Gustavo Pontonero, Crisis y Redefiniciones La Globalizaci - N 1973-1989

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CRISIS Y REDEFINICIONES: 1973-1989

LA GLOBALIZACIÓN

GUSTAVO PONTONERO*

1. La economía mundial tras la crisis de los años setenta.


La crisis del petróleo de 1973 y su repetición en 1979-1980 (al estallar la guerra
entre Irak e Irán) pusieron un freno rotundo al crecimiento de la posguerra.
El precio del crudo se multiplicó por diez, pasando de 3 a 30 dólares el barril,
esto produjo, como vimos en el capítulo 12, todo tipo de consecuencias negativas
para los países industrializados que dependían del petróleo importado.
Se acentuaron los problemas en la balanza de pagos, creció el endeudamiento, se
elevaron los precios y aumentó el desempleo. El término “estanflación” comenzó a
utilizarse para describir la nueva situación de paralización productiva
acompañada por una persistente subida de los precios.

El impacto profundo de esta crisis llevó a reformular el futuro económico


tomando en cuenta las restricciones energéticas, la dependencia de ciertas
materias primas y la crisis del estado de Bienestar, imposibilitado de
sostener el nivel de empleo y el gasto social. Dicha reformulación condujo,
tras una difícil transición, al surgimiento de la sociedad posindustrial, en la
cual el rol de la tecnología ha pasado a ser, más que nunca, determinante.
No era novedosa la preocupación de los países industrializados por
asegurarse la provisión regular de energía. Tanto Gran Bretaña como
Francia habían encarado una decidida acción desde comienzos del siglo XX
para controlar parte importante de las reservas mundiales de petróleo
crudo. Compañías estatales con participación del sector privado se
encargaron de explotar yacimientos en el Golfo Pérsico, sin dejar de lado,
por supuesto, la extracción de carbón.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la recuperación europea renovó


esta preocupación ante el agotamiento de los recursos carboníferos y la
dependencia creciente del petróleo importado. El “Informe Robinson”1960),
encargado por la OECE, sin embargo, proponía asumir sin temores la
realidad de la dependencia energética:

“...A la vista de la creciente diversificación de recursos energéticos


potenciales, no creemos que surjan graves dificultades para encontrar

*
Tomado de Alberto Lettieri et al, Los Tiempos Modernos. Del Capitalismo a la Globalización. Siglos XVII al
XXI, Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2000, pp. 333-345.

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suministros en el exterior. No abrigamos graves temores con respecto a la
probable capacidad de la mayoría de los países europeos económicamente
fuertes para pagar las importaciones de energía que parecen necesarias
(conclusión 4).

Cuando se formula una política energética a largo plazo, según nuestro


criterio, la consideración fundamental tendría que ser la forma de
encontrar abundantes suministros de energía a bajo costo, con libertad de
elección por parte del consumidor (conclusión 5).

Reconocemos la importancia de la continuidad y la regularidad del


abastecimiento de energía. Pero no consideramos que la protección a largo
plazo o el estímulo artificial de los recursos internos de energía sea el
método más satisfactorio de obtener tal seguridad (conclusión 6).”1

Este enfoque liberal de la cuestión se mantuvo incólume hasta que


comenzaron a surgir riesgos cada vez más serios: la guerra en el Medio
Oriente (guerra de los seis días en 1967 y guerra del Yom Kippur en 1973);
la formación de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo)
en 1960, la cual representaba un tercio de la producción mundial diez años
después, y la presencia de regímenes nacionalistas y anti-occidentales en
varios países árabes.
Ya a fines de los sesenta, este nuevo escenario condujo a las primeras
modificaciones en la política energética de Europa occidental. La energía
nuclear, la prospección y explotación de recursos petrolíferos propios
(como los del Mar del Norte), el gas natural y el carbón, recibieron cada vez
más inversiones e, inclusive, subvenciones directas para sostenerlas.

Sin embargo, esta nueva política no daría frutos antes de las convulsiones
del precio del petróleo, que recién a comienzos de la década del ochenta,
comenzó a revertir su tendencia alcista. Se propagaban los informes sobre
los “límites del crecimiento”, los problemas demográficos y ambientales.
Así, la crisis de 1973 sencillamente dinamitó el optimismo de posguerra y
las bases del estado benefactor. Las tasas de crecimiento del PBI en los
países industriales avanzados, entre 1973 y 1981, cayeron al 1,9% anual.
La inflación alcanzó un promedio anual del 6,7% y las tasas de desempleo
mostraron nuevamente cifras alarmantes, siendo España y Francia algunas
de las más castigadas, con niveles superiores al 10% de la población
económicamente activa.

Gran Bretaña y los Estados Unidos fueron los primeros en reformular las
relaciones entre la economía y el Estado durante la década del ochenta,

1
Georges Brondel, “Las fuentes de energía, 1920-1970” (En: Cipolla, C. (ed.), Historia
económica de Europa. Barcelona, Ariel, 1971; vol. 5, primera parte, p. 313).

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tendencia que fue seguida aunque con menor grado de profundidad en
otros países industriales avanzados.
Los nuevos programas se basaban en la privatización de empresas
públicas, la reducción brusca del gasto social, la aplicación de reducciones
impositivas que alentaran las inversiones y la desregulación y liberaiización
de los mercados.

Al mismo tiempo, los nuevos avances tecnológicos, sobre todo en el campo


de las telecomunicaciones, el manejo de la información, la
microelectrónica, la robótica, los servicios, la biotecnología y la genética,
impactaron profundamente sobre las actividades productivas pre-
existentes.

La automatización de la producción y el control de procesos generaron


modificaciones notables en el terreno laboral: no sólo afectaron a nivel de
los operarios sino que incidieron en los cuadros gerenciales. Ambos fueron
reducidos o sufrieron la “flexibilización” y precarización de sus condiciones
laborales (nuevas formas de contratación provisorias, a tiempo
determinado o de jornada reducida; degradación o pérdida de derechos
adquiridos como reducciones salariales, eliminación de beneficios sociales,
etc.).

Es decir, el derrumbe del paradigma de la estabilidad laboral o,


simplemente, del trabajo como era considerado desde los orígenes de la
industrialización.
La revolución tecnológica posibilitó un desplazamiento de la fuerza de
trabajo pero, además, redujo la dependencia de las materias primas
disponibles en la naturaleza a partir de una avalancha de productos
sintéticos y nuevos materiales.

Estos cambios están produciendo readaptaciones a tal velocidad que la


incertidumbre ha generado profundas grietas en un sistema de valores en
el cual el trabajo, la educación y la fuerte relación entre el Estado y la
sociedad tenían un lugar privilegiado.

Por otra parte, la creciente autonomía de los mercados financieros se vio


facilitada por las nuevas posibilidades de la comunicación en tiempo real.
El surgimiento del mercado financiero global se ha transformado, así, en la
base de la economía post-industrial. En forma paralela, la capacidad de
regulación estatal se ha visto afectada a punto tal que la suerte de las
economías nacionales o regionales depende cada vez más del carácter
extremadamente volátil de los mercados.

En conclusión, el factor tecnológico ha afectado a la sociedad industrial en


sus pilares fundamentales. La sustitución progresiva de materias primas, la

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creación de nuevos materiales y productos de tecnología avanzadas, la
introducción de la informática, asumiendo un rol importantísimo en la
organización y gestión administrativa de los procesos de diseño, logística,
manejo de información, producción y comercialización; y, finalmente, la
flexibilidad adecuada para responder a una demanda globalizada,
caracterizada por la fragmentación, diversidad y selectividad.
En este sentido, se ha producido un deslizamiento hacia la subcontratación
a proveedores y hacia la reducción de stocks. Así, a fines de los ochenta y
durante la década del noventa, este proceso de transformación se ha ido
fortaleciendo hasta constituirse en una nueva realidad; la globali- zación,
es decir, el mundo como mercado único, con lo que ello implica también
desde el punto de vista cultural.

Si la globalización es sólo un paso más en el aumento gradual de la


integración económica mundial, acelerada a partir de la Revolución
Industrial, es comprensible que se hayan acentuado algunos problemas
que esta última originó:

 El progreso tecnológico es cada vez más rápido y “destruye” más puestos de


trabajo que los que va creando a través de su propia dinámica.
 La pérdida de soberanía de los Estados nacionales, que había surgido como una
característica novedosa frente al crecimiento de las empresas transnacionales, se
ha acentuado en forma dra mática a medida que avanzan las mega-fusiones
empresariales.
 La brecha entre el nivel de vida de los países industriales avanzados y el de los
países periféricos se ha ampliado como producto de un desarrollo y apropiación
desigual de los frutos del progreso técnico. El endeudamiento externo, el atraso
tecnológico y social son ejemplos de esta situación.
 La desigualdad, la exclusión social y el aumento de la pobreza son aceptados en la
actualidad como lo eran a fines del siglo XVIII o principios del XIX.
 Los efectos nocivos del desarrollo industrial sobre el medio ambiente no se han
detenido y los acuerdos internacionales como el “Protocolo de Kyoto” (1997) han
caído en saco roto.
 Aunque desde la creación de la ONU se ha buscado la “democratización” de las
relaciones internacionales, como en toda época se ha constituido un poder
dominante. Así como el siglo XIX asistió al predominio británico, y el siglo XX a la
hegemonía de los Estados Unidos y la Unión Soviética en sus respectivas áreas de
influencia, el siglo XXI ya tiene sus candidatos: el poder de las potencias
económicas y militares se ha concentrado en el “Grupo de los Ocho” (G-8). Lo
integran los Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Canadá, Italia, Japón
y la Federación Rusa. La desintegración de eventuales contendores como el
Movimiento de Países No Alineados o el bloque soviético le ha dejado las manos
libres para actuar dentro o por fuera del marco de la ONU.

2. El fin del bloque soviético

La muerte de Brezhnev en 1982 y la desaparición prematura de sus


sucesores, Yuri Andropov y Konstantin Chernenko, abrieron las puertas a

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una nueva etapa en la URSS. La llegada de Mikhail Gorbachov a la cúspide
del poder soviético representaba no sólo el desplazamiento de la
gerontocra- cia sino el inicio de un proceso reformista que pretendía sacar
al país de su estancamiento.

“Perestroika” y “Glasnost” era la fórmula que Gorbachov había encontrado


para producir el milagro.

El primer término se refería a la reestructuración de la economía soviética


para alcanzar un mayor grado de eficiencia. Las medidas que pronto se
pusieron en práctica suponían el gradual desmantelamiento de la
planificación centralizada y la introducción de mecanismos de la economía
de mercado. Se debía reducir el sistema burocrático y fomentar la iniciativa
privada, sobre todo en la agricultura y en el sector servicios. Se destinarían
menos inversiones para la carrera armamentista buscando una
revitalización de la economía y una mayor oferta de bienes de consumo.
Para ello, se entablaron negociaciones con el gobierno norteamericano
intentando reducir los arsenales nucleares y las armas químicas.
Entretanto, se disponía la disminución de armas convencionales en forma
unilateral.

El segundo término de la fórmula, la “glasnost” o transparencia, pretendía


ampliar la participación popular, generando espacios democráticos. Se
dispusieron medidas para garantizar la libertad de prensa y las críticas de
la oposición. Muchos disidentes, en prisión o en el exilio, fueron
rehabilitados y se permitió el acceso de los medios periodísticos
occidentales. Fue autorizada la formación de otros partidos políticos y se
abolió la exclusividad del Partido Comunista para cambiar la composición
del nuevo Parlamento.
Gorbachov anunció el comienzo de una nueva etapa en las relaciones del
poder central con las repúblicas que conformaban la URSS, respondiendo a
los reclamos de mayor autonomía.

La profundidad de las transformaciones generó, por supuesto, un amplio


apoyo de la población y gestos de satisfacción en Occidente y los países
“satélites” de Europa oriental. Pero, al mismo tiempo, fomentaron el
rechazo de los sectores más conservadores del Partido Comunista, la
burocracia civil y la cúpula militar.

Estas contradicciones se agudizaron a medida que la política reformista de


Gorbachov generó la movilización popular en los países de la órbita
soviética.

Durante 1989, la distensión favoreció el surgimiento de una oleada de


movimientos políticos que concluyeron en la caída, en algunos casos

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incruenta y en otros extremadamente violenta, de los gobiernos de
Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Polonia, Bulgaria y la República
Democrática Alemana.

En esta última, se produjo el acontecimiento que simbolizó la disolución


del bloque soviético: la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de
1989.
La pasividad soviética sumió a los líderes comunistas en la confusión y
pronto se formaron nuevos gobiernos democráticos en los cuales se
destacaban antiguos opositores y disidentes.

Estos cambios indujeron movimientos similares en varias repúblicas


soviéticas que aspiraban lisa y llanamente a declarar su independencia,
como en el caso de los estados bálticos y caucásicos.

Los particularismos nacionales, regionales, étnicos, o religiosos, que


habían sido sometidos durante setenta años por el centralismo soviético,
resurgían y amenazaban con producir una verdadera fragmentación de la
URSS. Tampoco ayudaban a Gorbachov los problemas que generaban las
reformas económicas y el estado de confusión generalizada.

En este contexto, los sectores conservadores apresaron a Gorbachov e


intentaron tomar el poder mediante un golpe. Sin embargo, la movilización
popular junto a líderes reformistas como Boris Yeltsin y parte de los
mandos medios del Ejército abortaron la maniobra. El golpe había
fracasado pero la carrera política de Gorbachov se eclipsó. Tras su
renuncia, la URSS quedó disuelta, finalmente, en diciembre de 1991.

La década del noventa ha sido escenario de numerosos tropiezos


económicos y políticos en la Federación Rusa. Los problemas más graves
como la pobreza y la producción y distribución de mercaderías no han sido
resueltos; se han multiplicado los conflictos con nuevos movimientos
separatistas y la formación de unos pocos grandes grupos económicos que
controlan la economía rusa ha generado una situación de extrema
desigualdad.

La cesación de pagos de la deuda externa, en 1998, es el síntoma más


claro de la inestabilidad rusa, que inclusive asiste a un resurgimiento
electoral del comunismo.

En conclusión, la disolución del bloque soviético ha sido un eslabón muy


importante en la ampliación del mercado global. Todos los países del área
impulsaron políticas de apertura económica para captar la inversión de los
capitales transnacionales y acelerar la difusión de los mecanismos de
mercado.

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El tránsito desordenado al capitalismo ha generado, sin embargo, la
frustración de las expectativas de progreso económico y su rumbo es aún
difícil de pronosticar. Peor aún, la caída del comunismo ha dejado abierto
el camino para nuevas guerras en Europa como las que acompañaron la
disolución de la República Federativa Socialista de Yugoslavia, durante los
años noventa.

3. Un sistema policéntrico

El fin del mundo bipolar, preanunciado tras la crisis de los años setenta y
consumado a fines de los ochenta, abrió paso a una nueva configuración
de las relaciones de poder. En ella, los Estados Unidos permanecen como la
única superpotencia militar mientras que, en el terreno económico, se ha
fortalecido la competencia del Japón y de la Comunidad Económica
Europea. Rusia y China, entretanto, amenazan con recuperar espacios en la
primera mitad del siglo XXI.

3.1. Los Estados Unidos

A partir de la asunción de Ronald Reagan, en 1980, los Estados Unidos


apostaron a retomar su posición hegemónica, acompañando sus reformas
neoliberales con una dura política exterior. La crisis petrolera había
castigado a sus competidores japoneses y europeos y, al mismo tiempo, el
ingreso de capitales proveniente de la renta petrolera favoreció a la plaza
norteamericana. El vuelco de estos capitales a terceros países en forma de
préstamos muy flexibles dio lugar al crecimiento de la deuda externa de
los países subdesarrollados y fue el origen del mercado financiero global.

Decidido a recuperar la fortaleza del dólar, Reagan intentó aplicar medidas


de restricción del gasto social y una reducción de impuestos. Las tasas de
interés se elevaron para captar capitales pero con esta medida se castigaba
a los países deudores. Entre 1981 y 1982, esta situación llevó a cesaciones
de pago en cadena (México, Brasil, Argentina, etc.) y a la caída de las
exportaciones norteamericanas. El déficit fiscal aumentaba (ver cuadro n°
1) pero esto no fue un obstáculo para subir los gastos militares.

Cuadro 1
Déficit, deuda e intereses de la deuda federal de los EE. UU, 1980-1985
(en miles de millones de dólares)2

Intereses de la
Déficit Deuda
deuda

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1980 59,6 914,3 52,5
1983 195,4 1.381,9 87,8
1985 202,8 1.823,1 129,0

La guerra fría se “recalentó” y los Estados Unidos volvieron a intervenir con


sus tropas en Granada y Panamá. Entretanto, alimentaban a grupos
anticomunistas en Centroamérica y reforzaban los lazos con las dictaduras
sudamericanas.

Las relaciones con la Unión Soviética se endurecieron tras la invasión de


Afganistán (1979) y el lanzamiento de la “Iniciativa de Defensa Estratégica”
(IDE), popularmente conocida como “Guerra de las Galaxias”. Se trataba de
un costoso sistema de detección y defensa contra ataques misilísticos.

Durante el gobierno de su sucesor, George Bush, los Estados Unidos


encabezaron una alianza internacional que, en 1991, desalojó a las fuerzas
armadas iraquíes de Kuwait y produjo enormes daños en su territorio
mediante bombardeos aéreos, uso de misiles y combates terrestres.

La presencia militar norteamericana no disminuyó con el fin de la guerra


fría y su participación fue decisiva en la resolución de los problemas
balcánicos (guerra civil en la ex Yugoslavia y conflicto serbio-kosovar), en
Haití o en África.

Cuando el presidente Clinton llegó a la Casa Blanca, en enero de 1993, el


déficit presupuestario rondaba los 290.000 millones de dólar» y2 el 15% de
la población se hallaba bajo la línea de la pobreza. Mientras, el resto de sus
competidores crecía y desplazaba a los norteamericanos de sus mercados
tradicionales. Por ejemplo, los programas de privatización de empresas
públicas en América Latina mostraron una participación mayoritaria de
capitales europeos que pasaron a dominar los transportes, las
telecomunicaciones, la provisión de agua potable, energía eléctrica y gas,
la explotación de los recursos petrolíferos y mineros.

La actitud triunfalista que había anunciado la llegada de un “Nuevo Orden


Internacional” tras la disolución de la URSS y la victoria militar en la guerra
del Golfo, se encontraba en problemas para explicar las mejores
performances económicas de europeos, japoneses e, inclusive, de los

2
Paul Kennedy, Auge y caída de las grandes potencias. Barcelona, Plaza & Janes, 1998; p.
818.

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“tigres del sudeste asiático” (Hong-Kong, Singapur, Taiwán, Corea del Sur)
durante los ochenta.

Este retraso norteamericano comenzaba a impactar, además, sobre el nivel


de vida de amplios sectores sociales. “...De 1973 a 1994, el PBI real per
cápita de los Estados Unidos creció un 33% pero los salarios reales por
hora cayeron un 14% y los salarios reales semanales, un 19% para los
trabajadores no supervisores (aquellos varones y mujeres que no tienen
personal a cargo). A fines de 1994, los salarios reales retrocedieron a lo
que había sido a fines de la década de los cincuenta. Medio siglo sin
aumentos en el salario real para el trabajador medio no supervisor. Esto
nunca había sucedido antes en los Estados Unidos”.3

A la caída del salario real, se sumaron los despidos masivos: unos 300.000
en 1990, 550.000 en 1991, casi 400.000 en 1992 y 600.000 en 1993. Las
reducciones de personal afectaron no sólo a los trabajadores manuales
sino también, y en mayor proporción, a los empleados administrativos y
gerentes. La tasa de desempleo, a comienzos de 1995, se situaba en un
5,4%.

Sin embargo, durante los dos períodos presidenciales de Clinton (1993-


2001), los Estados Unidos experimentaron una recuperación tan notable
que ha modificado las líneas prospectivas para la primera parte del siglo
XXI

Se revirtió la tendencia al elevarse los salarios de trabajadores y empleados


de oficina en un 6,5%; la desocupación cayó a un 4,2% (teniendo en cuenta
que casi 4 millones de inmigrantes nuevos ingresaron en dicho período al
país); y sus exportaciones, según datos de 1999, alcanzaron los 663.000
millones de dólares (contra 413-000 o los 305.000 millones de Japón y
Francia, respectivamente).

La economía creció a tasas del 5-6% anual entre 1997 y 1999, favoreciendo
a sus socios mexicanos y canadienses del NAFTA y a los países que
exportan a los Estados Unidos. Por ejemplo, el caso de México que coloca
el 82% de todas sus ventas al exterior en el mercado norteamericano, cifra
que equivale al 23,6% de su PBI; Venezuela, con 54,4% y 16%; o Colombia,
con el 53,1% y el 8,1%, respectivamente.4

Se repite el esquema seguido por Japón en los años sesenta, cuando


colocaba el 35% de sus exportaciones en los EE.UU. o el de los ya

3
Lester Thurow, El futuro del capitalismo. Buenos Aires, Javier Vergara Editores, 1996; p.
39.
4
Diario Clarín, Suplemento de Economía y Negocios, 28 de enero de 2001; p. 5)

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mencionados “Tigres asiáticos” en los años ochenta, cuyo promedio llegaba
al 48%.
Esta evolución reciente de la economía norteamericana impulsa el interés
de algunos países latinoamericanos por sumarse al NAFTA. “...Con el
NAFTA, las exportaciones mexicanas pasaron del 16% del PBI en 1994 a
31% en 1999; con la CEE, las españolas pasaron de 17% en 1990 a 30% en
1999. Con el NAFTA, la Argentina triplicaría sus exportaciones en pocos
años”.5

3.2. La Unión Europea

En Europa, entretanto, los años ochenta fueron testigos del avance de las
ideas comunitarias que culminaron, como vimos con anterioridad, en el
“Tratado de Maastricht” (1992). Esta decisión implica que se consolide sin
ningún tipo de barreras para la circulación de mercaderías, capitales y
personas, un área que abarca casi 400 millones de habitantes.

La moneda única, el euro, comenzará a reemplazar a los billetes nacionales


a partir del 1° de enero de 2002. Sin embargo, subsisten serios problemas
como el desempleo y las protestas frente a los programas de gobierno
contrarios al estado de bienestar. A fines de los noventa, una oleada de
gobiernos de centro-izquierda ha dado lugar a un nuevo escenario en Gran
Bretaña, Francia, Italia y Alemania.

Sus líderes han tratado de responder a este desafío con la propuesta de la


“Tercera Vía”, un intrincado sendero entre el antiguo estado de bienestar y
el conservadorismo liberal.

Pero, como señala Lester Thurow, la competidvidad europea está en


problemas. Pierde más puestos de trabajo que los que está creando.
“...Cuando los asiáticos aluden al sistema de bienestar europeo para los
que están en edad de trabajo lo hacen con escepticismo. Simplemente no
pueden creerlo. ¡Vacaciones de cinco semanas!. ¡Un mes de aguinaldo en
Navidad!. ¡Dieciocho meses de salarios restituidos mediante un seguro por
despido!. Su descreimiento es una de las razones por las cuales el sistema
no puede continuar. Las empresas se pueden trasladar al Lejano Oriente y
evitar todos esos costos europeos.”6

5
Jorge Ávila, “El NAFTA es el club al que debemos entrar” (En: Diario Clarín, Suplemento
de Economía y Negocios, 21 de enero de 2001; p. 11)
6
Lester Thurow, op.cit., p. 51.

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En 1999, Francia sigue ostentando un 11% de desocupación y su PBI sólo
ha crecido el 2,4% con respecto al año anterior. Entretanto, los Estados
Unidos lo ha hecho al 4,1% y su tasa de desempleo ronda el 4%.

El Reino Unido presenta un 6% de desempleo y su PBI ha crecido el 1,7% en


1999. Un caso más grave aún es la tasa de desempleo española, 18,9% en
1998.

3.3. Japón

La expansión japonesa durante la posguerra se vio cuestionada durante los


años setenta por la crisis energética y la decadencia de su mercado
principal, los Estados Unidos. El crecimiento de los “tigres asiáticos” y de
China también recortaron su participación en la Cuenca del Pacífico, al
desplazar a los productos japoneses en variados rubros como textiles,
juguetes, aparatos electrodomésticos, construcción naval, acero y
automotores. Inclusive la Comunidad europea comenzó a plantear
restricciones a las exportaciones japonesas.

Sin embargo, el Japón ha respondido a estos desafíos reduciendo su


dependencia del petróleo importado en un 23%, reorientando su
competitividad al impulsar el modelo toyotista, fortalecer su posición en
las industrias de alta tecnología (microelectrónica, telecomunicaciones,
aviación civil, biotecnología, producción de nuevos materiales, robótica,
máquinas-herramientas, computación) e invertir cada vez más en
“investigación y desarrollo”.

Esto se suma a la tradicional fuerza de su mercado interno, la disciplina


laboral, altos niveles educativos y una elevada tasa de ahorro nacional que
lo ha llevado a transformarse en la principal nación acreedora. Según datos
de 1999, su PBI per capita alcanza los 32.230 dólares (30.600 para los
EE.UU.; 23.480 para Francia, por ejemplo).
La caída de los precios internacionales del petróleo y las materias primas
durante la década del ochenta favorecieron por demás a una economía que
importa el 99% del petróleo, 92% del hierro y 100% del cobre que consume.
A comienzos de la década del noventa, los japoneses contaban con nueve
representantes dentro del lote de las primeras quince empresas mundiales,
por su nivel de ventas (Mitsubishi, Mitsui, Sumimoto, Marubeni, Toyota ,
Hitachi y Nissho Iwai, entre ellas).

Sin embargo, la crisis bursátil de diciembre de 1989 marcó el inicio de una


década de estancamiento, inflación y aumento del desempleo. En 1995, su
producción industrial era 3% inferior a la de 1992. En 1998, la crisis
bursátil en el Sudeste Asiático condujo a una nueva retracción del PBI para

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mostrar, luego, una leve recuperación: 0,9% en 1999 y casi 2% en el año
2000.

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