La Iliada
La Iliada
La Iliada
SE REINICIA EL COMBATE
HÉCTOR Y ANDRÓMACA
Agamenón, en una nave en medio del mar, hizo una hoguera, donde quemó
cien reses (hecatombe). Designó a Ulises para que devolviese a Criseida. Crises,
agradecido, oró al dios Apolo para que calmase la peste.
Aquella noche, Hipnos, por orden de Zeus, tomó la forma de Néstor e hizo
despertar a Agamenón. Este saltó de la cama y reunió a los jefes griegos.
Paris iba al frente de las tropas, “orgulloso como un pavo real”. Al divisarlo,
Menelao se le lanzó encima; Paris, lleno de miedo, corrió a ocultarse. Héctor increpó
a su hermano:
Paris se reanimó con estas palabras. Hizo detener a los guerreros y propuso
un duelo entre él y Menelao; el vencedor se llevaría a Helena y así acabaría la
guerra. Griegos y troyanos acogieron con entusiasmo esta propuesta.
Iris, tomando la forma de Laodicea, una hija de Príamo, avisó a Helena acerca
del duelo. Helena salió de su cuarto y observó el campo de batalla desde una torre.
Los troyanos comentaron su hermosura pero deseaban verla marcharse.
Paris apareció ante Helena, palpando sus armas que, a su decir, le habían
dado un “gran triunfo”. Pero la princesa no se dejó engañar y se lamentó: “Ahora los
dioses nos han enviado esta desgracia. ¡Que yo no tenga un esposo valiente,
sensible a los reproches y afrentas de los hombres!”.
SE REINICIA EL COMBATE
Aquel día, hubo un griego que se destacó sobre todos: Diómedes. Atenea hizo
que su casco refulgiera una llama sobrenatural, para atraer sobre él todas las
miradas. Dos hijos de Dares se arrojaron sobre él; pero Diómedes mató a uno de
ellos, Fegeo. Hefestos protegió al otro, envolviéndole en una nube.
Apolo colocó en medio del campo un cadáver con la forma de Eneas, para que
los troyanos se reanimasen y defendieran el supuesto cuerpo del héroe. No contento
con eso, llamó a Ares en su auxilio.
Sarpedón hizo animar a Héctor, y éste, guiado por Ares, hizo que los suyos
empezaran a ganar terreno.
Hera hizo reanimar a los jefes griegos y Atenea aconsejó a Diómedes que
hiriera a Ares. Entusiasmado, el héroe griego se metió a la lucha. Cogió su lanza e
hirió al mismo dios de la guerra en el costado. Ares exhaló un rugido que aterró a
todos los combatientes. Al ver Zeus herido a su hijo, lo reprendió severamente y lo
mandó a que se curase donde Peón, el médico de los dioses.
HÉCTOR Y ANDRÓMACA
Paris mató a Menestio, hijo del rey Areitoó y de Filomedusa. Héctor mató a
Eyoneo; Glauco, príncipe de los licios, mató a Ifínoo.
Cuando Atenea vio que los troyanos mataban a muchos aqueos bajó en raudo
vuelo a Troya. Apolo le pidió que suspendiera el combate a cambio de que Héctor
desafiara al más valiente de los troyanos. Atenea, tomando la forma del adivino
Heleno, aconsejó de tal manera a Héctor.
Héctor hizo parar la pelea y desafió al más valiente de los griegos para que
saliera a luchar con él. Al oír esto, los griegos quedaron mudos e inmóviles. Menelao
se levantó entonces y les hizo afear su conducta, disponiéndose él mismo a combatir
al troyano. Pero Agamenón, que era más prudente, lo detuvo, haciéndole ver que
sería una pelea desigual ya que Héctor era mucho más joven.
La suerte recayó sobre Ayax Telamonio. “Como un furioso león”, Ayax salió al
encuentro de Héctor. Es de destacar el escudo de Ayax, hecho de siete pieles de
buey y una pieza de bronce. De ambas partes llovieron golpes y cuando el sol ya se
ocultaba, Taltibio e Ideo, heraldos de Zeus, suspendieron la lucha.
Al día siguiente, los troyanos avisaron a los griegos sobre la oferta de Paris,
pero estos lo rehusaron y aceptaron solamente una tregua para dar sepultura a los
muertos.
Zeus, enojado, pidió a los dioses que no se mezclaran en las disputas de los
hombres. Con su carro, bajó al bosque de Ida. Cogió una balanza y echó en los
platillos la suerte de ambos bandos. Aquel día, el destino favorecía a los troyanos.
Al ver todo aquello, Hera quiso enviar a Poseidón en ayuda de los griegos,
pero éste se negó. Los troyanos ya avanzaban a incendiar las naves, cuando
Agamenón, con ardientes lágrimas, clamó ayuda a Zeus. El dios, conmovido, mandó
un águila que llevaba un cervatillo. Era su señal de que apoyaría a los griegos.
Néstor pidió si habría algún voluntario que fuese como espía al campamento
troyano. Ulises y Diómedes aceptaron serlo. El argivo se puso su casco de piel de
toro y cogiendo sus armas, marchó junto con Ulises al campamento enemigo. En el
trayecto oyeron el graznido de una garza, señal de buen augurio.
Héctor había tenido el mismo plan de los griegos: mandó al veloz Dolon como
espía al campamento griego. Si regresaba Dolon vivo, en recompensa le serían dados
los caballos de Paladión. Pero para su infortunio, Dolon fue visto por dos griegos y
Diómedes logró capturarlo. El veloz corredor le suplicó por su vida a cambio del
rescate que con seguridad le daría su padre. Diómedes no le hizo caso y le hundió la
espada en la garganta.
Ulises quedó rodeado por los enemigos. Uno de ellos, Cárope, le hirió en el
costado. Pero el griego reaccionó y de un lanzazo mató a su ofensor.
Otra hazaña de Paris fue herir a Macaón, hijo de Asclepios y médico de los
griegos, quien, junto con Néstor, debió abandonar el combate. Aquiles, que
observaba la lucha, envió a Patroclo para que los auxiliase.
Los troyanos consiguieron llegar hasta las murallas que los griegos habían
levantado. Como estaba defendida por un foso, los de caballería se lanzaron a pie
para tomar las fortalezas.
De pronto vieron todos una señal en el cielo: un águila llevaba una serpiente,
pero el reptil fue capaz de matar al ave. Era un buen augurio para los griegos.
Polidamante avisó de ello a Héctor, pero éste no hizo caso y junto con los suyos
siguió atacando.
Los dos Ayaces recorrían las torres reanimando a sus compañeros. Apareció
entonces el licio Sarpedón, que se subió en una almena y arrancó muchos bloques
de muralla. Ayax Telamonio de un lanzazo le hizo retroceder, aunque el licio volvió a
la carga con nuevos compañeros, aunque no lograron romper el cerco.
Pero Hera vio que Zeus tramaba la derrota de los griegos, por lo que decidió
apelar a la astucia. Hizo que Hipnos hiciera caer a Zeus en un profundo sueño, lo que
sería aprovechado por Poseidón para ponerse al frente de los griegos. De esa
manera, los griegos cobraron mayor ánimo.
Héctor se enfrentó con Ayax, pero éste cogió una gran piedra y lo arrojó
contra aquel; el héroe troyano quedó desmayado. Los troyanos lograron rescatar su
cuerpo, creyéndole muerto y lo condujeron a la ciudad.
Ares había perdido un hijo en la lucha, Ascálafo, pero Atenea le retuvo para
que regresara al campo de batalla.
Al ver todas esas desgracias en que se sumían los griegos, Patroclo fue a ver
a Aquiles, reprochándole su conducta de no querer combatir.
Derramando una gran copa de vino, Aquiles pidió a Zeus que trajera buena
suerte a los griegos. Al ver a Patroclo, los troyanos creyeron que era Aquiles y solo
pensaron en huir. La situación se volteó a favor de los griegos. Todos los troyanos
que habían incendiado la nave fueron exterminados. Algunos que huyeron
atropelladamente, cayeron en el foso y hallaron horrible muerte, ensartados en las
filudas estacas.
Patroclo no se amilanó ante Héctor y cogió una enorme piedra con la que
mató al auriga Cebrión de un recio golpe en su frente. Luego enfrentó a Héctor,
trabándose un rudo combate. Apolo sabía que el fin de Patroclo había llegado y
decidió avisarle: hizo que su casco cayera y se rompieran las correas de su coraza.
Patroclo se aterró ante tales señales; en ese mismo instante, el troyano Euforbo, al
verle sin armadura, le hundió su lanza en la espalda, para enseguida sacarla y
retirarse con los suyos, rehuyendo trabar combate singular con el griego. Patroclo,
gravemente herido, se dirigió donde sus compañeros, pero Héctor logró alcanzarle y
acabó por rematarlo de un lanzazo en el vientre. Jactancioso de su hazaña, arrebató
al caído sus armaduras, que eran de Aquiles.
Como Patroclo había sido un valiente guerrero, los griegos trabaron un terrible
combate para rescatar su cuerpo.
Áyax fue uno de los primeros en acercarse al lugar; al solo verle, Héctor se
llenó de terror y huyó en su carro. Sus mismos compañeros le avergonzaron a Héctor
su conducta. Héctor se puso entonces las armaduras de Aquiles que había quitado a
Patroclo y dirigió a los suyos al ataque. Los dos ejércitos se pusieron a pelear por el
cadáver de Patroclo. Hipóloco tenía atado al cadáver por una correa de la que tiraba,
pero Menelao, de un lanzazo, le puso fuera de combate. Mientras que el auriga
Automedonte trataba de hacer retirar a los caballos Janto y Balio, pero los pobres
animales lloraban a Patroclo, hasta que Zeus los hizo reanimar; los bravos caballos
se precipitaron entonces a la lucha. Pero el griego Alcimedonte, viendo que su
compañero Automedonte temerariamente se adentraba en las filas enemigas sin
llevar arma alguna, se subió al carro para suplantarlo y Automedonte saltó a tierra.
Los troyanos habían vuelto a acorralar a los griegos. Al ver las cosas como
iban, Hera envió a Iris para incitar a Aquiles que volviera al campo de batalla. Salió
el héroe caminando con aspecto sobrenatural y profirió un terrible alarido que hizo
huir a los troyanos en desbandada. El sol empezó a ocultarse.
Tetis fue a visitar a Hefaistos y le pidió que hiciera nuevas armaduras para su
hijo. El dios le hizo un escudo multicolor, donde se retrataban escenas de la vida
cotidiana. También fabricó otros tipos de armas.
Cuando ya empezaba a amanecer, llegó Tetis con las armas para Aquiles. Este
se las puso, mientras que la diosa ponía gotas de ambrosía y néctar en la nariz de
Patroclo para que el cadáver no se corrompiera.
Con voz de trueno, el héroe convocó a todos sus soldados. En medio de las
aclamaciones de todos, se reconcilió con Agamenón. A pedido de Ulises, sacaron
todos los regalos que el rey había ofrecido a Aquiles. A este le devolvieron su
esclava Briseida y otras siete esclavas más.
Los guerreros se prepararon para la lucha. Aquiles subió a su carro junto con
su cochero Automedonte. Enganchó a los caballos Janto y Balio; instigado por la
Furia, Janto dijo a su dueño: “Tu última hora se acerca, esta vez vamos a conducirte
a la muerte.” “Lo sé – respondió el héroe— pero no me vuelvo atrás”. Y dando un
grito, lanzó su carro al fragor de la lucha.
Apolo, ocultándose bajo la forma de Licaón, hijo del rey Príamo, incitó a Eneas
a que desafiara al héroe griego. Pero Poseidón, al ver que Aquiles era mucho más
fuerte que Eneas, arrebató a éste y lo apartó del lugar.
Furioso al ver a Héctor, Aquiles se dirigió contra éste, pero Apolo envolvió al
troyano en una nube negra y lo apartó del lugar.
El río Janto incitó a Esteropeo para que luchara contra Aquiles. Después de un
intercambio de lanzas y jabalinas, Aquiles mató a su contrincante clavándole la
espada en el vientre.
La lucha fue tan feroz que los mismos dioses, que hasta entonces solo habían
ayudado a sus protegidos, ahorra llegaban a las manos. Atenea hizo tumbar a Ares
con un enorme pedrusco, y a Afrodita le dio un tremendo puñetazo. Pero Poseidón y
Apolo, conscientes de su poderío, rehusaron pelear. Artemisa se burló de su
hermano; vino entonces Atenea, que con su carcaj golpeó en el rostro a la diosa
cazadora. Desde su trono, Zeus se divertía viendo tal espectáculo.
Príamo ordenó que abriesen las puertas para que entraran los fugitivos y lo
cerraran no bien hubiesen entrados todos. Mientras que Apolo, para distraer a
Aquiles, tomó la forma del guerrero Agenor. El griego se lanzó a perseguirlo en
dirección opuesta a las murallas; así, sin peligro, todos los troyanos pudieron
refugiarse.
Cuando Aquiles se dio cuenta del engaño de Apolo, ya todos los troyanos se
habían refugiado. Príamo y Hécuba, desde lo alto de las murallas, rogaba a su hijo
Héctor que no saliese de la ciudad.
“No me supliques, ¡perro!, por mis rodillas ni por mis padres. Ojalá el furor y el
coraje mi incitara a comer tus carnes todas crudas. ¡Tales agravios me has inferido!
Nadie podrá apartar tu cabeza a los perros ni aunque Príamo Dardánida me ofrezca
diez o veinte veces el debido rescate; ni aún así, la veneranda madre que te dio a luz
te pondrá en un lecho para llorarte, sino que los perros y las aves de rapiña
destrozaran tu cuerpo.”
Así, hubo de arrastrar delante de los muros de Troya, el cadáver del valiente
guerrero. Desde lo alto, Príamo y Hécuba lamentaron su desgracia. Toda la ciudad
gemía de dolor.
Luego vino una competición de tiro de flecha, que tenía como blanco una
paloma atada a una cuerda. Participaron Teucro y Mariones, los dos mejores
arqueros del ejército. Teucro logró cortar la cuerda, pero Mariones atravesó a la
paloma que ya empezaba a volar. El primero se llevó como premio diez hachas
grandes y el segundo diez hachas pequeñas.
Al fin los dioses tuvieron piedad de Héctor y su familia. Zeus, por medio de
Iris, rogó a Tetis que persuadiese a su hijo a que entregara el cuerpo a sus deudos.
Aquiles se mostró dispuesto a ello.
Entonces Iris fue donde el rey Príamo y le aconsejó que fuera donde Aquiles a
pedir que le entregara el cadáver de su hijo.