Teori769a Del Procesamiento de La Informacion-2
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Teori769a Del Procesamiento de La Informacion-2
En Historia de la Psicología
Enrique Lafuente, J C Castro y Pizarroso.
Universidad Nacional de Educación a Distancia Madrid, 2017
La concepción del cognitivismo como una revolución científica fue utilizada por
algunos psicólogos cognitivos apoyándose en los trabajos de filosofía e historia de la ciencia
de Thomas Kuhn (1922-1996), quien publicó en 1962 un libro muy influyente titulado La
estructura de las
revoluciones científicas (Caparrós, 1985). En este libro, basado sobre todo en la historia de la
física, Kuhn defendía que el desarrollo histórico de las ciencias no es acumulativo, sino que
consiste en una sucesión de «paradigmas» que constituyen casi cosmovisiones y dictan lo
que se debe investigar y cómo. Existen periodos de «ciencia normal» durante los cuales todo
marcha bien, es decir, no hay discusiones importantes entre los científicos y se tiene la
sensación de que se acumula conocimiento mediante la aplicación del método científico. Sin
embargo, en un momento dado comienzan a aparecer anomalías, esto es, datos que no
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Es, en cualquier caso, una caracterización que utilizamos con fines puramente expositivos. Las clasificaciones
de las distintas tendencias del cognitivismo son diversas. Por ejemplo, Ángel Rivière (1991a) distingue entre la
perspectiva del P.I. y el paradigma computacional-representacional. Desde el punto de vista de este autor la
psicología del P.I. va ligada a una versión débil de la metáfora del ordenador (la idea de que la mente funciona
como un programa informático), mientras que el paradigma computacional-representacional va ligado a una
versión fuerte de la misma (la idea de que la mente es un programa informático). Más adelante nos referiremos
a la analogía o metáfora del ordenador. Por otro lado, distintas maneras de aproximarse al origen y desarrollo
del cognitivismo pueden verse en los trabajos de Florentino Blanco (1995), Jerome Bruner (1990/1991), Tomás
R. Fernández (1996), Tomás R. Fernández, Sánchez, Aivar, y Loredo (2003), Fernando Gabucio y Antonio
Caparrós (1986), Howard Gardner (1988), Pilar Grande y Alberto Rosa (1993), y Ángel Riviére (1987, 1991b).
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encajan en el paradigma, el cual, entonces, empieza a convertirse en objeto de discusión, o
lo que es lo mismo, entra en crisis A medida que aumentan las anomalías el paradigma es
cada vez más cuestionado, hasta que finalmente tiene lugar una «revolución» que resuelve
la crisis e instaura un nuevo paradigma, el cual inaugura otro periodo de ciencia normal. El
esquema historiográfico kuhniano les parecía idóneo a algunos psicólogos cognitivos para
presentarse como adalides de un nuevo paradigma (por ejemplo, Lachman, Lachman y
Butterfield, 1979).
La inteligencia artificial
La inteligencia artificial (a veces nombrada por sus siglas, I.A.) fue también un
antecedente de la informática. Su paternidad suele atribuirse al matemático inglés Alan M.
Turing (1912-1954), muy conocido por el juego o prueba de la imitación que propuso en
1950, a veces denominado «test de Turing» (Turing, 1950/1984). Ideó asimismo la «máquina
de Turing», que impulsó la construcción de ordenadores y consistía en un modelo formal
que describía el funcionamiento de un dispositivo de cómputo basado en la inserción de
símbolos en una cinta.
La prueba de Turing
La prueba de Turing fue la base de la inteligencia artificial y pretendía resolver por vía
práctica la cuestión de si las máquinas pueden pensar. Imaginemos una situación en que una
persona recibe respuestas mecanografiadas a las preguntas que envía a la habitación de al
lado, con la cual no tiene otro medio de comunicación. En esa habitación hay un hombre y
una mujer, y el objetivo de quien recibe las respuestas es adivinar cuál es el hombre y cuál la
mujer, pero teniendo en cuenta que el objetivo del hombre es engañarle y, por tanto,
mentirá. Supongamos ahora que una máquina sustituye al hombre. ¿Sería capaz de darse
cuenta de la sustitución la persona que hace las preguntas? Dicho en términos más
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generales: sin contacto sensorial directo, ¿podría un ser humano averiguar si su interlocutor
es una persona o una máquina? En caso negativo, es perfectamente legítimo afirmar que las
máquinas piensan. Esto es lo que defendía Turing.
Pese a la sencillez de su formulación, la prueba de Turing fue muy controvertida,
aunque su idea de que las máquinas piensan se extendió rápidamente. En 1956 el
Dartmouth College de Hanover, New Hampshire, auspició una reunión científica que ha
pasado a la historia como la Conferencia de Dartmouth y que algunos consideran la puesta
de largo del cognitivismo. A esta reunión acudieron investigadores en inteligencia artificial —
Marvin Minsky (1927-), Herbert A. Simon (1916-2001), Allen Newell (1927-1992)— y en ella
se habló por vez primera de la analogía o metáfora del ordenador, según la cual el
ordenador podría ser un buen modelo de la mente humana y, por tanto, la inteligencia
artificial podría tener implicaciones psicológicas importantes.
La habitación china
Uno de los más conocidos críticos de la analogía del ordenador, especialmente de su
versión fuerte, ha sido John Searle (1932-), de la Universidad de California en Berkeley. En
1980 formuló su argumento de la «habitación china», como se le suele llamar, con el que
intentaba demostrar que, si aplicáramos la prueba de Turing a la vida real, estaríamos
obligados a sostener que se puede hablar un idioma sin entender el significado de sus
palabras. El argumento de Searle tiene una estructura similar a la prueba de Turing, pero
pretende reducir al absurdo la actitud de quienes toman la metáfora del ordenador en un
sentido fuerte.
El argumento es el siguiente (Searle, 1980): Consideremos un ordenador en el que se
ha instalado un programa de traducción de chino. Hoy estos traductores automáticos son
populares, pero siguen consistiendo esencialmente en lo mismo que cuando Searle expuso
su argumento hace más de tres décadas: conjuntos de instrucciones que indican cómo
sustituir símbolos de unos idiomas por símbolos de otros idiomas. ¿Diríamos que el
ordenador entiende el chino? Imaginemos ahora que una persona que no habla chino se
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mete en una habitación donde encuentra papelitos con símbolos chinos, es decir,
ideogramas cuyo significado desconoce.
Ahora esa persona recibe una hoja con instrucciones —en su lengua materna—
donde se le pide que combine los símbolos chinos de una determinada manera y saque la
combinación fuera de la habitación. Pues bien, tras hacer esto varias veces con nuevos
símbolos y nuevas instrucciones, la persona se entera de que los ideogramas que le daban
eran preguntas de hablantes chinos que estaban fuera de la habitación, mientras que las
instrucciones servían para combinar los símbolos de tal modo que la combinación resultante
consistía en respuestas a esas preguntas. Dado que había seguido bien las instrucciones, las
personas chinas de fuera de la habitación habían pensado que un auténtico hablante de su
idioma estaba respondiendo las preguntas. Obviamente, tras descubrirse el truco, nadie diría
que la persona encerrada en la habitación entiende el chino. ¿Por qué decir, entonces, que
una máquina de traducción sí lo entiende?
Lo que quería hacer Searle con su ejemplo de la habitación china era subrayar que la
mente no sólo consiste en sintaxis —concatenaciones de símbolos procesándose según
ciertas reglas— sino que también incluye contenido semántico, o sea, significados: los
símbolos son símbolos de algo, y conocer ese algo es esencial para comprender el
funcionamiento de la mente. Por lo demás, los propios psicólogos cognitivos acabaron
advirtiendo ciertas limitaciones metodológicas de la analogía del ordenador (Vega, 1982).
Sin embargo, quizá el principal problema de la analogía es que ni siquiera vale como
metáfora —o sea, en su versión débil— por la sencilla razón de que no es una metáfora, sino
una metonimia: toma la parte por el todo. Los ordenadores no son más que instrumentos de
los que se sirve nuestra actividad como seres humanos, y en ese sentido son partes de dicha
actividad. No sirven como modelos de nuestra actividad porque son parte de ella. Son
herramientas nuestras, con las que intentamos lograr ciertos propósitos. Por sí mismos, ellos
no actúan. Su funcionamiento es puramente mecánico. No se les pueden atribuir funciones
psicológicas.
Somos nosotros, en tanto que observadores, quienes leemos el resultado del
funcionamiento del ordenador en términos de información. Sólo cabe hablar de información
cuando es informativa para alguien. En el fondo, ni siquiera tiene sentido afirmar que los
programas informáticos consisten en instrucciones de manipulación de símbolos. Los
símbolos sólo son símbolos para quien sepa interpretarlos como tales. Y las instrucciones
sólo son instrucciones desde el punto de vista del programador humano, que es quien las
escribe persiguiendo determinados fines; por ejemplo, traducir automáticamente un texto,
guiar un misil, ganar una partida de ajedrez o entretenernos con un videojuego.
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Cada una de estas fases compromete una serie de procesos, operaciones y funciones
cognoscitivas; así, por ejemplo, durante la etapa de entrada se activan los mecanismos de
percepción que le permiten al sujeto discente obtener toda la cantidad y calidad de información
que necesita para definir y comprender; durante la elaboración se comparan y se relacionan las
porciones de información con la información o con la experiencia previas a fin de definir el
problema y luego procesar su información; finalmente durante la etapa de salida se organiza la
información con el objeto de poder comunicarla: el sujeto informa sobre el resultado del
problema.
Información pues y procesos son dos entidades inseparables. Los procesos mentales
operan sobre la información, sobre las ideas y experiencias para ir organizándolas en estructuras
sistematizadas, las cuales a su vez tienen influencia decisiva sobre los nuevos aprendizajes. De
aquí que con razón Heller sostiene que "mientras más flexible y permeable sea la estructura
cognoscitiva, más posibilidades tendrá de enriquecerse con la información que recibe".
Para los psicólogos del procesamiento de la información conocer es: recopilar, almacenar,
interpretar, comprender, utilizar la información tanto interna como proveniente del entorno. Los
teóricos del procesamiento de la información, además, no definen el aprendizaje como una
modificación relativamente permanente de la conducta que ocurre como resultado de la
experiencia (enfoque conductista) sino como "la construcción de estructuras cognitivas". Ahora
bien, estudiar las estructuras cognitivas, dentro del paradigma del procesamiento de la
información, consiste en investigar de qué manera el ser humano adquiere información, la
registra, la transforma, la reproduce y de qué manera toma decisiones. En ese contexto, aprender
consiste en modificar el estado interno de sus conocimientos, o según la expresión ya corriente
entre ellos, de sus estructuras cognitivas.
Farrell y Kotrlik (2003) entregan una sucinta y actualizada descripción del enfoque del
procesamiento de la información. Según estos autores, desde este enfoque, que es el núcleo de la
psicología cognoscitiva, se explica la manera como los individuos reciben y procesan la
información para la codificación, repetición, almacenamiento y recuperación de la memoria. El
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enfoque incluye los sentidos, los registros sensoriales, la memoria a corto plazo (de trabajo), y la
memoria a largo plazo.
Los sentidos:
Introducimos una información desde nuestro entorno al cerebro a través de nuestros cinco
sentidos y de nuestros propioceptores. Todos los estímulos sensoriales entran al cerebro como una
corriente de impulsos eléctricos que es el resultado del encendido de las neuronas en secuencia a
lo largo de específicas sendas sensoriales. El cerebro, pues, no ve las ondas de luz ni oye las ondas
de sonido. Sino que determinados módulos especializados de neuronas procesan los impulsos
eléctricos creados por ondas de luz y sonido en lo que el cerebro percibe como visión y sonido.
El registro sensorial:
Una vez que la información es introducida a nuestro cerebro, es filtrada por el registro
sensorial.