinámica del trabajo está en
discusión con el derecho, porque el derecho también debe evolucionar
para integrar las nuevas cuestiones planteadas por la salud mental del
trabajo, que no preocupaba a los juristas hasta una época reciente. Y aún
más recientemente se abrió una investigación científica entre
psicodinámica del trabajo y economía.
Esta discusión interdisciplinaria se realizó más o menos durante
treinta años sin los psicoanalistas. Recién desde hace dos años, las
escuelas de psicoanálisis se abren a la cuestión del trabajo. En Francia
primero, pero también en diferentes capitales europeas, en Canadá, en
Brasil, tal vez también en Argentina.
Esta nueva coyuntura sin duda está en relación con el hecho de que
hoy en día muchos psicoanalistas reciben pacientes cuya demanda
inicial tiene que ver específicamente con el sufrimiento en el trabajo.
Como dar lugar a las problemáticas del trabajo cuando uno toma como
punto de partida el corpus del método psicológico freudiano. Para
responder esta pregunta lo mejor sin duda es comenzar por el análisis
de aquello que en el trabajo convoca a la subjetividad. Una de las vías
posibles es examinar lo que la psicodinámica del trabajo, después de este
largo camino de treinta o cuarenta años podría aportar a la teoría de la
sublimación en la etapa en que Freud la dejó.
Empezaré por este punto preciso donde en la tradición se oponen
el trabajo de concepción por un lado al de ejecución por otro. El trabajo
50
de concepción pasa como más noble que el de ejecución, que sería
simple y vil. La distinción entre ambos no es falsa, pero hay que
subrayar que en realidad no existe trabajo de ejecución, si por este
término queremos designar una actividad organizada con una estricta
obediencia a prescripciones formuladas por los ingenieros de concepción.
Todos los que trabajan giran alrededor del reglamento, no siguen las
reglas de procedimientos, transgreden las órdenes y hacen trampa con
las consignas. Nadie respeta las órdenes en ninguna parte. No solamente
por un gusto de resistencia, sino porque también las personas engañan
o hacen trampa para hacer bien las cosas. Y esto es porque en el trabajo
concreto no se presenta nunca exactamente como lo prevén quienes lo
conciben y lo organizan. Siempre hay imprevistos, desperfectos,
disfuncionamientos, incidentes, en todo trabajo. Lo que está prescripto
es lo que llamamos en ergonomía la tarea. La actividad es lo que hacen
los trabajadores concretamente, y es diferente de la tarea. Trabajar, en
resumen, es ajustar constantemente, adaptar, hacer manualidades,
rebuscárselas. Aquel que no sabe hacer trampa o que no se anima, es un
mal profesional. Porque aquel que se limita a la ejecución estricta de las
prescripciones y de las órdenes no hace otra cosa que lo que llamamos
la “huelga de celo”, o “trabajo a reglamento”. Ninguna empresa, taller u
organización puede funcionar si las personas son obedientes y se limitan
a la ejecución de los procedimientos oficiales. Incluso un ejército en el
que los hombres obedecieran solamente las órdenes, sería un ejército
vencido. En el ejército se dice que no hay que obedecer solamente las
órdenes, hay que interpretarlas, es decir, hay que hacer trampa. Si los
enfermeros ejecutaran rigurosamente las ordenes de los médicos habría
muchas más muertes en los hospitales, lo que justamente ellos evitan
gracias a su celo. De este enfoque del trabajo por medio de la ergonomía
en la clínica del trabajo, aparece que el trabajo es lo que hay que
alimentar y agregar de uno mismo a las prescripciones para que
51
funcionen. Este celo del que hablamos, no es otra cosa que lo que
llamamos el trabajo vivo. Ninguna organización puede privarse de él.
El trabajo vivo es un término que hemos repatriado en psicodinámica
del trabajo, que había sido propuesto por Marx en sus primeros trabajos
de filosofía que estaban dedicados precisamente al estudio del trabajo.
Lo que llamamos “el joven Marx”, sobre todo aquellos manuscritos de
1844, también llamados los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844.
Lo que Marx decía sobre el trabajo es que el trabajo es vivo, individual
y subjetivo. Los tres términos son de Marx. No sabíamos que Marx se
había interesado verdaderamente en las relaciones entre subjetividad y
trabajo, porque la herencia marxista olvidó un poco las investigaciones
del Marx filósofo.
Entonces, de este enfoque por medio de la ergonomía y la clínica
del trabajo, surge que el trabajo se presenta a nosotros fundamentalmente
como enigma, para ustedes y para mí. El propio trabajo de ustedes es
un enigma para ustedes. Mi propio trabajo es un enigma para mí. ¿Qué
hay que agregar a las prescripciones para que eso funcione? Nunca lo
sabemos por anticipado, y en gran número de casos hay que inventar
francamente soluciones. Entonces aparece la pregunta sobre la naturaleza
de la inteligencia que está convocada en el trabajo vivo; cuáles son sus
resortes psicológicos. Es en razón de este compromiso de la subjetividad,
en el celo, que el trabajo no puede nunca ser neutro con respecto al yo
y con respecto a la salud mental. Puede generar lo mejor y lograr en
algunos casos que el trabajo se convierta en un medidor esencial en la
construcción de la salud. Pero también puede generar lo peor y conducir
a una enfermedad mental descompensada. En otras palabras, el trabajo
no puede ser considerado como un entorno. La concepción del trabajo
como entorno, como decoración, como escenario, proviene de teorías
muy diferentes a las nuestras que son sobre todo las que dominan el
mundo científico -a saber, la concepción del estrés en el trabajo-. De lo
52
que yo les hablo esta noche es muy distinto del estrés.
El trabajo no es un entorno, penetra la subjetividad hasta lo más
profundo de uno mismo y es por eso que el conocimiento del trabajo
vivo es tan importante para el psicoanálisis. El trabajo vivo es lo que el
sujeto debe agregar a las prescripciones para llegar a los objetivos.
Siempre hay incidentes y disfunciones. Frente a los acontecimientos
inesperados, imprevistos, hay muchas fuentes de disfuncionamiento en
el trabajo ordinario, contraordenes que vienen de la jerarquía (tampoco
eso estaba previsto), perturbaciones que provienen de demandas
urgentes formuladas por terceros, la falla de los colegas con respecto a
aquello a lo que se habían comprometido. En las actividades de servicio,
cada vez más numerosas, también es el desistimiento de último minuto.
Todos estas anomalías, estos imprevistos, es lo que llamamos lo real del
trabajo. Lo real es lo que se da a conocer a quien trabaja por su
resistencia al control. Hay entonces una paradoja, es en el momento en
que mi técnica no funciona más que entonces justamente estoy frente a
lo real. La experiencia de lo real del mundo se hace conocer primero a
la manera de fracaso. Esto también es inhabitual en los teóricos. Trabajar
es ante todo fracasar. Y es en ese momento en el que hay que volverse
inteligente y desarrollar el trabajo vivo. Pero la experiencia del fracaso es
fundamentalmente una experiencia afectiva. Sorpresa, desagrado,
molestia, irritación, decepción, cólera, sentimiento de impotencia,
desaliento. Todos estos sentimientos forman parte integrante del
trabajo. Son incluso la materia prima fundamental del conocimiento
del mundo.
Entonces lo real del mundo se revela al sujeto que trabaja primero
afectivamente. Por lo tanto, la experiencia subjetiva es primera; antes de
todo conocimiento del mundo está la subjetividad. La objetividad viene
siempre en segundo lugar. Esto también es una inversión de las
concepciones clásicas en la filosofía del conocimiento. Si quitamos la
53
subjetividad no puede haber nuevos conocimientos en el mundo. Por lo
tanto no hay que dejar de lado la subjetividad, por el contrario, hay que
estudiarla. La experiencia de lo real es una experiencia afectiva, lo
que quiere decir por el contrario que aquel que es insuficientemente
sensible, es inevitablemente torpe. Rompe las máquinas porque no sabe
sentir afectivamente cuando la máquina tiene dificultades. El médico
que no es suficientemente sensible y que es entonces torpe, desestabiliza
al enfermo porque no sabe reconocer afectivamente la angustia del otro.
Para encontrar afectivamente lo real y entonces para conocer el mundo,
hay que tener un cuerpo primero. Porque es con el cuerpo que se
sienten los afectos. Trabajar entonces es primeramente fracasar. Luego
es mostrarse capaz de soportar el fracaso, tratar otros modos, volver a
fracasar, volver a la obra, no abandonarla; pensar en ella fuera del
trabajo. Aceptar de alguna manera cierta invasión por la preocupación
de lo real y de su resistencia hasta dentro del espacio privado. Como los
jóvenes psicoanalistas por ejemplo, que hablan incansablemente y en
todas circunstancias del psicoanálisis, de las dificultades prácticas y de
los sujetos que ellos encuentran. De la misma manera, el joven ingeniero
de mantenimiento de una central nuclear debe aceptar dejarse habitar
todo el día por la central nuclear. Trabajar no es solamente fracasar, es
también ser capaz de resistir tanto tiempo como sea necesario para
encontrar la solución permitiendo sobrepasar lo real.
En realidad esta resistencia al fracaso es el momento decisivo. Para
encontrar la solución hay que improvisar de entrada una verdadera
intimidad con la resistencia de lo real, hacer cuerpo con lo real. Y
podemos mostrar que el enigma de lo real que se presenta en todo
trabajo necesita primero ser apropiado por el cuerpo, encontrar la
solución que conviene es imposible sin formación previa de una
familiaridad subjetiva y afectiva entre el cuerpo y lo real. Es lo que el
filósofo Michel Henry teorizó con el concepto de cuerpopriación del
54
mundo. Ésta cuerpopriación no es solamente cognitiva. Lo esencial de
su genio se juega en el cuerpo a cuerpo con lo real. Al final de cuentas
cada nueva configuración de lo real encontrada en el trabajo obliga al
trabajador a formar en sí mismo nuevas habilidades que no poseía antes.
De manera, que el trabajo entendido como trabajo de producción
(poiesis en griego), para que sea un trabajo de calidad, convoca a la
subjetividad hasta sus bases más íntimas. Cada nueva vida es de hecho
el resultado de una elaboración de la experiencia subjetiva del cuerpo
relacionada con lo real. Es el cuerpo que confiere a la inteligencia su
genio. Así, el trabajo de producción (poiesis) se transforma, gracias a la
resistencia, en “exigencias de trabajo impuestas al psiquismo por sus
relaciones con el cuerpo”. Es la definición de la pulsión por Freud en
1915. En el léxico freudiano, llena, completa, con distintas ocurrencias
del termino arbait, que quiere decir trabajo, y arbaiten quiere decir
trabajar. El trabajo poiesis implica en un segundo tiempo un trabajo de
uno sobre uno, que ya no es poiesis sino que es arbait en el sentido
freudiano. Este término arbait aparece en todas estas expresiones en
muchas ocurrencias. En el segundo trabajo, de uno sobre uno, que de
hecho es un trabajo que nos obliga a modificar la relación que tenemos
con nuestro propio cuerpo hasta el punto de poder habitar el cuerpo de
otra manera diferente de la que lo habitamos hasta ahora.
La poiesis, el trabajo de producción, exige de nosotros que
desarrollemos nuevos registros de sensibilidad que no estaban allí antes
del trabajo. Esta transformación en la manera de habitar nuestro cuerpo
pasa por la colonización de la subjetividad por el trabajo, fuera del
tiempo del trabajo; hasta en los insomnios, incluso en la economía de
las relaciones amorosas. Pero también en los sueños ya que soñamos con
nuestro trabajo. Y es un tiempo importante que marca justamente la
modificación del cuerpo que exige la formación de nuevas habilidades.
El trabajo del sueño es el tiempo que, gracias a la regresión formal -que
55
es uno de los cuatro elementos del trabajo del sueño en la metapsicología
del sueño de Freud- permite la transformación del cuerpo subjetivo.
Para demostrarlo habría que basarse en estudios que no tengo tiempo
de hacer hoy, pero hay estudios de este tipo que han sido publicados,
sobre todo en las últimas publicaciones de la Editorial Topia. Aquellos
que tengan dudas van a poder referirse a los análisis clínicos que allí
están.1
A fuerza de trabajar la madera, el carpintero siente las esencias, las
huele con su olfato, con su tacto, y desarrolla registros de sensibilidad
en madera que las otras personas ignoran. El marinero, a fuerza de
pelear con las olas siente el agua, las olas, el océano, con un placer que
es ignorado por los demás. A fuerza de luchar con su instrumento, el
violinista oye en el arte de otro virtuoso, sonoridades a las cuales no
habría tenido acceso antes de haber estudiado él mismo su violín. Todo
esto que acabo de decir del trabajo de la materia también es válido en el
trabajo intelectual. Es con el cuerpo que el profesor siente y sigue la
escucha del público, y ajusta su saber hacer corporal, -que se llama un
actuar dramático- para suscitar atención. Con su cuerpo siente
afectivamente el contacto con los pacientes, y adquirimos el conocimiento
de su estado psíquico. Incluso en las etapas más intelectuales, la
inteligencia se basa en un conocimiento por el cuerpo. La manera en
que el trabajo corriente convoca a la subjetividad en el trabajador hábil,
constituyen el primer nivel de la sublimación. Gracias al cual la
subjetividad puede hacer la experiencia extraordinaria del crecimiento
56
de sí.
Aunque todo lo que tiene que ver con la relación individual sea ya
bastante complejo, dedicarse a este análisis de la centralidad subjetiva
del trabajo es una simplificación injustificada. El trabajo, en efecto,
implica en la mayoría de las situaciones comunes una relación con el
otro. Trabajamos para alguien, para un jefe, para un cliente, para un
subordinado.
El trabajo implica también lo colectivo, cuando uno se centra en la
cuestión de la cooperación. Y no la cooperación como actividad. Existe
siempre un desfasaje entre la organización del trabajo prescripto, lo que
designamos con el nombre de coordinación, y la organización efectiva
del trabajo que llamamos cooperación. Entonces tenemos: tarea,
actividad, coordinación, cooperación. La cooperación es otra cosa,
implica una reformulación consensual de la organización prescrita.
Antes hablaba sobre el ejército, de la interpretación de las órdenes.
Ahora se trata de llegar a una interpretación compartida de las órdenes.
Para esto aquellos que se esfuerzan por trabajar juntos, en un colectivo
o en un equipo, tienen que reformar las condiciones de las tareas, pero
también las divisiones de las órdenes, inventando reglas prácticas
admitidas y respetadas por todos sobre la manera de hacer trampa con
la coordinación. Por falta de tiempo no puedo comentar aquí todos los
eslabones intermedios de la construcción de la cooperación. Voy a
señalar solamente que esto exige que se establezcan entre los que
trabajan relaciones de confianza. Es la condición para que cada uno se
atreva a mostrar a los otros como trabaja, sin temer que el revelar sus
engaños le juegue en contra. La cooperación se basa en una actividad
compleja de confrontación entre las diferentes maneras inteligentes de
hacer trampa. Y es una confrontación orientada hacia la búsqueda de
acuerdos y consensos, de lo que es eficaz, de lo que es menos, de lo que
está bien o lo que está mal, lo que es justo o injusto. Es entonces una
57
actividad de construcción, de acuerdo y luego de articulación de varios
acuerdos que llamamos reglas. Es una actividad de construcción de
reglas sobre la manera de interpretar juntos las órdenes de la prescripción.
Podemos mostrar fácilmente a través del análisis del proceso de
construcción de reglas, -un punto importante; una regla no tiene
solamente una vocación técnica, ella es al mismo tiempo y siempre, una
regla social que organiza la civilidad y la vida en común-.
Trabajar no es únicamente producir, también es vivir juntos. Las
reglas de trabajo van siempre de la mano con un cierto saber vivir y
una cierta hospitalidad. A esta actividad de construcción de reglas que
consume una gran parte de nuestro tiempo, por ejemplo en las
sociedades psicoanalíticas se pasa mucho tiempo discutiendo reglas. A
esta actividad entonces se le da el nombre de actividad deóntica, es una
actividad que está antes de la deontología. La deontología es cuando
estas reglas, inventadas en la actividad deóntica común, ordinaria, pasan
a ser una ley. Pero hay muchas actividades deónticas que son muy
nobles pero que quedan alejadas, ligadas a oficios.
No hay colectivo de trabajo si no hay reglas que han sido inventadas
por ese colectivo para organizar la actividad común. Si no, no es un
colectivo, es un grupo o una masa. Entonces la característica precisamente
no es reconstruir reglas. La actividad deóntica forma parte del trabajo
común y conduce a diferenciaciones a veces muy marcadas entre los
equipos, entre los colectivos, entre los colectivos de trabajo y entre las
escuelas, por ejemplo las escuelas de psicoanálisis, que se diferencian
fundamentalmente por una construcción de reglas que no son las
mismas y que en un momento dado exigen la separación para poder
conservar la coherencia de reglas que sean respetadas por todos. Para
poder cooperar hay que correr riesgos. Particularmente el de manifestarse,
mostrar lo que uno hace y decir lo que uno piensa. Eso es correr riesgos.
Y entonces por qué las personas que trabajan consienten tomar riesgos
58
en lugar de hacer su trabajo a reglamento, que sería más económico. Los
que participan en la actividad deóntica, en la vida del colectivo y de la
vida en común, aportan de hecho una contribución mayor a la
cooperación, y más allá a la organización del trabajo, a la empresa o a la
institución, y más allá aun, aportan a la contribución a la sociedad. Si
se implican de esta manera, es porque a cambio de esta contribución
esperan una retribución.
Ahora bien, la clínica del trabajo es irrefutable en este punto. La
retribución que moviliza a la mayoría de los trabajadores no es la
retribución material, no quiere decir esto que no tenga importancia, por
supuesto, pero no es el motor de la inteligencia. La retribución esperada
es ante todo una retribución simbólica, y su forma principal es lo que
llamamos el reconocimiento. Todo el sentido del término reconocimiento
tiene que ver con la gratitud por el servicio brindado, pero también en
el sentido de juicio sobre la calidad del trabajo realizado. El
reconocimiento alcanza su dimensión simbólica solamente si es
obtenido y si es conferido según procedimientos cuyos criterios son
muy precisos.
Existen dos formas de juicio en el reconocimiento. El primero es un
juicio de utilidad, utilidad económica, social o técnica de la contribución
aportada por el trabajador a la organización del trabajo. Este juicio de
utilidad es muy importante para el sujeto porque es lo que le confiere
un status en la organización para la que trabaja, y más allá de esto, un
status en la sociedad. Hay un autor que habla mucho sobre esta cuestión
de la filiación social, que es el sociólogo Robert Castel. El segundo es el
juicio de belleza. Se enuncia siempre en términos estéticos: es un lindo
trabajo, una bella obra, una demostración elegante. El juicio de belleza
connota primeramente la conformidad del trabajo cumplido con las
reglas del arte o con las reglas del oficio. Este juicio no puede ser vertido
sino por otro que conoce al arte desde el interior. Entonces el juicio de
59
belleza es el juicio de los pares, de los colegas, el juicio más célebre, el
más severo y el más apreciado. Su impacto sobre la identidad es
considerable. Reconocido por sus pares un trabajador accede a la
pertenencia; pertenece a un equipo, a un colectivo, a una comunidad.
La pertenencia es aquello a través de lo cual el trabajo permite
conjurar la soledad. Se dice por ejemplo de una persona: es un piloto
de caza como tiene que ser un piloto de caza, es un investigador como
los otros investigadores, es un psicoanalista como los otros psicoanalistas.
Nosotros estamos muy pegados a este juicio, cambia nuestra concepción
sobre nosotros mismos. Existe un segundo aspecto de este juicio de
belleza que tiene que ver con el reconocimiento de los pares, que es la
originalidad; que es aún más apreciado. Este segundo juicio de belleza
no es posible si uno no ha logrado primero el anterior. Otra observación
sobre el reconocimiento: lo que es esperado por el trabajador en su
juicio de utilidad y belleza es que este juicio se refiera a la calidad de la
prestación, a la calidad del trabajo cumplido, no sobre mi persona. Lo
que yo deseo es que reconozcan la calidad de mi hacer, y es en un
segundo tiempo cuando puedo -pero depende de mí- repatriar el juicio
del registro del hacer hacia el registro del ser, o hacia el registro de la
identidad. El reconocimiento de esta manera tiene un impacto
considerable sobre la salud.
Es gracias al reconocimiento que en una parte esencial el
sufrimiento se transforma en placer en el trabajo. Estamos aquí muy
lejos del masoquismo, es decir del placer por la erotización del
sufrimiento. El camino que pasa por el reconocimiento es mucho más
largo y no proviene de la co excitación sexual, depende del juicio del
otro. El término enigmático de Freud para calificar la sublimación
toma con la psicodinámica del trabajo una significación precisa. Cito
aquí a Freud: “es una cierta especie de modificación del objetivo y de
cambio del objeto, en la cual nuestra escala de valores sociales entra en
60
línea de cuenta y describimos con el nombre de sublimación.” Es de las
Conferencias de 1933. La manera en que la escala de los valores sociales
entra en línea de cuenta en la sublimación parece pasar bien por ese
juicio de reconocimiento por los otros. La psicodinámica del
reconocimiento del trabajo constituye el segundo nivel de la sublimación
e introduce aquí una nueva dimensión; el éxito de la sublimación
depende en gran parte del juicio de los otros y la lealtad de los pares.
El primer nivel de la sublimación, el de la cuerpropiación, es
estrictamente intrasubjetivo. Para nosotros y nuestros pacientes la
identidad al salir de la adolescencia es incierta, inacabada, inmadura.
Por esto es que el trabajo, a través del segundo nivel de sublimación, que
es el reconocimiento, constituye en numerosos casos una segunda
chance con respecto a la continuidad de la identidad y de la salud
mental.
Desde hace unos veinte años aproximadamente, se introdujeron en
la organización del trabajo nuevos métodos que contribuyen a
desestructurar la cooperación y los colectivos de trabajo, y que
desestructuran las lealtades y la confianza entre los asalariados y que
finalmente destruye la solidaridad. El nuevo método, que juega el papel
principal en esta evolución dramática, es la evaluación individualizada
de las performances. No tengo tiempo de desarrollarlo ahora, pero voy a
hablar de un solo punto. Esta evaluación individualizada de las
performances asociada a otros dos métodos nuevos introduce en el
mundo del trabajo prácticas totalmente nuevas en las que finalmente
cada uno ha llegado a manejarse por su cuenta. Hay una competencia
generalizada entre los asalariados, lo que conduce una paradoja; el éxito
del colega se convierte en una nueva forma de organización y en un
peligro para mí. Si su rendimiento es mejor que el mío, van a despedirme
a mí primero. Se rompieron los resortes esenciales de la cooperación.
Además se ha introducido la deslealtad, y la gente es llevada a consentir
61
prácticas que sin embargo su sentido moral reprueba. Es la característica
del mundo del trabajo actual. No deberíamos tratar a nuestros colegas
de esta manera pero lo hacemos de todas formas. Cuando el otro es
víctima de acoso o de injusticia, yo aprendo a no moverme y a dejar
hacer. Hay muchas otras prácticas que el sentido moral reprueba y que
tienen tendencia a generalizarse en el mundo del trabajo. Pero cuando
aceptamos apoyar actos que moralmente reprobamos no solamente nos
traicionamos a nosotros, también hacemos la experiencia de la cobardía.
Una nueva forma de organización del trabajo nos lleva a convertirnos
en personas cobardes, a no socorrer al otro, no hacer actos de solidaridad,
y al mismo tiempo, lo que hago como experiencia es la traición de mí
mismo, como si yo no supiera que no puedo hacer otra cosa. Comienza
a partir de esta situación el campo al que llamamos sufrimiento ético,
es decir el sufrimiento que está específicamente en relación con la
experiencia de la traición de uno mismo. Al mismo tiempo que yo
traiciono a los otros y a mí mismo, traiciono también el ideal, traiciono
los valores y cuestiono, desestabilizo, o corro el riesgo de desestabilizar
lo que proviene de la relación con el trabajo, la estima de sí mismo y
también este famoso sistema de valores al que se refería Freud. Es un
ataque que se enfrenta con el amor propio, yo acepto consentir acciones
que son deletéreas para el narcisismo y la base de la salud mental.
Entonces en la sublimación hay un tercer nivel que hay que tomar
en cuenta. En la concepción de la sublimación para Freud, el cambio de
objeto y de objetivo de la pulsión, la renuncia a la satisfacción sexual de
la pulsión desemboca en una actividad que Freud dice que es socialmente
valorizada. El primer nivel de la sublimación es la cuerpropiación. El
segundo nivel de la sublimación es el del reconocimiento por los otros,
pero no constituye una garantía sobre la dimensión ética. Les dije sin
embargo que en el juicio de reconocimiento la dimensión de los valores
sociales estaba implicada, es verdad. Pero los valores que están en
62
cuestión en el reconocimiento se refieren solamente a la actividad del
trabajo, a la calidad del trabajo, la utilidad del trabajo. Y puedo poner
toda esta cooperación y beneficiarme con el reconocimiento de los otros
en un trabajo que está muy bien hecho. Puede ser un trabajo de calidad
que sin embargo puede estar puesto al servicio de lo peor. Puedo por
ejemplo, hacer un buen trabajo gerencial, ser eficaz para la empresa,
reconocido por los otros, mientras que en realidad estoy destruyendo a
la gente. El riesgo de beneficiarme con un juicio de calidad y de
identidad y de belleza, mientras que todo mi trabajo está dedicado al
funcionamiento de los trenes que llevan a los judíos a los campos de
concentración. Entonces, mientras el juicio de valor se refiere a la
calidad de trabajo, no hay una garantía de que este trabajo esté hecho al
servicio del bien. Una vez dicho esto, los esfuerzos y el compromiso de
la subjetividad, necesarios para obtener esta calidad de trabajo individual
y colectivo, provienen de la sublimación. Es el nivel de sublimación que
encontramos en todos los trabajadores que tratan de hacer bien. Es lo
que podríamos llamar la sublimación común. Y sin esta no hay
producción posible. Pero no es una garantía que esta sublimación
ordinaria esté puesta al servicio del bien. De allí el tercer nivel de la
sublimación, que supone establecer ahora un lado entre el trabajo
ordinario y los valores del interés colectivo, de lo que llamamos el bien
común, de lo que también llamamos de manera un poco más refinada,
la kultur, es decir el término cultura en alemán, que contiene dos
dimensiones; la cultura como actividad cultural pero también la
civilización, es decir la civilidad y cierta calidad de vivir juntos. La
cultura no cae del cielo y el vivir juntos tampoco cae del cielo. Hay que
inventarnos, re inventarnos y la cultura depende fundamentalmente de
la posibilidad de mantener un lazo entre el trabajo ordinario con los dos
primeros niveles de sublimación; el lazo entre el trabajo ordinario y la
cultura. Si la cultura es aquello en lo que sedimentan las obras de los
63
hombres y de las mujeres con el objetivo de honrar la vida, entonces el
lazo entre el trabajo ordinario y la cultura le da a la sublimación un
tercer nivel que describe, establece los valores relativos a la vida, la vida
individual pero también la vida de la civilización.
Hoy estamos en una situación trágica en la que el giro neoliberal
rompe sistemáticamente la relación entre trabajo ordinario y cultura. Y
lo rompe considerando que una empresa no debe funcionar más como
antes. Antes las empresas estaban destinadas a producir un beneficio,
pero la empresa también tenía que dar justificaciones de lo que podía
aportar a la sociedad, lo que podía aportar a la cultura y al desarrollo de
la felicidad, con ciertas reservas. Pero era una exigencia. Hasta hace
algunos años era una exigencia que las empresas justifiquen hacia el
interior y hacia lo político que aportaba efectivamente algo al bien
común. Con el giro neoliberal los dirigentes de empresas rechazan la
herencia de esta tradición, exigen que se rompa esta tradición y que se
admita que la única razón de una empresa es fabricar beneficio. Es un
cambio histórico fundamental, y la ruptura entre trabajo ordinario y
cultura se traduce hoy en día por el crecimiento fantástico del
sufrimiento en el trabajo y de las patologías de los trabajadores. El
eslabón más trágico es el del sufrimiento ético. Para muchos de nosotros
es insoportable aportar su contribución en nombre del dinero a actos
que moralmente reprobamos. Corremos el riesgo de arruinar las bases
éticas de la moralidad y es en razón del sufrimiento ético que aparecen
las nuevas patologías mentales y en particular el suicidio en el trabajo.
El suicidio en el trabajo está ligado al sufrimiento ético. Es una
configuración totalmente nueva. Antes se moría en el lugar de trabajo
pero era debido a enfermedades profesionales, de malas condiciones de
trabajo, físicas, químicas o biológicas, o se moría debido a accidentes de
trabajo. Hoy en día con los nuevos métodos de organización del trabajo
hay un cierto número de trabajadores, tanto hombres como mujeres,
64
obreros o cuadros, que ya no encuentran ninguna solución a su
situación que no sea matarse en el lugar de trabajo ante el conjunto de
sus colegas. Entonces esta cuestión de la sublimación, la que implica el
mantenimiento del lazo entre el trabajo ordinario y la cultura es lo que
podríamos llamar la sublimación extraordinaria. Pero supone entonces
que se sostengan efectivamente los valores según los cuales el trabajo
debería siempre ser puesto al servicio del crecimiento de la subjetividad
a nivel individual y del crecimiento de la cultura a nivel colectivo. No
quisiera terminar con una nota muy catastrófica. La evolución que
conocemos hoy en día no es fatal, podemos hacerlo de otra manera.
Principalmente por la siguiente razón: no podemos privarnos de la
inteligencia de los hombres y de las mujeres porque el trabajo es y
seguirá siendo siempre el medio para producir riqueza. Es posible, a
partir de este dato sobre la sublimación volver a decir las cosas en
términos un poco diferentes: los empleadores no pueden privarse de la
sublimación. La producción de los valores y del trabajo de calidad exige
fundamentalmente la movilización de los procesos que están en el
origen en la sublimación. Es por eso que tenemos un margen para
negociar con los dirigentes y negociar con el estado, no hay ninguna
fatalidad en la evolución actual.
Preguntas:
66
también seguramente tienen alguna relación con las formas de
alienación.
La primera parte tiene que ver con Marx mismo. La descripción
que da de la condición obrera y por lo tanto de la explotación capitalista,
de la extracción de la plusvalía, está ligada a un contexto histórico que
es el del capitalismo salvaje del siglo XIX, en una época en la que las
posibilidades de lucha, la organización del movimiento obrero, estaban
en sus inicios, y donde el desequilibrio entre la dominación capitalista
y la condición de los trabajadores, hombres, mujeres y niños, estaba
llevada hasta su extremo. Por esta razón pienso que Marx no pudo
contener este contexto y no pudo encarar más específicamente el
eslabón intermedio de la organización. Entonces hay que entrar en este
análisis de la organización del trabajo en la medida en que toda
organización de trabajo no es solamente una división de las tareas y una
repartición de atribuciones, responsabilidades y del trabajo. Por razones
técnicas, toda organización del trabajo es al mismo tiempo una
tecnología de la dominación. No es solamente el capitalismo y la
condición obrera. Es el capitalismo, que para ejercer la dominación
sobre el trabajo obrero, pasa por el eslabón intermedio de una tecnología
de la organización del trabajo que también es entonces una tecnología
de la dominación. Cuando la relación es muy desequilibrada como en
el siglo XIX, el eslabón intermedio de la organización del trabajo pasa
desapercibido. Luego, con el desarrollo del movimiento obrero y de las
capacidades de lucha, la cuestión de la organización del trabajo apareció
en formas muy específicas que eran mucho menos visibles en la época
de Marx. En particular, la introducción del principio de management
científico con el personaje de Taylor, por ejemplo. Taylor es una nueva
etapa en las tecnologías de la dominación en un contexto donde existe
una gran resistencia. Todos los cuerpos del oficio, no solamente los
sindicatos sino también corporaciones de obreros altamente
67
especializados, logran poner una resistencia al capitalismo gracias al
conocimiento pero también gracias a una especie de apropiación de los
saberes del oficio. Es basándose en su conocimiento y su experiencia del
trabajo, colectivamente sostenido por corporaciones de oficio que los
obreros resisten al capitalismo. No voy a entrar más en detalles pero
vemos bien que el eslabón intermedio desde la organización del trabajo
se convierte en decisivo, es una tecnología que va a destruir a los oficios,
lo que llamamos la desapropiación de los saberes obreros. Ven entonces
que se dibuja netamente desde fines del siglo XIX, pero después de
Marx, una zona de conflicto que tiene que ver con el saber y la
inteligencia obrera. Podríamos demostrar cómo Taylor atacó
directamente esta propiedad de la inteligencia obrera para romper los
oficios, romper la solidaridad del oficio e introducir la producción de
masa hecha por obreros sin calificación, que es entonces una expropiación
del saber obrero. Tenemos diferentes etapas en la organización del
trabajo, después de Taylor viene Ford, después Taiichi Ohno y el
toyotismo. Y estamos en otra fase actualmente que se conoce con el
nombre de giro “gestionario”, que es un cambio considerable de la
organización del trabajo. Si insisto sobre este eslabón de la organización
del trabajo, es porque Marx se chocó con una dificultad que no logró
resolver. Logró analizar el trabajo obrero pero esencialmente como vivo,
individual y subjetivo. Y Marx no logró mostrar cómo a partir de la
experiencia del trabajo sería eventualmente posible invertir las relaciones
de dominación e ir entonces hacia la emancipación y la sociedad
comunista. Lo que él no logró pensar es el trabajo colectivo. No pudo
instalar una teoría de la cooperación. Pero no había en esa época
ciencias del trabajo. Para decirlo de manera más refinada, Marx no logro
constituir lo que llamamos un concepto crítico del trabajo. Por esta
razón, desplaza su investigación hacia la toma del poder, a la lucha
política para tomar el poder al capitalismo y a los burgueses. Pero él
68
nunca logró demostrar que el trabajo podía ser un recurso para la
emancipación, y que se podía atacar al capitalismo de otra manera
diferente que la lucha política, desde el interior, exigiéndole al
capitalismo que haga algunas concesiones sobre la organización del
trabajo. Marx no es el único que no logró pensar esta cuestión, los
sucesores políticos de Marx hicieron lo mismo. En particular Lenin,
pero también muchos otros autores como Gramsci, quien finalmente
no cree que el trabajo y que la experiencia del trabajo obrero pueda
nutrir un proyecto político: propone por contrario que los trabajadores
deleguen sus fuerzas a representantes para la formación de un partido
que se ocupe de tomar el poder. Entonces mantiene una separación
entre lo político y el trabajo. Y la caricatura de esto es Lenin. Lenin tiene
una teoría de la toma del poder, tiene una teoría del centralismo
democrático, pero en cuanto al trabajo preconiza a Taylor. Entonces
introduce a Taylor en la Unión Soviética y lo peor es que incluso para
sostener que el taylorismo es un modelo para la sociedad entera. Tiene
una gran admiración por Ford y piensa que el fordismo es el modelo
social que hay que introducir en la Unión Soviética. Lenin no piensa el
fordismo solamente como modelo de organización de trabajo, lo piensa
como un modelo de organización de la sociedad. Eso guió el socialismo
real, es decir, ninguna emancipación. Lo que yo discuto hoy es la
posibilidad de pensar a partir de la experiencia del trabajo, de la
experiencia individual y colectiva, nuevas formas de cooperación que
sean capaces de crear nuevos modos de sociabilidad. Sobre todo a través
de lo que llamamos la actividad deóntica. Esta actividad de producción
de reglas se basa fundamentalmente en el aprendizaje del debate
democrático. La actividad deóntica se basa en espacios de deliberación
para los cuales hay que mostrar lo que uno hace, dar testimonio de su
trabajo ante los demás; hay que decir lo que uno hace y formular
opiniones sobre lo que consideramos eficaz o ineficaz, justo o falso, bien
69
o mal. Pero además hay que aprender a escuchar a los otros. En los
espacios de deliberación necesarios para la cooperación, son espacios en
los que se habla y también se aprende a escuchar para llegar a producir
acuerdos y negociaciones que respeten de la mejor manera las opiniones
de unos y otros basadas específicamente en la experiencia del trabajo. Lo
que estoy diciendo sobre la posibilidad de pensar el trabajo como
mediador fundamental de la emancipación es lo que los teóricos de la
Escuela de Frankfurt trataron de hacer y fracasaron sucesivamente. El
primero es T. W. Adorno, que después de la Segunda Guerra Mundial,
concluyó que el trabajo y la cultura entera estaban completamente
capturados por la dominación capitalista, lo que probaba el nazismo, de
donde salen las tesis de Adorno, que caracterizan el pesimismo de
Adorno, cuya obra en la última parte es extremadamente oscura. El
sucesor de Adorno, Jürgen Habermas, primero se interesó en el trabajo
y también en el psicoanálisis. Pero finalmente abandonó el trabajo
considerando que en la nueva formulación el trabajo está completamente
capturado por el mercado y que no puede servir de mediador para la
emancipación. Pero el sucesor de Habermas que ocupa actualmente la
Escuela de Frankfurt, Axel Honneth, es quien construyó la teoría del
reconocimiento y en 1980 anunció que iba a retomar esta cuestión de
la relación entre el trabajo y la emancipación. Y finalmente también la
abandonó. Entonces hasta hoy nadie logró sostener este desafío del
poder crítico y emancipador del trabajo. Pero ahora en la Escuela de
Frankfurt, gran número de filósofos y sociólogos, discípulos de Honneth
están en discusión conmigo, y ahora empezamos a ser más los que
hablamos sobre la cuestión de la emancipación por el trabajo. Se basó
fundamentalmente sobre la conceptualización de la cooperación, el
trabajo colectivo y la formación de vida en común.
Para relacionarlo con Freud, precisamente el trabajo también
constituye una experiencia subjetiva que obliga al trabajador que quiere
70
hacer bien su trabajo, a modificar su relación con su propio inconsciente.
P: También yo quisiera agradecer las palabras de un psicoanalista
pensando las problemáticas que afectan a las grandes mayorías, lo que no es
tan habitual. Por otro lado, me interesa remarcar una categoría que trabajó
que es la de recursos subjetivos. Justamente, para salir de la concepción
fatalista respecto a que el trabajo es sufrimiento, creo que las producciones
del profesor Dejours son muy interesantes en tanto y en cuanto plantea una
manera en la que el trabajador puede activamente hacer algo diferente a
“sufrir” su trabajo. En este sentido, quisiera preguntar respecto de lo último
que planteó en la conferencia, si considera que la nueva modalidad de
trabajo cada vez más extendida, esto es, el trabajo “inmaterial”, no presenta
justamente un costado posible de ser promovido en términos de que exige la
cooperación. Es decir que el trabajo “inmaterial” necesita de la cooperación.
Dejours: El trabajo inmaterial se desarrolla de una manera muy
importante con la expansión de lo que llamamos actividades de servicio,
es decir, a diferencia de lo que llamamos el trabajo industrial, lo esencial
de la calidad del trabajo se basa en la movilización de la subjetividad
comprometida en una relación con el otro. El otro es el cliente, el
enfermo, el alumno y de manera más general, es aquel que se beneficia
con un servicio. El saber hacer relacional moviliza la subjetividad y se
basa fundamentalmente en ella. La especificidad de las actividades de
servicio debe estar adaptada a cada cliente, a cada beneficiario. Tengo
que dar un servicio diferente a cada enfermo, no puedo tener un
servicio estándar. Hay que adaptar el tratamiento de diabetes a cada
diabético, no podemos conformarnos con un tratamiento estándar. Hay
que adaptar los métodos de enseñanza a los alumnos de los barrios
pobres, no podemos dar la misma enseñanza que en los barrios
burgueses. Podemos mostrar eso en todas las actividades de servicio. La
calidad de las actividades de servicio tiene que ver de todas maneras con
71
el saber hacer, que está emparentado con la artesanía. Un buen servicio
es un servicio artesanal, incluso uno público. A cada cliente hay que
darle lo que le conviene y es bastante complicado. Les podría hablar
mucho tiempo, es una clínica apasionante porque implica otro nivel de
cooperación, en particular la cooperación entre el que produce el
servicio y quien lo recibe. La calidad del servicio no depende solamente
del que lo produce, depende de la movilización de aquel que aprovecha
ese servicio. Hay que intentar la cooperación entre el prestador y el
beneficiario. Se llama la cooperación transversal. Es el tercer nivel de la
cooperación en el trabajo que se diferencia de la cooperación horizontal,
entre colegas, de la cooperación vertical con el jefe y los subordinados.
Primero, el trabajo inmaterial se basa en el genio individual. Ahora,
cómo organizar la cooperación entre inteligencias individuales en el
trabajo de servicio, por ejemplo, en un equipo hospitalario o en un
equipo que se ocupa de la distribución de electricidad. Es un problema
complicado que supone una cooperación con las colectividades locales.
Hay un problema de cooperación que es extremadamente interesante y
que no puede ser resuelto desde arriba. Porque la actividad de servicio a
diferencia de la industrial se produce en el tiempo mismo en que es
consumida. Cuando fabrico un auto lo puedo guardar en la fábrica y
venderlo más adelante. Pero si yo enseño a un alumno es ahora.
Entonces él consume el servicio en el momento mismo en que está
producido. Esta congruencia de tiempo entre producción y consumo
obliga al que trabaja a tomar decisiones sin pasar por el eslabón, pues
no puede esperar, tiene que tomar una decisión para que el servicio
funcione. Los modos de cooperación no pueden ser los mismos que en
el sistema industrial. Entonces coincido con usted; hay hoy en día una
contradicción mayor entre la naturaleza de las actividades de servicio,
del trabajo inmaterial y de las nuevas formas de organización de trabajo
que impiden la inteligencia y degradan la calidad de servicio. La
72
introducción de los nuevos métodos de gestión hasta dentro del servicio
público, es decir desde el punto de vista “gestionario”, la evaluación de
la performance de las actividades de servicio tiene efectos dramáticos.
Hay una degradación de servicio que es evidente en Francia y en toda
Europa y que constituye una zona muy interesante de formación de
conflictos sociales. Por el momento, la relación de fuerza es muy
desfavorable y la última etapa es la introducción de la evaluación
individualizada de la performance hasta en el aparato judicial. Es decir
que los magistrados ahora sufren esta evaluación individualizada de su
performance. Y esta evaluación individualizada de la performance no
evalúa el trabajo, los “gestionarios” no pueden evaluar el trabajo porque
no lo conocen. Lo que les interesa, en el mejor de los casos, es el
resultado del trabajo; pero el resultado del trabajo no es un reflejo del
trabajo. Entonces en la justicia se cuenta el número de legajos que
fueron tratados. No se habla más de calidad de la justicia. Y en todos los
servicios pasa lo mismo. En el hospital se cuenta el número de enfermos,
la duración de la estadía, pero eso no refleja para nada la calidad de sus
servicios. Y en las sombras de las performances cuantitativas y cualitativas
en realidad el servicio se degrada. En Francia ocurre, al igual que en
Estados Unidos y en Japón.
P: Quiero preguntar si ha traído datos estadísticos de la evolución de
estos suicidios y si se ha evaluado que también sean a causa de no poder
afrontar los diferentes requerimientos económicos que demanda actualmente
vivir en un país como Francia.
Dejours: En cuanto al suicidio en el trabajo, no hay estadísticas en
Francia ni en ninguna otra parte del mundo. Hay que hablar y
discutirlo. Estas estadísticas de todas maneras son muy difíciles de hacer,
porque para asegurar que un suicidio está ligado al trabajo hay que
encontrar numerosas pruebas y hacer estadísticas sobre la cantidad de
73
muertes… no conviene. Entre los suicidios entre los trabajadores
algunos están seguramente ligados al trabajo, pero otros seguramente
no; ¿cómo hacer la distinción entre los dos? Cuando los trabajadores se
suicidan en el lugar de trabajo, seguramente está cuestionado el trabajo.
Cuando se suicidan fuera del trabajo, ¿es por el trabajo o no? En algunos
casos está muy claro: se suicidan y dejan documentos, cartas o un diario
íntimo en el cual explican por qué se matan. Eso es indiscutible porque
ellos no pueden tener ninguna ventaja ni beneficio secundario porque
ya están muertos. Si ellos dicen que se matan por causa del trabajo, es
justamente porque está cuestionando el trabajo. Pero también hay
suicidios que se hacen fuera del trabajo donde no hay cartas. Son
suicidios muy brutales que a veces ni se sitúan al final de un proceso
psicopatológico. Es una de las características del suicidio del trabajo:
cierto número de trabajadores se suicidan sin ser enfermos mentalmente,
sin ningún síntoma depresivo, sin antecedentes psiquiátricos, sin
factores mayores evidentes de aislamiento porque algunos de ellos se
benefician con salarios elevados, tienen familia, amigos, y sin embargo
se suicidan. Es una nueva configuración del suicidio donde algunos de
ellos se producen con una gran brutalidad, como un rapto suicida que
nadie había previsto. Hacer estadísticas entonces sobre los suicidios por
el trabajo es difícil. Pero además, en todos los aparatos del estado y
también entre los científicos, nadie quiere hacer estadísticas. Por razones
evidentes, hoy en día sabemos que hay suicidios en Francia, pero
también en otros países de Europa. Hay muchos suicidios en Japón y
muchos en China continental. Pero después se darán cuenta que no
tendremos cifras estadísticas. En las fábricas de Foxxcon, una empresa
taiwanesa implantada en China popular que fabrica aparatos electrónicos
para las más importantes empresas de tecnología, como Apple, hay más
de doscientos mil obreros. Y hay tantos suicidios que han puesto redes
alrededor de las centrales en todos los pisos, para impedir que los
74
obreros se maten. Esta es la situación actual.
P: Se plantea que estamos viviendo en la etapa de la denominada
sociedad del conocimiento, de la información, el tiempo de la excelencia,
algo así como la gestión del talento. Me suena como una contradicción, una
paradoja muy fuerte el hecho de buscar promocionar el talento o el
conocimiento en una sociedad de alta competitividad. ¿Cómo se compatibiliza
el desarrollo de contener a los trabajadores cada vez más capacitados en una
organización de alta competitividad entre sí donde para poder sacarle el
jugo cada vez más a un trabajador capacitado? Creo que se debe permitir
esto de la creatividad, la innovación; y si debe competir con el otro me
parece que se anula esa posibilidad, me suena paradójico.
Dejours: Tiene razón. Hay una paradoja entre la competencia
generalizada y la cooperación. Este punto es muy interesante. Una
forma de solución de esta paradoja que usted señala y que pasa por una
forma especial de cooperación que no es una verdadera cooperación. Es
largo de explicar, no es una cooperación y sin embargo las personas
trabajan juntas. Lleva un nombre preciso: es la cooperación reducida a
la compatibilidad entre las instancias. Es un poco técnico, necesitaríamos
más tiempo para que les describa cómo funciona. Tiene inconvenientes
muy importantes: no permite sostener objetivos de calidad y en la
sombra de la performance individual hay cada vez más actores y cada vez
más degradación de la calidad. Pero sobre todo esta pseudo cooperación
que pasa por la utilización de la informática y de los mensajes de
internet, los e-mails, etc. Y tiene el inconveniente mayor de acrecentar
la carga de trabajo de una manera que ya no se puede controlar. De allí
el desarrollo explosivo de las patologías de sobrecarga: el burnout, el
karoshi (lesiones por esfuerzos repetitivos o trastornos órganicos) y
también está la patología de la adicción.
Para sostener la sobrecarga del trabajo muchos asalariados utilizan
75
drogas, medicamentos y alcohol. No son drogadictos, son productos,
incluso drogas, como los psicotrópicos, como la cocaína, que están
altamente destinados a sostener las carencias y soportar la sobrecarga de
trabajo. No tiene nada que ver con las adicciones clásicas. Aunque, a la
larga el uso de estas drogas terminan creando dependencias. Pero la
estructura del consumo no tiene nada que ver desde el punto de vista
de la economía pulsional con las drogadicciones. Y es un enorme
problema. Hoy en día las encontramos en las líneas de montaje de
automóviles pero también en los servicios del sistema financiero, como
las oficinas de cambio, que esnifan la cocaína delante de todo el mundo.
Nadie dice nada, ni entre los obreros ni entre los banqueros. Forma
parte del uso normal para una gran parte de estos trabajadores.
P: Tengo una pregunta que va al centro de mi propio trabajo. Usted
habla del segundo nivel de la sublimación como nivel de reconocimiento
entre pares. Y al principio habló de su trabajo alrededor de la obra de Jean
Laplanche. Mi pregunta sería si logró ese reconocimiento allí.
Dejours: Yo trabajé durante 12 o 15 años con Jean Laplanche y con
otros colegas de todo el mundo que se interesaban por la teoría de
Laplanche y su lectura de Freud, como aquí lo hacía Silvia Bleichmar.
Actualmente presido el Comité científico de la Fundación Laplanche.
Durante todos estos años en los que trabajé con Laplanche hablamos de
la teoría de la seducción de la que hablaba Freud. Nunca tratamos las
temáticas relacionadas con el trabajo.
76
Rodulfo, Ricardo
Padres e hijos en tiempos de la retirada de las oposiciones. - 1a ed.;- Buenos Aires : Paidós, 2012.
E-Book.
ISBN 978-950-12-0016-4
1. Psicología.
CDD 150
Digitalización: Proyecto451
Primera edición en formato digital: octubre de 2012
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en
las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el
tratamiento informático.
De entre las muchas valiosas ideas, insistencias, motivos, cortes clínicos que nos legó
el psicoanálisis clásico, una nos parece de un valor inigualable para pensar los lazos de
amor y los lazos de amor entre hijos y padres, de hijos a padres, también de padres a
hijos. Hablamos del dolor de la dependencia, el dolor y sus alrededores en relación con la
dependencia, la violencia oscura de esta dependencia, la violencia del dolor y la tan
particular de muchos de sus alrededores. Se trata de un archipiélago más que de un
punto, en cuya enredada topografía Melanie Klein y sus discípulos y seguidores
insistieron, y mucho, poniendo de manifiesto la roca que este nudo constituía a menudo
para el proceso psicoanalítico, o más bien para que el tratamiento psicoanalítico fuera un
proceso: lo insondable de esa afrenta de depender, la afrenta que para muchos seres
humanos significa percibir que no pueden evitarlo –y cuánto se odian y odian por eso–, lo
no elaborable por más esfuerzos que hagamos de eso que es una condición y una
posición existencial antes que cualquier otra cosa (sobre todo, por lo que señala Winnicott
al final de un párrafo sobre la adquisición de la independencia: “La independencia no
existe”). (1) Diríase que no tanto la dependencia como su admisión, el hacerla pública,
causa una herida en la autoestima, y por esta vía comprendemos el papel relevante que
toma en algunos períodos, por ejemplo en el de la adolescencia, la fantasía de
autogeneración, en la que no le debo al otro ni una identificación. Una dependencia
subclínica, no visible, pareciera tolerarse, pero admitirla es humillante para muchos o para
casi todos. Puede haber seguramente algo muy occidental en esto, teniendo en cuenta el
peso de los ideales que exaltan individualismo, autonomía, realización contra el prójimo
subrayada como característica del capitalismo por el penetrante análisis de Jessica
Benjamin. (2);En su momento, aquellos que resaltaban la importancia de esta
problemática apostaron a resolverla en el análisis de la transferencia, donde el asunto
volvía a cobrar intensidad. La escuela argentina previa a la década del setenta se destacó
en su tratamiento y relieve de esta cuestión.
Lo que da a pensar que la dependencia y la lucha por desconocerla y no querer saber
nada de ella –vale decir, repudiarla– es una de las fuentes del odio, o por lo menos de una
hostilidad integrante de la ambivalencia más ordinaria. No son lo mismo, y cabe aquí un
prolijo diagnóstico diferencial demasiadas veces omitido por una simplificación, ya que el
ímpetu destructivo del odio requiere un salto cualitativo respecto de la hostilidad corriente,
que no excluye el querer a alguien, como sí lo excluye odiarlo. En las relaciones hostiles,
el amor conserva cierto manejo de la situación, cierta cuota de poder para equilibrarla,
que no tiene para nada, donde campea el odio genuinamente. El odio implica “un nuevo
acto psíquico”. Se puede dibujar un espectro de figuras: odio, resentimiento, hostilidad,
etc., donde se incluyen envidia y voracidad, sin olvidarnos de la rivalidad y su tensión
agresiva. Por ahora nos interesa preponderantemente su articulación con la dependencia,
su habitar los alrededores de ella.
Un largo camino conduce de aquí a la alteridad. La dependencia es una forma esencial
de experiencia del otro, y no habría que reduplicar en sistema teórico las teorías y
concepciones más o menos espontáneas que la interpretan como un signo de debilidad y
de de-samparo; en verdad, surge a partir de una nueva potencia biológica en la evolución
de las especies que la hace relevo de una programación instintiva tan bien cerrada que no
deja ningún espacio vacante para la categoría de la alteridad. Lejos de ser un indicador de
debilidad, es la puerta por donde ingresan la capacidad para el aprendizaje y la plasticidad
esencial de nuestra especie comparada con las demás; es seguro que una mariposa es
más autónoma que nosotros, por eso mismo sus realizaciones se detienen a muy poco
andar. Pero precisamente por no estar el reconocimiento y la inscripción positiva de la
alteridad garantizados por un dispositivo genético seguro, se multiplican los problemas.
Como si dijéramos que hay quienes preferirían ser instintivos de cabo a rabo a sentir la
dependencia como deuda, una deuda de naturaleza conceptual distinta que la de la teoría
–metafísica– de la falta y sus etcéteras (el falo, la castración), pues no es por una falta
que se siente en deuda, sino por la maravilla de una nueva potencialidad. Tampoco
haríamos de esa deuda el centro de un sistema, a la manera de Lacan, en tanto la
estudiamos como una típica vicisitud que la clínica nos hace ver con lente de aumento. Los
ataques de amor generan ataques al amor, que, si no es un mero epígono de la
dependencia, tiene en esta una de sus condiciones de posibilidad; la dependencia supone
una abertura y una apertura del sujeto que conecta a la posibilidad del amor.
También ocurre que, por la vía de ese conglomerado cuya máxima cumbre es el odio, la
dependencia suele enfermar degenerándose en parasitismo. Es un largo error del
psicoanálisis confundir esa modalidad fundamental de la dependencia que es la simbiosis
con aquella derivación, patológica sin lugar a dudas. La simbiosis beneficia a todos
quienes la integran; el parasitismo en principio plantea una situación donde alguien crece a
expensas de otro, lo que en nuestro campo se complica por un pliegue tal que nos hace
reformularlo diciendo que cada uno de los participantes pretende engrosar o mantenerse,
vivir, en suma, a expensas del o de los otros. En última instancia, nadie se beneficia,
aunque debemos evaluar la presencia de funcionamientos más isomórficos de los del
plano biológico donde un componente del sistema parasita a los demás sin sufrir lo mismo
en retribución. En el uso concreto del concepto de simbiosis se ha tendido largamente a
hacer de ella una noción que confusamente abarca fenómenos claramente parasitarios,
como en el caso de la psicosis simbiótica de Tustin. Lo que nos hace comprender mejor
estos últimos es su función e intencionalidad de dominio del otro y que todavía que eso,
dominio, aspiración a dominar la alteridad misma, negándola como tal al poseerla.
(Creemos que aquella extendida confusión es otra consecuencia de la mala prensa que los
ideales “autísticos” de autonomía e independencia irrestricta hacen de la simbiosis, a lo
sumo tolerada como un estadio evolutivo lo más corto posible.)
La dependencia duele. El parasitismo puede ser un analgésico relativamente eficaz.
Ahora bien: la posición del hijo está intensivamente expuesta a ese dolor –que recordemos
es sobre todo dolor por el reconocimiento de la dependencia, la insufrible sobrecarga que
supone hacerse consciente de ella, de su magnitud, de sus ramificaciones–, por lo mismo
que durante bastante tiempo el chico cree de verdad en la independencia de los grandes,
a quienes goza maltratando por su depender de él cuando por fin lo descubre. Sin
descuidar el hecho de que a su turno esos grandes también suelen imaginarse
independientes o por lo menos más independientes que el hijo, lo que la clínica no avala de
ninguna manera. Y hay una larga historia sin acontecimientos extraordinarios,
perfectamente circunscripta a la cotidianidad, donde se acumulan –al estilo del trauma
acumulativo descripto por Masud Khan– (3);en larga cadena multitud de pequeños
resentimientos: ese grito destemplado de la madre cuando se la reclamaba; un reto que
en apariencia no surte el menor efecto ni afecto; un tener que esperar; una falta de
atención de la otra a lo que el pequeño le muestra intentando interesarla; asistir a cómo
cuida y mima a ese hermanito; tener que esperar y esperar; percibir que nos atiende pero
con la cabeza –el deseo– puesto en otra cosa; ser devuelto –brutalmente, para una
sensibilidad descarnada– por unas pocas palabras perentorias a la posición de chico
como no una persona “de verdad”, rechazada del universo de los grandes, las personas
en serio; ser comparado con otro que sí se asemeja al ideal de ciertos deseos de la
familia o a deseos privados de la mamá; (4);ser aunque sea levemente humillado y
maltratado –aunque solo sea un poquito– por cosas de chico, torpezas de chico: mojar la
cama, volcar un vaso, romper un objeto no solo por desobediencia, sino por falta de
madurez de la motricidad fina; que la madre cuente en público algo que era su secreto y
debía permanecer como nuestro secreto, tener que esperar que la otra termine con algo y
se digne a atender la sufriente demanda… Y no terminaríamos nunca, pues la clínica
siempre agregará un caso más. Pero todo este enjambre puede arder como la salmuera
en una herida por más insignificante que esta fuere y nos aclara los estallidos del niño en
un momento u otro, su hacer crecer una actitud de rebeldía oposicionista a cuanto la
madre le indique, su aprender a darle trabajo y cansarla, agotarla, lo que no es poca
venganza, pero la venganza nunca es la suficiente. ¿Cómo vengarse satisfactoriamente,
hasta el punto de sentirse ahíto, de la dependencia, que para colmo continúa intacta en lo
esencial, por más paradas que haga el niño para disimularla?
De estas naderías depende que no haya ninguna posibilidad de “ser” sin pasar por las
Horcas Caudinas del “desfiladero de la demanda”, plástica imagen de Lacan –sobre todo
por lo ineluctable plasmado en ese desfile–, ninguna posibilidad sin ser dependiente. Y
diríamos más de cerca que el sentimiento más testimonial de la prolongada injuria de esta
situación-condición es el rencor (o resentimiento), totalmente no aparente al principio, pero
que años más tarde aflorará con una dolorosa magnitud en ese trato ácido del hijo adulto
al padre mayor: evocamos multitud de pequeñas escenas de falta de paciencia, de
intolerancia vindicativa, de irritabilidad malhumorada ante toda limitación del más viejo, que
parece análoga a la inmadurez del pequeño. O también ese rencor perpetuo que nunca
acaba con las facturas del pasado, con el recuerdo de tantas injusticias que la “prueba de
realidad” encontraría carentes de peso si existiese una tal prueba pretendidamente
objetiva o realista. El subtexto siempre remitiría a ese estado de no tener otro remedio
que estar pendiente de; es tal estado el responsable de una mochila tan repleta de
agravios de los que sigue manando el rencor. Y no pocas veces alguien va a parar a un
geriátrico solo por ese amargo fondo almacenado en el vínculo, haciéndose todo lo posible
por despojarlo y antes que nada despojarlo de autonomía, una de cuyas condiciones
indispensables en la vida adulta es cierta cuota de poder económico. El conjunto puede
pensarse como uno de los tantos ejercicios de hacer activamente lo que se sufrió
pasivamente. Y lo sufrido es invariablemente –por detrás o por debajo de distintas
reivindicaciones puntuales– la dependencia. (5);Ni acudiendo al llamado de ella con el
cuidado y con el tacto más infinito, podría evitarse que en un momento u otro algo se
escriba como rencor ofuscado.
Y encima de todo, ahora los hijos, ya desde bastante pequeños, cuentan con un
ingrediente suplementario: la desidealización por anticipado de la condición de adulto,
madre o padre, su permanente cuestionamiento más bien, desde los más diversos
ángulos, entre los que se alista el psicoanalítico, la disposición del grande en general a no
ocultar sus flaquezas, precariedades y lo relativo de sus poderes y potencias,
desilusionantemente relativo para el gusto del que viene con los ensueños del deseo de
ser grande porque –citando a un paciente de 9 años– “los grandes hacen lo que quieren”.
Agregado a la renuncia parcial o global a imponerse a través del miedo, lo que para el
rencoroso en potencia no es signo de bondad como de debilidad. Concomitantemente, no
es casual que constatemos la frecuente falta de todo respeto por parte del niño –en
particular hacia la madre–, que nos hace encontrar fácilmente chicos que insultan y hasta
pegan a sus mayores o a algunos de estos a veces cuando apenas si han dejado atrás el
período del deambulador. Dicho de otra manera, como si fuera más insufrible aún sufrir
dependencia hacia un adulto que para colmo es bastante débil y no sustenta los emblemas
fálicos de antaño. Pongamos atención en que esto se da en situaciones cotidianas
extremadamente corrientes, sin que pueda aducirse alguna patología en particular ni
tampoco una violencia fuera de lo común. Se ha vuelto común una violencia fuera de lo
común por parte del chico hacia el grande que también afecta lo escolar. La intensidad del
rencor subyacente es tan grande aun con escasez de material empírico que, si hiciéramos
lo que Freud, apelaríamos a fantasías originarias independientes de la realidad, como si
el niño pudiera contar con un patrimonio histórico que portara en sí para justificar su
resentimiento hacia la autoridad del grande cuya opresión padecieron sus congéneres de
otras épocas nada lejanas (sin olvidar a aquellos que la siguen padeciendo ahora mismo,
que tampoco son tan pocos).
Se entiende que aquel que sale de una larga tiranía –tal como los que soportaron una
violenta discriminación racial– no esté agradecido por ello y se muestre más bien furioso y
lleno de resentimiento, aunque no nos quede demasiado clara la modalidad de la
transmisión (acaso explicable por la sincronía que junta a chicos y grandes, y que le da a
los primeros acopio de informaciones y conocimientos). Pero en todo caso, suena típico
de una especie violenta como la nuestra que sea más imperdonable la debilidad que la
maldad propiamente dicha. Por supuesto que el menor la ve como espejo anticipatorio de
la suya propia en ese temido día de mañana. El pequeño paciente que acabamos de citar
añadía después de una pausa reflexiva que, eso sí, aquel grande tenía que ganar plata
para poder hacer lo que se le daba la gana y que ese aspecto podía fallarle, con lo cual
matizaba la idealización irrestricta de su primera frase. En la Argentina en particular, con
sus sonoras “crisis” económicas, los pacientes niños nos sorprenden con una prematura
conciencia del valor del dinero y de su indispensabilidad. No es un detalle, ya que el dinero
no es una preocupación del universo de los superhéroes y, por lo tanto, su aparición forma
parte del pasaje del niño de una épica que ya vimos en sus juegos a un tipo de narrativa
más novelesca y policromática.
Así como se han retirado los Reyes Magos, hoy vale decir que las múltiples figuras de
los superhéroes de ningún modo “simbolizan” imagos maternas o paternas; más bien
trabajan como suplementos de estas, encarnando lo que estas no son. Recuerdo al
respecto la respuesta de un paciente de 6 años a mi indicación de que la figura
despampanante que acababa de dibujar en el pizarrón podía ser una representación de su
mamá (yo me basaba en el color del cabello) y que me proporcionó todo un baño de
realidad: “¡Qué mi mamá! ¡Esta es Valeria Mazza!” (la modelo top de aquellos años). Su
mamá no podía competir con la imago superheroica de la modelo, investida con todas las
luces de la televisión, donde el niño la veía frecuentemente.
Por otra parte, existe otro motivo dominante en la subjetividad humana susceptible de
ser dirigido contra el reconocimiento de la dependencia y el ulterior que le seguiría los
pasos, de esa dependencia como nuestra potencia esencial, motivo que no es otro que el
del dominio. Si la domino, mi dependencia de ella se invierte y revierte; sobre todo
teniendo presente que el verdadero blanco al que ese dominio apunta y desea alcanzar es
la diferencia en tanto tal; dominando la diferencia, la neutralizo como diferencia.
Ahora bien: desperdiciando nuestra peculiar experiencia clínica, hemos estudiado y
hecho mucha mayor prensa de aquellas relaciones en que un padre domina a su hijo o
procura hacerlo por lo menos que aquellas, no menos notorias y habituales, en que un hijo
hace lo imposible por adquirir dominio sobre la vida de su madre o de la pareja parental.
Hemos podido apreciar la utilidad del celular para tales emprendimientos, comprobando
cómo una entrevista de los padres de un niño con nosotros era asediada por reiterados
llamados del hijo, sin que los padres se atreviesen a apagar el aparato. O que una
adolescente por sí misma nos cuente cómo bombardea a sus padres con llamados las
pocas veces que intentan una salida nocturna de pareja, argumentando una angustia que
en realidad no es por soledad o por algún temor de tipo fóbico, sino por la decisión de
ejercer un poder sobre ellos, negándoles el derecho de salir los dos sin ella.
Tales políticas de dominio empiezan tan temprano que ya las encontramos montándose
durante el primer año y robustamente desarrolladas en tiempos de la deambulación, con la
madre generalmente como blanco electivo. Dan lugar a múltiples maniobras y a no poca
sintomatología –prosiguiendo por la senda freudiana de un beneficio menos secundario de
lo que se creería–: por ejemplo, tiranizar a la madre con rabietas y escenas de “angustia”
al punto de que ni siquiera disponga de autonomía para ir al baño tranquila o conversar
unos minutos con una amiga por teléfono. (Por supuesto, hay que establecer las
relaciones de complicidad pertinentes, pero advirtiendo el genuino sometimiento y
sentimiento de culpa de la madre por desear un poco de libertad y no trabajar full time de
mamá. No es que se trate siempre, ni mucho menos, de un pacto de mutuo dominio
recíproco, como de hecho también los hay.) El sometimiento del grande al chico es un
hecho fácil de observar y el principal premio en juego es la negación de la dependencia del
hijo, que adquiere un sorprendente control sobre la vida de padres y también abuelos, de
acuerdo con circunstancias específicas de cada crianza. Estas manipulaciones se
prolongan por supuesto sin mayor dificultad durante la adolescencia y más allá, llegado el
caso. He analizado demoradas excursiones a la cama grande por parte de chicas de 15
años pretextando un miedo que no es tal y dirigidas inconscientemente a entorpecer la
vida sexual de la pareja. Y a veces más de una manera renegatoria que propiamente
inconsciente; “ya sé que lo hago para eso, pero sostengo la actitud de no darme cuenta
de ello”.
Es sorprendente que las referencias analíticas a este tipo de cosas escaseen en
comparación con las habituales denuncias de un ejercicio de la maternidad, por ejemplo,
destinado y dedicado a absorber y someter a los hijos, culpabilizando cualquier arresto de
autonomía o de deseo propio. Queda tal vez como huella mnémica en el psicoanálisis una
tendencia a victimizar la posición del hijo, originada en el aire de liberación que aquel traía
consigo al emerger como práctica terapéutica. Sea lo que sea, en supervisiones, ateneos,
en cada ocasión en la que predomina el intercambio clínico por sobre las consideraciones
teóricas, escuchamos con insistencia esa inclinación, acompañada por una curiosa omisión
del abundante material donde las políticas de dominio ejercidas por los hijos ocupa el
escenario ruidosamente. Quien ha tenido oportunidad de algunas comparaciones con lo
que sucede en otros sitios tiene la fuerte impresión de que en un medio como Buenos
Aires –que no deja de ser un modelo para el país todo– la dedicación al niño es mayor y
que, consecuentemente, la proporción de padres sometidos en diversos aspectos a sus
hijos es alta, por lo menos para la estadística casera que practica el clínico.
No siempre es un argumento resistencial de los padres, para citar un caso testigo, el
plantearnos el problema de que el chico no quiere venir, aun cuando los motivos de
consulta suenen tan fundados como para justificar un mínimo ejercicio de autoridad por
parte de ellos. Después nos vamos enterando de que lo mismo se repite en los más
diversos ámbitos: que el hijo come caprichosamente, que para cada cosa se le consulta,
por más que su edad no pueda responder de tanta pseudodemocracia. Igualmente, una
familia entera se priva de vacaciones por un adolescente que decidió no estudiar, y
encontramos al padre, a la madre o a ambos cursando de nuevo el secundario. Se diría,
en términos lacanianos, que se confunde a menudo el deseo con la demanda y que hay un
punto ciego en lo referente al deseo de dominio que empuja al hijo a avanzar sobre los
padres. Y si además hay suficiente dinero, se multiplicarán los especialistas en situaciones
de este tipo, sin hacer nada para que el hijo se haga cargo de sus responsabilidades y sin
ayudarlo a adquirir la capacidad para el esfuerzo y para hacer cosas sin “ganas” en aras
del deseo de ser grande, que motivaría al niño para atravesar tantas zonas áridas desde
el punto de vista del placer inmediato.
Estos chicos nos comunican a veces que les están “haciendo el favor” a los padres de
venir a una evaluación o a un tratamiento, a la psicopedagoga o a la maestra o profesora
particular, que el sometimiento de la familia contrata sin beneficio alguno. Son casos, nada
excepcionales, en que el hijo adopta una posición parasitaria, dentro de la cual los padres
quisieran resolver los problemas, lo que por supuesto es infructuoso. El análisis puede ser
una alternativa, pero solo si encara el desmontaje de la relación de dominio que se ha
cristalizado, ya sea unilateral o que exhiba entrecruzamientos recíprocos (“Yo me dejo
parasitar sin un chistido siempre y cuando a tu turno vos…”).
El motivo del dominio se deja traslucir en las conceptualizaciones derivadas del edípico,
sin lugar a dudas, pero al mismo tiempo aparece nublado y amortiguado en su importancia
por el peso que en el segundo tienen, de manera legendaria, incesto y crimen. En todo
caso, pensamos que es de suma utilidad extraerlo de ese contexto clásico –un poco como
cuando Freud amagó establecer una pulsión de dominio que exponía a este motivo a
todos los inconvenientes del dominio de la pulsión; de todos modos, Freud localizaba algo
esencialmente específico allí, algo irreductible que convenía percibir más
despojadamente– y ponerlo al desnudo, una operación elemental si reflexionamos unos
instantes en el notable peso de la problemática del dominio en los asuntos humanos, en
los más diversos niveles de análisis que emprendamos, desde lo político hasta toda
confrontación con la diferencia que de inmediato de-sencadena un reflejo de ataque en
aquel. Ni el complejo de Edipo ni “el” Edipo lo aclaran de por sí; antes bien, él aclara
rasgos de lo que ellos como conceptos delimitan. Despejarlo es urgente si es que
intentamos trabajar en dirección a una vida en común marcada por la aceptación
hospitalaria de la diferencia, de toda diferencia, de la diferencialidad más que de tal o cual
diferencia; se entiende que esté en el corazón del programa de acción para el nuevo siglo
que Derrida le propone al psicoanálisis en los “Estados generales del Psicoanálisis”
celebrados en 2000. (6);En verdad, este tiene todo para encarar la tarea de examinar a la
luz del dominio el tejido del deseo, en y fuera de lo familiar, pero acreditando una larga
tradición de análisis del régimen inconsciente de la existencia en familia, que lo habilita
como a ninguna otra disciplina para hacerse cargo de una vez por todas del relevamiento
de la incidencia del dominio, sin “pulsionalizarlo” –operación que estropea todo– ni
concebirlo como mero efecto de la estructura edípica.
Padres que ya no desearían querer dominar a los hijos como antes, hijos que quieren
dominar a los padres más que nunca, apoyados en la ola de juventización que recorre el
planeta… Entre el primer capítulo y este, hemos introducido el arcoíris de un extenso
rodeo constituido básicamente por el jugar en su multiplicidad, una multiplicidad que no
parece posible ceñir exhaustivamente: siempre queda algo por fuera para una próxima
vez. Pero el jugar entre padres e hijos es a la vez que un capítulo todavía no escrito, la
pequeña cuña de una nueva posibilidad, de allí su colocación en este libro. Esta posibilidad
gira en torno a y depende de que se produzcan con más fuerza y habitualidad
acontecimientos que ya se producen, donde el encuentro se cursa sobre todo a través del
juego y no en el esquema del dar/recibir, inevitablemente vertical en su ordenamiento. Si
criar se hiciera bajo el significante de lo lúdico, no se jugaría después y además de criar,
educar, etc. Y el juego del dominio se termina rápido, no dando mayor espacio al dominio
del jugar.
En otros términos, hijos y padres, padres e hijos tendrían que llegar a percibirse como
construcciones totalmente ficcionales, hechas con toda y cualquier clase de materiales,
menos las supuestas unidades semánticas “padre” e “hijo” como presunciones
psicobiológicas, en verdad una peor y pobre especie de ficción. (7);Esto sucederá cuando
aprendan a jugar juntos, cuando se inventen, cuando descubran que el jugar puede ser el
eje más seguro para sortear las diversas impasses de la dominación y de los mandatos
que en ella se vertebran, cuando jueguen “como si” fueran hijos y padres, padres e hijos.
Porque si Lacan bien decía que el rey que se cree rey está más loco todavía que un loco
convencido de ser rey, ¿qué no decir del padre que se cree padre, del hijo que se cree
hijo, estableciendo ambos así identidades que se conciben como ajenas a lo ficcional,
cuya andadura pondría siempre en peligro la prolijidad de un “soy”? En el terreno clásico
del ser y la verdad, no hay otra posibilidad para padres e hijos que el encarnizamiento
agobiante; pero en el del juego y la interpretación creadora de ficciones, las cartas son
distintas.
Lo más positivo que después de todo aporta la experiencia de la vida en familia es el
deseo de otra familia, de una seguramente mejor, ya bosquejada en el descubrimiento
clínico de Freud conceptualizado como novela familiar, y que tiene muchas
manifestaciones y modos de aparición, por ejemplo, la del niño o adolescente que “ve”
más linda a la familia de su amigo que a la suya propia. Pero en ciertas familias, la
experiencia de vivir en ellas puede llegar a ser de tal modo desintegrativa que el sujeto no
logra imaginar una alternativa, como no sea una que pasa por la abolición de toda familia,
sin margen para un embellecimiento imaginativo plasmado en una familia ideal o en un
ideal de familia que aquel se promete a sí mismo alcanzar y concretar cuando sea adulto.
En esos casos, el material preexistente no da para modelar semejante mito o novela. En
los otros casos, más numerosos, la herencia que deja la vida en familia es señaladamente
ese deseo legendario de encontrar-crear una familia en diferencia con la empírica, pero
que se siente posible y que algo recrea y repite de algunos rasgos de la que se encontró
al nacer.
Entre hijos y padres, entonces, se trata de una inclinación del lado del rencor o del de la
esperanza, esta hermosa palabra que Winnicott fue casi el único en emplazar en un lugar
clave de la constitución subjetiva: de ella depende nada menos que el establecimiento de
una dimensión de porvenir abierta al acontecer, a los juegos del azar, a la capacidad
transgresiva de la propia acción, en contraste con lo que Derrida deslinda como mero
futuro, continuidad de lo mismo del hoy, previsibilidad con escasas fisuras. Esto implica
que la esperanza de ser algo singular no reducible a miembro de una familia debe cocerse
y amasarse en el seno de la familia, entre el rencor y la esperanza. Entre el rencor y la
esperanza, el hijo busca su sitio, un sitio donde dejar de serlo, pues lo abierto de la
relación se medirá en que un hijo pueda ayudar a su padre, directa e indirectamente, a
dejar de serlo, tal cual aquel debería ayudarlo a exceder la posición de hijo que, si se
perpetúa, perpetúa el rencor.
Analizar estos entrecruzamientos requiere de que nosotros incorporemos
metódicamente las dimensiones contenidas en estos dos términos, el rencor y la
esperanza, sobre los que llamamos la atención, juzgando que han sido descuidados o
insuficientemente estudiados, en términos generales. Para empezar, la frecuencia de
sentimientos de rencor en actividad parece mayor que las de odio propiamente dicho; sin
embargo, los últimos tienen más prensa, se emplea la palabra misma –inapropiadamente,
a menudo– en el habla vulgar, incluso con una habitualidad que el primer término no
conoce; y en las conceptualizaciones, el odio es convocado también con una asiduidad
desconocida por el rencor… aunque no es raro que constatemos que se esté en presencia
de este y no de aquel. Habría que detenerse en el carácter crónico del rencor (al escribir
esta frase por primera vez, tipeé fallidamente “ctónico”; después de borrarlo, me pregunté
si no era un fallido de escritura significativo, que indicaba el ardor invisible del rencor en los
laberintos subterráneos del cuerpo, su existir poco conspicuo), poco dado a estallidos y a
huracanes devastadores espectaculares; metastásico, además, rasgo invasivo-
acumulativo que lo vuelve peligroso, pero sobre todo en pequeñas dosis, nada
descontrolado pero suficiente para arruinar placeres de la vida; carcomiente, autoagresivo
en un sentido que el odio no lo es por sus direcciones fundamentalmente centrífugas;
proporcionador de un cierto goce masoquista, masoquismo moral si respetamos las
distinciones de Freud, regodeándose el que lo porta en su masticación interminable,
racionalizada en el motivo de la injusticia, cultor de un pasado que nunca se tramita,
incapaz de olvido: el odio, en algunas de sus modulaciones, puede adquirir un carácter
agudo y pasajero, en general tiende a aflorar, incluso en pasajes al acto desmesurados,
hasta asesinos, rangos a los que el rencor es profundamente ajeno. Se lo podrá usar
como arma para socavar al otro que es su blanco, pero con un procedimiento
homeopático, lo que influye en el hecho de que pase no tan pocas veces desapercibido
para quien lo sufre en posición de objeto. El rencor no exige la desaparición del otro, como
en el caso del odiado; exige en cambio una reparación imposible por lo remoto de la
temporalidad que manipula y el lento crecimiento de sus heridas a través del tiempo. Su
estar dirigido invariablemente hacia un ayer histórico-mítico priva al sujeto de salida: es
como esas fuentes de agua donde la circulación de esta recorre un circuito circular,
eternamente la misma agua, simulando correr y fluir. En contraste, el odio fluye, se crea o
se inventa nuevos destinos, como en esa lógica del mal que una y otra vez habría que
volver a combatir, pero que va mudando su rostro: los soviéticos, los chinos, los vietcongs,
los terroristas, los judíos, los infieles, los americanos…
Existencialmente hablando, no encontramos con regularidad sin aflojes al rencor
articulado y articulando un plan de venganza; muy a menudo está ahí inorgánicamente,
aflorando en todo caso cuando se da una coyuntura favorable a su desencadenamiento,
como la vejez de una madre o la debilidad momentánea de un hermano. El odio es en
cambio propenso a los montajes, a los grandes montajes incluso, como en el “te voy a
destruir” enunciado por la madre de una pacientita al padre separado recientemente de
ella, a lo que siguió una falsa denuncia por abuso sexual que disyunta hija y padre por dos
años. El guión del rencor es bastante distinto: “¡Cómo me has dañado!”, rezaría,
justificando su duración. El odio se mide más por la intensidad que por la duración; el
nazismo no llegó a perdurar veinte años en el ejercicio del poder; le sobraron para una
masacre cuyo carácter diferencial no fue no tener parangón sin precedentes, sino la
difusión: el mundo empezaba a estar globalizado a través de lo tele-tecno-mediático y las
matanzas secretas o no difundidas se volvían más improbables de sostener.
En lo que respecta a la esperanza, tenemos pendiente, después de las contribuciones
de Winnicott, un trabajo de conceptualización que, para empezar, la despoje de sus
connotaciones de ingenuidad naif, de estado pasivo, para destacar el trabajo que supone
y su articulación decisiva con la apertura al otro, (8);y –elemento de gran importancia para
nosotros– con el sentido en cuanto dimensión indispensable para que la subjetividad
devenga inteligible; en efecto, antes que nada y antes de cualquier demanda puntual, la
esperanza es esperanza de que haya sentido. Eso la vuelve imprescindible para pensar y
encarar la problemática, hoy en cierto primer plano, de la exclusión, donde el riesgo de la
desaparición de aquella dimensión con el desvanecimiento de toda esperanza es el peor
efecto que amenaza cumplirse y extenderse. Ya durante el primer año de vida está en
juego, es una de las cosas esenciales que están en juego, su primera plasmación; la
depresión anaclítica es todo un referente de lo que ocurre cuando el bebé ya no tiene
esperanza de que haya, exista, otra que acuda y por ende configure sentido a demandar
y a llamar. Distinguimos entonces dos pisos en ella, cuyo deterioro no es simultáneo: la
esperanza de que me ayuden es relativamente secundaria respecto a la esperanza de que
haya alguien, comparezca o no. En el plano clínico, esta distinción es capital y no debe
perderse de vista cuando trabajamos en el sesgo del diagnóstico diferencial (no en
términos de rotulaciones propias de la psicopatología, antes estamos refiriéndonos a un
diagnóstico de qué tan de intacta, de lastimada o de destruida y descompaginada se halla
la esperanza en el niño al que estamos asistiendo).
Por eso mismo, todas las construcciones y reverberaciones de la novela familiar se
sostienen en la medida en que el hijo cree y espera de otra familia que será una mejor;
desaparecida esta apuesta al porvenir, mal habría margen para fantasía alguna donde se
invente una familia que valga la pena y una familia que valga la pena esperar, esperarla
poniéndose a trabajar en su creación.
En este punto, la ética del analista no puede limitarse al deseo o al desear, pues si hay
una utopía a la que debe hacer holding es la que concierne a la esperanza de que la
subjetividad humana contenga algún potencial para esperar algo mejor de nuestra
existencia.
El empoderamiento en la vejez
The Empowerment in the Elderly
Resumen
Este trabajo realiza un análisis acerca del empoderamiento en la vejez, incluyendo diversos aspectos con
los que se relaciona y que lo condicionan ya sea negativa o positivamente en esta etapa de la vida. Se
reflexiona en torno a los modos en los que los usos del poder, las representaciones negativas acerca de la
vejez y los modelos que se proponen acerca de ella, inciden en la construcción social de la identidad y en
el desempoderamiento durante esta etapa de la vida. En este sentido, los estereotipos negativos recaen sobre
los adultos mayores, limitándolos y condicionándolos en su modo de ser y de comportarse. Las personas de
edad asumen en muchos casos el lugar desvalorizado y marginal que socialmente se les asigna, ya que es
lo esperado y considerado normal para la vejez. A continuación, se caracteriza el empoderamiento como
un proceso que implica la revisión y problematización de ciertos códigos culturales, produciendo cambios
de orden ideológico y social. Este proceso posibilita el fortalecimiento del autoconcepto de las personas en
él involucradas y la reconstrucción de identidades. Por último, se analiza la relación del empoderamiento
con la participación comunitaria y el surgimiento de variadas organizaciones y redes sociales de adultos
mayores desde las cuales intervienen activamente, toman decisiones, producen transformaciones y se
consolidan como grupo de poder.
Palabras clave: Empoderamiento, envejecimiento, identidad, poder.
Iacub & Arias
Abstract
This paper analyses empowerment at old age, including various aspects which are related or have influence
on it, either negatively or positively. This research analyzes ways in which uses of power, negative represen-
tations and models about old age affect the construction of their social identity and the disempowerment
during this stage of life. In this sense, negative stereotypes about older adults limit and affect their way of
being and behaving. Older people often assume the devalued and marginal place that is assigned to them
for being expected and considered normal for old age. Empowerment is characterized as a process that
involves the review and questioning of certain cultural codes in order to produce social and ideological
changes. This process enables the strengthening of self-concept of people involved in it and the reconstruc-
tion of their identities. Finally, the relationship between empowerment, community participation and the
emergence of elderly people networks is analyzed. In these social organizations, they are actively involved
and they make decisions and changes that allow them to consolidate as a power group.
Keywords: Empowerment, aging, identity, power.
El empoderamiento tiene una importancia funda- de culturas, momentos históricos, cambios de poder,
mental en el incremento del bienestar y la calidad tipos de economías, etcétera.
de vida en la vejez. Sin embargo, múltiples aspectos En la actualidad encontramos valoraciones múlti-
propician, por el contrario, procesos de pérdida de ples aun cuando existan parámetros preeminentes.
poder, así como de las posibilidades de tomar deci- La representación del envejecimiento se encuentra
siones y de resolver los problemas que los involucran. fuertemente negativizada, y se asocia a una visión
En este trabajo se analizan diversos factores que biológica de decrecimiento que reduce una perspec-
generan procesos tanto de desempoderamiento tiva más amplia y compleja acerca de la identidad
como de empoderamiento durante el envejecimiento. de los adultos mayores y con pocos valores positivos
Entre ellos consideraremos, por una parte y como que la cualifiquen. Hallazgos de investigaciones
condicionantes del primero, la representación social recientes han demostrado que variados prejuicios
negativa acerca de la vejez y los modelos a seguir y estereotipos negativos acerca de la vejez, aunque
que basados en ella y a partir del uso del poder, se gocen de amplio consenso, se basan en supuestos
proponen a los adultos mayores. Por otra parte, y que carecen de fundamento científico.
como generadores del segundo proceso, se desa- Butler (1969) construye el término viejismo1 a fin
rrollarán las representaciones positivas acerca de la de presentar las creencias negativas sobre el enveje-
vejez, la participación comunitaria y la conformación cimiento como una suma de prejuicios derivados de
de variadas redes sociales. dificultades psicológicas y sociales en la aceptación
El término empoderamiento tuvo repercusión en del paso del tiempo y la muerte, introduciendo con
el siglo pasado para describir un proceso de cambio ello un giro político en la temática, ya que no solía
político de diversos grupos sociales que reclamaban concebirse entre los clásicos grupos discriminados.
un mayor espacio de decisiones y reconocimiento Levy y Banaji (2004) profundizan en este con-
social.1 cepto, al que denominarán “viejismo implícito”, ya
El término se caracteriza por buscar el incremento que marcan el particular modo de segregación que
de la autonomía y del autoconcepto,2 posibilitando de se extiende sobre tal población. La referencia a lo
esta manera el mayor ejercicio de roles, funciones y implícito del término, aun sin ser nueva en las inves-
derechos que pudieron haberse perdido o que quizá tigaciones sobre prejuicios, pone en evidencia una
nunca fueron posibles. La situación de la vejez, en
relación con los usos del poder, ha sido variable
en la historia occidental, encontrándose momentos 1 El término en inglés es ageism que podría ser traducido como edaís-
históricos de alta valoración e incluso de geronto- mo. Sin embargo este término en español podría ser aplicable a cual-
quier edad. Salvarezza (1988) propuso el término viejismo el cual
cracias y etapas de crítica, denigración y negación describe con precisión el prejuicio y el rol que ocupa el término
de la misma. Sus variaciones pueden leerse en clave “vejez” en las representaciones sociales.
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Empoderamiento en la vejez
particularidad de este prejuicio: no existe un repudio sostenidas en el sentido común; es decir, aquel
explícito al conjunto de los ancianos o a la vejez, que suele mantenerse inexpresado como si fuese
como sí existe por cuestiones religiosas, raciales y la realidad misma (Gramsci, 1972).
étnicas. Por el contrario, las manifestaciones explí-
citas y las sanciones sociales en contra de ciertas Significados y dimensiones del empoderamiento
actitudes y creencias negativas acerca de los más La palabra “empoderamiento” es una traducción
ancianos suelen estar ausentes o si se presentan es del inglés empowerment. La palabra inglesa viene del
bajo el tamiz de la protección y el cuidado. verbo to empower que significa: autorizar, habilitar,
En este contexto, la ausencia de un odio intenso facultar (Smith, Davies & Hall, 1988), mientras que
y explícito hacia los ancianos, por un lado, y una empowerment aparece como un neologismo utilizado
amplia aceptación de sentimientos y creencias nega- para ciertos grupos sociales que buscan asumir poder
tivas por el otro, produce que el rol de las actitudes y control sobre sus decisiones. Por ello, el término ha
y conocimientos implícitos acerca de la edad se torne sido significado como potenciación, apoderamiento
especialmente importante (Levy & Banaji, 2004). o atribución de poder. Cowger (1994) señala que el
Estos mismos sentimientos y creencias suelen empoderamiento se alcanza cuando el cliente logra
aparecer en los adultos mayores y hacen más com- elegir por sí mismo tener más control sobre sus pro-
plejo su articulación como grupo que represente blemas y su vida. Sykes (1995) destaca el objetivo
sus propias demandas y defienda sus intereses y positivo implicado en el término alusivo al sentido
valoración social. de autonomía, sensación de control y satisfacción
Thursz (1995) considera: “El concepto de empo- que alberga el sentirse con poder.
deramiento está basado en la convicción de que Esta suma de significados se sintetiza en dos as-
debería haber una fuerza alternativa contra los mitos pectos centrales. Por un lado, mejorar la capacidad
populares de dependencia sobre las personas ma- para el poder y para la apropiación del mismo; y por
yores” (pp. XI), cuestión que resulta clave para una otro lado, en la modificación de la representación
sociedad más inclusiva al tiempo que es uno de los de un sujeto y en el efecto que aquél tiene en el
factores que determinan la importancia del discurso autoconcepto; razón por la cual resulta preferible
gerontológico actual. el anglicismo, que la palabra apoderamiento que
sólo refleja un aspecto del término.
Las identidades y uso del poder En términos políticos, es un nuevo modelo de
La identidad se estructura con base en discursos confrontación social basado en el potenciamiento
que promueven criterios de edad, género, roles y de grupos que carecían de poder, promoviendo la
posiciones, los cuales sin duda alguna funcionan revisión y transformación de los códigos culturales y
como ordenadores sociales. de nuevas prácticas sociales, propias de sociedades
Toda sociedad debe, para constituirse como tal, multiculturales.
controlar y manejar al otro, someter su voluntad, con Por ello, empoderar implica deconstruir un discur-
base en presupuestos que legitiman ese espacio social. so para volverlo a conformar desde otra ideología
Foucault (1993) propone una lectura del poder y, fundamentalmente, intentando que aquello que
entendida como una malla que estructura cada una de era marginal se vuelva central.
las relaciones humanas, ubicando rangos y jerarquías, Hartsock (1990) sostiene que frente a ciertos
atribuyendo significados a los hechos y a los sujetos, discursos hegemónicos que sitúan el poder de de-
incidiendo muy particularmente en los individuos y terminadas maneras, hay una contrapartida que es el
en sus identidades socialmente construidas. modo generativo, definido como la capacidad que
El modelo disciplinar se asienta en la vigilancia y el tienen algunas personas para estimular la actividad
control del comportamiento basados en cierta norma de otras y elevar su estado de ánimo, o como la
social y en los discursos aceptados; su búsqueda manera de resistir y encontrar una salida distinta al
es moralizante, aun cuando en la época actual se malestar. Kelly (1992) considera: “el término ’empo-
revista con relatos de las ciencias humanas y médicas. deramiento’ se refiere a este ‘poder para’ y que se
Estas políticas conforman modelos de identidad, logra aumentando la capacidad de una persona para
incluso cuando resulten muchas veces invisibles, cuestionar y resistirse al ‘poder sobre’”.
Journal of Behavior, Health & Social Issues, vol. 2 num. 2 11-2010 / 4-2011 27
Iacub & Arias
El empoderamiento implica un proceso de recons- culturales y las teorías implícitas sobre el envejeci-
trucción de las identidades, que supone la atribución miento pueden influir en la autoeficacia durante la
de un poder, de una sensación de mayor capacidad vejez desalentando las expectativas, las metas y los
y competencia para promover cambios en lo per- resultados. Incluso aquellos que tienen expectativas
sonal y en lo social. Esta toma de conciencia de sus positivas sobre su proceso de envejecimiento parecen
propios intereses y de cómo éstos se relacionan con ser vulnerables a la amenaza de los estereotipos
los intereses de otros produce una representación cuando sienten que corren el riesgo de confirmar
nueva de sí y genera una dimensión de un colectivo un estereotipo negativo existente acerca de su grupo
con determinadas demandas comunes. (Steele, 1997). El efecto es un incremento de ansie-
En tal concepción ampliada del empoderamiento, dad y amenaza al yo, lo cual puede interferir con la
cabe observar tres dimensiones (Rowlands, 1997): ejecución de tareas intelectuales y motoras.
La preocupación de ser considerado como parte
1. Personal: supone el desarrollo de la confianza y la de un grupo estereotipado negativamente, con la
capacidad individual, así como deshacer los efec- consiguiente sensación de denigración y rechazo
tos de la opresión interiorizada. Para ello resulta social, desplaza la atención de la tarea y puede obs-
necesario tomar conciencia de las dinámicas del taculizar su ejecución. Existen evidencias empíricas
poder que operan en el contexto vital y promover crecientes de que el funcionamiento intelectual de
habilidades y la capacidad para lograr un mayor los adultos mayores puede declinar si se exponen
control sobre sí (McWhirter, 1991). a estereotipos culturales negativos, mientras que
2. Relaciones próximas: se refiere al desarrollo de la los estereotipos positivos sobre el envejecimiento
capacidad para negociar e influir en la naturaleza pueden ser benéficos (Rice, Löckenhoff & Cars-
de la relación y de las decisiones que se toman tensen, 2002).
dentro de ella. Las experiencias científicas muestran que los es-
3. Colectiva: implica el trabajo conjunto para lograr tereotipos negativos hacia la vejez, en las personas
un impacto más amplio del que podrían haber mayores, generan una sensación de “amenaza” a la
alcanzado individualmente. En este sentido, Da- integridad personal, menor rendimiento a nivel de
bas y Najmanovich (1995) utilizan la noción de la memoria (Levy, 1996), en la capacidad para las
“restitución comunitaria” en tanto implica un acto matemáticas, en el sentimiento de autoeficacia (Levy,
político en que se produce sociedad y se construye Slade, Kunkel & Kasl, 2000), en la capacidad para la
una comunidad con la capacidad para brindar escritura (Levy, 2000) en trastornos de salud (Levy,
sostén, potenciación y resolución de problemas. Slade, Kunkel & Kasl, 2000) y en toda una serie de
retiros anticipados de compromisos y roles laborales
Por último, la base ideológica es uno de los ejes y sexuales (Iacub, 2003, 2006).
centrales de la posibilidad de empoderamiento, ya La explicación de estos déficits se encuentra en
que permite que el sujeto se considere desde un que las personas, al suponer que su rendimiento
sistema de ideas distinto y sea una de las piezas que no será bueno, elaboran estrategias de evitación
permitan su transformación identitaria. de un posible enfrentamiento que podría ser vivido
como traumático o simplemente porque responden
Representaciones negativas de la vejez y su a profecías sociales que suponen que los mayores
relación con el desempoderamiento ya no pueden, no deben, etcétera.
El proceso de confrontación con diversos estereotipos Las experiencias de dominio o fracaso que resultan
sociales negativos minan lenta y progresivamente la de estos mecanismos pueden tener consecuencias
consideración que los mayores tienen de sí mismos, para la autoeficacia, ya que resulta necesaria la
ya que se les identifica con las debilidades intelectual creencia en las propias capacidades para alcanzar
y física, con la improductividad y la discapacidad con éxito un determinado logro (Bandura, 1977).
sexual, entre otras atribuciones negativas, limitando Una de las preocupaciones actuales que más
con ello su autonomía y autoconcepto. seriamente limitan la autonomía y la baja autoesti-
Bandura (1977) desarrolló una serie de investiga- ma es la sensación de menor eficacia en relación
ciones donde focalizó el modo en que las creencias con la memoria. Ello puede producir una deficiente
28 Journal of Behavior, Health & Social Issues, vol. 2 num. 2 11-2010 / 4-2011
Empoderamiento en la vejez
ejecución en tareas de memoria (Cavanaugh, 1990; lidades de morir en los próximos 10 años (Pitkala,
Berry, 1999), menor grado de persistencia y de es- Laakkonen, Strandberg & Tilvis, 2004).
fuerzo cognitivo, así como estados afectivos nega- Otra investigación basada en las anteriores trabajó
tivos (Berry, West & Dennehey, 1989; Berry, 1999; con 1 189 personas de entre 70 y 79 años con un
Berry & West, 1993). La baja autoeficacia respecto a adecuado nivel físico y mental de funcionamiento
la memoria generaría menor persistencia, un escaso durante un periodo de siete años. Los resultados ha-
uso de estrategias anémicas y con mayor probabilidad llados revelaron que aquellos que no se sentían útiles
de distracción por las preocupaciones asociadas a fueron quienes más experimentaron un incremento
un desempeño deficiente. en los niveles de discapacidad y de mortalidad a lo
Levy, Hausdorff, Hencke y Wei (2000) mostraron largo del tiempo, a diferencia de los que nunca o
que los adultos mayores expuestos ante estereotipos raramente se sentían inútiles o improductivos (Grue-
subliminales negativos sobre la vejez aumentaban la newald et al., 2007). El dato más concluyente es que
respuesta cardiovascular. Sobre la misma búsqueda, aquellas personas mayores que no se sienten útiles
una nueva investigación, examinó la relación entre tienen cuatro veces más posibilidades de presentar
las autopercepciones negativas del envejecimiento una discapacidad o fallecer, que los que raramente
y la longevidad. Este estudio, de tipo longitudinal, lo sienten.
fue desarrollado durante 23 años con 660 personas
(338 hombres y 322 mujeres). Se demostró que en las Empoderamiento, organizaciones y redes sociales
personas con mejores percepciones sobre la vejez La integración y la participación comunitarias han
había un incremento de 7.5 años promedio de vida sido consideradas entre los factores que tienen ma-
(Levy, Slade, Kunkel & Kasl, 2002). yor impacto sobre los niveles de calidad de vida en
Otra serie de investigaciones hicieron énfasis en la vejez. Al respecto, en un estudio realizado en la
los efectos que tiene el valor social atribuido a los ciudad de Mar del Plata se constató que los adultos
ancianos: los roles, los propósitos vitales y el senti- mayores consideraban que el disponer de buenas
do de crecimiento personal y de metas y objetivos relaciones familiares y sociales era un aspecto de gran
personales. relevancia para la calidad de vida en la vejez. En este
El reconocimiento de valor y utilidad social incide sentido, 85% lo incluyó como uno de los factores
en un mejor nivel de funcionamiento psicológico y determinantes, y 43% lo ubicó entre los primeros
de la calidad de vida así como disminuye el riesgo de tres lugares (Arias & Scolni, 2005). Los hallazgos de
mortalidad (Ekerdt, Bosse & Levkoff, 1985) o puede otro estudio desarrollado en la misma ciudad mos-
constituirse en un indicador de un envejecimiento traron que los adultos mayores que poseían niveles
exitoso (Fischer, 1995). de participación, integración y apoyo informal más
Una serie de investigaciones articularon el sentirse elevados presentaban las mayores puntuaciones en
necesitados y útiles con la calidad y cantidad de vida. satisfacción vital (Arias et al., 2005).
En Francia un estudio longitudinal realizado en un La formación de redes, la participación en variadas
período de cuatro años demostró que las personas organizaciones y la integración comunitaria tienen
que no se sienten útiles tenían mayores probabilida- estrecha relación con procesos de empoderamiento
des de quedar discapacitadas (Grand, Grosclaude, en los adultos mayores. La participación organizada
Bocquet, Pous, & Albarede, 1988). En Japón se llevó aumenta las posibilidades de resolver los problemas
a cabo una investigación que demostró que las per- que los involucran, de tomar decisiones y de mejorar
sonas mayores de 65 años o más que no se sienten sus condiciones de vida.
útiles a la sociedad, a diferencia de aquellos que sí En las últimas décadas, las organizaciones de
lo sienten por realizar tareas de voluntariado social u adultos mayores han surgido y se han multiplicado
otras, tenían dos veces más posibilidades de morir en de manera considerable. En la actualidad existen
los siguientes seis años (Okamoto & Tanaka, 2004). múltiples grupos y redes de personas de edad tanto
Un estudio similar se desarrolló en Helsinki, donde a nivel nacional como internacional. Muchas de
hallaron que las personas de 75 años y más que se ellas se han formado de manera autogestiva y con
sienten necesitadas por los otros, a diferencia de distintos fines. Mientras en algunos casos el motivo
aquellas que no lo sienten, tenían menos probabi- de su creación ha sido explícitamente reivindicatorio
Journal of Behavior, Health & Social Issues, vol. 2 num. 2 11-2010 / 4-2011 29
Iacub & Arias
y se han caracterizado por la lucha por garantizar al sujeto como un agente, con una multiplicidad
sus derechos, en otros el mismo ha sido simplemente de representaciones ideológicas contradictorias y
generar espacios de reunión, de realización de acti- posiciones frente a las cuales éste debe negociar el
vidades culturales, sociales, deportivas y recreativas. reconocimiento de su identidad (Alcoff, 1988). Sien-
La participación en este tipo de organizaciones do de notar cómo el mismo proceso que construye
y de redes de adultos mayores brinda la posibilidad sujetos dominados, establece sujetos que resisten
de ser agentes en el análisis de sus problemas, en (Katz, 1996), y como los efectos nocivos relativos a
la búsqueda de soluciones, en el incremento de la los estereotipos sobre la vejez pueden modificarse
autoconfianza y de la competencia (Gracia-Fuster, en contextos que promuevan representaciones más
1997), así como en los logros de desarrollo y for- positivas sobre los mismos.
talecimiento individual y social. En definitiva, inde- Una de las mayores contribuciones que han reali-
pendientemente del fin por el cual hayan surgido, zado las investigaciones recientes dirigidas al estudio
la creación, el sostenimiento y la participación en de aspectos positivos en la vejez ha sido el cuestio-
estas redes son a la vez causa y consecuencia del namiento reiterado y fundamentado de una amplia
empoderamiento de los propios adultos mayores, variedad de falsos supuestos acerca de esta etapa
en los que amplían su capacidad de participación vital. Al respecto, diversos trabajos han mostrado
política y social y los proyectan como grupo de que los adultos mayores pueden ser felices (Lacey,
presión y de poder (Gascón, 2002). Smith & Ubel, 2006; Wood, Kisley & Burrows, 2007;
Carstensen, Pasupathi, Mayr & Nesselroade, 2000),
Conclusiones disponer de recursos de apoyo social suficientes
(Arias, 2009; Arias & Polizzi, 2010), disfrutar de
El empoderamiento resulta, por un lado, impreciso su sexualidad, sentir elevados niveles de bienestar
por su amplitud para determinar cuáles son los ele- (Carstensen & Charles, 1998), estar satisfechos con
mentos que resultan efectivamente contenidos en sus vidas y poseer múltiples fortalezas personales
su definición; pero, por otra parte, resulta central (Arias, Castañeiras & Posada, 2009) entre otros
poder destacar la incidencia que tienen los prejuicios aspectos positivos.
y estereotipos sociales sobre determinados grupos En este sentido, el concepto de empoderamiento,
aminorados socialmente (Moscovici, 1976), en la en tanto modificación de un orden ideológico y
disposición de poder sobre sí, en la posibilidad de social que puede limitar y estereotipar al anciano,
darse su propia norma (autónomos) y en el recono- puede convertirse en una posibilidad de darse una
cimiento de la capacidad para seguir disponiendo figuración identitaria.
de su vida.
Reconocer estos dos aspectos, autonomía y au- Referencias
toconcepto, como ejes del empoderamiento resulta
de la interacción que existe entre ambos términos, Alcoff, L. (1988). Cultural feminism versus post struc-
ya que sobre “los mitos de dependencia” (Thursz, turalism: The identity crisis in the feminist theory.
1995) resulta necesaria una transformación ideológica Signs, 13, 405-36, available via: http://dx.doi.
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la sociedad para que el sujeto “crea” que es posible Arias, C. (2009). Deconstruyendo supuestos acerca
disponer de mayores niveles de autonomía. del apoyo social en la vejez. Trabajo presentado
En este sentido, el sujeto no es un ente pasivo, en el I Congreso de la Cátedra de Psicología de
sino que es el motor de cambio a los modelos que la Tercera Edad y Vejez. Envejecimiento y Vida
sobre él se plantean. En la medida en que el sujeto cotidiana, septiembre, Buenos Aires.
toma consciencia de su padecimiento, en cuanto Arias, C. et al. (2005). Análisis de la integración y
objeto de una determinada concepción de la realidad, participación comunitaria de los beneficiarios
puede volverse capaz de subvertir el orden que lo de los sistemas formales e informales de apoyo
victimizaba (Iacub, 2003). social a adultos mayores en relación con la
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