Seminario Ciudadanía y Genero CLASE 2

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CLASE 2

SEMINARIO DE CIUDADANÍA Y PARTICIPACIÓN


POLÍTICA FEMENINA EN ARGENTINA
ÍNDICE DE CONTENIDOS

CLASE 1
Ciudadanía y género.

CLASE 2
Las contribuciones del Feminismo en la conformación
de una ciudadanía femenina. Del sufragismo hasta “lo
personal es político”.

CLASE 3
El proceso de constitución de la ciudadanía política
de las mujeres en la Argentina.

CLASE 4
Ciudadanía diferenciada. Las cuotas. La Paridad.
CLASE 2
LAS CONTRIBUCIONES DEL
FEMINISMO EN LA
CONFORMACIÓN DE UNA
CIUDADANÍA FEMENINA.
DEL SUFRAGISMO HASTA
“LO PERSONAL ES POLÍTICO”
CIUDADANÍA Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA FEMENINA EN ARGENTINA | Seminario de Capacitación Política

CLASE 2
LAS CONTRIBUCIONES DEL FEMINISMO EN
LA CONFORMACIÓN DE UNA CIUDADANÍA FEMENINA.
DEL SUFRAGISMO HASTA “LO PERSONAL ES POLÍTICO”2

Cuando se constituyeron las democracias modernas en los países europeos a la luz


del pensamiento ilustrado que hizo eclosión en la Revolución Francesa, sus ideales
sostenían la “igualdad, libertad y fraternidad” entre todos los hombres a partir de
los cuales los revolucionarios se proponían romper con el ordenamiento estamen-
tal de las sociedades monárquicas e instalar, en cambio, la idea de movilidad social
en función del mérito individual. Sin embargo, la igualdad que se construye -desde
los inicios- es unilateral “…elaborada formalmente mediante la proclamación de la
universalidad de la categoría de sujeto, toma como modelo para su elaboración los
intereses parciales del ciudadano-varónpropietario” (Rubio, 2005: 3). Así, el mode-
lo que permite el acceso a la ciudadanía no es neutro ni asexuado, y ese individuo
-varón- “porta en su interior una representación colectiva: la de aquellos a quienes
se les ha privado, en un momento previo a la construcción de la sociedad, de voz
propia” (Ibidem).

Esto es así porque “los varones desde una naturaleza igual, siendo igualmente li-
bres acordaron un pacto inter-pares constituyendo la sociedad política, que nació
de este modo masculina” (Archenti, 1994: 28). Precisamente, el contrato social se
convirtió en el tipo de modelo abstracto sobre el que se edifica toda la Modernidad,
y es el fundamento de las democracias. El problema reside en que ese contrato
descansa en un acuerdo originario -el contrato sexual- a través del cual los varones
se apropian del derecho a disfrutar de un igual acceso sexual a las mujeres, asegu-
rando la libertad para sí mismos y la sujeción para ellas, a través de dos institucio-
nes: el matrimonio y la prostitución. Las mujeres no han nacido libres, son el objeto
del pacto, y “nadie puede ser al mismo tiempo propiedad humana y ciudadano”
(Pateman, 1995: 10-18). Precisamente, “el derecho sexual o derecho de acceso a los
cuerpos de las mujeres es una dimensión esencial del derecho político del que los
varones se autoinvisten” (Amorós, 2000: 61). En consecuencia, se generan “… rela-
ciones de dominación y subordinación al descansar sobre una concepción del indi-
viduo como propietario de su propia persona. Individuo y contrato son categorías
masculinas, patriarcales, de ahí que las mujeres sean excluidas del contrato original,
no son individuos, acceden al mundo público como mujeres” (Agra Romero, 1995)3.
De este modo, las desigualdades de género que aún existen en la arena política, se
sitúan en el contrato original.

Las mujeres no tardarán en darse cuenta que los ideales proclamados por la Ilustra-
ción no las comprendían. Como señala Ana de Miguel “Las mujeres de la Revolución
Francesa observaron con estupor cómo el nuevo Estado revolucionario no encon-
traba contradicción alguna en pregonar a los cuatro vientos la igualdad universal y
dejar sin derechos civiles y políticos a todas las mujeres” (citado en Varela, 2005:

2
Parte del contenido de este apartado fue publicado en la revista Complejidad Nº 20. María Elena
Martin (2013) “La ciudadanía política femenina: los aportes del Feminismo a un proceso enconstruc-
ción”. Revista Complejidad Nº 20 Trimestre julio-septiembre 2013, ISSN 1853-8118. pp. 35-52.
3
En Prólogo a la edición en español de El Contrato Sexual, Ed. Anthropos, 1995, pág. XI.

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29). Sin embargo, a pesar de ello, la idea de igualdad tuvo impacto en las mujeres,
pues es “difícil estar inmersas en un medio ideológico poblado de discursos acer-
ca de la igualdad, la libertad y la fraternidad y resignarse, en una sociedad que se
presenta a sí misma como en proceso constituyente, a vivir su propia inserción en
él al modo de la vicariedad y la pasividad” (Amorós, 2000:164).

De ahí que éstas se pudieron pensar por primera vez como sujetos y reclamar des-
de los propios inicios de la Revolución, su presencia y participación en lo público.
Sin proponérselo, las Luces alumbrarán a un “hijo no querido” (Valcárcel, 2001:9):
el Feminismo.

“...el feminismo es un pensamiento de igualdad […] es una tradición


de pensamiento político, con tres siglos a la espalda que surge en el
mismo momento en que la idea de igualdad y su relación con la ciu-
dadanía se plantean por primera vez en el pensamiento europeo. En
el exacto momento en que aparece la idea de igualdad en la gran
filosofía barroca, aparece el primer indicio de feminismo y consiste
desde entonces en la vindicación de esa igualdad para la mitad de
la humanidad a la cual no le es atribuida” (Valcárcel, 1997: 89).

“…es un tipo de pensamiento antropológico, moral y político que


tiene como su referente la idea racionalista e ilustrada de igualdad
entre los sexos […] y cuyo nervio consiste en la reivindicación: en
demandar, tomando como referente el techo marcado por una abs-
tracción disponible, un trato igualitario” (Amorós, 2000: 70).

Hasta la irrupción del Feminismo, no se había articulado un pensamiento destina-


do a recuperar los derechos arrebatados a las mujeres; pero se pueden inventariar
como antecedentes textos que denuncian sobre la situación y carencias de las mu-
jeres -discurso que Amorós denomina “memorial de agravios”- tales como la obra
de Christine de Pizan (La ciudad de las damas, 1405) y de François Poulain de la
Barre (Sobre la igualdad de los sexos, 1671, La educación de las damas para la con-
ducta del espíritu en las ciencias y las costumbres y La excelencia de los hombres
contra la igualdad de los sexos), en las cuales se considera a la desigualdad entre
los sexos como el prejuicio más arraigado en las sociedades y elabora la célebre
frase “la mente no tiene sexo”, por lo que varias autoras lo consideran un adelanta-
do del discurso de la Ilustración.

A partir de 1789, luego de que la Asamblea Nacional Francesa proclamara en agos-


to los Derechos del Hombre y del Ciudadano, se encuentran reclamos de mujeres
en tono reivindicativo, rasgo que será inseparable del feminismo desde sus oríge-
nes. Así, se registran testimonios que manifiestan la toma de conciencia por parte
de las mujeres de ser “el tercer estado dentro del tercer estado, y de que sus in-
tereses no son los mismos ni siquiera que los varones de sus clases respectivas”4.

4
Muchos de estos reclamos se registraron en los Cuadernos de Quejas: “Fueron redactados en 1789
para hacer llegar a los Estados Generales (una especie de Parlamento de la época que a los pocos
días se constituyó en Asamblea Nacional), las quejas de los tres estamentos: clero, nobleza y tercer
estado (pueblo). Las mujeres quedaron excluidas de la Asamblea General y entonces se volcaron en
los Cuadernos de Quejas donde hicieron oír sus voces por escrito, desde las nobles hasta las religiosas
pasando por las mujeres del pueblo. […] En ellos abogaban por el derecho a la educación, al trabajo,
derechos matrimoniales y respecto a los hijos y derecho al voto” (Varela, 2005: 30-31).

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En el mismo sentido, se inscribe la demanda del marqués de Condorcet hacia una


instrucción pública igualitaria y su apoyo al voto de las mujeres, en un artículo del
“Journal de la Société”, 1789; y en “Sobre la admisión de las mujeres en el derecho
de ciudadanía”, 1790; también varios de los escritos de Denis Diderot reivindican
derechos iguales para las mujeres. Estas demandas se articularán de un modo más
radical y sistemático en la “Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana”
(1793), que escribe Olympe de Gouges, en la que declara la invalidez de la Consti-
tución, “porque es nula si la mayoría de los individuos que componen la Nación no
ha cooperado en su redacción”5 a la vez que sostiene que “la mujer tiene derecho
a ser llevada al cadalso y del mismo modo, subir a una tribuna”. Como expresa
Amorós (2000: 195) “no la dejan ser ‘Hombre de Estado’, pero eso no es objeción
para que pague como tal”, y por tanto, su osadía de haber exigido una igualdad
“universal” le significó lo segundo: ser castigada con la guillotina.

En la misma época aparece el texto Vindicación de los Derechos de la Mujer (1792),


de Mary Wollstonecraft, considerada la obra fundacional del Feminismo. La autora
aboga en él por el igualitarismo entre los sexos, la necesidad de la participación
política y la representación parlamentaria, y sostiene que la clave para superar la
subordinación femenina reside en el acceso a la educación. Las nuevas mujeres
educadas no sólo alcanzarían un plano de igualdad con respecto a los hombres,
sino que podrían desarrollar su independencia económica accediendo a activida-
des remuneradas. Su obra, inscripta en la lucha radical contra los prejuicios, “inau-
gura la crítica de la condición femenina […] y llama por primera vez privilegio al
poder que siempre habían ejercido los hombres como si fuera un mandato de la
naturaleza” (Valcárcel, 2001)6.

Por lo tanto, en forma paralela a la Ilustración de carácter patriarcal, cuyos cultores


Rousseau, Locke, Hume, Hobbes y Kant -entre otros- buscaron fundamentar teóri-
camente la exclusión de las mujeres del goce efectivo del principio de igualdad, se
erige una Ilustración feminista, que se manifiesta tanto como tradición intelectual
como en clave de movimiento social, e inicia un largo camino de luchas reivindica-
tivas. En tanto pensamiento, construye su propio corpus teórico y ha conseguido
constituirse en un paradigma del conocimiento que se inscribe en el marco de las
teorías críticas de la realidad. Sus principales aportes han sido los conceptos de
género, patriarcado y androcentrismo, que permitieron desenmascarar el diseño
masculino de la sociedad política. Precisamente, al acuñar un concepto, posibilita
hacer visible esa realidad para luego proponer un cambio social sobre la misma. En
consecuencia, siguiendo a Amorós (2005: 53), para el feminismo “conceptualizar
es politizar”. De esta manera, actúa como “la linterna que muestra las sombras de
todas las grandes ideas gestadas y desarrolladas sin las mujeres y en ocasiones a
costa de ellas: democracia, desarrollo económico, bienestar, justicia, familia, reli-
gión…” (Varela, 2005: 21).

En el siglo XIX, desde 1848 hasta las primeras décadas del siglo XX, el Feminismo
se configura sobre todo como un movimiento social en torno a la lucha por el de-

5
Celia Amorós (2000) cita el trabajo de Alicia Puleo (1993): La ilustración olvidada. La polémica de
los sexos en el siglo XVII, al cual considera como fuente ineludible para profundizar acerca de la in-
fluencia de la Ilustración en el feminismo.
6
Citado en Varela, Nuria, 2005: 40.

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recho al sufragio. Con diferentes grados de radicalización y matices, se extiende


tanto a los países europeos como a los latinoamericanos.

En el mundo europeo, el surgimiento y la expansión del sufragismo estuvieron aso-


ciados a circunstancias que favorecieron su desarrollo tales como el triunfo de la
ideología liberal relacionada al impacto de la revolución industrial y el crecimiento
de las clases medias.

Paralelamente, en los países en los que predomina la religión protestante, ésta ope-
ra como un factor que facilita el surgimiento del sufragismo. Esto es así en tanto
la posibilidad de interpretar libremente la Biblia y la multiplicación de espacios de
reuniones, permiten a las mujeres juntarse en pequeñas comunidades en las que
las actividades de lectura y discusión contribuyen al manejo de herramientas que
facilitarán su desempeño en el espacio público e incluso adquirir una mirada “feme-
nina”. Así por ejemplo llegan a escribir una versión de la Biblia desde la perspectiva
de las mujeres por considerar que la original era patriarcal.

Los factores indicados nos permiten identificar las razones por las cuales EEUU fue
la cuna del Sufragismo. A partir de la denominada “Declaración de Sentimientos”,
resultado de la reunión realizada en una capilla metodista de Seneca Falls, Estado
de New York, el 19 y 20 de julio de 1848, este movimiento sale a la luz. Las 68 muje-
res y los 32 hombres que se reunieron, plantearon entre los principales objetivos: el
derecho de voto, la mejora de la educación, la capacitación profesional y la apertu-
ra de nuevos horizontes laborales y la equiparación de los sexos en la familia como
medio para evitar la subordinación de la mujer y la doble moral sexual.

“A partir de esa fecha, las mujeres de EEUU empezaron a luchar de


forma organizada a favor de sus derechos, tratando de conseguir una
enmienda a la Constitución que les diera el acceso al voto”. Luego de
que las mujeres hubieran apoyado todo el movimiento abolicionista
de la esclavitud, y como les ocurriría a las francesas durante la Revolu-
ción de 1789, “las sufragistas también fueron traicionadas.” […] Cuan-
do en 1866 se presenta “la Decimocuarta Enmienda a la Constitución
que por fin concedía el voto a los esclavos, negaba explícitamente el
voto a las mujeres”; [y más traición aún] “ni siquiera el movimiento an-
tiesclavista quiso apoyar el voto para las mujeres, temeroso de perder
el privilegio que acababa de conseguir” (Varela, N: 2005,49).

De esta manera, a las líderes Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony les va a
quedar claro que la lucha por los derechos para las mujeres sólo será responsabili-
dad de ellas mismas; por ello, en 1868 fundan la Asociación Nacional Pro Sufragio
de la Mujer (NWSA), a partir de la cual fortalecen lo que será uno de los rasgos más
persistentes del movimiento feminista: la solidaridad. Al año siguiente, diferencias
respecto de las estrategias de lucha provocan una escisión en sus filas, y el sector
liderado por Lucy Stone organiza la Asociación Americana Pro Sufragio de la Mujer
(AWSA)7. Los avances fueron lentos y, ante las dificultades, ambas organizaciones
7
La diferencia entre unas y otras residía en que las mujeres que permanecieron en NWSA, buscaban
la obtención simultánea del sufragio en todo el territorio nacional, afirmando una estrategia colectiva
sustentada en fuertes lazos solidarios; las lideradas por Stone consideraban que la lucha debía hacer-
se Estado por Estado, dejando liberada la obtención de resultados a las capacidades organizativas y
a las particularidades de cada lugar. En el futuro las diferencias entre el feminismo radical y el femi-
nismo liberal se inscriben en esta división temprana.

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volvieron a unirse en 1890. Con la llegada del nuevo siglo radicalizaron sus luchas,
organizaron distintas actividades en las principales ciudades hasta conseguir que
en 1918 la Cámara de Representantes aprobara la Decimonovena Enmienda, que
entró en vigor en 1920.

En lo que respecta a Inglaterra, tuvo un movimiento sufragista fuerte y de larga


duración, que desde sus inicios se dividió en dos tendencias: una moderada y otra
radical. La primera fue encabezada por Millicent Garret Fawcet quien conformó
el grupo de la National Union of Women’s Suffrage Societies (Unión Nacional de
Sociedades de Sufragio Femenino), el cual “…en 1914 llegó a contar con más de
100.000 miembros [y] centraba su labor en la propaganda política, convocando
mítines y campañas de persuasión siguiendo siempre una estrategia de orden y
legalidad” (Ocaña Aybar: 2000). El movimiento sufragista británico se ha carac-
terizado por la diversidad de sus expresiones, de las cuales el teatro constituyó
una de las más valoradas puesto que las actrices tenían habilidad para hablar en
público. En 1908 se conforma la Asociación de Actrices por el Derecho al Voto,
quienes interpretando obras de tinte político, buscaban la sensibilización de la po-
blación en relación con el voto femenino. Por su parte, el ala radical, liderada por
Emmeline Pankhurst (1858-1928) y sus hijas, crea en 1903 la Women’s Social and
Political Union (Unión Social y Política de las Mujeres). Esta organización, además
de los tradicionales medios de propaganda, recurrió a tácticas violentas como el
sabotaje, el incendio de comercios y establecimientos públicos, o a las agresiones
a los domicilios privados de destacados políticos y miembros del Parlamento. Sus
integrantes, conocidas como las “suffragettes”, eran caricaturizadas y ridiculizadas
por la prensa de la época al tiempo que sufrían persecuciones por parte de las au-
toridades, que en no pocos casos, les significaba la cárcel.

Asimismo, las sufragistas ingle-


sas tuvieron dos grandes aliados:
John Stuart Mill y Jacob Brig,
quienes presentaron una y otra
vez -sin éxito- propuestas para
conseguir el derecho político de
las mujeres. El primero, casado
con la feminista Harriet Taylor, no
sólo fue un destacado político,
sino que además en 1869 publi-
có el libro La sujeción de la mujer,
que se constituyó en la “biblia” de
las feministas de la época. Pero
fue recién con la Primera Guerra
Mundial que se produjo un vuel-
LAS “SUFFRAGETTES” co de la situación: “el gobierno
británico declaró la amnistía para
las sufragistas y les encomendó la organización del reclutamiento de mujeres para
sustituir la mano de obra masculina en la producción durante la guerra” (Gamba,
S., 2001:2). El 28 de mayo de 1917 fue aprobada la ley de sufragio femenino, luego
de 2.588 presentaciones al Parlamento. Sin embargo, ésta sólo incluía a las mujeres
mayores de 30 años, y el conjunto de las mujeres deberán esperar diez años más
para acceder a ese derecho.

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Independientemente del grado de penetración que haya podido tener el movi-


miento feminista en los distintos países, el derecho al sufragio femenino se alcanzó
de manera masiva en casi todos los países occidentales luego de concluida la Pri-
mera Guerra Mundial.

En la tabla Nº 1 se reflejan las fechas de obtención del sufragio masculino y femenino


en los principales países que conforman la Organización para la Cooperación y el Desa-
rrollo Económicos (OCDE), considerados los de mayor ingreso económico del planeta.

Esquema Nº 2
Obtención del Sufragio Universal en Países de la OCDE

PAÍS SUFRAGIO UNIVERSAL SUFRAGIO UNIVERSAL


MASCULINO FEMENINO

Alemania 1869/1871 1919


Australia 1903 1908
Austria 1907 1918
Bélgica 1919 1948
Canadá 1920 1920
Dinamarca 1915/1918 1918
España 1869/1907 1931
Estados Unidos8 1870 1965
Finlandia 1906 1906
Francia 1848 1946
Gran Bretaña 1918 1918/19289
Grecia 1877 1952
Irlanda 1918/1922 1918/1922
Islandia 1915 1915
Italia 1912/1918 1946
Japón 1925 1947
Luxemburgo 1918/1919 1919
Noruega 1897 1913
Nueva Zelanda 1889 1893
Países Bajos 1917 1919
Portugal 1911 1974
Suecia 1921 1921
Suiza 1848/1879 1971
Fuente: Extraído de Nohlen, 1994: 23.

8
Agregado de la autora. En EEUU las mujeres votaban desde 1920, pero sólo las blancas.
9
En 1918 se obtiene el sufragio femenino para las mujeres mayores de 30 años y en 1928 se hace ex-
tensivo a todas las mujeres.

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Por su parte, en América Latina también transcurre durante el siglo XIX una movi-
lización de las mujeres para reivindicar sus derechos, con características diferen-
ciales entre los países, dependiendo de factores tales como el estado de desarrollo
de la economía, el régimen político dominante o los factores demográficos, entre
otros. Desde la perspectiva de algunas historiadoras (Lavrin, 1995), el feminismo la-
tinoamericano registra influencia de tres vertientes: socialista, liberal y anarquista,
y su característica diferencial con respecto al hemisferio norte, fue su rechazo a las
manifestaciones violentas para reclamar por las condiciones de las mujeres.

“… La separación de la mayoría de las ex-colonias de la madre pa-


tria España durante las primeras décadas del siglo XIX -en Brasil
varias décadas después-, generaron las condiciones sociales para
que no solamente tomaran la palabra algunas feministas aisladas10,
sino para que se pudieran escuchar reivindicaciones generales de
las mujeres”. (Küppers, 2001: 13).

En ese sentido, podemos mencionar algunos ejem-


plos que, sin ánimos de exhaustividad, ilustran las
luchas de las mujeres por su ciudadanía. En Perú
cabe mencionar entre las precursoras feministas
de esta etapa, a la escritora Clorinda Matto (1852-
1909), quien “fue jefa de redacción de un periódico
liberal, “El Perú Ilustrado”, era propietaria de una
imprenta propia -en la cual empleaba únicamen-
te a mujeres- y escribió tres novelas. La primera
de ellas, Aves sin nido (1889), puede considerar-
se como primera gran obra del indigenismo e in-
FLORA TRISTÁN
auguró esa corriente literaria” (Küppers, 2001:15).
Pero la más importante fue sin duda, Flora Tristán.
Enraizando su feminismo en la Ilustración, presupone un proyecto político que se
articula a partir de la idea de que todos los seres humanos nacen libres, iguales
y con los mismos derechos, que se plasmarán en su libro Peregrinaciones de una
paria, de 1838, en línea de continuidad con el pensamiento de autoras como Mary
Wollstonecraft. Pero a diferencia de ésta, Tristán ya en la década de 1840 imprime
a su pensamiento un giro de clase, cuando liga la negación de la educación a las
mujeres con su explotación económica; así señala que no se envía a las niñas a la
escuela “porque se le saca mejor partido en las tareas de la casa, ya sea para acu-
nar a los niños, hacer recados, cuidar la comida, etc.”, y luego “a los doce años se
la coloca de aprendiza: allí continúa siendo explotada por la patrona y a menudo
también maltratada como cuando estaba en casa de sus padres”11.

Considera que por ello, la situación de las más desposeídas, las obreras, reviste ma-
yor importancia que la de las mujeres de clase alta, para las cuales el dinero puede
proporcionar educadores y sirvientes profesionales; mientras que las primeras su-
fren desde que nacen un trato injusto y vejatorio, unido a su nula educación y a la
obligada servidumbre al varón.

10
“La célebre rebeldía de la religiosa Sor Juana Inés de la Cruz (1648 ó 1651 hasta 1691) en México en
el siglo XVII, fue la obra de una mujer muy inteligente, pero todavía aislada” [Küppers G.: 2001:13].
11
Pasajes de su libro Unión Obrera, escrito en 1843.

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Por su parte, en Brasil, el nombre de Bertha Lutz


fue una seña de identidad en la lucha sufragista
durante la década de 1920. Después de haber re-
presentado a Brasil en la Asamblea General de la
Liga de las Mujeres Electoras, realizada en Esta-
dos Unidos, en la que fue electa vice-presidenta
de la Sociedad Pan-Americana, en 1922 funda la
Federación Brasilera para el Progreso Femenino
y en 1936 fue electa diputada federal desde don-
de impulsa leyes en relación con el trabajo feme-
nino e infantil y hasta llega a plantear la igualdad
BERTHA LUTZ salarial. Igualmente, la escritora María Lacerda de
Moura ocupa un rol destacado: publicó artículos
en periódicos, sobre todo en la prensa anarquista brasileña, argentina, uruguaya
y española y lanzó en 1923 la revista Renascença, especializada en las cuestiones
sobre la formación intelectual y moral de las mujeres; también publicó algunos
ensayos como En torno a la educación (1918) y La mujer moderna y su papel en
la sociedad actual (1923). Entre los temas elegidos por la escritora, encontramos
la educación sexual de las jóvenes, la virginidad, el amor libre, el derecho al placer
sexual, el divorcio, la maternidad consciente y la prostitución, asuntos poco discu-
tidos por las mujeres de su época. En 1921 fundó la Federación Internacional Femi-
nista y también se unió a los movimientos obreros y sindicales.

En Chile, Amanda Labarca, escritora,


educadora y primera latinoamericana en
ejercer una cátedra universitaria -junto
a Celina Reyes- impulsa en 1922 un pro-
yecto sobre derechos políticos, civiles y
jurídicos. En 1919, fundó el Consejo Na-
cional de Mujeres, organismo que tenía
por objetivo reivindicar a la mujer den-
tro de la sociedad, y en 1944, fue elec-
ta Presidenta de la Federación Chilena
de Instituciones Femeninas. En su larga
trayectoria como feminista y educado-
ra, escribió varios libros y ocupó cargos
AMANDA LABARCA
públicos destacados, como la embajada
de su país ante las Naciones Unidas.

Asimismo, en México desde la década de 1880, varias mujeres se agrupaban en


torno a revistas y periódicos como Siempre Viva, Violetas del Anáhuac y Álbum de
la Mujer, en los que reflexionaban sobre la condición femenina. Muy tempranamen-
te, sectores de mujeres vinculadas al anarquismo y al socialismo se involucraron
abiertamente con los grupos que lucharon por derrocar al régimen de Porfirio Díaz
-quien gobernó entre 1887 y 1910- y paralelamente solicitaban el derecho al sufra-
gio, entre las cuales se encontraban Hermila Galindo, Elvia Carrillo Puerto y Refugio
García (maestras, periodistas, escritoras y militantes de organizaciones políticas y
gremiales, las figuras más emblemáticas de la primera hora del sufragismo mexica-
no). En 1935 se organiza el Frente Único Pro Derechos de la Mujer, FUPDM, con el
objeto de luchar por el voto, que se obtendrá sólo dos décadas más tarde.

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A pesar de esta precoz movilización femenina, ese derecho tarda algunos años en
llegar. Mientras el sufragio universal masculino se introdujo entre el último tercio
del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX; el femenino llegó recién a partir
de los años treinta, aunque en la gran mayoría de los países no se adquiere sino
hasta mediados de ese siglo (ver tabla siguiente).

Esquema Nº 3
Obtención del Sufragio Universal en Países de América Latina

PAÍS SUFRAGIO UNIVERSAL SUFRAGIO UNIVERSAL


MASCULINO FEMENINO

Argentina 1912 1947


Bolivia 1952 1952
Brasil 1932 1932
Chile 1925 1949
Colombia 1853/1936 1957
Costa Rica 1913 1949
Ecuador 1861 1929
El Salvador 1883 1939
Guatemala 1865 1945
Honduras 1894 1945
México 1917 1953
Nicaragua 1893 1957
Paraguay 1870 1967
Perú 1931 1955
Rep. Dominicana 1865 1942
Uruguay 1918 1932
Venezuela 1894 1946
Fuente: Elaboración propia en base a datos extraídos de Nohlen, 1994: 31.

En la década siguiente a la Segunda Guerra Mundial, las mujeres habían consegui-


do el derecho al voto en casi todos los países del mundo occidental, tanto del he-
misferio norte como del sur, pero “paralelamente se produjo un reflujo de las luchas
feministas” (Gamba, 2007: 143). Tanto en EEUU como en Europa, hubo políticas
deliberadas para alejar a las mujeres de los empleos obtenidos durante el período
bélico, devolviéndolas al hogar. Para hacer esto posible, el hogar mismo debía reno-
varse y el papel femenino tradicional adecuarse al nuevo estado de cosas, a lo que
contribuiría la expansión de la industria de los electrodomésticos, que le prometían
ser “la reina del hogar”. Efectivamente, “mujeres con derechos ciudadanos recien-
temente adquiridos y una formación elemental o media, en número significativo,
debían poder encontrar en el papel de ama de casa un destino confortable”, lo cual

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implicaba que “renunciaran a hacer ejercicio verdadero de sus nuevos derechos”


(Valcárcel, 2004: 8).

Sin embargo, a pesar de este panorama que se presentaba en los años ’50, empie-
za a emerger un nuevo feminismo, o para ser más exactas, una nueva etapa en su
historia12. Teniendo como precursora a la francesa Simone de Beauvoir, cuya obra
principal El Segundo Sexo (1949), se van a remarcar las claves que iluminarán los
caminos de la teoría feminista en las décadas posteriores. La filósofa sostiene que
la mujer es siempre designada a partir del concepto de alteridad en relación al
hombre: es “la otra”, ocupa una posición de subordinación en un mundo en el que
todas las relaciones de poder están fijadas por los varones. Asimismo, Beauvoir se
propone demostrar, como lo señala Susana Gamba, que “la Naturaleza no encade-
na a los seres humanos y les fija su destino: “no se nace mujer, se llega a serlo”.

Algún tiempo después, otra destacada mujer, esta vez del otro lado del Atlántico,
Betty Friedan, buscará explicar la situación que viven las mujeres de la clase media
norteamericana en esa sociedad de posguerra que pretendía hacer una “Mística de
la Feminidad”, que será el título de su principal obra publicada en 1963 y es consi-
derada el punto de partida del nuevo feminismo. Exponente del Feminismo liberal
o reformista, esta autora pone el acento en la reivindicación de derechos, que per-
mitan la equiparación entre varones y mujeres; esto es, aboga por la necesidad de
que se reconozca a las mujeres el derecho a trabajar fuera del hogar y la reforma
del sistema para terminar con las desigualdades en el mercado laboral. No obstan-
te, no avanza en la exploración de las causas de la subordinación de la mujer en la
sociedad y en el cuestionamiento del orden patriarcal.

En la década siguiente se va a avanzar en la consolidación del movimiento femi-


nista: se incorporan los Estudios sobre las Mujeres a las agendas de investigación
y enseñanza en los ámbitos universitarios, se conforman organizaciones, entre las
que sobresale NOW (National Organization for Women) fundada en 1966 por Betty
Friedan que llega a tener cerca de 500.000 miembros, y también se constituyen
grupos de reflexión y autoayuda.

Precisamente estos últimos junto a los métodos de acción directa13, serán carac-
terísticos del Feminismo radical, que se desarrolla en EEUU entre 1967 y 1975, y
cuyas representantes principales son Kate Millet (Política Sexual, 1969) y Shulamite
Firestone (La dialéctica de los sexos, 1970). Éste se sustenta en el análisis de la
opresión, examinando la sexualidad y la situación que viven las mujeres al interior
del matrimonio; desde esta perspectiva, se acuñan los conceptos de género y pa-
triarcado. Su principal aporte es poner en evidencia que también “lo personal es
político”, desafiando a la teoría política clásica y propugnando una reformulación
de los espacios público y privado.

12
Si bien para la mayoría de la bibliografía, la etapa que se inicia a fines de los ’60 se conoce como
“la segunda ola del feminismo”, Nuria Varela la considera la tercera ola. Las dos anteriores serían su
surgimiento como corriente de pensamiento en el siglo XVIII y la segunda, el movimiento sufragista
de los siglos XIX y XX.
13
Una de las prácticas comunes para concienciar sobre los derechos de las mujeres era el boicot a
los concursos de misses, la quema pública de sujetadores, además de las marchas y manifestaciones.

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CIUDADANÍA Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA FEMENINA EN ARGENTINA | Seminario de Capacitación Política

“…el impacto principal de esta consigna ha sido desenmascarar el


carácter ideológico de los supuestos liberales sobre lo privado y lo
público […] y ha llamado la atención de las mujeres sobre la ma-
nera en la que se nos insta a contemplar la vida social en términos
personales, como si se tratase de una cuestión de capacidad o de
suerte individual a la hora de encontrar a un hombre decente con
el que casarse o un lugar apropiado en el que vivir. Las feministas
han hecho hincapié en cómo las circunstancias personales están
estructuradas por factores públicos, por leyes sobre la violación y el
aborto, por el estatus de “esposa”, por políticas relativas al cuidado
de las criaturas y por la asignación de subsidios propios del Estado
de bienestar y por la división del trabajo en el hogar y fuera de él.
Por lo tanto, los problemas “personales” sólo se pueden resolver a
través de medios y acciones públicas” (Pateman, 1996: 46).

En otros términos, no sólo manifiesta que “no puede darse un cambio social en
las estructuras económicas si no se produce a la vez una transformación entre los
sexos”; a su vez “plantea la necesidad de búsqueda de una nueva identidad de las
mujeres que redefina lo personal como imprescindible para el cambio político”
(Gamba, 2007:144).

Del Feminismo radical deriva el Feminismo de la diferencia, surgido en la segunda


mitad de los años ‘70, el cual concibe “…la igualdad entre mujeres y hombres, pero
nunca la igualdad con los hombres porque eso implicaría aceptar el modelo mascu-
lino” (Varela, N:2005: 120)14. Propone, por lo tanto, una revalorización de lo femeni-
no, que terminará teniendo diversas derivaciones, entre las cuales algunos grupos
reconocerán en la maternidad y las tareas domésticas, la existencia de valores y
culturas distintas para cada sexo. Esta corriente tiene su arraigo principalmente en
Francia, con el grupo “Psychanalyse et Politique” de Luce Irigaray y Helène Cixous,
cuya preocupación se centró en la subversión del lenguaje masculino y la creación
de un saber femenino; en Italia, con Carla Lonzi (Escupamos sobre Hegel, 1981), la
cual se focalizará en una crítica radicalizada a la cultura patriarcal y terminará abo-
gando por el lesbianismo, y también en España, cuya principal referente es Victoria
Sendón de León. Para el feminismo de la diferencia será muy importante valorizar
-en palabras de Luisa Muraro15- el “orden simbólico de la madre”, como un camino
para construir “la autoridad social femenina”16.

En las antípodas se halla el Feminismo de la igualdad, que reconoce sus raíces ilus-
tradas y sufragistas, y se plantea la profundización de esa igualdad hasta abolir las
diferencias entre los sexos; éste centra sus preocupaciones en los aspectos reivin-
dicativos, la crítica al androcentrismo y ensalza el concepto de género. Cuando ha-
blamos de igualdad “nos referimos a una relación de homologación bajo un mismo
parámetro que determina un mismo rango, una misma equiparación de sujetos que
son perfectamente discernibles. […] La idea de igualdad es una idea con un enor-
me potencial, que tiene la capacidad, justamente de visibilizar lo diferente de otra

14
Cita a Victoria Sendón de León (2002: 12-13): Marcar las diferencias. Discursos feministas ante un
nuevo siglo. Barcelona, Icaria.
Es una de las fundadoras de la Librería de Mujeres de Milán, uno de los centros principales del fe-
15

minismo de la diferencia.
16
Ver: Sendón de León, 2002: 72-73.

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INSTITUTO NACIONAL DE CAPACITACIÓN POLÍTICA | Clase Virtual 2

manera. Todo derecho a la diferencia, en realidad, lo que presupone es un derecho


a la igualdad” (Amorós, 2005: 287-288). En esta corriente se inscriben las filósofas
españolas Celia Amorós y Amelia Valcárcel, entre otras.

A partir de los años ‘80, el Feminismo se fragmenta en muchas corrientes: acadé-


mico, institucional17, ecofeminismo18, ciberfeminismo19, entre otras tendencias que
continúan emergiendo en distintas partes del mundo.

En América Latina, cuando la segunda ola comenzaba a desarrollarse, se asentaron


regímenes dictatoriales en gran parte del continente e impidieron la expansión del
movimiento feminista, no sólo por “la instauración de una ideología reaccionaria
basada en la defensa de la tradición y la familia, sino también por la persecución
política y el terrorismo de Estado con sus secuelas de torturas, exilios forzados,
cárcel, desapariciones y asesinatos de activistas sociales, gremiales y políticos”
(D’Atri, 2004:1). En ese sentido, si bien algunos grupos realizaron acciones durante
los regímenes autoritarios y otras mujeres mantuvieron reuniones de reflexión y
estudio en un clima de hostilidad, lo cierto es que el movimiento feminista recu-
pera protagonismo recién a principios de los ‘80, con la caída de las dictaduras y
la instauración de los nuevos regímenes democráticos en la región. En ese “volver
a empezar” tendrán una importancia fundamental los Encuentros Feministas de
Latinoamérica y el Caribe -que se sucederán cada dos y luego cada tres años, con-
vocando cada vez a un número creciente de participantes- como espacios de inter-
cambio de experiencias acerca de la condición femenina en esta parte del planeta.

“El surgimiento [del feminismo de la segunda ola] se dio paralelo a


la expansión de un amplio y heterogéneo movimiento de mujeres,
que expresaba las diferentes formas en que las mujeres comenza-
ban a entender, conectar y actuar sobre su situación de subordi-
nación y exclusión. Dentro de esa heterogeneidad, en los inicios
del despliegue movimientista podemos distinguir algunas vertien-
tes básicas que expresaban la forma específica y diferente en que
las mujeres construyeron identidades, intereses y propuestas. La
vertiente feminista, propiamente dicha, inició un acelerado proceso
de cuestionamiento de su situación como mujeres, extendiéndola a
una lucha por cambiar las condiciones de exclusión y subordinación
de las mujeres en lo público y en lo privado. La vertiente de mujeres
urbano populares, que iniciaron su actuación en el espacio público,
a través de la politización de sus roles tradicionales, confrontándo-
los y ampliando sus contenidos.
La vertiente de mujeres adscritas a los espacios más formales y
tradicionales de participación política, como los partidos, sindica-
tos, comenzaron a su vez un amplio proceso de cuestionamiento y
organización autónoma al interior de estos espacios de legitimidad
masculina por excelencia.” (Vargas, 2001:151).

17
Surgido a partir de la ONU y sus Conferencias Mundiales y Declaraciones contra la discriminación.
Representado entre otras por Vandana Shiva, resalta como valor la verdadera conciencia ecologista
18

que tienen las mujeres.


19
Surgido sobre todo a partir de la década de 1990 con la expansión de Internet, se concentra en el
uso estratégico de las redes electrónicas para la difusión de sus ideas.

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CIUDADANÍA Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA FEMENINA EN ARGENTINA | Seminario de Capacitación Política

Las distintas configuraciones feministas se multiplicarán en muchos otros espacios


en la década de los años 90. En este marco, los rasgos como “la academización, la
incorporación a las instituciones de los regímenes políticos y a los distintos esta-
mentos de gobierno y la “oenegización” (Bellotti y Fontenla, 1997), son las opera-
ciones más importantes que comienzan a reconfigurar al movimiento feminista en
este período, produciendo también, junto con una multiplicidad de nuevas expe-
riencias, acciones y saberes, su incipiente fragmentación y creciente cooptación”20
(D’Atri: 4). Esta tensión entre el feminismo institucionalizado en ONG y el autóno-
mo y radicalizado, también se ve en América Latina, atravesada por las distintas
corrientes feministas que se debaten en otras latitudes.

20
La cooptación se corrobora por el aumento de la canalización de aportes económicos a las ONG.
Según la información de la OECD, en 1970, las Ong’s recibieron 914 millones de dólares; en 1980, la
cifra ascendió a 2.368 millones de dólares y, en 1992 rondó los 5.200 millones.

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