Historia Del Antiguo Testamento L7
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De Transición
Capítulo VII
Tiempos de transición
En los siglos X y XI Israel estableció y mantuvo la más poderosa monarquía de toda su historia. Ni
antes ni después, la nación tuvo tan extensas fronteras y sostuvo tanto respeto internacional. Tal expansión fue
posible en gran medida a causa de la no interferencia que pudo haberle llegado desde las extremidades del
Creciente Fértil durante esta época de su historia.
Egipto había declinado a una posición de debilidad. Ramsés III (11981167 a. C.), el Faraón de la XX
dinastía que había sido fuerte lo bastante como para rechazar a todos los invasores, murió a manos de un
asesino. Bajo Ramsés IV-XII (ca. 1167-1085) el poder de los reyes egipcios sucumbió gradualmente a la
política agresiva de la familia sacerdotal. Por el 1085 a. C. Heri-Hor, el sumo sacerdote, comenzó a gobernar
Egipto desde Karnak en Tebas, mientras que príncipes de la familia controlaban Tanis. La pérdida de
prestigio de Egipto se refleja por el tratamiento despectivo que se permitió Wen-Amun en, su jornada hacia
Biblos como un enviado egipcio (ca. 1080 a. C.). No fue sino hasta el cuarto año de Roboam (927 a. C.) en
que Egipto estuvo en posición de invadir Palestina (I Reyes 14: 25-26).
Los asirios, bajo Tiglat-pileser (1113-1074 a. C.), extendieron su influencia hacia el oeste, a Siria y a
Fenicia. Sin embargo, antes de que transcurriera mucho tiempo, los propios asirios sintieron los efectos de la
invasión procedente del Oeste Durante el reinado de Asur-Rabi 11 (1012975 a. C.), los establecimientos
asirios a lo largo del Eufrates fueron; desplazados por emigración de las tribus arameas. Sólo después del año:
875 a. C. Asiria volvió a recobrar el control del alto valle del Eufrates para desafiar a los poderes occidentales
en Palestina.
El enemigo que tan seriamente amenazaba el creciente poder Israel era el de los filisteos.
Rechazados en su intento de entrar en Egipto, los filisteos se establecieron en gran número sobre la llanura
marítima de Palestina poco después del 1200 a. C. Cinco ciudades se convirtiere en plazas fuertes de los
filisteos: Ascalón, Asdod, Ecrón, Gaza y Gat Sam. 6:17). Sobre cada una de esas ciudades independientes
gobernaba un "señor" que supervisaba el cultivo de la tierra anexionada. Aunque eran' activamente
competitivos con los fenicios en el lucrativo negocio del comercio, como registraba Wen-Amun, los filisteos
amenazaban con dominar Israel en los días de Sansón, Elí, Samuel y Saúl. Independientes en mismas, las
cinco ciudades y sus gobernantes se unían ocasionalmente par propósitos políticos y militares.
La explicación real de la superioridad filistea sobre Israel se encuentra en el hecho de que los
filisteos guardaban el secreto del hierro fundido. Los heteos en Asia Menor habían sido fundidores de hierro
antes del 12 a. C. pero los filisteos fueron los primeros que utilizaron el proceso en Palestina. Guardando su
monopolio celosamente, tenían a Israel a su merced. Esto queda claramente reflejado en I Sam. 13:19-22.
"Ahora no se encuentra un solo herrero en toda la tierra de Israel". No solo se encontraban 1a israelitas sin
herreros para forjar espadas y lanzas, sino que incluso dependían de los filisteos para el arreglo de sus
instrumentos de trabajo agrícola. Con semejante amenaza pesando sobre Israel, se encontraba al borde caer en
una esclavitud sin remisión por parte de los filisteos.
Aunque Saúl ofreció alguna resistencia al enemigo que avanzaba, fue sino hasta los tiempos de
David, en que el poder de los filisteos quedó roto. Por la ocupación de Edom, David aprendió los secretos de
la utilización del hierro y ganó acceso a los recursos naturales que existían en península del Sinaí. En tales
condiciones, se encontró capaz de unir firmemente la nación de Israel y de establecer una supremacía militar,
que n un fue seriamente desafiada por los filisteos.
Del norte, la principal amenaza para Israel y su expansión, procedía Aram. Ya a principios de los
tiempos patriarcales, los arameos se hab establecido en el distrito de Khabur en la alta Mesopotamia,
conocido co Aram-Naharaim. La zona bajo su control, pudo muy bien haberse extendí hacia el oeste hasta
Alepo y al sur hasta Cades sobre el Orontes. H dónde pudieron haberse extendido en la zona de Damasco y
hacia el s durante la época de los jueces, es algo incierto.
El estado arameo más poderoso fue Soba, situado al norte de Damas Hadad-ezer, gobernador de
Soba, extendió sus dominios hacia el Eufra (II Sam. 8:3-9) y posiblemente tomó por la fuerza algunas
colonias asirias de Asur-Rabi II, rey de Asiria (1012-975 a. C.). Las dinastías hititas en Hamat y Carquemis,
fueron gradualmente reemplazadas por los arameos conforme se expandieron, hacia el norte. Otros estados
arameos situados hacia el sur de Damasco, fueron Maaca, Gesur y Tob. Al este del Jordán y al sur de monte
Hermón yace Maaca, con Gesur directamente hacia el sur. Puesto que su madre procedía de aquella zona,
Absalón se apresuró a acudir a Gesur en busca de seguridad después de haber matado a Amnón. Tob (Jue.
3:11) estaba al sudeste del mar de Galilea, pero al norte de Galaad. Estos estados, bajo la jefatura de
Hadad-ezer, representaban una formidable coalición para la expansión de Israel en los días de David.
Los fenicios o cananeos ocuparon la costa marítima del Mediterráneo hacia el norte. Mientras los
arameos estaban formando un fuerte reino más allá de la cadena del Líbano, los fenicios se concentraban en
intereses marítimos. Por el tiempo de David, las ciudades de Tiro y Sidón habían establecido un fuerte estado
incluyendo el territorio costero inmediato. Mediante el comercio y los tratados, extendieron su influencia
comercialmente por todo el Mediterráneo. Hiram, rey de Tiro, y David, rey de Israel, lo encontraron
mutuamente beneficioso para mantener una actitud de amistad sin fricciones militares.
Los edomitas, que habitaban la zona montañosa del sur del mar Muerto, fueron gobernados por reyes
antes del resurgimiento de la monarquía de Israel (Gén. 36:31-39). Aunque Saúl luchó contra los edomitas (I
Sam. 14: 47) fue David quien, realmente les sometió ,ellos. La declaración de que habían convertido en
servidores de David, quien había estacionado guarniciones por todo el país, tiene la mayor importancia (II
Sam. 8:14). De las minas de Edom, David obtuvo recursos naturales tales como cobre y hierro que Israel
necesitaba desesperadamente para acabar con el monopolio filisteo en la producción de armamentos.
Los amalecitas, también descendientes de Esaú (Gén. 36:12), mantuvieron el territorio al este de
Edom hacia la frontera egipcia. Saúl intentó destruir a los amalecitas (I Sam 15) pero fracasó en hacer una
completa purga. Más tarde, los amalecitas atacaron a Siclag una ciudad ocupada por David cuando era un
fugitivo del territorio filisteo, pero apenas si son mencionados.
Los moabitas, situados al este del mar Muerto, fueron derrotados por Saúl (I Sam. 14:47) y
conquistados por David. Por casi dos siglos, permanecieron obedientes a Israel como una nación tributaria.
Los amonitas ocuparon la franja del territorio sobre la frontera oriental de Israel. Saúl les derrotó en
Jabes-galaad cuando se estableció por sí mismo temo un rey (I Sam. 11:1-11). Cuando los amonitas
desafiaron las aperturas a la amistad de David por una alianza con los arameos, no les venció (II Sam. 10)
pero conquistó Rabá en Amón, su ciudad capital (II Sam. 12:27). Nunca más desafiaron la superioridad
israelita .durante el período del reinado.
Los tiempos de Elí y Samuel marcan la era de transición desde el esporádico e intermitente caudillaje
de los Jueces hasta la implantación de la monarquía Israelita. Los dos hombres están mencionados en el libro
de los jueces, pero se les considera en los primeros capítulos de I Samuel (1:1-8: 22) como una introducción a
la narrativa respecto al primer rey de Israel.
La historia de Elí sirve como fondo para el ministerio de Samuel. Como sumo sacerdote, Elí estaba a
cargo del culto y sacrificio en el tabernáculo en Silo. Fue a él, a quien los israelitas consideraron y buscaron
para guía jefatura de los asuntos civiles y religiosos.
La religión de Israel se hallaba a un bajo nivel en los días de Elí. El mismo fracasó en enseñar a sus
propios hijos en, reverenciar a Dios; "no tenían conocimiento del Señor" (I Sam. 2:12) y bajo su jurisdicción
asumieron responsabilidades sacerdotales tomando ventaja del pueblo conforme se aproximaba al culto y al
sacrificio. No sólo robaban a Dios solicitando la porción sacerdotal antes del sacrificio, sino que se conducían
de tal forma que el pueblo aborrecía el llevar sacrificios a Silo. También profanaron el santuario con las
acciones paganas propias de la religión cananea. Como era de esperar, rehusaron el escuchar la amonestación
y la denuncia de semejante conducta. No es de sorprender que Israel continuase degenerándose al incrementar
tales prácticas religiosas corrompidas.
En semejante atmósfera corrompida, Samuel fue llevado desde su niñez y dejado al ciudadano de Elí.
Dedicado a Dios y alentado por una santa madre, Samuel creció en el entorno del tabernáculo, incorruptible a
la maléfica influencia falta de religiosidad de los hijos de Elí.
Un profeta cuyo nombre se ignora, reprobó a Elí porque honraba a sus hijos más de lo que honraba a
Dios (I Sam. 2:27). Su relajación había provocado el juicio de Dios, de ahí que sus hijos perdieran sus vidas
inútilmente Y un fiel sacerdote ministrase en su lugar. La reiteración de este decreto llegó a Samuel cuando
Dios le habló durante la noche (I Sam. 3:1-18).
Pronto y de forma repentina aquellas proféticas palabras recibieron su total cumplimiento. Cuando
los asustados israelitas vieron que estaban perdiendo su enfrentamiento con los filisteos, se impusieron sobre
los hijos de Elí para llevar el arca del pacto de Dios, el objeto más sagrado de Israel, al campo de batalla. La
religión había llegado a un extremo tal, que el arca, que representaba la verdadera potencia de Dios, les
salvaría de la derrota. Pero no podían forzar a Dios a que les sirviera. Su derrota fue aplastante. El enemigo
capturó el arca, matando a los hijos de Elí. Cuando Elí oyó las sorprendentes noticias de que el arca estaba en
manos de los filisteos, sufrió un colapso que le costó la vida.
Aquello fue un día de catástrofe para Israel. Aunque la Biblia no dice nada respecto a la destrucción
de Silo, otra evidencia aboga de que por ese tiempo, los filisteos redujeron a ruínas el santuario central que
había sostenido y mantenido unidas a todas las tribus. Cuatro siglos más tarde, Jeremías advirtió a los
habitantes de Jerusalén, de no depositar su confianza en el templo (Jer. 7:12-24; 26:6-9). Mientras que los
israelitas habían confiado en el arca para su propia seguridad, así, la generación de Jeremías asumió que
Jerusalén, como lugar de la residencia de Dios, no podía caer en manos de las naciones gentiles. Jeremías
sugirió de que se fijasen en las ruínas de Silo y se aprovecharan de aquel histórico ejemplo Las excavaciones
arqueológicas pusieron al descubierto el aniquilamiento de Silo en el siglo XI. Su destrucción en aquel tiempo
cuenta para el hecho de que poco tiempo después los sacerdotes oficiaban en Nob (I Sam. 21:1). Es también
digno de notar en relación con esto que Israel, en ninguna ocasión intentase volver el arca a Silo.
La victoria filistea desmoralizó efectivamente a los israelitas. Cuando la nuera de Eli dio a luz un
hijo, ella le puso por nombre "Icabod" porque, ella sintió profundamente que las bendiciones de Dios
hubiesen sido retiradas de Israel (I Sam. 4:19-22). El nombre del niño significaba "¿Dónde está la gloria?" y
al mismo tiempo podía demostrar que la religión cananea había ya penetrado en el pensar de los israelitas, ya
que un devoto de Baal, habría sido como una alusión a la muerte del dios de la fertilidad.
El lugar de Samuel en la historia de Israel es único. Siendo el último de los Jueces, ejerció la
jurisdicción por toda la tierra de Israel. Además, ganó el reconocimiento como el más grande profeta de Israel
desde los tiempos de Moisés. También ofició como sumo sacerdote, aunque él no pertenecía al linaje de
Aarón, a quien pertenecían las responsabilidades del sacerdocio.
La Biblia ha conservado comparativamente poco respecto al ministerio real de este gran caudillo.
Cuando Elí murió, y la amenaza de la opresión filistea se hizo más pronunciada, los israelitas se volvieron
naturalmente hacia Samuel para que les sirviera de caudillo. Después de haber escapado al despojo y
destrucción de Silo, Samuel estableció su hogar en Ramá, donde erigió un altar. No hay indicación, sin
embargo, de que aquello se convirtiese en el centro religioso o civil de la nación. El tabernáculo, que de
acuerdo con el Salmo 78:60 había sido abandonado por Dios, no se menciona en relación con Samuel. Israel
recuperó el arca de manos de los filisteos (I Sam. 5:1-7:2); pero lo guardó en Quiriat-jearim en el hogar
privado de Abinadab hasta los días de David. Aparentemente, no estaba en uso público durante este tiempo.
Samuel, no obstante, actuó con sus deberes sacerdotales, al ofrecer sacrificios en Mizpa, Ramá, Gilgal, Belén
y dondequiera que se precisasen por todo el país. Y continuó cumpliendo con este deber y esta función
incluso tras haber entregado todos los asuntos de estado a Saúl.
En el curso del tiempo, Samuel reunió a su alrededor un grupo profético, sobre el cual tuvo una
enorme influencia (I Sam. 19:18-24). Es muy verosímil que Natán, Gad y otros profetas activos en el tiempo
de David, recibiesen sus ímpetus procedentes de Samuel.
Para ejecutar sus responsabilidades judiciales, Samuel iba anualmente a Betel, Gilgal y Mizpa (I Sam.
7:15-17) y puede inferirse de que en los primeros años, antes de que delegase las responsabilidades en sus
hijos Joel y Abías (I Sam. 8:1-5) incluyese puntos tan, distantes como Beerseba en, su circuito por la nación.
Acredita a Samuel, el hecho de que prevaleciese sobre Israel para purgar el culto cananeo de sus filas
(I Sam. 7:3 ss.). En Mizpa, el pueblo se reunía para la oración, el ayuno y el sacrificio. La palabra de la
convocación se divulgó hasta los filisteos, quienes por esta causa tomaron la ventaja de la situación para
lanzar un salto. En medio del fragor, una terrible tormenta de truenos sembró el miedo en los corazones de los
filisteos mercenarios produciendo la confusión y poniéndoles en fuga. Evidentemente, el efecto de los truenos
adquirió un carácter portentoso en su significado para los filisteos, ya que nunca más intentaron comprometer
a los israelitas en una batalla mientras Samuel estuvo al mando de las tribus.
Eventualmente, los jefes tribales sintieron que debían formar una resistencia contra la agresión
filistea y de acuerdo con ello, clamaron por un rey. Como excusa para el establecimiento de la monarquía,
resaltaron que Samuel era ya anciano y sus hijos no estaban moralmente dotados para tomar su lugar. Samuel,
astutamente, rechazó la propuesta, implorándoles elocuentemente el "no imponer sobre sí mismo una
institución cananea, extraña a su forma de vida". Cuando a despecho de aquello, persistieron en su demanda,
Samuel aceptó; pero sólo tras la divina intervención (I Sam. 8).
Cuando Samuel consintió con cierta repugnancia a la innovación del reinado, n,o tenía idea de a
quien Dios podría elegir. Un día, mientras estaba oficiando en un sacrificio, fue encontrado por un
benjarninita que llegó para consultarle algo concerniente a la localización de unos asnos perdidos de su padre.
Advertido de su llegada, Samuel comprobó que Saúl era el elegido de Dios para ser el primer rey de Israel.
No sólo Samuel atendió a Saúl como huésped de honor en la fiesta sacrifical, sino que privadamente le ungió
como "príncipe sobre su pueblo" indicando mediante aquellas palabras que el reinado era una cuestión
sagrada de fe. Mientras volvía a Gabaa, Saúl fue testigo del cumplimiento de la predicción hecha por Samuel
en sus palabras en confirmación de ser elegido para aquella responsabilidad. En una subsiguiente convocación
en Mizpa, Saúl públicamente fue elegido y entusiásticamente apoyado por la mayoría en su aclamación
popular de "¡Viva el rey!" (I Sam. 10:17-24). Puesto que Israel no tenía capitalidad, se volvió hacia su ciudad
nativa de Gabaa en Benjamín.
La amenaza amonita a Jebes de Galaad proporcionó a Saúl la oportunidad de afirmar su jefatura. En
respuesta a su llamada nacional, el pueblo acudió en su apoyo, resultando una impresionante victoria sobre los
amonitas. En una asamblea de todo Israel en Gilgal, Samuel públicamente proclama a Saúl como rey. Les
recordó que Dios había aprobado su deseo. Sobre la base de la historia de Israel, les aseguró la prosperidad
nacional, teniendo en cuenta que el rey y todos los ciudadanos obedecerían la ley de Moisés. Este mensaje de
Samuel fue divinamente confirmado a los israelitas con una súbita lluvia, un fenómeno ocurrido durante la
cosecha del trigo. El pueblo quedó profundamente impresionado y agradeció a Samuel por aquella continuada
intercesión. Aunque los israelitas habían vuelto a un rey para su gobierno, las palabras de seguridad de
Samuel, el profeta que había barrido la marea de apostasía e iniciado un efectivo movimiento profético en su
enseñanza y ministerio, les volvió conscientes de su sincero interés por su bienestar: "Lejos sea de mi que
pequé yo contra el Señor cesando de rogar por vosotros" (I Sam. 12:23).
Seúl gozó del entusiástico apoyo de su pueblo, tras una inicial victoria sobre los amonitas en Jebes
de Galaad. Es cierto que no todos consideraron su acceso al reinado con la misma satisfacción; pero aquellos
contrarios no pudieron soportar su extraordinaria popularidad (I Sam. 10:27; 11:12, 13). Y así, mediante una
deliberada desobediencia Saúl pronto arruinó sus 1 oportunidades para obtener el éxito deseado. A causa de
las sospechas el odio, sus esfuerzos estuvieron tan mal dirigidos y la fuerza nacional sedisgregó de tal forma
que su reinado acabó en un completo fracaso.
Saúl fue un guerrero que condujo a su nación a numerosas victorias militares. En el lugar estratégico
sobre una colina a tres kms. al norte de Jerusalén, Saúl fortificó Gabaa para contraatacar la superioridad
militar de los filisteos. Aprovechando el victorioso ataque hecho por sus hijos Jonatán, Saúl puso en fuga a los
filisteos en la batalla de Micmas (I Sam. 13-14). Entre otras naciones derrotadas por Saúl (I Sam. 14:47-48) se
contaban los amalecitas (I Sam. 15:1-9).
El éxito inicial del primer rey de Israel, no obscureció su debilidad personal. El rey de Israel tenía
una posición única entre los gobernantes contemporáneos en lo cual, él fue el responsable en conocer el
profeta que representaba a Dios. En este respecto, Saúl falló por dos veces. Esperando impacientemente la
llegada de Samuel a Gilgal, Saúl mismo ofició el sacrificio (I Sam. 13:8). En su victoria sobre los amalecitas,
se entregó a las presiones del pueblo en lugar de ejecutar las instrucciones de Samuel. El profeta le advirtió
solemnemente que a Dios no se le complacía mediante sacrificios, que debían ser sustituidos por la
obediencia. Con este amargo reproche Samuel dejó al rey Saúl que siguiera sus propios impulsos y
decisiones. Mediante su desobediencia, Saúl había perdido el derecho al trono.
La unción de David por Samuel en una ceremonia privada, fue desconocida para Saúl. Con la muerte
de Goliat, David emerge en el escenario nacional. Cuando fue enviado por su padre a llevar suministros a sus
hermanos que servían en el ejército israelita acampado contra los filisteos, oyó las blasfemias y las amenazas
de Goliat. David razonó que Dios que le había ayudado a él en matar osos y leones, también sería capaz de
matar a su enemigo, quien desafiaba a los ejércitos de Israel. Cuando los filisteos comprobaron que Goliat, el
gigante de Gat, había sido muerto, huyeron ante Israel. El reconocimiento nacional de David como héroe fue
expresado subsiguientemente en el dicho popular, "Seúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles" (I Sam.
18:7).
En anteriores ocasiones, David había hecho gala de sus dotes musicales en la corte del rey, para
calmar el espíritu turbado de Saúl. Tan grave era el desorden mental del rey, que incluso intentó matar al
joven músico. Tras esta heroica hazaña, Saúl no sólo tomó conciencia del reconocimiento de David,
posiblemente para premiar a su familia con la exención de tributos, que también le agregó permanentemente a
su corte real.
Dejado a sus propios recursos, Saul se hizo sospechoso y extremadamente celoso de David. Con
numerosas y sutiles añagazas Saúl intentó suprimir al joven héroe nacional. Expuesto a los tiros de jabalina de
Saúl o a los peligros de la batalla, David escapó con éxito de todas las maniobras concebidas para su
perdición. Incluso cuando Saúl fue personalmente a Naiot, donde David se había refugiado con Samuel, fue
influenciado con el espíritu de los profetas hasta el extremo de que le resultó inútil dañar o capturar a David.
Estando agregado a la corte real, resultó ventajoso para David en varios aspectos. En hazañas
militares, se distinguió por sí mismo conduciendo las unidades del ejército de Israel en victoriosos ataques
contra los filisteos. En sus relaciones personales con Jonatán, compartió una de las amistades más nobles que
se advierten en los tiempos del Antiguo Testamento. Mediante su íntima asociación con el hijo del rey, David
estuvo en condiciones de captar los bastardos designios de Saúl más minuciosamente y de esa forma,
asegurarse contra cualquier peligro innecesario. Cuando David y Jonatán, comprobaron que había ya llegado
el momento para que David huyera, ambos sellaron su amistad mediante una alianza (I Sam 20:11-23).
David huyó con los filisteos buscando seguridad. Denegado el refugio por Aquis, rey de Gat, fue
hacia Adulam donde cuatrocientos compañeros de las tribus se reunieron a su entorno. Estando al cuidado de
semejante grupo, procuró hacer los convenientes arreglos para algunas de sus gentes que residían en el país
moabita. Entre los consejeros asociados con él, estaba el profeta Gad.
Cuando Saúl oyó que Abimelec, el sacerdote de Nob, había proporcionado suministros a David en
ruta hacia los filisteos ordenó su ejecución con ochenta y cinco sacerdotes. Abiatar, el hijo de Abimelec,
escapó y se reunió con el bando fugitivo de David.
Hacía ya tiempo que Saúl daba rienda suelta a sus maliciosos sentimientos hacia David mediante una
abierta persecución. Varias veces David estuvo seriamente en peligro. Tras socorrer la ciudad de Keila de los
ataques filisteos, residió allí hasta que fue desalojado por Saúl. Escapando a Zif, seis kms, al sur del Hebrón,,
fue traicionado por los zifeos y rodeado por el ejército de Saúl. Un ataque de los filisteos previno a Saúl de
capturar esta vez a David. Después, en otra expedición a En-gadi (I Sam. 24) y finalmente en Haquila, Saúl
también fue frustrado en sus esfuerzos para matarle.
David tuvo muchas ocasiones de haber podido matar al rey de Israel En cada ocasión rehusó el
hacerlo, teniendo la conciencia y el reconocimiento de que Saúl estaba ungido por Dios. Aunque Saúl solía
reconocer temporalmente su aberración, pronto volvía a su abierta hostilidad.
Mientras que David y su grupo se hallaba en los desiertos del Patán, rendían servicios a los
residentes de aquella zona protegiendo sus propiedades contra los ataques de bandas de ladrones y bandidos.
Nabal, un pastor de Maón que pastoreaba sus ovejas cerca del pueblo de Carmelo, ignoró la demanda de
David de "protección monetaria". Para encubrir su propia codicia rehusando compartir su riqueza, Nabal
protestaba de que David había huido de su amo. Dándose cuenta de que la situación era grave, Abigail, la
esposa de Nabal, juiciosamente conjuró la venganza por su apelación personal a David con regalos. Cuando
Nabal se recuperó de su intoxicación y comprendió cuán cerca había estado de la venganza a manos de David,
quedó tan impresionado que murió diez días después. Como consecuencia, Abigail se convirtió en la esposa
de David.
David temía que cualquier día Saúl podría sorprenderle inesperadamente. Para asegurarse a sí mismo
y a su grupo de casi seiscientos hombres, además de mujeres y niños, le fue concedido permiso por Aquis
para residir en territorio filisteo y en la ciudad de Siclag. Se quedó allí aproximadamente durante el último
año y medio del reinado de Saúl. Cerca del fin de este período, David acompañó a los filisteos a Afec para
luchar contra Israel. Pero le fue negada su participación. Entonces volvió a Siclag a tiempo de recobrar sus
posesiones perdidas en un ataque por sorpresa por los amalecitas.
Los ejércitos de Israel acampados en el monte de Gilboa para luchar contra los filisteos, a quienes
había derrotado otras varias veces, se encontraron con que más que el miedo al enemigo era la turbación del
rey de Israel quien complicó las cosas por aquel tiempo. Samuel, hacía tiempo ignorado por Saúl, no estaba
disponible para una entrevista. Saúl se volvió a Dios pero no hubo respuesta para él, ni en sueños, ni por Urim
o por el profeta. Estaba enfermo de verdadero pánico. En su desesperación se volvió hacia los medios
espiritualistas que él mismo había barrido en el pasado. Localizando a la mujer en Endor, que tenía un espíritu
similar, Saúl preguntó por Samuel. Fuese cual fuese el poder que tenía esta mujer, se hace aparente en lo que
se registra en I Sam. 28:3-25, que la intervención del poder sobrenatural en mostrar al profeta Samuel en
forma de espíritu, estaba más allá de su control. A Saúl se le recordó una vez más por Samuel, que a causa de
su desobediencia, había perdido el derecho a la legitimidad del reino. En su mensaje a Saúl, el profeta predijo
la muerte del rey y de sus tres hijos, lo mismo que la derrota de Israel.
Con el corazón endurecido y el pensamiento de tales trágicos acontecimientos que habían de caer
sobre él, Saúl volvió al campamento aquella funesta noche. En el curso de la batalla en la llanura de Jezreel,
las fuerzas israelitas fueron derrotadas, retirándose a monte Gilboa. Durante la persecución, los filisteos
tomaron la vida de los tres hijos del rey. El propio Saúl fue herido por arqueros enemigos. Para evitar un
bestial tratamiento a manos del enemigo, se clavó contra su espada, acabando así su vida. Los filisteos
vencieron con una victoria definitiva, ganando el indisputable control del fértil valle desde la costa del río
Jordán. Ocuparon también muchas ciudades de donde los israelitas se vieron forzados a huir. Los cuerpos de
Saúl y sus hijos fueron mutilados y colgados en la fortaleza filistea de Betsán, pero los ciudadanos de Jabes de
Galaad los rescataron para su enterramiento. Más tarde, David hizo lo necesario para transferir los restos a la
propiedad de la familia de Saúl en Zela, en la tribu de Benjamín (II Sam. 21:14).
Ciertamente trágica fue la terminación del reinado de Saúl como primer rey de Israel. Aunque
elegido por Dios y ungido por la oración por el profeta Samuel, fracasó en poner en práctica aquella
obediencia que era esencial en el sagrado y único principio de fe que Dios le permitió: el ser "príncipe sobre
su pueblo."