Biografia de Los Fabulistas
Biografia de Los Fabulistas
Biografia de Los Fabulistas
(S.VI a.C.) Escritor griego. Uno de los más antiguos géneros de la literatura universal es la fábula, un
tipo de relato breve protagonizado por animales personificados cuya finalidad didáctica se explicita
en una moraleja final. La Grecia clásica atribuyó a Esopo la invención de este género, igual que
asignó a Homero la paternidad de la épica.
Hasta muchos siglos después no se dudó de la existencia efectiva de ambos, señalando además la
perfecta antítesis entre las dos figuras: Homero como cantor de las gestas de los héroes, Esopo
como retratista de la plebe, de las debilidades humanas bajo aspecto de animales. En ambos casos,
numerosas ciudades se disputaron el honor de ser su cuna.
Pocos datos seguros existen sobre la biografía de Esopo, y ya en la época clásica el personaje real
se vio rodeado de elementos legendarios, quedando definitivamente cubierto por la ficción y la
fantasía cuanto pudo tener de histórico. Ello no ha de llevar forzosamente a refutar su existencia,
ya que un historiador de tanto crédito como Herodoto lo describe como un esclavo de un
ciudadano de Samos que había vivido en la centuria anterior.
Según una tradición muy difundida, Esopo nació en Frigia, aunque hay quien lo hace originario de
Tracia, Samos, Egipto o Sardes. Sobre él circuló una gran cantidad de anécdotas e incluso
descripciones sobre su físico que se hallan recogidas en la Vida de Esopo, publicada en el siglo XIV
al frente de una recopilación de sus fábulas preparada por el monje benedictino Máximo Planudes.
Así, se cuenta que Esopo fue esclavo de un tal Xanto o Janto de Samos, que le dio la libertad.
Debido a su gran reputación por su talento para el apólogo, Creso lo llamó a su corte, lo colmó de
favores y lo envió después a Delfos para consultar el oráculo y para ofrecer sacrificios en su
nombre y distribuir recompensas entre los habitantes de aquella ciudad. Irritado por los fraudes y
la codicia de aquel pueblo de sacerdotes, Esopo les dirigió sus sarcasmos y, limitándose a ofrecer a
los dioses los sacrificios mandados por Creso, devolvió a este príncipe las riquezas destinadas a los
habitantes de Delfos.
Éstos, para vengarse, escondieron entre el equipaje de Esopo una copa de oro consagrada a Apolo,
le acusaron de robo sacrílego y le precipitaron desde lo alto de la roca Hiampa. Posteriormente se
arrepintieron, y ofrecieron satisfacciones y una indemnización a los descendientes de Esopo que se
presentaran a exigirla; el que acudió fue un rico comerciante de Samos, descendiente de aquel a
quien Esopo había pertenecido cuando era esclavo. De todo este relato parece histórico que Esopo
fue un esclavo y que viajó mucho con su amo, el filósofo Janto; también se concede bastante
credibilidad al episodio de su muerte.
Por la mención que hace de ellas el historiador Herodoto, se sabe que las Fábulas de Esopo eran
muy populares en la Grecia clásica, afirmación atestiguada también por Platón y Aristófanes.
Conocer a Esopo nunca fue un privilegio de letrados: además de divulgarse oralmente, sus fábulas
se utilizaban como primer libro de lectura en las escuelas. La recopilación más antigua conocida es
la que hizo en el siglo IV a.C. el retórico Demetrio de Falero, discípulo de Teofrasto, que reunía
alrededor de quinientas fábulas y que no ha llegado hasta nosotros.
Las colecciones que se conservan completas son de épocas muy posteriores: la Collectio
Augustana, presumiblemente del siglo I o II d. C., la Collectio Vinobenensis, compuesta por relatos
un tanto más coloridos, aunque con un estilo algo descuidado, y una refundición de las dos
anteriores, la Collectio Accursiana (1479 o 1480), que fue durante mucho tiempo la recopilación
más difundida. Escritas en el lenguaje de su época, y lejos por lo tanto de los textos originales de la
era clásica, estas colecciones contienen un núcleo primitivo esópico aumentado después y
notablemente transformado en el decurso de los siglos.
El león y el ratón
El género de la fábula quedó ya definido por Esopo al dotar a la mayoría de sus cuentos de una
serie de características constantes. Las fábulas de Esopo son breves narraciones compuestas en un
estilo sencillo y claro (como el habla del pueblo al que se dirigen), que tienen habitualmente como
protagonistas a animales personificados, es decir, dotados de la capacidad de pensar y hablar, y
cuya finalidad es transmitir una enseñanza moral práctica y elemental. Precedentes de esta forma
literaria se encuentran en Hesíodo, que presenta el ejemplo más antiguo con su relato del azor y el
ruiseñor en Los trabajos y los días, y en la lírica de Arquíloco, con los relatos del zorro y el mono.
La fábula esópica tiene como tema predominante las relaciones e interacciones sociales entre los
seres humanos, que son descritas desde una visión irónica del mundo y de las estructuras de
poder. Una de las fábulas más breves dice: "Una zorra miraba con desprecio a una leona porque
nunca había parido más de un cachorro. Sólo uno, respondió la leona, pero un león". La enseñanza
contenida en estas breves piezas es una moral común y popular: la prudencia y la moderación son
las virtudes supremas; son estimadas la fidelidad, el agradecimiento, el amor al trabajo. Pese a
ello, no queda en absoluto desprestigiada, por ejemplo, la astucia que sabe aprovecharse de la
estupidez ajena. No se expresa, pues, una ética rígida, sino una moral pragmática y popular,
presidida por el sentido común.
Los animales encarnan determinadas cualidades o actitudes frente a la vida; tales atributos
pueden ser negativos o positivos, y en función de ello se verán castigados o recompensados en el
desenlace de relato. Dichas cualidades se atribuyen a los animales siguiendo una tipología que
permanecería inalterada entre los seguidores e imitadores que desarrollaron el género: la zorra es
la encarnación de la astucia; el lobo, de la maldad; la hormiga, de la previsión; el león, de la
majestuosidad. De este modo, a través del comportamiento de los animales, las virtudes y defectos
del ser humano son viva y eficazmente puestos de relieve ante el lector. Hay que advertir que,
aunque esta sea la tónica general, en algunas de las fábulas intervienen también seres humanos o
divinidades.
Cinco siglos después de Esopo, una colección latina versificada del siglo I d.C. hecha por Fedro, un
esclavo liberado por el emperador romano Augusto, incluyó fábulas inventadas por el propio autor
junto con otras esópicas tradicionales, reelaboradas con mucha gracia y que influyeron en la
manera adoptada por escritores posteriores. Similar alcance tuvieron en el siglo II d. C. las fábulas
griegas en verso de Babrio, y durante la Edad Media las de Esopo tuvieron una extraordinaria
aceptación. En el siglo XVIII, con el auge del Neoclasicismo, el género pareció vivir una edad de oro
de la mano de autores tan prestigiosos como el francés La Fontaine. En lengua castellana
alcanzaron gran fama en la misma época las fábulas de Félix Samaniego y Tomás de Iriarte.
Fedro
(Cayo Julio Fedro; Macedonia, hacia 20-15 a.C. - hacia 50 d.C.) Fabulista latino de la época imperial,
autor de cinco libros de fábulas en verso. Los pocos datos que se conocen de su biografía nos han
llegado a través de su propia obra. Nació durante el principado de Augusto (entre los años 20 y 15
a.C.), en la provincia romana de Macedonia, posiblemente en Pieria, según se lee en el prólogo al
libro III, vv. 17-20, donde el poeta se muestra orgulloso de haber nacido en la tierra patria de las
Musas (en el monte Pierio).
Aunque era esclavo, Fedro recibió una esmerada educación desde joven (sobre todo en latín,
puesto que su lengua natal era el griego). Esto hace suponer a los críticos que fue llevado a Roma
siendo todavía niño y que allí entró a formar parte del grupo de esclavos de Augusto, del que luego
fue liberto. Este dato se encuentra en el título del principal manuscrito de Fedro (Codex
Pithoeanus, del siglo IX), que lo presenta como "liberto de Augusto".
Bajo el gobierno de Tiberio se ganó la enemistad del poderoso ministro Sejano, quien le acusó de
haber hecho maliciosas alusiones personales tras la máscara anónima de los animales de sus dos
primeros libros de fábulas. Fue condenado por ese supuesto delito y cayó en desgracia. Su estado
de absoluta precariedad económica lo llevó a pedir el apoyo de libertos ricos e influyentes como
Eutico y Particulón, a quienes dedicó dos de sus libros. Escribió sus tres últimas obras ya mayor y
vivió hasta la época del emperador Claudio (41-54 a.C.) o, en todo caso, del emperador Nerón (54-
58 a. C), si bien se ignora el año exacto.
Las fábulas
Aunque con anterioridad autores como Hesíodo, Herodoto, Platón, Calímaco o Lucilio habían
insertado fábulas en sus obras, el autor prefirió seguir la tradición griega atribuida a Esopo. Fue así
el primero de los poetas antiguos en escribir fábulas en verso con la intención de que fueran leídas
en forma autónoma. En el prólogo de su primer libro justificó la elección del género con su
intención de reflejar la situación social de los más desprotegidos. Alabó la astucia del débil como el
único recurso frente al poderoso, y la conveniencia de adaptarse a las circunstancias para sortear
los peligros. En el prólogo de su tercer libro confesó que su objetivo no era "censurar individuos,
sino describir la vida misma y las costumbres de los hombres".
El contenido de las fábulas de Fedro obedece, en efecto, a una doble intención: instruir a su
público y deleitarle a un tiempo. El carácter moralizante se manifiesta expresamente en una
sentencia ético-filosófica, o moraleja, emplazada bien al principio de la historia (promithyon), bien
al final de la misma (epimithyon). Por otra parte, a esta intención explícita de divertir y enseñar se
une la crítica sociopolítica. En efecto, Fedro imprime a sus obras un carácter satírico que pone en
evidencia los vicios y defectos de la sociedad de su tiempo, aunque siempre de manera general y
sin citar casos específicos ni personas concretas. Por ello su obra a menudo se convirtió en blanco
para los reproches de sus detractores.
El fabulista latino reconoció a Esopo como "inventor" del género literario de la fábula y se
consideró heredero de los temas que las colecciones helenísticas habían transmitido en prosa
desde el s. IV a.C. Así, admite su dependencia respecto a Esopo en cuanto a las historias, ya que en
lo referente a la forma literaria (en especial, el uso del senario yámbico) reivindica su originalidad.
Su obra fue ignorada en su época, pero a partir de la Edad Media empezaron a circular, con el
nombre de Romulus, diversas prosificaciones de las fábulas de Fedro. En la segunda mitad del siglo
XV, en los albores del Humanismo, Nicolò Perotti reunió los cinco libros de fábulas, así como unas
30 inéditas (el llamado Appendix Perottina) de un manuscrito hoy perdido. En 1596 Fedro
abandona definitivamente el anonimato, al ser editado por Pierre Pithou. A partir de entonces
encontró un lugar junto a Esopo en las grandes antologías, como, por ejemplo, la reunida por Isaac
Nevelet, Mythologia Aesopica, en 1610.
Desde el siglo XVII las fábulas de Fedro suscitaron mayor interés. El movimiento neoclásico apreció
el carácter edificante del género. Empezaron a ser imitadas en prosa y en verso, y se usaron, como
solía hacerse en la Antigüedad y en la Edad Media, como texto escolar. Por otra parte, en este siglo
nació el más fiel imitador de Fedro de todos los tiempos, el francés Jean de La Fontaine, que
publicó sus Fables en 1668. Al siglo XVIII pertenecen igualmente insignes fabulistas españoles,
como Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte, que, aunque imitando directamente a La Fontaine,
recogen la herencia literaria de Fedro.
La Fontaine fue bautizado (y probablemente haya nacido) el 8 de julio de 1621, fue el primer
hijo de Charles de La Fontaine y Françoise Pidoux. Poco se sabe de su juventud en Château-
Thierry (Aisne); se trasladó a París en 1635, se asoció brevemente con los oratorianos, y luego
estudió derecho. En 1647 se casó con Marie Héricart, cuya familia estaba relacionada con Jean
Racine. Compró un puesto (o sinecura) como maestro de las aguas y los bosques en 1652; su
hijo Charles nació un año después. En 1654 apareció su primera publicación, una imitación de
la obra de Terence, Eunuco.
En 1669 publicó Les Amours de Psyché et de Cupido, un largo romance en verso y prosa,
aparentemente una versión simple de la historia de Psycque, relatada en El asno de oro de
Apuleyo. Pero el trabajo de La Fontaine, a pesar de su tono burlón y sus alusiones
contemporáneas, es una meditación muy personal sobre el amor, la belleza y el arte de las
cosas que, como el trabajo sugiere, escapan a definiciones.
Una tercera colección de Contes apareció en 1671, junto con ocho nuevas fábulas. En el mismo
año La Fontaine tuvo que renunciar a su cargo de maestro de las aguas y los bosques, y la
muerte de la duquesa de Orleans en 1672 le dejó sin empleo. En 1673, sin embargo, encontró
una nueva protectora, Madame de La Sablière, en cuyos salones el poeta conoció a muchos
estudiosos, filósofos, artistas y librepensadores. Entre los años 1673 y 1682, publicó una serie
de trabajos: un poema largo religioso para Port-Royal, un epitafio para su amigo Molière,
algunos nuevos contes (los más licenciosos fueron prohibidos de inmediato por la policía), cinco
nuevos libros de fábulas, y varias otras piezas. En 1682, escribió un largo poema en alabanza
de los poderes de la quinina. Como él mismo solía decir, "La diversidad es mi lema".
nació en la villa de Laguardia (Álava) el 12 de octubre de 1745. Fue hijo de Félix Ignacio
Sánchez de Samaniego y Munibe y de Juana María Teresa Zabala y Arteaga, natural de Tolosa
(Guipúzcoa), de cuyo matrimonio nacieron nueve hijos, algunos de ellos de vida breve: María
Josefa (1738-1829), casada con Félix José Manso de Velasco, domiciliada en la villa riojana de
Torrecilla en Cameros; Antonio Eusebio (1739-1790), que estudió en el Real Seminario de
Nobles de Calatayud, regido por los jesuitas, en cuya congregación ingresó en 1757, para morir
más tarde en el exilio en Bolonia; Juana María (1740-1756); Isabel (1747-¿?), monja clarisa en
un convento de Vitoria; Santiago (1749-1780), militar; Francisco Javier (1752); Francisca Javiera
(1753-1799). Conocemos con precisión la historia de la familia ya que hemos conservado gran
parte de sus documentos que se guardan en el Archivo del Territorio Histórico de Álava, revisada
por M. del Camino Urdiáin, lo cual ha permitido a sus biógrafos modernos como Palacios
Fernández o Velilla descubrir detalles de su personalidad, pero también de aspectos de la
organización administrativa y económica de su Mayorazgo.
El palacio de los Samaniego en Laguardia, descrito por Martínez de Salinas, fue
construido en el siglo anterior, aunque su padre lo había mejorado y había añadido el escudo
de armas en su fachada. Estaba situado en la plazuela a la que se asomaba la iglesia románica
de san Juan, reformada a principios de la centuria con la capilla de Santa María del Pilar. Félix
María, al haber entrado su hermano mayor en religión, heredó la casa solariega con sus
derechos y bienes: en Laguardia poseían dos mayorazgos, con la finca de La Escobosa a la
cabeza, en las proximidades del río Ebro. Era propietario, asimismo, del señorío de Arraya,
situado en tierras alavesas del interior, cercanas al puerto de Azáceta, y, después, de los
mayorazgos de Idiáquez, Yurreamendi (ambos en Tolosa) e Irala (en Oñate) que heredó de la
rama materna, con un rico muestrario de palacios, caseríos y tierras de labranza, que le
relacionaban con lo más granado de la nobleza vasca.
Manifestando su padre un gran interés por la educación del joven, le puso en su casa bajo
la protección del licenciado Gaspar Calvo, con quien aprendió a leer, a escribir, y los rudimentos
de gramática y de cuentas. Investigaciones recientes de Aguayo Campo nos han permitido
conocer que las autoridades municipales cuidaron de la educación de los niños y jóvenes. Así,
existía una Capilla de Música y una escuela de Primeras Letras a la que pudo asistir. De mayor
aliento era un Estudio de Gramática que enseñaba humanidades. A lo largo de tres años Félix
María participó en esta institución en la que el profesor Manuel Hurtado de Mendoza le instruyó
en distintas materias: latín, gramática española, ortografía y prosodia, lectura y comentario de
autores grecolatinos y estudio particular del Arte poética de Horacio, métrica y composición
literaria en latín y castellano, oratoria, adagios o sentencias de carácter filosófico-moral, además
de quedar bajo su responsabilidad la instrucción de las buenas costumbres y la formación
religiosa. Este aprendizaje humanístico resultó fundamental para el autor, que con seguridad
orientó sus tempranas inclinaciones a la creación literaria.
Muerta su madre en 1758, ante la desconfianza que tenía su padre por la enseñanza
universitaria, fue enviado a completar sus estudios a Francia, siguiendo las costumbres de la
nobleza vascongada. Asistió a clases en un conocido colegio municipal de Bayona, dirigido por
los jesuitas cuyo funcionamiento analizó Areta Armentia. Sabemos que en él estudió cinco años
de Humanidades siguiendo el modelo de la Ratio Studiorum jesuítica. Sin olvidar la enseñanza
religiosa, este plan estaba destinado al aprendizaje de la lengua y la cultura latina, para dar al
alumno una conciencia humanística y clasicista. Los autores frecuentados con mayor asiduidad,
y que por lo tanto mejor conocía, fueron Horacio y Fedro que aparecerán de manera insistente
en sus escritos. Concluidos los estudios, viajó un tiempo por Burdeos y acaso por Toulouse. En
agosto de 1763 volvía definitivamente a su tierra.
Con el propósito de evadirse y huir del aburrimiento de su aldea natal, empezó a frecuentar
las tierras de Azcoitia, Azpeitia y Vergara, donde vivían sus tíos los condes de Peñaflorida y
otros familiares. En febrero de 1764 estaba en Vergara en las celebraciones de la festividad de
san Martín de Aguirre. Pero enseguida pudo comprobar las inquietudes culturales, sociales y
políticas de un grupo de nobles guipuzcoanos que se movían en aquel ambiente, y así este
mismo año se fundó en Azcoitia la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. El
promotor de estas actividades era su tío Javier María de Munibe e Idiáquez, VIII conde de
Peñaflorida. El 8 de abril de 1765, gracias a las gestiones que hicieron algunos vascos próximos
a la corona como Tiburcio de Aguirre, Joaquín Manrique de Zúñiga, conde de Baños, y Eugenio
de Llaguno y Amírola, llegaba la definitiva autorización por la que se constituía la Real Sociedad
Bascongada. El artículo primero de los Estatutos señalaba el propósito básico de la
institución: El objeto de esta Sociedad es el de cultivar la inclinación y el gusto de la Nación
Bascongada hacia las Ciencias, Bellas Letras y Artes; corregir y pulir sus costumbres; desterrar
el ocio, la ignorancia y sus funestas consecuencias; y estrechar más la unión de las tres
Provincias Bascongadas de Álaba, Vizcaya y Guipúzcoa. Samaniego fue socio fundador junto
a otros prohombres de la sociedad vasca: Joaquín María de Aguirre, marqués de Narros;
Vicente de Lili; Miguel José de Olaso; Roque Javier de Moyúa, marqués de Rocaverde; Domingo
José de Gortázar. Tuvo mayor relación con los alaveses Juan N. de Esquivel, vizconde de
Ambite; Pedro Jacinto de Álava; José María de Aguirre, marqués de Montehermoso; José
Joaquín de Landazuri. Participó activamente en los proyectos de su creación y de su
funcionamiento: colabora en las polémicas fundacionales, interviene en las representaciones
teatrales, o escribe sus primeras obras literarias. Un «Índice del Archivo de la Sociedad», donde
se dan cuenta los títulos de las obras teatrales escritas por sus miembros cita la comedia El
peludo y el embustero como suya, pero carecemos de otras referencias. Se integra en la
Comisión IV que se ocupaba de los temas de Historia, Política y Buenas Letras, incluidos los
educativos.
Cuando murió, sin sucesión, su tío Bernardo de Zabala y Arteaga, Samaniego heredó los
citados señoríos de Yurreamendi, Idiáquez e Irala. Aumentó su prestigio social, su fortuna y
también la necesidad de personarse regularmente en la villa de Tolosa para controlar sus
nuevas posesiones. Allí pasó largas temporadas de descanso que ocupaba con sus aficiones
favoritas entre las que incluía la lectura, la creación literaria, la música, las conversaciones.
Realizó varios viajes a la corte. El 18 de abril de 1766 le sorprendió en este pueblo la matxinada,
la manifestación regional de la famosa revuelta contra el precio de los granos y la carestía de
alimentos, y también contra la reforma, paralela al Motín de Esquilache madrileño. La
sublevación fracasó en San Sebastián, Tolosa y Vergara, y fueron los nobles de estos lugares
los que iniciaron la defensa y represión, pero vivió momentos de zozobra. Para olvidarse,
Samaniego se desplazó en varias ocasiones a Bilbao y Bayona, ciudad en la que pasó un mes
en compañía de su tío Juan Jerónimo de Frías. Su visita a aquella ciudad tenía relación con un
suceso que ocurriría al año siguiente: su matrimonio con Manuela de Salcedo, hija de una
renombrada familia bilbaína. Los poderes para el contrato matrimonial tuvieron lugar en
Laguardia en agosto de 1767, mientras que las capitulaciones y la boda se celebraron en Bilbao
en fechas posteriores. Los jóvenes esposos se fueron a vivir al palacio solariego, aunque
pasaban largas temporadas en la finca de La Escobosa, cuyas condiciones materiales
mejoraron por estas fechas. Sin embargo, Samaniego alterna este sitio con estancias
temporales en Bilbao, Tolosa o Azcoitia, pero también viaja a Madrid para conocer a literatos.
Una de las empresas de mayor aliento de la Sociedad fue la educación, y a ella estuvo
ligado en todo momento Félix María de Samaniego, según muestran las investigaciones de
Palacios Fernández, Sáinz Hernández y Recarte Barriola. Hubieron de esperar hasta las Juntas
de Marquina (1767) para que se hablara de la conveniencia de que la Bascongada promoviera
un centro escolar, con el convencimiento de que la educación era la puerta del progreso y de la
transformación de la sociedad. Se creó una Junta de Institución para que concretara el proyecto,
perfilara los aspectos económicos, solicitara los permisos, redactara un reglamento e hiciera un
plan de estudios, contando para ello con la experiencia acumulada los años anteriores y
consultando con los centros académicos más solventes. Para llevar a buen puerto este nuevo
proyecto la Sociedad tuvo en corte un atento intermediario en el alavés Eugenio de Llaguno y
Amírola, secretario de la Secretaría de Estado, como mostraron Palacios Fernández y Angulo
Morales. En 1771 se organizaron las primeras actividades de la Escuela Provisional en un local
de Vergara. Por consejo de Peñaflorida, escribió un breve ensayo bajo el nombre Los males de
La Rioja (1771) sobre los problemas de su tierra alavesa, y la Disertación sobre la utilidad de
los establecimientos de Sociedades Patrióticas (1774), inédito hasta hace poco.
Según ha descrito el académico Juan Garmendia Larrañaga, en 1775 fue
nombrado alcalde y juez ordinario de la villa de Tolosa por espacio de un año en virtud de
los derechos que procedían de su mayorazgo de Yurreamendi, aunque no pudo tomar posesión
hasta el 7 de marzo a causa de una grave enfermedad que aquejaba a su padre. Vivía en el
palacio de Yurreamendi, sito a las afueras del pueblo, o en el de los Idiáquez, dentro del casco
urbano. Intentó desempeñar su gestión de manera acorde con los principios de un regidor
reformista.
La definitiva aprobación del Real Seminario Patriótico Bascongado se produjo en marzo
de 1776 y en el mes de noviembre se iniciaron las clases oficiales. Se patrocina una formación
moderna en la que cabían las humanidades, las lenguas modernas, las ciencias, el dibujo, la
instrucción religiosa, la música, el aseo y el trato de gentes, las habilidades sociales. Fue
necesario buscar textos adecuados para la enseñanza: en algunos casos se utilizaron algunos
que ya existían en el mercado (El arte nuevo de escribir de Palomares, la Gramática de la
Academia, la Gramática latina de Juan de Iriarte, el Catecismo histórico del abate Fleuri); en
otras ocasiones fue necesario crearlos ex profeso, empleando para ellos sistemas didácticos
(diálogos, verso). Para el aprendizaje del idioma francés era texto obligado las Fables de La
Fontaine, según los datos confirmados. No olvidaba tampoco Samaniego la formación de los
alumnos con la lectura y estudio de Esopo, Fedro y La Fontaine, maestros para el
adiestramiento literario y moral, y aprovechaba sus habilidades literarias para adaptar algunas
fábulas. En las Juntas Generales de 1775, celebradas en Bilbao, presentó ya una colección de
36, y dio lectura a la titulada «La mona corrida».
Desde 1780, y con el fin de evitar problemas de organización en el Seminario, se dispuso
que fuera dirigido de forma rotatoria por los socios de número. Samaniego ejerció la dirección
durante ese curso con enorme entrega y seriedad. Acaso fue en esta época cuando escribió
la Paráfrasis del «Arte Poética» de Horacio, texto olvidado descubierto en los últimos tiempos
ya que se encuentra manuscrito en la Fundación Sancho el Sabio, y no publicado hasta mi
reciente edición de Obras completas, sobre el que ha dicho palabras elogiosas un estudio
reciente de Carlos García Gual. A través de ella se intentaba formar a los alumnos en la imitación
de los buenos modelos y en el conocimiento de las reglas clásicas como valores básicos de la
nueva literatura. Nuestro autor hace una versión fiel al espíritu de la fuente, aunque presentado
con el estilo tan comunicativo que le es habitual.
En 1777 había acabado ya su colección de fábulas que envió a Madrid a Tomás de Iriarte,
el cual dio un informe favorable de las mismas y le remitió más tarde el poema de La
Música (1780) para sellar su amistad. En agradecimiento, el fabulista riojano incluyó unos
versos laudatorios al poeta canario cuando publicó en la imprenta de Benito Monfort de Valencia
sus Fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Bascongado (1781). En el
«Prólogo» indicaba que estas composiciones estaban escritas para los alumnos del Seminario
de Vergara, destinatarios de sus enseñanzas morales, como confirman los versos «A los
Caballeros Alumnos del Real Seminario Patriótico Bascongado» que abrían la colección. El éxito
fue total: buenas reseñas en la prensa, excelentes ventas, y acierto al elegir un género que se
podía convertir en paradigma de la literatura ilustrada. La Bascongada le otorgó el nombre de
Socio Literato. En agradecimiento por su exitoso trabajo y entrega le ofrecieron de nuevo la
dirección del Seminario en enero de 1782.
Como se ha visto, su relación con Tomás de Iriarte fue en principio amistosa, pero
enseguida se rompió dado su carácter orgulloso y polémico, como ocurrió con otros colegas.
En 1782 había publicado éste sus Fábulas literarias en la Imprenta Real. En la «Advertencia del
editor» afirmaba que ésta es la primera colección de fábulas enteramente originales que se ha
publicado en castellano, a pesar de que su autor conocía las de Samaniego manuscritas desde
1777 e impresas en la edición de 1781 que le remitió. Los vicios literarios que criticaba, y las
sospechas de que bajo algunas censuras supuestamente anónimas se podían esconder
personas concretas, dieron paso a numerosas polémicas. Juan Pablo Forner, bajo el seudónimo
de Pablo Segarra, polemizó con él en su Asno erudito (1782), donde recriminaba su poesía al
estilo francés y el prosaísmo de las fábulas del canario, al que respondió con el nombre supuesto
de Eleuterio Geta en el folleto Para tales casos suelen tener los maestros oficiales (1782), en el
que ampliaba la censura a los apólogos de Samaniego. Participó en la refriega un anónimo con
un libelo impreso Observaciones sobre las Fábulas literarias originales de Tomás Iriarte, que en
realidad estaba escrito por Samaniego y había sido publicado en Vitoria, con el que acabaron
de deteriorarse de manera definitiva las relaciones. En él se hacía una reflexión teórica sobre
este género poético y se ponían en entredicho algunas de sus propuestas estéticas.
Quiso la provincia de Álava aprovechar la fama alcanzada por Samaniego en los últimos
tiempos, según vemos en un trabajo reciente mío, por lo que en 1783 le nombró comisario en
corte para que le representara en la capital con el fin de solucionar algunos problemas
provocados por el centralismo borbónico y que tenían que ver con la prohibición de vender
ciertos bienes extranjeros, la cancelación de los impuestos que pagaban en la aduana los
productos que pasaban a Castilla, la suspensión del nombramiento de alcalde mayor de Vitoria
y, en general, la defensa de los fueros tradicionales en continua merma. El 6 de junio estaba
camino de Madrid. No sabemos en qué lugar de la Villa y Corte se hospedó, pero el noble
hacendado también tenía un delegado en corte que hacía frente a los asuntos familiares que
había de solventar en instancias oficiales, o acaso halló mejor acomodo en un palacio que
poseía su tío el conde de Peñaflorida, o en el de algún otro aristócrata vasco (conde de
Baños...). Las influencias de los nobles euskaldunes le abrieron con cierta facilidad las puertas
del palacio real, donde pudo entrevistarse con premura con el ministro Floridabanca, con quien
al principio no congenió mucho pero que, tras sopesar su amena conversación, le invitó a comer
al día siguiente. Estas gestiones, de las que va dando cuenta en sucesivos informes, le llevaron
mucho tiempo y preocupaciones hasta enfermar.
En cuanto pudo, empezó a compartirlas con otras actividades más entretenidas y acordes
con su profesión de escritor: la asistencia a las animadas tertulias de la corte, la presencia en
los espectáculos teatrales, el cultivo de sus aficiones literarias. El carácter desenfadado y alegre
de Samaniego, su fama de buen decidor y versificador improvisado le debieron abrir las puertas
de los salones madrileños, ambiente que ha reflejado con exactitud Ignacio Amestoy en su obra
dramática La zorra ilustrada. Suele ir acompañado de su docto amigo Benitua Iriarte, antiguo
profesor en Vergara, y de su amado sobrino José María, militar, hijo de su hermana María
Josefa. Debió frecuentar las reuniones musicales del palacio del marqués de Manca, la casa
del alavés Llaguno y Amírola, literato, académico y político ilustrado. Es segura su presencia en
la que se celebraba en la casa de los marqueses de Baños, oriundos vascos y huéspedes
ocasionales de su palacio de Yurreamendi. En ella presentó una divertida composición poética
titulada «Ridículo retrato de un ridículo señor» que debió hacer las delicias de los concurrentes.
No sabemos si frecuentó alguna de las otras tertulias que estaban de moda en aquellos tiempos:
el salón de la condesa-duquesa de Benavente y de Osuna, doña María Josefa Alonso-Pimentel
Téllez-Girón, en su finca campestre El Capricho (1784) en la que participaban el marqués de
Manca, Ramón de la Cruz, Gaspar Melchor de Jovellanos, Leandro Fernández de
Moratín, Tomás de Iriarte, Goya; el de la duquesa de Alba, Teresa Cayetana de Silva Álvarez
de Toledo, en el palacete de La Moncloa, castizo y frívolo; o el que celebraba en su palacio de
las Vistillas de San Francisco la condesa de Montijo, doña María Francisca de Sales
Portocarrero, que aglutinó en torno a su persona a un destacado grupo de intelectuales y
literatos ilustrados, de ideario jansenista, como Jovellanos, Meléndez Valdés, Llaguno y
Amírola, aunque el momento de esplendor de la tertulia fue posterior a la época de estancia de
Samaniego.
La Bascongada había recibido en 1 de octubre de 1783 el permiso para la publicación del
segundo tomo de las Fábulas en verso castellano, que apareció en la imprenta de Joaquín
Ibarra en junio de 1784, con reseñas favorables en la Gaceta de Madrid y en el Memorial
Literario. La colección definitiva de las fábulas está formada por 157 composiciones agrupadas
en nueve libros en los que se reúnen un número arbitrario de apólogos. El poeta recoge los
temas del fabulario tradicional. De las fuentes clásicas quedan registradas las que proceden de
Esopo y las de Fedro, deuda estudiada por Cascón Dorado, con las dificultades prácticas que
plantea cada uno. De los modernos son evidentes las deudas a las Fables de La Fontaine,
descritas por Germain, Palacios y Helguera, algunas de Florian, menos conocidas, y las que
proceden del británico John Gay (incluidas en los libros VI, VII, VIII), conocidas acaso a través
de la versión francesa de madame Kéralio (1759) aunque también leyó el texto inglés, como ha
demostrado J. César Santoyo.
Esta fue una propuesta exitosa: Samaniego en ningún caso es traductor de nadie, sino que
pone al día un asunto tradicional al que confiere su propia personalidad, o sea su ideología y
sus querencias estilísticas. Lo mismo que hicieron en su época los maestros que él imitaba. Y
como ellos, una vez conocida la fórmula, añadió al río de la tradición un manojo de temas nuevos
(libro IX). Tiende a la concisión narrativa, pero rehúye el laconismo de los textos clásicos.
Importaba, pues, que nuestro fabulista desempeñara con acierto su labor literaria dando a su
creación una estética adecuada, acorde con su genio poético, y convirtiendo a los apólogos en
vehículo de un ideario capaz de sugestionar a los destinatarios.
La Sociedad aprovechó su estancia en Madrid para añadir un nuevo encargo: las gestiones
para la creación de un Seminario o Casa de educación para Señoritas, que se iba a establecer
en Vitoria, con la intención de que promoviera la formación de la mujer. El proyecto fue bien
visto en la corte. En los Extractos de las Juntas, celebradas en Vergara en 1785, se incluye una
carta del ministro Floridablanca al conde de Peñaflorida en la que se confirma la opinión
favorable. La muerte de Peñaflorida en 1785 fue un hecho luctuoso que impediría su
implantación y también la buena marcha de otras empresas en estudio. Por sus manos debieron
pasar igualmente las tareas de hacer socios de la Real Sociedad Bascongada de algunos
prohombres de las letras con los que tuvo contacto como Juan Meléndez Valdés, catedrático
de Letras Humanas de Salamanca que se dio de alta a finales del 83, o de María Isidra de
Guzmán y de la Cerda, la famosa doctora de Alcalá, quien en 1785 fue nombrada Socia
Honoraria y Literata de la Bascongada, antes incluso de que ingresara al año siguiente en la
Sociedad Económica de Madrid.
Otro de los frentes que había descuidado Samaniego era el del teatro. El arte escénico fue
una de las aficiones literarias que había nacido ya en época temprana. Actor aficionado en las
representaciones de la Bascongada, organizador de los espectáculos teatrales para los socios
por lo que es posible que redactara un «Reglamento que se ha de guardar en las funciones de
teatro de la Sociedad» que recoge Areta Armentia en su libro, fue también autor de varias piezas
teatrales, hoy perdidas. Las aficiones escénicas del fabulista habían renacido debido a la asidua
asistencia a los coliseos de la capital durante esta etapa madrileña. Quizá tuviera contacto con
el Corregidor José Antonio de Armona y Murga, alavés nacido en Respaldiza y con largos años
de servicio a la corona. Por aquellas fechas estaba concluyendo la redacción de sus Memorias
cronológicas sobre el teatro en España (1785), editado por mí en colaboración de varios
colegas, largo ensayo en el que historiaba la organización del teatro español, con especial
atención a los últimos tiempos en que él ejerció la función de Juez protector de los Teatros de
España. Tal vez asistió a los coliseos en su compañía o bajo su protección, y estuvo al tanto de
los estrenos teatrales de aquellos años, y de cuantos episodios interesantes sucedieron en
aquellas fechas como el concurso nacional de Teatro (1784) con motivo del nacimiento de los
Infantes Gemelos, en el que ganaron los dramaturgos neoclásicos, seguido después de largas
polémicas.
Todo esto había animado de nuevo las viejas polémicas entre casticistas, partidarios del
teatro barroco y su continuador el popular, y los renovadores defensores del teatro neoclásico
a las que se va a apuntar Samaniego. La publicación por Vicente García de la Huerta del primer
tomo del Teatro Español (1785), precedido de un prólogo militante contra los
modernos contagiados de un galicismo volátil, le pareció al fabulista una empresa disparatada,
opuesta al buen gusto y a las normas clasicistas, contra la que escribió un folleto titulado 402.
Continuación de las Memorias Críticas bajo el seudónimo de Cosme Damián. El literato
extremeño, que se dio de baja este año de la Bascongada, contraatacó en un ensayo
titulado Lección crítica a los lectores del papel intitulado Memorias Críticas de Cosme Damián,
en el que, con malos modos, descalificaba el lenguaje machihembrado de los vizcaínos y la
lógica volteriana del memorista. La controversia le enfrentó a varios partidarios de la modernidad
como Joaquín Ezquerra, director del Memorial Literario, Jovellanos, Iriarte, Forner o Leandro
Fernández de Moratín con La Huerteida, a los que fue contestando el fiscal con la colaboración
de otros de su misma corriente estética, y ha sido estudiada por Ríos Carratalá, Lama y en
sendos trabajos de René Andioc. Dejó inédito Samaniego un fragmento de una
contestación Número 403, pues simuló hacer la crítica a través de un periódico.
Pero había de demostrar la verdadera hondura de sus conocimientos teatrales en un
excelente artículo, Discurso XLII, parecido en el semanario El Censor, revista de tendencia
ilustrada, a comienzos del año 1786 con la consabida firma de su seudónimo Cosme Damián.
Una cita de Horacio, remedio pon en esto y en aquello encabeza una carta que remite a los
directores indicando las insuficiencias de su periódico en el control del teatro: Ningún objeto es
más importante, más digno de censura, ni más necesitado de ella. El crédito y acaso felicidad
de la nación: las ideas, los usos, las costumbres de sus individuos, la honestidad, la humanidad,
la sólida piedad, la verdadera gloria, el honor, el patriotismo, todas las virtudes naturales,
morales y civiles se interesan en su reforma, y claman altamente por ella. Defiende las ideas de
los ilustrados sobre el arte escénico considerándolo como un espectáculo imprescindible en la
sociedad moderna, pero al que es necesario exigir unas cualidades políticas, literarias, y de
organización para que cumpla con su fin social: Pero señor Censor, nuestro teatro no se halla
en este caso. Es preciso reformarle o destruirle, afirma con rotundidad. Lo que propone es un
completo plan de reforma del teatro que demuestra la profundidad y la variedad de sus
conocimientos sobre la creación dramática y las limitaciones de la puesta en escena
(decoración, cómicos, música, público). Los editores Luis Cañuelo y Luis M. Pereira contestaron
en el Discurso XLIII haciéndole algunas matizaciones.
Enriquecemos la obra de Samaniego con un nuevo libro que hasta el presente se atribuía
a varios autores (Forner, García de la Huerta y Samaniego), sin que encontráramos datos
externos que marcaran con evidencia su autoría. Se trata del folleto Medicina fantástica del
espíritu, y espejo teórico-práctico en que se miran las enfermedades reinantes desde la niñez
hasta la decrepitud: con recetas y aforismos, que suministra la moral. Escrita en metro joco-
serio y prosa por el Dr. D. Damián de Cosme (Madrid, Pantaleón Aznar, 1786). Está formada
por dos piezas introductorias tituladas «A los santos médicos san Cosme y san Damián», en
décimas, y un «Prólogo» en romance donde explica su intención al escribir esta obra: hacer una
revisión de la sociedad para sacar las pertinentes lecciones morales que sirvan para todos,
cuyos principios se formulen en aforismos. Organiza la materia que estudia en tres libros
dedicados respectivamente a la niñez (4 capítulos: la mala crianza, la mala inclinación, la falta
de respeto a los padres, aprender lo malo), a la juventud (8 capítulos: el amor profano, la
violencia de los padres para que se casen contra su gusto, violencia de los padres para que
entren en religión, las hermosas desgraciadas, las mujeres feas, los petimetres presumidos y
afectados, los mayorazgos tontos, los jóvenes poco devotos), de la vejez con 4 capítulos (los
viejos codiciosos, los viejos cortejantes, las viejas que quieren parecer jóvenes, el amor y la
codicia). En cada uno de los capítulos aborda el tema con una descripción de la enfermedad o
mal, un aforismo que fija la doctrina, y una receta donde se explica el procedimiento de curación
de los defectos morales. De versificación variada y de estilo entre irónico y jocoso, se proyectan
las ideas del Samaniego educador, moralista y sociólogo.
Poco después de su vuelta a Bilbao en 1786, llegó de la corte el informe oficial con las
concesiones pedidas sobre los aranceles que, a pesar de que estaba lejos de lo solicitado,
fueron recibidas con agrado. La Provincia le agradeció sus gestiones con una recepción ante
los diputados provinciales y quiso premiarle con el regalo de una vajilla de plata, que rechazó
aunque admitió una bandeja del mismo metal con las armas de la Provincia y una inscripción
donde se indicaban los servicios prestados. El escritor descansa en Bilbao o en Laguardia,
aunque no siempre consigue quedarse al margen ya que le solicitan para las causas más
diversas.
Tomás de Iriarte acababa de publicar la Colección de obras en verso y prosa (Madrid,
1787, 6 vols.), obras completas en las que incluso aparecía el nombre de Samaniego entre los
suscriptores. No sin sorpresa, en sus páginas encontró, a pesar de la ascendencia vasca del
autor, varias composiciones poéticas contra los vizcaínos, en especial una titulada «A un
vizcaíno» donde, sin citarlo expresamente, trataba a Samaniego de «pollino». El fabulista alavés
se enfadó e hizo una glosa de esta décima que fue publicada en el Correo de Madrid (12 de
abril, 1788, III). En la misma línea escribió las «Coplas para tocarse al violín, a guisa de
tonadilla», versos que quedaron inéditos, donde rebajaba los méritos de su poema irartiano
de La música. Pero, por si esto no hubiera sido suficiente, decidió escribir un folleto
intitulado Carta apologética del señor Masson (1788), con el lema «¡Ahora sí que están los
huevos buenos!», sacado de la fábula doce de Iriarte, justamente aquella de la que se afirmaba
que se refería a Samaniego. Supone que quiere defender el honor nacional de los ataques de
Masson de Morvilliers en la Enciclopedia (1782), en aquel conocido artículo sobre «¿Qué se
debe a España?», que había provocado una enconada polémica en defensa de la patria, en la
que no entra. La influencia de los Iriarte consiguió que la Inquisición de Logroño se interesara
por el folleto, abriera un expediente informativo, pero el asunto fue sobreseído.
Al estallar la Revolución Francesa en 1789 el recelo se apoderó del recién inaugurado
reinado de Carlos IV, pues se temía la expansión en nuestro país de las ideas revolucionarias.
Se intentó evitar la entrada de libros franceses, se prohibieron los periódicos salvo los oficiales
(1791), las Sociedades Económicas fueron puestas en cuarentena y, de nuevo, los
conservadores y la Inquisición comenzaron a tomar posiciones. Algunos de los que se habían
distinguido en la promoción del ideario ilustrado fueron ahora preteridos o perseguidos
(Jovellanos, Meléndez Valdés). Seguía Samaniego con su colaboración desinteresada con la
Bascongada y con el Seminario de Vergara, que había iniciado su declive con la muerte del
fundador y por las nuevas circunstancias políticas. En las Juntas Generales de julio de 1790 se
le encargó la revisión de los Extractos publicados hasta la fecha para hacer una nueva edición
de los mismos, tarea que no llevó a cabo. En esta misma asamblea leyó en público algunas
composiciones poéticas. Este año Samaniego, que no había conseguido descendencia de su
mujer legítima, tuvo un hijo natural que fue bautizado en el pueblo guipuzcoano de Lizarza con
el nombre de Félix María de Paula. Este curioso desliz refleja su mentalidad liberal.
Los usos sociales, en particular la relación entre los sexos, habían cambiado debido a la
nueva política de libertades y a la imitación de las costumbres europeas, en particular las
francesas, como han señalado Martín Gaite o R. Haidt. Se produjeron graves rupturas en la
moral tradicional al amparo de las nuevas tendencias éticas que valoraban el vitalismo y el
naturalismo. La literatura ofrece un rico panorama de versos eróticos por más que la censura,
en especial la Inquisición, dejara entonces las composiciones inéditas. Entre los poetas
libertinos hemos de citar a los que participaban en la Tertulia Cadálsica de la Salamanca de los
años 70, donde escribieron versos secretos Juan Meléndez Valdés, José Iglesias de la Casa.
En algunos círculos literarios madrileños, en particular en la Fonda de San Sebastián, floreció
la literatura venérea: José Cadalso; Nicolás Fernández de Moratín con el Arte de putear; Tomás
de Iriarte de quien conservamos un manuscrito de Poesías lúbricas; Leandro Fernández de
Moratín con su libro Fábulas futrosóficas (1821).
Desconocemos en qué momento de su vida empezó Samaniego a cultivar esta especie de
literatura, aunque no la tengo por obra tardía. El conocimiento del La Fontaine fabulista en
Bayona debió desvelar también al autor de los Contes et nouvelles en vers, que pudo
convertirse en referente de su doble vocación literaria, en la que el moralista convive
gozosamente con el libertino. Sobre la escritura de los cuentos eróticos apenas si quedan
referencias en la vida de Samaniego que nos lo presenten ocupado en este menester literario.
Lo recuerda el poeta Gaspar Melchor de Jovellanos quien, cuando le visitó en 1791 en su palacio
de Yurreamendi, anotó atento en su Diario: 1791, viernes, 26 de agosto. Llegada a Tolosa al
anochecer; visita de Samaniego, que reside en la hacienda de Juramendi; graciosísima
conversación. Nos recitó algunos versos de su Descripción del Desierto de Bilbao, dos de sus
nuevos cuentos de los que hace una colección, todo saladísimo; estuvo hasta las diez dadas;
nos instó mucho a quedarnos mañana para comer con él. Ha escrito de educación; su mujer
está en Valladolid, y quiere que yo la vea al ir. El libro de educación al que hace referencia debe
tratarse del folleto nuevo que analizamos antes.
Con todo, los poemas quedaron inéditos, hasta que empezaron a publicarse de manera
parcial en varias colecciones decimonónicas. Habrá que esperar hasta el siglo XX para que
Joaquín López Barbadillo lo editara con el nombre de El jardín de Venus (Madrid, 1921). De
distinta fuente procede El jardín de Venus. Cuentos burlescos (Madrid, Talleres Gráf. El Fénix,
1934), que incluso añade algunos relatos nuevos. Las investigaciones posteriores han
descubierto otras versiones manuscritas que han permitido recomponer con mayor fidelidad las
composiciones eróticas de Samaniego, de las que yo mismo he hecho varias ediciones. Sigue
en ellos la tradición de la literatura erótica europea y española de larga andadura, y en ocasiones
traslada historias leídas en Boccaccio y en otros maestros italianos, según advierte McGrady, o
de colecciones y autores franceses, y en particular de los famosos Contes et nouvelles en
vers de La Fontaine, de quien utiliza más de media docena de poemas, según han advertido en
sendos trabajos Niess y Palacios Fernández. El autor mezcla, combina, recrea y también
escribe otras historias nuevas trazadas sobre los modelos anteriores y que agrega al río de la
tradición erótica.
Los cuentos o historias, según los denomina, de esta colección ofrecen una estructura
sencilla. Maneja los argumentos con suma destreza, como observamos en la gradación de los
incidentes, en lo ocurrente de las circunstancias, en lo imprevisible de los episodios, en el
peculiar uso del lenguaje como señala Garrote Bernal. Son de tono prosaico a pesar de su
versificación, en la que cultiva las convenciones narrativas con el empleo de las silvas o las
largas series de pareados. Los cuentos y poemas eróticos de Samaniego nos descubren un
mundo vitalista y divertido. La visión humorística y burlesca suaviza la obscenidad. Reflejan, por
otra parte, la otra cara del hombre ilustrado: el libertino convive con el moralista, como dos caras
de la misma moneda, según han observado Bellón Cazabán y Ribao Pereira.
Participó todavía nuestro escritor en otra polémica con Iriarte. Siguiendo el ejemplo
del Pigmalion de Rousseau, había estrenado éste en Cádiz el melólogo Guzmán el
Bueno (1790). Samaniego mostrará sus reservas sobre este nuevo género lírico-escénico, que
se estaba poniendo de moda en los coliseos. Escribió un discurso en forma de carta titulado La
respuesta de mi tío sobre lo que verá el curioso lector, publicada contra la voluntad de su
merced, con licencia año (1792) en el que rechazaba el monólogo como género dramático,
censurando luego la obra de Iriarte. Para confirmar su desprecio al mismo, y también a su autor,
se manifiesta dispuesto a escribir una parodia teatral para cortar los progresos de la
monologuimanía. Llevó a cabo esta tarea en su Parodia de «Guzmán el Bueno», soliloquio o
monólogo, o escena trágico-cómico-lírica unipersonal, largo título que remeda el original
irartiano al que añade con gracia nueva edición corregida, aumentada, variada, suprimida para
mayor instrucción de los monologuistas, que ha sido estudiado por Ríos Carratalá. Utiliza el
sistema de la parodia en la que Samaniego entra a saco en el texto del dramaturgo canario
deformando su primitiva estructura con añadidos cómicos y comentarios en verso a su relato
argumental, con las consabidas advertencias sobre la música. El nuevo melodrama, como
señaló José Subirá, inicia la modalidadburlesca que marca el fin de este género. Debió enviar
ambos escritos a su amigo Luis Mariano de Urquijo para que los editara en Madrid, pero al
enterarse de la muerte de Iriarte en septiembre de 1791 debió detener su publicación, quedando
entonces inédito.
Buscando mayor sosiego, en abril de 1792 decide dejar la capital vizcaína para retornar a
Laguardia. La paz se acabó pronto, porque el 7 de marzo de 1793 Francia declaró la guerra a
España. Los franceses invadieron Cataluña y el País Vasco, llegando a tomar La Rioja Alavesa
y no se retiraron hasta agosto de 1795. A Samaniego le afectó en sus posesiones guipuzcoanas,
en especial en Tolosa, cuyo palacio de Yurreamendi quedó desmantelado.
Sucedió aún otro hecho que acabaría por trastornar su vida. Los episodios de la Revolución
y la invasión del País Vasco estaban truncando las libertades de antaño y muchos ilustrados
fueron perseguidos o molestados, sin que Samaniego fuera una excepción, según estudiaba yo
en mi libro y ha recordado después José Luis Martín Nogales. El hacendado bilbaíno José María
de Murga le denunció ante el Santo Tribunal en 1793 por tenencia de libros prohibidos. La
Inquisición de Bilbao remitió la acusación a Logroño, demarcación a la que pertenecía su
pueblo. Le investigan detenidamente: si disponía de permiso de lectura de libros prohibidos;
registran su biblioteca y papeles, concluyendo el tribunal que estaba satisfecho de su cristiandad
y del buen uso que hace de los libros. En octubre el sacerdote del pueblo Joaquín Antonio Muro
le vuelve a denunciar con la colaboración de algunos vecinos. Los testigos le acusan ahora de
haber hablado mal de la Inquisición, de haberle oído decir que los raptos y éxtasis de santa
Teresa eran poluciones, destacan su anticlericalismo y adjuntan otras recriminaciones que
hacían referencia a su ideología y comportamiento personal. Entre los numerosos testigos que
se citaron en este proceso se observaban dos corrientes contrapuestas: unos estaban
dispuestos a exculparle, y otros, por el contrario, aprovechaban el caso con el propósito de
derrotar al librepensador. Para evitar la posibilidad de que se detuviera el proceso en Logroño,
los acusadores dirigieron una instancia al Inquisidor General de Madrid. Samaniego solicitó
ayuda a su amigo Llaguno y Amírola, ministro de Gracia y Justicia, que solucionó el problema
ya que el documento concluye con un lacónico votado a suspensión.
No tiene ninguna credibilidad la tradición que afirmaba que el fabulista estuvo recluido en
el convento de carmelitas bilbaíno de El Desierto, pensando que en el mismo escribiría su
famoso poema anticlerical Descripción del convento de carmelitas de Bilbao, llamado el
Desierto. En realidad estaba redactado en fechas anteriores y, a pesar de su estado
fragmentario, fue muy conocido como confirman las abundantes manuscritos conservados,
aunque no se publicó. Es posible que el mismo poeta lo difundiera en Madrid, ya que en él se
inspiró Goya, como señaló Helman y luego Glendinning, para hacer algunos de sus grabados
críticos con la Iglesia.
Tras estos sucesos, cayó enfermo y se refugió en su mansión de La Escobosa, desde
donde acudió a Logroño buscando la cercanía de los médicos. Seguía con sus aficiones
intelectuales y estaba al tanto de las novedades de Madrid a través de la correspondencia. La
colaboración con la Bascongada y el Seminario se van tornando episódicas. El último servicio
público que prestó a su tierra tiene que ver con un viejo problema que llevaban tratando ya hacía
tiempo: la necesidad de construir un buen camino que permitiera la exportación de los productos
agrícolas de La Rioja Alavesa, en particular del vino. La enfermedad crónica de estómago que
le inquietaba hacía tiempo, ya en 1795 había hecho el pertinente testamento, iba minando su
salud. Después de recibir los sacramentos, murió en Laguardia el 11 de agosto de 1801. Fue
enterrado en la capilla de la Piedad de la iglesia de san Juan, donde la familia poseía una
sepultura.
RAMÓN CAPOAMOR
Poesía
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