Emergencias Psico Sociales

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Desarrollo

Es largo el camino recorrido, quedaron muy atrás y totalmente superadas


las “escenas temidas” que nos acosaban antes de la primera intervención y a
las que debimos dedicarles muchas horas de elaboración. ¿Al ser auto
convocados, seremos aceptados o rechazados? ¿Necesitaremos algún tipo de
permiso para intervenir? ¿Estaremos suficientemente instrumentados? El
cruento atentado terrorista a la Embajada de Israel en marzo de 1992 1 nos
sorprendió cuando aún no estábamos institucionalmente constituidos como
equipo, con varios compañeros tomamos contacto en el lugar, y por primera
vez, con escenas de espanto y horror. En nuestras conjeturas sobre posibles
escenarios de intervención jamás pensamos que podría ocurrir algo así, y ante
ese lamentable hecho ratificamos la necesidad de la existencia de un equipo
como el que estábamos configurando.
Dado lo frecuente de grandes inundaciones en nuestro país, esta
emergencia sí era considerada por nosotros como un escenario posible, Pichon
Rivière realizó varias investigaciones y análisis al respecto y así fue que dos
meses después –mayo de 1992- ya constituidos como Equipo realizamos
nuestra primera intervención con evacuados de un humilde barrio bonaerense
a causa de una fuerte inundación, centenares de familias fueron trasladadas a
escuelas. La angustia imperante fue el contexto de esa primera intervención.
Prácticamente todos los evacuados durmieron en el suelo. Sólo algunos
lograron salvar del agua alguna frazada y se la llevaron consigo. Para proteger
a los chicos del frío de las baldosas, los acostaron en hileras de sillas de la
escuela. En esa ocasión comenzaron a disiparse nuestros temores, fuimos bien
recibidos por las familias damnificadas que rápidamente comprendían nuestra
misión y aceptaban nuestra ayuda. No era necesario ningún tipo de permiso
formal, dada la necesidad y por nuestra prepotencia de trabajo las autoridades
del lugar asimilaron nuestra presencia y así desarrollamos nuestra tarea
cooperando complementariamente, desde nuestra función, con los distintos
organismos que prestaban asistencia.
A lo largo de los años, lo que en un principio –nuestra presencia en el lugar
de la emergencia- llamaba la atención, dejó de suceder. En el año 1996, fuimos
declarados entidad auxiliar de Defensa Civil de la Ciudad de Buenos Aires. No
sin algunas rispideces, a causa de la mezquindad de algunos funcionarios
preocupados más en resguardar su “quintita” que en la angustia de la gente,
fuimos incorporados como actores necesarios en toda situación que genera
conmoción emocional.
Lo que en aquellos años, por lo inédito, era considerado una “nota de color”
por los medios de comunicación, hoy se ha naturalizado y la comunidad toda
tiene incorporada en su imaginario la necesaria e imprescindible presencia,
ante un hecho traumático y en el lugar de la emergencia, de profesionales de la
contención emocional.

Son innumerables las intervenciones realizadas2, prácticamente todas las


que han tomado estado público y muchísimas otras con quienes acuden a
nuestra línea telefónica abierta las 24 horas los 365 días del año. Son personas

1
El ataque terrorista a la Embajada de Israel en Argentina sucedió el 17 de marzo de 1992 y causó 29
muertos y 242 heridos. El ataque destruyó completamente la sede de la embajada.
2
Ver algunas de ellas en Intervenciones.
con fuertes crisis emocionales, algunas con ideas de suicidio, generalmente
provocadas por la desesperanza, es decir por la falta de proyectos.
Lamentablemente el problema hoy globalizado de la crisis socioeconómica,
trae aparejado el riesgo de la despersonalización, es decir, la pérdida de la
autoestima primero, la pérdida de la identidad después. El desempleo o la
angustia por perder el que se tiene son los emergentes más significativos en
los últimos años, que a veces provocan verdaderas catástrofes del Yo.

De modo que caracterizamos también como generadores de angustia


pública (cosa de todos) a aquellas situaciones de orden no físico que se
constituyen en emergencias psicosociales, tomando emergencia no sólo como
concepto de urgencia, sino también como emergentes sociales.

A esto debemos agregarle las dificultades en la comunicación, que atentan


contra los vínculos interpersonales. Dificultades que se asientan en causas
estructurales de desamparo psicosocial dando lugar a una creciente ola de
violencia, con hechos delictivos y rasgos de una criminalidad irracional. Estas
situaciones generan una fuerte paranoia en la población, donde todos
desconfían de todos, se resienten los lazos solidarios y se acrecienta una
actitud de aislamiento, individualismo y falta de identificación con el otro.

Definimos al EPS como un equipo de intervención en crisis emocionales,


cuyos integrantes poseen además de capacitación y entrenamiento, mutua
representación interna es decir, un afiatado conocimiento entre sí que facilita
una interacción vincular donde la comunicación trasciende lo verbal. Esta
operatividad comunicacional, entre otros aspectos, permite realizar la tarea
específica y la autocontención del equipo, antes, durante y después de la
emergencia (Debriefing). Este tipo de intervenciones, en el lugar de la
emergencia, no podrían realizarse si no fuera en equipo. En nuestro caso,
integrado por más de 100 psicólogos sociales que Ad honorem brindamos
asistencia solidaria a la comunidad. El hecho de ser un equipo numeroso
permite realizar los relevos necesarios cuando la intervención perdura por
varios días3 y que de acuerdo a la necesidad siempre haya entre 10 y 15
integrantes operando en el lugar de la emergencia.

Mucho hemos aprendido de los Bomberos Voluntarios, a quienes


consideramos nuestros “primos hermanos”, de ellos hemos tomado varios
aspectos organizativos como modelo, además de la noble y humilde actitud con
que realizan su tarea. Contamos con un Equipo Base integrado por 15
miembros, los de mayor antigüedad, manteniendo un contacto cotidiano a
través de tareas en las áreas de infraestructura, relaciones institucionales,
seminarios de formación y capacitación4, base de datos y filiales5. Cada uno del

3
Graves inundaciones en el Chaco, Santa Fe, y otras localidades, atentado a la Sede de la AMIA, tragedia
de Cromañón y otras.
4
Cursar los Seminarios de Formación y Capacitación cuya duración es de 1 año, es el requisito
indispensable para integrarse en calidad de Voluntario al Equipo y es lo que permite el continuo
crecimiento del mismo.
5
Entre nuestros objetivos se halla el de la configuración de filiales en distintos puntos del país.
La Filial EPS ALTO VALLE, tiene cinco años en la región. Durante este tiempo realizamos diferentes
intervenciones en las provincias de Neuquén, Río Negro y Chubut. Entre ellas, durante el año 2008,
nuestro equipo intervino en los dos desastres naturales más impactantes de la región. En la zona de
resto de los compañeros se halla en sus actividades habituales y ante la
emergencia, prestamente se ponen a disposición a través de nuestro Centro
Operativo.

EPS Emergencias PsicoSociales es un Dispositivo autogestivo. No recibe


ningún tipo de subsidios, criterio adoptado para evitar cualquier tipo de
condicionamientos permitiendo así, nuestra total autonomía. Se sostiene con
la tarea voluntaria y Ad honorem de sus miembros, y la infraestructura con los
recursos económicos que proveen las actividades de docencia a través del
CAEPS Centro de Altos Estudios en Psicología Social.

Las cuatro etapas de la intervención6

Toda intervención del equipo de Emergencias Psicosociales EPS se


apoya sistemáticamente en cuatro etapas o fases a seguir:
1. Encuentro – Contención
2. Catarsis
3. Verbalización
4. Proyecto

Veremos a continuación cada una de estas etapas, haciendo énfasis en que


los tiempos que insume cada una de ellas no son de “tiempo reloj” ni de
“tiempos lógicos”, implica una actitud psicológica por parte del asistente de
respetar la necesidad de cada asistido y del contexto. En la práctica hemos
observado que el shock traumático provoca precisamente una distorsión en el
eje tiempo – espacio, por lo que resulta más operativo referirnos a tempos y
estos estarán marcados por cada necesidad. Tempo (voz italiana) es un
término que en música se emplea para indicar el compás, ritmo y velocidad con
que debe ejecutarse una pieza, elijo este vocablo porque expresa
acabadamente la idea de respeto hacia cada necesidad. En este sentido
también es valioso el término silencio, cuya utilización en música significa
pausa y no ausencia de ruido y si la música no contara con silencios, no
existiría como tal. En la contención emocional el silencio es un puente que
comunica al asistente con el asistido, facilitando a éste el sentirse comprendido
y respetado. Cuando los tiempos reloj obligan a realizar relevos en los

Esquel tras la erupción del volcán Chaitén, y en la zona de Sauzal Bonito (Provincia del Neuquén) tras la
grave inundación sufrida.
Actualmente está finalizando el Seminario de Formación en Uruguay, con lo cual a partir de diciembre
quedará configurada la Filial EPS URUGUAY.
6
Hemos tomado como modelo los cuatro pasos del esquema operativo de la teoría de Alfredo Moffatt.
Véase su libro: TERAPIA DE CRISIS; La emergencia psicológica.
La diferencia respecto a su esquema radica en la distinción que hacemos entre crisis psicológica y crisis
emocional. El EPS interviene ante crisis emocionales, durante las cuales consideramos que las conductas
alteradas son conductas normales ante un hecho anormal. Siendo el sentido último de la intervención,
evitar futuras crisis psicológicas, que una vez producidas requieren un tratamiento más “arqueológico”, en
el sentido de lo exploratorio. Durante nuestra intervención la relación es entre asistente y asistido y no
entre terapeuta y paciente. El esquema moffattiano está referido a las crisis psicológicas donde luego del
primer paso de Contención, son necesarias la Regresión, Explicación y Cambio; 2º, 3º y 4º paso del
tratamiento terapéutico y donde precisamente la relación es entre terapeuta – paciente.
integrantes del equipo por razones de descanso, alimentación, etc., se cuida
estrictamente el mantenimiento del “tempo” de cada situación particular.

Primera etapa

Encuentro – Contención

Si bien la actitud contenedora del asistente debe estar presente durante


toda la intervención, es en este primer momento donde resulta fundamental el
despliegue de la misma. Por el momento me referiré a la actitud de contención
por parte del asistente, que encierra un fuerte compromiso de cercanía y
calidez humana, a lo largo de la obra se irán apreciando a través de qué
acciones y técnicas se implementa dicha contención.
Verdadero Encuentro

En este punto será necesario realizar algunas consideraciones. Sabemos


que existen diversos modos de encuentro, casuales, concertados, sociales, con
mayor o menor grado de superficialidad, de “persona a persona” con mayor o
menor grado de profundidad y compromiso, “como sí” de encuentros que se
dan profusamente en la vida cotidiana, donde dos personas se cruzan o
“encuentran” preguntándose mutuamente, condicionando la respuesta; “¿Cómo
estás... bien?; -“¡Bien... bien!” es por lo general la devolución mecánica que
también dan los dos casi al unísono. Otras veces se recurre al humor,
anteúltimo escalón al miedo, y ante la misma pregunta se responde; -“¡Bien!
¿O te cuento?” esto implica una velada amenaza hacia quien preguntó, otra
más sofisticada es; “...Tengo algunos problemas, si tenés dos o tres horas te
hago una síntesis.” A estas u otras respuestas parecidas posibles les sigue un
intercambio de sonrisas, continuando cada cual por su camino, siendo que tal
vez ni el uno ni el otro estén realmente bien. Otra posibilidad es la siguiente: se
encuentran dos amigos; “¡Hola! ... ¿Cómo estás?” en este caso no hay
condicionamiento, la respuesta viene acompañada con voz y gesto
apesadumbrados; “Mal, muy mal, no sabés lo que me pasó... estoy destruido.”
La primera sensación íntima por parte del primero es (Uy... para qué le habré
preguntado, justo ahora que estoy apurado) ya que por lo general dentro de un
rato tenemos que estar en algún sitio, o alguna actividad siempre nos aguarda,
pero no habrá más remedio que al menos, como en los noticieros de televisión,
escuchar el título o el anticipo de la mala noticia decidido a no escuchar el
desarrollo, entonces la tabla de salvación después de haber escuchado el título
de la mala noticia será la promesa de un hipotético y futuro encuentro; “¡Mirá
vos! que desastre... bueno, tenemos que encontrarnos a tomar un café así me
contás… ¿eh?”, el amigo angustiado que en ese momento necesita ser
escuchado y contenido dirá; “está bien...” a lo que el otro responderá;
“...quedamos así, ¿te parece? Me llamás o te llamo, pero ya sabés que contás
conmigo.” Y el amigo se queda solo con su angustia. Por lo general quienes
dicen contá conmigo, son con los que menos podemos contar, todos sabemos
quienes van a estar a nuestro lado en determinados momentos difíciles, van a
estar cuando haga falta, durante el tiempo que haga falta, sin anunciarlo. Es
muy común comunicarse telefónicamente con alguien y que al encontrarlo en
situación de crisis o enfermo se le pregunte; “¿Querés que vaya?”, lo más
usual es esta respuesta; “No, te agradezco... no hace falta”. Ante el alivio de
esa respuesta puede levantarse la apuesta; “¿Seguro no querés que vaya?
recogiendo una nueva negativa más el agradecimiento por la predisposición, es
decir “se quedó bien” con poco costo. Lo realmente contenedor es, en cuanto
se pueda, ir directamente.
Me he permitido recorrer algunas formas de pseudo encuentros, pues esta
mecanización cotidiana, más los apuros y urgencias para la sobrevivencia en
las grandes ciudades van instalando una desconexión o excesiva distancia
entre las personas, con la consiguiente pérdida de los lazos solidarios, más la
imposibilidad de ponernos en el lugar del otro, pues la mayoría piensa;
bastante tengo con mis problemas. Por eso cuando hablamos de Encuentro en
la asistencia, nos referimos a un intenso y profundo encuentro, de existir al
lado de... Existir significa mucho más que estar al lado, significa vibrar junto al
otro, dejarse atravesar por las emociones y los sentimientos que embargan a
ese ser. Nuestro rol profesional pero no distante y las técnicas internalizadas
nos van a permitir acompañar y asistir al que sufre desde una cercanía óptima,
donde prevalezca el encuentro humano, algo que a veces se pierde de vista en
función de una pretendida “profesionalidad”.
Podemos desarrollar una metáfora apoyándonos en una imagen utilizada
por Alfredo Moffatt en cierta ocasión, “El pozo negro”, “El pozo depresivo”. Una
persona se encuentra en el fondo de un pozo depresivo (Fig.1) a consecuencia
de algún hecho del presente que llamamos factor actual7 o desencadenante, en
una depresión que lo retrotrae al factor disposicional8, sumergido en una
7
El factor actual es uno de los tres factores (constitucional, disposicional y actual) que conforman el
principio de policausalidad (ecuación etiológica). El sujeto medianamente sano enfrenta dialécticamente
los conflictos a medida que se le presentan en su relación con la realidad que lo rodea. Pero hay veces en
que el factor actual (que es un conflicto al que, por diversos motivos, no se lo encara dialécticamente)
entra en complementariedad (en sentido cuantitativo, 2ª acepción) con el factor disposicional, que es una
antigua situación conflictiva -propia de ese sujeto- que presenta analogías con el factor actual. Ese
antiguo conflicto fue “resuelto” en su momento mediante determinada conducta no dialéctica que sin
embargo fue operativa, y que el inconsciente tomó como “receta infalible para toda situación similar”
(estereotipo). El intento de solucionar el conflicto actual mediante el estereotipo producirá una conducta
inadecuada, alienada. Hablamos especialmente de la complementariedad entre el factor actual y
disposicional, porque si consideramos un mismo sujeto, el factor constitucional es constante. Pero si se
toman distintos sujetos, puede observarse también una complementariedad cuantitativa entre el factor
constitucional y los otros dos. […] Rambaut, Leo; Diccionario Crítico de Psicología Social, Según la
teoría del doctor Enrique Pichon Rivière. Edición del autor. 1ª edición, 2002.
8
El factor disposicional es uno de los tres factores (constitucional, disposicional y actual que conforman
el principio de policausalidad (ecuación etiológica). Los conflictos entre las necesidades del niño pequeño
por una parte, y las exigencias del medio por la otra, no siempre son resueltas mediante un aprendizaje.
postura corporal hipotónica, vencido y agobiado por el peso de su situación. Es
una persona des-esperada, ya no espera nada, siente que su vida de ahora en
más no tiene sentido de ser vivida, se encuentra en una profunda crisis, en un
presente continuo o detenido. Se acerca una persona con ánimo de ayudar, de
sacar del pozo a ese sujeto (Fig. 1) tiene buena voluntad, más no guarda
observancia de la que consideramos una ley fundamental en el arte de la
ayuda.

1. Diferenciar mi necesidad de la necesidad del otro, para continuar


con otro axioma:
2. Intervenir en función de la necesidad del otro y no de la propia.

Me detendré un instante en este concepto. Por lo general el común de las


personas al encontrarse ante una situación de dolor o angustia de un
semejante y por un mecanismo espontáneo de identificación siente también
dolor y angustia, así se explica por qué cuando alguien se accidenta a nuestra
vista expresamos un gesto de estremecimiento, cuando en realidad el dolor lo
siente el otro, de la misma manera ante un cuadro de angustia se puede
reaccionar actuando por la necesidad propia, la de poner punto final cuanto
antes a esa situación que nos contagia la angustia. El ejemplo más claro lo
podemos ver cotidianamente cuando se está frente a una persona a punto de
llorar o llorando a causa de algún impacto emocional, lo primero que se le dice
es; “...Bueno, no llores más. Ya vas a ver que todo se va a arreglar”. Este tipo
de manifestación se acompaña por lo general con algunas palmadas o caricias
sobre el hombro o espalda de la persona que llora, resulta obvio que este gesto
está al servicio de la necesidad del que pretende “ayudar” y no al servicio de la
necesidad del sufriente, pues la necesidad de éste radica precisamente en
poder desahogar sus emociones, hecho que caracterizamos como segundo
paso de nuestra intervención, propiciar la catarsis. Esta reacción de coartar el
llanto o cualquier manifestación catártica tal vez derive de un aprendizaje
realizado en la temprana edad, cuando nuestra madre se angustiaba al vernos
llorar y tomándonos en sus brazos, con suaves palmadas nos decía: “...Bueno,
está bien, no llores... ya pasó, ya pasó”. Claro, en los brazos de mamá el dolor
se apaciguaba y dejábamos de llorar, aunque nuestra necesidad en ese
momento pasaba por hacer la descarga, pero esto generaba angustia en
nuestra madre y ella actuaba de acuerdo a su necesidad y no de la nuestra.
Este temprano aprendizaje quedó firmemente fijado, cristalizado en las
personas y por lo general se reacciona de acuerdo a él. Es por ello que el
asistente deberá en todo momento discriminar su necesidad de la
necesidad del asistido, y obrar en función de la necesidad de éste,
ajustando su percepción ya que ésta será la que lo irá guiando en sus actos de
contención. De igual modo evitará erigirse como modelo o parámetro, ya que
no siempre a otros les agrada que les hagan lo que a nosotros nos agrada que
nos hagan. En este sentido hay que dar vuelta la frase “No le hagas al otro lo
que no te gusta que te hagan a ti” y decir “No le hagas al otro lo que a ti te
gusta que te hagan, porque puede que al otro no le guste”. Si cuando estoy

En estos casos el niño recurre a técnicas defensivas que resultan momentáneamente operativas, pero que
quedan como disposición, es decir, como puntos de fijación de la libido (Freud) o como estereotipos
(Pichon Rivière). A ellos regresará para instrumentarse en el futuro, cuando el factor actual o
desencadenante inicie el proceso regresional. [...] Leo Rambaut, Op. Cit.
triste me agrada y alivia que me acaricien, no por eso debo hacérselo a alguien
que esté triste, porque puede resultar que a esa persona no le agrada que la
toquen. El asistente debe percibir en cada momento la necesidad del asistido y
obrar en consecuencia, la comunicación analógica será aquí la mejor guía
para un vínculo operativo.
Volvamos a la imagen metafórica del pozo. Quien intenta ayudar y sacar de
esa situación a la persona deprimida, comienza a enviar mensajes desde lo
alto; “Pero, por favor... salí de ahí, ¡La vida es linda! ¡Vení para aquí arriba,
mirá que lindo sol!”. En fin, todo un repertorio de mensajes llenos de esperanza
y “buenas ondas” como: “Dios te cierra una puerta, pero siempre te abre una
ventana” y tantos otros que en esos momentos no son pertinentes. Obviamente
que al asistido le llegan auditivamente estos mensajes, pero no le sirven en
absoluto, están totalmente alejados de su realidad, sigue sintiéndose solo,
incomprendido en el fondo de un oscuro pozo. Transcurrido un tiempo de
intentos fallidos y ante la sensación de impotencia por no obtener resultados, el
“asistente” intenta una maniobra riesgosa (Fig. 2) procurando estar más cerca,
se inclina hacia dentro del pozo, digo riesgosa por el peligro de caer en él. En
esa posición redobla su esfuerzo y comienza una metralla de sugerencias y
consejos que poco a poco se vuelven sermones; “¡Pero escuchame, cómo vas
a quedarte ahí!; ¡Sos joven, inteligente, no podés quedarte ahí!”, a esta altura el
asistido se hunde un poco más, ya que es verdad que es joven e inteligente,
con lo cual se refuerza su idea de fracaso ante la vida. En un último intento
aparece la “carta en la manga”, el naipe salvador; “¡Pensá en tus hijos, en tu
familia!”; “¡Si no lo hacés por vos, hacelo por ellos!”, pero es que también por
pensar en su familia, en sus hijos es que está así, por no poder darles lo que
ellos necesitan se siente fracasado y sin porvenir. Entonces el resultado es que
se hunde un poco más. Vemos así que estos intentos son infructuosos pues no
se respeta la primera condición necesaria para la ayuda, el verdadero
Encuentro. Planteo en este caso la definición de asistencia como: existir al
lado de... y como dijimos existir implica mucho más que estar, comprende el
resonar, el vibrar con lo que al otro le sucede.
No quedará otra alternativa, si verdaderamente se desea auxiliar y
contener, que bajar al pozo –impregnarse con el sentimiento de pena- (Fig. 3).
Una vez abajo, la situación cambia, nos encontramos incluidos realmente en el
existente, totalmente distinto al que veíamos desde arriba. Desde esta nueva
posición difícilmente se diga lo que se decía antes, el asistente percibe y
acepta la gravedad de la situación, ajusta su capacidad de empatía, siente lo
que el asistido siente y está decidido a intervenir en función de la necesidad del
otro y no de su propia necesidad, ésta ahora es la de encontrar el modo más
operativo de comunicación, respetando los silencios, sin invadir. Busca la
cercanía óptima, cuando lo logra, cuando el asistido se siente comprendido,
respetado y acompañado en su dolor podemos decir que el primer paso, el
Encuentro, está en marcha. Tal vez esta primera etapa es la más difícil de
lograr pero la puerta de entrada a la intervención.
Para lograr el Encuentro

Como hemos visto a través de la metáfora es imprescindible bajar al pozo, y


esto es posible si, continuando con la analogía, contamos con una escalerilla
(Fig. 3) que representa al Rol y las Técnicas. El Rol, papel adjudicado y
asumido, nos sostiene en la tarea. En ocasión del derrocamiento de Salvador
Allende, presidente constitucional de Chile, arreciaban los tiroteos en las
inmediaciones de la casa de gobierno entre fuerzas leales y sublevadas.
Imágenes tomadas por un camarógrafo de la televisión recorrieron el mundo. El
corresponsal de guerra desde su rol, cubría los incidentes cuando haciendo un
paneo desde cierta y lejana distancia observa a través de la cámara que un
soldado apostado en un camión repara en él. Detiene su paneo y fija la imagen
en este soldado, que toma su arma y se predispone a apuntarle, el
camarógrafo aún ante la inminencia del peligro continúa con el registro de
imágenes. El soldado dispara dando en el blanco. La imagen se interrumpe,
pues el periodista se desploma hacia un costado impactado por el disparo.
Podemos preguntarnos; ¿si esta persona no hubiese estado en rol, hubiese
continuado en esa posición? La respuesta obvia es que si hubiese sido un
ocasional transeúnte o turista, se hubiera colocado a buen resguardo. Su rol lo
sostuvo para no perder el registro de lo que consideró un hecho inusual,
categórico y significativo. No es el planteo aquí proponer una actitud desafiante
ni suicida, sino la de subrayar la fuerza que confiere el rol. Así mismo a modo
de ejemplo podemos señalar la actitud de un bombero ante una situación de
peligro, su rol lo sostiene y lo predispone a aceptar el riesgo. ¿Pero sólo el rol
le permite intervenir? De ninguna manera, necesita estar capacitado y
entrenado. Llegamos de este modo a comprender que el otro requisito esencial
son las Técnicas. A lo largo de este libro se irán desarrollando teorías y
técnicas, mas resulta fundamental en este apartado ocuparnos de la que
consideramos la “técnica madre”, la Disociación Instrumental.
Disociación Instrumental

Si tomamos solamente disociación, nos acercaríamos al tema de la psicosis


especialmente la esquizofrenia (esquizo = dividido, frenia = mente) en esa
problemática de la enfermedad mental el sujeto puede a través de un delirio,
manifestar varias personalidades, o la capacidad de escindirse y estar en dos
lugares al mismo tiempo. En el tema que nos ocupa hablamos de una
disociación instrumental, es decir que apoyados en nuestro núcleo esquizoide
podemos desarrollar la capacidad de “dividirnos en dos partes”. Con una y por
el mecanismo de identificación, resonamos, vibramos y sentimos lo que el
asistido siente. Producido el Encuentro y avanzando en el vínculo tal vez a
nuestros ojos se asome alguna lágrima al escuchar su historia de dolor y
sufrimiento, pero al mismo tiempo nuestra otra parte va configurando el cuadro
de situación, el diagnóstico y los pasos a seguir en la intervención, la
estrategia, la táctica y las técnicas que vamos a emplear. Si funcionara en esos
momentos sólo la identificación con ese ser humano que sufre, tal vez no sería
sólo una lágrima sino que podríamos ponernos a llorar al unísono con él. Si
fuera todo racional, intelectualizaríamos los sentimientos poniéndonos a una
excesiva distancia emocional respecto al asistido. La utilización de la
disociación instrumental permite en el asistente la necesaria empatía y al
mismo tiempo la utilización de las herramientas teórico – técnicas que posee.
En el asistido, el percibir que su dolor nos conmueve, que hay otro ser humano
a su lado, y siendo que además es un profesional, confía en nuestra posible
ayuda. Como dije anteriormente, a veces en función de una pseudo
profesionalidad el operador toma una excesiva distancia o al menos se cuida
de expresar su emoción.
Esta capacidad de disociar instrumentalmente es la que nos permite realizar
operativamente la intervención y la que nos diferencia con familiares o amigos
que con muy buena voluntad y con afecto, intentan contener emocionalmente
al afectado, pero que al carecer de esta herramienta fundamental bajan al
pozo, y donde antes había uno ahora hay dos. Hará falta un tercero que los
ayude a salir. La ayuda y la contención de familiares y allegados es
imprescindible, pero por lo antes dicho, no siempre suficiente.

Nombrar a la persona

Debe hacerse por dos motivos fundamentales.


1. Dirigirnos constantemente al afectado pronunciando su nombre
facilita el Encuentro y la cercanía óptima durante toda la intervención.
Nombrar a la persona que está transitando una situación dolorosa es
una forma de acariciarla sin tocarla.
2. Nombrar a la persona apuntala su identidad, ya que ante un impacto
traumático se produce una regresión afectiva que atenta contra la
continuidad del Yo. La identidad está construida sobre la base de
tener conciencia de nuestra historicidad y se apoya
fundamentalmente en los vínculos. El ser reconocidos por otros es un
pilar valioso e imprescindible para la identidad. Establecemos
vínculos con objetos no sólo animados sino también inanimados. Por
ejemplo el vínculo que establecemos con nuestra casa, que pasa a
ser parte de nuestra identidad. Una persona que acaba de perder su
casa a causa de un incendio, siente tambalear su identidad. Yo soy
yo más mi casa, ahora que mi casa no existe ¿Yo existo?
Nombrar a la persona durante la intervención, por ejemplo; “¿Juan... a qué
hora sucedió?” Es una manera subliminal de decirle; “Vos seguís siendo Juan,
lo que sucede es que ahora sos Juan al que se le acaba de incendiar la casa”.

El estado Niño

En su teoría de análisis transaccional Eric Berne sostiene que la


configuración de la personalidad de todo sujeto está constituida por tres
estados del Yo. Estos son: Padre – Adulto – Niño. Resultando que en distintos
momentos de sus interacciones uno de estos tres estados es el que está
activo.
Hemos comprobado en la práctica que ante un hecho traumático el estado
activo del Yo de las personas es el de Niño. El impacto psicológico produce la
regresión. A mayor fuerza del impacto mayor regresión. Es común escuchar...
“¡Tenía tanto miedo que me hice encima!” Es un regresar a estadios como
cuando éramos niños y no se controlaba los esfínteres.
Es fundamental para lograr el Encuentro, que el asistente comprenda que
está ante un “envase” de adulto que contiene a un niño con miedo, pena,
confusión, bronca, etcétera. Alfredo Moffatt ha manifestado que muchas veces
más que un terapeuta se siente un pediatra a quien el paciente le trae un niño
lastimado. No tener en cuenta este aspecto es una de las principales causas
por las que puede verse impedido el Encuentro. En lo cotidiano, no detectar
desde que estado del Yo parte un estímulo y una necesidad del otro, provoca
una respuesta equivocada –transacción cruzada- deteriorando la comunicación
y por ende el vínculo.
Una vez comprendido lo esencial que resulta tener en cuenta este punto, el
asistente pondrá énfasis en dicho aspecto. La persona que se encuentra en
plena crisis emocional no está en condiciones de escuchar la palabra como
concepto, necesita una comunicación pre-verbal. El niño que se despierta
aterrorizado por una tormenta eléctrica en mitad de la noche, corre hacia la
cama de sus padres, la madre al verlo comprende rápidamente lo que le
sucede y lo acuesta a su lado abrazándolo contenedoramente. Imaginemos
que ante la misma situación, esa madre encienda la luz, siente al hijo en el
borde de la cama e intente explicarle el porqué de esos tremendos ruidos que
se escuchan. Ese niño no podrá escuchar nada de lo que se le diga. Sí va a ser
pertinente que al día siguiente, pasado el miedo, la madre le explique de qué
fenómenos de la naturaleza provienen esos tremendos ruidos, se estará
dirigiendo ahora a su estado Adulto. Antes la transacción complementaria fue
de Padre a Niño, ya que desde éste provino el estímulo.
En situaciones de gran angustia o en shock emocional las personas
necesitan sentir la cercanía de otro ser humano, que le sea tomada la mano, o
recibir un abrazo contenedor. Ya vendrá en un posterior momento la
verbalización, de Adulto a Adulto. El poner en palabras los sentimientos
entrecruzados. Pero antes de este tercer paso, habrá que transitar el segundo;
Catarsis, el desahogo de las emociones retenidas.

Segundo paso
Catarsis

La sociedad se ha vuelto reticente al desahogo de las emociones, y esto se


debe a un mal aprendizaje socio-cultural. Podríamos decir que desahogar en
público las emociones está casi penalizado. Catarsis es abreacción, el
desahogo de las emociones retenidas, obviamente que sólo vamos a poder
lograr este momento una vez producido el Encuentro, que es la puerta de
entrada para establecer el vínculo entre asistente y asistido. ¿Por qué
caracterizamos catarsis como el segundo paso y tan fundamental? Porque
contrariamente a lo que podríamos suponer, que las personas que están
atravesando situaciones traumáticas, dolorosas, de hecho y por consiguiente
desahogarán emociones, no siempre es así, por lo general se tiene bastante
dificultad y como dije se debe a un mal aprendizaje socio-cultural que hemos
tenido, y que si bien algo ha aminorado con el correr de los años, todavía
siguen habiendo enormes resabios.
Desde muy pequeños a los varones se les dice: “¡Vamos, vamos che! ¡No
llore!, ¡Sea hombre!”. Existe un tango cuya letra dice: “Sufra compadre, sufra y
no llore que el hombre macho no debe llorar”, ¿que ridículo no? el hombre si es
hombre no tiene que llorar. Un niño jugando con sus amiguitos se cae, se
lastima, siente ganas de llorar, pero seguramente va a hacer presión sobre esta
emoción y no la va a desahogar, ¿Por qué?, porque el temor es que si se larga
a llorar los amiguitos le digan; “Ah… andá mantequita, andá a contarle a
mamita, andá mariquita”. Hay algo que los seres humanos no podemos hacer,
no podemos evitar el impacto de las emociones, porque -como me gusta decir
a mí- cuando la vida te da un cachetazo… te lo dio, a veces es un cachetazo y
a veces es una paliza, te impactó, no pudiste evitar lo que sucedió, pero lo que
si podemos hacer y en muchos casos lamentablemente hacemos, es hacer
presión para que esa emoción no se desahogue, y esto es muy, muy
perjudicial. El niño del ejemplo a lo sumo va a tener una fantasía en su mente,
va a pensar, “en todo caso después cuando llego a casa lloro”, obviamente que
luego cuando llega a la casa, después de haber ejercido esa presión para no
llorar, no va a llorar. Estoy poniendo como ejemplo a los niños, pero la pregunta
que nos podríamos hacer es; ¿Cuántas veces nosotros como adultos hemos
tenido la necesidad de llorar y hemos hecho presión sobre esa emoción
reprimiendo el llanto? Socialmente está mal visto que uno desahogue las
emociones adelante de otras personas.
Yo recuerdo, muchas veces lo cuento, que cuando nació mi tercer hijo,
Nahuel, el más chico, el varón, yo estaba esperando ansioso como todos los
padres, ya que algunos médicos permiten al padre presenciar el parto y otros
no, el de Tamara lo pude presenciar, fue maravilloso y el de Magalí que fue la
primera no, y el último tampoco..., así que estaba esperando, me acompañaba
un amigo, en un determinado momento se acerca el obstetra y me dice así:
“Bueno Sica, es un varón, y el bebé está bien”. Yo salté… ¿Y mi señora?
Porque tuvo esa forma apática de comentármelo, no vino eufórico; “¡Bien, lo
felicito, un varón!” No, un tipo calmo, “bueno, ya nació, un varón, el bebé está
bien”, ¿Y mi señora? Ahí se dio cuenta de su actitud y me dijo “No, su señora
por supuesto está bien”, pero en esos segundos ya me había asaltado una
angustia muy fuerte, el médico continuó; “ya le vamos a avisar cuando pueda
pasar”, y se fue. Yo tenía tal angustia por ese miedo que sentí, que después de
avisarle a mi amigo que enseguida volvería me acerqué al ascensor, no
recuerdo si era un piso quinto o sexto, bajé, llegué hasta la calle, había dejado
el coche a una cuadra, caminé hasta él, subí, me senté, cerré la puerta y recién
ahí pude descargar mi angustia poniéndome a llorar. Luego, ya sereno volví al
sanatorio. Obsérvese todos los recaudos que tomé para sacar el llanto, así que
lo he comprobado en carne propia, hace muchos años, habré pensado; ¡cómo
me voy a poner a llorar aquí!
Podemos ver en una reunión, en una fiesta, una clase o en cualquier
espacio a una mujer que angustiada por algo, está a punto de llorar, cuando
comienza a hacerlo, se levantan dos o tres personas para contenerla, se
acercan, le dan palmaditas en la espalda mientras le dicen; “Bueno, bueno…
calmate, no te pongas así, no llores”. Le piden que no llore. Ahora hay tres
personas que están rodeando a esta señora que tiene ganas de llorar pero que
ya no llora, porque tiene a un cerco humano que la asfixia y le insiste que no
llore, sostiene el pañuelo en la mano aunque ya no le sirve de nada pues ya no
llora. Se acerca un cuarto “asistente” que no tiene espacio para acercarse a la
mujer, pero como no quiere quedarse afuera, quiere ayudar en esta situación,
encuentra la manera, corre a buscar el consabido vaso de agua. Toda la
escena se desarrolla en función de las necesidades de quienes están deseosos
de “ayudar”, pero que no responden a la verdadera necesidad de la mujer.
Regresa con el salvador vaso con agua, entonces a la mujer le aparece en
primerísimo primer plano un vaso de agua, se da cuenta que hay alguien más
que se preocupó por ella, lo que menos tiene es necesidad de tomar agua,
pero como aún en las situaciones de mayor crisis no perdemos la educación
cambia el pañuelo de mano aceptando el vaso, apenas si se moja los labios y
lo devuelve, el solícito “salvador” sujeta el vaso y le dice; “Bueno… ¿te sentís
mejor? Es curiosísimo ¿no? Por el sólo hecho de haber tomado un sorbito de
agua o mojarse los labios tiene que sentirse mejor, y otra vez para no
desairarlo, la mujer le responde; “si… gracias”. Ahora cada uno vuelve a su
lugar aliviado, los tres primeros más el que le trajo el vaso de agua, listo, ya
está mejor. Lo único que se logró es que reprimiera su pena, ahogarle aquello
que necesitaba desahogar.
Por si no lo recuerdo luego, es importante aquí realizar un comentario ya
que el lector después de lo planteado, seguramente en una circunstancia
similar no ofrecerá jamás un vaso de agua, y me parece muy bien, lo que
deseo señalar es lo siguiente; nunca el vaso de agua cuando la persona no se
desahogó, no hizo catarsis, puesto que allí el vaso de agua está a nuestro
servicio, en función de nuestra necesidad, para que se calme, pero no
responde a la necesidad del otro, la necesidad del otro es desahogar, en ese
sentido lo correcto es decir; “Ahí está… no retengas nada, te va a hacer bien”
y así la persona puede que se anime a llorar. Alentar y propiciar el llanto,
teniendo la precaución de no cohibir con nuestra mirada. Una buena táctica es
buscar alguna excusa, ir a buscar una silla, o cualquier acción que permita
dejarle el espacio para que llore, quedarse acompañando en silencio y al lado,
nunca enfrente. Decía entonces que en ese momento el vaso de agua jamás,
porque ya tenemos claro que de hacerlo estamos obturando aquello que la
persona necesita que es desahogarse, pero después que se desahogó sí, en el
momento de la verbalización. En esa etapa puede el asistido necesitar beber
algo, agua o un tecito o un cafecito, algo caliente si es invierno, una
gratificación oral. No ofrecer un té o un café, ¿cómo es esto?; recordemos la
necesaria e imprescindible actitud contenedora que debe tener el asistente, hay
muchísima diferencia entre un té y un tecito. No es tan contenedor ofrecer un
té, sí un tecito. Cuando éramos niños y estábamos enfermos, frustrados por no
poder salir a jugar, mamá se acercaba y mientras revolvía parsimoniosamente
el contenido de una taza, nos decía; “Ahora vas a tomar este tecito… y vas a
ver que te vas a poner bien y vas a poder ir a jugar con tus amiguitos” todo en
diminutivo. Ofrecer entonces un tecito es dirigirse desde el estado Padre al
estado Niño del asistido. Cada tanto me invitan a dar una charla en la Escuela
de Enfermería, los enfermeros tienen que trabajar todos los días con casos
fuertes, con la enfermedad y la muerte, en una ocasión para confirmar una
observación que hice muchísimas veces, les dije… quiero aprovechar que hoy
acá son todos profesionales de la enfermería y les quiero hacer una pregunta;
¿Yo he escuchado bien y he percibido bien? Ustedes por lo general a los
pacientes les dicen; “Hola... ¿cómo andas mamita?”; “Ya llegó la comidita...
ahora vas comer” ¿Les hablan en diminutivo? La respuesta casi al unísono
fue que sí, “sí les hablamos en diminutivo”, les pregunté si sabían por qué lo
hacían, se quedaron descolocados y entonces les expliqué sintéticamente la
teoría de Berne y lo del estado Niño, y que ellos intuitivamente perciben que la
persona por más que esté en un envase de adulto, es un “niño” que está
recuperándose o que está enfermo y le hablan en diminutivo porque se están
dirigiendo al estado Niño del enfermo, del mismo modo; “¡Le dije que no se me
levante de la cama, usted es tremendo se me destapa todo el tiempo, quédese
tapado!”, los retan, y es gente grande, pero sucede que están retando al niño
rebelde que hace lío, y me dijeron, sí es así. En otras oportunidades más lo
testeé y es así, ellos se manejan como si se estuvieran dirigiendo a un niño.
Bueno, ya sabemos lo del tecito, así que en síntesis; en el momento que debe
producirse la catarsis nunca el vaso de agua, ya en el momento de la
verbalización sí va a venir bien.

No todo llanto es catártico

No debemos confundirnos, el acto catártico de la pena es el llanto pero no


todo llanto es catártico, éste es con sollozos, con pausas, la persona se
descarga y se descontractura. En cambio hay un llanto de carga, la persona
llora pero está tan conectada con el hecho traumático que notamos su cuerpo
tenso, contracturado.
Me he referido hasta aquí, a la influencia de un mal aprendizaje en cuanto al
desahogo de las emociones en el varón, pero hallamos las mismas
consecuencias en la mujer. Las mujeres también fueron enseñadas para hacer
presión sobre las emociones, el llanto es el acto catártico que deviene de la
pena, los sentimientos siempre se van asociando unos a otros, rápidamente, si
hay pena es porque indudablemente hubo un sentimiento de pérdida y de éste
deviene la pena por lo perdido y ¿cuál es el acto catártico de la pena? El llanto.
Ahora, ante un deseo no realizado lo que sobreviene es la frustración. La
frustración va a devenir en bronca, y ¿cómo es el acto catártico de la bronca?
Es un estallido colérico, insultar, golpear las paredes, romper algo, etcétera.
Cuando una niña siente bronca ante un deseo frustrado, y necesita
descargar tanta rabia con un estallido colérico, insultando, rompiendo algo, no
faltará la mamá, la maestra, la tía o la vecina, que le digan; “¡No! Eso no es de
una niña” “Eso no es de una señorita”, y así van aprendiendo a hacer presión
para no descargar la ira.
En la sociedad quedaron aspectos estereotipados, las mujeres pueden
llorar porque total son lloronas, que problema hay si lloran. Y los hombres
pueden ser violentos. Cualquiera que se cruce con una mujer llorando, seguirá
su camino como si nada, a lo sumo pensará que se peleó con el novio. En
cambio si nos cruzamos con un hombre llorando, será difícil continuar como si
nada, nos daremos vuelta y nos preguntaremos; ¿Qué le habrá pasado? Si
vemos a un hombre que está de vereda a vereda, insultando a los gritos a
alguien, seguimos nuestro camino sin inmutarnos demasiado, preguntándonos
qué le habrán hecho. En cambio si la misma escena la protagoniza una mujer,
se dirá; “¡Qué loca!; ¡Qué histérica!
Vamos viendo que culturalmente desahogar las emociones no es una cosa
tan fácil como podríamos pensar en un principio. Hacer presión sobre las
emociones para no desahogarlas de hecho ocasiona consecuencias. Las
personas a veces explotamos o lo que es peor, implantamos, como los tubos
de los televisores, es cuando aparecerán las somatizaciones (soma: cuerpo) un
infarto, úlcera, etc. Ello será así si el conflicto se deposita y manifiesta en el
área 2: Cuerpo. Crisis psicológicas si es en el área 1: Mente. Ansiedades
paranoides o fóbicas si es en el área 3: Mundo exterior. Según el análisis
estratigráfico de las áreas fenoménicas del Dr. Enrique Pichon Rivière.
Mientras las personas no logran el desahogo de las emociones, aprecian
todo en forma magnificada, todo parece más grave de lo que en realidad es.
Los efectos de la catarsis son una disminución de la tensión y una aclaración
de las ideas. Otra consecuencia perjudicial de no desahogar dentro del
contexto de los hechos las emociones angustiosas, es la secuela
postraumática. Evitar la posterior aparición de crisis psicológicas es el
principal objetivo que pretende alcanzar el EPS.
Cómo lograr la catarsis
Hay varios aspectos fundamentales y de creciente complejidad para lograr
la catarsis y los iremos desarrollando en este apartado.
En cierta ocasión nos hicieron un reportaje en un diario, les llamó la
atención algo que nosotros decíamos acerca de este tema y titularon la nota:
“Permiso para llorar”, lo tomaron como que nosotros dábamos permiso para
llorar, y en cierto sentido tenían razón, es el primer paso, es permitir el llanto,
vamos a tomar esto de “dar permiso para llorar” es decir, no hacer aquello que
venimos señalando; “Bueno… no llores”, todo lo contrario, dar permiso; “Bueno
ahí está… no retengas nada, te va a hacer bien. No retengas, llorá”. Bien, eso
sería el dar permiso, pero no basta con esto ya que está tan arraigada la
dificultad para poder desahogar las emociones. Por lo general los mismos
familiares obturan el desahogo.
Recuerdo cuando sucedió la caída de un puente colgante en Chubut. Un
contingente de niños acompañados por profesores realizaba una excursión,
provenían de una escuela de un barrio muy humilde de la localidad de Merlo.
Para sacarse una foto subieron al puente que no resistió el peso y cayeron al
río. Murieron ocho niños y la directora. Durante nuestra intervención, a la mamá
de uno de los niños fallecidos, que estaba por supuesto desgarrada por el
dolor, había que contenerla y sostenerla, pero literalmente porque no se
sostenía en pie, había que tenerla abrazada, y yo recuerdo, me quedó grabada
esa escena, que ella quería llorar mientras gritaba y nombraba
desconsoladamente al hijo, el marido que estaba blanco como un papel, tenso,
imagínense tenía tanta angustia como ella, mientras sostenía en una mano la
campera y la cartera de su mujer, le ponía la otra mano en el pecho haciendo
mucha presión, y le decía; “¡No llores, no llores, se fuerte!”, era su necesidad,
el miedo a que ahora le pasara algo a la esposa, y repetía; “¡No llores, no
llores!”. Mientras sostenía abrazada a la mujer le dije; “Déjela que llore, le va a
hacer bien”, y claro, debido a esa adjudicación del rol y por la confianza
depositada en nosotros, haciendo un giro de 180 grados, acto seguido le dijo;
“Llorá, llorá”, le dio permiso. Aproveché su reacción y fue él el que recibió ahora
mi indicación; “Usted también, que le va a hacer bien…llore”. Los dos se
largaron a llorar. Llevé a la mujer hasta un sillón para que se recostara y llorara,
llorara.
Permitir que la persona llore cuando ha comenzado a hacerlo es lo que vimos
hasta aquí, algo más difícil cuando las personas no lo pueden hacer, es
propiciar el llanto.
Ahora veamos de qué manera propiciar, ya no es dar permiso, es provocar
la catarsis. El dar permiso es permitir que la persona llore, pero el propiciar
que pueda llorar o que pueda sacar la bronca es más que eso.
En ese propiciar hay dos niveles, primero de todo es que yo tengo que estar
totalmente convencido de esto que estamos planteando, de que es bueno
propiciar que la persona se desahogue, segundo tengo que estar interviniendo
en función de la necesidad del otro, porque yo preferiría que no llorara, pero sé
que es importante para el otro que llore o que descargue la bronca, entonces
una vez que estoy convencido y compenetrado en que esa debe ser mi actitud,
la de propiciar el llanto, deberé revisar y hacer lo contrario de lo que en la vida
cotidiana se hace. Veamos un ejemplo: me encuentro con un amigo a la
mañana, este amigo percibe que algo me sucede y me pregunta; “¿Hola, cómo
estás?”, no me condiciona la respuesta, no me dice ¿Hola cómo estás, bien?,
me pregunta como corresponde; “¿Cómo estás?” Y yo le respondo; “No sabés
cómo estoy, estoy destruido”; ¿Qué te pasó?; “…Y, me pasó esto, esto, y
esto...”
Es notorio que tengo una angustia tremenda, desearía poder llorar, mi
amigo estuvo correcto, me preguntó bien, yo le conté lo que me sucedía, y nos
quedamos un rato charlando. Pero no pude llorar.
Más tarde me encuentro con otro amigo; “¿Carlos te pasa algo?” -Si,
precisamente esta mañana me encontré con fulano, (un amigo en común) y le
estuve contando, me pasó... le cuento lo mismo que al primero y sigo con la
angustia. Más tarde me encuentro con otro amigo que se detiene, me mira
atentamente a los ojos y me dice; “Carlos, vení acá… ¿qué te pasa?” con un
tono de voz tan profundo y pausado, que ese ¿qué te pasa? se dirige tan
adentro mío que yo le cuento lo mismo que le conté a los otros dos amigos, en
medio del llanto. Nadie pregunta cuando nota a alguien angustiado, ¿Qué te
pasa? de ese modo, porque inconscientemente sabe que si pregunta así lo va
a desarmar y lo evita, pero eso es lo que tenemos que lograr nosotros,
desarmar. Generalmente cuando las personas preguntan ¿Te pasa algo? o
¿Qué te pasa? lo preguntan en un tono de voz alto, neutro, sin sentimiento,
precisamente para que la respuesta sea en ese mismo tono y zafar de
bancarse el llanto.
Cuando queremos propiciar realmente que la persona pueda llorar hay que
preguntarle muy al fondo de su ser; ¿Qué te pasa? Entonces así sí es más
probable que pueda llorar.
Pero eso a veces tampoco alcanza entonces vamos a ver cómo lograrlo
técnicamente, con un grado mayor de complejidad.

Distancia óptima o estética

Adhiriendo a la teoría del distanciamiento de T. Scheff hay una sola posición,


vamos a decir así, en la que se puede hacer catarsis, que más que una
posición es una determinada distancia. La distancia óptima, que Scheff la
llama también distancia estética por el exhaustivo estudio que realizó de la
dramaturgia y las obras de grandes autores clásicos.
Cercanía óptima

Antes de continuar con el desarrollo resulta necesaria una aclaración.


Pichon Rivière aludía a distancia óptima como aquella en la que el otro no está
tan cercano que asfixia al sujeto, o que éste no puede vivir sin él; ni tan lejano
que no le importa, o que no le despierta empatía. El concepto de distancia
óptima suele ser muy utilizado en psicología social para referirse a la distancia
correcta en un vínculo con roles diferenciados, por ejemplo entre el coordinador
de un grupo y los integrantes del mismo. Por ciertas distorsiones en la práctica,
que he observado con el correr del tiempo, en que se ha tergiversado este
concepto resultando distancia como una actitud defensiva por parte del
coordinador respecto a los coordinados, es decir; poner distancia para evitar
confusión en los roles, y siendo que no era ésta la aplicación que le daba
Pichon, para no caer en esa distorsión he dado en llamar cercanía óptima a
aquella primera definición, que alude a lo mismo pero -sobre todo en
asistencia- encierra una imprescindible actitud por parte del asistente, la de que
aún respetando los roles diferenciados, se esté humanamente lo más cerca
posible del asistido.
De esta manera y para no crear confusiones con el desarrollo que estoy
realizando diré a modo de síntesis; entre el asistido y el hecho traumático
deberemos encontrar la distancia óptima y entre el asistente y el asistido, la
cercanía óptima.

Concepto de distanciamiento

Decía al comienzo que hay una sola posición en la que es posible lograr la
catarsis, la distancia óptima y esta se halla en el justo equilibrio entre dos
posiciones: el infradistanciamiento y el hiperdistanciamiento.
Infradistanciamiento: es cuando el asistido se encuentra pegado al hecho
traumático. Es estar muy metido, una persona que está infradistanciada
respecto al hecho, ahora estamos hablando del asistido en relación al hecho
traumático, si está infradistanciado está tan metido que está cargándose de
sentimientos angustiosos. Se le acaba de incendiar la casa, ha perdido todo,
puede que esté llorando, mas no tenemos que confundir, ya vimos que no todo
llanto es catártico, el llanto catártico es un llanto de descarga en cambio en la
posición de infradistanciamiento es un llanto de carga, perdió todo y está tenso,
está infradistanciado, está muy metido en el hecho. No puede jamás hacer
catarsis porque se está cargando, en esa posición no puede descargar, está
infradistanciado.
Hiperdistanciamiento: Es el otro polo. Ante el hecho traumático la persona
reacciona con frialdad, por ejemplo: “Bueno, fíjate si lo encontrás al tío Raúl,
avisale, algo vamos a hacer, bueno igual ya es la hora de cenar vamos a ver a
dónde podemos ir a comer algo...” los que lo escuchan dicen… ¡Mirá que bien
que lo tomó! Otra que bien, está apelando al mecanismo de defensa llamado
negación de la realidad, y está hiperdistanciado. Entonces qué catarsis podrá
hacer si está negando la realidad, ¿con qué emoción se va a conectar? si está
negando o minimizando lo sucedido. Jamás podrá hacer catarsis porque está
hiperdistanciado, y el que está infradistanciado tampoco. Sólo cuando se está
en esta distancia óptima o estética, en el justo equilibrio entre los dos polos, se
puede hacer la descarga.

Cómo se logra la distancia óptima

Por la seguridad que le da el asistente al asistido, como le sucede al


paciente en el consultorio del terapeuta. El consultorio del terapeuta y el
terapeuta le dan una seguridad y una contención que le permite recordar un
hecho doloroso, revivirlo con los sentimientos acompañantes, que ya no serán
abrumadores, y ponerse a llorar, pero sin esa contención, sin esa seguridad no
querrá conectarse con ese recuerdo, con ese dolor, y tampoco podrá llorar.
La distancia óptima se logra con la contención y el sostén que le brinda el
asistente, y con las tácticas y las maniobras para hacer que si está
infradistanciado se corra, no esté tan metido, y si está hiperdistanciado se
corra, y no esté tan lejos, bueno, ¿Y cómo se logra esto?
A la persona que está infradistanciada hay que hacerle preguntas
generales. Cuando el asistido, desesperado y cargándose de angustia expresa;
“Se quemó todo, perdí todo”, allí le preguntaremos, siempre nombrando a la
persona, recordemos que hay que nombrarla porque apuntala su identidad,
subliminalmente se le está diciendo, seguís siendo Juan, nada más que ahora
sos Juan al que se le acaba de incendiar la casa, “¿…Escuchame Juan, ¿a
qué hora fue?”, cuando le pregunto, está tan metido, tan aturdido que casi no
me escucha, y extrañado repite como un eco mi pregunta; “¿A qué hora fue?”;
Sí ¿Dónde estabas Juan, cuando te avisaron? Obsérvese que para responder
dónde estaba y a qué hora fue, debe alejarse del hecho traumático, por
supuesto alejarse psicológicamente, porque el hecho traumático puede haber
sido en Estados Unidos y la persona estar en Buenos Aires, mas se encuentra
infradistanciado porque está shockeado y pensando en la tragedia que le pasó
a un ser querido que vive allí, no nos confundamos con distancias métricas.
Veamos el efecto que produce las preguntas; ¿A qué hora fue?; ¿Dónde
estabas? Él mentalmente se trasladará a la oficina, si estaba en la oficina, o a
la casa de un amigo, y tiene que recapitular a qué hora fue; “Y ... serían las tres
y pico porque yo a las dos terminé de hacer tal cosa...” fíjense cómo se fue
corriendo, se va corriendo gracias a esas preguntas generales que lo sacan un
poco de ahí y lo ponen en una distancia óptima respecto al hecho traumático, la
distancia que le permite una “doble visión” de espectador y participante, donde
desde esta distancia óptima, más la contención del asistente, continuará; “Y
bueno… ahora estoy acá y fijate… perdí todo...” Y ahí sí se pone a llorar el
llanto catártico.
Al hiperdistanciado, preguntas particulares. El hiperdistanciamiento siempre
va a estar relacionado con el intelecto, la frialdad, lo racional, no hay emoción.
Si sucede en el consultorio de un terapeuta la persona puede estar diciendo;
“Sí… mi papá era tremendo, era violento, tenía una agresividad… nos tenía
siempre zumbando, siempre amenazando… con decirte que cuando yo era
chiquito varias veces amenazó con matarme”. Todo el relato sin la más mínima
emoción, con el mismo tono con que se cuenta una anécdota de oficina.
¿Cómo que te amenazaba de muerte?, dirá el terapeuta. “Sí, cada tanto te
mandaba una de esas”; ¿Y te acordás de alguna escena en particular, alguna
que te venga a la mente ahora?; “...Y bueno, me acuerdo que yo tendría siete
años, más o menos, volvía del colegio…” ¿Ibas a la mañana o a la tarde? “Yo
iba a la tarde y cuando volvía del colegio me acuerdo que me ponía en la mesa
de la cocina…” ¿A ver... describime un poco? “…Y bueno, era en la cocina y
yo hacia los deberes ahí en la cocina, primero tomaba la leche y después en
esa misma mesa tenía que sacar los cuadernos, todo, y me ponía a hacer la
tarea” (…) ¿Y que más te viene a la mente? “Bueno… esa tarde que te estoy
contando yo estaba sentado haciendo la tarea y se acercó mi papá y me dijo:
¡Bueno! ¡Más te vale que la hagas y que la hagas bien eh!!! Y sí… me acuerdo
que ahí yo temblaba, (lo expresa con mucha emoción) porque se me ponía
cerca, muy cerca, no se me ponía lejos, se me ponía cerca…” (los sentimientos
de angustia van creciendo, su voz se entrecorta) ¿Pero vos me dijiste que te
amenazaba de muerte?; “Y sí… porque esa misma tarde… aparte de
decírmelo, abrió el cajón de los cubiertos… sacó un cuchillo y me lo puso ¡así!
Acá (en la cara) y me dijo… ¡Porque si no te mato! Sí… me dijo… ¡te voy a
matar!” (con tono de voz y expresión de mucho miedo, conmocionado y
llorando). Del hiperdistanciamiento pasó a la distancia óptima. Recordando los
detalles, al padre parado ahí, con el cuchillo en la mano, cerca de su cara, se
fue acercando al hecho doloroso y pudo llorar.

Un caso de hiperdistanciamiento

En la madrugada de un día domingo nos tocó intervenir por un trágico


accidente en el que perdiera la vida un joven de 18 años. Con tres amigos
transitaba en un auto por una avenida inundada a causa de una intensa lluvia.
El coche se descompuso y detuvo, él y uno de sus amigos se bajaron a
empujarlo, el agua les llegaba casi hasta la rodilla y allí irrumpió la fatalidad.
Por la fuerte presión del agua la pesada tapa de una alcantarilla dejó al
descubierto la boca de tormenta que literalmente se tragó al joven. El amigo
pudo salvarse aferrándose al limpia parabrisas de la luneta trasera.
Llegamos al lugar convocados por Defensa Civil. En la costanera del río,
donde desaguan los caños pluviales, a unas diez cuadras del accidente,
Prefectura y Bomberos se aprestaban con sus lanchas y buzos a la búsqueda
del cuerpo del infortunado joven.
Mi intervención se centró a partir de ese momento en el papá, al tiempo que
mis compañeros de equipo lo hacían con otros familiares y fundamentalmente
con una veintena de amigos, que consternados no abandonaron el lugar hasta
el día miércoles en que fue hallado el cuerpo.
El papá aceptó mi compañía -Encuentro- algo que no habían podido lograr
las autoridades de Defensa Civil, y poco a poco fuimos estableciendo un fuerte
vínculo. Al amanecer fueron llegando los medios de comunicación que con
razonable cautela, por el temor a ser rechazados, se acercaban con la
intención de hablar con él. Para sorpresa de los cronistas, y de la mía también,
fue aceptando cada uno de los requerimientos. Con calma, serena y
distanciadamente, contaba una y otra vez ante las cámaras, lo sucedido. Al
regresar a mi lado me decía, disculpándolos; “Y bueno… ellos están haciendo
su trabajo”. En un momento, refiriéndose a los amigos del hijo me comentó;
“Mirá como están estos chicos... no sé cómo van a hacer para reponerse”.
A la luz de lo que he venido desarrollando anteriormente, vemos aquí un
claro caso de hiperdistanciamiento. No debí esperar demasiado para
comprender la situación ya que en una de nuestras conversaciones mencionó
sufrir últimamente de hipertensión y estar bajo tratamiento. Ahora resultaba
comprensible su reacción, se imponía apelar a una conducta defensiva y de
alguna manera, negar en parte una realidad tan dolorosa.
Como prioridad, alerté a los médicos del SAME que estaban en el lugar,
quienes desde ese momento aproximadamente a cada hora controlaban su
presión.
Como segundo paso, comencé a desarrollar una estrategia dirigida a que
cuidadosamente descomprimiera, desahogara los sentimientos angustiosos, ya
que el reprimirlos y acumularlos encerraba un gran riesgo para su salud. El
mismo que inconscientemente, a través de un mecanismo de defensa él
trataba de evitar.
Recordemos el escenario en el que transcurría la intervención. La vereda de
la costanera a la vera del río, el incesante movimiento de los socorristas que
ante cada infructuosa búsqueda volvían a iniciarla. Familiares y amigos
cargados de dolor y angustia. Medios de comunicación.
Cada vez que percibía el momento oportuno, a medida que las horas
pasaban, le proponía trasladarnos unos metros hasta el bar de una estación de
servicio. Era la invitación a tomar un cafecito, juntos. Una vez allí se daban
estos diálogos.
Desde su hiperdistanciamiento; “¿A vos te parece? Una avenida tan ancha
y que justo ahí se les descompusiera el coche. Es para no creer”
Contame… (Su nombre) ¿Cómo era… (el nombre del hijo)?
¿Cómo era? ¡Ah!... era un tipazo, tan buen pibe, estudiaba, ayudaba a la
madre…
A medida que se conectaba con detalles, recordando al hijo, se sacaba los
lentes y dejaba caer sus lágrimas. Con cautela, ambos, fuimos encontrando
cada vez la distancia óptima que le fue permitiendo ir desahogando
progresivamente, tanta pena.
Para una mirada ingenua resultaría incomprensible mi actitud. ¡Cómo va a
hacerle esas preguntas! ¡Lo hace llorar!
En síntesis:
Al infradistanciado, preguntas generales.
Al hiperdistanciado, preguntas particulares.

¿Por qué distancia estética?

Siempre he sostenido que no sólo la Ciencia nos aporta herramientas,


también y en gran medida, el Arte.
Hay obras de teatro o películas que están construidas en el
infradistanciamiento, son esas obras que desde que comienzan hasta que
terminan nos tienen todo el tiempo con un nudo en la garganta. Los primeros
quince minutos de la película es para que nos identifiquemos y encariñemos
con toda la familia y a partir de ahí el suceso, el drama, la hermosa mamá de
una hermosa nena se muere, él queda viudo y la nena queda huérfana de
madre, ya sentimos un nudo en la garganta. Mientras continuamos
angustiados por el suceso nos enteramos que él padece una enfermedad
terminal y tiene los días contados, con lo cual continuamos tensos, y así hasta
terminar la película. Si fuimos acompañados comentaremos… ¡Dura, eh! Y si,
porque estuvimos todo el tiempo con el nudo en la garganta, esa es una obra
infradistanciada, mantiene al espectador siempre metido, su objetivo es
generar grandes dosis de sentimientos angustiosos sin posibilidad de
resolución. Producen un fuerte impacto emocional generando continua tensión,
pero no permiten la descarga. Suelen ser muy taquilleras pues se habla mucho
de ellas, mas los buenos críticos las despreciarán por sus innumerables golpes
bajos. Scheff las caracteriza, de acuerdo a la teoría de la estética, como obras
infradistanciadas.
El segundo tipo, corresponde a las hiperdistanciadas. En éstas la respuesta
emocional también está ausente. Se trata de aquellas obras o películas en las
que se desarrollan muchas ideas, son de corte netamente intelectual y puede
que los temas estén tratados de forma brillante, que deseemos volver a verlas
para rescatar tal o cual diálogo, pero no despiertan emociones. Son totalmente
racionales.
Por último el tercer tipo de obras se dirigen hacia la catarsis. No buscan el
pensamiento puro carente de emoción, como en las hiperdistanciadas, ni
emoción cruda sin pensamiento, como en las infradistanciadas. Son obras que
buscan la distancia estética de la emoción, ni demasiado lejos ni demasiado
cerca.
Las de distancia estética son las verdaderas obras de arte en las que hay
un momento de infradistanciamiento donde el espectador está vibrando y
resonando con la situación y hay un momento que nos deja descansar, tomar
distancia, eso es lo que permite desahogar, es un movimiento pendular que no
se detiene en un extremo ni en el otro.
Es tan sutil encontrar esa distancia, es milimétrica, pero se logra, con
entrenamiento, incorporando adecuadamente todo cuanto venimos
desarrollando en este libro.
Un ejercicio clave de distancia estética es el que hace la mamá en algunos
momentos cuando juega con su bebe. Hay un juego clásico que todos
conocemos que es ¿Dónde está mamá? La madre se tapa la cara con ambas
manos, ante el chiquito la mamá desaparece y eso lo tensiona, lo asusta, en el
momento justo la mamá descubre su cara y sonriente le dice… ¡acá está!
Cuando reaparece la madre el niño ríe. Si la mamá demora un segundo de más
en sacar las manos… ¡No! No, es una broma, le dice la madre porque el bebé
ya está llorando, un segundo que se demore ya generó demasiada tensión.
Encontrar la medida justa… esta es la distancia óptima o estética.
Yo les sugiero que de ahora en adelante cuando vean un programa, una
película o una obra, vayan identificando si es una obra infradistanciada,
hiperdistanciada o con distancia estética, y recomiendo al lector interesado en
profundizar este tema el libro de T. J. Scheff “La catarsis en la curación, el rito
y el drama”.

Evitar que se agregue sufrimiento al dolor

Es obvio que el dolor provocado por un hecho traumático es imposible de


evitar. La intervención psicosocial se dirige a la contención y al
acompañamiento del asistido durante su tránsito por el dolor, con técnicas
adecuadas y fundamentalmente desde el afecto y la humana cercanía.
Sucede que en estas situaciones el asistido suele agregar sufrimiento al
dolor. Con cada suceso irrumpe una variada gama de sentimientos que
entrelazándose, algunos emergen y otros permanecen en el orden de lo
latente.
Poder hacer la lectura de los sentimientos implícitos y hacerlos emerger,
para su elaboración, es otra de las funciones del asistente. De la extensa
familia de sentimientos que atraviesan al afectado por un suceso traumático,
destaco la culpa.
Cuando el asistido, por lo general de manera inconsciente, se atribuye la
responsabilidad del hecho, está agregándole sufrimiento al dolor. Es
fundamental desarmar ese mecanismo, con el objetivo de que el dolor,
insoslayable, permanezca lo más puro posible.
Daré un ejemplo retomando nuestra intervención por la caída del puente
colgante en Chubut. Aquella madre desgarrada por la pérdida de su hijo,
mientras transitábamos la etapa de la verbalización deslizó este comentario;
“No tendría que haberlo dejado ir”; “Si no lo hubiese dejado ir, hoy lo tendría
conmigo”. Era notorio que el sentimiento de culpa se había apoderado de ella y
de no ser elaborado, ¿cómo podría continuar su vida soportando tamaña
carga?
A lo largo de esas interminables horas en que toda la comunidad de la
escuela esperaba con tremenda angustia que al día siguiente llegaran los
féretros con los niños fallecidos, nos habíamos enterado que ese tan deseado y
esperado viaje había sido proyectado cuatro años antes. Ya dijimos que la
escuela pertenecía a un barrio muy humilde. Durante esos años, maestros,
padres y alumnos se habían dado a la tarea de recaudar fondos, realizando
kermeses, rifas, etcétera. Los niños emprendieron la recolección y venta de
cartones, en fin, todo el barrio se movilizó durante ese tiempo para que pudiera
concretarse ese compartido anhelo.
Utilicé la táctica de desconocer esos preparativos, y fui haciéndole una serie
de preguntas, la primera dirigiéndome por su nombre fue; ¿Cómo nació la idea
del viaje? Comenzó a relatarlo, y ayudada por mis preguntas fue pasando
revista una a una todas las actividades que habían desarrollado. Por último le
pregunté; ¿Decime... después de tanto tiempo, de tanto esfuerzo, vos podrías
no haberlo dejado ir? Hubo un largo silencio; “Claro… ¡Cómo no lo iba a dejar
ir!” (…) “Lo que pasó fue una fatalidad”.
En ocasión de nuestra intervención por el cruento atentado a la Sede de la
AMIA, acompañé durante días a un joven padre que había perdido a sus dos
hijas adolescentes y que desde el lunes, día del hecho, recién el miércoles sus
cuerpos fueron hallados y reconocidos. Durante esas largas y tensas horas el
padre fue atravesando el dolor y un sinnúmero de sentimientos, por momentos
se lo notaba resignado y con cierta fortaleza, al punto que cuidándome él a mí,
buscó la manera de amortiguar la tremenda pregunta que luego me hizo; sí aún
con pequeños restos identificarían a sus hijas.9
Sin embargo podía percibirse que un sufrimiento intenso subyacía a su
dolor. Otra vez decía presente, la culpa.
En un pasaje de nuestras conversaciones tomé como indicio este
comentario; “Ay…todo esto porque uno anda siempre con lo justo”. Sucede que
durante la cena del domingo, la noche anterior al atentado, su hija mayor
estudiante al igual que su hermana, comentó que a la mañana iría a la Sede de
la AMIA para ver si a través de su bolsa de trabajo conseguía un empleo. La
hermana se ofreció a acompañarla y en ese trámite estaban cuando las
sorprendió la muerte.
9
En la Morgue Judicial prevalecían sectores con pequeños restos sólo identificados como femeninos –
masculinos.
Comencé a explorar a partir de su comentario, lo que fue emergiendo era
que su pensamiento estaba anclado en la idea que si él hubiese podido
económicamente sostener a la familia con más holgura, la hija no hubiera
tenido que buscar trabajo hasta tanto terminara sus estudios. La ecuación salta
a la vista; como él no podía aportar lo suficiente, su hija salió a buscar trabajo,
la hermana solidariamente la acompañó, y es por ello que perdieron la vida, por
lo tanto él era el culpable de sus muertes. ¿Cómo hace un padre para
sobrellevar ese sentimiento? Era menester trabajarlo cuanto antes.
Consideremos que la culpa se asocia en par a reproche, cuando el reproche
en lugar de ser dirigido hacía donde corresponde es dirigido hacia uno mismo,
se convierte en culpa.
La táctica que empleé es la misma que anteriormente describí. Yo sabía
muy bien, por las largas conversaciones que habíamos mantenido gracias al
profundo vínculo que se estableció, que provenía de una familia muy integrada,
tenía dos hermanos y convivió con ellos y sus padres, con la cercanía de los
abuelos, hasta su casamiento. Había comenzado a trabajar en su
adolescencia, era un hombre muy trabajador y responsable, se casó muy
joven, forjó una familia en la que reinaba el amor y la armonía, nunca les hizo
faltar nada. Pero claro, era una familia de clase media y como sabemos, los
vaivenes de nuestro país no permiten el progreso en la medida deseada.
Inicié la serie de preguntas que le permitieron hacer un hilo conductor de los
hechos esenciales de su vida, de su siempre disposición al trabajo, de su
actitud responsable, de no retacear nunca el esfuerzo. En el momento oportuno
pregunté; ¿Pensás que podrías haber hecho más de lo que hiciste? ¿Qué
hiciste poco? Después de un reflexivo silencio; “Y…no, trabajé toda mi vida”
(…) “Lo que pasa es que en este país de mierda… no, el país no tiene la culpa,
son nuestros políticos de mierda, corruptos que se afanan todo, ¡Ellos tienen la
culpa!” y continuó con insultos desahogando su bronca. Ahora el reproche fue
dirigido a donde debía ser dirigido.

Tercer paso
Verbalización

Tercera etapa de la intervención. Con verbalización me refiero al empleo de


todas las técnicas, tácticas y maniobras que favorezcan en el asistido poder
poner en palabras todo lo que ha ido pensando y sintiendo desde el mismo
momento que el hecho inesperado irrumpió en su vida. El hacerlo le permitirá
pasar de las escenas, las imágenes traumáticas y caóticas, a la palabra;
principal ordenador que nos permite a los humanos simbolizar, nominar y
compartir con otros.
No creamos que es tan complicado, las palabras brotan en el asistido a
partir del estímulo que el asistente genera con simples y aparentemente
ingenuas preguntas; ¿Cómo fue?; ¿A qué hora?; ¿Qué sentiste?; ¿Qué
pensaste?; ¿Qué sentís ahora?, etcétera. Comunicarse, estructurar su discurso
para ir respondiendo, le permitirá estructurar el adentro y es así que poco a
poco va recuperando el equilibrio emocional perdido.
Es el principal objetivo que persigue esta etapa, no obstante debemos
señalar que existe una articulación con catarsis. Por lo general el sentimiento
de bronca se desahoga a través de la palabra, acompañada de estentóreas
gesticulaciones. Esta catarsis de la ira también es propiciada por el asistente, a
través de comentarios dirigidos hacia ese propósito. Así como hemos visto que
los mismos familiares suelen obturar el llanto y por ende el desahogo de la
pena, lo mismo sucede con el desahogo de la ira o sentimientos derivados de
la misma. Ante un estallido colérico se acostumbra pedirle al afectado que se
tranquilice, que se calme, y ya hemos visto lo perjudicial que resulta reprimir la
exteriorización de los sentimientos angustiosos. Esas acciones tendientes a
hacer presión para que se reprima el desahogo están en línea con la necesidad
del que pretende ayudar y no con la necesidad del afectado. Desde el sentido
común es absurdo pedir calma cuando ha irrumpido un hecho traumático. En
una crisis emocional las conductas alteradas son conductas normales ante un
hecho anormal.
Por otro lado el estallido suele durar pocos segundos y si la persona se
siente comprendida y acompañada, rápidamente pasa a otros estadios, por lo
general al llanto, ya que la bronca suele irrumpir para tapar la pena.
Tomando el resguardo de evitar que el asistido se haga daño o haga daño a
alguien, no es aconsejable coartar el desahogo. Veamos un ejemplo.

Trágico accidente de micro en Brasil

El 12 de enero de 2000, en Santa Catarina, murieron 38 turistas cuando el


micro en el que viajaban por la ruta 470 volcó y embistió a otro micro.

En ocasión de ese grave accidente con turistas de nuestra Provincia de


Tucumán, intervinimos en el espacio que se constituyó como centro de
asistencia a familiares; el Aeropuerto Benjamín Matienzo de dicha provincia.
En vuelo charter un representante por familia viajó a Brasil para conocer el
estado de las víctimas. A lo largo de las horas asistimos junto al personal
médico de Salud Mental (SIPROSA -Sistema Provincial de Salud-) a cientos de
personas que embargadas por la angustia quedaron a la espera del regreso de
los familiares con datos de mayor certeza, puesto que como suele suceder en
estas emergencias, durante las primeras horas las noticias son ambiguas y
escasas.
El pico máximo de tensión y de escenas conmovedoras se produjo cuando
al regreso de la delegación la expresión de sus rostros, ya antes de ingresar al
hall central, anticipaba lo peor. Un joven al que yo venía asistiendo durante la
tensa espera, al ver confirmado el fallecimiento de su madre, irrumpió en un
estallido colérico. Rápidamente otros familiares se abalanzaron pidiéndole
calma, pude alejarlos para permitir el desahogo. Sólo permanecí cerca,
mientras él lanzaba improperios y blasfemaba contra Dios, aún las personas
más creyentes y practicantes suelen hacerlo. Arrojó con vehemencia su llavero
contra el piso y continuó con violentas gesticulaciones. Mi intervención durante
su estallido se limitó a encontrar la cercanía óptima para que sin invadirlo o
coartarle el desahogo, él se sintiera acompañado. Tomé la precaución de
permanecer entre él y los vidrios de enormes ventanales, por el riesgo que la
situación implicaba. Sólo escuchó de mí; “Claro querido… ¿cómo no vas a
estar así”?
Como ya dije, estos estallidos suelen durar pocos segundos. Cuando la
descarga terminó, me halló muy próximo a él, se aferró a mí y comenzó a llorar.
Abrazado lo llevé hasta un banco cercano, nos sentamos. Allí comenzó a
desahogar su pena.
Propiciamos una interacción entre el segundo y tercer paso, es decir que
mientras la palabra permite al asistido progresivamente recuperar el equilibrio
emocional, las emociones no están ausentes, todo lo contrario, y es lo que
permite la abreacción.

Abreacción

El tratamiento que desarrollaron Freud y Breuer consistió en hacer que los


pacientes pasaran por todo su archivo, evocando, uno tras otro, los recuerdos
traumáticos.
A este proceso lo llamaron abreacción y lo definieron así: “Toda la serie de
reflejos voluntarios e involuntarios en que, según lo sabemos por experiencia,
se descargan los afectos: desde el llanto hasta la venganza. Si esta reacción
se produce en la escala suficiente, desaparece buena parte del afecto.”
Mencionan el hecho de “desahogarse llorando”, pero si la reacción es
sofocada, el afecto permanece conectado con el recuerdo. “[…] Cuando no se
produce esa reacción de obra, de palabra, o mediante el llanto… el recuerdo
del hecho conserva en principio su tinte afectivo.”

Si Freud y sus contemporáneos utilizaban la catarsis para la abreacción, el


desahogo de las emociones, para liberar al recuerdo de su tinte afectivo, en el
EPS utilizamos la catarsis y la verbalización en el mismo momento de la
“fabricación” del recuerdo, con el fin de lograr que en el archivo de la mente del
asistido se guarde el hecho traumático de manera que el mismo pase a ser
sólo un recuerdo doloroso sin el aditamento de emociones no elaboradas,
como ser; miedo, pena, ira y por lo que hemos comprobado una y otra vez,
culpa.
Este es el segundo y principal objetivo de la intervención, prevenir las
secuelas postraumáticas, es decir, la crisis psicológica posterior y los
conocidos síntomas que la misma provoca.
En ese sentido buscamos sistematizar el método utilizado en los pasos
segundo y tercero de la intervención: catarsis – verbalización.

Intervención durante la “fabricación” del recuerdo

Hasta el momento y según nuestra experiencia, el asistente debe operar


fundamentalmente desde su hemisferio cerebral derecho, dirigiéndose al
hemisferio derecho del asistido, con la utilización de metáforas, imágenes
verbalizadas y técnicas de Ensueño Dirigido (Desoille) y Sugestión Pos
hipnótica (Erikson). Situándonos en los escenarios caóticos y de emergencias
en los que nos toca intervenir, a la técnica de Ensueño Dirigido (ED) sería más
pertinente llamarla Sueño Despierto (SD) que en todos los casos, por lo
traumático del hecho, son verdaderas pesadillas que los asistidos sueñan con
los ojos abiertos. Resulta obvio que los preliminares de estas técnicas cuando
son utilizadas in vitro, no son necesarios en la intervención in situ, puesto que
los estados de ensoñación y trance en el asistido, son provocados por la
situación misma.
Metáfora del Archivo

Utilizada durante la interacción de los pasos Catarsis – Verbalización.


Tomemos sólo a modo de ejemplo una, de múltiples posibles intervenciones
del asistente.
Asistente: “Veamos cómo vas a guardar todo esto que te está sucediendo, en
el archivo de tu memoria. Va a ser importante para tu vida… Para los días que
vienen.”
A continuación deberá desplegarse una serie de preguntas con el objetivo de
que el asistido, desde una Distancia Óptima respecto al hecho traumático,
pueda tener la “doble visión” por la cual será al mismo tiempo participante y
observador. Resultará fundamental que las respuestas a la serie de preguntas
sean desde el pensar y el sentir. Es como si a partir de las preguntas, con las
respuestas imaginariamente abriéramos dos columnas.
Asistente: “¿Cómo te enteraste?”(…) “¿Más o menos a qué hora?”(…)
“¿Con quién estabas?”. La serie de preguntas que por supuesto deberán
hacerse con las pausas (…) y la actitud contenedora pertinente, Cercanía
Óptima en la relación asistente – asistido, irán dando paso a las dos columnas
imaginarias, pensamientos – palabras y sentimientos – catarsis, ya que con
cada pregunta la respuesta deberá contener como dijimos, la palabra, los
sentimientos concomitantes y el desahogo, la abreacción de los mismos.
En el momento oportuno y con carácter de sugestión posthipnótica el
asistente irá haciendo una síntesis, algo así como un hilo conductor, de lo más
significativo sucedido al asistido hasta el momento, hará hincapié en desechar
todo sentimiento negativo que se haya asociado a la situación, por lo general el
de culpa, ya que como anteriormente mencioné, hemos observado en
innumerables intervenciones la tendencia del asistido -a veces consciente, a
veces inconsciente- a atribuirse la responsabilidad por lo sucedido,
agregándole sufrimiento al dolor, cuando en realidad para nada esto es así. El
asistente cerrará este momento de la intervención, sugiriendo con seguridad,
que así, del modo que lo han hablado, el asistido guardará en el archivo de su
memoria todo lo actual, que luego será recuerdo.
Una vez producida la catarsis y cuando a través de la verbalización el
asistido ha recuperado el equilibrio emocional perdido, será el momento, de
dar lugar al cuarto y último paso; Proyecto.

Cuarta y última etapa


Proyecto

No nos referimos a un proyecto existencial de vida, hablamos de un mínimo


proyecto inmediato de futuro. A la aparición de las aún más pequeñas acciones
futuras. A los próximos pasos que el asistido deberá dar en el marco doloroso
que la vida le impuso.
A esta fase se accede sólo cuando hemos podido acompañar al asistido
transitando por los tres primeros pasos de la intervención que hemos venido
desarrollando hasta aquí. Es decir, cuando se ha logrado el Encuentro, con
una profunda actitud contenedora y cercanía óptima. Cuando desde Catarsis,
el asistido ha desahogado sus emociones. Cuando ha podido desde
Verbalización, poner en palabras lo sucedido, tantas veces como fuese
necesario, comenzando así a recuperar el equilibrio emocional que poseía
antes del hecho traumático desencadenante del shock emocional, sólo cuando
los asistidos han recorrido ese camino acceden a la fase Proyecto,
demostrando la posibilidad de poder "pararse sobre sus propios pies",
anticipando sus próximos pasos, organizando sus acciones futuras, aunque
éstas sean mínimas; “Bueno... ahora tendré que ir a llevarle los chicos a mi
mamá, para que los cuide, después volveré aquí, y comenzaré a hacer los
trámites necesarios para...” . O como sucedió en una intervención del EPS, por
el incendio de un inquilinato muy precario de Dock Sud -localidad de Buenos
Aires- donde 16 familias perdieron absolutamente todo, aunque en esa
oportunidad no hubo que lamentar víctimas fatales. Después de acompañarlos-
asistirlos durante una larga noche y de un lento pasaje de una fase a la otra se
dieron los siguientes diálogos a partir de nuestras preguntas disparadoras;
“¿Bueno... y ahora que van a hacer?”; “Y... ¡lo vamos a construir de nuevo! Dijo
un padre de familia, “¡Sí!, y lo vamos a hacer mejor de lo que era”, dijo otro,
parado sobre una pila calcinada de escombros.
En ocasión de las graves inundaciones en Santa Fe, nuestra compañera
Myrna Campuzano consignó en sus notas; Paola de 21 años decía, “estoy
esperando que baje el agua para ir a limpiar"; Guadalupe de 19 años;
"Estamos esperando que el Gobierno nos dé algo y vamos a volver con lo que
tenemos", Marcelo de 36 años; "Estamos acá hasta que baje el agua, mi
hermano y yo estamos trabajando porque por suerte el lugar donde trabajamos
no se inundó"; Gisella de 24 años; "Cuando baje el agua volvemos, me consigo
una garrafa y chau... empezamos de nuevo”; Mónica de 39 años; "Estamos
bien...yo sigo trabajando, soy portera, si la casa está arruinada nos vamos a
alquilar algo"; Mauricio de 18 años; "Ahora voy a averiguar qué nos van a dar
para reconstruir la casa y nos volvemos”; Raquel de 54 años; "Yo sigo
trabajando en el hospital, si la casa no sirve nos alquilamos algo"... Revisaba
mis anotaciones, y sentía que el proyecto ya estaba instalado.
Este es el momento en que sin acentuar la despedida, ya que los vínculos
surgidos durante toda la intervención fueron muy intensos, el EPS comienza a
retirarse.

¿Cuando lo que se ha perdido es la vida de un ser querido?

El proyecto inmediato de futuro es el de comenzar a aprender a vivir sin la


presencia física de ese ser. Comenzar el duelo. Cuando las circunstancias lo
permiten trasladamos al asistido algunas “herramientas” para tan duro
aprendizaje, ya que el conocer detalles, su importancia, la aproximada
duración del proceso de duelo (las cuatro estaciones del año), y que el ir
elaborando con pena y llanto “cada primera vez” de la ausencia; el primer
verano, su primer cumpleaños, las primeras fiestas de fin de año, etcétera,
ayuda al asistido a vislumbrar como continuará su vida y a comprender que
luego de ese proceso y a través del recuerdo, ese ser querido vivirá por
siempre en su mundo interior. Sabemos que esto es así, y lo confirma la
sabiduría popular; “Los muertos viven en el recuerdo de los vivos”.
Hemos comprobado en muchas intervenciones la gran importancia de
trasladar estos conocimientos, sobre todo a aquellas personas que sufren la
pérdida de un ser querido por primera vez, pues la sensación ante el dolor
desgarrador, es que así no podrá continuar su vida, ya que por
desconocimiento piensa que lo tremendo del dolor actual permanecerá con la
misma intensidad a través del tiempo.
Pude notar con qué atención, desde su profundo dolor, me escuchaba la
mamá que perdió a su hijito en la trágica caída del puente en Chubut. Sucedió
a media mañana del día siguiente del accidente, cuando llegaron los féretros
con los ocho niños fallecidos que iban a ser velados en la escuela. Se ofreció a
las mamás si querían traer ropa limpia para vestir los cuerpos, ya que habían
llegado con las mismas prendas embarradas por la caída al río. Acompañé a
esta mamá a su casa distante unas cuadras, con esmero buscó las mejores
prendas. De regreso a la escuela, mientras caminábamos muy lentamente, fui
transmitiéndole con las palabras más sencillas que encontré, el proceso del
duelo que ahora la esperaba. Su profunda atención, y su mirada agradecida
cuando llegamos, me comunicaron que esas explicaciones le habían traído
algo de alivio a su dolor.

Intervenciones

Entre las intervenciones que tomaron mayor estado público podemos


consignar:

Motín en la cárcel de Av. Caseros

Junio de 1992

Asistencia psicológica a familiares de detenidos en el penal de la Av. Caseros


(Capital Federal) en ocasión de producirse un amotinamiento de jóvenes entre
18 y 21 años en el Pabellón 16, con una fuerte represión por parte de los
guardias. El estampido de las balas se escuchaba en todo el barrio, después
supimos que eran de goma, pero al impactar contra los portones de chapa los
sonidos eran aterradores.

En dicha oportunidad, cientos de familiares sufrieron fuertes crisis emocionales,


en los alrededores de la penitenciaría, temiendo por la vida de sus familiares en
prisión.

Este tipo de intervención se repitió en años posteriores, en otras cárceles.

Atentado a la Sede de la AMIA


Julio de 1994
Desde los veinte minutos de producido el atentado a la Sede de la Asociación
Mutuales Israelitas Argentinas, que provocó el derrumbe total del edificio,
causando 84 muertos y cientos de heridos, el EPS contuvo emocionalmente a
familiares y allegados de las víctimas.

En los primeros momentos la intervención se realizó en el epicentro, calle


Pasteur al 600 y sus alrededores, luego en el Hospital de Clínicas y otros
hospitales donde eran trasladados los heridos, a los que acudían los familiares
en búsqueda de información, embargados por un alto monto de angustia.

Las tareas de remoción de escombros y rescate de los cuerpos duraron varios


días, durante los cuales el EPS desarrolló su tarea de contención psicológica a
cientos de familiares que permanecían reunidos esperando información, en el
Centro Cultural Marc Chagall que comenzó a funcionar como sede provisoria
de la AMIA y la DAIA.

En ese lugar la tarea del EPS se realizó durante 7 días y noches, en forma
ininterrumpida.

Uno de los aspectos más dramáticos de la intervención, fue el de acompañar y


sostener emocionalmente a los familiares que debían concurrir a la Morgue
Judicial para efectuar el reconocimiento de los cuerpos de sus seres queridos.

Explosión del polvorín militar en Río Tercero, Córdoba

Noviembre de 1995

Eran las 9:10 de la mañana, cuando se produjo la primera explosión.

La gente estaba en sus actividades habituales. De pronto las puertas volaron


hacia el interior de las casas, los vidrios de la aberturas cayeron como
guillotinas.

La onda expansiva era una fuerza caliente que comprimía el estómago.

De allí en más todo fue caótico y desesperante, miles de proyectiles de gran


tamaño cruzaban el espacio en distintas direcciones. No se sabía hacía dónde
huir.

La gente comenzó a autoevacuarse, en medio del terror, desde el lugar que se


encontraba. Las familias estaban repartidas, algunos en sus casas, otros en
sus trabajos, los niños en la escuela.

Defensa Civil y otros organismos encararon la ardua tarea de socorrer a las


víctimas y fueron logrando organizar y centralizar la evacuación hacia el
Complejo Turístico de Embalse, localidad cercana a Río Tercero.

Allí es donde el EPS desarrolló su tarea con centenares de evacuados.

Además del pánico y la angustia imperante, el emergente más desestabilizador


fue que las familias quedaron dispersas ya que por la autoevacuación, sus
integrantes se refugiaron en distintos pueblos alejados y sin posibilidad de
comunicación entre sí.

Había padres separados de sus hijos y ancianos de los que no se sabía su


paradero.
Incendio en un inquilinato

Agosto de 1996

Un voraz incendio destruyó totalmente un muy precario inquilinato de dos


pisos, en el barrio porteño de Dock Sud.

16 familias perdieron absolutamente todo, aunque en esa oportunidad no hubo


que lamentar víctimas fatales.

Una vez retirados los bomberos y la guardia de auxilio de Defensa Civil, el EPS
acompañó asistiendo psicológicamente en el lugar, a cerca de 80 personas
atravesadas por fuertes crisis emocionales, rodeadas de escombros
calcinados, en la oscuridad de la noche.

Caída del avión DC 9 de Austral

Octubre de 1997

La caída de un avión de la empresa Austral que se dirigía desde Posadas hacia


el Aeroparque provocó la muerte de sus 74 ocupantes y se constituyó en la
máxima tragedia aérea de la historia argentina.

La aeronave, un DC-9 matrícula LV-WEG, se precipitó a tierra sobre la estancia


Magallanes, en la zona de Nuevo Berlín, a 32 kilómetros de la ciudad uruguaya
de Fray Bentos. El piloto del vuelo 2553 perdió contacto con los radares
argentinos y uruguayos a las 22:23. Se encontraba a 70 kilómetros de la ciudad
entrerriana de Gualeguaychú y se había desviado de su ruta para escapar de
una fuerte tormenta.

De las personas fallecidas, sesenta y nueve eran pasajeros -tres de ellos,


bebes- y cinco conformaban la tripulación.

El EPS apenas ocurrido el fatal accidente asistió a los desesperados familiares


que comenzaban a acercarse al aeroparque Jorge Newbery una vez enterados
que el vuelo estaba en emergencia y de que había perdido contacto con las
terminales aéreas.

Escenas dramáticas se vivieron en el hall de la central aérea durante más de


cuatro horas. La incertidumbre sobre el destino de la nave generó llantos,
desmayos, algunas esperanzas, pero principalmente indignación, ya que no se
suministraba ningún tipo de información.

Pero el estallido máximo de dolor y angustia se dio cuando trascendió que el


avión prácticamente se había pulverizado, sus restos esparcidos en un radio de
800 metros y que sería imposible identificar a las víctimas.
Posteriormente fue necesario continuar nuestra tarea en algunos domicilios
debido a fuertes crisis, que estallaron cuando quedó confirmado el saldo de la
tragedia.
Los deudos sólo pudieron realizar una ceremonia religiosa simbólica cerca del
lugar donde se hallaron los restos del avión.

Graves inundaciones en el Litoral

Mayo de 1998

Una delegación del EPS viajó al Chaco y trabajó durante una semana en la
contención y acompañamiento a las familias que perdieron todos sus bienes y
su trabajo. La tarea del EPS se desarrolló en la localidad de Santa Sylvina, uno
de los lugares más castigados que se encuentra a 300 Km. de Resistencia y
consistió en asistir no sólo a los afectados directos, sino también a los
socorristas que después de extenuantes jornadas de trabajo, se hallaban bajo
una presión constante, asistiendo en una problemática que los afectaba
directamente porque son gente del lugar, siendo los inundados sus propios
vecinos y amigos. En esa ocasión fue muy importante trabajar en la contención
emocional que permitió bajar el monto de ansiedades y reflexionar con los
socorristas acerca de la importancia de permitir que los propios evacuados se
organizaran en el reparto de alimentos, ropa seca y otros elementos que
llegaban. Se hizo sumamente necesario trabajar este emergente con los
socorristas, ya que éstos quedaban exhaustos en su afán de atender
diligentemente a los afectados, a la vez que, sin desearlo, impedían la
saludable y digna actividad autogestiva.

Joven de 18 años, desaparecido en una boca de tormenta

Diciembre de 1998

Durante más de dos días los equipos de rescate realizaron la búsqueda de


Cesar Di Spalastro, quien en la madrugada del domingo 15 desapareció
tragado por una boca de tormenta ubicada en la Av. Libertador y Austria, de
esta Capital.

A causa de una fuerte lluvia, con la avenida inundada, el automóvil donde


viajaba con unos amigos, se descompuso. Él junto a un compañero se bajaron
a empujar el coche, fue en ese fatal momento que la corriente lo "chupó" a
través de una boca de tormenta de unos sesenta centímetros de diámetro,
cuya tapa había saltado por la presión del agua. El amigo pudo salvarse
aferrándose al limpiaparabrisas de la luneta trasera.
En la misma madrugada fuimos convocados por Defensa Civil, para cooperar
desde nuestra función.

Personal de la Policía Federal y Prefectura con el apoyo de Defensa Civil,


comenzaron la búsqueda del cuerpo, con 20 buzos, por los entubamientos que
a 10 cuadras, desembocan en el Río de la Plata.

Fueron interminables horas y días de búsqueda, durante los cuales el EPS


acompañó y asistió emocionalmente al papá y a la hermana del joven, a tíos y
alrededor de veinte amigos, que desconsolados permanecieron casi
ininterrumpidamente en el lugar. El suceso fue seguido con mucha angustia,
por toda la población a través de los medios de comunicación, hasta que recién
en la mañana del miércoles, fue hallado el cuerpo sin vida del infortunado
César, flotando en el Río de la Plata.

Derrumbe de un edificio en el barrio de San Telmo

Diciembre de 1998

Once obreros se salvaron de milagro mientras trabajaban en la remodelación


de un edificio, de Balcarce 378, a tres cuadras de la Casa de Gobierno.

Nueve de ellos sufrieron heridas múltiples al ser aplastados por un techo que
se les desplomó encima. Cinco de ellos estuvieron sepultados entre los
escombros durante unas dos horas y fueron rescatados milagrosamente con
vida.

El Equipo de Emergencias PsicoSociales llegó a los minutos de ocurrido el


hecho, debiendo asistir a los obreros que sufrían una fuerte crisis nerviosa.

El alto monto de angustia crecía mientras el personal de rescate realizaba


ingentes esfuerzos para liberar a las víctimas, lo que afortunadamente, pudo
lograrse.

Terremoto en Colombia

Enero de 1999

Con motivo del trágico terremoto ocurrido en el Eje Cafetero de ese país, varios
profesionales del área de la salud mental, docentes de psicología en
universidades de las ciudades afectadas y otras organizaciones, tomaron
contacto con el EPS a través de Internet, solicitando material e información que
contribuyera a la ingente tarea, que grupos de asistencia realizaban con la
población afectada.

Hemos mantenido una intensa comunicación a través de la Web, a la par de


sentirnos impotentes para brindar una colaboración más efectiva, ya que
resulta complejo transmitir a la distancia o por escrito las técnicas empleadas
en el auxilio psicológico en emergencias.
Era nuestro deseo poder viajar hacia allí, para colaborar en la asistencia y para
transmitir personalmente nuestros modos de intervención e intercambiar
información y vivencias con los colegas.

Lamentablemente, no siempre contamos con los recursos económicos, o la


ayuda para realizar nuestra tarea fuera del país.

Tragedia en el Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires

Vuelo 3142 de LAPA

Agosto de 1999

Esta catástrofe es la más sangrienta de las ocurridas dentro del territorio


argentino y la segunda en la historia de la aviación nacional, detrás del
accidente, que ya hemos narrado, del 10 de octubre de 1997, cuando un DC 9
de Austral proveniente de Posadas cayó cerca de la localidad uruguaya de
Fray Bentos y murieron sus 74 ocupantes.

El vuelo 3142 de LAPA, se estrelló en el Aeroparque Jorge Newbery de la


Ciudad de Buenos Aires el 31 de agosto de 1999 a las 20:54 hora local, cuando
despegaba hacia la ciudad de Córdoba.

Al iniciar la aeronave su carrera de despegue comenzó a sonar una alarma a la


que los pilotos hicieron caso omiso. Esa alarma, que los pilotos no pudieron
determinar a qué se debía, indicaba que los flaps se hallaban retraídos, lo que
les impidió despegar pese a haber superado la velocidad mínima que habían
calculado que necesitaban para hacerlo. Imposibilitados de frenar antes del fin
de la pista por la velocidad que traían, continuaron la carrera fuera de ella,
rompiendo luego las vallas del perímetro del aeropuerto, cruzando la avenida,
arrastrando en su trayecto a un automóvil que circulaba por ella, para terminar
colisionando sobre unas máquinas viales y un terraplén. La pérdida de
combustible sobre los motores calientes y el gas expelido por la rotura de una
planta reguladora de gas existente en el lugar, provocaron el incendio y
destrucción total de la aeronave.

Algunos de los pasajeros lograron escapar del avión en llamas por la puerta
trasera, mientras la mayoría fue víctima del fuego cuando intentó salir por la
puerta delantera, que no se abrió.

En el accidente murieron 65 personas, mientras que 17 resultaron heridas de


gravedad y otras tantas levemente.

Minutos después del accidente el equipo de EPS Emergencias PsicoSociales,


llegó al lugar y comenzó su tarea de auxilio y contención emocional,
cooperando con los organismos de rescate. En el primer momento la tarea se
llevó a cabo en la zona de impacto, un escenario espeluznante: una turbina
destruida en medio de la avenida, trozos de alas dispersos a 100 metros a la
redonda mezclados con restos humanos y más de 100 personas trabajando
entre el fuego.
En un segundo momento el equipo se desdobló continuando la intervención en
el Aeroparque y en el Hospital Fernández, lugares a donde concurrían
shockeados emocionalmente, los familiares de las víctimas. La intervención del
EPS se prolongó durante toda la noche del martes 31 y el miércoles 1 de
septiembre hasta las 24 hs., desde la Casa de Córdoba, institución en la que
permanecían los familiares de las víctimas desaparecidas o no identificadas,
siendo este, en medio de tanto dolor, uno de los emergentes más significativos,
ya que a la tremenda angustia provocada por la tragedia, se sumó la
incertidumbre por las largas horas de desinformación.

Trágico accidente de ómnibus en Brasil

Enero de 2000

El 12 de enero de 2000, en Santa Catarina, murieron 41 turistas que habían


partido rumbo a Camboriú a pasar sus vacaciones, cuando el micro en el que
viajaban por la ruta 470 del estado brasileño volcó y embistió a otro micro.

En ocasión de ese grave accidente con turistas de nuestra Provincia de


Tucumán, el EPS intervino en el espacio que se constituyó como centro de
asistencia a familiares; el Aeropuerto Benjamín Matienzo de dicha provincia.

En vuelo chárter un representante por familia viajó a Brasil para conocer el


estado de las víctimas. A lo largo de las horas el EPS asistió junto al personal
médico de Salud Mental del SIPROSA -Sistema Provincial de Salud- a cientos
de personas que embargadas por la angustia quedaron a la espera del regreso
de los familiares con datos de mayor certeza, puesto que como suele suceder
en estas emergencias, durante las primeras horas las noticias son ambiguas y
escasas.
El pico máximo de tensión y de escenas conmovedoras se produjo cuando al
regreso de la delegación la expresión de sus rostros, ya antes de ingresar al
hall central, anticipaba lo peor.

A la mañana siguiente, en un día gris, de llovizna y de inmensa tristeza, los


familiares, en tenso silencio y profunda congoja veían atentamente desde las
terrazas del Aeropuerto, el aterrizaje del helicóptero Hércules de la Fuerza
Aérea de Brasil, que trajo los féretros con las personas fallecidas.

Micro se desbarranca en un precipicio de Catamarca

Septiembre de 2002

Nueva intervención del EPS en Tucumán dado que las víctimas eran oriundas
de esa provincia que habían viajado a Catamarca en peregrinación a bordo de
un micro sin habilitación y con sobrecarga de pasajeros. Hubo 47 fallecidos,
entre ellos 9 niños. La mayoría del contingente era del Centro de Jubilados de
Concepción, que habían organizado el tour de menos de un día para ir a
agradecer el cumplimiento de sus promesas a la Virgen del Valle de
Catamarca, muy venerada en la región.
La tragedia tuvo lugar cerca de las 22 horas del domingo, cuando el micro que
regresaba de Catamarca, con destino a San Miguel de Tucumán se
desbarrancó con 72 pasajeros a bordo. Uno de los sobrevivientes contó que el
chofer gritó "agárrense, que me quedé sin frenos", para luego caer al precipicio
desde 150 metros de altura y dar contra los árboles.

A minutos de desbarrancarse el ómnibus, se desplegó un gran operativo de


rescate, con la participación de la policía y médicos tanto de Catamarca como
de Tucumán.
La tarea era ardua ya que en medio de la oscuridad de la noche, era difícil dar
con las víctimas y levantarlas, con la ayuda de grúas, hasta la ruta para poder
llevarlas en ambulancia hacia distintos hospitales.

En esta ocasión el EPS fue convocado por el SIPROSA Sistema Provincial de


Salud, con cuyos profesionales de Salud Mental habíamos compartido la
intervención en enero de 2000. Con ellos volvimos a trabajar
mancomunadamente en la asistencia a decenas de familiares.

Caída de un puente colgante en Chubut

Septiembre de 2002

El 19 de septiembre de 2002, un contingente de 47 personas de la escuela 29


de Merlo se subió a un puente colgante en Ameghino, Chubut, sin saber que la
capacidad máxima era de tres adultos. La pasarela cedió y, tras caer al río, se
ahogaron ocho estudiantes y la directora de la institución.

Se intervino, apenas sucedido el accidente, en la escuela de donde había


partido el contingente.

Durante largo tiempo en esa barriada humilde, padres, docentes y alumnos


fueron realizando múltiples actividades para recaudar los fondos que les
permitiera cumplir con el ansiado anhelo de realizar ese viaje. La intención de
llevarse el recuerdo plasmado en una fotografía -para ello subieron al puente- y
la deficiente señalización advirtiendo del peligro, produjeron lo que dio en
llamarse “La tragedia de Chubut”.

El EPS asistió durante largas horas la desgarradora angustia de toda la


comunidad de la escuela. Los padres no hallaban consuelo, los docentes
gritaban silenciosamente su dolor, el barrio todo estaba consternado.

El grado máximo de dolor se sufrió al día siguiente, al llegar los féretros con los
niños fallecidos. En las aulas de la misma escuela fueron velados sus restos.

Inundaciones en Santa Fe

Mayo de 2003

Durante varios días y en dos oportunidades, sendos equipos del EPS


intervinieron en la contención emocional de la gente que aún esperaba ser
rescatada de los techos de sus casas, otros que se negaban a abandonarlas y
con centenares de evacuados en distintos puntos de la ciudad.

Intensas precipitaciones que alcanzaron una cifra de 550 mm en 5 días,


sumado a los 1500 mm ya caídos en los anteriores 4 meses, provocaron el
desborde del río Salado inundando un 75% de la ciudad de Santa Fe y sus
alrededores, en uno de los desastres más severos de los últimos 100 años.

El saldo del desastre arrojó 23 muertos, en su mayoría niños y personas de


tercera edad que yacían flotando sobre las aguas. El río Salado subió su nivel a
una tasa de 2 cm por hora, alcanzando una profundidad histórica de 7.88
metros.

Debido a los desbordes, cerca de 150.000 habitantes de localidades cercanas


al río se encontraron de pronto en grave peligro, por lo cual miles de familias
fueron evacuadas, pasando las noches en escuelas, edificios gubernamentales
y en la vieja, fría y abandonada estación del ferrocarril Belgrano, improvisado
lugar de refugio.

Fue difícil la evacuación, muchísima gente permanecía sobre los techos y se


negaban a abandonar sus casas debido al temor a los saqueos, situación ya
común en un país, que a pesar de sus gobernantes, intenta levantarse de una
profunda crisis económica que tiene al 60% de su población viviendo en
condiciones de pobreza.

Las inundaciones en Santa Fe no fueron sólo un desastre natural, también se


produjeron por la desidia de nuestros políticos, por el desinterés social en
función de sus propios intereses, ellos saben muy bien que en Santa Fe hay
más de 100.000 personas que viven en zonas de altísimo riesgo hídrico, pero
no han encarado ninguna obra de prevención, ni siquiera existía plan de
emergencia alguno. Los afectados son los pobladores más pobres de la ciudad.
Los que, paradójicamente, votaron el domingo en escuelas que pocas horas
después quedaron sumergidas en el agua.

En estas intervenciones los integrantes del EPS tuvimos que apelar a la


disociación instrumental, más que para nuestra propia angustia, para nuestra
bronca.

Incendio en una mina de Río Turbio

Junio de 2004

Contención emocional en ese desolado lugar de la emergencia, a familiares y


compañeros de las víctimas fatales. 14 obreros de la localidad de Río Turbio
murieron en los yacimientos tras generarse un incendio en las cintas
transportadoras de minerales del interior de la mina.

Los relatos de los sobrevivientes, con angustiosos trazos, ilustraban la


desesperante situación vivida. El minero Rosario Gaitán, de 47 años, que llegó
desde La Rioja hace 27 años y que casi deja su vida en el túnel, contaba:
"Cuando nos dieron la orden de evacuar, un compañero me arrastraba de la
ropa. Nunca supe quién era. Tenía la cara tapada para evitar respirar los
gases. Me dijo que no aguantaba más. Yo le grité “venga, que lo llevo”. Me
contestó que lo soltara porque, si no, nos íbamos a quedar los dos. Entonces,
alguien gritó: “No aflojemos compañeros, que de esta zafamos”. Corrí y tropecé
con un compañero. La gente salía vomitando"

Pasadas más de 48 horas del incendio en la mina 5 del Yacimiento Carbonífero


de Río Turbio las brigadas de rescate sólo habían logrado sacar los cadáveres
de siete mineros. Fue larga, ardua y extenuante la tarea del rescate de los
cuerpos de los otros siete obreros atrapados entre el humo y las llamas, a más
de mil metros de la entrada de la mina. Los mismos compañeros
sobrevivientes, aún exhaustos, no renunciaban a la búsqueda. Más tarde, a
través de largas conversaciones, comprendimos el porqué de la desesperación
hasta lograr recuperar los cuerpos. Es un tema cultural, las esposas de los
mineros recelan de esas otras “minas” que durante largas horas retienen en
sus entrañas, a sus hombres. Cuando sucede una muerte en el interior de la
mina la esposa pasa a ser la “viuda blanca”, y la “mina”, la “viuda negra”, no es
cuestión entonces que ésta se quede con el cuerpo.

Tragedia en un shopping de Paraguay

Agosto de 2004

Intervención del EPS en ese país ante el fatal incendio del gran supermercado-
shopping Ycuá Bolaños que dejó más de 300 muertos y cientos de heridos.

Fue de tal magnitud la tragedia que hizo falta para organizar el operativo de
rescate recurrir además de los bomberos a brigadas del ejército, alrededor de
1.000 policías, enfermeros, médicos, estudiantes, taxistas y profesionales que
se desplazaron hasta el lugar para brindar su ayuda.

En esta ocasión también fue necesaria la contención emocional a los


Bomberos Voluntarios, fuertemente impactados tras las tareas de rescate y a
docentes de las escuelas donde pertenecían los niños fallecidos. Se trabajó
mancomunadamente con los psicólogos del lugar, implementándose a su
pedido reuniones donde se trasladaron teorías y técnicas del EPS.

Fue valiosísimo el apoyo de la Embajada Argentina en ese país, para realizar


nuestra tarea.

Tragedia de Cromañón

Diciembre de 2004
A los 40 minutos de producido el trágico incendio en la discoteca del barrio de
Once que provocó la muerte de 194 personas, y 714 heridos, entre ellos
muchos de gravedad, el EPS comenzó su intervención para los primeros
auxilios psicológicos y contención emocional a víctimas y familiares.

El 30 de diciembre de 2004 se presentaba en República Cromañón el grupo


Callejeros, quienes ya habían tocado en el lugar meses antes. El incendio
comenzó aproximadamente a las 22:50, después de que uno de los asistentes
al espectáculo encendiera un elemento de pirotecnia, cuyos proyectiles
incandescentes impactaron en una media sombra, una especie de tela de
plástico inflamable, que a su vez apoyaba sobre guata recubierta por planchas
de poliuretano.[]

Al notar el incendio, los espectadores comenzaron a evacuar el lugar. Sin


embargo, esta evacuación no se realizó en forma normal por diversos motivos:
la cantidad de personas que concurrieron al recital era mucho mayor que la
capacidad del local, la salida de emergencia se encontraba cerrada, los gases
tóxicos producto de los materiales altamente inflamables asfixiaron
rápidamente a muchas personas.

Muchos de los que lograron salir del lugar volvieron a ingresar para rescatar a
las personas que todavía se encontraban en el interior del local, mientras que
otros improvisaron medidas de primeros auxilios hasta que llegaron refuerzos
policiales, médicos y la división policial de bomberos. Pese a sus esfuerzos, en
el incendio y en los días subsiguientes el saldo final fue trágico. La mayoría de
los decesos fue por inhalación de diferentes gases (monóxido de carbono,
ácido cianhídrico, dióxido de carbono, óxido de nitrógeno y vapores de
isocianato)[] y por quemaduras de vías aéreas superiores, no por aplastamiento
o incineración como en la mayoría de estos accidentes; algunas de estas
muertes ocurrieron ya en los hospitales públicos o privados a los que fueron
trasladadas en primera instancia las víctimas.

Fue ardua la tarea, y una vez más el acompañamiento a familiares que


pugnaban por reconocer si entre los fallecidos se encontraba su ser querido, se
constituyó en uno de los ejes más dramáticos de la intervención.

Más allá de la cantidad de nosocomios en los que se podían encontrar, la falta


de organización y la gran cantidad de víctimas dificultaban el reconocimiento de
los heridos y las víctimas fatales.

Distintas unidades del EPS trabajaron en el lugar, en los centros de


información, en hospitales y en la morgue judicial, prolongándose la
intervención durante varios días.
Huracán “Katrina”, Nueva Orleans, EE. UU.

Septiembre de 2005

El huracán “Katrina” irrumpió con vientos de 240 Km/h. sobre las islas del delta
del Misisipi, tras tocar tierra en Grand Isle, al sur de Nueva Orleans. El ciclón
continuó su avance hacia el norte y aunque debilitado hasta la categoría1,
cientos de miles de personas permanecieron evacuadas durante largo tiempo.

Las calles de Nueva Orleans quedaron desiertas.

Dos de los diez refugios habilitados por la ciudad para acoger a los habitantes
que no pudieron huir tuvieron que cerrarse por inundaciones.

35.000 residentes de la ciudad que no lograron abandonarla por su estado de


salud o por la falta de medios económicos se refugiaron en el gran estadio
Superponme de Louisiana.

EPS Emergencias PsicoSociales fue convocado por la Organización


Gubernamental Cascos Blancos, de Argentina, para integrar la Comisión que
viajó a los Estados Unidos de Norteamérica, a prestar ayuda humanitaria ante
los sucesos acaecidos.

Fue sumamente valiosa la intervención ya que si bien había disminuido el nivel


de la emergencia, la gran cantidad de residentes de habla hispana en Nueva
Orleans, que aún no habían poder retornar a sus hogares, encontraron en esta
Comisión Humanitaria la posibilidad de desahogar sus emociones y vivencias,
en su propia lengua.

Fatal accidente de micro con alumnos del Colegio Ecos

Octubre de 2006

Alumnos del Colegio Ecos, de esta Capital, regresaban de la escuela rural El


Paraisal, en Chaco, a la que habían arribado días atrás para realizar la tarea
solidaria que repetían cada año: distribuir ropa, alimentos, útiles y libros, a los
alumnos de la escuela apadrinada.

El fatal accidente se produjo el 8 de octubre de 2006, cerca de las 22.00


cuando el micro en el que regresaban chocó contra un camión fuera de control
en la ruta nacional 11, en cercanías de Margarita, 220 kilómetros al norte de la
capital de Santa Fe.

Murieron doce personas, entre ellas nueve adolescentes y su maestra.

El EPS colaboró, desde su función, con los directivos y el personal docente del
colegio, que aunque sumidos en su propio dolor, multiplicaban sus esfuerzos
para contener y acompasar el dolor de los padres y de toda la comunidad
educativa.
El Ministerio de Educación declaró el 8 de octubre como el Día Nacional del
Estudiante Solidario.

Otras intervenciones

Considero importante a los fines de una mayor información consignar también,


a modo de ejemplos, algunas intervenciones de las tantas que realiza el EPS,
ante hechos que si bien no llegan al conocimiento público, generan un alto
monto de angustia en las personas que los padecen.

Suceso traumático en una casa de estudios

Abril de 2005

El EPS fue convocado por la Universidad Tecnológica de Haedo a través de su


Secretario Académico.

El motivo del pedido, brindar contención emocional a alumnos de primer año


debido al fallecimiento de un compañero el día anterior. El chico se
descompuso en el aula y fue socorrido por sus compañeros que quedaron
fuertemente impactados por el traumático desenlace.

Parte del Equipo se hizo presente y acompañó a los adolescentes, propiciando


un espacio contenedor para poder elaborar lo ocurrido, manifestar sus miedos
y necesidades, desahogando las emociones retenidas.

El Equipo se retiró luego de mantener una reunión con el decano y el secretario


académico pudiendo dejarles algunas sugerencias, para el manejo de la
situación en los días posteriores.

Accidente fatal

Junio de 2005

El Equipo recibió el llamado de una familia, cuyo hijo adolescente


accidentalmente había disparado un arma provocando la muerte de su mejor
amigo.

La asistencia se realizó a toda la familia, conteniéndolos emocionalmente ante


la angustia y el gran dolor que sentían. Pudo elaborarse el gran monto de
ansiedad que manifestaban los padres y trasladarles nociones acerca de cómo
hablar con su hijo. Así mismo se trabajaron las escenas temidas y las dudas de
cómo iban a seguir sus vidas después de este hecho traumático.

Paralelamente y por separado se realizó la asistencia con el adolescente, que


pudo expresarse sobre lo ocurrido y desahogar sus sentimientos ante el
tremendo accidente que provocó la pérdida de la vida de su amigo. También
sobre cómo sería el proceso de elaboración de lo ocurrido y el hecho de
enfrentar su vuelta a la escuela.

Casos casi cotidianos

Entre las situaciones de hechos fuertemente traumáticos y de angustia pública,


el EPS asiste periódicamente a personas que solicitan contención emocional,
por medio de Internet y a través de nuestra línea telefónica abierta las 24
horas, los 365 días del año.

Son personas con fuertes crisis emocionales, algunas con ideas de suicidio,
generalmente provocadas por la desesperanza, es decir por la falta de
proyectos.

Lamentablemente el problema hoy globalizado de la crisis socioeconómica,


trae aparejado el riesgo de la despersonalización, es decir, la pérdida de la
autoestima primero, la pérdida de la identidad después.

El desempleo o la angustia por perder el que se tiene son los emergentes más
significativos en los últimos años, que a veces provocan verdaderas catástrofes
del Yo.

A esto debemos agregarle las causas estructurales que devienen en


desamparo psicosocial, las dificultades en la comunicación, que atentan contra
los vínculos interpersonales. Dificultades que se plasman en una creciente ola
de violencia, con hechos delictivos y rasgos de una criminalidad irracional.

Estas situaciones generan una fuerte paranoia en la población, donde todos


desconfían de todos, se resienten los lazos solidarios y se acrecienta una
actitud de aislamiento, individualismo y falta de identificación con el otro.

En síntesis, y como anteriormente lo he manifestado, el EPS caracteriza a la


emergencia, no sólo como signo de urgencia, sino también como emergentes
sociales.

Desde el año 2005 EPS fue designado por Lufthansa Líneas Aéreas
Alemanas, como el Equipo a cargo de la contención emocional en caso de una
tragedia en cualquiera de sus vuelos o compañías asociadas. Así mismo EPS
brinda dos veces por año, a todo el personal de la empresa, capacitación y
entrenamiento para abordar posibles situaciones de crisis.

Carlos Sica

Noviembre de 2009

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